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UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE MÉXICO “ALMA VERITATIS PARENS” FACULTAD DE TEOLOGÍA ÁREA DE MORAL ECOLOGÍA Y MORAL SÍNTESIS DE PUNTOS VISTOS EN EL CURSO BAJO LA DIRECCIÓN DEL LIC. FILIBERTO GÓMEZ PRESENTA: CASTRO GONZÁLEZ ÁNGEL ALFREDO MÉXICO, D.F., MAYO DE 2014

Ecología y Moral

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UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE MÉXICO

“ALMA VERITATIS PARENS”

FACULTAD DE TEOLOGÍA

ÁREA DE MORAL

ECOLOGÍA Y MORAL

SÍNTESIS DE PUNTOS VISTOS EN EL CURSO

BAJO LA DIRECCIÓN DEL

LIC. FILIBERTO GÓMEZ

PRESENTA:

CASTRO GONZÁLEZ ÁNGEL ALFREDO

MÉXICO, D.F., MAYO DE 2014

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Si la Teología Moral no cunde en la praxis de nuestras situaciones sociales, en vano estaremos dedicando nuestras vidas a esta disciplina del saber en la Revelación. Es por ello que estas someras páginas tratan de recatar cuán útil es poner atención a los puntos que implica el Medio Ambiente y que desde la perspectiva de la Teología Moral Cristiana pueden irse encausando a una mejor proyección para seguir disfrutando de la obra de la Creación.

A sabiendas que el Medio Ambiente representa una etapa crítica no podemos quedar inmóviles espectando de la perfidia que consume a la ecología. Por ello es que a través de algunos puntos iremos buscando nuestra tarea como cristianos respecto al Medio Ambiente.

Desde la Sagrada EscrituraAnte todo, los relatos de la Creación del Génesis indican que el mundo y toda la

naturaleza han sido queridos y creados por Dios. Todo desprecio hacia la naturaleza es un desprecio hacia el mismo Dios. Si bien es verdad que Gn 1,21 afirma la centralidad del ser humano y su dominio sobre el mundo, no hay que olvidar que viene complementado por la frase: “…para que lo labrase y cuidase” (Gn 2,15). Esta frase fundamenta una ética bíblica ecológica. Dominio no para destruir, sino para cuidar.

En el Nuevo Testamento nos encontramos con las actitudes de Jesús como un hombre reconciliado con la naturaleza (Mt 1,13; 5,26-29…). Hay una concepción importantísima en las cartas de Pablo. También la naturaleza, la creación, es objeto de la salvación de Cristo y, en su día, será transformada radicalmente (Rom 8,20-22). Si la naturaleza ha de ser salvada y transformada, por fuerza ha de ser cuidada y respetada de modo exquisito.

Desde los Documentos de la Iglesia (DSI)El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia del año 2004, dedica el Capítulo

X al tema “Salvaguardar el medio ambiente.” De esta reflexión emerge la conclusión que “el clamor de la tierra y el clamor de los pobres es uno”. En su mensaje Paz con toda la Creación de 1990, el Papa Juan Pablo II afirma que “Es preciso añadir también que no se lograra el justo equilibrio ecológico si no se “afrontan directamente las formas estructurales de pobreza existentes en el mundo.”

En una declaración sobre ecología pronunciada en el 2003, los obispos canadienses amplifican esta inquietud papal manifestando que “la armonía ecológica no puede existir en un mundo de estructuras sociales injustas; ni tampoco las enormes desigualdades sociales de nuestro mundo actual ayudan a alcanzar la sostenibilidad ecológica.” Dicho con otras palabras, la economía y la ecología (y la cultura) deben abordarse de forma holística, sin desligarlas, forma que en definitiva ha de estar radicada en Jesucristo glorioso y encarnado.

Los siguientes principios medioambientales constituyen la actual doctrina social de la Iglesia católica sobre medio ambiente:

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1º La vida y la dignidad humana deben ser prioritarias en cualquier cuestión sobre medio ambiente.

2º Una sana administración es el modelo adecuado para cuidar del medio ambiente.

3º La toma de decisiones debe tener en cuenta las obligaciones de cara a las futuras generaciones.

4º Las decisiones relativas al medio ambiente deben tomarse en el nivel adecuado.

5º El derecho a la propiedad privada y el mandato relativo al uso de la propiedad para el bien común han de ser ambos respetados en las políticas medioambientales.

6º Las inquietudes medioambientales son también de tipo moral y exigen repensar de forma radical nuestra cultura consumista.

Desde los pensadores modernos.Sabiendo que el estudio de los problemas teológicos actualmente se estudian

de manera interdisciplinar, haré alusión a uno de los autores que, desde el siglo pasado, se han dedicado a estudiar dicho objeto: Hans Jonas, cuya obra El Principio de Responsabilidad nos da las siguientes pautas:

La cosmovisión de Hans Jonas a lo largo del siglo pasado hace una amalgama perfecta entre las consecuencias catastróficas vividas a inicios de dicho siglo y la potencia precoz proyectada casi a finales de éste. Sin duda la evidencia en nuestros días de la politización y comercialización de la tecnología dejan a la persona muy fuera de juego en cuanto a la ciencia y la tecnología. La obra de Jonas explicita bien lo pragmático de una civilización que equivocadamente camina tras la ambición de poder y no percibe su autodestrucción.

En El Principio de Responsabilidad, se hace patente la necesidad de elaborar un concepto filosóficamente realista, no utópico, de responsabilidad. Dos aspectos característicos de la teoría filosófica de Jonas, merecen ser subrayados.

Por una parte, el sentido de modestia y la conciencia de la propia falibilidad inherentes a la ética jonasiana: «Una cosa debemos tener por fin clara: una solución patentada para nuestro problema, un remedio universal a nuestra enfermedad, no existe. Para algo as , el síndrome tecnológico es demasiado complejo, y en una renunciaí� no cabe ni soñar. Incluso con una gran ‘inversión de la marcha’ y una reforma de nuestras costumbres, el problema fundamental no desaparecería. Puesto que la aventura tecnológica misma debe continuar su camino; incluso las rectificaciones salvadoras requieren siempre una nueva aplicación del ingenio técnico y científico, que genera sus propios riesgos nuevos. La misión de evitar es, pues, permanente, y su cumplimiento no debe ser nunca mas que un remiendo y, a menudo, incluso no mas que una chapucería…»(Jonas, 2001, p. 132)

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Por otra parte, es primordial entender la relación que mantienen las nociones de libertad, organismo y responsabilidad en la filosofía de Jonas. Si la libertad es un ingrediente fundamental, implícito en el equipamiento natural de ciertos organismos, el sentido de responsabilidad, compañero inseparable de la primera, ha de considerarse también ingrediente esencial. El tercer concepto jonasiano es el de deber: «En tanto y cuanto el hombre es el único ser conocido que puede tener responsabilidad, por ello, justamente, la tiene... Resulta, pues, que, a través de una inferencia propiamente ontológica, el mero hecho de que podamos tener responsabilidad hace que esta responsabilidad sea prescripción de su propia supervivencia en este mundo».

Su injerencia en la moral católicaEn general, se descubre que el cristianismo, a lo largo de los siglos, registra

importantes consideraciones en términos de la relación sociedad-naturaleza. El mundo, en su plano del orden, debe orientarse hacia Un Dios, revelado en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El universo cristiano no es un universo antropocéntrico, ni biocéntrico sino teocéntrico; es decir, la creación toda debería estar orientada hacia Dios. Ahora, el mundo natural es un soporte, una estructura básica y central en la constitución y el desarrollo de la imagen de Dios en el hombre.

Se habla de una rica fundamentación ecoteológica que afirma que Dios se hace presente en la naturaleza y que la humanidad tiene afinidad por las criaturas de Dios. En síntesis, la ecoteología formula los siguientes enunciados:

1) Hoy la creación de Dios está amenazada y experimenta una de las mayores crisis ecológicas de todos los tiempos.

2) Los cristianos deben actuar con fuerza para solucionar los problemas ambientales.

3) La actual situación planetaria requiere una reconceptualización profunda de la teología cristiana.

En la Teología Moral no miramos el universo solamente como “naturaleza considerada en sí misma”, sino como creación y primer don del amor del Señor por nosotros. “Del Señor es la tierra y cuanto hay en ella; el orbe y los que en él habitan” (Sal 24,1), esta afirmación recorre toda la Biblia y confirma que la tierra es el primer signo de la Alianza de Dios con el ser humano. La revelación bíblica nos enseña que cuando Dios creó al hombre, lo colocó en el jardín del Edén para que hiciera uso de él (cf. Gen 2,16) señalándole unos límites (Gen 2,17), que recuerdan al ser humano que Dios es el Señor y Creador y de Él es la tierra y todo lo que contiene. Dios entrega a los seres humanos toda la creación, para desarrollar su vida y las de sus descendientes. Estos límites miran a preservar la justicia y el derecho que todos tienen a los bienes de la creación, que Dios destinó al servicio de todos.

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Las criaturas del Padre le dan gloria “con su sola existencia”, y, por eso, el ser humano debe hacer uso de ellas con cuidado y delicadeza. Nosotros podemos usarlas, no como dueños absolutos, sino como administradores. Como discípulos de Jesús, tenemos que dar gracias por el don de la creación, reflejo de la sabiduría y belleza de Dios Creador. A través de la creación cada persona entra en comunión con Él, con los demás seres humanos y con toda la creación.

La teología y la catequesis de la Iglesia han reflexionado sobre la creación, la tierra, la naturaleza, el progreso, etc., pero en los años ochentas aparece el concepto que nosotros hoy conocemos como Ecología. La ecología alude a la naturaleza como la casa en que todos vivimos. En el documento del CELAM en Aparecida se nos recuerda la importancia de tomar conciencia de la naturaleza como una herencia gratuita que recibimos para proteger la convivencia humana de modo responsable para bien de todos. La explotación irracional de los bienes de la creación deja consecuencias preocupantes en las que tiene una enorme responsabilidad el desmedido afán por la riqueza, la actitud egoísta por encima de la vida de las personas en especial de los campesinos e indígenas, que tienen que migrar a las grandes ciudades para salir de la miseria. Hay que progresar en el desarrollo para valorar las riquezas de la tierra y su capacidad al servicio del bien común, evitando la industrialización descontrolada, que contamine con desechos orgánicos y químicos y produzca eliminación de bosques, contaminación del agua y mayor desertificación.

El Catecismo de la Iglesia Católica sintetiza el pensamiento eclesial sobre los bienes creados: «Dios que trasciende la creación al tiempo que esta presente en ella, crea todo por sabiduría y amor de modo ordenado y bueno, Él mantiene y conduce la creación con su divina Providencia y encarga al ser humano que colabore con Él, administrando la creación. El ser humano debe respetar la bondad propia de las criaturas y no hacer uso desordenado de ellas. La destrucción sistematica de la naturaleza es un pecado social».

A modo de conclusión

La familia puede y debe ser una escuela para manejar adecuadamente los bienes de la creación. En ella, el comportamiento de cada uno da coherencia y autoridad moral para trabajar por la ecología. Desde ella se puede cambiar la mentalidad y las acciones de toda la sociedad. Hay que tener la firme convicción de que la ecología empieza en casa. Los cristianos estamos llamados, por fidelidad al Evangelio, a influir en los gobernantes y en las legislaciones que tienen que ver con la ecología. De este modo la familia se convierte en “fermento de un mundo nuevo” promoviendo la conciencia y el compromiso con el bien de la creación. Las generaciones que nos sucedan tienen derecho a recibir un mundo habitable y no un planeta contaminado. Por ello hay que comprometerse en acciones como las que se enumeran a continuación:

1º Evangelizar para descubrir y cuidar el don de la creación, educando en un estilo de vida de sobrio, austero y solidario, ejercitando responsablemente el señorío humano

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sobre la tierra, para que rinda sus frutos en su destinación universal.

2º Profundizar la presencia eclesial en las poblaciones más amenazadas y apoyarlas en la gestión de la tierra, del agua y de los espacios urbanos.

3º Promover el desarrollo integral y responsable de una ecología natural y humana, basado en el evangelio de la solidaridad y el destino universal de los bienes, frente al utilitarismo individualista.

4º Fomentar políticas públicas y participaciones ciudadanas que garanticen la protección, conservación y restauración de la naturaleza.