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año 13, no. 40. Verano 2011 VOCES AL PIE DEL VOLCÁN: DEMAC PUEBLA.

Editorial - demac.org.mxdemac.org.mx/wp-content/uploads/2015/03/Boletin_40.pdf · Pasa tan veloz que apenas la miramos a la cara. Nuestra dotación de tiempo nos llega al nacer. A

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año 13, no. 40. Verano 2011

Voces al pie del Volcán:demac puebla.

Directorio

Amparo Espinosa RugarcíaDirectora

Graciela Enríquez Enríquez Coordinadora editorial

Amaranta Medina MéndezAraceli Morales FloresMaría Suárez de FenollosaÁngeles Suárez del SolarColaboradoras

Blanca Delgado OcampoSecretaria

Retorno TassierArte y Diseño

Impreso en Nea Diseño Dr. Durán No. 4 Desp. 118, Doctores Cuauhtémoc 06720 México, D.F.

dEMAC Para mujeres que seatreven a contar su historia,es el órgano de expresión y difusión de Documentación y Estudios de Mujeres, A.C.Publicación trimestral. Año 13, Núm. 40Fecha de impresión: junio de 2011 con un tiraje de 2,000 ejemplares.Certificados de licitud de título y contenido: números 12493 y 10064 otorgados por la Secretaría de Gobernación.Certificado de reserva:número 04-2008-110518295900-102

Recibimos la correspondencia en:José de Teresa No. 253, Tlacopac, San Ángel Álvaro Obregón 01040 México, D.F.Tel. 5663 3745 Fax 5662 5208Correo electrónico: [email protected]: www.demac.org.mx

Derechos reservados. Se prohíbe lareproducción total o parcial por cualquier sistema o método, incluyendo electrónico o magnético, sin previa autorización del editor.

Editorial

De moldes ocultos a testimonios de vidaMaría Alejandra Montero Clavel

Retazos de mujeres rotas Mónica Díaz de Rivera Álvarez

Las voces de las invisibles Gisela Pérez y Pérez

Transitando por demac Idolina Sánchez Rovelo

Para perderle el miedo a la escritura®

Leonor Vargas Gil Lamadrid

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Heme aquí, sentada frente a la computadora, escribiendo la editorial de nuestro boletín de verano.

¡Pero si apenas estaba escribiendo la del boletín de primavera! La vida pasa para todos. Pasa tan veloz que apenas la miramos a la cara. Nuestra dotación de tiempo nos llega al nacer. A partir de ese momento empezamos a consumirlo. No es reembolsable ni tampoco se conceden prórrogas o extensiones. Lo único que nos queda a los seres humanos, a los hombres y las mujeres, es llenar nuestro tiempo con obra. Así lo dijo Erich Fromm… Así lo hacen día a día las integrantes de demac Puebla. Alejandra y su equipo no paran. Como hormigas incansables, ellas dan talleres, van al Cereso, organizan lecturas, atienden a niños y niñas con déficits auditivo y además se la pasan bien. Su trabajo da esperanza, cambia vidas. Atrévanse a echarle un vistazo a sus andanzas leyendo este boletín.

Amparo Espinosa RugarcíaFundadora y Directora demac

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En el año 2002 se abrió en Puebla la primera sede demac. Recuerdo que la presentación del libro Shikoku, de la doctora Amparo Espinosa Rugarcía, en el Instituto Poblano de las Mujeres, fue

nuestro estreno con mujeres y hombres de esta ciudad. Desde un principio habitamos casas del Centro Histórico, casas llenas de historias de vida y de paredes que han albergado a esas mujeres con relatos que Amparo Espinosa Rugarcía decidió documentar. La primera tarea: acrecentar el número de participantes en el concurso “Para mujeres que se atreven a contar su historia”. Como sucedía desde hacía algunos años, lo promoví, y al preguntar a mujeres de diversas clases sociales, educación y ambientes, si concursarían, su respuesta fue: no sé redactar; no tengo nada que contar. Al promover el concurso desde un medio de comunicación y conocer a algunas de las participantes y ganadoras, nunca me imaginé que hubiera mujeres que no se atrevieran. Así que puse manos a la obra. Busqué a Beatriz Meyer, directora de la Sociedad General de Escritores de México, en Puebla, y le pedí que me ayudara a organizar un taller en el que las mujeres supieran que no había que ser escritoras para contar sus vidas. Lo hicimos, se lo presenté a Amparo y me dio luz verde. Se inició el sueño de encontrar para demac un taller diferente a otros, un taller único. También se convertiría en una de mis grandes pasiones y, lo más importante, en un proyecto que con los años daría frutos. Frutos que ahora brindan una diversidad de talleres. Algo que rondaba en mi cabeza era que la sede Puebla debía tener movimiento, ofrecer diferentes posibilidades. Entonces tomé la decisión de iniciar presentaciones de las historias producto de los concursos. Profética Casa de lectura, era el lugar donde estaba nuestra oficina, un foro y escaparate ideal a donde llegaba nuestro público cautivo. Se realizó el primer taller, y con las asistentes empezamos las presentaciones de libros en nuestra oficina, pequeña, acogedora y, a decir de muchos y muchas, la más bonita de Puebla. El primer texto fue “Celosía de palabras”, de Mónica Díaz de Rivera. El día anterior a su presentación, conocí a Carmen Díaz, cuyo escrito fue publicado, igual que el de Mónica,

de moldes ocultos

a testimonios de Vida

maría alejandra montero claVel*

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en el concurso Premios demac Conciencia Latinoamericana 2000-2001; al saber que era actriz, la invité a hacer una lectura escenificada. El lugar fue insuficiente. Gustó la idea. Se hizo una presentación más, la de Ana Villa Issa, ganadora del primer lugar en los Premios demac 1997-1998, con el texto El zumo de la amapola. Las participantes de los talleres pidieron un espacio más grande, había más gente interesada en asistir. Carmen Díaz se fue a buscar nuevos derroteros y, por casualidad, Beatriz Meyer, que ya era nuestra tallerista, me presentó a Marko Castillo, director de teatro. Le conté lo que hacíamos y le propuse poner en escena el último libro de mujeres en reclusión. Se entusiasmó. Le comenté que no teníamos presupuesto y que sería una sorpresa para Amparo. Se sumó a mi empeño y nos dedicamos “cada uno a lo suyo”. Se necesitaba un escenario ideal. ¡Qué mejor que el Tribunal Superior de Justicia! Su presidente era el licenciado Guillermo Pacheco Pulido, quien me brindó todas las facilidades. La fecha coincidió con el cumpleaños de Amparo y la firma del contrato de la casa que hoy nos alberga. Se hizo una gran promoción, se invitó a las autoridades. Amparo vino expectante, no sabía lo que le esperaba. ¿Qué nueva locura era ésta? La presentación fue un éxito, el público salió conmovido. Se acercaron a historias de vida que les parecían muy lejanas. El momento era oportuno y, ante el público, solicité al licenciado Melquiades Morales, gobernador del estado, su autorización para iniciar un taller

en la sección femenil del Cereso de San Miguel. De esta manera Beatriz y yo empezamos una nueva aventura. El manual inicial se fue modificando; los talleres aumentaron. Aunque sabíamos que no formábamos escritoras, una inquietud general existía: escribir mejor. Comenzamos a auxiliarnos con el análisis de películas, sobre todo de mujeres y con problemáticas sociales cotidianas. Esto es ahora un cineclub que compartimos en nuestro auditorio con todo el público. Beatriz Meyer, Esther Pavón, Laura Fernández, Sonia Corral y Ana Sordo se sumaron como talleristas. Cuando ellas se fueron, llegaron Idolina Sánchez, Leonor Vargas y Mónica Díaz de Rivera. Todas y cada una han dejado un aporte al manual y, lo más importante, para cada una de las participantes su acompañamiento ha sido decisivo. Cuando Beatriz dejó el taller del Cereso, llegó Laura, quien también dio el taller de Teatro del Oprimido y motivó a las alumnas a presentar una obra de teatro y a realizar una pastorela que inscribieron este año en el Concurso de Pastorelas de los reclusorios del país. En este caminar se sumó al equipo de trabajo Gisela Pérez. Como producto de su servicio social con mujeres de Chiapas, propuso un taller para las que no saben leer ni escribir. Éste lo había presentado por su cuenta a la Dirección General, así que, cuando me propuso iniciarlo, pensamos en darle voz a las mujeres analfabetas. Cuatro hemos realizado y el último fue en el Cereso.

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Cuando Mónica suplió a Laura, le pedí que diseñara un taller de lectura que se pudiera agregar a la tarea de escribir. Para todas ha sido una manera de conocer distintas formas de narrar, nuevos mundos. A las del Cereso decidimos llevarles libros que nos permitieran la lectura por entregas. Esto las ha motivado. Esperan con ansia la continuación y las ha hecho enriquecer su lenguaje, leer mejor. El taller se hace en voz alta y todas participan. La lectura, para todas, es una fuerte atracción. La exigencia de las asistentes a los talleres nos llevó a conformar una pequeña biblioteca que, a base de donaciones, ha acumulado ochocientos títulos de narrativa, ensayo, historia y otros temas de interés. demac Puebla cuenta, a partir de 2010, con la psicóloga Magali Becerra para brindar apoyo profesional a las participantes, en caso de que se confronten con sus escritos. Todo esto gracias a que la Fundación Espinosa Rugarcía (Esru), la contrató de tiempo completo y nos brinda sus servicios en beneficio de las asistentes. Las mujeres concluían sus historias y no se querían ir. Se resistían a dejar su espacio, esa habitación propia que conquistaron. Así que dimos inicio al grupo de Las Atrevidas, con el único requisito de haber enviado su autobiografía al concurso. Ellas se reúnen en nuestras instalaciones, leen lo que escriben y no se van. No quieren dejar demac, porque aquí encontraron un lugar lejos de su vida diaria y de su preocupación por el bienestar de los demás, donde ellas son el centro y se concentran en sus propias necesidades y preocupaciones libertarias. Cuando Amparo publicó el manual Secretos, leyendas y susurros, nos pareció magnífico. Esto era lo que demac necesitaba. Le pedí a Mónica que lo adaptara. Idolina hizo un aporte y lo entregamos a Amparo en nuestra reunión anual. Dejamos nuestro manual anterior.

Al trabajo se agregó el taller exprés, Para perderle el miedo a la escritura®. Leonor Vargas se ha apropiado de él de tal manera, que parece diseñada para impartirlo. Hoy día la sede cuenta con variados talleres, gracias a las constantes y atinadas sugerencias de Amparo Espinosa Rugarcía y su equipo de trabajo. En el tiempo transcurrido, las mujeres han contado sus historias de vida y logrado ser más fuertes al regenerar lo dañado. Hablan de sus historias individuales, antecedentes, sus familias, de sus relaciones pasadas, hijos, miedos; del trabajo, la escuela y el amor. Los grupos son la revelación de moldes ocultos de cada historia individual que llevan a imaginar la configuración de un rompecabezas de las vidas femeninas. Son espejos mutuos en los que se reflejan entre ellas. La lectura y la escritura siempre han sido consideradas un acto subversivo para las mujeres, y al ser sujeto y objeto de sus textos y de los de otras, se comprenden. Sienten emociones difíciles de admitir o dolorosas de experimentar. Aprenden a analizar las raíces de algunas condiciones y piensan en la posibilidad del cambio. La tarea de escribir no las salva, pero les da herramientas con las cuales comprender sus vidas. Como dice Tillie Olsen, autora de Silences: “las mujeres que escriben son sobrevivientes”. Estoy convencida de que apropiarse de la escritura ayuda a romper el silencio, a desarrollar una voz poderosa, la propia, y a ser lo suficientemente fuerte para escribir sobre una misma y a apreciar que vale la pena documentarlo. Gracias, Amparo, por darnos estas herramientas y por tu generosidad. Gracias a todas y cada una de las que han pasado y permanecen, a quienes continúan y a todas las que vendrán.

* María Alejandra Montero Clavel , estudió periodismo en el Instituto de Formación Integral y Comunicación en la Universidad Iberoamericana. Se ha acercado a la filosofía, la literatura, los estudios sobre género, la salud reproductiva, la historia, la ópera, la danza y el canto, en diplomados o talleres. Ha trabajado en la Banca, el dif, en el Sol de Puebla, en el diario y la revista Momento. Una de las etapas más importantes transcurrió durante treinta y tres años en Tribuna Radiofónica.

La conducción de La vida en rosa, Collage y La tribuna de Alejandra Montero le permitieron ser parte importante de proyectos para mujeres.

Desde 2002 su tarea es trabajar con las mujeres para que se atrevan a contar su historia en Documentación y Estudios de Mujeres, A.C. (DEMAC) y coordinar en Puebla la Fundación Espinosa Rugarcía.

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Viernes por la mañana. En punto de la hora, las rejas se abren para facilitarme el acceso. La mujer de negro me saluda sin mirarme a los ojos. Trato de ser amable. Conversamos sobre

el clima mientras recorremos juntas los escasos cien metros que nos separan de la entrada a la aduana. El portón verde se desliza tras el esfuerzo del guardia responsable de dejarme pasar. Papeleo. Identificación, por favor. La custodia en turno anota en un libro foliado los datos impresos en mi credencial. Tampoco me mira a los ojos. ¿De dónde viene y a qué? Me interroga. Respondo. Permítame. Transcurren unos segundos. Percibo las voces de los Tigres del Norte entonar una estridente melodía. De atrás de un muro se cuela una voz de mujer. Está bien, que pase. La música se pierde en mis oídos. Firme aquí. Obedezco. Pase a revisión. La custodia abandona el mostrador y me antecede. Entre. Cierra la puerta del cubículo. ¿Qué trae en la bolsa? Sin esperar respuesta revisa los folders que resguarda la bolsa. Cada uno tiene escrito de mi puño y letra un nombre en la pestaña. Contienen varias hojas, unas escritas a mano y otras impresas en computadora. No contesto. ¿Qué son esos papeles?, insiste mientras abre con torpeza mi estuche de lápices. Dos plumones caen al suelo sin que ella se inmute. Retazos de mujeres rotas, murmuro al tiempo que me agacho y recojo los objetos blancos de tapas verde y azul. ¡No la escuché!, alza la voz, ¿qué me dijo que son esos papeles?, repite mientras coloca mi bolso en la silla y con un gesto me indica que levante los brazos. Los textos del taller de Autobiografía y copias fotostáticas del libro que estamos leyendo, contesto sin alterarme. Siento sus manos tocar mis hombros y deslizarse poco a poco hacia abajo. ¡Ah!, está bien, prosigue. ¿Celular? Lo dejé en el coche. Su mano izquierda se detiene en el bolsillo derecho de mi pantalón. Son mis llaves, aclaro antes de que me cuestione de nuevo y se las muestro. Sin más, abre la puerta y la luz del sol pega en mis ojos. Estoy dentro del Cereso de San Miguel.

Escribo estas letras revestida de adentro. Adentro es el espacio de las mujeres privadas de su libertad, así lo nombran y así lo viven. Afuera les representa el pasado reciente que se ha convertido en un futuro incierto, lejano, casi inalcanzable.

retazos de mujeres rotas mónica díaz de riVera álVarez*

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Desde hace casi cinco años, imparto el taller de Autobiografía en la sección femenina del reclusorio. Alejandra Montero, coordinadora de la sede demac en Puebla, me convenció para que cubriera el espacio. La tallerista responsable se iba al extranjero a culminar sus cursos del doctorado y se ausentaría por un periodo no mayor a seis meses. Reticente, y con muchos prejuicios, acepté el reto de enfrentarme a la tarea sin que de mi parte hubiera más expectativa que vencer el temor y la angustia que me generaba la simple idea de entrar a una cárcel. A la distancia, puedo afirmar que ese reto se ha convertido en una de las experiencias más importantes de mi vida: a partir del momento que traspasé la aduana del centro penitenciario por primera vez, no volví a ser la misma. Me apropié del mundo de adentro y eso me marcó. Adentro es una realidad paralela, un lugar donde el único futuro posible con el que soñar es la libertad, y su símbolo, una puerta que se abre. Está habitado, en su mayoría, por mujeres cuyos principales delitos han sido ser pobres, ignorantes y confiadas. Las más son madres separadas de sus criaturas; las menos, hembras recias y bragadas que, a sabiendas de que hicieron algo que se llama delinquir, cambiaron su vida afuera por los muros. Sus historias de vida, sin embargo, tienen un común denominador: todas son mujeres rotas. Todas son hijas, esposas o hermanas de alguien que nunca las pensó en reclusión y que padece junto con ellas. Todas han vivido el amor y el desamor: todas anhelan los abrazos y caricias de su gente y el cobijo de sus casas. Todas son invisibles para la sociedad en su conjunto y muchas veces hasta para las autoridades gubernamentales, así que asistir al taller de Autobiografía, que con generosidad demac les regala, se convierte para ellas en la posibilidad de vislumbrar la libertad interior. Por eso esperan el taller, y la escritura de sus propias historias depende siempre, siempre, de un ayer que pareciera no pertenecerles más. Es entonces cuando empiezo a mimetizarme, a aprender de compasión, (in)justicia y dignidad. Ellas, las del Cereso, escriben con dolor y con el miedo sembrado en los huesos, y me permiten atisbar los surcos en sus letras. Una vez que se apropian de la escritura, todas crecen, cobran seguridad, reviven encuentros felices, olfatean espacios pasados que regresan para confortarlas y perciben la cosecha: han escrito retazos de vida que demac transformará en relatos impresos que las harán visibles.

Salgo del centro de readaptación social. El paso por la aduana se convierte en un proceso eficiente. ¿Cuántas asistencias?, me preguntan. Respondo. Entrego el pase y, una vez que hube estampado mi firma en el libro de registro, recupero mi credencial. Salgo y me encamino al coche. Estoy afuera… y, sin embargo, una parte de mí se queda prendida en el muro de la cárcel. Las voces de las mujeres rotas me acompañan a casa.

* Mónica Díaz de Rivera Álvarez, estudié Hotelería en la Escuela Mexicana de Turismo, profesión que ejercí durante veinte años. Ocupé cargos directivos en diferentes empresas dedicadas a la operación de hoteles, restaurantes y centros nocturnos. El ejercicio de la maternidad me llevó a la vida académica. Fui profesora de tiempo completo en el Departamento de Hotelería de la Universidad de las Américas Puebla, donde también cursé estudios de Literatura e hice diplomados y talleres varios. Soy feminista militante. La oportunidad de trabajar en la Biblioteca Histórica José Ma. Lafragua de la BUAP, desnudó mis inquietudes como lectora e investigadora. Me dedico a leer literatura escrita por mujeres e intento escribir una novela. Desde hace cinco años imparto talleres de autobiografía en demac Puebla.

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Dem-Arte, en Puebla, surge de la necesidad de brindar a las mujeres que no saben leer y escribir, o que son analfabetas funcionales, la oportunidad de contar sus historias de vida. En

demac, las mujeres se han atrevido a relatar sus testimonios a través de la escritura, pero ¿qué pasa con las mujeres que no pueden hacerlo? ¿No tienen derecho a contar su historia? ¿No pueden “atreverse”? En México el analfabetismo, y sobre todo el funcional, es un problema latente. Resulta más complicado si hablamos de mujeres y peor aún de las que viven en comunidades rurales y de las de los sectores de bajos recursos, donde la falta de oportunidades y las represiones del entorno agravan la situación. Ante la problemática cultural, histórica y social que viven muchas de las mujeres de nuestro país, es necesario crear alternativas y herramientas de expresión para ellas. Tras algunos años de experiencia con grupos de mujeres, he comprobado que la dinámica de convivencia las ayuda a resolver situaciones, a expresarse, a cerrar círculos y a enfrentar las dificultades de diferentes maneras. Los talleres en grupo se convierten en “su espacio”, en el lugar donde pueden ser ellas mismas sin represiones ni ataduras. A lo largo de cuatro años, Dem-Arte se ha ido transformando y adaptando a las necesidades de cada uno de los grupos con los que hemos trabajado, sin perder el objetivo principal. A través de distintas actividades artísticas, como pintar, hacer máscaras y tomar fotografías, las mujeres hablan de temas autobiográficos, expresan sus ideas y emociones y comparten experiencias con sus compañeras. La tallerista es la encargada de rescatar y tejer cuidadosamente cada historia de vida. Este taller se ha llevado a cabo en diferentes lugares del estado de Puebla: San Bernardino Tlaxcalancingo, San Juan Tzicatlacoyan, La Resurrección y en el Cereso de San Miguel. La experiencia en el Cereso ha sido de las más enriquecedoras. Las mujeres con las que me tocó trabajar dentro del penal viven en condiciones terribles de marginación porque, además de estar recluidas, sufren del rechazo y abandono por parte del sistema, de sus compañeras y de los propios familiares, debido a sus condiciones de pobreza, etnia, lengua, analfabetismo y enfermedades psiquiátricas.

las Voces de las inVisibles Gisela pérez y pérez*

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Por todo esto, Dem-Arte se convirtió en una parte fundamental de sus vidas, ya que para muchas fue el único espacio de expresión y la única visita que tenían durante la semana. Debo confesar que, cuando llegué a impartir el taller, tenía miedo de lo que pudiera encontrar. Es de humanos cargar con ciertos prejuicios, pero, casi de inmediato, los viernes se convirtieron en algo diferente, olían diferente, se sentían diferentes. Cada semana me acompañó un conjunto numeroso de mujeres. Las constantes, las de siempre, las que nunca faltaron. De repente llegaba una que otra olvidadiza a pedir disculpas por no haberse presentado las últimas veces. Y alguna que otra nueva que acababa de entrar al reclusorio. Delitos varios; para mí todas son seres humanos, no hay diferencia. Al escuchar sus historias, el corazón se me encogía, pero encontraba la fortaleza para que ellas se sintieran seguras. Creo que la línea entre estar allá adentro y estar acá afuera es muy delgada, y tal vez por eso mi vulnerabilidad salió a flote cada vez que las escuchaba. Me gustó su honestidad y confianza. Fue un proceso difícil porque, al estar en reclusión, la prioridad es cuidarse las espaldas. Aun así, el grupo se consolidó; hubo muchas muestras de solidaridad entre ellas. Además, el taller coincidió con la convocatoria del Premio demac Penitenciario, y la mayoría de las integrantes se mostraron muy entusiasmadas por participar. No sólo fue la dinámica de tener un momento y un lugar donde contar sus historias de vida, sino también la oportunidad de entrar al concurso, algo que nunca habían pensado vivir, una experiencia que creyeron inaccesible. Estoy convencida de que las mujeres necesitamos espacios de expresión, de desahogo, de diálogo, en los que podamos utilizar nuestra identidad de género para lo positivo, para crear. La herramienta para hacerlo es el mero pretexto; llámese escritura, pintura, actuación, danza, etc., lo importante es que las mujeres nos apropiemos de nuestra vida y de nuestra esencia, de nuestros sentimientos y emociones, mismos que, históricamente, los prodigamos a los demás hasta el punto de hacerlos invisibles para nosotras y el resto. Dem-Arte es por ellas y para ellas, para todas las que han decidido cambiar, romper esquemas, expresarse, hablar y contar, por todas las que se han atrevido a romper el silencio.

* Gisela Pérez y Pérez, es licenciada en Comunicación con una especialidad en Prevención de Violencia Familiar, ambas por la Universidad Iberoamericana Puebla.

Después de su servicio social en Chiapas, descubrió que su misión en la vida era trabajar por y para las mujeres de este país. Hace cinco años encontró el lugar desde donde puede hacerlo: DEMAC.

Es feminista y pertenece al Comité Técnico del Observatorio de Violencia Social y de Género de la Ciudad de Puebla.

Actualmente estudia danza, su gran pasión y alimento de su alma.

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Estoy aquí, sentada a la mesa que amablemente preparan las personas que cuidan la casa, “Juanito y Barbarita”, cada semana. Espero a mis compañeras con ansia para conocer los

nuevos textos que hoy leerán. Mi ansiedad se calma al escuchar el agua de la pileta que, juguetona e incansable, borbotea. Su murmullo me invita a observarla. Salgo al corredor y no sólo la miro a ella, también veo los muros que rodean el primer patio de la casa. ¡Qué casa más linda! El domo transparente contribuye a que la luz que se derrama sobre las plantas, permita que éstas se luzcan; sus flores de colores brillantes adornan el rededor de la escalera y el pasillo superior donde estoy parada. Este lugar me remite a otra época; exactamente cuál, no lo sé, pero me gusta. Percibo un tiempo ya ido desde que voy llegando, pues la casa está ubicada en pleno centro de la bella y colonial ciudad de Puebla. Cuando atravieso el boulevard 5 de Mayo, veo sólo edificios y casas antiguas, las banquetas son baldosas de piedra, rotas y desgastadas por el uso y el paso del tiempo. Al llegar a la calle 8 norte núm. 208, donde se ubica demac, encuentro la primera calle del Mercado El Parián, donde venden toda clase de artesanías, desde la famosa Talavera poblana y collares de semillas, hasta títeres urgidos porque alguien se los lleve y, al ritmo de una mano diestra, comiencen su carrera de actores, bufandas deshilachadas y descoloridas que hacen juego con el entorno antiguo que se vive. Los puestos de chalupas, pelonas, quesadillas y tamales han desaparecido con las nuevas órdenes gubernamentales, y dejan a estudiantes de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (buap) y transeúntes con el antojo. Muy cerca de aquí, a media calle, está el famoso barrio del Artista, donde hay exposiciones constantes de pintores y dibujantes de rostros y paisajes. En contraste con el tiempo y el entorno, es común ver a parejas de enamorados sentadas, o a veces acostadas, en las bancas, haciéndose toda clase de caricias a plena luz del día; son parte del paisaje cotidiano. Me pregunto ¿qué pensarían o sentirían las personas que habitaron estas casas hace doscientos, cien o cincuenta años con estas manifestaciones de amor? Algunas, quizá, se habrían ruborizado; otras quedarían perplejas y estupefactas y rechazarían el espectáculo, o tal vez habrían deseado ser esos amantes libres de expresar su amor sin prejuicio alguno. Al fondo del barrio, dos cafés adornan sus calles; los artistas cantan al aire libre rodeados de jóvenes ávidos de escuchar las canciones de moda, o de personas un poco maduras esperando

transitando por demac idolina sánchez roVelo*

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oír las que les traen recuerdos de su juventud. Creo que todo el ambiente coopera para las “lecturas de vidas”. Las participantes comienzan a llegar, y yo interrumpo el recorrido que me deja añorando un tiempo ido que se mezcla con un tiempo presente en el que se deslizan, a través de las letras, las vidas de las personas que cuentan sus historias. A cada una le va tocando su tiempo de lectura, y sus palabras también van tocando mi vida. El tiempo que les corresponde es importante, casi sagrado. Así lo entiendo y así lo asumo. Están sedientas de que sus compañeras las escuchen, de contar aquello que les carcome o, quizás, algo que les alegra el alma. El meollo es expresar, narrar sus vivencias, lo que piensan y sienten, sus sinsabores; plasmar en un papel aquello que las ha marcado. Durante el lapso que dura el taller, esperan un comentario acertado a su escrito, el consejo que las ayude a liberarse, a entrar en un monólogo interior que las haga conscientes de sus ataduras. Es el tiempo del llanto, pero también de la risa. A mí me corresponde poner mis cinco sentidos en lo que expresan. Pienso que desean mi comprensión, aceptación, un poco de empatía; sobre todo, sentir que son escuchadas atentamente. Cuando reflexiono sobre el trabajo que realizo en demac, creo que consiste, esencialmente, en escuchar. Con frecuencia constato cuánta necesidad tenemos los seres humanos de ser escuchados, de sentir que nos oyen sin que haya ninguna interferencia. Las personas que asisten a los talleres están

ávidas de que alguien les preste atención, se interese realmente por sus asuntos. El espacio es determinante, está diseñado para eso. No hay nada ni nadie que interrumpa las lecturas, los comentarios u observaciones que se dan entre bromas y lágrimas. Valoro de forma cabal que aquí, en demac, he podido desarrollar el don de la escucha, que me ha impulsado a volar por otros ámbitos, espacios, tiempos, lugares y a conocer un poco más sobre la naturaleza humana. También logro hermanarme con las mujeres; introducirme a ese mundo tan complejo y fascinante de las mentes femeninas. Trabajar con y para las mujeres ha sido una inquietud, un anhelo, que en esta etapa de mi vida se ha realizado. Como dije, las historias que cuentan tocan mi corazón y mi vida. Hay narraciones que me conectan fácilmente con mi interior, con lo que pienso y siento, con lo que he vivido o estoy viviendo. Otros relatos me dejan sumida en un silencio tan profundo que lo único que logro balbucear es: “Sin palabras”… Algunos, muy pocos, no me dicen nada, pero igual pongo en marcha la empatía. Por lo tanto, mis experiencias son variadas; unas me llevan a sensaciones donde sólo prevalece el desconcierto, el asombro, la maravilla. A veces, deseo vivir lo mismo, esa libertad con la que muchas mujeres se atreven a expresar lo que quema, sin prejuicios ni tapujos. En ocasiones, aprendo que el mundo no es sólo este pequeño y estrecho que cabe en mi mente, que me circunda. Comprendo que es mucho más, infinitamente más amplio. Esta tarea coopera a que me conozca a través de mis compañeras, a

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perdida en el discurso machista del que estamos imbuidas o porque hemos tenido que aceptar las diferentes reglas establecidas por la sociedad, so pena de ser rechazadas. Para mí es una labor importantísima trabajar con las mujeres, ya que tenemos una inmensa fuerza para construir una sociedad más digna y con valores al participar activamente en todos los ámbitos de la sociedad, cooperando en el desarrollo de un México más justo e igualitario, con más oportunidades que, hasta ahora, no hemos tenido. Al despertar ellas, yo también despierto, despertamos todos. Cuando el tiempo del taller termina, las participantes, con maletas más livianas, emprenden el regreso a sus hogares. Yo también. Salgo, respiro, el aire golpea mi cara. A través del entorno antiguo que me rodea, percibo que las voces de hace muchos años son las mismas de ahora, las que acabo de escuchar, las que me remontan a la esencia de lo que somos los seres humanos.

ver que mis problemas no son del tamaño que los percibo. Trabajar en demac Puebla me ha abierto un panorama muy diferente de la vida. Hoy puedo entender por qué una mujer se atreve a abortar, odiar y llegar hasta situaciones límite, como asesinar al esposo, tener amantes, abandonar a los hijos, rebelarse contra el papel de mamá o de esposa que la sociedad ha determinado que debe desempeñar, caer en la drogadicción y el alcoholismo, en fin… son tantas las vicisitudes por las que atravesamos los seres humanos, que no es posible enumerarlas. Es muy satisfactorio para mí observar el proceso de transformación de una persona que logra escribir su autobiografía. El cambio es notorio al poco tiempo de haber iniciado el taller. Y cómo no. Con los ejercicios, pronto se adueñan de un espacio y un tiempo —aunque sea muy entrada la noche— y no desean que las interrumpan en este proceso tan doloroso

más profundo. Escribir se convierte en sincero ejercicio de autoconocimiento y transformación. A través de las palabras le ponemos nombre a las emociones; al plasmar en una hoja de papel nuestros más grandes dolores o alegrías, deseos y metas personales, tenemos la posibilidad de crear el futuro que deseamos. Considero que escribir las más íntimas reflexiones es un acto terapéutico y un antídoto para la insatisfacción; es una forma de arte que nos ayuda a conocernos y reconocernos, a saber quiénes somos, por qué somos así, qué nos pasa, qué queremos o por qué no sabemos lo que queremos, hacia dónde quisiéramos dirigir nuestra vida. La escritura se convierte, entonces, en una profunda práctica espiritual. Mi vida ha cobrado un inmenso sentido al contribuir con un granito de arena a que las mujeres mexicanas despierten del letargo en que se encuentran desde hace siglos, a que sean conscientes de lo que quieren y de lo que no quieren, a que recuperen su identidad

y difícil de exorcizar su dolor. Esto ya es un gran logro, pues nunca antes meditaron en esa posibilidad. El cambio comienza a suscitarse en la medida en que hay apertura para contar sus historias. Las que escriben desde su corazón, sin miedo a los prejuicios o al qué dirán, de una manera auténtica, son las que tiene un cambio significativo. Al ir leyendo sus escritos, van abriendo sus corazones y mentes; las cargas que les pesaban como un fardo, se convierten en equipaje ligero; las caras largas y tristes pronto se transforman en sonrisas que aparecen con frecuencia; se acomodan los empachos emocionales y psicológicos; las culpas, los resentimientos, los enojos y las depresiones se van esfumando como una nube negra. Hay un gran alivio en ellas, poco a poco adquieren más seguridad, pues recobran la autoestima, parte clave para su sanación. El proceso es mágico, ya que escribir te obliga a hacer un viaje interno; una aprende a explorarse y, en el recorrido, se descubre nuestro “yo”

* Idolina Sánchez Rovelo, nació en Comitán, Chiapas. Aunque desde su infancia fue amante de la literatura, estudió la licenciatura en Contaduría Pública en la buap. Posteriormente, estudió cuatro semestres de la carrera en Lingüística y Literatura Hispánicas en la misma universidad, pero por motivos familiares la tuvo que abandonar. De 1996 a 2000 estudió la maestría en Literatura Hispanoamericana en la uia-Puebla, donde impartió clases de Literatura y Redacción durante cinco años. Tiene estudios en Logoterapia y Educación Montessori. Trabaja en los talleres de autobiografía en DEMAC Puebla desde 2006.

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Para perderle el miedo a la escritura® es el título que se ha dado a un taller breve, promovido por demac, con el que se pretende introducir a las mujeres como tú, que te encuentras leyendo este

boletín, al mundo de la escritura autobiográfica y, a través de la misma, invitarlas a autoexplorarse y deshacerse de las cargas que se acumulan a lo largo de la vida. En efecto, en referencia al miedo que se menciona en el título del taller, desde mi experiencia como su conductora en la sede demac de Puebla, a lo primero a que se enfrentan las mujeres que asisten es al temor de ser juzgadas por la calidad y corrección de su escritura: “Pero si yo estudié hasta tercero de primaria y apenas sé escribir”, dice una de ellas; “Yo no soy buena para escribir, tengo muy mala letra y se me cansa la mano”, dice otra; “¿Y nos van a corregir?”, pregunta una más. Tras entender que no hay obligación de escribir “bien”, las mujeres sueltan la primera carga: es un escrito libre y no se va a juzgar. “Mi vida es muy simple, no tengo nada interesante que contar”, es el decir de muchas mujeres que piensan que deben contar historias extraordinarias para que sean dignas de ser escuchadas. “A mí me da pena hablar de mí”, exponen aquellas que se sienten intimidadas ante la presencia del grupo y el qué van a pensar de mí las demás. Aceptar como importante y honrar la experiencia de todas, así como sentirse escuchadas sin ser criticadas, permite a las asistentes entrar en esa dinámica de aceptación y respeto que les ayuda a soltar otra serie de cargas más: la imagen ideal, las vergüenzas, la timidez, la inseguridad, el peso del qué dirán… Finalmente, conforme los obstáculos van quedando atrás, la confianza va apareciendo y las asistentes comienzan a perder el miedo, no sólo a escribir, sino a verse a sí mismas en el espejo de las demás: “Creo que la frase de la doctora Amparo Espinosa que más resuena en mí, después de haber tomado el taller, es la que dice que “contar nuestra vida por escrito favorece el descubrimiento de nuestra interioridad y nos permite objetivizarnos ante nosotras mismas y dejar constancia de nuestras experiencias de vida”, coinciden en señalar la mayoría de las participantes. ¿Será que lo descrito arriba significa que se ha perdido el miedo a la escritura, o se habrá perdido algo más que eso? Desde mi experiencia, los miedos que padecen las mujeres no sólo son a escribir, sino a exponerse y verse a sí mismas. Más que perder los miedos, las mujeres logran enfrentarlos y trascenderlos, lo que les permite contar y vivir sus vidas con dignidad.

para perderle el miedoa la escritura®

leonor VarGas Gil lamadrid*

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* Leonor Vargas Gil Lamadrid, estudió la licenciatura en Psicología y la maestría en Investigación Educativa, en la Universidad Iberoamericana de la ciudad de México. Años más tarde, en Puebla, terminó la maestría en Lengua y Literatura, en la Universidad de las Américas y, más adelante, continuó su formación en el Instituto Humanista de Psicoterapia Gestalt. Cuenta con especialidad en psicoterapia de adolescentes, pareja, sexualidad y musicoterapia.

Ha incursionando en varias actividades: práctica privada como psicoterapeuta, docente universitaria en el área de la escritura y del desarrollo humano en la udla y en la uia. Participa en el acompañamiento a mujeres que escriben textos autobiográficos en la sede demac Puebla y es la encargada de conducir los talleres cortos: Para perderle el miedo a la escritura®.

Cabría la pregunta: ¿cómo es posible que esto se logre en tan sólo cinco horas de trabajo? Desde luego que hay ritmos diferentes y no todas las asistentes caminan al mismo paso. Cada grupo es diferente. No obstante, de forma sorprendente, al menos durante las horas del taller, queda patente que se logra un cambio favorable en las participantes, en el sentido arriba expuesto. Sin importar condición social, edad, o problemática de vida, en todos los grupos he podido constatar el poder de la escritura, de la contención del grupo y de la escucha atenta, para que se expongan temas de lo más variados y sensibles para las asistentes. “Nunca me imaginé que me atrevería a hablar de esto alguna vez”, comentó en alguna ocasión una mujer que había sido víctima de abuso sexual. “Deberíamos de juntarnos más y compartir nuestras cosas. Es un alivio saber que no soy la única a la que le pasa esto”, señaló en otra ocasión la mamá de un grupo de madres con hijos con discapacidad. En la sede poblana de demac ya se ha organizado un buen número de talleres de este tipo, y en los cuales, salvo que todas las asistentes son mujeres, no podríamos decir que se observe algún otro común denominador. Cada grupo y cada experiencia han sido diferentes. Hemos trabajado con madres de hijos desaparecidos, de hijos con discapacidad, de alumnos de escuelas privadas… Ha habido grupos de mujeres provenientes de zonas urbanas marginadas, esposas de funcionarios públicos, mujeres sobrevivientes de cáncer de mama, alumnas de secundaria y preparatoria, así como profesoras y alumnas universitarias.

Finalmente, además de que todas son mujeres, su condición como seres humanos es algo que las hermana. Todas, sin distinción de edad, educación o posición social, están inmersas en vivencias similares, propias de nuestra humanidad: penas, anhelos, miedos, deberes, alegrías, carencias, satisfacciones, luchas y éxitos. Como seres humanos, todas tienen una vida que contar y todas se ven tocadas por las vidas de las demás. Recuerdo una ocasión en la que en el grupo había dos mujeres jóvenes, junto con otras ya maduras. En algún momento las jóvenes hablaron de su experiencia de ser hijas de madres exigentes y protectoras, y las mayores, de su experiencia de ser mamás de jóvenes rebeldes y auto-suficientes. Después de haber leído y escuchado la experiencia de cada una, terminaron diciendo: “Ahora entiendo a mi mamá”, “Ahora entiendo a mi hija, ya se me había olvidado que yo fui igual”. Por lo general, las mujeres llegan al taller sin una idea clara de lo que va a pasar. Se notan curiosas y temerosas, pero abiertas a la experiencia. Pocas veces imaginan lo que ahí puede suceder, y finalmente resulta en una sorpresa para todas. Una sorpresa en la que, a la vez que descubren otras realidades y formas de ver y vivir la vida, se encuentran a sí mismas y toman consciencia de alguna o algunas de las necesidades que no están siendo atendidas. “Creo que tengo que darme más tiempo para mí y dejar de estar pendiente de complacer a los demás”, “necesito aprender a decir que no”, “voy a hablar de esto con…” Son algunas de las frases que surgen de los labios de las participantes.

Por último, si de perder el miedo se trata, habrá que mencionar que a mí, como facilitadora del taller, también hay experiencias que me impactan. Creo que el temor más importante al que me he tenido que enfrentar es al hecho de acompañar en las emociones a las participantes. En ese sentido, el miedo que creo hay que perder es a escuchar las penas, la tristeza y la rabia: escuchar, aceptar y sostener la emoción que surge, de la manera y en el momento en que surge. Acompañar a la persona que lo experimenta y estar pendiente de las reacciones emocionales del grupo sin, por temor, frenar la libre expresión. Para mí, ese sería el miedo más importante a superar y con el que hay que transitar a lo largo del taller para que se logre su objetivo y no se convierta en una reunión meramente social. “Sí, eso es triste”, es una manera de intervenir sin evadir la emoción. Cabe añadir que, desde luego, no todo es drama en estos talleres, también hay momentos de risa y alegría, para lo que también hay que perder el miedo. Como dice el dicho: “Las palabras se las lleva el viento”. En este taller las palabras se quedan plasmadas en el papel y las vivencias en ellas representadas nos las llevamos puestas. Después de haber leído algo de lo que sucede en estos talleres, y retomando el título que se le ha dado, ¿te parece que será sólo para perderle el miedo a la escritura? Así como las mujeres que se atreven a escribir su historia, y a enviarla para que otras la conozcan, ¿te atreverías tú a iniciarte tomando este taller? Quedas invitada y serás bienvenida.