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Luis Alfonso Aranguren Gonzalo Educar en la reinvención de la solidaridad Luis Alfonso Aranguren Gonzalo Educar en la reinvención de la solidaridad A Paco Aperador, micrófono de la solidaridad Luis A. Aranguren Gonzalo trabaja actualmente como responsable del Programa de Voluntariado de Cáritas Española y es coordinador de la Comisión de Formación de la Plataforma para la Promoción del Voluntariado en España. Miembro del Instituto E. Mounier, forma parte del Consejo de Redacción de la revista Acontecimiento, y durante seis años ha participado en el Seminario Xavier Zubiri, de Madrid. Ha trabajado durante diez años como profesor de instituto en Getafe y ha colaborado como docente en diversos programas de formación para profesorado en torno a los temas transversales y la educación en valores. Tiene en preparación dos libros sobre antropología filosófica y un tercero sobre la ética y pedagogía de la interculturalidad (en colaboración con Pedro Sáez). Ha escrito artículos de carácter filosófico y educativo en revistas como Paideia, Psiquis, Revista Agustiniana o Religión y Cultura, entre otras. Es autor de la tesis doctoral Persona y Dios en el pensamiento de Jean Lacroix. En el presente trabajo partimos de una doble convicción. La primera es que buena parte de lo que hoy se entiende y practica como solidaridad, y debido a los agentes ideológicos que la sacralizan, carece de contenido moral. En segundo lugar, entendemos que es preciso reinventar con urgencia la solidaridad como valor ético que se puede integrar y ofertar en el marco educativo y social donde nos movemos, lo cual nos conduce a generar un pensamiento riguroso en sus fundamentos y flexible en su realización, de manera que la cultura de la solidaridad obedezca en verdad a un cultivo a largo plazo y no a una moda tan efímera como ineficaz. 22 CUADERNOS BAKEAZ 22 CUADERNOS BAKEAZ bakeari buruzko dokumentazio eta ikerkuntzarako zentroa centro de documentación y estudios para la paz EDUCACIÓN PARA LA PAZ EDUCACIÓN PARA LA PAZ ÍNDICE 1. El peso de la realidad que desborda 2 2. Modelos de solidaridad 3 3. Balance de urgencia 6 4. Antropología de la solidaridad 8 5. Hacia una ética de la solidaridad 8 6. Educar en la solidaridad 11 7. La solidaridad mira al Sur 13 Notas 14 Bibliografía 14 Los años ochenta fueron tiempos de obsesión por todo lo juvenil: se trataba de rejuvenecer a la sociedad o de prolon- gar eterna y artificialmente la juventud. Ser joven/aparentar ser joven era sinónimo de prestigio y de reconocimiento social. Con los años noventa una nueva obsesión ha poblado las calles y las preocupaciones del Occidente rico: hemos entrado en la era de la solidaridad. Junto a la acción y pre- sencia de personas y colectivos en zonas de conflicto bélico o grave inestabilidad social, y la pequeña y cotidiana aporta- ción que muchas personas realizan de modo voluntario con vecinos, enfermos, inmigrantes, gentes sin hogar y otras per- sonas o colectivos excluidos del carril del bienestar, se obser- va —igualmente— la profusión de acciones (llamadas solida- rias) que se presentan en forma de espectáculos televisivos, festivales benéficos, “voluntariados” de famosos/as, exposi- ciones donde cada organización compra-vende su producto solidario, publicidad agresiva que trata de culpar al ciu- dadano y captar socios o dinero utilizando la desgracia ajena, nuevos programas de televisión que compiten por más audiencia introduciendo supuesta temática solidaria, o introducción del gran capital de la banca y de las multina- cionales en el llamado “mecenazgo” social que supuesta- mente apoya con su dinero causas solidarias desde la óptica de la causa y el horizonte del propio beneficio económico. Con este primer escarceo por las sendas de la solidaridad no sólo constatamos una nueva moda o una estética más o menos aceptable. Nos encontramos ante una lamentable con- fusión y ante el secuestro de un valor ético. Si el secreto de la moralidad de una persona o de una sociedad radica

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  • L u i s A l f o n s o A r a n g u r e n G o n z a l o

    Educar en la reinvencinde la solidaridad

    L u i s A l f o n s o A r a n g u r e n G o n z a l o

    Educar en la reinvencinde la solidaridad

    A Paco Aperador, micrfono de la solidaridad

    Luis A. Aranguren Gonzalo trabaja actualmente como responsable del Programa de Voluntariado de Critas Espaola y escoordinador de la Comisin de Formacin de la Plataforma para la Promocin del Voluntariado en Espaa. Miembro del

    Instituto E. Mounier, forma parte del Consejo de Redaccin de la revista Acontecimiento, y durante seis aos ha participadoen el Seminario Xavier Zubiri, de Madrid. Ha trabajado durante diez aos como profesor de instituto en Getafe y hacolaborado como docente en diversos programas de formacin para profesorado en torno a los temas transversales y la

    educacin en valores. Tiene en preparacin dos libros sobre antropologa filosfica y un tercero sobre la tica y pedagoga de lainterculturalidad (en colaboracin con Pedro Sez). Ha escrito artculos de carcter filosfico y educativo en revistas como

    Paideia, Psiquis, Revista Agustiniana o Religin y Cultura, entre otras. Es autor de la tesis doctoral Persona y Diosen el pensamiento de Jean Lacroix.

    En el presente trabajo partimos de una doble conviccin. La primera es que buena parte de lo que hoy se entiende y practicacomo solidaridad, y debido a los agentes ideolgicos que la sacralizan, carece de contenido moral. En segundo lugar,

    entendemos que es preciso reinventar con urgencia la solidaridad como valor tico que se puede integrar y ofertar en el marcoeducativo y social donde nos movemos, lo cual nos conduce a generar un pensamiento riguroso en sus fundamentos y flexibleen su realizacin, de manera que la cultura de la solidaridad obedezca en verdad a un cultivo a largo plazo y no a una moda

    tan efmera como ineficaz.

    22CUADERNOS

    BAKEAZ

    22CUADERNOS

    BAKEAZ

    bakeari buruzko dokumentazio eta ikerkuntzarako zentroacentro de documentacin y estudios para la paz

    EDUCACINPARA LA PAZEDUCACINPARA LA PAZ

    NDICE

    1. El peso de la realidad que desborda 22. Modelos de solidaridad 33. Balance de urgencia 64. Antropologa de la solidaridad 85. Hacia una tica de la solidaridad 86. Educar en la solidaridad 117. La solidaridad mira al Sur 13

    Notas 14Bibliografa 14

    Los aos ochenta fueron tiempos de obsesin por todo lojuvenil: se trataba de rejuvenecer a la sociedad o de prolon-gar eterna y artificialmente la juventud. Ser joven/aparentarser joven era sinnimo de prestigio y de reconocimientosocial. Con los aos noventa una nueva obsesin ha pobladolas calles y las preocupaciones del Occidente rico: hemos

    entrado en la era de la solidaridad. Junto a la accin y pre-sencia de personas y colectivos en zonas de conflicto blico ograve inestabilidad social, y la pequea y cotidiana aporta-cin que muchas personas realizan de modo voluntario convecinos, enfermos, inmigrantes, gentes sin hogar y otras per-sonas o colectivos excluidos del carril del bienestar, se obser-va igualmente la profusin de acciones (llamadas solida-rias) que se presentan en forma de espectculos televisivos,festivales benficos, voluntariados de famosos/as, exposi-ciones donde cada organizacin compra-vende su productosolidario, publicidad agresiva que trata de culpar al ciu-dadano y captar socios o dinero utilizando la desgraciaajena, nuevos programas de televisin que compiten porms audiencia introduciendo supuesta temtica solidaria, ointroduccin del gran capital de la banca y de las multina-cionales en el llamado mecenazgo social que supuesta-mente apoya con su dinero causas solidarias desde la pticade la causa y el horizonte del propio beneficio econmico.

    Con este primer escarceo por las sendas de la solidaridadno slo constatamos una nueva moda o una esttica ms omenos aceptable. Nos encontramos ante una lamentable con-fusin y ante el secuestro de un valor tico. Si el secreto de lamoralidad de una persona o de una sociedad radica

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    segn Ortega en mantenerse en el propio quicio, sinduda en la actualidad nuestra sociedad se encuentra des-quiciada; o, lo que es lo mismo, baja de moral, desmorali-zada, a merced de una solidaridad en la que todo vale, ydonde no se cuestiona si la sociedad progresa moralmente ono. Lo que no se pone en duda es que el enriquecimiento eco-nmico es un barco blindado que ha de llegar a buen puerto.

    Por otro lado, en el mbito educativo nos encontramosante las enormes posibilidades transformadoras que planteala realizacin de los llamados temas transversales que marcala LOGSE. En este campo, salvo honrosas excepciones, asisti-mos a una indiferencia generalizada del profesorado porestas cuestiones, que se viven como algo cargante y aadidoa lo mucho que ya hay que hacer; en algunos casos, la deci-sin por embarcarse en alguno de los temas transversales seconvierte en el ropaje edulcorado que adorna el proyectoeducativo del centro, pero que no consigue atravesar la epi-dermis de los planteamientos y actitudes de la mayora de lacomunidad educativa.

    En este estado de cosas, el presente trabajo pretende con-seguir dos objetivos fundamentales: en primer lugar, aportarelementos de clarificacin con el fin de abordar los distintosmodelos de solidaridad que hoy coexisten en el seno denuestra sociedad occidental; en segundo lugar, trataremos deperfilar los rasgos del modelo que coloca en el otro, cado yherido en su dignidad de persona, la razn tica originaria apartir de la cual emprender un proceso solidario alternativo.Se trata, a nuestro juicio, de reinventar la solidaridad redes-cubriendo los recursos y posibilidades con los que cuentatodo ser humano.

    1 El peso de la realidad que desbordaEl anlisis de la situacin poltica, cultural y econmica denuestra sociedad no constituye el motivo central de nuestrareflexin. Sin embargo, para plantear la solidaridad comoalternativa a una sociedad basada en la desigualdad y en lainjusta distribucin de la riqueza, hemos de saber estar ajus-tadamente en la realidad. Y lo ms real es, sin duda, la injus-ta pobreza, desde la cual se puede comprender la totalidadde los procesos sociales. Una mnima honradez con lo realnos exige saber estar en la realidad, no fabricarla ni ideologi-zarla. No se nos oculta, por otro lado, que la percepcin deesta realidad se torna en peso que desborda cuando no entragedia difcil de asimilar. A esta dificultad hay que aadir-le la visin meditica de la realidad que se nos ofrece y quealimenta, en primer lugar, un alto grado de emotividad sen-timental que deviene finalmente en indiferencia e insensibili-dad y, en segundo lugar, fomenta la impotencia ante la mag-nitud del mal que nace de la responsabilidad de los hombres.Este peso que desborda se articula, al menos, en las siguien-tes dimensiones:

    El peso del Norte frente al Sur, a escala planetaria. Estepeso se expresa mediante la categora de desigualdad, cuyapresencia es necesaria para que el bienestar del Norte semantenga intocable; el patrn de desarrollo desbocado delNorte slo es sostenible en la medida en que se mantenga ladesigualdad extrema, pues de otro modo los recursos mun-diales no alcanzaran para todos.1

    El peso del lmite del crecimiento econmico y la imposi-bilidad de universalizar el grado de consumo que generamosen Occidente. La globalizacin de la economa que queda enmanos del mercado, lejos de convertir el capitalismo en el

    modelo triunfante a seguir, ha demostrado con los hechosque fracasa estrepitosamente cuando se trata de asegurar elbienestar e, incluso, la simple supervivencia del conjunto dela humanidad.2 Los lmites del desarrollo topan la escasez;los recursos son limitados y resulta tcnicamente inviableextender el modo de vida occidental a todo el planeta.

    El peso de la sociedad postindustrial que gira en torno aldoble fenmeno de la dualizacin y de la exclusin social:punto y contrapunto de un proceso que afecta no slo a labrecha creciente entre Norte y Sur, sino que da cuenta de unCuarto Mundo formado por personas y colectivos empobre-cidos y marginados de los circuitos productivos, que vivenen la precariedad existencial y relacional y que constituyenlo que Latouche denomina los nufragos del sistema, losnuevos pobres de los pases ricos.3

    Esta naciente sociedad, prolongacin de la sociedadindustrial que apunta su declive en la crisis econmica de1973, monta en torno a la revolucin tecnolgica un nuevomodo de vida caracterizado, entre otras, por las siguientescaractersticas: robotizacin del trabajo y, con l, desapari-cin del pleno empleo; extensin de los costes sociales enforma de reconversiones industriales, jubilaciones anticipa-das, reajustes en las empresas, etc.; homogeneizacin deproductos, de hbitos de consumo, de sistemas de ventas,de sistemas de financiacin, etc.; potenciacin del sector ser-vicios como nuevo yacimiento de trabajo y de desarrolloeconmico.

    El peso del pensamiento nico. Asistimos a una nuevaforma de totalitarismo econmico, poltico y mental que searrodilla ante el aparente triunfo definitivo del mercado; unmercado necesariamente ligado al gran poder de controlsocial que representan los medios de comunicacin demasas. La globalizacin econmica y el control social queejerce la informacin que generan los medios configuran elpensamiento nico. En efecto, la vieja estructura polticaexpresada en el Estado queda superada y minimizada por laglobalizacin y el poder concentrado tanto en organizacionesfinancieras como el Banco Mundial o el Fondo MonetarioInternacional, como en grandes multinacionales y transna-cionales cuyo poder e influencia supera, con mucho, a lamayor parte de los Estados nacionales del planeta.Asistimos, de este modo, a un proceso de globalizacin que,si bien uniforma ciertos hbitos y costumbres, ayuda aensanchar la brecha entre el Norte y el Sur del planeta. Laglobalizacin no es la misma desde el centro que desde laperiferia del sistema imperante. De modo complementario,el pensamiento nico expresado en la realidad mediticase constituye en ideologa dominante que encubre sistemti-camente la verdad de la realidad, limitndose a ofrecernoslos acontecimientos a travs del filtro televisivo-informativo.De ello se deduce que el objetivo prioritario para el ciu-dadano, su satisfaccin, ya no es comprender el alcance deun acontecimiento, sino simplemente verlo.4

    El peso de la cultura posmoderna, que tras declarar finali-zado y fracasado el proyecto ilustrado moderno arrastr alos mismos lodos la posibilidad de retomar un modelo derazn que aliente, sostenga y d cabida a la totalidad del serhumano. De este modo, y a falta de referentes racionales uni-versales, el fragmento se ha adueado de la cultura contem-pornea, y la persona ha quedado reducida a consumidoraempedernida de realidades virtuales sin otra compensacinque el vagabundeo incierto envuelto en aires nihilistas; enesta atmsfera slo se respira malestar o, lo que es lo mismo,falta de referentes polticos, ticos e, incluso, religiosos. Laposmodernidad se ha erigido en eclipse que ensombrececualquier tentativa emancipadora o transformadora de larealidad. Ms adelante comprobaremos cmo este talanteanida en el fondo de la propuesta posmoderna que gira entorno a la solidaridad.

  • 22 Modelos de solidaridadEl peso de la realidad choca con los intentos de mutilar elcontenido del valor tico de la solidaridad. En cualquiercaso, conviene sacar a la luz estas intenciones y analizarlasen confrontacin con lo que podra ser la apuesta por unasolidaridad realmente cargada de valor humanizador ytransformador de la realidad injusta.

    Ms que de dos modelos enfrentados entre s cabra hablarde una diversidad de modelos, cuyas fronteras, en ocasiones,resulta difcil definir. En este caso, contemplamos cuatromodelos de solidaridad bajo el prisma de unos indicadorescomunes para todos ellos (ver Tabla 1). Sin extendernos enexcesivos detalles, stos seran los modelos en cuestin:

    Solidaridad como espectculoYa a principios de los aos ochenta algunos cantantes y gru-pos musicales famosos compusieron y lanzaron al mercadocanciones cuyos beneficios iban a parar a causas de tiposolidario (we are the world, we are the children constituyeel canto paradigmtico de aquellos aos). A este tipo deacciones aisladas les acompaaron ms tarde festivales yespectculos cuyo reclamo era la colaboracin en gestos soli-darios. A la tica de la solidaridad le sigui la falsa estticade la solidaridad o la solidaridad como espectculo.Inmersos en la cultura posmoderna, la solidaridad se con-vierte en artculo de consumo cuya compra-venta vara enfuncin de los dictados de la moda del momento; nuestromomento, por otro lado, es de auge de la moda solidaria. Enefecto, la pasin por lo nuevo que la moda posmodernaimpone como imperativo categrico se torna actualmente enconsumo de solidaridad, cuyos beneficios no radican tanto

    Luis Alfonso Aranguren Gonzalo Educar en la reinvencin de la solidaridad

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    Tabla 1 Modelos de solidaridad

    ESPECTCULO CAMPAAS COOPERACIN ENCUENTRO

    Metodologa

    Cauce

    Visin del conflicto

    Grado de implicacin

    Modelo devoluntariado

    Horizonte

    Efectos para losagentes

    Efectos para losdestinatarios

    Modelo tico

    Palabra clave

    Ocasional-descendente.Festivales.

    Medios decomunicacin, ONG.

    Desgracia.

    No seguimiento. No proceso.Solidaridad con eldesconocido.

    Colaboradores en losespectculos.

    Mantener el desordenestablecido.

    Consumir solidaridad.

    Objetos de consumo,seres sin rostroo con rostrodescontextualizado.

    tica posmoderna-indolora.Neoepicuresmo.

    Mercado.

    Ocasional-descendente.Informacin.

    Medios decomunicacin, ONG.

    Lacra.

    Seguimientoeconmico.No proceso.

    En situaciones lmite.

    Paliar efectos de lascatstrofes.

    Desculpabilizacin.

    Alivio temporal.

    Emotivismo tico.Solidaridadeconmico-impulsiva.

    Ayuda.

    Ocasional/permanente.Descendente/ascendente.Organizacin.

    ONG, voluntariado.

    Desajuste del sistema.

    Seguimiento deproyectos.

    Puesta en marcha deproyectos.

    Ayuda promocionaldesde la organizacinde la ONG.

    Toma de conciencia-experiencia.

    Dependencia pararealizar los proyectos.

    tica del consensodesde el acuerdo.

    Desarrollo.

    Permanente/ascendente.Presencia.

    ONG, voluntariado.

    Desequilibrio radicalNorte-Sur.

    Procesos deacompaamientopersonalizado.

    Forma de hacery de ser.Alternativa desociedad.

    Promocin ytransformacin socialdesde losdestinatarios.

    Contribucin aconfigurar un proyectode vida.

    Protagonistas de suproceso de liberacin.

    tica compasivadesde los excluidos.

    Transformacin.

  • en el valor de la solidaridad en s mismo, como en el valor decambio que supone para el individuo consumidor (prestigio,posicin social, etc.). No pocas empresas sacan a la luz (ensus tablones informativos) las listas de los trabajadores quevoluntariamente donan parte de su sueldo para fines ben-ficos. Para este modelo de solidaridad no existen conflictossociales, tan slo desgracias ocasionales. La solidaridadcomo espectculo enmascara los problemas sociales, polti-cos y econmicos de fondo provocando reacciones emocio-nales y sensacin de utilidad; pero brilla por su ausencia unmnimo anlisis crtico de la realidad y, por ende, la posibili-dad de toma de conciencia y de movilizacin contra la injus-ticia. Estamos ante un tipo de solidaridad compaera deviaje del hedonismo y del carpe diem frvolo que plantea vivirapasionadamente el momento sin ms pasin que el consu-mo efmero de fragmentos placenteros. En este contexto, lasolidaridad no puede ir acompaada de lucha por la justicia,sino, antes bien, son necesarios los festivales, el rock, la parti-cipacin de famosos, el bullicio y un precio mdico que hagaposible la participacin pasajera en un evento de carctersolidario. Desde este punto de vista, ms que realizar unaaccin solidaria se consume solidaridad en un horizontesociopoltico de mantenimiento absoluto del desorden esta-blecido. La telemaratn-recauda-millones-a beneficio de... hasustituido a la calle, a la fbrica o a la universidad comolugar de ejercicio de la solidaridad.

    Desde el punto de vista tico, este modelo de solidaridadencaja en lo que Lipovetsky denomina altruismo indoloro,propio de una sociedad posmoralista5 en la que ha desapare-cido el deber, el sacrificio, el esfuerzo y la obligacin. Lasolidaridad vale si no cuesta; la solidaridad tiene sentido sipresenta un rostro amable y me hace sentirme a gusto. Uncierto neoepicuresmo alberga esta propuesta de solidaridadplacentera; el principio-placer, expresado en sentirse unobien y en evitar el dolor o, en este caso, en evitar el esfuerzopersonal, la obligacin o el sacrificio, sienta las bases de unmodo de entender la solidaridad donde no existe la implica-cin personal. La solidaridad como espectculo constituye elmbito del nuevo jardn epicreo donde los amigos se re-nen, conviven y se solidarizan con nobles causas. Es unanueva forma de hedonismo domesticado que, si bien no con-duce de lleno a la ataraxia que propona el maestro deSamos, instala a los ciudadanos en la solidaridad a la defen-siva, prudente, que marca la distancia respecto a los proble-mas sociales reales.

    El compromiso que se adquiere es mnimo; el compro-miso en cuerpo y alma ha sido sustituido por una partici-pacin pasajera, a la carta, a la que uno consagra el tiempo yel dinero que quiere y por el que se moviliza cuando quiere,como quiere y conforme a sus deseos primordiales de auto-noma individual.6 Al altruismo indoloro le acompaa lalabor de los medios de comunicacin de masas que homoge-neizan este modelo tico. La tele-solidaridad busca adictos ypor ello fija las causas solidarias. En este sentido, la lgica decuanto peor, mejor cabe aplicarla a la solidaridad comoespectculo: cuanto ms desgraciada y trgica sea la causapor la cual se busque consumo solidario de audiencia, msxito se obtendr en la respuesta. En ltimo extremo, es elmercado, y sus leyes de mximo beneficio, quien maneja einstrumentaliza este modelo de solidaridad.

    Solidaridad como campaaEn parte, se trata de una derivacin del modelo anterior.Fomentada la desgracia ajena desde los medios de comunica-cin de masas, se acenta la solidaridad como la respuestainmediata a una situacin de mxima urgencia; en este terre-no, los recientes sucesos en la zona de los Grandes Lagos, enfrica, nos sirven de referente. De nuevo, la visin del con-flicto brilla intencionadamente por su ausencia: si tutsis yhutus combaten entre s, es un problema tnico; si los albane-ses huyen en barcazas a Italia, es un problema de poltica

    interior albanesa; si un terremoto causa muerte y dolor enMxico, es una desgracia que sufren los pobres; en ningnmomento se cuestiona la implicacin histrica del PrimerMundo en la fragmentacin y divisin de los pueblos delTercer Mundo, ni se pregunta por qu un sesmo de lamisma intensidad produce distintos efectos en Los ngelesque en Mxico. Parece como si las cosas acontecieran porfatales circunstancias, cuando buena parte de esas circuns-tancias tienen ya nombre y responsabilidad que gravitan enel Norte del planeta. A las campaas de solidaridad les uneel referente de la denominada ayuda humanitaria, unaayuda que en rigor no resuelve los problemas ni suscausas estructurales, pero atiende a lo urgente. La ayudahumanitaria se asemeja a un servicio de urgencias volunta-rioso y cada da mejor equipado pero que se encuentra muylimitado. Como reconoce J.M Mendiluce, estn sonando yatodas las seales de alerta. El servicio de urgencias no puede,por s solo, evitar la llegada de ms y ms vctimas, porqueno cuenta con mecanismos de prevencin. Y tampoco dispo-ne de los necesarios para la curacin. Evita muchas muertes,pero no todas, y no puede dar de alta a los pacientes paraque vuelvan a casa.7 La ayuda humanitaria se asemeja aSsifo llevando su carga esta vez en forma de ayuda a loalto de la montaa, para volver una y otra vez a subir lamisma montaa con la sensacin de cansancio, hasto eimpotencia ante el drama que no cesa. En este sentido,hemos de reconocer con Emma Bonino que la accinhumanitaria no puede por s sola resolver ninguna crisis.8

    Por otro lado, las campaas planteadas por los medios decomunicacin y las grandes organizaciones humanitarias nose han visto acompaadas por un seguimiento de la situa-cin, de las aportaciones realizadas, de los efectos que hanproducido esas mismas campaas. Por el contrario, siguien-do los dictados de la moda de lo efmero, son los media losque fijan las causas prioritarias, los que estimulan y orientanla generosidad, los que despiertan la sensibilidad del pbli-co.9 Se nos presentan las tragedias de los dems en forma depldoras de rpido efecto (el efecto de la inmediata conmo-cin sentimental); para ello es imprescindible no cansar altelevidente con los mismos problemas eternamente. Lasolidaridad en forma de campaa atiende a la punta del ice-berg, a la situacin lmite de hambruna, de refugiados sinhogar, de vctimas de los conflictos blicos, etc. Es unasolidaridad que comienza y acaba en la ayuda concreta en unconflicto concreto y que se desentiende de los procesos quelo han producido. No hay ms horizonte que paliar las con-secuencias de las catstrofes que acaecen en ciertos lugaresdel planeta, sin cuestionarse sus causas.

    Desde el punto de vista tico nos encontramos no ya conun altruismo indoloro, con una solidaridad a distancia y dis-tante, sino con una moral sentimental-meditica,10 dondeprevalece la simpata emotiva hacia las vctimas de las trage-dias. La conmocin ha de llevar a la accin, entendida stacomo colaboracin econmica. En este sentido, resulta intere-sante analizar la publicidad agresiva que ciertas ONG reali-zan en sus campaas institucionales. Una de ellas seala:Tu compasin no basta. Necesitamos tu dinero. La compa-sin es tratada como simple conmocin sentimental que sequeda corta ante la magnitud de la tragedia. Se fomenta unsutil culpabilismo en una cultura que ha desterrado la culpa-bilidad de tipo personal, pero que no ha enterrado del todola culpabilidad colectiva. En este sentido, ya apuntaba hacealgunos aos Jean Lacroix: aun cuando no saquen todas lasconsecuencias que de ello deberan imponerse, los pases lla-mados avanzados se sienten culpables respecto a los pasesdel Tercer Mundo.11 Y ms adelante aade: el mismorechazo de la culpabilidad recubre a menudo un sentimientotan agudo como latente: un fondo de culpabilidad difusa yparalizante proviene del hecho de que nos sentimos implica-dos en los grandes dramas colectivos del presente, comotambin del pasado.12 En esta dinmica aparece la responsa-bilidad entendida como respuesta econmica a lo que se nos

    Cuaderno 22

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  • solicita desde los medios de comunicacin. De forma pareci-da, otro eslogan publicitario declara: Si ests harto, acta.Es el cansancio ante ms de lo mismo, la hartura, la conmo-cin que llega al lmite de lo procesable por el ciudadanomedio lo que mueve a la accin; qu accin?: la ayuda eco-nmica, la desculpabilizacin en definitiva en forma dedonativo. Nos encontramos ante la solidaridad como desa-hogo o como conveniencia que se legitima desde la esencialperspectiva del clculo de repercusiones positivas que aportaa los intereses egostas.13 Otra forma de accin supuesta-mente solidaria que ofrece este modelo es el apadrinamientode nios del Tercer Mundo; nios a los que se les da la posi-bilidad de estudiar, de tener buena ropa, de comer calientetodos los das. Con tratarse de una ayuda concreta, dirigida aeste nio del que tenemos esta foto, no deja de plantearnosserios interrogantes. En qu contexto de accin solidaria enel territorio, en la familia, en el colectivo, se enmarca el apa-drinamiento?; cmo resolver los conflictos que se planteancuando el nio apadrinado constituye la excepcin lujosa enun medio inmerso en la ms absoluta pobreza?; qu procesopersonal y comunitario de lucha por la justicia, de amor a lasraces culturales y sociales anima esta forma de solidaridad?

    Estos y otros interrogantes vertidos durante los ltimostiempos han puesto entre parntesis la eficacia de las ONG, ysu funcin en el seno de nuestra opulenta sociedad. Quiz eltoque de atencin lo puso uno de los hermanos maristas ase-sinado en otoo de 1996 en Zaire. En una carta escrita a sufamilia en Espaa, en julio de 1995, ya describe el contexto decierta ayuda humanitaria: Todo hay que decirlo, se encuen-tran por aqu muchos profesionales de las organizacioneshumanitarias que hacen grandes negocios aprovechndosedel dinero y las ayudas enviadas para los refugiados. Hanaparecido falsas ONG que no existan y han recibido grandessumas que nadie sabe dnde han ido y adnde van. Se vengrandes coches de altos funcionarios de organizacioneshumanitarias que cobran salarios de escndalo hablan de7.000 dlares mensuales (896.000 pesetas) pero que prcti-camente no pisan los campos de refugiados. Hasta de lamiseria se aprovecha la gente.14 Para algunos el dolor y elsufrimiento de las personas constituyen una fuente de nego-cios nada despreciable; a ello se le une la falta de rigor inten-cionada en los anlisis que se nos ofrecen desde los mediosde comunicacin convencionales. En este sentido, nos uni-mos a la propuesta de J.M Mendiluce: Menos protagonis-mos al calor de costosas visibilidades. Menos anuncios mani-puladores para colocar cuentas corrientes de dudosas efica-cias. Ms anlisis, ms reflexin para llegar a algunas conclu-siones deontolgicas sobre el tratamiento de los horrores.15

    En este contexto donde el esperpento meditico se une ala tragedia real de las vctimas, no es de extraar que perso-nas como Rigoberta Mench cuestionen el modelo de solida-ridad vigente: la solidaridad, cuando es slo una palabra,nos aburre, y ha llegado el momento de pasar realmente a laaccin.16 La solidaridad centrada en campaas que no seinsertan en procesos de accin-reflexin-accin est destina-da a quedarse en la superficie de los problemas, sin traspasarel umbral que se interroga por las causas que generan las tra-gedias que se intentan paliar, y que, desde otro punto devista, se podran evitar.

    Solidaridad como cooperacinTras la segunda guerra mundial, la cooperacin es el nombreque recibe un cierto tipo de relaciones desarrolladas entreEstados a lo largo de un cierto nmero de aos. Esta rela-cin tena un marcado carcter asistencial y verticalistadesde los pases desarrollados hacia los llamados subdesa-rrollados. Con la prdida de peso poltico de los Estadosnacionales y el mayor protagonismo de las ONG, la coopera-cin para el desarrollo es el nuevo nombre de la solidaridadque abanderan no pocas ONG y la mayor parte de losEstados del Norte.

    El anlisis de la realidad que impera en este modelo con-templa tmidamente el hecho de que el subdesarrollo de lamayora de la poblacin mundial constituye la cara ocultadel desarrollo y el bienestar de la minora. Por otro lado, enocasiones se apunta la caracterizacin de que son los pobresy excluidos los que parece que arrastran una evolucin cul-tural, social y econmica que se encuentra atrasada respectodel Norte prspero.

    La cooperacin, en la mayor parte de las ocasiones, secomprende desde patrones culturales occidentales. Un ejem-plo evidente es la concentracin de buena parte de estemodelo de solidaridad en los denominados proyectos de desa-rrollo. Proyectos que difcilmente van ms all de una visininmediatista de la realidad, y que generan numerosos pro-blemas de orden tcnico y burocrtico. As, nos encontramoscon el peligro de una solidaridad que de hecho se ve reduci-da a un seguimiento de los proyectos que se limita a lo cuan-titativo: al empleo correcto de las subvenciones, a la justifica-cin econmica de las mismas, adoptando un rigor y un celoeconomicista quiz necesario (para evitar despilfarros, parasaber dar cuenta exacta de las fuertes sumas de dinero que semandan desde Occidente), pero que no deja aflorar al movi-miento social y de base que se encuentra detrs de los recep-tores-protagonistas de los proyectos. En este sentido, J.Petras advierte que, en muchos casos, las ONG hacen hinca-pi en los proyectos, no en los movimientos sociopolticos; secentran en la asistencia financiera tcnica para proyectosconcretos, no en las condiciones estructurales que moldean lavida cotidiana de la gente.17 Este modelo de solidaridadpuede caer en la tentacin de convertir este tipo de coopera-cin en un fin en s mismo, perdiendo el horizonte de cambiosocial que supuestamente ha de perseguir. Por esta razn laPlataforma 0,7 se encuentra realizando una campaa deinformacin para conseguir que la ley de cooperacin queest redactando el actual Gobierno espaol ponga fin a loque denominan la cooperacin basura, de modo que estacooperacin deje de ser una modalidad de utilizacin y pro-mocin poltica o econmica exterior y ajena a los interesesde los destinatarios de esta forma de solidaridad.

    No podemos dejar de lado la experiencia positiva quepara muchas personas ha tenido y tiene su labor como coo-perante, fundamentalmente en pases de frica yLatinoamrica. As, han proliferado las ONG que, con carc-ter de apoyo a los ms desfavorecidos desde las distintasprofesiones, han puesto su saber hacer mdico, constructor,educativo o agrcola al servicio de la promocin de esos mis-mos sectores o de la reconstruccin de ciudades y pueblos(como en el caso de Bosnia).

    El modelo tico que se halla en la base de este tipo desolidaridad puede ser una aproximacin a la denominadatica del consenso, donde lo que prevalece es que se llegue aacuerdos a travs de la razn comunicativa que a todos nosasiste; sin embargo, este procedimiento que plantea sentar enla misma mesa de negociaciones a los afectados, topa con suslmites cuando los afectados son los excluidos del sistemasocial, econmico y poltico. Precisamente, las mayorasexcluidas, por ser excluidas, no participan de hecho en nin-gn acuerdo. La participacin, o ms bien el derecho a laparticipacin de todos los ciudadanos, constituye una reivin-dicacin de las propias entidades cooperantes. Sin embargo,existen serias resistencias por parte de ciertas ONG y de lasagencias de cooperacin a utilizar mtodos participativos,debido por una parte al propio desconocimiento de las meto-dologas participativas de los destinatarios de los proyectos yla falta de confianza hacia estos mismos colectivos, y debido,en segundo lugar, al conservadurismo institucional de algu-nas organizaciones. Incluso desde la realidad percibida porel economista ecuatoriano Ivn Cisneros, muchas institucio-nes utilizan la participacin como una herramienta paramaquillar sus proyectos verticalistas o para que la poblacincolabore en proyectos diseados desde arriba.18 La coopera-cin rgida, verticalista y realizada desde los patrones cultu-

    Luis Alfonso Aranguren Gonzalo Educar en la reinvencin de la solidaridad

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  • 3rales del Norte, en el que predomina la lgica del proyecto,puede caer en la concesin de una pseudoparticipacin queen nada ayuda a potenciar las capacidades de los autnticosprotagonistas de los procesos de desarrollo humano. De talsuerte existe este peligro que puede llegarse a la esquizofre-nia de fomentar un lenguaje y una mentalidad aparentemen-te comprometidos con la causa de las vctimas de nuestromundo, donde palabras como pobreza, desigualdad, injusticia yotras llenan documentos de trabajo mientras se realiza unaprctica de beneficencia, con la mejor de las intenciones, y enla que consciente o inconscientemente se fomenta la rivali-dad y la competitividad entre las comunidades supuesta-mente receptoras de la cooperacin. As, J. Petras observaque la proliferacin de ONG ha hecho que las comunidadespobres hayan terminado fragmentadas en grupos y subgru-pos sectoriales, incapaces de unirse para luchar contra el sis-tema.19 Los lmites de la tica del consenso los expresa conun caso prctico Ivn Cisneros al describir el proceso quevivi la Coordinadora Nacional Indgena de Ecuador(CONAIE) al tratar de participar en la propuesta para unanueva ley de aguas: En esta propuesta hemos planteado laparticipacin de los implicados en la resolucin de los con-flictos y en un diseo de poltica basada en ciertos consensos.Pero para los sectores populares es muy difcil participar, ypara el Estado y los empresarios tambin, ya que no hay unaestructura que posibilite esta forma de actuacin.20 Estemodelo olvida que el hombre doliente est por encima delhombre hablante. Mientras la solidaridad se viva como labsqueda de procedimientos adecuados, pero apticos, parallegar a acuerdos o la fidelidad a los proyectos escritos,puede ocurrir que se repita la conocida sentencia de JohnLennon: La vida es eso que pasa mientras que estamos ocu-pados en hacer planes. La solidaridad como cooperacincorre el peligro de olvidarse de la vida real de los destinata-rios de su accin, y del movimiento solidario que ellos mis-mos generan con su propio dinamismo vital.

    Aclaramos que, si bien nos centramos en la cooperacininternacional, este modelo de solidaridad tambin se da en elinterior de nuestro Cuarto Mundo, y en l coexisten las lucesy las sombras ya planteadas, por lo que no reincidimos msen este asunto.

    Solidaridad como encuentroJon Sobrino suele recordar que, siguiendo el consejo de Kant,no slo hay que despertar del sueo dogmtico para atrever-nos a pensar por nosotros mismos, sino que en el momentoactual es preciso despertar de otro sueo: el sueo de la cruelinhumanidad en la que vivimos como sin darnos cuenta,21con el fin de pensar la verdad de las cosas tal y como son, yas, actuar de otro modo. Porque, en efecto, la solidaridadcomo encuentro significa, en primer lugar, la experiencia deencontrarse con el mundo del dolor y de la injusticia y noquedarse indiferente; y, en segundo lugar, significa tener lasuficiente capacidad para pensar y vivir de otra manera:capacidad para pensar, es decir, para analizar lo ms objeti-vamente posible la realidad de inhumanidad y de injusticiaen que vivimos, sin que el peso de ese anlisis nos desborde.Y vivir de modo que la solidaridad constituya un pilar bsicoen el proyecto de vida de quien se tenga a s mismo por soli-dario.

    Este modo de solidaridad nace en la experiencia delencuentro afectante con la realidad del otro herido en su dig-nidad de persona y que se nos manifiesta como no-personadesde el momento en que es tratado como cosa, como exclui-do, como nadie. Esta experiencia de encuentro puede lle-var a la solidaridad prxima con el cercano, y a distancia(que no distante) con los pueblos del Sur. En ambos casos setrata de potenciar los procesos de promocin y crecimientode las personas y colectivos con los que se realiza la accinsolidaria; en esta circunstancia, se puede y debe trabajardesde proyectos de accin concretos, como en el caso de la

    solidaridad como cooperacin. La diferencia radica, a mi jui-cio, en que desde la solidaridad como encuentro, los proyec-tos no son fines en s mismos sino medios de crecimiento ydesarrollo humano de aquellos con los que intentamos cami-nar. Los proyectos forman parte de un proceso global de pro-mocin humana, de dinamizacin comunitaria en el territo-rio, de autogestin de los propios problemas y soluciones, deayuda mutua y de invencin de nuevas formas de profundi-zacin en la democracia de base. Ese proceso responde aldinamismo del movimiento social que generan los propioscolectivos excluidos, ya sea en el Tercer Mundo o en nuestroCuarto Mundo. Desde esta perspectiva, la solidaridad comoencuentro hace de los destinatarios de su accin los autnti-cos protagonistas y sujetos de su proceso de lucha por lo quees justo, por la resolucin de sus problemas, por la consecu-cin de su autonoma personal y colectiva.

    El modelo tico que preside esta manera de entender lasolidaridad parte del factum del otro, reconocido no como per-sona igual que yo, sino precisamente como otro en algnaspecto dominado, excluido o maltratado. Desde la posicinde asimetra en la que nos encontramos, la realizacin de lapersona como conquista de su propia autonoma no es algodado, sino que ms bien constituye un proceso en el que hayque embarcarse. Es el proceso de la solidaridad. Segn Dussel,nos encontramos ante la razn tica originaria,22 que no sebasa en una comprensin de la realidad sino en una experien-cia radical de encuentro, donde la mediacin interpretativacorre el riesgo de enmascarar e ideologizar esa realidad. Estarazn tica originaria constituye la fuente de la tica de lacompasin, cuyas caractersticas analizaremos ms adelante.

    3 Balance de urgenciaPodramos clasificar los cuatro modelos propuestos en dosgrandes bloques, desde el punto de vista de la cultura de lasolidaridad que cada uno de ellos genera y representa. Elprimer bloque lo formaran los dos primeros modelos, estoes, la solidaridad como espectculo y como campaa; a estebloque se le puede sumar la solidaridad como cooperacincuando acta de modo verticalista y paternalista. El segundobloque lo formaran el modelo de la solidaridad comoencuentro y aquellas formas de solidaridad como coopera-cin que respetan los procesos vitales de los destinatarios yfacilitan que ellos mismos sean los sujetos de esos procesos.Es preciso repetir que las fronteras entre los distintos mode-los con frecuencia no estn bien delimitadas. La sntesisdonde se confrontan ambos modos de cultivo de la solidari-dad la encontramos en la Tabla 2.

    Cultura de la solidaridadposmoderna

    Se distingue por las siguientes caractersticas:

    Marco de la religin civil. La ciudad posmoderna y secu-larizada necesita cultivar la religin civil en forma deprcticas rituales, adopcin de estticas y liturgias cvicasy polticas, y santificacin de las modas que uniforman alos ciudadanos. Al mismo tiempo, aparecen con fuerzalos nuevos dogmas laicos propios de esa sociedad civil, y,entre ellos, cobra especial relevancia la solidaridad, quese acomoda a todo tipo de prcticas, rituales y liturgiastan frvolos como efectistas, y que sirve como un recursoms que legitima el desorden establecido y sacraliza las

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  • instituciones polticas y sociales vigentes. En este ordende cosas las ONG pueden colaborar, consciente o incons-cientemente, con estos rituales, convirtindose en losnuevos gurs de la posmodernidad. Es en Norteamrica,segn S. Giner, donde los nuevos movimientos sociales,a partir de los aos setenta, se constituyen en precursoresde una cierta comunidad moral universal que representaa la nueva religin civil.23

    Inmediatismo. Se busca el resultado o el efecto consu-mista a corto plazo. El campo de la accin solidaria esconcreto, pero lejano; basado en las circunstancias delmomento, sin ahondar en las causas y en los conflictosde fondo. Tan slo se busca sintonizar de modo convul-sivo con las desgracias ajenas que precisan alivio, gene-ralmente, en forma de dinero. Este planteamiento, depaso, encaja con las apetencias de los jvenes espaoles,que conceden una importancia prioritaria a la compro-bacin inmediata y directa de los efectos positivos de suprctica solidaria; as, sobre un baremo que oscila del 1al 4, ver los frutos de la colaboracin supone 3,08sobre 4.24

    tica del bienestar, que, en su versin utilitarista, bebede la fuente de Epicuro. Lo bueno se identifica con lo quecada cual desea en cada momento en aras de mejorar lacalidad de vida; una calidad de vida que logra hacercompatible el derroche consumista con la solidaridadque, en el fondo, se convierte en un nuevo producto quese consume de modo acrtico.

    Individualismo. Escribe Jos Luis L. Aranguren: Elreproche capital que desde la social sensibilidad actualhaya que hacer al hedonismo como proyecto de miras es,junto a la cortedad de miras, su egosta individualis-mo.25 Este individualismo se convierte en el gran catali-zador del relativismo moral al uso, de manera que sepuede ser solidario desde la ausencia participativa en elmbito social y poltico.

    Desmoralizacin. Entendida en primer lugar como des-moronamiento, cansancio y desfondamiento de la ciu-dadana y de sus instituciones, tras comprobar que lacultura de la satisfaccin no logra realizar de modo plenoa la persona. Por otro lado, el desfondamiento vital haido vinculado a una desfundamentacin terica que echapor tierra cualquier intento de establecer una axiologaobjetiva de valores con los que vivir. La solidaridad, eneste contexto, constituye una propuesta a la carta quevisita la subjetividad individual de cada cual.

    Razn fragmentada, tras el fracaso de la razn universalilustrada. La verdad queda parcializada, y no hay msuniversalidad que la que cada cual exponga y defienda.En el campo tico, esta actitud defiende la no existenciade fundamento tico alguno; el pensamiento dbil sehace fuerte y hasta dogmtico cuando la diferencia seerige en la nueva categora de comprensin de la reali-dad, en exclusiva.

    Cultura de la solidaridad disidente La solidaridad como valor tico apropiable desde la

    libertad de cada cual y con el que se puede disear un

    proyecto de vida plenificante. No se impone desde nin-guna institucin ni desde la coaccin; nace de la necesi-dad humana de forjar un carcter propio a travs de laapropiacin de aquellas posibilidades con las que la per-sona puede llevar a cabo una vida plenificante. La solida-ridad como proceso de accin compasiva con los ltimospuede constituir una posibilidad, entre otras, que nosayude a vivir mejor.

    Trabajo a largo plazo. La solidaridad no busca el resulta-do inmediato, si bien no desdea la eficacia. Por ser efica-ces se trabaja desde proyectos de reinsercin social, decreacin de bienes y servicios necesarios para la pobla-cin excluida. Pero esos proyectos son relativos; es decir,se hallan en relacin con los procesos educativos globalesque las personas y colectivos excluidos estn generandoy que tienen su marcha, su tempo, que conviene acompa-ar desde el respeto.

    tica de la solidaridad. Es la misma solidaridad la quese convierte en principio tico de actuacin. No se aco-moda a la lgica del bienestar, sino a la bsqueda de larealizacin de la justicia, desde el proceso que conllevala tica compasiva solidaria, como indicaremos msadelante.

    Promueve el movimiento social y ciudadano, y en estecontexto requiere especial importancia el fenmeno delvoluntariado, no como moda pasajera y en alza, sino comocolumna vertebral de la autntica cultura de la solidari-dad, donde acta como nuevo referente de la partici-pacin ciudadana. En este terreno la sociedad civil vatejiendo, desde la debilidad de la propia organizacin ydesde la coordinacin con otros colectivos, un entramadosocial que cubre el doble objetivo de hacer frente a la rea-lidad social y de servir de cauce de profundizacin de lademocracia.

    Adquisicin de una moral alta, esto es, contar con lacapacidad y la altura de miras necesaria para hacer frentea la realidad y cargar con ella con holgura, en la convic-cin de que el portador de esta cultura de la solidaridadno es un lder mesinico sino un colaborador ms en elproceso comunitario de trabajo por la justicia.

    Vivencia de la razn urgida, que va ms all de la raznfra, calculadora y mecnica que arrastra la tradicinoccidental. La razn urgida no pasa de largo ante el mis-terio y reconoce las insuficiencias de la razn pura.Aboga, por el contrario, por la instalacin en una raznimpura; una razn transida por la verdad de la realidadque acta con toda su crudeza y su pesada carga deinhumanidad. As, la razn urgida se convierte en bs-queda modesta de respuestas humanizadoras y, en estesentido, solidarias ante la expansin del mal que sepuede evitar.

    stos son, a grandes rasgos, los dos modos de entenderla denominada cultura de la solidaridad. Mientras que la cul-tura posmoderna defiende, protege y fomenta una solidari-dad que entra en los lmites de lo polticamente correcto,que resulta bonachona, no crea problemas y encauza deter-minadas corrientes de opinin, la cultura de la solidaridadentendida de forma disidente forja su ser y hacer corriente

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    Tabla 2 Solidaridad posmoderna frente a solidaridad disidente

    Cultura de la solidaridad disidente

    Valor tico apropiable A largo plazo

    tica de la justicia social Movilizacin de la sociedad civil

    Moral alta Razn urgida

    Cultura de la solidaridad posmoderna

    Religin civil Inmediatista

    tica del bienestar Individualismo

    DesmoralizacinRazn fragmentada

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    arriba, en la fuente que nace de la compasin, y se desarro-lla la realizacin de la justicia, sin buscar la discrepancia,pero encontrndose forzosamente con ella en el camino. Lacultura posmoderna entiende la solidaridad como precio,como un valor de cambio rentable, en trminos publicita-rios, que puede tasarse, medirse e intercambiarse como si deuna mercanca se tratara. La cultura disidente entiende lasolidaridad como un valor moral apropiable por cada perso-na para desarrollar plenamente su proyecto vital y hacer unmundo ms habitable. Nuestra posicin no es asptica. Losmedios de comunicacin nos inundan con sus propuestasde cultura posmoderna de la solidaridad. Bueno ser que, agrandes rasgos, y desde un punto de vista ms educativo,pasemos a detallar los distintos momentos que animan elproceso de la tica de la solidaridad que alimenta la culturasolidaria disidente, y que tiene su punto de anclaje en unadeterminada antropologa.

    4 Antropologa de la solidaridadAntes que un aadido o un artificio, la solidaridad perteneceal ncleo de la realidad personal del hombre. De algnmodo pertenece a la propia estructura de la condicin huma-na, ya que sta como seala Buber es relacin y encuen-tro. Podemos hablar de una cierta condicin solidaria de laexistencia humana. Los rasgos que la definen podran resu-mirse en los siguientes:

    La sociabilidad. Que el hombre se halle vuelto hacia smismo como individualidad no significa que la condi-cin humana se exprese en forma de mnada aislada.La persona se encuentra constitutivamente vertidahacia los miembros de su misma especie. Es en la rela-cin, en el encuentro, donde se modela la persona. Lasinvestigaciones de Rof Carballo indican que el nosotrosque forma la urdimbre constitutiva entre madre e hijo enel recin nacido, no slo facilita sino que es pieza bsi-ca para llevar a trmino el proceso de personalizacindel individuo. La persona es un dentro hacia afuera, demanera que la reciprocidad o condicin de intersubjeti-vidad de la persona no configura en s misma la solida-ridad, pero constituye una de sus condiciones de posi-bilidad y una razn que la hace cada vez msurgente.26

    El apoyo mutuo. La persona veamos antes no exis-te; co-existe. Desde este punto de vista, la ayuda mutua yla cooperacin constituyen un factor que favorece laconstruccin de una sociedad progresivamente msjusta. Ser Kropotkin quien nos recuerde que, en la luchapor la existencia, el ms apto no es necesariamente elms fuerte o el ms astuto, sino aquel que mejor sabeconvivir y cooperar.

    La asimetra. Podremos discutir o no acerca de laradical igualdad de todos los seres humanos al compartir una misma y comn dignidad de personas.Lo que no podremos ocultar es que los hombres pre-sentan circunstancias que rompen su presunta simetra.Las circunstancias biolgicas (enfermedad, edad,minusvalas) y las socioeconmicas (desigualdad, exclu-sin social) nos hablan de una realidad humana presidi-da por la asimetra.

    La historicidad. La persona no slo est vertida hacialos dems, sino que se vierte constitutivamente haciaadelante en forma de historicidad, tal como sealaZubiri. Ser histrico no es tener una historia, un pasa-

    do, sino, antes bien, vivir volcado hacia el futuro, demodo que en ese futuro que pasa por la capacidadcreativa de la persona la transformacin se constitu-ye en el eje constructor de la realidad personal y de sumundo vital. La persona, al nacer, recibe una determi-nada tradicin: unos valores, unas costumbres, unadeterminada realidad social; pero esas circunstanciasno estn condenadas a repetirse mimticamente.Apoyado en lo que ha recibido y transformndolo enla recepcin misma, el hombre tiene que ir realizandosu vida, hacindose cargo de ella y optando por una uotra forma de realidad.27 Aqu encontramos un princi-pio de dinamicidad inherente a la condicin humana.El hombre est abocado al cambio, a la transformacin,apropindose de aquellas posibilidades que en verdadpermiten cambiar de modo efectivo aquello que sedesea cambiar.

    El compromiso. Ms que ligado a la actividad o a lamilitancia, el compromiso constituye una manera desituarse ante la realidad. La persona no se compromete;como deca Mounier, vivimos comprometidos, embar-cados. La neutralidad no existe. El compromiso nace dela accin, que, a su vez, bebe del pensamiento y del an-lisis reflexivo. No podemos descargarnos de nosotrosmismos sin encargarnos de nosotros mismos, escribeLacroix.28 El tipo de compromiso moldea y recrea a cadapersona.

    5 Hacia una tica de la solidaridadMs que una virtud que complementa en forma de ayuda ala justicia (v. Camps), entendemos la solidaridad en clave deprincipio tico de actuacin y de conformacin de la propiaexistencia; una existencia que no se pliega sobre s misma demodo individualista sino que, al contrario, se desarrolla en elseno de la realidad asimtrica que configura el gnero huma-no. Por ello, el principio tico de la solidaridad puede y debeafrontarse desde la perspectiva de lo que A. Cortina denomi-na personalismo solidario.29

    Desde la clave educativa en la que proponemos este iti-nerario, juzgamos necesario marcar dos condiciones previasque son de obligado cumplimiento, con el fin de no vaciar decontenido significativo esta respuesta solidaria.

    En primer lugar, es preciso combatir todas las desfiguracionesque rodean al impulso solidario o que impiden su puesta enmarcha: combatir los prejuicios y estereotipos sociales res-pecto a los sujetos concretos que conforman los colecti-vos de excluidos; combatir el sentimentalismo que pro-pugna la va de la solidaridad como medio para sentirseuno bien;30 combatir el culpabilismo morboso que en elfondo fomenta la inoperancia; combatir el activismo agi-tado de quien siempre est ocupado sin saber dnde diri-gir tanto esfuerzo.

    En segundo lugar, es preciso insistir en la condicin asim-trica de la realidad humana, que, en el contexto de mximadesigualdad y encumbramiento de la civilizacin de lariqueza, conlleva un tipo de ejercicio de la solidaridadque camina en la direccin contraria a la del manteni-miento indefinido del nivel de vida occidental. Comoafirma I. Zubero, hoy ser solidarios va contra nuestrosintereses.31 La solidaridad toca y cuestiona y transformaconcepciones y hbitos tan arraigados entre nosotroscomo la calidad de vida, la satisfaccin de necesidades oel bienestar.

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  • Una vez sealadas las condiciones previas de la tica dela solidaridad, pasamos a describir las lneas generales delproceso, porque este modelo tico, profundizacin de lo yavisto en el apartado Solidaridad como encuentro, lo con-cebimos no desde el asistencialismo ocasional ante unasituacin de emergencia, sino desde la puesta en prctica deun proceso integral de realizacin de la justicia.Comenzamos con la diferenciacin del mbito del proceso yla atmsfera que requiere la solidaridad como principiotico, para, en un segundo trmino, explicitar los sucesivosmomentos del proceso.

    La sensibilizacin, mbito de la solidaridad

    La solidaridad no se puede imponer ni desde el poder polti-co explcito ni desde el poder fctico de los medios de comu-nicacin; precisa de una predisposicin personal favorable alencuentro con el otro diferente de m. La sensibilizacin es laresultante de la capacidad para saborear la realidad, dejn-dose atrapar cordialmente por ella. Por eso, se configuracomo mbito, esto es, como lugar histrico de dilogo con larealidad, un dilogo creativo donde la realidad clama, urge,solicita respuestas creativas, y el sujeto afectado responde enforma de tanteo siempre incierto; una respuesta, por tanto,permanentemente abierta a posteriores modificaciones. Eneste sentido, la sensibilizacin se constituye como un mbitoque alimenta todo el proceso, desplazando la clsica versinde la sensibilizacin como una especie de calentamiento demotores para la accin. Aprender a ver con el corazn,segn la frmula del Principito, es un ejercicio no slo parainiciados, sino, de modo especial, para la prctica cotidianade quien intenta ser solidario. Ir al encuentro del prjimocado slo es posible desde el cultivo de la sensibilidad enten-dida como el movimiento emotivo y volitivo necesario paraver, sin autocensuras ni prejuicios, la verdad de la realidadde quien sufre.

    El proceso de la solidaridad La experiencia tica acerca del otro. El punto de partidaes anterior a todo argumento o razonamiento; se manifiestacomo acontecimiento: es el acontecimiento del otro excluido

    que llama a la puerta de mi existencia, de mis posibilidades,convirtindome en responsable de su suerte. Apoyndonosen la reflexin de E. Dussel,32 podemos describir los siguien-tes momentos de esta experiencia primera:

    Conocimiento funcional del otro: el otro maltratado,excluido, alejado de la condicin de persona.

    Re-conocimiento del otro como persona, como sujetoautnomo, digno de respeto.

    Percepcin de que la persona excluida no tiene desarro-llada la conciencia de su exclusin, de las causas estruc-turales que la generan.

    Esta experiencia requiere la actitud de prestar atencin alotro como otro distinto a m, despegarse de la sutil tentacinde convertir al otro en objeto o posesin de mis intereses ode mis necesidades. Esta actitud conduce, en definitiva, aponerse en el lugar del otro, aprender a ver el mundo desdela perspectiva que l abre y dar validez a la visin de la reali-dad surgida desde esa otra perspectiva; o, en otras palabras,a dejarse desinstalar por el otro.33 La responsabilidad queuno asume es intransferible, acenta Lvinas, pero hemos deresaltar que se trata de un movimiento que no nos ha de lle-var a la suplencia y al autosacrificio que se expresa en elmandato que pide amar al prjimo no como a uno mismo,sino ms que a uno mismo. Desde nuestro punto de vista,esta experiencia tica, sin desvirtuarse ni rebajar sus conteni-dos, no est destinada a santos o a hroes para que se verifi-que realmente. El planteamiento educativo en el que nosencontramos nos impulsa a movernos en los mnimos ticossusceptibles de historizarse por parte de los destinatarios denuestra accin educativa, lo cual no impide sealar puntosde referencia que se mueven en el mximo tico de la dona-cin total, ms propios del mbito religioso, en especial eljudeocristiano.

    La compasin. Entrar en el mundo de los excluidos conlle-va dejarse afectar por las situaciones reales y concretas dedolor ajeno. Es el camino que lleva al conocimiento del sufri-miento del otro, en el convencimiento de que slo se sufre enuno mismo, de manera que, como seala A. Arteta, la com-pasin consiste en sufrir en uno mismo por el dolor del otro,pero no, evidentemente, en sufrir el mismo dolor que el otro.34La accin solidaria tiene sus buenos fundamentos en el senti-

    Luis Alfonso Aranguren Gonzalo Educar en la reinvencin de la solidaridad

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    Figura 1 El proceso de la solidaridad

    Movilizacin

    Accin

    transformadora

    Reconocimiento

    SENSIBILIZACIN JUSTIC

    IA

    JUSTICIASENSIB

    ILIZAC

    IN

    Compasin

  • miento compasivo en virtud del cual quedo afectado por larealidad del otro, y esa afeccin, lejos de paralizarme, meimpulsa a reaccionar a travs de la accin personal y comu-nitaria. De modo complementario, la compasin se asientaen el terreno incierto de la creencia en el otro, que, a su vez,se fundamenta en la creencia en el valor humano de la com-pasin. Nos hallamos lejos de la visin nietzscheana de lacompasin como sentimiento depresivo y contagioso, repro-ductor de todas las formas de miseria que genera la humani-dad. Al contrario, como ya sealamos en otro momento, elsentimiento de la compasin conduce al ethos compasivo,segn el cual compadecerse es un deber no como obliga-cin impuesta sino como la posibilidad ms apropiada enorden a la restitucin y promocin de la persona.35 Lasolidaridad que nace de la compasin no acaba en ella; lacompasin nos facultar para reconocer en el otro un msall que habita en el terreno de sus posibilidades creativas, yconsiderarle con Marcel no tanto por lo que es, sinopor lo que ser.36

    El reconocimiento. Reconocer al otro herido en su digni-dad es hacerse cargo de su individualidad y de su posibili-dad de conquistar la dignidad perdida o maltratada. El reco-nocimiento rompe con los anlisis fros y con las considera-ciones globales y tericas. Ser solidario es siempre sacar aalguien del anonimato, hacer que alguien se sienta persona.El mundo de la solidaridad est habitado por personas; y aloptar por los pobres se opta tambin por Mara y por Juan,por Mustaf y Samir.37 Para que el reconocimiento sea plenoha de conducir a percibir aquello que hay detrs y ms allde la situacin personal de quien sufre la exclusin, la indi-gencia o la insolidaridad. Y lo que hay detrs son las capaci-dades propias de cada persona, aquellos recursos personalesque puede y debe poner en prctica cada uno para conseguirsu propia autonoma como persona. La solidaridad noniega al otro ni lo reduce a la sombra de uno mismo, sinoque en todo acto solidario hay una cesin de la propia sobe-rana y un reconocimiento de las capacidades ajenas.38 Elreconocimiento de todo lo que el otro es capaz le engrandecea ste como ser humano, al tiempo que evita estrilessuplencias que no hacen ms que perpetuar las situacionesde exclusin.

    La accin transformadora. Ir al encuentro de quien sufrey quedarse con l (compasin y reconocimiento) posibilitansalir, en lo posible, de esa situacin negativa y negadora dela persona. La accin solidaria se sita no tanto en el terrenode quien sufre como en el itinerario de liberacin emprendi-do a partir de las capacidades del sujeto afectado. La accin,por tanto, se ha de plasmar en itinerarios concretos de tra-bajo, esto es, en proyectos transformadores de la realidad.Estos proyectos han de: a) responder a las necesidades rea-les de las personas y colectivos excluidos; b) ofrecer objeti-vos factibles para su consecucin aunque remitan a un hori-zonte ms amplio y utpico; c) ser concretos y, por ello, eva-luables; d) realizarse en equipo, porque la solidaridad noatiende a mesianismos individualistas. Los proyectos, comoindicamos en pginas precedentes, se han de inscribir a suvez en procesos ms amplios de concienciacin, organiza-cin y movilizacin, protagonizados por estos mismoscolectivos, objeto y sujeto de la accin solidaria, en el marcodel movimiento que impulsa a la sociedad civil en su con-junto.

    La movilizacin. Los procesos solidarios llaman a lamovilizacin, a la transformacin de la sociedad desde lacreacin de un tejido social al que poco a poco se va dandoforma desde la base de los problemas y de las personas. Lasiniciativas institucionales que pretenden aglutinar el trabajode las organizaciones solidarias no son, en s mismas, ger-men movilizador, sino coordinacin a menudo sometida aexcesiva burocracia.

    En la movilizacin solidaria no existe un solo camino; elincremento, en calidad y cantidad, del denominado TercerSector, o sector solidario, no presupone que se constituyaen una alternativa al margen del mercado o del Estado. Alcontrario, desde la necesidad de hacerse cargo de situacio-nes locales y concretas, la solidaridad toca tanto el mbitopoltico-estatal como el mbito de la economa presididapor el mercado. Sintetizando el pensamiento de GarcaRoca en torno a las distintas lgicas que asisten a los tresmbitos mencionados (Estado, mercado y Tercer Sector)con el pensamiento de Jean Lacroix cuando escribe sobre ladialctica de la fuerza, del derecho y del amor en la realiza-cin de cada persona en el seno de la sociedad,39 entende-mos que:

    La lgica del intercambio y la competitividad que seencarna en el mercado est presidida por la ley de lafuerza, una fuerza que, histricamente, ha servido para elencumbramiento de los ms hbiles y la exclusin de losms dbiles. El mercado, en virtud de esta ley, ha gene-rado un nuevo darwinismo social, que se plasma demanera evidente en la dualizacin creciente de nuestrasociedad.

    La lgica poltica que se encarna en el Estado est pre-sidida por la ley del derecho, por la juridizacin detodos los asuntos pblicos y el control integrador deldinamismo transformador que proviene de la sociedadcivil.

    La lgica movilizadora y participativa que mueve alTercer Sector est presidida por la ley del amor, que, con-siderado en su dimensin estructural, busca el cumpli-miento de la ley desde la perspectiva del impulso moralque la asiste. El drama de la solidaridad es el mismodrama que acaece a cada ser humano; ha de ensuciarselas manos, como indicaba Sartre, ha de plasmarse en fr-mulas polticas y econmicas alternativas y viables.

    El sector solidario est llamado a experimentar y favore-cer la sinergia de relaciones, donde se potencian todos loselementos en juego, tanto en el campo poltico como en eleconmico, en la direccin hacia la que apunta la realizacinde la justicia social.

    El horizonte de la realizacin de la justicia. De algnmodo, la movilizacin apunta hacia la universalizacin nece-saria del valor de la solidaridad que desemboca en la realiza-cin de la justicia social. Lo mismo cabe decir de la compa-sin, que nace del hecho y de la conciencia de la injusticia y,como aspira al ensanchamiento o a la recuperacin de ladignidad del otro, es asimismo una compasin para la justi-cia.40 Sin embargo, hoy la justicia es la gran olvidada en elfestn posmoderno. Como mucho, se la confunde con la judi-cializacin de la vida poltica, cuando en realidad la justiciaconlleva un cuestionamiento tico anterior a las formulacio-nes jurdicas.41 Ms que la justicia conmutativa o distributiva,entendemos con Luis de Sebastin que la justicia socialse basa en la igualdad y hermandad de los hombres y en launiversalidad de sus derechos esenciales.42 Ubicamos la rea-lizacin de la justicia en el cumplimiento de los derechoshumanos de tercera generacin. Cada generacin de dere-chos humanos se ha correspondido histricamente con unvalor aglutinador y con un proceso de legitimacin del siste-ma democrtico. As:

    A la primera generacin le corresponden los derechosciviles y polticos, nacidos de la Ilustracin, aglutinadospor el valor de la libertad, tomada en su clave ms indivi-dualista, y que configura en trminos polticos lo que hoyconocemos como democracia formal.

    A la segunda generacin le corresponden los derechoseconmicos, sociales y culturales, a partir de los movi-mientos obreros de la segunda mitad del siglo XIX.

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  • 6Guiados por el valor de la igualdad, tratan de compensarlos excesos del liberalismo econmico, modificando elmodelo poltico hacia un Estado social.

    A la tercera generacin le corresponden los derechossobre el medio ambiente y la paz. En realidad, no se tratade ningn aadido; son los que cuestionan los grandesdesequilibrios de nuestro planeta y los que nos urgen avivir y a pensar de otra manera. El valor clave es lasolidaridad, que invita a profundizar en los modelos pol-ticos y econmicos en vigor. Por esta razn, ni el Estadoliberal ni el social han puesto los fundamentos slidos deun sistema poltico justo. Hay que ir ms all de ambosmodelos; tras la movilizacin en torno a la realizacin delos derechos humanos de tercera generacin se plantea laconsecucin de lo que Diego Gracia denomina unEstado real, basado en la democracia real, y no slo en laliberal o en la social.43 La insuficiencia de la democraciarepresentativa y su correlato tico procedimental, el pro-cedimentalismo dialgico, invita, en primer lugar, a des-cubrir en profundidad los derechos humanos de tercerageneracin, y, en segundo trmino, a replantear la legi-timidad de los sistemas democrticos, y a afirmar queninguno es legtimo a menos que sea capaz de tener encuenta los intereses de todos los afectados.44

    En la propuesta de este itinerario de la tica de lasolidaridad, ya hemos expuesto que la sensibilizacin es elmbito dialgico que estructura la totalidad del proceso.De modo parecido, cabra afirmar que la realizacin de lajusticia no slo es el horizonte ltimo hacia donde apuntala accin compasiva organizada, sino que, desde el primermomento, el valor de la justicia social como la universaliza-cin de los derechos esenciales de las personas y de lospueblos ha de actuar en cada uno como una conviccin departida ineludible.

    La razn de ser del principio tico de la solidaridad radi-ca en su puesta en marcha, en su realizacin histrica. Estapuesta en marcha puede muy bien articularse en trminoseducativos, tanto a travs de los llamados temas transversa-les como a travs de la educacin no formal que se lleva acabo con chavales, jvenes y adultos. La ltima parte denuestra reflexin la dedicaremos a realzar las posibilidadeseducativas de la solidaridad.

    6 Educar en la solidaridadReinventar la solidaridad presupone no caer en el fango dela moda posmoderna solidaria para articular, desde lacomunidad educativa (reglada o no), una cultura de lasolidaridad disidente y creativa. Este trabajo tiene comoobjetivo la aprehensin cognitiva-volitiva-prxica del valorde la solidaridad.

    Historizacin de la solidaridad Como otros conceptos de carcter filosfico, en especial losque expresan valores ticos, la solidaridad exige que la histo-ricemos, la llenemos de contenido histrico, concreto y reali-zable. Es Ignacio Ellacura quien nos recuerda que historizarno es contar la historia de un concepto sino ponerlo en rela-cin con la historia concreta:45 situarlo social, econmica,poltica y culturalmente. Es el concepto histrico el que seopone al concepto universal o abstracto que tiene la preten-sin de ser vlido en todo momento y lugar de modo intem-poral; la validez o no de un concepto, mejor an, la verdad o

    no del concepto solidaridad vendr dada por su realizacinprctica y no tanto por su estructura terica. La historizacines un proceso dialctico que arranca de la situacin de norealizacin del valor tico propuesto, en nuestro caso, enaquellas mayoras empobrecidas, vctimas de la insolidari-dad de nuestro mundo y de las estructuras que lo sostienen.En trminos educativos, proponemos historizar el valor de lasolidaridad a travs de cuatro momentos sucesivos y com-plementarios. A los dos primeros, planteados por Ellacurapara la historizacin de cualquier otro concepto de conteni-do tico-filosfico, aado otros dos de carcter ms pedag-gico.

    Desenmascarar las falsas realizaciones de la solidaridad.Poner al descubierto las contradicciones de la moda de lasolidaridad, que, en el mejor de los casos, se queda en ayudaaislada y, en la mayora de las ocasiones, se reduce a espec-tculo, marketing y negocio asegurado. Desenmascarar con-lleva descubrir los mecanismos que fomentan esta solidari-dad vaca de contenido tico propositivo y repleta de inten-ciones mercantilistas y desmovilizadoras. En este sentido,importa que juntos descubramos:

    que en los programas televisivos con supuesto contenidosolidario lo que realmente se busca es la competencia porla audiencia, de manera que tragedias personales y colec-tivas son bienvenidas, con tal de conmover a los televi-dentes;

    que tantas formas vigentes de solidaridad al uso no tras-pasan el umbral de la provocadora lgrima y se niegan aplantear las causas estructurales de las desgracias a lasque pretenden responder;

    que la buena voluntad de mucha gente y su generosidadcae en la trampa de una solidaridad que no comprometedemasiado;

    que entre bienestar del Norte y solidaridad light existeuna alianza de conveniencia que perpeta la fosa dedesigualdad entre Norte y Sur del planeta.

    Verificar el valor propositivo de la solidaridad. Es ahoracuando hemos de investigar dnde, cundo, cmo y median-te qu medios se verifica el valor de la solidaridad en nues-tros das. Y en esta investigacin conviene que miremos alSur, all donde nacen muchas y creativas respuestas solida-rias a la crisis que acecha, en especial, a la propia poblacindel Sur. Pero hemos de saber mirar y saborear tambin lams cercana solidaridad primaria y cotidiana que se da entrelos vecinos del barrio o del pueblo de modo espontneo.Conviene ponerle nombre a tantos gestos informales deayuda mutua que funcionan, en la prctica, como autnticosservicios sociales entre vecinos y cuyo valor no podrapagarse con dinero alguno. Del mismo modo, hemos de bus-car yacimientos de solidaridad con los ms empobrecidos denuestro entorno, y conocer las tareas concretas que tantasorganizaciones de voluntariado, grandes y pequeas, reali-zan entre las personas y colectivos excluidos. Verificar elvalor de la solidaridad significa convencernos de que esposible llenar de contenido compasivo-transformador laaccin solidaria.

    Estimar el valor de la solidaridad, que se enraza en larealidad de la accin solidaria de determinada gente. Enefecto, los valores son estimables en la medida en que se nospresentan como realidades valiosas, de modo que comoafirma Zubiri lo que tenemos formalmente presente enun acto de estimacin no es un valor sino una realidadvaliosa.46 Mediante la estimacin conocemos la realidad enforma de reconocimiento: reconocemos la carga valiosa deesta realidad o de este acontecimiento. Por lo tanto, a lahora de hablar de la estimacin de los valores hemos detener en cuenta dos magnitudes de lo real: la realidad, talcomo es, y nuestra capacidad para aprehender, en forma de

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  • reconocimiento, la realidad valiosa de los acontecimientos.Ser en la experiencia del acontecimiento solidario, visto yvivido en persona, donde uno tenga la posibilidad de perca-tarse de que aquello no es un suceso ms, sino que encarnauna realidad valiosa y, en tanto que valiosa, cargada de sen-tido significativo y propositivo que cada uno puede incorpo-rar en su existencia, desde la particular capacidad de crea-cin moral con la que cada persona cuenta por el hecho deser persona.

    En tanto que realidad valiosa, la solidaridad se estimacomo un bien moral que funda el propio valor, de modo queel bien no es el mero soporte del valor, sino que la razn deser del bien es la realidad misma en su condicin de esti-manda.47 Por ser bien moral, inserto en la realidad, lasolidaridad se actualiza en cada persona como posibilidadapropiable y oferta de sentido, que culmina en la apropia-cin del mismo, como posibilidad realizada, puesto que lapersona no est limitada a tener que vivir, sino que aspira avivir bien; en esta lnea, el valor de la solidaridad que seencarna en la realidad de los acontecimientos y en la propiaexperiencia va acondicionando, junto con otros valores quecaminen en la misma sintona, la realidad personal de cadacual y, simultneamente, acondiciona nuestro mundohacindolo ms habitable.

    Realizar el valor de la solidaridad. Las posibilidades, queen s mismas son irreales, estn llamadas a realizarse a tra-vs de la apropiacin de cada una de ellas. Desde el puntode vista educativo, la solidaridad dejar de ser una posibili-dad ms o menos estimativa desde el momento en que cadauno opta por esa posibilidad humanizadora que constituyela solidaridad y se apropia de ella. Apropiarse no quieredecir secuestrar o monopolizar, sino realizar, en la medidade las propias capacidades, la solidaridad. En este sentido,realizar la solidaridad presupone incorporar de modo efecti-vo y vital el valor por el que se opta al particular proyecto devida, a los criterios que uno tenga sobre determinadas cues-

    tiones bien concretas (planteamiento profesional, utilizacindel tiempo libre, del dinero, etc.), al anlisis y visin sobre larealidad en la que vivimos, al mundo de relaciones en el queuno se mueve, etc. Esta incorporacin se puede desarrollar,asimismo, a travs de la creacin de acciones solidarias con-cretas que se ubiquen en el medio social donde, en el caso deprocesos educativos reglados o no, los jvenes se hallan. As,pueden tenerse en cuenta:

    Actividades de refuerzo escolar tras el horario lectivo,que, yendo ms all de los objetivos acadmicos, afrontael fracaso escolar desde la dimensin de la relacin conlas familias y con el entorno ms inmediato.

    Actividades que fomenten la ocupacin del tiempo librede modo creativo y alternativo, de modo que el consu-mismo desmedido no sea el eje de la diversin juvenil.

    Actividades que pongan en contacto a los jvenes delcentro o de otras asociaciones con los colectivos organi-zados del barrio o pueblo y que trabajan en la reinsercinde personas excluidas (trabajo con inmigrantes, colectivogitano, transentes, toxicmanos, etc.).

    Actividades que generen movimiento de solidaridadhacia el Tercer Mundo, a partir de un conflicto interna-cional concreto o de una circunstancia ocasional, demanera que la investigacin y el estudio de ese determi-nado conflicto despierten la voluntad de crear un proce-so ms amplio y prolongado en el tiempo, y establecer, sies posible, lazos solidarios con otros colectivos de jve-nes en el Tercer Mundo.

    Actividades que inserten a los jvenes en la vida y pro-blemas del barrio o pueblo, a travs de las asociaciones yplataformas ciudadanas existentes, de forma que puedancrecer en conciencia y protagonismo social.

    La realizacin de estas u otras iniciativas similares irpareja a la posibilidad de que tanto asociaciones ciudadanasy ONG como personas voluntarias que sintonicen con la rea-

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    Figura 2 Historizacin de la solidaridad

    HISTORIZACINDE LA

    SOLIDARIDAD

    En el medio social En cada persona

    Dnde, cmo y cundose reduce la solidaridad

    a moda pasajera?

    Dnde, cmo y cundose vive el acontecimientode la solidaridad como

    principio tico?

    En qu medida meafecta el contenido del

    valor de la solidaridad?

    Cmo puedoincorporar el contenidode la solidaridad a mi

    persona?

    mbito actitudinalmbito

    procedimental

    Desenmascaramiento Verificacin Estimacin Realizacin

  • 7lidad juvenil, apoyen de modo cercano el desarrollo de estetipo de acciones que historizan de modo concreto la solidari-dad.

    En otro orden de cosas, conviene insistir en que la educa-cin en la solidaridad persigue objetivos a largo plazo, y porello renuncia a moverse en el terreno de la campaa inme-diatista que persigue solidaridades acarameladas; las campa-as tendrn sentido si se incorporan coherentemente en lalgica de los procesos educativos en marcha, si ayudan adesenmascarar las falsas realizaciones de la solidaridad, sipotencian elementos de historizacin, en suma, del conteni-do concreto de la solidaridad. De esta manera, desde la arti-culacin de un proceso educativo serio y lejos de los efectosespeciales, se puede ir fraguando la opcin moral por lasolidaridad como categora tica con la que construir la pro-pia persona y la sociedad en la que uno vive. Esto no quieredecir que sea preciso forjar una escuela de militantes com-prometidos y agitados a tiempo total; lo que se pretende, tanslo, es salvaguardar los mnimos ticos de sensibilizacin,compasin, accin transformadora y horizonte de justiciaque ha de contener la solidaridad como principio tico.

    Principios pedaggicosEl proceso de historizacin de la solidaridad se alimenta deuna serie de principios pedaggicos. En resumen, propone-mos los siguientes:

    La accin-reflexin. La reflexin aislada culmina en pen-samiento estril, mientras que la accin desasistida dereflexin provoca agitadores irresponsables. El reto seencuentra en la articulacin del difcil equilibrio quesupone vivir en la tensin pensamiento-accin. Una ten-sin que no se resuelve mediante el artificio de la medio-cridad un poco de accin ms un poco de reflexin,sino que implica la apuesta por la radicalidad en cadauno de los extremos. Radicalidad en intensidad, quelleva a actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque seaun poquito como propone Galeano48 pero intensa-mente, desde el anlisis reflexivo sobre la propia realidadque intentamos transformar.

    La esperanza. Slo vale la esperanza deca Marcelpara quien vive en camino: la esperanza es el resortesecreto del hombre itinerante. Es todo lo contrario a lahabituacin, a la costumbre. Importa que en la educacinen la solidaridad cada uno est convencido de la histori-cidad de su realidad personal y de la realidad social.Somos apertura y, por tanto, estamos expuestos perma-nentemente al cambio. La esperanza es la gua de labuena orientacin del cambio.

    El amor. Un amor que parte de la condicin asimtricadel ser humano en la realidad en la que vivimos. Educaren el amor conlleva estar atentos a los mltiples desvia-cionismos despersonalizadores del mismo; en este senti-do, tan peligroso es el amor posesivo, que intenta instru-mentalizar todo lo que tiene a su alcance, con la mejor delas intenciones, como el amor oblativo que se pierde en elotro y que en muchas ocasiones culmina en un entreguis-mo que termina por vaciar a quien lo vive. En amboscasos, la dinmica del yo que ama desemboca en el otrotratado como objeto receptor de ese amor o como objetomanipulado desde mi aparente altruismo. Es precisoaprender a vivir en la reciprocidad que proporciona elamor entre sujetos, aunque sean sujetos asimtricamentesituados.

    El proceso. La educacin en la solidaridad, especialmen-te si la realizamos desde el marco de los temas transver-sales, no puede reducirse a campaa ocasional o a envol-torio que adorna el proyecto educativo del centro.Implica entender no slo que los jvenes educandos seincorporan a un proceso educativo, sino que es toda lacomunidad educativa y la globalidad de las acciones y

    actividades del centro las que quedan tocadas por el pro-ceso en cuestin. Mediante la educacin en la solidaridadtodos nos educamos e incorporamos progresivamenteeste valor en el centro y en el entorno.

    La creatividad. Todo est por inventar. En el mbito delas propuestas y realizacin de actividades en el centroeducativo (o en el local de reunin, si es el caso de educa-cin no reglada), hemos de impulsar la creatividad y laimaginacin solidaria. La iniciativa del 0,7, impulsadapor numerosos jvenes estudiantes, adems de otroscolectivos formados tanto por adultos como por jvenes,quiz no ha conseguido an lo que pretenda en los nive-les de cambios legislativos y polticos. Sin embargo, en elcampo de la concienciacin ciudadana hay que admitirque la creatividad que ha rodeado a esta iniciativadurante los ltimos aos ha despertado del sueo deinhumanidad a numerosas personas.

    El conflicto. Educamos en la solidaridad porque vivimosen un mundo transido por la injusticia y la desigualdadsocial. Educar en el conflicto conlleva sacarlo a la luz,poner nombre a las causas que lo generan y apostar porlas vctimas que lo sufren. La solidaridad como principiotico slo puede crecer si enraza en el conflicto, con elfin de superarlo mediante la fuerza tica que genera lasolidaridad.

    7 La solidaridad mira al SurLa crisis global en la que vivimos instalados nos aleja dereferentes ideales y utpicos, puesto que una a una las uto-pas occidentales se han ido viniendo abajo. Sin embargo,una vez ms, el etnocentrismo europeo reduce la realidad asu realidad, enmascarando otras posibilidades que van per-forando la realidad injusta y creando modos habitables deexistencia solidaria, probando de esta manera que la reali-dad s es transformable, aunque no de la noche a la maana.Por eso, aunque en parte hemos de construir una solidaridadsin imgenes,49 no hemos de volver la espalda a los valiososyacimientos de microutopas solidarias que se generandesde el Sur. Tan slo nos detendremos en un ejemplo.Cuando en febrero de 1997 sonreamos con eurosuficienciaante la noticia de que en un solo da Ecuador contaba contres presidentes, no percibamos el impulso solidario ciu-dadano que promova el cambio poltico en marcha, hacien-do frente a una realidad injusta. Qu impulso? La mitad dela poblacin del pas tom la calle para pedir la salida delpresidente Bucaram y la derogacin de las medidas econ-micas abusivas. Las organizaciones populares lideraron unmovimiento solidario de enorme magnitud y trascendencia.Se trataba de una revolucin democrtica; no tanto porquefuera pacfica, sino porque lo que se pretenda no era la tomadel poder sino la profundizacin de la democracia, que lavoz del pueblo no sea tomada en cuenta en el voto cada cua-tro aos, sino de forma permanente. El pueblo quiere demo-cracia, no una caricatura de democracia. El pueblo ha dichono al neoliberalismo porque es antidemocrtico, porqueahonda las desigualdades y al rico lo hace ms rico y alpobre ms pobre. El pueblo pobre percibe claramente que alo que han llamado hasta ahora democracia es slo realidadvirtual.50 Reinventar la solidaridad significa no claudicarante el persistente anuncio del naufragio de las utopas yresistir ante los intentos de domesticacin de una solidari-dad virtual que poco o nada incide en la realidad. Ser solida-rio, por el contrario, significa reinventar la solidaridad enforma de itinerario modesto, de camino vecinal, alejado de

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  • las autopistas y de las altas velocidades. De este modo seconstituye en principio tico que es posible incorporar encada persona, incidiendo de forma significativa en la socie-dad en la que vivimos.

    1. Con acierto X. Gorostiaga afirma: La desigualdad no es unadeformacin del sistema, es una necesidad para su crecimiento ydesarrollo. Gorostiaga, X., La mediacin de las ciencias socia-les y los cambios internacionales, en J. Comblin, J.I. GonzlezFaus y J. Sobrino (eds.), Cambio social y pensamiento cristiano enAmrica Latina, Trotta, Madrid, 1993, p. 126.

    2. Vidal, J.M., Mundializacin, Icaria, Barcelona, 1996, p. 84.

    3. Cfr. Latouche, S., El planeta de los nufragos, Acento, Madrid,1993, pp. 9-12.

    4. Chomsky, N. e I. Ramonet, Cmo nos venden la moto, Icaria,Barcelona, 1996, p. 87.

    5. Cfr. Livopetsky, G., El crepsculo del deber, Anagrama, Barcelona,1994, pp. 129-133.

    6. Livopetsky, G., El imperio de lo efmero, Anagrama, Barcelona,1991, p. 320.

    7. Mendiluce, J.M, El derecho a la supervivencia, El Pas(21/12/95).

    8. Bonino, E., Una emergencia tica, El Pas (21/12/95).

    9. Livopetsky, G., El crepsculo del deber, op. cit., p. 137.

    10. Ib., p. 138.

    11. Lacroix, J., Filosofa de la culpabilidad, Herder, Barcelona, 1980, p. 7.

    12. Ib., pp. 8-9.

    13. Daz-Salazar, R., Redes de solidaridad internacional, Hoac, Madrid,1996, p. 74.

    14. El Pas (14/11/96).

    15. Mendiluce, J.M, Un debate necesario, El Pas (20/12/96).

    16. Diario 16 (03/12/96).

    17. Petras, J., Las ONG y los movimientos sociales, El Mundo(28/12/96).

    18. Cisneros, I., La cooperacin en la prctica: seguimiento, impac-to, apropiacin y aprendizaje, en Juntos para la erradicacin de lapobreza, Intermn, Barcelona, 1997, p. 32.

    19. Petras, J., Las ONG y los movimientos sociales, op. cit.

    20. Cisneros, I., La cooperacin en la prctica..., op. cit., p. 33.

    21. Cfr. Sobrino, J. y M. Lpez Vigil, La matanza de los pobres, Hoac,Madrid, 1993, p. 363.

    22. Cfr. Dussel, E., La tica de la liberacin ante la tica del discur-so, Isegoria, 13 (1996), pp. 136-137.

    23. Cfr. Giner, S., La religin civil, Dilogo filosfico, 21 (1991), p. 369.

    24. Cfr. La solidaridad de la juventud, Injuve (1995), p. 107.

    25. Lpez Aranguren, J.L., Propuestas morales, Tecnos, Madrid, 1984,p. 42.

    26. Martn Velasco, J., Hacia una cultura de la solidaridad,Corintios XIII, 80 (1996), pp. 430-431.

    27. Ellacura, I., Filosofa de la realidad histrica, Trotta, Madrid, 1991,p. 393.

    28. Lacroix, J., Persona y amor, Caparrs, Madrid, 1997, p. 119.

    29. Cfr. Cortina, A., La moral del camalen, Espasa, Madrid, 1991, p. 53.

    30. Cfr. Wuthnow, R., Actos de compasin, Alianza, Madrid, 1996, p. 115.

    31. Zubero, I., El papel del voluntariado en la sociedad actual,Documentacin social, 104 (1996), p. 47. Zubero recoge las tesis deGlotz, quien apela a la configuracin de una solidaridad delmayor nmero posible de fuertes con los dbiles, en contra desus propios intereses. Cfr. Glotz, P., Manifiesto para una nuevaizquierda europea, Siglo XXI, Madrid, 1987.

    32. Cfr. Dussel, E., La tica de la liberacin..., op. cit., p. 137.

    33. Martn Velasco, J., Hacia una cultura de la solidaridad, op.cit., pp. 436-437.

    34. Arteta, A., La compasin, Paids, Barcelona, 1996, p. 32.

    35. Aranguren Gonzalo, L.A., Compasin, en AA.VV.,Diccionario del pensamiento contemporneo, San Pablo, Madrid,1997.

    36. Marcel, G., citado por J. Seco, Introduccin al pensamiento deGabriel Marcel, Instituto E. Mounier, Madrid, 1990, p. 38.

    37. Garca Roca, J., Condiciones de una solidaridad digna del hom-bre, xodo, 34 (1996), pp. 35-36.

    38. Garca Roca, J., Itinerarios culturales de la solidaridad,Corintios XIII, 76 (1995), p. 126.

    39. Cfr. Garca Roca, J., Una mstica para la solidaridad, enAA.VV., Crisis industrial y cultura de la solidaridad, Descle deBrouwer, Bilbao, 1995, pp. 71-73. Lacroix, J., Persona y amor, op.cit., pp. 13-17.

    40. Arteta, A., La compasin, op. cit., p. 269.

    41. En este sentido, M. Vidal afirma: La justicia es una instanciatica no domesticable por el orden establecido. Vidal, M., Paracomprender la solidaridad, Verbo Divino, Estella, 1996, p. 98.

    42. Sebastin, L., La solidaridad, Ariel, Barcelona, 1996, pp. 22-23.

    43. Gracia, D., Introduccin a la biotica, El Bho, Bogot, 1991, p. 55.

    44. Ib., p. 57.

    45. Cfr. Ellacura, I., Historizacin de los derechos humanos desdelos pueblos oprimidos y las mayoras culturales, en Pensamientocrtico, tica y Absoluto, homenaje a Jos Manzana, Eset, pp. 147-158.

    46. Zubiri, X., Sobre el sentimiento y la volicin, Alianza, Madrid, 1992,pp. 213-214.

    47. Ib., p. 223.

    48. Cfr. Galeano, E., citado por I. Zubero: Abriendo espacios parala disidencia mediante la disidencia, xodo, 36 (1996), p. 9.

    49. Cfr. Garca Roca, J., Una mstica para la solidaridad, op. cit.,pp. 79-81.

    50. Aperador, F., Ecuador: la revolucin pacfica del 5 de febrero,Acontecimiento, 43 (1997), p. 4.

    AA.VV., Crisis industrial y cultura de la solidaridad, Bilbao, Descle deBrouwer, 1995.

    AA.VV., Nueva cultura de la solidaridad, xodo, 34 (1996).

    AA.VV., Juntos para la erradicacin de la pobreza, Barcelona, Intermn,1997.

    Aranguren Gonzalo, L.A., Compasin, en AA.VV., Diccionario delpensamiento contemporneo, Madrid, San Pablo, 1997.

    Arteta, A., La compasin, Barcelona, Paids, 1996.

    Critas Espaola, Tercer Sector, Documentacin social, 103 (1996).

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    Luis Alfonso Aranguren Gonzalo Educar en la reinvencin de la solidaridad

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  • Cuaderno 22

    Luis Alfonso Aranguren Gonzalo, Educar en la reinvencin de la solidaridad, Cuadernos Bakeaz, n 22, agosto de 1997. Luis Alfonso Aranguren Gonzalo, 1997; Bakeaz, 1997.

    La edicin de este trabajo ha recibido una ayuda de la Direccin de Derechos Humanos y Cooperacin con la Justicia delGobierno Vasco para la realizacin de actividades de organizaciones e iniciativas por la paz en Euskadi.

    Las opiniones expresadas en estos trabajos no coinciden necesariamente con las de Bakeaz.Cuadernos Bakeaz es una publicacin monogrfica, bimestral, realizada por personas vinculadas a nuestro centro o colaboradores delmismo. Ab