10
LA EXPERIENCIA DE LA TRASMISION Cuando estuve en el cristianismo fundamental, yo no experimenté esta trasmisión. Durante el tiempo que estuve involucrado con el cristianismo pentecostal, me tocó ver algunas cosas extrañas, mas no la trasmisión. A través de los años de experiencia y de hacer comparaciones, he llegado a ver que la vida de iglesia apropiada no es ni fundamental ni pentecostal; ella depende totalmente de la trasmisión divina. Una persona puede ser muy fundamental, y con todo, estar muerta, pues la trasmisión que recibe del Cristo ascendido es insuficiente. Alguien así quizás no sepa nada de la trasmisión divina ni tampoco le interese. En el cristianismo fundamental se me enseñó a trazar bien la palabra de Dios. Los maestros de las Asambleas de los Hermanos señalaban constantemente las doctrinas erróneas. Con el tiempo me di cuenta de que cuanto más bien trazaba la Palabra, más muerto me sentía. Después de estar bajo esta influencia por más de seis años, el Señor me mostró que a pesar de mi vasto conocimiento, estaba muerto. Inmediatamente me arrepentí de lo muerto que estaba, y al día siguiente subí a la cima de un monte; allí lloré y en voz alta le confesé a Dios mi condición y le dije que me arrepentía. Ese día descubrí que la vida cristiana no depende de que seamos bíblicos, sino de que experimentemos la trasmisión. Algunos años después, me involucré con el movimiento pentecostal, con la idea de que me ayudaría a obtener poder espiritual. Uno de sus principales predicadores me enseñó a hablar en lenguas, lo cual practiqué por más de un año. Sin embargo, cuanto más hablaba en lenguas, menos parecía experimentar la trasmisión. Así que, abandoné el movimiento pentecostal y volví al camino de la trasmisión. He estado en esta senda por más de cuarenta años y cada día recibo más de esta trasmisión. El día que fuimos salvos, se instaló en nuestro espíritu el poder celestial. Lo que necesitamos ahora no es que se nos vuelva a instalar, sino que la trasmisión del poder se nos infunda continuamente. Si abrimos nuestro corazón, purificamos nuestro corazón y nuestra conciencia, y permitimos que nuestra mente sea sobria, que nuestra parte emotiva sea ferviente y que nuestra voluntad sea sumisa, experimentaremos la trasmisión y obtendremos el poder y las riquezas. Entonces, en vez de estar en el hombre natural, estaremos en resurrección y en ascensión. Cuando disfrutamos esta trasmisión, a veces hasta perdemos noción de donde estamos, pues estamos completamente uno con Cristo. En tal estado es difícil determinar si estamos en la tierra o en los cielos. Cuando Cristo se trasmite a nosotros, esta trasmisión nos adhiere a El y nos hace uno con El, igual que en el ejemplo de las luces de este salón, las cuales están conectadas a la corriente que viene de la planta eléctrica. Además, la trasmisión divina es inagotable. Cuanto más hablamos, más tenemos para decir. Cuanto más ministramos, mayor suministro tenemos. Es en esta trasmisión que tenemos la vida de iglesia y que se ejercen las funciones del Cuerpo. Vuelvo a reiterar que la trasmisión celestial está destinada a la iglesia. Por medio de la trasmisión, el Cuerpo es real, genuino, viviente y dinámico.

Efesios Part 10

Embed Size (px)

DESCRIPTION

miscelaneo

Citation preview

Page 1: Efesios Part 10

LA EXPERIENCIA DE LA TRASMISION

Cuando estuve en el cristianismo fundamental, yo no experimenté esta trasmisión. Durante el tiempo que estuve involucrado con el cristianismo pentecostal, me tocó ver algunas cosas extrañas, mas no la trasmisión. A través de los años de experiencia y de hacer comparaciones, he llegado a ver que la vida de iglesia apropiada no es ni fundamental ni pentecostal; ella depende totalmente de la trasmisión divina. Una persona puede ser muy fundamental, y con todo, estar muerta, pues la trasmisión que recibe del Cristo ascendido es insuficiente. Alguien así quizás no sepa nada de la trasmisión divina ni tampoco le interese.

En el cristianismo fundamental se me enseñó a trazar bien la palabra de Dios. Los maestros de las Asambleas de los Hermanos señalaban constantemente las doctrinas erróneas. Con el tiempo me di cuenta de que cuanto más bien trazaba la Palabra, más muerto me sentía. Después de estar bajo esta influencia por más de seis años, el Señor me mostró que a pesar de mi vasto conocimiento, estaba muerto. Inmediatamente me arrepentí de lo muerto que estaba, y al día siguiente subí a la cima de un monte; allí lloré y en voz alta le confesé a Dios mi condición y le dije que me arrepentía. Ese día descubrí que la vida cristiana no depende de que seamos bíblicos, sino de que experimentemos la trasmisión. Algunos años después, me involucré con el movimiento pentecostal, con la idea de que me ayudaría a obtener poder espiritual. Uno de sus principales predicadores me enseñó a hablar en lenguas, lo cual practiqué por más de un año. Sin embargo, cuanto más hablaba en lenguas, menos parecía experimentar la trasmisión. Así que, abandoné el movimiento pentecostal y volví al camino de la trasmisión. He estado en esta senda por más de cuarenta años y cada día recibo más de esta trasmisión.

El día que fuimos salvos, se instaló en nuestro espíritu el poder celestial. Lo que necesitamos ahora no es que se nos vuelva a instalar, sino que la trasmisión del poder se nos infunda continuamente. Si abrimos nuestro corazón, purificamos nuestro corazón y nuestra conciencia, y permitimos que nuestra mente sea sobria, que nuestra parte emotiva sea ferviente y que nuestra voluntad sea sumisa, experimentaremos la trasmisión y obtendremos el poder y las riquezas. Entonces, en vez de estar en el hombre natural, estaremos en resurrección y en ascensión. Cuando disfrutamos esta trasmisión, a veces hasta perdemos noción de donde estamos, pues estamos completamente uno con Cristo. En tal estado es difícil determinar si estamos en la tierra o en los cielos.

Cuando Cristo se trasmite a nosotros, esta trasmisión nos adhiere a El y nos hace uno con El, igual que en el ejemplo de las luces de este salón, las cuales están conectadas a la corriente que viene de la planta eléctrica. Además, la trasmisión divina es inagotable. Cuanto más hablamos, más tenemos para decir. Cuanto más ministramos, mayor suministro tenemos. Es en esta trasmisión que tenemos la vida de iglesia y que se ejercen las funciones del Cuerpo.

Vuelvo a reiterar que la trasmisión celestial está destinada a la iglesia. Por medio de la trasmisión, el Cuerpo es real, genuino, viviente y dinámico.

LA PLENITUD DE CRISTO

El versículo 23 dice que el Cuerpo es “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. El Cuerpo de Cristo es Su plenitud. La plenitud de Cristo resulta del disfrute que tenemos de las riquezas de Cristo (3:8). Al deleitarnos de Sus riquezas, llegamos a ser Su plenitud, Su expresión.

Esta es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. Cristo, quien es el Dios infinito e ilimitado, es tan grande que lo llena todo en todo. Un Cristo tan grandioso necesita que la iglesia sea Su plenitud para que lo exprese completamente.

Es en la trasmisión que el Cuerpo de Cristo es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo, porque el Cristo que todo lo llena en todo se halla en la trasmisión. La trasmisión nos conecta a este Cristo. De esta manera, la iglesia llega a ser la plenitud del Cristo que todo lo llena en todo.

DISFRUTAR DE LAS RIQUEZAS DE CRISTO Y LLEVAR UNA VIDA DE IGLESIA APROPIADA

No debemos tomar esto como una simple enseñanza; al contrario, debemos llevarlo a la práctica. Si lo ponemos en práctica, disfrutaremos de las riquezas de Cristo cada vez que leamos la palabra de Dios. Por medio de la trasmisión, la Biblia se convierte en otro libro. ¡Oh, cuán inescrutables son las riquezas de Cristo! En la trasmisión, las inescrutables riquezas de Cristo llegan a ser nuestro disfrute; ellas llegan a ser también los elementos constitutivos de nuestro ser espiritual. Esto produce el Cuerpo como la plenitud del Cristo que todo lo llena en todo.

La trasmisión nos conecta al Cristo ascendido. En esta trasmisión disfrutamos a Cristo según lo que consta en la Biblia. Todo lo que leemos en la Biblia llega a ser real para nosotros mediante esta trasmisión. Es de esta manera que las riquezas de Cristo llegan a ser nuestro disfrute.

Page 2: Efesios Part 10

Me gustan particularmente dos frases de Efesios 1: “para con nosotros los que creemos”, y “a la iglesia”. El poder divino fue instalado en nosotros de una vez por todas, pero se nos trasmite continuamente. En esta trasmisión disfrutamos a Cristo y llevamos una vida de iglesia apropiada.

Al disfrutar la trasmisión, tenemos un anticipo del arrebatamiento. A veces, mientras disfruto la trasmisión divina, entro en tal éxtasis que siento deseos de saltar de gozo. El disfrute es tan maravilloso que tengo la sensación de ya haber sido arrebatado. A veces no me atrevo a leer la Biblia debido a que allí se revelan las vastas e inmensurables riquezas de Cristo. Este rico disfrute me hace estar fuera de mí mismo. Es esta trasmisión la que nos constituye el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.

EL DIOS TRIUNO SE IMPARTE A NOSOTROS Y SE FORJA EN NUESTRO SER

Efesios 1 comienza con lo bueno que Dios ha hablado con respecto a nosotros y concluye con el Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. Esto indica que el Cuerpo, la plenitud de Cristo, es producto de las bendiciones de Dios. Las palabras “a la iglesia” del versículo 22 son muy importantes, pues indican que todo lo que el Dios Triuno experimentó, tal como la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión, es trasmitido a la iglesia. La iglesia no tiene absolutamente nada que ver con la vieja creación, la cual fue eliminada en la cruz y sepultada con Cristo. Todo lo que se trasmite a la iglesia pertenece completamente a la nueva creación. La iglesia es el resultado de dicha transmisión.

Este mensaje presentará la conclusión del capítulo uno. En este capítulo hay siete asuntos cruciales que requieren el mismo factor básico para su cumplimento, y son: el hecho de que Dios nos escogió para que fuésemos santos y sin mancha delante de El (v. 4), el que nos predestinó para que llegásemos a ser Sus hijos (v. 5), el que el Espíritu nos selló con miras a que llegásemos a ser redimidos por completo (vs. 13-14), la esperanza a que Dios nos llamó, la gloria de Su herencia en los santos (v. 18), el poder que nos hace partícipes de los logros de Cristo (vs. 19-22) y el Cuerpo, la plenitud del Cristo que todo lo llena en todo (v. 23). Todos estos asuntos se cumplen al impartirse el Dios Triuno en nosotros y al forjarse en nuestro ser. La plenitud de Aquel que todo lo llena en todo y la alabanza de Su gloria expresada, es lo que resulta cuando lo divino es impartido en nuestra humanidad. De hecho, el capítulo uno constituye una revelación de la excelente y maravillosa economía de Dios, la cual comienza con el hecho de que Dios nos escogió en la eternidad pasada y se extiende a la producción del Cuerpo de Cristo, cuyo fin es expresar a Cristo por la eternidad.

Cuando usted oye decir que el Dios Triuno se imparte y se forja en nuestro ser, quizás piense que en Efesios 1 no existe tal palabra ni tal concepto. Sin embargo, el Dios Triuno ciertamente se revela en dicho capítulo. Aunque en él no encontramos la palabra “impartido”, sí se encuentra la palabra “dispensación” (v. 10, gr.), la cual alude a una impartición. Recordemos que la dispensación de la plenitud de los tiempos abarca todas las edades. El hecho de que seamos hijos de Dios demuestra que Dios se ha impartido en nosotros. Si Dios el Padre no se hubiera impartido en nosotros, ¿cómo podríamos ser Sus hijos? Dios el Padre nos predestinó para que fuéramos Sus hijos; sin embargo, caímos y fuimos constituidos pecadores. ¿Cómo podían los pecadores llegar a ser hijos de Dios? La única manera es que Dios naciera en ellos, es decir, que los regenerara. Tener a Dios en nuestro ser implica que El se imparte en nosotros. Al regenerarnos, Dios se imparte en nosotros. Además, ya mencionamos que Dios está haciendo de nosotros un tesoro, una herencia preciosa, al forjarse a Sí mismo en nosotros. Por tanto, el concepto básico de este capítulo es que el Dios Triuno se imparte en nosotros y se forja en nuestro ser.

Si no captamos este pensamiento, no podremos profundizar en Efesios 1. Al leer este capítulo debemos entender que el concepto que lo rige es que Dios se imparte y se forja a Sí mismo en nuestro ser. Estoy seguro de que cuando Pablo escribió este pasaje de la Palabra, él tenía semejante pensamiento muy dentro de él. El se daba cuenta de que Dios se imparte en Sus elegidos y se forja en ellos para hacerlos santos, constituirlos hijos de Dios y convertirlos en Su preciosa herencia.

I. AL ESCOGERNOS DIOS

Dios nos escogió antes de la fundación del mundo “para que fuésemos santos y sin mancha” (v. 4). ¿Cómo podemos ser santos? ¿Podríamos serlo siguiendo las llamadas enseñanzas de santidad en cuanto a la vestimenta, maquillaje y cortes de pelo? ¡Claro que no! La santidad es la naturaleza de Dios, y ser santos consiste en que la naturaleza divina se forje en nosotros. Si no tenemos la naturaleza de Dios, es imposible ser santos. Para ser santos, necesitamos ser saturados con la naturaleza santa de Dios.

Ser santo supone algo más que una separación. Algunos maestros cristianos dicen que ser santo equivale a estar separado; se oponen al concepto de que la santidad es una perfección impecable. Se valen de las palabras del Señor Jesús, que dijo que el oro es santificado por el templo (Mt. 23:17), para sostener que la santificación es simplemente una separación, y no una vida sin pecado. Esto es correcto. Sin embargo, sólo abarca un aspecto de la santificación, el que tiene que ver con nuestra posición, mas no el aspecto de ser santificado en nuestra manera de ser, según se revela en Romanos 6. Cuando Dios se imparte a nosotros y se forja en nuestro ser, y nosotros somos saturados de El, nuestra manera de ser es santificada. De este modo llegamos a ser santos. Al final, la Nueva Jerusalén será una ciudad santa, no sólo separada de todo lo común, sino también completamente saturada de Dios. Esto es lo que significa ser santo. El

Page 3: Efesios Part 10

hecho de que Dios el Padre nos haya escogido para ser santos indica que El desea entrar en nuestro ser y saturarlo con Su naturaleza santa. Si Su naturaleza no se forja en nosotros, no podemos ser santos.

II. AL PREDESTINARNOS DIOS

El versículo 5 dice que Dios el Padre nos predestinó para filiación. Si la vida del Padre no hubiera entrado en nosotros, ¿cómo podríamos ser Sus hijos? ¡Sería imposible! La filiación requiere que el Padre nos sature con Su vida. Nosotros no somos hijos políticos ni hijos adoptivos de Dios; somos hijos que tienen la vida y la naturaleza de Dios. Puesto que nacimos de Dios, y Dios nació en nosotros, El mora en nosotros. Esto implica que Dios el Padre se forja en nuestro ser. La única manera de ser hijos de Dios es que El se imparta en nosotros y se forje en nuestro ser. ¡Aleluya, somos hijos de Dios, nacidos de El!

III. AL SELLARNOS EL ESPIRITU SANTO

Como creyentes, fuimos sellados con el Espíritu Santo (v. 13). El Espíritu es el Dios Triuno que llega a nosotros. El Dios que está en los cielos es el Padre, pero cuando viene a nosotros, El es el Espíritu. El Espíritu es el sello de Dios. Ser sellados con el Espíritu Santo equivale a que Dios se imparte a nuestro ser. Ya mencionamos que el sello es un sello vivo y que se mueve dentro de nosotros; el Espíritu nos sella constantemente con la esencia de Dios. Ser sellados de esta manera equivale a ser saturados con todo lo que Dios es. Por consiguiente, el sellar del Espíritu Santo también denota que Dios se forja en nosotros.

Los cristianos generalmente pasan por alto esta comprensión subjetiva en cuanto a ser sellados por el Espíritu. La mayor parte de ellos tienen enseñanzas objetivas al respecto, mas no experiencias subjetivas. No comprenden que cuando el Espíritu nos sella, Dios forja Su esencia en nuestro ser.

IV. EN LA ESPERANZA A QUE DIOS NOS HA LLAMADO

El versículo 18 habla de la esperanza a que Dios nos ha llamado. Un aspecto de esta esperanza es que seremos transfigurados y glorificados con Cristo. Esta transfiguración y glorificación será el resultado de haber sido saturados del Dios Triuno. Si Dios no satura todo nuestro ser, incluyendo nuestro cuerpo, no podemos ser glorificados. Esto también alude a la impartición de Dios en nosotros. Una vez más vemos que Dios se imparte y se forja en Sus elegidos. Este es el concepto principal del capítulo uno.

V. EN LA GLORIA DE LA HERENCIA DE DIOS EN LOS SANTOS

Efesios 1:18 menciona también las riquezas de la gloria de la herencia de Dios en los santos. Si Dios no se forja en los santos, ¿cómo pueden ellos ser hechos Su herencia, Su posesión particular? Los santos llegan a ser tan preciosos para El al ser saturados de la esencia divina. Es así como los pecadores llegan a ser el tesoro especial de Dios. En el universo solamente Dios es valioso. Ahora, el Dios precioso, de valor incomparable, se forja en nuestro ser para constituirnos Su gloriosa herencia. Cuando la Nueva Jerusalén se manifieste, ella será la herencia valiosa que resplandecerá con la gloria de Dios. Por tanto, el hecho de que los santos lleguen a ser la herencia gloriosa de Dios, Su tesoro precioso, indica que El se forja en ellos.

VI. EN EL PODER QUE NOS CAPACITA PARA PARTICIPAR DE LOS LOGROS DE CRISTO

El Dios Triuno se imparte y se forja en nuestro ser al trasmitírsenos el poder divino, que nos capacita para participar de los logros de Cristo y ser Su Cuerpo (vs. 19-23). Cristo obtuvo los logros más sublimes del universo; El creó el mundo, se encarnó, fue crucificado, resucitó y ascendió a la diestra de Dios en los lugares celestiales. Todos estos logros están destinados a la iglesia. Como ya mencionamos, las palabras “a la iglesia” del versículo 22 implican una trasmisión, la cual es un acto de impartición. Todo lo que Cristo experimentó, logró y obtuvo, se trasmite ahora a la iglesia.

Los creyentes en su mayoría no tienen este concepto; más bien, ellos están llenos de enseñanzas éticas con las cuales se entretienen. Por esta razón debemos recalcar el hecho de que el Dios Triuno desea saturarnos consigo mismo.

Supongamos que se inyecta tinta roja en el centro de un pedazo de algodón; poco a poco, el algodón absorberá la tinta. De esta manera, la tinta satura gradualmente el algodón. Nosotros somos como ese algodón. Un día, la tinta roja celestial fue depositada en el centro de nuestro ser; desde ese momento, la tinta, que es Dios mismo, nos ha ido saturando. Ahora nuestra responsabilidad no es imitar la tinta ni copiarla, sino absorberla, es decir, permitir que nos sature. Al ser totalmente saturados con la tinta celestial, llegamos a ser la tinta misma, pues llegamos a asimilarla. Este concepto básico del Nuevo Testamento no figura en las enseñanzas del cristianismo de hoy. Si captamos este pensamiento básico, nuestra vida cristiana y nuestros conceptos cambiarán radicalmente.

Page 4: Efesios Part 10

Nosotros participamos de los logros de Cristo y llegamos a ser Su Cuerpo. El Cuerpo es la meta de la elección, la predestinación, el sellado, la esperanza, la gloria y el poder.

VII. EN EL CUERPO, LA PLENITUD DEL CRISTO QUE TODO LO LLENA EN TODO

El Dios Triuno se imparte y se forja dentro de nosotros en el Cuerpo, la plenitud del Cristo que todo lo llena en todo, para que seamos Su expresión plena (v. 23). El resultado del sexto ítem es el Cuerpo de Cristo. El Cuerpo, la plenitud del Cristo que todo lo llena en todo, es la expresión máxima del Dios Triuno, la máxima consumación de la impartición de Dios conforme a la economía divina.

Repasemos los siete ítemes enumerados en el capítulo uno, los cuales comprueban que Dios se imparte y se forja en nosotros. El primero tiene que ver con la santidad. La única manera de ser santos es que Dios se imparta en nosotros. Cuando Dios nos escogió, Su intención no era que usáramos cierto estilo de ropa o que nos peináramos de cierta manera. Tenemos que desechar ese concepto de lo que es santidad. La santidad es el propio Dios forjado en nuestro ser. Debemos darle la debida importancia a la impartición de Dios en nosotros. Cómo nos vistamos depende de El. Dios es viviente, real y sensible. Ser santos es ser saturados de El.

Del mismo modo, nosotros no llegamos a ser hijos de Dios reformándonos o corrigiéndonos a nosotros mismos. En cuanto a esto, ni las enseñanzas ni los reglamentos funcionan. Lo único que funciona es que el Hijo de Dios se imparta en nosotros y se forje en nuestro ser.

Lo mismo es verdad en cuanto a la redención de nuestros cuerpos. Un día, Dios nos saturará por completo, y entonces seremos redimidos. Esta redención no es la que se efectúa mediante la sangre, sino la redención de nuestros cuerpos que Dios realiza al saturar todo nuestro ser. Romanos 8 dice que esta redención es la plena filiación, la consumación de la filiación. Esto significa que la redención de nuestros cuerpos es el paso final del proceso de filiación. Dios nos hace Sus hijos al saturarnos consigo mismo. Cuando nuestros cuerpos sean redimidos, la filiación llegará a su consumación.

La esperanza de gloria también está relacionada con el hecho de que el Dios Triuno se imparte en nosotros y se forja en nuestro ser. De acuerdo con la enseñanza cristiana comúnmente aceptada, un día repentinamente nos daremos cuenta de que hemos sido transportados a una esfera de gloria. Sin embargo, la única manera de ser glorificados es que Dios nos sature consigo mismo día tras día. La carga de mi ministerio es que ustedes sean saturados del Dios Triuno. Anhelo que el Dios Triuno se imparta en ustedes y que ustedes sean saturados de El. Esta saturación perdurará para siempre; no puede ser erradicada. La gloria es el resultado de dicha saturación. Por lo tanto, la vida cristiana consiste en ser saturados con el Dios Triuno. Un día, por medio de esta saturación, seremos glorificados.

El poder divino que nos es trasmitido nos satura con el Dios Triuno. Hemos visto que este poder está dirigido a la iglesia, que actúa para con nosotros los que creemos. La palabra griega traducida “para con” en el versículo 19 también puede traducirse “en”. Así que, el poder divino actúa en nosotros los que creemos. Esto comunica la idea de una saturación. Cada parte y área de nuestro ser debe ser saturado del poder divino. Esto es lo que el Señor lleva a cabo en Su recobro hoy.

El día en que nos arrepentimos, el poder divino fue instalado en nosotros. Ahora este poder no sólo está en las alturas, sino también en nosotros. Cuando abrimos nuestro ser, este poder es activado y nos satura con la esencia divina, la cual nos es trasmitida desde los cielos. Hoy esta trasmisión opera en nosotros como la sangre que circula en nuestro cuerpo. Debido a que no siempre estamos abiertos a ella, o a que tenemos problemas relacionados con nuestra conciencia, nuestra mente, nuestra parte emotiva o nuestra voluntad, la trasmisión se ve restringida temporalmente. Si deseamos experimentar una trasmisión continua, debemos arrepentirnos, confesar nuestras faltas y desprendernos de todo lo que nos estorbe. Entonces la trasmisión se restaurará y seguirá saturando todo nuestro ser.

Nosotros somos la iglesia gracias a que el Dios Triuno se imparte a nosotros y se forja en nuestro ser. Ahora entendemos por qué la iglesia se menciona al final del capítulo uno. La iglesia no se produce organizando a los santos; ella es producto de la trasmisión que proviene del Cristo ascendido. La iglesia que se produce de esta manera es el Cuerpo. Hay quienes se llaman “iglesias”, pero no son el Cuerpo, porque no son un organismo, sino algo así como un cuerpo artificial, una organización. La iglesia es el organismo producido por la trasmisión del Cristo todo-inclusivo. La iglesia, el Cuerpo de Cristo, es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.

¡Qué grandioso es ver que el capítulo uno de Efesios concluye con el Cuerpo! La iglesia como Cuerpo de Cristo es fruto de todo lo bueno que Dios ha hablado con respecto a nosotros, y el factor básico de estas bendiciones es que la vida divina se imparte en nosotros y se forja en nuestro ser. La iglesia es el resultado de las bendiciones de Dios, el factor básico de las cuales el Dios Triuno se imparte y se forja en nosotros. La impartición divina comenzó en la eternidad pasada y pasó por la creación, encarnación, crucifixión, resurrección y ascensión; y ahora llega a Sus elegidos para hacer de ellos el pueblo santo de Dios, los hijos de Dios, personas selladas, y el Cuerpo como plenitud de Cristo.

Page 5: Efesios Part 10

El Cuerpo es producto de la trasmisión del Cristo todo-inclusivo. Esta trasmisión es la suma de todo lo bueno que Dios ha pronunciado con respecto a nosotros. Para disfrutar de la trasmisión, se necesita una mente sobria, una parte emotiva ferviente, una voluntad sumisa y una conciencia pura. Al experimentar esta trasmisión, llegamos a ser el Cuerpo. Lo que necesitamos hoy es recibir más de esta trasmisión todo-inclusiva. ¡Aleluya porque el Dios Triuno se trasmite a nosotros! Así que, no tenemos vanas enseñanzas; antes bien, experimentamos una impartición, una trasmisión y una saturación. Este es el concepto básico de Efesios 1.

MUERTOS EN DELITOS Y PECADOS

En este mensaje llegamos al capítulo dos de Efesios. Hemos visto que en el capítulo uno no se menciona la misericordia de Dios debido a que ahí todo es excelente. Sin embargo, el capítulo dos describe una situación miserable, una situación que requiere la rica misericordia de Dios. En este mensaje examinaremos los tres primeros versículos del capítulo dos.

De hecho, Efesios 2 no trata principalmente de la condición lamentable del hombre caído, sino de cómo se produce y se edifica la iglesia. Al final del capítulo uno vemos que la iglesia como Cuerpo de Cristo se produce mediante la trasmisión que proviene del Cristo ascendido. Esta es la iglesia vista desde la perspectiva positiva, vista desde lo alto. Sin embargo, no sólo debemos ver la iglesia desde arriba, sino también desde abajo. En el capítulo uno Pablo mira la iglesia desde el punto de vista de los lugares celestiales. Desde esta perspectiva ella es producto de la trasmisión del Cristo ascendido. Pero en el capítulo dos Pablo ve a la iglesia desde abajo, mirando a la iglesia desde el punto de vista de la miserable condición del hombre caído.

I. LA CONTINUACION DEL CAPITULO UNO

Efesios 2:1 dice: “Y vosotros estabais muertos en vuestros delitos y pecados”. Según la gramática, la conjunción “y” indica que la última oración del capítulo uno no está completa. El último versículo del capítulo uno revela que la iglesia, el Cuerpo de Cristo, fue producida por Cristo mediante lo que El logró. Ahora el capítulo dos revela el trasfondo, la esfera de muerte, de donde fue producida la iglesia.

En el capítulo uno el apóstol Pablo expresa muchas cosas excelentes. Declara que la iglesia llega a existir mediante la maravillosa trasmisión del Cristo ascendido. En el capítulo uno Pablo habla de Cristo y del poder que operó en El resucitándolo de los muertos, sentándolo en los lugares celestiales por encima de todo, sometiendo todas las cosas bajo Sus pies y dándolo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. Pero como ya mencionamos, la iglesia tiene otro lado; se puede apreciar por el lado de Cristo y también por el lado nuestro. Por ello, en 2:1 Pablo dice: “Y vosotros”. La iglesia no solamente tiene el aspecto de la divinidad, sino también el aspecto de la humanidad. En el capítulo uno, vemos que la iglesia se produce al trasmitírsele la divinidad, mientras que en el capítulo dos vemos que la iglesia procede de la humanidad. La conjunción “y” al comienzo de Efesios 2:1 tiene mucha importancia, pues une estos dos aspectos de la iglesia.

II. MUERTOS EN DELITOS Y PECADOS

A. Muertos espiritualmente

El versículo 1 afirma que estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. La palabra “muertos” se refiere a la condición de muerte en que se hallaba nuestro espíritu, una muerte que invadió todo nuestro ser. Nosotros no solamente estábamos caídos y éramos pecaminosos; también estábamos muertos.

En 1947, mientras predicaba el evangelio en Shanghai el primer día del año, le dije a los que me escuchaban: “Amigos, los predicadores cristianos debemos ser sinceros y decirles a ustedes cuál es su verdadera condición. Ustedes no solamente son pecadores, sino que todos están muertos. Todos están en un ataúd y en una tumba. Tal vez se consideren damas y caballeros cultos, pero en realidad son personas muertas y sepultadas. Les digo esto porque ahora Cristo quiere darles vida y sacarlos del ataúd”. Esta es una buena manera de predicar el evangelio.

Debido a que el libro de Romanos trata el tema del pecador, no recalca el hecho de que las personas caídas están muertas; hace hincapié, más bien, en los pecados y en el pecado. Sin embargo, el libro de Efesios pone énfasis en la muerte, en la necesidad de personas que están muertas. La salvación revelada en Romanos se basa en la justicia. Según Romanos 1:16-17, el evangelio de Dios es poderoso para salvar porque en él se revela la justicia de Dios. En Romanos, Dios nos salva mediante Su justicia y con ella. Pero en Efesios, Dios salva a los muertos con la vida. La justicia no le beneficia a personas muertas. Lo que ellas necesitan es vida. Muchos cristianos no entienden claramente la diferencia entre ser salvos por medio de la justicia y ser salvos mediante la vida. Por ello, citan Efesios para hablar de la salvación que se basa en la justicia. Puesto que somos pecadores y estamos muertos, necesitamos tanto la justicia como la vida; tanto la salvación descrita en Romanos, como la salvación que se revela en Efesios.

B. Perdimos la función que nos capacitaba para relacionarnos con Dios

Page 6: Efesios Part 10

Al estar muertos en delitos y pecados, perdimos la función que nos capacitaba para relacionarnos con Dios. La muerte espiritual anuló la función de nuestro espíritu. No importa cuán activos hayamos estado en nuestro cuerpo y en nuestra alma, estábamos muertos en nuestro espíritu y no podíamos contactar a Dios.

C. En delitos y pecados

El versículo 1 dice que estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. Los delitos son actos que sobrepasan el límite de derecho, y los pecados son actos malignos. Antes de ser salvos, estábamos muertos en delitos y pecados. Fue de esta condición de muerte que fuimos salvos para ser la iglesia, el Cuerpo. Los muertos han sido vivificados para ser un organismo vivo que expresa a Cristo.

Creo necesario añadir algo con respecto a los delitos. Al correr en una carrera, el corredor debe permanecer dentro de ciertos límites. Salirse de dichos límites equivale a cometer una ofensa. Uno tiene derecho a correr dentro de esos límites, pero si se sale de ellos, traspasa sus derechos.

Hace algunos años recibí ayuda de un hermano que había estado aprendiendo las lecciones de la vida. Un día testificó que, habiendo sido alumbrado por Dios, se daba cuenta de que si tocaba a la puerta de la habitación de alguien y nadie contestaba, no tenía derecho a entrar en dicha habitación, pues si lo hacía, sobrepasaba sus derechos. Este testimonio me ayudó inmensamente. Desde entonces, cada vez que visitaba la casa de alguien, me limitaba a permanecer en la habitación que se me pedía que me sentara. No me tomaba la libertad de entrar en otras habitaciones de la casa, pues si lo hubiera hecho, habría estado sobrepasando mis derechos y cometiendo una ofensa. Hay personas que no les molesta visitar una casa ajena y entrar en todos los cuartos y examinar lo que en ellos hay. Aunque ellas traten de justificar su conducta, a los ojos de Dios han sobrepasado sus derechos.

Supongamos que después de una reunión, un hermano deja su himnario en el asiento. ¿Cree usted tener derecho de tomarlo? No; no lo tiene, a menos que sea el encargado de la limpieza o de recoger los artículos perdidos. Pero ni siquiera esto le daría derecho a hojear el himnario del hermano.

A los ojos de Dios, hemos sobrepasado nuestros derechos muchas veces. Así que, éramos personas muertas en nuestros delitos. Además, estábamos muertos en pecados, en hechos malignos tales como mentir y robar.