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"El concepto de lo político"
CARL SCHMITT, 1932
1. [Política y Estado]
El concepto de "Estado" presupone el concepto de "lo político", pues el Estado
refiere al «status político de un pueblo organizado en el interior de unas fronteras
territoriales»; es, pues, «un determinado modo de estar de un pueblo», asociado a: un
«caso decisivo» y una «pauta concluyente», dos elementos que refieren el uno al otro.
Hay que atender a la cuestión del Estado para entender la esencia de lo político, ya que
en general el sentido de una y otra se señalan mutuamente (si bien se suele vincular lo
político al "poder", este suele ser el poder del Estado).
La idea de que lo político se identifica con lo estatal se encuentra en el
absolutismo: el Estado como lo absoluto de la política. El liberalismo desarrolla una
distinción entre el "Estado" y "lo social" [análoga a "lo público" y "lo privado"],
tratando de posicionar la sociedad al margen de la política. La democracia vuelve a
soldar la sociedad al Estado: lo social se vuelve político, pero lo político incumbe a la
sociedad. Lo que supone esto, es que la extensión del (poder del) Estado aumenta a la
par que disminuye la legitimidad de su forma (esto es, de su dirección hacia lo social).
Buckhardt nos dice que el Estado «tiene que poder todo lo imaginable, pero nada le
debe estar permitido». Este problema de conciliación trata de resolverse mediante un
«pluralismo político» interno: la teoría de la Genossenschaft (corporación), de Gierke,
por la cual el Estado es una corporación al mismo nivel que otras como los sindicatos, la
Iglesia,…
2. [Categorías esenciales de lo político]
La determinación del concepto de lo político requiere poner de manifiesto las
categorías propias del mismo, esto es, las «distinciones propias últimas». Así como en
la moral están lo bueno y lo malo, en la estética lo bello y lo feo, en la política están
«amigo y enemigo». Es, como las otras distinciones, un «criterio»; y es una distinción
«autónoma», en términos de que no se establece en dependencia de ninguna otra
distinción "más fundamental", sino que tiene consistencia propia. El sentido de la
distinción amigo-enemigo es «marcar el grado máximo de intensidad de una unión o
separación, de una asociación o disociación»; es, pues, un concepto "intensivo" y
"extremo". "Enemigo" refiere a un otro, un extraño, un distinto existencial en un cierta
intensidad radical.
El hecho de "marcar" la distinción está en relación con una cierta decisión, esto
es, con la resolución decisiva de un caso límite o de un conflicto extremo: el de si el
"otro" representa «la negación del propio modo de existencia», o de «la propia forma
esencial de vida», y por consiguiente si es necesario combatirlo.
3. [La esencia de lo político]
La distinción amigo-enemigo no es una metáfora, sino que tiene un sentido
concreto y existencial. El liberalismo trató de disolver este concepto, que es la esencia
de lo político, en el "competidor" económico o retórico; pero, además de que esta es una
categoría política o verbal, el amigo o enemigo no es un adversario privado hacia el que
se siente aversión o antipatía: amigo o enemigo es un conjunto humano que, en relación
con el conjunto propio, se alía o se opone combativamente. «Sólo es enemigo el
enemigo público»; el enemigo no es el inimicus, sino el hostis; no es el ἐχθρός, sino el
πολέμιος. El Cristianismo no suprime la distinción fundamental de lo político, en la
medida en que su «amad a vuestros enemigos» se refiere no al enemigo público (que no
duda en señalar, en según qué situaciones: el Islam, etc.), sino al personalmente odiado,
al ἐχθρός.
Además de la distinción amigo-enemigo, existen otros «conceptos secundarios
adicionales» de lo político, dentro de las constituciones políticas (el Estado) y junto a
ellas. Todos estos conceptos secundarios tienen siempre un sentido "polémico", por su
fundamentación en la distinción radical amigo-enemigo. La cuestión política, cuando se
trata en el interior de un Estado, toma una forma "partidista", que deshace la presunta
unidad política del Estado, y cuya expresión límite es la guerra civil ‒dado que
"guerra" se encuentra en la esencia de la oposición polémica de la política, como
actualización extrema de la enemistad. El sentido de "amigo", "enemigo" y "lucha" (o
"guerra") se apoya sobre la «la posibilidad real de matar físicamente». [Foucault, sobre
la frase de Clausewitz: "la política es la continuación de la guerra por otros medios".] La
guerra no es el fin o el contenido de lo político, pero es la posibilidad real que se ha de
presuponer para que lo político tenga sentido. La "neutralidad" sólo tiene sentido como
disolución de lo previamente opuesto polémicamente, es decir, frente a la posibilidad
real de oponerse en el enfrentamiento. Que esta "guerra" como posibilidad real sea, de
facto, un caso excepcional, no le quita legitimidad como fundamento: su importancia
reside en su "posibilidad", no en su "actualidad".
Los enfrentamientos pueden tener carácter (o contenido) religioso, económico,
moral,…; pero la esencia del enfrentamiento o del conflicto es siempre lo político. En
todo caso, la oposición en otro ámbito se hipertrofia hasta alcanzar el extremo de lo
político, como paradigma de la oposición en su forma polémica. Pero
independientemente de los motivos, un conflicto es esencialmente político. Aunque no
es infrecuente que las guerras se "justifiquen" en este tiempo recurriendo a instancias
más allá de lo político, la polémica sigue siendo política.
4. [El carácter de lo político: intensidad y radicalidad, soberanía y unidad]
«Todo antagonismo u oposición religiosa, moral, económica, étnica o de
cualquier clase se transforma en oposición política en cuanto gana fuerza suficiente
como para agrupar de un modo efectivo a los hombres en amigos y enemigos. Lo
político no estriba en la lucha misma; ésta posee a su vez sus propias leyes técnicas,
psicológicas y militares. Lo político está, como decíamos, en una conducta determinada
por esta posibilidad real, en la clara comprensión de la propia situación y de su manera
de estar determinada por ello, así como en el cometido de distinguir correctamente entre
amigos u enemigos.» [Buena síntesis, al principio del capítulo 4.]
Lo político extrae su fuerza de los diversos ámbitos de la vida humana, no acota
un campo concreto de la realidad: es simplemente una cierta gradación de intensidad,
referido a la asociación o disociación de hombres (es decir, a la relación amigo-
enemigo). Cuando una oposición de cualquier índole adquiere intensidad política, se
dejan a un lado los criterios "puramente" de-tal-índole, de manera que las condiciones
de la oposición "politizada" se pueden llegar a observar como "irracionales" o "sin
sentido" desde la óptica puramente de-tal-índole que era el punto de partida.
La cuestión política es, por su intensidad y su radicalidad, la cuestión que señala
aquello «que marca la pauta», es decir, la decisión radical del caso decisivo
"encarnada" en un grupo humano. En este sentido, lo político tiene el carácter de
"soberano": la unidad política propia posee siempre y necesariamente la competencia
para decidir en el caso decisivo, que es el caso de conflicto. La referencia a la
posibilidad límite de una lucha contra el enemigo expresa el hecho existencial de que la
unidad política decide la agrupación de amigos y enemigos, «y es soberana en este
sentido».
Algunos teóricos de la política, refiriéndose a la soberanía como aquello que
encarnaría el Estado, han hablado de la "muerte" o el "final del Estado". El ejemplo más
claro es el de la "teoría pluralista del Estado", con Cole y Laski, que niega la «unidad
soberana del Estado» aduciendo que el individuo desarrolla su vida bajo muchas otras
organizaciones y vínculos determinantes, es decir, que para un mismo sujeto hay una
pluralidad de sujecciones. Del mismo modo actúa la teoría de las Genossenschaften de
Gierke. Básicamente, esta crítica a la "soberanía" es una purificación de la teoría
política que pretende purgarla de las fórmulas teológicas referidas a una cierta
"omnipotencia", sentido que no tiene relación con aquél de "soberanía" que se expresa
en este texto.
La cuestión que permanece, sea como sea, tras estas críticas a la soberanía, es la
de la unidad política, entendida como el carácter de la instancia que marca la pauta en
la decisión decisiva. En estos términos, la unidad política es única, unilateral y, en
términos del conflicto, «es la unidad suprema». Así, la teoría pluralista del Estado puede
entenderse de dos maneras: si el Estado conserva su carácter político, entonces no deja
de ser una unidad que marca la pauta, pero constituida ahora por el federalismo de
asociaciones ("com-unidad"); en caso de que pierda la unidad, el Estado no es ya más
una entidad política, se encuentra disuelto (porque "político" implica, en base a su
carácter crucial, justamente "unidad soberana"). Cuando se pone al Estado como una
asociación política al mismo nivel que otras asociaciones (económicas, religiosas, etc.),
pierde entonces su sentido político; hay quien determina un ordenamiento distinto al
Estado, superior a estas asociaciones: la «society» de Cole, o la «humanity» de Laski,
cuya definición es más que ambigua.
5. [Los límites de lo político: muerte y paz]
La decisión crucial, o la situación de "filo de navaja" polémica, concretada en lo
que se designa como "Estado", es lo que la teoría política moderna ha dado en llamar
«ius belli». La competencia para declarar la guerra se remite a la competencia para
marcar el bando amigo, que debe ponerse disponible para matar y ser muerto en la
lucha (el «ius vitae ac necis»), frente al bando enemigo, cuya muerte o aniquilación se
pretende.
Para que la posibilidad de la guerra pueda llevarse a cabo, el Estado tiene la
necesidad (pues es condición para batallar) establecer «paz, seguridad y orden» dentro
de sus fronteras, ya que «toda norma presupone una situación normal», y la normal
estabilidad es requerida para que pueda ejercerse la norma del ius belli. No obstante, así
como tendría el deber de asegurar la paz interna, también está legitimado para marcar
un enemigo dentro de sus propias fronteras, que dicho llanamente supone la declaración
de una guerra civil ‒la cual, no por tener lugar como en una "división" del Estado, deja
de ser única y soberana, en tanto que caso decisivo. Asimismo, si bien el derecho de
dejar vivir y hacer morir puede estar, en determinado momento, en manos de entidades
subalternas a la unidad política, el ius belli o la competencia de declarar la guerra
(interna o externa) estará siempre en manos del Estado como unidad política (en tanto
que constituya él, en efecto, dicha unidad o com-unidad).
Los límites de la muerte, que son los límites propiamente existenciales, son los
que constituyen, en la medida de posibilidad y bajo el carácter de enfrentamiento, los
límites de lo político. Político <=> Guerra <=> Muerte. No existe una justificación
racional posible para dar muerte, sino que éste hecho sólo adquiere sentido en los
marcos de lo óntico, bajo los cuales se encuentra la posibilidad de que una otra forma de
existencia niegue la forma de existencia propia. Que no hay legitimidad ni normatividad
en la guerra, ya lo sostenía Hugo Grotius en su De iure belli ac pacis, distanciándose de
la noción medieval-católica del bellum justum contra los infieles.
El hecho de que un pueblo declare que no tiene enemigo concreto alguno,
mediante la paz total, el desarme o la concordia universales o algo por el estilo, no
invalida la distinción amigo-enemigo como fundamento de la condición política, sino
que sitúa a ese pueblo en condición de estar "del lado de" los enemigos. La única
manera de situarse, como unidad política, en la "pacificación" (no supresión de la
diferencia existencial amigo-enemigo, sino la ubicación "al margen de" allí donde se
libra esta oposición) es bajo la condición de servidumbre a otra unidad política que se
encargue de llevar a cabo tal posibilidad existencial de lo político (es decir, en la
disolución del propio agrupamiento como unidad política, en otro "superior"). La
correlación de "protección" y "obediencia" ‒que no es exclusiva del feudalismo, pero
en él es donde por vez primera se expresa de manera explícita‒ es la base de la
ordenación jerárquica, como pretende señalar Hobbes (no polémica); «el protego ergo
obligo es el cogito ergo sum del Estado», entendido éste en su constitución interna.
«Porque un pueblo haya perdido la fuerza o la voluntad de sostenerse en la
esfera de lo político no va a desaparecer lo político del mundo. Lo único que
desaparecerá en ese caso es un pueblo débil.»
6. [Las relaciones políticas]
Si bien la unidad política es absoluta, en el sentido de "soberana" ya mencionado
(delimitado por el sentido de una posibilidad crucial y de una decisión asimismo crucial
en el caso límite), la división amigo-enemigo implica «la existencia simultánea de otras
unidades políticas». Esta multiplicidad de unidades políticas, sustrato necesario para
la pugna crucial por la unidad soberana, determina que la ficticia situación de una
"humanidad integrada" o de un "Estado total" o "mundial" no es propiamente política,
dado que lo político es el conflicto; «la humanidad no es un concepto político, y no le
corresponde tampoco unidad o comunidad política ni posee status político». La cuestión
de que se lleven a cabo guerras sobre la idea de defender una supuesta "humanidad" o
por la "concordia" entre los pueblos, esto es, de que se libren guerras por o desde una
supuesta "paz total", carece de sentido: «la humanidad como tal no puede hacer una
guerra, pues carece de enemigo». Carece de sentido en términos políticos existenciales;
estratégicamente, no es raro apropiarse de conceptos universales para oponerlos a la
parcialidad del enemigo, y usando la universalidad de los mismos para imponerse
vencedor de manera "soberana". Como dijo Proudhon, «cada vez que escucho
'humanidad', sé que nos quieren engañar».
En el ámbito de las relaciones entre comunidades políticas, deben distinguirse
las uniones internacionales y las uniones interestatales. Las uniones "internacionales"
proceden como si no se diese la confrontación entre las unidades políticas (los Estados),
es decir, como si no hubiera relaciones "interestatales" conflictivas; las relaciones
internacionales están vinculadas a esa noción de "humanidad" o "Estado mundial" (que,
propiamente, no es "Estado"), absolutamente despolitizada, mientras que las relaciones
interestatales se manifiestan sobre la realidad de un status político diverso. Sin decir que
el "estado de despolitización" sea algo esencialmente imposible, sí que es cierto que se
encuentra con la «difícil tarea» de suprimir el ius belli del resto de Estados en su
beneficio, al mismo tiempo que renuncia al ingente ius belli adquirido por él. La
cuestión de quiénes estarían al cargo de esta formación también sería polémica [ver
siguiente capítulo].
7. [Política y antropología]
Todas las teorías políticas presentan subyacente una cierta concepción
antropológica, los tradicionalmente llamados "optimismo" y "pesimismo"
antropológico: un ser humano «bueno por naturaleza» o un ser humano «malo por
naturaleza»; esto es, una cuestión de si el ser humano «se toma como presupuesto
problemático o no problemático». La teoría del "Estado natural" de los filósofos
políticos del siglo XVII es un ejemplo: el "Estado de naturaleza" es «la situación en la
que viven los diversos Estados entre sí, […] de peligro y amenaza constantes», y esto
provoca que los sujetos de tales Estados sean "malos", como los animales.
La oposición entre «teorías autoritarias y anarquistas», o dicho más clara y
precisamente, entre proyectos en lo "político" y proyectos hacia lo "apolítico", puede
reducirse a esta cuestión antropológica; «el radicalismo hostil al Estado crece en la
misma medida que la fe en la bondad radical de la naturaleza humana». No sólo el
anarquismo, sino también el liberalismo se rigen por el optimismo antropológico entre
su vía hacia lo apolítico; en este sentido, si bien no postulan una teoría política (i.e., del
Estado) positiva, vinculan y diluyen lo político en una ética y, en ocasiones, lo someten
a lo económico. Dicho esto, queda claro que todas las teorías o propuestas propiamente
políticas presuponen la maldad del ser humano, toman la naturaleza humana como
«cosa problemática» (véanse Maquiavelo, Hobbes, Hegel, etc.); también se puede decir:
que lo que llamamos "pesimismo antropológico" no es otra cosa que la presuposición de
los elementos esenciales de lo político (el enemigo, la lucha,…). La incapacidad de
adoptar estos presupuestos (como ocurre en el anarquismo-liberalismo) implica la
incompetencia política y «aparece como síntoma de acabamiento político».
En el siglo XIX se produce, de manera definitiva, el llamado «salto de la
cantidad a la calidad»: el ámbito económico, presuntamente neutral o apolítico, se torna
crucialmente político: la posesión económica se convierte en cierto modo en poder
político, «la proprieté se hace pouvoir». Hegel nos da «la primera definición polémico-
política del burgués como el hombre que no desea abandonar la esfera de lo privado,
como apolítica y libre de riesgos»; existencialmente, no quiere otra cosa que evitar «los
peligros de una muerte violenta». Asimismo, Hegel también define al enemigo como
«la diferencia ética (sittlich)», en el sentido de aquello que constituye «lo ajeno que ha
de ser negad en su totalidad viva» (diferencia, pues, no meramente emocional o moral,
sino en términos de "enemigo de una forma de vida de un pueblo").
La relación entre el "pecado" teológico y lo político no es tan accidental (en el
sentido que vimos que era accidental la vinculación de las categorías políticas amigo-
enemigo con otras categorías esenciales de lo económico, lo estético, lo étnico,…) como
podría creerse. El dogma teológico del pecado ligado a la mundaneidad, mientras no
consista en pura especulación teórica y mientras no se quede en la normatividad, hace
imposible el «optimismo indiscriminado», y obliga a distinguir entre los mundanos y los
celestiales [en el origen del movimiento monástico de los siglos III-VI, tal distinción era
principalmente centrada en lo social, y se distinguían los κόσμικοι de los μοναχοί]. Pero
para que esta distinción tenga relevancia política, ha de ir, como decimos, más allá del
plano moral. El ejemplo más claro de la intervención de la religión en política es la de
Cromwell y su lucha contra la España papista: considera que el español es enemigo por
acto divino, «the natural enemy, the providential enemy».
8. [El carácter político del liberalismo]
A pesar de que el liberalismo, en el sentido de su oposición a lo estatal, parece
proyectar una disidencia respecto a lo político en general, él mismo se ha convertido en
un jugador dentro de la dimensión política. De hecho, en principio, de sus fundamentos
teóricos no puede inferirse tal implicación, ya que el individualismo conduce a la
desconfianza de todo poder político y forma de Estado; el liberalismo, en relación a lo
político, no es una teoría política positiva sino una crítica a lo político en general. A la
libertad individual y al derecho de propiedad se oponen todas las formas de poder
político, que, bajo su perspectiva, encarnan la violencia.
El cuerpo teórico del liberalismo se estructura en conceptos que se mueven
entre el plano ético o espiritual y el plano económico, cuyo centro es la «propiedad
privada» y cuyo vínculo con lo político es el llamado «Estado de derecho». La función
teórica del liberalismo es la despolitización de elementos propiamente políticos: la lucha
se vuelve competición económica o discusión espiritual; el Estado se vuelve sociedad o
humanidad, éticamente, y sistema de producción y comercio, económicamente; la
voluntad contra el enemigo se convierte en un programa social o en un cálculo
económico; el pueblo se torna en público masivo y en personal (laboral o de consumo);
dominio y poder se quedan en la propaganda, la manipulación de las masas y el control
de los sujetos. Se trata, en general, de someter a lo político ‒un orden que es meramente
existencial y fáctico, concreto, no abstracto ni regulativo‒ a una normatividad
proveniente de lo económico y lo moral.
El desarrollo conceptual (y, en paralelo, político) del liberalismo comienza con
la Modernidad y la Ilustración. Esta época sostenía el pensamiento en general en dos
polos opuestos, el dogma y la crítica, las tinieblas y la luz, y su movimiento era el
«progreso», del primero al segundo, hacia la libertad de la ética. La prosperidad
económica, unida al desarrollo tecnológico, hizo que en el siglo XIX se identificase ese
progreso con la industria, y se desarrollan estructuras trimembres (la dialéctica
hegeliana, la escala de Comte,…) que expresan la pacífica mediación en los tiempos
tranquilos. Pero no tardaría en resurgir el carácter polémico, y dualista, de lo político en
teorías como el marxismo, que señalaban «una única lucha final contra el último
enemigo de la humanidad». Sin embargo, a pesar de esta "vuelta a lo político", el "giro
económico" ya era definitivo, pues Marx teoriza sobre el liberalismo ya en su propio
campo y con sus propias armas (el capital). La alianza de progreso ético y del desarrollo
económico-técnico está presente desde Benjamin Constant, primer teórico de la
«espiritualidad liberal», oponiendo categorías de lo político y violento a lo económico,
ilustrado y "perpetuamente pacífico" [ver esquema de la p. 103]. Pero «esa coalición tan
compleja de economía, libertad, técnica, ética y parlamentarismo ha acabado hace ya
tiempo con su adversario, con todo resto del Estado absolutista y de su aristocracia
feudal, y ha perdido con ello la actualidad de su sentido». Curiosamente, Hegel
presentaba unos valores totalmente inversos: el Estado, coordinador y regulador, nos
separaba del mundo animal, regido por la competición violenta.
Lo que ha hecho el liberalismo no es, pues, suprimir lo político, sino hacerlo
emerger históricamente sobre un fundamento diferente: como en su tiempo hubo
guerras por la religión, hoy las categorías políticas se establecen en función de lo
económico; hoy las reglas son las de la economía política, o la política económica.
Proféticamente, Walther Rathenau afirmó que el destino ya no es la política, sino la
economía (aunque, más bien, la política siempre será y fue el destino, pero la economía
se ha vuelto el contenido de lo político). El «imperialismo económico» es la forma que
adopta esta nueva concreción de lo político en la historia, que pretende enmascarar las
categorías de la política bajo "neutralizados" términos económicos y morales.
«Un imperialismo de base económica intentará, como es lógico, llevar al mundo
a un estado en el cual él pueda aplicar sin obstáculo alguno sus medios de poder
económico […]. Considerará «violencia extraeconómica» cualquier intento de
sustraerse al efecto de estos métodos «pacíficos» realizado por cualquier pueblo o grupo
humano distinto. Hará uso de medios de coacción más severos, aunque desde luego aún
«económicos», medios que según esta terminología seguirán siendo apolíticos y
esencialmente pacíficos […]. Finalmente el imperialismo económico dispone de medios
técnicos para infligir la muerte física por la violencia, armas modernas de gran
perfección técnica puestas a punto mediante una inédita inversión de capital y
conocimientos científicos, con el fin de que en caso de necesidad se pueda disponer
efectivamente de ellas. Eso sí, para la aplicación de tales medios se crea un nuevo
vocabulario específicamente pacifista, que no conoce ya la guerra sino únicamente
ejecuciones, sanciones, expediciones de castigo, pacificaciones, protección de los
pactos, policía internacional, medidas para garantizar la paz. El adversario ya no se
llama enemigo, pero en su condición de estorbo y ruptura de la paz se lo declara hors-
la-loi [ajeno a la ley; proscrito] y hors l'humanité [ajeno a la humanidad]; cualquier
guerra iniciada para la conservación o ampliación de poder económico irá precedida de
una oferta propagandística capaz de convertirla en «cruzada» y en «última guerra de la
Humanidad».»