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EL HUERTISMO* José MANCISIDOR SU CARÁCTER REGRESIVO "El cuartelazo ha sido absurda conjura de gente rica, de industriales omnipotentes, de banqueros acaudalados y de co- merciantes favoritos que ansian su «fetiche» y labran, sin saber- lo, su ruina", dice MÁRQUEZ STERLING (LOS últimos días del Presidente Madero) con indiscutible acierto, para en seguida insistir: "Al general Huerta lo apoyaron las altas clases; pero el general Huerta obró, sin duda, en perjuicio de sus más caros intereses. Lo apoyaron, aturdidas por su devoción a los métodos brutales; lo apoyaron, además, por el ansia de so- juzgar, bajo el sable de un cacique, a las clases inferiores, como en época de don Porfirio; lo apoyaron, asimismo, por miedo a la Revolución; y, finalmente, por miedo a Huerta. En cam- bio, la dictadura carecía de masas populares que le sirvieran de cimiento político.. Este sereno juicio concreta una gran verdad. Porque fue- ron las clases dominantes de la época porfirista las que con saña sin igual combatieron a Madero y a su gobierno, soñando con un retorno al pasado, con un volver a la prosperidad de sus negocios bajo la vigilancia del sable pretoriano. Pero de tal modo fué soliviantada la conciencia popular por los asesinatos de Madero y Pino Suárez, así como por los crímenes y atenta- dos del régimen huertista, que nada pudo detener al pueblo en armas ni el proceso, ascendente, de la Revolución. Por otra parte, en los cálculos de Huerta no entraba la idea de insistir en el porfirismo, ni de permitir que quienes habían dominado al país durante largos treinta años, reconquistaran la posición que al amparo de Félix Díaz pensaban reconquistar. "¡Todo es un error y parte de base equivocada...!, decía Carlos Perey- ra, subsecretario de Relaciones en el gabinete de Huerta, al ministro de Cuba en nuestro país. El régimen del general * Del libro en preparación La Revolución mexicana. Ensayo histórico.

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EL HUERTISMO*

José MANCISIDOR

SU CARÁCTER REGRESIVO

" E l cuartelazo h a sido absurda con jura de gente r i c a , de industr ia les omnipotentes , de banqueros acaudalados y de co­merciantes favoritos que ansian su «fetiche» y labran , s in saber­l o , su r u i n a " , dice MÁRQUEZ STERLING (LOS últimos días del

Presidente Madero) con i n d i s c u t i b l e acierto, para en seguida insis t i r : "Al general H u e r t a lo apoyaron las altas clases; pero e l general H u e r t a obró, s i n d u d a , e n per ju ic io de sus más caros intereses. L o apoyaron , aturdidas por su devoción a los métodos brutales ; lo apoyaron , además, p o r e l ansia de so­juzgar, ba jo e l sable de u n cacique, a las clases inferiores, como en época de d o n P o r f i r i o ; l o apoyaron , asimismo, por m i e d o a l a Revolución; y, f ina lmente , p o r m i e d o a H u e r t a . E n cam­b i o , l a d i c t a d u r a carecía de masas populares que le s i r v i e r a n de c imiento p o l í t i c o . .

Este sereno j u i c i o concreta u n a g r a n verdad. P o r q u e fue­r o n las clases dominantes de l a época por f i r i s ta las que c o n saña s in i g u a l c o m b a t i e r o n a M a d e r o y a su gobierno, soñando con u n re torno a l pasado, c o n u n volver a l a prosper idad de sus negocios ba jo l a v i g i l a n c i a d e l sable pretor iano. Pero de t a l m o d o fué so l iv iantada l a conc ienc ia p o p u l a r por los asesinatos de M a d e r o y P i n o Suárez, así como p o r los crímenes y atenta­dos d e l régimen huert is ta , q u e n a d a p u d o detener a l p u e b l o en armas n i e l proceso, ascendente, de l a Revolución. P o r o t ra parte, en los cálculos de H u e r t a n o entraba l a idea de ins is t i r en e l p o r f i r i s m o , n i de p e r m i t i r que quienes habían d o m i n a d o a l país durante largos t re inta años, reconquistaran la posición que a l amparo de F é l i x Díaz pensaban reconquistar . " ¡ T o d o es u n error y parte de base e q u i v o c a d a . . . ! , decía Car los Perey-ra , subsecretario de Relac iones en e l gabinete de H u e r t a , a l m i n i s t r o de C u b a en nuestro país. E l régimen d e l general

* Del libro en preparación La Revolución mexicana. Ensayo histórico.

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EL HUERTISMO 35 Díaz pasó ya para siempre; y nadie, en México, desea, ni reclama, ni pretende su aborrecido sistema...; la situación política, hábilmente 'creada' por el general Huerta, es nueva, responde a ideales que no amasó el 'porfirismo', y conducirá a la nación a su engrandecimiento" (MÁRQUEZ STERLING).

Las palabras de Pereyra respondían a una realidad a me­dias. Huerta, sí, aspiraba a asentar un régimen propio, para lo cual estaba dispuesto a todo; pero no fincaría ni la pros­peridad del país ni la paz que las clases dominantes ansiaban; antes bien, desencadenaría la guerra civil, ahora sin términos medios, que vendría a modificar, aunque no fuera sino en par­te, la estructura económica, política y social de México. Huerta requeriría nuevos cuadros políticos y militares que formaría, él mismo, con quienes hasta entonces se habían mantenido como figuras secundarias en una y en otra actividad. Porque él no intentaba prolongar el porfirismo, sino por el contrario, liquidarlo y construir, sobre sus despojos, un régimen con características propias. Así habría de surgir su sangrienta dictadura, que no se detendría ante nada, barriendo a sus enemigos y a sus aliados de ayer, los partidarios de Félix Díaz que creían fácil proseguir la obra del porfirismo a la sombra de la felonía huertista " . . . E n su doble tarea de captarse a los Estados Unidos y pacificar el país . . . más dura se hacía su mano y más arbitrario y laberíntico su régimen. Los consejeros desconfiaban de Huerta, que perseguía, indistintamente, a sus propios amigos, o a los del príncipe Félix, en ocasiones, medi­dos por igual rasero que el más obtinado maderista. Su ideal reposaba, íntegro, en los elementos represivos... Los rotativos adornaban a diario sus páginas con retratos del dictador: en­trando en el Palacio, comiendo en un banquete, o saludando, con los dientes de fuera, desde un balcón" (MÁRQUEZ STER­LING, op. cit.). Para llevar hasta sus últimas consecuencias estos proyectos contó, como Porfirio Díaz, con la complicidad de la prensa mercenaria de México, que, salvo raras excepcio­nes, lo era en su generalidad. Esa misma prensa que tanto denigró a Madero y que ahora, suspendida sobre su cabeza la espada militarista, tornaba a su vieja postura reaccionaria y servil. " E l periodista se hizo polizonte, y en su periódico denunciaba a los patriotas que no querían ser esclavos. La calumnia, en letras de molde, harta las ansias del amo; y el

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periodista escribe como s i , arrebatado, cosiera a puñaladas e l vientre d e l enemigo. E n artículos de pomposa l i t e r a t u r a , l lenos de veneno, i n v i t a a l e x t e r m i n i o de todo el que sienta nostalgias de l i b e r t a d " (Ibid.). H u e r t a allanó, p o r m e d i o de l a corrupción, muchos escrúpulos. Pero las clases dominantes d e l p o r f i r i s m o n o p u d i e r o n decir que habían alcanzado u n a v ic tor ia , ya que esa v i c t o r i a sobre l a democracia y l a l i b e r t a d , fué u n a v i c t o r i a tan pel igrosa para ellas mismas como las famosas victorias pírricas para e l rey de E p i r o , vencedor de los romanos. P o r q u e sobre l a geografía nac iona l , a todo l o ancho de l a t ierra m e x i c a n a , ardía ya e l fuego de l a revo­lución.

ZAPATA

Zapata n o m a n c h ó su pasado n i su tradición r e v o l u c i o n a r i a reconociendo e l estado de cosas nac ido d e l cuartelazo de febre­ro. E l C a u d i l l o d e l Sur de jó sentada, desde el p r i n c i p i o , su act i tud ante e l c r i m e n y l a barbar ie . E l 20 de febrero (1913), cuando H u e r t a hab ía aprehendido ya a los mandatar ios cons­titucionales de l a Repúbl i ca , sus fuerzas atacaron T l a l p a n , defendida p o r tropas huertistas. Y sal iendo a l paso de c u a l q u i e r malentendido y de los errores en que sus jefes p u d i e r a n i n c u ­r r i r , dió curso a u n a c i r c u l a r con l a c u a l prevenía a los suyos contra e l gobierno hüertista, a l que condenaba categóricamen­te. " T e n g o noticias de que e l ac tual gobierno i l ega l pretende entrar en tratos de paz con los jefes revolucionar ios , p o r m e d i o de conferencias, que n o son otra cosa que unas emboscadas para atraparlos y f u s i l a r l o s . . . E n tal v i r t u d , tome sus precau­ciones en l o sucesivo y lo m i s m o que ataque a l enemigo cuan­tas veces se presente y n o p i e r d a o p o r t u n i d a d de b a t i r l o , p o r q u e es la única m a n e r a de acabar con e l los" ( G i l d a r d o MAGAÑA, Emiliano Zapata y el agrarismo en México).

T r a n s c u r r i d o s algunos días, Zapata , a consulta re la t iva que le h i z o G e n o v e v o de l a O , respondió que todo aque l que se presentara e n su campamento como enviado de paz fuera procesado y castigado. C i tó los casos de Simón Bel t rán , Blas Sobr ino y O c a m p o y otros, a quienes se había aprehendido y encausado p o r pretender alentar actividades de esta índole entre los revo luc ionar ios d e l Sur .

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EL HUERTISMO 37 En el mes de abril, después de que los delegados de paz

enviados por Orozco llegaron a los dominios de la revolución agraria, Pascual Orozco (padre) informó a su hijo, el general, que allí se les había escuchado con atención, por lo cual Zapa­ta se vió obligado a aclarar, una vez más, que "la Revolución no está en arreglos de paz con nadie absolutamente...", por­que él, Zapata, no estaba dispuesto a entrar en negociaciones "con un gobierno ilegal y usurpador" ( G . MAGAÑA, op. cit.). Y meses más tarde, indignado por la campaña sin cuartel que las fuerzas huertistas desarrollaban contra los campesinos de Morelos, apostrofó a Orozco padre, testigo como él de la cri­minal carnicería cometida contra mujeres, ancianos y niños indefensos, preguntándole: "¿A este gobierno que usted re­presenta, quiere usted —que se llama revolucionario— que yo me rinda?" (Ibid.), ordenando acto continuo su fusilamiento. En mayo (1913), Zapata y los jefes surianos reformaron el Plan de Ayala, desconociendo a Pascual Orozco como jefe de la Revolución.

OROZCO Y LOS EX-REVOLUCIONARIOS

Contrariamente a la levantada y enérgica postura de Zapa­ta, Pascual Orozco y otros antiguos revolucionarios se apresu­raron a reconocer la autoridad de Victoriano Huerta. Es cierto que por lo que a Orozco y a los guerrilleros del Norte toca, éstos quisieron enmascarar su claudicación con algunas con­diciones de tipo revolucionario, como aquella que exigía una "inmediata solución del problema agrario" (De cómo vino Huerta y cómo se fué... Apuntes para la historia de un régi­men militar). Mas la subordinación de Orozco a su antiguo vencedor se hallaba inspirada en su vieja apostasía, nacida en los días del asalto a Ciudad Juárez. Otro grupo de ex-ma-deristas, éstos del Sur, encabezados por Juan Andrew Almazán, no disfrazaban su tendencia reaccionaria y se descubrían ple­namente. " E l zapatismo es la bandera de los bandidos —afir­maban—, la bandera de los que matan, de los que roban, de los que saquean... La sumisión de los jefes rebeldes guerre-renses es una muestra palpable de que no teníamos ligas con los bandidos; de que nuestro fin único era el derrocamiento del señor Madero..." (Ibid.). En una carta que Orozco dirigió

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a Almazán recomendándole fe absoluta en e l gobierno huer-tista, t e r m i n a b a encareciéndole l a necesidad de unirse con H u e r t a , p a r a l a pacif icación d e l país. Pero , p o r m u c h o que éstos y aquéllos se a fanaran, n o conseguían engañar a nadie , rec ib iendo, como justa cosecha de su p e r f i d i a , l a i n d i f e r e n c i a y el desprecio.

HUERTA Y FÉLIX DÍAZ

E n u n e d i t o r i a l p u b l i c a d o en e l periódico El País con fecha 8 de marzo de 1913, se lee l o s iguiente: " U n o de los actos más trascendentales que h a n tenido lugar en l a Repú­b l i ca , desde l a prisión de los señores M a d e r o y P i n o Suárez, h a sido, s in d u d a , e l convenio f i r m a d o p o r los generales Díaz y Huerta e l d iec iocho de febrero últ imo. E n este documento se f i j a ron las bases d e l nuevo orden de cosas, designándose las personas que deberían f o r m a r e l gabinete, y se insinuó l a idea de que e l jefe de las fuerzas de l a C i u d a d e l a lanzaría su candidatura a l a pres idencia de l a Repúbl i ca . E n este memo­rable convenio se olvidó algo importantís imo y cuya urgencia se hace cada día más n o t o r i a : f i j a r l a época en que se ver i ­ficarán las elecciones presidenciales ." A cont inuación se a lude a las contradicciones surgidas en los preceptos de l a C o n s t i t u ­ción G e n e r a l de l a Repúbl i ca , que si en su ar t i cu lo 81 ob l iga­ba a convocar a elecciones e n seguida, en su artículo 76, en cambio, expresaba que p a r a e l e jercicio d e l sufragio en e l país éste debía de mantenerse en paz, l ibre de actividades sediciosas, con el f i n de que todos los c iudadanos gozaran de las garan­tías indispensables que p a r a u n acto de ta l naturaleza tenían derecho a d is f rutar . E l edi tor ia l i s ta , cuyo tendencioso artículo se adelantaba a los fines que H u e r t a perseguía, revelaba que, entrevistado Fé l ix Díaz p a r a que d i j e ra cuándo debían v e r i f i ­carse las elecciones, éste había respondido que "desde l u e g o " , según l o prevenía l a Consti tución; pero ¿era, acaso, l a m i s m a opinión de V i c t o r i a n o H u e r t a ? P o r q u e si H u e r t a pensaba de manera diferente , "sería u n conf l ic to acerca de cuya trascen­dencia n o queremos hacer conjeturas, p o r q u e nos expondría­mos a exageraciones p e l i g r o s a s . . . "

C o m o p a r a satisfacer a l edi tor ia l i s ta anónimo, a l servicio s in d u d a d e l d ic tador , e l M i n i s t e r i o de Gobernac ión remit ió

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EL HUERTISMO 39 al Congreso un proyecto de ley con el fin de que el Poder Legislativo lanzara la convocatoria a elecciones de Presidente y Vicepresidente de la República, de acuerdo con los ordena­mientos de la Constitución.

Reunida la Cámara de Diputados decidió, en acuerdo económico, que las elecciones correspondientes se verificaran así que fuera expedida la ley orgánica del artículo 76 de la Ley Fundamental de la nación, reservándose la iniciativa correspondiente para su oportunidad.

Vistes los trámites citados y el editorial de El País, cabe suponer que éste había sido escrito obedeciendo a objetivos sugeridos por el propio Huerta o por sus consejeros, con vistas a anular a Félix Díaz en sus pretensiones presidenciales.

Una semana después, Félix Díaz y Francisco León de la Barra, aspirantes a la presidencia y a la vicepresidencia de la República respectivamente, presentaron su renuncia ante José Luis Requena, presidente del Partido Liberal Democrá­tico, que postulaba y propagaba sus candidaturas para los cargos mencionados. Con cinismo sin paralelo, fingiendo olvidar sus negras traiciones, Félix Díaz asentaba con hueca palabrería: "Provocar la continuación de la lucha fratricida, porque la convocatoria no se expida o se aplace indefinida­mente, sería destruir toda la historia de mi existencia, sería manchar una vida cuyo culto primero ha sido, como ciudada­no, el del deber; como soldado, el del hono r . . (De cómo vino Huerta...).

Huerta había nulificado a Félix Díaz, uno de los estorbos que se le atravesaban en su camino. Destituyendo a Mondra-gón, que actuaba como Ministro de la Guerra de acuerdo con las bases del Pacto de la Ciudadela, provocó entre aquél y éste un rompimiento definitivo. Mondragón reprochó a Félix Díaz el haber roto el pacto mencionado y el haber echado en olvido que había sido precisamente él quien había concebido, prime­ro que ninguno, el pensamiento de la rebelión, y quien había comprometido, con su autoridad, a la oficialidad desleal; quien había, asimismo, asaltado los cuarteles de Tacubaya y forma­do las columnas que se dirigieron a la Penitenciaría y a Santiago para abrir las puertas de la prisión a Bernardo Reyes y al propio Félix Díaz; quien, luego del desastre del Palacio Nacional ocasionado por el impulsivismo de Reyes y la im-

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p e r i c i a de Díaz, reunió a los dispersos y atacó l a C i n d a d e l a obl igándola a rendirse. Q u i e n , ya en e l rec into de este edi­f i c i o , abr ió fosos, construyó parapetos, levantó trincheras y dirigió todas las operaciones mil i tares . " E n u n a p a l a b r a —ter­minaba—, yo f u i e l todo durante los días de l a Decena T r á g i c a " ( G . MAGAÑA, op. cit.).

¿Cuál era e l pago de tantos afanes? ¡ L a i n g r a t i t u d ! . . . Pero Fé l ix Díaz n o disfrutaría e l precio de sus alevosías, porque H u e r t a , que se h a l l a b a dec id ido a i m p o n e r su v o l u n t a d , l o obl igó a sa l i r d e l país e l 19 de j u l i o de 1913, aunque su des­t ierro se d i s i m u l a r a con los gajes de u n a embajada especial d e l gob ierno huert is ta ante e l E m p e r a d o r d e l J a p ó n .

GOLPES DE ESTADO EN MORELOS Y QUERÉTARO

L a a c t i t u d asumida p o r los gobernadores de los Estados, exceptuando a los de C o a h u i l a , S i n a l o a y Sonora, fué de su­misión i n c o n d i c i o n a l a l nuevo dic tador . Plasta aquellos que como Mestre C h i g l i a z z a en Tabasco y R a f a e l C e p e d a en San L u i s Potosí reconocían su f i l iación maderista , contestaron a l a c i r c u l a r de H u e r t a e n que éste les p a r t i c i p a b a haberse hecho cargo d e l poder , expresándole su subordinación absoluta. P e r o m u y p r o n t o en algunos Estados de la R e p ú b l i c a i b a a estallar e l conf l i c to que venía en l ínea directa d e l choque n a t u r a l entre e l espíritu democrático d e l régimen que acababa de des­aparecer y l a conducta d i c t a t o r i a l d e l régimen recientemente ins taurado p o r e l cuartelazo de febrero.

E n M o r e l o s , e l gobernador i n t e r i n o B e n i t o A . T a j o n a r , a l comparecer ante l a Cámara loca l en e l m o m e n t o de abrirse e l período o r d i n a r i o de sesiones en e l mes de a b r i l (1913), h izo profesión de fe democrática, subrayando su decisión de defen­der l a soberanía d e l Estado, que parecía pe l igrar con l a presen­c ia d e l general Juvencio Robles . A l contestar e l presidente de l a C á m a r a l o c a l a l mensaje de l gobernador T a j o n a r , ma­nifestó que cuando se había designado a éste para tomar a su c u i d a d o e l gobierno de M o r e l o s , lo había sido por l a seguridad existente entre quienes l o escogieron "de haber elegido a u n a persona d i g n a y patr io ta , que n u n c a consentiría que fuera u l t r a j a d a la soberanía d e l Estado de M o r e l o s . . (De corno vino

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Huerta..por lo cual se entendía que ésta, realmente, se hallaba amenazada.

En efecto. Huerta había nombrado jefe militar en aquel Estado al general Juvencio Robles, de ingrata memoria. Algo debió traslucirse sobre los verdaderos móviles de la presencia de este militar en Morelos, hasta el grado de orillar al goberna­dor Tajonar y al presidente de la Legislatura local a decir lo que dijeron; esto pudo corroborarse el 17 de abril, fecha en que el mismo Juvencio Robles aprehendió al Primer Mandatario del Estado, al Presidente de la Cámara local y a todos los diputados a la propia Legislatura. La prensa aplaudió el reaccionario golpe de estado, haciendo lo indecible para jus­tificar las violaciones hechas a la Constitución morelense con la sustitución del gobernador interino por Juvencio Robles, que no era originario de Morelos como lo establecía el código local.

El País, en su edición del 18 de abril, hablaba de que "para salvar a aquel Estado de las garras de la anarquía y el ban­didaje, conviene que este ameritado militar [se refería a Juvencio Robles] asuma el poder civil". En realidad, Morelos n o constituía sino un eslabón más en la larga cadena de atropellos de la tiranía huertista.

El caso de Querétaro, semejante al de Morelos, ponía tam­bién el gobierno del Estado en manos de un militar, el general Chicarro, quien había participado en los sucesos de la noche del 22 de febrero de 1913, durante la cual fueron segadas las existencias de Madero y Pino Suárez.

La historia, si no igual exactamente a la de Morelos, sí obedecía a la misma intención huertista y a la misma mecánica puesta en juego por el dictador. Llevando adelante el progra­ma de militarización del país, Huerta había extendido nom­bramiento en favor del gobernador de Querétaro con el grado de coronel, nombramiento que éste no aceptó, en vista de que con ello no lograría más que cambiar los títulos constituciona­les con que e l pueblo lo había investido por los de un militar subordinado entonces, no sólo a la autoridad militar presiden­cial, sino a la autoridad militar de cualquier jefe superior a él en grado y en mando. Negóse, pues, a cumplir tal pretensión, dirigiéndose a l a Capital de la República para conferenciar con Huerta en persona acerca de lo sucedido. Ya de regreso

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e n Querétaro informó a los d iputados locales de los deseos de l gob ierno general de n o m b r a r u n gobernador de su hechura , como e l general C h i c a r r o , en cuanto él sol ic i tara l a l i cenc ia q u e p a r a separarse de su cargo se le imponía por u n lapso de tres meses. L a Cámara loca l n o llegó a reunirse p o r no haber p o d i d o completar e l q u o r u m correspondiente , pero adueñadas d e l P a l a c i o d e l G o b i e r n o y d e l rec into de l a L e g i s l a t u r a las fuerzas de C h i c a r r o , l a ausencia d e l d i p u t a d o propie tar io con e l que se ajustaba e l número legal de representantes populares que l a ley queretana señalaba p a r a que los acuerdos de l a C á m a r a t u v i e r a n val idez, fué proveída con l a presencia de u n d i p u t a d o suplente que, de m o d o a r b i t r a r i o , se h izo c o n c u r r i r a l a sesión convocada para dar visos de l ega l idad a a q u e l l a n u e v a b u r l a a l a Consti tución y a l a v o l u n t a d p o p u l a r .

I n f o r m a n d o a sus compañeros, los d iputados a l Congreso G e n e r a l , e l d i p u t a d o J u a n N . Frías decía: "Se ve, pues, que p o r m e d i o de l a fuerza federal h a n sido reducidos a prisión los d iputados de l a L e g i s l a t u r a d e l Estado de Querétaro, que p o r m e d i o de l a presión de las armas h a n aceptado u n a l i ­cencia y, l o que es peor todavía, h a n hecho u n n o m b r a m i e n t o de gobernador con infracción mani f ies ta a los preceptos cons­t i tuc ionales que r i g e n aque l Estado y, consiguientemente, de l a soberanía d e l m i s m o . . . Es preciso q u e l a nación sepa en q u é si tuación nos encontramos, adonde vamos y en qué condi ­ciones se está t raba jando p a r a l a militarización de l a m i s m a , y, sobre todo, que se descubra de u n a vez cuáles son las f ina ­l idades q u e se pers iguen" (De cómo vino Huerta..

C o n v o c a d o H u e r t a p o r l a Cámara de D i p u t a d o s a l Congreso de l a U n i ó n e in terpelado sobre los hechos descritos, respon­dió t ranscr ib iendo a los representantes populares u n mensaje d e l p r o p i o C h i c a r r o , q u i e n le i n f o r m a b a que l a paz re inaba en Querétaro .

LOS CASOS DE TAMARIZ Y GARCÍA NARANJO

Así, las relaciones entre e l P o d e r L e g i s l a t i v o y e l Poder E j e c u t i v o eran cada vez más tirantes. Contr ibuyó a hacerlas más tensas todavía l a ac t i tud de l a C á m a r a de D i p u t a d o s frente a l l l a m a d o "caso T a m a r i z " , suscitado con m o t i v o del n o m b r a m i e n t o que p a r a M i n i s t r o de Instrucción Públ ica y

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EL HUERTISMO 43 Bellas Artes otorgó Victoriano Huerta a Eduardo Tamariz, diputado al Congreso de la Unión por el Estado de Tlaxcala, y miembro destacado del Partido Católico.

La Constitución marcaba en estos casos la obligación de obtener la aquiescencia de la Cámara, con el fin de que el diputado agraciado pudiera aceptar un nombramiento del Poder Ejecutivo, mientras se hallara en ejercicio activo de sus funciones. Pero Tamariz no lo hizo así, por lo que la Cá­mara se negó a concederle el permiso correspondiente, con gran disgusto de Huerta.

A fin de que tratara este asunto con el Poder Legislativo fué comisionado Federico Gamboa, Secretario de Relaciones huertista, quien compareció ante la Representación Nacional, decidido a sacar adelante los propósitos de su jefe. Para ello, Gamboa arguyó que Tamariz había renunciado ya a sus ho­norarios como Ministro de Instrucción Pública durante el tiempo que desempeñara este encargo, en vista de su calidad de diputado; a esto el diputado Alardín replicó que la Cons­titución no prohibía recibir los emolumentos concernientes al empleo que cualquier diputado ocupara, sino aceptar, preci­samente, el empleo citado sin previa autorización de la Cá­mara. Y a las objeciones y a una velada amenaza lanzadas por Gamboa acerca de que la integridad de México se hallaba amagada y de que la Cámara podía incurrir en el desagrado de Huerta si se sostenía el acuerdo adoptado, algún diputado creyó necesario aclarar los alcances que tendría ese desagrado y si, de existir realmente un peligro para la soberanía nacio­nal, éste desaparecería con la presencia de Tamariz en el Gabinete de Huerta. Gamboa, provocando hilaridad entre los diputados, disertó sobre el respeto que al Presidente de la República le merecían aquéllos como individuos y como gru­po. No obstante, el Poder Legislativo impuso su autoridad, por lo que al siguiente día Tamariz se presentó ante la Cáma­ra de Diputados para comunicarle que, siendo respetuoso de sus resoluciones, había hecho llegar ya a Huerta su renuncia como Ministro de Instrucción Pública.

E l "caso García Naranjo" no tomó las proporciones del an­terior, porque el diputado Nemesio García Naranjo solicitó de la Cámara, antes de aceptar el nombramiento de Subsecre­tario de Instrucción Pública que Huerta le confirió, el permi-

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so de r igor . S i n embargo, días después e l p r o p i o d i p u t a d o protestaba como Secretario d e l m i s m o r a m o s in l l enar ese requis i to , p o r lo que la Cámara formuló u n acuerdo, por me­dió d e l c u a l par t i c ipaba a H u e r t a que Garc ía N a r a n j o carecía de l a autorización legal para desempeñar su nuevo encargo. P e r o éste n o dió lugar a mayores argumentaciones ya que, a f i n de evi tar di f icultades , se dirigió a l a Cámara en s o l i c i t u d de l a l i cenc ia necesaria p a r a poder c u m p l i r con sus nuevas obl igaciones.

Creyó H u e r t a o p o r t u n o que su Secretario de Relaciones , Q u e r i d o M o h e n o , sa ludara a l a Representación N a c i o n a l , c o n el f i n de borrar toda aspereza entre los poderes Legis la t ivo y E j e c u t i v o d e l país, lo que e l a l u d i d o intentó con u n untuoso discurso, cuyas intenciones a n i n g u n o se le escaparon. Q u e ­r i d o M o h e n o y García N a r a n j o in tegraban, con Francisco Olaguíbel y José Mar ía L o z a n o , e l famoso cuadrilátero huer-tista, que en l a Cámara de D i p u t a d o s contendía diar iamente e n defensa d e l nuevo régimen contra los diputados maderistas d e l B l o q u e R e n o v a d o r . L a presencia de M o h e n o y García N a r a n j o en e l gabinete de H u e r t a s igni f icaba el aprovecha­m i e n t o de nuevos elementos políticos, en los que el d ic tador se apoyaba para perpetuarse en e l poder .

L A O S A DEL OBRERO MUNDIAL

N o obstante l a represión huert is ta , e l m o v i m i e n t o obrero c o n t i n u a b a desarrollándose. E n su seno h a l l a r o n c o r d i a l aco­g i d a algunos maderistas de rel ieve como. Jesús U r u e t a y Se-r a p i o R e n d ó n , quienes n o descansaban en l a l u c h a que soste­n ían contra l a d ic tadura . E l 1° de m a y o de 1913, despreciando los pel igros que u n a acción como l a que i b a a emprender acarreaba, l a Casa d e l O b r e r o M u n d i a l resolvió conmemorar los acontecimientos de C h i c a g o con u n a manifestación, en e l transcurso de l a c u a l q u e d a r a n claros los sentimientos de los trabajadores y los pensamientos que, de cara a la rea l idad m e x i c a n a , r e i n a b a n entre e l pro le tar iado nac iona l .

L a manifestación revistió u n a g r a n i m p o r t a n c i a . Desf i la­r o n miles y miles de obreros que , s i n amedrentarse, s in perder de vista tampoco sus objetivos de clase, rec lamaban la jor­n a d a de trabajo de ocho horas y e l descanso d o m i n i c a l . " L a

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EL HUERTISMO 45 manifestación partió rumbo al centro de la ciudad a eso de las once horas, clamorosa, imponente, turbadora. Se calcula que más de veinte mil trabajadores, entre mujeres y hombres, formaban parte de ella. La misma prensa burguesa decía, después de efectuada, que según informes cablegráficos reci­bidos de Francia, España, Italia, Inglaterra y otras regiones, la manifestación llevada a cabo por los obreros de México había superado a la que, con igual motivo del día primero de mayo, recorrió las calles de Londres" (Rosendo SALAZAR y José G. Es-COBEDO, Las pugnas de la gleba,).

E l 25 del mismo mes, cuando Huerta había impedido ya la celebración de un mitin organizado por la Casa del Obrero Mundial en el Teatro Lírico de la Capital, se verificó un acto público en el Hemiciclo Juárez de la Alameda Central. Los oradores hablaron con energía, pero la nota dramática la dió Serapio Rendón, quien enderezó una violenta catilinaria en contra de Huerta y su régimen sanguinario. Condenó a aquél y a Aureliano Blanquet por su "acción de rufianes, acción de asesinos de encrucijada; excitó a los trabajadores y a los que no lo eran para que hicieran un estudio detenido de las condi­ciones prevalecientes en el país, derivadas del cuartelazo de la Ciudadela, que culminó con el golpe de estado dado por H u e r ­

ta y el asesinato de los señores Madero y Pino Suárez; llamó al buen sentido de los metropolitanos conscientes, y por últi­mo, se dirigió a los policías que se hallaban presentes en el mitin, llamándolos «esbirros del pueblo», sabuesos que sólo asisten a ceremonias como la que se celebraba, para entregar a quienes tenían la entereza de hacer públicas sus opiniones" (SALAZAR y ESCOBEDO, op. cit.).

Una campaña de persecuciones y de atentados sin nombre se desató contra los proletarios mexicanos. Muchos de ellos, concurrentes o no al acto referido, fueron encarcelados. Mas a pesar de todo, un grupo de trabajadores se presentó ante la Cámara de Diputados, para pedir que ella exigiera a Huerta respeto a la vida ciudadana y su subordinación a las leyes del país. Por último, la Casa del Obrero Mundial adoptó las siguientes conclusiones:

"I.—La Casa del Obrero Mundial, fiel a sus principios y a sus tradiciones sindicalistas, declara que no hace ni hará política.

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"II.—En consecuencia, si algún orador invadiese en su dis­curso e l terreno de l a polít ica, será l l a m a d o al o r d e n p o r e l compañero que en esos momentos presida l a sesión.

"III—La Casa d e l O b r e r o ra t i f i ca u n a vez más su profesión de fe s indical is ta y declara que su l a b o r se concretará a pro­mover l a agrupación de los trabajadores en sindicatos gre­miales .

"Estas declaraciones, honradas y terminantes, como todo l o que procede de l a b u e n a fe y d e l deseo ferviente de servir a u n a causa grande, destruyen las malévolas suposiciones de los enemigos de l a clase obrera , que no p u e d e n ver con buenos ojos e l esfuerzo sano y pu jante que ésta hace en e l sentido de su emancipac ión" (R . SALAZAR y J . G . ESCOBEDO, op. ext.).

N o p u d o evitar , s i n embargo, esta oportunis ta declaración e l que la Casa de l O b r e r o M u n d i a l fuera asaltada y c lausurada u n año más tarde p o r los esbirros huertistas.

E L TERROR: MUERTE DE ABRAHAM GONZÁLEZ, GABRIEL HERNÁN­

DEZ, ADOLFO C . GURRIÓN, SERAPIO RENDÓN Y BELISARIO

DOMÍNGUEZ

E l asalto y l a c lausura de l a Casa d e l O b r e r o M u n d i a l f o r m a b a parte de l a o b r a de terror e m p r e n d i d a desde sus orí­genes p o r l a d i c t a d u r a . S u p r i m e r a víctima, Gustavo M a d e r o , h a b í a sido bárbaramente asesinado en l a C i u d a d e l a ; luego, Francisco I. M a d e r o y José Mar ía P i n o Suárez, mandatar ios legales d e l país, f u e r o n sacrificados con todo l u j o de cruelda­des; a l otro día, en C h i h u a h u a , e l general A n t o n i o R á b a g o ordenaba l a aprehensión de A b r a h a m González, gobernador const i tuc ional d e l Estado, matándolo s i n formación de causa; luego, e l gobernador d e l D i s t r i t o Federa l , ingeniero E n r i q u e Cepeda , consumaba u n nefando c r i m e n a l asesinar a G a b r i e l Hernández, prest igiado jefe maderista , rec lu ido en l a Cárcel de Be lén p o r su f i d e l i d a d a l gobierno legal de l a R e p ú b l i c a . E l cuerpo de Hernández fué inc inerado en los patios de l a m i s m a prisión p o r órdenes de C e p e d a , verdadero t ipo l o m b r o -siano, a q u i e n , p a r a que b u r l a r a l a ley, se le declaró irres­ponsable p o r acusar u n estado patológico en sus facultades mentales. "Veint idós peritos médicos o p i n a r o n sobre e l par­t icular , y a l f i n e l Juez que instruyó e l proceso, e n vista de

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los dictámenes médicos que le fueron rendidos, declaró irres­ponsable del delito al ingeniero Cepeda, y le puso en libertad" (De cómo vino Huerta...).

E l 17 de agosto (1913), el general Lauro Cejudo decía al Ministro de Gobernación, Aureliano Urrutia, lo que sigue: "Honróme comunicar a usted que hoy en la madrugada fué pasado por las armas el diputado Gurrión, y un bandido pro­cedente de Santa Lucrecia, apareciendo del parte que rinde el capitán Canseco que fué atacada escolta, resultando muertos diputado Gurrión y un rebelde." Y para premiar la lealtad del esbirro proponía: "Recomiendo capitán Canseco por buen desempeño comisión" (De cómo vino Huerta..

Aureliano Urrutia, el instigador del crimen, contestó de acuerdo con los deseos de Cejudo, comunicándole que, tal como lo solicitaba, el ascenso del capitán Canseco, autor mate­rial del asesinato del diputado Gurrión, estaba resuelto.

Con el afán de satisfacer la morbosa curiosidad del Minis­tro de Gobernación, el general Cejudo describía el crimen cometido, que no era sino la repetida escena de la Ley fuga, de moda entonces en todo el país. "Se simuló un combate, donde pereció el referido Gurrión y un rebelde de los que atacaron la escolta que lo custodiaba" (Ibid.). Urrutia, interpe­lado por la Cámara de Diputados sobre los hechos referidos, a través de su Comisión Permanente, en virtud de la queja de la señora Juana C. viuda de Gurrión, madre del victimado, respondió a esto: "Si acaso fuere requerido para dar informes sobre Adolfo C. Gurrión, sírvase indicar que tanto este dipu­tado como Rivera Cabrera ,[el cual logró burlar a sus per­seguidores] habían sido directores revolucionarios del motín de Tehuantepec; que con tal motivo la Secretaría de Guerra dió órdenes de aprehensión; que después de sofocado el mo­tín, esos diputados se ocultaron en la Hacienda San Cristóbal, y que como todos los reos aprehendidos en dicho levanta­miento declararon aquí que se habían levantado a instancias de dichos diputados, cuando Gurrión fué aprehendido se nombró escolta para conducirlo a esta capital, y según el parte que rindió esta Secretaría, diga que una partida de bandole­ros asaltó a la escolta cuando lo conducía aquí, quedando muertos él y un bandido que traían de Santa Lucrecia" (De cómo vino Huerta..

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Pasado u n año, a l ser exhumados sus restos, se comprobó que e l cráneo d e l d i p u t a d o Gurr ión n o hab ía s ido deshecho por los disparos de las armas de fuego s ino p o r los golpes que le fueron p r o d u c i d o s a pedradas.

E l 22 de agosto de 1913 tocó su t u r n o a l d i p u t a d o Serapio Rendón, q u i e n durante a q u e l l a memorable j o r n a d a pro le tar ia de l 1a de mayo, había lanzado los más tremendos cargos con­tra el régimen huert ista . R e n d ó n recibió, p o r dist intos conduc­tos, noticias de l o que se f raguaba en su contra . Pero p o r exceso de valentía, o p o r desprecio a los constantes rumores alarmantes que c i r c u l a b a n en esos días, o por su sentido de responsabi l idad, o p o r i m p o s i b i l i d a d física, dadas sus preca­rias condiciones económicas, l o cierto es que desoyó los conse­jos de sus amigos y n o quiso abandonar el país, n i esconderse, n i r e h u i r los pel igros que se cernían sobre su cabeza.

L a noche anter ior a su muerte e l d i p u t a d o R e n d ó n concu­rrió a l d o m i c i l i o de l a señora Scherer, en donde algunos de sus compañeros le h i c i e r o n ver l a necesidad de tomar p r o v i ­dencias p a r a salvarse, ya que su v i d a se h a l l a b a seriamente amenazada. R e n d ó n prometió hacerlo. Pero esa m i s m a noche fué aprehendido y c o n d u c i d o a l cuarte l de T l a l n e p a n t l a , en donde u n o f i c i a l , encarándose con él, le comunicó :

—Tengo orden de fusilarlo a usted, y lo voy a hacer en seguida. La víctima protestó contra el abuso de la fuerza, y el oficial le replicó: —Es inútil cuanto usted diga; va usted a morir al instante. ¿Qué

necesita usted? —Papel para escribir mi despedida a mi mujer y a mis hijos... Fortuno Miramón [descendiente del traidor Miramón] pidió el papel

y condujo a la víctima a un cuarto en el fondo del cuartel; allí había mesa y una silla y le entregó el papel, un lápiz y una vela, y mi hermano se sentó a escribir; de una ventana que quedaba a sus espaldas, resonó un tiro y la bala le rompió el cráneo, y allí fué rematado con una des­carga que le disparó un pelotón que entró por la puerta (Víctor RENDÓN

en la Revista de Yucatán, 22 de agosto de 1914).

H u e r t a n o perdonó a l d i p u t a d o R e n d ó n su v i r i l discurso del 1O de mayo , n i los que, desde l a t r i b u n a p a r l a m e n t a r i a , profería constantemente contra u n a t iranía que anegaba en sangre l a geografía n a c i o n a l y suprimía, con toda clase de abusos, los más elementales derechos c iudadanos .

E l asesinato d e l senador Be l i sar io Domínguez, perpetrado el 8 de octubre de 1913, colmó la pac iencia d e l P o d e r Legis-

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lativo. E l senador Domínguez, de la representación de Chia-pas, había tratado de que durante las sesiones públicas del Senado se diera lectura a un discurso suyo escrito contra Victoriano Huerta. En él reprochaba a éste el origen espurio de su gobierno; su culpa por la falta de orden y de paz en la República entera; su responsabilidad por el hambre y la mise­ria populares, así como por la depreciación de la moneda nacional y la agonía del crédito del país.

En un segundo discurso, el senador Domínguez reconvenía a Huerta con mayor acritud, haciéndolo responsable de la enconada persecución gubernamental a los campesinos de Morelos; tildándolo de esquizofrénico; llamándolo provoca­dor, con su actitud, de una intervención yanqui; poniendo de relieve su incapacidad para gobernar y su política de militari­zación del país que hacía que sus parciales vieran en él a un guerrero de más empuje que "Alejandro el Grande y en los soldaditos de once años de la Escuela Preparatoria veteranos más aguerridos que los de Julio César o de Napoleón I."

Terminaba el senador Domínguez solicitando del Senado que lo comisionara a él para exigir a Huerta su renuncia, con la seguridad de que, aceptara éste o no, o de que él saliera vivo o muerto de tan comprometida pero voluntaria situación, prestaría al pueblo mexicano un servicio de gran valor.

Ninguno de los dos discursos fué leído en la Cámara de Senadores, ya que los miembros de la misma, compenetrados del peligro que la vida del senador Domínguez corría, lo impidieron. No impidieron, sin embargo, que el propio sena­dor los imprimiera y les diera publicidad.

La noche del 7 de octubre (1913) fué aprehendido en su domicilio del Hotel Jardín, sin que sus compañeros del Sena­do ni la Comisión nombrada por la Cámara de Diputados lograran localizarlo, por lo cual la Diputación de Chiapas, en la sesión del 9 de octubre, presentó una moción en el sen­tido de que se interpelara al Poder Ejecutivo acerca de la desaparición del referido senador y con el fin de que, en tanto no se obtuviera el informe solicitado, dicha Cámara se man­tuviera en sesión permanente.

La discusión alrededor de estos hechos se enconó de tal manera, que llegaron a formularse proposiciones que iban a acelerar el desenlace de la crisis existente entre el Poder Eje-

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cut ivo y e l P o d e r Leg is la t ivo , e l cua l , aunque tarde, tornaba a l f i n p o r sus fueros atropellados. E n estas proposiciones se exigía e l n o m b r a m i e n t o de u n a comisión que aver iguara e l pa­radero d e l senador Domínguez; se recomendaba i n v i t a r a l Senado p a r a que h i c i e r a lo m i s m o ; se sugería emplazar a l Poder E j e c u t i v o p a r a que i m p a r t i e r a los a u x i l i o s indispensables a l a comisión cameral ; se proponía c o m u n i c a r a l m i s m o Poder , para ev i tar evasivas, que l a salvaguardia d e l Poder Leg is la t ivo quedaría ba jo e l c u i d a d o de aquél . Además, e levando el tono de l a voz, se asentaba algo que, p o r val iente y audaz, H u e r t a habría de condenar : "Hágase saber a l m i s m o E j e c u t i v o que, en caso de que acontezca u n a nueva desaparición de algún d i p u ­tado o senador s i n que l a Representación N a c i o n a l tenga l a explicación d e l caso, esta m i s m a Representación se verá o b l i ­gada a celebrar sus sesiones donde encuentre garant ías" (De

cómo vino Huerta...).

L A DISOLUCIÓN DE LAS CÁMARAS DE DIPUTADOS Y SENADORES,

Y SALVADOR DÍAZ MIRÓN

E l 10 de octubre de 1913 u n a m u l t i t u d se apiñaba a l a entrada de l a Cámara de D i p u t a d o s , s i n que le fuera p e r m i t i d o penetrar a l rec into o f i c i a l , p o r impedírselo l a policía. E n cambio , las galerías d e l salón de sesiones se encontraban ates­tadas de pol izontes , y en los sótanos y en las azoteas d e l m i s m o e d i f i c i o fuerzas armadas o c u p a b a n todas las entradas y sal i ­das. A f u e r a , e l 29° batal lón, con B l a n q u e t a l frente, se m a n ­tenía sobre las armas.

C o n asistencia legal se abr ió l a sesión de l a Cámara , com­parec iendo ante e l l a e l M i n i s t r o de Gobernac ión, M a n u e l G a r z a A l d a p e , q u i e n manifestó l a p r o f u n d a extrañeza que a l Poder E j e c u t i v o le habían causado los términos de los acuerdos d i r i g i d o s a él p o r l a Cámara de D i p u t a d o s , entre los cuales se f o r m u l a b a " l a apenas creíble amenaza de constituirse en otro lugar , q u e supongo elegirá en los campamentos revoluc iona­rios, p a r a considerarse garant izada y segura" (De cómo vino

Huerta...).

L a s últ imas palabras d e l M i n i s t r o de H u e r t a f u e r o n u n a amenaza: reclamaba de la Representación Nacional el retiro

de sus acuerdos, para lo cual él, Garza Aldape, permanecería

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allí, en la inteligencia de que sólo la Cámara de Diputados se­ría responsable de lo que aconteciera si se negaba a acceder a su solicitud.

E l Presidente de la Cámara, con habilidad y tino, levan­tó la sesión turnando la versión taquigráfica del discurso del ministro huertista a las Comisiones Unidas de Gobernación. Pero a la salida del recinto oficial fueron aprehendidos ochen*, ta y tres diputados, a los que se condujo a la Penitenciaría en medio de una doble fila de soldados.

Conocidos estos atropellos, la Cámara de Senadores pro­testó enérgicamente contra los profanadores de la Constitu­ción, acordando suspender sus trabajos "por todo el tiempo que perdure la aludida perturbación constitucional" (De cómo vino Huerta...).

Disueltas las Cámaras, Huerta convocó a elecciones, que debían verificarse el 26 de octubre, apenas quince días después de los sucesos que dieron fin, por medio de una medida de terror, a un poder cuya mayoría fué electa en un acto intacha­blemente democrático. Pero ni este final, que era de esperarse, ni los sacrificios colectivos e individuales de los miembros del Congreso de la Unión, bastaron para limpiarlo de culpa por haberse vinculado al régimen espurio de Victoriano Huerta, dándole, con su presencia y su colaboración, visos de legalidad.

Huerta comunicó su decisión a los diplomáticos ex­tranjeros haciendo consideraciones vergonzosas sobre ella y concretando sus cargos contra el elemento indígena del país, negativo para el progreso nacional y muy eficaz, según él, para la anarquía y la disolución.

La prensa mercenaria, como era de esperarse, salió en defensa del dictador. Salvador Díaz Mirón, en la edición de El Imparcial del 13 de octubre de 1913, llamó a los diputados "impura y temible turba" que infestaba las curules del Par­lamento y que, por simple espíritu de conservación, fué barri­da por el "Ilustre general Huerta". Díaz Mirón, el de Los Parias, descendía así de su noble oficio de poeta, a menguado Homero de un Aquiles sanguinario.