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El increíble caso... Capítulo 6

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El increíble caso de por qué los demás no me entienden si yo lo tengo tan claro. Por Mario López Guerrero

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Mario López Guerrero

ERNESTO VALBUENA en…

Ediciones MLG

EL INCREÍBLE CASO DE POR

QUÉ LOS DEMÁS NO ME

ENTIENDEN SI YO LO TENGO

TAN CLARO

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CUESTIÓN

DE MAGIA

“Suponer en lugar de preguntar.” SABIDURÍA POPULAR

- ¡Muy buenas noches! Me di la vuelta y ante mí estaba un hombre alto, de bigote, buen traje. A su lado un hombre de gabardina gris con corbata roja y zapatos mojados. Nunca para de llover en esta ciudad. - ¡Muy buenas noches! – contesté. - ¿Tiene fuego? – preguntó. No sabía que el mago Echeverri fumase, pero quizás todo el mundo tenga un vicio. - No, no tengo, disculpe. - ¿Sabe quién soy, verdad? - Sí, claro, todo el mundo le conoce. - Además tiene un póster de mí en su despacho. Me

gustaría hablar con usted. La mirada del mago era directa. Creo que intentaba dominar la situación. Al fin y al cabo los magos son expertos en dominar situaciones de conversación.

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Debería aprender a comunicarme como los magos. Te llevan por un camino, prestas atención a lo que te dicen y ¡zas! Cuando menos te lo esperas hacen el truco y no te das cuenta. Por otra parte, el hombre de gabardina gris no paraba de mirar a los lados algo asustado. Supuse que estaba vigilando por si se acercaba alguien y eso no me gustaba. - Le veo un poco nervioso, señor Valbuena. - No, nervioso, no. - Lo primero es negarlo. Le miré a los ojos y era imposible aguantarle la mirada. Estaba serio y bajo ese bigote no se escondían buenas intenciones. El hombre de gabardina gris cada vez estaba más impaciente y sí, a mí me ponía nervioso. - ¿Puedo preguntarle qué cree que pasará? – y se

puso un cigarrillo en la boca. Tragué saliva. No tenía ni idea de lo que estaba pasando, pero mi mente ya había supuesto varias escenas de películas y ninguna acababa bien. El hombre de gris había venido a mi despacho a saber de qué había hablado con Eva Ramires antes de su supuesto homicidio y no le había dicho nada. No creo que eso le gustara. Ahora se presentaba junto al mago en el portal de mi casa, por tanto me habría seguido alguna noche para saber dónde vivía. Eso me gustaba menos. No olía bien el asunto. Y además no paraba de mirar a los lados. Era lógico suponer que estaba en

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peligro. ¿Muerte? Espero que no. - Le diré una cosa, señor Valbuena. La mente nos

engaña constantemente. A veces, cree que pasa una cosa y está sucediendo otra. La mente nos lo muestra tan real que creemos que es real y actuamos como si fuera real. Aquello que creemos real es real en sus consecuencias.

Al mismo tiempo, el hombre de gabardina gris habló: - ¡Es la hora! El mago metió su mano en el bolsillo interior de su chaqueta, mientras mantenía su mirada fija en mí. En ese momento me pregunté por qué yo nunca llevaba pistola. Hubiera sido el momento de usarla. No quería morir una noche lluviosa en el portal de mi casa. - ¡Ya está aquí! – dijo desde su gabardina gris. En un momento inconsciente cerré los ojos. Dicen que en cuestión de segundos puedes pensar toda una vida y me vi a mí de pequeño jugando con mi madre o más bien, a mi madre jugando conmigo. Vi los paseos con mi padre por el parque y aprendiendo a pescar en el río. Vi mis primeros años en la escuela y a aquellos viejos compañeros que nunca olvidas… y vi al mago Echeverri sacando un mechero y encendiendo su cigarrillo. - Necesito que nos acompañe esta noche. Sentado en el asiento de atrás del coche me preguntaba por qué les estaba acompañando. Tampoco me habían puesto una pistola en la cabeza

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para que lo hiciera. Simplemente, había accedido a acompañarles. - ¿Conoce a Larry Ascot, señor Valbuena? - No, no tengo el gusto. - Pero seguro que ha oído hablar de él. - La verdad es que no, ¿quién es? - Un mentiroso. - Ah, pues no tengo el gusto de conocerle. Seguro

que le va bien en esta ciudad. Por la sonrisa de Echeverri entendí que le había gustado mi comentario. Al hombre de la gabardina gris que se había sentado en el asiento del copiloto, no. - ¿Cree en el otro mundo, señor Valbuena? - De momento, sólo conozco uno. - No le pregunto si lo conoce, le pregunto si cree en

él. La pregunta era extraña, pero era la primera vez que hablaba con un mago, así que no sé si era extraño o no hablar de estos temas. - Verá, ¿qué pensaría de alguien que dice que habla

con los muertos? - Si es forense, puedo entenderlo. Igual se pasa

muchas horas a solas con ellos. - Veo que tiene un buen sentido del humor. - Sí, creo que lo tengo. - Pero intuyo algo más. - ¿Ah, sí? - Mucha gente se ríe y saca su sentido del humor

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cuando tiene cierto miedo o alguna intranquilidad. ¿Es usted una de esas personas?

¡Zas! El mago me había dado un golpe brutal. Parecía que me había leído la mente. - Tiene usted razón, sí lo soy – respondí. - Bueno, yo sólo he preguntado, no he afirmado

nada. - Usted ha dicho que yo era una de esas personas

que sacan su humor cuando están en una situación incómoda.

- No exactamente. Sí era lo que había dicho, lo tenía claro. Hasta podría repetir sus palabras. - Yo le he comentado que hay mucha gente a la que

le pasa y le he preguntado, posteriormente, si usted era una de esas personas.

Vaya, ya no lo tenía tan claro. - Pero usted ya daba por hecho mi respuesta –

argumenté. - No. Ahora sí que no lo tenía claro. A veces uno cree que entiende claramente algo y no, no lo ha entendido. Ha entendido lo que ha querido entender, pero quizás no lo que le han querido decir. Yo estaba seguro de lo que había entendido, pero ya no estaba tan seguro de haber entendido lo que él había querido que entendiese. Vaya, lo mismo que me ocurre a mí muchas veces. Dices algo y entienden otra cosa. No es lo mismo lo que se dice que lo que se entiende. Creo

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que sin quererlo, mi conversación con Echeverri podía darme alguna clave para comunicarme mejor. Al fin y al cabo, ya dije que los magos eran expertos en dominar situaciones de comunicación. Le miré a su cara que seguía trasmitiendo la tranquilidad de tener controlada la situación. - Señor Valbuena, yo nunca doy nada por hecho.

Pregunto y escucho las respuestas. Hacer suposiciones es otro engaño más del cerebro. Y créame, solemos acertar con ellas. Le ha pasado alguna vez que suponía que iba a pasar algo y luego pasó en realidad.

- Sí, varias veces. - Estoy seguro de que además de lo que usted vio

que pasó, pasaron muchas cosas más. - Es posible, claro. - Verá. Es un juego de atención. Si usted supone que

va a pasar algo, su cerebro presta atención a todas las señales que indican que va a pasar para reafirmase en su suposición y efectivamente, muchas veces pasa lo que usted suponía. Le llamamos experiencia, pero es en realidad, una forma de darnos la razón a nosotros mismos, a nadie le gusta llevarse la contraria.

- Supongo que será así si usted lo dice. - Pero tiene un problema. Mientras usted supone y

está atento a las señales de lo que supone, pasan muchas otras cosas. Usted no se da cuenta porque no les presta atención. Estoy seguro de que en el

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portal, mientras veía como yo sacaba un cigarrillo y me lo llevaba a la boca lentamente, no vio el gato que pasó a su lado.

- ¿Un gato? No, no lo vi. - Pero pasó. - No lo sé. - No puede saberlo porque no estaba atento. Pero

no puede decir que no pasó. Por cierto, ¿podría decirme qué hora es?

Remangué la manga de la camisa izquierda. Mi muñeca estaba vacía. Mis labios no sabían qué decir y mi cabeza no sabía qué pensar. - ¿Es éste su reloj, señor Valbuena? – dijo el mago

sosteniendo un reloj en sus manos. - Sí, se parece bastante – conseguí decir. - Tómelo como un juego de atención. A los magos

nos encanta jugar con la atención. Las personas se quedan atentas a lo que queremos y esa es su realidad en ese momento. Sólo está pasando eso. Les das pistas para que estén atentos y ahí van, a reafirmar lo que ellos suponen que está pasando. Somos así. Y mientras tanto, pasan muchas más cosas fuera de nuestra atención. Y ahí es donde hay un mundo de posibilidades. Haces algo a lo que nadie atiende y luego ¡magia!

- Así nos engañan. - No, se engañan ustedes mismos. Coloqué el reloj en mi muñeca y pensé en qué momento me lo podía haber quitado. Voy a tener que

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prestar más atención a este mago. - Estamos a punto de llegar, señores – dijo el

intranquilo hombre de la gabardina. - ¿Se puede saber dónde me llevan? – pregunté. - ¿Por qué cree que le llevamos a algún sitio? - Bueno, es obvio que me llevan a algún sitio. - Le hemos pedido que nos acompañase, vamos

todos juntos en este coche. Usted es uno más de nosotros. No suponga tanto.

La verdad es que no me gustó cómo sonó eso de ser uno de nosotros. Y en cuanto a lo de suponer o no, era cosa mía y no suya. - Vamos a la casa de Larry Ascot. - ¿El mentiroso? - Verá, ese hombre se gana la vida diciendo que

habla con los muertos. - Otros van robando relojes, señor Echeverri. Por su mirada y el cambio de semblante, supuse que ahora no le había gustado mi comentario. Luego sonrió. Supuse entonces, que ahora diría que soy muy gracioso. - Es usted muy gracioso, señor Valbuena. No me equivoqué. Había acertado con mi suposición. - Le diré por qué le he pedido que nos acompañe. Sé

que usted habló con mi mujer antes de su suicido. No sé por qué mi mujer acudió a usted ni me interesa, ni siquiera sé lo que hablaron ya que usted no le contó nada a mi compañero. Esta semana ha venido a la ciudad Larry Ascot, célebre

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médium que dice hablar con los muertos. Se puso en contacto conmigo sintiendo la muerte de mi mujer y me preguntó si quería volver a hablar con ella una última vez.

Subirme al coche había sido decisión mía, así que tenía que aceptar que tenía una capacidad increíble para meterme en problemas y asuntos que no tenían nada que ver conmigo. - Le dije que sí. No creo que vaya a hablar con ella.

Puedo imaginar que pondrá la voz de mi mujer o usará cualquier truco audiovisual. No sé lo que va a pasar ahí dentro, pero lo que quiero es desenmascarar a ese farsante.

- Así que usted cree que Larry no habla con los muertos.

- Evidentemente que no habla con los muertos. Esta noche su trabajo consiste en encontrar el truco. Seguramente a mí me distraiga, llame mi atención con algo y juegue conmigo para hacerme creer que está pasando algo sobrenatural. Yo me dejaré ir para que él siga adelante con su pantomima. Pero usted tiene que estar alerta. Fijarse bien. Necesito que descubra qué hace ese mentiroso.

Sonaba interesante la propuesta. Nunca antes había asistido a una sesión en la que se hablara con los muertos y nunca antes había sido contratado por un mago. Tendría que luchar contra mi propia atención. El médium intentaría dirigir mi atención hacia un asunto, pero yo tendría que ser astuto y atender a

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otras cuestiones, porque ahí estaría el truco. Llegamos al lugar indicado. El hombre de la gabardina se quedó en el coche junto al conductor y con educación, dos personas del servicio nos abrieron la puerta de la casa de Larry. Nos acompañaron a una sala antigua y en ella estaban esperando un matrimonio de ancianos sentados en dos butacas y un caballero de traje azul y gafas, leyendo un periódico en un sillón de tres plazas. - ¿Todos quieren hablar con su mujer, señor

Echeverri? – le pregunté haciéndome el gracioso. - Usted haga lo que le he dicho – me contestó con

frialdad. Nos dirigimos al sillón de tres plazas y el caballero parecía no enterarse de nuestra presencia. - Disculpe, sería tan amable… - ¡Oh, claro! Disculpen ustedes. Es que estaba

leyendo algo muy interesante en el periódico y no les había visto – se disculpó.

Nos sentamos en el sillón y miré de reojo el periódico. Edición noche. Muerte de Elías en medio de una redada policial en el hotel Manhattan. La noticia ya era conocida por mí. El caballero se dio cuenta de mi interés por la noticia y señalando la foto, dijo: - ¡Desde luego esta ciudad es toda una oportunidad! No entendí lo que quiso decir, pero supuse que era abogado porque nuestra ciudad se pasa la vida de juicio en juicio.

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- ¿Es usted abogado? - ¿Abogado? No, qué va. - Disculpe, supuse que era usted abogado – mis

suposiciones ahora habían fallado. Igual tenía que empezar a preguntar y dejar de suponer.

- No pasa nada. - Es que como dijo que esta ciudad era toda una

oportunidad, supuse… - Sí, es toda una oportunidad… Soy escritor. Aquí

pasan cosas todos los días y verá, un escritor a veces no puede inventarse todo. Es bueno que pasen cosas.

Y cuando el escritor se quiso presentar, se abrió la puerta del fondo y salió de ella Larry Ascot con una túnica roja que le llegaba hasta los pies y una camisa blanca que sobresalía por el cuello y las mangas. - ¡Bienvenidos a mi humilde casa! Pasen por aquí,

por favor. Miré la cara de Echeverri que seguía teniendo el rostro serio como quien controla la situación. La pareja de ancianos se adelantó a entrar por la puerta y saludaron con familiaridad a Larry Ascot. Luego, entró el escritor con un simple apretón de manos. Y detrás de ellos, nosotros dos. - Él viene conmigo – me presentó Echeverri. - ¡Adelante! Pónganse cómodos. No les pasará nada

malo. No era necesario que dijese esa frase, pero la dijo. Cómo que no nos pasará nada malo, es que nos podía

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pasar algo malo. Mi cabeza empezaba a dar vueltas al tema. Espera. Alto. Para. Ya ha empezado el juego. Estoy pensando exactamente lo que Larry quiere. Mi atención está centrada en si me va a pasar algo malo o no. Él ha dirigido mi atención ¡Qué listo este médium! Pero ya me sé su truco. No tengo que pensar en lo que me pasará, tengo que centrar mi atención en otra cosa. Mientras pienso en lo que puede pasar, me estoy perdiendo lo que está pasando en realidad. A veces quisiera callar a los enanitos que hablan en mi cabeza. En el centro de la sala sólo había una silla y alrededor de ella en el suelo, una cuerda formando un círculo. Las paredes eran de color rojo. El techo de color rojo y el suelo de color rojo. Necesitaban urgentemente un diseñador de interiores para esta sala. - ¡Dama y caballeros! ¡Sed bienvenidos! – dijo Larry

cerrando la puerta – Esta noche, ustedes tendrán la oportunidad de hablar con algún ser querido que ya no está en este mundo que vemos, pero sí está en este mundo. Hoy podrán ver con sus propios ojos a esa persona. Colóquense por fuera de la cuerda y no pasen nunca al interior de la misma. Ese es el espacio reservado sólo para algunas personas a las que nos ha sido dado el poder de hacer una llamada a los muertos.

Tanta palabrería barata no me gustaba, pero era imposible no atender a lo que decía. Nuevamente mi atención se centraba en él. Bajé la mirada y observé a

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los participantes en el encuentro. Una señora mayor de pelo blanco y con un libro en su mano derecha. Un señor mayor de pelo blanco que se apoyaba en un bastón. El escritor al que le gustaba esta ciudad. Echeverri serio y controlando la situación. Y yo que me acababa de meter en este asunto sin comerlo ni beberlo. Ni siquiera habíamos hablado de un precio. - Bien, en breves momentos, se apagarán las luces

de la sala y yo, Larry Ascot, dejaré de hablar. Notarán mi respiración. Notarán que mi respiración aumenta. Notarán que mi respiración irá a más hasta que sufra un pequeño desmayo. En ese momento, entrará algún espíritu en la sala. No duran mucho tiempo entre nosotros, pero aprovechen su oportunidad.

Era imposible no atender a sus palabras. Generaban demasiada curiosidad. Me imagino que los magos hacen lo mismo. Generan curiosidad, quieres saber más de lo que te cuentan y ahí centras tu atención y te pierdes lo que está pasando alrededor de lo que cuentan. Como ese gato que pasó a mi lado en el portal y que no vi. La atención. Si quieres que alguien te entienda, tienes que generar atención. Sin atención, no hay entendimiento. Estás a merced de lo que el otro quiera entender, de sus suposiciones, así que hay que aprender la magia de generar atención. - Pero para que todo esto suceda – continuó Larry

Ascot - necesito de su colaboración. Necesito que

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se agarren de las manos haciendo un círculo. No se suelten. Es el círculo de protección. Manténgase unidos y no les parará nada malo.

Otra vez tenía que decir esa maldita frase y otra vez mi cabeza empezaba a pensar en todo tipo de películas que había visto y en ninguna acababa bien. Maldita atención, pero qué bien funcionaba. Se apagaron las luces. Sólo un foco de luz negra, de esas que hacen resaltar el color blanco, se proyectaba sobre el cuerpo de Larry. Así que podíamos ver su cuello y sus mangas blancas y el resto era perfectamente invisible en la oscuridad. Comenzó a respirar como él había dicho. Cada vez más. Su respiración era profunda, muy profunda y en ese momento un grito aterrador retumbó en toda la sala. Por instinto, solté la mano de Echeverri y de la señora mayor, me lancé contra la pared y encontré rápidamente el interruptor de las luces. - ¡Aaaaaaah! – gritó la señora mayor. En medio del círculo y sentado en su silla estaba Larry Ascot con un cuchillo clavado en el cuello. - ¡Yo me voy de aquí! – dijo el escritor. - Usted no va a ninguna parte – le contesté. - ¡Hay que llamar a la policía! – sugirió el anciano. Allí estábamos cinco personas y Larry acuchillado. Evidentemente, entre nosotros había un asesino. Miré el rostro de Echeverri que parecía desencajado. Como si algo no hubiera salido como él quería. Quizás en el fondo pensaba que podría hablar con Eva Ramires una

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última vez. De aquí no va a salir nadie. Entre nosotros hay un asesino y no dejaré que se escape – dije como si fuera el protagonista de un libro de detectives.

CONTINUARÁ…