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1 El mundo de Hermes bajo las blancas cúpulas de los Andes: historia del movimiento de la información y de las comunicaciones políticas en Colombia, 1864-1905 Autor: Luis Gabriel Galán Guerrero Universidad de los Andes Maestría en Historia Bogotá D. C. 2014

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El mundo de Hermes bajo las blancas cúpulas de los Andes: historia del movimiento de la información y de las comunicaciones políticas en Colombia, 1864-1905

Autor: Luis Gabriel Galán Guerrero

Universidad de los Andes Maestría en Historia

Bogotá D. C. 2014

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El mundo de Hermes bajo las blancas cúpulas de los Andes:

historia del movimiento de la información y de las comunicaciones políticas en Colombia, 1864-1905

Autor: Luis Gabriel Galán Guerrero

Director: Renán Silva

Universidad de los Andes Maestría en Historia B

Bogotá D. C. 2014

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Índice

Reconocimientos 4 Introducción 5 I. Breve aclaración sobre las fuentes 9 II. Los políticos tienen quienes les escriban 10 III. Los viajeros de las comunicaciones 16 IV. Las mujeres cruzan las márgenes 22 V. Los frágiles hilos del globo 34 VI. El comercio carga más equipaje que su apellido 45 VII. Las voces del Estado 58 VIII. Hermes aterriza en las prensas 71 IX. Comentarios finales 77 Anexo 82 Bibliografía 83  

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Reconocimientos

Las grandes aventuras solicitan una mano tendida; la literatura lo insinúa, la vida lo confirma, y la investigación histórica es una aventura excepcional, no la excepción. Ser su protagonista es estar sumido en ambientes incómodos: los archivos y bibliotecas distan de ser mansas llanuras de mares pastoreadas por una luna o un dios errante. Entonces se precisa de otras ayudas lícitas, no exactamente circulares y de plateadas mitologías, en el tratamiento de los documentos, problemas y métodos. Pero no hay vergüenza en ello. ¿No acudió también Ulises en otros mares a todo género de astucias, al consejo de los dioses y a las amistades? Cuenta el rumoreo antiguo que el astuto marino regresó a su Ítaca verde y querida. Yo estoy lejos de haber tocado este puerto, y aún así, me declaro tan afortunado como él por no carecer en el camino de manos tendidas. Tras largas jornadas, no faltaron nunca a mí los oídos atentos y las bocas sabias. Templaron el herrumbrado metal de mi pluma, pulieron el deslustrado cristal de mis lentes, y como en los entrañables cuentos de la infancia, lámparas y voces aparecieron para orientarme como puntuales estrellas y vientos propicios en aquellos dignos salones, tratándose del más dulce y plácido sueño transportado. En ninguna hora me despertaron de los goces o malograron mis exámenes; en todo enriquecieron mi trabajo sin ser responsables de sus errores y juicios. Que el lector halle un decálogo de censuras en estas páginas pero que la ingratitud no se cuente entre ellas.

Quiero agradecer a Malcolm Deas y a Eduardo Posada Carbó sus tempranos consejos y valiosas recomendaciones bibliográficas. Con el personal de la Biblioteca Nacional, la Biblioteca Luis Ángel Arango y el Archivo General de la Nación he contraído una deuda de gratitud por su amabilidad y deferencia con mis tareas. A Renán Silva le debo un especial reconocimiento por la estricta libertad en que me dejó trabajar y el estricto humor con que me encaminó muchas veces. Finalmente, estas páginas estarían incompletas sin reconocer la amorosa compañía de mi familia.

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Introducción

Un dios antiguo está a la fuga por la República. ¿Tenemos alguna pista suya? Lo vemos acompañando a un jardinero que depara noticias para un político liberal en su hacienda del Ocaso, Cundinamarca; lo vemos en Honda junto a un telegrafista que halla antipático a su liberalismo el comportamiento del capitán de un vapor en el río Magdalena; lo vemos junto a unas señoritas que portan rumores a los rebeldes bogotanos conocidos como Mochuelos; lo vemos atrapado en balijas que remontan las cordilleras y velando por los mensajeros en todos los confines de la República; y lo vemos en la popa de un vapor que se desliza hacia Sabanilla, donde un promisorio joven y el leal capitán de la nave conversaban sobre el affaire de El Petit Panamá bajo una noche estrellada y una luna que resplandecía como un gran faro en la cima del mundo. Los indicios no escasean pero todavía se resisten a revelarnos por completo su identidad. Un vólumen viejo y olvidado de la biblioteca personal del politico conservador, Miguel Antonio Caro, nos brinda otras claves. Inquirida con estos rastros, responde la Mythologie Grecque et Mythologie Latine d’après les travaux de la critique moderne (1890) de Eugene Talbot: “heraut des dieux, dieu du commerce, d’eloquence et des messagers”1. Entonces, todo se aclara ante nuestros ojos. Su nombre era Hermes, la primera brisa de la aurora y el señor de los mensajeros. Este era un dios en absoluto desconocido para Caro y otros lectores colombianos de finales del siglo XIX2. Es cierto, Hermes vivía en los libros y en otras imaginaciones. Pero, ¿acaso no estaba presente en el momento en que un posta portaba mensajes cosidos en los pantalones procurando escapar a una eventual requisa conservadora durante la revolución política de 1876-1877? ¿No lo estaba cuando un mendigo fue confiado para llevar unos papeles que serían telegrafíados al Presidente de la Unión, don Aquileo Parra (1876-1878)?

Este trabajo es una breve historia del mundo de Hermes bajo las blancas cúpulas de los Andes. Nadie en la segunda mitad del siglo XIX fue intocable a su presencia aunque se manifestara de distintas maneras. Aquí será estudiado el movimiento de la información y de las comunicaciones políticas en Colombia, 1864-1905. La documentación detrás de esta historia proviene eminentemente del Archivo Histórico de Aquileo Parra, cuya riqueza permite reconstruir los rastros perdidos de las comunicaciones políticas de los colombianos de la segunda mitad del siglo XIX y aún de otros confines del globo. En los pródigos papeles del archivo de Parra perdura atrapado un fragmento singular del antiguo mundo de Hermes: la revolución política de 1876-1877 entre liberales y algunos círculos

                                                                                                                         1 Eugene Talbot, Mythologie Grecque et Mythologie Latine d’après les travaux de la critique moderne, (Paris: Alphonse Leumerre, 1890): 97-101. 2 Existen ejemplares de este libro al margen del de Caro. En la Sala de Manuscritos Raros y Antiguos de la Biblioteca Luis Ángel Arango (BLAA), Bogotá, otros pueden consultarse. Otro libro de Talbot pudo gozar de circulación: Histoire de la Literature Grecque (1883), consultable en la biblioteca anteriormente indicada y en la Biblioteca Nacional de Colombia (BNC), Bogotá. Los lectores de la Ilíada de Homero traducida por José Gómez Hermocilla y vendida en la Librería Colombiana de Salvador Camacho Roldán, tampoco habrán olvidado fácilmente al acompañante del honorable Príamo en su visita al encolerizado Aquiles. Consúltese: Catalogo de la Librería Colombiana, (Bogotá: Camacho Roldán & Tamayo, 1887): 105.

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conservadores, que ocupó casi toda la República y no tardó en penetrar las ciudades cosmopolitas de Nueva York y Londres, es una documentación sumamente completa en esta materia. A partir de los restos de este archivo y del complemento de otros testimonios contemporáneos de toda índole entre 1864 y 1905, podremos comprender con mayor claridad las distintas maneras y el alcance con que esta sociedad se comunicaba en asuntos políticos.

El estudio del “movimiento de la información y de las comunicaciones políticas” de la época pretende mostrar que esta sociedad, incluyendo postas, arrieros, jardineros, mujeres y hasta mendigos, participaron políticamente en reconocimiento de distintas relaciones sociales y no exclusivamente durante los bochinches. Los protagonistas de la revolución política de 1876-1877 integraban una sociedad preocupada por las elecciones, las sesiones del Congreso, las reformas anticléricales y las laboriosas vicisitudes del reconocido radical William Gladstone en la Gran Bretaña. Asistiremos a una sociedad más conectada y menos aislada y no lo haremos a una historia estática y esquemática. Grandes cambios sacudían al río Magdelana, cuyas aguas no permanecieron lisas ni los rostros que reflejara iguales a sí mismos. El tiempo tocó a la alfabetización, a la industria y a las rutas del comercio, pero de especial y sorprendente manera, el adelanto en el ramo de los correos y los telégrafos posibilitó una creciente pero nunca uniforme comunicación entre las distintas regiones de una República diversamente informada. Es el alba prometedor del telégrafo para muchos y para otros pocos afortunados como Rafael Núñez, la posibilidad de pasar horas al teléfono bajos las onduladas palmeras de Cartagena. Es el adelanto en las prácticas epistolares y en la impresión de los periódicos y folletos. Y es la continuidad cotidiana de las conversaciones y chismes en las casas, calles y hasta en los puertos del río Magdalena. Todas ellas supondrían en gran medida las posibilidades de comunicación política bien entrado el siglo XX y por ello también merecen estudiarse.

En otras márgenes del mundo, Hermes también había seguido la curvatura del cielo y dejado otros rastros conectados con la experiencia de los colombianos. Desde que los hombres aprendieron el inolvidable intercambio de los signos, el movimiento de la información y de las comunicaciones ha proliferado en todo orden social. Toda sociedad ha sido en su propia imperfecta medida una era de la información3. El mundo de Hermes ha sido historiado bajo problemas de estudio que han cambiado en décadas recientes: los sistemas de vigilancia y acumulación del conocimiento del Imperio inglés durante el siglo XVIII y XIX, los rastros de las comunicaciones orales en Paris durante el siglo XVIII, las prácticas de la escritura epistolar en el siglo XIX francés, y la tensión entre modernización y tradición en las casas de té en la china republicana, han ocupado el estudioso interés de algunos historiadores4. En el caso de la historiografía de Colombia, el movimiento de la

                                                                                                                         3 Robert Darnton, Poetry and the Police. Communication Networks in Eighteenth Century Paris (Cambridge: Harvard University Press, 2010): 1; Jack Goody et al, Cultura Escrita en Sociedades Tradicionales, (Barcelona: Gedisa Editorial, 2003): 11 (edición original: Literacy in Traditional Societies, (Cambridge: Cambridge University Press, 1968). 4 Christopher Alan Bayly, Empire and Information: Intelligence Gathering and social communication in India, 1780-1870 (Cambridge: Cambridge University Press, 2000); Robert Darnton, Poetry and the Police y “Una de las primeras sociedades informadas: Las novedades y los medios de comunicación en el París del siglo XVIII” en El Coloquio de los Lectores. Ensayos sobre autores, manuscritos, editores y lectores, (México D. F.: Fondo de Cultura Económica, 2003): 371-429; Roger Chartier et al. La Correspondance. Les

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información y de las comunicaciones políticas ha llamado muy poco la atención –siendo preeminente el estudio de la prensa y escaso el de las cartas, telegramas y comunicaciones orales- aunque no pueda decirse lo mismo del uso de estos testimonios en el análisis histórico5. A lo largo de este trabajo se pretenderá dar respuesta a tres problemas,                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    Usages de la lettre au XIXe siècle. (Paris: Fayard, 1991); Qin Shao, “Tempest over Teapots: The vilification of Teahouse Culture in Early Republican China”, The Journal of Asian Studies 47 (4) (1998): 1009-1041. 5 Sobre el problema del movimiento de la información y de las comunicaciones políticas, existen, desde luego, las tempranas sugerencias de Malcolm Deas en su ensayo “La presencia de la política nacional en la vida provinciana, pueblerina y rural de Colombia en el primer siglo de la República” y su análisis histórico de las cartas entre Roberto Herrera y Cornelio Rubio en “Una Hacienda Cafetera de Cundinamarca: Santa Bárbara (1870-1912) en Del Poder y la Gramática y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombianas, (Bogotá: Taurus, 2006). La parte III y IV de la compilación Trayectorias de las comunicaciones en Colombia T. I., (Bogotá D. C.: Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, 2009) estudian la operación postal y el desarrollo de los telégrafos. También Charles Bergquist trabajó con telegramas y cartas en Café y Conflicto en Colombia: 1886-1910: la guerra de los Mil Días: sus antecedentes y causas, (Medellín: Fondo Rotatorio de Publicaciones FAES, 1981); y Frank Safford con otras en sus ensayos en Aspectos del Siglo XIX en Colombia, (Bogotá D. C.: Ediciones Hombre Nuevo, 1977). En décadas recientes, la prensa ha sido más estudiada, en su vinculación con la literatura, la opinión pública y la instrucción de derechos y deberes políticos: Angélica María Díaz Vásquez, Pluma, papel y tinta: prensa literaria y escritores en Bogotá, 1846-1898, (Bogotá: Universidad de los Andes, 2009), Tesis de Maestría en Historia; Adrián Alzate García, Asociaciones, Prensa y Elecciones: Sociabilidades Modernas y Participación Política en el Régimen Radical Colombiano (1863-1876), tesis de Maestría en Historia, (Medellín: Universidad Nacional de Antioquia, Sede Medellín Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, 2010), “Pedagogía societaria en el régimen radical colombiano (1863-1878). La enseñanza del “buen sufragio” y el aprendizaje de la política moderna”, Historia Crítica 42 (2010): 182-203; Eduardo Posada Carbó, “Newspapers, Politics, and Elections in Colombia, 1830-1930”, The Historical Journal 53 (4) (2010): pp. 939-962, “¿Libertad, libertinaje, tiranía? La prensa bajo el Olimpo Radical en Colombia, 1863-1885”, en Paula Alonso et al, Construcciones Impresas: panfletos, diarios y revistas en la formación de los estados nacionales en América Latina, 1820-1920, (México D. F.: Fondo de Cultura Económica, 2004): 183-201; Jorge Orlando Melo, “El periodismo colombiano del siglo XIX: colecciones, conservación, digitalización”, Ponencia presentada in absentia en el World Library and Information Congress: 70th IFLA, General Conference and Council, 22 a 27 de agosto de 2004, Buenos Aires, Argentina. Al exceptuar el artículo de Carlos Fanuel Luna Castilla, “La política desde los circuitos de comunicación en la provincia de Cartagena, 1830-1839”, Histórielo 3 (6) (2011): 129-152, una revisión de las publicaciones de gran número de historiadores no arroja trabajos sobre un análisis preciso del movimiento de la información y de las comunicaciones políticas. Las revistas indexadas como el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura de la Universidad Nacional, Historia Crítica de la Universidad de los Andes, Memoria y Sociedad de la Universidad Pontificia Javeriana, o el Anuario Regional y de las Fronteras de la Universidad Industrial de Santander, no contienen artículos al respecto. Los balances historiográficos tampoco mencionan trabajos o interés por su estudio: Jaime Jaramillo Uribe y Frank Safford, “An Interview with Jaime Jaramillo Uribe”, The Hispanic American Historical Review 64 (1984): 1-15; Frank Hensel, “Perfiles de la historia de Colombia. Entrevistas con Jaime Jaramillo Uribe y Fernán González”, Historia Crítica 25 (2003): 99-114; Jorge Orlando Melo, “La Historiografía sobre la Antioquia del siglo XIX”, http://www.jorgeorlandomelo.com/historiagrafiaant.htm (13/08/2012); “La Historia: perplejidades de una disciplina consolidada”, http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/grafia/cap4.htm (14/08/12); “De la nueva historia a la historia fragmentada: la producción histórica colombiana en la última década del siglo”, Boletín Cultural y Bibliográfica 36 (1999): 165-184; Edwin Cruz Rodríguez, “El federalismo en la historiografía política colombiana (1853-1886)”, HC 44 (2011): 104-127; Jesús Antonio Bejarano, “Guía de perplejos: una mirada a la historiografía colombiana”, ACHSC 24 (1997): 283-329; Gonzalo Sánchez, “Diez paradojas y encrucijadas de la investigación histórica en Colombia”, HC 8 (1993): 75-80; Bernard Tovar Zambrano et al, La Historia al final del milenio: ensayos de historiografía colombiana y latinoamericana T. II., (Bogotá: Editorial Universidad Nacional, 1994): 483-532.

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principalmente a través de la revolución política de 1876-1877: ¿cómo se manifestaba la opinión pública de la época6? ¿Cómo ciertos sistemas de creencias y prácticas políticas eran circuladas? Y, finalmente, ¿cómo era posible en esta sociedad participar políticamente al margen del uso del sufragio y de los rifles?

Háblese aquí principalmente de historia política, pero no menos de una historia social que integra las connected histories; prescindiendo del movimiento de la información y de las comunicaciones políticas ningún proceso de la vida social hubiera existido en aquella época. Esta también es una historia de mentiras, o como diría mejor Quentin Skinner, una historia que pretende comprender cómo pudo ser racional para aquella época decirlas e inclusive creerlas7. A finales del año de 1875, Manuel Briceño, político conservador, fue nombrado comisionado a los estados federales del Atlántico por el comité del partido. Allí debía informarse de la situación después de la elección presidencial entre Aquileo Parra y Rafael Núñez, conversar con los conservadores notables acerca de la línea de conducta conveniente a seguir, y especialmente alentar la opinión pública en el Magdalena para las próximas elecciones nacionales. En un pasaje digno de recuerdo, anotaba Briceño: “En Puerto Berrío supo que el señor Francisco Ardila, ex –Diputado por Panamá, había tomado a su cargo la misión de espiarlo, y llevaba la intención de prenderlo en Barranquilla; para burlar a este acucioso espía, se detuvo en Zambrano, y atravesando el Magdalena en canoa, se dirigió por las montañas de Plato hacia San Juan de César, en busca del general Felipe Farías”8. El espionaje liberal parece no volver a perseguirlo. ¿Subestimó Briceño a otros espías o es el efecto de una vanidad terrena que deseaba elevar su ingenio y pisotear el de los liberales? O acaso, ¿estas palabras son comprensibles porque Briceño no había caído en cuenta que Colombia estaba más conectada y menos dividida? Tómeselo por ahora como quiera, pero ya veremos más adelante que el espionaje no cejó. Hermes fue reputado entre los dioses por su admirable ingenio y repertorio de engaños. Se dice que habló así una vez ante Zeus: “Me haré responsable de la seguridad de las propiedades divinas, y nunca diré mentiras, aunque no diré siempre toda la verdad”9.

                                                                                                                         6 Este no es un asunto de respuesta sencilla. Lo que sigue es una definición en progreso cuyos rasgos serán enriquecidos en el decurso de este trabajo. No comparto del todo las definiciones de opinión pública formuladas por Jürgen Habermas y Roger Chartier para la sociedad francesa del siglo XVIII. A partir de una extraordinaria documentación inédita, Robert Darnton ha demostrado la participación oral de grupos populares parisinos en las críticas hacia la corte. Al igual que en Paris, en Colombia proliferaron diversas manifestaciones orales de la opinión pública no menos “racionales” que las ilustradas pero que apelaban a otro género de creencias y sentimientos. Como sugiere Darnton, en cierta medida en estas sociedades semianafalbetas, coexistía una opinión filosófica y otra más sociológica, vinculada a los mensajes y noticias que circulaban. Estudiar exclusivamente la filosófica o ilustrada, supondría censurar la opinión de muchos otros colombianos revelada en centenares de testimonios. Para este débate, consúltese: Robert Darnton, Poetry and the Police, 132; Roger Chartier, Espacio Público, crítica y desacralización en el siglo XVIII: los orígenes culturales de la Revolución Francesa, (Barcelona: Gedisa Editores, 1995): 33-50 (edición original: Les Origines Culturelles de la Révollutions Française, (Paris: Le Seuil, 1990). Para el concepto de racionalidad, consúltese: Quentin Skinner, La Verité et l’Historien, (Paris: Éditions de l’École des Hautes Études en Sciences Sociales, 2012) : 56-57. Sin traducción al español. 7 Quentin Skinner, La Verité et l’Historien, 56-57. 8 Briceño suele hablar de sí mismo en tercera persona: Manuel Briceño, La Revolución (1876-1877) Recuerdos para la historia, (Bogotá: Imprenta Nacional, 1947): 42-43. 9 Robert Graves, The Greek Myths Volume One (New York/London: Penguin Books, 1955): 65.

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Conviene entonces ser prudentes con los documentos y las afirmaciones; Hermes ya lo había advertido y Briceño nos hace la primera advertencia de esta historia.

Acudamos entonces con cuidadosa premura a la revolución política de 1876-1877, aquel mundo de aventura perdida donde los políticos conservadores viajaban en vapores y se embarcaban en las canoas para perder sus sombras de los soles abrasadores del Magdalena y del espionaje liberal. Hermes y otros colombianos como Briceño nos esperan allí.

I Quizás para esta historia, como diría un personaje memorable, ha sido elegido un

comienzo menos estimulante; si no lo favorece la magia, lo recomienda el método10. La historia presentada a continuación procede principalmente del Archivo Histórico Aquileo Parra11. Desde el siglo XVIII, tal y como algunos historiadores declaran hoy, la colección y conservación de manuscritos personales lentamente fue propagándose en Europa12. Sin diferenciarse mucho de Joseph Conrad y Honoré de Balzac sobre este punto, Parra también conservaría del otro lado del Atlántico los papeles que lo revelarían como uno de los políticos liberales más importantes de la segunda mitad del siglo XIX en Colombia. En esta empresa de vanidad, aunque no exclusivamente, Parra no estuvo solo: políticos como Salvador Camacho Roldán, Solón Wilches y Julián Trujillo, hicieron lo propio. Otros sin condescender a medrosos lamentos prescindirían de conservar sus papeles, como ocurrió con Rafael Núñez; otros lamentarían la suerte de ver sus cartas deshojándose entre las manos de sus enemigos políticos, como ocurrió con Manuel Antonio Sanclemente en plena guerra de los Mil Días13. Muy pocas pistas nos indican los criterios de selección y conservación del archivo de Parra: el repetido “archívese” no suele ser tan común y los papeles predominantes se refieren a su período como Presidente de la Unión (1876-1878) y Director del Partido Liberal (1897-1900). Es probable que lo digno de excepcional en su carrera política ameritara la conservación. ¿Pero acaso nuestras definiciones de lo excepcional forzosamente coinciden? No podemos asumir que el archivo dejado por Parra

                                                                                                                         10 Adolfo Bioy Casares, Historias Fantásticas, (Buenos Aires: Emecé Editores, 1972): 30. Algunos clásicos de las ciencias sociales sugirieron la necesidad de completar toda investigación con algunos párrafos cardinales sobre: ¿cómo puedo saber lo que voy a decir? Me pareció propicio retomar esta sugerencia hacia las dificultades planteadas por los testimonios principales, su historia, sus límites y alcances. Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador, (México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2003): 91-92 (edición original: Apologie pour l’histoire ou métier d’historien, (Paris: Cahiers des Annales/Armand Colin, 1949); Bronislaw Malinowski, Argonauts of the Western Pacific: an account of native enterprise and adventure in the archipelagoes of melanesian New Guinea, (London: Routledge & Kegan Paul, 1961): 2-3. 11 Este archivo no ha sido desconocido para otros historiadores que lo han inquirido con otro género de preguntas. Consúltese: Malcolm Deas, Del poder y; Helen Delpar, Red Against Blue, The Liberal Party in Colombian Politics 1863-1899. (Alabama: The University of Alabama Press, 1981). 12 Roger Chartier, The Author’s Hand and the Printers Mind, (Cambridge: Polity Press, 2012): 73-82. 13 Consúltese: Julio H. Palacio, Historia de mi vida, (Bogotá: Editorial Incunables, 1984): 265; Luis María Mora, Croniquillas de mi ciudad, (Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1982): 199-200.

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sea el mismo que descansa en la Sala de Manuscritos Raros y Antiguos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Tal vez sean muy diferentes. Y sobre la inexistencia de documentos pertenecientes a otros años y cargos alternos cabrían las más fantásticas especulaciones.

Con estos precedentes, otras preguntas asaltan las páginas que siguen: ¿No estaría recreándose de papelito en papelito una historia liberal de la revolución política de 1876-1877? ¿Quién podría confirmar los puntuales movimientos de tropas o la veracidad de las negociaciones entre el general Santos Acosta y el general Marceliano Vélez en el campo de Garrapata? Estas no son mis presentes ansiedades ni deberían ser la de los lectores. Lo que interesa en estas páginas es recrear y comprender con mayor claridad el movimiento de la información y de las comunicaciones políticas en esta sociedad. Tampoco habría por que alarmarse ante un estudio basado en testimonios eminentemente liberales sobre estos problemas: no veremos conservadores intercambiando signos con las manos ni firmando orgullosos donde se les ocurra pinturas rupestres. El archivo de Parra y otros testimonios revelan que los conservadores también hicieron copioso uso de las comunicaciones orales y escritas de los liberales. Sin menoscabo de su inagotable riqueza, el archivo deberá tomarse como apenas un fragmento del mundo del movimiento de la información y de las comunicaciones políticas, que será debidamente complementado con otros testimonios contemporáneos en las décadas precedentes y posteriores a ella para aventurar mayores conclusiones sobre la segunda mitad del siglo XIX en Colombia.

Seguiremos el curso de la revolución tal y como debió vivirla el despacho del presidente de la Unión, Aquileo Parra, a través de la correspondencia que sobrevive en su archivo. El hecho de que sea recreada con sus papeles sólo quiere decir que también lo haremos en multiplicadas versiones con sus corresponsales, mensajeros y espías, dispersos por la República. La historia que sigue no precisa adornarse o recurrir a los artificios de la literatura fantástica. Eran tiempos excepcionales y la vida estaba al filo de la navaja.

II

En los primeros meses de 1876, con un incierto desenlace para muchos

colombianos, con un indeclinable fervor liberal no exento de injurioso lenguaje hacia los conservadores, y con una inconformidad manifiesta ante los presuntos robos del tesoro federal perpretados por una partida de “godos” caucanos, Aquileo Parra era sensiblemente puesto al corriente durante su tránsito inseguro hacia la presidencia de los Estados Unidos de Colombia, de los albores de un acontecimiento político que llegaría a ser conocido como la revolución política de 1876-187714. Las felicitaciones no del todo compartidas por la plenitud del liberalismo colmaban su correspondencia al mismo tiempo que le eran conducidos a Bogotá otros informes sobre la posibilidad del orden público turbado en el                                                                                                                          14 Carta de Eustacio Vallejo a Aquileo Parra, Cali, 4 de enero de 1876, caja 1, carpeta 3, folios 9-10. Colombia ostentó dos nombres entre 1864 y 1905: Estados Unidos de Colombia (1863-1886) y Colombia (1886-1905). Para comodidad del lector he preferido llamarla Colombia. Asimismo, los estados federales serán referenciados como Antioquia, Cundinamarca, etc. o simplemente Estados. Finalmente, cuando me referiré a la presidencia nacional entre 1863 y 1886, lo haré como presidencia de la Unión.

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Cauca15. Los quebrados espejos, los robos a tiendas y almacenes, el incendio provocado deliberadamente al parque municipal, y el saqueo de los fondos a la administración general de hacienda nacional de Cali, debieron convertirse en un horizonte intranquilo para Parra en medio de las celebraciones. En una sociedad de gran tradición católica, la antigüedad devota de Popayán y su obispo eran testimonios inquebrantables de ella, las escuelas oficiales laicas regentadas por los profesores alemanes y protestantes propiciaban desde hacía un tiempo peligrosas animosidades entre los liberales y algunos círculos conservadores aliados con un sector del clero del Cauca16. Si para Parra las siguientes cartas eran algunos de los indicios de una probable revolución politica, deben ofrecernos también unas claves iniciales del movimiento de la información y de las comunicaciones políticas, en los que Parra se movía con envidiable naturalidad.

En la segunda mitad del siglo XIX, los políticos gozaron de la compañía de numerosos corresponsales en distintas Repúblicas e Imperios. La queja de John Stuart Mill fue inclemente en la Gran Bretaña17. Y Colombia, no fue la ináudita excepción. Los trabajos requeridos para hacer triunfar una elección, los informes de las sesiones del congreso nacional, las colaboraciones escritas en la prensa, y los avatares de las administraciones de hacienda nacional y de la política, eran algunos de los asuntos que atareaban y relacionaba a los muchos políticos con distintos miembros de su sociedad. A su vez, multitud de colombianos hallaban en estos hombres los representantes de sus partidos, figuras frecuentemente dignas de admiración y de romanticismo, que posibilitaban por su posición social, y ocasionalmente obligados por sus relaciones familiares y de amistad, el otorgamiento de colocaciones y empleos en el gobierno, en los cargos públicos, en las compañías comerciales y en la prensa. Entre los cientos de papeles, Parra figura recibiendo informes sobre la política de la Costa, Santander y Huila; Parra es requerido para colaborar en la prensa de Panamá; Parra es contactado para liderar un club político de artesanos de Bogotá18. Durante la denominada guerra de los Mil Días, Parra procuraría despachar un informe de las “noticias ciertas” a distintos departamentos de la República19. El hecho de que este hombre gozara durante los primeros meses de 1876 de informes redactados desde Medellín, Socorro, Popayán, Cali y Santamarta, no era algo excepcional entre los políticos

                                                                                                                         15 Para algunas felicitaciones de varias regiones de la República, consúltese: Carta de D. Viana a Aquileo Parra, Medellín, 14 de marzo de 1876, caja 1, carpeta 3, folio 15; carta de Manuel Ezequiel Córrales a Aquileo Parra, Santa Marta, 1 de abril de 1876, caja 1, carpeta 3, folio 18; carta de Segundo Sánchez et al a Aquileo Parra, Carlosama, 5 de abril de 1876, caja 1, carpeta 3, folio 22. 16 No todo el clero estuvo de acuerdo con la rebelión. Para una renovada historia de la participación política y electoral de la Iglesia Católica durante este periodo, consúltese: Eduardo Posada Carbó, “The Catholic Church, Elections and Democracy in Colombia, 1830-1930”, (Nôtre Dame: The Helen Kellogg Institute for International Studies, Working paper #387, sept. 2012): 26-27. Para las memorias liberales de un protagonista de esta animosidad -ejerció el cargo de Director de la Instrucción Pública en el Cauca durante los primeros años de 1870- véase: José María Quijano Wallis, Memorias Autobiográficas, histórico-políticas y de carácter social, (Bogotá: Editorial Incunables, 1983): 211-218. 17 John Stuart Mill, Autobiography, (London: Oxford University Press, 1940): 259-260. 18 Telegrama de Miguel Hernández a Aquileo Parra, Tunja, 30 de noviembre de 1898, caja 1, carpeta 7, folio 401; carta de Eustacio P. a Aquileo Parra, Neiva, 14 de diciembre de 1898, caja 1, carpeta 7, folio 408; carta del Club Industrial de Artesanos de Bogotá a Aquileo Parra, Bogotá, 20 de diciembre de 1898, caja 1, carpeta 7, folio 410. 19 Carta de Aquileo Parra a Dr. Mendoza, sin lugar, diciembre 10 de 1885, caja 1, carpeta 2, folio 56.

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de la época y lejos estaría de serlo en su carrera política20. Tampoco suponía ninguna excepcionalidad que sus corresponsales estuvieran al tanto de los pormenores de la política en el Cauca, muy a pesar de cierto retraso en las noticias. Desde luego, no todo asunto discurría sobre los peligros que abrigaba el Cauca tan sencillamente porque él no era el protagonista de una novela de Dostoievsky. Gobernaba una República y la obsesión por una idea no podía prosperar cuando ciertas prácticas políticas habituales de la época invadían su correspondencia. Desde Medellín, Antioquia, le recomendaban jóvenes para cargos subalternos; desde Santa Marta, Magdalena, le encarecían prolongar los servicios del joven administrador de hacienda nacional de Nare sobre los arenonos bancos del río Magdalena21.

Y sin embargo, los asuntos religiosos del Cauca no cejaban de importunar. Los informes sobre los problemas entre liberales y conservadores suscitados por las escuelas oficiales laicas procedían de gran parte de la República. El espionaje y la diligente lealtad de sus corresponsales era sorprendente y no dejaba de involucrar buena parte de la sociedad. Multitud de noticias eran despachadas, cartas ajenas remitidas y se procuraba espiar las actividades de algunos personajes claves entre los conservadores.

En la segunda mitad del siglo XIX, las reuniones y banquetes en las casas eran lugares propicios de sociabilidad para el ejercicio de la opinión. Conversar sobre los últimos chismes políticos, dictaminar las posibles determinaciones sobre la unión de dos facciones, tramar el triunfo de una candidatura y saldar las divisiones entre unos capitanes del ejército federal frente a una elección, eran algunos asuntos cotidianos dentro de aquellos límites22. ¿Por qué no habría de serlo también para saldar unas diferencias aparentemente irreconciliables en pleno mayo de 1876? El obispo de Popayán, virulento opositor de las escuelas oficiales laicas, declinaba una conferencia conciliadora propuesta por el político liberal Dámaso Zapata en Manizales, Cauca. Los desplazamientos del obispo Carlos Bermúdez eran vigilados y los temores no eran infundados: los telegrafistas, militares, tenderos, mujeres y hasta peones eran todos posibles espías liberales y conservadores. ¿Qué cosas alegres y honrosas habría podido pensar la opinión conservadora que descubriera las secretas veladas del obispo con un liberal? Cualquier reunión en secreto levantaba sospechas en esta sociedad desconfiada y tan preocupada por los asuntos políticos23. Bermúdez instaría entonces a Zapata a continuar la comunicación por escrito, aunque las cartas no estuvieran exentas de otros riesgos.

                                                                                                                         20 Políticos como Salvador Camacho Roldán y Julián Trujillo recibieron correspondencia procendente de distintos confines de la República en la segunda mitad del siglo XIX. Consúltese: Archivo de la Academia Colombiana de Historia –Colección Salvador Camacho Roldán, cajas 3 y 4, Archivo General de la Nación (AGN); y Generales y Civiles (Julián Trujillo): cajas 93 y 94, Fondo Enrique Ortega Ricaurte, AGN. 21 Carta de D. Viana a Aquileo Parra, Medellín, 3 de marzo de 1876, caja 1, carpeta 3, folios 11-12; carta de Manuel Ezequiel Córrales a Aquileo Parra, Santa Marta, 1 de abril de 1876, caja 1, carpeta 3, folio 18. Otros casos similares a lo largo del siglo pueden consultarse: carta de María Josefa Cuenca de Manrique a Aquileo Parra, Bogotá, sin fecha (probable de ser de 1898), caja 1, carpeta 8, folio 53. 22 Carta de Don Francisco García R. a Aquileo Parra, Chapinero, 1 de marzo de 1898, caja 1, carpeta 1, folios 59-62; Luis Gabriel Galán Guerrero, “Formas de Participación Política de la Guardia Colombiana, 1862-1886”, (Tesis de pregrado en Historia, Bogotá, Universidad de los Andes, 2013): 10-41. 23 Véase la trama secreta de entregar un cuartel por tres subtenientes del ejército federal durante la revolución política de 1884-1885: Causa criminal contra los subtenientes Cayo Forero, Lisandro Pérez, y Carlos Copete, por espías, rebelión y sedición. Zipaquirá, 1885. Legajo 73, folios 955-1049, Fondo Asuntos Criminales, AGN.

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Las andanzas de Bermudez pronto cayeron en manos de Parra. ¿Cómo podría explicarse la presencia de la carta del obispo en su archivo? Es del todo probable que fuera interceptada pero más probable todavía es que Zapata la remitiera a Bogotá. El presidente del Cauca, César Conto, visiblemente alarmado por las repercusiones que en el Estado podía tener la ley de inspección de cultos tramitada en el congreso nacional, le había encarecido a Parra el envío de unos batallones del ejército federal para aplacar la eventualidad indeseada y probable de un bochinche, al mismo tiempo que le había hecho llegar una carta del padre Fray León Saroy, italiano, republicano y muy liberal, cuyo curato Bermúdez le había arrebatado, y deseaba ponerse al servicio de Parra24. En contrapartida al ansiado movimiento de tropas, Conto ponía a su disposición otro hombre que suponía un polo adicional de información y acción. Ambos hombres obraron análogamente al remitir las cartas con el fin de servir al gobierno de Parra y a los intereses del liberalismo. Pero otras cartas dirigidas entre colombianos reposan también en su archivo. Todas ellas revelan lo que era una práctica habitual en el movimiento de la información y de las comunicaciones de aquella época.

Durante el mes de mayo, Parra se comunicaba con Rafael Toro, cuyo oficio y cargo son de momento una incógnita. A los informes recibidos por Parra de Medellín, Popayán, Cali y Santa Marta, debe añadirse el de este escurridizo personaje. Residente en Facatativá, Toro recibió una serie de cartas de Antioquia. Un amigo suyo le escribía desde Salamina: “Amigo, por allá no lo creen estamos amenazados por una catástrofe política mui tremenda, la cruzada fanática ha empezado en todas partes a mi modo de ver”. Su amigo, Julio Mora, al tanto de algún fragmento de la dubitativa opinión en Cundinamarca, refería la impresión de cinco periódicos antioqueños que aplaudían a los obispos conspiradores en contra del gobierno del Cauca y el sólido convencimiento de que tarde o temprano llegaría el día de la guerra25. Un caficultor de Palestina le deshierbaba en la carta lo malsano no tanto de las matas como de lo que ocurría en Antioquia: “La política empeora, y ya me tiene Ud. al Padre Baena predicando la matanza de herejes”. La opinión oral, tanto conservadora como liberal de una parte de la sociedad antioqueña, remontaba en sobres las montañas de Cundinamarca. Hasta aquí los informes podrían ser tildados de generales, aunque no precisamente de incompletos. Hasta aquí los alcances de los espías al servicio de Toro no ofrecen mayor elaboración sobre la manera en que realizaban los espionajes y atrapaban las opiniones orales. El político conservador, Manuel Briceño, al que habíamos dejado en las ciénagas del Magdalena tan libre de espías, reaparecía entre los espléndidos valles de Manizales cercado por los corresponsales de Toro: “Briceño está aquí – Parece que el convenio con los godos del Cauca es ayudarles (…) Yo estoy alerta porque el peligro es inminente aquí, y por eso paso la mayor parte del tiempo en Salamina”26. Otro espía más prolijo que Mora, que posiblemente ocupaba un cargo en la administración subalterna de hacienda nacional de Manizales, le transmitía el siguiente informe a Toro:

“Esta aquí de regreso Briceño después de haber recorrido toda la República; se cree generalmente que anda en negocios de revolución; está mui atendido por todos sus copartidarios

                                                                                                                         24 Carta de César Conto a Aquileo Parra, Popayán, 15 de marzo de 1876, folio 1; carta de César Conto a Aquileo Parra, Popayán, 19 de abril de 1876, folios 2-3. 25 Carta de Rafael Ospina a Rafael Toro, Salamina, 12 de mayo de 1876, caja 2, carpeta 9, folios 18-19. 26 Carta de Julián Mora a Rafael Toro, Manizales, 13 de mayo de 1876, caja 2, carpeta 9, folio 20.

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tienen casi todas las noches reuniones secretas, ocupa con frecuencia el telégrafo, haciendo que nadie entre cuando él está allí; por un descuido de él callo en nuestras manos un telegrama dirigido, según se colije, a algunos miembros del Gno. [Gobierno] de Medellín, con sustancia decía esto: Si no entienden, don Mariano inventó clave, al Dr. [Doctor] Sanclemente, secretario que fue de don Mariano, aun no ha venido, nada tendría de particular que le hayan tendido alguna celada en Tulúa. ¿Vendrá don Luis Mario Restrepo a arreglar el negocio que tiene entre manos con el Sr. Sanclemente? La comunicación por telegrafo es inconveniente, sigue para allá el Sr. Gaitan con cartas que los impondran de cuanto deceen saber. Puerto i frontera tendremos”.

Estos testimonios demuestran que el espionaje no era un oficio solitario. Mariano

Sanin intercambió opiniones con otros hombres, y por qué no mujeres, sobre la presencia de Briceño en Manizales. En la segunda mitad del siglo XIX, las calles continuarían siendo un lugar de sociabilidad y de ejercicio de la opinión tras las revoluciones políticas modernas. En pueblos como Guaduas, Cundinamarca, y en crecientes ciudades como Barranquilla, Bolívar, la opinión no era una flor de un día27. La arquitectura de los pueblos y las ciudades rara vez superaba las plantas de dos pisos: las ventanas del primero recibían las tamizadas columnas de luz abiertas al rumoreo de las calles28. Los teatros, restaurantes y cafés escaseaban incluso en las grandes ciudades. Entonces, la vida social discurría principalmente en las casas y en las calles. El profesor suizo de la Universidad Nacional, Ernst Röthlisberger, había cosechado con inseguras fracciones pero con segura impresión: “Toda reunión de hombres se mueve siempre, en más de sus tres cuartas partes, en el terreno de la política actual”. Allí, en las estrechas calles del Cauca, Tolima, Cundinamarca y la Costa, las noticias eran vociferadas, los pasquines fijados en las paredes, los políticos injuriados por la abigarrada muchedumbre anónima y conocida, y los transeúntes demorados charlando horas de política29. Nada nos dice el nombre don Eduardo y menos aún resuena una campiña con el del loco Arias. Pero en la Calle Real de Bogotá este hombre rendía un extraordinario culto a su patria, cuyos problemas tocaban las íntimas fibras de los corazones. Cada esquina era una tribuna desde la que pregonaba. Cuando murió parecía como “si un pedazo de Bogotá se había marchado con su loco más querido”30. Los locos Arias partían de este mundo pero, semejante al “Árbol de Cracovia” parisino del siglo XVIII, el “Altozano” bogotano renovaba sus concurrentes. Durante la segunda mitad del siglo XIX, congregaba a los políticos y a otros grupos sociales en las escalinatas al pie del atrio de la Catedral en la plaza de Constitución, donde atrapaban el

                                                                                                                         27 Salvador Camacho Roldán, Escritos Varios T. I., (Bogotá D. C.: Editorial Incunables, 1983): 575-577; carta de Jesús María Chaparro a Julián Trujillo, Barranquilla, 9 de agosto de 1880, General y Civiles (Julián Trujillo), caja 94, rollo 54, carpeta 70, folios 280-415, CEOR, AGN. 28 Se menciona el caso especial de las puertas ventanas en lo que sería Caldas: Marco Palacios, La clase más ruidosa y otros ensayos sobre historia y política, (Bogotá: Editorial Norma, 2002): 93. Para un excelente análisis de sociología histórica sobre el vínculo constituyente entre espacio y relaciones sociales, consúltese: Norbert Elias, La Société de Cour, (Paris: Calmann-Levy, 1974): 19-21 (edición en español: La Sociedad Cortesana, (México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2012; primera edición en alemán: Die höfische Gesellschaft (1969). 29 Ernst Röthlisberger, El Dorado, 126 y 131-132; Alfred Hettner, Viajes por los Andes Colombianos (1882-1884). (Bogotá: Banco de la República, 1976): 75; Para los pasquines y carteles fijados, consúltese: El Tradicionista n. 320º, Bogotá, martes 5 de mayo de 1874, 1404. 30 Luis María Mora, Croniquillas de mi, 258.

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último chisme, desaprobaban los gobiernos representativos e incluso fraguaban conspiraciones31. En Manizales, el espía Sanín encontraría un lugar similar al Altozano.

Su carta revela que los conservadores también hacían uso frecuente de las cartas, de los periódicos, del telégrafo y de las veladas nocturnas. Esta sociedad convivía bajo mutua sospecha y espionaje. Consciente de la ineludible pero no insuperable situación, Sanín concluía con una advertencia a Toro: “Mucho temo ya por nuestra correspondencia esta la mando por la Aldea, i sería bueno que por ahora me las dirija allí”32. Esta serie de cartas franqueaba las dilatadas cordilleras, las ciénagas verdes y las más imponderables soledades rurales portando no solamente las tramas conspirativas de los conservadores de Antioquia, en permanente comunicación con los del Cauca, sino también una parte de la opinión pública de los lugares de redacción hasta el despacho de Parra y otros residentes de Bogotá. Toro se trasladó al pequeño pueblo de Chimbe, a media distancia entre Facatativá y Villeta. Y en el penúltimo día del mes de mayo, envió esta carta a Parra y a Manuel Murillo Toro, sin olvidar remitar las de Mora y Sanín: “Le incluyo tres p.a [para] Sr. U [Usted] y el Dr. Parra les parece merezcan alguna atencion las noticias qe. [que] contienen. de su exactitud les respondo. Quedan en mi poder dos con las mismas noticias. El servicio postal entre Antioquia y los godos del Cauca es activo. Por el próximo correo aguardo de Uds noticias mas detalladas. Sirvase devolver con el portador”33.

Es presumible que Toro, como pudieron ejecutarlo Sanín y Mora, compartiera de manera oral y escrita estas noticias con otros colombianos; sabemos que Toro conservó dos copias de las cartas copiadas a mano34. Entre estos sucesos singulares, Salamina, Manizales, Facatativá, Chimbe y Bogotá fueron conectadas por las tres cartas. Dentro de aquellas penetrables ciudades y pueblos, y acaso más allá de sus límites, las noticias y las opiniones políticas de lejanas poblaciones pudieron dispersarse en casas y calles según la lengua de Mora, Sanín, Toro, Parra y Murillo Toro. Esta era sólo una de las tantas rutas de comunicación recibidas por el despacho de Parra en aquel año. ¿Cuántas intermitentes y coyunturales rutas de información entre colombianos conectarían la República en aquel mayo de 1876? El despacho de Parra estaba al tanto de las ocupaciones de Briceño en el Cauca y de Mariano Ospina Rodríguez, uno de los políticos conservadores más importantes de la República y más simpáticos en Antioquia a la idea de la rebelión, quien despachaba al Cauca mensajeros de confianza como Sanclemente. ¿Qué habrá sentido el despacho de Parra al leer estas otras deplorables noticias remitidas desde lejanas regiones?

Los indicios brindados por la correspondencia de Parra sobre una probable revolución politica, también nos han ofrecido los rastros generales del movimiento de la                                                                                                                          31 Para el Árbol de Cracovia en Paris, consúltese: Robert Darnton, “Una de las primeras…”, 373-374. El “Altozano” fue especialmente comentado por los viajeros extranjeros: Ernst Röthlisberger, El Dorado, 132; Miguel Cané, En Viaje (1881-1882), (Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1968): 174. Para una conspiración tramada muy cerca del Altozano, véase nuevamente: Causa criminal contra. 32 Carta de Mariano Sanín a Rafael Toro, Manizales, 15 de mayo de 1876, caja 2, carpeta 9, folios 22-23. 33 Carta de Rafael Toro a Manuel Murillo Toro, Chimbe, 30 de mayo de 1876, caja 2, carpeta 9, folio 28. 34 Por lo demás, un pasaje de la novela Aceitunos y olivos todos son uno de José María Vergara y Vergara, sugeriría la importancia de la circulación escrita de la prensa muy a pesar de los escasos tirajes. Otro pasaje de las memorias de Baldomero Sanin Cano, confirmaría la importancia de cualquier escrito en esta sociedad: “Recuerdo que María de Isaacs, en un solo ejemplar, pasaba de casa en casa, bañado en las lágrimas del vecindario”. Consúltese: Malcolm Deas, Del Poder y, 190 y 204; y Baldomero Sanin Cano, De mi vida y otras vidas, (Bogotá: Ediciones Revista de América, 1949): 32.

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información y de las comunicaciones políticas de la segunda mitad del siglo XIX. Diversos grupos sociales de la República, en mayor o menor grado de información, tenían noticias de lo que ocurría en el Cauca por conducto de la opinión oral y escrita. Las cartas se remitían por mensajeros personales, las noticias eran conversadas en las casas y en las calles, y los telegramas constituían otra medio para circular la opinión pública alternas a la prensa. Las lecturas orales de las cartas también eran frecuentes en esta sociedad y en otras del siglo XIX, propagando la información más allá del corresponsal35. La preocupación de los colombianos se hacía incontenible por otros copartidarios en lejanas regiones y por la suerte inestable de la República. Parrocos, administradores de hacienda nacional, políticos, caficultores, y hombres de desconocidos oficios, participaban de manera relevante con sus informes y espionajes dirigidos al gobierno de Parra. Con la información de los sucesos del Cauca y de otras regiones de la República, con el reconocimiento de las tramas conspirativas de Briceño y Ospina Rodríguez, el gobierno federal había de tomar medidas para aplacar las conspiraciones. Desde luego, no todos los grupos sociales y sus oficios ofrecían análogas posibilidades de participación del movimiento de la información y de las comunicaciones políticas. Esto quedará muy bien de presente en los siguientes numerales. Por ahora hemos tratado de los políticos.

Al tiempo que uno de ellos, el presidente Parra, asimilaba los anteriores informes, verosímilmente complementados con la lectura de periódicos, otra serie de cartas y conversaciones en casa de liberales, los conservadores intercambiaban su propio género de informaciones y tramas secretas. La unión entre ellos, sin embargo, no era completa. Los liberales ocupaban las presidencias de todos los estados descontando al Tolima y Antioquia. El gobernador de este último estado, Ricaredo Villa, no contemplaba con buenos ojos una posible rebelión. El finado Pedro Justo Berrío, quien había gobernado Antioquia hasta el año anterior (1864-1875), sostuvo cordiales relaciones con los precedentes gobiernos federales. ¿No era arrojar la esmerada estabilidad de Antioquia por la borda? ¿Por qué mares inseguros conducirían Briceño, Ospina y Sanclemente a los antioqueños y la suerte de otros conservadores de la República?

III A finales de junio, el orden público aún no había sido decretado por Parra como

turbado. En aquel entonces, los conservadores afines a la rebelión buscaban derrotar a los liberales tanto en la guerra como en las urnas. Al mismo tiempo que la guerra se desenvolvía en el Cauca, y amenazaba de propagarse al Tolima y Cundinamarca, Vicente Herrera le comunicaba a Parra los pormenores sobre la candidatura conservadora en Santander: “El Sr. Canal hace segun los informes i las cartas que hemos recibido, todos los                                                                                                                          35 Circular de Aquileo Parra a un directorio departamental, Bogotá, 29 de julio de 1898, caja 1, carpeta 1, folio 67; carta de Aquileo Parra a Fortunato Bernal, Vélez, 3 de noviembre de 1881, caja 1, carpeta 1, folios 19-20; carta de Rafael Núñez a Luis Carlos Rico, Cartagena, 7 de julio de 1879, Cartas dirigidas por Rafael Núñez al Dr. Luis Carlos Rico, de 1876 hasta 1893: y otras cartas dirigidas a Núñez por diferentes personas de 1878 hasta 1891, MRA BLAA; carta de Rafael Núñez a Luis Carlos Rico, Cartagena, 17 de diciembre de 1878, Cartas dirigidas por, MRA, BLAA.

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esfuerzos posibles para triunfar en las prosimas elecciones i no omite medio ninguno para imponerse i hacerse temer en los departamentos del Norte, donde mediante el apoyo del nuevo obispo Parra, esplota nuestra discordia i atiza el fanatismo”36. Es probable que durante este período las elecciones fueran más frecuentes que las revoluciones, las rebeliones y los bochinches, aunque no estuvieran ocasionalmente exentas de episodios de violencia. Los estados federales poseían facultades constitucionales para fechar su propio calendario electoral, respetando las elecciones bianuales a la presidencia de la Unión. El calendario aún perdura sin establecerse, pero ciertos datos provisionales que encarecen la rigurosa atención de más investigadores, sugieren la realización de elecciones anuales entre 1863 y 1886. Una versión provisional concede la no escasa cifra de veinteseis elecciones presumiblemente realizadas en la República en el año de 186537. Con estos precedentes, el informe de Herrera era tan importante en esta sociedad como aquellos sobre la incipiente revolución en el Cauca.

Y sin embargo, Parra esperaba en julio una respuesta del político conservador Joaquín M. Cordova, presidente del Tolima. El tono de Cordova era digno, y aquella ostensible dignidad debió suponer una bofetada para la inteligencia de Parra. Encontraba injustificables las dudas manifiestas de aquel gobierno hacia el suyo; reputaba de insensatos los rumores sobre una controvertida deslealtad; y negaba con exquisito descaro el movimiento de tropas, el reclutamiento de soldados y el tráfico de armamento. “Las noticias alarmantes que recibe U. allá, según expresa, como, a mi turno las recibo yo aquí, no pueden provenir síno de personas sin criterio, o que tienen interés en la alteración del orden público; o bien de negociantes que siembran el alarma para comprar barato, como claramente lo veo aquí”. Escrudriñaba unas críticas a la derogatoria de la ley de órden público y consideraba que los “proyectos intranquilizadores”, tal era su expresión, habían contribuído mucho a crear y sostener la agitación en la República. Para Cordova, el asunto era sencillo, y concluía su marea de cinismo en una cresta de insolencia: “la calma renacerá si se ve que los gobernantes dan pruebas de cordura”38.

Una carta recibida de Medellín presumible de ser también fechada en julio, aunque se desconoce si llegara primero que la de Cordova a manos de Parra, revelaba sus sinceras intenciones. ¿Fooling who? Allí ya eran sobradamente conocidas para algunos liberales las determinaciones suyas con respecto a la revolución en el Cauca. Jorge Bravo le había comunicado a Parra los adelantos de los conservadores interesados en la rebelión más allá de los límites reconocibles del Cauca y de Antioquia. Empezaba con un impersonal “Se dice”, refiriéndose con precisión a todas las posibilidades de la opinión pública y la multitud de grupos sociales que podían ejercerla. Luego, con un evidente sentido del equilibrio en una sociedad plagada de rumores y falsas noticias, continuaba con un relato enriquecido por las opiniones orales de cinco hombres de distintas procedencias:

“Que Payán está preso en Victoria, esto parece cierto porque el paró en Manízales el dia

10, i no iba aprisa (…) Que Canal está ya en Bogotá, i que Córdova defenderá el Tolima, si él y

                                                                                                                         36 Carta de Vicente Herrera a Aquileo Parra, Socorro, 24 de junio de 1876, caja 1, carpeta 3, folios 25-27. 37 Luis Gabriel Galán Guerrero, Laura Wills Otero y Juan Carlos Rodríguez Raga, “Los viajes olvidados de la democracia: circulación y apropiación de la legislación electoral en Colombia, 1855-1886”: 15 (ensayo inédito, 2014, bajo evaluación en el Latin American Resarch Review). 38 Carta de Joaquín M. Cordova a Aquileo Parra, Ibagué, 5 de julio de 1876, caja 1, carpeta 3, folio 29.

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el Pte. [Presidente de Antioquia] Villa no logran engañarlo a U. para que permanezca neutral. que el Pte. Villa dejó su renuncia escrita, el caso de no poder sostener la paz. Yo le respondo a U, como hombre honrado por muchos conductos, i que solo lo he creido despues de oir a los testigos presenciales H. Pablo Antonio Escovar, de Salamina, Luis Ma. Tirado E., de esta, residente en el Sur, Eléazar Gómez, de Neiva, &, & -todos cumplidos caballeros i hombres inteligentes; i que esos hechos me los ha conferido hoy el Notario 2º de este circuito, exprefecto de este departamento”39.

La singular y a la vez compleja fuente de información de esta carta imposibilita

establecer un modelo informativo para otras. El informe contenía noticias orales de Medellín, Salamina y Neiva. Todas estas opiniones viajaban nuevamente hasta Bogotá donde serían comentadas por el círculo de Parra. El presidente de la Unión desconfiaba de Cordova y lo haría saber a más de un liberal en el Tolima. En julio, por el conocimiento de esta serie de cartas y otras ausentes del archivo de Parra, sus comunicaciones eran un boccato di cardenale para el espionaje liberal. Una carta dirigida a Cordova desde el Cauca, que fue interceptada por algún liberal, declaraba así: “Ayer se le despachó un posta de esta ciudad, pero se devolvió del camino porque iban a asaltarlo, i le entregó la carta que llevaba al correista, quien de miedo regresó para su casa”40. Hasta el presente han sido constatables diversos corresponsales que colaboraban con el gobierno de Parra. Pero, ¿quiénes eran los personajes de la carta anónima de Cartago? ¿Quiénes eran estos postas usados por liberales y conservadores? Y a todas luces, ¿cuál era su importancia en el movimiento de la información y de las comunicaciones políticas?

Vivir más allá de sus confines, ante la inclemencia de las tempestades y los lánguidos caminos dilatados, no era un privilegio de pocos en el siglo XIX. Los harkaras indios o “corredores de los caminos”, que colaboraron con el Imperio Mogol y posteriormente con la East Indian Company, fueron excelsos portadores de mensajes y magnificos espías desde Rajastán hasta los Himalayas, donde las montañas se funden con el cielo. En el Imperio Otomano los corredores de a pie se internaban en las ciudades y en los inclementes desiertos la caballería era liberada al servicio del correo Real41. A pesar de que existía un género de postas en la sociedad de Parra, su número, posición social y educación difería de aquella de los harkaras y corredores otomanos. En los tiempos de la monarquía compuesta española, los indios portaban los pliegos por doquier; el Barón Alexander Von Humbolt recordaría maravillado al nadador con el correo arropado entre una fina tela sobre la cabeza que atravesaba el río Guancagamba, Virreinato del Perú42. En aquella segunda mitad del siglo XIX, los postas o mensajeros, podían ser los mismos corresponsales, como entrevimos con Sanclemente y Restrepo43. Con mayor frecuencia, podía divisárseles al servicio de otros colombianos como militares, políticos, estudiantes, mujeres, peones e

                                                                                                                         39 Carta de Jorge Bravo a Aquileo Parra, Medellín, sin fecha, caja 1, carpeta, 3, folio 40. 40 Carta anónima a Joaquín M. Cordova, Cartago, 18 de julio de 1876, caja 1, carpeta 3, folio 34. 41 Christopher Alan Bayly, Empire and information, 65. 42 Renán Silva, Las Epidemias de la Viruela de 1782 y 1802 en el Virreinato de Nueva Granada, (Medellín: La Carreta Editores, 2006): 76-77. 43 Otro caso: carta de Gabriel Pontón a Aquileo Parra, Bogotá, 28 de septiembre de 1876, caja 1, carpeta 8, folios 24-25.

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inclusive mendigos44. En 1867, Miguel Samper deploraba el multitudinario número de vagos en Bogotá. Estas representaciones despreciativas no deben inexorablemente empobrecer las acciones ejecutadas por estos colombianos ante las relaciones sociales que los vinculaban a su sociedad, en aquel juego circunstancial entre sus límites y libertades sociales45. Es del todo probable que hombres del parecer de Samper, acudieran a los mendigos para portar mensajes secretos en tiempos extraordinarios en la segunda mitad del siglo XIX. “Deseando vivamente que reciba los adjuntos, a pesar de los riesgos que hai en el camino, he tenido que confiarlos a la honradez de un mendigo para que los deje en Cipaquirá al Sr. Novoa telegrafista de allí; ojalá mi anhelo se cumpla i usted se imponga de tan importantes telegramas”, le escribieron a Parra durante la revolución de 1876-1877”46. En la guerra de los Mil Días, esta práctica social perduraría. El coronel Jorge Brisson, irrevocable admirador francés del general Próspero Pinzón, recordaría la importancia de ciertos informantes liberales: “Les sirven de espías y postas las mujeres, los mendigos al borde de los campos, los pastores, los vivanderos”47. En recónditos parajes de la tierra, otras sociedades también concedieron papel a los mendigos en asuntos políticos. En la India, los espías enemigos de los ingleses se disfrazaban de hombres santos y de mendigos48.

En Colombia, cualquiera podía ser reputado de posta. Debe albergarse la posibilidad de que unos desempeñaran largos años en el oficio, como responsables del correo nacional y en su momento estatal49. Pero los cambios de trabajo eran frecuentes en este mundo donde las oportunidades de índole política y económica tentaban la curiosidad, pobreza, afecto, y otra variedad de experiencias humanas de los colombianos50. Al alba, algunos podían despertarse como arrieros o recolectores de quina; y al ocaso, hallarse como mensajeros. El cuadro del campesino que perdura inamovible de su parcela de la hacienda no es inusual, aunque sea inadecuado e inverosímil de tomarse por general51. Los peones, jardineros y albañiles ejercieron de postas de los políticos propietarios de haciendas, aún en tiempos de no bochinche. En el Ocaso, Cundinamarca, un carpintero le traía al político liberal Salvador Camacho Roldán las cartas desde la Mesa y un herrero espía no lo dejaba salir de su hacienda a dar paseos a la quebrada52. En el Cauca, el político Julián Trujillo

                                                                                                                         44 Carta de Gabriel Pontón a Aquileo Parra, Bogotá, 28 de septiembre de 1876, caja 1, carpeta 8, folios 24-25; Carta de Aquileo Parra a Dr. Mendoza, sin lugar, diciembre 11 de 1885, caja 1, carpeta 2, folio 58. En el decurso del trabajo veremos estos grupos sociales como postas y mensajeros. 45 Miguel Samper, Escritos Político-económicos V. I., (Bogotá: Editorial Cromos, MCMXXV): 8-10. 46 Carta de A. Andrade a Aquileo Parra, Ubaté, 26 (sin más indicaciones debe ser de 1876 o 1877), caja 1, carpeta 8, folio 12. 47 Jorge Brisson, Memorias Militares Campaña del Norte (1900), (Medellín: La Carreta Editores/ Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, 2011): 25. 48 Christopher Alan Bayly, Empire and information, 6. 49 La documentación de los correos nacionales y estatales nos dice muy poco sobre los postas. 50 Alfred Hettner, Viaje por los Andes, 81; Aspectos polémicos de la Historia Colombiana del Siglo XIX, memoria de un seminario, (Bogotá: Fondo Cultural Cafetero, 1983): 148-149. 51 Véase Malcolm Deas, Del Poder y, 241; y sus intervenciones en Aspectos polémicos, 147-149. 52 Carta de Salvador Camacho Roldán a Joaquín Camacho, El Ocaso, 28 de agosto de 1895, caja 3, carpeta 16, 30, AAHC, AGN; carta de Camacho Roldán a Joaquín Camacho, El Ocaso, 9 de marzo de 1895, caja 3, carpeta 16, folio 1, AAHC, AGN.

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despachaba desde su hacienda en María los correos con jóvenes peones53. En esta formación social, ciertos mayordomos en el Cauca y Cundinamarca sostendrían reiteradas comunicaciones políticas con sus patrones54. En la India, el conocimiento inmediato y local de los ríos, de los caminos, de las solitarias trochas, de las provisiones de los bosques y del asiento de los ganados, otorgaba importancia al empleo de campesinos, arrieros y mendigos como espías y postas55. En Colombia, el conocimiento geográfico local durante las campañas militares de la segunda mitad del siglo XIX provino también de estos hombres. Portaban mensajes de crucial importancia, alertaban las embocascadas, ofrecían rutas desconocidas de escapatoria y espiaban a sus enemigos. Tulio Arbeláez, un combatiente de la guerra de los Mil Días, lamentó la ignorancia de los desiertos y llanuras escarpadas entre sus compañeros liberales del Tolima. Este desafortunado pormenor condujo a la emboscada y posterior ejecución del héroe liberal, el general Cesareo Púlido56.

El leve porte de las cartas, su ocasional interceptación en tiempos de conspiraciones y revoluciones, los infrecuentes robos y pérdidas, y los más comunes retrasos de los impresos en las estafetas debieron estimular el empleo de trabajadores de las haciendas, soldados, mujeres, subalternos, amigos y parientes como postas57. La carta interceptada a Cordova revela que el correista no siempre era el posta. Y algunos políticos como Núñez, Parra y Trujillo, contarían con rutas personales de correo para sus trabajos políticos. El político y novelista, Jorge Isaacs, se enteró de la derrota liberal en “La Humareda” durante la revolución de 1884-1885, por una línea de correo artificialmente creada. En los arenosos bancos del río Magdalena, Isaacs y su secretario aguardaban una canoa para trasladarse de una márgen a otra. Allí iba siempre a su encuentro un posta. Aquel día, súbitamente, llegó el misterioso hombre. Isaacs rompió el sobre y leyó la carta. Estrujó aireado el papel y lo arrojó. Visiblemente alterado, paseó sobre sus pasos con el semblante de un hombre al borde de estallar como un desaforado volcán. Aplacado, dijo a su secretario: “Se nos ha puesto el Sol a las tres de la tarde, Mario, mi querido Mario. Recoge ese fatídico papel para que lo leas…”58.

                                                                                                                         53 Carta de Julián Trujillo a Dolores Carvajal de Trujillo, Las Cañas, 1 de noviembre de 1875, Generales y Civiles (Sra. Dolores Carjaval de Trujillo), FEOR, rollo 52, caja 92, carpeta 63, folio 267, AGN. 54 Consúltese el ensayo “Una Hacienda Cafetera de Cundinamarca: Santa Bárbara (1870-1912)” en Malcolm Deas, Del poder y; carta de Adolfo Obregón a Dolores Carvajal de Trujillo, La Elvira, 23 de abril de 1877, rollo 52, caja 92, carpeta 60, folio 161; carta de Adolfo Obregón a Dolores Carvajal de Trujillo, La Elvira, 21 de abril de 1877, rollo 52, caja 92, carpeta 60, folio 163. 55 Christopher Alan Bayly, “Knowing the Country: Empire and Information in India”, Modern Asian Studies 27 (1) (1993): 16. 56 Tulio Arbeláez, Episodios de la guerra de 1899 a 1903: campaña del general Cesáreo Pulido por su primer ayudante general, (Bogotá: Imprenta Nacional, 1936): 80. 57 Para el robo de la correspondencia particular, consúltese: carta de Octavio Angulo a Salvador Camacho Roldán, Santa Marta, 1 de septiembre de 1871, caja 1, carpeta 4, folios 27-28, AACH, AGN; Informe del Director Jeneral de Correos Nacionales al presidente de la Unión, (Bogotá: Imprenta de Medardo Rivas, 1873): 9. La queja de los retrasos por el paso del correo por las estafetas nacionales y seccionales en: Informe del Director Jeneral de Correos Nacionales 1871, (Bogotá: Imprenta de Echevarria Hermanos, 1871): 12. 58 Manuel de Jesús Andrade, Andanzas de un Colombiano, (Ambato: Imprenta del Colegio de Bolívar, 1935): 58-59.

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El contenido de las cartas lentamente se propagaba más allá del destinatario. “El portador de esta es Miguel el le dira a Ud. todo lo demas que yo omito”59. A los postas se les confiaban cartas, telegramas y mensajes orales de índole secreto. ¿Quién garantizaba que no abrieran la boca más allá del destinatario? Ocasionalmente, propagaron la información más allá de estos. En la guerra de los Mil Días, Parra recibió aviso en su hacienda de San Vicente, en los alrededores de Vélez, Santander, de un joven liberal deseoso de hablar con él. Traía una misión especial. La claridad de las noches y el dolor de cabeza impidieron la cita nocturna. El Dr. Mendoza, ejerciendo a su vez de posta de Parra, fue encomendado para reunir al muchacho en casa de una tal Celmira para estrujarle las noticias del campamento del general Neira: “U. le transará todos los informes que él pueda dar sobre la organización actual del ejército revolucionario, las poblaciones que ocupa, los recursos de que dispone, la calidad y cantidad del armamento, el modo cómo lo han obtenido y si ha sido ó no con la ayuda del Dr. Soto”. Refugiado en su hacienda de San Vicente, Parra no pretendía estar desinformado de lo que ocurría en el resto de la República. Y el joven posta no se resistió a limitarlo a los oídos de Parra: “Como el joven Fajardo de quien hablé al principio de esta carta no parece ser mas discreto que Barriga, puesto que ya está en la calle la noticia de que llegó y poco mas o menos el objeto que dizque trae, conviene que U esté advertido de esta circunstancia, sin renunciar por eso á a la entrevista”60.

Nadie disentirá sobre lo hablador del joven Fajardo. ¿Quién lo hará sobre su participación política en aquella época? Multitud de colombianos más posibilitaron el movimiento de la información y de las comunicaciones políticas. En las relaciones sociales de esta sociedad, los postas eran los intermediarios obligados para que la política, llámesele elecciones, noticias, opiniones, órdenes, reclamos y revoluciones políticas, salieran de la aldea y traspasaran las vastas montañas de la República.

En julio de 1876, Parra debió regocijarse al leer las desdichas enfrentadas por los postas conservadores. Pasados estos desafortunados incidentes, el corresponsal de Córdova refería el anhelado levantamiento de unos copartidarios en Roldanillo, Victoria y otros pueblos del Cauca. Los victoriosos se trasladaban a Cartago y festejaban el presidio del político liberal, Eliseo Payán. Desde Medellín, Bravo ya le había relatado al despacho de Parra su celebrada captura. Ahora se clareaba la figura de Cordova como otro enemigo del órden público que colaboraba con los revolucionarios. Bravo había de poner todos estos pormenores en perspectiva despojado de cualquier perspicacia innata; lo haría con el conocimiento confiable de la opinión oral venida del Cauca, Tolima y Antioquia: “La guerra del Cauca es nacional; es guerra a las escuelas nacl [nacionales] i el partido libr [liberal] del país”61. En la Costa, la situación tampoco era desconocida. Desde Barranquilla, levemente alejado de las contemplativas murallas de piedra de su querida Cartagena, Núñez contemplaba sus acciones inminentes con Emiro Kastos (Juan de Dios Restrepo): “Mi situación particular es sumamente trabajosa. Deberíamos inclinarnos ante los oligarcas por

                                                                                                                         59 Carta de Cristina Briceño de Afanador a Aquileo Parra, Sogamoso, 27 de agosto de 1878, caja 1, carpeta 1, folio 4, AACH, AGN. 60 Carta de Aquileo Parra a Dr. Mendoza, sin lugar, diciembre 11 de 1885, caja 1, carpeta 2, folios 57-58. 61 Carta de Jorge Bravo a Aquileo Parra, Medellín, sin fecha, caja 1, carpeta, 3, folio 40.

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miedo a los conservadores? Deberíamos unirnos en lo posible, con estos, aunque luego quedemos dominados por el elemento teocrático?”62.

Allí, interceptado entre los papeles de Parra, figuraba Núñez. Los liberales también eran dignos de espiar, como fueron espiados en otras circunstancias electorales63. El orden público sería declarado turbado. En el primer numeral pudo advertirse que los conservadores no estaban del todo unidos aunque estaban al tanto de lo que ocurría en distintos estados de la República. Cuando se desangraban los últimos atardeceres de julio, el liberalismo aún no parecía saldar la división entre nuñistas y radicales y, como ocurría con los conservadores, éste no era de ninguna manera un problema de incomunicación.

IV Jorge Bravo era un excelente espía pero le repugnaba el oficio. Ajeno a su condición

social, no encontraba placer en ejercer de acusador. El debate interior que debió librar su mente lo inclinó a cumplir otro papel en la revolución que permanecer en sus márgenes. Escribía por el amor que profesaba al liberalismo y la simpatía que le despertaba el gobierno de Parra. Su mente se había decantado por la creencia de que asumía un deber. Temía el retraso de los señores Palacio, viajeros de Manizales a Bogotá, que pretendían comunicarle a Parra unas noticias. Entonces, por la vía a Nare viajaría un posta con su carta hasta las alturas de Bogotá. Antioquia y Tolima, sabemos que la neutralidad de este último estado era una mera pose, no habían declarado aún la guerra al gobierno del Cauca y al de la Unión. Bravo conjeturaba que todo había de concluir si las fuerzas de Parra ocupaban Honda, acaso todo el Tolima y Manizales con un levantamiento de tropas del centro y norte de la República. Hacia Buenaventura, Cauca, navegaban las aguas del océano Pacífico unos batallones de la Guardia Colombiana, ejército federal, que permanecían generalmente estacionados en Panamá64.

Agosto. Y el posta que portaba noticias del Tolima no era un buen augurio. El secretario del Tolima, Emilio U. Escovar, negaba inquebrantablemente a Parra cualquier sospecha de levantamiento armado sostenido por el gobierno de Cordova. Y en otra mentirosa digresión añadía candidamente que todo el revuelo de rumores era atribuible a personas inclinadas a la guerra65. La insistencia en la mentira de parte de Escovar y Córdova es comprensible en una sociedad donde las noticias falsas eran moneda corriente. En los corresponsales de Parra, la busca de testigos confiables era un requisito recurrente de verdad en el movimiento de la información y de las comunicaciones políticas; y a su vez, las falsas noticias eran una estrategia social para engañar al enémigo político en una sociedad donde la opinión lejos estaba de ser silenciosa y sedentaria. Sería equivocado                                                                                                                          62 “Oligarcas” era el término retórico empleado por los conservadores y nuñistas para denominar a los radicales que apoyaron la candidatura de Parra en 1875. En carta de Rafael Núñez a Juan de Dios Restrepo, Cartagena, 8 de junio de 1876, caja 2, carpeta 9, folio 30, Cartas dirigidas por, BLAA, MRA. 63 En las elecciones presidenciales a la Unión de 1879, ciertos generales de la Guardia Colombiana fueron espiados. Consúltese: Luis Gabriel Galán Guerrero, “Formas de participación…”, 56-57. 64 Carta de Jorge Bravo a Aquileo Parra, Medellín, sin fecha, caja 1, carpeta, 3, folio 41. 65 Carta de Emilio U. Escovar a Aquileo Parra, Ibagué, 4 de agosto de 1876, caja 1, carpeta 3, folios 43-44.

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pensar el movimiento de la información y de las comunicaciones políticas completamente transparente y veraz. Ni siquiera Marc Bloch lo experimentó así durante la Gran Guerra del otro lado del Atlántico66. Bloch sería uno de los primeros historiadores en reconocer la importancia política de los hechos completamente imaginados. Desde los tiempos del Nuevo Reino de Granada, el rumor era un certero vagabundo que visitaba los oídos y las bocas; a veces vestido de pasquín, líbelo, carta o dotado de oralidad67. Cuando la incertidumbre, el miedo, y el pánico se apoderaban de los colombianos de la segunda mitad del siglo XIX, tal y como ocurría en las elecciones y las revoluciones políticas, ¿cómo dar crédito a una versión? ¿Cómo no especular con ella sobre lealtades y futuros acontecimientos? No era infrecuente que los conservadores se hicieran pasar por liberales o que se atribuyeran adhesiones contrarias. Las conspiraciones y las revoluciones alimentaban los fantasmas de los crímenes, las muertes y las traiciones. El profesor Röthlisberger casi pierde la vida por cuenta de unos rumores falsos en el Cauca, bajo la revolución de 1884-1885. En su abreviada estadía en Cali, las principales autoridades y comerciantes lo trataron con la máxima gentileza y atención, pero con la desconfianza habitual en la República. En las calles gritaban a su espalda: “¡Ahí va el enviado de Bogotá!” En su jadente correría, escapó como conservador de Cali y penetró como radical en otro pueblito del Cauca68. Si la vida del profesor Röthlisberger estuvo al filo de una navaja, la del presidente Sanclemente fue cortada reiteradamente por los falsos rumores en la guerra de los Mil Días; la resaca de champaña debió ser lamentada por los conservadores69. A ciertos liberales, un temor, que no fue el de la muerte, los acechó despiadadamente. El coronel Federico Barreto y el general Agustín María Vénegas de la Guardia Colombiana fueron acusados de conspiración junto a los conservadores de Buga, Cauca, en 1880; la carta aparecía firmada por unos supuestos “liberales”70.

Pero las noticias falsas también invadían las comunicaciones que concernían a las elecciones, las noticias sobre el canal interoceánico de Panamá, y los debates de opinión en la prensa. En tiempos electorales, ciertos periódicos denunciaron la falsedad de unas adhesiones multiplicadas favorables a una candidatura. Y los políticos en campaña salpicaban oportunamente la candidatura de sus rivales para desalentar la opinión y sus trabajos electorales: “Amador no descansa escribiendo cartas adversas, en la hipótesis de que no llegan a mi noticia. He leído algunas. <<Mi impopularidad es completa>>. Murillo Toro es el hombre. Trujillo está con ellos”, se mofaba Núñez de sus contendores en su segunda candidatura a la presidencia de la Unión en 187971.

Extraordinariamente inclinados a la política, los estudiantes de las universidades hallaban las noticias en las sesiones del congreso nacional, en casas de políticos, en

                                                                                                                         66 Marc Bloch, Apología para la, 112; del mismo autor: Réflexions d’un historien sur les fausses nouvelles de la guerre, (Paris: Éditions Allia, 1999). 67 En este libro están formulados unos primeros programas de investigación sobre las comunicaciones que no han tenido continuadores para aquella época. Renán Silva, La Ilustración en el Virreinato de Nueva Granada: estudios de historia cultural, (Medellín: La Carreta Editores, 2005): 88-91. 68 Ernst Röthlisberger, El Dorado, 404. 69 Luis María Mora, Croniquillas de mi ciudad, 198. 70 Luis Gabriel Galán Guerrero, “Formas de participación…”, 56-57. 71 Carta de Rafael Núñez a Luis Carlos Rico, Cartajena, 27 de enero de 1879, Cartas dirigidas por, MRA, BLAA; Adrián Alzate García, Asociaciones, Prensa y, 147.

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tabernas, billares, imprentas, sociedades y calles72. Desde el 7 de marzo de 1849 y de la Escuela Republicana, fundada a mediados de siglo, se reconocía la relevancia de los estudiantes en la política de aquella sociedad. De la Calle Real de Bogotá y sus noticias de toda índole, algunas personas de la Costa gustaban de escuchar su rumoreo. “¿Qué dice la Calle Real?”, fueron las primeras palabras que Núñez cambiaría con su recién llegado secretario personal en 1892. Deseaba informarse detalladamente del célebre escándalo de El Petit Panamá. Los periódicos bogotanos aún bien informados en aquella época atiborraban sus columnas sobre el asunto. El Petit Panamá había viajado en la prensa hasta la casa blanca rodeada de cocoteros del presidente de la República en Cartagena. Núñez era consciente de que en aquella época la prensa era apenas un medio de información política. El délito cometido por algunos parlamentarios y periodistas de influencia con la suscripción de los empréstitos emitidos por la compañía del canal para eludir la catástrofe que vendría sobre ella con la suspensión de los trabajos de la colosal obra iniciada por Ferdinand de Lesseps en el istmo, requería un informe oral adicional, aunque el panórama no dejara de ser neboluso para el estudiante de la Universidad Republicana, Julio H. Palacio: “Al llegar a Cartagena y preguntarme el señor Núñez qué se decía en Bogotá de El Petit Panamá, apenas pude transmitirle los ecos de la chismografía que envenenaba la atmósfera política de la capital, de la que apareciera mi amigo y patrón Santiago Pérez Triana como un tentador y corruptor de conciencias”73. Es del todo probable que lo referido por Palacio contuviera una que otra falsa noticia, una que otra incriminación justificada por las nubladas noticias en una atmósfera de incertidumbre.

Las falsas noticias u opiniones no eran consideraciones pedestres en esta sociedad, aunque muchas de ellas fueran a pie. Bajo la Constitución de Rionegro (1863), la libertad de palabra escrita y oral sería severamente criticada por liberales y conservadores74. La opinión de la época también estaba forjada de injurias, calumnias y mentiras, cuyas consecuencias no resultaban sin importancia: derechos y honras atropellados, reputaciones enlodadas, algunos duelos, y opiniones desalentadas. Muchos escritos de los colombianos se apresuraron a desenlodarse de las calumnias75. Múltitud de escándalos políticos, traiciones, actos atroces y vilipendiados durante esta época eran poco más que obra de las imaginaciones desaforadas de fervorosos liberales y conservadores. En aquel agosto de 1876, R. M. Arana rastreaba una práctica habitual: aquella de los falsos rumores y noticias en las comunicaciones de los que participarían distintos grupos sociales en la segunda mitad del siglo XIX. Arana le informaba a Murillo Toro, y por tanto a Parra, de unas noticias falsas difundidas desde Manizales. Se apresuraba a desmentir aquellas provenientes de un “testigo de vista” y enviadas por un telegrafista en Ambalema, ante el aprisionamiento de un posta en Lérida. El correo le había revelado a Arana una situación en

                                                                                                                         72 Para algunas vidas estudiantiles ligadas a estas prácticas, consúltese: Luis María Mora, Croniquillas de mi ciudad, 51-52 y 84-85; Julio H. Palacio, Historia de mi, 35, 92, 140; Baldomero Sanin Cano, De mi vida, 27. 73 Julio H. Palacio, Historia de mi, 228. 74 Aquileo Parra, Memorias, (Bucaramanga: Gobernación de Santander, 2000): 310; Anibal Galindo, Recuerdos Históricos (1840-1895), (Bogotá: Editorial Incunables, 1983): 45; José María Samper, Derecho Público Interno T. I., (Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1974): 305. 75 Véase, por ejemplo, José Fidel Palacios, A los hombres de corazón y honor. Contra calumnia, la verdad, (Panamá: Imprenta de A. Aguirre, 1887). La BNC está plagada de pequeños folletos, hojas volantes y panfletos que calumniaban o rectificaban ciertas acusaciones y rumores infundados.

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el Cauca menos desesperada. Los religionarios no habían podido avanzar más allá de Roldanillo76. Arana concluía remitiéndole a Parra otra carta y mostrándose al tanto de las noticias de Bogotá.

Fechada en el mismo mes, una carta de Concepción Escurraga a su hijo Pablo Diago, reposa en el archivo de Parra. Esta mujer estaba en el corazón mismo de la revolución. Sus palabras la muestran experimentada en el análisis de las revoluciones y del movimiento de la información política. Su carta tiene una historia y requiere un poco de perspectiva. Tan antiguo como el llamado Antiguo Régimen, los historiadores convienen en que ciertas mujeres gozaron de cierta importancia en la política y sociabilidad de la época muy a pesar de las restricciones sociales. En la pomposa corte de Versalles, Madame de Pompadour y María Antonieta estuvieron en el ojo burlón y difamatorio de los libelos, canciones y poemas de la época. Pompadour ejerció cierta influencia sobre Luis XV y a la vez fue víctima de acusaciones populares formuladas por miembros de la corte77. En los reinos e imperios de la India, la diversidad cultural y linguïstica favoreció la circunstancia para que las uniones matrimoniales entre las cortes constituyeran otra posibilidad de espionaje y acopio de información78. Las princesas y otras mujeres de las cortes leían reportes en los harems; solían ser juzgadas según su capacidad de ser intermediarias diplomáticas; y los emperadores musulmanes mogoles, no satisfechos con una mujer, se casaban con diez para aumentar su recolección de información. Tanto en las sociedades de la India como en la francesa, otras mujeres de menor rango parecen haber sido informantes políticos. En sus comunicaciones y espionajes, la mayoría debió hacer uso de la comunicación oral, incluyendo poemas, canciones, rumores y conversaciones mientras que la minoría también haría uso de las prácticas escritas disponibles en su tiempo. En los reinos de la India, algunas miembros de las cortes leían y escribían. Desde hacía siglos, las cortesanas europeas eran instruidas en la lectura y escritura pero no era un deber que cubriera a otras de su sexo mientras que las monjas de las órdenes religiosas aprendían a leer para rezar79. En Europa, los escritos místicos de las mujeres, las cartas, los diarios y las pinturas religiosas vinculadas a la botánica suponían la existencia de variadas prácticas de escritura en algunas mujeres por fuera de las cortes desde el siglo XVII80. Grandes cuestionamientos sobre la educación de las mujeres en las sociedades francesas e inglesas, que traerían modificaciones tanto en sus posibilidades de comunicación como en el inventario de sus intereses, tocarían también a la monarquía compuesta española. Al tiempo que Mary Wollstonecraft reclamaba mayores derechos políticos y civiles para las mujeres en Inglaterra en el ocaso del siglo XVIII, en el Nuevo Reino de Granada las monjas lentamente empezaron a verse rodeadas de otras lectoras y escritoras alejadas de los

                                                                                                                         76 Carta de R. M. Arana a Manuel Murillo Toro, Murillo, 2 de agosto de 1876, caja 2, carpeta 9, folios 40-41. 77 Robert Darnton, Poetry and the. 78 Christopher Alan Bayly, “Knowing the country…”, 16. 79 Patricia Londoño Vega, “Educación femenina en Colombia, 1780-1880”, Boletín Cultural y Bibliográfico 37 (XXXI) (1994). 80 Natalie Zemon Davis, Women on the Margins: Three Seventeenth Century Lives, (Cambridge: Harvard University Press, 1997).

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conventos, como Manuela Saenz de Santamaría81. Las ideas de la Ilustración que reclamaban una mayor educación para las mujeres, aunque no necesariamente un contenido similar de ella, y un lugar en la sociedad más allá de su importancia en el hogar, proliferaron en algunos periódicos neogranadinos. Sus adelantos fueron lentos.

En las sociedades europeas del siglo XIX, la condición social de las mujeres experimentaría transformaciones en condiciones tan diversas como el trabajo asalariado, el derecho a la instrucción y la promesa de ser futuras ciudadanas82. Colombia no permanecería aislada de muchos de los debates y procesos sociales en curso del otro lado del Atlántico. Es posible que no hubieran asociaciones de trabajadoras dada la inexistencia de grandes fábricas industriales como en Gran Bretaña, pero había sociedades de beneficiencia. Los códigos civiles lentamente iban concediéndoles derechos en ámbitos como la propiedad y la administración de sus bienes. Muchas mujeres, sin consideración de su estado civil, compraron, administraron y negociaron con propiedades rurales, urbanas y mercancías de toda índole83. Acostumbradas a bordar, tejer y coser, algunos liberales procuraron vanamente que trabajaran en otros oficios considerados más útiles para la sociedad, como el de telegrafistas en las oficinas de correos nacionales durante los gobiernos radicales84. El irresuelto debate global sobre el sufragio universal femenino que tocaba reiteradamente las costas de Colombia recordaría otro argumento en contra de la participación igualitaria de las mujeres en estas sociedades. Stuart Mill, en su célebre libro Consideraciones sobre el Gobierno Representativo (1865), sugirió la posibilidad de que las mujeres votaran en las urnas de cumplir con ciertas capacidades intelectuales85. Pero el traductor de su libro, el político liberal Florentino González, no hizo una defensa de ello en su prólogo. En Colombia, salvo contadas excepciones, los liberales y conservadores convergieron sobre este punto86. Y mujeres como Soledad Ramón estarían en contra del voto femenino y de su trabajo en cargos públicos87.

El final del siglo XIX aún levantaría las barreras entre ambos sexos, en parte por el ideal victoriano predominante de la lady encargada de los asuntos domésticos, tan bien representado por Esther en La Casa Lúgubre de Charles Dickens, y en parte por el espíritu religioso heredado de la monarquía compuesta española. Sería un siglo de constante y nunca resuelto debate sobre la instrucción de las mujeres y su lugar en la sociedad, aunque la tendencia a encontrarla en los oficios domésticos bajo el ideal de la buena esposa fuera lo

                                                                                                                         81 E. P.Thompson, Making History. Writings on History and Culture, (New York: The New Press, 1994): 1-9; Patricia Londoño Vega, “Educación femenina en …”. 82 Georges Duby y Michelle Perrot et al, Historia de las mujeres en Occidente Tomo IV, (Madrid: Taurus, 1993): 11. 83 Patricia Londoño Vega, “Las Colombianas durante el siglo XIX, derecho familiar, educación y participación política”, Revista Credencial Historia 68 (agosto) (1995). 84  Informe del Director (1871), 15.  85 John Stuart Mill, Autobiography, 240; Consideraciones sobre el gobierno representativo, (Valparaíso: Imprenta y Librería del Mercurio de S. Tornero e hijos, 1865): 15. 86 Ciertos proyectos reformatorios de las elecciones aún consideraban a las mujeres carentes de las facultades intelectuales para asumir semejante responsabilidad, aunque sea preciso recordar el fugaz decreto del sufragio universal femenino en la provincia de Vélez, Santander, en 1856. Consúltese: El Diario de Cundinamarca n. 2776º, Bogotá, sábado 23 de octubre de 1880, 723. 87 Suzy Bermúdez, “Mujer y familia durante el Olimpo Radical”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 15 (1987): 73.

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más común en la segunda mitad del siglo XIX en Colombia. Sería un error ver en el hogar y sus tareas la representación de una prisión. Era un mundo a su manera, como en las palabras de Hamlet: “O God, I could be bounded in a nutshell and count myself a King of infinite space”88. Hamlet deliraba pero algo de cordura se resistía a dejarlo. El hogar no era un ámbito cerrado y sus límites eran vulnerables al mundo exterior. Las casas tenían puertas y postigos hacia afuera y al final del siglo no prescindirían de ellos. En los hogares quedaba el dulce recuerdo de las sabrosas comidas, las entretenidas reuniones, y aquellas concertadas candidaturas y festejos, todos de índole política de suma importancia en esta sociedad. Y por si esto no bastara, las mujeres entraban a los mercados; atendían a los bailes; espulgaban los estantes de los almacenes; visitaban a sus amistades; contaban el tintineo de las monedas en los negocios; acudían a las escuelas como alumnas y maestras; llenaban los salones de las sociedades de beneficiencia, las bancas de las iglesias y la dulce protección de las calles. Con los cambios sociales mencionados durante el siglo XIX, las mujeres colombianas entablarían, según sus posibilidades, relaciones distintas con otros miembros de la sociedad a la que pertenecían. En este trabajo podrán vislumbrarse mujeres en acción como Concepción Escurraga en plena revolución de 1876-1877. Pero he procurado dedicar las páginas que prosiguen a la participación política y el ejercicio de la opinión de las mujeres en tiempos que he denominado de no-bochinche durante la segunda mitad del siglo XIX.

Como en las sociedades de Antiguo Régimen, la familia continuaría siendo un vínculo de importancia para la política. Sería equivocado imaginar a las mujeres exclusivamente bordando, tejiendo y cosiendo89. Los historiadores parecen estar de acuerdo en que participaron en las revoluciones como postas, espías, y cocineras90. Otros afirman que las esposas de los políticos lo harían en el curso habitual del momento, aunque no brinden precisión y testimonios que soporten estas conclusiones91. La sociedad colombiana no contaría con Madame de Pompadour y las princesas mogoles de la India pero si lo haría con esposas de la importancia política de Soledad Ramón, Dolores Carvajal de Trujillo, y otras de igual y menor rango social. Las cartas de las mujeres que discurrían sobre las pensiones militares y las colocaciones en los empleos eran un elemento clave en la política de esta sociedad en la segunda mitad del siglo XIX. Es arduo aventurar conclusiones sobre la influencia determinante de las mujeres en estos asuntos. Sin embargo, en una sociedad que valoraba la honra, el liberalismo, la amistad y la familia, estas cartas debieron ser una piedrita en el zapato para los políticos. Muchas familias venidas a menos por la suerte imprevisible de las empresas económicas, por la muerte del esposo, y por la imposibilidad momentánea de sus familiares para conseguir empleo, fueron rescatadas de la miseria por

                                                                                                                         88 Citado en Jorge Luis Borges, El Aleph, (Madrid: Alianza Editorial, 2007): 175. 89 Tal y como algunos trabajos historiográficos pioneros las representaban: Suzy Bermúdez, “El “Bello Sexo” y la familia durante el siglo XIX en Colombia”, HC 8 (1993): 34-51; Aida Martínez Carreño, “Los Oficios Mujeriles”, HC 9 (1994): 15-20. 90 Patricia Londoño Vega, “Las Colombianas durante…”; Suzy Bermúdez, “Mujer y familia…”, 73-76; Carlos Eduardo Jaramillo Castillo, “Las Juanas de la Revolución. El papel de las mujeres y los niños en la Guerra de los Mil Días”, ACHSC 15 (1987): 211-230. 91 Patricia Londoño Vega, “Las Colombianas durante…”.

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amigos, familiares y compasivos políticos92. “Espero que U. no ignora los servicios que prestó mi padre, y como hija de Casanare no verá con indiferencia mi malisima situacion”; “En virtud de las muchas relaciones de mi papá y mías con Ud. me tomo la libertad de ponerle esta cartica, haciéndole una súplica, que creo no desatenderá viendo la necesidad que tengo”, eran el final y el comienzo de estas cartas93. Posteriormente, seguía una lista de capacidades de los recomendados: liberales decididos, combatientes en tal revolución y conocidos de ciertos políticos de reputación. La influencia sobre la composición de los gobiernos representativos puede quizás atribuirse parcialmente a ciertas mujeres. Hombres como Parra y Camacho Roldán debieron encontrar las peticiones de estas desgarradoras cartas irrecusables en más de una oportunidad, aunque hay casos ilustres en que las denegaban94. Con este género de correspondencia, las mujeres promovieron ciertas prácticas políticas –encarecer colocaciones, pensiones y ascensos - y en ello se diferenciaron en absoluto de los hombres. En estas cartas también ejercieron una variedad de opiniones compartidas por esta sociedad sobre el deber de la amistad, del gobierno y del liberalismo, aunque las diferencias regionales sobrepasen las respuestas tentativas de estas páginas. No faltó la madre dotada de afectuosa preocupación que requiriera un ascenso para su hijo en el ejército federal. Otras mujeres pidieron la prolongación de los empleos subalternos en la salinas que ocupaban sus hijos. Otras buscaron destinos. Otras dejaron estas palabras: “El destino de mensajero me parece adecuado para él, a quien le gusta la vida de movimiento”95.

Pero la relación de las mujeres con el ámbito de la escritura cruzaba el umbral anterior. La quietud momentánea en el interior de las casas les deparaba a la minoría lectora y escritora otros trabajos en el movimiento de la información y de las comunicaciones políticas. Los escribientes no siempre eran hombres96. En 1898, cuando la salud de Parra aún no estaba restablecida y el posta Fajardo hablaba más de la cuenta en las calles, su hija sería su escribiente en asuntos políticos. En una serie de cartas secretas dirigidas al Dr. Mendoza, Parra se detendría en el estilo de su carta: “No se alarme por la letra en que va este papelito pues que es de una de mis hijas”97. Otras mujeres tuvieron un trato diferenciado con el ámbito de la escritura: fueron censoras. Soledad Ramón, segunda esposa de Núñez, escrutaba y censuraba su correspondencia. Palacio la describía como una gran lectora. En Gran Bretaña y Francia proliferaban numerosos periódicos femeninos. En Colombia, los impresos cuya suscripción estaba enteramente dirigida al “bello sexo” fueron redactados en diversas ciudades en un número provisional de 41 periódicos, una cifra                                                                                                                          92 Algunos casos en que la amistad influía en la promoción de empleos, consúltese: Anibal Galindo, Recuerdos Históricos, 33; carta de Rafael Belalcázar a Aquileo Parra, sin lugar, 24 de septiembre de 1878, caja 2, carpeta 8, folio 1, AACH, AGN; carta de Emilio G. Barriga a Aquileo Parra, Zipaquirá, 3 de septiembre de 1870, caja 2, carpeta 8, folio 21. 93 Carta de Sofía Azuero a Salvador Camacho Roldán, Pore, 20 de septiembre de 1878, caja 1, carpeta 7, folio 35, AACH, AGN; carta de Cristina Briceño de Afanador a Aquileo Parra, Sogamoso, 27 de agosto de 1878, caja 1, carpeta 1, folio 4, AACH, AGN. 94 Aquileo Parra, Memorias, 355. 95 Carta de María Josefa Cuenca de Manrique a Aquileo Parra, sin lugar ni fecha, caja 1, carpeta 8, folio 53; carta de Dolores Lombana de Wheeler a Aquileo Parra, sin lugar ni fecha (probable de ser de 1877), caja 2, carpeta 8, folio 60. 96 Carta de Manuel Plata Azuero a Aquileo Parra, sin fecha ni lugar, caja 1, carpeta 8, folio 64. 97 Carta de Aquileo Parra a Dr. Mendoza, sin lugar, diciembre 10 de 1885, caja 1, carpeta 2, folio 56.

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superior comparada con otras Repúblicas suramericanas. Sonetos, artículos literarios y otros divertimentos ocupaban las páginas de aquellos periódicos. Todos fueron dirigidos por hombres, aunque colaboradoras como Soledad Acosta de Samper firmarían bajo el seudónimo “Aldebarán”. Entre las crónicas de viajes y los avisos de planteles educativos, estos periódicos imprimirían artículos sobre la historia de las mujeres, con biografías y galerías notables. De cierta manera, algunas mujeres deseaban ser como Emma Bovary, “señoritas de las ciudades”, plenas de intereses intelectuales y rodeadas de libros. Desconozco si Acosta de Samper supo de Bovary, pero procuró en el decurso de su vida ensanchar el campo de los intereses femeninos así como vindicar la importancia de la mujer en esta sociedad98. Es del todo probable que doña Soledad leyera estos periódicos. Pero Palacio la describe mejor como una lectora de periódicos nacionales. Era una conversadora que no le gustaba comprometer las opiniones de su marido con las numerosas visitas. No era “una impertinente de la política”; era una insuperable clasificadora de cartas y telegramas: “Bajo su absoluta responsabilidad rompía las cartas según ella iban a causarle enojos y mortificaciones inútiles al doctor Núñez, y mantenía otras en suspenso que no debía leer en horas en que pudiera hacerle daño a su salud. Y éste no solicitaba jamás la correspondencia recibida”. En la linde de la vejez, la política no suponía una novedad para ella. En la revolución de 1876-1877, había conspirado para libertar a Ospina Rodríguez de su prisión del castillo de Bocachica. Y, como otras colombianas, doña Soledad solía conversar con Núñez sobre la conveniencia de ciertas personas para los cargos públicos99.

¿Sería entonces doña Soledad tan excepcional entre las familiares de otros políticos? Censuras aparte, no lo parece. La correspondencia de Dolores Carvajal de Trujillo sugiere que en las familias de los políticos las mujeres ejercieron de corresponsales, postas y espías. Su esposo, el político Julián Trujillo, le dirigió pormenorizados informes sobre la brevísima guerra con el Ecuador de 1864, las hojas sueltas de Bogotá, las sesiones del congreso nacional y las reformas anticlericales; su hija le requerió noticias políticas del Cauca desde Cundinamarca; su esposo la comisionaba para que hablara con el obispo de Popáyan, remitiéndole periódicos a sus amigos; y su mayordomo de la hacienda, sus familiares, los jefes municipales, los amigos de la familia, y otros corresponsales indescifrables le informaban y pedían noticias políticas100. Un corresponsal le reconocía en una oportunidad su conocimiento político: “Usted debe estar más enterada”101.

Debemos ser impacientes con la presunción de que las mujeres analfabetas no participaban políticamente y no ejercían sus opiniones porque no votaban. De ninguna manera estaban confinadas en las orillas de la política. Con seguridad analfabetas, las sirvientes de casa no eran del todo ajenas a la cultura escrita posibilitando como postas su circulación más allá del hogar. Desde la mitad del siglo, las sirvientes de casa actuaban como mensajeras y agitadoras de la opinión. Francisco de Paula Borda, diplomático y                                                                                                                          98 Patricia Londoño Vega, “Las publicaciones dirigidas a la mujer, 1858-1930”, Boletín Cultural y Bibliográfico 23 (XXVII) (1990). 99 Julio H. Palacio, Historia de mi, 282-283. 100 Carta de Froilán Largacha a Dolores Carvajal de Trujillo, Bogotá, 5 de junio de 1872, rollo 52, carpeta 60, folios 102-103, FEOR, AGN; carta de Froilán González a Dolores Carvajal de Trujillo, Bogotá, 10 de enero de 1879, rollo 52, carpeta 60, folio 145, FEOR, AGN. 101 Carta de Micaela a Dolores Carvajal de Trujillo, Bogotá, 30 de octubre de 1877, rollo 52, carpeta 60, folio 180-181, FEOR, AGN.

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político radical, recordaría en sus memorias el golpe del general José María Melo en 1854. “Los sirvientes estaban en todos los secretos. Rumores y consejas de comadres corrían constantemente en la ciudad: que “cogieron preso a don Fulano”102. En el ocaso del siglo, estas capacidades políticas fueron censuradas por los captores del presidente Sanclemente. Aprisionado en Villeta después de la conjuración nocturna de los históricos liderada por José Manuel Marroquín, que depuso su gobierno en plena guerra de los Mil Días, a Sanclemente le prohibieron salir de casa y la órden se hizo extendida a las sirvientes deseosas de acudir a las procesiones religiosas. En busca de cartas, papelitos y otros objetos, el guardia de la galería que daba al campo requisaba periódicamente a las criadas y a sus hijas103. Durante las revoluciones políticas, otras campesinas y tenderas habían sido analógamente postas y espías. Sus intenciones no pueden ser exclusivamente atribuibles a cierto partidismo. Otros rasgos circunstanciales obrarían como intereses en aquella época: la lealtad al patrón, el amor a los hijos y esposos independiente del afecto a un partido político, y acaso unas raciones. De manera análoga a sus sirvientes, aunque no necesariamente podemos asumir las exactas intenciones, las señoras de casa portaron rumores orales durante el golpe de Melo. Según Borda, ellas fueron las grandes intrigantes: “La agitación en la ciudad era extraordinaria. Comprar armas, transportarlas, esconderlas; agitar la opinión pública, alarmar y enviar noticias falsas a todo el país, era la ocupación constante de las mujeres de hombres que se les parecían. No se hablaba de otra cosa”104.

El partidismo que Borda les atribuía a las mujeres a mediados de siglo no contradice el fervor que mostrarían durante la segunda mitad del XIX. Postas, espías, censoras y corresponsales, las mujeres participaron en la política de su sociedad, dependiendo de su rango social, su instrucción y sus relaciones sociales. Ejercieron la opinión, con las falsas noticias traficadas por los hombres, y carecieron de prudencia cuando se trataba de enlodar a ciertos políticos. Salían y entraban de su casa pero la política las acompañaba a donde quiera que fueran. Sin embargo, la participación de las mujeres en las comunicaciones políticas no era reducible a las cartas y los mensajes orales. Los tejidos que las ocupaban se entretejían ocasionalmente con la política. Como ciertos escritos, como ciertas conversaciones, las banderas portaban un mensaje simbólico de afecto a los partidos políticos. Tejer era una práctica común para muchas mujeres y supuso otra forma de ejercer la opinión:

“Cuando la guerra de 76, yo era muy niño, y entre mis más lejanos recuerdos tengo el del afán con que aquellas tías bordaban a escondidas las banderas azules y blancas, símbolo de su ideal, que más tarde habían de ondear en las manos de los valientes, ardorosos y guasones jóvenes de las guerrillas conservadores de Guasca y el “Mochuelo”. Por manera que si en mi familia el partido oficial era el de mi padre, el partido oculto, verdadero y sentido, era el blanco y azul de mi madre y de mis tías”105.

No sobrará decir que Mora heredaría hasta el final de sus días el afecto por las banderas del partido oculto, verdadero y sentido.

                                                                                                                         102 Francisco de Paula Borda, Conversaciones con mis hijos T. I., (Bogotá: Banco Popular, 1974): 61. 103 Luis María Mora, Croniquillas de mi, 201. 104 Francisco de Paula Borda, Conversaciones con mis, 61. 105 Luis María Mora, Croniquillas de mi, 32.

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Posiblemente al tiempo que esta familia y otras mujeres bordaban las banderas blancas y azules, Concepción Escurraga escribía a Pablo Diago una carta que llegaría a manos de Parra:

“Ya sabrás hijo que esto está en guerra, pero una guerra sin carácter y sin enemigo respetable al frente, lo que me hace creer que esto no durará, ni tres meses; pues se asegura de Popayán a Cartago la esperamos moderada que hay sobre las armas en defenza del Gobierno, es 4,000 h. [hombres]. El Gral. en Jefe de los Ejércitos del Cauca es el Dr. Trujillo, quien se encuentra por el valle con su estado mayor, recorriendo la situación”106.

Concepción expresaba cierta experiencia sobre las revoluciones políticas pero

aquello no la convertía en un oráculo. En aquel mes de agosto nadie sabía cuánto más se prolongaría la guerra. Lo cierto es que si el informe habría sido la obra de una maestra de lo obvio, su hijo Pablo no se habría tomado la molestia de remitirlo al despacho de Parra.

Semanas más tarde, desde el campamento de Los Chancos, el mencionado general Trujillo despachaba un informe de la guerra a los señores Marco A. Iriarte y Andrés Rocha que sería remitido posteriormente a Parra. Luego del combate de La Granja, donde más de 900 conservadores fueron derrotados, la situación se despejaba en los municipios de Buga, Cali, y Palmira, quedando expédita la comunicación desde el campamento hasta la capital del Estado. El Comandante de la 5º División, el general José María Sánchez, libraba combates en el sur de Popayán, obteniendo una notable dispersión de los rebeldes y tomando algunos como prisioneros. Trujillo se comunicaba con Parra a través de estos dos señores. Les encarecía que acataran las órdenes del telegrama enviado por Parra y esperaba abrir operaciones muy pronto contra los rebeldes del norte del Cauca, sobre quienes afirmaba, “tengo seguridad de vencer aunque sea á costa de muchísima sangre”107. Trujillo concluía su carta con la petición de circular en el Tolima unos impresos y que enviaran aquellos rotulados de tal manera al despacho de Parra.

Entretanto en Cundinamarca, Manuel Briceño, acompañado por otros jóvenes conservadores de Bogotá se levantaba en apoyo de los gobiernos del Tolima y Antioquia108. Un armamento mediocre, unas escasas municiones, no impidieron que la flamante guerrilla de Guasca diera pequeños escalofríos al ejército federal. Los espías conservadores eran servibles; y el 19 de agosto habrían dado aviso a Briceño de un convoy pleno de armamento de las tropas federales. “Muchos jinetes tuvieron que detenerse por habérseles ahogado sus caballos en la carrera; en el Hotel Santander fueron sorprendidos el Coronel Ricardo Acevedo y algunos Oficiales; se les desarmó y se les encerró en una pieza, de donde huyeron por entre los potreros”109. Hacia otros verdes prados de la sábana, los integrantes de la guerrilla del Mochuelo también escapaban de la comodidad de sus casas para unirse inicialmente a Briceño. Entre los juegos de naipe, las conversaciones y algunas lecturas, los mochuelos se hallaron muy pronto, gracias al informe de un posta de confianza, en

                                                                                                                         106 Carta de Concepción Escurraga a Pablo Diago, Popayán, 19 de julio de 1879, caja 2, carpeta 9, folio 34. 107 Carta de Julián Trujillo a los señores Marco A. Iriarte y Andrés Rocha, Buga, 11 de agosto de 1876, caja 2, carpeta 9, folios 42-43. 108 Manuel Briceño, La Revolución 1876-1877, 165. 109 Manuel Briceño, La Revolución 1876-1877, 167-168.

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presencia de Briceño, Carlos Martínez Silva y José María Samper110. Estos jóvenes ejercieron de postas de aquellos políticos. Posteriormente, los distritos del Tequendama, Fusagasugá y Soacha serían los centros de las operaciones al mando de Carlos M. Urdaneta. Sus intervenciones en la guerra no dejaban de ser fuegos artificiales; su número, instrucción, y armamento no podían rivalizar con aquellos de la Guardia Colombiana. Esto, sin embargo, no impedía que las mujeres les colaboraran. Las familiares de la esposa de Urdaneta enviaron cartas desde Bogotá reclamando todo género de precauciones y advirtiendo el rumor de buena fuente que indicaba que entre las diferentes personas listas a incorporarse a sus filas, se hallaba un sujeto, ganadero, “de categoría entre la gente de segunda clase”, llamado David Arévalo. Las mujeres aseguraban que Arévalo viajaba con peligrosos fines, especialmente en contra de la vida de Urdaneta.

Hasta el presente todas las cartas han tenido corresponsales interesados en poner de manifiesto su identidad. Pero una carta remitida a Parra en los primeros días de septiembre rompe con las prácticas epistolares anteriores. La persona firmaba con el modesto: “un rojo”. La idea del individuo y del reconocimiento de un “yo” parece remontarse en sociedades europeas, tal es el estado actual de la investigación, al menos al siglo X111. No ahondaré en este debate historiográfico salvo para ubicarlo por fuera de los marcos de reconocimiento definidos y formulados por la Ilustración, el derecho consuetudinario inglés, la confesión religiosa y la lectura protestante de la Biblia. Los impostores proliferaron bajo el reinado de los Tudors. Mas en los negros mares del Egeo de la Odisea, Ulises ya había tomado el lugar de un mendigo al desembarcar de regreso en Itaca. En el siglo XVII, otro tanto de casos de impostura se presentaron en la corte de los mogoles en la India112. En la segunda mitad del siglo XIX en Colombia, sería insensato excluir algunas formas de la impostura, pero el doble aparece bajo la forma de seudónimos. Su uso puede tener precedentes en los libelos religiosos y sediciosos, en las restricciones de publicación impuestas por los privilegios reales en la temprana Europa moderna. El uso de los seudónimos pretendía escapar a la censura social, a la prisión, a la humillación literaria, y permitir que las mujeres publicaran sus escritos. En el siglo XIX, Charles Dickens había firmado sus primeras publicaciones con seudónimos y Lewis Carroll y Mark Twain lo harían hasta en sus últimos escritos. Era usual en la sociedad colombiana firmar los artículos de prensa con un nom de plume, negando cualquier identificación individual salvo la de ser tildado de liberal o conservador. En la segunda mitad del siglo XIX, a diferencia de otras Repúblicas e Imperios, los historiadores han solido argumentar que la libertad de palabra escrita y oral fue infrecuentemente censurada bajo las constituciones que defendían aquellas libertades113. Tal vez, con el riesgo al error, uno podría presumir que el uso de seudónimos podría explicarse mejor como una práctica consustancial a la escritura literaria de la época frecuentada con persistente asiduidad por los publicistas. Muchos de ellos eran políticos. Núñez, Ospina Rodríguez, Medardo Rivas y Jorge Holguín, entre otros, buscaron                                                                                                                          110 Enrique de Narváez, Los Mochuelos. Recuerdos de 1877-1878, (Bogotá: Caja del Crédito Agrario Industrial y Minero, 1973): 89-95. 111 Jorge Flores y Sanjay Subrahmanyam, “The Shadow Sultan: Succesion and Imposture in the Mughal Empire, 1628-1640”, Journal of the Economic and Social History of the Orient 47 (1) (2004): 81. 112 Jorge Flores y Sanjay Subrahmanyam, “The Shadow Sultan…”, 83 y 85. 113 Consúltese la intervención de Malcolm Deas en Aspectos polémicos del, 86-87; y Eduardo Posada Carbó, “Libertad, libertinaje, tiranía…”, 196-197.

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reservar sus identidades bajo un cosmopolita inventario de nombres que empezaba con “Orión” y concluía con “Demócrito”. Las mujeres compartirían nombres como “Adriana”114. En el curso habitual de la política colombiana, los seudónimos serían especialmente cotidianos en el ámbito de la prensa. Y, contraviniendo todas las reservas, el estilo inconfudible los delataba.

En las prácticas epistolares este ejercicio sería propicio y practicado durante las revoluciones para escapar del espionaje. En aquella de 1876-1877, el político conservador Jorge Holguín reclamaría en Bogotá unos pliegos bajo el nombre de “Luis León”, despachados desde el campamento de la guerrilla de Guasca115. Estas prácticas perdurarían consustanciales al ejercicio de la guerra. En una extraordinaria serie de cartas durante la guerra de los Mil Días, “Fabio”, “Marcelo” y “Rodríguez” intercambiaron correspondencia con “Lunes”116. Estaban dedicados a mover noticias, tropas y órdenes, y todo indica que engrosaban escalafones de considerable importancia entre los rebeldes liberales. El uso del seudónimo en las cartas durante las revoluciones no habría de perderse y, aunque no tenga su origen preciso en la revolución de 1876-1877, ahí tenía Parra delante suyo una carta fechada en septiembre y redactada por “un rojo”.

Dirigida a “un amigo”, otros liberales prescindirían del lugar de redacción en posteriores revoluciones, el “rojo” la fechaba en Mariquita, Cauca. Había sido un espía en campo enemigo, como otros colombianos así lo vivieron o serían acusados de ello. Regresado de Santana la noche anterior, el “rojo” redactó un informe completo sobre el número de armamento, tropas, y los movimientos precisos de partida y llegada de otros “godos”. Al parecer la autoridad era contestada y el tedio una debilidad del campamento: “el lunes tocaron contra marcha para la cordillera otra vez pero mui en contra la voluntad de la gente tanto así que hubo un tiroteo en que se mataron á dos, un Capitán i un soldado”. Internado entre los conservadores, el “rojo” incurrió en atrevidos interrogatorios: supo del manco González que dos insubordinados verían el sol por última vez, fusilados, y que el aburrimiento era común en las tropas “godas”. Muchos le confesaron su próxima deserción. Los vegetarianos modernos también la habrían pasado mal en aquel campamento: comían un pedacito de carne sin sal cada dos días. El “rojo” concluía de manera esperanzadora para los liberales: “en fin no tienen plata estan escasos de armas i peltrecho i según podía informarme no ha venido arriba de unos o tres cientos hombres de antioquia.- la cosa está pelado para nosotros”117.

De la opinión oral de los rebeldes conservadores en el Cauca, ahora le llegaba a Parra una carta de Boyacá, remitida por el general Rudecindo López desde Zipaquirá, Cundinamarca. Simón Quiñones le informaba a López las celebraciones boyacenses en Chiquinquirá por los triunfos del general Trujillo en el Cauca. Quiñones le despachaba dos postas con cartas y boletines y le refería la enojosa aparición de unas guerrillas conservadoras en Boyacá: “Portachuelo de Córrales”, “Macanal”, “Sámaca” y “Chiquinquirá”118. En pueblos tan pequeños la revolución nacional no sólamente era                                                                                                                          114 Rubén Pérez Ortiz, Seudonimos Colombianos, (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1961): 222. 115 Enrique de Narváez, Los Mochuelos., 39-40. 116 Consúltese, especialmente, la caja 2, carpetas 10 y 11 del Archivo Histórico de Aquileo Parra:. 117 Carta de Un Rojo a Un Amigo, Mariquita, 6 de septiembre de 1876, caja 2, carpeta 9, folio 46. 118 Carta de Simón Quiñones a Rudecindo López, Chiquinquirá, 18 de septiembre de 1876, caja 2, carpeta 9, folios 47-48.

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conocida sino que había despertado la simpatía de ciertos boyacenses para levantarse en armas en contra de las escuelas oficiales laicas y los gobiernos liberales. La información tenía retrasos pero la ignorancia no era considerable aún en los pueblos más pequeños. El horizonte dibujado por doña Concepción, el general Trujillo y el “rojo”, desde distintos lugares de la República, revelan que la revolución era experimentada en tiempos distintos. Las noticias de las cartas llegarían a destiempo, tal vez con una o dos semanas de retraso. Pero algunos postas dependiendo de la ocasión solían ir más aprisa que los viajeros corrientes. Usualmente, Bogotá-Villeta era un recorrido de tres días para los viajeros. En plena guerra de los Mil Días, las noticias de la conjuración nocturna de los históricos encabezada por Marroquín que depuso al gobierno de Sanclemente llegaron hasta sus oídos en menos de un día119.

Esta fuera de duda que eran meses de atareada labor para el gobierno de Parra. Tropas, órdenes, armamentos y bestias debían ser despachados a diversos confines de la República. Parra estaba en contacto con sus generales, empleados federales y amigos políticos. A un corresponsal de la Costa, cuya firma es inexistente, Parra le había escrito una serie de cartas los días 4, 16 y 18 de agosto. El corresponsal las agradecía y refería que desde el día 2 de septiembre circulaban números del triunfo liberal sobre Cordova y Sergio Arboleda en el Tolima y Cauca. Las noticias se propagaban velozmente. La paz aún se conservaba en Bolívar, hecho que debían satisfacer a Parra, pero no ocultaba planes e intrigas de los conservadores, hecho que no debía dejar de intranquilizarlo. El corresponsal había encargado 800 remingtons y 150,000 cápsulas al extranjero que llegarían al final del mes para enviarse al Cauca. La navegación por el río Magdalena, uno de los centros comerciales y de comunicación más importantes de la República, debía mantenerse libre. El vapor “Colombia” fondeaba debidamente armado y el “Vengoechea” navegaba para truncar cualquier asomo de agresión de los rebeldes antioqueños. El final de la carta abundaba en recomendaciones estratégicas sobre el acantonamiento de tropas, tanto en la Costa como en la extensión serpenteante del río Magdalena. En un pasaje refería la “pujante opinión liberal” en Bolívar, y el paso de un hombre que buscaba salir de Colombia: “El Dr. Pérez siguió el 28 para Colón i pasado mañana estará en los Estados Unidos”120. En los primeros días de septiembre de 1876, un vapor zarpado de Colón, Panamá, albergaba un pasajero que recibía en el rostro la brisa del Caribe puesta la mente en una misión especial. La guerra cruzaría los límites colombianos hacia los Estados Unidos. Con aquella alentadora noticia, Parra sobrellevaría los restantes días de septiembre.

V En 1873, William L. Scruggs, posterior Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos en Colombia, desembarcaba en Colón, Panamá. Tocados sus sentidos por las lagunas y los pestilentes estanques, respiraba un aire lastrado de malaria. Los burros y las mulas parecían desolados y descontentos. La única especie animada que parecía gozar la                                                                                                                          119 Luis María Mora, Croniquillas de mi, 96. 120 Carta anónima para Aquileo Parra, Cartagena, 6 de septiembre de 1876, caja 2, carpeta 9, folio 47-49.

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vida en el istmo era el mosquito. Esta era la primera impresión de un hombre que querría a Colombia al cabo de su servicio121. Tres años más tarde, la impresión de un colombiano que quería a Colombia antes de dejarla momentáneamente era otra. Santiago Pérez, predecesor de Parra en el cargo, no tenía tiempo para reparar en las meditaciones existenciales de los burros y las mulas. Las suyas giraban, al menos en la carta dirigida a Parra, en torno a la revolución.

Historiadores como Sanjay Subrahmanyam han procurado estudiar “los frágiles hilos” que conectaban al globo desde el siglo XIV al XVIII122. Para Christopher Alan Bayly, el siglo XIX fue un siglo de grandes interconexiones en términos políticos, culturales y económicos conducentes hacia una uniformidad liderada por Europa, aunque no exenta de contestaciones, recepciones y apropiaciones diversas en el mundo123. La revolución de 1876-1877 fue parte de este proceso global y cruzó las fronteras de Gran Bretaña y los Estados Unidos. Para apreciar mejor estos intercambios que surgen con la partida de Pérez y alejarlos de toda excepcionalidad, conviene ofrecer un panórama más amplio y crítico de las conexiones entabladas por Colombia con Europa y el resto del mundo. En esta historia no pretendo negar las diferencias regionales en el interior de Colombia y asimilarla con una vastedad geógrafíca homogénea en términos políticos, culturales y económicos. Sin embargo, considero que hablar en términos de “costeños”, “caucanos” y “cachacos” suele excluir ideas, creencias, objetos y prácticas de todo género que cruzaban las fronteras regionales y nacionales que han solido imponer las percepciones de algunos contempóraneos de Parra y los historiadores de nuestro tiempo. La historia de las conexiones con Europa puede suponer una manera de revisar la idea de la “inconmensurabilidad cultural” que parece no tener lugar en esta sociedad, aunque no sea verosímil negar la existencia de apropiaciones locales diversas124. Otros historiadores han sugerido primero esta perspectiva: “Efectivamente, un relativo aislamiento material, perpetuado por la inmensa dificultad de los transportes en la Colombia del siglo XIX, no significa que las personas, los objetos, los libros, los periódicos y los imaginarios no hayan circulado”125. Lo que resulta característico de la segunda mitad del siglo XIX con respecto a la primera y el Nuevo Reino de Granada, son los crecientes y cambiantes intercambios económicos, culturales y políticos con Europa y en menor grado con los Estados Unidos, en

                                                                                                                         121 William L. Scruggs, The Colombian and Venezuelan Republics, with notes on other parts of Central and South America, (London: Sampson Low-Marston, & Co., Limited, 1900): 6. 122 Sanjay Subrahmanyam, “Connected Histories: Notes Towards a Reconfiguration of Early Modern Eurasia”, Modern Asian Studies 31 (3) (1997): 762. En el caso colombiano, Malcolm Deas había criticado desde la década 1980, cierto provincialismo historiográfico en Colombia: Aspectos polémicos, 224-225. 123 Para una magnífica, renovada y revisionista historia global, consúltese: Christopher Alan Bayly, El Nacimiento del Mundo Moderno 1780-1914, (Madrid: Siglo XXI Editores, 2010) (edición original: The Birth of the Modern World, 1780-1914, (Oxford: Blackwell Publishing, 2004). 124 Para una crítica perspicaz de esta moda historiográfica, consúltese Sanjay Subrahmanyam, Three Ways to be Alien. Travails & Encounters in the Early Modern World, (Waltham: Brandeis University Press, 2011); Courtly Encounters. Translating Courtliness and Violence in Early Modern Eurasia, (Cambridge: Harvard University Press, 2012). 125 Frédéric Martínez, El Nacionalismo Cosmopolita, La referencia europea en la construcción nacional en Colombia, 1845-1900, (Bogotá D. C: Banco de la República-Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001): 45; la intervención de Frank Safford: “tener la mente abierta a variaciones regionales pero no pensar en diferencias absolutas”, en Aspectos polémicos, 154.

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parte propiciados por la navegación a vapor, las letras de cambio, las exportaciones e importaciones, la educación en el exterior, los viajes, las legaciones, y el cable submarino que conectaba el oceáno Atlántico a partir de 1866.

El estudio detallado de las conexiones con el exterior es múltiple y excende estas páginas. Pero consideremos brevemente primero los intercambios económicos. Es un lugar común referirse a las exportaciones y lo es en menor grado a las importaciones, cuyas crecientes cargas que sobrepasaron en precisos momentos a las exportadas no han recibido el mismo interés historiográfico. Conocemos poco sobre las casas comerciales y, sin embargo, proliferaban distribuyendo las mercancias europeas y americanas con diversas agencias en la República. A mediados de siglo, dos casas nacionales honraban el paisaje. Lentamente, los jinetes-agentes de las fotografías de la época que surcaban los caminos galopaban más numerosos126. Un folleto de finales de siglo permite entrever la existencia de al menos setenta y una casas comerciales nacionales y extranjeras; tres panameñas, nueve barranquilleras, siete cartageneras, quince medellinenses, treinta y cinco bumanguesas, siete ocañeras, cinco pamploneses y veinte cucuteñas127. Algunos comerciantes no respetaban el inquebrantable regionalismo de ciertos historiadores. La cifra puede ser mayor teniendo en cuenta la exclusión del folleto de Bogotá y otras ciudades. Hacia 1890, Bucaramanga, Santander, una ciudad que gozaba de cierta prosperidad por el cultivo exportador del café, contaba con una serie de casas comerciales provenientes de Colón, Bogotá, Ocaña y Rionegro. De las treinta y una agencias, nueve eran locales, siete nacionales y quince extranjeras128.

Los bienes de consumo que importaban eran diversos y lejos de ser exclusivos de consumirse por ciertos grupos sociales. Un rasgo característico del siglo XIX lo era la pretensión de ser “modernos” y aquello no pasaba exclusivamente por los ferrocarriles, la democracia y el telégrafo. Sociedades tan disímiles como la colombiana, la maorí y la japonesa, empezaban a encontrar en algunos hábitos físicos como la vestimenta la tan anhelada “modernidad”129. Los uniformes del ejército federal bajo el mando de Parra, compuesto mayoritariamente por campesinos, estaban confeccionados con telas inglesas sin el lamento que tuvieron algunos otomanos por los textiles rusos130. Vajillas, telas, mobiliario, plumas, papeles, medicamentos, pantalones, manufacturas de metal, alimentos, fracs y ruanas, entre muchos otros artículos, eran requeridos en toda la República. Incluso los bienes de consumo reputados de ser lujosos, como los pianos franceses, eran adquiridos en Santander, Antioquia y Cundinamarca a pesar de los altos fletes131. Otros bienes menos                                                                                                                          126 Malcolm Deas y Patricia Pinzón de Lewin, Historia de Colombia a través de la fotografía, (Bogotá: Banco de la República/Fundación Mapfre, 2011). 127 Folleto incluido en el libro Catálogo de la Librería Colombiana, ya citado en este trabajo. 128 Artículo de Amado Antonio Guerrero Rincón y Maribel Avellaneda Nieves en Carlos Dávila L. de Guevara et al, Empresas y Empresarios en la Historia de Colombia. Siglos XIX y XX, (Bogotá: Ediciones Unidandes/ Editorial Norma, 2002): 150-151. 129 Christopher Alan Bayly, El Nacimiento del, XXXIX-XL. 130 Memoria del Secretario de Marina y Guerra al Congreso Nacional en sus sesiones de 1972, (Bogotá: Imprenta de Medardo Rivas, 1872): 16; Christopher Alan Bayly, El Nacimiento del, XXXIX-XL. 131 Miguel Cané, En Viaje 1881-1882, (Buenos Aires: Editorial Universitaria, 1968): 42-43; Medardo Rivas, Los Trabajadores de Tierra Caliente, (Bogotá: Editorial Incunables, 1983): 39. José Joaquín García, Crónicas de Bucaramanga, (Bogotá: Banco de la República, 1996), 194 y 204-205; El Demócrata n. 7º, Medellín, jueves 11 de abril de 1878, 55.

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lujosos también eran consumidos en gran parte de la República. La emulsión de Scott, tan repudiada por el autor de estás páginas, era comprada en Cundinamarca y Tolima. Las mercancias francesas, alemanas y las gotas pectorales escosesas, colmaban los avisos de un periódico circulado gratuitamente en Neiva, Huila luego de la constitución de 1886. En su almacen, Germán Arciniegas recibía todos estos medicamentos procedentes de la farmacia Gutiérrez Compañía de Bogotá; Baquero y Muñoz ostentaba una librería-papelería; y Bernardo Moreno competía por clientes con Arciniegas132. Las rutas de productos locales eran excepcionalmente nacionales, aunque existen algunos testimonios de cambiantes intercambios regionales133. Por el contrario, el comercio de importación se revela frecuentemente como nacional. Los surtidos de mercancías extranjeras importados por las casas comerciales distribuidos a las boticas y almacenes sugieren la existencia de rutas comerciales nacionales desde la Costa propagándose al interior de otras regiones.

Esta serie de intercambios con Europa y Estados Unidos habría contribuido a circular ciertas ideas, objetos y prácticas, compartidos por múltitud de colombianos a pesar de su separación física por las lindes geográficas. Un notable comerciante como Francisco Vargas, establecido en Bogotá, vendía gran parte de sus mercancías a los comerciantes menores de las provincias. Su casa comercial contaba con agentes en la Costa, en Honda y la mayoría de sus ventas se preciaban de ser de Bucaramanga. Vargas albergó clientes en Puerto Nacional, Moniquirá, San Gil, Socorro, Neiva, La Palma, Anapoima, Cali, entre otras ciudades y pueblos, y hasta en la remota Garagoa, Boyacá. Vargas encargaba fabricar ejemplos de telas del gusto local para mandarlas como muestras a Gran Bretaña donde eran copiadas. En este proceso explicaba a los agentes ingleses que las cajas no podían ser de tamaño o de peso demasiado grande para llevar al lomo de mula134. ¿Europa se acomodaba también a las necesidades y gustos colombianos?135 El caso de Vargas no parece excepcional. La casa comercial de Rafael del Castillo de Cartagena tenía clientes de todos los grupos sociales en toda la Costa y en el decurso de las poblaciones del río Atrato hasta Quibdó136. Estos son apenas dos casas comericales de las setenta y una de que tenemos conocimiento. Una historia sistemática de las importaciones, con sus rutas de comercio, los agentes de su distribución y sus consumidores, podría revelarnos un comercio más animado conectando las remotas regiones de la República137. Los historiadores han sostenido que el

                                                                                                                         132 El Aviso, Neiva, 15 de abril de 1890, 17-20. 133 Medardo Rivas, Los Trabajadores de, 39-40; Jorge Orlando Melo, “Vicisitudes del modelo liberal (1850-1899), en José Antonio Ocampo et al, Historia Económica de Colombia, (Bogotá: Tercer Mundo Editores/Fedesarrollo, 1996): 132; Frank Safford, Aspectos del siglo, 34. 134 Artículo de Frank Safford en Carlos Dávila L. de Guevara et al, Empresas y Empresarios, 393. 135 Esta idea también es compartida por Ana María Otero, “Jéneros de gusto y sobretodos ingleses: el impacto cultural del consumo de bienes ingleses por la clase alta bogotana del siglo XIX”, HC 38 (1) (2009): 20-45. 136 Artículo de María Teresa Ripoll Echeverría en Carlos Dávila L. de Guevara et al, Empresas y Empresarios, 556-557. 137 Fabio Zambrano no comparte esta apreciación mía. Considero que la vinculación con los comerciantes europeos no necesariamente fracturaba el mercado interno como él lo sostenía. Muchas casas comerciales locales tenían negocios por fuera de sus regiones. Confróntese: “La navegación a vapor por el río Magdalena”, ACHSC 9 (1979):71. Ahora, resulta sorprendente que en el libro editado por Adolfo Meisel Roca y María Teresa Ramírez no figure ningún estudio sobre las importaciones: Economía Colombiana del siglo XIX Tomo I, (Bogotá D. C.: Banco de la República/ Fondo de Cultura Económica, 2010). La historiografía de los años 70’s a 90’s del siglo

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crecimiento real de las importaciones habría sido del 700% frente a un 480% de las exportaciones en la segunda mitad del siglo XIX138. Las casas comerciales fueron protagónicas y aguardan merecedoras posteriores investigaciones139. Estas consideraciones, desde luego, no son un repudio de ciertas interpretaciones del período que encuentro correctas: comparada con otras Repúblicas suramericanas e Imperios globales, Colombia era un sociedad pobrísima, en las márgenes de los intercambios globales, que atrajo apenas cientos de inmigrantes extranjeros y cuyas dificultades crediticias, geográficas y climáticas desistimularon el desembarco de capitales y empresas extranjeras140. Mas, sin embargo, por modestos que fuesen comparadas con otras Repúblicas, la relevancia de las importaciones para esta sociedad no deben desestimarse y menos para el movimiento de la información y de las comunicaciones políticas: las plumas, papeles, telégrafos y teléfonos procedían de Europa y los Estados Unidos. En la carta dirigida a Parra en el mes de octubre de 1876, el Dr. Peréz y otros protagonistas de esta historia no escaparon a esta circunstancia del consumo nacional.

En el interior de la República los vocabularios políticos sumados a ciertas prácticas conectadas con Europa también rompen con la imagen de una cultura colombiana cerrada y de opuestas tradiciones regionales, aunque algunos colombianos fueran más conservadores de las tradiciones hispánicas legadas por el reino de los Borbones y sus predecesores. A la adopción de los gobiernos representativos, las sociedades democráticas, las logias masónicas, debía sumarse un mercado de libros e impresos europeo que permitió el movimiento de la información política extranjera y que atrajo el interés y el afecto de ciertos liberales y conservadores de toda la República. Las poéticas animosidades de Miguel Antonio Caro hacia Victor Hugo, cuyo poema dedicado “Un Ángel Caído” expresaban su juvenil aprecio y maduro desprecio, reñía con las opiniones admiradoras de un periódico santandereano141. La figura de Hugo, cuya aburrida prosa deleitaba a los colombianos del siglo XIX, y otros escritores franceses serían recordados en las memorias de liberales y conservadores con amorosa ternura en la Costa, Santander, Cauca, Antioquia y Cundinamarca142. Pero no se trataba simplemente de leer a escritores franceses: la mayoría de lecturas de los colombianos procedían de libros en inglés y francés143.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   pasado concedió otra importancia a las importaciones. Abrió brechas importantes pero nuevos investigadores deben redescubrirlas. Demasiado fácil se ha tornado el verso de Robert Frost y el camino generalmente elegido por las nuevas generaciones es el del olvido de los historiadores de la historia social y económica. Consúltese: Jorge Orlando Melo, “Vicisitudes del modelo…”, 143-144; José Antonio Ocampo, Colombia y la Economía Mundial 1830-1910, (Bogotá: Tercer Mundo Editores/Fedesarrollo, 1998): 139-173; Luis Eduardo Nieto Arteta, Economía y Cultura en la Historia de Colombia, (Bogotá: El Áncora Editores, 1983): 254-265. 138 Jorge Orlando Melo, “Vicisitudes del modelo…”, 144. 139 Algunas parecen más especializadas que otras. La clientela diversa no excluía de los negocios a las provincias más remotas, especialmente cuando políticos del congreso nacional y hacendados del añil, del café, y de la quina, habitaban momentáneamente pueblos tan pequeños como Utica y el Cocuy. 140 Frédéric Martínez, El Nacionalismo Cosmopolita, 43; Frank Safford, Aspectos del siglo, 27-37. 141 El Tradicionista n. 21º, Bogotá, martes 26 marzo de 1872, 169; El Obrero. Órgano de la Sociedad Filomática, n. 7º, Ocaña, 16 de enero de 1876, 26. 142 José María Quijano Wallis, Memorias autobiográficas, 133 y 184 y 187; Julio H. Palacio, Historia de mi, 9. 143 Frédéric Martínez, El Nacionalismo Cosmopolita, 55, 110, 112, 116 y 120.

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Las noticias políticas del extranjero eran cada vez más numerosas en Colombia en la segunda mitad del siglo XIX. Las memorias de Baldomero Sanín Cano no dejan de suscitar perplejidades. Hacia 1870 declaraba la considerable importación de obras de Benito Pérez Galdós y otros escritores españoles pero recordaba la “altiva o protectora indiferencia” con que el público antioqueño asimilaba las noticias extranjeras144. Desembarcadas del otro lado del Atlántico, las noticias habían circulado desde los tiempos del Nuevo Reino de Granada. Escasas en los impresos colombianos de la primera mitad del siglo XIX, acontecimientos como el 18 de Brumario de 1848 en Paris fueron rápidamente conocidos por liberales y conservadores145. En la segunda mitad del XIX, la procedencia, velocidad e incremento de estas noticias eran las consecuencias de la navegación a vapor, los estudiantes colombianos en el exterior, las legaciones, el telégrafo y los agentes de los negocios exportadores e importadores. El comercio y la política estaban intimamente ligados, lo que acrecentó la necesidad de informarse sobre las noticias globales. Desde la década de 1860, algunos periódicos panameños y bogotanos atiborraban sus columnas con el Imperio de Maximiliano en México, los libros de Stuart Mill y los pormenores de la política inglesa146. La “altiva o protectora indiferencia” de Sanín Cano podría ser explicativa de la recepción de estas noticias sólo hasta cierto punto. Otros testimonios revelan que las columnas del exterior fueron leídas con ávido interés. Gran parte de la reputación granjeada por Núñez era imputable a sus escritos de Le Havre y Liverpool: “Esas revistas, coleccionadas, contribuyeron poderosamente a aumentar su prestigio en Colombia, especialmente entre los jóvenes”147. Justo antes de regresar a Colombia, El Promotor de Barranquilla y multitud de estudiantes, promocionaron y compraron la compilación de algunos de estos escritos bajo el nombre de Ensayos de Crítica Social (1874). Núñez era costeño pero esto no impedía que ciertos políticos caucanos ordenaran el libro de Barranquilla148.

Las noticias que llegaban en paquetes de cartas por la Mala Real inglesa, los vapores franceses de la compañía transatlántica, los de Liverpool, y aquellos de la Compañía de Vapores del Pacífico, tocaban los puertos de Colón, Panamá, Sabanilla, y Buenaventura de manera creciente en la década de 1870. El cable submarino traía las noticias velozmente de Jamaica hasta Colón149. El Diario de Cundinamarca reprodujo a partir de revistas extranjeras la guerra franco-prusiana con un alto grado de detalle y El Tradicionista haría lo propio con sus artículos sobre la Internacional, Karl Marx y la Comuna de Paris. La Voz Liberal de Panamá tenía corresponsales en Ecuador, Perú y Costa Rica en 1876150. El director general de correos nacionales, J. A. Uricoechea, insistía en el intercambio creciente de periódicos nacionales y extranjeros en su informe de 1874: “(…)

                                                                                                                         144 Baldomero Sanín Cano, De mi vida, 28 y 220. 145 Eduardo Posada Carbó, “New Granada and the European Revolution of 1848”, en Guy Thomson et al, The European Revolutions of 1848 and the Americas, (London: Institute of Latin American Studies, 2002): 225. 146 Consúltese: La Voz de América. Periódico político, literario i noticioso n. 1º, Panamá, 1 de enero de 1864, 2; El Mensajero n. 2º, Bogotá, viernes 2 de noviembre de 1866, 6. 147 José María Quijano Wallis, Memorias autobiográficas, 244. 148 Carta de Julián Trujillo a Dolores Carvajal de Trujillo, Cartago, 4 de agosto de 1874, Rollo 52, caja 92, carpeta 63, folios 263-264, FEOR, AGN. 149 Informe del Director (1871), 7-8. 150 La voz Liberal. Periódico político, científico, literario i noticioso, n. 1º, Panamá, 1 de agosto de 1876, 4.

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con frecuencia sucede que para uno solo de estos periódicos, hai que emplear de Honda a esta ciudad, cuatro i seis mulas”. Los arrieros no sabrían quién diablos era Gladstone o Nietzsche pero sabrían que pesaban como demonios en sus pobres compañeras las mulas. En 1886, Camacho Roldán recibía en Bogotá lo más excelso de la prensa inglesa, remitido por su hijo Gabriel desde la tumultuosa Nueva York. Era un adicto más de William Gladstone, el famoso polítical radical inglés151. Una década más tarde, el finado Miguel Samper sería apodado por sus necrólogos como el “Gladstone colombiano”152. Las noticias extranjeras podían tener un mercado de lectura con diferencias regionales, que habría que estudiar con esmerado detenimiento. Sin embargo, los confines remotos eran penetrables a la cultura escrita extranjera. Sabemos que la Librería Colombiana de Camacho Roldán recibía pedidos de fuera de Bogotá desde 1887. Y los impresos extranjeros eran remitidos a diversos lugares, como ha sido demostrado era una práctica usual del siglo XIX. “En esa misma proporcion aumentan los periódicos estranjeros que se traen al pais para su circulacion, i que llegan ya hasta las mas oscuras aldeas de la República, siendo el Gobierno quien costea esa circulacion”153.

La vida de Sanín Cano también contradice exquisitamente aquella tendencia altiva e indiferente atribuida al público antioqueño en sus años de infancia. A finales del siglo XIX, El Telegrama de Jerónimo Argáez aconsejó al gobierno nacional celebrar un contrato con una compañía de distribución de noticias internacionales telegráficas que exigiera del contratista la obligación de comunicarle gratuitamente al gobierno hasta cien palabras de noticias sobre los sucesos importantes de cada día154. Y, ¿cómo olvidar sus tertulias con José Asunción Silva? El poeta le visitaba en su oficina para conversar plácidamente sobre libros. Sanín Cano no era provinciano con sus amistades. Intercambiaba libros en el tranvía con el ministro plenipotenciario de Gran Bretaña, quien acostumbraba portar revistas inglesas, alemanas y rusas. El regodeo de recibir las francesas era suyo; y el regodeo de descubrir a Friedrich Nietzsche fue compartido con Silva. La anécdota del pedido de las obras de Stefan George se resiste a encubrir el funcionamiento de las interconexiones globales de la época:

Entonces no había servicio postal aéreo ni vapores Diesel; pero existían comunicaciones regulares de país a país. Estaba yo suscrito entonces a una revista ilustrada de tendencias modernistas, gentil y atrevidamente expuestas. En diez o doce años no se extravió un solo número de los tomos que se iban publicando. Pedí una vez a los libreros Campe de Hamburgo, cuyos antecesores fueron los editores del apasionado y sarcástico Heine, las obras de Stefan George. Por descuido, por equivocación, acaso en momento de premura, pusieron en la cubierta del paquete esta simple dirección: B. Sanín Cano, Bogotá. Tres meses después no había recibido el libro. Reclamé, no sin asombro. Me contestaron que lo habían despachado oportunamente. Entre tanto me llegaba el paquete. Había ido a dar a Sumatra, llevada el sello de varias estafetas de esa isla. Pasó de allí a Java y a Borneo, como lo atestiguan numerosas oficinas postales de esas colonias. Pasó al Japón el paquete postal y en Yokohama un avisado funcionario del gremio apuntó en inglés: “Send to Panama”. Era en 1890, más o menos. De

                                                                                                                         151 Carta de Salvador Camacho Roldán a Gabriel Camacho, Bogotá, 5 de junio de 1886, caja 4, carpeta 25, folios 16-21, AACH, AGN. 152 El Gran Ciudadano, 8.  153 Informe del Director (1873), 4; Informe del Director Jeneral de Correos Nacionales al Presidente de la Unión, (Bogotá: Imprenta de Echevarria Hermanos, 1874): 4. 154 Baldomero Sanín Cano, De mi vida, 220.

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Panamá vino a la capital de Colombia, porque algún empleado de correos en el istmo mostró interés en el despacho”155.

Algunos colombianos acrecentaban notablemente el intercambio y movimiento de la

información política con el resto del mundo. Tal era el caso de Núñez. “A “El Porvenir” llegaba toda la prensa de las Américas y casi todos los libros que publicaban autores célebres o ignorados. La noticia divulgada de que el periódico era el órgano del presidente de Colombia contribuía a acrecer tan voluminosos canjes”156. Prolijamente leído en Bogotá, un selecto grupo de jóvenes costeños contemporáneos liderado por Gabriel E. O Byrne gozaba igualmente de sus páginas en Cartagena. Los colombianos por las relaciones políticas, comerciales, universitarias, y familiares contraídas con el exterior requerían en guarismos crecientes noticias del exterior. No estaban solos. Lentamente, los americanos también se interesaban por la suerte de Colombia. Los reportes no se agotaban en los informes consulares. El Herald de Nueva York envió un reportero a Colombia durante la guerra de los Mil Días. Allí entrevistaría al más famoso prisionero de la historia de Villeta, el presidente Sanclemente157. El interés por lo que ocurría en Colombia, la velocidad de las comunicaciones, y la facilidad con que los chismes circulaban a escala atlántica son ilustrados con una intoxicación sufrida por Núñez:

“Serían las cinco de la tarde al despedirse Pérez de Núñez y entregarle unos papeles que éste guardó en el bolsillo interior de su americana. Acompañó hasta el comienzo de la escalera a su visitante y se dirigió con paso rápido y visiblemente preocupado a un cuarto diminuto, contiguo a su escritorio, en el que guardaba Núñez drogas y remedios, a más de un frasco de agua de azahares del cual vertía casi un chorro sobre un vaso de agua azucarada que apuraba antes de su comida. Y ocurrió aquella tarde que por su preocupación, equivocó el frasco de agua de azahares con uno de cocaína. Al darse cuenta de su equivocación Núñez gritó: “Me he envenenado!”. Al grito acudió doña Soledad y yo y le preguntamos angustioso lo que le había ocurrido y mientras doña Soledad me ordenaba que saliera a paso de huracán a buscar a su hermano Henrique o al doctor Lascario Barbosa, Núñez se acercó al escritorio, tomó la pluma de ganso con la que escribía habitualmente y se la introdujo en la boca. Al regresar yo con Henrique Román supimos que había trasbocado íntegramente el agua de azúcar y la cocaína. Encontramos a Núñez riendo del incidente y su comentario fue el siguiente: “Ya verán ustedes la leyenda que se va a formar en derredor de mi involuntaria equivocación”. Fue así en efecto. En el término de la distancia llegaron a Cartagena periódicos de Nueva York con la noticia a grandes titulares “de que la situación política de Colombia era tan grave que el presidente Núñez había intentado envenenarse”158.

Entonces, para el tiempo en que transcurría el mes de octubre de 1876, el lector

percibe el modo en que operaban las cambiantes conexiones colombianas con el exterior. El rastro fugitivo del Dr. Pérez era apenas un indicio de un movimiento mayor de la información y de las comunicaciones de la época. Cierto era que Parra había estado en comunicación con el ministro plenipotenciario de Colombia en Gran Bretaña, el político radical Felipe Zapata, de tiempo atrás secretario de hacienda y tesoro, bajo el gobierno

                                                                                                                         155 Baldomero Sanín Cano, De mi vida, 44-45. 156 Julio H. Palacio, Historia de mi, 293. 157 Luis María Mora, Croniquillas de mi, 214-216. 158 Julio H. Palacio, Historia de mi, 288.

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federal del Dr. Pérez (1874-1876). El nebuloso clima de Londres, como gustaban Dickens y Joseph Conrad colorear en algunas de sus novelas, no refrenaba las cartas que procedían de los trópicos ecuatoriales. Cuando en el mes de marzo de 1876, Parra recibió una carta suya, Zapata se adivinaba muy al tanto de los perplejos pormenores de la política colombiana. Enterado por el telégrafo de Nueva York, festejaba el triunfo de Parra a la presidencia de la Unión y lo reconvenía en dos beneplácitos que había de ofrecer para sostener la paz de la República: cultivar las relaciones de amistad con el Magdalena y aquel de Panamá; y financiar los ferrocarriles del Cauca y de Antioquia159. En mayo, las cartas sugieren que el lento aleteo de los vapores que las portaban hasta las islas británicas comunicaban a los dos hombres pero no excluían los retrasos y las interrupciones. Todavía no era la década de 1890. Zapata, entonces, hacía uso más expedito del telégrafo y de otros corresponsales: despachaba mensajes a Nueva York, Panamá y Barranquilla, con el propósito de adelantarse a los vapores empeñados en demorarse en las olas del Atlántico. La calidad de la información provenida de Colombia contradecía ocasionalmente la de sus recomendaciones; el tiempo las desmejoraba, dos o tres pasajes pecarían de anacrónicos de regreso en manos de Parra. Zapata estaba al tanto del rumor de la candidatura de Núñez a la presidencia de Bolívar por cuenta de otros colombianos residentes en Londres. Es del todo probable que Zapata ofreciera su casa para reuniones, comidas y noches de trasnochado juego. En casa del sucesor en su cargo, Carlos Holguín, concurrirían para jugar al tresillo la familia Koppel, Climaco Vargas, el general Rafael Reyes y otros diplomáticos europeos y suramericanos160. Zapata estaba en comunicaciones con Núñez y unos coroneles de la Guardia Colombiana. Él era el eminente ignorante de lo que ocurría en el Cauca, entre otros colombianos residentes en Londres. A Parra le recomendaba amistarse con Núñez, le deseaba que acertara en las colocaciones del gobierno, que tan sólo sobreviniera una revolución local y que fuera moderadamente calumniado por la prensa. Tal vez sintiera remordimiento de las últimas palabras de su carta: denegó el requirimiento de compra de armamento hecho por un coronel ante la improbable turbación del orden público. Mas ante la ignorancia circunstancial, ¿cómo podría pesarle el sueño?161. Al termino de cuatro meses, la revolución contaba con la imagen del doctor Pérez listo para zarpar de Colón hacia los Estados Unidos. Desde la Costa, Pérez le informaba a Parra que los círculos de Núñez y Ramón Santodomingo Vila se inclinaban decididamente en favor de la unión liberal y del sostenimiento de las instituciones. El indeciso Núñez había elegido momentáneamente unirse al gobierno de Parra. Y, apersonado Pérez de la importante misión que le había sido confiada, ordenó sin asomo de quebranto de mando al presidente de Bolívar, Eugenio Baena, que aguardara para expropiar los vapores con las órdenes del gobierno de Parra. El general Fernando Ponce, al mando de las tropas del estado de Bolívar, había reunido gran cantidad de hombres con la intención de ocupar el estratégico Banco, sobre las dilatadas aguas del río Magdalena. Pérez se mostraba al tanto del gran ejército del general Trujillo en el Cauca y de la posible turbación del órden público

                                                                                                                         159 Carta de Felipe Zapata a Aquileo Parra, Londres, 3 de marzo de 1876, Transcripción de once cartas dirigidas al Dr. Aquileo Parra, durante los años de 1876 y 1877, 11 cartas (1876-1877), BLAA, MRA. 160 Frank A. Koppel, Recuerdos de Frank A. Koppel para sus nietos, (Bogotá: Editorial Antena, 1942): 36. 161 Carta de Felipe Zapata a Aquileo Parra, Londres, 4 de mayo de 1876, Transcripción de, BLAA, MRA.

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en el Magdalena, donde se fraguaban un singular derrocamiento de gobierno y a la vez un levantamiento en armas conservador animado por el general Pedro Farías. Sumado a estas inquietudes, el temor de ser asaltado no lo abandonaba al llevar consigo unas remesas que serían enviadas a los liberales de Buenaventura. Las cartas de aquella ciudad delante suyo aún no confirmaban la llegada de los batallones de la Guardia Colombiana. Si la ciudad era tomada por los “godos, el botín caería en sus manos. Para la fortuna liberal, los gobiernos de Panamá y Bolívar importaban con frecuencia algún armamento. El 9 de julio, habían despachado de Panamá 300 fúsiles remingtons y 60,000 cápsulas; el 9 de agosto, 100 remingtons, 20,000 cápsulas, 2 obuses con sus útiles y 50 cajas de metralla, 100 espadas, 200,000 fulminantes y 1,500 fúsiles de percusión; el 22 de agosto, 300 fúsiles de percusión, 50 espadas, 25,000 cartuchos, 3 cañones de montaña, 200,000 fulminantes y 25 turquesas. Todo este arsenal había sido recibido por el general Trujillo en el Cauca.

El gobierno de Parra aún lo juzgaba insuficiente para derrotar a los conservadores. Pérez tenía la misión de negociar personalmente con las casas de armamento extranjeras en términos menos honerosos de lo efectuado por el presidente de Panamá, Rafael Aizpuru. La órden del gobierno de la Unión era terminante para los de la Costa: esperar al desembarco de Pérez en Nueva York para estos efectos162. Desde los magníficos límites de Trafalgar Square, Zapata celebraba en octubre las noticias del triunfo del general Trujillo sobre las fuerzas revolucionarias de Arboleda y Córdova en el Cauca ocurrida en el mes de agosto. De todas maneras, la revolución no era suficiente digresión en las comunicaciones como para llenar toda una carta. Los emprésitos ingleses a los ferrocarriles estaban paralizados por la guerra entre Serbia y Turquía; todos los banqueros apretaban sus bolsillos ante la incierta intervención de Rusia y consideraban que la tempestad podía ser ruinosa para empresas especulativas, tal y como consideraban los ingleses a los ferrocarriles colombianos163. Ciertamente era un baldado de agua fría. Los grandes proyectos del gobierno federal pasaban por los ferrocarriles, incluído el choux choux de Parra en sus dos sucesivas secretarías de hacienda y tesoro: aquel del Norte, rodando entre los valles y montañas de Cundinamarca, Boyacá y Santander.

En diciembre, el frío arreciaba para los habitantes de Londres y Nueva York. A pesar de ello, Pérez había negociado directamente con la Casa Remington y financiado la compra de armamento con ciertos bonos del Ferrocarril de Panamá. Las comunicaciones y las maniobras atlánticas, sin embargo, no estaban libres de la improvisación y del flair para los negocios de estos hombres ante la interrumpida comunicación: “Se va el correo de hoy sin que ningún vapor haya venido de Colombia en este mes, y esto después de que en el mes pasado, no supimos ni vino correspondencia. ¿Cómo esplicar este silencio? Hasta cuándo durará esta incertidumbre? Yo entre tanto, he cumplido con los tratos”. Pérez recibía intermitentemente correspondencia de Parra, del presidente de Bolívar, de aquel de Panamá y de Zapata. La revolución era exportada a otros dos continentes aunque sus tiempos no siempre coincidieran. “El Presidente de Panamá con la mayor urgencia posible por cuenta del gobierno de la Unión quinientos rifles. En el vapor que zarpa de este puerto mando hoy, además, para el de Sabanilla ochocientos rifles, mil fornitures y trescientos

                                                                                                                         162 Carta de Santiago Pérez a Aquileo Parra, Panamá, 1 de septiembre de 1876, Cartas dirigidas a don Aquileo Parra/ Santiago Pérez, 11 cartas (1876-1877), BLAA, MRA. 163 Carta de Felipe Zapata a Aquileo Parra, Londres, 5 de octubre de 1876, Transcripción de, BLAA, MRA.

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sesenta y ocho mil cápsulas”. Separados por un gélido océano, Pérez y Zapata se mostraban en contacto: “El Ministro de Colombia en Inglaterra le ha mandado dos mil doscientos pesos para las baterías artillería. Estas, según me informa él, son excelentes y deben estar en Sabanilla”164.

Del otro lado del Atlántico, después de haber procedido en juiciosas indagaciones sobre armamentos, Zapata concluía que el armamento enviado por Pérez era del todo mejorable. Durante el informe de la guerra franco-prusiana, ¿El Diario de Cundinamarca no había ya recomendado las ametralladoras belgas y declarado obsoletos los fúsiles Chasespot?165 Zapata confirmaba el envío de la artillería hasta Sabanilla que Pérez le había comunicado, pero en aquel mismo proceder declaraba su desconocimiento del empirismo bélico en Colombia. Insistía en el uso de los cañones, artillería que algunos combatientes habían desestimado como irrelevante y considerado un fardo durante las revoluciones políticas de la segunda mitad del siglo XIX en Colombia166. Su ardua y a la vez lenta movilización por los caminos y trochas estaban ausentes de las descripciones de Zapata; él, ciego ante las compras de Pérez y la experiencia de la guerra, recomendaba los numerosos Whitworth comprados por el Brasil. Otros Reinos y Repúblicas hallaban su armería en Estados Unidos y Europa, pero entre los colombianos Zapata estaba solo en la recomendación de la artillería pesada167.

Las comunicaciones políticas con el exterior para la compra del armamento significaron una serie de contactos que involucraron los opiniones orales, los telegramas y las cartas entre los gobiernos seccionales, el gobierno de la Unión, los cónsules, los ministros plenipotenciarios, las casas de armamento extranjeras y los residentes en aquellas cosmopolitas ciudades. Son apenas un fragmento de las comunicaciones políticas de la segunda mitad del siglo XIX. No estaría de sobra añadir que Miguel Camacho y Pérez cayeron en conversaciones en Nueva York durante los meses de la revolución. Sin embargo, sería equivocado declarar que todas las noticias concernieran a Colombia. Acontecimientos como la guerra entre Serbia y Turquía tuvieron serias repercusiones para el libre curso de los empréstitos ingleses en los ferrocarriles colombianos. Los historiadores han solido hablar de la opinión pública generalmente dentro de los marcos nacionales. El contenido de las comunicaciones expuesto sugiere que una parte minoritaria de la opinión colombiana caería en un refinado provincialismo al verse desvinculada de la política global. En Londres y en Bogotá, ciertas noticias del globo fueron sin asomo de dudas comentadas. Este trabajo propone relacionar el trabajo de Pérez y Zapata con aquel de los nacionalistas indios, egipcios y chinos, que fraguaban sus planes a través del telégrafo desde Tokio, Paris, Londres y San Francisco168. Un mundo estaba conectándose en diversos ámbitos. Y, en aquel año de 1876, la revolución cruzaría con frecuencia las fronteras nacionales de Colombia, Estados Unidos y Gran Bretaña. Al tiempo que las cartas de Pérez y Zapata eran despachadas desde el extranjero, Parra recibía otro tanto desde el interior de la República.

                                                                                                                         164 Carta de Santiago Pérez a Aquileo Parra, Nueva York, 12 de diciembre de 1876, Cartas dirigidas, BLAA, MRA. 165 El Diario de Cundinamarca, n. 252º, Bogotá, miércoles 14 de septiembre de 1870, 1008. 166 Ángel Cuervo, Cómo se evapora un ejército, (Bogotá: Editorial Incunables, 1984): 31. 167 Carta de Felipe Zapata a Aquileo Parra, Londres, 5 de diciembre de 1876, Transcripción de, BLAA, MRA. 168 Christopher Alan Bayly, El Nacimiento del, XLVII.

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¿Qué había ocurrido entre octubre y noviembre? ¿Qué resultados propicios en el curso de la guerra había tenido el armamento importado de Nueva York y Londres?

VI Franqueado el umbral de las tres semanas de septiembre, el espionaje liberal asestaba un golpe envidiable a los conservadores. El gobierno de Parra había caído en posesión de una carta que comprometía las acciones reservadas del círculo del general Marceliano Vélez, jefe militar de los revolucionarios. Los picos solitarios de las montañas, indiferentes y majestuosos, rendían ahora visibles los postas conservadores que atravesaban con pliegos las tierras de Cundinamarca y el Tolima; los cerca de 10,000 hombres reclutados en Antioquia que marchaban hacia Manizales, los $140,000 pesos en la caja de guerra se tornaban visibles; y las comunicaciones con Bogotá, Ibagué y Neiva rastreables169. En las latitudes de las cosmopolitas ciudades de Londres y Nueva York, Pérez y Zapata saldaban los negocios con el armamento extranjero. Entretanto, en el bajo Atrato, la batalla del Tambo había disminuido la cifra de las armas de los liberales bajo el mando del jefe municipal de Quibdó, R. Macaya. Poseído por su amor al liberalismo, Macaya no había vacilado en requerir armamento desde Quibdó a unos políticos liberales de la Costa. Pedía que su situación fuera abiertamente conocida por el gobierno de Parra y ambos señores le cumplieron. Apasionado y precavido en la guerra, los soles de septiembre sorprendían la sombra de Macaya en un estado de desesperado optimismo y anticipada victoria: “En el camino de Antioquia, en un punto mui ventajoso i atrincherada tengo apostada una fuerza de alguna consideracion, aguardando a los miserables maiseros con las esperanzas de que se les hará morder el polvo”. Fierro y de la Espriella eran meros intermediarios de sus comunicaciones, pues Macaya, despojado de cualquier indicio de indolencia, le había pedido personalmente a Parra que proporcionara armamento en remplazo del herrumbrado metal de sus rifles. Las compras se efectuaban en Londres y Nueva York. Y Macaya coronaba la página con el deseo de que mientras la reflexión y el pensamiento distraían a los conservadores de la idea de atacar, los anhelados rifles llegaran por el auxilio de los “herejes de Bolívar”170. Las rutas de comunicación liberales eran atlánticas, lejos de ser meramente regionales. Todas las noticias conducían al Cauca. Luis A. Restrepo le escribía al presidente Conto, como excusándose: “En cuanto a la situacion del pais Ud. está al corriente de todo, sin embargo, vuelvo a repetirle que el doctor Parra aprobó que se remitieran al Cauca dos mil remingtons y dos ametralladoras, del último armamento que se pidió a los E.E.U.U y cuyos elementos debe exigir al P. [Presidente] de Panamá”171. Los liberales en toda la

                                                                                                                         169 Carta anónima a los señores doctores Luis J. De Silvestre y Manuel de Lara, Manizales, 21 de septiembre de 1876, caja 2, carpeta 9, folios 49-50. 170 Carta de R. Macaya a Manuel Amador Fierro y Manuel A. de la Espriella, Quibdó, 27 de septiembre de 1876, caja 2, carpeta 9, folio 58. 171 Carta de Luis A. Restrepo a César Conto, Bogotá, 19 de octubre de 1876, caja 2, carpeta 9, folio 54.

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República trabajaban conjuntamente para derrotar a los revolucionarios. Escapado del posible pillaje, buena cantidad del dinero que llevaba Pérez en su viaje a los Estados Unidos había arribado a Buenaventura y sería remitido a manos de Conto. Los temores de Pérez no fueron en su delicado momento infundados. Parra tuvo conocimiento fidedigno de la existencia de un comisionado revolucionario que había viajado al Perú para comprar un vapor de guerra cuyo notable fin era cortar las comunicaciones liberales entre Buenaventura y Panamá. Los ministros plenipotenciarios de Gran Bretaña y Estados Unidos, cuyos gobiernos alardeaban con escuadras en el océano Pacífico, estaban advertidos que de llegar a divisarlo en la mansa inmensidad del mar lo consideraran un barco pirata172.

Lejos de estos improvisados Jim Hawkins, Restrepo continuaba su carta con el éxamen, así como lo haría Zapata con Parra desde las heladas islas británicas, sobre las posibles candidaturas a la presidencia de la Unión. ¿Será preciso repetir que estos hombres no vivían y soñaban en una novela de Dostoeivsky? Parra tenía diversas inquietudes políticas tanto como sus corresponsales. Las elecciones eran una de ellas. Aquellas en remplazo suyo tendrían lugar en menos de un año y el general Trujillo no gustaba del todo entre los radicales. Demostrar el coraje, la destreza y el afecto por el liberalismo pagaría con beneficios electorales. Según Restrepo, el primer peldaño hacia el triunfo empezaba por retomar el adormecido contacto con los “amigos políticos” en toda la República: “Aqui y en Boyaca puede hacerse mucho entendiéndose con Gómez, con Jacobo, y otros que U. conoce, y con los Cortes que son los Supremos en Boyaca. En este sentido trabaje en la Costa, y aquí estoi haciendo lo mismo, para anticipar algo y empezar a echar por tierra el Mosquerismo que ya pretende darnos por de Ud a Valenzuela y de Parra a Trujillo o a Núñez, segun dice últimamente”173. Sumergida la pluma de ganso en el tintero, Parra le obligaba primero a Conto a divisar el irresuelto horizonte de la República: la revolución aún estaba lejos de estar saldada en octubre. El Cauca figuraba casi bajo dominio liberal pero no podía extenderse análogamente al sur de Antioquia, Cundinamarca, Boyacá y algunos confines del Tolima y Santander. Las operaciones militares para enfrentar a los rebeldes de Antioquia requerían de una comunicación más presurosa que la ofrecida por las cartas. Desde Bogotá, Parra deseaba estar bajo la tolda de campaña, en expédito contacto con Conto y el general Trujillo. Para estos efectos dispuso que el Secretario de Guerra se trasladara a Cartago. Le encareció a Conto no descuidar el telégrafo porque sus referidas misiones serían despachadas por esta vía que esperaba fueran portadas a las conferencias de los generales. Las noticias remitidas desde Quibdó por el señor Macaya condujeron a Parra a ordenarles, tanto al presidente de Bolívar como al Comandante del Atlántico, el acantonamiento en el bajo río Atrato de una fuerza necesaria para impedir la salida de los antioqueños al mar. Una soga al cuello se cernía sobre los rebeldes antioqueños, cuya comunicación con los revolucionarios del Tolima era espiada. Parra no prolongaría más su misiva: el general Niño y Restrepo, oficiando de postas, impondrían a Conto de la situación política del interior y de la Costa174.

                                                                                                                         172 Carta de Aquileo Parra a César Conto, Bogotá, 25 de septiembre de 1876, caja 3, carpeta 17, folio 2. 173 Carta de Luis A. Restrepo a César Conto, Bogotá, 19 de octubre de 1876, caja 2, carpeta 9, folio 54. 174 Carta de Aquileo Parra a César Conto, Bogotá, 11 de octubre de 1876, caja 3, carpeta 17, folios 2-3.

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A principios de noviembre, Parra hallaba en su despacho este telegrama de Honda: “Ahora que son las 10 a.m. acabamos de llegar a éste puerto sin novedad, trayendo a bordo cinco correos atrasados, con correspondencias urgentes, las cuales serán despachadas lo mas breve posible. Por correo, seré mas extenso y mientras tanto, quedo a las órdenes de Ud.”175. Bajo los mismos cielos indiferentes, el formidable telegrafista liberal de Honda, P. A. Francevedo, confirmaría la llegada del capitán Navarro con escrupulosas directrices: “A las 10 a.m. llegó el vapor Simón Bolívar con cinco correos atrasados, 1,200 sacos de sal y los siguientes pasajeros: Sres. [Señores] Alfredo Valenzuela, Rafáel Ancízar, Manuel Quevedo, Luis A. Robles, Manuel Goenaga”. El capitán Navarro se presentaba diligente, servicial y hasta obediente. Con esta imagen, el sueño le cerraría los párpados a Parra. Al romper el alba, el panórama era de brusca disparidad. Esta vez, la queja no era una pertinencia de Francevedo: “El Capitán del “Simón Bolívar” que es un joven cubano que funcionaba antes como contador del “Colombia” y el Mayor Morales que es un oficial valiente y decidido me dirigieron anoche una nota negándose a ponerse a mis órdenes con el buque y la fuerza porque dicen que solo debe seguir instrucciones del Gral. Ponce”176. De origen panameño, el general Fernando Ponce se erguía, rodeado de árboles de mango y arquitecturas de adobe y paja, como el comandante de las tropas del Atlántico. Pero, ¿quiénes eran estos capitanes testarudos que se tomaban atribuciones de mando? ¿Qué importancia tenían en el movimiento de la información y de las comunicaciones políticas de esta sociedad?

Ciertos historiadores han solido acentuar el aislamiento geográfico de las regiones, los regulares medios de transporte, los tortuosas caminos, así como la dispersión poblacional de esta sociedad177. Este trabajo no niega la existencia de una sociedad predominantemente rural, de regulares caminos y medios de transporte, y de una población dispersa. Este trabajo, sin embargo, duda de una pretendida inexorable inferencia de estas consideraciones: la existencia de una sociedad incomunicada y completamente aislada del movimiento de la información y de las comunicaciones políticas. Su importancia historiográfica no está en discusión pero los trabajos anteriormente citados son discutibles en un punto: su sobredimensionamiento de la economía local a otros ámbitos de esta sociedad, que les hace inferir un proceso análogo en la política, desatendiendo otros testimonios sociales procedentes de los correos, los telégrafos y las opiniones orales. Las elecciones nacionales y revoluciones no respetaban estos discutibles “islotes económicos” o “refugios inviolables”, llaméseles distritos, provincias y regiones. Los altos fletes de las mercancías no eran impedimento para despachar cartas, telegramas e impresos, cuyo porte era exponencialmente menor y, en el caso de los periódicos, folletos y hojas volantes, inexistente178. ¿Será preciso recordar además que muchos familiares, empleados, sirvientes, peones, y amigos ejercían de postas? En los numerales anteriores ha sido constatable la expédita comunicación frente a las mercancías y los viajeros corrientes; la confluencia de                                                                                                                          175 Telegrama de A. O. Navarro a Aquileo Parra, Honda, 1 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, folio 6. 176 Telegrama anónimo a Aquileo Parra, Honda, 2 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, folio 14. 177 Marco Palacios y Frank Safford, Colombia, país fragmentado, sociedad dividida, (Bogotá: Editorial Norma, 2002); Frank Safford, “El Problema de los Transportes en Colombia en el siglo XIX, en Adolfo Meisel Roca y María Teresa Ramírez, Economía Colombiana, 523; Jorge Orlando Melo, “Visicitudes del modelo…”, 127-129. 178 Informe del Director (1871), 14; Informe del Director (1873), 4; Informe del Director (1874), 16.

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opiniones portadas desde largas distancias conectando distintas regiones; y la existencia de una sociedad interesada por la suerte de sus otros copartidarios en otros confines, no exclusivamente ni principalmente durante las revoluciones políticas. Cierto era que había poblaciones infrecuentes en el curso de algunas rutas comerciales y de los pasos de otra clase de viajeros. Y, sin embargo, el comercio y la política eran difícilmente separables, tal y como en otras sociedades179. El general Ponce puede esperar todavía a la sombra de un árbol de mangos en el Banco con sus tropas mientras tiene lugar esta disgresión. ¿Qué hay de aquel joven capitán cubano? Preguntarse por aquel testarudo capitán es hacerlo en mayor medida por el vínculo entre el comercio y las comunicaciones políticas en la segunda mitad del siglo XIX. Estas páginas que siguen introducen un grandísimo cambio y anuncian otro para el movimiento de la información en esta sociedad: la navegación a vapor por el río Magdalena y el telégrafo.

In the wilds of fair Colombia, near the equinoctial line,/

Where the summer last for ever and the sultry sun doth shine,/ There is a charming valley where the grass is allways green,/

Through which flows the rapid waters of the Muddy Magdalene./ On whose banks stand ruined cities where the Spaniards dwelt of oíd;/

And revelled on the luxury of a bloody gotten gold;/ But their reign hath passed away, and o’er their graves the grass is green,/

Still your waters here go rippling on oh! Muddy Magdalene180. Tal y como en los versos de H. G. Summers, el río Magdalena sufrió grandes

transformaciones desde la antigüedad monárquica del Nuevo Reino de Granada. Sus más puras aguas brotaban de los altos páramos del Tolima y desembocaban en Bocas de Ceniza. Su serpenteante extensión de 1,528 kilómetros se dilataba por los arenosos bancos de Bolívar, Magdalena, Antioquia, Santander, Boyacá, Cundinamarca, Cauca y Tolima. Solía ser espléndido. Conrad no desecharía jamás de su pródiga imaginación la majestuosa Sierra Nevada que dominaba las refulgentes estribaciones del Magdalena. Luego de cinco años, Röthlisberger, detenido y a la vez maravillado por los atardeceres de la Sierra Nevada, remontaría el curso de las aguas que el joven escritor polaco nunca remontó en 1875. Nubes rosadas y ocasos dorados recortando las pulidas montañas; caimanes acribillados por las balas de los rifles; el retumbe de los pájaros y el lejano rugido del jaguar, persiguieron sus sentidos décadas después de su regreso en Suiza: “¡Ah, las inolvidables noches del Trópico! ¡Qué diferentes de las nuestras!”181. Inolvidables, sí. Diferentes de las europeas, también. En el denominado verano del trópico, el lento cabotaje se tornaba arduo en las aguas que retrocedían de los bancos para los vapores que calaban más de tres pies. En el denominado invierno, las corrientes eran fuertísimas, y rodaban los árboles arrancados por el río que flotaban o se atascaban en las arenas del lecho182. El vapor que transportó a Röthlisberger                                                                                                                          179 Sanjay Subrahmanyam, “Iranians Abroad: Intra-Asian Elite Migration and Early Modern State Formation”, The Journal of Asian Studies 51 (2) (1992): 341. 180 Salvador Camacho Roldán, Notas de Viaje T. I., (Bogotá: Talleres Gráficos del Banco de la República, 1973): 216. 181 Ernst Röthlisberger, El Dorado, 54. 182 Frank Safford, “El Problema de…”, 529.

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encalló; Magangué y otros pueblos de las ciénagas sufrían ocasionales inundaciones183. Pero los frecuentes vapores encallados y explotados no serían obstáculos insuperables para ciertas compañías de navegación; las inundaciones serían lidiadas por estas acostumbradas poblaciones costeñas, aunque quedaran incomunicadas temporalmente como sucedía en la India con los monzones.

El Muddy Magdelene sufrió grandes transformaciones. Antes de la introducción de la navegación a vapor los viajeros se internaban exclusivamente hacia Honda en los pintorescos champanes y bongos184. Hasta la década de 1850, estas costosas embarcaciones serían el principal transporte comercial, sólo superado en número por los bongos y canoas. Sujetos a la época del año, al comportamiento puntual y diligente de los tripulantes, el viaje del puerto de Sabanilla hasta el de Honda oscilaba entre cuarenta y setenta días185. Tras los reiterados esfuerzos de Juan Bernard Elbers y varios gobiernos nacionales, la navegación a vapor pudo prosperar en el Magdalena tan sólo en la segunda mitad del siglo XIX, no exenta de dificultades de cierto género, en parte por el auge agroexportador, en parte por naves mejor diseñadas y otras formas de capital disponibles. Pero los vapores surcarían las aguas confundidos entre champanes, bongos y canoas, cuyo cabotaje se hallaba aún multitudinariamente a finales del siglo186.

Cada vez más numerosos, los vapores fondeaban en la segunda mitad del siglo XIX. Su viaje transcurría más corto que el de otras embarcaciones. Cerca de quince compañías nacionales y extranjeras operaron entre 1850 y 1900187. En 1887, el número de vapores se cifraba en veinticinco; dos de ellos se deslizaban más allá del tortuoso paso de Honda. Su tiempo de viaje experimentaba grandes modificaciones. En 1880, un viajero extranjero navegó las 209 leguas de Sabanilla hasta Honda en aproximadamente dos semanas188. En 1887, el tiempo del viaje de subida se había reducido a la mitad mientras que el de bajada a un cuarto: “Hacen sus viajes en ocho días de Barranquilla á Honda (á veces en menos tiempo, pues ha habido viajes de cinco y medio días), y en tres, ó á lo más en cuatro de bajada; pero es muy frecuente el de setenta y dos horas en cuarenta y ocho horas de vapor”189. Los vapores-correo preciaban de ser incluso más veloces190. Al ser comparados con el tiempo de viaje de las embarcaciones de siglos atrás, los vapores supusieron un

                                                                                                                         183 Ernst Röthlisberger, El Dorado, 59; Eduardo Posada Carbó, El Caribe Colombiano: una historia regional 1870-1950, (Bogotá: El Áncora Banco de la República, 1998): 51. 184 Barqueta de veinte o más metros de largo por dos de ancho, tallada con tablones de cedro, con una tolda de bejucos, que cubría a la carga y a los viajeros, tal era el reputado champán. Grandes canoas talladas con troncos conducidas por bogas, tal era el bongo. 185 Frank Safford, “El Problema de…”, 527. 186 Salvador Camacho Roldán, Notas de Viaje, ; Marco Palacios, La clase más, 72; Eduardo Posada Carbó, “Bongos, champanes y vapores en la navegación fluvial colombiana del siglo XIX”, Boletín Cultural y Bibliográfico 21 (XXVI) (1989). 187 Eduardo Posada Carbó, “Bongos, champanes y…”. 188 Ernst Röthlisberger, El Dorado, 61. 189 Salvador Camacho Roldán, Notas de Viaje, 84; Rose Carnegie-Willams lo haría en 9 días en 1882: Un año en los Andes o aventuras de una lady en Bogotá, (Bogotá: Academia de Historia/Tercer Mundo Editores, 1990): 44. 190 Wirt Robinson, A Flying Trip to the Tropics, a record of an ornithological visit to the United States of Colombia, South America and to the Island of Curacao West Indies in the year 1892, (Cambridge: Riverside Press, 1895): 122.

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cambio notable en la experiencia del tiempo de esta sociedad. Las mercancías, los viajeros, las cartas y las opiniones viajaban exponencialmente más rápido de la Costa al interior que cincuenta años atrás. Entre los navegantes, un dicho ya hacía carrera: “El río Magdalena estaba por sobre los montes”191.

La “gran arterial fluvial” era el centro del comercio de la República. Las exportaciones, las importaciones y algunos intercambios regionales debían transitar sus aguas. En su viaje a los Estados Unidos, Camacho Roldán encontraba un mundo con identificables cambios en 1887. Una reflexión suya, sin embargo, no ha sido a mi juicio suficientemente destacada: el río y valle del Magdalena congregaban tres millones de habitantes, constituyéndose en el “organismo” más importante de la República. Otro millón de habitantes se asentaba en los confines restantes. Las cifras eran aproximativas; los criterios discutibles. El censo de 1887 registraba un población nacional aproximada de 3,666,000 de habitantes; los colombianos sobrantes bien pueden ser obra de la alegre especulación de Camacho Roldán o bien de las débiles técnicas estadísticas de la época192. Estos censos ofrecen la distribución porcentual por regiones de la población nacional pero distan de ser esclarecedoras sobre la ubicación geográfica de sus habitantes. Según Camacho Roldán, un promedio cercano a los 700,000 colombianos se asentaban a escasas 10 leguas de distancia del Magdalena; casi un tercio de los habitantes de la República. El río contaba con numerosas paradas en pueblos y caseríos; muchos comunicaban con el interior de sus regiones pues no todos los pasajeros, cargas y mercancías descendían en Honda. El seguimiento de algunos viajes por el Muddy Magdalene puede dar una idea de su sociabilidad, intercambio de opiniones y de comunicaciones vinculadas con el comercio.

Cuando Wirt Robinson, empedernido amante de las aves, visitó Barranquilla en 1892, halló un paisaje animado sobre los arenosos bancos del Magdalena. Sus fotografías muestran una muchedumbre de negros contigua a una multitud de canoas y bongos. Allí zarpaban también los vapores193. La hermana de la Caridad, Marie Saint-Gautier, se vio obligada a embarcarse en el vapor “Bismarck” porque el del correo fondeaba pleno de pasajeros194. En su viaje, Pierre D’Espagnat entonces reparó en aquellos extrovertidos: “Con las lentas horas de inacción, con el acercamiento a que obliga la vida de a bordo, los pasajeros del Vicente Lafaurie se han descubierto los unos a otros y se van formando tertulias”195. La gente chismoseaba y conversaba alegremente en la popa de los vapores. Robinson se quejó de otro pormenor en el decurso de su viaje: “The stops are of interminable length; no one seems in any hurry; after the freight is off or on they must have an hour’s chat before starting, and when the signal sounds to start, the crew and passengers have gone off to make purchases or to trade, and must be waited for, so we really spend as much time in waiting as in traveling”196. La hermana Saint-Gautier también refería las muchas paradas de los vapores. ¿Sólo en busca de leña para la cresta de humo de las naves?                                                                                                                          191 Julio H. Palacio, Historia de mi, 180. 192 Salvador Camacho Roldán, Notas de Viaje, 50. Para confrontar las cifras de Camacho Roldán consúltese: Jorge Orlando Melo, “Visicitudes del modelo…”, 120. 193 Wirt Robinson, A Flying Trip, 38 y 40. 194 Marie Saint-Gautier, Voyage en Colombie: de soeur Marie Saint-Gautier de novembre 1890 a janvier 1892, (Paris: Bardot-Berruer, 1895): 33-35. 195 Pierre D’Espagnat, Recuerdos de la Nueva Granada, (Bogotá: Editorial ABC, 1942): 20. 196 Wirt Robinson, A Flying Trip, 55.

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En Remolino, todos se dirigían a la celebración de la Inmaculada Concepción. Los pasajeros llevaban consigo su fe pero también sus mercancias, recuerdos y noticias. Poco después, la hermana desembarcaba en otra población: Guaimaro. Un hato de ganado remontaba ahora en su compañía las aguas. Más adelante, en Plato dos franceses descendieron del vapor: “Ce sont des commercants de Perpignan établis a Barranquilla et qui parcourent ces contrées pour leurs affaires”197. Las paradas en las distintas riberas estaban lejos de involucrar únicamente el aprovisionamiento de leña para los vapores. Escasas desde Honda hasta el Banco, las poblaciones tornaban a ser más numerosas hasta el mar198. Las fiestas religiosas, el comercio y la ganadería que obligaban al descenso de ciertos pasajeros, reflejaban otros intereses en esta sociedad no necesariamente desvinculados de la política. ¿Acaso iban tan sólo cargados de sus toneles de cerveza, zapatos y vestimentas? Como dijo con humor Subrahmanyam sobre los mercaderes asiáticos en Imarat y Tijarat entre los siglos XV y XVIII, los viajeros portaban más equipaje que su apellido199. Las noticias políticas se movían en los circuitos comerciales y religiosos. De un lado, los sermones de los curas predicaban ocasionalmente sobre política. De otro lado, el comerciante, el hacendado, y hasta el arriero estaban al tanto de ciertas noticias. Los caminos eran otro lugar de sociabilidad para quienes los fatigaban. “En mi tráncito de la hacienda al pueblo, tuve hoi el placer de encontrarme con el Dr. Córdoba, i el me dio razón de Ud.”, escribía el general Trujillo200. Alertas a los chismes de las fondas y de los caminos, ciertos arrieros que fatigaban los caminos se carteaban con sus patrones, al tanto de los pormenores políticos201. Los grandes comerciantes que remontaban las aguas del Magdalena escribían cartas salpicadas de la política que encontraban en su paso hacia la Costa202.

No tardaban los viajeros en desembarcar en Calamar, Bolivar. Allí, algunos hombres habían repartido hojas volantes de un candidato a las elecciones presidenciales de la Unión. Algunos viajeros, comerciantes o arrieros, debieron portar esta eventualidad desde los bancos del Magdalena hasta los pobladores de Sabanalarga, Bolívar203. Nuestros viajeros ya habían pasado por Calamar. Súbitamente, desembarcaban en el Banco, un lugar de primer órden durante las revoluciones políticas. Allá perdura esperándonos el general Ponce a la sombra de los mangos con su tropa en 1876. Cuando Robinson visitó el Banco podía vislumbrarse una aglomeración de pobladores con sombreros conversando entre un indefinable surtido de mercancías204. ¿Hablarían únicamente del pescado? Improbable ante otros testimonios. Más adelante en el río, la hermana oteaba Magangué, ruina de Mompox                                                                                                                          197 Marie Saint-Gautier, Voyage en Colombie, 33-35. 198 Salvador Camacho Roldán, Notas de Viaje, 50. 199 Sanjay Subrahmanyam, “Of Imarat and Tijarat: Asian Merchants and State Power in the Western Indian Ocean”, Comparative Studies in Society and History 37 (4) (1995): 175. 200 Carta de Julián Trujillo a Dolores Carvajal de Trujillo, Buenos Aires, 19 de septiembre de 1869, rollo 52, caja 92, carpeta 63, folio 162, FEOR, AGN. 201 Frank Safford en Carlos Dávila L. De Guevara et al, Empresas y Empresarios, 400. 202 Carta de José Camacho Roldán a Salvador Camacho Roldán, Barranquilla, 30 de abril de 1872, caja 3, carpeta 15, folios 1-2, AAHC, AGN; carta de José Camacho Roldán a Salvador Camacho Roldán, Barranquilla, 28 de febrero de 1871, caja 3, carpeta 15, folios 3-4, AAHC, AGN. 203 Los Electores del Cerro de San Antonio a sus conciudadanos, San Antonio, 9 de noviembre de 1868, Fondo Pineda 935 pieza 67, BNC. 204 Wirt Robinson, A Flying Trip, 55.

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que convocaba anualmente en sus ferias múltitud de viajeros y comerciantes de la Costa, Antioquia y Santander: “Tiene para entretenerse la eterna guitarra y el paso casi cotidiano de los barcos que distrae, a los que se va en busca de noticias, de refrescos, por curiosidad, del mismo modo que en provincias los burgueses van a la estación al paso del expreso de las 8-15”205. El comercio y las noticias no eran incompatibles; estos pueblos estaban alertas a las novedades. Pronto el vapor que cargaba con la hermana se detenía bufando el humo unas horas en Puerto Nacional, camino que llevaba a Ocaña, Santander206. Allí enviaron unas cartas dirigidas a Honda en orden de prevenir de su pronto arribo y el ganado custodiado por arrieros descendería en Paturia para internarse en Santander.

En Puerto Berrío, Röthlisberger contempló el Ferrocarril de Antioquia que rodaba a muy escasas leguas de Medellín, construido por Francisco Cisneros. Ciertamente, estos prodigios transportaban cargas de comercio. Pero los contados ferrocarriles de finales del siglo XIX portaban análogamente pasajeros conversadores207. Palacio, de viaje a Bogotá para estudiar en la Universidad Republicana, escuchó atentamente en uno de los vagones del Ferrocarril de Facatativá la conversación del General Rafael Reyes con un amigo sobre las candidaturas nacionales de 1891. A su llegada a Bogotá, despachó inmediatamente una carta con los pormenores a su padre en Barranquilla. Él, propietario de la fábrica de jabones El Porvenir y liberal fervoroso, le contestó: “Yo te he mandado a Bogotá para que estudies y no para que te ocupes de política”. ¿Cómo había de olvidarla cuando de niño le enseñaron a gritar ¡viva el partido liberal!?208.

Una sucesión de pueblos ribereños y tributarios se extenderían: Nare, Puerto Wilches, el río Cauca o el río Lebrija. Esta última ruta tenía singular importancia para los comerciantes santandereanos. La vía de Lebrija, por Puerto Santos, era la predilecta para la llegada de las importaciones y la salida de las cargas de exportación de Bucaramanga y Rionegro. Por Sogamoso pasaban las de Lebrija, Chucurí y Zapatoca. En las bodegas establecidas sobre el Magdalena eran embarcadas las cargas para Barranquilla. Es presumible que estos comerciantes sostuvieran correspondencia con otros agentes y políticos residentes en lejanos lugares, como el comerciante de Ocaña, Samuel J. Lemus209. Cuando los viajeros desembarcaban en Honda, hallaban una ciudad libre de todo estancamiento. En la segunda mitad del siglo XIX, sería un puente fundamental de comunicación entre toda la República. Camacho Roldán, cuyos juicios nunca fueron condescendientes ni compasivos cuando se trataba de la economía local declaraba que Honda ya no era la “ciudad de las dificultades”. A finales del siglo, el Ferrocarril de la Dorada transportaba las mercancías y los viajeros hasta el centro de la ciudad210. En 1893, Palacio se deslumbraba en su paso hacia la Costa:

                                                                                                                         205 La cursiva es mía. En Pierre D’Espagnat, Recuerdos de la, 25. 206 Marie Saint-Gautier, Voyage en Colombie, 37. 207 Para algunas historias de los ferrocarriles, consúltese: Marco Palacios, La clase más, 71; J. Fred Rippy, “Dawn of the Railway Era in Colombia”, The Hispanic American Historial Review 23 (4) (1943): 650-663; Hernán Horna, “Transportation Modernization and Entrepreneurship in Nineteenth Century Colombia”, Journal of Latin American Studies (14) (1) (1982): 33-53. 208 Julio H. Palacio, Historia de mi, 12 y 37. 209 Carta de Samuel J. Lemus a Aquileo Parra, Ocaña, sin fecha, caja 2, carpeta 11, folio 41. 210 Salvador Camacho Roldán, Notas de Viaje, 166.

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“Quien no conoció a Honda en ese tiempo no puede imaginar lo que fue la intensa, casi febril, actividad de aquel centro comercial que fue a manera de puente entre la costa atlántica, Antioquia y el que es hoy departamento de Caldas y Bogotá. Las angostas y empedradas calles de la vieja ciudad colonial destruida por el terremoto de 1805, eran un hervidero de actividad y movimiento. El tránsito del peatón muy difícil, especialmente en ciertas horas del día, porque las interminables recuas de mulas en marcha o estacionadas, mientras cargaban o descargaban le oponían una barrera que no podía salvarse sin peligro de una coz, de una pisada o de un baño sin perfumes. El comercio estaba representado por casas importadoras y exportadoras de fuerte capital y de amplio crédito, las casas comisionistas eran numerosas, pero no menos respetables. Miguel Samper e hijos, Pedro A. López, Henrri Hallam, Francisco Vengoechea, Gregorio Castrillón, Francisco Navarro, Cardona & Urrutia, encabezaban la lista del alto comercio de Honda y seguían después muchos comerciantes costeños que hicieron grandes ganancias, entre los que figuraban en primer línea el capitán Bernardo Botero. De la costa venían comerciantes ambulantes con lotes de mercancías para vender y que compraban café, cueros y oro en barra o en polvo”211.

Desde Barranquilla hasta Honda, hojas volantes, cartas, chismes y conversaciones,

son testimonios de que el comercio posibilitaba que las comunicaciones políticas sostenidas por distintos grupos sociales revolotearan en el río Magdalena hacia el interior de las regiones. Es conveniente notar que los cambios en las rutas comerciales también debían modificar las comunicaciones de ciertas poblaciones. La decadencia del tábaco de Ambalema pudo significar para esta población y aquellas contiguas, la reducción de las comunicaciones políticas portadas por el comercio.

Una lectura exclusiva de los viajeros extranjeros depararía la imagen equivocada de que las únicas voces que solían escucharse en aquellos bellísimos parajes pertenecían a las aves y otros animales en los ignotos bancos de verde follaje. Los cuadros de costumbres y relatos de viajeros, deconstruidos por algunos estudiosos del análisis del discurso, revelan la existencia de la mayor colonia de mudos, indolentes, salvajes y herméticos del siglo XIX212. Ni H. G. Wells, a quien no faltaba la imaginación, imaginaría semejante combinación en The Invisible Man (1897). Cuando los viajeros extranjeros soplan vida a los tripulantes de las embarcaciones, el lector sufre un vaivén entre las representaciones idílicas del bon sauvage y del ocasional desprecio por su raza y sus costumbres. Desfilan los tripulantes de las embarcaciones del Magdalena como amantes del aguardiente, de la indolencia y del baile savaje. Estas representaciones dicen muy poco sobre estos grupos sociales más allá de los prejuicios de quienes las escriben. Palacio describía a los pilotos como gente buena y sencilla, franca, servicial, complaciente, que usaba vocabulario exclusivo del navegante y de sus jerarquías: el de los marineros, el de los contadores o sobrecargos, el de los prácticos o pilotos y otro el de los capitanes. Aquí no hay asomo de consideraciones raciales despreciativas, ni de desaforado aguardiente ni de exóticos bailes salvajes. Los historiadores conocemos escasamente las condiciones sociales, la formación

                                                                                                                         211 Julio H. Palacio, Historia de mi, 182-183. 212 Véase, por ejemplo: María Camila Nieto y María Riaño, Esclavos, negros libres y bogas en la literatura del siglo XIX, (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2011). Un trabajo basado en testimonios de extranjeros que residieron por largo tiempo en Colombia desmitifica algunas versiones de los “perezosos, indolentes y salvajes”. Los alcanzaron a ver como leales, tenaces y productivos. Véase: Frank Safford, Aspectos del siglo, 48. Marco Palacios había incitado a superar estos prejuicios que impedían ver las prácticas en que se veían envueltos: La clase más, 138.

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profesional de los capitanes de los vapores, sus formas de mando con los tripulantes y las compañías de navegación, el género de relaciones sociales que los hacía atracar en las riberas y la manera en que la política les deparaba otro ámbito de intereses, afectos y acciones en sus vidas213. Pero el joven cubano, aquel testarudo capitán Navarro, que inició como contador y que ascendió al rango de capitán del “Simón Bolívar”, que enviaba telegramas al presidente Parra, que importunaba junto al Mayor Morales las pretensiones de mando de algún liberal residente en Honda, sugiere otras claves sobre estos hombres y su tripulación, otros intereses más allá de la indolencia, la barbarie y las borracheras. Sin sospecharlo, la bebida, el comercio, la religión, y el baile en las distintas atracadas en las frondosas riberas pródigas en caimanes y árboles de mangos que hemos entrevisto por los viajeros extranjeros, eran las claves de una sociedad relacionada y diversamente comunicada a lo largo del viaje que conducía de Sabanilla a Honda.

El capitán Navarro, contador y luego capitán del “Simón Bolívar”, pudo tener una procedencia más humilde que la de otros capitanes. Algunos de estos comerciantes de las aguas tenían un lugar prominente en la sociedad: el capitán Botero fue un notable comerciante; el capitán Felix Rubio del “Inés Clarck”, fue hijo de Domingo González, propietario de uno de los periódicos costeños más prominentes y duraderos de la segunda mitad del siglo XIX: El Promotor214. Otros trabajaban como agentes de la Compañía Colombiana de Transportes. Según Palacio, el capitán Egea, agente de esta companía, era algo más que un conversador delicioso: “Entusiasta liberal era el presidente del centro de Honda y se devanaba los sesos preguntándose cómo fueron a parar a manos del gobierno unas comunicaciones que había dirigido a los directores del partido en Bogotá”215. Vinculados a la prensa o contratados para transportar el correo nacional, estos capitanes-comerciantes también trabajaban con el directorio liberal. Portar los periódicos y las cartas de la Costa al interior de la República no era un trabajo menor en esta sociedad. Y tripulantes, como el ingeniero del “Vapor Murillo”, se hacían recomendar al director del Partido liberal, posiblemente deseosos de una colocación o de ponerse al servicio del liberalismo como espías216. Entre 1889 y 1915, Palacio contrajo relaciones gratísimas con casi todos los capitanes, contadores, prácticos y contramaestres. Un muchachito de una familia acomodada de Barranquilla no contemplaba estos grupos sociales con un telescopio y estaba lejos de ser intocable a su trato. Recordaba con afecto a los capitanes, cuya lista no era predominantemente extranjera. Palacio departía con ellos y se sentaba a su mesa a comer sancocho217. Véamos con mayor detenimiento si a bordo de los vapores los tripulantes y pasajeros se resistían a enmudecer de política y se desahogaban únicamente en las riberas.

En su primera borrachera, sufrida en Bogotá al lado de sus amigos costeños de la universidad, Palacio conoció en un primer momento a tres barranquilleras hermosas. En un segundo momento, imitó la oratoria de los políticos Luis A. Robles y Carlos Calderón (¿las espantaría?). Cuando en 1893, el joven Palacio tornó a la Costa, la tristeza lo abatió                                                                                                                          213 Otro historiador que ya compartía estas preocupaciones es Eduardo Posada Carbó, “Bongos, champanes…”. 214 Julio H. Palacio, Historia de mi, 256. 215 Julio H. Palacio, Historia de mi, 183-184. 216 Carta de Adriano Paez a Aquileo Parra, Bogotá sin fecha, caja 1, carpeta 2, folio 4. 217 Julio H. Palacio, Historia de mi, 181.

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momentáneamente. Sabía que continuaría leyendo a los políticos de la capital en la prensa que portaban los vapores pero también sabía que no le sería posible estudiarlos en sus gestos, trajes y andar por las calles bogotanas. Palacio se deleitaba con el viaje por el Magdalena. Lo animaba a emprender la travesía el deleite del trato con los tripulantes que navegaban la “gran arteria fluvial”. En Puerto Berrío, descendió momentáneamente, como los viajeros extranjeros lo habían descrito de otros pasajeros. Allí se reencontró con su amigo, Eduardo Montoya. Conversaron copiosamente, y luego bebieron cerveza alemana, esta vez sin emborracharse, sin la compañía de muchachas costeñas y sin personificar a ciertos políticos. A media noche, Palacio regresó al vapor. Allí continuaría bebiendo con el capitán y lo demás son cosas del alcohol y de la política: “La madrugada nos sorprende hablando del Petit Panamá y de Pérez Triana”218. El escándalo político de El Petit Panamá encontraba un lugar menos teorizado por los historiadores de las sociabilidades: un vapor. Allí, en su popa, era tan propicio conversar de política y ejercer la opinión pública como en el más afrancesado café de Bogotá. Cuando Núñez recibió a Palacio con su famosa pregunta: “Qué dice la Calle Real”, la respuesta había quedado primero con el capitán del vapor. Oralmente, las noticias de Palacio se habrían propagado hasta quien sabe qué insensatos oídos. ¿Sería el trato de Palacio con estas tripulaciones tan excepcional? ¿Cargarían otros pasajeros con el telescopio de la impermeabilidad social que cargan algunos estudiosos del siglo XXI? No lo parece. A los colombianos les bastaba un cuarto de hora para principiar la conversación durante sus viajes219. José María Quijano Wallis no olvidaría jamás un viaje por el Muddy Magdalene: “A la hora del almuerzo bajé en compañía de Mr. Joy quien me colocó a su derecha en la mesa del vapor, presidida por el Dr. Núñez. Este me saludó con mucha afabilidad y me hizo muchas preguntas sobre la marcha de los asuntos políticos en Europa”. Sabemos por el numeral anterior que las noticias extranjeras circulaban en Colombia y que sus alteraciones se confundían con la brisa del Magdalena. A Núñez apenas se le veía a las horas de comer o por la tarde, sentado en una silla de tijera con el fresco del río en la proa del vapor. Su curiosidad política era irresistible de contenerse hasta el término final de su viaje: “Casi siempre se acercaba a departir conmigo sobre política, finanzas y literatura. Alguna vez me dijo: “Que libros interesantes ha traído Ud.?”220.

Muy a pesar del capitán Botero o del capitán Egea, los textos interesantes de algunos historiadores comprueban que no todos los comerciantes surcaban el Magdalena como capitanes de las naves. De los puertos, las comunicaciones políticas desembocaban en pueblos y ciudades con el comercio. En los caminos, las fondas congregaban viajeros de toda índole: “El cuadro era característico: los cohabitantes de la pieza eran de todas las jerarquías sociales. Algunos compañeros de viaje, comerciantes, diputados, arrieros, sirvientes, cocineros, ministros, diplomáticos, etc.” Los arrieros conductores de cerdos de Cundinamarca trababan conversación con otros viajeros hasta las ciudades221. Residente en Bogotá, el comerciante Francisco Vargas repudiaba la política pero no podía escapar a ella e involucraba a sus arrieros. Era implacable con su tío Martiniano: “volverá pronto para

                                                                                                                         218 Julio H. Palacio, Historia de mi, 257. 219 Salvador Camacho Roldán, Notas de Viaje, 173-174. 220 José María Quijano Wallis, Memorias Autobiográficas, 407. 221 Miguel Cané, En Viaje, 136-137.

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San Gil a acabar de gastar su vida sudando a chorros i oyendo hablar de la política a un gran número de majaderos incapaces de comprenderla”222. Miguel Samper, otro notable comerciante, tampoco tenía los dones escuetos del comerciante profesional: “Consagraba gran parte de su tiempo a la lectura, al estudio, a escribir para los periódicos, a asistir a juntas de carácter público, a desempeñar comisiones, a dirimir amigablemente litigios entre comerciantes, a cultivar relaciones sociales (…)”. Los comerciantes estaban en cierto grado relacionados con otras actividades políticas y grupos sociales, fuesen tenderos, capitanes de vapores o propietarios de casas comerciales. En esta sociedad, los comerciantes y políticos eran usualmente los mismos hombres223. Por ello no era sorprendente su interés en los periódicos y en las noticias orales provenidas de otros confines de la República. “Cada vez que llegaban al almacén del Sr. SAMPER un comprador de fuera, antes de abrir la factura, lo primero era una larga plática sobre la situación política en el lugar del cliente, el cual tenía que absolver además minucioso interrogatorio sobre las industrias locales, el estado de los caminos, los principales capitalistas de la comarca, las costumbres comerciales, los efectos de los impuestos públicos, etc., etc.”224. El interés por otras regiones ha sido constatable en este trabajo en el curso de la política; no era un hábito “sampereano”. Otros tenderos menores gastaban horas charlando con sus clientes. Otros estaban más atentos al espionaje que reportarían de las calles para el párraco del pueblo225. Los comerciantes de la Calle Real de Bogotá, la predilecta para los negocios, se inmiscuían constantemente en política: “La Calle Real era para Núñez el comercio de Bogotá en su conjunto, sin excepciones, así el comerciante radical como el conservador; una institución cuyos miembros además de su oficio tenían el de criticar todos los actos del gobierno, fuere el que fuese ese gobierno, gente egoísta y no poco envidiosa”. Vimos anteriormente que Palacio comunicó a Núñez y al capitán de un vapor lo relativo a El Petit Panamá de la chismografía de la calle. ¿Era el Altozano la chismografía aludida? “Advertí que estaba ávido [Núñez] de conocer detalles sobre el escándalo del Petit Panamá y no pude darle otros que los chismes de la calle, no sólo de la Real sino de todas las calles de Bogotá, y contarle que había visto a Pérez Triana en Honda”226. Comercio y política. De un lado, la correspondencia portada por los vapores; de otro lado, los viajeros, agentes y arrieros, incluida la tripulación, que era susceptible de portar a su vez cartas, periódicos y opiniones orales. El comercio importador, exportador y local, con su variedad de colombianos conectados en cambiantes relaciones sociales, se daban cita en el río Magdalena, en los caminos, en las calles y en las tiendas. Quienes fatigaban las lisas aguas e irregulares trochas de la República no solamente cumplían un papel económico fundamental en esta sociedad; lo hacían también en la política con sus comunicaciones orales y escritas que conectaban regiones remotas. Los colombianos del siglo XIX se referían usualmente a los caminos, ferrocarriles y vapores como “vías de comunicación”. No cometían una imprecisión. Todos eran lugares de sociabilidad, de intercambio de mercancías, opiniones y noticias.                                                                                                                          222 Frank Safford en Carlos Dávila L. De Guevara, Empresas y Empresarios, 387. 223 Frank Safford, Aspectos del siglo, 153-199. 224 El Gran Ciudadano. Artículos Biográficos y Necrológicos referentes a D. Miguel Samper, (Bogotá: Imprenta Departamental Antonio Nariño, 1970): 23. 225 Manuel de Jesús Andrade, Andanzas de un, 20-21; Alfred Hettner, Viaje por los, 85. 226 Julio H. Palacio, Historia de mi, 263-264.

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En el mes de noviembre de 1876, el general Ponce ocupaba el Banco al tiempo que el capitán Navarro traía con miles de sacos de sal la correspondencia de la Costa hasta Honda. Las rutas comerciales del Magdalena adentradas irregulares hacia el interior de algunas regiones estaban cortadas para los rebeldes y los habitantes del río Magdalena: “El Gobierno Nacional, siguiendo el propósito de mantener á Antioquia –rebelado entonces- en absoluta incomunicación con el resto de la República, prohibió á los vapores tocar en Puerto Berrío, á tiempo que el Gobierno revolucionario antioqueño, deseoso de ocultar sus movimientos militares á las fuerzas del Nacional, prescribía también una incomunicación absoluta con los pueblos ribereños del Magdalena”227. Los primeros días de aquel mes fueron frenéticos para el despacho de Parra y los corresponsales liberales en toda la República. Los conservadores levantaban sus campamentos de Garrapata en el Cauca. Sus espías habían divisado los ejércitos liberales. Pero los subalternos de Parra no se quedaban atrás y rompían con la interpretación de las comunicaciones lentas y aisladas: “Por el telegrama que me dirije el Secretario de Guerra de Cartago, y el que el telegrafista de Ambalema me dice haberte transcrito, verás la opinión de ellos al respecto de la invasión al Tolima; Yo también la creo y mucho más, después de los informes que dieron Currea y Zorrillo”. El uso del presente no es casual en las palabras del general Santos Acosta; las comunicaciones tenían apenas un día y habían comunicado La Unión, Cartago, Ambalema y Bogotá. En menos de un día, algunos habitantes transitorios, otros no tanto, del Cauca, Tolima y Cundinamarca entraban en contacto. Un prisionero conservador llevaba en su carriel una carta y le fueron extraídas estas palabras: el general Casabianca había viajado hasta Manizales para conferenciar con el general Vélez. Se mostraban entusiasmados con las tropas antioqueñas y contentos con las noticias de la Costa; aseguraban que “aún haciendo calaveradas la ganarán fijo”. El espionaje liberal la tenía velada al señor Silvestre, aquel conservador que al comienzo de este numeral le había sido interceptada una carta. Aquí nuevamente le sustraían una misiva a un tal “Soledad”: las raciones eran insuficientes, la deserción constante y la plata escaseaba. El general Acosta continuaba:

“He dado órdenes a los espías avanzados sobre Santodomingo y Soledad para que me avisen la llegada de M. Vélez a éste último punto, para que según ese dato podamos nosotros empezar a obrar; hasta hoy se sabe que la fuerza antioqueña que llegó es la división “Marinilla” que manda Obdulio Duque, la que manda Arboleda, la de Casabianca, y la de Cuervo: creo que la retirada de ésta gente de la sabana de Garrapata es evitando ser atacados y preparando retirada a los pueblos de la Cordillera. No hay por lo mismo objeto en atacarlos: en primer lugar nosotros ganamos con la demora y ellos pierden; en segundo ellos no peléan, y en tanto se debe esperar toda la invasión para acabar en una batalla formal la campaña”228. Esta sociedad experimentaba de manera creciente, aunque no puede asegurarse que

homogéneamente, cambios en la conciencia del tiempo. Cuando Quijano Wallis viajó desde Popayán hasta Bogotá en 1872, tardó dos semanas229. Cinco años después, las comunicaciones entre el general Acosta y Parra tomaban menos de un día por el telégrafo. Otros telegramas llegaban en un día procedentes de distintos confines hasta Bogotá; Parra

                                                                                                                         227 Salvador Camacho Roldán, Notas de Viaje, 178-179. 228 Carta de Santos Acosta a Aquileo Parra, La Unión, 2 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, folio 16. 229 José María Quijano Wallis, Memorias Autobiográficas.

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los contestaba inmediatamente. En las primeras jornadas de noviembre, distintos hombres lo comprueban telegrafiando a Guaduas, Mosquera, La Unión, y Ambalema. Le remetían dos telegramas de Facatativá desde Mosquera y le telegrafiaban desde Guaduas dos veces: “Cumpliré exactamente sus órdenes”, “Estaré alerta. Ya comunique a Honda y Mendez”230. Las opiniones orales se confundían con las escritas: “Acabo de saber por el señor José M. Salgado que en el “Tintal” hay cerca de 400 hombres, en el acto he indicado al comandante del “Calibío” debía contra marchar hasta el Cerrito. La gente de Facatativá no parece, pero con la que tengo puedo responder de Mosquera el Cerrito”231. Más entrado el día, Ramón Múñoz le comunicaba a Parra: “Hace media hora que salió la comisión de observación para la fuerza de Santander, me voy al Cerrito. El Comandante Argáez queda recomendado para avisar el resultado”232.

Al día siguiente de la queja formulada contra el capitán del “Simón Bolívar” y el Mayor Morales, la testarudez parecía no abandonarlos en Honda. Los nervios de T. A. Lafaurie se crispaban. El enemigo estaba en Mariquita y el Mayor Morales tenía a sus órdenes 120 hombres en el vapor. ¿Qué actos propicios habían de ejecutarse para los liberales cuando los comandantes de aquella tropa no obedecían? Irrespetado en el mando, Lafaurie cumplía con el deber de informar a Parra. Sus palabras aún no permitían divisar una victoria liberal en los sinuosos bancos de Honda233. El mismo día, pero desde Tuluá, Cauca, el telegrafista José Rogelio Corrales le anunciaba a Parra: “Plausible noticia. La aureola de la victoria ciñe dondequiera las sienes del partido liberal y el himno de la gloria se deja oir del Chinchiná hasta el Carchi: los rebeldes del sur se hallan interceptados. Fontal ocupa Almaguer. El jefe de los rebeldes, Becerra, quedó en el campo. Viva la libertad, que es el alma del progreso, vuelve a levantarse vigorosa del cuerpo de la República, para elevarse en alas del partido liberal, a la cima de la gloria”234. El Cauca estaba casi en poder del gobierno de Parra y los liberales controlaban el río Magdalena con la caprichosa disposición de los comerciantes-capitanes de los vapores. Corrales, Francevedo y otros telegrafistas aún tendrían muchas fortunas e infortunios por comunicar en esta guerra.

VII

Despejados bajo la refulgente luna, los postas liberales fatigaban una desnivelada trocha singular desde el norte del Tolima hasta Ambalema en el mes de noviembre. El general Acosta, encerrado en el campamento de la Unión, notificaba el recibimiento de dos

                                                                                                                         230 Telegrama de José Joaquín Alvárez a Aquileo Parra, Guaduas, 3 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, folio 21; telegrama de José Joaquín Alvárez a Aquileo Parra, Guaduas, 3 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, folio 22. 231 Telegrama de Ramón Múñoz a Aquileo Parra, Mosquera, 3 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, folio 27. 232 Telegrama de Ramón Múñoz a Aquileo Parra, Mosquera, 3 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, folio 28. 233 Telegrama de T. A. Lafaurie a Aquileo Parra, Honda, 3 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, folio 24. 234 Telegrama de José Rogelio Corrales a Aquileo Parra, Tuluá, 3 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, folio 29.

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cables garabateados la víspera en Bogotá. Entre sus desvelos figuraba el desasosiego de la ciudad de Honda. El dilatado telegrama despachado a Parra testimoniaba la estrecha comunicación entre ambos hombres. Entre la baraja de recomendaciones, aconsejaba la partida de tropas para enclavarse en Guaduas con el atento objeto de vigilar los bancos que bordeaban los derredores de la portuaria Honda235. En el apreciable tiempo en que esto acontecía, las tropas del coronel Secundino Álvarez levantaban una serie enclaustrada de trincheras en la Mesa, Cundinamarca. Él intercambiaba telegramas con el general Francisco de Asís Mogollón, residente en Tocaima236. Pero otra bandada de pájaros cantarían desde allí. La cotidianidad imperturbable del Páramo de Sumapaz se quebraba con las palabras de Gustavo Gónzalez al Secretario de Guerra y Marina, establecido en Cartago. En los dominios del despeinado frailejón y de los venados fugitivos, los conservadores traficaban demasiado libremente con cargamentos de víveres y oleadas de bueyes, ganados y mulas. Las palabras de González tanto como las del general Acosta, estaban contaminadas con las opiniones orales de otros colombianos que no forzozamente engrosaban los altos escalafones del ejército y de la sociedad. Este rasgo singular no demeritaba sus informes: “Esto lo se por varios que se le han desertado a Vicente Rodríguez y por el espionaje que tengo allí establecido”237. El día cuatro de noviembre, otro cable del general Acosta demostraba nuevamente que las comunicaciones en esta sociedad gradualmente principiaban a derruir los demorados viajes del perfumado café y de otras abigarradas mercancías. “Querido Aquileo: recibido tu telegrama ahora que son las tres de la mañana, el que verá el general Reyes, como vió el de ayer. Es muy posible la noticia transmitida por Baraya que ahora sé por tu telegrama; y esperaba que de un momento a otro recibiéramos posta del Líbano avisando que Marceliano Vélez había llegado a Soledad”. Las noticias se desparramaban de la hoja de papel con la lectura de otros liberales alternos al destinatario. Pronto estarían en boca de todos, resonando entre las hojas de los árboles y las tareas cotidianas del campamento. Muchos liberales lejos de ejercer sus cargos en un gobierno de anárquicos se adivinaban en asidua comunicación; el consejo y la consulta eran buenos compañeros. Desde la remota Unión, el general Acosta arriesgaba en la blanquecina vastedad del Nevado del Ruiz a sus espías. Parra le aconsejaba no levantar el campamento pues el más ligero movimiento de sus tropas podría desembocar en la indeseable toma de Honda infligida por los impertinentes rebeldes Casabianca y Antonio B. Cuervo. De sobra conocía el general Acosta los pormenores relacionados con el vapor “Bolívar” estudiados en el numeral anterior y añadía: “Mucho he lamentado que el último armamento de Remington que me dices ayer trajo el “Bolívar” y despachó para Santander, no lo hubiera traido a Honda, porque nos habría servido a nosotros para ésta funcion que vamos a dar. En el curso del día te comunicaré lo que mas que haya”238. Asombrosamente, en lo que abarcaba un día, algunos liberales de Honda, la Unión y Bogotá trababan conocimiento de los mismos                                                                                                                          235 Telegrama de Santos Acosta a Aquileo Parra, La Unión, 3 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, folio 31. 236 Telegrama de Secundino Alvarez a Aquileo Parra, La Mesa, 4 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, folio 39. 237 Telegrama de Gustavo González al Secretario de Marina y Guerra, La Mesa, 4 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, folio 44. 238 Telegrama de Santos Acosta a Aquileo Parra, La Unión, 4 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, 51.

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pormenores del vapor “Bolívar”. En cualquier imprevisible momento del cuarto día de noviembre, irrumpiría otro telegrama del general Acosta en el despacho de Parra. Pero el telégrafo vivía atareado con agolpados informes procedidos de Cundinamarca y Tolima. Por alguna extraña razón, el archivo de Parra conserva numerosos cables de este mes. ¿Era excepcional o acaso un rastro salvaguardado de aquella cotidianidad de la guerra? Diariamente arreciaban los despachos. Dos de Bodeguitas, importunando con unos prisioneros conservadores y la urgente necesidad de vestuarios; uno de Guaduas, advirtiendo el convoy de unas remesas; otro procedente de Honda, lamentando los dos timones rotos del averiado “Bolivar”239. Los telegrafistas se robaban la función. Sugerida por este temporal, una apremiante pregunta conviene abordar sin mayores dilataciones. ¿Qué diremos sobre los empleados del gobierno en este movimiento de información y de las comunicaciones políticas de la segunda mitad del siglo XIX? Bayly, entre otros sobresalientes historiadores, consideran que los estados no eran íncubos aplastantes y leviatanes monolíticos en el siglo XIX, aún cuando se trátese de los más formidables240. Estos monstruos reposaban más bien en los volúmenes de Thomas Hobbes. El Imperio inglés, consideraciones aparte, nunca logró dominar enteramente los canales de información aldeanos en la India y la revolución de 1857 es una ilustración de un poder militar creciente, un gobierno sistemático y controlador pero vulnerable241. Ni la Gran Bretaña ni los Estados Unidos acrecentaron sus burocracias extraordinariamente durante el siglo XIX; y otros poderes dispersos, como la Iglesia, las compañías comerciales, las asociaciones y las autoridades locales, replicaban ciertas de sus funciones. Tal y como en otras márgenes del mundo, el Estado colombiano era pequeño, su poder fragmentado regionalmente y contestado por instituciones religiosas, sociedades políticas, autoridades locales y compañías comerciales. Los gobiernos radicales desdeñaban la asfixiante intervención del estado, desdén que posteriormente sería criticado por los “regeneracionistas” y contados liberales de reflexión rectificada. Si los primeros gobiernos de la denominada “hegemonía conservadora” -oscurantista para la historiografía liberal y centralista para la historiografía regionalista- consiguieron aventajar tamañamente en el control de la República a sus predecesores radicales con sus reformas es una pregunta que debería sopesarse y que no admite inmediatas respuestas242. Es una reflexión que desborda

                                                                                                                         239 Telegrama de Joaquín Granados a Aquileo Parra, Bodeguitas, 5 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, folio 54; telegrama de J. Sinforoso Cáseres a Aquileo Parra, Bodeguitas, 5 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, folio 55; telegrama de José Joaquín Alvárez a Aquileo Parra, Guaduas, caja 3, carpeta 20, folio 61; telegrama de P. A. Francevedo a Aquileo Parra, Bodeguitas, 5 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, folio 61; telegrama de G. Goding a Aquileo Parra, Villeta, 5 de noviembre de 1876, caja 3, carpeta 20, folio. 240 Christopher Alan Bayly, El Nacimiento del, 280-281 y 287. 241 Christopher Alan Bayly, “Knowing the country…”, 44. En este trabajo lo que entiendo por “estado” estará predominantemente determinado por las formulaciones de Roger Chartier, con base en textos de Norbert Elias y Marc Bloch, y en la idea de cultura escrita vinculada con el estado presentes en el trabajo de Jack Goody. Consúltese: Roger Chartier, “Construction de l’État moderne et formes culterelles: perspectives et questions”, Culture et idéologie dans la genèse de l'État moderne. Actes de la table ronde de Rome (15-17 octobre 1984), (Rome : École Française de Rome, 1985): 491-503; Jack Goody, Cultura escrita en. 242 Una dudosa y exagerada respuesta que no comparto declara que Núñez y la constitución de 1886 acabaron con los caudillos regionales. Consúltese: Alonso Valencia Llano, Estado Soberano del Cauca, Federalismo y Regeneración, (Bogotá: Banco de la República, 1988): 14-16.

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estas páginas. Sin embargo, aquello que considero falaz es la declaración de que en la segunda mitad del siglo XIX no existió en cierto grado ni gobierno ni control. Los imperialistas victorianos, tanto como sus contrapartes del otro lado del Atlántico en el Ecuador, Perú y Colombia, gravitaban hacia la idea de gobiernos representativos funcionalmente más complejos y tecnológicos243. En Colombia, el mencionado gobierno y control no se agotaba en las formas del ejército nacional, los contestados recaudadores de impuestos, las escuelas primarias, las incipientes e intermitentes construcciones descomunales de vías interoceánicas, la escasa cartografía, los incompletos censos y las dudosas estadísticas fiscales. La propagación de creencias y prácticas políticas de los partidos también recaía en la laboriosidad de los gobiernos nacionales. Los estrechos vínculos de los gobiernos representativos con otros grupos sociales, instituciones y compañías comerciales imposibilitan pensar una separación irreconciliable entre el “estado” y la “sociedad”.

Los empleados del gobierno trabajaban lejos de ser profesionales en su cargo. Y según los cálculos de Marco Palacios, aquellos de la Unión y de los estados federales parecen haber rondado los 4,500 hombres. Minúscula como pueda considerarse la cifra, los “empleados públicos” en Colombia se acercaban proporcionalmente a los de Estados Unidos en 1850, aun cuando el resto del siglo comprueba un incremento poblacional en las cifras de la patria de Ulysses Grant dudosamente correspondido por la patria de Núñez244. En 1875, los empleados nacionales aceptaban su nombramiento del poder ejecutivo de la Unión. Políticamente, era una tarea merecedora de provechosa consideración. “Quitar de aquí los oficiales de que le he hablado. Remplazarlos con jente leal i honorable i completar el cuerpo de oficiales (...) yo creo que siempre es bueno estar rodeados de jentes en quienes se tenga confianza; i sobre todo en Buga en donde constantemente se conspira”, eran las palabras sensatas de un general federal de la época245. Los militares eran espiados tanto como los empleados de las salinas. “Le recuerdo las siguientes palabras: haré cuestion de estado de ese nombramiento”246. Las apuestas eran altas. Los incontables colombianos que enfilaron sus vidas al servicio de los gobiernos labraban otra complice crítica en esta sociedad: la “empleomanía”, o cambio completo de empleados con el nombramiento en fila de hombres afines a la facción, círculo político y amistades del gobierno entrante247. Contrario al pensamiento del político conservador Carlos Holguín, la “empleomanía” no era un fenómeno de los gobiernos radicales colombianos. En la Gran Bretaña, Stuart Mill se rehusó a conceder colocaciones durante su período en la Casa de los Comunes y destacó como profundamente molesta a la abigarrada juventud que indistintamente de sus afiliaciones políticas le requería empleo en el gobierno. El partidismo competía aún con las “capacidades” para los nombramientos en los cargos del gobierno. Stuart Mill no deploraba las habilidades de los jóvenes que le escribían sino su voluntad de servir en gobiernos                                                                                                                          243 Christopher Alan Bayly, El Nacimiento del, 280-281. 244 Con una poblacion aproximada de 23,26 millones de habitantes, Estados Unidos contaba apenas con 26 mil empleados en el estado central. En Christopher Alan Bayly, El Nacimiento del, 196 y 319. 245 Carta de Agustín María Venégas a Julián Trujillo, Buga, 8 de diciembre de 1880, Generales y Civiles (Julián Trujillo), caja 94, rollo 54, carpeta 70, folios 280-415, CEOR, AGN. 246 Carta de Luis Bernal a Salvador Camacho Roldán, Zipaquirá, 9 de junio de 1878, caja 2, carpeta 9, folio 41, AACH, AGN. 247 Carlos Holguín, Cartas Políticas, (Bogotá: Editorial Incunables, 1984): 136-137.

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contrarios a sus afiliaciones políticas. Este escandaloso pormenor tampoco le agradaba a Parra, quien procuró tener lejos de su gobierno a los conservadores y nuñistas248. ¿Acaso todos los políticos del siglo XIX pretendían el estado racional-burocrático de Max Weber? Hombres como Parra no se postraban todavía ante él; pero hombres como Holguín revelaban que la idea del servicio dilatado, instruido, por encima de las facciones y las amistades de los gobernantes principiaba a conquistar la mente de algunos políticos. Desde luego, no todos los empleados jugaban a ser Romulo y Remo chupando del vientre de la loba y algunos asumieron un servicio más largo de lo que la retórica de la época concede en estos cambiantes gobiernos. Soldados, tenientes, capitanes, e incluso el portero del Palacio de San Carlos, perduraron por años en sus empleos. Un empleado de la aduana nacional de Zipaquirá por más de veinte y seis años no estaba dispuesto a comprometer sus opiniones por una bolsa de dinero: “Habiéndonos dicho ayer el Jeneral Mórales que nosotros los empleados de la Admon [administración] no éramos leales al gobierno porque no habíamos votado el domingo, creí delicado presentarle mi renuncia de Tenedor de libros i él mismo la lleva hoi”249.

Gobernar en la Costa se presentaba como una ardua tarea. Y nadie mejor para desentrañarlo que los empleados de las administraciones de hacienda nacional y de las aduanas. Ciento treinta y una de estas administraciones operaban con la gracia de ciento noventa empleados en 1875. Desperdigadas por toda la República, la lista incluía pueblos pequeñisimos y remotos: Caloto, Cauca; Pital, Tolima; Sátiva, Boyacá; y Ricaurte, Cundinamarca, entre otros250. Posibles agentes de los gobiernos en todas las regiones de la República, su importancia en el movimiento de la información y de las comunicaciones políticas es clara: la correspondencia circulada por los correos nacionales pasaba por estas estafetas y algunos administradores de hacienda custodiaban el correo en sus domicilios. El espionaje estaba sentado a la mesa; algunos colombianos temían que sus correspondencias fueran las hor d’oeuvres251. De espías a corresponsales, los administradores de hacienda nacional descubrían para sus jefes el mal estado de las oficinas: “La oficina la encontré en el más completo desorden: 75 notas oficiales i 106 cartas de particualres (con estampillas del gobierno) detenidas. Multitud de impuesto lo mismo. La oficina estaba cerca de una carnicería, en donde su adorno era los tasajos puestos al sol, etc. En fin, era la vergüenza i desprecio del estranjero”. Ocasionalmente, estos hombres remitían las comunicaciones extranjeras: “Por todo vapor correo siempre le remito periódicos que le den las últimas noticias del viejo y nuevo mundo”. Esporádicamente, el optimismo coronaba sus cartas: “Todo tranquilo en el Estado y esperanzas de paz, y bello porvenir en la actual administración”252. Panamá era el estado federal de mayor inestabilidad política. El administrador de hacienda nacional de Colón, Francisco Alvarado, se lo haría saber

                                                                                                                         248 Aquileo Parra, Memorias, 406 y 418. 249 Carta anónima a Salvador Camacho Roldán, Colón, 6 de agosto de 1878, caja 2, carpeta 8, folio 17, AACH, AGN. 250 Informe del Director Jeneral de Correos i Telegrafos Nacionales al Poder Ejecutivo de la Unión, (Bogotá: Imprenta de El Tradicionista, 1875): 18-19. 251 “Como abren las cartas en el correo, no te diré más ( …)”, en carta de Salvador Camacho Roldán a Gabriel Camacho, Bogotá, 13 de mayo de 1886, caja 4, carpeta 25, folio 23, AACH, AGN. 252 Carta de Francisco Alvarado a Salvador Camacho Roldán, Colón, 3 de diciembre de 1870, caja 1, carpeta 3, folio 5, AACH, AGN.

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prontamente al entonces secretario de hacienda y tesoro, Camacho Roldán: “Habría deseado comunicar a U. por este Vapor francés de que la revolución del Istmo había muerto en su cuna, (como dije á U. en mi anterior carta). Mas, desgraciadamente, tengo que decir a U. que las cosas han llegado a tal grado de gravedad, que es indispensable un encuentro entre los revolucionarios i el Gobierno lejítimo del Estado”253. Camacho Roldán continuaría recibiendo noticias de toda índole política de Alvarado y de otros administradores de hacienda de Santa Marta, Magdalena. En todo, los reportes electorales presumían de revelarle a los ojos interesantes perplejidades provenidas de otras regiones254. El presidente Núñez acudía a muchachos más humildes para procurarse cierto género de información. Lorenzo Solís, “un humilde de clase social, casi de color, pues era un negro (café con leche)”, tenía un modesto empleo en la aduana de Cartagena. Mientras Núñez contemplaba el golpe furioso de las olas contra las antiguas murallas, Solís estaba a la caza de los transatlánticos que penetraban y partían de Cartagena. Recopilaba las cifras de las cargas de importación y aquella de exportación en tránsito. Al final, le refería los chismes y enredos de la heroica villa255. Esta puede no ser la recopilación sistemática de un Imperio inglés en la India. Y sin embargo, con sus relativas lagunas y retrasos, los administradores de hacienda y los empleados de las aduanas eran una fuente privilegiada de información política para los gobiernos representativos.

Los soldados del ejército nacional eran banqueteros, notables corresponsales, generalmente disciplinados electores y temidos agentes electorales. Su acantonamiento, con preciso grado de variedad entre los confines de la República entre 1862 y 1886, les deparaba un alcance nacional. Poco importaba la leve diferenciación social -muchos de los artesanos y campesinos que integraban el ejército federal ascendían en el escalafón militar: a pesar de las majestades geográficas que lindaban con selvas, ciénagas y cordilleras, los oficiales y soldados habitaban un compartido mundo mental, no exento de una pluralidad de significados y apropiaciones derivados del servicio a la patria y a la “causa liberal”. Los políticos agasajaban el oído de los oficiales con la pompa que permitiera sus recepciones y agasajaban el de los soldados de tropa enviando toda clase de impresos y mensajes de afecto a los cuarteles. Algunos políticos eran acompañados por ellos en giras por la República, y la oficialidad era asidua concurrente de reuniones políticas y tertulias en las calles. Mayoritariamente, la Guardia Colombiana era disciplinada, pero había que conquistarla electoralmente con una ingeniosa variedad de recursos. Recibir un ascenso, ocupar un titular, no serían acontecimientos despreciables para el bolsillo o la vanidad. Pero a muchos oficiales también les interesaba moverse en estas aguas por su aspiración a no ahogarse como candidatos a cargos públicos estatales y federales. Los soldados de la Guardia Colombiana frecuentaban el hábito de la lectura y la escritura. Con las restricciones al sufragio de algunas constituciones estatales durante el denominado “período federal”, este significativo detalle no sólo hacía de ellos una serie de electores codiciables, sino también hacía de ellos codiciados corresponsales, espías y agentes electorales en gran

                                                                                                                         253 Carta de Francisco Alvarado a Salvador Camacho Roldán, Colón, 13 de mayo de 1871, caja 1, carpeta 3, folio 9, AACH, AGN. 254 Carta de Octavio Angulo a Salvador Camacho Roldán, Santa Marta, 8 de septiembre de 1871, caja 1, carpeta 4, folio 33, AACH, AGN. 255 Julio H. Palacio, Historia de mi, 273-274.

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parte de la República. Redactaban panfletos, firmaban adhesiones a candidaturas, informaban noticias de sus regiones, y reportaban diligentemente a sus jefes y amigos políticos sobre sus trabajos electorales256. Luego de la constitución de 1886, un ejército más numeroso ostentaba ahora de ser mayoritariamente conservador, cuyas facciones nacionalistas e históricas competían entre sí como los radicales e indepedientes en las décadas precedentes257. En 1892, como salida de una caja de Pandora, se descubría una conspiración liderada por el político liberal costeño, Ramón Santodomingo Vila: “No sólo conservaban en las gavetas de sus escritorios las cartas que recibían sobre la conspiración, sino también las copias de aquellas que dirigían a sus corresponsales (…) No hay en la historia de la republica antecedente de conspiración más burda e imprudentemente maquinada”258. Los políticos continuarían encontrando en los oficiales grandes contertulios. En 1894, Núñez comisionó al secretario Palacio para inquirir por qué razones el nuevo coronel de batallón, Moisés Camacho, no había pasado aún a visitarlo por El Cabrero259.

Los administradores de hacienda nacional, los empleados de aduana y los militares no agotaban todos los empleos de los gobiernos representativos. Introducido en 1864, el telégrafo sería una sorprendente tecnología novedosa para la sociedad colombiana de la segunda mitad del siglo XIX260. “Dícese de la muerte que, sin embargo de ser un hecho natural, presente a nuestra vista a todo instante, siempre nos sorprende. Otro tanto puede decirse de los grandes inventos, como el del telégrafo o el de la máquina de vapor”, rememoraba Parra261. Los telegrafistas cumplieron un papel protagónico antaño en el mundo. Contribuyeron a propagar los nacionalismos y vigorizaron el frágil control de ciertos gobiernos representativos. Los cables modificaron la experiencia del tiempo y estrecharon poblaciones remotas. El verso de Shakespeare: “I’ll put a girdle round about the earth/ In forty minutes”, estaba cada vez más cerca262. En 1875, las estadísticas de los correos nacionales computaban 75,345 telegramas despachados comparados con los 1,335 cuatro años atrás. Rápidamente, los gobiernos radicales propagaban el telégrafo con novedosas rutas y lo estrechaban a distintos grupos sociales. Cundinamarca, Magdalena, Santander, Cauca, Boyacá y Tolima lentamente se conectaban con ligeros cambios anuales en sus rutas. Antioquia era el único estado federal que contaba con una línea propia. En Bolívar, el gobierno federal había cedido el contrato de administración a los políticos Nicolás Pereira Gamba, Manuel Amador Fierro, Francisco Noguera y Tomás E. Abello, no exento de reparos abrigados por sucesivos directores de correos nacionales263. Conscientes de las crecientes rutas, de la novedad de la práctica y de la necesidad de proveer un mejor servicio, los gobiernos nacionales crearon una pequeña escuela de telegrafía en Bogotá264.                                                                                                                          256 Luis Gabriel Galán Guerrero, “Formas de participación…”. 257 Patricia Pinzón de Lewin, El Ejército y las Elecciones –ensayo histórico-, (Bogotá D. C.: CEREC, 1994). 258 Julio H. Palacio, Historia de mi, 220-221. 259 Eduardo Posada Carbó, “Rafael Núñez: sus últimos días; centenario de la muerte del Regenerador”, Revista Credencial 57 (1) (1994). 260 Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, Historia de Colombia para la enseñanza secundaria, (Bogotá: Talleres Editoriales de la Librería Voluntad, 1967): 715. 261 Aquileo Parra, Memorias, 356. 262 William Shakespeare, The Oxford Shakespeare Complete Works, (Oxford: Clarendon/Oxford University Press, 2005): 407. 263 Informe del Director (1871), 9. 264 Informe del Director (1875), 24, 27, 37 y 39.

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El servicio era variable, con interrupciones tildadas de tener orígenes múltiples: incompetencia de los escasos empleados que desconocían cómo cargar las baterías, los materiales de pobrísima calidad, la indolencia en su cuidado, y los ocasionales estragos de la política y de la naturaleza. La reparación, no obstante, presentaba breves demoras.

Decantadas por las regiones, las líneas del telégrafo desembocaban en cincuenta y dos oficinas: once en el Cundinamarca, tres en Boyacá, trece en Santander, nueve en el Tolima, once en el Cauca y cinco en el Magdalena en 1876. Barichara, entonces un pequeño pueblo de Santander, despachada ya 674 cables en 1874-1875, casi un promedio de dos telegramas diarios265. Su escaso costo, veinte centavos por diez palabras y veinte leguas, incrementaba en dos y medio centavos por sucesivas veinte leguas; no era prohibitivo para el bolsillo de multitud de colombianos. El defícit en el ramo de correos y telégrafos atravesaba la década de 1870 pero ciertos directores justificaban estos hechos con la tamaña creencia de que el telégrafo debía usarse con la mayor liberalidad posible a fin de que este “ajente poderoso de civilización y progreso” se hallara al alcance de todos, como ocurría en los “países civilizados”. Otros colombianos creían que el telégrafo induciría a la “sociabilidad, que el cambio continúo de ideas y noticias produce entre los hombres” y a una mayor conexión en los negocios. El uso del telégrafo durante la revolución de 1876-1877 por el gobierno de Parra no debe conducirnos a engaños: los indicios sugieren que los gobiernos federales empleaban modestamente el cable en tiempos de no-bochinche. En 1879, apenas 7,136 despachos eran oficiales de un total de 92,382266. Con el paso del tiempo, la sociedad se familiarizaba con el telégrafo. Tratados de telegrafía práctica se publicitaban en los periódicos y ciertos comerciantes los empleaban en sus negocios267.

A pesar de la reciente existencia de la escuela de Bogotá, el telegrafista aún no sería un empleado separado y aislado de otras ocupaciones. Frecuentemente, ejercía como administrador de hacienda subalternas. En 1875, las oficinas de traslación en Cartago, Buenaventura y Cali no daban abasto: el director de correos nacionales requería mejores sueldos (el inspector ganaba $60 y el ayudante $30) y nuevos empleados. ¿Dónde ubicar socialmente a estos hombres? Las rígidas clasificaciones sociales que los historiadores han solido usar para esta sociedad: “élites”, “artesanos” y “campesinos”, han impedido estudiar la existencia de otros empleos importantes, cuya clasificación social es menos arbitraria y simple. Desde luego, el número de telegrafistas era escaso pero no contradice su importancia política ni su número que estaba por acrecentarse. Poco sabemos de la condición social de estos hombres. Escasamente sabemos de la repercusión del telégrafo en el ámbito comercial, de su modificación de las prácticas epistolares, de sus cambios sociológicos en la experiencia del tiempo, y de lo que Roger Chartier llamó la “conciencia

                                                                                                                         265 Informe del Director Jeneral de Correos i Telégrafos Nacionales 1874 i 1875, en Memoria del Secretario de Guerra i Marina dirijida al Presidente de los Estados Unidos de Colombia para el Congreso de 1876, (Bogotá: Imprenta de Cándido Pontó, 1876): 24 y cuadro que manifiesta los gastos del telégrafo. 266 Informe del Director Jeneral de Correos i Telégrafos Nacionales, en Memoria del Secretario de Guerra i Marina, (Bogotá: Imprenta de Gaitán, 1879): 14. 267 Carta de Samuel J. Lemus a Aquileo Parra, Ocaña, sin fecha, caja 2, carpeta 11, folio 41. El Tratado Completo de Telegrafía Práctica de Frank L. Pope fue bastante circulado por estos años. Véase El Tradicionista n. 288º, Bogotá, sábado 14 de febrero de 1874, 1273.

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de la globalidad”268. Tan sólo sabemos que frecuentemente eran los mismos administradores de hacienda subalterna, que ganaban poco dinero, que sabían leer y escribir, y sobre todo, que eran importantes para el gobierno y los partidos políticos. Una historia comprensiva del telégrafo en Colombia perdura sin escribirse.

Pero como en el ejército y en las aduanas nacionales, era conveniente rodearse de hombres de confianza. En 1877, sesenta y ocho telegrafistas, dispersos por diversas regiones de la República, suponían un servicio de inteligencia en absoluto despreciable para los gobiernos nacionales. Parra contaba con espías formidables residentes en Honda durante la revolución política de 1876-1877. Francevedo le suministraba la lista de los pasajeros en tiempos electorales: “A las cinco de la tarde llegó Vapor Confianza, por la mañana se transmitirá a Ud. la lista de pasajeros pues no la he conseguido. Mensajero no ha llegado”269. En otra oportunidad, le telegrafiaba: “El dr Maríano Ospina Rodríguez llegó en canoa a las Bodegas de Bogotá. El hijo que vino en el vapor siguió esta manaña para esa”270. Días después, otro telegrafista continuaría el espionaje desatado por Francevedo: “Me avisan ahora de Guaduas que ayer siguió para esta don Mariano Ospina”271. Con anticipación, Parra estaba al tanto de los viajeros que subían a Bogotá. Y los políticos conservadores eran de espionaje predilecto. Los reportes de los resultados electorales también descansarían en las manos de Parra272.

Esto era apenas una brizna de su trabajo. Los telegrafistas circulaban, recolectaban y conectaban las opiniones de muchos colombianos. Con pocos años en el oficio, su participación y relevancia política estaban ya fuera de duda para sus contemporáneos en 1877. Difícilmente escapaban al espionaje; y numerosas veces sus lealtades suscitaban un inseguro porvenir para los gobiernos. Durante la revolución de 1876-1877, un medroso liberal se quejaba ante Parra: “Con profundo disgusto he visto que mandan al Guamo de telegrafista al señor Teófilo Zarrate. Como empleado celoso por los intereses del partido liberal, estoy resuelto a poner en seguridad al expresado señor, si viene al Departamento, pues no da garantías a favor de dicha causa”273. Trifón Azuero, a través del telegrafista Abelardo Novóa, perseveraría en la remoción del empleo al inoportuno Zarrate: “Hace tres semanas poco mas o menos pedí al gobierno en asocio de mis amigos Timotéo Ricaurte y Indalecio Cleves petición que fue por el telegrafo de Tocaima a ésa capital que quitaran al señor Teófilo Zarrate del destino que tiene en Peñalisa, me parece que expuse los motivos en que fundamos nuestra solicitud, resulta que lo nombraron telegrafista del Guamo, pueblo enteramento hostil a la causa”. Los telegrafistas tenían sus propias adhesiones políticas, lo

                                                                                                                         268 Roger Chartier, “La Conscience de la Globalité (commentaire)”, Annales. Histoire, Sciences Sociales 56 (1) (2001): 119-123. 269 Telegrama de P. A. Francevedo a Aquileo Parra, Honda, 11 de diciembre de 1877, caja 1, carpeta 4, folio 137. 270 Telegrama de P. A. Francevedo a Aquileo Parra, Honda, 23 de octubre de 1877, caja 1, carpeta 4, folio 116. 271 Telegrama de T. M. Feran H. a Aquileo Parra, Bogotá, 27 de octubre de 1877, caja 1, carpeta 4, folio 121. 272 Telegrama de Valentín Jímenez de Q. a Aquileo Parra, Zipaquirá, 3 de septiembre de 1877, caja 1, carpeta 4, folio 103. 273 Telegrama de Trifón Azuero a Aquileo Parra, Espinal, 11 de noviembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 144 A.

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cual no era censurable; lo censurable lo suponía que integraran un empleo de importancia en un gobierno liberal:

“Los que vemos acá las cosas de cerca, sabemos que en puestos tan importantes como el de telegrafistas, no se deben tener en las presentes circunstancias sino hombres decididos por la causa porque de lo contrario se corre el riesgo de que los enemigos sepan primero todas las providencias del gobierno. Es una desgracia que por las ocupaciones que rodean siempre al Jefe del Gobierno Nal. [Nacional] se desatiendan cosas que parecen pequeñas pero que pueden hacer grandes males en momentos solemnes a la República”274.

El rebelde radical Jorge Isaacs despidiría a los telegrafistas de Neira y Sonsón

durante la revolución radical de 1879-1880 en Antioquia275. Sencillamente, no daban garantías.

En el mes de noviembre de 1876, el gobierno estaba en multitud de comunicaciones con telegrafistas y militares. El día 21 de noviembre principiaba la batalla de Garrapata. El general Sergio Camargo, acampando en el Tolima, marcharía hasta allí por indicaciones del general Acosta. Parra estaba en el centro de las consultas de Anibal Galindo: en un día estaban comunicados Girardot, Espinal Garrapata y Bogotá276. Se creía que en esta batalla la revolución podía terminar. Nadie había de descansar, ni siquiera los telegrafistas: “He ordenado a los telegrafistas de ésta sección permanecer en sus oficinas hasta que les ordene retirarse”277. En menos de un día, algunos liberales de Facatativá estaban enterados de lo que ocurría en la frontera del Cauca y Antioquia y se lo comunicaban inmediatamente a Parra. Un posta de San Juan había traído dos telegramas: “Son las 5 de la mañana. Todo está listo para una batalla que empezará de las 8 a las 9. El ejército está contento y lleno de brio. El día ha amanecido espléndido. Hoy se decidirá ésta horrible guerra”278. Hasta nuestro conocimiento puede decirse que Honda, Ibagué, Facatativá y Bogotá, esperaban las comunicaciones del general Acosta. El día 21 por la noche, a eso de las 8 p.m, el general Acosta no defraudaba con su telegrama despachado a Bogotá: “Muy poca gente nuestra entró en el centro del campamento enemigo. Esta fué la unión rechazada; no se pudo apoyar por impedirlo la noche. Hay fuerzas nuestras que están a media cuadra del enemigo. Todo el caserío de Garrapata está tomado”. Los prisioneros hablaron: había un “terror pánico en el campamento”279. La extenuada mula y el lánguido liberal habrían tardado semanas. Pero con el telégrafo a disposición del general Acosta, la noticia irrumpía el mismo día en Espinal, Facatativá y Frailes. De todos estos lugares en el Tolima, Cundinamarca y Cauca,

                                                                                                                         274 Telegrama de Abelardo Novóa a Aquileo Parra, Espinal, 12 de noviembre, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 160 A. 275 Jorge Isaacs, Obras Completas V: La Revolución Radical en Antioquia, (Bogotá D. C.: Universidad Externado de Colombia-Universidad del Valle, 2009): 201. 276 Telegrama de Anibal Galindo a Aquileo Parra, 21 de noviembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 298 A. 277 Telegrama de I. Cleves a Aquileo parra, Espinal, 21 de noviembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 301 A. 278 Telegrama de Gabriel Reyes Patria a Aquileo Parra, Facatativá, 21 de noviembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 303 A. 279 Telegrama del general Santos Acosta a Aquileo Parra, Garrapata, 21 de noviembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 305 A.

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tornarían a informar al gobierno de Parra en Bogotá280. Muchos liberales de Bogotá estaban pendientes del telégrafo del presidente, como recordaría Quijano Walis: “Yo tuve ocasión de oír en el Palacio con otros varios amigos, cuando fué recibido en la oficina telegráfica particular del Presidente y de cuyos hilos estábamos pendientes con ansiedad para saber el resultado de la gran batalla [Garrapata]”281. Al parecer, el derrotado general Vélez y sus tropas se retiraban a Manizales282. El general Acosta inmediatamente comunicaba a Bogotá el curso de la batalla al día siguiente: “Querido Aquileo: estoy muy satisfecho hoy; porque el enemigo está reducido a la impotencia”. El espantoso tiroteo bajo la lluvia nocturna; las trincheras ganadas; las banderas robadas, esto y aquello, levantaba el ánimo de los liberales283.

En diciembre, el general Acosta principiaría la negociación de un armisticio con los rebeldes antioqueños. Tan precisas y expeditas eran las comunicaciones que este general se empeñaba extenso en ver la derrota de los conservadores hasta en el vestuario de los jefes revolucionarios284. El general Vélez podía estar pobremente vestido, de dril y saco roto, pero en las negociaciones estaba hecho de otros materiales que no cedían fácilmente. Probó ser arduó; la victoria de los liberales estaba en sus manos y por eso mismo era falible. Rechazados en Honda, los rebeldes no parecían fácilmente derrotables en Cundinamarca, Boyacá y Santander. Las dilatadas negociaciones impacientaban a los jefes liberales y sus tropas; el orgullo liberal se desinflaba ante las penurias cotidianas de los campamentos: rebaja de sueldos, carencia de raciones y deserciones. Todo ello habría de conocerse por vía oral y escrita en gran parte de la República. Los rumores indeseables de incumplimiento del armisticio irrumpían en el campamento del general Acosta; él los hallaba apreciablemente dudosos285. El general Eustorgio Salgar compartía su duda sobre los falsos rumores difundidos en el grandor de la República, advirtiéndole a Parra: “Cuidese de las noticias que le transmiten ciertos corresponsales de Honda, me dicen que uno de Ibagué no es menos destornillado”286. Las noticias ponían a prueba el discernimiento del despacho de Parra. La felicidad de la batalla de Garrapata quedaba rápidamente en el pasado pero al mismo tiempo el telegrafista Corrales aportaba motivos de celebración: en Tulúa, Cauca, el combate de la Cuchilla del Tambo había supuesto el triunfo liberal sobre los rebeldes del

                                                                                                                         280 Telegrama de Eleuterio González a Aquileo Parra, Espinal, 22 de noviembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 322 A; telegrama de Eustorgio Salgar a Aquileo Parra, Facatativá, 22 de noviembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 336 A. 281 José Maria Quijano Wallis, Memorias Autobiográficas, 273-275. 282 Carta de Julián Trujillo a Aquileo Parra, Frailes, 22 de noviembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 377 A. 283 Telegrama de Santos Acosta a Aquileo Parra, Garrapata, 22 de noviembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 339 A. 284 Telegrama de Santos Acosta a Aquileo Parra, Garrapata, 24 de noviembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 374 A. 285 Carta de Santos Acosta a Aquileo Parra, La Lajosa, 1 de diciembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 477 A. 286 Carta de Eustorgio Salgar a Aquileo Parra, Garrapata, 2 de diciembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 481 A.

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sur del estado287. Súbitamente, las comunicaciones entre los generales liberales presentaban intermitencias. Bajo una tolda cerca de Manizales, el general Trujillo no salía de su sorpresa, no reprimía su descontento con el proceder del general Acosta: ningún liberal había tenido la delicadeza de comunicarle a tiempo el regreso del general Vélez a Manizales, a pesar de gozar de corresponsales laboriosos en Garrapata, Ambalema y Bogotá288. ¿Por qué diablos había dejado el general Acosta escapar por entre las noches al rebelde Vélez?

En otro telegrama, el general Acosta aseguraba a Parra que los revolucionarios permanecían acampando en Palenque, camino del Fresno. La idea del armisticio había sido del gobierno federal, no suya. Fuese por convenio o fuese por las armas, demandaba mayor determinación al gobierno nacional para terminar la guerra. Dilatar el asunto era inconveniente para su ejército: “Con la ida del Gral Reyes y otros jefes les entró casi a todos el deseo de ir a Bogotá; y me he visto en mil apuros para impedir se desorganice el ejército”289. Preocupado, a su turno, por el general Acosta, Galindo se apresuraba a probarle a Parra el lamentable cambio físico y anímico: “El Gral está enfermo, encerrado en una inacción que me alarma. Como que principia a faltarle la confianza en el genio”290. ¡Qué había sido de este general que días atrás se había mostrado exultante y gloriosamente burlón! Días más tarde, el panórama perduraba en una oscilación desalentadora. El general Acosta recobraba el ánimo, incluso se mostraba satisfecho de las negociaciones con el ejército antioqueño, pero en Honda ciertos liberales estaban perfectamente enterados del estado de las tropas en su campamento. Los postas portaban noticias y opiniones orales, dibujando para la imaginación de los liberales un alarmante horizonte: desorganización del ejército, espíritu batido, disgusto y desaliento entre los jefes y oficiales. ¡Era preciso que el propio Parra condescendiera a visitar los campamentos y levantara los ánimos como antaño hicieron los dioses griegos en La Ilíada!291 Otro hombre lo expresaría así, también desde Honda: “Vuestra presencia en el campamento del Gral Acosta la creo indispensable. Es preciso levantar el espíritu del ejército hasta entusiasmarlo, imponer y ordenar las operaciones que deban ejecutarse”292. En Cundinamarca, las noticias no deparaban alegrías. Los Mochuelos no sólo ocupaban casas en Bogotá, sino que ahora interceptaban la correspondencia liberal293. Desde Cali, el presidente Conto ya no creía del todo en las

                                                                                                                         287 Carta de Santos Acosta a Aquileo Parra, La Lajosa, 3 de diciembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 486 A; telegrama de Rogelio Corrales a Aquileo Parra, Tulúa, 2 de diciembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 490 A. 288 Carta de Julián Trujillo a Aquileo Parra, María-Cartago, 3 de diciembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 498 A. 289 Carta de Santos Acosta a Aquileo Parra, San Felipe, 4 de diciembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 511 A. 290 Telegrama de Anibal Galindo a Aquileo Parra, San Felipe, 4 de diciembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 512 A. 291 Carta de Santos Acosta a Aquileo Parra, La Lajosa, 6 de diciembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 537 A. 292 Telegrama de Bernardo Espinosa a Aquileo Parra, Honda, 7 de diciembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 509 A. 293 Telegrama de D. R. Delgado a Aquileo Parra, Honda, 7 de diciembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 569 A.

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negociaciones del armisticio. Repudiaba las paces a medias y estaba alerta para cualquier eventualidad. Requirió mayor armamente al Dr. Pérez aún en Nueva York294.

Entonces, el general Acosta transmitía a Parra, en una extensa carta que sería telegrafiada, los secretos de sus reiteradas conferencias con el secretario del general Vélez. Le urgía que no creyera las “bufonadas que dicen los altozaneros de Bogotá”. Es improbable que el general Acosta censurara este lugar de sociabilidad y ejercicio de la opinión pública. Pero no permitiría que sus chismes y falsas noticias las comprara el gobierno de Parra. El parque de los antioqueños era pequeño y sus jefes más notables estaban dispuestos a dejar las armas si el gobierno nacional permitía que conservaran el Estado de Antioquia. El general Acosta le dejaba a Parra unas noticias alentadoras para los bufones del Altozano bogotano: el rompimiento de términos entre los rebeldes era notable, el secretario de Vélez hablaba del general Casabianca como un “sargento pretencioso y nada más”295.

Los telégrafos no daban abasto por estos días: “Pongo en vuestro conocimiento [el de Parra] que en la actual situación se demoran aquí telegramas importantes de que deberías tener conocimiento inmediato, debido, juzgo, a que la oficina de Ambalema tiene gran trabajo con la de San Juan. Creo por esto convendría poner otra máquina en la oficina de Ambalema con su correspondiente telegrafista, para que atienda solo a los telegramas de ésta oficina, mientras dure la guerra”296. Jugar con el ánimo y desánimo entre ambos bandos era moneda corriente de las noticias falsas más allá de Honda y el Altozano. En Cundinamarca, los conservadores incomunicaban a los liberales al cortar las líneas del telégrafo297. Según sus variables posibilidades, los liberales contratacaban: “General Didasio Delgado aprenhendió hoy un espía que llevaba comunicaciones del Comité de Bogotá para Marceliano Vélez”. Tramas y opiniones entonces se revelaban de Guaduas a Bogotá. Tal parecía que los conservadores confiaban en su triunfo en Cundinamarca, Boyacá y Santander. Para el gobierno de Parra estas noticias no eran ninguna carta de invitación para ir al Cauca, como sus copartidarios le habían urgido298. Los peones seguían importunando como espías y postas conservadores. El general Delgado tomaba uno como rehén en Honda y copiaba las comunicaciones interceptadas a Parra: los rebeldes se unirían en un solo ejército en las montañas de Cundinamarca e intentaría un nuevo asalto a la bulliciosa Honda299.

En el ocaso de diciembre, y entre las formas escritas de la información y de las comunicaciones políticas, el despacho de Parra recibía una comunicación insual en estas páginas: una lista de claves secretas. Historiadores como J. G. A. Pocock han hablado de la                                                                                                                          294 Telegrama de César Conto a Aquileo Parra, Cali, 9 de diciembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 584 A. 295 Carta de Santos Acosta a Aquileo Parra, San Felipe, 10 de diciembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 609 A. 296 Telegrama del telegrafista Alejandro Torres, Ibagué, 15 de diciembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 675 A. 297 Telegrama de Enrique Ferro a Aquileo Parra, Facatativá, 11 de diciembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 611 A. 298 Telegrama de Rafael Niño a Aquileo Parra, Guaduas, 11 de diciembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 613 A. 299 Telegrama de D. R. Delgado a Aquileo Parra, Honda, 11 de diciembre de 1876, caja 4, carpeta 20 a 26, folio 615 A.

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importancia de la “política del lenguaje”, refiriéndose a los valores y vocabularios específicos de una sociedad que entraban en el lenguaje político y se convertían en parte de él. Unas sociedades pueden emplear uno más económico y menos filosófico, según las instituciones y valores predominantes300. En la segunda mitad del siglo XIX en Colombia, el lenguaje político rehuye cualquier predominio simplificador: el filosófico, el religioso, el democrático y el legal coexistían como manifestaciones públicas de una pluralidad de valores e instituciones. Pero así como los lenguajes políticos eran distintos, también lo eran sus manifestacions escritas y orales. Los epigramas políticos, los sonetos, los artículos de prensa y los ensayos, eran todos prácticas de comunicación que conducían mensajes, ideas, noticias y prácticas políticas. Como en las sociedades de Antiguo Régimen, las comunicaciones orales en forma de poemas continuaron comunicando noticias políticas e injurias301. Algunas de las claves secretas traducían como sigue: “el nombre del hijo menor de Enrique Cortés “los Andes”. El nombre de la hija mayor de Marulanda “Barca en el río”. El de la segunda “hostilidades”302. Los telegramas entonces podían asumir este lenguaje: “La durazna antes obtenida sería casi infructuosa. Chirimoya otra vez envía al Tambo. De Popayán han salido sin órden dos batallones en vía para balcon. Hai (dice la carta) bastante Tumaco entre Chirimoyas de Boston los apóstoles que se han empezado aunque el público no conoce los evangelios”303. Los postas solían portar correspondencia secreta conveniente de ser cifrada. Los liberales tomaban sus precauciones en la revolución política de 1876-1877. Pero en la segunda mitad del siglo XIX, tanto los ingleses como los colombianos, emplearon las claves secretas como otra práctica durante las elecciones y las revoluciones políticas304. Muchas de estas claves llegaron por los telégrafos. Y tan confusas como puedan parecernos, se presentaba aún la revolución para el gobierno de Parra en el ocaso de 1876.

VIII Otra vuelta de tuerca tendría la revolución de no ser porque inexplicablemente el archivo de Parra conserva muy pocas comunicaciones entre enero y abril de 1877. El general Pedro Farías se había levantado en armas en el Magdalena; los rebeldes incursionaban en Santander y las operaciones del general Vélez, luego del fallido armisticio con el general Acosta, proyectadas en derredor de Manizales, encallaban en las posiciones del ejército liberal. Los generales conservadores principiaban a condescender a la paz; los rifles pesaban demasiado para los rebeldes en el Tolima: “Fue el último destello de luz de

                                                                                                                         300 J. G. A. Pocock, Politics, Language and Essays on Political Thought and History, (Chicago/London: The University of Chicago Press, 1989): 21-22. 301 Luis María Mora, Croniquillas de mi, 50. Para el caso francés, véase: Robert Darnton, Poetry and the. 302 Telegrama anónimo a Aquileo Parra, Cartago, 17 de diciembre de 1876, caja 1, carpeta 8, folio 52. 303 Telegrama de Enrique Cortés y Francisco Marulanda a Aquileo Parra, Salento, 14 de diciembre de 1876, caja 1, carpeta 8, folio 53. 304 Leáse, por ejemplo, la espléndida novela Kim (1901) sobre el Gran Juego en la India escrita por Rudyard Kipling. Edición en castellano: Kim, (Barcelona: Debolsillo, 2007); José Asunción Silva, Cartas (1881-1896), (Bogotá: Ediciones Casa Silva, 1996): 8.

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un sol que se apagaba entre negros y sombríos nubarrones”, rememoraba el conservador Briceño305. El sol amanecía espléndido en la carta del general Trujillo dirigida a Parra el día 11 de abril de 1877. El gobernador de Antioquia deponía el mando del estado en manos del gobierno federal con la firma de unas capitulaciones: “Tan satisfactorio resultado, debido a los triunfos obtenidos por nuestras armas el día 5, i al estado de impotencia a que se hallaban reducidos los revolucionarios, asediados por todas partes (…) Parece, pues, terminada la guerra en nuestra Patria, al ménos en esta vez. Lo felicito con toda la efusion de mi alma por tan fausto suceso, que viene a poner termino tambien a la angustiosa situacion de ánimo en que todos hemos estado, i especialmente U. i yo, que tántos sinsabores i digustos hemos experimentado”306. Sin sospecharlo el general Trujillo, numerosos rebeldes continuarían importunando durante unos meses. Pero al romper el alba del día doce de abril, el disguto y sinsabor no figuraban en la prensa; los titulares de El Diario de Cundinamarca detonaban el estruendo de la victoria: “La Victoria! El terco e insensato Gobierno que proclamó i sostuvo la guerra, ha mordido el polvo!”. La crónica era completísima y amonedaba incluso el telegrama vespertino de la victoria del general Trujillo307. Un día bastó para propagar la noticia hasta Bogotá.

Una historia de la informacion y de las comunicaciones políticas de la época estaría incompleta sin considerar la prensa. El siglo XIX constató el voluminoso incremento en la publicación de libros e impresos. Europa no siempre llevaba la batuta. En 1800, se publicaban más periódicos en la laberíntica Calcuta que en la ortodoxa San Petersburgo. Hacia 1900, el Moniteur Ottoman estaba a la altura de The Times de Londres; una cifra cercana a los 31,026 circulaban por el orbe, privilegiados aquellos con tirajes de cientos de miles308. Algunos contemporáneos estaban de acuerdo en que Colombia publicaba un gran número de periódicos comparada con otras Repúblicas de la América Hispana. El presbítero Fedérico C. Aguilar no encontraría una prensa tan política como la colombiana en Buenos Aires, Ciudad de México, Santiago de Chile y Lima309. Como en otras sociedades del mundo, la prensa contribuyó a propagar y vigorizar cierto nacionalismo; y comparada con otros Imperios y Repúblicas, la libertad de prensa fue levemente censurada310. No hubo en el grandor del territorio un sindicato como Reuters que controlara la impresión de las noticias, y a pesar de la borrascosa retórica de finales de siglo, la persecución y los cierres de imprenta sobresalen por su excepcionalidad opresiva311. Pero el negocio no era rentable; los suscriptores eran escasos y contrario a los periódicos de Europa y Estados Unidos, cuyo sostenimiento recaía en los avisos publicitarios, muy poca publicidad colmaba las páginas de los periódicos entrada la década de 1870. Antes de que

                                                                                                                         305 Manuel Briceño, La Revolución 1876-1877, 462-465. 306 Carta de Julián Trujillo a Aquileo Parra, Manizales, 11 de abril de 1877, caja 1, carpeta 3, folios 62-63. 307 El Diario de Cundinamarca n. 2111º, Bogotá, jueves 12 de abril de 1877, 279. 308 Christopher Alan Bayly, El Nacimiento del, XLVI. 309 Fedérico C. Aguílar, Colombia en presencia de las Repúblicas Hispano Américanas, residente en ellas durante veinte y seis años, (Bogotá: Imprenta de Ignacio Borda, 1884): 74 y 184-185. 310 Jorge Orlando Melo, “Libertad de prensa en Colombia: pasado y perspectivas actuales”, http://www.jorgeorlandomelo.com/libertad_prensa.htm; la intervención de Malcolm Deas en Aspectos polémicos del, 86-87; y Eduardo Posada Carbó, “Libertad, libertinaje, tiranía…”, 196-197. 311 Esta excepcionalidad no debe disminuir las repercusiones que tuvo, por ejemplo, el cierre del Relator (1893) y el destierro de Santiago Pérez de esta sociedad.

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las revoluciones modernas derrumbaran la monarquía compuesta de los Borbones, la prensa lentamente se abría un espacio de opinión en la sociedad312. En la segunda mitad del siglo XIX, la existencia de los impresos perduraba pero era mayoritariamente efímera; no hubo un Times inglés o un Journal des Debats francés, debido a los pocos cientos de suscriptores, los exorbitantes costos de los insumos importados, las probablemente bajas cifras de alfabetismo y el decreciente retraso de algunas noticias. Sólo bien entrado el siglo XIX los colombianos gozarían de periódicos para poblaciones más numerosas, poblaciones urbanas que en otras márgenes del mundo se llamarían “masas”. El presbítero Aguilar registraba la cifra aproximada de 138 periódicos colombianos en 1884, en absoluto modesta comparada con los 600 periódicos de la más vasta y poblada India. Pero la gran mayoría de estos periódicos difícilmente superaba las dos ediciones. El único diario duradero durante el dominado “período federal” sería El Diario de Cundinamarca, sostenido según los conservadores por fondos destinados de los gobiernos radicales. Con todo, en su corta vida, los periódicos que salieron de la imprenta no dejaron de cumplir significativos propósitos en esta sociedad: de un lado, instruyeron a sus lectores en derechos y deberes políticos, circularon las leyes electorales, y denunciaron las acciones improdecentes de los políticos; de otro lado, publicaron las adhesiones a las candidaturas, debatieron las determinaciones de los gobiernos representativos, convocaron a las urnas y a la abstención, y cuando los acontecimientos lo reclamaran, al curso de la guerra y de la paz313.

Basado en una columna del Zipa (1877), periódico conservador opositor de los gobiernos radicales, y un artículo de Alí Kerim, Eduardo Posada Carbó sostiene que la circulación de los periódicos se limitaba a los suscriptores y a los voceadores de las calles314. Otros testimonios sugieren ramificaciones más complejas de la información. En este trabajo he procurado mostrar cómo los impresos acompañaban remitidos a las cartas. La “sorprendente persistencia” en la impresión de periódicos aludida por Posada Carbó puede explicarse con la existencia de una circulación libre de porte durante los gobiernos radicales y la recepción de los impresos315. Es probable que las medrosas pérdidas del correo lamentadas por el Zipa describieran sucesos cotidianos de los correos nacionales; el sistema estaba lejos de operar perfectamente. Pero es igualmente probable que una retórica desprestigiante por los gobiernos radicales contaminara sus informes. 374, 485 impresos eran despachados por los correos nacionales en 1873-1874, descontando aquellos por los estatatales y otros postas. ¿Se extraviaría la gran mayoría en el camino? No hay grandes pruebas documentales que lo demuestren. La representación fatalista del Zipa puede oponerse a la de Camacho Roldán, que en su remota y solariega hacienda del Ocaso recibía puntualmente los periódicos americanos e ingleses remitidos por su hijo Gabriel desde Nueva York. Los directores generales de correos nacionales sostenían el puntual servicio en

                                                                                                                         312 Renán Silva, Prensa y Revolución a finales del siglo XVIII: contribución a un análisis de la formación de la ideología de la indepenencia nacional, (Medellín: La Carreta Editores, 2004). 313 Eduardo Posada Carbó, “Libertad, libertinaje, tiranía…”, 186 y 188; Eduardo Posada Carbó, “Newspapers, politics, and…”; Adrián Alzate García, “Pedagogía societaria en…”; Luis Gabriel Galán Guerrero, Laura Wills, Juan Carlos Rodríguez Raga, “Los viajes olvidados…”. 11-14. 314 Eduardo Posada Carbó, “Libertad, libertinaje, tiranía…”, 186-187. 315 Informe del Director (1875), 22-23.

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la República pero denunciaba el retraso causado por el detenimiento de los correos por las estafetas nacionales y estatales316. Las revoluciones políticas prolongarían estos retrasos.

Los contemporáneos otorgaban una importancia especial a la prensa. Desde Panamá, una región considerada como separatista, un periódico local se encargaba de comunicárselo al público: “Nos asiste la conviccion que en una nacion libre, en que es libre la prensa i se tiene el derecho a espresar la idea, cada ciudadano tiene el deber (…) de velar por la marcha i desarrollo de los intereses jenerales”317. Uno no puede dejar de preguntarse: ¿por qué la preocupación por circularlo en la prensa? ¿Por qué en la materialidad de los impresos? ¿Acaso no bastaba con las cartas, las opiniones orales y los flamantes telegramas? La historia de la democracia colombiana en el siglo XIX está conectada con la inglesa. Un libro que no ha sido estudiado por la historiografía de Colombia dedicada a este siglo y que merece mayor interés es Considerations On Representative Government (1864) del filósofo inglés John Stuart Mill. Traducido como Consideraciones sobre el Gobierno Representativo (1865) por Florentino González, reseñado por Núñez en 1866 desde Liverpool, y leído en algunas regiones de la República, este libro posee algunas pistas318. Según Stuart Mill, el buen gobierno representativo descansaba parcialmente sobre la opinión instruida del pueblo. Y la instrucción cultural y política de los ciudadanos era determinante para su cumplida existencia. En su segunda aspiración a la presidencia de la Unión de 1879, Núñez escribía a su amigo Luis Carlos Rico, próximo Secretario de lo Interior y de las Relaciones Exteriores: “En el Magdalena hay dos veces mas opinión que en 1875, ya verá los ejércitos de firmas que van llegando”319. No estaba sólo; Parra también las coleccionaba. “De una y otra parte, así en liberales como en conservadores, los hombres del siglo pasado tenían fe de carboneros en la eficacia de las campañas de prensa. Para todos era un hecho histórico, comprobado, indiscutible, que el artículo de Murillo Toro en “El Tiempo”, “Alea Jacta Est”, desató la guerra federalista en 1859”. Este puede ser un proceder simplista para comprender la política de esta sociedad. Pero no hay duda de que los contemporáneos se tomaban en serio la prensa como otro actor social320. “Circulaban por donde quiera periódicos liberales de todas formas y tamaños, unos diarios, semanales otros, otros sin día fijo; se publicaban hojas sueltas a granel y corrían de boca en boca los epigramas políticos y los equívocos insultantes. Una de las más singulares hojas que se dieron a la luz entonces fue La Tira, a manera de periódico, con numeración y en la forma de las de imprenta, en cuarto menor”. De La Tira fechada en 1885, cuyos lectores podemos presumir más allá del memorioso testimoniante, Mora recordaba esta popular forma olvidada de comunicación de la época: “¡Núñez! ¿Qué es Núñez? ¡La fatal quimera/ que un partido político soñó!/ ¡Núñez! ¿Qué es Núñez? Lo que antes era/ político sin fe, falsa ramera/ que al más oro su poder vendió/”321.

                                                                                                                         316 Informe del Director (1871), 12, 14 y 18; Informe del Director (1873), 8. 317 La Voz Liberal n. 1º, Panamá, 1876, 1. 318 Luis Gabriel Galán Guerrero, “Formas de participación…”, 13-14. 319 Citado en Luis Gabriel Galán Guerrero, Laura Wills, Juan Carlos Rodríguez Raga, “Los viajes olvidados…”, 12-13. 320 Sugerencias todas que formuló François Xavier-Guerra en: “Epílogo. Entrevista con Francois-Xavier Guerra: Considerar el periódico mismo como un actor”, Debates y Perspectivas 3 (2003): 189-201. 321 Luis María Mora, Croniquillas de mi, 49-50.

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Las cifras de los correos nacionales permiten revaluar la vinculación exclusiva entre altos niveles de alfabetismo y capital con la impresión de periódicos. La Costa, nos dicen algunos historiadores, gozaba de los niveles más bajos –conjeturables, por cierto- de alfabetismo322. Sin embargo, en 1873-1874 Santa Marta despachaba 18,693 impresos, superando exponencialmente la prensa combinada de Tunja, Socorro y Cúcuta, y aquella de Popayán y Barranquilla. Posteriores años no corroboran estas cifras: las fluctuaciones son notables en otros informes323. Con 206,800 impresos, Bogotá era el centro tipográfico por excelencia de la República; Medellín y Barranquilla, grandes ciudades comerciales, proseguían en la lista. Para 1892, Bogotá contaba con una cifra mínima de nueve imprentas, descontando otras probables que escapan a esta investigación324. Palacio recordaría con emoción la lectura que prodigó en su infancia de los periódicos de Bogotá, Medellín y Barranquilla325. Pero los impresos remitidos no excluían de sus paraderos las haciendas remotas y las aldeas oscuras. Podrían esgrimirse los casos de Camacho Roldán y Julián Trujillo. La Vanguardia Liberal (1887) de Colón, llegaba a manos de Parra en San Vicente, Vélez, Santander. El editor, otro amigo, le formulaba una carta-pregunta que Parra contestaría para publicación326. Décadas atrás, en las inmediaciones de Santa Marta, Éliseo Réclus había observado de un hombre: “Cada tres ó cuatro días, un peón iba á la ciudad á buscar los periódicos, las cartas y las provisiones; una vez por semana recibía la visita de algún amigo ó extranjero que iba a Minca”327. Todo esto ocurría en años relativamente tranquilos. Las estadísticas sugieren que las elecciones nacionales acrecentaban el trabajo en las imprentas más que en tiempos de revoluciones. En 1874-1875, circularon por los correos nacionales 323,567 impresos; en 1875-1876, descendieron a los 306,116328. Las cifras no pueden imputarse a la candidatura regionalista de Núñez. En 1873-1874, cuando él todavía residía en Europa y no se registraba ninguna revolución nacional, los impresos alcanzaron una cifra mayor de 357,485. Y sin embargo, la elección nacional de Santiago Pérez a la presidencia de la Unión no es recordada como extraordinariamente contestada. Las cifras no deberían tomarse tan literamente pero los sucesivos informes sugieren una hipotesis que deberá ser confirmada con la profundidad deseada que no he podido obtener después de 1879: las revoluciones políticas no eran acontecimientos tipográficos más importantes para esta sociedad que las competidas elecciones nacionales.

Los periódicos se elaboraban con las cartas, los chismes en la calles y, a medida que avanzaban los años, los telegramas. Las imprentas eran otros lugares de intercambio de opiniones, como otras casas y negocios: “Alto, robusto, de buen parecer, serio en su aspecto y muy cortés de maneras, Luis Eduardo entraba contoneándose un tanto, siempre con alguna noticia grave sobre la política del momento, o con alguna idea trascendental o curiosa cazada en las lecturas de la noche”. Sanín Cano vindicaría del olvido a los empleados de la administración de Antioquia que dejaban sus artículos en la imprenta y de                                                                                                                          322 Marco Palacios, Parábola del liberalismo, (Bogotá: Editorial Norma, 1999): 41. 323 Informe del Director (1875), cuadro D. 324 Enciclopedia de Bolsillo, 105-115. 325 Julio H. Palacio, Historia de mi, 8.  326 Carta de Aquileo Parra al Redactor de La Vanguardia, San Vicente, 1 de abril de 1887, caja 1, carpeta 1, folios 41-48. 327 Eliseo Réclus, Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta, (Bogotá: Colcultura, 1992): 135. 328 Informe del Director (1877), 68.

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las tertulias a las que acudían hombres como Rafael Uribe Uribe329. La prensa vinculaba a más grupos sociales que aquellos que laboraban entre el antiguo sonido de las máquinas, aspirando el olor de tinta de la imprenta. Muchos políticos se granjearon una reputación en la “vida pública”, tal era su ocasional expresión, con sus colaboraciones escritas en la prensa. José María Vergara y Vergara, autor del célebre Parnaso Colombiano entre otros volúmenes, fue descubierto por la opinión con su Mosaico (1858). Uno de sus biógrafos declaraba: “Entonces, si el autor era un principiante, lo daba á conocer, lo presentaba á sus amigos, y en pocas horas le improvisaba una reputación” . Un joven venido del Cauca, con la carta de presentación de que había combatido en el Cauca bajo el mando de Julio Arboleda entre 1859-1861, trajo consigo un cierto negocio de papeles, apalabrado prontamente con Vergara y Vergara. Él nunca perdía de vista las letras; el interlocutor asintió, con modestia, y confesó poseer algunos borradores con versos. Vergara y Vergara los vería al día siguiente. “Olvidarlos! En Bogotá, patria de mi alma, ¿no fueron usted y ellos mi familia? ¿Qué era yo en 1864? ¿A quiénes debo mi posición actual?”, le contestaba el muchacho en carta al biógrafo de Vergara y Vergara. Jorge Isaacs, el célebre autor de la célebre María, llegaría a ser un reputado político radical330. Los políticos no colaboraban exclusivamente en los periódicos o debían cierta limosna a las imprentas por brindarles la reputación que los conduciría a lo más alto de los cargos públicos. Con los propietarios de imprentas concertaban también el envío de hojas volantes y oficiaban de mecenas con algunas revistas de sociedades estudiantiles331. No sobrará decir que muchos de aquellos propietarios eran políticos, como Medardo Rivas y José Benito Gaitán.

Otros grupos sociales contribuirían a forjar esta cultura escrita. Privilegiadas mujeres en los periódicos del “bello sexo”; artesanos que criticaban a los gobiernos en sus periódicos; militares que firmaban adhesiones a candidaturas liberales; niños que repartían impresos en las calles332. Algunos jóvenes universitarios se reunían en las noches y bajo la luz tranquila y velada imprimían el periódico de su sociedad liberal333. Otros liberales deseaban circular las noticias bajo el esplendoroso sol en Pereira: “Ha hecho mucha impresión lo dicho por el Dr. Uribe en su discuro de “Barranquilla”, i como los que vivimos a tanta distancia de la Capital tenemos tan pocos medios de información estámos a cada paso, espuestos a error, quisieramos aunque fuera tarde, tenida cuenta la distancia y las ocupaciones de Ud., estar mediamente enterados de lo que allá pasa”334. Este no sería el único testimonio paradójico de la época.                                                                                                                          329 Baldomero Sanín Cano, De mi vida, 23-24 y 27. 330 Carlos Martínez Silva, A la memoria de José María Vergara y Vergara, recuerdo de sus hijos (1890), 10 y 17. El caso de Buenaventura Correoso es igualmente interesante: José María Lleras, Rasgos biográficos del general del Estado Soberano de Panamá, en los Estados Unidos de Colombia, señor Buenaventura Correoso, (Bogotá: Imprenta J. M. Lleras, 1876): 4. 331 Carta de A. Paz a Aquileo Parra, Bogotá, fecha presumible de 1885, caja 1, carpeta 2, folio 4; Luis María Mora, Croniquillas de mi, 105. 332 David Sowell, Artesanos y Política en Bogotá, 1832-1919, (Bogotá: Ediciones Pensamiento Crítico-Círculo de Lectura Alternativa, 2006): 155; El bola-botín”, Papel Periódico Ilustrado, Bogotá, 15 de octubre, 1884, 77. 333 Consúltese, por ejemplo: El radical: órgano de la sociedad de este nombre (1879). Para mayor profundidad y detalle sobre el vínculo entre prensa y sociedades democráticas: Adrián Alzate García, Asociaciones, Prensa y, 58, 133-134. 334 Carta de Lázaro Sarabia a Aquileo Parra, Pereira, 9 de octubre de 1899, caja 1, carpeta 6, folio 324.

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Después del 12 de abril de 1877, los periódicos de la capital continuarían celebrando la victoria de las tropas bajo el mando del general Trujillo la víspera. Pero como lo sugiere el testimonio de Lázaro Sarabia en Pereira, otros periódicos por fuera de Bogotá tardarían unos días en entonar la anhelada palabra.

IX En un juego de escalas que armoniza la histoire événementielle, la historia social y

las connected histories, he procurado explorar el mundo de la información y de las comunicaciones políticas en Colombia entre 1864 y 1905. El estudio de la revolución política de 1876-1877 ha permitido entrever animadamente los diversos “sistemas de comunicación” política, vocablos aparejados conjuntamente desde aquella época, con sus singulares dificultades e interceptaciones. Sin despejar del todo el omnipresente riesgo del error, es seguro declarar que en la segunda mitad del siglo XIX las comunicaciones políticas son comprobables en cartas, periódicos, folletos, panfletos, libelos, conversaciones, rumores, epigramas, sonetos, sermones y telegramas. La “información” era otro fecundo Proteo: chismes, adhesiones a la prensa, juicios sobre los políticos, resultados electorales y bélicos, entre otros tópicos de inventario prolongable. Ejercicios estilizados que pretendan elaborar un “circuito modelo” de la información simplificarán terriblemente el movimiento de la información de la época335. Hacia 1830, los editores de los periódicos de Cartagena hallaban material para sus columnas en las calles336. Décadas más tarde, el asunto revestía mayor complejidad; noticias orales de procedencias insólitas, cartas y telegramas se combinaban con desenvoltura. Pero el énfasis singular en las cartas, y por tanto en el archivo de Parra, rehúye cualquier capricho: las cartas circulaban tanto como los impresos en la segunda mitad del siglo XIX337. Y no versaban menos sobre las opiniones de los colombianos: “El candidato aceptado conforme a lo que se ventila en la calle: unos dicen Camargo, i otros Felipe Pérez”338. Excluirlas sería desconocer una considerable tajada de la cultura escrita y de la opinión de la época. La frecuente lectura colectiva de las cartas impide reducir su contenido al destinatario. En realidad, conocemos exiguamente sobre el alfabetismo de esta sociedad339. Prudente sería decir que la lectura era una práctica adjudicable a una minoría, aunque existan rastros de grupos sociales considerados pobres que leían; insensato sería tomar su cifra como un índice de la población que participaba del movimiento de la información y de las comunicaciones políticas340. Esta sociedad era

                                                                                                                         335 Como en la Francia del siglo XVIII: Robert Darnton, “Una de las primeras…”, 382-383. 336 Carlos Fanuel Luna Castilla, “La política desde…”, 6. 337 Véase, por ejemplo, Informe del Director (1870), 10. En otros informes la variación no es considerable. 338 Carta de Jesús María Chaparro a Julián Trujillo, Barranquilla, 9 de agosto de 1880, GC (JT), caja 94, rollo 54, carpeta 70, folios 280-415, CEOR, AGN. 339 Las cifras de los siguientes trabajos ofrecen poco soporte documental: Patricia Londoño Vega, “La educación…”; Marco Palacios, Parábola del liberalismo, 40-41. 340 “Sabían leer y hacer las letras. Era un grupo de niños pertenecientes a las clases obreras de la ciudad”, en Baldomero Sanín Cano, De mi vida, 21.

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singularmente conversadora y chismosa. ¿Dónde quedarían las sirvientas, postas, arrieros, soldados, peones, tenderos y mendigos, tan bulliciosos en esta historia?

¿Qué cosa habremos de llamar “opinión pública” en aquella época? Este es un asunto carente de respuesta sencilla. En el grabado de Alberto Urdaneta, La Opinión Pública (1876) brilla esplendoroso como el gran sol que descubría las prácticas fraudulentas de los políticos y los devolvía a su caja de Pandora. Este, como el de la prensa y ciertas conversaciones, era el tribunal que gustaba tanto a los philosophes franceses y aceptado por contados científicos sociales. Pero otros documentos revelan una opinión menos ilustrada si bien no menos racional: chismes, noticias, falsos rumores, adhesiones a candidaturas y conversaciones. La calle era un sitio predilecto para ejercer la opinión pero no el único. La diversidad dependía del lugar ocupado en las relaciones sociales y de los pueblos y ciudades. ¿Para qué buscar al arriero en casa cuando él frecuentaba los dilatados caminos y las populares fondas? ¿Para qué indagar por el capitán del vapor en un plaza de incipientes cafés si fatigaba su vida en la proa de una nave oteando el mundo entre las brisas del Magdalena? La sociabilidad no vibraba exclusivamente en los contados cafés o en los afrancesados salones y cruzaban las fronteras nacionales. Orales y escritas, las opiniones de estos colombianos han aminorado su oscuridad ante nosotros.

Cuando los historiadores discurren sobre la fragmentación y la división de aquella sociedad suponen una ausencia de cohesión. La pregunta es inevitable: ¿cuándo y en dónde? ¿en qué grados? ¿Cómo sopesarla con respecto a las percepciones contempóraneas y presentes? Y ¿a qué otras referencias globales? No negaré la existencia de poderes fragmentados regionalmente en Colombia en la segunda mitad del siglo XIX, como tampoco pienso refutar los pequeños intercambios comerciales de productos locales; aun cuando he indicado la imperiosa necesidad de estudiar con mayor detenimiento y profundidad el papel cohesionador que pudieron tener algunas casas comerciales. Considero, sin embargo, que ni los poderes regionales ni los pequeños intercambios económicos regionales conducen inexorablemente a la inferencia de la incomunicación de la República. Este incompleto género de percepciones sobre esta sociedad de la segunda mitad del siglo XIX debe constrastarse con otros testimonios. Colombia estaba interconectándose diversamente, muy a pesar de ciertas percepciones regionalistas de los contemporáneos. El gran historiador John H. Elliot discurrió sobre el problema histórico entre las percepciones de los contemporáneos y lo que él llamó las “realidades objetivas”341. Antes que Elliott, el viejo Mora, desprovisto de la prodigiosa formación del historiador inglés, había meditado sobre este problema: “Hay cierta fatalidad en las transformaciones políticas, y es algo imposible de apreciar con toda exactitud y describir con verdad el cúmulo de cosas que rodean los grandes acontecimientos. Millares de matices se escapan a nuestros ojos y a nuestra inteligencia”342. He insistido en el decurso de estas páginas sobre la existencia de una sociedad más comunicada y cohesionada de lo que ha sido generalmente admitido, no sólamente en el interior sino con el exterior, por cuenta del movimiento de la información y de las comunicaciones políticas. Las líneas de correos nacionales atravesaban gran parte de la geografía semanalmente, quincenalmente. Aquellas de los estados deben ser estudiadas con esmerada profundidad; las pocas revisadas deparan                                                                                                                          341 John H. Elliott, Haciendo Historia, (Madrid: Editorial Taurus, 2012): 153. 342 Luis María Mora, Croniquillas de mi, 54.

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grandes sorpresas: cuarenta y siete rutas semanales directas que penetraban pueblos tan pequeños como Manta y Macheta, Cundinamarca343. Insisto en que la segunda mitad del siglo XIX presenció notables cambios para las comunicaciones y a la vez testimonió la continuidad de antiguas prácticas concurrentes desde el Nuevo Reino de Granada. En 1891, los telegramas se computaban en 1,800,000 comparado con los 75,345 dos décadas antaño; ni los daneses, portugueses, griegos, peruanos, brasileros, contaban con mayores millas de cables y despachos telegráficos. Pero Colombia figuraba muy por detrás de los Estados Unidos, México, Italia, Francia y Gran Bretaña. El teléfono tímidamente pero irrevocablemente se anunciaba en esta sociedad: Núñez era ya un adicto; otros lo eran en Bucaramanga, y en Bogotá cerca de cuatro cientos números listaban en una enciclopedia de bolsillo344. Todo aquello no debe conducirnos a engaños: no sugiero en estas páginas una República ni perfectamente ni homogéneamente comunicada.

Los lectores pueden contentarse con la representación del campo como un pueblo fantasma. A finales del siglo, otros colombianos consignaban: “No hai día que no me llegue alguna carta de reclamo, y cada una asume un tono mas perentorio que la presedente”345. Lejos de Bucaramanga, un liberal plañía la relativa ausencia de noticias pero se ofrecía para circular hojas volantes en Pereira. En estas páginas sugiero que incluso las rutas locales de comercio, aquellas pobres vacas flacas, podían alimentarse de noticias arribadas en escritos y viajeros que irrespetaban las “cerradas, impermeables y herméticas” aldeas y provincias. Los viajeros de todo género charlaban en los caminos. Y otros testimonios sugieren que la política y la economía no necesariamente iban al mismo paso. Barrancas, Tamalameque, Fonseca, Santa Rosa de Osos, San Andrés de Sotavento, Sincelejo, Marmato, Riohacha; entre pueblos y ciudades, desde la punta de la Costa hasta la punta más remota del Cauca, una manifestación de Parra evocaba la aprobación de muchos liberales346. Aquellas poblaciones ostentaban unas economías en cierto grado locales pero la política nacional perforaba sus fronteras. Hasta la pequeña Sotaquirá, Boyacá, fue penetrada por la manifestación de Parra347. No negaré que existieran poblaciones remotas, en cierto grado también para la política, como los pueblos en derredor a Valledupar franqueados por Louis Striffler. Pero incluso allí los infrecuentes arrieros de vez en cuando portaban recuerdos políticos divulgándolos en los caminos348. En las remotas haciendas del Ocaso, María y San Vicente, Camacho Roldán, Trujillo y Parra no estaban desinformados de lo que ocurría en otras márgenes de la República. Camacho Roldán escuchaba atentamente a los albañiles y jardineros. La correspondencia de estos políticos abundaba en informes provenidos de                                                                                                                          343 El Diario de Cundinamarca n. 148º, Bogotá, martes 26 de abril de 1870, 589-591. 344 Enciclopedia de bolsillo, 98-115 y 230-231; Julio H. Palacio, Historia de mi, 293. 345 Carta anónima a Aquileo Parra, Bucaramanga, 15 de junio de 1899, caja 1, carpeta 7, folio 465. 346 Carta Marcos Serrano et al a Aquileo Parra, Barrancas, 1 de enero de 1899, caja 1, carpeta 7, folio 431; adhesión a Aquileo Parra, Santa Rosa de Osos, enero de 1899, caja 1, carpeta 7, folio 416; adhesión a Aquileo Parra, Riohacha, enero de 1899, caja 1, carpeta 7, folio 420; adhesión de Leandro Valle et al a Aquileo Parra, Tamalameque, caja 1, carpeta 7, folio 425; adhesión de Rafael Tovar et al a Aquileo Parra, Fonseca, 1 de enero de 1899, caja 1, carpeta 7, folio 435; adhesión de Nicanor Vergara et al a Aquileo Parra, San Andrés de Sotavento, caja 1, carpeta 7, folio 448. 347 Malcolm Deas había indicado estos hechos en Del Poder y, 177-199; telegrama de Manuel Puerto a Aquileo Parra, Sotaquirá, 24 de diciembre de 1898, caja 1, carpeta 7, folio 414. 348 Striffler hablaba de los “Homeros” de los caminos. En Luis Striffler, El Río César, relación de un viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta en 1876, (Bogotá: Imprenta Nacional/Senado de la República, 1986): 47-51.

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diversos confines de la República, redactados por liberales deseosos de encontrar colocaciones y servir a la “causa” liberal. No hay razones para suponer que la contraparte conservadora difiriera extraordinariamente. Y numerosos liberales continuarían siendo corresponsales décadas después: “El costeño parrista de 1874, hoy el mismo; á sus órdenes”. Otro liberal le escribía a Parra: “En el año de 1876, tuve la oportunidad de ser su agente, como Alcalde Civil y Militar en esta población (…) Hoy reitero nuevamente adeción a Ud”349. Sin embargo, una salvedad es apremiante: el cambiante pero nunca homogéneo movimiento de la informacion y de las comunicaciones políticas, no necesariamente se traducía en grandes tesoros y gobernantes deferentes con las necesidades más urgentes de sus ciudadanos. Verosímilmente, las penurias fiscales, la ausencia de vías y de escuelas, sufridas en aquella época no pueden imputárseles a una conjeturada ausencia de noticias políticas tanto como a una manifestación singular y compleja de las condiciones socio-económicas nacionales y globales que enfrentaron los gobiernos representativos de la segunda mitad del siglo XIX. Pueblos tan remotos como Chiriguaná, Magdalena, carecían de colecciones de leyes pero el presidente de la República estaba al tanto de este imprescindible pormenor350.

Esta sociedad compartía creencias y prácticas políticas, a pesar de las distancias geográficas. Los “sistemas de comunicación” contribuyeron a propagarlas y vigorizarlas. El extraordinario partidismo de esta sociedad no puede explicarse sólamente por la guerra351. Las provisorias estadísticas sugieren que las elecciones comunicaban incluso más a esta sociedad que las revoluciones políticas. Con apenas trece años, Enrique Olaya Herrera se forjó una reputación con el periódico manuscrito que redactó en Guateque352. Su carrera política en la “sociedad guataqueña” habría sido extraordinaria pero existía la posibilidad de destellar en la sociedad colombiana. Los historiadores han discurrido tímidamente sobre las migraciones políticas353. Algunas biografías revelan un gran movimiento por las regiones en busca de oportunidades políticas y económicas. Hombres como Murillo Toro, originarios del Tolima, ocuparon cargos públicos en Santander, Cundinamarca y Tolima. Un cachaco como Francisco de Paula Borda fue elegido representante de Panamá. Políticos y otros miembros de la sociedad estaban en busca de colocaciones. Cierto número de senadores plenipotenciarios del congreso nacional representaban a los estados federales de los que no eran originarios y en dónde no habían estudiado354. Cuando hablamos de los grupos políticos como “caucanos”, “antioqueños” y “costeños”, ocasionalmente tendremos que decir que no lo eran del todo. El mapa 1 en el añexo representa la correspondencia recibida por Parra entre 1864 y 1899. Principalmente, recibió correspondencia del Cauca, Tolima y Cundinamarca, teatros centrales de las operaciones de la revolución de 1876-1877. Pero en otras oportunidades recibiría correspondencia de Ipiales, Colón y Riohacha.

                                                                                                                         349 Telegrama de Miguel Hernández a Aquileo Parra, Tunja, 30 de noviembre de 1898, caja 1, carpeta 7, folio 401; carta de Wenceslao E. a Aquileo Parra, Girardot, 17 de diciembre de 1898, caja 1, carpeta 8, folio 409. 350 Luis Gabriel Galán Guerrero, Laura Wills, Juan Carlos Rodríguez Raga, “Los viajes olvidados…”, 1. 351 Eduardo Posada Carbó, La Nación Soñada, (Bogotá: Editorial Norma, 2006); Luis Gabriel Galán Guerrero, Laura Wills, Juan Carlos Rodríguez Raga, “Los viajes olvidados…”, 15. 352 Julio H. Palacio, Historia de mi, 198. 353 Algunas intuiciones pueden hallarse en Eduardo Posada Carbó, El Caribe Colombiano, 216. 354 Considérese, por ejemplo, los casos de Tomás Rengifo en Antioquia, o aquel de Ricardo Lésmez en Santander.

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Éste no era sino un fragmento de su archivo de cartas, ahora perdido u olvidado en algún viejo baúl. Parra era un político entre cientos. De uno reputado de ser nacional como él se conservan cuatro cajas de su correspondencia mientras que trece ignotas cajas son conservadas de Solón Wilches, un político reputable de ser regional. Los “caciques” no eran indiferentes a la pluma de ganso. Sería anacrónico e inadecuado hablar de “diasporas” en esta sociedad pero multitud de estudiantes universitarios, políticos, arrieros, viajeros, peones, y comerciantes migraban constantemente en el grandor de la República, entablando negocios, matrimonios, trabajos, amistades y relaciones políticas.

Asimismo, en este trabajo disiento de ciertas interpretaciones que han sostenido que la política concernía únicamente a las “élites” y que el gamonalismo conducía todas las manifestaciones políticas de la época355. Otros trabajos han señalado la importancia de la prensa, las sociedades políticas y los militares. El sólo término “élites” y la definición de “política” resultan debatibles en estos trabajos, tanto como otras afirmaciones que aseguran que poco interesaba a los grupos populares, más allá de la defensa de la cruz o del proteccionismo ecónomico, reduciendo la política de los grupos populares a los intereses de los artesanos (que no eran homogéneos); y asegurando que cuando otros grupos respondían al llamado de la política -encarnada en una conciencia externa e impositiva- lo hacían apenas como ciega carne de cañón en los albores puntuales de las revoluciones políticas. Este trabajo ha pretendido examinar cómo participaron del movimiento de la información y de las comunicaciones políticas distintos grupos sociales, de acuerdo a sus posibilidades y limitaciones sociales. También se ha pretendido ensanchar los intereses y campos de acción de ciertos grupos sociales generalmente concebidos como económicos: los peones, los tripulantes de las embarcaciones sobre el Magdalena, los comerciantes, los sirvientes y los arrieros. Todos participaron del movimiento de la información y de las comunicaciones políticas no sólamente -tampoco hay pruebas de que mayoritariamente- durante las revoluciones políticas. Otros olvidados colombianos, como los empleados de las administraciones de hacienda nacional, las aduanas y los telégrafos, han probado ser importantes en el curso habitual de la política. Los muchos y distintos testimonios de estas páginas sugieren considerar la participación política más allá del voto y de los rifles.

Al final, una imagen exiguamente comentada perdura en la conclusión de la revolución de 1876-1877. El pobre presidente Parra, abatido por su salud. Todos los corresponsales le desean pronta recuperación. La reconocida agitación de la revolución hubiera sido otra de no ser por las inclementes correspondencias sostenidas con distintos confines de la República. El telégrafo era un novedoso disfraz de Hermes. Al comienzo de este trabajo nos percatamos de que él le prometió a Zeus nunca decir mentiras, aunque no diría toda la verdad. En esta oportunidad, nos reveló que Parra estaba delicado de salud. Bajo las blancas cúpulas de los Andes, antes de fugarse hacia el esplendoroso crepúsculo del otro lado del oceáno Atlántico, ¿estaría Hermes dispuesto a confesarnos que él mismo ayudó a enfermar a Parra?

                                                                                                                         355 Jorge Orlando Melo, “La Constitución de 1886”, en Jorge Orlando Melo et al, Nueva Historia de Colombia V. III, (Bogotá: Editorial Planeta, 1989): 3 (versión digital); Marco Palacios, Parábola del liberalismo, 222.

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Anexo

Mapa 1º , con la división administrativa de los Estados Unidos de Colombia, 1863-1886.

Fuente: Archivo Histórico Aquileo Parra (1841-1940), 4 cajas, BLAA, MRA.

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Otros libros que orientaron este trabajo

Bayly, Cristopher Alan. El Nacimiento del Mundo Moderno 1780-1914, (Madrid: Siglo XXI Editores, 2010). ______ Empire and Information: Intelligence Gathering and social communication in India, 1780-1870. (Cambridge: Cambridge University Press, 2000). ______ “Knowing the Country: Empire and Information in India”. Modern Asian Studies 27 (1) (1993): 3-43. Bioy Casares, Adolfo. Historias Fantásticas. (Buenos Aires: Emecé Editores, 1972). Bloch, Marc. Apología para la historia o el oficio de historiador. (México D. F.: Fondo de Cultura Económica, 2003). Borges, Jorge Luis. El Aleph, (Madrid: Alianza Editorial, 2007). Chartier, Roger. Espacio Público, crítica y desacralización en el siglo XVIII: los orígenes culturales de la Revolución Francesa. (Barcelona: Gedisa Editores, 1995). ______ “Construction de l’État moderne et formes culterelles: perspectives et questions”, Culture et idéologie dans la genèse de l'État moderne. Actes de la table ronde de Rome (15-17 octobre 1984), (Rome : École Française de Rome, 1985): 491-503. ______ “La Conscience de la Globalité (commentaire)”, Annales. Histoire, Sciences Sociales 56 (1) (2001): 119-123. ______ The Author’s Hand and the Printers Mind, (Cambridge: Polity Press, 2012). Chartier, Roger et al. La Correspondance. Les Usages de la lettre au XIXe siècle. (Paris: Fayard, 1991). Darnton, Robert. “Una de las primeras sociedades informadas: Las novedades y los medios de comunicación en el París del siglo XVIII”. En El Coloquio de los Lectores. Ensayos sobre autores, manuscritos, editores y lectores, (México D. F.: Fondo de Cultura Económica, 2003): 371-429. _______ Poetry and the Police. Communication Networks in Eighteenth Century Paris. (Cambridge: Harvard University Press, 2010). Davis, Natalie Zemon. Women on the Margins: Three Seventeenth Century Lives. (Cambridge: Harvard University Press, 1997).

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Duby, Georges y Perrot, Michelle et al, Historia de las mujeres en Occidente Tomo IV. (Madrid: Taurus, 1993). Elias, Norbert. La Société de Cour. (Paris: Calmann-Levy, 1974). Elliott, John H. Haciendo Historia. (Madrid: Editorial Taurus, 2012). Flores, Jorge y Subrahmanyam, Sanjay. “The Shadow Sultan: Succesion and Imposture in the Mughal Empire, 1628-1640”, Journal of the Economic and Social History of the Orient 47 (1) (2004): 80-121. Goody, Jack et al, Cultura Escrita en Sociedades Tradicionales, (Barcelona: Gedisa Editorial, 2003). Graves, Robert. The Greek Myths Volume One. (New York/London: Penguin Books, 1955). Guerra, Francois-Xavier. “Epílogo. Entrevista con Francois-Xavier Guerra: <<Considerar el periódico mismo como un actor>>”. Debates y Perspectivas 3 (2003): 189-201. Kipling, Rudyard. Kim. (Barcelona: Debolsillo, 2007). Malinowski, Bronislaw. Argonauts of the Western Pacific: an account of native Enterprise and adventure in the archipelagoes of melanesian New Guinea. (London: Routledge & Kegan Paul, 1961). Pocock, J. G. A. Politics, Language and Essays on Political Thought and History. (Chicago/London: The University of Chicago Press, 1989). Shakespeare, William. The Oxford Shakespeare Complete Works. (Oxford: Clarendon/Oxford University Press, 2005). Shao, Qin. “Tempest over Teapots: The vilification of Teahouse Culture in Early Republican China”. The Journal of Asian Studies 47 (4) (1998): 1009-1041. Skinner, Quentin. La Verité et L’Historien. (Paris: Éditions de l’École des Hautes Études en Sciences Sociales, 2012). Subrahmanyam, Sanjay. “Connected Histories: Notes towards a Reconfiguration of Early Modern Eurasia”. Modern Asian Studies 31 (3) (1997): 735-762. _______ “Iranians Abroad: Intra-Asian Elite Migration and Early Modern State Formation”. The Journal of Asian Studies 51 (2) (1992): 340-363. _______ “Of Imarat and Tijarat: Asian Merchants and State Power in the Western Indian Ocean, 1400 to 1750”. Comparative Studies in Society and History 37 (4) (1995): 750-780. _______ Three Ways to be Alien. Travails & Encounters in the Early Modern World, (Waltham: Brandeis University Press, 2011). _______ Courtly Encounters. Translating Courtliness and Violence in Early Modern Eurasia, (Cambridge: Harvard University Press, 2012).

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Thompson, E. P. Making History. Writings on History and Culture. (New York: The New Press, 1994).

Tesis sin publicar

Álzate García, Adrián. Asociaciones, Prensa y Elecciones: Sociabilidades Modernas y Participación Política en el Régimen Radical Colombiano (1863-1876). Tésis Maestría en Historia. (Medellín: Universidad Nacional de Antioquia, Sede Medellín Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, 2010). Díaz Vásquez, Angélica María. Pluma, papel y tinta: prensa literaria y escritores en Bogotá, 1846-1898, (Bogotá: Universidad de los Andes, 2009), Tesis de Maestría en Historia. Galán Guerrero, Luis Gabriel. “Formas de Participación Política de la Guardia Colombiana, 1862-1886”. (Tesis de pregrado en Historia, Bogotá, Universidad de los Andes, 2013).