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EL REGRESO DEL MARTÍN PESCADOR (Parte I) Leandro Rodríguez He vuelto, me represento ante ustedes más como lo que soy ahora que como lo que fui o lo que seré. Digo esto porque notarán tal vez que se me ha agriado un poquito el semblante. Ya se irán acostumbrando (espero) a medida que les cuente las últimas novedades de mi vida. Cuando haya volcado estas experiencias deseo que ustedes, lectores fieles, encuentren algún sentimiento de compenetración conmigo. Noto, en general, un desinterés perpetuo de las personas que me rodean por escucharme. Incluso tratándose de personas muy próximas. Siento que para estas personas mi vida es un cúmulo de anécdotas que se amontonan en un ser a medida que pasa el tiempo, surge así el “narrador” del que tanto se habla. Soy el Martín Pescador, coleccionista de anticuarios y extravagancias personales. Me dispongo, por voluntad propia, por supuesto, a contarle a cualquiera algún pequeño retazo de relato, adornándolo un tanto para no desalentar al auditorio, me esfuerzo en parecer creíble e increíble al mismo tiempo, esperando solamente ser escuchado. Siento la desesperación del relojero que ha perdido una pequeña arandela debajo de la mesa y no logra poner en marcha de nuevo el maldito aparato. Me consterno ante un detalle que se descuelga de la memoria para siempre, como un vagabundo perdido que se marchó a otra ciudad o murió, y nadie se atreve a preguntar por él porque vaya uno a saber. Me desespero, porque el coleccionista de detalles, por cierto el único tipo de lector que conozco, aguza el ojo justo allí donde yo dibujo más grueso. El despiste, la

El Regreso del Martín Pescador I Leandro Rodríguez

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Primera parte de El Regreso del Martín Pescador escrito por Leandro Rodríguez

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EL REGRESO DEL MARTÍN PESCADOR (Parte I)Leandro Rodríguez

He vuelto, me represento ante ustedes más como lo que soy ahora que como lo que fui o lo que seré. Digo esto porque notarán tal vez que se me ha agriado un poquito el semblante. Ya se irán acostumbrando (espero) a medida que les cuente las últimas novedades de mi vida. Cuando haya volcado estas experiencias deseo que ustedes, lectores fieles, encuentren algún sentimiento de compenetración conmigo.

Noto, en general, un desinterés perpetuo de las personas que me rodean por escucharme. Incluso tratándose de personas muy próximas. Siento que para estas personas mi vida es un cúmulo de anécdotas que se amontonan en un ser a medida que pasa el tiempo, surge así el “narrador” del que tanto se habla. Soy el Martín Pescador, coleccionista de anticuarios y extravagancias personales. Me dispongo, por voluntad propia, por supuesto, a contarle a cualquiera algún pequeño retazo de relato, adornándolo un tanto para no desalentar al auditorio, me esfuerzo en parecer creíble e increíble al mismo tiempo, esperando solamente ser escuchado.

Siento la desesperación del relojero que ha perdido una pequeña arandela debajo de la mesa y no logra poner en marcha de nuevo el maldito aparato. Me consterno ante un detalle que se descuelga de la memoria para siempre, como un vagabundo perdido que se marchó a otra ciudad o murió, y nadie se atreve a preguntar por él porque vaya uno a saber. Me desespero, porque el coleccionista de detalles, por cierto el único tipo de lector que conozco, aguza el ojo justo allí donde yo dibujo más grueso. El despiste, la ineptitud o la flojera me llevan a dar un brochazo que a veces va de punta a punta del cuadro. Si se me puede recriminar algo y tener algún tipo de razón a su vez al hacerlo, pido disculpas.

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Si alguna vez comencé la historia de lo que le pasó a la tía de un desconocido y luego no supe o no pude terminar la historia, lo siento. Seguramente, dentro de las posibilidades estaba que ella haya sacado la quiniela o, mejor aun, conocido algún amor furtivo, es a su vez posible que se recuperara de la enfermedad hereditaria o que conociera algún paraíso terrestre. Para ser sincero, desconozco tal final, aunque, ahora que lo pienso mejor, tal vez tuve la impresión de conocer el principio de la historia pero no fue así. Me di cuenta de esta falla apenas mencioné el nombre de la tía, inmediatamente intenté recomponer las piezas del rompecabezas cronológico pero no tenía piezas.

Quisiera otro día contarles el peor aprieto en el que me he metido por andar improvisando, pero no sé si será posible. Como dice el dicho, “en blog prestado no maduran las naranjas”.