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EL SIGLO XX I LA LITERATURA ANTERIOR A 1939 1. LA CRISIS DE FIN DE SIGLO Y EL TRÁNSITO AL SIGLO XX (1885-1915) Durante el último tercio del siglo XIX se producen una serie de transformaciones tan decisivas en la escena mundial, que podemos hablar de una verdadera crisis, es decir, de un profundo cambio que afectará a todos los órdenes de la historia humana. Entre ellas, la más importante en el terreno económico fue la llamada segunda revolución industrial, caracterizada por la aparición de nuevas fuentes de energía, la mejora de los medios de comunicación, los adelantos científicos y técnicos, la concentración de numerosos obreros en grandes factorías. Todo ello conduce a un espectacular auge de la burguesía y del sistema capitalista, aunque también provoca la aparición de un proletariado cada vez más numeroso y combativo, que vive en condiciones inhumanas, pero que se niega a aceptar su situación de manera resignada. Tales circunstancias conducirán al conflicto y enfrentamiento entre las grandes potencias, que desemboca en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y al auge del movimiento obrero y la agitación revolucionaria, especialmente en torno a 1917, el año en que triunfa en Rusia la Revolución Soviética. En España, la situación durante el periodo de la Restauración y la Regencia [Reinado de Alfonso XII (1875-1885) y Regencia de María Cristina (1885-1902)], es aun más grave si cabe, como consecuencia del atraso económico que el país sufre en comparación con sus vecinos europeos; el anquilosamiento de un sistema político caracterizado por la corrupción, el caciquismo y el turno de los partidos liberal y conservador; el atraso cultural (en 1900 el 64% de la población adulta es analfabeta); el poder y la injerencia en los asuntos políticos de la Iglesia y el Ejército; y la pervivencia de un sistema social arcaico caracterizado por el predominio de las clases conservadoras 1

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EL SIGLO XX

I LA LITERATURA ANTERIOR A 1939

1. LA CRISIS DE FIN DE SIGLO Y EL TRÁNSITO AL SIGLO XX (1885-1915)

Durante el último tercio del siglo XIX se producen una serie de transformaciones tan decisivas en la escena mundial, que podemos hablar de una verdadera crisis, es decir, de un profundo cambio que afectará a todos los órdenes de la historia humana. Entre ellas, la más importante en el terreno económico fue la llamada segunda revolución industrial, caracterizada por la aparición de nuevas fuentes de energía, la mejora de los medios de comunicación, los adelantos científicos y técnicos, la concentración de numerosos obreros en grandes factorías. Todo ello conduce a un espectacular auge de la burguesía y del sistema capitalista, aunque también provoca la aparición de un proletariado cada vez más numeroso y combativo, que vive en condiciones inhumanas, pero que se niega a aceptar su situación de manera resignada. Tales circunstancias conducirán al conflicto y enfrentamiento entre las grandes potencias, que desemboca en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y al auge del movimiento obrero y la agitación revolucionaria, especialmente en torno a 1917, el año en que triunfa en Rusia la Revolución Soviética.

En España, la situación durante el periodo de la Restauración y la Regencia [Reinado de Alfonso XII (1875-1885) y Regencia de María Cristina (1885-1902)], es aun más grave si cabe, como

consecuencia del atraso económico que el país sufre en comparación con sus vecinos europeos; el anquilosamiento de un sistema político caracterizado por la corrupción, el caciquismo y el turno de los partidos liberal y conservador; el atraso cultural (en 1900 el 64% de la población adulta es analfabeta); el poder y la injerencia en los asuntos políticos de la Iglesia y el Ejército; y la pervivencia de un sistema social arcaico caracterizado por el predominio de las clases conservadoras (burguesía y oligarquía terrateniente), la debilidad de las clases medias y de la todavía exigua clase obrera, que empieza a organizarse en sindicatos y partidos, socialistas o anarquistas; y la pobreza y atraso de las masas campesinas, que representan más del 60 por ciento de la población.

La derrota de España frente a los EE.UU. y la pérdida de las últimas colonias (Cuba, Filipinas y Puerto Rico) en 1898 –el llamado Desastre del 98–, además del quebranto humano y económico que representó, fue un acontecimiento que marcó decisivamente a los autores de la llamada Generación de fin de siglo, que entonces se daban a conocer, y el detonante o catalizador de un movimiento de protesta de carácter regeneracionista, en el que destacaron los nombres de VALENTÍ ALMIRALL1, catalanista, republicano federal y difusor precoz de muchas ideas renovadoras; RICARDO MACÍAS PICAVEA, autor de El problema nacional2; el abogado y periodista mallorquín DAMIÁN ISERN3; el ingeniero de minas LUCAS MALLADA4; y JOAQUÍN COSTA, autor de escritos y propuestas de carácter muy diverso5, cuyo influjo en los autores de fin de siglo fue decisivo.

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1.1. La literatura de fin de siglo. Actitudes, tendencias e influjos

Los autores que empiezan a escribir en torno a 1900 se han clasificado tradicionalmente en la historia literaria dentro de dos grupos, a los que se atribuyen caracteres diferentes e incluso opuestos: por un lado la llamada Generación del 98 y por otro el Modernismo.

Dentro de la Generación del 98 suele situarse a los autores pesimistas, como Miguel de Unamuno o Pío Baroja, preocupados por la situación de España y por los problemas existenciales, que manifiestan un compromiso político más firme, y cuyo estilo se caracteriza por la concisión y la sencillez. Los autores modernistas, en cambio, expresarían su actitud de rebeldía mediante la evasión de la realidad circundante, las actitudes esteticistas y la exuberancia y riqueza del estilo. En la actualidad, sin embargo, la crítica prefiere hablar de una única Generación de fin de siglo en la que conviven tendencias distintas, a veces contradictorias, pero que en todos los casos tienen su origen en la profunda crisis a la que acabamos de aludir. No obstante, en los siguientes apartados señalaremos con más detalle los rasgos característicos del 98 y el Modernismo.

Rasgo común a todos los autores de fin de siglo es la rebeldía, la actitud de protesta frente a la sociedad y la ruptura con el pasado inmediato, una rebeldía que en algunos escritores se traduce en un sentimiento de angustia, melancolía, subjetivismo y replegamiento hacia el mundo interior; en otros en una actitud esteticista, de evasión hacia el pasado o hacia un mundo exótico e irreal, de una belleza soñada e inalcanzable. En el terreno político y vital, algunos escritores optan por las actitudes individuales de carácter

antisocial – desarraigo, bohemia, nihilismo – para manifestar su rebeldía; otros, especialmente en el llamado Grupo del 98, prefieren el compromiso político, la protesta, y las actitudes regeneracionistas, lo cual les lleva a plantearse el “problema de España”, sus causas y soluciones, generalmente desde posiciones muy pesimistas, y a reivindicar, frente a las frustraciones del presente, un pasado español idealizado, en obras como En torno al casticismo (1895) de Miguel de Unamuno, Los pueblos (1905) de Azorín, Hacia otra España (1898) de Ramiro de Maeztu.

La crisis de fin de siglo no sólo representó un cambio en el terreno político y social, sino que vino acompañada por una profunda crisis en los valores y el pensamiento europeos. El racionalismo y el positivismo, que únicamente aceptan aquellos hechos que pueden ser demostrados mediante la experiencia y la razón, pierden la validez que alcanzaron en el siglo XIX, y son sustituidos por tendencias filosóficas vitalistas e irracionalistas, que consideran que nuestra percepción del mundo es un hecho subjetivo, que la verdad es algo relativo, y frente a la razón y la experiencia, defienden otras formas de conocimiento como la fe, la ensoñación o la intuición.

La crisis y la ruptura también alcanzan a la literatura, como es lógico. Frente al realismo, y su prolongación, el naturalismo, que estuvieron en boga en la segunda mitad del siglo XIX, y que pretendían ofrecer un retrato fiel y un análisis minucioso de las realidades humanas con un estilo supeditado a ese fin –como ocurre en las novelas de Balzac, Galdós o Clarín–, en la etapa de fin de siglo surgen en la literatura europea tendencias antirrealistas en que se manifiestan algunas de las actitudes ya citadas (esteticismo, evasión, subjetivismo o irracionalismo). Entre tales tendencias destacaron las siguientes:

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– El Prerrafaelismo, corriente artística surgida en Inglaterra, que exalta el pasado medieval y la vuelta a los valores ingenuos y naturales, busca la pureza de la obra artística y, en las artes figurativas, opta por la decoración floral, la fantasía y las formas sinuosas, presentes en el art nouveau o en el arte modernista.

– El Parnasianismo francés debe su nombre al título de una revista, Le Parnasse contemporain (1866). Su maestro, Théophile Gautier (1811-1872), con su famosa divisa de “el arte por el arte”, defiende la belleza como fin exclusivo de la creación, la perfección formal, y recrea, idealizándolas, las culturas antiguas (Grecia) o exóticas (India, China). Con el Parnasianismo se instaura el ideal de una poesía serena y equilibrada, el gusto por las líneas puras y “escultóricas”.

– El Simbolismo, en sentido estricto, es una escuela constituida hacia 1886, fecha del Manifesté Symboliste. Pero, en sentido más amplio, es una corriente de idealismo poético que arranca de Charles Baudelaire (1821-1867), el genial autor de Flores del mal, (1857), y se desarrolla con Paul Verlaine (1844-1896), Arthur Rimbaud (1854-1891), Stéphane Mallarmé (1842-1898).

El Simbolismo trata de descubrir por una vía intuitiva, irracional, la esencia misteriosa y escondida de las cosas y su correspondencia con los estados de ánimo del artista. Con ese fin intenta descifrar el significado simbólico y escondido del mundo natural, tratando de encontrar un mensaje oculto detrás de su apariencia material. Así, en el agua que fluye el poeta verá simbolizado el discurrir de la vida, en el verde vegetal un signo

de esperanza y regeneración de la existencia, en el mar, un reflejo del infinito, etc.

En cuanto a la forma, los simbolistas se alejan del academicismo en que cayeron los parnasianos; no se contentan con la belleza externa ni con la perfección formal, y proponen un lenguaje fluido, musical, capaz de sugerir, más que de comunicar directamente.

– El Impresionismo, tanto en la pintura como en la literatura, sustituye la copia fiel y objetiva de la realidad por la representación subjetiva, personal, mediante la selección de unos cuantos rasgos significativos que se reproducen con la pincelada suelta en la pintura o el trazo escueto en la prosa.

Además de renovar las formas y los contenidos literarios, los autores de la Generación del fin de siglo llevaron a cabo una importante renovación del estilo tanto en prosa como en verso.

Frente a la prosa del siglo XIX, en que predominaban el párrafo largo, la grandilocuencia y los excesos verbales, los autores de fin de siglo, especialmente los que tradicionalmente se han situado dentro del Grupo del 98, prefieren la frase breve, la concisión, la rapidez, la agilidad, y, en general, la sencillez, la sobriedad, la economía de medios, el estilo antirretórico. Gracias a esa técnica, y a diferencia de la literatura precedente, en que predominan la minuciosidad y lentitud descriptivas, la prosa de fin de siglo se va a caracterizar por la descripción impresionista, lograda con escasos trazos, capaz de transmitirnos en pocas palabras una imagen completa de lo visto y lo vivido.

En la lírica se produce una renovación de las formas métricas, se presta una atención especial al ritmo y la musicalidad del poema,

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y vuelven a utilizarse versos como el alejandrino (14 sílabas) y el dodecasílabo (12 sílabas), muy raros en la poesía española precedente.

La expresión de la subjetividad del escritor y la moda simbolista dan lugar a la aparición de imágenes simbólicas originales, a veces de difícil comprensión, mientras que la influencia del Parnasianismo se traduce, en los llamados autores modernistas, en una expresión refinada, y en la abundancia del léxico culto y los recursos retóricos de todo tipo.

Rasgo común a todos estos autores es el deseo de ensanchar el idioma, de aumentar su caudal léxico, para lo cual algunos recurren a palabras tradicionales, “terruñeras”, caídas en desuso en la ciudad, pero vivas en el habla de los pueblos, mientras que los llamados modernistas incorporan a sus obras cultismos, neologismos, términos tomados de otras lenguas.

1.2. La Generación o Grupo del 98

Además de agravar los problemas económicos y la crisis social, la pérdida de la últimas colonias en 1898 contribuyó a que muchos intelectuales tomaran conciencia de la situación de atraso y parálisis en que España se encontraba, y a crear una atmósfera de inconformismo. Es en torno a estos años cuando surgen voces de protesta entre algunos sectores radicales de la burguesía y la pequeña burguesía, y cuando se da a conocer un grupo de autores jóvenes, unidos por una serie de inquietudes y proyectos comunes, a los que la crítica bautizará años más tarde como Generación o grupo del 98, nombre que utilizó por primera vez Azorín en 1913, y que, aunque haya sido aceptado en la historia literaria de manera casi unánime, debe usarse con precaución, ya que los autores llamados del 98 son

en realidad un grupo o subgrupo incluido dentro de un movimiento histórico y generacional más amplio, al que conocemos con el nombre de Generación de fin de siglo.

1.2.1. Como componentes del Grupo del 98 suele incluirse a los siguientes autores, aunque la clasificación varía de un manual de literatura a otro. En general puede decirse que formarían parte del grupo del 98 los siguientes autores:

– El Grupo de los tres, núcleo esencial del 98, formado por

JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ, «AZORÍN» (1873-1967), PÍO BAROJA (1872-1956) y RAMIRO DE MAEZTU (1874-1936). Nacidos en las mismas fechas, coinciden en Madrid en la última década del siglo, y comparten la rebeldía contra el sistema político, los anhelos revolucionarios, las inquietudes literarias y la admiración por Nietzsche.

– MIGUEL DE UNAMUNO (1864-1936), catedrático y rector de la Universidad de Salamanca, era a finales de siglo una figura de prestigio en el mundo político y literario, y al mismo tiempo un temperamento rebelde con el que los jóvenes podían simpatizar, por lo que ejerció un cierto papel de guía del grupo. A él se dirigen Azorín, Baroja y Maeztu para pedir apoyo en su campaña regeneracionista en 1901.

– Precursor del 98 suele considerarse a ÁNGEL GANIVET (1865-1898), muerto tempranamente, y autor del libro titulado Idearium español (1898), que influyó decisivamente en los autores de su época.

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– A ANTONIO MACHADO (1875-1939) suele considerársele epígono del 98, ya que por su edad y formación inicia su obra en una línea de modernismo intimista, con Soledades (1903), y sólo a partir de la publicación de Campos de Castilla (1912) adopta preocupaciones y temas similares a los del 98 (el paisaje castellano, el problema de España, el regeneracionismo).

– RAMÓN VALLE INCLÁN (1866-1936) es el hijo pródigo del 98, ya que también inicia su trayectoria literaria en una línea de tradicionalismo y modernismo, y evoluciona en su madurez hacia posiciones revolucionarias similares a las de los jóvenes del 98, sobre todo desde la publicación de su primer “esperpento”, titulado Luces de bohemia (1920).

1.2.2. Desde el punto de vista político, y teniendo en cuenta las circunstancias históricas en que surge el grupo del 98, los jóvenes que lo componen se muestran rebeldes frente a la situación del país, por lo que su pensamiento entronca fácilmente con las corrientes revolucionarias, especialmente con el socialismo y el anarquismo, y se orienta hacia la crítica de la situación española y la búsqueda de soluciones. En esta línea se encuentran obras como En torno al casticismo (1895) de MIGUEL DE UNAMUNO; Hacia otra España (1899), de RAMIRO DE MAEZTU; las novelas de PÍO BAROJA Camino de perfección (1902), La busca (1904), Mala hierba (1904) y Aurora roja (1905); y la novela de AZORÍN titulada La voluntad (1902).

A partir de 1905 los autores del 98 abandonan paulatinamente su radicalismo revolucionario, y aunque el tema de España va a seguir presente en su obra, la rebeldía es sustituida por una actitud más lírica y subjetiva, y el tratamiento político del tema de España da paso a un tratamiento poético. En lugar de ocuparse de los

problemas económicos y sociales concretos de la España de la época, los autores se mueven en el terreno de los valores, las ideas y las creencias. Es entonces cuando aparecen los temas más conocidos, de la generación de 98: El pasado y el paisaje de Castilla, y de otras tierras de la Península [Los pueblos (1905) y Castilla (1912), de AZORÍN; Por tierras de Portugal y de España (1911), de Unamuno]; o los mitos literarios elevados a la categoría de símbolos de valor universal [Vida de don Quijote y Sancho (1905), de UNAMUNO; La ruta de don Quijote (1905), de AZORÍN; Don Quijote, don Juan y la Celestina (1916), de RAMIRO DE MAEZTU].

1.2.3. Influidos por el contexto en que vivieron, y por las

corrientes de pensamiento irracionalistas y vitalistas que se habían venido desarrollando en Europa –impulsadas por

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Schopenhauer6 y Nietzsche7 especialmente–, los autores del 98 rechazan la superioridad de la razón y la experiencia como fuente de conocimiento, es decir, las dos vías de acercamiento a la realidad en las que se asentó el avance del pensamiento y la ciencia durante los siglos XVIII y XIX, y depositarán su confianza en valores existenciales y medios de conocimiento no racionales, como la fe, la vida, la voluntad, la intuición.

6 Arthur Schopenhauer (1788-1860).- Autor alemán cuyo pensamiento parte del idealismo de Kant y se orienta hacia posiciones vitalistas e irracionalistas. La filosofía de Schopenhauer es radicalmente pesimista y con ella se identificaron fácilmente Azorín y Baroja, que leyeron siendo jóvenes las dos obras más conocidas de este autor: El mundo como voluntad y como representación (1818), y Parerga y Paralipomena (1851).

El mundo para Schopenhauer es representación, es decir, lo cual significa que el mundo no es posible concebirlo fuera de la imagen que de él nos proporcionan nuestros sentidos y nuestra inteligencia. Sólo conocemos por tanto los fenómenos, la apariencia, pero no la verdadera esencia de la realidad, y ni siquiera nos es posible afirmar que aquello que contemplamos exista realmente.

Tras este mundo de apariencias fenoménicas, que sólo se nos ofrece como representación, existe sin embargo un sustrato que nos permite explicar su funcionamiento y descubrir su esencia. Ese sustrato es la fuerza de la voluntad, que hace que todos los seres luchen para seguir siendo, y traten de dominar o aniquilar a los posibles causantes de su destrucción. Esta voluntad de ser es una ley universal que se manifiesta en todos los estratos de la realidad: las leyes físicas, que proporcionan consistencia y equilibrio a los seres inanimados e impiden su destrucción; el instinto de conservación y reproducción de los animales; los deseos más complejos del hombre, así como sus instintos de lucha y dominio, son otras tantas manifestaciones de la fuerza de la voluntad.

MIGUEL DE UNAMUNO, entre otros, llevó a cabo un ataque demoledor contra la ciencia en su novela Amor y pedagogía (1902), y llegó a afirmar que “lo real, lo realmente real es irracional; que la razón construye sobre irracionalidades”, o defendió la idea de que el hombre no es un animal racional, sino, sobre todo, un animal afectivo o sentimental.

La voluntad es en sí misma una energía inconsciente y ciega que, sin embargo, al llegar a su más alto grado de perfección en el hombre, desprende un destello consciente que es la inteligencia. El hombre desea y piensa, es por un lado voluntad y por otro inteligencia, y ésta crece con más vigor a medida que el instinto disminuye. De esta peculiaridad del hombre nace la terrible paradoja en que consiste la vida humana, ya que la inteligencia nos lleva a percatarnos de que la consecuencia inevitable de la voluntad es el dolor. Nuestros deseos, en efecto, suponen una carencia, la necesidad de algo que no se posee, y revelan un estado infeliz; además, la voluntad es un instinto, una fuerza ciega que se ejerce contra otros, y que se manifiesta en la lucha, y en la apropiación o la destrucción de lo ajeno. El hombre sufre porque a medida que su inteligencia se desarrolla, su capacidad para comprender y experimentar el dolor también aumenta, y, de esta forma, pensar es sufrir, y a mayor conocimiento e inteligencia, mayor dolor.

Las soluciones que al hombre se le ofrecen son varias, y todas ellas problemáticas: puede anular la inteligencia, renunciar a pensar, dejarse arrastrar por la fuerza ciega de la voluntad, pero lo único que conseguirá con ello es volver a un estado de pura animalidad. La solución debe consistir, por tanto, en suprimir la causa del dolor anulando la voluntad en nosotros: limitar nuestras ambiciones y anular los instintos mediante una vida de contención, castidad y ascetismo, para llegar a la ataraxia de los epicúreos y estoicos: el bienestar que proporciona la inacción y el dominio de los deseos.

El adormecimiento de los instintos produce, sin embargo, un mayor desarrollo de la inteligencia y una comprensión más aguda del dolor. La ataraxia es además

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1.2.4. Importante dentro de la generación del 98 es el

pensamiento religioso, presente de una manera especial en la obra de MIGUEL DE UNAMUNO, quien, muy influido por las doctrinas de Kierkegaard8, expuso su pensamiento sobre estas cuestiones en los ensayos titulados Del sentimiento trágico de la vida (1913) y La agonía del cristianismo (1925), y en dos de sus novelas más conocidas, Niebla (1914) y San Manuel Bueno, mártir (1930).

un estado antinatural, puesto que supone la destrucción de la voluntad, que es la esencia misma de nuestro ser; y por este camino se llega fácilmente al aburrimiento, al hastío de vivir. La solución no parece por tanto posible, y el hombre se ve condenado a oscilar constantemente entre el hastío y el dolor.

7 Friedrich Nietzsche (1844-1900) es el principal representante del vitalismo irracionalista y uno de los autores que más influencia ha ejercido en el pensamiento contemporáneo. Puede considerársele un continuador de la obra de Schopenhauer, al que leyó y admiró desde joven. Nietzsche desarrolló sus doctrinas más conocidas en su última época, y las expuso en sus obras Más allá del bien y del mal (1886), Genealogía de la moral(1887), Así hablaba Zaratustra (1891). La presencia de sus ideas en España fue muy destacada desde finales del siglo XIX y a lo largo del XX, y ha sido estudiada por Gonzalo Sobejano (Nietzsche en España, Madrid, Gredos, Biblioteca Románica Hispánica, 1967, 688 pp.).

Nietzsche concibe el mundo como representación, igual que Schopenhauer, y profundizando en las concepciones de éste, niega cualquier validez a las verdades objetivas y absolutas que la razón y la ciencia defienden: la realidad es cambiante, contradictoria, nos presenta a cada instante una faceta distinta, y ni la ciencia ni el pensamiento racional o empírico nos ayudan a entender esa compleja multiplicidad de lo real. Únicamente la intuición o la fantasía son capaces de proporcionarnos una representación adecuada del mundo, a pesar de lo cual la verdad tendrá que seguir siendo un hecho subjetivo, la opción personal de un individuo concreto.

Para Unamuno, el hombre vive angustiado cuando descubre su condición mortal y la nada que le espera tras la muerte. El instinto se rebela sin embargo, y el hombre busca a un Dios que garantice su inmortalidad personal. La fe sólo es, por tanto, hambre de inmortalidad, necesidad de “ser siempre, ser sin término, sed de ser, sed de ser más”. Pero la fe entra en conflicto con la razón, y entonces nace la lucha entre el sentimiento, que busca y necesita a

Para Nietzsche, igual que para Schopenhauer, la vida se caracteriza también por la presencia de la voluntad, la lucha y el dolor, aunque su filosofía se orienta hacia la superación del pesimismo de su predecesor, y hacia la exaltación de la vida y de la voluntad en un sentido positivo. Si la voluntad es la esencia misma del hombre, no debemos combatirla y anularla, sino, al contrario, aceptar la vida espontáneamente, tal como es: potenciar nuestros instintos; entregarnos decididamente a la lucha, la agresión y el dominio de lo ajeno; desarrollar de forma libre nuestra voluntad de poder, aun con el riesgo de nuestra propia destrucción.

De momento, sin embargo, no es posible adoptar esta actitud, porque el hombre vive sometido a unos valores y un tipo de moral que suponen la negación de la voluntad y de todo lo positivo que la vida ofrece. La moral cristiana, que es la moral de los esclavos y los sometidos, ha sido la principal responsable de esta aniquilación, porque durante siglos ha adormecido nuestros instintos y ha predicado la resignación, la piedad, la caridad, la abstinencia, es decir, unas normas de conducta totalmente opuestas a aquello que el instinto y la voluntad humana exigen; y en nuestros días el liberalismo o el socialismo, que defienden la igualdad y la solidaridad, han contribuido también a esa labor destructora. Por ello es necesario acabar con todos los valores vigentes en la sociedad occidental, y sobre todo con la moral cristiana; afirmar la muerte de Dios y el valor relativo de los principios morales; exaltar el instinto, la agresión y la voluntad de poder, hasta conseguir un hombre diferente, un Superhombre que encarne todos esos valores.

8 Søren Kierkegaard (1813-1855).- Filósofo y teólogo danés, se le considera precursor de la filosofía existencial, ya que, frente a las filosofías que tratan de averiguar la esencia del hombre, el pensamiento de Kierkegaard tiene por objeto primordial y punto de partida la existencia, que es un hecho concreto, irrepetible,

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Dios, y la lógica, que niega su existencia; y de esta lucha entre el instinto y la lógica, entre el corazón y la cabeza, surge la desesperación, el sentimiento de angustia que Unamuno expuso de forma apasionada en sus obras.

1.2.5. Otro aspecto esencial de los autores del 98 es su concepción de la novela. En esta época, finales del siglo XIX y principios del XX, en que continúa vigente la estética realista y alcanzan enorme éxito autores de esta corriente como Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), los escritores del 98 se proponen crear una novela de nuevo cuño, opuesta al realismo, y caracterizada por la irrupción del subjetivismo. Ello da lugar a la aparición de un tipo de novela caracterizada por:

– Replegamiento hacia la interioridad, predominio de la introspección, como ocurre en las novelas de Baroja o en las

imposible de entender a partir de planteamientos abstractos. Uno de los rasgos más destacados de la existencia

humana es la experiencia de la angustia, a la que Kierkegaard dedicó su obra más conocida, titulada precisamente El concepto de la angustia (1844). Este sentimiento es por un lado consecuencia de la propia libertad del hombre, que en cada momento se ve obligado a elegir, forjando así su destino, lo cual supone un riesgo y una responsabilidad enormes, y también una fuente constante de sufrimiento. La angustia es además la consecuencia de las extrañas circunstancias en que se desarrolla la existencia humana, que es limitada y finita, pero tiende al mismo tiempo y de manera instintiva hacia lo infinito, hacia la divinidad de la que depende. La fe, que es el esfuerzo del hombre por llegar hasta Dios, ha de ser por consiguiente una vivencia angustiosa, el fruto de una apuesta desesperada, ya que con ella se pretende cruzar el abismo que separa a la humanidad finita de la divinidad infinita.

llamadas nivolas de Unamuno, en las que hallamos lo que don Miguel denominó literatura “vivípara”, que consiste en que la obra se gesta en el interior del autor, a partir de experiencias subjetivas, y no en el exterior, mediante aquel trabajo de documentación y “empollación” de tipo ovíparo que caracterizó a los realistas.

– Pérdida de importancia de la ambientación, del entorno histórico y social en que la acción se desarrolla, mientras que, como contrapartida, pasa a un primer plano lo que podemos denominar el “paisaje interior”, el alma del personaje.

– La novela se aleja de la realidad visible para acercarse a la reflexión filosófica y el ensayo.

1.2.6. Fundamental, dentro de la estética noventayochista, es la renovación del estilo, ya indicada, que se caracteriza por:

– La voluntad antirretórica, la sobriedad, la sencillez. El estilo, decía Baroja, es “claridad, precisión, rapidez”, y Machado, en su obra Juan de Mairena, adopta la misma postura cuando Mairena elogia al alumno que tras escribir en la pizarra la frase “Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”, la traduce al lenguaje poético de la siguiente manera: “Lo que pasa en la calle”.

– Búsqueda de las palabras terruñeras, tradicionales, en un deseo de ensanchar el idioma.

– Estilo impresionista, lo cual supone que en las

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descripciones tiene más importancia la impresión personal, subjetiva, que la descripción objetiva. Tal estilo viene reforzado por la abundancia de adjetivos y de notas coloristas, semejantes a las pinceladas de la pintura impresionista, por la animación del paisaje y de las realidades descritas, que parecen cobrar vida.

[La prosa rápida, concisa e impresionista propia de los escritores de fin de siglo tradicionalmente adscritos al Grupo del 98, puede verse en la descripción de la “Piltra del tío Rilo”, perteneciente a la novela La busca (1904) de Pío Baroja (Antología, pp.14-15)].

1.3. El Modernismo

El término Modernismo, que había designado cierta corriente heterodoxa de renovación religiosa, se aplicó, en el campo de las artes, a una serie de tendencias europeas y americanas surgidas en los últimos veinte años del siglo XIX, cuyas características comunes eran un marcado anticonformismo y un claro esfuerzo de reno-vación estética, en abierta oposición al realismo vigente.

En su origen, el término “modernista”, lanzado por los enemigos de las novedades, tuvo una significación despectiva. Sin embargo, hacia 1890, Rubén Darío y otros asumen con un insolente orgullo tal designación. Y a partir de entonces la palabra Modernismo irá perdiendo paulatinamente su valor peyorativo, y se convertirá en un concepto fundamental de la historia literaria.

1.3.1. El concepto de Modernismo ha sido objeto de distintas interpretaciones sobre su extensión y límites. Dos son sustancialmente las posturas:

– Para una corriente de la crítica, el Modernismo es un movimiento literario bien definido, que se desarrolla entre 1885 y 1915, cuya cima es Rubén Darío, y que por su carácter esteticista y escapista se diferencia claramente del estilo sobrio y las preocupaciones regeneracionistas de los autores del 98.

– Para otros el Modernismo no es sólo un movimiento literario, sino una época y una actitud, que incluiría expresiones muy diversas, artísticas y de otro tipo. En este sentido, el Modernismo sería la forma hispánica de la crisis universal de las letras y del espíritu que inicia hacia 1885 la disolución del siglo XIX, y que se había de manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política y en los demás aspectos de la vida entera, con todos los caracteres de un hondo cambio histórico. Para los partidarios de esta tesis, la distinción entre autores modernistas y noventayochistas es errónea, ya que todos formarían parte de una Generación de fin de siglo, aunque sus componentes reaccionen ante la crisis finisecular desde posturas distintas.

1.3.2. En cuanto a sus raíces intelectuales y sociales, el Mo-dernismo tiene sus orígenes en la crisis de fin de siglo, en el desacuerdo de los artistas e intelectuales con la civilización burguesa, que se manifestará de diversas formas.

Según vimos, los autores del llamado grupo del 98 expresan su malestar mediante la rebeldía política, los proyectos regeneracionistas o el ensimismamiento pesimista. En cambio en los autores que tradicionalmente se han situado dentro del movimiento modernista, esa rebeldía se manifiesta ante todo literariamente, a través del aislamiento elitista y el refinamiento

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estético –dandysmo y aristocratismo–; mediante conductas asociales y amorales, como la rebeldía iconoclasta y la bohemia; por medio de la evasión hacia mundos exóticos, de belleza inalcanzable, alejados en el espacio y el tiempo; o se traduce en un sentimiento de angustia y desazón que, en muchos aspectos, recuerda al que experimentaron los románticos.

1.3.3. La renovación estética que llevan a cabo los autores modernistas en España y en Hispanoamérica tiene sus orígenes en los movimientos parnasianista y simbolista, a los que ya nos hemos referido en un apartado anterior (1.1.). De los parnasianos se toma la concepción de la poesía como un bloque marmóreo, el anhelo de perfección formal, los temas exóticos, los valores sensoriales. Y de los simbolistas, el arte de sugerir, la búsqueda de efectos rítmicos dentro de una variada musicalidad, la presencia de la intuición y el símbolo como un medio de descifrar realidades ocultas.

A estas influencias habría que añadir el magisterio de Gustavo Adolfo Bécquer, así como los influjos de Edgar Allan Poe, Walt Whitman, Oscar Wilde o Gabriele D'Annunzio.

1.3.3. La temática del Modernismo apunta en dos direcciones. En unos casos –es la faceta más conocida del movimiento– se inclina a la evasión esteticista, hacia mundos ideales, exóticos o soñados, opuestos a la cotidiana vulgaridad de la sociedad burguesa; en otros, hacia la intimidad del poeta, casi siempre atormentada y melancólica:

– En efecto, la angustia, el hastío, la melancolía o la tristeza son sentimientos característicos, presentes en casi toda la poesía

modernista. Según Juan Ramón Jiménez, “el poeta en todo hallará motivo para sentirse o mostrarse melancólico: frente a un paisaje, frente a la mujer, frente a la vida, analizándose interiormente”. De ahí la presencia de lo otoñal, de lo crepuscular, de la noche, temas reveladores del malestar que experimentan quienes se sienten insatisfechos del mundo en que viven.

– El escapismo tiene su origen en la desazón que experimenta el poeta, la cual le empuja a huir del mundo circundante por los caminos del ensueño, o hacia mundos ideales, alejados en el espacio y el tiempo. La evasión en el espacio conduce al exotismo, cuyo aspecto más notorio es la valoración y evocación de lo oriental, o de un cosmopolitismo cuyo principal emblema es la vida parisina; mientras que la evasión en el tiempo nos traslada hacia el pasado medieval, renacentista, dieciochesco, fuente de espléndidas evocaciones históricas o legendarias. A ello se añade el gusto por la mitología clásica, con su sensualidad pagana.

De acuerdo con tales preferencias, en los textos modernistas aparecen dioses y ninfas, vizcondes y marquesitas, Pierrots y Colombinas, mandarines y odaliscas. Es un mundo rutilante de pagodas, castillos, salones versallescos, jardines perfumados; un mundo poblado de cisnes y libélulas, camellos y elefantes, flores de lis y flores de loto, y en el que brillan el marfil y las perlas, las piedras preciosas o los esmaltes.

– En la temática modernista se da un contraste reiterado, y a veces desconcertante, entre un amor delicado y un intenso erotismo. Así, de una parte nos encontramos con la idealización del amor y de la mujer, acompañados casi siempre de languidez

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y de melancolía; de otro, un erotismo desenfrenado, en que abundan sensuales descripciones, frecuentemente unidas a las evocaciones paganas, exóticas o parisienses. Ello puede interpretarse como un desahogo vitalista ante las frustraciones; otras veces enlaza con las actitudes asociales y amorales que antes mencionábamos.

– En el modernismo americano es frecuente el cultivo de temas indígenas, que aparecen como una muestra más de evasión hacia el pasado y sus mitos, y también como un anhelo de afirmar la personalidad colectiva.

– Esa misma búsqueda de las propias raíces explica la entrada de los temas hispanos, que alcanzará su máxima expresión, de acercamiento y solidaridad entre España e Iberoamérica ante la pujanza de los Estados Unidos, en Cantos de vida y esperanza (1905) de Rubén Darío.

1.3.4. Desde el punto de vista estético y estilístico, el esteticismo, el ideal del arte por el arte, va a ser la característica dominante del modernismo. Según Juan Ramón Jiménez, el Modernismo “era el encuentro de nuevo con la belleza, sepultada durante el siglo XIX por un tono general de poesía burguesa”. Todo ello se manifiesta de diversas formas:

– Rasgo dominante de la poesía modernista es el valor que en ella adquieren los valores sensoriales9. Así sucede con el color, en que los efectos plásticos que se consiguen son riquísimos, y van desde lo más brillante (amor lleno de púrpuras y oros) hasta

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lo tenuemente matizado (diosa blanca, rosa y rubia hermana); y otro tanto ocurre con los efectos sonoros, desde los acordes rotundos (la voz robusta de las trompas de oro) hasta la musicalidad lánguida (iban frases vagas y tenues suspiros / entre los sollozos de los violoncelos) o simplemente juguetona (sonora, argentina, fresca, / la victoria de tu risa / funambulesca).

– Los recursos fónicos, muy abundantes, responden al ideal de musicalidad que los modernistas perseguían. Así, los simbolismos fonéticos (las trompas guerreras resuenan), la armonía imitativa (está mudo el teclado de su clave sonoro) o la simple aliteración (bajo el ala aleve del leve abanico).

– El léxico se enriquece con cultismos o voces de exóticas resonancias, o con adjetivación ornamental: unicornio, dromedarios, gobelinos, pavanas, gavotas, propileo sacro, ebúrneo cisne, sensual hiperestesia, bosque hiperbóreo, alma áptera.

– La preeminencia de lo sensorial se manifiesta en el copioso empleo de sinestesias, a veces audaces: furias escarlatas y rojos destinos, verso azul, es peranza olorosa, risa de oro, sones alados, blanco horror, sol sonoro, arpegios áureos.

– A ello se añade la riqueza de imágenes, no pocas veces deslumbrantes, novísimas. Véanse unos ejemplos: “Nada más triste que un titán que llora, / hombre-montaña encadenado a un lirio”; “la libélula vaga de una vaga ilusión”; “y la carne que tienta con sus frescos racimos”; “La poesía / es la camisa de mil puntas cruentas / que llevo sobre el alma”.

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1.3.4. La métrica es un aspecto que requiere una atención especial. El ansia de armonía y el “imperio de la música” conducen a un gran enriquecimiento de ritmos. Se prolongan las aportaciones de los románticos, se incorporan formas procedentes de Francia, se re-sucitan versos y estrofas antiguos... Y a todo ello se añaden hallazgos personalísimos.

El verso preferido es, sin duda, el alejandrino, enriquecido con nuevos esquemas acentuales. También a la influencia francesa se debe el abundante cultivo de dodecasílabos (6 + 6: “Era un aire suave de pausados giros”) y de eneasílabos, apenas usados en nuestra poesía (“Juventud, divino tesoro”). Junto a ellos, los versos ya consagrados –endecasílabo, octosílabo– siguieron siendo abundantemente usados.

Fundamental es el gusto por los versos compuestos de pies acentuales, con su marcado ritmo. Véanse unos ejemplos de pies ternarios: “ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda” (son dáctilos: óoo); “¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines!” (anfíbracos: oóo); “La princesa está triste; ¿qué tendrá la princesa?” (anapestos: ooó).

En fin, la métrica se enriquece con múltiples artificios complementarios como el uso especial de rimas agudas o esdrújulas, rimas internas, armonías vocálicas, paralelismos y simetrías que refuerzan el ritmo, etc.

[Como ejemplo de la poesía brillante y musical, ambientada en lugares exóticos y refinados, propia de los autores llamados modernistas, puede verse el poema de Rubén Darío “Era un aire suave” (Antología, p. 3)].

1.4. Algunos autores de fin de siglo. Unamuno, Valle-Inclán, Baroja, Machado

MIGUEL DE UNAMUNO (1864-1936), catedrático y rector de la

Universidad de Salamanca, hombre en constante pugna con la sociedad que le rodeaba y consigo mismo, desarrolló una actividad intelectual incansable que, en el terreno literario, quedó plasmada en una obra de gran extensión y variedad.

1. Los ensayos de Unamuno tratan sobre las dos cuestiones que le preocuparon a lo largo de su vida: el problema de España y las cuestiones religiosas y existenciales.

1.1. Antes de que se produjera el Desastre del 98, Unamuno ya había reflexionado sobre el problema de España en el ensayo titulado En torno al casticismo (1895), en que pasa revista a los males que aquejan a la España del momento –el individualismo, la indisciplina, la ramplonería o el marasmo–, y propone una suerte de regeneración que debe echar sus raíces, no en la palabrería de los periodistas y políticos, sino en el auténtico espíritu colectivo, que permanece vivo en el pueblo. Para ello es necesario conocer nuestra historia íntima y anónima, la historia de la gente sin historia, la verdadera casta del país, a la que Unamuno denominaba intrahistoria, oculta por el oleaje de la historia externa y oficial, de la historia de reinados y batallas.

Aunque de forma indirecta, el problema de España está presente en otro importante ensayo de Unamuno, Vida de don Quijote y Sancho (1905), en cuyas páginas don Quijote se

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convierte en el símbolo del idealismo y de la fe, imprescindibles para sacar a España de la vulgaridad, la apatía y la inmoralidad que la atenazan.

1.2. El pensamiento religioso y existencial cobra en Unamuno acentos muy personales dentro de su generación, a la vez que lo sitúa en la primera línea de la filosofía española contemporánea, si bien su pensamiento, esparcido en ensayos, poemas, novelas o dramas, nunca tuvo un carácter sistemático.

El libro Del sentimiento trágico de la vida (1913) contiene algunas de las formulaciones más intensas de tal pensamiento. Arranca –significativamente– de la realidad del “hombre de carne y hueso” y de sus anhelos, y ante todo de las ansias contradictorias del ser humano de serlo todo, de ser para siempre, de pervivir tras la muerte, ya que “si el alma no es inmortal, nada vale nada, ni hay esfuerzo que merezca la pena”. De ahí el “hambre de Dios”, la necesidad de un ser superior que garantice la inmortalidad personal. Pero la fe entra en conflicto con la razón, y de esa lucha entre el sentimiento, que busca y necesita a Dios, y la lógica, que niega su existencia, nace la desesperación, el sentimiento de angustia que Unamuno expuso de forma apasionada en esta y en otras obras.

Años más tarde escribe Unamuno La agonía del Cristianismo (1925). La palabra agonía está tomada aquí en su sentido etimológico de ‘lucha’. El libro –dice al autor– trata de “mi agonía, mi lucha por el Cristianismo, la agonía del Cristianismo en mí, su muerte y su resurrección en cada momento de mi vida íntima”. Tras estas palabras está su

personal cristianismo, presidido por su apasionado amor hacia Cristo y por su “querer creer”.

2. Los mismo temas que hemos visto en los ensayos nutren buena parte de su extensa obra poética, que constituye una auténtica autobiografía espiritual, con sus anhelos y sus tormentos. Así ocurre desde las Poesías de 1907 hasta el Cancionero póstumo, pasando por El Cristo de Velázquez (1920), en donde vuelca su pasión por Jesús. Su vigoroso temperamento explica el ritmo áspero de su lírica y su índole irreductible a cualquier moda del momento, por lo que no sería apreciada hasta algunos años más tarde.

3. También a Unamuno le atrajo el teatro, por las posibilida-des que le ofrecía para llevar a cabo una presentación directa de los conflictos íntimos que le obsesionaban. Es lo que intentó, con limitado acierto, en obras como Fedra (1918), recreación de la tragedia clásica –hay versiones previas de Eurípides, Séneca y Racine– que recuerda la desesperada pasión de la protagonista por su hijastro Hipólito, a través de cuyo amor intenta realizarse; o El otro (1932), en que Unamuno plantea el problema de la propia identidad a través de la historia de dos hermanos gemelos cuya personalidad se confunde.

4. Unamuno figura entre los más decididos renovadores de la novela a principios de siglo, y ello sobre todo por su propósito de hacer de ella un cauce adecuado para la expresión de los conflictos existenciales.

Unamuno inició su carrera como novelista con una novela histórica –o “intrahistórica”– sobre la última guerra carlista,

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titulada Paz en la guerra (1897), en cuya preparación invirtió doce años. Se trata, utilizando palabras del propio autor, de la tarea propia de un novelista “ovíparo” que, como los maestros del realismo, incuba largamente su creación mediante un minucioso acopio de materiales; si bien Unamuno pronto pasó a ser un novelista “vivíparo”, de parto rápido, que escribe “a lo que salga”, cuyas novelas se van haciendo al escribirlas, y en que la narración no está formada por materiales tomados del exterior mediante la observación y la documentación, como en la novela realista, sino que ahonda sus raíces en lo más íntimo y personal del propio autor.

Su primera novela de esa línea es Amor y pedagogía (1902), un ataque demoledor contra la ciencia y el espíritu positivista. Nos presenta en ella a don Avito Carrascal, quien, partiendo de bases racionalistas, se propone educar “científicamente” a su hijo Apolodoro, para convertirlo en un genio. Pero tal experimento producirá una criatura desgraciada, angustiada, que acabará suicidándose. La lección –muy característica del vitalismo unamuniano– es que la vida se resiste a dejarse encorsetar por las teorías racionales.

Las novedades formales de Amor y pedagogía hicieron que ciertos críticos consideran que aquello no era propiamente una novela. Por ello, con actitud desafiante, Unamuno subtitularía nivola a su siguiente obra narrativa, Niebla (1914), sin duda su obra maestra en el género. Es famoso el pasaje final de la obra, en que Agustín, protagonista y ente de ficción, se enfrenta con el propio autor, que ha decidido su muerte, al tiempo que se establece un paralelismo entre la criatura literaria y su creador, y entre éste y Dios, de cuya voluntad dependemos los humanos enteramente.

Otras novelas fundamentales de Unamuno son Abel Sánchez (1917), sobre la envidia, el odio, el “cainismo” que enfrenta a dos hermanos; La tía Tula (1921), en torno al deseo de maternidad, uno de los anhelos esenciales para el autor, manifestación del ansia de inmortalidad; San Manuel Bueno, mártir (1930), trágica historia del sacerdote que ha perdido la fe, pero finge ante sus fieles, convencido de que la fe religiosa viene a colmar una necesidad vital innata en el ser humano.

RAMÓN DEL VALLE INCLÁN (1866-1936) es una de las figuras fundamentales de la Generación de fin de siglo y de toda la literatura española contemporánea. Nacido en Vilanova de Arousa (Pontevedra), se trasladó a estudiar a Madrid, donde pronto se dio a conocer por su extravagante figura, las pintorescas anécdotas que protagonizó o que se le atribuyeron, y la originalidad y calidad de su obra, dentro de la cual suelen distinguirse tres etapas:

1. Etapa modernista: Se caracteriza por la evasión esteticista, la recreación idealizada de la realidad, un estilo refinado, en que el autor acumula los recursos de tipo ornamental, y una posición ideológica tradicionalista.

La obra fundamental de este periodo son las Sonatas [Sonata de otoño (1902), Sonata de estío (1903), Sonata de primavera (1904), Sonata de invierno (1905)], en que se transcriben las supuestas memorias del marqués de Bradomín, aristócrata gallego, aventurero y libertino, a menudo impío, y al mismo tiempo tradicionalista por estética y por convicción.

2. Etapa intermedia: El mundo idealizado que Valle había retratado en las Sonatas empieza a mostrarnos su cara más

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oscura y violenta, al tiempo que el estilo contribuye a ese afeamiento deliberado de la realidad.

A esta etapa, que se inicia en 1907, corresponden las Comedias bárbaras [Águila de blasón (1907), Romance de lobos (1908), Cara de plata (1922)], serie de piezas teatrales protagonizadas por don Juan de Montenegro, hidalgo gallego tiránico y brutal, antítesis del marqués de Bradomín; y las Novelas de la guerra carlista [Los cruzados de la causa (1909), El resplandor de la hoguera (1909), Gerifaltes de antaño (1909)], en que, a diferencia de la imagen heroica que el asunto presentaba en la Sonata de invierno, la guerra aparece como algo cruel y sórdido, despojado de grandeza y heroísmo.

3. Etapa del esperpento: A partir de 1920 se inicia una etapa en que Valle se sitúa en una postura estética completamente opuesta a la que adoptó en la etapa modernista, en que escribió las Sonatas. Las obras de este periodo fueron bautizadas por el propio autor con el nombre de esperpentos, y se caracterizan por la actitud de superioridad y distanciamiento que el autor adopta frente a la realidad que retrata; por el empequeñecimiento, afeamiento y caricaturización de los personajes, que a menudo son comparados con fantoches o animales; por la transformación de lo trágico y grandioso en ridículo y grotesco10. Desde el punto de vista ideológico, el esperpento nos ofrece una visión ácida y crítica de la realidad española del momento, desde una posición de rebeldía.

10 El propio Valle explicaba que en el esperpento el autor ve la realidad desde el aire, con lo que los personajes quedan empequeñecidos, y que su nueva estética consistía en observar las normas clásicas y al héroe trágico a través de un espejo cóncavo, que deforma las imágenes hasta lo risible.

En esta etapa Valle escribe las obras teatrales Divinas palabras (1920), Luces de bohemia (1920) y Martes de carnaval [Los cuernos de don Friolera (1921), Las galas del difunto (1926), La hija del capitán (1927)]; la novela Tirano Banderas (1926), protagonizada por un supuesto dictador hispanoamericano; y la serie El Ruedo Ibérico [La corte de los milagros (1927), Viva mi dueño (1928), Baza de espadas (1932)], novelas en que se retrata la corte de Isabel II.

[El estudio de la obra de Valle Inclán debe completarse con la lectura de los textos de las Sonatas y Luces de Bohemia, incluidos en la Antología, pp. 5-12].

PÍO BAROJA (1872-1956) nació en San Sebastián y desde 1879 vivó en Madrid casi permanentemente. Estudió medicina, aunque sólo ejerció la profesión durante unos meses. A partir de 1900 publica sus primeras obras y se dedica por entero a la literatura.

Entre las características de sus novelas destacan la importancia de la intriga y la acción, que mantienen el interés del lector; la multitud de personajes y situaciones, que hacen de su obra un verdadero mosaico y un retrato multiforme de la realidad; la abundancia de diálogos; la ambientación cuidadosa; el estilo antirretórico e impresionista; la inclusión en la novela de discusiones y reflexiones de carácter ensayístico sobre política, filosofía, literatura y otros temas.

Por su temática, las novelas de Baroja, que generalmente se agrupan en trilogías, pueden dividirse en tres grandes grupos:

1. Las novelas de aventuras, protagonizadas por el hombre de acción. Entre ellas destacan Zalacaín el aventurero (1909), y la

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tetralogía de El mar, que incluye Las inquietudes de Shanti Andía (1911), El laberinto de las sirenas (1923), Los pilotos de altura (1929), La estrella del capitán Chimista (1930).

2. Novelas sobre la actualidad española: Este grupo de novelas se inicia con la trilogía de La lucha por la vida [La busca (1904), Mala hierba (1904) y Aurora Roja (1905)], en que se nos narra la historia de Manuel, un muchacho pobre, a través de cuyas andanzas conocemos la miseria de los suburbios, el mundo de la delincuencia o el de los trabajadores revolucionarios en el Madrid de fin de siglo.

En El árbol de la ciencia (1911), novela en gran parte autobiográfica, a través del protagonista, Andrés Hurtado, nos acercamos a la vida universitaria, la política, el mundo rural, la sociedad madrileña, el desastre del 98 y las inquietudes intelectuales de los jóvenes de la Generación de fin de siglo.

A este grupo de novelas también pertenece la trilogía de Las ciudades, en la que se incluyen César o nada (1910), El mundo es ansí (1912), La sensualidad pervertida (1920).

3. Novelas históricas: A partir de 1913 Baroja publica las Memorias de un hombre de acción (1913-1935), serie de novelas protagonizadas por el conspirador liberal Eugenio de Aviraneta, antepasado del autor, a través de cuya existencia Baroja nos ofrece una visión novelada y crítica de la historia española del siglo XIX.

Desde el punto de vista cronológico, la obra de Baroja puede dividirse en tres grandes etapas. La primera de ellas iría desde los inicios hasta 1904, época de tanteos que concluye con la publicación

de la trilogía de La lucha por la vida a partir de 1904; la segunda, desde 1904 y 1913, en que el autor publica sus obras más importantes; la tercera y última, desde 1914 a 1936, en que su técnica y sus temas apenas cambian, y el autor se dedica sobre todo a escribir la serie de novelas históricas protagonizadas por Eugenio Aviraneta.

[El estudio de la obra de Pío Baroja debe completarse con la lectura de los textos de La busca incluidos en la Antología, pp. 13-18].

ANTONIO MACHADO (1875-1939) nació en Sevilla, y siendo niño se trasladó a Madrid con su familia. En 1907, tras ganar las oposiciones de catedrático de francés, es destinado al Instituto de Segunda Enseñanza de Soria, ciudad donde conoce a la joven Leonor, con la que se casa en 1909. En 1912 muere Leonor, y Machado se traslada a Baeza (Jaén), donde vive hasta 1919. En esa fecha se traslada al Instituto de Segovia. Pasa en Madrid los años de la República y, al comienzo de la Guerra Civil marcha a Valencia y después a Barcelona. En 1939 cruza la frontera y muere en Colliure (Francia) el 22 de febrero.

Rasgos de su lírica son el interés por la intimidad, que es a la vez lo más personal y lo más universal del ser humano; la concepción de la poesía como “palabra en el tiempo”, lo cual significa que el fluir del tiempo es algo inherente al sentimiento poético y que el poeta ha de estar atento a los problemas de su época; y la idea de que la poesía es un diálogo permanente con los otros y con uno mismo.

En cuanto a su trayectoria, dentro de la poesía de Machado suelen distinguirse tres periodos:

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1. Intimismo simbolista: Los primeros poemas de Machado aparecen en 1903 con el título de Soledades. El libro se reedita en 1907, revisado y ampliado con nuevos poemas, con el título de Soledades, galerías y otros poemas.

Los temas característicos de este primer poemario son las emociones íntimas, la desazón, la angustia, el paso monótono del tiempo, la búsqueda del sentido de la existencia, la exploración de la intimidad, representada por las galerías del alma.

En cuanto a la forma, el libro es un buen ejemplo del influjo del simbolismo en la poesía española de este periodo. El poeta recurre a símbolos –realidades tangibles que tratan de expresar lo intangible y espiritual– como el camino, el agua que fluye, el agua quieta, el mar, la tarde y el ocaso. La presencia del Parnasianismo se observa sobre todo en la métrica, en la importancia que se presta a los efectos musicales.

2. Etapa regeneracionista: A esta etapa corresponde el libro fundamental de Machado, Campos de Castilla. La primera edición, publicada en 1912, incluye los poemas escritos durante su estancia en Soria, entre 1907 y 1912, que generalmente describen campos y gentes de aquellas tierras; en la segunda, aparecida en 1917, durante la estancia del poeta en Baeza tras haber enviudado, se incluyen los paisajes y gentes de Andalucía, junto a la evocación nostálgica de Soria y de Leonor.

El rasgo más característico de esta etapa es la incorporación a la poesía del paisaje, que unas veces es un paisaje real, con sus detalles y gentes; otras incita a la reflexión social e histórica sobre España y sus problemas, desde una perspectiva regeneracionista; otras, en fin, representa la intimidad del poeta, su estado de ánimo.

Otra novedad del libro es la presencia de los “Proverbios y cantares”, en que se reúnen breves pensamientos filosóficos.

3. Etapa del nosotros: El último libro de poemas independiente que publicó Machado se tituló Nuevas canciones (1924), y su versión definitiva apareció en 1930. En él los temas característicos de su poesía (evocaciones de Andalucía y de Soria, retratos, reflexiones filosóficas) se mantienen, aunque se acentúa la expresión concentrada, sobria, en composiciones que nos recuerdan la simplicidad de la canción popular.

En esta última etapa Machado compone una serie de poemas y textos en prosa, generalmente de carácter reflexivo, que atribuye a filósofos imaginarios (Abel Martín y Juan Mairena). De ahí que a este etapa se la denomine del “nosotros”.

[El estudio de la obra de Antonio Machado debe completarse con la lectura de los textos incluidos en la Antología, pp. 19-26].

Otras figuras destacadas de la Generación de fin de siglo son el poeta nicaragüense RUBÉN DARÍO (1866-1916), autor de Azul (1888), Prosas profanas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905), impulsor y principal figura del movimiento modernista en Hispanoamérica y en España, y ejemplo máximo de la renovación estética y las novedades métricas y estilísticas que presenta la literatura de esta época (algunos textos suyos pueden leerse en la Antología, pp. 1-4).

JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ “AZORÍN” (1873-1966),es conocido por sus evocaciones de lugares o sus recreaciones del pasado, en Los pueblos (1905) o La ruta de don Quijote (1905), y también como periodista y novelista.

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De la obra de RAMIRO DE MAEZTU (1874-1936) destacan sus reflexiones sobre el problema de España, vertidas en Hacia otra España (1898).

2. EL PERIODO DE ENTREGUERRAS (1915-1939): NOVECENTISMO, VANGUARDIAS Y GRUPO DEL 27

El llamado periodo de entreguerras, comprendido entre el final de la Primera Guerra Mundial (1918) y el comienzo de la Segunda (1939), fue una de las etapas más convulsas de la historia europea. La crisis económica desencadenada tras el final de la guerra, agravada por la quiebra de la bolsa y el declive de la economía mundial a partir de 1929, agudizó los conflictos sociales y llevó al triunfo de los movimientos totalitarios –el fascismo en Italia (1922) y el nazismo Alemania (1933)–, al fortalecimiento de los partidos de izquierda, que en muchos casos abandonan las tácticas reformistas y se inclinan por la vía revolucionaria, siguiendo el modelo de la Unión Soviética, y a un progresivo debilitamiento de las democracias parlamentarias, que se pliegan a las exigencias de los regímenes totalitarios, especialmente a las de la Alemania hitleriana. La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue la consecuencia inevitable de los conflictos que acabamos de citar, acumulados sin perspectiva de solución durante las dos décadas anteriores.

España, donde Alfonso XIII reina desde 1902, no participa en la Primera Guerra Mundial, y aunque el país se divide entre los “germanófilos” y los “aliadófilos”, simpatizantes de los dos bandos contendientes, la neutralidad favorece las exportaciones y trae consigo un breve periodo de prosperidad que no supo aprovecharse,

con lo que los problemas que caracterizaron al periodo precedente –atraso económico y cultural, estancamiento social, ineficacia del sistema político–, se acumulan e incluso se agravan como consecuencia de la crisis que toda Europa sufre durante esta época. Con la desaparición de sus dirigentes históricos –el conservador Antonio Cánovas dimite en 1909, y el liberal José Canalejas es asesinado en 1912–, el sistema político caracterizado por el turno de partidos inicia una crisis de la que no logrará recuperarse. El descontento social y la agitación obrera desembocan en la huelga general de 1917 y dan lugar a una situación de permanente conflicto en los años posteriores. Entre tanto, la guerra que España mantiene en Marruecos para conservar su zona de protectorado supone un desgaste humano y material incesante, y un motivo de alarma y descontento cada vez mayor. La derrota de las tropas españolas en Annual, en 1921, frente a los insurrectos marroquíes, en que pierden la vida 12.000 soldados, desencadena una campaña de protestas y la exigencia de responsabilidades.

La dictadura del general Miguel Primo de Rivera, que se inicia en 1923, trata de acallar el descontento y restablecer el orden, y aunque su mandato coincide con un periodo de cierta prosperidad, la permanencia del dictador en el poder, sus constantes arbitrariedades y su desinterés por restablecer el régimen parlamentario, hacen que su desprestigio aumente, y que el general acabe dimitiendo en 1930. Tras un breve periodo de provisionalidad se convocan elecciones municipales, que los socialistas y republicanos ganan por amplia mayoría. El rey Alfonso XIII abdica y el 14 de abril de 1931 se proclama la república.

Durante la Segunda República los partidos de centro izquierda (republicanos y socialistas) emprenden importantes reformas en el campo de la educación, legislación laboral, reparto y explotación de

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la tierra, descentralización, secularización y democratización del estado, encaminadas a solventar los grandes problemas que el país arrastraba desde hacía décadas; pero la impaciencia de los sectores más radicales y la resistencia de las clases conservadoras a perder sus privilegios, encallan muchas reformas. Tras un periodo de gobierno de la derecha (1933-1935), en que los conflictos se agudizan, los partidos de izquierda, agrupados en el Frente Popular, vuelven a ganar las elecciones en febrero de 1936, en medio de un clima creciente de violencia.

En el mes de julio se produce una sublevación militar contra la República, encabezada por el general Francisco Franco. El gobierno, con el apoyo de una parte del ejército y de las organizaciones obreras, domina la insurrección en Madrid, Barcelona, Valencia y otras capitales. Se inicia la Guerra Civil, que termina en el mes de marzo de 1939 con la victoria definitiva de los sublevados. La guerra ha durado tres años, ha supuesto la pérdida de un millón de vidas humanas, y se ha internacionalizado hasta tal punto que hoy suele considerarse como el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial, que se inicia en septiembre de ese año.

2.1. El Novecentismo o Generación de 1914

En la llamada Generación novecentista suele incluirse a autores nacidos en torno a 1880, que escriben lo fundamental de su obra entre 1910 y 1930, y que servirán de puente entre los escritores de fin de siglo y los movimientos de vanguardia, que triunfan en los años veinte.

El término Novecentismo fue usado por primera vez en catalán (noucentisme) por Eugeni D’Ors, en 1907, y alude a lo propio del “novecientos”, o siglo XX, lo cual indica el deseo de renovación y

modernidad de estos autores, y la idea de apartarse tanto de los escritores del XIX como de la Generación de fin de siglo.

El otro nombre del grupo –Generación de 1914– hace referencia al año en que José Ortega y Gasset pronunció la conferencia titulada Vieja y nueva política, en la cual planteaba la necesidad de que la vieja oligarquía, representada por los partidos turnantes, liberal y conservador, diera paso a una nueva generación, más joven y preparada, de la que Ortega era en cierto modo portavoz, capaz de emprender la modernización del país.

Desde el punto de vista ideológico, los autores de este grupo son por lo general liberales, reformistas comprometidos, dispuestos a desempeñar un papel activo en la política: un ejemplo representativo es el de Manuel Azaña, que ocupó los cargos de jefe del gobierno y presidente de la República en los años treinta. Frente al ensimismamiento y el pesimismo de los autores del 98, los novecentistas piensan, con una actitud más optimista y europeísta, que el problema de España tiene solución, aunque ello exige reformas políticas radicales, un avance decidido de la ciencia y de la técnica, y una extensión creciente de la educación y la cultura, que sitúen a España a la altura de otros países europeos.

La formación académica y el rigor intelectual de este grupo de escritores son mucho más sólidos que en la generación precedente, en parte por las reformas educativas llevadas a cabo desde principios de siglo, y, en concreto, gracias a la actividad de la Junta para la Ampliación de Estudios, uno de cuyos objetivos era enviar a los jóvenes estudiantes al extranjero para completar su formación.

En cuanto a su actividad literaria, aunque los autores novecentistas plantearon los problemas que acabamos de enumerar en artículos y ensayos, a la hora de crear se inclinan por un arte intelectual y puro, destinado al goce estético, desligado de las

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vivencias y anécdotas personales, de los sucesos de la vida cotidiana, del sentimentalismo subjetivo y de la problemática política y social. En su ensayo titulado La deshumanización del arte (1925), Ortega y Gasset lo explicaba con las siguientes palabras: “Vida es una cosa, poesía es otra. No las mezclemos. El poeta empieza donde el hombre acaba. El destino de éste es vivir su itinerario humano; la misión de aquel es inventar lo que no existe”.

Finalmente, los autores novecentistas muestran una clara voluntad de estilo, que se manifiesta en la búsqueda de una lengua depurada, aquilatada, precisa, alejada de la vehemencia apasionada propia de la época romántica, de la exuberancia ornamental de la poesía modernista, y del desaliño y el descuido en que, en nombre de la sobriedad y la sencillez, cayeron a su juicio algunos autores de fin de siglo, especialmente los del llamado Grupo del 98.

Manifestaciones concretas del nuevo ideal estético propugnado por los autores novecentistas fueron la poesía pura, desnuda, de Juan Ramón Jiménez, centrada en la búsqueda y el goce de la belleza y despojada de artificios innecesarios; la prosa lírica de Gabriel Miró, en que lo narrativo y lo poético se funden; o la novela intelectual de Ramón Pérez de Ayala, en que el género rompe sus fronteras para confundirse con la reflexión y el ensayo.

2.2. Los autores novecentistas. Juan Ramón Jiménez

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (1881-1958) nació en Moguer (Huelva). En 1900 se instaló en Madrid. Su vida estuvo marcada por una sensibilidad extrema con ocasionales crisis de angustia y depresión. En 1913 conoce a Zenobia Camprubí, con la que se casa en 1916. El encuentro de este amor, el viaje a Estados Unidos y la poesía estadounidense serán causas de un profundo cambio en su obra, que

después comentaremos. En 1936 se pone al servicio de la República, es nombrado agregado cultural en la embajada de Washington, y tras la conclusión de la guerra permanece en el exilio, en Estados Unidos y Puerto Rico. En 1956 recibe el Premio Nobel de Literatura. Muere en 1958 en Puerto Rico.

La obra de Juan Ramón está influida por la poesía española clásica y moderna (Bécquer especialmente), por Rubén Darío y el modernismo, y por el simbolismo francés. En ella suelen distinguirse, de acuerdo con las indicaciones del propio autor, tres etapas:

1. Época sensitiva (1898-1915): Se caracteriza por la sensibilidad, el tono melancólico e intimista, la reflexión sobre el amor y la muerte. En cuanto a la forma, se advierte el influjo del simbolismo y la influencia del modernismo y el parnasianismo, especialmente en la musicalidad y sonoridad del verso.

Títulos característicos de esta etapa son Arias tristes (1903), Jardines lejanos (1904), Elejías (1907), Baladas de primavera (1907), Soledad sonora (1911) y Estío, en que se inicia la transición hacia la siguiente etapa.

2. Época intelectual (1916-1936): Como ya indicamos, el matrimonio con Zenobia y el viaje a Estados Unidos marcan el comienzo de un profundo cambio en la obra de Juan Ramón, que se inicia con Diario de un poeta recién casado (1916).

La poesía de esta etapa se caracteriza por la supresión de lo realista y anecdótico, la búsqueda incesante de la belleza, la indagación en las realidades profundas y la esencia oculta de las cosas, el carácter intelectual de la poesía, concebida como una

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forma de conocimiento, la concentración conceptual y emotiva cada vez mayor, el uso del verso libre.

Además de Diario de un poeta recién casado (1916), son obras fundamentales de esta etapa Eternidades (1918), Piedra y cielo (1919), Poesía (1923), Belleza (1923).

3. Época verdadera (1937-1958): En los últimos años el estilo de Juan Ramón se vuelve más hermético y complejo. La métrica combina formas clásicas y otras experimentales.

La poesía de este periodo gira en torno a dos temas fundamentales: La divinidad, que, desde una postura de misticismo panteísta, se identifica con la belleza y con la propia conciencia creadora; y la muerte, concebida como una parte esencial de la vida y una forma de permanencia y eternidad.

Obras fundamentales de este periodo son Romances de Coral Gables (1948), Animal de fondo (1949) y la Tercera antolojía poética (1957).

[El estudio de la obra de Juan Ramón Jiménez debe completarse con la lectura de la Antología, pp. 27-32, y del poema “Vino primero pura”, del libro Eternidades (1918), incluido en las Unidades didácticas, en que Juan Ramón explica la evolución de su obra lírica].

Otros autores fundamentales dentro de la Generación novecentista son JOSÉ ORTEGA Y GASSET (1883-1955), filósofo, ensayista y guía intelectual del grupo; EUGENI D’ORS (1882-1954), novelista, ensayista y crítico de arte; MANUEL AZAÑA (1880-1940), conocido sobre todo por su actividad política; RAMÓN PÉREZ DE AYALA (1881-1962), creador de una novela de tipo intelectual –

títulos fundamentales son Troteras y danzaderas (1913) y Belarmino y Apolonio (1921)–; GABRIEL MIRÓ (1879-1930), creador de una novela lírica –Nuestro padre San Daniel (1921), El obispo leproso (1926)–; RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA (1888-1963), impulsor de las vanguardias en España y autor de una extensísima obra en que se combinan la novela, la biografía, el ensayo y las greguerías, que comentaremos al tratar de las vanguardias.

2.3. Las vanguardias

Llamamos vanguardias a un conjunto de movimientos artísticos surgidos en Europa desde principios del siglo XX, que alcanzan su apogeo durante el periodo de entreguerras, y que se caracterizan por el deseo de novedad y de cambio –el arte debía transformarse al mismo ritmo en que lo hacía el mundo en aquellos años11–, y por una actitud de abierta rebeldía y ruptura no sólo frente al arte y los cánones estéticos vigentes en esa época, sino también, en muchos casos, frente a la moral, la organización, las creencias y valores de la sociedad burguesa, a la que los artistas culpaban de los males de la humanidad en general, y del estallido de una guerra, la que tuvo

11 Wenceslao Fernández Flórez lo explicaba con las siguientes palabras en 1930: “De repente el mundo ha cambiado. Surgen formas de gobierno con las que no contaba, y a las que mis profesores no me habían dicho si debía amar u obedecer. El valor de las monedas se achica y el poder del dinero crece; las mujeres me ofrecen cigarrillos; aparecen danzas que yo no sé bailar; una música incomprensible, una literatura extraña, una pintura indescifrable me rechazan como a un hombre del cuaternario. Súbitamente el aire se puebla de aviones y la tierra se cuaja de automóviles. Una juventud sin sombreros, uniformada con gabardinas, innúmera, epidérmica, insolente, brota de cada poro de la tierra, tan desligada de lo anterior, tan lejana del próximo ayer, como si no hubieran tenido padres humanos”.

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lugar entre 1914 y 1918, en que la capacidad destructiva del ser humano había alcanzado cotas inimaginables. La palabra “vanguardia” evoca precisamente la idea de ‘avanzadilla’ y ‘fuerza de choque’ de una nueva concepción del arte y la sociedad.

2.3.1. Rasgos comunes a los movimientos de vanguardia son la voluntad de ruptura y el rechazo de tendencias anteriores, incluso las de otros movimientos de vanguardia coetáneos; su aparición en una fecha concreta, generalmente tras la celebración de un acto fundacional o la publicación de un manifiesto; el compromiso de los artistas, que acostumbran a poner su obra al servicio de algún ideal político, fascista, socialista o anarquista; la experimentación y búsqueda de formas de expresión originales; la actitud antirrealista, inspirada en la idea de que el artista no debe copiar la realidad, sino instaurar o descubrir una realidad diferente, situada más allá de la lógica y los sentidos; la deshumanización, que tiende a convertir el arte en un juego intelectual o un laboratorio de experimentos formales; la internacionalización del arte por encima de países y fronteras; la dependencia e influjo mutuo entre las distintas formas de expresión artística (pintura, música, literatura, escultura), que en algunas artes, como el cine o el teatro, coinciden para combinarse libremente; la presencia del humor y la ironía; y, en el caso de la literatura, el uso de imágenes y metáforas sin referente real, así como la ruptura de la sintaxis y los moldes de expresión lingüística habituales.

2.3.2. Entre los principales movimientos de vanguardia que en estos años se difunden por Europa destacaron el futurismo, el cubismo, el dadaísmo y el surrealismo:

– El futurismo, movimiento precursor de otras vanguardias artísticas, fue fundado por el escritor italiano Filippo Tommaso Marinetti, y dado a conocer a través del Manifeste du Futurisme, que el propio Marinetti publicó el 20 de febrero de 1909 en el diario Le Figaro de París.

El futurismo fue llamado así por su intención de romper absolutamente con el arte del pasado, y su deseo de crear un arte nuevo, acorde con la mentalidad y las realidades del mundo moderno. Para ello se toman como modelos artísticos las máquinas, los automóviles, la aviación, la electricidad o el deporte, y como ideales estéticos la fuerza, la velocidad, la energía, el movimiento. En el terreno político proponen la movilización de las masas, la violencia y la guerra para acabar con la sociedad decrépita, lo que hizo que el futurismo se aproximara a las tesis del movimiento fascista, al que Marinetti se adhirió en 1919; aunque en otros países, especialmente en Rusia, el arte futurista estuvo durante una época al servicio de la revolución comunista.

En cuanto a las técnicas literarias, el futurismo rechaza las tendencias y modelos vigentes hasta el momento, y propone la supresión de la métrica en la poesía, la sintaxis libre, en que los signos de puntuación y los nexos de unión (preposiciones o conjunciones) desaparecen o son sustituidos por notaciones matemáticas, la libertad absoluta en la creación de imágenes.

– El cubismo es ante todo un movimiento pictórico que desarrollaron a partir de 1907 artistas como Pablo Picasso, Georges Braque o Juan Gris. Con actitud antirrealista, el cubismo trata las formas de la naturaleza por medio de figuras geométricas, representa todas las partes de un objeto en un mismo

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plano, en el que se superponen diferentes perspectivas, reduce la importancia del color, o lo utiliza de forma subjetiva y arbitraria.

El principal representante e impulsor del cubismo literario fue el poeta francés Guillaume Apollinaire, quien en su obra trata de descomponer la realidad mediante imágenes sorprendentes, sin un referente reconocible, e, igual que los futuristas, rompe con la sintaxis habitual. Aportaciones originales del cubismo fueron el collage (el lienzo incorpora elementos no pictóricos, como fragmentos de periódicos u objetos cotidianos, y el poema, textos de origen diverso que se entremezclan o reelaboran), y el caligrama (composición poética en que la disposición tipográfica de los versos “dibuja” algún objeto relacionado con el contenido del texto).

– El dadá o dadaísmo fue un movimiento surgido en Zurich (Suiza) en 1916, y encabezado por el poeta rumano Tristán Tzara. Su nombre evoca el balbuceo infantil, y se escogió arbitrariamente, abriendo al azar un diccionario.

El dadaísmo se caracteriza por los gestos y manifestaciones provocadoras y por la rebeldía absoluta, no sólo contra el arte y los ideales estéticos aceptados por la mayoría, sino también contra el concepto de belleza, contra las leyes de la lógica, contra los principios y convenciones sociales, contra el sentido común. Frente a un mundo caduco que ha conducido a la guerra, los dadaístas defienden la libertad, la irracionalidad, la espontaneidad, la contradicción, el caos, la incoherencia, la ruptura de cualquier norma que reprima los impulsos instintivos y la creatividad. Todo ello se traduce en una escritura desatada, en que desaparecen la sintaxis y la racionalidad, y en que las imágenes ilógicas se suceden de forma desordenada, siguiendo

los impulsos inconscientes. Dadá preparó el terreno para la aparición del surrealismo en la década siguiente.

– El surrealismo –la traducción correcta del término francés sería sobrerrealismo o superrealismo–, es el más influyente y duradero de los movimientos de vanguardia. Sus orígenes se encuentran en la rebeldía y la defensa de la irracionalidad del movimiento dadaísta, del que deriva en gran parte. Sus impulsores fueron los poetas franceses André Breton y Louis Aragon, y su aparición en público suele situarse en 1924, fecha de la publicación del Manifeste du Surréalisme, redactado por Breton.

A diferencia de las vanguardias anteriores, más centradas en las cuestiones estéticas, y frente a la posición meramente destructiva del dadaísmo, el surrealismo se presentó como una nueva concepción del hombre y la sociedad, y como una propuesta revolucionaria, destinada a conseguir una liberación integral del ser humano tanto en el plano individual –nuestros impulsos naturales se hallan reprimidos en el subconsciente, acallados por una sociedad y una moral opresoras, de acuerdo con los descubrimientos de Sigmund Freud–, como en el colectivo –el hombre sólo será libre cuando desaparezca la explotación y quede abolida la división de la sociedad en clases, según las doctrinas de Karl Marx–. Sólo así será posible conquistar una verdadera vida, una sobrerrealidad, amordazada por las restricciones de un entorno represivo.

Desde el punto de vista artístico, los surrealistas proponen la liberación del poder creador del hombre, para lo cual es necesario que las tendencias, imágenes e impulsos reprimidos en nuestro inconsciente afloren de forma libre, desligados de la

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censura que impone nuestra razón. Para lograrlo, los surrealistas emplearon varias técnicas entre las que destacaron la escritura automática, realizada en un estado de irreflexión y semiinconsciencia, la unión fortuita de palabras, siguiendo oscuras sugerencias, la reseña de los sueños, en que nuestros impulsos inconscientes afloran sin ningún control. El resultado fue la creación de un nuevo lenguaje situado más allá de la expresión lógica, aparentemente incoherente, pero que sacude al lector o espectador en lo más íntimo. En la poesía, en concreto, se entremezclan objetos y sucesos que nuestra razón mantiene separados, y son frecuentes las asociaciones libres e inesperadas de palabras, o la presencia de imágenes oníricas y delirantes que no se dirigen a nuestra razón, sino que tratan de llegar al fondo escondido de nuestro inconsciente para suscitar oscuras emociones.

2.3.3. Las vanguardias en España: Las vanguardias fueron divulgadas e influyeron desde muy pronto en España, y algunos de estos movimientos tuvieron entre nuestros artistas un enorme arraigo:

RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA, uno de los autores más jóvenes de la Generación novecentista, publicó el manifiesto futurista en la revista Prometeo en 1910, recapituló la evolución de las nuevas corrientes en su libro Ismos (1931), y difundió el espíritu vanguardista en toda su obra, especialmente en sus greguerías, especie de breves sentencias de carácter metafórico, a veces líricas y generalmente humorísticas12.

12 “El elefante es la enorme tetera del bosque”. “Los paraguas son viudas que están de luto por las sombrillas desaparecidas”. “El cocodrilo es un zapato desclavado”. “Cuando se llega al verdadero escepticismo es cuando por fin se sabe que escepticismo no se escribe con x”. “La jirafa es como el periscopio para ver

Aparte de algunas influencias directas de las tendencias que acabamos de citar, en la literatura española se difundieron dos movimientos de vanguardia autóctonos, el ultraísmo y el creacionismo.

El primero de ellos, el ultraísmo, fue un movimiento efímero, divulgado a partir de 1919. Su principal impulsor fue GUILLERMO DE TORRE, y vino a ser una síntesis de temas de carácter futurista y de técnicas cubistas, especialmente el caligrama.

El creacionismo, más original y duradero, fue difundido por el poeta chileno VICENTE HUIDOBRO, y en España por JUAN LARREA y GERARDO DIEGO. El ideal de los creacionistas era lograr que el poema se convierta en un objeto absolutamente autónomo, que no imite ni reproduzca la realidad, y cuya gracia y belleza dependan únicamente de sus juegos verbales y sus imágenes arbitrarias, fruto del azar o el capricho del poeta.

El máximo apogeo de las vanguardias en España coincide con los años veinte y treinta, la época en que se dan a conocer los poetas del 27, de los que tratamos a continuación. Son varios los autores de este grupo que contribuyeron a la difusión de las vanguardias o fueron influidos por ellas, como ocurre en el caso de GERARDO DIEGO, autor de dos libros de poemas creacionistas, Imagen (1922) y Manual de espumas (1924). No obstante, el movimiento que más influjo tuvo en los poetas del 27, y en España en general –recuérdense la pintura de Salvador Dalí o el cine de Luis Buñuel–, fue el surrealismo, cuya presencia es evidente en libros fundamentales del Grupo del 27, especialmente Sobre los ángeles (1929) de RAFAEL ALBERTI, Poeta en Nueva York (1930) de

los horizontes del desierto”. “Aburrirse es besar a la muerte”. “El coleccionista de sellos se cartea con el pasado”. “En la gruta bosteza la montaña”. “¿Hay peces en el sol? Sí, pero fritos”. “Eva fue la esposa de Adán, y, además, su cuñada y su suegra”.

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FEDERICO GARCÍA LORCA, Espadas como labios (1931) y La destrucción o el amor (1933) de VICENTE ALEIXANDRE, y La realidad y el deseo (1936) de LUIS CERNUDA.

[El estudio de las vanguardias y su influencia en España debe completarse con la lectura de los manifiestos y textos incluidos en la Antología, pp. 33-38].

2.4. El Grupo del 27

2.4.1. ¿Generación o grupo?: Aunque durante mucho tiempo se ha utilizado el término Generación del 27 para referirse al conjunto de autores que ahora estudiamos, la crítica actual prefiere hablar de un Grupo del 27, que formaría parte de una generación más amplia, la que se da a conocer en el periodo de entreguerras bajo el influjo de las vanguardias. En cuanto a la fecha, algunos autores, como Cernuda, preferían hablar de una Generación o Grupo de 1925, aunque la fecha que finalmente se ha impuesto es la de 1927, el año en que se celebraba el tercer centenario de la muerte de Luis de Góngora, poeta barroco, auténtico virtuoso en el manejo del lenguaje y la creación de imágenes, al que los poetas del grupo admiraron y siguieron, y al que en ese año tributaron un homenaje en el Ateneo de Sevilla, un acto que suele considerarse como el lanzamiento o “puesta de largo” de estos escritores.

El Grupo del 27 está formado por autores nacidos en torno al cambio de siglo (1900), que escriben lo fundamental de su obra entre 1920 y 1939, y que, al menos hasta su dispersión con motivo de la guerra, mantienen estrechas relaciones entre sí y participan en numerosas actividades comunes. Algunos coinciden en la Residencia de Estudiantes de Madrid, foco de una intensa y

permanente actividad cultural; participan en actos como el citado homenaje a Luis de Góngora; editan diversas revistas literarias o publican su obra en ellas –Litoral de Málaga, Mediodía de Sevilla, Meseta de Valladolid, o la Gaceta Literaria y la Revista de Occidente de Madrid–; comparten muchos planteamientos estéticos; y, por encima de todo, se sienten unidos por una inquebrantable amistad.

Un hecho decisivo para la consagración de este grupo fue la publicación por Gerardo Diego, en 1932, de una Antología de poetas españoles contemporáneos en que, junto a los ya consagrados, como Machado, Unamuno o Juan Ramón, figuraba este grupo de escritores jóvenes.

2.4.2. Influencias comunes: El Grupo del 27 recibe influencias comunes muy variadas, que van desde la tradición a la vanguardia, pasando por los clásicos españoles y por los autores de la Generación novecentista. Ordenadas por orden cronológico, esas influencias incluyen:

– La poesía tradicional castellana, transmitida oralmente de generación en generación y recogida en cancioneros y romanceros entre los siglos XV y XVII, así como la canción folklórica más reciente, muy viva entre el pueblo. Ambos influjos se hallan presentes en Alberti y Lorca especialmente.

– Los autores clásicos del Siglo de Oro, Góngora sobre todo, del que, como ya hemos indicado, admiran el dominio del lenguaje y la capacidad para construir imágenes.

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– Los autores más recientes, desde Bécquer a Machado, y especialmente los novecentistas Juan Ramón Jiménez, auténtico maestro de esta generación, del que reciben el gusto por la poesía pura, la búsqueda de la belleza y la perfección formal, y José Ortega y Gasset, cuyas teorías acerca de la deshumanización del arte –un arte que seduzca por sus calidades estéticas y no por su lastre humano–, siguieron durante cierta época algunos de estos poetas.

– Las vanguardias (véase el apartado anterior), de las que adoptan el gusto por las metáforas originales, los temas futuristas, la sintaxis libre y las imágenes sorprendentes propias del ultraísmo y el creacionismo –ya vimos que Gerardo Diego fue uno de los promotores de este movimiento–, así como las imágenes oníricas y irracionales típicas del movimiento surrealista, cuyo influjo es muy visible en las obras, ya citadas, de Rafael Alberti, García Lorca, Luis Cernuda y Vicente Aleixandre.

2.4.3. Características comunes: Entre las características comunes de este grupo de poetas pueden señalarse la sólida formación cultural de algunos de ellos, y su dedicación a la investigación y la enseñanza de la literatura; la búsqueda de la expresión escueta, sin adornos innecesarios; la sustitución de lo sentimental y lo anecdótico por lo racional, al menos en su primera época; el gusto por la metáfora, unas veces tradicional, siguiendo el ejemplo de Luis de Góngora, otras ilógica y sorprendente, de acuerdo con la moda vanguardista; la preferencia por el verso libre, que ya había utilizado ampliamente Juan Ramón Jiménez.

2.4.4. Etapas y evolución13: Para entender la poesía del 27 debe tenerse en cuenta la evolución conjunta de estos poetas, que puede dividirse en tres etapas caracterizadas por la deshumanización de la poesía entre 1920 y 1927, su rehumanización desde 1928 hasta la Guerra Civil de 1936, la dispersión del grupo al terminar la contienda en 1939.

1. Durante la primera etapa (1920-1927), la poesía de los escritores del 27 se sitúa en general dentro de aquella tendencia que Ortega y Gasset denominaba “la deshumanización del arte”, no porque en sus obras no traten temas humanos, sino porque en la mayoría de sus libros la pasión y la emotividad han sido sustituidas por el hermetismo, la búsqueda de la perfección formal y una emoción de tipo intelectual. A ello contribuyen algunos de los influjos ya citados, que recordaremos brevemente:

– En primer lugar la poesía pura iniciada por Juan Ramón Jiménez, caracterizada por la supresión de los elementos anecdóticos y de la efusión sentimental, la simplicidad, la brevedad y la expresión condensada, que tendrá su máximo exponente en Jorge Guillén y su libro Cántico (1928) –para Guillén, “poesía es todo lo que queda en el poema después de haber eliminado todo lo que no es poesía”–.

– También fue decisiva la admiración por Góngora, un autor intelectual y puro en cierta forma, que, según Dámaso Alonso, “venía a favorecer nuestros anhelos de arte, y el

13 En la Guía para la lectura de los poetas del 27 puede verse una explicación detallada, con numerosos ejemplos, de la evolución conjunta del grupo.

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enorme intervalo que queríamos poner entre poesía y realidad”.

– Debe recordarse, finalmente, el influjo de las primeras vanguardias, especialmente el ultraísmo y el creacionismo, impulsado este último por Gerardo Diego14, cuyos juegos verbales, imágenes arbitrarias y artificios tipográficos venían a favorecer un arte deshumanizado e intelectual.

– Sin embargo, según indicamos antes, lo humano estará presente en la poesía neopopular de esta época, especialmente en Alberti y García Lorca, a través del influjo de las formas y los temas de la lírica tradicional antigua y de la canción popular moderna, en las que nunca faltan la pasión y la emoción sentimental.

[Como ejemplo de la poesía deshumanizada propia de esta época pueden verse los poemas “Equilibrio” y “Las doce en el reloj”, del libro Cántico de Jorge Guillén, incluidos en la Antología (p. 42); los poemas creacionistas de Gerardo Diego “Cuadro”, “Ángelus” y “Condicional” (Antología, pp. 36 y 45); y el poema “Underwood Girls”, perteneciente a Fábula y signo (1931) de Pedro Salinas, incluido en las Unidades didácticas, en que se advierten influjos futuristas. La poesía neopopular de Alberti y García Lorca la veremos con más detalle en el siguiente apartado].

14 Autor de los libros de inspiración creacionista Imagen (1922) y Manual de espumas (1924), ya citados.

2. En la segunda etapa (1928-1939) asistimos a un proceso de rehumanización de la poesía, y a un progresivo abandono de los ideales esteticistas y puristas vigentes en el periodo anterior, para dar paso a una poesía exaltada, humana y apasionada. En este cambio de rumbo inciden factores de carácter literario y otros de tipo político:

– En el terreno literario fue fundamental el influjo del surrealismo, presente en algunas obras destacadas de este grupo15. El surrealismo supuso, entre otras cosas, la irrupción de un caudal de vitalidad y de pasión, surgido de lo más hondo del espíritu, que inunda los escritos de estos años, y en que se entremezclan el amor, la angustia, la desesperación o la protesta. Con razón algunos críticos han calificado a esta poesía de neorromántica.

– El cambio de tendencia que se produce en la poesía de los años treinta también obedece a razones de carácter político y social. Estamos en el periodo de la República y de la Guerra Civil, en que la sociedad española vive de manera apasionada la confrontación política, las posturas se radicalizan, y los poetas abandonan su pureza deshumanizada para poner la pluma al servicio de una causa revolucionaria. A ello contribuyeron también dos poetas comprometidos que vivieron en España durante esta época, el peruano César Vallejo y el chileno Pablo Neruda. Este último tuvo gran amistad con los poetas del 27, y en 1935 fundó y dirigió en Madrid la revista

15 Sobre los ángeles (1928) de Rafael Alberti, Poeta en Nueva York (1929-1930) de Federico García Lorca, Espadas como labios (1931) y La destrucción o el amor (1933) de Vicente Aleixandre, y La realidad y el deseo (1936) de Luis Cernuda.

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Caballo verde para la poesía, en cuyo primer número apareció un manifiesto en que el autor se mostraba partidario de “una poesía sin pureza”, una poesía “impura como traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos”.

[Como ejemplo de la rehumanización de la poesía propia de esta época pueden verse los poemas de Aleixandre, Alberti y Lorca, influidos por el surrealismo, que aparecen en la Antología (pp. 37-38). Como ejemplo de poesía política y social puede leerse el poema “El niño yuntero” del libro Viento del pueblo (1937) de Miguel Hernández (Antología, p. 63)].

3. La tercera etapa se inicia en 1939, con la terminación de la guerra y la dispersión del grupo. Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre y Gerardo Diego permanecieron en España; García Lorca murió fusilado en agosto de 1936; y los demás poetas marcharon al exilio. Sin embargo, a pesar de la dispersión, los poemas de estos años revelan inquietudes y posiciones análogas, un equilibrio entre la frialdad purista del periodo inicial y pasión de los años 30, y la presencia de un tema constante, la preocupación por el hombre, en su doble vertiente existencial y social: poesía humana, pero al mismo tiempo serena y equilibrada.

Entre los poetas del exilio, cuya obra estudiaremos en el tema siguiente, no faltan la preocupación por la suerte de España, el recuerdo de la Guerra Civil, la nostalgia del desterrado.

En cuanto a las obras publicadas en España, fue decisivo el libro titulado Hijos de la ira (1944), de Dámaso Alonso, con el que se inicia la poesía de carácter existencial, y que representó un enorme grito de protesta contra el odio, la guerra y la injusticia, y una pregunta angustiada dirigida a Dios, todo ello escrito en un lenguaje y un tono desgarrados.

[Como ejemplo de esta última etapa de la Generación del 27 pueden leerse los poemas “Historia extraordinaria”, del libro A la altura de las circunstancias (1963) de Jorge Guillén (Antología, p. 43) y “La nostalgia”, del libro Retornos de lo vivo lejano (1952), de Rafael Alberti (Antología, p. 58)].

2.5. Los autores del 27. Pedro Salinas, Rafael Alberti, García Lorca

PEDRO SALINAS (1892-1951) nació en Madrid, estudió Filosofía y Letras y Derecho, fue profesor de literatura española en diversas universidades e investigador en el Centro de Estudios Históricos. En 1936 marchó como profesor a Estados Unidos y permaneció en el exilio tras la conclusión de la guerra. Murió en Boston en 1951.

Tras las apariencias que perciben nuestros sentidos, la poesía de Salinas busca descubrir la realidad profunda y auténtica de las cosas, y en los poemas amorosos, el verdadero ser de la persona amada. En ella predomina la experiencia íntima, pero despojada de lo accesorio y anecdótico, para quedarse con lo esencial, por lo que esta poesía ha sido calificada de conceptual. Su lenguaje es sencillo, sobrio, casi cotidiano y accesible a los lectores, y en él predomina la invocación dirigida a la amada o a las cosas. En la

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métrica, prefiere el verso corto y sin rima, o sólo con rima asonante.

Dentro de la obra de Salinas suelen distinguirse tres etapas:

1. Etapa inicial (1923-1931): Publicados en la época en que predominan la poesía pura y los influjos vanguardistas, los primeros libros de Salinas se caracterizan por la naturalidad del lenguaje y la presencia de temas variados como el amor, el mar, los objetos de la vida moderna, como en el poema titulado “Underwood girls”.

Los libros de esta primera etapa son Presagios (1923), Seguro azar (1929) y Fábula y signo (1931).

2. Etapa central o “ciclo verdadero” (1933-1939): El asunto central, prácticamente único, de los poemas de este ciclo, es la historia de una relación amorosa que va desde los inicios esperanzados a la ruptura y la desilusión. En ellos el amor es entendido como plenitud, conocimiento, búsqueda de un más allá que trascienda la mera relación cotidiana de la pareja.

Los títulos de esta etapa son La voz a ti debida (1933), Razón de amor (1936) y Largo lamento (1939).

3. Poemas del exilio (1939-1949): En los poemas de esta etapa, especialmente en el libro El contemplado, el mar adquiere un protagonismo especial como interlocutor y como un símbolo de la belleza cuya contemplación nos acerca a lo absoluto.

Los títulos de esta última etapa son El contemplado (1946) y Todo más claro y otros poemas (1949).

[El estudio de la obra de Pedro Salinas debe completarse con la lectura de los textos incluidos en la Antología, pp. 39-40, y en las Unidades didácticas].

FEDERICO GARCÍA LORCA (1898-1936) nació en Fuente Vaqueros (Granada), en una familia de campesinos acomodada, culta y de talante liberal. En 1919 se traslada a estudiar a Madrid y vive en la Residencia de Estudiantes. Allí entabla amistad con Salvador Dalí, Rafael Alberti y otros artistas de su generación. En 1929 realiza un viaje a Nueva York que le causó enorme impacto y supuso un cambio radical en su orientación artística. Durante los años de la República dirige el grupo de teatro universitario La Barraca. En agosto de 1936, un mes después de empezar la guerra, es detenido y fusilado cerca de Granada por fuerzas de la derecha.

García Lorca fue un hombre de gran sensibilidad y temperamento artístico, que mostró no sólo en su actividad literaria, sino también en el dibujo y la música. Aunque a lo largo de su vida publicó diversos textos en prosa, lo esencial de su producción está formado por la poesía lírica y el teatro.

1. La obra lírica de Federico puede clasificarse en dos grandes periodos:

1.1. Poesía neopopular (1921-1928): En este primer periodo Federico escribe Poema del cante jondo (1921), Canciones (1927) y Romancero gitano (1928), en que se mezclan los motivos típicamente andaluces, las formas del cante popular, como la saeta y la soleá, y las composiciones tradicionales como el romance, con imágenes y técnicas renovadoras y personalísimas.

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El libro fundamental de este periodo es Romancero gitano, en cuyos versos la anécdota cotidiana y realista se mezcla con la magia y el mito cósmicos, todo ello presidido por los temas comunes a toda la obra del autor : la pasión amorosa, la frustración, la soledad, el sufrimiento y la muerte.

1.2. Poesía de influjo surrealista (1929-1936): A esta

segunda época corresponden Poeta en Nueva York (1929-1930), Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935) y Diván de Tamarit (1935-1936).

De estos libros el fundamental es Poeta en Nueva York, auténtico grito de protesta contra la gran urbe, brutal y deshumanizada, descrita en términos apocalípticos, ante la que el protagonista experimenta sentimientos de angustia, desarraigo, soledad y muerte. En el libro predominan el verso libre y las imágenes y metáforas ilógicas y oscuras, en que se percibe el influjo surrealista.

Diván de Tamarit está inspirado en poemas amorosos árabes. El tema central es el amor, unido íntimamente a la muerte, y expresado de forma atormentada a través de imágenes oscuras y violentas.

2. El teatro de Lorca se halla unido de forma estrecha a su

poesía, hasta tal punto que el autor consideraba que el teatro no es más que “la poesía que se levanta del libro y se hace humana”. Entre ambos, en efecto, existe una identidad de temas (la muerte o la frustración erótica), y un lenguaje poético similar, en que abundan lo popular, lo simbólico y lo mítico. Dentro de él suelen distinguirse varias etapas y subgéneros:

2.1. Farsas: Piezas dramáticas de carácter cómico y sencillo, protagonizadas por personajes populares, en que se representa la vida domestica con cierto componente grotesco y deformador. En todas ellas está presente el tema del amor del viejo y la mujer joven.

Estas obras suelen clasificarse en dos grupos: Las farsas para guiñol –Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita (1922), Retablillo de don Cristóbal (1931)– y las farsas para personas –Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín (1929), La zapatera prodigiosa (1930)–.

2.2. Dramas imposibles: Influido por el surrealismo y por las

corrientes experimentales ensayadas por autores como Bertold Brecht y Luigi Pirandello, Federico escribe un teatro de vanguardia que quiere sacudir la conciencia del espectador tradicional, pero que, según reconocía el propio autor, en su época resultaba irrepresentable. A este grupo corresponden El público (1930) y Así que pasen cinco años (1931).

2.3. Dramas y tragedias: En este grupo se incluyen las obras

más conocidas de Federico, como Mariana Pineda (1923), Bodas de sangre (1933), Yerma (1934), Doña Rosita la soltera, o el lenguaje de las flores (1935), La casa de Bernarda Alba (1936).

Todos estos dramas tienen protagonistas femeninas cuyos anhelos íntimos se ven perseguidos, coaccionados o reprimidos por el mundo externo, por lo que el deseo frustrado y la afectividad insatisfecha son temas recurrentes en todos ellos.

De estos dramas destaca La casa de Bernarda Alba, considerada como la obra cumbre del teatro lorquiano. A diferencia del resto de su teatro, en La casa están ausentes casi

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por completo los momentos líricos y el verso. Su tema central, el enfrentamiento entre los principios de libertad y de autoridad, viene a resumir la preocupación fundamental de toda la obra lírica y dramática del autor16.

16 Después de la muerte de Antonio María Benavides, Bernarda Alba queda viuda con cinco hijas: Angustias, de 39 años, Magdalena de 30, Amelia de 27, Martirio de 24, y Adela, la menor, de 20. Tras el entierro de su esposo, Bernarda impone a las hijas un luto riguroso: “En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Hacemos cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordar el ajuar”. Situación extrema, sin duda, que lleva hasta lo inverosímil el rigor del duelo, presente en España, especialmente en el medio rural, hasta época reciente.

Las hijas aceptan la situación resignadas, no les queda otra elección, pero sólo en apariencia, ya que en su interior hierven deseos mal disimulados de amor, de sexo, de libertad. En la casa de Bernarda, en efecto, reina una paz aparente, que va a quedar rota con la presencia de un elemento exterior que actúa como catalizador y que desencadena la tragedia: Pepe el romano, mozo de veinticinco años, señorito guapo, que pretende a la mayor de las hermanas, Angustias, pero que desea a Adela, con la que pronto empezará a tener relaciones a escondidas.

Muchas noches, tras visitar a Angustias en la reja, según el precepto de los noviazgos antiguos, Pepe se encuentra con Adela en otra ventana de la casa, y después en el corral, hasta cerca de la madrugada, si bien estos hechos se insinúan y no quedan claros para el espectador hasta las últimas escenas.

Martirio, que también ama a Pepe, espía a Adela y acaba denunciándola una noche. Pepe huye y Bernarda dispara contra él sin herirle, aunque Adela, que espera un hijo de Pepe, se ahorca creyéndole muerto.

La obra, como vemos, reitera un tema presente por doquier en la obra del autor: El conflicto entre la realidad y el deseo, entre un principio de autoridad irracional, sustentado en la tradición y la costumbre, y las ansias de realización personal y de amor de las hijas de Bernarda, cuyos deseos íntimos se ven

[El estudio de la obra de García Lorca debe completarse con la lectura de los textos incluidos en la Antología, pp. 47-54, y en las Unidades didácticas].

RAFAEL ALBERTI (1902-1999) nació en el Puerto de Santa María (Cádiz) en 1902. En 1917 la familia se trasladó a Madrid, donde en el alma del joven Rafael crece la nostalgia por su tierra gaditana. Su primera vocación fue la pintura, que pronto cambió por la poesía. Con su primer libro, Marinero en tierra, obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1925.

Entre 1927 y 1928 sufre una profunda crisis que cambia su visión del mundo y que plasmará en los poemas reunidos en el libro titulado Sobre los ángeles (1929). Empieza a intervenir en la lucha contra la dictadura del general Primo de Rivera. Conoce a María Teresa León, que será compañera inseparable de todas sus actividades. En 1931 ambos optan decididamente por la militancia política en el Partido Comunista. Al año siguiente reciben una beca de la Junta para ampliación de estudios a fin de entrar en contacto con los nuevos movimientos artísticos europeos.

Durante los tres años de la guerra María Teresa y Rafael desarrollan una intensa labor cultural en las filas republicanas. Tras la guerra marchan al exilio y residen en Francia, en Argentina, en Italia. Rafael regresa a España en abril de 1977. En 1983 obtiene el premio Cervantes, que viene a representar el reconocimiento definitivo del poeta. Muere en octubre de 1999.

Rasgos característicos de la lírica de Alberti son su extraordinario dominio de los recursos métricos, tanto de la versificación popular como de la culta, la musicalidad de sus poemas y su sentido del

reprimidos, empujados a la frustración, y las protagonistas, forzadas a arrastrar una vida tan estéril, equiparable a la muerte.

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ritmo, la atención al cromatismo, que desempeña un importante papel en su poesía, la presencia casi permanente del mar y del sentimiento de nostalgia en sus poemas.

En cuanto a su evolución, dentro de la obra de Alberti suelen distinguirse estas etapas, en las que podemos ver resumida la evolución de la poesía del Grupo de 1927:

1. Poesía neopopular: Después de sus primeros tanteos, Alberti emprende el camino del neopopularismo, que fructificará en uno de sus mejores libros, Marinero en tierra (1924), con el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura. El libro consta de poemas sencillos, cortos, con el tono y ritmo propios de la lírica tradicional, que Alberti recrea magistralmente, y su tema central es la añoranza del mar, un mar idealizado, símbolo de alegría y plenitud.

En la misma línea están La amante (1925) y El alba del alhelí (1927), que empieza a marcar la transición hacia una nueva tendencia. En esta etapa inicial de la obra de Alberti predominan lo lúdico y sonriente; se perfila como un poeta nada problemático, poeta del mundo recién estrenado y la alegría vital.

2. Gongorismo y surrealismo: La tendencia iniciada con sus tres primeros libros se ve interrumpida por Cal y canto (1929), cuyo título revela una clara intención de complejidad y hermetismo. Como todos los compañeros de grupo, Alberti se siente atraído por el arte de Góngora y comienza a escribir una poesía barroca, de compleja elaboración, influida también por las vanguardias.

La grave crisis personal ya citada lo empuja a los dominios del surrealismo, que por aquellos años empezaba a difundirse en

España. El resultado es su segundo gran libro, Sobre los ángeles (1929), en el que el poeta, que se siente desterrado y perdido en un mundo agónico, ha querido representar, no los ángeles cristianos, corpóreos, de los bellos cuadros o estampas, sino irresistibles fuerzas del espíritu que representaban “ciegas encarnaciones de todo lo cruento, lo desolado, lo agónico, lo terrible y a veces bueno que había en mí y me cercaba”, según confesó en sus memorias el propio autor.

3. Poesía comprometida: A partir de 1930 Alberti deja atrás las preocupaciones formales y los conflictos íntimos. Vuelve los ojos a la realidad de su tiempo, inicia la militancia comunista y empieza a escribir poesía revolucionaria, en que abandona las oscuridades estilísticas para volver a su primitiva sencillez y para caer ocasionalmente en el prosaísmo. Esta nueva actitud fructifica en obras cuyos valores estéticos han sido muy discutidos: El poeta en la calle (1935), De un momento a otro (1937).

4. Poesía del exilio: Terminada la Guerra Civil, la amarga experiencia del exilio conforma los libros escritos a partir de 1939, transidos de nostalgia: Entre el clavel y la espada (1941), Pleamar (1944), Retornos de lo vivo lejano (1952), Ora marítima (1953).

Otros libros de esta etapa, como Poemas de Punta del Este (escrito entre 1945 y 1956) o Baladas y canciones del Paraná (1953), se inspiran en la nueva realidad americana con la que ahora convive, pero los impregna la misma melancolía.

También pertenece a esta época una de las obras fundamentales de Alberti, A la pintura (1948), que reúne poemas dedicados a grandes pintores y a los elementos que intervienen en

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la actividad pictórica. El tema reaparece en Los ocho nombres de Picasso (1970).

[El estudio de la obra de Rafael Alberti debe completarse con la lectura de los textos incluidos en la Antología, pp. 55-58, y en las Unidades didácticas].

Otros autores del 27 son JORGE GUILLÉN (1893-1984), cuyo libro Cántico (1928, concluido en 1950) es un de los ejemplos máximos de poesía pura; GERARDO DIEGO (1896-1987), que a través de los libros Imagen (1922) y Manual de espumas (1924) difunde la moda creacionista; VICENTE ALEIXANDRE (1898-1984), autor de Espadas como labios (1931) y La destrucción o el amor (1933), en que están presentes la temática amorosa y la moda surrealista; LUIS CERNUDA (1902-1963), que en La realidad y el deseo (1936) reúne su poesía anterior a la guerra, también influida por el surrealismo, y en el exilio escribe Las nubes (1940-1943) y Desolación de la quimera (1956-1962); DÁMASO ALONSO (1898-1990), autor de Hijos de la ira (1944), libro que, después de la guerra, inicia en España la poesía existencial. Junto a ellos destacan EMILIO PRADOS (1899-1962), MANUEL ALTOLAGUIRRE (1905-1959), CONCHA MÉNDEZ (1898-1986), ERNESTINA DE CHAMPOURCIN (1905-1999).

2.6. Miguel Hernández, epígono de la Generación de 27

Aunque cronológicamente pertenece a la Generación de 1936, a MIGUEL HERNÁNDEZ (1910-1942) puede considerársele un epígono de la Generación de 27, ya que su poesía supone una síntesis de las principales etapas de este grupo:

1. El primer libro de Miguel Hernández, Perito en lunas (1934), sigue la tendencia de la poesía pura, hermética y deshumanizada, con la que iniciaron su labor los poetas del 27. En él predomina el uso de la metáfora y se percibe el influjo de Góngora, común a otros autores de esta época.

2. La plenitud poética de Miguel Hernández se alcanza con El rayo que no cesa (1936), publicado en la época de rehumanización de la poesía española, y cuyo tema central es el amor: una pasión incesante y desbordada, que se estrella contra el desdén de la amada y las barreras que se levantan a su paso; pasión que se convierte en un dolor punzante, y que coloca al protagonista en las fronteras de la muerte.

El Rayo que no cesa se compone, sobre todo, de sonetos. Ese molde clásico tan riguroso favorece una perfecta síntesis entre el desbordamiento emocional y la concentración expresiva. Aparte de los sonetos, la gran composición del libro es la inolvidable Elegía a Ramón Sijé: sus tercetos encadenados componen una de las más impresionantes elegías de la lírica española y, acaso, el más alto poema de la amistad que se ha escrito entre nosotros.

3. La tercera etapa incluye la poesía escrita durante la Guerra Civil, especialmente el libro titulado Viento del pueblo (1937), con el que se inicia una etapa de poesía comprometida. “Los poetas –dice el autor al frente de dicho libro–, somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas”.

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El contenido de Viento del pueblo varía respecto a la obra anterior de Miguel Hernández, para dar paso a la temática bélica y la preocupación social propia del momento: arengas, cantos épicos, poesías de combate, denuncia de la injusticia y las desigualdades. El tono más patético se alcanza en los poemas en que se denuncia la situación de los desheredados, como “El sudor”, “El niño yuntero”, “Aceituneros” y “Las manos”.

4. Finalmente, tras ser hecho prisionero al concluir la guerra, Miguel compone en la cárcel la mayor parte del Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941), en que depura de nuevo su expresión, inspirándose ahora en las formas más escuetas de la lírica popular.

La temática central de estos últimos poemas vuelve a ser el amor –ahora se trata del amor a la esposa y al hijo, nuevamente frustrado por la separación– y, junto a él, las consecuencias de la guerra y su situación de prisionero. La desnudez y la concentración formal, unidas a la índole del contenido, dan como resultado un libro conmovedor. De los poemas de esta época destacan las estremecedoras “Nanas de la cebolla”, poema dedicado al hijo al que, con gesto sobrehumano, Miguel pide una sonrisa.

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