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VELEIA, 2425 305327, 2007 ISSN 0213 2095 EL TEMA DEL CIERVO HERIDO EN EL ARTE PARIETAL PALEOLÍTICO DE LA REGIÓN CANTÁBRICA. EVALUACIÓN ICONOGRÁFICA Resumen:. Las cuevas de La Peña Candamo, El Buxu, Altamira, La Pasiega y El Rincón contienen representaciones parietales de ciervos machos heridos, o simplemente bramando, que muestran rasgos repetidos y un tratamiento iconográfico particular. Aquí se subraya la frecuencia de ese tema en la región Cantábrica, que se añade a otras particularidades regio- nales en la representación de esa especie, y se propone una cronología amplia para el mismo, al menos del Solutrense al Magdaleniense medio. En el conjunto de representaciones de ani- males heridos del arte parietal, el ciervo se particulariza por una más estrecha corresponden- cia entre la presencia de venablos y la postura y expresión de dolor del animal; esto es, por un carácter más narrativo que el de otros temas animales con venablos o heridas asociadas. A partir del comportamiento estacional de la especie, variable según sexos y grupos de edad, de su interés económico para las poblaciones cantábricas y de las particularidades de la caza de los ejemplares machos y adultos, se sugiere una lectura vinculada a la celebración de valores cinegéticos y de prestigio, que en algunas cuevas parecen substanciarse en la representación de cacerías de venados adultos concentrados durante la época de la berrea. Palabras clave: Arte rupestre, Paleolítico superior, región Cantábrica, iconografía, Cervus, interpretación, Altamira, Peña de Candamo, El Buxu, La Pasiega, El Rincón. . P La publicación reciente del pequeño conjunto rupestre paleolítico de la cueva de El Rincón (R. Montes et al., 2005; González Sainz y Garate, 2006) ofrece, entre otros motivos grabados o pinta- dos, una representación de ciervo herido similar a las conocidas en otros conjuntos rupestres de la región Cantábrica (Candamo, Buxu, Altamira y La Pasiega). Se trata de representaciones de machos adultos con grandes astas, heridos con uno o varios venablos, y que con frecuencia muestran cierta expresión de dolor: cuerpos arqueados, con cuello y cabeza alzada, y la boca abierta, aparentemente berreando o gimiendo. Así pues, se trata de un grupo de figuras con caracteres recurrentes ya relativamente amplio en la región Cantábrica, y susceptible de un tratamiento de conjunto. Con anterioridad, habíamos abordado marginalmente este asunto al publicar las manifestaciones parietales de un corredor lateral, muy poco conocido, de la Galería B de La Pasiega (Balbín y González Sainz, 1996), en donde, entre otras figuras, habíamos localizado una de estas representaciones de ciervo adulto herido. La evaluación del tema que proponíamos entonces puede ahora matizarse y ampliarse con la información procedente de El Rincón —que apunta a una cronología más extendida para este tema—, y con alguna otra figura de la cueva de La Pasiega que debe incorporarse al catálogo. El examen del conjunto de representaciones se justifica por ofrecer algunos elementos de interés en lo referido a la dispersión geográfica de este tema, a su eva- luación temporal, y a la interpretación o lectura de un motivo iconográfico tan particular.

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VELEIA, 2425 305327, 2007 ISSN 0213 2095

EL TEMA DEL CIERVO HERIDO EN EL ARTE PARIETAL PALEOLÍTICO DE LA REGIÓN

CANTÁBRICA. EVALUACIÓN ICONOGRÁFICA

Resumen:. Las cuevas de La Peña Candamo, El Buxu, Altamira, La Pasiega y El Rincón contienen representaciones parietales de ciervos machos heridos, o simplemente bramando, que muestran rasgos repetidos y un tratamiento iconográfi co particular. Aquí se subraya la frecuencia de ese tema en la región Cantábrica, que se añade a otras particularidades regio-nales en la representación de esa especie, y se propone una cronología amplia para el mismo, al menos del Solutrense al Magdaleniense medio. En el conjunto de representaciones de ani-males heridos del arte parietal, el ciervo se particulariza por una más estrecha corresponden-cia entre la presencia de venablos y la postura y expresión de dolor del animal; esto es, por un carácter más narrativo que el de otros temas animales con venablos o heridas asociadas. A partir del comportamiento estacional de la especie, variable según sexos y grupos de edad, de su interés económico para las poblaciones cantábricas y de las particularidades de la caza de los ejemplares machos y adultos, se sugiere una lectura vinculada a la celebración de valores cinegéticos y de prestigio, que en algunas cuevas parecen substanciarse en la representación de cacerías de venados adultos concentrados durante la época de la berrea.

Palabras clave: Arte rupestre, Paleolítico superior, región Cantábrica, iconografía, Cervus, interpretación, Altamira, Peña de Candamo, El Buxu, La Pasiega, El Rincón.

. P

La publicación reciente del pequeño conjunto rupestre paleolítico de la cueva de El Rincón (R. Montes et al., 2005; González Sainz y Garate, 2006) ofrece, entre otros motivos grabados o pinta-dos, una representación de ciervo herido similar a las conocidas en otros conjuntos rupestres de la región Cantábrica (Candamo, Buxu, Altamira y La Pasiega). Se trata de representaciones de machos adultos con grandes astas, heridos con uno o varios venablos, y que con frecuencia muestran cierta expresión de dolor: cuerpos arqueados, con cuello y cabeza alzada, y la boca abierta, aparentemente berreando o gimiendo.

Así pues, se trata de un grupo de fi guras con caracteres recurrentes ya relativamente amplio en la región Cantábrica, y susceptible de un tratamiento de conjunto. Con anterioridad, habíamos abordado marginalmente este asunto al publicar las manifestaciones parietales de un corredor lateral, muy poco conocido, de la Galería B de La Pasiega (Balbín y González Sainz, 1996), en donde, entre otras fi guras, habíamos localizado una de estas representaciones de ciervo adulto herido. La evaluación del tema que proponíamos entonces puede ahora matizarse y ampliarse con la información procedente de El Rincón —que apunta a una cronología más extendida para este tema—, y con alguna otra fi gura de la cueva de La Pasiega que debe incorporarse al catálogo. El examen del conjunto de representaciones se justifi ca por ofrecer algunos elementos de interés en lo referido a la dispersión geográfi ca de este tema, a su eva-luación temporal, y a la interpretación o lectura de un motivo iconográfi co tan particular.

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En ese tercer aspecto, nuestro ensayo se vincula a una línea de acercamiento a la gráfi ca paleolíti-ca que prima el cruce de informaciones artísticas y zoológicas, incluido el comportamiento animal, y que inspiró el coloquio de la Sociedad Suiza de Ciencias Humanas de 1979, editado por H.G. Bandi et al. en 1984. Una línea que, en la investigación cantábrica, se prolongó en trabajos como el de I. Barandiaran (1984) sobre la expresión grafi ca del sonido, o del aliento en otros casos, en las representaciones parietales y muebles del Paleolítico superior. La revisión de las representaciones de ciervos heridos a la luz del análisis del comportamiento animal puede cruzarse, fi nalmente, con una evaluación del sentido económico de la especie entre los cazadores cantábricos. Antes de encarar la discusión, resumimos la información disponible sobre este tema de los ciervos heridos en las cuevas indicadas, en el orden temporal en que se fueron localizando y publicando.

. C

Buena parte de las representaciones que examinaremos proceden de los grandes centros parieta-les de la región que comenzaron a estudiarse en las dos primeras décadas del siglo . En distintas monografías se fueron detallando una serie de fi guras particulares, aunque sin precisar una relación explícita entre ellas más allá de los aspectos técnicos y cronológicos comunes que presentaban en alguna de esas cuevas, ni abordarse una defi nición del tema en el conjunto regional.

2.1. Altamira. El primer ejemplar que cabe vincular a este grupo fue el formidable venado bra-mando grabado en el techo de la zona derecha de la gran sala de Altamira, afrontado a una fi gura de cabra más sumaria1. Ciertamente no aparece herido por venablos, sino simplemente bramando, pero comparte el resto de los caracteres del grupo de fi guras que valoramos aquí.

La documentación gráfi ca publicada sobre esta fi gura es muy limitada, tanto en lo referido a calcos como a fotografías. Hermilio Alcalde del Río es el primero en ofrecer un mero croquis (1906: lám.III, n.º 14), ampliamente superado por el calco realizado por H. Breuil (Cartailhac y Breuil, 1906: 51, fi gs.36 y 37). Eso sí, con un estilo un tanto particular que llegó a identifi carse con el de los paleolíticos, dada la amplitud y solvencia de la documentación realizada, y la autoridad que al-canzó este investigador. Ese calco se ha ido reproduciendo en los sucesivos trabajos sobre Altamira y campa aún, airoso, en la reproducción de la Sala de los Polícromos del Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira. En realidad, de entre los abundantes grabados existentes en el techo de la Sala original, este fue uno de los pocos seleccionados para la fi gurar en la reproducción, a diferencia de las pinturas, incluidas sistemáticamente y, sobre todo las polícromas, mejor trabajadas a partir de fotografías y de un análisis crítico del procedimiento de realización, que esencialmente se debe a M. Múzquiz (1988).

2.2. La Pasiega. Pocos años después, en la monografía sobre el conjunto rupestre de La Pasiega (Breuil, Obermaier y Alcalde del Río, 1913) se publicaba una nueva fi gura de ciervo herido, pintada en trazo lineal de color negro en un corredor al fondo de la Galería B. Esta representación es en realidad la primera documentada que participa con toda propiedad del grupo que tratamos, aunque

1 La composición es similar a la del panel principal de la cueva Grande de Otañes, en la que un ciervo —en este caso herido con algún venablo, pero carente de una

expresión corporal acorde— se afronta a una fi gura com-pleta de cabra (González Sainz et al., 1994).

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F . Representación de un ciervo bramando, afrontado a una figura más sumaria de cabra, grabados en el gran techo de Altamira. Calco firmado con las iniciales de Henri Breuil (Cartailhac y Breuil, 1906: 51)

F . Representación de ciervo herido situada al fondo de la Galería B de La Pasiega. Calco de H. Breuil, en Breuil, Obermaier y Alcalde del Río, 1913: 17 —fig.2—

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hasta ahora no la habíamos vinculado al mismo. Se trata de una representación de ciervo macho herido con varios venablos en su zona ventral y cuarto trasero, pintado en negro sobre el lateral iz-quierdo de la parte profunda de la Galería B (Breuil, Obermaier y Alcalde 1913: 17, y fi g.2; n.º 59 del plano; representación B10/6 de la revisión de Balbín y González Sainz).

En lo que aquí nos interesa, y aunque el pigmento no está demasiado bien conservado, se trata de un ciervo adulto por el asta grande y ramifi cada, o por el pelaje que, efectivamente, parece indicado en la zona pectoral mediante algunos tracitos oblicuos. Muestra el cuello y cabeza alzada, y un buen número de trazos rectos que no forman parte del cuerpo del animal (no son interpretables como pelaje ni como relleno), aparentemente venablos clavados en la zona ventral y en el cuarto trasero. En origen la representación era completa. Se trazó en un resalte rocoso del corredor terminal de la Galería B, en un punto ya muy próximo a la intersección con las galerías A y D, sobre un plano delimitado por fuertes infl exiones de la pared, y ajustando el contorno entre esas irregularidades del soporte. Conviene añadir que la fi gura aparece notablemente aislada de otras y que el emplazamiento no es en absoluto escondido (está a 2,20 m sobre el suelo y es perfectamente visible desde el mismo eje de tránsito).

El calco ensayado por Breuil es correcto, y solo matizable en algún detalle: creemos que son dos las extremidades posteriores, indicadas en paralelo en su parte alta, y en lo que aquí nos interesa más, que conserva la línea frontal de la cara y muestra una cabeza —que tiende a triangular y apuntada— más elevada que lo sugerido por el calco de 1913, como es usual en el grupo de representaciones que evaluamos aquí (fi gs.3 y 4)2. En la misma Galería B de La Pasiega hay al menos otra fi gura que cabe integrar en este grupo iconográfi co, y que tratamos más adelante.

F . Ciervo herido de la Galería B de La Pasiega, sector 10. Fotografía: R. de Balbín

2 El calco que ofrecemos —fi g.4— se ha realizado dibujando sobre la fotografía de base con un procesador de imagen convencional (A. Photoshop C5), y consi-derando el croquis a mano alzada, mediciones y notas tomadas en la cueva en la revisión realizada junto a R.

de Balbín. Con línea discontinua gruesa se indican los resaltes que delimitan el lienzo. Además se señalan al-gunas áreas de concreción calcítica antigua (trama gris), grietas menores y otras discontinuidades (en línea con-tinua fi na).

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F . Calco de la representación de ciervo herido de la Pasiega B, sector 10, pintado en negro

2.3. El Buxu. Cabe añadir una serie de fi guras de ciervo pintadas y casi siempre también grabadas de la cueva del Buxu (Obermaier y Vega del Sella, 1918), situadas en un lateral y techo inmediato de la última sala decorada de la cueva, o Galería D (fi g. 5). El fuerte deterioro de este conjunto rupestre obliga a trabajar sobre los calcos y descripciones antiguas, aunque son útiles las refl exiones sobre el conjunto parietal de revisiones más recientes (Menéndez, 1984). Una fi gura completa de ciervo grabado, pintado y raspado en el techo, participa plenamente del tema que tratamos, mostrando la cabeza y el cuello alzados, la boca abierta y algunos trazos interpretables como venablos sobre la zona pectoral (op. cit. 1918: 32, grupo XVI; Menéndez 1984: 779). Esta fi gura está superpuesta a un grabado de cabra realizado antes. En un lienzo inmediato, más bajo, cabe asociar una representación de, al menos, la cabeza, astas, línea cérvico-dorsal y pecho de un gran cérvido con la boca abierta, aparentemente bramando. Estos rasgos son solidarios con la posición alzada de la cabeza y unas astas caídas sobre el lomo. En ocasiones esta fi gura se ha identifi cado como un gamo por la morfología del asta (desde la monografía original, y luego Hernández Pacheco, —1919: 179— a, por ejemplo,

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Crémadès 1993). Esta fi gura, pintada en negro, no muestra sin embargo venablos asociados (op. cit., 1918: 31 grupo XV; Menéndez, 1984: 778).

Es más convencional una nueva fi gura completa de ciervo macho inmediata, pintado en negro y grabado, con cuello y cabeza en posición normal y aparentemente sin venablos asociados (op. cit. 1918: 29, grupo XV; Menéndez, 1984: 776). A esta fi gura se añade, por último, un grabado de cier-vo macho con similar orientación, pero de concepción mucho más abreviada. El caballo grabado en medio de la agrupación se infrapone a su vez tanto al posible gamo como al ciervo pintado y grabado inferior (op. cit, 1918: 32), al igual que sucedía con la cabra de la parte alta.

Más allá del tratamiento individual de cada fi gura, o de la discusión de si la intermedia refi ere un gamo o un ciervo, conviene subrayar un par de aspectos. De un lado, la proximidad topográfi ca y la relativa unidad técnica y estilística de las fi guras (que permitía a los autores de la monografía atri-buirlas a un mismo horizonte del Magdaleniense) parecen sufi cientes para pensar en una asociación sincrónica y signifi cativa en términos de composición. Una asociación que también parece relevante en términos de comportamiento: los caracteres de varias de las fi guras de ciervos, unido a la ausencia de ciervas en el panel, sugieren una agrupación de machos, quizá en época de berrea.

F . Conjunto de representaciones agrupadas con los números XIV, XV y XVI de El Buxu (tomado de Obermaier y Vega del Sella, 1918: Lám.XV)

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Frente a las representaciones más aisladas de otros yacimientos, esta probable composición de El Buxu asocia fi guras plenamente encajables en el tipo herido (la superior), junto a otra solo bramando (el posible gamo), y otros dos ciervos más convencionales en la parte baja del lienzo. Esta diversidad de planteamientos es similar, como veremos a continuación, a la de una agrupación de ciervos docu-mentada en La Peña de Candamo.

2.4. La Peña de Candamo. Una nueva concentración de ciervos se reveló en la cueva de La Peña de Candamo, estudiada por E. Hernández Pacheco con la asistencia de varios miembros de la Co-misión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas. Entre ellos, y en lo referido a la documen-tación y expresión gráfi ca del arte parietal de esta cueva, jugó un papel muy destacado Juan Cabré (Hernández Pacheco, 1919: 6). Son hasta siete las representaciones de ciervo grabadas y, ocasional-mente, también pintadas en negro, las que en principio podríamos valorar aquí (Hernández Pacheco 1919: 58 y ss.; fi guras n.º 1 a 7).

Estas fi guras están relativamente dispersas por el Muro de los grabados, y coinciden espacialmen-te o se solapan con otras muchas representaciones, realizadas con procedimientos técnicos bastante diversos. De hecho, el «Muro de los grabados» es, a pesar de su lamentable estado de conservación, uno de los lienzos más complejos de todo el arte rupestre regional, bien expresivo de la acumulación de representaciones en diferentes episodios del Paleolítico superior. La numeración correlativa de estas fi guras de ciervos se debe a que la descripción de Hernández Pacheco se organiza por temas —y comienza precisamente por los ciervos—, y no por procedimientos técnicos (H. Breuil), o topográ-fi camente, como empezó a ser usual unas décadas después en las monografías sobre los conjuntos parietales, refl ejando los nuevos objetivos propugnados por A. Leroi-Gourhan y otros autores.

Sin embargo, mejor que evaluar fi guras sueltas seleccionadas de entre el conjunto de represen-taciones animales del Muro de los grabados, pretendemos valorar un subconjunto que parece ser sincrónico, que muestra cierta unidad compositiva, y un carácter cercano a lo narrativo. La difi cultad en Candamo estriba en la dispersión de las representaciones y el carácter más abierto respecto a otras composiciones parietales más obvias y literarias. Nos referimos, por ejemplo, al grupo compuesto

F . Peña de Candamo. Cabeza de ciervo grabada y pintada en negro del Muro de los Grabados. Calco de J. Cabré, en Hernández Pacheco 1919: 58, figura n.º 1

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F . Peña Candamo. Ciervo grabado y pintado en negro del Muro de los Grabados. Calco de J. Cabré, en Hernández Pacheco 1919: 61, figura n.º 2

por un ciervo, varias ciervas y un cervatillo, representados a escala y caminando en una misma di-rección, del Ker de Massat (Barriere, 1990), al grupo con un ciervo y tres ciervas grabados sobre un pilón estalagmítico en la sala 1e de La Garma, al rebaño de uros de La Loja, etc.

Sin embargo, a pesar de la dispersión de los ciervos por el Muro de Peña Candamo, es perceptible una unidad interna desde distintos puntos de vista. Aquí, y en base a las informaciones ofrecidas en la monografía, restringiremos la agrupación a las cuatro primeras fi guras de ciervo. Su carácter unita-rio es claro desde un punto de vista técnico (alternando el negro con el grabado y el raspado sobre la misma fi gura, o simplemente el grabado en algunas, como es frecuente en las composiciones magda-lenienses), y también desde un punto de vista estilístico. De hecho las fi guras 1 a 4 fueron agrupadas en un mismo tipo técnico (grabados de contorno con haz de líneas, con modelados, y combinación ocasional con pintura negra…), junto a otras fi guras de la cueva, y atribuidas a la segunda fase de grabado, del Magdaleniense inferior y medio (op. cit., 1919: 143-144). Por el contrario, preferimos dejar fuera de esa posible agrupación sincrónica las representaciones n.º 5 a 7, aunque comparten algunos rasgos con las primeras. La n.º 5 se sitúa entre las astas del gran ciervo n.º 4, y se infrapone a este. Además es de técnica diferente a la serie 1-4 por la línea de contorno, ahora de «trazos con-tinuos únicos y fuertes» frente a las «líneas en haz» de los anteriores (op.cit., 1919: 68). A su vez, las representaciones n.º 6 y 7 se sitúan muy separadas de la serie n.º 1 a 4, ya en la parte alta del extremo izquierdo del Muro. Su ordenación respecto a la secuencia de representaciones del Muro es menos precisa que en la serie 1-4, y su exclusión permite además dotar a la serie básica, n.º 1 a 4, de cierta unidad también topográfi ca, en cuanto que parecen dispuestas en un friso horizontal en la base del lienzo, en sus zonas izquierda y central.

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F . Peña Candamo. Representación de ciervo grabada y raspada del Muro de los Grabados. Calco de J. Cabré, en Hernández Pacheco 1919: 62, figura n.º 3

F . Peña de Candamo. Ciervo grabado y pintado en negro del Muro de los Grabados. Calco de J. Cabré, en Hernández Pacheco 1919: 64, figura n.º 4

En lo que aquí nos interesa más, se trata de representaciones con distinto grado de acabado formal. Los ciervos n.º 2 (op. cit, 1919: 61) y n.º 4 (1919:64) se integran plenamente en el grupo de ciervos heridos que nos ocupa: cabeza levantada y aparentemente bramando o gimiendo, vuelta hacia atrás en el n.º 4, y con un número variable de venablos clavados. Son las representaciones que

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defi nen iconográfi camente la composic ión. Por su parte, el n.º 1 (1919:58), en el extremo izquierdo del Muro y el n.º 3 (1919:62), en el centro de la composición y sirviendo de puente entre 1-2 y 4, son representaciones parciales, y en principio solo muestran la cabeza levantada y la boca abierta, incluida la lengua en el n.º 1, de entre los caracteres que examinamos.

Aunque hemos insistido en la relativa unidad también topográfi ca o espacial de esta agrupación de ciervos (n.º 1-4), dispuestos en friso horizontal en la parte baja del Muro, zonas izquierda y centro, no es menos cierto que aparece integrada por fi guras separadas y relativamente dispersas, de manera similar a la composición de El Buxu (aunque en este caso expresada en vertical y no sobre un friso horizontal). Ello contrasta ciertamente con la mayor concentración de las fi guras que inte-gran composiciones de tipo rebaño en marcha, con fi guras más agrupadas y orientadas en la misma dirección (citábamos la de ciervos del Ker de Massat y la de uros de La Loja), pero puede ser cohe-rente con el tema expresado, con el hecho de tratarse de ciervos machos y adultos heridos, en una composición creemos que narrativa y que —como en el caso de El Buxu— acaso pueda vincularse a la celebración de cacerías aprovechando las concentraciones de la época de la berrea.

2.5. Adiciones recientes: La Pasiega y El Rincón. Un ejemplar de ciervo herido localizado en la galería B, sector 7, de La Pasiega nos facilitó una mínima defi nición de este tema recurrente en la región cantábrica (Balbín y González Sainz, 1996: 281, fi g.B7/20, y p.292). La fi gura, aunque muy simplifi cada en su parte inferior, muestra todos los caracteres que venimos examinando: venablos en este caso sobre el vientre y el lomo, cuello y cabeza levantada con la boca abierta, e incluso unas astas de gran tamaño desplazadas hacia atrás y casi apoyadas sobre la línea dorsal, como en los ejemplares de Altamira y El Buxu (fi g. 10).

Esta fi gura de ciervo herido se superpone tanto a un caballo en rojo, de pigmento muy desvaí-do, como a una cabra de tratamiento técnico más complejo (originalmente pintada en rojo y luego repasada en algunas zonas con color negro, y además, completada con grabados simples y repetidos en la cola y parte posterior de la extremidad trasera, y con bandas de estriado remarcando el exte-rior del vientre y la parte posterior de la extremidad delantera en primer plano). Las tres fi guras se sitúan en la parte anterior del corredor B7. Algo más al interior de este pasaje son frecuentes otros grabados de animales, incluyendo algunas cabezas de cierva con trazos estriados que asociábamos cronológicamente al ciervo herido y, acaso, a los grabados que completan la fi gura de cabra situada a la izquierda.

En la misma Galería B de La Pasiega cabría considerar una representación del sector 1, que rein-terpretamos (González Sainz, 1999) como un gran cérvido con joroba y grandes astas, probablemen-te un megaceros (fi g. 11). Esta fi gura integra lo interpretado antes como un bisonte y unas extremi-dades posteriores con grandes cascos redondeados (Breuil, Obermaier y Alcalde, 1913: 18, n.º 53 del plano; lámina XIX, abajo, n.º 53 c y 53 b)3. El animal, un macho con grandes astas, muestra un venablo clavado tras la extremidad anterior derecha, que es un punto crucial. Difi ere sin embargo del grupo de representaciones que analizamos por presentar la cabeza triangular extendida hacia delante y no levantada, la ausencia de boca indicada, o de la misma expresión de dolor.

3 La lectura errónea del cuerpo de la fi gura principal, nº 53 c, como bisonte y no cérvido, extraña en Breuil, se debe a la presencia de detalles tan inusuales en un cérvido como una rotunda joroba, especialmente en una época en que el tema del megacero no era aún bien conocido

en las cuevas del SO europeo. Además, estas fi guras –de formato grande y no muy altas sobre el suelo- eran de difícil visualización antes de las excavaciones del depósi-to de esa zona de entrada a la Galería B, realizadas en la década de 1950.

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F . Figura de ciervo herido de la Galería B, sector 7, de La Pasiega (Balbín y González Sainz, 1996: 281)

Cabe destacar en la Galería B de la Pasiega, por tanto, la presencia de tres ciervos (o megacero en un caso) heridos, notablemente heterogéneos desde un punto de vista técnico, estilístico, y en lo referido al emplazamiento (uno integrado en un grupo de grandes fi guras pintadas en rojo sobre el mismo vestíbulo y yacimiento de habitación de entrada, otro grabado en un corredor lateral, super-puesto a fi guras rojas anteriores y asociado a otras representaciones grabadas, incluyendo un grupo de ciervas con bandas de estriado, y un tercer ejemplar en negro, aislado sobre el corredor terminal de la misma galería). Desde un punto de vista espacial estamos en el extremo contrario a lo expresado por las concentraciones sincrónicas de Candamo y El Buxu. En La Pasiega, tal diversidad de plantea-mientos técnicos y estilísticos sobre un mismo tema iconográfi co parece expresiva, entre otras cosas, de la profundidad temporal del mismo.

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F . Megacero herido con un venablo en la parte anterior del vientre, afrontado a un caballo, en el techo de la entrada a la galería B de La Pasiega (foto R. de Balbín)

Por su parte, el ejemplar de El Rincón (o Venta de la Perra A), es un ciervo completo orientado a la iz-quierda, con un único venablo solapado sobre el cuerpo, a la altura de la ijada. Este venablo, afl ecado jun-to a la punta, es de un tipo desconocido hasta ahora en la región Cantábrica, pero muy similar a las fl echas asociadas a varios animales grabados de la cueva de Cosquer (Clottes, Courtin, Vanrell, 2005). El ciervo de El Rincón repite muchas de las convenciones que venimos examinando: cabeza y cuello levemente alzados, y la boca abierta, aquí por separación de líneas, en una versión de estilo más antiguo. Además del procedimiento técnico —grabado simple y único bien remarcado, solo repetido en la cola corta— y de la presencia de un venablo de morfología muy particular con referentes en Cosquer (en donde, a partir de las dataciones de radiocarbono, se aprecian dos fases de frecuentación y de construcción del dispositivo gráfi co, en torno a 27.000 y a 19.000 BP, respectivamente), nos ha parecido relevante cronológicamente la perspectiva de astas y extremidades, o la disposición de las dos traseras (en «doble Y») en un único plano, que también se repite en Cosquer y otros conjuntos rupestres arcaicos. Esta fi gura se trazó sobre un lienzo inclinado muy corroído y alterado en la actualidad, en un estrecho pasaje ya muy cerca del fondo de la cueva. Se yuxtapone en ese lienzo a una representación de uro muy alterada, aunque de caracteres técnicos y estilísticos, en lo conservado, similares a los del ciervo. Fue publicado en el primer estudio sobre el con-junto rupestre de El Rincón (Montes et al., 2005: 42), y con algunas diferencias en el trazado, importantes en la evaluación cronológica, en una revisión posterior (González Sainz y Garate, 2006).

. D

Las representaciones parietales de ciervos heridos no son exclusivas de la región Cantábrica. En sentido estricto y con los caracteres discutidos más arriba, las representaciones extra cantábricas son raras, aunque existen algunos ejemplos cercanos. Así, apunta a la misma idea alguna de las represen-

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F . Representación de ciervo, herido con un venablo con flecos en su parte anterior, de la cueva de El Rincón (según C. González Sainz y D. Garate Maidagan, 2006, en prensa)

taciones de ciervos concentradas en el ábside de Lascaux (fi g. 13), o incluso de renos del arte parietal y mobiliar pirenaico, como las reunidas por I. Barandiaran (1984: 9) en actitud de emitir su voz de Le Portel o de Más d’Azil (en este caso con venablos asociados, además de los rasgos de los cérvidos simplemente bramando). En la Península cabe indicar el ciervo herido con la cabeza retrospicente de la roca 1 de Vale de Cabrôes, en el grupo de conjuntos del río Côa. Se trata de una fi gura (fi g. 14) que muestra algunas diferencias en el procedimiento técnico de piqueteado, y de orden estilístico, respecto al grueso de grabados fi gurativos piqueteados del valle del Côa, lo que sugiere a algunos investigadores una cronología algo más reciente (Baptista, 1999: 138).

En cualquier caso, la distribución de este tema en las distintas regiones del occidente europeo dis-ta de ser aleatoria. Cabe afi rmar que se trata de un tema especialmente repetido en el arte parietal de la región Cantábrica, donde, al mismo tiempo, muestra unos caracteres expresivos más recurrentes y conforma un grupo más cerrado. Al menos por el momento, tal incidencia en el arte parietal regional no se reproduce en el portátil, acaso por las más fuertes limitaciones de este a desplegar animales en formatos completos y detallados, y por el tamaño muy inferior del registro fi gurativo mobiliar.

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F . Representación de un ciervo herido «desplomándose», del ábside de Lascaux (tomado de D. Vialou, 1984, reproduciendo un calco del abate Glory)

F . Ciervo herido de la Roca 1 de Vale de Cabrôes (A.M. Baptista, 1999)

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Esta concentración regional de ciervos heridos parece, en principio, vinculada al importante pa-pel que las representaciones de esa especie, Cervus elaphus, tienen en la gráfi ca parietal cantábrica, a su vez relacionada con la abundancia de este ungulado en la región, en la que encontró un adecuado refugio durante el Pleistoceno superior, como se ha indicado desde los inicios de la investigación. De otro lado, va unida o se suma, a otras particularidades regionales en la representación de ese animal, que trataremos de subrayar.

Las diferencias regionales en el papel del ciervo en el arte parietal paleolítico son claras. Para ilus-trar ese aspecto basta consultar los cómputos de G. Sauvet, sobre una base de 3981 representaciones animales en Francia y España (Sauvet y Wlodarczyk, 2000-2001: 227):

Cantábrico Pyrénées Quercy Périgord Rhône-Languedoc

España Centro y Sur

Francia Norte s

arc. magd. arc. magd. arc. magd. arc. magd. Arc. magd.

Ciervo 86 10 7 14 10 1 16 17 19 0 20 3 203

Cierva 196 10 1 10 2 3 4 6 5 0 28 0 265

s animales 674 359 107 753 99 89 412 698 478 13 241 58 3981

(datos tomados de Sauvet y Wlodarczyk, 2000-2001: 227)

A partir de esos valores se comprueba: 1, el componente ambiental de la distribución de la es-pecie, muy diferente según regiones. Cervus (ciervos y ciervas) supone el 29,2% de los animales representados en el arte parietal de la región Cantábrica y el 19,9% en España Centro y Sur, frente a 8,5% en Quercy, 5,2% en Francia Norte, 4,9% en Ródano-Languedoc, 3,9% en Périgord y 3,7% en Pirineos. 2, la tendencia generalizada a que diacrónicamente descienda esa frecuencia de Cervus, que es mayor en el arte premagdaleniense en todas las regiones con datos (en la región Cantábrica se pasa del 41,4% en el arte arcaico al 5,6 en el magdaleniense, en Pirineos, del 7,5 al 3,2%, en Quercy del 12,1 al 4,5%, en Périgord del 4,8 al 3,3% y en Ródano-Languedoc solo hay algunos ciervos —5,0% de los animales— en el arte arcaico), y 3, que la proporción entre «ciervos» (con astas) y «ciervas» (sin ellas) es diferente regionalmente. Lo normal es que dominen los primeros, salvo en la región Cantá-brica y, según los datos de Sauvet, que revisamos parcialmente más abajo, en España centro y sur4.

Los cómputos de G. Sauvet y A. Wlodarczyk son los más precisos disponibles para una aproxi-mación general a la distribución de temas animales por las regiones del SO europeo, pero son mati-

4 Asumimos el carácter convencional de la distin-ción entre «ciervos» y «ciervas». No se trata de diferenciar taxativamente los dos sexos, sino de separar animales con astas (o con atributos sexuales sufi cientes, caso de algu-na representación acéfala pero con sexo indicado, por ejemplo en La Pasiega A), de animales sin astas, que casi siempre son ciervas, pero también, ocasionalmente, cer-vatos machos de menos de año y medio, o ciervos adultos representados en la época en que las astas han caído (lo que sucede entre Enero-Abril y el inicio del verano en la actualidad). Los términos que empleamos para sepa-

rar «ciervos» y «ciervas» son pues los empleados por G. Sauvet, y los mismos de R. Cacho, que alude (1999: 51) además a la discusión entre P. Ucko y A. Leroi-Gourhan, H. Delporte y otros autores a este respecto. Sin ánimo de insistir en ella, apuntaremos que tal diferenciación nos parece de interés en cuanto que, en una región como la Cantábrica, se aprecian notables diferencias en la distri-bución temporal de «ciervos» vs. «ciervas», y en cuanto que la proporción misma de unos y otras muestra fuertes diferencias según regiones, sobre las que conviene inte-rrogarse.

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zables en lo referido a las regiones peninsulares. Partiendo del recuento crítico de R. Cacho (1999), ampliado a nuevos conjuntos rupestres por nuestra parte, recientemente valorábamos (González Sainz, 2005) 282 ciervas y 72 ciervos en el arte arcaico cantábrico, frente a 123 ciervas y 62 ciervos en el magdaleniense. La especie en su conjunto supone el 34,5% de las representaciones animales parietales de la región Cantábrica, y diacrónicamente se pasa de un 10,1% de ciervos y un 39, 7% de ciervas en el arte arcaico a un 7,3% y 14,5%, respectivamente, en el arte parietal atribuible a la época Magdaleniense.

Con unos u otros datos la conclusión es la misma: el descenso diacrónico de la frecuencia de representación de la especie en todas las regiones consideradas, aunque con valores mucho más altos en el cantábrico que en las áreas septentrionales. Lo que particulariza a la actividad gráfi ca cantábrica es que ese descenso afecta muy especialmente a las ciervas y no tanto a las representaciones de ciervos con astas, que mantienen un papel similar en el arte magdaleniense. Al menos, esa diferencia no es apreciable en las otras regiones consideradas, aunque acaso se deba a la escasez de efectivos. De otro lado, esa caída en las representaciones de cierva durante el Magdaleniense cantábrico corresponde esencialmente a las fases centrales y avanzadas del mismo, en cuanto que la mayor parte de las fi guras consideradas pertenecen a conjuntos rupestres anteriores al 14500 o 14000 BP, esto es, del Magda-leniense inicial e inferior cantábrico.

La matización a los cómputos de Sauvet es más importante en el caso de las regiones peninsulares extra cantábricas, donde la casuística parece variada. Esta no es de fácil precisión dado que en las pu-blicaciones más sintéticas es frecuente que se ofrezcan recuentos indiferenciados para toda la especie, e incluso para la familia («cérvidos»). El porcentaje global de la especie en la Meseta y Portugal es del

F . Cavidades con representaciones de ciervos heridos, o bramando, y expresión corporal acorde de la región Cantábrica. Con círculos pequeños se sitúa el resto de centros parietales paleolíticos, en la actualidad en torno a 117

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19,02% según cómputos de Alcolea y Balbín (2003: 226), sobre un total de 750 representaciones animales. Por sexos, las representaciones de ciervo son más abundantes que las de cierva en La Mese-ta y en Portugal, como han subrayado esos autores en diferentes ocasiones (Balbín y Alcolea, 1994: 131; Alcolea y Balbín, 2003). Estos mismos autores indican sin embargo que la proporción cambia en el grupo de yacimientos meseteños más meridionales (donde integran las cuevas de Maltravieso, Mina de Ibor, El Niño y el conjunto al aire libre de Cheles —o Molino Manzánez— (op. cit. 2003: 224). Lo que podría anticipar, aunque no conocemos recuentos diferenciando sexos, lo que sucede en el grupo de conjuntos andaluces, donde parecen dominar de nuevo con claridad las representacio-nes de ciervas, a tenor del peso de estas en centros parietales mayores como el de la cueva de Ardales, frente a más escasas representaciones de ciervos con astas (vid. Cantalejo et al., 2006).

En relación al tema que tratamos, lo que particulariza la actividad gráfi ca regional es la coinciden-cia del papel más relevante del tema del ciervo herido (más frecuente y con caracteres más cerrados), y de las representaciones de cierva respecto a lo usual en las regiones del SO europeo salvo el Sur peninsular. No encontramos relación entre esos dos aspectos, más allá de su probable vinculación con el importante papel económico de la especie para las poblaciones cantábricas, ni una explicación de tipo ambientalista (que podría haberse ensayado caso de que todas las regiones peninsulares se comportaran como la cantábrica en esa relación ciervas /ciervos, por oposición a las áreas mas sep-tentrionales). En el caso de la alta frecuencia de representaciones de ciervas, más bien estamos ante un patrón de orden estilístico, que se repite en el arte cantábrico desde los inicios del Paleolítico superior hasta los del Magdaleniense reciente (cuando, en torno a 14.500 o 14.000 BP, se produce una notable caída de este tema, al tiempo que se impone un arte de convenciones más extendidas geográfi camente, vid. González Sainz, 2005). Tal patrón se acompaña de otras peculiaridades regio-nales, como la frecuencia de algunas convenciones de representación, repetidas largamente según épocas (ciervas con cabeza trilineal, en trazo tamponado rojo, o de grabados con bandas de estriado en maxilar y pecho) y, en algunas épocas del Paleolítico superior, una tendencia a ocupar espacios importantes en la composición de grandes paneles rupestres (así en El Pendo, o diferentes lienzos de La Pasiega), en ocasiones yuxtapuestas a caballos, que no parece darse en otras regiones. La repeti-ción de ciervos machos adultos heridos y con expresión de dolor debe añadirse a esas peculiaridades regionales.

. D

Buena parte de las representaciones de ciervo herido revisadas de la región Cantábrica han sido atribuidas tradicionalmente al periodo Magdaleniense, inferior o medio, en función de sus caracteres estilísticos —Altamira, El Buxu— y de los paralelos posibles con el arte mobiliar, dada la presencia de convenciones de relleno mediante bandas de estriado en varias de las fi guras de Peña Candamo, o en otras fi guras asociadas topográfi camente al ciervo herido del sector B7 de La Pasiega. La datación absoluta de una de esas fi guras de ciervo herido, pintada en negro y grabada en Peña Candamo (la n.º2 de Hernández Pacheco, 1919: CAN-9, GifA-98172: 13.870 ± 120 BP según Fortea, 2002: 9), es bien acorde con el conocimiento tradicional de la cronología artística, al menos de época Mag-daleniense.

El tema mismo del ciervo herido era atribuido a esa época Magdaleniense (Balbín y González Sainz, 1996: 292), en función de los ejemplares valorados entonces. Entre las representaciones que ahora añadimos al grupo, es posible referir a esa misma época los caracteres estilísticos del ciervo del sector B10 de La Pasiega. Esta fi gura, y algún otro resto en negro del fondo de la Galería B, parecen

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vinculables técnica y estilísticamente a las fi guras negras que en la inmediata Galería A se superponen a las pinturas en rojo, de estilo y convenciones más arcaicas. Por el contrario, el ciervo de El Rincón parece realizado en un momento bastante más antiguo, y también el probable megaceros —o si se prefi ere, cérvido con joroba— herido de Pasiega B1, pintado en rojo y afrontado a un caballo tam-bién de estilo arcaico (que incluso muestra tamponado en alguna de sus líneas de contorno); en el mismo sentido, el tren anterior de la representación de megacero presenta un esquema cercano al de la «doble Y».

Los ejemplares de Rincón y Pasiega B1 retrotraen al menos hasta el Solutrense la cronología de este tema en la región, que alcanzará su mayor desarrollo durante el Magdaleniense inferior y medio. La larga vigencia entre los artistas cantábricos que proponemos para este tema particular, al menos del Solutrense al Magdaleniense medio incluido, no es sorprendente habida cuenta la amplia continuidad en la temática animal del arte regional, y el mantenimiento, o incluso incremento diacrónico del papel económico de esa especie en la subsistencia de las poblaciones cantábricas durante aquel periodo.

La atribución cronológica de los diversos ciervos heridos, o grupos de ellos, es de carácter estilís-tico, salvo en el caso de una fi gura de Peña Candamo datada por radiocarbono. De manera que las diferencias entre los ejemplares que suponemos arcaicos y los magdalenienses reproducen fi elmente los rasgos diferenciales entre esas dos épocas mayores del arte parietal cantábrico, en lo referido a pro-cedimientos técnicos más usuales, perspectiva de las extremidades y —en menor medida— de astas y apéndices superiores, y atención al interior del cuerpo (líneas de articulación, rellenos…). Entre esas diferencias es también notable el grado de coordinación entre las diferentes partes corporales y, en último término, el grado de naturalismo de las representaciones. En este aspecto, los extremos se sitúan en el ciervo de El Rincón de un lado, y en las representaciones de Altamira y La Pasiega B7 —con las astas desplazadas hacia abajo, casi rozando el lomo— y el ciervo con la cabeza vuelta de Candamo (n.º 4 de 1919), de otro.

. E

1. En el tema que nos ocupa apreciamos una notable correlación entre el hecho de tratarse de animales heridos —con presencia de venablos sobre el cuerpo— y presentar una expresión corporal acorde. Los venablos asociados a ciervos no solo añaden información iconográfi ca (como sucede en muchos bisontes, u otros animales también heridos), sino que van unidos a una modifi cación acorde de la morfología del animal, que muestra el cuello y la cabeza levantada, la boca abierta y el cuerpo en general algo más arqueado.

Así pues, el tema del ciervo herido se destaca por un carácter narrativo más marcado que lo usual en el arte paleolítico. Es acorde con ello la tendencia a tratarse de representaciones completas, frente a la frecuente simplifi cación de la anatomía de muchas otras representaciones paleolíticas; y también, que en ocasiones se hayan realizado con un formato algo más grande que el de otras fi guras animales próximas en las cuevas indicadas.

Aunque el catálogo revisado no es extenso, ni muestra unos caracteres cerrados e igualmente defi nidos en todos los casos, sí es sufi cientemente amplio y preciso como para suponer que no es casual la asociación entre el tema animal —ciervo macho y adulto—, la presencia de venablos y la expresión corporal acorde, sino que estamos ante un tema con el que los paleolíticos trataron de ex-presar unas ideas o unos valores diferentes a los de otros animales heridos, o a los implicados en otras representaciones más convencionales de ciervos. Así pues, cabe interrogarse sobre el porqué ciervos, y reaccionando de una forma tan expresiva, y no —o no tanto— otros animales.

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La presencia de venablos asociados no es desde luego exclusiva del ciervo macho, sino que afecta a otros animales e incluso a fi guras antropomorfas, como las muy conocidas de Cougnac y Pech-Mer-le. En La Pasiega (y a partir de la revisión que realizamos junto a de R. de Balbín) muestran venablos asociados 19 fi guras de animales (7,4% de los 257 identifi cables, excluidos por tanto los «cuadrúpe-dos»). La distribución no es demasiado diferente según especies. La cabra se sitúa por encima de la media expresada (4 de 31: 12,9%), seguida de la cierva (6 de 72: 8,3%), el uro (1 de 13: 7,7%) y el ciervo (2 de 27: 7,4%). Estos valores son superados, debido al escaso número de ejemplares, por el megaceros (1 de 1) y el reno (1 de 2). Por último, y ya con valores netamente más bajos, aparecen el bisonte (1 de 21: 4,8%) y el caballo (3 de 79: 3,8%), que en La Pasiega parecen comportarse de forma diferente al resto de temas animales de representación usual. No muestran venablos las escasas representaciones de antropomorfos, carnívoros, rebeco, pájaro y pez de este conjunto rupestre.

Las diferencias en la proporción de animales heridos apreciadas en La Pasiega según temas o grupos faunísticos, que de por sí eran pequeñas, no son relevantes a escala regional. Hemos podido consultar la base de datos construida por R. Cacho y N. Gálvez, con información actualizada hasta 1999. Las frecuencias de animales con venablos o heridas, en los temas de representación usual, son aun más similares entre sí que en La Pasiega, desapareciendo la diferencia apreciada en bisontes y caballos. Los índices de animales heridos, obtenidos en los distintos temas son los siguientes: uro (5,74), cabra (5,73), bisonte (5,55%), caballo (5,32), ciervo (4,65), pez (4,34) y cierva (3,28). Otros animales menos usuales alcanzan frecuencias superiores: reno (6,89), oso (28, 57) y megacero (50,0). La frecuencia media de animales heridos, sobre un total de 1430 identifi cables, es de 4,68%.

El caso del ciervo es por tanto particular, no por ser el animal más vinculado a venablos, sino por la expresión acorde que presenta en un número de casos que consideramos relevante, especialmente entre los de cronología Magdaleniense. Ello contrasta con lo habitual en el resto de animales cuan-do aparecen heridos: los venablos son un añadido de información que no afecta esencialmente a la forma del animal. La comparación con las representaciones de cierva es ilustrativa. Aunque no es del todo exacto que solo aparezcan heridos los ciervos y no las ciervas, sí es correcta la apreciación de Utrilla y Martínez-Bea (2005-2006: 162), en cuanto que el carácter y la idea que trasmiten esos ani-males es distinta: agilidad, elegancia y cierta fragilidad en el caso de la cierva (independientemente de estar herida o no), frente a la potencia herida del macho con grandes astas, que se arquea, berrea o gime.

2. Encontrar un sentido a ese distinto carácter de las representaciones de ciervo herido que proponemos no es sencillo, en cuanto que es difícil eludir una lectura actual, o realizada desde una forma de entender las cosas y unos valores actuales. El tema iconográfi co del ciervo tiene una gran cantidad de lecturas y signifi cados en diferentes tradiciones culturales e iconográfi cas (vid. Chevalier y Gheerbrant, 1969). Algunas de ellas podrían vincularse tentativamente a la mentalidad paleolítica, o a lo que suponemos de ella. Así, la renovación anual de las astas se asocia en alguna de esas tradi-ciones a ideas de fecundidad, de renovación cíclica de la naturaleza; la vieja leyenda que entiende el ciervo herido y largamente perseguido como agente de la transformación del cazador, al que facilita el acceso a otra realidad superior, podría vincularse a prácticas chamánicas, al igual que en su papel como mediador entre cielo y tierra, símbolo del sol naciente, etc., de otras tradiciones. Hemos prefe-rido, sin embargo, explorar en el contexto gráfi co de las representaciones, en el comportamiento de ese animal y en el papel económico de la especie entre los cazadores cantábricos. Aun con tal desplie-ge no cabe el optimismo.Como al jugar con la linterna en una cueva, lo más que alcanzaremos será iluminar uno u otro rincón de una sala cuya forma podremos imaginar, pero no ver en su totalidad y de una sola vez.

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3. Las representaciones de ciervos que venimos revisando aparecen aisladas o asociadas con otros animales diferentes, como es usual en los lienzos parietales del Paleolítico superior. Hemos destaca-do, sin embargo, las concentraciones de ciervos machos de Candamo y El Buxu, con varios ejem-plares de similares procedimientos técnicos y caracteres estilísticos en cada una de esas cuevas, y sin presencia de ciervas en los alrededores (al menos con procedimientos técnicos y recursos expresivos que, por ser similares a los de los ciervos, permitiesen considerar su sincronía). Esta repetición de ciervos machos, sin otras representaciones de ciervas asociadas, es poco frecuente en el arte paleolíti-co cantábrico, aunque está presente también en el espacio terminal de Las Chimeneas, y en conjun-tos más alejados como Lascaux y Marcenac, y otros de la Península Ibérica. Son más frecuentes las agrupaciones mixtas, que aparecen las más veces como una mera yuxtaposición de fi guras (Altamira, Pasiega B7) y solo en ocasiones muestran un carácter narrativo (Ker de Massat- o semi-narrativo –pilón estalagmítico de la sala 1e de la Garma, parejas de Ekain y Emboscados, etc.). E incluso, al menos en la región Cantábrica, son más frecuentes las agrupaciones solo de «ciervas», presentes en varios conjuntos parietales. Los ciervos heridos y con expresión corporal acorde no suelen aparecen en esas composiciones mixtas (en el caso de Pasiega B7 se aprecia una notable separación espacial, y en lo referido a formato y dimensiones, entre el ciervo herido y las cabezas de ciervas), sino, más frecuentemente, aislados o en agrupaciones de machos adultos. Teniendo en cuenta el comporta-miento de estos últimos, que deambulan aislados durante buena parte del año, no parece descabe-llado pensar que las composiciones de Candamo y Buxu aludan a una situación concreta, a cacerías coincidiendo con la concentración durante la berrea (fi nales de septiembre en la actualidad), como sugeríamos más arriba.

En la región cantábrica Cervus elaphus fue una de las bases económicas de las poblaciones del Paleolítico superior y Epipaleolítico, seguramente la más importante. En algunos periodos (Mag-daleniense antiguo e inicios del reciente), la caza de rebaños de esta especie parece haber sido el elemento clave en la organización de la movilidad y el aprovechamiento económico de los grupos cantábricos. Los recuentos a partir del número de restos indican que es el animal más cazado, con medias de frecuencias entre el 39,3 en el Paleolítico superior inicial, y 60,6 en el Aziliense, y un máximo durante el Magdaleniense medio y superior inicial (62,3). Los valores con el NMI son si-milares, sobrepasando el 50% de los ungulados cazados durante casi todo el periodo Magdaleniense (González Sainz, 1992).

Los datos de edad y sexo de los individuos cazados apuntan a un porcentaje amplio de animales jóvenes e infantiles, y de hembras en menor medida. En el caso del ciervo y de la cabra —las especies que, en distintos entornos orográfi cos, sufrieron una caza especializada— la frecuencia de individuos jóvenes fue creciendo a lo largo del Tardiglaciar hasta alcanzar un máximo durante el Magdaleniense superior-fi nal, estabilizándose después, o con un ligero descenso, en episodios posteriores (González Sainz, 1989: 172). Como ya apuntaron distintos autores —L.G. Freeman, J. Altuna, L.G. Straus y otros— la información sugiere una caza cooperativa de grupos de animales por acoso y batida de laderas; una actividad que era especialmente rentable en las semanas posteriores a la cría (entre mayo y junio), pero bien posible a lo largo de todo el año. Acaso la difi cultad mayor, en esa temporada de inicio del verano, fuera la localización de estos rebaños. En todo caso, la abundancia de la especie en la región, y su movilidad estacional restringida, hacían la caza relativamente predecible, lo que expli-ca que tales rebaños se convirtieran en objetivo primordial de los grupos cantábricos. Aunque cabe suponer que las posibilidades de localización de estos grupos de hembras y crías fueron algo mejores en la estación más fría (reducción de la densidad de la masa de vegetación y de las posibilidades de ocultamiento, piso de nieve, mayor grado de concentración del más escaso alimento, etc.), debieron compensarse con la mayor movilidad de las crías, las más jóvenes ya con varios meses.

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Por su parte, la caza de ciervos machos adultos debió presentar un carácter bastante distinto. El hecho de que vivan más aislados durante casi todo el año —desde los grandes machos dominantes, o reproductores, que suelen deambular solos, a los grupetes de jóvenes que acaban de abandonar la disciplina materna— supone una localización menos predecible por parte de los cazadores, in-compatible con la especialización cinegética ejercida sobre la especie (que, como se ha apuntado, se apoya esencialmente en los rebaños mixtos de hembras y crías) en la región Cantábrica. Sobre todo los machos adultos que viven más aislados debieron ser un objetivo cinegético inusual. Pero ade-más, su caza fue más particular e individualizada en lo referido a la presa, y más costosa en cuanto que, con frecuencia, y una vez herido, debió exigir más largas persecuciones que ciervas y crías. De otro lado, es una caza factible todo el año, pero no igualmente predecible: la localización y caza de grandes machos es más sencilla en la época de berrea, a lo que pueden aludir algunas composiciones parietales, como sugeríamos.

Otros animales grandes como el caballo, el bisonte e incluso el uro, que son más gregarios que el ciervo adulto, fueron frecuentemente objetivos menos defi nidos por el cazador con anterioridad al ataque. Al menos, el empleo del propulsor para cazar alguno de estos animales organizados en grupos hace recomendable disparar al bulto del rebaño, calculando el movimiento de huida de los animales. De manera que también desde el punto de vista del cazador la caza del ciervo adulto pudo ser una actividad algo más particular o personalizada, que la de otros animales.

Acaso por estos rasgos diferenciales, en esas sociedades de cazadores que sobreviven en buena par-te gracias a esa especie, Cervus elaphus, la caza del venado adulto pudo ser un objetivo especialmente prestigioso y susceptible de celebración gráfi ca. Es pues posible que el arte parietal cantábrico se haga eco de esta diferencia entre ciervos machos adultos y el resto de la especie, celebrando unos valores cinegéticos que son relativamente contradictorios con el peso económico de esos animales adultos en la subsistencia de los grupos humanos, pero coherentes con las especifi cidades que suponemos a su caza. De ahí, según creemos posible interpretar, esa especial recurrencia en la representación de unos caracteres de edad y sexo asociados a venablos y a una expresión corporal de dolor, que no se da con similar insistencia en fi guras de otras especies de menor peso económico, ni en grupos de edad o sexo de esa misma especie que sufrieron un acoso más colectivo que el ciervo adulto. Aun a riesgo de realizar una lectura notablemente actual de ese tema paleolítico, nos resulta difícil obviar una interpretación basada en esos valores cinegéticos y de prestigio, que en algunas cuevas parecen haberse vinculado a la representación de cacerías de venados adultos concentrados durante la berrea (grupos de Peña Candamo y El Buxu).

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