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Capítulo 9 Los buenos viejos tiempos Siguiendo las indicaciones de Don Álvaro, acudimos a la coctelería de postín donde dejó a Felipe Navarro. Yo estaba esperando algo como el Morocco, uno de los sitios más famosos y elegantes de Madrid. Sin embargo, aquel local no tenía nada que ver con la discreción del Morocco. Se llamaba Los buenos viejos tiempos y la puerta estaba cuasi oculta entre dos portales; además, en aquella calle las farolas estaban muy separadas entre sí, lo que dotaba a la entrada de un halo de misterio y oscuridad que parecía incitar a guardar secretos, a liberarse y a comportarse como uno no haría a la luz del día, donde desde un cura o la secreta hasta tus propios vecinos parecían juzgarte. Descendimos unas empinadas escaleras hasta una sala inmensa, llena de mesas. La iluminación era pobre, lo suficiente para no chocarse con nadie y poder ver en general, sin poder fijarse en detalles. El local estaba atestado. Sus conversaciones se alzaban sobre la música de un tocadiscos que tenían puesta y se fusionaban en una maraña de sonidos de los que era imposible sacar alguna palabra en claro. Trabajando como detective había visto casi de todo, pero aquel lugar me impresionó, era tal y como me había imaginado un antro de pecado, que era como mi madre llamaba a todo lo que no fuera una iglesia. A mi jefe le encantó el local. Llevaba ya tiempo trabajando con él, así que podía leerle el rostro como un libro abierto. En aquellos momentos sonreía un poco, aunque lo hacía de verdad. Siempre me había preguntado qué hacía Deker en España, un país donde la libertad era un sueño mortal y que, en comparación con otros lugares de Europa, estaba atrasada. Las pocas veces en la que me atreví a preguntarle por qué abandonó Inglaterra para asentarse en España, no me quiso contestar. Deker acudió a la barra, donde un camarero, ataviado con un traje negro y una pajarita a juego, estaba secando una hilera de vasos. Tenía el pelo castaño claro, peinado con raya a un lado, además de los ojos de color gris, que alzó nada más verlos. - Un whisky y un coñac - pidió. El camarero colocó un vaso de tubo y una copa de balón frente a nosotros, antes de sacar dos botellas: una llena de líquido transparente y la otra del mismo tono del ámbar.

En blanco y negro: Capítulo 9

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Tras otro extraño episodio en blanco y negro, Tania decide hablar con Álvaro e intentar descubrir algo nuevo sobre ella.

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Capítulo 9

Los buenos viejos tiempos

Siguiendo las indicaciones de Don Álvaro, acudimos a la coctelería

de postín donde dejó a Felipe Navarro. Yo estaba esperando algo como el

Morocco, uno de los sitios más famosos y elegantes de Madrid. Sin embargo,

aquel local no tenía nada que ver con la discreción del Morocco.

Se llamaba Los buenos viejos tiempos y la puerta estaba cuasi oculta

entre dos portales; además, en aquella calle las farolas estaban muy

separadas entre sí, lo que dotaba a la entrada de un halo de misterio y

oscuridad que parecía incitar a guardar secretos, a liberarse y a

comportarse como uno no haría a la luz del día, donde desde un cura o la

secreta hasta tus propios vecinos parecían juzgarte.

Descendimos unas empinadas escaleras hasta una sala inmensa, llena

de mesas. La iluminación era pobre, lo suficiente para no chocarse con

nadie y poder ver en general, sin poder fijarse en detalles.

El local estaba atestado. Sus conversaciones se alzaban sobre la

música de un tocadiscos que tenían puesta y se fusionaban en una maraña

de sonidos de los que era imposible sacar alguna palabra en claro.

Trabajando como detective había visto casi de todo, pero aquel lugar me

impresionó, era tal y como me había imaginado un antro de pecado, que era

como mi madre llamaba a todo lo que no fuera una iglesia.

A mi jefe le encantó el local.

Llevaba ya tiempo trabajando con él, así que podía leerle el rostro

como un libro abierto. En aquellos momentos sonreía un poco, aunque lo

hacía de verdad. Siempre me había preguntado qué hacía Deker en España,

un país donde la libertad era un sueño mortal y que, en comparación con

otros lugares de Europa, estaba atrasada. Las pocas veces en la que me

atreví a preguntarle por qué abandonó Inglaterra para asentarse en

España, no me quiso contestar.

Deker acudió a la barra, donde un camarero, ataviado con un traje

negro y una pajarita a juego, estaba secando una hilera de vasos. Tenía el

pelo castaño claro, peinado con raya a un lado, además de los ojos de color

gris, que alzó nada más verlos.

- Un whisky y un coñac - pidió.

El camarero colocó un vaso de tubo y una copa de balón frente a

nosotros, antes de sacar dos botellas: una llena de líquido transparente y

la otra del mismo tono del ámbar.

- ¿Trabajabas aquí hace tres días? - inquirió Deker.

- Siempre hago el turno de noche, señor. Sólo libro los domingos.

Mi jefe asintió, llevándose la mano al bolsillo. De ahí sacó la ajada

fotografía de Felipe Navarro, que le mostró.

- ¿Qué puedes decirme sobre él?

El camarero nos miró un instante, no parecía muy seguro, por lo que

Deker sonrió un poco.

- Verá, señor...

- Ugarte. Rubén Ugarte.

- Pues, verá, señor Ugarte, este hombre ha desaparecido y su señora

me ha contratado para que lo encuentre - ladeó la cabeza, mostrando una

mirada maliciosa.- Yo sólo quiero encontrarle y ganarme mi jornal. Pero,

claro, si no tengo lo que quiero, siempre puedo llamar a la policía -

señaló a una de las mesas, donde se estaba jugando al póquer.- Le recuerdo

que el juego está prohibido. Eso, por no hablar de las conversaciones tan

perjudiciales para el Régimen que estoy escuchando...

- Empezó a venir por aquí hace unas semanas, un mes a lo sumo - le

explicó el señor Ugarte, mirando a Deker con cara de pocos amigos.- Desde

entonces se convirtió en un habitual.

- ¿Hacía algo en especial? ¿Jugaba? - quise saber.

- Sólo venía a verla a ella.

- ¿A quién? - preguntamos a la par.

El señor Ugarte miró hacia el escenario que había al fondo de la

sala, justo antes de que todas las luces de la sala se apagaran a la vez.

Un segundo después, uno de los focos del escenario se encendió, emitiendo

una luz cegadora, recortada únicamente por la sinuosa y oscura figura de

una mujer.

- A la señorita Ariadne - dijo el camarero.

Al mismo tiempo que la percusión comenzó a sonar, la luz se suavizó,

dando lugar a una de las mujeres más hermosas que jamás había visto. Era

alta e imponente, con aquella ondulada melena castaña clara que le

llegaba casi hasta la cintura y que llevaba suelta.

Las trompetas se unieron a la percusión, mientras la mujer agitaba

sus caderas de una forma que tenía que ser pecado. Se aproximó al

micrófono de pie, el cual tomó suavemente entre sus manos de tentadores

dedos largos. Llevaba sus delicados brazos cubiertos por unos largos

guantes blancos, que resaltaban contra el negro de su vestido tan ajustado

que le marcaba todas las curvas; además, dejaba al aire los hombros y, al

no llevar tirantes, provocaba la sensación de que se iba a escurrir y

dejar otras cosas al descubierto.

Y entonces aquella boca de carnosos labios color carmín se abrió.

De repente, como si fuera un completo necio, me encontré con la mía

también abierta y deseando besarla como un hombre decente jamás besaría a

la señorita a la que pretende. Aquellos labios rojos atraían el pecado

tanto como a los hombres ahí presentes, que se callaron.

Su voz, además, acompañaba a toda la sensualidad que sus movimientos

y gestos destilaban, era como una sirena hipnotizando con un pérfido

hechizo.

La señorita Ariadne cantaba en inglés, por lo que yo no entendía

ninguna de las palabras, aunque era lo suficientemente expresiva como

para que aquel día aprendiera que <<fever>> significa <<fiebre>>, que es

lo que estaba sintiendo ante aquella mujer. También he de admitir que mi

jefe tuvo que escribirme la letra de la canción y traducirla más adelante,

cuando esta aventura que les estoy relatando ya había acabado.

Les adjunto parte de la misma, por si tienen curiosidad y para que

puedan entender un poco, lo que sentimos Deker y yo.

Never know how much I love you Nunca sabrás cuánto te quiero

Never know how much I care Nunca sabrás cuánto me preocupo

When you put your arms around me Cuando me abrazas

I give you fever Te doy fiebre

that’s so hard to bear que es difícil resistir

You give me fever Tú me das fiebre

When you kiss me Cuando me besas

Fever when you hold me tight Fiebre cuando me agarras fuerte

Fever in the morning Fiebre en la mañana

Fever all through the night Fiebre a lo largo de la noche

Cuando la señorita Ariadne, con aquella voz sedosa e hipnótica,

llegó a aquella estrofa bajó del escenario y comenzó a pasearse entre los

clientes del local. Nosotros estábamos en un rincón, casi ocultos, pero de

algún modo llegó hasta nosotros.

Una mirada entre Deker y ella bastó para que saltaran chispas.

Álvaro estaba ocupado con el papeleo, lo que siempre le arrastraba a pensar en Felipe, ya

que su amigo siempre se quejaba de que tenía que hacerlo y de lo aburrido que le resultaba. Para

él no era una labor tediosa, estaba acostumbrado a ello. No obstante, cuando alguien llamó a la

puerta y después Tania entró tímidamente, lo agradeció.

- ¿Querías verme? - preguntó la chica.

Le indicó que se sentara frente a él, mientras sonreía.

- Sólo quería felicitarte por tus notas. Tu padre va a estar muy orgulloso - notó que la

chica se encogía de hombros con suficiencia, aunque los ojos le brillaban de felicidad.- ¿Os han

dado ya oficialmente todas?

- Sólo falta inglés e historia.

- Puedes chivarle a Jero que ha aprobado una y en la otra tiene un sobresaliente - se echó

hacia delante, indicándole con un gesto que se acercara.- Por cierto, si vais a hacer trampas,

hacerlo bien. Anda que no cantaba que Jero y Deker se intercambiaron los exámenes.

Tania enarcó las cejas, seguramente sorprendida por aquello.

Sin embargo, agitó la cabeza y, de repente, se mostró muy seria.

- ¿Puedo preguntarte una cosa?

- ¿Desde cuándo tienes que preguntarme algo así? - hizo un gesto desdeñoso, agitando la

cabeza, antes de ladearla.- Dispara, anda.

- No quiero que te enfades con Ariadne...

Esas palabras no auguraban nada bueno. Estuvo por suspirar y poner los ojos en blanco,

pero se contentó con mostrarse inexpresivo. Sólo esperaba que no hubiera acabado con la vida de

Kenneth Murray, el volver a enfrentarse a su abuela no era algo que estuviera deseando.

- ¿Qué ha hecho ahora?

- Robó para mí el expediente de mi madre - se frotó la palma de las manos contra el

rostro, aquello era una falta, pues Tania no pertenecía al clan y los expedientes eran información

clasificada.- Lo he leído y hay algo que no me cuadra.

- ¿No deberías hablar con tu padre?

- Mi padre no es un ladrón.

Ahí Tania había dado en el clavo. Sabía cosas de Elena que Mateo desconocía, aunque lo

más probable era que también ocurriera en el sentido inverso. Elena siempre había sido una caja

de sorpresas. De hecho, estaba seguro de que había una parte de su historia que nadie conocía,

aquella parte misteriosa y oscura que la había llevado a una muerte segura y del cual no tenían ni

idea ni Mateo ni él mismo.

- ¿Qué quieres saber? - se resignó.

- Según el expediente mi madre robó algo llamado La espada de Barba azul. Por lo que

me ha explicado Ariadne, todo está en orden y perfectamente explicado. Sin embargo, después de

eso no se sabe nada de mi madre durante un año más o menos...- Tania clavó su mirada en él,

dejando de tener las manos enlazas para colocar una sobre el escritorio.- Hasta que conoció a mi

padre, buscándote a ti, su mejor amigo.

- Y quieres saber qué pasó durante ese tiempo, ¿verdad?

- ¡Claro!

- Pues ya somos dos, bueno, tres contando a tu padre - suspiró, reclinándose en su silla.

Se echó en cabello hacia atrás con ambas manos, mientras cruzaba las piernas.- Ya sabes que, a

excepción del rey, ningún ladrón conoce a muchos ladrones.

- Por razones de seguridad, lo sé - asintió Tania.- Según Ariadne, si alguien captura y, de

paso, tortura a un ladrón, no podrá más que hacer daño en un círculo pequeño del clan.

- Muy bien.

- Pero por qué...

Álvaro hizo un gesto con las manos para que se callara.

- Mi familia desde tiempo inmemorial ocupaba un papel muy importante en la sociedad

de los ladrones. No era muy glamuroso, pero sí que era de vital importancia - sonrió un poco

para sí.- Éramos los mayordomos de la familia real. Por eso, teníamos una serie de obligaciones:

atender a la familia real, protegerla, aconsejarla... Era tradición, además, que cada mayordomo

fuera el hombre de confianza, el amigo, de su rey.

- ¿Por eso eres amigo de Felipe?

- A decir verdad, debía haberme hecho amigo de Héctor, el padre de Ariadne - le explicó,

riendo un poco.- Pero no... No es que no nos lleváramos bien, era que nos éramos indiferentes el

uno al otro. Sin embargo, Felipe siempre me cayó bien y eso que es más joven que yo - hizo una

pausa, agitando la cabeza de nuevo.- Pero no era eso de lo que quería hablarte.

Tania se agarró las rodillas, arrastrándose hasta el borde de la silla.

Seguramente se estuviera oliendo de qué iba a tratar su historia.

- Ahora no porque Felipe es como es, pero cuando yo era niño, los Navarro vivían en ese

enorme caserón. ¿Lo recuerdas? - en cuanto Tania asintió fervientemente, prosiguió.- En esa casa

se hacían unas fiestas que parecían sacadas de un cuento o del siglo XV: enormes salones, música

elegante, risas... Y la nobleza de los ladrones. La crème de la crème.

- ¿Ahí conociste a mi madre?

- Tu madre pertenecía a una de las familias de más alto abolengo, de las más ricas del clan

y, por tanto, de las más poderosas. Los Fiztpatrick solían acudir a todas las fiestas, eran muy

amigos de los Navarro. Por eso, conocía a tu madre de vista y, he de admitir, que me tenía muy

impresionado - sonrió un poco.- Aún siendo una niña, nos tenía al resto asustados.

- ¿De verdad? - se sorprendió Tania.

- No sólo era la mejor ladrona, sino que tenía un humor de perros. Mejor no molestarla,

que te pegaba una patada en la entrepierna, te sacaba la lengua y se quedaba tan pancha.

- No me lo puedo creer - rió la chica.

- En la fiesta estaba enfadada porque, claro, los vestidos con enaguas y los lazos no iban

con ella. Además, le habían castigado por gastarle una bromita un tanto pesada a Héctor Navarro,

que, por aquel entonces, estaba prometido con su hermana mayor.

- ¿Tengo una tía?

- A decir verdad no lo sé. Su hermana, Irene, dejó los ladrones cuando quedó libre de su

compromiso con Héctor. Desde entonces no he sabido nada de ella.

- ¿Por qué dejó los ladrones?

- Nunca le gustó esa vida. Pero, claro, su deber y responsabilidad era casarse con el futuro

rey, así que seguía adelante a su pesar. Sin embargo, Héctor se enamoró de Chryssa y rompió el

compromiso, liberándola de todo lo que le ataba - suspiró, encogiéndose de hombros.- Tu madre

y ella jamás se llevaron bien. Ninguna de las dos intentó mantener el contacto.

- ¿Y qué pasó en esa fiesta?

- Como tu madre estaba enfadada, lo pagó con Felipe. Era un niño muy pequeño, casi un

bebé, que estaba tan entretenido en un rincón jugando con un peluche. Tu madre se lo quitó y,

claro, Felipe se puso a gimotear, un poco asustado porque, como te he dicho, Elena daba mucho,

mucho miedo - sonrió un poco.- Yo lo vi todo y decidí enfrentarme al monstruo que tanto terror

me inspiraba y... No sé ni cómo, pero acabamos siendo amigos.

Durante un buen rato estuvo contándole anécdotas de los buenos viejos tiempos.

Tenía una canción en la cabeza.

Lo peor del caso era que no se sabía la letra, así que estaba todo el rato tatareándola. De

hecho, estaba tan ocupado intentando recordar qué canción era, que ni siquiera escuchó al nuevo

director de la obra:

- Señor Sanz, ¿está escuchando? - preguntó Kenneth Murray.

- ¿Sí...? Sí, sí, claro.

- ¿Y qué decía?

- ¿Qué vamos a ensayar y lo hagamos con pasión?

El profesor Murray puso los ojos en blanco, mientras sus dedos estrujaban el libreto que

entre los dos profesores habían preparado. Se colocó las gafas en su sitio con la yema del dedo,

antes de suspirar:

- Escena cuarta de la primera parte. Desde el principio - le miró fijamente.- Y, señor

Sanz, ahórrese los “eh” y lo que usted cree que son sinónimos... Zorrilla le maldecirá desde la

tumba si vuelve a decir: cómo te pasas o te abrazaré con mis brazos.

¿Será eso posible?

Tras descubrir los ladrones, los asesinos, los Objetos y demás, mejor andarme con

cuidado.

Por suerte, la noche anterior había obligado a Deker a ayudarle con el texto. En un

principio se había limitado a corregirle, pero, al final, había tenido que darle la réplica. Verle

actuar de Doña Inés había sido de lo más gracioso.

Erika, hoja de papel en mano, se situó en el lugar del escenario que le correspondía. En

cuanto el profesor Murray hizo un gesto, ella mostró auténtica estupefacción:

- ¿Qué es esto? Sueño..., delirio.

Jero se acercó a ella, fingiendo pasión, mientras decía:

- ¡Inés de mi corazón!

- ¿Es realidad lo que miro o es una fascinación...? - Erika comenzó a respirar de forma

agitada, al mismo tiempo que se llevaba una mano a la frente.- Tenedme... Apenas respiro...

Sombra... Huye por compasión. ¡Ay de mí!

Erika se dejó caer, como si se desvaneciera, y él la cogió al vuelo.

No era la primera vez que ensayaban aquella escena, pero sí que era la primera que lo

hacían tan en serio. Contempló el rostro de la chica, pensando en lo irónico del asunto: había

habido un tiempo en que siempre estaba ahí para Erika, cogiéndola cuando caía, aunque sólo

fuera metafóricamente.

Era cuando no podía soportarla, cuando lo hacía de forma literal.

Entonces una de las alumnas de último curso, que representaba a Brígida, comenzó con su

parte del texto. En cuanto la escena terminó, el profesor Murray decidió que estaba bien, así que

tenían que repasar una protagonizada por Doña Inés y Brígida, lo que le permitió abandonar el

escenario y poder sentarse con sus amigos.

Éstos estaban acomodados en el medio de la sala, exactamente en la última fila antes de

que un pasillo ancho separase el salón de actos en dos. Deker, como acostumbraba, estaba tirado

de cualquier manera leyendo un libro, mientras que las chicas estaban hablando.

- ¿Qué vas a hacer este viernes? - preguntaba Tania.

- Pues no lo sé - se encogió de hombros Ariadne.- Con esto de que mi tío está en coma,

no hay nadie que lidere a los ladrones, así que de momento no hay misiones a la vista...

- ¿No deberías mandar tú?

- Soy menor de edad, debería nombrar a un regente - explicó la chica, mientras jugueteaba

con las puntas del pañuelo que llevaba a modo de diadema.- La opción más lógica es Gerardo,

pero estoy enfadada con él, así que estoy torturándole un poco, alargando la decisión - hizo una

pausa, antes de añadir.- Hombre, por mí elegiría a Álvaro, pero no puede ser...

- ¿Por qué estás enfadada con el profesor Antúnez? - inquirió él, al mismo tiempo que se

sentaba al lado de Tania, a quien regaló una sonrisa.

- Cosas sin importancia.

- Siempre podrías elegir al profe nuevo - bromeó Jero.

- ¡Ni harta vino! ¡O tequila o lo que sea!

- O sea, cualquier fin de semana de los tuyos - apuntó como si nada Deker.

Jero decidió ignorar el comentario de su amigo, en parte por la mirada asesina de Ariadne

y en parte porque tenía cosas más importantes en mente. Se volvió hacia Tania.

- ¿Se lo has contado?

- Aún no.

La chica le dedicó una mirada de lo más elocuente a Deker, que enarcó las cejas, antes de

cerrar la novela que leía. Se echó hacia delante, mirando a Tania fijamente.

- ¿Y si no me quiero ir? - sonrió con malicia.

Tania únicamente le fulminó un instante. Al siguiente, giró el rostro con aire altivo, lo

que provocó que Deker riera entre dientes. Se puso en pie para inclinarse sobre la chica, sin dejar

de sonreírle.

- No me interesan tus problemas, Pequeño Pony, tranquila.

Antes de marcharse, Deker le dio un toquecito en la punta de la nariz, por lo que Tania

entrecerró los ojos. Si no la hubiera conocido tan bien, hubiera jurado que estaría a punto de

ponerse a maldecir. No obstante, Tania mantuvo las formas y observó atentamente como Deker

se marchaba hasta las filas más cercanas al escenario. Sólo entonces volvió a contar lo que le había

relatado a él en la hora de la comida.

- Para mí está claro - observó Ariadne, apoyando los pies en el respaldo del asiento de

enfrente.- Tenemos que encontrar a tu tía.

- Pero... No entiendo. Álvaro ha dicho que no tenían relación...- Tania frunció el ceño.-

¿Crees que me ha mentido?

- No, no, claro que no.

- ¿Entonces?

- Porque estoy segura que si alguien sabe algo de tu madre, esa es Irene Fiztpatrick o

como quiera que se llame ahora - respondió Ariadne sin vacilar. Jero no entendía nada y, al

parecer, Tania tampoco, puesto que lo miró con confusión. Ariadne acabó poniendo los ojos en

blanco, antes de explicar.- A ver, si yo estuviera en peligro y quisiera legar una información muy

importante a alguien, ¿sabéis a quién elegiría?

- A tu tío - repuso Tania.

- A Deker - respondió él.

- No concurséis nunca en un concurso de la tele - suspiró Ariadne.- Elegiría a Rubén.

¿Sabéis por qué? - los dos negaron con un gesto.- Porque me cae como el culo.

- Y eso tiene lógica porque...- dijo Jero.

- Porque, como me cae fatal, nadie pensará que he acudido a él. Es más lógico pensar que

acudiría a alguien más cercano. Si fuera así, los malvados que me persiguen podrían acceder

fácilmente a dicha información. Y, claro, yo no quiero que caiga en malas manos. Sin embargo, sí

que podría llegar hasta Rubén y, por tanto, a dicha información, alguien que nos conociera a los

dos, alguien en el que confiaría como mi mejor amigo.

- Oh, entiendo...- musitó Tania.

- Qué retorcidos sois los ladrones - suspiró Jero, antes de sonreír de oreja a oreja.- Pero,

bueno, ya tenemos algo que investigar. Vayamos buscando a un perro porque Vilma, Daphne y

Fred han vuelto a la carga.

- Sigues funcionando mejor como Scooby - apuntó Ariadne.

- ¡Cállate, Daphne!

- Sigo sin entender por qué me toca ser Vilma - suspiró Tania. Entonces puso los ojos en

blanco, dejando caer la cabeza hacia atrás.- Y sigo sin entender por qué me contagiáis vuestras

tonterías, ¡deberíamos estar haciendo algo de provecho!

Jero vio que el profesor Murray le hacía un gesto, por lo que se puso en pie y le cogió la

mano a la chica, besándosela con suavidad.

- Porque, ángel de amor, no hay nada como esa sonrisa, para sentirme mejor.

- Eres más cursi que un guionista de El barco - rió Ariadne.

Pero él, simplemente, le guiñó un ojo a Tania y regresó al ensayo.