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Prólogo El regalo Era noche cerrada en el internado Bécquer cuando despertó. A decir verdad, no había pegado ojo en toda la noche, por mucho que había fingido dormir para no llamar la atención; al fin y al cabo compartía el dormitorio. Con cuidado de no hacer ruido, apartó la ropa de cama y apoyó los pies descalzos en el suelo, para, después, ponerse en cuclillas y poder coger una pesada caja de tamaño considerable. Abandonó su habitación con sigilo, esforzándose para que sus pasos no sonaran, algo que nunca había logrado hacer demasiado bien. Sin embargo, en aquella ocasión sí que le salió. Serían los nervios... Su misión era muy importante y no quería hacerla mal, en parte porque no podía fallar, pero sobre todo porque le daban miedo las consecuencias si lo hacía. Cruzó el pasillo hasta llegar a un dormitorio, donde depositó el enorme regalo. Miró en derredor, el corredor estaba desangelado, así que se permitió el rezagarse un momento para cerciorarse de que el regalo llevaba escrito a quien iba dirigido. Después, regresó a su habitación, sonriendo para sí, pues sabía que iban a pasar una temporada movidita en el Bécquer. Era lo que ocurría cuando dejabas un Objeto en las manos equivocadas.

En blanco y negro: Prólogo y Capítulo 1

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Un mes después de los hechos acaentecidos en el final de Cuatro damas, llega diciembre y, con él, los temidos exámenes, además de una obra de teatro que, en parte, trastocará aún más la trastocada vida de Tania. Y es que todo ha cambiado en el Bécquer: con Felipe Navarro en coma, hay nuevo director; las relaciones han cambiado y Tania apenas tiene contacto con Deker... ni con Rubén; por otro lado, las consecuencias acechan a Ariadne y la sombra de un juicio pesa sobre ella.

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Prólogo

El regalo

Era noche cerrada en el internado Bécquer cuando despertó. A decir verdad, no había

pegado ojo en toda la noche, por mucho que había fingido dormir para no llamar la atención; al

fin y al cabo compartía el dormitorio. Con cuidado de no hacer ruido, apartó la ropa de cama y

apoyó los pies descalzos en el suelo, para, después, ponerse en cuclillas y poder coger una pesada

caja de tamaño considerable.

Abandonó su habitación con sigilo, esforzándose para que sus pasos no sonaran, algo que

nunca había logrado hacer demasiado bien. Sin embargo, en aquella ocasión sí que le salió. Serían

los nervios... Su misión era muy importante y no quería hacerla mal, en parte porque no podía

fallar, pero sobre todo porque le daban miedo las consecuencias si lo hacía.

Cruzó el pasillo hasta llegar a un dormitorio, donde depositó el enorme regalo. Miró en

derredor, el corredor estaba desangelado, así que se permitió el rezagarse un momento para

cerciorarse de que el regalo llevaba escrito a quien iba dirigido.

Después, regresó a su habitación, sonriendo para sí, pues sabía que iban a pasar una

temporada movidita en el Bécquer.

Era lo que ocurría cuando dejabas un Objeto en las manos equivocadas.

Capítulo 1

Consecuencias

Estaba siendo un día raro. Quizás se debía a que era viernes y sería el primer día en el que

volvería a su casa tras varios meses. Sí, seguramente por eso estaba pensando en los hechos

acontecidos hacía ya más de un mes. Era increíble lo rápido que había pasado el tiempo y eso que

se habían olvidado de investigaciones, misterios o aventuras para estar sumergidos en el curso en

el que estaban: primero de bachiller.

Tania seguía sin creerse lo que había cambiado su vida de un mes a esa parte. Estuvo a

punto de exhalar un suspiro, aunque se contuvo para no llamar la atención del profesor de

matemáticas, mientras desviaba la mirada hacia la ventana. El cielo era de un color lechoso, casi

del mismo tono que el vaho que se arremolinaba en los cristales.

Aquel era el primer día de diciembre.

La semana siguiente comenzaría la época fatal: los exámenes de la primera evaluación. A

ella no era algo que le preocupara demasiado, sabía que estaría unos días agobiada, pero todo iría

bien, como siempre. No obstante, el que Jero estuviera pasando de estudiar sí que la ponía

nerviosa: ni quería que el chico suspendiera, ni quería verlo a punto de explotar por tener que

preparar todo en el último momento o temer el suspenso.

Bastantes problemas había tenido ya Jero como para, encima, añadirle la presión de los

exámenes de diciembre.

Llevaba ya dieciséis días en el hospital. Dieciséis, que los había contado. Total, salvo estar

enganchado a la televisión o dormir no tenía nada mejor que hacer. Se acomodó de nuevo en el

almohadón, resoplando al ver que había anuncios.

Maldita puñalada de los huevos...

Había estado a punto de palmar por una puñalada, por lo que había sido sometido a una

operación compleja, que había ido bien. Sin embargo, seguía en observación, ya que la herida se

había infectado por el camino. Vamos, que lo había estado pasando de culo entre los dolores, el

no poder moverse para nada, ni tampoco hacer nada... Todavía le entraban escalofríos al recordar

que había estado haciendo pis en bolsas gracias a un tubito...

¿Pero por qué coño estaba pensando en eso?

Jero volvió a resoplar, ladeando la cabeza para encontrarse con la única vista que tenía: la

fachada del otro ala del hospital. Era tan desesperante. Unos días antes había vivido en un cómic

o en una película: robos, misterios, viajes... Y en aquel momento estaba confinado en un episodio

eterno de Anatomía de Grey. Lo dicho: un asco.

- Hola, Jero.

Una enfermera entró, acompañándose de una radiante sonrisa. Llevaba ahí más de dos

semanas, así que, claro, ya era conocido entre ellas, que le trataban con cariño. La que entró era

una de las más jóvenes, guapa. Se inclinó sobre él para colocarle el termómetro de rigor: la

infección se resistía la muy...

- ¿Aburrido?

- Desesperado.

- Bueno, piensa que, al menos, no tienes que ir a clase.

Generalmente, aquel argumento le habría alegrado la tarde. No era de los que se saltaban

las clases, pero si podía evitarlas, mejor. Sin embargo, aquella idea no le consolaba: si estuviera en

clase, al menos estaría junto a Tania.

Aunque Tania iba a verle continuamente, no era lo mismo. Habían pasado de estar juntos

casi todo el tiempo, a sólo poder verse un par de horas al día. Era horrible. La extrañaba

muchísimo. Pero, claro, también tenía su lado positivo: se deshacía en atenciones con él,

parloteaba a su lado todo el rato y, aunque fuera por un ratito, se sentía como si fueran novios y

estuvieran inmersos en una cita. Triste, pero no le importaba, era feliz así.

- ¡Buenas tardes!

La voz de Tania hizo que diera un respingo, por lo que casi perdió el termómetro. Lo

retuvo con más fuerza en su axila hasta que, al fin, sonó y la enfermera se marchó. Al fin pudo ver

a la chica, que acudió a su lado sonriendo de forma radiante. Junto a ella, llegó Ariadne que se

acomodó en los pies de la cama.

- ¿Te has atrevido a que te traiga? - preguntó, fingiendo estar emocionado.- ¡Oh, Dios

mío! ¡Me aprecias de verdad!

- Si no estuvieras hospitalizado, te pegaría - Ariadne entrecerró los ojos.

- ¡Oh, venga, no discutáis! - rió Tania.

Jero no pudo evitar sonreír de oreja a oreja. Siempre había sabido que Tania tenía la

sonrisa más preciosa que jamás había visto, pero desde que la conoció había podido disfrutar de

ella muy poco. No es que Tania estuviera siempre triste o deprimida, pero sí que estaba como

tensa, seria... Hasta hacía poco. Tras la angustia, los nervios y un par de días que se refugió ahí

llorando a lágrimas viva, había acabado dejando atrás la frialdad para reír todo el día.

Estaba tan bonita cuando reía.

- Ah, por cierto - Ariadne le sacó de sus pensamientos, tendiéndole un teléfono móvil.-

Tus padres han llamado. Les hemos dicho que estabas en equitación y que, en cuanto la clase

acabara, les llamarías.

- Si les dijeras la verdad...- apuntó Tania.

Aunque todos los adultos habían insistido en avisar a sus padres, Jero se negó una y otra

vez categóricamente. ¿Cómo iba a contarles que había acabado apuñalado? Cualquiera que fuera el

escenario que se imaginaba era de lo más surrealista: ya dijera la verdad como “mamá, papá, he

salvado a la chica que quiero de ser asesinada en un ritual casi satánico” o se inventara algo del

tipo “mamá, papá, ha venido un quinqui ha birlarme el reloj del chino que llevo y me ha rajado”.

Definitivamente, lo mejor era que siguieran viviendo en la ignorancia y cuidando del resto

de sus hermanos pequeños, que tampoco merecían llevarse un susto.

- Voy a visitar a mi tío, así que os dejo solos, parejita, portaos bien.

Ariadne le guiñó un ojo a él, sólo a él, antes de marcharse de la habitación y, tal y como

había dicho, provocar que se quedaran a solas. Tania estaba completamente roja, pero Jero no

podía ser más feliz, le gustaba la idea de que fueran una parejita.

El final de la clase de matemáticas llegó junto al acostumbrado timbre, por lo que Tania

interrumpió sus pensamientos y se giró para poder charlar con Jero. Ella se había sentado con

Ariadne, que interpretaba el papel de La princesa de hielo, por lo que no le hacía ni caso. Tania lo

entendía perfectamente, sabía que debía mantener su tapadera y, además, desde que la había

conocido de verdad, la chica no le había fallado, ni siquiera en los días difíciles de ambas.

La conversación la había dejado tan anonadada, tan afectada y tan rota que acabó casi

vagabundeando por el internado. ¿Cuántas horas había sido completamente feliz? ¿Dieciséis? Ni

siquiera había llegado a un día entero... Vale, ella tampoco había estado en el mejor de los

estados, sobre todo cuando había empezado a tener algo que, jamás, absolutamente jamás, había

tenido: dudas. Pero, a pesar de ellas, a pesar de las cosas nuevas que estaba sintiendo, su elección

habría sido la misma una y mil veces.

Entonces... ¿A qué había venido esa conversación?

De algún modo, acabó frente a la puerta del dormitorio de Ariadne. Recordó que hacía

poco más de un día que su amiga había tenido que matar a Colbert James, a la persona de la que

había estado enamorada casi toda su vida.

Alzó los nudillos para llamar a la puerta, pero, de pronto, tuvo miedo de hacerlo. No

sabía en qué estado se encontraría la chica, ¿y si estaba fatal? ¿Y si su presencia sólo servía para

molestarla? No obstante, acabó pensando que Ariadne merecía compañía, consuelo, merecía saber

que iba a estar ahí para cualquier cosa, incluso algo tan descabellado como hacer malabarismos

con pelotas. Por eso, se armó de valor, llamó y, sin esperar respuesta, entró.

- Tranquila, soy Tania.

Estuvo a punto de caerse al suelo de la impresión.

Para su sorpresa, Ariadne estaba tirada en la cama junto a un portátil viendo una serie de

televisión que ella, personalmente, no reconocía. Nada de ojos rojos, nada de lagrimones, gritos o

tarros de helados vacíos. Se quedó impresionada. Ella, sin haber experimentado la difícil situación

de Ariadne, sólo quería llorar y patalear. De hecho, recordaba que cuando a Clara la dejó su

primer novio, acabaron las dos a punto de deshidratarse.

Todavía extrañada, se sentó en la cama junto a la chica que, nada más verla, se estiró para

pausar el episodio.

- ¿Qué estás viendo? - no sabía por dónde empezar.

- How I met your mother - Ariadne se encogió de hombros, antes de soltar una carcajada

y enarcar una ceja.- Te estoy asustado, ¿verdad? Esperabas encontrar a un despojo llorón de mí al

que consolar, pero aquí estoy viendo a Ted, Barney y los demás - hizo un gesto.- Tranquila, no

estoy loca o sicótica.

- ¿Ah no?

- Voy a ignorar eso - dijo, haciendo una mueca. Agitó la cabeza, por lo que las cortinas

de pelo castaño le cubrieron el rostro; se lo estaba apartando, cuando le explicó.- Verás, al llegar

aquí tras... Vamos a llamarlo El incidente. Pues eso, cuando llegué me puse a tirar cosas, romper

fotos y tal y luego me dije: vamos, Ariadne, has llorado mucho por ese cabrón y tú no eres de las

que llora por pena: ¡recomponte, mujer, ese cerdo cabrón no merece una sola lágrima tuya! Y, eh,

estoy mucho mejor. No pienso llorar por ese.

- ¿Estás segura? - Tania arrugó el gesto, no le convencía nada la explicación de Ariadne,

por muy normal y tranquila que pareciera.- Has pasado por algo difícil... ¿Estás segura?

- Hombre... No es que esté para tirar cohetes, pero no voy a hundirme por él.

Tania, entonces, la miró con admiración. Le maravillaba lo fuerte que era Ariadne, el que

estuviera tan entera y tan positiva tras haber pasado un día ausente, como catatónica. Aquello fue

como una estocada mortal, el golpe definitivo que acabó con sus defensas.

- Te envidio tanto - musitó, acongojada.- Ojalá estas cosas no me afectasen...

Ariadne la miró un instante, al siguiente apoyó las manos con delicadeza en los hombros

de Tania, que le devolvió la mirada, intentando no echarse a llorar.

- ¿Qué ha pasado?

Y, al final, fue Ariadne quien la consoló a ella.

Durante los cinco minutos largos que duraba el descanso, Tania estuvo vuelta para hablar

con Jero y Santi. Desde que su amigo había regresado al internado, habían cogido la costumbre de

que ella se sentara junto a Ariadne en la primera fila pegando a la ventana, mientras que los chicos

lo hacían detrás de ellas.

Era curioso, pues no habían llegado a un consenso, pero lo habían hecho para que Deker

Sterling no tuviera la desfachatez de sentarse junto a ellos. Tras saber que ese individuo la había

vendido a su familia, ni Tania ni Jero querían saber nada de él. No sólo no le dirigían la palabra,

sino que Jero se pasaba la mayor parte del tiempo en cualquier rincón del internado para no tener

que verle salvo cuando era inevitable: cuando tenían que dormir en la misma habitación.

- ¿Has hablado con tu padre? - le preguntó, al fin, Jero.

- Esta mañana. Acababa de llegar a Madrid - suspiró, mientras notaba la mirada de

Ariadne sobre ellos dos; Santi no sabía nada de ladrones o asesinos, así que debían medir sus

palabras para que no descubriera nada.- Me ha prometido que esta noche hablaremos.

- Por fin.

- ¿Me acompañarás?

Aquello debió de coger a Jero desprevenido, ya que hizo una mueca muy graciosa. Ella,

sonriendo, le tomó una mano.

- Tú siempre has estado ahí, mereces las mismas explicaciones que yo y...- se encogió de

hombros, humedeciéndose los labios, mientras sentía que las mejillas se le sonrojaban.- Y quiero

que vayas. Bueno, si tú quieres claro, pero... Me haría ilusión estar contigo.

- ¡Claro! ¡Sí, sí, voy contigo!

Ante el ataque de efusividad de Jero, Santi soltó una risita, que intentó ahogar, mirando

por la ventana. Aquello incomodó un poco a Tania. No tenía reparos en hablar de sus

sentimientos con una persona de confianza, pero el que se bromeara al respecto o que los demás

lo comentaran, le provocaba tal vergüenza que deseaba irse a esconder debajo de las sábanas de su

cama.

La profesora de literatura entró en el aula y tuvieron que callarse y sentarse de forma

adecuada. Se trataba de una mujer de unos treinta años, media melena rubia y ojos oscuros

cubiertos por unas gafas violeta de montura cuadrada; respondía al nombre de Chelo Birto. Hacía

un par de semanas que se habían enterado de que estaba embarazada y ya comenzaba a notarse la

barriga, aunque ella seguía desenvolviéndose tan bien como siempre.

Nada más entrar, cogió una tiza de la caja de cartón que había en el mueble de la esquina

y escribió con su elegante caligrafía:

Don Juan Tenorio

- ¿Alguien me puede decir qué sabe sobre Don Juan Tenorio? - preguntó la profesora

Birto con una inmensa sonrisa, mientras se paseaba de un lado a otro de la tarima.

Tania no sabía demasiado, tan solo que era una obra de teatro de la que había escuchado

hablar en alguna otra clase de literatura, seguramente en su antiguo instituto. Por eso, se quedó

callada, bajando la cabeza y hundiéndose un poco en el asiento; era su acto reflejo cuando no

quería que le preguntaran en clase, aunque no solía funcionar demasiado.

Por suerte, Ariadne alzó la mano automáticamente.

- Señorita Navarro - instó la profesora, acompañándose de un gesto.

- Obra de teatro escrita por José Zorrilla - risitas por parte de sus dos amigos, del grupo

de Erika y de algún que otro alumno; eso no detuvo a la chica, que prosiguió con voz fría, aunque

alzándola un poquito más.- que trata el mito de Don Juan. De hecho, es una de las obras más

importantes en lo que respecta a dicho mito.

- ¿Podría decirnos de qué va?

- Don Juan es un conquistador nato que apuesta sobre cuantos duelos y cuantas doncellas

puede conseguir. Entonces apuesta que puede conseguir que una novicia sea otra de sus

conquistas. Su forma tan libertina de vivir, le cuesta el compromiso con Doña Inés, que está en un

convento. Sin embargo, Don Juan y Doña Inés acaban enamorándose y viviendo un amor

imposible que, como buen romance del romanticismo, acaba fatal.

- Oh, oh, espera, ya sé cuál es - exclamó Jero de pronto, sin mostrar pudor al declamar

con los brazos estirados al frente y gesto de cantante interpretando una balada.- Es esa que dice:

¿no es verdad, ángel de amor, que si en esta apartada orilla, viene tu padre y nos pilla, las hostias

me las llevo yo?

Tanto ella como unos cuantos se echaron a reír, incluida la profesora.

- Más o menos, señor Sanz, más o menos...- suspiró la mujer, yendo hasta el escritorio

para acomodarse en la confortable silla.- Seguramente os estaréis preguntando por qué os hablo

de Don Juan Tenorio si todavía no hemos llegado al romanticismo en el teatro.

- Y ahora viene la mala noticia - susurró Ariadne.

- ¿Crees que nos va a meter más materia en el examen? - preguntó Tania.

- Algún día de estos, deberías probar a pensar un poco - suspiró su amiga.

Ariadne había permanecido mirando al frente, clavando su mirada en la profesora Birto

que les estaba recordando que era uno de diciembre y las vacaciones se acercaban. Al pensar en

que dentro de un mes, podría estar sin hacer nada en su casa y junto a su padre, Tania estuvo a

punto de levitar. Sin embargo, regresó violentamente a la realidad al escuchar la segunda parte de

la “buena” noticia:

- Y el día veintitrés, por tanto, además de la acostumbrada cena con los padres,

ofreceremos una función teatral interpretada por todo el instituto - hizo una pausa para buscar

algo en una carpeta; terminó por sacar un par de folios grapados.- Los castings se llevarán a cabo

el lunes después de comer, por lo que las clases extraescolares quedan canceladas ese día.

Erika alzó la mano, parecía emocionada y Tania sabía muy bien por qué: ya estaba

visualizándose siendo Doña Inés y demostrando en público cuanto la amaba su Don Juan

particular que, en realidad, se llamaba Rubén.

- Los ensayos coincidirán con los exámenes.

- No se preocupe, señorita Cremonte - la profesora sonrió.- Los exámenes sólo serán

durante los cinco días lectivos de la próxima semana, así que los ensayos comenzarán la siguiente.

Eso sí, coincidirán con las recuperaciones, así que si queréis participar tranquilos, mejor que no

dejéis ninguna.

- ¿Habrá algún tipo de... recompensa por actuar? - quiso saber la chica.

- Quedará incluido en vuestro expediente, ya sabéis que muchas universidades miran ese

tipo de extras - se levantó para colocar los folios en el tablón de anuncios que había en la pared

contraria a la de las ventanas.- Aquí tenéis la lista para apuntaros para las audiciones - regresó a su

mesa, cogiendo el libro de literatura y buscando la página donde se habían quedado.- ¡Ay, que casi

se me olvida! Señorita Navarro, señor Sterling, el director desea verles durante el recreo.

- Estupendo. En vez de leer, a visitar a mi tío - suspiró Ariadne.

- No seas dura con él.

Sabía que su amiga la había escuchado, pero no tenía demasiado claro si le iba a hacer

caso o no... Lo más probable era la segunda opción, lo que hizo que sonriera distraídamente,

mientras movía la cabeza de un lado a otro.

Al menos algunas cosas no han cambiado tanto...

En cuanto terminó de dar la tercera hora, Gerardo Antúnez respiró aliviado. El viernes ya

no tenía más que guardias después del recreo y ningún compañero había faltado, así que, al

menos, no tendría que gastar su precioso tiempo dando clase. No es que le disgustara impartirlas,

pero estaba pasando un momento tan delicado que sólo le resultaba una pérdida de tiempo y una

distracción.

Se preguntaba cómo lo hacía Felipe.

Al final su alumno preferido había resultado no ser tan desastroso como parecía, sino

todo lo contrario. A pesar de que no había sido educado para ser el rey de los ladrones, se

desenvolvía en el papel como pez en el agua. Siempre había estado muy orgulloso de él, siempre le

había encandilado su forma de ser: idealista, terco, pasional, bueno...

Pero desde que todo había cambiado, estaba el doble o el triple de orgulloso. En serio,

¿cómo narices hacía para llevar todo tan bien? Era todo un logro el poder combinar su faceta de

director del Bécquer con la de rey de los ladrones.

Se dirigió hacia el despacho del director a toda velocidad, entrando en él sin ni siquiera

llamar. Nada más llegar, cerró la puerta y se quedó contra ella para poder impedir que nadie

entrara sin tener que emplear el pestillo.

- ¿Pero qué confianzas son estas, Gerardo? ¿Y si hubiera estado acompañado?

Sentado tras el escritorio del director, se encontraba Álvaro Torres. El hombre lucía un

elegante traje gris combinado con camisa blanca y corbata bermellón, que resaltaba junto a sus

cabellos dorados que llevaba graciosamente peinados hacia atrás. Sus manos aferraban una pluma

de aspecto caro, que brillaba casi tanto como la placa que había en una esquina de la mesa y

donde estaba escrito con letras doradas:

Director Á. Navarro

- ¿Por quién? ¿Alguna de esas rubias despampanantes que, según dicen las leyendas,

encandilas por las esquinas? - le dedicó una sonrisa torcida, antes de relajarse un poco y sentarse

frente a otro de sus alumnos.- Supongo que, al final, has elegido Don Juan Tenorio al creerla

autobiográfica o algo así, ¿no?

- En realidad quería elegir Bajarse al moro, pero no me pareció... Adecuada para un

colegio de esta categoría - le guiñó un ojo, soltando la pluma con cuidado; después, se echó hacia

atrás, repantigándose en su asiento.- Y yo supongo que no has venido corriendo para hablarme de

teatro. ¿Qué ha ocurrido ahora?

- He recibido una respuesta del Consejo.

El rostro de Álvaro se turbó, oscureciendo sus ojos por las nieblas del pasado. A pesar del

tiempo transcurrido, lo que le sucedió seguía doliéndole. Incluso al propio Gerardo le afectaba:

seguía considerándolo una injusticia.

- Dime que nos hemos librado de su visita...

- No - le interrumpió con decisión, agitando la cabeza con pesar.- Yo no tenía ninguna

esperanza al respecto. ¿Te das cuenta de lo extrema que es nuestra situación, Álvaro?

- El rey regente en coma y la princesa heredera habiéndose ganado la expulsión del clan al

haberse cobrado una vida. Eso, por no decir que el Bécquer lo está dirigiendo un ladrón sin honra

convertido en asesino - Álvaro hizo una mueca para finalizar con el resumen de la maldita

situación en la que estaban sumergidos.- Claro que entiendo lo excepcional del asunto - exhaló un

suspiro, pasando los dedos por su dorado cabello.- ¿Van a someter a Ariadne a un juicio?

- El viernes que viene.

- ¿Sabes cómo pinta?

- Como bien sabrás, nadie ha sido exculpado - cerró los ojos, maldiciéndose.- Lo siento.

Lo siento mucho, Álvaro - comenzó a masajearse las sienes.- Todavía no termino de creerme que

todo se descontrolara tanto.

- Cálmate - observó con una leve sonrisa.- Ariadne juega con ventaja. Es la última del

último linaje de los fundadores. Eso, por no hablar que salvó al mundo, recuperó las Damas y

mató al último de los James, un traidor a los ladrones, porque no tenía otra opción - Álvaro se

encogió de hombros.- No creo que la expulsen, pero... No sé si ella se perdonará alguna vez y

bastante inestable e impredecible es tu princesa como para que esté descontrolada.

- La chica amaba a Colbert James - fue lo único que acertó a decir.

Por dentro, Gerardo no dejaba de pensar en el juicio. Por mucho que Álvaro hubiera sido

un ladrón y por muy inteligente que fuera, que lo era, había cosas que no alcanzaba a comprender

o a vislumbrar. Sí, el honor era importante para los ladrones, pero eso no quería decir que no

hubiera luchas de poder dentro del clan. Por supuesto que nadie hubiera intentado derrocar a

Ariadne como heredera, pero... Eso era antes. Las cosas habían cambiado, pues Ariadne había

cometido asesinato y eso lo cambiaba todo.

No resultaba descabellado pensar que varias familias poderosas, aquellas que formaban y

controlaban el Consejo, quisieran deshacerse los Navarro para poder colocarse uno de ellos como

rey de los ladrones. Necesitaba conseguir apoyos, mover hilos, manipular o lo que fuera para que

Ariadne saliera indemne del juicio.

Desgraciadamente, no tenía ni idea de cómo hacerlo.

Estaba pensando en eso, cuando alguien llamó a la puerta y Ariadne entró acompañada de

Deker Sterling. Ninguno de los dos parecía demasiado alegre, aunque él, como siempre, estaba

contenido y resultaba algo difícil leerle; ella, en cambio, era un libro abierto, que era lo que le

sucedía cuando bajaba las defensas ante la gente a la que conocía de verdad.

Ariadne se sentó a su lado, brindándole una sonrisa, antes de ladear la cabeza en dirección

a Álvaro, tiñendo sus rasgos de ironía.

- Dime, tito, ¿qué deseas de mí?

Aquello, en realidad, había sido su idea. Había sido Felipe el que se había hecho con el

internado Bécquer para asentar ahí su base de operaciones, mientras seguía ejerciendo de profesor

(lo que siempre había deseado) y, de paso, estaba cerca de Valeria Duarte. Aquel internado era

algo de Felipe, era una muestra más de lo sumamente sentimental que era, por lo que Gerardo no

iba a consentir que el Consejo se hiciera con él.

De ahí, que hubiera acabado recurriendo a Álvaro para que tomara el puesto de Felipe y

llevara las riendas del Bécquer. Como, en realidad, Felipe Navarro era la junta de accionistas al

completo (que la formaban todos los alias del hombre) había sido muy fácil colocar a Álvaro

como director suplente, haciéndolo pasar por el hermano de Felipe; así, de paso, Ariadne podía

seguir teniendo privilegios oficiales para poder robar si era necesario.

- Quiero que vosotros dos dirijáis la obra de teatro.

- Estás bromeando - Ariadne rió durante un instante, al siguiente abrió los ojos de forma

desmesurada.- ¡Tienes que estar bromeando!

- Lo haréis junto a la profesora Birto y la profesora Duarte.

- ¡Pero que habla en serio! - siguió exclamando la chica.

- Sólo puedo confiar en ti. Sabes cómo mandar, bueno, los dos sabéis cómo hacer eso. Y

no hay duda de que hacéis buen equipo - explicó, mirándoles con seriedad.- No necesitamos que

los padres protesten por la nueva dirección. Así que vamos a hacer lo que hacen los timadores en

un momento como este.

- Que se concentren en un bonito artificio - suspiró Ariadne.

- Exacto. Además, de paso, tenemos al resto de los alumnos controlados.

- ¿Podemos negarnos? - preguntó Sterling.

- No. Y tampoco podéis mataros entre vosotros - aclaró con decisión.- Más os vale

portaros bien o tú - miró a Ariadne.- perderás tu habitación individual y tú - se concentró en

Deker Sterling.- te pongo como tutor para los alumnos menos aventajados.

- Creo que vas a conseguir un mote pronto: El caudillo - resopló Ariadne.

- Oh, no soy ningún tirano - Álvaro hizo un gesto desdeñoso.- Esos suelen ser pequeños,

feos como demonios y con bigote. Por el contrario, además de ser rubio natural, soy muy, muy

guapo - agitó el pelo medianamente largo como si estuviera en un anuncio de champú.-

Dejémoslo en que estamos en una tiranía amable y moderada y que vosotros sois elementos,

cuando menos, peligrosos.

- Como usted diga, Narciso Bonaparte - se mofó Ariadne.

- Señor Sterling, puede marcharse - intervino, entonces, Gerardo con educación. Alargó la

mano para acariciar la rodilla de Ariadne, que le miró sorprendida.- Quédate un momento más,

querida, los tres tenemos que hablar de una cosa.

Sterling, únicamente, se encogió de hombros, antes de abandonar el despacho con rapidez

y en silencio, tal y como había llegado. En cuanto se marchó, Gerardo se volvió hacia la chica,

mirándola con dulzura. La había visto nacer, crecer, por lo que le era difícil tratar aquel tema con

ella, sobre todo porque sabía que la pobre estaba sufriendo lo indecible, por mucho que pareciera

estar entera y normal.

- El Consejo llegará el viernes para juzgarte...

- ¿He de pasar por esa pantomima? - Ariadne volvió a resoplar.

- Tenemos la esperanza de que no te expulsen - intentó consolarla Álvaro, poniéndose en

pie para rodear el escritorio y sentarse en él, quedando más cerca de ellos dos.- Algo bueno debía

de tener ser la princesa, ¿no?

- Yo con una tiara me conformo...

- No bromees. No con esto - la interrumpió Gerardo con dureza.- Sabes tan bien como

nosotros, incluso mejor, que es tu deber y responsabilidad el liderar al clan. Sólo puedes hacerlo

tú, eres quien lo merece y quien vale. Cualquiera de las familias ricas acabará por destruirnos. No

están preparados, no saben lo que hay que hacer.

Ariadne bajó la mirada al suelo, apretando un poco los labios.

- Tenemos que hacer todo lo que está en nuestra mano para que no te expulsen. Tienes

que convertirte en reina mientras Felipe siga en coma - añadió Álvaro, apretándole un hombro

con cariño.- Además, vamos a despertar a Felipe y, cuando eso suceda, si hay una nueva familia

real, acabará por haber una guerra por la sucesión en el clan.

- Lo sé - suspiró Ariadne, apoyando la frente en la yema de los dedos de la mano derecha;

parecía tan abatida que Gerardo sólo quería abrazarla, pero no podía hacerlo, en aquellos

momentos era el responsable de su educación y debía ayudarla a madurar.- No tenéis que poneros

apocalípticos, ya lo hago yo todas las noches.

- Sólo queremos que seas consciente de la situación.

- Lo fui desde el momento en que apuñalé a... Desde que asesiné.

- Sé que no hace falta decirlo - suspiró Gerardo.- Pero tengo que hacerlo. Tienes que ser

la misma alumna modélica de siempre, ¿de acuerdo? Y cuando sea el juicio, tienes que seguir

interpretando ese papel. Todo cuanto hagamos será poco, ¿de acuerdo?

- Cristalino.

Rubén terminó de escribir una carta y la releyó por encima, cerrando los ojos al recordar

sus propias palabras. Después, la dobló meticulosamente, la metió en un sobre y guardó éste

último en el cajón de su escritorio.

Había escrito ya dieciséis cartas.

Dieciséis cartas que no iba a enviar nunca porque no era justo, porque, por muchos fallos

que cometiera, iba a dejar de herir a la persona que más amaba. Dieciséis cartas que comenzaban

todas igual: Querida Tania. Dieciséis cartas en las que le decía cuánto la quería, que el mejor día

de su vida había sido aquel en el que había estado saliendo y en el que le explicaba por qué había

hecho lo que había hecho.

Dieciséis cartas que nunca leería nadie.

Dieciséis cartas que le recordaban el día más feliz de su vida, que mantenían su cordura

intacta y que se habían convertido en el único salvavidas que podía permitirse el lujo de usar.

Todavía le costaba asumir lo que había perdido.

- ¿Y qué va a pasar con nosotros?

Tania estaba recostada contra él, jugueteando distraída con las onduladas puntas de su

cabello. Estaban sentados en la parte trasera de un autobús camino al internado Bécquer. Estaban

los dos solos. Jero seguía ingresado en el hospital, Deker Sterling había viajado a Londres,

Ariadne y el profesor Antúnez seguían acompañando al director Navarro en el hospital; además,

éstos tenían una coartada distinta a ellos, así que debían llegar un par de días más tarde.

Estaba amaneciendo. La luz anaranjada, brillante, nítida, entraba por todos los lados,

volviendo el rubio cabello de Tania brillante oro líquido. Rubén lo acariciaba con su barbilla,

mientras con sus brazos estrechaba a la chica.

- Que vamos a pasar una mala temporada. Erika nos atacará, muchos nos mirarán como si

fuéramos un par de adúlteros... Pero no importará nada.

- ¿Ah no? - sonrió ella.

- Si estamos juntos, no importa nada más.

- ¿Nada más? - Tania se giro para mirarle con aire juguetón.- ¿Y si viene mi padre y

quiere castrarte por tocar a su hijita del alma?

- No importa.

- ¿Y si quiere torturarte por...?

- ¿Por hacer cosas así?

Se inclinó sobre ella para, primero, acariciar con sus labios los de Tania. Después, con

mucha más intensidad, atreviéndose a intensificar el beso más y más hasta que, al final, tuvieron

que separarse para respirar.

Entonces, Tania le miró con sus ojos castaños más brillantes que nunca, antes de volver a

reclinarse sobre él, enlazando sus manos por las de él.

Dieciséis palabras.

Dieciséis míseras palabras era todo lo que Deker había cruzado con Jero.

Acababa de darse cuenta en ese preciso momento, mientras, por encima de la novela que

estaba devorando, contemplaba como el chico hacía la maleta para irse a pasar el fin de semana a

Madrid. Normalmente, le hubiera dado conversación durante un buen rato, aunque más que una

charla, fuera un monólogo. Sin embargo, desde el ritual, Jero se esforzaba en esquivarle y cuando

estaban juntos, no pronunciaba una sola palabra.

¿Quién le iba a decir que iba a acabar añorando aquella incesante cháchara?

Aún podía recordar como, nada más llegar de Londres, había ido a visitarle al hospital y

como Jero se había alterado tanto al verle, que tuvo que marcharse y no regresar jamás. No le

gritó, aunque sí que le pidió con mucha calma que se fuera porque no quería verle más.

Podía soportar la vehemencia, los gritos, las miradas asesinas. Podía con las explosiones

de carácter, pero nunca, jamás, había podido con la frialdad. El tono de voz calmado, actuar de

forma pasivo-agresiva, el razonar... No, todo aquello era superior a él, le inquietaba porque, para

él, la frialdad significaba no sentir nada. No se siente nada por alguien que no te importa.

Además, la frialdad le traía recuerdos poco agradables...

Nada más bajar del avión en Londres, Deker encontró la limusina de su familia, que le

estaba esperando. Ya empezaba con mal piel, aquella no era una buena señal. Se vio obligado no

sólo a viajar en la limusina, sino a ser llevado a la fuerza a una de las casas seguras que tenía su

familia, los prestigiosos Benavente, una saga de policías de raza y... No recordaba el resto del

título con el que se les llenaba la boca a sus parientes.

A él le importaba una mierda.

Le llevaron hasta una pequeña casita de aspecto idílico: de madera pintada de azul cielo,

con los marcos de puertas y ventanas de color blanco e, incluso, con un porche bastante apañado

donde el aire mecía levemente un columpio acolchado, tapizado con una tela de florecitas.

Quiso reírse. Era tan irónico que en una casa que parecía sacada de un cuento, estuviera

reunido la flor y nata de su rimbombante familia. Bien pensado, era como Hansel a punto de

meterse en la casita de chocolate para que la bruja lo apresara. Aunque, claro, él prefería una vieja

caníbal que enfrentarse a su abuelo, su padre y demás.

Al menos sabría qué quiere la bruja...

Una vez dentro de la casa, le condujeron hasta el comedor donde, entorno a una larga

mesa cubierta con un mantel blanco, se hallaban varios miembros de su familia. Presidiendo todo,

por supuesto, su abuelo, Rodolfo Benavente.

- Toma asiento, Demetrio - le pidió con calma.

- A ver cuando le damos las pastillas al yayo - le dijo a su madre, mientras se sentaba en el

extremo contrario al de su abuelo.- Que se le va la cabeza y no recuerda que mi nombre es Deker.

No es tan difícil en realidad. De-ker. No tiene más.

- ¡Cállate, deslenguado! - siseó su madre.

- Demetrio, quiero que nos cuentes qué ha ocurrido. Con todo lujo de detalles.

Deker, a sabiendas de que era un juego arriesgado y de lo que iba a conllevar, apretó los

labios, encogiéndose de hombros al ver la sorpresa en todos los demás. Al final, les hizo una seña,

sacando su teléfono móvil para escribir algo y pasárselo a su tía, Leonor Benavente. Era la más

joven de la generación anterior a él, aunque su hermoso rostro era tan estirado que la hacía

parecer mucho más mayor que los otros hermanos.

- Dice que no puede hablar porque su madre le ha ordenado que se calle.

- Cariño...- suspiró su madre.

Antes de que Deker pudiera verlo venir, su padre se puso en pie para abofetearle con

tanta fuerza que cayó al suelo. Debía reconocer que el cabrón seguía sabiendo cómo pegar. Le

había rasgado el labio con uno de los anillos que llevaba, así que Deker tuvo que escupir sangre en

el suelo antes de ponerse en pie.

Levantó la silla tras él, cruzando los brazos en el respaldo, antes de decir con una sonrisa

cándida:

- Seguimos sin apreciar el sentido del humor, ¿eh?

- Cuéntanos todo - insistió su abuelo.

Entonces pasó a relatarles la versión censurada de los hechos, en la que se mostraba como

alguien frío y distante que se había visto arrastrado junto a los demás, sin que le importaran ni

nada. No iba a darles algo con lo que podrían controlarle o, peor, herirle.

Al finalizar, se estiró en la silla y soportó la tediosa discusión que su familia llevó a cabo.

Estuvo aburriéndose como una ostra hasta que, cuando todo se tranquilizó, su abuelo se le quedó

mirando durante unos instantes.

- Bueno, habiendo perdido todas las Damas por culpa de los James, supongo que ya no te

necesitamos más - apretó sus arrugados labios, antes de hacer un gesto desdeñoso.- Puedes

tomarte unas vacaciones si quieres. Supongo que no querrás regresar al internado y tampoco

querrás comenzar la universidad tan tarde.

- Gracias, abuelito.

Abandonó la casa en compañía de sus padres, mientras su cerebro comenzaba a trabajar a

toda velocidad. No le cuadraba nada. Llevaba sin entender los movimientos de su familia desde

hacía tiempo: ¿por qué liberar a Ariadne sin más? ¿Por qué no insistir en recuperar las Damas?

¿Por qué liberarle de su misión sin castigo o reprimenda? De hecho, ¿por qué liberarle? Estaba

buscando al Zorro plateado, que se refugiaba en el Bécquer, pero se habían tragado que todo

había sido culpa de Colbert James y su hermana.

Estaba claro que los Benavente estaban llevando a cabo sus propios planes y que, tal y

como siempre había sospechado, él no sabía apenas nada. También le resultó evidente un hecho

que le puso la carne de gallina: todas sus preguntas podían responderse con una sola respuesta: su

familia sabía quién era en realidad Ariadne.

No había otra explicación. Pero, entonces, ¿por qué dejarla campar a sus anchas? No tenía

respuesta para eso, pero había tomado una decisión.

- Voy a regresar al internado - les comunicó a sus padres.

- ¡¿Cómo?! - se escandalizó su madre.

- El abuelo me ha dado permiso para hacer lo que quiera y eso es lo que quiero, regresar

al Bécquer. Al fin y al cabo, en algún lugar tendré que aprobar el bachiller, ¿no?