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Ricardo Lafferriere En tiempos de Kristina El primer semestre Buenos Aires, Julio de 2008

En tiempos de Kristina - El primer semestre

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Los récords de Cristina Kirchner al terminar el primer semestre de su gobierno son varios. Logró reunir el mayor acto de la historia en contra de un presidente, unir a las cuatro entidades agropecuarias, perder más rápidamente popularidad que ningún predecesor en los dos siglos de vida independiente, paralizar el crecimiento en la coyuntura más favorable que se recuerde y aislar al país más que el propio gobierno militar. Con todos estos récords, es imposible precisar el tiempo que durará su gestión, que constitucionalmente debe terminar el 10 de diciembre del 2011, dentro de casi cuatro ... siglos. El libro puede encontrarse en el kiosco virtual del autor, en la dirección de Internet http://stores.lulu.com/lafferriere

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Ricardo Lafferriere

En tiempos de Kristina El primer semestre

Buenos Aires, Julio de 2008

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En tiempos de Kristina – El primer semestre Primera edición – 2008 ISBN: 978-1-4357-4180-5 Copyright © 2008 Ricardo Lafferriere Autor y editor: Ricardo Lafferriere [email protected] Charcas 2737, 6º D – 1425 Ciudad Autónoma de Buenos Aires República Argentina Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier

medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723

y 25.446

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Lo bueno y lo malo Como es natural ante un cambio en el palacio, las expectativas se abren con esperanzas, aún de los más incrédulos. Los discursos electorales –que tienden siempre a los dramas- comienzan a matizarse, y aún los rivales más encarnizados suelen abrir caminos de ilusiones, aunque más no sea por puro voluntarismo, ante el cansancio que generan las batallas permanentes. La nueva presidente comenzó su gestión antes de hacerse cargo formalmente. Las designaciones en el gabinete ratificaron lo del “cambio sin cambios”, al incluir muy pocas variantes frente al estado mayor del Estado vigente durante el reinado de su esposo. Y algunas medidas tomadas en estos días ayudan a configurar la “transición”, en cuanto pueda hablarse de ella habida cuenta que hasta ese tradicional concepto queda licuado con el cambio que no lo es. Mencionaremos en esta nota dos noticias destacables, uno por lo patética y otra porque ayuda a ilusionarse. Sobre la primera, hablamos la semana pasada pero todo lo que se diga es poco, frente al agravio que ocasiona a miles de compatriotas que han tomado sobre sus espaldas el peso del país: los hombres de campo. El salvaje incremento del impuesto extraordinario a la producción agropecuaria (las mal llamadas “retenciones”, como si en algún momento se devolvieran...) llega a confiscar, en las situaciones más extremas, más del 70 por ciento de la ganancia del empresario rural –incluyendo en esta suma las “retenciones”, el impuesto a las ganancias, el impuesto de sellos, el impuesto al cheque, los aportes patronales, los impuestos provinciales y en algunos casos, hasta impuestos municipales-. No hay país en el mundo, en sistemas de economía libre, con este grado patológico de apropiación del trabajo ajeno por parte de sus estructuras políticas. Podría argumentarse que con esta medida, la nueva mandataria corrige los desaguisados de su marido, volcándolos sobre un sector que tiene pocos votos y escasa capacidad de presión. Sin embargo, un argumento de esa naturaleza renunciaría a cualquier pretensión de coherencia, y confesaría la ausencia de estado de derecho: una sociedad con normas no admitiría un procedimiento de robo institucional como ese, nada más que porque el que gana o tiene algún dinero, carece de fuerza para resistir la exacción. También podría imaginarse que la transferencia de ingresos arbitrada por el Estado con esa medida implica la contribución de quienes pueden hacerlo a una transformación económica destinada a ganar productividad, para cuando la situación cambie y ya no existan esos precios internacionales tan favorables. Pero si así fuera, sería inexplicable que no

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se hubiera discutido en el Congreso, y que no se hubiera anunciado, paralelo a la confiscación, cuál sería el destino de esos recursos. Por el momento queda, entonces, como una simple medida fiscalista, sin racionalidad económica y sin justificación moral ni legal. No es un buen comienzo. Cambiando de tema y de terreno, hay un hecho que sí merece destacarse en la reforma del gabinete: la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Esta medida, que debe reconocerse que sigue una constante que lleva ya algunos años, ayudará a la interlocución del sector científico-técnico estatal con sus contrapartes de la región y del mundo, reducirá los pasos burocráticos para la decisión de temas importantes, y dará peso político al enfoque científico-técnico en los debates del gobierno –imaginando que éstos existan-.

Se trata de una vieja aspiración del sector, pero también de una vieja esperanza que tenemos desde hace tiempo quienes pensamos que el futuro de la Argentina exitosa en el mundo global no está en los empresarios prebendarios y protegidos de las mafias golpistas pesificadoras, ni en los apropiadores de ingresos ajenos asociados con el Estado, sino en la capacidad de innovación, que en el nuevo paradigma económico instalado en la economía mundial está íntimamente relacionado con el reconocimiento social y económico a los creadores de conocimiento y desarrolladores de tecnología. Una mala, entonces. Muy mala. Y una buena, también muy buena. Entre estos extremos deberemos imaginarnos los pasos de la nueva gestión.

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Los dos caminos

En el mundo se van configurando dos grandes corrientes: la de los

responsables que intentan encarrilar la convivencia hacia un escenario normatizado, de paz y seguridad; y la de los autoexcluidos, cuyo interés es mantener e incrementar la tensión global para seguir lucrando con el petróleo caro, aún a costa de incendiar de conflictos las distintas regiones del planeta y hambrear a los pueblos menos pudientes. Estos bloques tienen márgenes difusos, pero se avizoran con claridad. Los testimonios los vemos en estos días con el intento de la reunión de Annápolis –a la que concurrirán israelitas y palestinos, acompañados por Siria y convocados por Estados Unidos-, por un lado; y el conflicto entre Chávez y Uribe, en el que la provocación grosera del presidente venezolano al tomar contacto directo con un General del Ejército de Colombia a pesar de la advertencia del presidente Uribe ha llevado la tensión entre los dos países sudamericanos al borde de la ruptura. ¿Alguien imaginaría al Rey Juan Carlos, durante su mediación por las pasteras, tomando contacto con los Jefes militares de Argentina o Uruguay sin conocimiento –o, como el caso de Chávez, luego de la prohibicón expresa- de los presidentes? Si esto es impensable, aún siendo el Rey quién es, la actitud de Chávez –siendo como es...- no puede ser calificada de otra forma que de provocación groseramente golpista. En el primer escenario, vemos los esfuerzos que hacen dirigentes que representan a países entre los que sería difícil encontrar afectos recíprocos, pero que son conscientes de su responsabilidad ante miles de personas a las que la continuación del conflicto les arruina literalmente su vida. Están apostando por la paz. Dios y Allah los acompañen y puedan avanzar, aunque sea algunos pasos, en el camino para encontrar la paz y la convivencia. En el segundo, el histriónico e irresponsable presidente venezolano resolvió incrementar la tensión con su vecino, intentando utilizar el sentimiento nacionalista –siempre rudimentario y útil para esconder miserias- para revertir el deterioro electoral que desembocó en la derrota de su proyecto de poder vitalicio y cambio constitucional en Venezuela. La Argentina debiera ser más clara en su rol internacional. Así como el acercamiento a Brasil es un paso que merece ser aplaudido, la continuación de la amistad especial con las locuras chavistas, que busca incendiar el Contiente –como bien lo dijo el presidente Uribe y lo confiesa el proyecto presupuestario presentado en el Congreso Venezolano en el que figuran los recursos destinados a financiar las actividades desestabilizadoras en Mexico y otros países latinoamericanos, así como el

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impactante gasto militar- nos acerca sin necesidad al conflicto central del mundo de hoy, pero ubicados con las peores amistades. La ingenua argumentación de la presidente electa ante Bill Clinton –“la integración latinoamericana no se entiende sin los hidrocarburos de Venezuela y Bolivia”- además de ser una falacia sacada de la galera para justificar la dependencia a que nos llevó el irresponsable desmanejo finaniero y la inexistente política energética de su marido, se diluye ante la magnífica noticia del mega-yacimiento descubierto por Petrobrás en Brasil, que nos permite –de persistir en la suicida política petrolera argentina- contar con hidrocarburos más cercanos y menos peligrosos ante la inexorable escasez de los próximos años. De otro amigo bolivariano de la dinastía K, Evo Morales y su medioeval propuesta indigenista, sólo alcanza con destacar el dolor que causa ver a una Nación que fue cuna de la nuestra y lugar de formación intelectual de nuestros próceres, retroceder a épocas precolombinas, sancionando una caricatura de Constitución en un cuartel militar, con la sola presencia de los representantes oficialistas y en medio de un baño de sangre. Una vez más, es imperioso reflexionar. Señora presidenta: lejos de Chavez, lejos de Evo. Cerca de Brasil, de Chile, de Uruguay, y de las democracias consolidadas del mundo, donde debiéramos estar desde hace tiempo, si no estuviéramos tironeados hacia abajo por la Corporación de la Decadencia –pesificadora, ideologicista, coimera, golpista, confiscadora de rentas ajenas- que nos tironea hacia el abismo. El camino no son las retenciones, que al decir de Gustavo Grobocopatel en declaraciones a La Nación “al sacar tanta utilidad a la gente de campo, ésta no puede reinvertir. Vamos a ser muy buenos en agricultura, pero el país va a estar siempre subdesarrollado”. Es la participación de los empresarios de PyMEs en la Primera Cumbre Empresarial China-América Latina”, realizada (por supuesto...) en Santiago de Chile. No es la parodia electoral del 28 de octubre, que a un mes de realizado no logra todavía mostrar los resultados de más del 60 % de los votos en la principal provincia argentina, sino el ejemplo de Brasil, que con casi 200 millones de habitantes muestra los resultados electorales a las tres horas de cerrados los comicios, por supuesto realizados por medios electronicos. No es convertir al Congreso en una oficina certificadora de la discrecionalidad del poder ejecutivo, sino el admirable funcionamiento parlamentario del Uruguay, que muestra una seriedad institucional comparable a la de las grandes democracias consolidadas. El camino es el que la propia administración “K” está siguiendo con el sector científico-técnico, que debiera trasladarse a la educación para enfrentar esta decadencia de años que reproduce la formación de ciudadanos

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semianalfabetos, que no sólo tienen dificultades en escribir sino en ocasiones, no pueden construir una frase articulada. Dos caminos. El bueno, y el malo. ¿Tan difícil es tomar el que aconseja el sentido común, el bienestar de los argentinos, y el interés de las personas del mundo que quieren paz, democracia y seguridad?

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Las consecuencias del populismo clientelista

Evitaremos hoy sumarnos a esa suerte de resentimiento que generan los aumentos masivos de las tarifas públicas, con las que algunos compatriotas quieren golpear argumentalmente a quienes votaron a K: “vieron, ahora vienen los aumentos... qué se creían...”. Porque, en realidad, todos sabían –sabíamos- que esos aumentos eran tan inexorables como la ley de la gravedad, sea cual hubiera sido el resultado electoral.

No existe país en el mundo –ni siquiera entre los de ínfimo desarrollo- en el que un boleto de tren de cercanías cueste 0,16 USD, un mínimo de transporte urbano 0,25 y un boleto único de subterráneo 0,27...

En realidad, todos sabían –sabíamos...- que las tarifas ultraatrasadas eran una de las formas de construir poder a cualquier precio del populismo “K”, aunque significaran como contrapartida un transporte público similar en su confort a los camiones que llevan ganado a Liniers, y menores a los que los transportan a los “mataderos –frigoríficos”, que al menos buscan reducir en los animales los niveles de “stress” para que no afecte el sabor de la carne...

El aspecto positivo de este tarifazo es que ayudará a reducir la brecha del cinismo público, en la misma proporción en que lo haga el aprovechamiento de servicios pagados con fondos confiscados a otros, que no otra cosa significará suspender los subsidios originados en las retenciones a la soja, para reemplazarlos por un pago realizado directamente por el usuario del servicio.

No es una buena noticia para la vida cotidiana de millones de personas que utilizan trenes de cercanías, ómnibus y subterráneos para ir y volver del trabajo. De hecho, el porcentaje de incremento en su gasto de transporte será importante en sus pequeños sueldos, cada vez más alejados de las mesadas oficiales. Sin embargo, también dejará aprendizaje: el populismo paga a corto plazo, pero cobra a mediano y largo. Normalmente, ese corto plazo se extiende hasta la siguiente jornada electoral. Como ha ocurrido ahora, en que los boletos subirán, sin ningún mejoramiento del servicio porque en el balance empresario, lo que se da por un lado se quita por el otro.

Igual le sucedió a la buena letra empresarial ante la prepotencia orillera de conocidos personajes oficiales, cada vez más efímera en sus logros, como lo pueden atestiguar los banqueros, los petroleros, los “gurúes” agropecuarios, los supermercadistas, los tamberos, y tantos otros que han renunciado a su dignidad de ciudadanos en la esperanza de obtener como dádiva lo que no han sabido defender como derecho. Todos terminan igual, “ninguneados” ante la primera necesidad de ampliar el manotazo para confiscarle aún más ingresos... en un proceso tan interminable como

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los viejos chantajes de la ficción. También esto tiene su lado bueno. También acá se reduce el espacio para el cinismo –activo o pasivo-.

El impuestazo recién comienza, lo que no nos alegra pero nos ratifica en la afirmación que hacemos desde hace años: la magia no existe. No existe la posibilidad de recibir un futuro de maravillas sin construirlo. No “llovió gasoil”. No “llovieron inversiones chinas”. No “se arregló sólo” el problema energético. Al gasóil y demás combustibles debemos conseguirlo, explorando para descubrirlo o importándolo. A las inversiones debemos atraerlas –y retenerlas- con seguridad jurídica. Al problema energético debemos encararlo con solvencia técnica y decisión política.

La misma con que debió ser encarado el problema educativo, que nos ha llevado –luego de varios años de gestión directa o indirecta del ahora Senador por la Ciudad, increíblemente receptor de felicitaciones a su tarea educativa- a tener la juventud más embrutecida del Continente. O la adecuada vinculación e interacción con el mundo, que nos ha llevado a tener como únicos interlocutores al régimen venezolano en retirada, y al vecino precolombino que intenta imponer nada menos que una Constitución a sangre y fuego, con muertos en las calles y convencionales amañados sesionando en un cuartel. Y provocando dos conflictos bilaterales –hasta recordarlo parece mágico- con dos países con los que ni a los más imaginativos analistas podrían haber imaginado al comenzar “K” su gestión, que la Argentina estaría en este grado de tensión: Uruguay y Finlandia.

El común denominador es el populismo clientelista, que significa irracionalidad, construcción de poder personal a cualquier precio, desprecio por las personas en cuanto ciudadanos, despreocupación por la inseguridad cotidiana en cuanto no amenace la construcción de poder.... y negocios, negocios, negocios... sin ley, sin transparencia, sin recato. Volviendo al comienzo: el tarifazo, aunque necesario, pudo haberse evitado en una economía que hubiera tenido en cuenta progresivamente el cambio en la estructura de costos. El aislamiento, aunque necesario para salir de la crisis, debió dosificar su apertura para aprovechar la marcha del mundo atrayendo inversiones que se han radicado en Brasil, Chile, México y hasta Uruguay. La educación, aunque convertida como herramienta de alimentación de excluídos para ayudar en la dramática coyuntura del 2002, no debió olvidar la esencia que justifica su existencia, que es educar.

La intervención en el mercado, aunque necesaria frente a las enloquecidas variables de hace un lustro, debió desaparecer paulatinamente para generar un crecimiento más sólido. Los malos gestos internacionales, que algunos pueden justificar como una “pose” para enfrentar la renegociación de la deuda, no puede convertirse en una política de estado plena de mala educación, guarangadas, groserías y desplantes que se traduzcan en la marginación del país de los circuitos internacionales más

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dinámicos, y hasta de las visitas de Estado, desaparecidas de la agenda nacional desde hace varios años.

Y la violencia... incrementada en los años duhalde-kirchneristas a niveles crecientes de salvajes orgías de sangre, resultado de complicidades tácitas y expresas con los barones del conurbano, mafias de narcotráfico y altas esferas de poder económico y político, traducidas en la adicción de miles de jóvenes desplazados de cualquier horizonte razonable, no debió formar parte jamás de la ecuación de construcción de poder legal en una Argentina que ha sufrido demasiado para reincidir en ella.

Todas estas cosas produjo el populismo, del que podría salirse aún si la presidenta respondiera más a su formación política y universitaria y a su propia intuición, que a los círculos de poder clientelista y capitalismo “negro” cuya articulación pareciera ser la próxima función del príncipe consorte.

Sería una tarea titánica, la verderamente importante –más que la recorrida hasta ahora, atribuible a la suerte de una buena situación externa, la admirable capacidad de trabajo de argentinos a los que se destrata, y a la reconocida y saludable tacañería salarial de su marido en los primeros tres años de gestión de las finanzas públicas-. Una tarea que pondrá en juego no sólo su prestigio, sino las chances de avanzar en un camino dirigido hacia las grandes democracias exitosas, o convertirse en un remedo de lo que es hoy Venezuela o Boliva, los grandes amigos de la presidencia que la precedió.

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Nadando en aguas negras

Dos libros de aparición reciente desnudan la inexorable desembocadura en corrupción en que termina un sistema político sin instituciones, como el que ha sufrido el país desde el 2002. ..... Desfilan en las obras los negociados de los subsidios del transporte con Jaime (el Secretario de Transportes, administrador de los subsidios multimillonarios a trenes y colectivos –que fue ratificado en su cargo-) visitando diariamente la Casa Rosada, en ropa “sport” y con un “bolso deportivo”, los fideicomisos de los gasoductos, viviendas y autopistas administrados por el Ministro de Vido –que fue ratificado en su cargo-, los constantes viajes de operadores oficialistas a Venezuela sin razones oficiales justificadas, el tesoro del “baño de Miccelli”, y así hasta el cansancio. El affaire de los 800.000 dólares, pero más que él, la reacción adolescente –en el mejor de los casos- y cómplice –en el peor- de la presidenta Fernández al acercarse aún más a Venezuela y atacar a un gobierno extranjero que aplica la ley en su país, muestra cabalmente lo que ocurre cuando se gobierna sin la mediación institucional, confundiendo el ejercicio el poder –absoluto- con un bien propio. El hecho se agrava en ese caso si recordamos que el país atacado es nada menos que el más importante del mundo, de cuya decisión dependen aún varias “batallas” que la Argentina debe dar en los próximos meses, en el Club de Paris, en el FMI y en el propio “grupo de los 7”.

Nada diríamos si la protesta fuera justa, pero está claro –como lo han demostrado reconocidos analistas y diplomáticos- que el destemplado uso del atril diabólico sólo siguió el juego de su predecesor, tratando de crear un conflicto externo para diluir la atención sobre una realidad interna que se le escapaba de las manos. Hecho grave, porque los propios Estados Unidos, obviando los reiterados agravios de su antecesor, habían expresado su esperanza que la Argentina jugare en la región un papel destacado, abriendo una cuota racional de expectativa creada por los gestos más cultos y sofisticados de la nueva mandataria. Días atrás, desde esta columna, expresaba el convencimiento de que estamos a tiempo para rectificar el rumbo en los aspectos equivocados de la administración de Kirchner. Así como aplaudía el trato dado al sector científico-técnico, y luego la incorporación a la agenda de la calidad educativa, realizada por Cristina Fernández de Kirchner en el discurso de entronización, alertaba sobre los peligros de mantenerse cerca de lo peor de la región, a cuya cabeza aparecen justamente los dos países con los que la administración “K” ha cultivado mejores lazos: el racismo indigenista precolombino de Morales, y el populismo autoritario y profundamente corrupto de Chávez. Se reclamaba, asimismo, una política exterior que

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oriente la Argentina hacia las democracias exitosas y hacia los países que, en la región, sostienen democracias institucionales homologables, como Brasil, Chile y Uruguay. Si así fuera, Kirchner hubiera sido un Cincinato del siglo XXI, devolviendo el poder a las instituciones apenas cumplido su mandato de dictador. Sin embargo, la prolongación de la “emergencia económica” y los “superpoderes” luego de la transferencia de mando muestran que la “epoca K” no ha sido una excepción autoritaria institucional causada por la emergencia, sino la esencia de un régimen de gobierno en el que se cree. Ello rompe esperanzas y reitera las vías de hecho como mecanismo de decisiones públicas. La sociedad tomó nota de inmediato, en un país en el que nadie es ingenuo, y las calles se llenaron de piqueteros, gremios, ambientalistas, tamberos, trabajadores del casino... reclamando su derecho de la única forma que el “modelo de acumulación inclusiva” entiende: con las vías de hecho. La presidenta ha decidido, lamentablemente y a escasos tres días de asumir, ratificar los errores de su esposo. Hasta el propio Ministro de Economía se ha contagiado los dislates, al sostener que “no se puede vender la leche al precio que se les ocurra porque en el exterior está cara...”, como si la leche fuera de su propiedad y el encargado de fijar sus precios fuera él. La respuesta de los tamberos, con la misma lógica, podría ser entonces abandonar la producción de leche –lo que provocaría a los industriales y consumidores la necesidad de comprarla en el exterior, donde “está cara”- y dedicarse a cualquier otro negocio de los que abundan, con rentabilidades superiores a la fijada arbitrariamente por la dupla Moreno – Lousteau.... y algo de ello comenzó a ocurrir con la liquidación de vacas lecheras enviadas a faena; la realidad, en este caso, se impuso por sobre el capricho y afortunadamente los propios sectores encontraron su camino sin la intervención amateur y voluntarista del gobierno. Pero sirvió para desnudar la intimidad de las convicciones de la nueva gestión, aún las de sus funcionarios recientemente incorporados y menos sospechados. Lamentablemente, en lugar de acentuar el cambio por sobre la continuidad, la nueva presidenta prefiere seguir nadando en aguas negras, culpando al gobierno de Estados Unidos porque investiga un delito, a la prensa porque lo informa y seguramente, en los próximos días, a la oposición porque se hace cómplice de la aplicación de la ley a los ladrones, en lugar de ayudarlos a “zafar”. Se enojará cuando la sociedad sospeche y denuncie la “kirchnerización” de YPF, o los negocios oscuros con los bonos argentinos en Venezuela. Y lo que vendrá.... Y seguirá así, hasta que la Argentina reconstruya su edificio institucional y el gobierno vuelva a ser lo que debe, con los límites que le fija el estado de derecho, con los “contrapesos y frenos” de la división de poderes, los partidos políticos reconstruidos y la prensa –libre, sin

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presiones ni descalificaciones- respetada en su función de poner en conocimiento de los ciudadanos todos los hechos que molesten al poder, que es un peligro.

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El cambio de año

Es dificil no sentir alegría al observar a tanta gente dándose gustos en los locales comerciales concretando en las fiestas, después de tanto tiempo de angustias, la felicidad de poder compartir con sus seres queridos los tradicionales intercambios de regalos. Es difícil también no reflexionar sobre que –por fín..- muchos argentinos pasan una navidad sin la incertidumbre sobre lo que ocurrirá al día siguiente. Y eso, debemos decirlo, es bueno. A la vez, también resulta difícil no pensar sobre lo que ocurrirá en los próximos meses a raíz del recalentamiento que se está provocando en las decisiones de consumo de los argentinos al ocultarles la mitad de la verdad, tan peligrosa como que están financiando la fiesta con la liquidación de su capital. Esto no es un tema menor. Se amplía el endeudamiento personal y las tarjetas de crédito comienzan a llenarse de deudas, como en otras épocas. Ya empieza a haber una nueva asfixia en las finanzas personales, y es cómo cubrir a fin de mes el pago mínimo para seguir reciclando la bicicleta. Por ahora, parece sustentable, pero se está inflando una deuda que conducirá inexorablemente a una crisis, cuando la economía muestre el rostro de sus límites.

El gobierno, por su parte y aunque tarde, ha reconocido las advertencias de técnicos y políticos sobre la gravedad de la crisis energética, dando señales de la inviabilidad de seguir consumiendo sin reponer reservas. Ya no se escuchará a la administración K pavonearse sobre la inexistencia de las limitaciones y no sólo se correrá la hora oficial, sino que se reajustarán las tarifas y comenzarán a realizarse saludables ahorros en la dilapidación energética del sector público. Es un afortunado primer paso, que será corto si la presidenta, en lugar de asumir un rol de estadista para el que se ha preparado durante toda su vida, cae en el impulso histérico de utilizar el atril diabólico con denuncias de conspiraciones en las que no cree ni ella, cuya consecuencia es aislar al país de la opinión sensata del mundo y crear nuevas incertidumbres en los posibles inversores que, de otra forma, quizás comenzaran a ser seducidos por el novedoso cambio de actitud oficial de reconocer la crisis y convocar a la inversión.

La bonanza internacional que financia la alegría consumista de los compatriotas y también la acumulación política prebendaria del gobierno K empieza a mostrar nubarrones y a notificar que puede no ser eterna. La crisis norteamericana puede poner en marcha una sucesión de efectos desgraciados –como la posible ralentización de la economía China, que está atada al consumo norteamericano-, lo que golpearía en su demanda de commodities y en consecuencia, también en su precio. Sin soja a 300 dólares, no hay posibilidad de mantener las retenciones, y en consecuencia,

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se terminarán los subsidios a las tarifas de transportes, a las tarifas eléctricas, a las tarifas de gas, al precio de los alimentos, a las empresas de los “regalones del poder” y su cuento de la “economía productiva con inclusión social”. Y el auge, que está apoyado –como en las viejas épocas del país centralmente agroexportador- en la capacidad productiva del campo.

Repetidas veces hemos reclamado desde esta columna lo que hacen numerosos pensadores más capacitados que este autor: pensar en el futuro, administrar la riqueza con criterio de escasez, hacer lo necesario ahora porque mañana puede ser tarde, aprovechar el buen momento para transformar la economía insertándola al mundo, para lo cual es imprescindible la excelencia institucional, la seguridad jurídica, el estado de derecho, la prudencia en el gobierno, el respeto a los derechos de las personas.

Lamentablemente, se ha preferido el aullido destemplado y casi histérico a la reflexión con la vista levantada, y los atajos conspirativos a la conducción serena. Los argentinos estamos desaprovechando la bonanza con su utilización total en el consumo, licuando salarios por la inflación, liquidando el stock ganadero y lácteo, haciendo la vista a un lado para no reconocer de lleno la gigantesca corrupción del sector público y dejando pasar un excelente momento para reformular nuestra inserción externa hacia el mundo global, reafirmando por el contrario nuestro vínculo con las locuras de los autoexcluídos. Pero, bueno. Así son las cosas. A pesar del barniz optimista que provoca el “efecto riqueza”, por debajo las cosas no están bien. No están bien y tampoco vamos bien. La sensación que deja hasta ahora la nueva administración es la falta de templanza, la obstinación en el uso de anteojeras ideológicas fuera de época, la ausencia de los espacios institucionales de una democracia seria y la construcción de la imagen del mundo alrededor de la idea escasamente homologable del “kirchnercentrismo”. Los ciudadanos “del común”, por su parte, están ya acostumbrados a que las cosas del poder están fuera de su alcance y optan por la actitud menos traumática: aprovechar el momento. Olvidados de reflexionar sobre el “destino nacional”, se suman muchos a los atajos de la lucha directa –con cortes de calle, piquetes, paros salvajes, interrupción de puentes, bloqueo de fábricas, asaltos sangrientos a jubilados y comerciantes- y otros, a disfrutar de la vida haciendo rendir en el momento sus pequeños –o grandes- sueldos, ahorros o ilusiones. Así llega este cambio de año con la primer presidenta mujer. Todavía queda la esperanza que cuando comience el 2008, se decida a gobernar. Sería bueno, antes que la realidad golpee a las anteojeras y lleguen

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nuevamente episodios traumáticos como lo que –aunque con una negación suicida- todavía viven en el inconsciente de los argentinos.

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Humanitario... pero asqueante ¿Cómo no comprender el sufrimiento de los secuestrados? ¿Cómo no identificarse con la lucha persistente, inacabable, del marido de Ingrid Bentancourt, de su madre, de sus hijos? ¿Cómo no sentir solidaridad con el drama de los privados de su libertad en condiciones infrahumanas, durante años de privaciones y total incertidumbre sobre su futuro? Quienes algunas vez sufrimos la privación de la libertad fuera de la ley, y la condición de estar “desaparecidos” aunque sea por pocos días antes de ser “legalizados” y pasar a estar simplemente “presos” en un establecimiento oficial, podemos imaginar la atrocidad sicológica que significa ver pasar la vida, día tras día, sin saber qué ocurrirá mañana, sin ver a sus hijos, sin contacto con su familia, sin horizonte alguno al cual aferrarse... No debe existir condición más dura para un ser humano que una privación arbitraria de su libertad. Es en esta circunstancia que se condensan, en cada minuto de cada persona que la sufre, los miles de años que la humanidad ha luchado por conseguir la vigencia de esa palabra, la libertad, que define la condición humana. Más de setecientas personas se encuentran en esa condición en la selva colombiana, en manos de guerrilleros narcotraficantes con ropaje seudoideológico, algunas de ellas pasando ya una década de secuestro. Desde la perspectiva de cada uno de ellos, su sufrimiento es revivir las inhumanas prisiones medievales de los reyezuelos feudales en infectos pozos de castillos, en extremos a los que no llegó ni siquiera la Inquisición, que al menos definía en un procedimiento judicial el destino de los acusados. Estos secuestrados son privados de su propia condición humana, de su derecho a ser responsables de lo que hacen con su vida y de la relación de causa y efecto que preside la normalidad de los actos de la cotidianeidad de cualquier ser humano. Están presos porque sí, no porque hayan decidido asumir una causa, desarrollar una acción, cometer un determinado acto, o ni siquiera pensar diferente. Están presos como están presos los animales de los zoológicos, aunque a diferencia de ellos no son bien tratados para mejorar su rentabilidad, sino que son olvidados en su pozo de miseria por si alguna vez sirven para alguna operación política. Como la que se está realizando en estos días en la selva, con la participación de un ex presidente de la Nación Argentina. Ayudar a la libertad de los condenados a muerte en vida es una tarea claramente humanitaria y la ayuda no puede retacearse. A condición de recordar, en cada instante, la situación en su integridad, que no es la adecuada para festejar con risotadas los chistes chabacanos de quienes más que por el sentimiento humanitario son guiados por la posible utilización de las eventuales liberaciones en la política cotidiana. Este intercambio no es

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un hecho político: es la necesidad de ceder a un chantaje inmoral por parte de delincuentes despreciables, y actuar en bien de los secuestrados no puede ocultar la esencial inmoralidad en la que se ubica todo el proceso. Todo involucramiento –que nos hace mejores- implica optar por valores que no son absolutos. Cada valor conlleva un disvalor. Cada buena acción tiene normalmente alguna consecuencia condenable desde la pureza de la ética en abstracto. La política, guste o no, en un mundo imperfecto –como el que necesita de la política...- requiere embarrarse en estos chiqueros de inmundicia. El ex presidente se está embarrando en nombre de un imperativo moral. Debemos comprenderlo, reconocerlo, y hasta aplaudirlo. La condición es que recuerde que vuelve embarrado, asquerosamente embarrado. Ha participado en una negociación entre el mundo civilizado y quienes niegan el derecho de las personas a su libertad, por simple capricho o conveniencia, quienes alimentan el comienzo de la cadena del tráfico de drogas que contamina a millones de jovenes en el mundo, genera con la adicción los crímenes de volencia desbordada que asesina a nuestros abuelos para robarles sus monedas, y somete a nuestras sociedades a la inhumanidad en su convivencia. Participa, en síntesis, en una actividad humanitaria, pero asqueante. Ambos extremos deben recordarse, internalizarse, y reflejarse en el tono, en el discurso y en las actitudes que, lejos de mostrar exitismo, deben rodearse de un profundo recato debido al sufrimiento de los cientos de personas que aún continúan muertos en vida.

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Imaginar lo inimaginable... pero posible

El siguiente podría ser un cuadro de situación posible para el país en algún tiempo.

El “MT 29 de Mayo”, grupo delictivo que realizó el copamiento del Ministerio de Desarrollo Humano en La Plata (u otro que logre mayor madurez organizativa), secuestra y mantiene secuestrado a un candidato de la oposición de cara a las elecciones del 2009 –supongamos, Elisa Carrió-. Pasan meses, y –como en el caso de Jorge Julio López- el gobierno muestra su absoluta impotencia para dar con su paradero.

En un determinado momento, el grupo delictivo expresa que liberará al secuestrado a condición que llegue al país un grupo de “garantes”, entre los cuales requiere que se incluya a algún expresidente de un país de la región, supongamos Jorge Batlle, del Uruguay, o Sánchez de Losada, de Bolivia. Y que el operativo sea organizado por el actual presidente de otro país vecino, por ejemplo, Brasil. Lula organizaría el procedimiento, los garantes serían trasladados a algún lugar del Impenetrable, en el Chaco, o de la selva tucumana, o –más seguro aún para los delincuentes- alguna zona liberada del Gran Buenos Aires.

Trasladados los garantes al lugar, y luego de una espera de casi una semana, el grupo delictivo decide no realizar la entrega. Y el expresidente “garante”, frente al fracaso, le pide al gobierno de Cristina Kirchner que implemente un corredor de seguridad, para que en un futuro nuevo intento, la entrega pueda realizarse.

Hasta aquí, el supuesto. ¿Qué haría la presidenta Kirchner en esa situación? ¿Aceptaría que el

presidente Lula organizara un operativo de estas características, en el territorio nacional argentino? ¿Aceptaría que Batlle o Sánchez de Losada actuaran como garantes a un grupo terrorista de que nada le ocurriría al liberar un secuestrado? ¿Garantizaría a Batlle o a Sánchez de Losada la implementación de un corredor de seguridad para los terroristas, para que luego de la entrega, pudieran “volver a su estilo de vida ” –como expresó el presidente Chávez-? Y una última, que también genera curiosidad: ¿aceptarían Lula, Batlle o Sánchez de Losada prestarse a una capitulación tan aberrante del estado de derecho?

Preguntas interesantes, para las cuales el gobierno debe estar preparado, luego de la decisión de “alto nivel” que tomó al enviar la costosa y arriesgada delegación que viajó a Colombia, encabezada por el ex presidente, comprometiendo un criterio que los países serios analizan con máxima profundidad por sus graves implicancias futuras cuando se trata de negociar con delincuentes. La Argentina, con esta participación decidida entre gallos y medianoche, sin reflexión ni debate estratégico, ya notificó que está dispuesta a dialogar con delincuentes que mantienen a personas

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secuestradas, y que esta disposición llega hasta garantizarles su impunidad con garantía internacional.

Puede argumentarse –de hecho, sería válido- que las razones de escala son diferentes y que en la Argentina no existe un grupo delictivo con la capacidad logística y operativa como para ocupar materialmente una parte del territorio nacional, como las FARC en Colombia. Esto es cierto... por ahora. El desmantelamiento de la capacidad operativa de las Fuerzas Armadas, el descrédito de las fuerzas de seguridad fogoneado por el propio gobierno, el exponencial crecimiento en la “era K” de las redes delictivas y específicamente de las redes de narcotráfico articulando las diferentes etapas del negocio, desde el ingreso en aviones que nadie controla por la frontera norte, la elaboración que nadie controla en laboratorios clandestinos y la distribución que nadie controla en los principales centros urbanos, no permiten asegurar que esta realidad no fuere la vigente en nuestro país dentro de algún tiempo, más cercano que lejano. A comienzos de los 70, la violencia puntual y la verborragica de los grupos guerrilleros como Montoneros tampoco parecía peligrosa, y llegó a donde llegó.

¿Tenía sentido, con este horizonte dentro del marco de probabilidades, comprometer a la Argentina nada menos que con la figura de un expresidente y del Canciller en ejercicio, en un operativo para el que no era imprescindible? ¿No se hubiera podido responder al pedido de solidaridad con una presencia simbólica de menor dimensión cualitativa, como hicieron otros países? ¿Tienen ya en elaboración el eficiente Jefe de Gabinete de Ministros o el intelectual a cargo del Ministerio de Justicia una construcción argumental válida para el caso que una situación como ésta se presentara en nuestro país?

En todo caso, interrogantes preocupantes que pasarán a formar parte de la agenda política argentina por decisión de la propia presidenta, sin necesidad alguna, y de los que se evidencia –nuevamente- una forma de gobernar para la que la calidad institucional, la seriedad republicana, la reflexión serena y el respeto a la ley no son precisamente cualidades a exhibir por la nueva gestión.

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Todavía está a tiempo Los argentinos están esperando a su presidenta. Se demora en asumir su rol. El escándalo internacional con los dólares venezolanos, luego sus vacaciones, luego el nuevo escándalo en la selva tropical organizado por el amigo venezolano de su marido, luego –de nuevo- la continuación de sus vacaciones, han demorado el momento en la presidenta entronizada tome cabalmente, a casi un mes de haber sumido su cargo, las riendas del país. Los argentinos, mientras tanto, continúan con sus vidas. Sufren la cada vez más grave crisis energética. Siguen soportando las subas de precios disfrazadas por el INDEC, son agredidos por salvajes cortes de calles que los obligan a soportar el infernal calor del verano porteño durante horas, encarcelados por un tránsito endiablado y por piqueteros que cada vez más descaradamente apañados por sus propios funcionarios que hasta –se está comprobando- están siendo provistos con armas de guerra para generar hechos atroces, como la toma del Ministerio de Acción Social en la provincia de Buenos Aires. Mientras el gran gestor de la estafa educativa que tanto la preocupa ingresa al Senado de la Nación arrastrado por sus votos, los niños argentinos se están convirtiendo, a más de cuatro años del gobierno de su marido y de gestión del actual Senador, en los más embrutecidos del continente; sus maestros, en los peor pagos. Nunca en la historia argentina –récord que tanto agrada, ser la primera en cualquier cosa....- ha existido una expansión de las redes de narcotráfico en la dimensión que han alcanzado en estos cuatro años, en que el gran responsable de la cartera respectiva ha sido premiado con un nuevo Ministerio, ahora a cargo de la Justicia y de la policía. Justamente... Y esa expansión ha provocado la exacerbada violencia en los delitos comunes, ante los miles de adolescentes excluidos del sistema que caen como moscas en las redes de distribución y en la adicción, llegando hasta matar a pobres abuelos por un par de monedas que le ayudarían a acceder al “paco”. En este mundo globalizado los hechos generalmente no se dan en forma aislada. Las redes de narcotráfico, el lavado de dinero, la narco-guerrilla, el terrorismo, el comercio ilegal y legal de armas, los estados fallidos y los “auto-excluidos” –como el régimen chavista venezolano- no son jugadores aislados. La aproximación amateur y adolescente a estos escenarios no llevan sólo a la primera magistrada a estos enredos: arrastran a toda la Nación Argentina, y a los argentinos. Ya sufrimos dos grandes atentados por la ingenua actitud de uno de sus predecesores, que pretendió ingresar como jugador a una mesa equivocada. Tendría que asumir esa experiencia y tomar distancia.

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Estos argentinos, sus argentinos, no merecen ni sus vacaciones anticipadas ni las aventuras tropicales de su esposo, ni las amistades peligrosas por capricho o las peleas desde la tribuna con países serios sin otro propósito que ayudar a “zafar” a alguno de sus cortesanos, aún a riesgo de convertirse en el hazmerreír del planeta. Merecen que atienda su gestión, que tome las riendas, que se haga cargo. Que se desprenda de los lastres, que responda a su propia visión, si es que ésta es la que expresó en su discurso inaugural. Todavía está a tiempo. El poder no perdona su falta de ejercicio. El tobogán que comienza con la falta de presencia presidencial ha demostrado en la historia argentina no tan lejana, ser muy peligroso. Y un país como el nuestro, sin nadie que tome sus riendas, puede descontrolarse más aún de lo que está. Todos los argentinos –me atrevo a pensar aún en los más nítidos opositores, entre los que se cuenta el autor de esta nota- se despiertan todos los días esperando la buena noticia de su reacción, porque de ella dependen cosas tan importantes como la propia viabilidad de la democracia argentina.

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La calidad institucional y el gran hermano de Moreno Una a una, las esperanzas que la nueva presidenta generó en compatriotas de vocación republicana y sentido común van siendo sepultadas por sus hechos. La decisión anunciada por el Secretario de Comercio Interior, en connivencia con el tristemente célebre sindicalista paniaguado de los diferentes gobiernos, implica una aberrante avanzada contra la privacidad y los derechos esenciales de la libertad de las personas: el control policíaco, como en las células de los “partidos únicos” o los “comités de manzana”, para informar a las autoridades sobre la utilización de los equipos de aire acondicionado en los edificios. La noticia es propia de un 28 de diciembre, por lo absurda, si no fuera originada en un despacho conocido por sus dislates y su lunática obsesión en enfrentar la realidad. Lo peligroso, en este caso, no es la participación de este original personaje al que ya nadie toma en serio, sino el acuerdo que se anuncia con el gremio de los encargados, en el que el dirigente recordado por su acomodaticio acercamiento a todos los gobiernos ha expresado que instruirá a sus afiliados para la realización de una investigación sobre la cantidad de aparatos de aire acondicionado que existen en sus edificios. ¿De dónde sacó esa atribución? ¿Quién diablos se cree que es? ¿En función de qué facultad constitucional, legal o reglamentaria puede utilizar a personal privado para realizar investiaciones policíacas? Lejos van quedando los anuncios y el tono del discurso de entronizacion, el 10 de diciembre, que parecía iniciar una etapa de dialogo, racionalidad, búsqueda de consensos y calidad institucional. El cambio pareciera darse con el diferente uso del atril diabólico, menos cínico y más hipócrita. El nuevo estilo es aparecer razonable, pero dejar el territorio libre a sus funcionarios para avanzar con sus inclinaciones autoritarias, que la sociedad argentina sencillamente no tolerará. La decisión de Moreno y de Santamaría es una provocación. Están jugando con fuego, desafiando a los ciudadanos de un país libre, como mastines al servicio de un propietario inconsciente. Pueden encender una mecha en cualquier momento, ante una opinión pública que no sólo está encendida por el calor del verano, sino por el intento de seguir tomándosele el pelo, mientras la presidenta organiza su nueva ausencia de su lugar de trabajo, al que ha asistido en un mes menos del diez por ciento de las jornadas hábiles. Esta vez no disfrutará del fresco patagónico, pero sí del invierno europeo, alejada del infernal verano porteño y de una crisis que sólo ella, su marido y su mastín se empeñaron en negar durante cuatro años, frente a las advertencias reiteradas de todos los que saben, incluso dentro de su equipo de gobierno.

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Sigue teniendo tiempo, pero sigue también gastando su crédito. Sería un error que confunda el respaldo institucional a su función, que le brindan todos los argentinos de bien, con apoyo personal a su conducción. Nadie le pondrá piedras en la rueda, pero nadie puede evitar sus errores al elegir sus colaboradores o al instruirlos sobre las características de su gestión o la realización de medidas que –como en el caso que nos ocupa- son una agresión grosera a los derechos que los argentinos han ganado y defendido desde la recuperación de la democracia.

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Esperando el tren bala Menos de dos horas es lo que tardará el “tren bala”, según los informes que han trascendido a los medios periodísticos, en realizar el trayecto que une a la Capital Federal con Mar del Plata. Cristina debe estar ya por inaugurarlo por primera vez, como a ella le gusta. Seguramente habrá luego varias inauguraciones más, a medida que el presupuesto se incremente hasta duplicar o triplicar las cifras originarias, como es usual en estos casos. Mientras tanto, cinco horas es lo que han debido esperar los pasajeros que viajaban en “El Marplatense”, la vieja y querida formación que durante tantas décadas sirvió a millones de porteños que viajaban anualmente a Mar del Plata para disfrutar de sus tradicionales vacaciones. ¿La duración total del trayecto? Menos de un dia... Habrá otro “tren bala” entre Rosario y Córdoba. Mientras tanto, en la antigua ruta nacional 19, a la altura de La Francia, trece personas murieron en un accidente provocado por la saturación de una infraestructura descuidada, como todo lo que es responsabilidad del gobierno nacional. El cotejo las informaciones es la mejor muestra de lo que ha sido la constante del gobierno K: promesas de largo plazo y difícil cumplimiento, mientras la realidad golpea a usuarios y ciudadanos, no sólo en el transporte sino en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Alcanza con ver a los pasajeros internacionales varados en Ezeiza, los muertos en accidentes de colectivos de larga distancia, los accidentes de automóvil rompiendo récord anuales de muertes en rutas que tienen el mismo ancho que las antiguas rutas romanas circuladas por carretas, los ciudadanos trabados en el tránsito atroz de la Capital por la incapacidad del gobierno para ordenar la vida cotidiana. Cortes de energía, faltantes de agua potable, servicios públicos privatizados sin control alguno de calidad, la educación formando los chicos más ignorantes del continente, la mortalidad infantil volviendo a subir luego de años de constante reducción durante todos los gobiernos anteriores a K... La improvisación es la constante, en un país que sigue adelante apoyado en la fuerza de sus emprendedores y ayudado –afortunadamente- por una situación internacional favorable por los avances portentosos de la globalización de las fuerzas productivas, apoyadas en una revolución tecnológica en la que logros de nuestros científicos y técnicos suelen darnos sorpresas, con investigaciones llevadas a cabo, las más de las veces, “a puro pulmón”. El país sigue adelante a pesar del gobierno, de la corrupción, de la sustracción cuasidelictiva de los ingresos de quienes invierten y arriesgan en el campo, de la inseguridad para quienes se dedican a los servicios y no

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saben si contarán con energía para cumplir sus contratos, de todos que tampoco saben, al salir a la calle, si volverán vivos... Estamos todos esperando el tren bala. Como las inversiones chinas, el gasoil que “lloverá”, la energía que no falta y la inflación que no existe. ¿Comenzará Cristina a gobernar, de una vez por todas?

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Cristina atrasa, el país se descalabra, K acumula... En una incursión por el análisis económico, la presidenta declaró días atrás que “logramos quebrar esa lógica estructural que tenía el país, que cuando comenzaba a crecer y subían las importaciones terminábamos en un cuello de botella por extrangulamiento del sector externo” (La Nación Económica, Sábado 19 de enero).

Tal diagnóstico, propio de la Argentina de los años 70, no sólo ignora el cambio que se produjo en la economía argentina y en el mundo en el último cuarto de siglo, sino que marca en todo caso el límite de su propia concepción “mercadointernista” y dependiente, en boga cuando la hoy pareja reinante se fue a vivir a Santa Cruz allá en sus años mozos. Sin embargo es a la inversa. Los datos están demostrando –según propias informaciones oficiales- que a medida que la reactivación de la vieja estructura industrial bonaerense movió las máquinas de hace medio siglo, el superávit comercial, en lugar de subir, ha comenzado a reducirse en forma acelerada. En efecto: al mismo tiempo que la presidenta reiteraba su diagnóstico atrasado, su ministro de Economía informaba que se ha producido una nueva reducción del superávit comercial, del 10,3 % comparado con 2006, reducción que se da en un contexto en el que la soja ha superado los 315 dólares por tonelada (cuando hace un año se cotizaba a USD 215), el girasol llega a USD 420 y el aceite de girasol marca récords, alcanzando a USD 1740 dólares la tonelada. A pesar de semejante impulso al valor de las exportaciones aportado por demonizado sector agropecuario y el “viento de cola” internacional no provocado precisamente por la administración K, uno de los mágicos “superávits”, el comercial, sigue cuesta abajo, ante la ausencia de inversiones en infraestructura y modernización en la industria que acompañen al campo a mantener el aporte de divisas con una perfomance un poco mejor de las exportaciones industriales. Las exportaciones, en efecto, muestran con claridad más la “continuidad” que el “cambio” en la ecuación oficial. Quizás con más propiedad, debiéramos hablar de “retroceso”. Según la misma fuente (La Nación, 18 de enero 2008), el rubro más destacado de nuestras exportaciones fue “residuos y desperdicios de la industria alimentaria”, y el rubro líder fue el de “lanas sucias”, con un incremento del 97 %, productos que no parecieran mostrar mucha incorporación tecnológica ni configurar una producción de la que el país debiera enorgullecerse. La industria ha sido la que menos creció, con apenas 17 % con respecto al año anterior, a pesar de estar beneficiada con la macro-devaluación que sirvió para disimular la licuación de los salarios y la superganancia empresarial de los industriales “nacionales y populares” provocados por el “modelo” comenzado en el 2002.

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El juego de estos datos muestra que el país, lamentablemente, está volviendo a acercarse al atrasado diagnóstico de Cristina, y habría alcanzando el famoso “cuello de botella” hace rato si la soja, el girasol y otros productos del campo tuvieran el valor internacional del año 2000, repitiendo esa crisis. Quizás sea bueno recordar que con estos volúmenes pero con aquellos precios, la balanza comercial sería deficitaria ya desde hace un par de años, extremo al que no se llegó ni siquiera en los momentos más graves de la recesión y con los precios de las “commodities” por el suelo.

La realidad, desgraciadamente es otra. El país –y el régimen duhalde-kirchnerista- desde la crisis del 2001 que ayudaron a provocar, vivieron gracias a las inversiones que el país había realizado hasta esa fecha, pero al detenerlas con la irresponsabilidad sobre la que muchos alertaron ya desde el 2003, están llegando a una saturación de la capacidad instalada que bordea su límite, el que ya se alcanzó en el campo energético.

Escasez de gas, de energía eléctrica y de gasoil; trenes y colectivos que se caen de a pedazos; infraestructura aérea que no agregó nada en lo que va del siglo; rutas deterioradas con récord mundial de muertos en carreteras; obsolescencia del equipamiento de las fuerzas de seguridad con un crecimiento exponencial del narcotráfico; aislamiento internacional para las inversiones serias en infraestructura que obligarán a volcar en ellas inversión pública demorando urgencias lascerantes, como la requerida por la salud y la educación, en la que están volviendo índices de mortalidad infantil superados hace diez años y niveles educativos inferiores a los de comienzos del siglo XX...

Por supuesto que para muchos las cosas andan bien, y ojalá que así sigan. La abundancia confiscada al maldecido campo permite disfrutar de una situación desahogada, que con un gobierno capaz hubiera permitido hace tiempo terminar con la pobreza extrema, con la necesidad de “cartonear” para poder vivir de miles de compatriotas, con el hacinamiento en el transporte público y las necesidades de vivienda, agua potable y saneamiento.

En estos cinco años que corrieron entre el 2002 y el 2007, el campo con sus exportaciones ha aportado al país –y a la administración duhalde-kirchnerista- cerca de CIENTO CINCUENTA MIL MIL MILLONES DE DÓLARES que, de ser cierta la “ecuación de Cristina” (es decir, si la industria generara sus propias divisas para evitar su asfixia externa) hubieran bastado para desarrollar la infraestructura, mejorar la educación, garantizar la seguridad, o pagar la deuda pública, cuyo nivel es superior a la existente cuando provocaron la crisis. Más de un tercio de este descomunal monto, confiscado con las “retenciones”, ha sido administrado por el ex presidente sin control político ni judicial, sin legalidad en su apropiación, sin presupuesto ni rendiciones de cuenta, sin resultados ni estrategia. En

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cualquier país democrático del mundo una circunstancia así hubiera sido tan escandalosa que retumbaría en las paredes de sus parlamentos y en las tapas de sus diarios. Aquí no sólo puede mostrar con impunidad y desparpajo un insultante incremento patrimonial, sino que además anuncia que seguirá en la tarea, ahora con una nueva meta: apropiarse definitivamente de la estructura política más desarrollada del país para profundizar su “rumbo”.

Porque mientras Cristina atrasa y el país se deteriora, K acumula. No satisfecho con lo que ya incrementó su patrimonio personal durante su gestión –un récord, como los que gustan a su esposa: es el presidente que más aumentó su patrimonio durante el ejercicio del poder en toda la historia argentina-, ahora se prepara para que en su persona confluya la suma del poder político a través de su delegada en la Casa de Gobierno y la jefatura del justicialismo adocenado a los que pretende agregar el poder económico, con la escandalosa kirchnerización de YPF, sus contactos con la megacorrupción “bolivariana” –ligada, a su vez, con la narcoguerrilla colombiana-, la “nueva burguesía nacional” de sus amigos santacruceños originada en la corrupción estatal desenfrenada y el disciplinamiento del empresariado servil, que –por supuesto- nunca ha ganado tanto –ni invertido tan poco- como en estos años.

Sería de esperar que así como en la oposición democrática republicana los ciudadanos esperan y trabajan para que en las lides electorales que vienen no deban quedar mascullando su impotencia ante los pasos de minués de liderazgos sin capacidad de articulación política, en el oficialismo peronista se levanten ciudadanos que encuentren fuerzas en lo profundo de su historia para no seguir siendo utilizados en un proyecto político-económico ubicado en las antípodas de sus banderas fundacionales.

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Responsabilidad

Tres notas de La Nación del domingo confluyen para ubicar en la escena el profundo dilema de la Argentina de hoy.

En la Revista, el delicioso cuento de Elsa Ducaroff “Fiesta en el Praivat” nos traslada, cual película futurista americana, a la sociedad dual y fracturada que, como todos los futuros, está contenida en muchos rasgos del presente.

En “Enfoques”, la nota de tapa “Ciudades al límite”, elaborada por Lorena Oliva, muestra la irrefrenable dinámica de concentración urbana que ha sido característica del último medio siglo, en un ritmo que se acelera día a día y que anuncia su profundización a medida que se incrementa el desarrollo industrial de los países superpoblados del Asia.

Y en el mismo suplemento, la columna de Elisabetta Piqué “El barrio de los sueños”, con la crónica de la exposición “Arte de Mayo, pequeña historia autobiográfica desde un barrio de tierra”, destaca los sueños de Gustavo Fuentes, extrayendo del pandemonio cotidiano la esperanzada ilusión de un niño que crece en la villa “8 de Mayo”, no muy diferente seguramente de los sueños de millones de niños en su misma condición, en la Argentina y en el mundo: “Que en mi barrio no hayamás peleas, que haya más comedores, más casas, calles de piso, plaza para divertirse, más escuelas y más hospitales, más comida, útiles, guardapolvos, casas hermosas, un castillo enorme, que toda la gente sea feliz”.

Los “ojos oscuros, ... vivos, chispeantes...” que esperaban a Paloma al escaparse del “Privat” trepando al cerco que lo aislaba-protegía del mundo de los “negrilleros” que la abuela insistía en llamar, como en los viejos tiempos, simplemente “pobres”, son los mismos de Gustavo Fuentes soñando con un futuro que en lugar de acercarse, se ha alejado.

Sin embargo, no es forzoso ese alejamiento. Porque en el mismo presente que contiene los gérmenes de ese futuro infame, están también los de otro, portentoso y sublime: uno que haya cumplido los sueños de Gustavo Fuentes, en una sociedad integrada y educada, con personas libres y dueñas de su destino, decididas a ser sujetos de la historia y no sólo objeto de fuerzas e intereses fuera de su alcance.

Cualquiera de ambas sociedades está contenida en el presente, porque el futuro no es unívoco. Y la consecuencia de esas potencialidades es volver a ubicar en la acción –y en los sentimientos, y en el razonamiento, y en la conciencia- de cada persona de hoy su responsabilidad por lo que puede hacer con su vida para perfilar el mundo del futuro.

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¿Le tocará ahora a la Ley de Gravedad? En las viejas épocas de los Estados todopoderosos, represiones sangrientas y poderes absolutos, una actitud como la adoptada por el Secretario de Comercio, ordenando al Escribano Mayor de Gobierno que se constituya en la oficina del empresario Juan José Aranguren para exigirle que “ratifique” o “rectifique” sus declaraciones de que “bajar los precios aumenta la demanda”, hubiera hecho temblar a más de uno. Es que en los años tenebrosos hacer enojar a un funcionario podía generar desde la detención arbibraria hasta la desaparición o el asesinato. Elena Holmberg, Marcelo Dupont o el propio Héctor Hidalgo Solá fueron ejemplos de lo que podía generar una declaración que cayera mal entre los hombres del poder, aunque quien las emitiera fuera un funcionario del mismo poder, o simplemente ser hermano de un funcionario que testimonia en un proceso por asesinato. Hoy, la ridícula decisión de Moreno no puede haber generado más que una sonora carcajada en las oficinas centrales de Shell, la que debe haberse escuchado no sólo en las embajadas –es de imaginar el contenido de los cables diplomáticos de la semana pasada informando del hecho a sus Cancillerías- sino en la propia Casa Rosada, a tal punto que el seguimiento del tema desapareció misteriosamente de los diarios porteños, que desde las elecciones funcionan en esta clase de temas alineados en una tácita “cadena” como aquella que supo instalarse en el país hace algunos años y que fuera calificada como “de la felicidad” alineando a periodistas, jueces, legisladores y fiscales en una larga fila de sonrisas al llegar a fin de mes. Hay un saldo positivo: el Escribano Pedro Echegaray, cuando escriba sus memorias o le cuente a sus nietos las anécdotas de su ejercicio profesional, podrá incluir un episodio que quizás hasta ya esté incluido en el Guiness mundial de las payasadas. La Nación informa del enérgico rechazo de prestigiosos constitucionalistas a esta nueva ocurrencia de quien fuera calificado por el ex presidente Kirchner como “más bueno que Lassie”. Quienes evalúan la marcha del país con objetividad la incluirán sin dudas entre los elementos que califiquen la libertad económica y política. Es probable que la primera mandataria haga alguna declaración al respecto diciendo –como le gusta a ella y en tono autolaudatorio- que “por primera vez en la historia política argentina...” se produce un hecho como éste. Los argentinos, por nuestra parte, hemos sido advertidos que repetir en una declaración pública el contenido de algún rudimentario principio de las ciencias económicas puede llevar a un funcionario –que, curiosamente, ostenta el título de “Licenciado” en esa disciplina- a conferirnos el honor de recibir en nuestra casa u oficina nada menos que al notario mayor del país, el encargado de dar fé del juramento presidencial y de los integrantes

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del gabinete nacional, para “ratificar” o “rectificar”, por ejemplo, que la ley de la oferta y la demanda existe. ¿Negará tambien la ley de gravedad?

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K y L Hace apenas un par de meses analizábamos desde esta columna el

proceso electoral que culminó con la elección de Cristina Kirchner y decíamos que había triunfado lo menos malo del oficialismo y lo mejor de la oposición. No es secreto para nadie que nuestra predilección no estaba con los triunfadores. Sin embargo, decía que aunque dentro del oficialismo el centro de gravedad se encontraba en las mafias bonaerenses, los empresarios protegidos de la pesificación asimétrica, los negociados sucios de los sindicalistas corruptos y el aparato clientelista del Gran Buenos Aires, también formaron parte del bloque electoral oficialista nuevos dirigentes locales con amagues de cambio, científicos y técnicos satisfechos con la jerarquización del CONICET y del sector científico en general, y hasta productores agropecuarios a los que la humillación de las retenciones no alcanza a eclipsarles la buena perfomance que está atravesando el sector, la que identifican con el gobierno que les toca en turno a pesar de que su fuente es el excelente momento internacional.

Pero decía también que fue exitoso lo mejor de la oposición, porque aunque en ella están los argentinos de vocación democrática y republicana, también aparecieron como opositores exponentes de la vieja Argentina de los salarios licuados, las riquezas arrebatadas y los frutos del trabajo confiscados. Y los argentinos apostaron a los que con mayor nitidez expresaron sus principios, relegando a quienes sospechaba.

Las opciones, entonces, no reflejaban con claridad los verdaderos dilemas argentinos.

Hoy las cosas quedan más claras. El viejo y obsoleto sistema rentístico bonaerense se alinea y permite ver con más claridad donde está lo nuevo y dónde lo viejo. ¡Hasta Eduardo Duhalde, gestor de todo lo nefasto que ocurrió en el país a partir del 2002, ha dado rienda libre a su euforia! La herramienta de la Argentina vieja es, una vez más, el peronismo tradicional y ortodoxo alineado tras sus vicios históricos, renunciando a todo lo que había avanzado desde 1983. Los sindicalistas del viejo pacto militar-sindical que se ríen de la democracia, los violentos que desataron el baño de sangre que desembocó en la Dictadura Militar, los empresarios que sólo pueden hacer negocios al calor del Estado, los políticos que se enriquecen sin escrúpulos con el manejo del poder... todos tras el liderazgo de quien supo engañar a todos y pretende seguir acumulando el poder supremo, no sólo político sino también económico. Singular y titánico desafío el que se presenta ahora a los peronistas que sueñan con llevar a su partido al juego democrático de la tolerancia republicana y el dialogo, a la modernidad de una inserción madura con el mundo y al respeto a los derechos que la Constitución otorga a los ciudadanos. Los observaremos con simpatía y les desearemos el mejor de las suertes.

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La oposición democrática republicana, por su parte, deberá ahora hacer sus deberes con más prudencia y sensatez que nunca, articulando su propuesta y puliendo su discurso para preparar el relevo, que se producirá más temprano que tarde. Su desafío es recuperar la confianza y el entusiasmo de la gran mayoría de las clases medias argentinas, su base electoral natural, demostrando que la firmeza de principios es compatible con la eficiencia de gestión, y que ha erradicado el dogmatismo seudoideológico propio de la adolescencia para pensar en términos estratégicos en una Argentina exitosa en el mundo globalizado, asumiendo el gran desafío de volver a ubicar a nuestro país, en el término de una generación, entre los que garantizan a todos sus habitantes los mejores niveles y calidad de vida en el mundo. Para eso se necesita revalidar la palabra, la honestidad, la fidelidad de los hechos para con los dichos, recrear la confianza de unos con otros y de todos en el país, respetar las leyes, confiar en la justicia. Si el realineamiento que ha comenzado a efectuar el expresidente en el otro campo ayuda a recuperar el entusiasmo en el espacio rival, entonces bienenido sea.

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La oposición Si observamos a la Argentina desde un hipotético sitio alejado de la siempre tormentosa coyuntura, la perspectiva de su dinámica política no puede dejar de sorprender por el raquitismo de la oposición frente a la formidable capacidad de iniciativa del proyecto “K”. Dicho esto, la siguiente extrañeza es causada por la dimensión enorme de los desconformes, frente al escuálido escuadrón de genios que integra el oficialismo. Por supuesto –como todos los oficialismos- ello no significa que no pueda alquilar, comprar o someter a toda clase de súbditos, lo que no invalida la afirmación realizada: su lugar de generación de política se reduce a la pareja reinante y un par de allegados. Al estilo de los emperadores incas cuando los conquistó Pizarro, la ausencia de iniciativa, capacidad de generación de política y de configuración de escenarios estratégicos es un dato que atraviesa el kirchnerismo en todas sus dimensiones. Lejos está de constituir siquiera un remedo del peronismo de sus épocas duras, en las que cada unidad básica, sindicato o agrupación era una usina de ideas, pensamiento, doctrina, movilización, lucha, reclamos, proyectos. El único que define es “K”, y a su alrededor está el vacío, un vacío gigantesco de ideas de futuro, sólo comparable en su dimensión con su insaciable vocación de poder y riqueza. Esa ingeniería le ha permitido gobernar ya cinco años, sin haber podido lograr hasta ahora el apoyo popular del peronismo que lo precedió, el de Carlos Menem, que en sus perfomances electorales osciló siempre en el 50 %. Y que además, discusiones aparte, tenía claramente un proyecto de país, con sus matices, claroscuros, fortalezas y debilidades. Aparentemente, K busca llegar a la perfomance de su antecesor, cosa que ha logrado con creces en su capacidad de desarticulación de todo lo que está enfrente y de captación de lo que pueda ser peligroso. Ahora, hasta usa los ejemplos de los éxitos menemistas –como sucedió con la presidenta días atrás cuando se apoyó la experiencia de Puerto Madero para fundamentar su decisión personal de licitar el tren “bala” a Mar del Plata-. Sin embargo, lo que supera la capacidad de sorpresa para quien observa este escenario no es tanto la reiteración de los peores vicios del peronismo histórico que proyecta K, sino la ausencia de capacidad de articulación política de quienes representan a la mayoría de los argentinos. Desde el minué de la desaparición de un radicalismo cooptado por su intención de copiar los métodos escasamente democráticos de sus rivales históricos, hasta las excesivas concesiones al liderazgo personalista que muestran las dos corrientes que se disputan el 60 % “no K” del país, desde la Coalición Cívica y el “Pro”. Los ciudadanos de vocación democrática-republicana, infinitamente más sabios que sus expresiones electorales, no tuvieron problemas en votar

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masivamente al “centro-derechista” Macri, y a los tres meses a la “centro-izquierdista” Carrió. Los fuegos artificiales verbales entre unos y otros le resultaron siempre de mal gusto. No pueden comprender sus gestos recíprocamente recelosos, su alejamiento de las angustias cotidianas de quienes ven en ellos una alternativa para sacarse de encima esta pesadilla, y la demora en comenzar la articulación de una red de relevo que les permita contar con la posibilidad de un cambio sereno hacia un rumbo abierto, global, democrático, vital, apoyado en la capacidad transformadora de las personas, alejado del paternalismo populista, la violencia de las redes mafiosas del conurbano y de la cleptomanía sistémica de las corporaciones gremiales, clientelistas, partidarias y empresariales protegidas. Un rumbo como el que menciona la propia presidenta en sus discursos, tan alejados de lo que hace y dice no ya sólo su marido, sino su propia administración. La oposición. Ese es el problema argentino. El oficialismo es conocido. Sus límites, sus prácticas, sus vicios, sus engañifas de jardín de infantes, su esencial abismo entre lo dicho y lo hecho, su desconocimiento de los derechos de los ciudadanos, de la independencia de la justicia, de la libertad de expresión, y su aislamiento del mundo que avanza. Es la oposición, la que en la concepción de la mayoría de los argentinos debiera significar el camino alternativo, el de una democracia vital y participativa, el de un sistema moderno sostenido por partidos políticos abiertos y competitivos, el de un debate sostenido con argumentos respetuosos –del adversario y de quienes observan- entre los protagonistas del espacio público, el de un país sumado al concierto responsable de las sociedades que están construyendo el futuro global, esa oposición es la que deja un vacío tan rápida –y pícaramente- aprovechado por el universo K. Y la que le permite, con su estrechez de miras, continuar el saqueo.

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Argentina: La inflación ya está instalada

Varias generaciones de argentinos comenzaron su vida adulta en los últimos quince años. Vivieron problemas, angustias y crisis, incluyendo el saqueo institucionalizado del 2002 con la “pesificación asimétrica”, impulsado por las burocracias partidarias y empresariales bonaerenses. No conocieron la inflación y seguramente al oir hablar de ella la identifican sólo con el aumento de los precios. Sin embargo, las generaciones mayores, las que han vivido ya cinco o más décadas, saben lo que era la inflación para el deterioro sistemático de las condiciones de vida, la pérdida inexorable de horizontes y la imposibilidad de desarrollar ningún emprendimiento en el que poner la pasión por la construcción de su propio futuro económico. Es que a medida que la tasa de inflación sube, sube la tasa de interés. Ello se mide anualmente –cuando no en forma mensual- y, en consecuencia, cualquier emprendimiento que requiera financiación debe proporcionar una rentabilidad superior a la tasa de inflación-interés prevista, para poder ser viable. En consecuencia, debe incorporar la inflación prevista en el precio de sus productos, realimentando el proceso.

Esa consecuencia no es la única: el umbral de rentabilidad requerido a emprendimientos posibles se incrementa al compás de la tasa, salvo para el sector financiero que, como funciona con dinero ajeno, amplía su ganancia a costa del ahorrista –que pierde con la licuación de su depósito- y del tomador del crédito –que debe dejar en la tasa la “parte de león” de sus ingresos-. La inexorable reducción de ahorristas privados se va reemplazando por fondos públicos, cuyo valor a nadie le interesa preservar porque son del conjunto –más específicamente, han sido confiscados al sector productivo y terminan dilapidándose en aventuras voluntaristas-.

Una ligero pantallazo de lo que ocurre en los gremios y en el sector financiero hoy es mejor indicador de la inflación percibida y prevista en la economía real que los datos del INDEC, destrozado como todo lo que K toca. La tasa para un crédito personal estandar, según surge de las páginas WEB de las instituciones bancarias, oscila enel 30 % anual nominal, que se convierte en un costo financiero real de alrededor del 40 % anual si se calcula la tasa como interés compuesto y se le agrega además el inefable IVA, que comienza a pesar sobre el crédito a medida que la tasa de interés aumenta (un IVA del 21 % sobre una tasa del 5 % es apenas de un punto; ese mismo IVA sobre una tasa del 30, se transforma en un 6,3 %, con lo que la tasa que debe pagar el tomador del crédito es ya del 36,3 % anual más los “gastos administrativos”, o sea, un disparate que ninguna actividad lícita permite en una economía estable). Comparar esa tasa con la inflación de menos del 10 % anual que informa el INDEC resulta patético.

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La inflación está instalada, gracias a los aprendices de brujos instalados en la Casa Rosada, especializados en engordar alforjas propias y saquear las ajenas. Porque por supuesto, la inflación abre posibilidades enormes para los grandes negociados. Disimula ganancias, oculta sobornos, dificulta los cálculos, convierte en letra muerta los controles del gasto y en dibujos voluntaristas las partidas presupuestarias. Y a la postre, castiga con la desaparición de ilusiones a los ciudadanos comunes, que deben pasar su vida sacando cálculos para defender su ingreso instalando en la vida cotidiana la inseguridad económica como norma, la desconfianza como sistema y la falta de transparencia como método.

La inflación conspira contra la convivencia. Incrementa los conflictos sociales, que por el contrario desaparecen cuando hay estabilidad (¿alguien recuerda huelgas importantes en los 90?). Y destruye las bases para las negociaciones colectivas por empresas que comprometen y asocian a trabajadores y empresarios en el desafío común en cada actividad, reemplazándolas por la negociación “macro” entre las burocracias sindicales corruptas, recreando el triste fenómeno de sindicalistas estancieros, empresarios y multimillonarios eternizados en su silla, a la que han convertido en fuente inagotable de ingresos mal habidos.

La inflación, una vez instalada, adquiere una dinámica de muy difícil corte, salvo con crisis abruptas –como el “shok” de Rodrigo durante la presidencia de Isabel Perón, que a más de treinta años aún se recuerda y desembocó en el proceso militar, o la hiperinflación que se produjo durante la presidencia de Alfonsín, que le costó su retiro anticipado del poder, o la renuncia a la moneda nacional que se instaló con la convertibilidad y terminó derrumbando un sistema; todas tuvieron, a la corta o a la larga, consecuencias finales traumáticas-.

De todos los desastres K, gran dilapidador de una enorme oportunidad nacional, el desmantelamiento institucional ha sido el mayor, hasta ahora. La reinstalación de la inflación como sistema se le agrega para retornar, como quizás añora, a la época de triste recuerdo que desembocó en los años de plomo allá por los años 70..

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Jubilados, inflación y aportantes Hablar de la inflación sería ya redundante, ante la generalizada convicción de que la economía argentina conducida por el monocomando “K” se ha instalado ya en un umbral en el que se recicla sola, salvo una fuerte acción pública para bajarla, lo que hasta ahora no se nota. Sin embargo, comenzaron a expandirse los dislates, incluyendo en esta definición la absurda contradicción que se presenta entre el trato a los jubilados –para los que se anuncia un bien merecido pero magro aumento del 15 %, que queda al menos 10 % detrás de los precios-; y por el otro lado, la confiscación adicional a los ahorristas del sistema de capitalización de no menos del 20 % de sus ahorros, al imponerles ilegítimamente a las AFJP la obligación de adquirir bonos públicos actualizados por el índice “oficial” de inflación. De esta forma, otra vez son los ahorristas previsionales los destinatarios de un nuevo saqueo. En efecto: los ahorros –lo dice en forma expresa la ley de jubilaciones vigente- son de propiedad exclusiva de sus titulares, con la limitación de que no pueden disponer de ellos hasta el momento de su retiro. Las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones son, como lo expresa su nombre, meras administradoras de fondos ajenos. Como cualquier propiedad, para ser sus titulares privados de ella se requiere una ley del Congreso, y previo pago de indemnización. Así lo establece la Constitución Nacional. Nadie puede ser privado de su propiedad sino en virtud de una expropiación por causa de utilidad pública, y previamente indemnizado. Al obligar a las AFJP a adquirir deudas del Estado en su versión de bonos públicos actualizables por el índice de precios al consumidor elaborado por el INDEC, el ahorro de los aportantes queda sujeto a la manipulación aberrante del índice realizado por el deudor (el Estado Nacional “K”), que de esta forma va licuando ese ahorro en el ritmo de aceleración inflacionaria no reconocido. La diferencia entre el 9 % de inflación reconocida, y el 25/30 % de inflación real es de alrededor del 20 %, porcentaje en que se reduce en verdadero poder de compra del ahorro previsional “acorralado”. Por supuesto que a las AFJP no les preocupa demasiado. Escudadas en la obediencia debida, disciplinadamente acatan decisiones ilegítimas que las llevan a violar la lealtad contractual y legal con sus clientes, que son los ahorristas. No pierden dinero, ya que los que pierden son los aportantes. Y esos aportantes no tienen ninguna defensa, ya que la Superintendencia respectiva es una mera repartición sin poder político autónomo, también disciplinada en la aplicación del robo sistematizado a que son sometidos los ciudadanos que han optado por el sistema de capitalización.

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¿Hay un tema ideológico? Pareciera más bien que hay un tema práctico. La cleptomanía sistémica del régimen “K”, que decide por su sola discreción a quién le saca ingresos y a quién se los da, ha resuelto que tomará los recursos ahorrados por argentinos que guardan para su retiro, a fin de proseguir financiando con dinero ajeno su curso acelerado de aprendices de brujos. Sería bueno que recuerden que los ciclos no son eternos, y que las mortificaciones judiciales a que han sometido a sus antecesores pueden parecer un lecho de rosas cuando las luces del poder se apaguen, y a los jueces que vengan se les ocurra –como hoy con los gobernantes que fueron- mirar hacia atrás y convocar a rendición de cuentas a los reyes destronados. Y a los responsables de las AFJP... Unos y otros podrían llegar a ser obligados a responder con sus patrimonios personales por el daño que causan sus decisiones arbitrarias y actitudes serviles.

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De costos, precios y licenciados a medias

El gobierno de Kirchner ha resuelto desatar una nueva vuelta al torniquete que asfixia a la producción. Está formando –según informaciones periodísticas- una fuerza de choque de inspectores que analizarán dentro de las empresas su estructura de costos. El fundamento de esta medida muestra el razonamiento de un economista que estudió microeconomía hasta la mitad del programa, y dejó la otra mitad sin siquiera leer: según declaraciones del Jefe de Gabinete de Ministros, “los costos determinan el precio final de un producto”, y con esta acción se verificará si las empresas cumplen con esta premisa –La Nación Sección “Economía & Negocios”, jueves 28 de febrero, página 2-. Esa afirmación es cierta, pero a medias. Nadie producirá algo cuyo precio de venta sea inferior a sus costos de producción. Es una afirmación que funciona como “piso”. En tal eventualidad, la actitud previsible del empresario es que cambie su línea de productos o que cambie de rubro, si es que en el rubro que explota ya no existe mercado, sin que sea necesario que nadie le inspeccione nada. Este concepto se denomina “costo de oportunidad”, y es la opción que tienen las personas y las empresas de cambiar de actividad cuando lo que produce ya no interesa, cuando sus costos son superiores a los que puede ofrecer la competencia o cuando en otra actividad económica alternativa su recompensa puede ser mayor. Pero es también una afirmación parcial, y esta parcialidad es la que la torna mendaz: el precio de venta no está fijado por los costos, sino por lo que está dispuesto a pagar una persona que necesita o le interesa un determinado producto o servicio. Esta es la otra mitad, la que funciona como “techo”. La demanda, esa otra mitad de la materia, orientará a los productores –empresarios, proveedores, personas- sobre los bienes o servicios que pueden ser rentables, generarle una ganancia, porque pueden producirlos o prestarlos a un precio de venta que las personas estén dispuestos a pagar por él y que le compense su esfuerzo. ¿Cuánto está dispuesto a pagar alguien por un producto o servicio? Pues, lo que tenga en su capacidad de compra, integrada por los ingresos de que disponga, y eventualmente por los créditos que pueda obtener. Siempre dando por supuesto que el bien o servicio le interese. Es muy difícil que, por ejemplo, alguien quiera comprar carretas para organizar una empresa de transportes cuando ya la sociedad dispone de camiones, ferrocarriles y aviones, por más que las carretas sean vendidas a menos del costo de produción. Salvo que se acabe el combustible... De la misma forma, si quiere comer carne y tiene disponibidad de recursos, pagará lo que esté dispuesto a pagar para obtener esa carne. Pasado ese límite, si no le alcanza o considera que pagar tanto deja de ser razonable, comprará otra cosa, como pollos, cerdos, pescados o proteinas vegetales.

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¿Qué pasa si aumenta la disponibilidad de recursos de quienes desean un producto, pero no ha aumentado la cantidad de ese producto? Pue ese producto sube de precio. Y si no sube, se acaba más rápido, y al final directamente no se conseguirá, porque –sencillamente- no habrá más. Habrá que elaborar otro circuito, por ejemplo, adquiriéndolo en el mercado mundial, o sea, importándolo. Es lo que ocurre ahora con el gas, la electricidad y el gasóil. Y lo que ocurrirá en pocos meses con la carne. ¿Por qué no aumentan su producción los empresarios? Es otro campo: los motivos que tienen los empresarios para invertir dependen de su expectativa de rentabilidad, y de su confianza. Los empresarios de hidrocarburos están produciendo a pleno en países que le garantizan seguridad jurídica . Los productores de carne están aumentando su producción en Uruguay y Brasil, aprovechando el excelente momento internacional. Sus gobiernos son serios, no caen en infantilismos y han estudiado todo el programa de la materia, no sólo la mitad.

Una muestra clara la presenta la ganadería en el Uruguay: sus exportaciones crecen a precios internacionales, sin “retenciones” de ninguna epecie, pero ello no impide que el asado esté al alcance de los consumidores uruguayos a un precio menor que en la Argentina. Actúa aquí “la segunda mitad” del libro: los consumidores internacionales fijan el precio de los cortes que le interesan en un nivel superior al costo de producción, generándole ganancias que enriquecen al país; y los consumidores internos fijan el precio que están dispuestos a pagar por el asado y demás cortes “no exportables” (porque no interesan al mercado externo) y los productores deben venderlo a ese precio porque si no, deben desecharlos. El fenómeno es similar a lo ocurrido con el gasóil y las naftas en los hidrocarburos en la Argentina: si no se puede exportar nafta, tampoco se puede producir gasóil.

Ahora se prepara, según trascendidos, una nueva prohibición a la exportación de carne. El “medio-Licenciado” a cargo del comercio sigue con el dislate. Sigue aplicando la mitad del librito. Y destrozando todo un sector productivo, que ha ha liquidado gran parte de su capital de “madres” pasándose a una actividad alternativa, la soja, en la que las imbecilidades oficiales son menores que las que manejan las decisiones sobre la carne porque conforman un objeto de rapiña demasiado valioso como para exterminarlo. ¿Somos “víctimas de nuestro propio éxito”, como afirmó el Jefe de Gabinete semanas atrás al justificar la crisis energética? Más bien parece que somos víctimas de la supina incompetencia del gobierno de Kirchner, a pesar de los encomiables esfuerzos dialécticos del Jefe de Gabinete. Si la economía sigue recalentándose con aumentos salariales que suman capacidad de compra a una economía que no crece sino que, al contrario,

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muestra sus límites –por la inseguridad jurídica, la falta de infraestructura, las alocadas decisiones de la Secretaría de Comercio, las dificultades de financiamiento productivo realimentadas por la inflación descontrolada- marchamos directo a una explosión como la que ocurrió con Isabel Perón, en 1975. En realidad, no es que suban los precios: lo que ocurre es que baja el valor de la moneda, ante la desbordante emisión de billetes nuevecitos de Cien pesos que cada vez valen menos. Vendrá un rodrigazo, que cuanto más tarde, más fuerte golpeará a los hogares humildes. Dios quiera que no venga de la mano de nuevas triples “A”, desorden social generalizado, y desborde total de la convivencia, que ya se insinúa y que se potenciarán con “fuerzas de choque” destinadas a enfrentar inútilmente al destino.

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El vacío... o la desfachatez Pocas piezas oratorias presidenciales se han integrado con tanta naturalidad al género de la ficción como la actuada el 1 de marzo, en el discurso de apertura de sesiones ordinarias del Congreso. Nada sobre la inflación, desatada como flagelo destructor por los aprendices de brujos del gobierno “K”. Nada sobre el desmantelamiento del INDEC, convertido en hazmerreír del mundo en su afán de tapar el sol con los dedos. Nada sobre la inseguridad, la que –cuando no....- ahora parece que es responsabilidad de la dictadura militar... ¡que terminó hace un cuarto de siglo!... Nada sobre nuestros niños, convertidos en los más embrutecidos del Continente, luego de cinco años de una gestión premiada con una Senaduría Nacional. Nada sobre la corrupción, definida ya por propios y extraños como la más profunda y extendida de cualquier gobierno de la Argentina moderna. Nada sobre el enriquecimiento patrimonial de su familia, ese sí sin precedentes en la historia argentina. Supina incapacidad para prever la crisis energética, que le fue anunciada durante años a su administración por calificados técnicos, empresarios y analistas de todo el arco político, académico e ideológico, y que ha sido “descubierta” como novedad de maestro ciruela por el actual turno de gobierno –por supuesto, achacada a gobiernos anteriores, en este caso a quien lo hizo veinte años atrás...- Nada sobre el escandaloso negociado con los bonos argentinos en Venezuela, que está recorriendo las redacciones de todo el mundo embarrando más de lo que está el historial financiero del país con los manejos dirigidos sólo a enriquecer ilícitamente a un conglomerado de ladrones. Nada sobre la vergonzosa operación de YPF, que a medida que se conoce en profundidad demuestra la ausencia del más mínimo sentido de pudor para organizar los negociados más espúreos, aún a costa del compromiso de desfinanciamiento y desabastecimiento aún mayor de energía para el país. Nada sobre Skanska, ni sobre el bolso de Michelli, ni sobre el marido de Michelli, ni sobre la preservación de Uberti y de Jaime como funcionarios cajeros.

Nada sobre el mantenimiento de Guillermo Moreno como huracán destructor de todo lo que toca, llevando al borde de la desaparición a la explotación tambera, a la producción de carne, a la producción energética y a la viabilidad de cualquier inversión seria ante la prepotente falta de seguridad jurídica que convoquen a proyectos de mediano y largo plazo.

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Nada sobre la creciente asfixia productiva, ni sobre la cerrazón que se cierne sobre la economía ante los dislates del ex presidente formal, real presidente de facto, que ha convertido a Puerto Madero en la verdadera sede del gobierno nacional.

Es dificil –lo hemos dicho varias veces- no coincidir con lo que dice la presidenta Kirchner. Es muchísimo más difícil encontrar algún hilo conductor, algún vínculo, entre lo que dice y lo que pasa. Como si viviera en una pompa de jabón, o mirara al país desde la estratósfera. Salvo por su obsesiva defensa del narcotraficante caribeño, que está a punto de desatar un baño de sangre en el continente luego de alinearse con lo peor de la política, del delito y del crimen global.

En siquiatría, tal vez se podría hablar de esquizofrenia. Pero es política, que obliga a ser claros en los juicios. El discurso oscila entre el vacío y la desfachatez.

El vacío, si tenemos benevolencia para juzgarla y pensáramos que no sabe lo que pasa.

La desfachatez, si –engañados por su facilidad en hilvanar frases articuladas- le diéramos crédito a sus palabras y pensáramos que sabe de lo que habla, y, en consecuencia, que miente con desparpajo.

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De “realities” presidenciales, peces en el agua y majestad del poder “¿De manera que eso eran?...” debió preguntarse más de un latinoamericano al observar, en vivo en directo, la transmisión televisiva de la reunión del Grupo de Río, cuya fundación fuera impulsada por Sarney y Alfonsín en 1986. La avasallante “intervención” a que son sometidos los pasos y las escenas del poder en esta etapa de posmodernidad ha llegado ya hasta las majestuosas puestas en escena de las “altas cumbres”.

En otras épocas –Westfalia, Viena, Versailles, Yalta, Postdam- se trataba de cónclaves de alta reserva, de la que los ciudadanos comunes veían sólo la foto de circunstancia de sus inalcanzables líderes y esperaban que la sabiduría los condujera a no arruinarles demasiado la vida cotidiana en su veleidades prometeicas de constructores o reformadores del mundo.

Ahora esos cónclaves llegan al gran público en tiempo real y muestan las más nimias acciones de los protagonistas, privados por completo de la “majestad del poder” y dominados por pasiones infantiles, como la de un león hervíboro temible en sus diatribas verbales ante una cámara de TV en solitario, convertido en manso corderito al encontrarse frente a frente con su rival; o de una presidenta recibiendo en forma guaranga y descomedida el saludo de otro, que intentaba transmitirle su alegría por la finalización del entuerto. Bauman, en su libro “En busca de la política”, analiza este curioso fenómeno del mundo posmoderno: la inversión del “panóptico”; esa pretensión de controlar todo desde el poder que fue primero expuesta por Bentham al analizar el diseño radial de las cárceles a fin de que los carceleros pudieran observar en todo momento las más pequeñas actitudes de los presidiarios, y que Foucault actualizara al analizar las sociedades dictatoriales –con el Estado controlando la vida de los ciudadanos- se ha invertido. Ahora son los ciudadanos los que observan, controlan y juzgan en tiempo real las patéticas miserabilidades del poder, diluyendo la vieja “majestad” del Estado y de lo público y dejando al descubierto la esencial humanidad –con sus bajezas y sus destellos geniales- de los hombres públicos, en esencial idénticos a las personas comunes. El “reality” dominicano mostró todo. La impresionante solidez argumental del presidente Uribe, dueño de si mismo con una templanza que provoca la envidia de cualquier ciudadano no colombiano de estas latitudes; la desbordada adjetivación del escasamente democrático presidente ecuatoriano, jugando a participar de un juego que le queda grande, y obligado por la realidad a “dar por finalizado” un entredicho que no debió siquiera generar, cuando en esencia se trataba de una pelea entre colombianos –delincuentes unos, y oficiales públicos, otros- que no rozó a ningún compatriota suyo. Desesperada ansiedad por tomar algún

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protagonismo en una “pescera ajena” de nuestra presidenta, sin vela en el entierro a pesar de que, en palabras de su inefable canciller, se movió “como pez en el agua” y cuya intervención –que no omitió una broma de género de grotesco mal gusto- fue destrozada punto a punto por la maciza respuesta de Uribe al punto de dejarla desencajada y con su dedito oculto. Y –al fin...- la reacción teatral del afectado, que dejó a la vista de cientos de millones de latinoamericanos que los insultos cruzados, los desplazamientos de miles de soldados a la frontera, las amenazas de guerra –“hasta el final”...- y las exigencias formales sin sustancia que pusieron en vilo a todo un continente no habían sido más que fanfarroneadas inconsistentes. Tan inconsistentes que no provocaron que ni un solo soldado colombiano fuera desplazado hacia la frontera de su país para prever una posible batalla... De manera que eso eran. Lo preocupante, luego de ver el desarrollo de la cumbre, es que el honor, la riqueza, el destino y hasta la vida de tanta gente pueda estar dependiendo... de esas personas.

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De “aristócratas” que “indignan”... El poder, al final, pule. Eso se advierte al escuchar que el rival de Moyano ahora es la “aristocracia” del campo. La novedad de Secretario General de la CGT cuidándose en el lenguaje quizás sea un lapsus provocado por su nueva pertenencia, de la que goza desde hace un tiempo: la solidaridad de clase con aquellos que tantas veces criticó –cuando era un joven militante de la Juventud Sindical Peronista, ni yanqui ni marxista, y despotricaba contra la “oligarquía vacuna”-. Claro, ahora Moyano, además de un palacete multimillonario, tiene campos. Varios campos. Está con un pie en cada lado de la trinchera, y debe sentirse mejor (auto)tratado definiéndose como Aristócrata, en lugar de integrar las huestes de su vieja y despreciable enemiga y darse cuenta que pasó a ser, sencillamente, un oligarca. Un oligarca –no un aristócrata- es el que aprovecha su función o su sitio preeminente en la escala social o política para beneficio propio directo, sin asumir sus obligaciones frente a los demás. Es la diferencia que hacía Aristóteles entre la “aristocracia” y la “oligarquía”, la primera como una forma de gobierno de “los mejores” –por definición, unos pocos, trabajando por el bien de todos- frente a su deformación, la “oligarquía”, consistente en que el lugar de “los mejores” es ocupado por “los peores”, también muy pocos, pero dedicados centralmente a sus propios intereses, desinteresándose del conjunto o usando falsamente sus necesidades. Moyano es, en este sentido, un oligarca, término que el habla popular apocopó en el conocido “garca”. Sin quererlo, Moyano le ha proporcionado a los hombres de campo un halago. Y también sin pensarlo, está expresando en ese halago lo que todos los argentinos saben: fue gracias al esfuerzo de estos compatriotas, que dejan su vida diariamente soportando inclemencias del tiempo, incertidumbre económica, intemperie financiera e institucional, ataques arteros de la administración tibutaria, saqueo impune de su riqueza usada para construir el clientelismo del sistema macro-cleptómano vigente, que el país pudo salir de la crisis del 2002. Y esa verdad nos hace coincidir con Moyano. Nuestros compatriotas del campo son realmente los únicos aristócratas que le quedan a la Argentina. Los que han soportado con estoicismo todas las agresiones a que han sido sometidos desde el 2003, sabiendo que su aporte era necesario para salvar al país de todos. No cayeron en la tentación de los “oligarcas”, como los dirigentes sindicales enriquecidos por la traición constante a sus representados. No asesinan tesoreros que saben demasiado sobre los manejos delictivos, ni organizan mafias violentas para librar batallas por la apropiación de privilegios.

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Son, por el contrario, la esencia de los argentinos de bien, de los valores y conductas que hicieron grande a este país y la reserva a la que recurrimos cuando los periódicos desastres generados por la “patria contratista”, la “patria financiera”, la “patria partidaria” o la “patria sindical” nos colocan al borde del abismo.

O los socios de todos, los empresarios prebendarios alejados de los riesgos de la competencia pero siempre cercanos al poder, que ya están vendiendo sus empresas para “irse al dólar”, a esperar la caída para volver a comprar a precios ridículos lo que aún pueden vender a buen precio. Que es, dicho sea de paso, lo que han comenzado a hacer algunos, aconsejados por sus analistas económicos ante la cercanía al precipicio al que nos empujan día a día las genialidades de la administración K-K.

Los del campo quizás no debieran preocuparse: Moyano, en síntesis, les dijo un piropo. Estuvo mejor que el Jefe de Gabinete, que se “indignó” porque estos aristócratas, cansados del saqueo, protestan porque una vez más la banda de “Ali K-K- y los cuarenta ...” ha resuelto meterles la mano en el bolsillo.

Es que, cabe recordar, entre las virtudes de la aristocracia está saber tolerar el sufrimiento si es necesario para el bien de los demás. Pero no es virtuoso dejarse robar pasivamente para enriquecer delincuentes. Aunque algunos se indignen.

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Cristina, Kelsen y las retenciones ¿Qué diría Techint si el gobierno decidiera “retenerle” el 44 % del precio total que cobra por un trabajo exportado, con el argumento de que está lucrando con la pesificación asimétrica que le permite pagar salarios retrasados? ¿Qué diría el inefable Cristiano Ratazzi, presidente de FIAT, si del precio de cada automóvil que exporta –fabricado en el país con combustible subsidiado, energía subsidiada y salarios subsidiados- se le restuviera el 44 % de su valor? ¿Por qué lo que parece justo en un caso provocaría una generalizada repulsa en los otros? ¿Por qué al campo se le puede robar, y a los industriales no?

La dura polémica a la que asiste el país entre el gobierno y los hombres de campo está tensando la convivencia nacional a un extremo que se acerca peligrosamente al desborde y al caos. La utilización de una “guardia pretoriana” para enfrentar a ciudadanos que protestan de una forma que el propio gobierno incitó durante todos estos años a que utilizaran los distintos sectores desconformes por distintas cosas al tolerar y amañar los cortes, los bloqueos, los “escraches” y todas las formas violentas de resolver desconformidades, está llegando al borde de un caos generalizado. La pasividad de la administración muestra, una vez más, que el país ha andado en estos años por sí mismo, y que el único mérito del gobierno ha sido acompañar sin gestionar, por lo que ante el primer riesgo de tener que tomar decisiones porque la situación se torna desfavorable, la reacción instintiva es correr a refugiarse al Calafate. “Irse a la estancia”, como en el viejo chiste de la viuda rica al enterarse que podía llega el comunismo... Esta vez se les fue la mano. Y la presidenta, que no es iletrada, lo sabe. Ella, que invocó su convicción kelseniana en oportunidad de su último discurso en el Congreso, sabe que en la pirámide jurídica la prelación normativa suprema radica en la Constitución. Luego, las leyes. Por último, los decretos del Poder Ejecutivo, en el marco de las leyes. Y tanto las leyes como los decretos son válidos sólo en cuanto se dicten en armonía con las normas constitucionales. Sabe que las retenciones son inconstitucionales, y que en un debate abierto como el que han desatado con su codicia no hay forma de defenderlas. La Constitución tiene un artículo, el 14, que establece la inviolabilidad de la propiedad. No puede ni Moreno, ni Lousteau, ni ella misma, tocar esa propiedad si no hay una ley previa que la declare sujeta a expropiación, un juicio con derecho a defensa y un pago previo. Nada de eso existe en el caso de las “retenciones”, inconstitucionales, ilegales y

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antijurídicas: el gobierno resuelve quedarse con ingreso que es propiedad de sus dueños pasando por encima de sus derechos constitucionales. Aunque se disfracen de impuestos aduaneros, que deben también discutirse en el Congreso y no pueden ser confiscatorios. Se usa para justificarlas una “ley” de Onganía, disfrazándolas de impuestos a la exportación. La Corte ha dicho que los impuestos no pueden absorber más del 35 % del valor de un producto, porque serían confiscatorios. Las retenciones son inconstitucionales, su legalidad emana sólo de una “ley” originada en un gobierno dictatorial, y su monto supera ampliamente lo permitido por la justicia. En conjunto, entre las retenciones (44 %), el impuesto a las ganancias (35 %), el IVA no deducible, los impuestos provinciales, las tasas municipales y las contribuciones patronales, el peso impositivo sobre la producción agraria oscila en alrededor del 65 %, llegando en algunos casos al 90 %. Son, en la visión de la filosofía del derecho a la que adhiere la presidenta, sencillamente ilegales. Peo no sólo son ilegales. Económicamente son la expresión de una visión retrógrada, fuertemente conservadora, con las que se financia la conformación del bloque de poder clientelista y subordinado que comenzó Duhalde y prosigue su gestión. Esta lucha está mostrando la puja de dos países. El futuro de crecimiento en un país abierto al mundo, competitivo e inclusivo, protagonista de la globalización sin enconos ni complejos, asentado en la potencia creadora de sus hombres y mujeres trabajando con imaginación y tesón, o el pasado de un país cerrado y clientelista, prebendario y corrupto, en el que los ciudadanos son objetos de las trasnochadas veleidades políticas o ideológicas –destinadas al “zonzaje”- por parte de la vergonzosa asociación ilícita que se está quedando con el país. Se trata de la lucha del país del pasado por sacarle a los hombres de campo el fruto de su trabajo, su riesgo y su inversión, y de éstos para defenderlo, sencillamente porque es de ellos. De cualquier forma, es interesante reflexionar sobre los dos caminos que se debaten sobre el destino de los ingresos de los productores agropecuarios. Se respeta el estado de derecho y quedan en sus manos; o se les roba para que sea la administración “K-K” la que diga que se hace con ese dinero extraído a sus dueños.

En manos de los productores ese ingreso circula hacia varias corrientes importantes:

1. hacia las empresas fabricantes de maquinarias agrícolas, tractores, cosechadoras, sembradoras;

2. de éstas hacia sus trabajadores, técnicos, distribuidores, fabricantes de sus partes –pequeñas metalúrgicas, tornerías y talleres locales-,

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3. nuevamente desde estas últimas a los trabajadores del sector, los comerciantes y proveedores de los pueblos, (con sus empleados),

4. hacia los municipios a los que les abonan los impuestos, y desde allí hasta los trabajadores municipales, las obras públicas locales, el florecimiento de los pueblos del interior mejorando su calidad de vida.

5. hacia el conjunto de impuestos locales, con los cuales se refuerzan las finanzas de provincias y pueblos: mejora la educación, la salud pública, las obras públicas locales.

6. Otra corriente va hacia los proveedores de siembra, fabricantes y proveedores de semillas, fertilizantes, agroquímicos y demás insumos agropecuarios, profesionales agronómicos, veterinarios, técnicos.

7. Y es posible que, como es tradicional, el excedente que hubiere se invierta en la explotación ganadera, la “caja de ahorros” del hombre de campo, incrementando la producción de carne, con sus derivados –veterinarios, peones de campo, proveedores de genética, medicamentos, etc-.

¿Dónde van, por el contrario, las retenciones administradas por la gestión “K-K”? No mencionaremos “la valija de Micheli”, ni las coimas de Skanska, los sobreprecios de los gasoductos o el pago a precios exorbitantes del gas importado de Bolivia. Sólo hablaremos de las corrientes de gastos más evidentes, la mayoría de los cuales no surgen de un debate parlamentario sino que están utilizados con la discrecionalidad de quien maneja un almacén propio. ¿Hacia dónde va la recaudación de las retenciones administradas por el gobierno?

1. hacia las prebendas al Sindicato de Moyano, utilizado como fuerza de choque estilo “camisa negra” seudo fascista.

2. hacia las transferencias a las empresas transportistas de colectivos, con fuertes “devoluciones”, a las aéreas, y a las ferroviarias, a las que se les garantiza una renta sin competencia desestimulando su inversión en equipamiento.

3. a empresas fantasmas, como ENARSA, o la propia LAFSA, creada por Dualde y continuada por Kirchner, que sigue pagando sueldos de 10.000 pesos mensuales y más a personal que no hace nada, porque no tiene aviones, ni vuela.

4. a los subsidios a empresas deficitarias amigas del gobierno. 5. a reforzar las “sugerencias” y presiones a los gobernadores,

Intendentes, Jueces y periodistas en la nueva “cadena de la felicidad” que tanto éxito le dio al menemismo en sus diez años de gestión;

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6. hacia la utilización política para alinear sindicatos, repartiendo fondos a las obras sociales de los sindicalistas que acepten a Moyano como su jefe.

7. hacia las transferencias a los empresarios bonaerenses golpistas del 2001 que heredaron del duhaldismo.

8. hacia la construcción clientelista de poder a través de los municipios del conurbano, el pago a personas convertidas en “carne de cañón” de movilizaciones amañadas y aplaudidoras acarreadas en los actos de apoyo a las internas políticas o sindicales del esquema oficial.

9. hacia la construcción amañada de la reorganización del peronismo, nuevojuguete del ex presidente formal desde la Casa de Gobierno de Puerto Madero.

La diferencia es nítida. Por el primer camino el país tomaría la senda homologable de

contruir un futuro integrado, federal, apoyado en el potencial creador de sus ciudadanos más dinámicos, sostenido en un sistema político en el que la base última es la reflexión y decisión de ciudadanos libres.

Por el segundo, se profundizarán las distorsiones republicanas propias del país corporativo, estancado y envejecido, de espaldas al mundo en el que, a pesar de la oportunidad internacional, se están desperdiciando alternativas que difícilmente se repitan en el corto plazo. Un país que, en pleno auge y “optimismo”, ha girado al exterior en el segundo semestre del 2007 nada menos que USD 8.622 millones de dólares, más que los que expulsó durante la crisis del Tequila, en el primer semestre de 1995 (USD 5.787 millones) o los emigrados en el segundo semestre del 2001, cuando todo se caía (USD 6.491 millones). Un país cuyos funcionarios no dudan en perjudicar a sus productores y beneficiar a sus competidores del exterior, regalando mercados que costaron décadas conquistar, a la capacidad exportadora de Brasil, Uruguay, Paraguay y los propios “farmers” norteamericanos, felices de las decisiones de la administración “K-K”, como lo menciona Jorge Castro en su nota de Clarin del 22 de marzo.

Los hombres de campo, como lo han hecho tantas veces en la historia, están abriendo un camino y mostrando un ejemplo. Bastante han tolerado hasta ahora el desprecio y la soberbia. En todo caso, la política –gran ausente de éste y de todos los debates importantes desde el 2001- debiera tomar nota para que no se extienda en todo el país un nuevo y potente grito de que “se vayan todos”.

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Los jovenes, protagonistas del dia El cacerolazo fue una sorpresa para muchos. Sin embargo, un elemento nuevo debe formar parte de los análisis políticos para el futuro: la presencia de jóvenes. Era común escuchar en estos años el comentario sobre el desinterés de la juventud en la política. Estos “idus de marzo” están mostrando quizás el despertar de una nueva generación. Y esa es la mejor noticia, por encima de los temas en debate. No es ya la generación “del plomo”, que tardíamente muestra con sus resentimientos a cuestas la administración “K-K”. Tampoco la generación de la recuperación democrática, con la mística de la democracia institucional que liderara Alfonsín. Y tampoco la generación de la frivolidad de los años 90, en línea con la onda de la euforia libremercadista propia del fin de la guerra fría. Es un nueva escalón generacional, más cercano a las visiones del mundo global, al que le llegan las preocupaciones por el deterioro del planeta y el crecimiento de la violencia; que se interesa por la equidad en forma positiva actuando en ONGs solidarias, que descree de las grandes burocracias –sindicales, partidarias, estatales, empresariales- y que se conecta directamente con las portentosas posibilidades que le da la red.

Esta nueva generación tiene “hambre de verdad” y no acepta ligeramente admoniciones con el dedito levantado ni construcciones seudoideológicas que sabe mentirosas. Tiene sentido común, tiene sentimientos y quiere tener ilusiones de poder vivir un mundo mejor.

¿Quiénes son? Pues los que están posibilitando que nuestra sociedad siga funcionando, a pesar de las agresiones cotidianas de la violencia, de la política, de los sindicatos, de las mafias piqueteras, del poder. Son los jóvenes productores tecnificándose más que ningún "empresario bonaerense" del “modelo productivo”, agregando las últimas innovaciones en maquinaria, genética, tecnologías de siembra y hasta organización empresarial; son los exportadores de servicios, que rompen récords año a año; son los generadores de audiovisuales, llevando a todo el mundo la obra de nuestros creadores, artistas, guionistas y técnicos.

Son los que están haciendo surgir la actividad turística a pesar de la supina incapacidad de los gestores públicos para garantizarles adecuada infraestructura y buenas condiciones de negocios; son los emprendedores, en la ciudad y en el campo, haciendo nacer pequeñas empresas por todos lados, ocupando los nichos globales más inveroscímiles; son los ex-piqueteros reconvertidos en empresarios cooperativos, que han renunciado a sus "planes sociales" que los salvaron de la emergencia, para organizarse en talleres para exportar prendas confeccionadas por las amas de casa, diseñadas por diseñadores solidarios de alta costura.

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Son los chicos y chicas que, al compás de sus "mp3" y con un optimismo sin concesiones, a veces bajo una lluvia torrencial, reparten pizzas en patinetas o trabajan de meseras en los restaurantes elegantes, para ayudar a pagarse sus estudios.

Esa Argentina existe, vive, pelea su futuro día a día. Está formada por esas semillas del futuro exitoso. No tienen nada que ver con el "proyecto K-K".

¡Como no enorgullecerse de ellos! Claro, está la otra Argentina. La del poder clientelista armado para

enriquecer pocos bolsillos. La de los empresarios bonaerenses golpistas del 2001, que llegaron con Duhalde y se quedaron con Kirchner, y ya están mandando al exterior lo que ganaron. La del aparato político bonaerense, que roba ingresos a los productores para edificar su poder clientelista con gente a la que le pagan para funcionar como "camisas negras" -D'Elía, Pérsico, etc.- y apoyado en las redes delictivas del conurbano, en connivencia con los punteros políticos, policías y jueces corruptos. La que vive de las licitaciones amañadas de gasoductos y autopistas, y de las “comisiones” por cada trámite que hay que hacer en el Estado. La que arma negocios millonarios sin poner un centavo, como la vergonzosa operación de kirchnerización de YPF. Es la Corporación de la Decadencia. Ahí está “K-K”

Lo notable de la lucha de estos días fue la cantidad enorme de jóvenes. En las rutas, en las ciudades del interior, en los cacerolazos de la Capital Federal. Conforman la generación "post-conflictos". No habían nacido cuando Isabel Perón, ni cuando los Montoneros, ni cuando el Proceso. Algunos, no habían nacido cuando Alfonsín. Esa generación es la esperanza.

El gran interrogante es cuánto tardará en imponerse al mundo viejo, hegemonizado por la corporación de la decadencia. Pero ya empezó su lucha en estos días.

En lo personal, no me inspira otra cosa que simpatía, entusiasmo, y el renacimiento de la esperanza en este querido país.

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Las retenciones son inconstitucionales Corría 1967. Onganía había derrocado a Arturo Illia, quien en los dos años de su gestión había garantizado al país un crecimiento económico armónico del campo, la industria y los salarios, pero fue jaqueado por la intemperancia de la CGT que con tomas de fábricas y caos social preparó el terreno del golpe. Augusto Timoteo Vandor, el “Moyano” de entonces, asistió, de traje y corbata, a la asunción del nuevo presidente del proceso militar autodenominado “Revolución Argentina”, que tuvo en las primeras épocas de su gestión un romance con el movimiento obrero. Sin embargo, había nubarrones económicos. El éxito de Illia había comenzado a diluirse por la incapacidad de la nueva gestión y se hacía necesario un ajuste. Y comenzó a elaborarse el Plan de Estabilización y Crecimiento. El 13 de marzo de 1967, una devaluación del 40 % anunciada por Ministro de Economía Adalberto Krieger Vasena llevó el precio del dólar de entonces desde $ 250 a $ 350, y para evitar que la “mordida” salarial fuera tan abrupta, decidió imponer las “retenciones”, en ese momento entre el 16 y el 25 %. Para implementarlas, se incorporó en el Código Aduanero la facultad presidencial de imponer impuestos a la exportación, sin ningún límite.

¿Era una delegación? Sí y no. Sí, porque por ley, una facultad constitucional del Congreso se delegaba en el Ejecutivo. No, porque quien hacía esa “delegación” en nombre del Congreso no era el Congreso, que no existía, sino un engendro normativo de entonces, llamado Ley pero dictado sólo por el Presidente. Y ahí comenzó la historia, que, a fuer de ser sinceros, se había insinuado tímidamente por la administración de Frondizi con los derechos compensatorios que había implantado “provisoriamente” para atenuar la devaluación de 1958 (en ese momento fueron entre el 10 y el 20 por ciento) y que varios gobiernos utilizaron luego. ¿Y antes? Pues, el peronismo se había manejado con un sistema más tosco: había nacionalizado el comercio exterior. De esta forma su gobierno se había adueñado del sistema de precios, aplastando el crecimiento del campo, el “talón de Aquiles” de su economía. Pero fue a partir de Onganía que el juego de las retenciones se ensañó con el campo, quitándole previsibilidad a sus explotaciones y dificultando cualquier proyecto serio de inversión. La historia, sin embargo, no había terminado. En 1991, en efecto, por decreto 2752/91, el presidente Menem hizo otra “delegación”. Esta vez fue en el Ministro de Economía, con lo que una facultad parlamentaria inherente a la esencia democrática sufre su último

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“ninguneo”. Ya no sería necesario un debate parlamentario público y plural, ni siquiera una decisión política de la autoridad principal del Estado: un simple secretario –que eso es un Ministro- podría cambiar de manos miles o millones de pesos o dólares por su propia decisión. Así ha ocurrido en el caso que nos ocupa: cerca de Dos mil millones de dólares, o sea Seis mil millones de pesos extra son arrebatados a sus dueños por la simple Resolución de un funcionario de segundo nivel. Podemos imaginar qué diferente hubiera sido la situación si hubiera sido el Congreso el encargado de debatir el tema. Allí, con las mediaciones políticas, las audiencias públicas, el debate abierto, seguramente las necesidades de gobierno hubieran avanzado –por la mayoría legislativa- pero teniendo en cuenta los efectos, y diseñando las eventuales acciones compensatorias de los daños producidos. Porque la democracia tiene, justamente, esa virtud: da lugar a todas las opiniones, e impide que las decisiones se tomen en el encierro de gabinetes teóricos o esclerosis ideológicas que ignoren la realidad. Los hechos de estos días dan la razón a la necesidad de derogar ese artículo del Código Aduanero y devolver al Congreso la facultad de imponer impuestos, como lo establece en forma clara y terminante el artículo 75 inc. 1 de la Constitución Nacional, que establece, como primera facultad del Congreso, la de “legislar en materia aduanera. Establecer los derechos de importación y exportación, los cuales, así como las avaluaciones sobre las que recaigan, serán uniformes en toda la Nación”. Reforzando esa norma, el artículo 76 de la Constitución establece también claramente que “Se prohibe la delegación legislativa en el Poder Ejecutivo, salvo en materias determinadas de administración o emergencia pública, con plazo fijado para su ejercicio y dentro de las bases de la delegación que el Congreso establezca”. La reiterada afirmación de la señora Presidenta sobre los logros de los últimos años, la descollante perfomance económica, las reservas internacionales, los superávits gemelos y otras bondades que se encarga permanentemente de repetir muestran que no existe emergencia pública que pueda justificar esa delegación, que por otra parte, en el caso que nos ocupa, ha sido derogada por la cláusula transitoria octava de la Constitución Nacional de 1994, al disponer que “La legislación delegada preexistente que no contenga plazo establecido para su ejercicio caducará a los cinco años de la vigencia de esta disposición, excepto aquella que el Congreso de la Nación ratifique expresamente por una nueva ley”. La que, por supuesto, debe cumplir con el requisito del plazo fijado en el propio artículo 76. Esta interpretación es coherente, además, con el resto del sistema rentístico constitucional, que hace coparticipables los impuestos directos e indirectos –artículo 75, inc. 2 de la Constitución Nacional-. Las retenciones

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reducen o directamente impiden las ganancias, con lo que las provincias pierden su coparticipación impositiva. No sólo es una exacción para los productores agropecuarios: es un gigantesco manotazo a las finanzas de provincias y municipios, privados por una simple resolucion ministerial de recibir lo que constitucionalmente les corresponde. Las retenciones son inconstitucionales. Y si no lo asume el Congreso derogando el artículo 744 del Código Aduanero, debiera disponerlo la justicia.

Por lo que informa la prensa –La Nación, domingo 30 de marzo de 2008, página 17-, también ha sido ésta la opinión del senador Juan Carlos Romero, ex gobernador de Salta, y es probable que muchos políticos con experiencia de gestión avalen esa visión. Derogar el artículo 744 del Código Aduanero sería, indudablemente, un enorme paso en la reconstrucción de la institucionalidad democrática, en la recuperación del Congreso Nacional como institución fundamental del sistema político argentino y en el respeto al propio artículo 1 de la Constitución, que establece en forma terminante que “la Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa, republicana y federal, según lo establece la presente Constitución”.

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“Presidenta, ¿por qué lo hace tan complicado?..”

Después del conmocionante paro agropecuario de dos semanas provocado por un provocador manotazo a ingresos ajenos, la presidenta pidió “humildemente” al sector agropecuario “por favor” que “levanten el paro contra el pueblo” para poder negociar. Era imaginable que la convocatoria llevara implícita la disposición a recapacitar, al menos suspendiendo la angurrienta e inconstitucional resolución que subió el impuesto a la exportación de soja del 35 al 44 %, que debe sumarse a todos los demás gravámenes existentes–impuesto a las ganancias, a los Ingresos Brutos, tasas municipales, contribuciones patronales, etc-.

Pocas horas después, el país, azorado, se entera que el gobierno llegó a la reunión “de negociación” sin ninguna propuesta concreta, reiterando su posición de mantener la exacción sin tocar ni una coma. Los dirigentes agropecuarios debieron trasladar esta situación a sus representados y la medida se reanudó casi de inmediato en forma espontánea.

Luego, en otro cambio de discurso, justificó su arbitraria resolución en la “excesiva sojización” que le habría impedido al país contar con “otros alimentos” y que genera “muy poco trabajo por hectárea”. La anteojera ideológica siguió siendo el marco deformante de su visión y prosiguió con sus afirmaciones falsas que pueden ser dictadas por el desconocimiento –la mejor opción- o nuevamente por el cinismo –la peor-.

Sus conceptos hubieran sido interesantes aportes en un debate parlamentario, única vía autorizada por la Constitución para debatir y fijar impuestos, debate en el que seguramente habría escuchado otras visiones. Por ejemplo:

1. que esa “sojización” fue lo que ha permitido excedentes fiscales y comerciales desde el año 2003 sobre los que se asentó la recuperación del país y la presuntamente exitosa gestión de su marido,

2. que el país no muestra faltantes de otras clases de alimentos, y 3. que la cantidad de trabajadores por hectárea es una medida

obsoleta para medir la generación de empleo del complejo sojero, que se extiende a las fábricas de maquinarias agrícolas, a los miles de talleres locales, a los ingenieros y técnicos que diseñan el equipamiento, a los ingenieros agrónomos, a las fábricas de semillas –con técnicos y trabajadores calificados-, a los pueblos del interior y provincias en los que se paga impuestos locales, a los comercios de esos pueblos, etc.

Preferir el trabajo agrario directo de “mucha mano de obra” es volver al campo de hace más de medio siglo, con maquinarias rudimentarias y esfuerzos inhumanos, trabajadores sin calificar y alejado de la gigantesca –y admirable- revolución tecnológica mundial de la que nuestros

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productores son vanguardia, inclusive creando “capital social” para optimizar sus recursos, como los “pools de siembra”, demonizados por la ignorancia panfletaria del seudoprogresismo a sueldo que todavía no han descubierto a Bachelet, Lagos, Lula o el propio Tabaré.

La recién manifiesta vocación preservacionista de la presidenta tampoco es nueva para los hombres de campo. Son ellos los que aplican desde hace años la rotación de cultivos –en rigor, comenzó en Europa en el siglo XIII...-, la fertilización, la siembra directa, las terrazas antierosión y otras técnicas destinadas a preservar la tierra, que es su capital. Y la deforestación a la que alude podría ser regulada si la ley de bosques, que su bloque parlamentario trabó en el Congreso por años –incluso siendo ella Senadora- hubiera recibido un tratamiento rápido e inteligente. No es culpa de los hombres de campo, ni se solucionará con las “retenciones móviles”.

En ese mismo debate parlamentario se le hubiera explicado que las retenciones móviles, además de ser inconstitucionales, generarán una explosiva demanda de camiones y consiguiente saturación de rutas para vender rápido las cincuenta millones de toneladas de cosecha, favoreciendo a los grandes acopiadores y exportadores, que podrán fijar el precio de oportunidad cuando la oferta se agigante, en tiempos de cosecha, ante la necesidad urgente de vender que tendrán los productores pequeños y medianos, para que no los coman los gastos y la inflación. La original ocurrencia de su equipo económico acarreará en consecuencia complicaciones enormes, desde accidentes viales hasta la superexplotación de los pequeños productores.

Los cambiantes argumentos esconden la única verdad, expresada por el analista económico Manuel Solanet en La Nación: “problemas fiscales, lo demás es puro cuento”.

Pocas veces en la historia se ha visto una incapacidad de gestión política y económica como la que está mostrando la administración “K-K” en esta situación. No hay ninguna medida oficial que le ofrezca al país una solución real a un problema que ellos mismos provocaron. Su única reacción ha sido la organización de grupos parapoliciales estilo “camisas negras”, en la más pura tradición lopezreguista y “jotaperra”. La justificación del Jefe de Gabinete, del Ministro del Interior y de la propia presidenta al ubicar a su lado al jefe de los grupos oligarca-fascistas en los actos de Parque Norte y Plaza de Mayo indican claramente, si alguna duda hubiere existido, el origen oficialista de su accionar.

Su soledad es cada vez mayor. No tiene el acompañamiento de la sociedad, ni de los principales dirigentes del peronismo histórico y mucho menos de la oposición democrática ni los gobernadores, colocados entre la necesidad de responder a sus votantes –a los que se deben- o al gobierno central, que los esquilma y humilla.

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Los cientos –o miles- de dirigentes peronistas del interior, consustanciados con sus propias bases, están cada vez más traccionados por su pertenencia popular y su responsabilidad política que por el ideologismo adolescente de la administración “K-K” que pone en riesgo su representatividad local. Al gobierno sólo le queda el respaldo de la violencia patotera de sus matones a sueldo, los argentinos a los que tiene clientelizados a fuerza de choripán y $ 50 y las “movilizaciones” como la realizada ayer en Plaza de Mayo apoyada en las estructuras sindicales subsidiadas –que la aplaudieron con el mismo entusiasmo con el que aplaudían a Menem-. Lo ayudan, es cierto, las plumas y voces alquiladas y el chantaje a periodistas y medios, pero cada vez menos.

No se trata, sin embargo, de una crisis producida en una situación económica dramática por el endeudamiento asfixiante, como la que golpeó al gobierno de la Alianza en el 2001, dejándolo sin herramientas. Ni la propia recesión de fin del menemismo, generada por la situación internacional. Por el contrario: el discurso oficial dice que tiene reservas en el Banco Central –gran parte de ellas, sustraidas al campo...- de más de Cincuenta mil millones de dólares; que tiene de superávit fiscal récord –logrado por el aporte decisivo del campo- de más de Veinticinco mil millones de pesos; y superávit comercial histórico –también originado principalmente en el trabajo del campo- de alrededor de Diez mil millones de dólares, exactamente igual al monto de las “retenciones”. Todo ello, sin embargo, no alcanza para nivelar la orgía de gasto público clientelista de los últimos años, y tendrán problemas con la deuda.

Es su incapacidad de gestión lo que ha puesto al país al borde de un abismo que, más que económico, es institucional y moral. Pocas dudas caben que si en unos pocos días más no se encuentra una solución al conflicto, la gente comenzará a sentir desabastecimiento e inflación desbordada, y todos sabemos que es imposible vivir sin comer.

No será un cacerolazo el que cambie la conducción del país. La propia realidad será la que se encargue de notificar que caprichos y berrinches no alcanzan para gobernar. El último desastre que puede esperarse de la administración “K-K” sería lograr, por su incapacidad, que en la Argentina, en uno de sus momentos económicos mejores, el pueblo no tenga qué comer. No hay que ser adivino para imaginar lo que puede pasar en esa hipótesis.

Nada tendrá que ver esta situación con una “crítica de género”, como la que utiliza para victimizarse la señora presidenta. No se ha escuchado en el campo, ni en las movilizaciones populares, ninguna consigna que haga referencia a su condición de mujer. Más allá de la caricatura periodística de la que se quejó en su discurso (¿?), se trata de la incapacidad para desempeñar con idoneidad las tareas exigidas a la institución mayor de una democracia representativa, nada menos que la presidencia de la República.

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La destrucción institucional sistemática provocada por la administración “K-K” en estos años –vaciando el parlamento, destrozando a los partidos políticos, y construyendo poder tosco y clientelista- no ha dejado muchos instrumentos políticos de mediación. Institucionalmente quedan los gobernadores, y políticamente el peronismo de los distritos –el partido más votado y de mayor presencia territorial, sin conducción nacional por decisión kirchnerista- y la Coalición Cívica –la principal oposición-. Debieran prepararse, porque si el conflicto continúa, deberán ser ellos los que se hagan cargo de encontrar una salida, sumando a ese gran consenso a las dos siguientes fuerzas de representación parlamentaria, la UCR y el PRO.

Sería seguramente mejor que la propia presidenta liderara esta salida. Todavía está a tiempo, aunque los hechos parecen superar su capacidad de comprensión, sometida a una esclerosis ideológica que le impide ver la realidad tal cual es. Marchando entre el cinismo de convocar al dialogo mientras trata de golpistas a quienes protestan, e incoherencias como llamar a liberar las rutas y al mismo tiempo suspender arbitrariamente las exportaciones de carne, corre el riesgo de entrar en un camino que cada vez se estreche más y en el que cada paso que avance se licue más lo que le queda de poder acercándola a la tentación de recurrir a la violencia desesperada. La actitud de su Secretario de Comercio ingresando violentamente a los campos y apropiándose de animales en engorde va en esta línea, y está cerca de la figura penal del robo con violencia.

Ante el curso de los acontecimientos, se impone una reflexión que contenga, en palabras de Alfredo De Angelis, el entrerriano asambleísta y dirigente de la Federación Agraria, “la grandeza de los pequeños, con la humildad de los grandes”. Sólo esa actitud, abierta, humilde y sincera, salvaría su gobierno de un deterioro terminal. Y además, clara.

Como lo expresara el mismo De Angelis, “Presidenta, ¿para que lo hace tan complicado?” En efecto, la solución no parece muy difícil: suelte la cartera que quiere arrebatar, y todos felices.

Todavía está a tiempo, y si profundizara el rumbo dialoguista insinuado en el discurso del lunes 31 de marzo o el propio discurso de Plaza de Mayo sin su innecesario componente de cinismo, podría tener un final feliz.

Pero la reacción es urgente, antes que lo que comenzó como una crisis por incapacidad de gestión se transforme en una crisis de gobierno, con el riesgo de devenir, como en el 2002, en una crisis de sistema. Y –ahí sí- las consecuencias son impredecibles.

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La abogada presidenta, el rigor intelectual y la distribución del ingreso ¿Quiénes son los que más ganan en el país? Las informaciones oficiales dicen que son el 1 % de la población, cuyos ingresos equivalen a 57 veces el escalón del 1 % inferior. ¿Cuánto pagan de impuestos esas personas? Según la Ley de Impuestos a las Ganancias, su aporte es de entre el 30 y el 35 % del total de lo que ganan, luego de deducidos todos los gastos autorizados por la ley. ¿Cuántos de ellos son productores agropecuarios?

Sorpréndase: ninguno. ¿Por qué los más ricos del país deben abonar el 35 % de lo que ganan, una vez deducidos todos los gastos, y a los productores agropecuarios se les retiene el 44 % de sus ingresos totales, sin importarles lo que les haya costado obtenerlos, exacción que llega a superar el 60 % -y en determinados casos, hasta el 90 %- una vez que se le agregan los demás impuestos que los gravan? ¿En qué se basa la presidenta para decidir un manotazo de esa magnitud, por fuera de los procedimientos y márgenes autorizados por la Constitución y las leyes, a un sector de la población que no se encuentra entre los más ricos del país? ¿Por qué al campo se lo puede robar y a los ricos no? La presidenta ha reclamado a la oposición y a la prensa “rigor intelectual” para hablar del país. ¿No sería bueno que diera el ejemplo? ¿Cómo puede referirse tan ligeramente al aporte de las retenciones del campo sosteniendo que “apenas” aportan el 7,9 % corresponde a las retenciones agrarias, imputando falta de rigor intelectual a quienes se oponen a esa rapiña? ¿No leyó el artículo 17 de la Constitución? Ella, que es una jurista afecta a las construcciones intelectuales puras –a tal punto que, como lo hemos dicho en una nota anterior, se manifestó compenetrada con la Teoría Pura del Derecho, de Kelsen, en oportunidad de su discurso anual ante el Congreso- ¿no estudió que el Poder Ejecutivo es un poder meramente administrador, cuyas facultades están fijadas por la Constitución y las leyes, y que tiene absolutamente prohibido avanzar sobre los derechos de las personas, entre las que se encuentra justamente el derecho de propiedad? ¿No recuerda que quién tiene en una democracia las facultades impositivas indelegables –en nuestro país, otorgadas por el artículo 75 de la Constitución Nacional- es el Congreso, como representante de los ciudadanos? Se lo recordamos:

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“Capítulo Cuarto Atribuciones del Congreso

Art. 75.- Corresponde al Congreso:

1. Legislar en materia aduanera. Establecer los derechos de importación y exportación, los cuales, así como las avaluaciones sobre las que recaigan, serán uniformes en toda la Nación.

2. Imponer contribuciones indirectas como facultad concurrente con las provincias. Imponer contribuciones directas, por tiempo determinado, proporcionalmente iguales en todo el territorio de la Nación, siempre que la defensa, seguridad común y bien general del Estado lo exijan. Las contribuciones previstas en este inciso, con excepción de la parte o el total de las que tengan asignación específica, son coparticipables. Una ley convenio, sobre la base de acuerdos entre la Nación y las provincias, instituirá regímenes de coparticipación de estas contribuciones, garantizando la automaticidad en la remisión de los fondos.

La distribución entre la Nación, las provincias y la ciudad de Buenos Aires y entre éstas, se efectuará en relación directa a las competencias, servicios y funciones de cada una de ellas contemplando criterios objetivos de reparto; será equitativa, solidaria y dará prioridad al logro de un grado equivalente de desarrollo, calidad de vida e igualdad de oportunidades en todo el territorio nacional.

La ley convenio tendrá como Cámara de origen el Senado y deberá ser sancionada con la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cada Cámara, no podrá ser modificada unilateralmente ni reglamentada y será aprobada por las provincias. No habrá transferencia de competencias, servicios o funciones sin la respectiva reasignación de recursos, aprobada por ley del Congreso cuando correspondiere y por la provincia interesada o la ciudad de Buenos Aires en su caso. Un organismo fiscal federal tendrá a su cargo el control y fiscalización de la ejecución de lo establecido en este inciso, según lo determine la ley, la que deberá asegurar la representación de todas las provincias y la ciudad de Buenos Aires en su composición.

3. Establecer y modificar asignaciones específicas de recursos coparticipables, por tiempo determinado, por ley especial aprobada por la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cada Cámara. .... “

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¿No estudió, en Derecho Financiero, el alcance de las facultades impositivas del Estado, limitadas por la Corte Suprema de Justicia a un 33 % de la base imponible, ya que de otra forma estaría afectando directamente un derecho de jerarquía constitucional, como el de propiedad, y se transformaría en confiscatorio, lo que está también prohibido por la Constitución?

¿No estudió que la Constitución establece la garantía máxima del derecho de propiedad, en su artículo 17, y que para poder privar de la propiedad a alguien es necesario el dictado de una ley que la declare sujeta a expropiación, y luego previamente indemnizar al titular? ¿No estudió que la confiscación de bienes fue erradicada del derecho argentino al sancionarse la Constitución Nacional, en 1853? Por las dudas, se lo recordamos. Dice:

“Art. 17.- La propiedad es inviolable, y ningún habitante de la Nación puede ser privado de ella, sino en virtud de sentencia fundada en ley. La expropiación por causa de utilidad pública, debe ser calificada por ley y previamente indemnizada. Sólo el Congreso impone las contribuciones que se expresan en el artículo 4º. Ningún servicio personal es exigible, sino en virtud de ley o de sentencia fundada en ley. Todo autor o inventor es propietario exclusivo de su obra, invento o descubrimiento, por el término que le acuerde la ley. La confiscación de bienes queda borrada para siempre del Código Penal argentino. Ningún cuerpo armado puede hacer requisiciones, ni exigir auxilios de ninguna especie.” La Constitución no deja dudas. El maestro Kelsen, por su parte, enseñó que las normas inferiores sólo tienen legalidad si son coherentes con las jerárquicamente superiores. Se llama “jerarquía normativa”, en la virtuosa “pirámide” que no deja lagunas. Se estudia en Filosofía del Derecho. Y en Introducción... ¿O no fue rigurosa al estudiar derecho, y ahora debiera repasar sus viejos libros de la Facultad? A propósito, ¿sabrá su Secretario de Comercio –que no es abogado, aunque dice ser Licenciado- que concurrir con una banda armada a un establecimiento privado y apropiarse de lo que encuentre está también prohibido por la Constitución, y puede configurar el delito de robo –agravado, si se trata de ganado y productos del suelo, arts. 167 y 163 del Código Penal y es a mano armada, art. 166 inc. 2? ¿Sabe que la pena por este delito puede llegar a Quince años de reclusión? ¿Lo sabe la señora presidenta? ¿Cree la señora presidenta que el Congreso le “delegó” esas facultades impositivas? Le recordamos, en ese caso, dos normas –también de la Constitución, reformada con su presencia como Convencional en 1994-:

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“Art. 76.- Se prohíbe la delegación legislativa en el Poder Ejecutivo, salvo en materias determinadas de administración o de emergencia pública, con plazo fijado para su ejercicio y dentro de las bases de la delegación que el Congreso establezca. La caducidad resultante del transcurso del plazo previsto en el párrafo anterior no importará revisión de las relaciones jurídicas nacidas al amparo de las normas dictadas en consecuencia de la delegación legislativa.”

¿Qué la delegación venía de antes de la Constitución del 94, porque la había realizado un Decreto Ley, en ausencia del Congreso, al sancionarse el Código Aduanero? Pues entonces le conviene recordar otro artículo:

“Disposición transitoria Octava: La legislación delegada preexistente que no contenga plazo establecido para su ejercicio caducará a los cinco años de la vigencia de esta disposición, excepto aquella que el Congreso de la Nación ratifique expresamente por una nueva ley (corresponde al art. 76). “

La reforma fue sancionada en 1994. Los cinco años vencieron en 1999.

Como puede observar, el derecho “sin lagunas”, como lo entendería no sólo su admirado Kelsen sino cualquier abogado de pueblo, no deja dudas sobre la total falta de fundamento legal de su angurria de soja ajena. Las retenciones son inconstitucionales. Y sería bueno que lo recordara no sólo ella, sino los dirigentes de las entidades agropecuarias.

Pero dejemos el árido campo del derecho y pasemos a la ciencia política.

Su rigor intelectual la ha llevado a sostener, hace algunas semanas, que la “distribución del ingreso” debe lograrse sacándole a los que tienen para darle a los que no tienen, ya que no existe otra forma de hacerlo (así lo afirmó en su primer discurso referido al reclamo agropecuario).

Esa tosca construcción mental, propia del rudimentario silogismo del populismo, es contestada por los pensadores más rigurosos de la ciencia política, que sostienen que la distribución progresiva estable y consistente del ingreso se apoya en el crecimiento del nivel educativo, que no sólo confiere habilidades traducidas en mejores salarios, sino que despierta estímulos de mejoramiento en el nivel de vida proyectados en el esfuerzo hacia el trabajo creador.

Así creció el país luego de la formidable inversión educativa que hicieron los prohombres de la generación del 80, temprana y tardía, de las más diversas posiciones ideológicas, desde Sarmiento a Cané, desde

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Pellegrini a Alem, desde Joaquín V. González a Juan B. Justo, desde Estrada hasta Roca, desde Mitre a Vidente Fidel López.

Esa afirmación, que genera respaldo de todo el arco intelectual, confronta sin embargo con otra realidad: los niños argentinos, durante la gestión de su marido, pasaron a ser los menos educados del Continente. Fueron superados por los niños chilenos, colombianos, uruguayos y brasileños. No ocurrió este proceso durante gobiernos de “la oligarquía”, sino durante su propia gestión, y su ministro del ramo fue premiado con una Senaduría Nacional. Las semillas de la distribución desigual del ingreso a largo plazo fueron sembradas –y lo siguen siendo- por la gestión kircherista, a manos abiertas.

Paralelamente, la polarización de los ingresos en el corto plazo, con sus “rigurosas” contrucciones intelectuales, se ha agravado a términos que no tienen parangón en la historia, a pesar del excelente escenario económico internacional que benefició al país en estos años. La distribución del ingreso al fin de la primera gestión kirchnerista es peor que la existente durante el gobierno de Menem.

No es necesario recurrir a los “economistas neoliberales” para confirmarlo: puede verlo aún en su “INDEK”, “rigurosamente” manipulado. O recorriendo las calles de Buenos Aires por tierra –no desde el helicóptero- en horas de la noche, y observando los miles de compatriotas pobres que, como un ejército de la dignidad, prefieren recoger cartones de la basura antes que aceptarle sus lismosnas en forma de “planes sociales” que degradan y clientelizan al exigir como contrapartida convertirse en aplaudidores a sueldo en sus movilizaciones amañadas.

Ello no es extraño. El estímulo a la vagancia y el desestímulo al trabajo creador y a la inversión productiva lleva a un achatamiento de la pirámide social que, sin embargo, no afecta a la cúpula. Los ricos son indemnes a esa política, en primer término porque sus convicciones quizás no tengan el “rigor intelectual” de la presidenta, pero sí tienen sentido común: el mundo ha acordado reglas de juego que se extienden desde el Japón y Vietnam hasta España, desde China e India hasta Estados Unidos, México y Brasil.

Sólo pequeños dislates antológicos –en Venezuela-, alguna isla-Cárcel –en el Caribe- y en un sainete precolombino por acá cerca, donde en otros tiempos se formaban nuestros próceres, comparten el “rigor intelectual” de nuestra señora presidenta. Pero los que saben cuidar su futuro y hacen andar el mundo preservan la inversión, respetan las reglas de juego, cuidan sus relaciones globales, modernizan sus procesos productivos, premian la capacitación y el trabajo creador, aprovechan las oportunidades y se ríen en voz baja –aunque parezcan obedientes- de las ridículas admoniciones del dedito levantado y la voz impostada por la victimizada queja de género.

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En una cosa tiene razón la señora presidenta: hay que ser rigurosos. No rigurosamente mentirosos, ni rigurosamente cínicos, ni rigurosamente autoritarios. Rigurosos en recordar, cuando sea el momento en que el estado de derecho vuelva a funcionar en el país, los latrocinios de estos tiempos y las burlas constantes al sentido común y la propia dignidad de los argentinos.

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Juntitos, juntitos ¿Alguien hubiera pensado hace muy pocos años, en el “planeta K”, que Néstor Kirchner terminaría presidiendo el peronismo por una lista única? ¿Alguien hubiera pensado hace muy pocos años, en el peronismo mayoritario “no-K”, que Néstor Kirchner terminaría presidiendo el peronismo por una lista única? Sin embargo, ahí está. Esta curiosa simbiosis entre lo peor del populismo y la izquierda “entrista” –más esclerosada que nunca- ha logrado hacerse de la conducción del partido político más grande de la Argentina. Ahí están todos. A partir de este hecho, no podrá decirse más que “K no es peronista”, ni desde la izquierda esclerótica que creyó descubrir la pólvora al ensayar el nuevo entrismo, ni por el peronismo tradicional, que siempre miró a Kirchner como un tumor que había que aislar, tolerar y aprovechar, pero nunca respetar. Todos juntos, entonces, correrán suerte y verdad con la gestión “K-K”. Juntos serán responsables de lo que venga –sea bueno, como seguramente desean, o sea patético, como anuncian todos los que en la Argentina piensan y advierten, incluso muchos que a pesar de pensar no hablan, porque todavía son socios de la chequera-. Estarán siendo mirados, todos juntos, por los argentinos. Y serán juzgados, todos juntos, por los resultados del gobierno que ha dejado de ser del “Frente para la Victoria”, esperpéntico engendro que unía a D’Elía con los Intendentes bonaerenses, a Bonasso con Pichetto, a Beder Herrera con Urtubey, a Moyano ex Triple A, con Hebe de Bonafini, a Borocotó con Ocaña, para pasar a ser, ahora de pleno derecho, un gobierno del Partido Justicialista. Ahora sí se incluye a Scioli y Das Neves, Schiaretti y Alperovich, Alberto Fernández y Balestrini. ante la excepcionalidad de un Rodríguez Saá inteligentemente opositor, que con su exclusión confirma la regla. Interesante desafío para los miles de dirigentes peronistas de todo el país, el de tener que concurrir a las reuniones agropecuarias a defender los dislates del nuevo Nerón, que preside ahora su organización. Y los gremialistas peronistas, que tendrán la misión de defender que los salarios devaluados no superen el techo acordado con Moyano como precio de la cobertura judicial. Y los empresarios de la “burguesía nacional” de casinos, obras públicas y caños sin costura, que deberán defender los controles de precios a punta de pistola ejecutados por Moreno, como contraprestación a los favores que les acercaron multimillonarias facturaciones. Y los Intendentes peronistas, que deberán justificar ante sus pueblos el vaciamiento económico de sus regiones que se materializa con las

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retenciones al agro. Y los legisladores provinciales peronistas, que deberán ensayar desde sus bancas el desafío de articular un discurso que defienda a K y a la vez defienda a quienes los votaron.

Pero lo más interesante: todos juntos deberán enfrentar las elecciones del año que viene con el interesante escenario de la inflación el alza, la pobreza creciendo, la violencia reinstalada y el aislamiento internacional reforzado.

Al final el ex Presidente, sin querer, le hace un servicio a la democracia. Si bien su estrategia está clara –tener controlados de cerca a quienes pueden hacerle la zancadilla por razones de supervivencia, ante el deterioro terminal de la gestión “K-K”-, al juntarlos a todos también aclara el debate de cara al país.

Y en un momento como el actual en el que, gracias a la lucha que comenzó el campo, los velos que tapaban el sol se están descorriendo uno a uno, todos los días, es bueno para la maduración política de la sociedad que en este “panóptico al revés” en que se ha convertido la vida pública, todos los ciudadanos puedan ver la totalidad de los personajes del poder alineados en el mismo barco, sin excusas, dobles mensajes ni medias tintas.

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Argentina Rumbo de colisión

El regreso de Néstor Kirchner al atril, esta vez al hacerse cargo de la presidencia formal del Partido Justicialista –sin elecciones internas, asambleas ni consultas de ningún tipo a los afiliados-, ha profundizado el enfrentamiento del régimen “K-K” con amplios sectores de la ciudadanía. El marco en el que lo hace no sólo ratifica conflictos, sino que confirma el rumbo de colisión con los productores agropecuarios y las amplias clases medias, que cada vez sienten con más preocupación el endurecimiento del discurso del poder. “Estamos en manos de un irracional”, disparó Elisa Carrió luego del incendiario discurso en el que acusó a los productores de “quemar los campos”, “querer matar de hambre a los argentinos”, “desatar la violencia armada” y “provocar inflación”. De esos ataques no fue indemne ni siquiera el ministro (del ¿gobierno?) de su esposa que menos pleitesía le rendía en su Casa Rosada paralela de Puerto Madero, Martín Lousteau. “Que no se hable más de enfriar la economía”, grito exaltado al conocer que, ante el desborde inflacionario que ya se ubica en el 35 % anual, el funcionario había propuesto algunos ajustes imprescindibles en las tarifas de gas y electricidad, cuyos niveles se encuentran entre un décimo y la tercera parte de los precios del entorno regional –Brasil, Uruguay y Paraguay-. Obviamente, su esposa de inmediato le pidió la renuncia al funcionario cuestionado por el ex presidente. Es que mantener los multimillonarios subsidios a los servicios públicos, transportes y empresas amigas del gobierno ha generado una presión sobre las finanzas públicas que ha superado ya los treinta y cinco mil millones de pesos, para cubrir los cuales se sigue echando mano de una rapiña indisimulada sobre los productores del campo. El monto de los subsidios equivale casi exactamente a lo que se le extrae a los productores agropecuarios vía retenciones. Mantener la economía “sin enfriar”, es decir con un crecimiento inconsistente del 8 o 9 por ciento, anuncia profundizar la presión sobre el sector productivo, para sostener un consumo que se asemeja ya a la fiesta despreocupada de la última noche del Titanic. La desazón, por su parte, se instala crecientemente en la opinón pública, que se prepara para una inminente crisis. La fuga de capitales, que en el segundo semestre del año 2007 tuvo un récord histórico –USD 8.622 millones- superando al semestre previo a la crisis del Tequila (USD 5.787 millones) e incluso a la gran debacle del 2001 (USD 6.491 millones)- se ha incrementado en estas últimas semanas, obligando al Banco Central a vender divisas para sostener el valor del peso, y a un incremento del precio del dólar que reaparece en los circuitos monetarios “no formales”, fenómeno que había desparecido de la Argentina desde hace años.

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Los consultores de las grandes empresas están aconsejando a sus clientes vender rápido sus posiciones en Argentina y colocarse en divisas fuertes, en todo caso para volver luego del derrumbe a comprar a precios de liquidación, como ha sido la constante en las últimas crisis. Y los argentinos comunes, con el reflejo de tantas experiencias que han sufrido por los aprendices de brujos en las últimas décadas, hacen cola en las casas de cambio para poner sus ahorros en Euros o Dólares.

El derrumbe de la presidenta Kirchner en las encuestas, que el gobierno ha intentado silenciar de todas formas, es difícilmente emulable internacionalmente: treinta puntos de caida en un mes. Su imagen positiva apenas supera el 20 por ciento, y su permanente derroche de joyas y vestidos de fiesta aún cuando realiza reuniones de trabajo en la Casa de Gobierno la han llevado a convertirse en el centro de ironías, “cargadas” y desprestigio. La imagen de un productor, con una vieja “Pick-Up” Chevrolet al borde de la ruta portando un cartel que rezaba “Cristina, te cambio tu Rolex Presidente por mi 4x4” no es nada más que una muestra del deterioro del imprescindible respeto que debe inspirar la primera funcionaria, pero que se disipa hora tras hora como arena seca entre los dedos.

Lo esperpéntico de esta situación es que se produce en el mejor momento internacional para la Argentina, tanto para el presente como en las perspectivas para el futuro. Alimentos y energía, dos bienes que anuncian escasos, están en el suelo y el subsuelo. Pero el petróleo y el gas no salen sin exploración y explotación –es decir, sin inversión-. Y los alimentos no brotan sin labrar la tierra –es decir, sin inversión-. Y es justamente la inversión la que desaparece en la economía “K-K”, que prefiere distribuir forzada (y en ocasiones, ilegalmente) todo lo que se produce, para no “enfriar” la sensación de euforia que, sin embargo, se está tranformando rápidamente, en una sensación de pánico.

Los productores del campo han anunciado ya que no sembrarán trigo en esta campaña, que debiera estar iniciándose. Brasil ha anunciado que dejará de comprar trigo a la Argentina por falta de seguridad en la provisión, y lo mismo han hecho otros países. La prohibición de exportación de carnes ha llevado a la Argentina a perder tradicionales mercados internacionales, cubiertos ahora por el Uruguay –que ya exporta más que la Argentina- y el propio Brasil. Y las entidades agropecuarias han adelanado que no liquidarán la cosecha de soja que están levantando en este momento, guardándola en silos hasta... no se sabe cuándo. Simplemente, como una medida de defensa para evitar la rapiña “K-K”, que se cree que ha ver ganado una elección los convierte en dueños toda la riqueza del país.

Una vez más en su historia la Argentina marcha en rumbo de colisión consigo misma. Sería bueno que esta vez no haya interrupciones

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traumáticas del gobierno, y sea el propio peronismo el que se haga cargo de encaminar lo que está descarrillando, sin asumir el papel de víctima que es tradicional en su discurso cuando la realidad le pone freno a sus dislates. Hoy están todos juntos, comandados por Kirchner. Es su gobierno y están allí con la suma del poder y toda la responsabilidad. La duda que existe es si podrá evitar la colisión.

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Señor Kirchner, a usted no lo votó nadie “Ganamos con el 45 % y le sacamos una ventaja del 23 % al que nos seguía”, dicen los diarios que gritó usted, desaforado, en Mendoza, mostrando sin pudor alguno, una vez más, su estado rayano en la insanía. De este “triunfo”, aparentemente, deduce usted que tiene derecho al país, como señor feudal que lo compra al Rey, con las personas que están adentro. Sin embargo, olvida un detalle: a usted no lo votó nadie. Recuerde que puso a su esposa, porque todos los datos de sus encuestadores le mostraban el desgaste inexorable a que estaba sometida su imagen como consecuencia de los dislates de su gobierno. Y recuerde que cuando a usted le había tocado, a pesar del apoyo del entonces presidente Duhalde, apenas llegó al 22 % del electorado argentino. En todo caso, aún concediendo legitimidad al sospechado proceso electoral de octubre, fue su esposa la votada por los argentinos, y además, con un discurso que está en las antípodas de sus arranques de Nerón criollo. La gente votó –lo recordamos- a quien hablaba de la unidad nacional, de los grandes próceres de todos los partidos, del trabajo y la tolerancia, de la construcción del país del futuro.... Eso no tiene nada que ver con su discurso, Kirchner. Aunque pretenda asumir el papel del López Rega del siglo XXI, los argentinos hemos madurado mucho como para respetar a quien nos hable a los gritos, como si fuéramos soldados de un cuartel –donde, bueno es recordarlo, ya no existen ni siquiera “colimbas”, sino profesionales ciudadanos, que han elegido ese trabajo como cualquier otro y donde ya no es posible gritarles, ni siquiera a ellos-. Y cuesta creer que usted piense que su esposa es Isabel. Recuerde que la presidenta es ella, y usted sólo un ciudadano más. Si no lo entiende, será identificado cada vez más con López Rega. Si pierde los estribos porque a ella no le va bien, pues vaya a un sicólogo. No entorpezca la gestión –que bastante trabajoso lo tiene- que le ha dejado a su mujer, como una brasa ardiente, con todos los frentes que caprichosamente se le ocurrió abrir sin importarle las consecuencias. Es ella –pero más que ella el país, que es lo importante- el que debe sufrir el aislamiento internacional convertido en el hazmerreir del mundo, la crispación interna, el crecimiento de la droga, la violencia cotidiana, volver al borde del abismo, la falta de energía, el deterioro terminal de la infraestructura de transporte, los muertos en las rutas, la desaparición de la seguridad aérea, la inflación desatada, el crecimiento de la pobreza, la licuación institucional, la desaparición del parlamento, el temor en los jueces, la persecusión a la prensa libre, la negación de la oposición, el desmantelamiento de la defensa, la corrupción generalizada y ramplante inundando todas las áreas del Estado, la desaparición del federalismo, la

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clientelización de la política, la vuelta de lo peor delas mafias del conurbano... y podríamos seguir hasta el cansancio. Ha asumido usted la presidencia del peronismo. Quizás ese partido haya cambiado mucho. Quizás. En otras épocas, y salvo al fundador Juan Perón, no le hubieran tolerado sus berrinches infantiles, ni el sabotaje permanente a la gestión de su mujer, ni mandar a sus matones a intimidar ciudadanos, o a incendiar campos...; mucho menos, a embarcarlo en un camino sin salida, empujando todos los días a una gestión con su sello partidario hacia un nuevo abismo, quizás mayor que el del 2001. Aunque es posible que haya logrado hacer con el propio peronismo lo que hizo con el país: destrozarlo apoyándose en lo peor del populismo y de la izquierda entrista y excluyendo a los que tienen una visión moderna y democrática del país, la política y el mundo. A propósito del fuego en el Delta: ha insistido en su discurso de Mendoza con la letanía “no nos manden humo, no nos incendien los campos”, imputando los incendios a los productores. Sin embargo, debe seguramente conocer que mucho ha circulado en la red sobre su responsabilidad intelectual en los incendios. Como hombre de Entre Ríos, no puedo entender cómo puede ser que productores que tienen en las islas el ahorro de toda su vida, en hacienda que han traido a pasar el invierno, puedan incendiar los campos poniendo en riesgo fatal todo su capital, sin motivo productivo alguno. Y varias han sido las denuncias, que pocos se animan a publicar, de personas que han visto a extraños circulando por las islas horas antes del “estallido” de los focos de fuego. Es curioso, además, su obsesión por culpar a esos productores, a los que les han quemado el campo, de incendiar ellos mismos sus propiedades (¿?). Lo dijo usted en la Matanza, y lo repitió en Mendoza. Es una obsesión que facilmente se articula con su desbordado ataque a los hombres de campo, haciéndose el dueño, por lo demás, del éxito de los esfuerzos productivos de estos años, como si el milagro de salir de la crisis hubiera sido provocado por “San K”, en lugar de ser una respuesta natural –y magnífica- de los productores argentinos a una excelente situación internacional, que generaron riqueza a pesar de su gobierno y no gracias a él. Esa duda, Kirchner, inundó a todos los argentinos y renace cada vez que ocupa una tribuna. Es curioso que con la dimensión que tomaron los hechos, no haya ni un imputado serio y ninguna investigación sólida que lleve a detectar el origen. Un prestigioso diario nacional, por su parte, en su carta de editor del viernes 25 de abril, dejó trascender con valentía la sospecha que muchos tienen: la de un sabotaje. Esta hipótesis, obviamente, no puede originarse en las víctimas sino en un desborde irracional o descontrolado.En todo caso, debiera ser usted, frente a estas dudas, el más interesado en descubrir a los autores, en lugar de darlos por descontado.

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Quizás piense, como hizo en el caso de Patti, que es el sospechado el que tiene que demostrar su inocencia. Como los nazis. Está desatando los peores fantasmas del pasado nacional: la violencia, el enfrentamiento, la intolerancia, la inflación, los grupos parapoliciales. Hacia allí conduce su discurso “irracional” (Elisa Carrió) y “descontrolado” (Gerardo Morales), alejado del reclamo de “escuchar a los demás” (Macri). Hágale un favor al país. Recuerde, aunque sea por un momento, que a usted no lo votó nadie. Que la que debe gobernar es su esposa, a la que acaba de expulsarle del gobierno al único ministro que le dejaron elegir. Cállese la boca. Váyase a la patagonia, a seguir juntando plata con carretillas en sus prósperos negocios inmobiliarios comprando tierras por centavos ayudado por intendentes amigos. O retírese a la vida privada construyendo su fortuna de nuevo magnate petrolero. Deje a los argentinos que trabajan seguir con su intento de reencauzar el país mirando al futuro, por el amplio parabrisas que enfoca hacia adelante, en lugar de conducir mirando por el pequeño espejito retrovisor.

Ya hizo suficiente daño. Dejenos tranquilos.

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Tiempo de inflexión Los acontecimientos económicos que han concentrado la observación de analistas y de los ciudadanos, acaecidos en los últimos días; la incapacidad de reacción del gobierno; la insistencia en los dislates y el estrepitoso derrumbe de la imagen de la gestión kirchnerista en el exterior –reflejo de su deterioro interno-, están ubicando en este mes de mayo, lamentablemente, un punto de inflexión en el proceso político y económico argentino. Detrás van quedando los lamentables retrocesos en el plano institucional, ya inocultables, como la desaparición del Congreso de cualquier debate serio sobre el rumbo nacional, el temor de una justicia sometida a la “Espada de Damocles” de la apertura de sumarios retorcidos en el Consejo de la Magistratura, el bastardeo de la lucha por los derechos humanos convertida en una mera consigna partidista y parcializada, la creciente presión para amordazar o limitar a la prensa, el sistemático ataque a la organicidad de los partidos políticos –incluso al peronismo- recurriendo a las más bajas artimañas de la corrupción ramplante, el alineamiento forzado de los gobiernos provinciales y municipales subordinados hasta en sus gastos más insignificantes a la discrecionalidad kirchnerista. Todo eso –y mucho más- ha mostrado hasta hoy la pérdida progresiva e inexorable de la República. Los hechos de estas semanas agravan la situación, porque el que se nos puede comenzar a escapar de las manos no es ya sólo la República, sino el propio país. El desborde inflacionario es a la vez un resultado y una causa. Resultado de decisiones económicas que no serían homologables en ningún país serio del mundo: desde China a Estados Unidos, desde Rusia hasta Brasil, desde Canadá hasta Chile, desde la India hasta Suecia, todo el planeta funciona con reglas de juego fundamentales que, con pequeñas variantes internas, se apoyan en principios básicos de la ciencia económica que, por estos lares, se insiste en ideologizar o descalificar como si se tratara de genios descubriendo la pólvora.

El endeudamiento público creciente, la disposición autoritaria de la riqueza privada como si fuera patrimonio personal de los funcionarios, la aplicación de normas inexistentes confiando en el alineamiento automático de los jueces temerosos para declarar su vigencia, la confiscación de bienes a través de mecanismos inconstitucionales e ilegales, la aplicación de la prepotencia de patotas a las transacciones económicas privadas, el desconocimiento liso y llano de decisiones judiciales por parte del Estado, la incentivación de conflictos económicos por el simple capricho de un expresidente convertido en autócrata de facto, son todos condimentos que han comenzado a desatar una creciente falta de confianza en el funcionamiento de la economía y de la sociedad. Y han desatado la

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inflación, fenómeno que en nuestra historia está unido a los mayores dramas y a las rupturas institucionales conflictivas. Pero también es una causa. Importantes publicaciones del mundo democrático desarrollado han hecho conocer en estos días su negativa evaluación de la administración kirchnerista, y los medios económicos nacionales y extranjeros han destacado el creciente retiro de inversiones de nuestro país, traducido en el derrumbe de la cotización de los bonos del Estado –ya a un precio inferior a los títulos “defaulteados” que no ingresaron al canje- y a la venta de acciones de empresas argentinas, a liquidar en la plaza de Nueva York, para no tener riesgo alguno originado en los caprichos del poder. Resultado de la acción kirchnerista, y causa de nuevas decisiones que profundizan el aislamiento, la inflación además aleja crecientemente al sistema político de los ciudadanos, que se sienten cada día más esquilmados y desprotegidos.

La actitud de la administracion kirchnerista frente a estos hechos es sorprendente, rayana en el autismo, la soberbia y la irresponsabilidad. La repetición en tono de consigna de que el país cuenta con más de Cincuenta mil millones de dólares de reservas, que parece servir de argumento para cualquier advertencia, puede evaporarse en pocos días, como lo hicieron las divisas que respaldaban el valor del peso durante la convertibilidad: una corrida es difícilmente soportable por ninguna economía, y mucho menos si es acompañada de una desconfianza creciente en la capacidad del gobierno para definir decisiones correctas. Tal es el caso del gobierno de Cristina Kirchner, que parece haber delegado en un ex funcionario sin competencia constitucional ni legal alguna, su marido ex presidente, importantes decisiones de gobierno que obstaculizan cerrilmente la propia marcha de la administración. Las trabas a un acuerdo con el campo, apostando al agravamiento de la protesta en lugar de actuar como cualquier gobierno en cualquier lugar del mundo, buscando resolver los problemas, demuestra no sólo el rumbo perdido, sino una actitud de desprecio hacia la opinión pública, hacia los ciudadanos que expresan su reclamo, hacia las instituciones del país, hacia los funcionarios que buscan desesperados hendijas de esperanza y, por último, ante su propia esposa presidenta.

Mientras tanto, siguen los dislates, con sabor a corrupción. Los diarios de ayer, por ejemplo, han anoticiado que el proyecto faraónico estrella de la administración “K-K”, el renombrado “tren bala” –que cuando comenzó como idea no iba a comprometer fondos públicos, que luego pasó a tener sólo la garantía del Estado, y que por último se transformó en un proyecto que se realizará en su totalidad con fondos públicos que comenzarán a entregarse de inmediato en forma de bonos de nueva deuda-, no sólo fue adjudicado violando elementales normas de competencia, transparencia y correcta gestión, sino que además será el primer tren bala del mundo que tendrá... ¡un solo carril! Y para culminar la

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cadena de despropósitos, la humillación más vergonzosa de contratarse, a cargo del propio Estado argentino, un “seguro de default” que cubra el posible incumplimiento de esa deuda. Como gusta decir a la primera magistrada... “por primera vez en la historia”. Ni el empréstito de la Baring Brothers llegó a semejante degradación de la dignidad nacional.

Cuatro mil millones de dólares de incremento en la deuda pública, destinados a una obra que está llena de interrogantes e incertidumbres, mientras el riesgo-país se coloca en el tope de los países de la región y mientras, a la vez, el Brasil consigue, por la impecable y persistente política económica que comenzara Fernando Henrique Cardoso y continuara Luis Alberto “Lula” da Silva, el codiciado “grado de inversión”, vale decir, ingresar en el reducido club de países del mundo respetados por la seriedad de su administración y la confiabilidad de su gestión económica al que se le puede prestar dinero y donde se puede invertir con tranquilidad porque respeta las reglas básicas del estado de derecho y de la economía.

En tanto, por acá se sigue kirchnerizando empresas mediante el mafioso y conocido procedimiento seguido en el caso de YPF de acorralar a sus dueños con conflictos gremiales prefabricados y regulaciones caprichosas. Nuevos empresarios “amigos”, que pasarán a integrar la lista de futuros investigados para cuando esta pesadilla termine, serán los beneficiados y testaferros de la nueva operación: Aerolíneas, ante la inexplicable complicidad –en ambos casos- de la administración española, sólo explicable en la decisión de liquidar activos en el país y tomar distancia de una economía que se sigue cerrando sobre sí misma al ritmo de un vórtice.

Hasta ahora, se nos ha estado escapando la República y lo sufríamos quienes tenemos vocación republicana y democrática. Ahora, con la inflexión de estos días, corremos el riesgo de que, además, el que se desborde sea el país. Los argentinos sabemos, por experiencia (1976, 1989, 2001...) lo que ello puede terminar significando.

Y nadie –incluidos Cristina y Néstor- podrá escapar a sus consecuencias.

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Señora presidenta, ¿y el rigor intelectual?... Semanas atrás, en un juicio que mereció un artículo de opinión en este medio, reclamaba usted a los periodistas “mayor rigor” en sus notas y a los economistas lo mismo en sus análisis. Se desprendía de su reclamo –y de su mención a la llegada de la modernidad, que repitió al anunciar la licitación del tren “bala”- su adhesión a los valores del conocimiento científico, pilar fundamental junto a la confianza en el razonamiento, del ideario filosófico moderno. Si este conocimiento ha sido importante para que la humanidad dé el gran salto adelante producido en los siglos XIX y XX, también lo ha sido para apoyar en él decisiones de gobierno, al menos en los límites en que lo permiten las ciencias sociales, cuya exactitud contiene el ingrediente aleatorio en mayor medida que las otrora calificadas como “ciencias duras”. En realidad, ambas incluyen hoy la incertidumbre como ingrediente. “Las cosas”, como diría el maestro Sebrelli, han comenzado a fluctuar desde las sólidas convicciones de otrora, dejando una sensación de incomodidad en quienes conocieron las certidumbres absolutas, hoy convertidas por quienes las mantienen simplemente en convicciones cercanas a lo religioso. El reclamo del rigor conlleva hoy siempre el presupuesto de esa duda básica e intrínseca sobre la realidad, más esquiva que en los buenos tiempos del positivismo y la modernidad temprana. La modernidad llegó a la historia de la mano de la democracia. Incorporó la razón a lo actos de gobierno (que deben ser “fundados” para ser válidos, ¿recuerda las lecciones de Derecho Político, cuando estudiaba Derecho?) y desplazó a los actos arbitrarios propios del feudalismo, la monarquía y el “antiguo Régimen” dinástico y monástico. Las herramientas de la razón incorporaron el rigor que usted reclama para aplicar al análisis de los fenómenos más conocidos y racionalizados, entre los cuales la vida económica cuenta con fundamentos aceptados, desde Locke en adelante, incluyendo en esta serie a Carlos Marx, por la inmensa mayoría de los seres humanos. Fundamentos y reglas, señora, con las que funciona más del 90 % de la población del mundo en una extensión –como lo hemos repetido en esta columna- que van desde China hasta Brasil, desde Canadá hasta Chile, desde Estados Unidos hasta Rusia, desde la India hasta Suecia. La base de toda esta construcción es el reconocimiento y sistematización de los hechos como cimientos de cualquier elaboración abstracta. Sobre los hechos –sin negar ninguno, sin sesgar los resultados, sin preconceptos religiosos o mágicos- se pueden construir teorías. Negándolos, todo se vuelve un cuento –de hadas o de demonios- pero incierto o ilusorio.

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Un hecho, señora, es que los precios están subiendo de manera generalizada. Lo puede observar en el dato –positivo- de la recaudación tributaria, reflejo de una actividad económica que no ha crecido, ni siquiera en las visiones más optimistas de sus economistas, en un 50 %. Ese dato bueno contiene el malo: recauda más, porque el dinero que recoge vale menos. Y vale menos, porque su gobierno está inundando de ese dinero –que, en sí, no es más que papel impreso- una economía que no refleja ese crecimiento. Según sus expresiones, “no hay inflación, porque nuestra macroeconomía no la contempla”. Si eso usted cree, bueno, estamos en problemas: los hechos indican que los precios han subido de manera generalizada. Si prefiere creerle a su convicción antes que a los datos de la realidad, esa preferencia no tiene cabida ni en la ciencia, ni en la razón y se acerca más bien a una actitud religiosa, o simplemente caprichosa.

Significaría que su reclamo de modernidad habría retrocedido al pensamiento mágico, y que está usted más cerca de la visión precolombina de Evo Morales, que de sus admirados Hegel y Kelsen. Ni hablar de las herramientas actuales de la ciencia económica en el mundo global.

Pero no se quedó allí: también ha expresado que el alza de los precios –en esta frase sí admite que la hay...- se debe a que los empresarios se apropian del ingreso aprovechando su capacidad de fijarlos. Y que si no fueran los empresarios, habría que buscar los responsables en el Arcángel Gabriel o en su administración. Como su administración no habría dado motivos –por su “macroeconomía”...- y el Arcángel Gabriel no tendría entre sus facultades bíblicas fijar precios en alza –sino traer las buenas nuevas, como la Anunciación a la Vírgen-, se deduce que los malvados hombres de empresa serían los únicos responsables de tan diabólico plan.

Sin embargo, nuevamente es la ciencia económica la que nos dice cómo se forman los precios: la capacidad de demanda de la población –que se expresa en la cantidad de dinero a su disposición- se “balancea” con la oferta de bienes y servicios disponibles, y de esa relación resultan los precios. Si la cantidad de bienes y servicios es la misma, pero se inyecta más dinero en la economía, los precios de referencia suben –porque, en realidad, es el dinero que vale menos, al sobreabundar-. Y si no lo hacen porque su Secretario de Comercio los congela “arma en mano”, los bienes baratos se agotan y sobra dinero –que se destinará a comprar divisas, en una economía fuertemente desconfiada, como la Argentina de estos tiempos de su administración-. Comenzarán a faltar bienes, nuestro conocido “desabastecimiento”.

Recuerde que en la década de los años 90, en el anterior gobierno de su partido, los precios sufrieron deflación, con estos mismos empresarios y este mismo Arcángel. Y eso aunque, en términos de su visión mágica del mundo, los monopolios habrían estado más libres que ahora para fijar los

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precios, porque manejaba el país el odiado “neoliberalismo”... El “desabastecimiento” que viene, en consecuencia, no será provocado por los empresarios, ni por el Arcángel Gabriel, sino, señora, por su política económica “premoderna”.

Y lo mismo ocurre con la inflación, también provocada por su gobierno, más que por decisiones de los empresarios o del Arcángel Gabriel, al aumentar el gasto público en un 50 % de un año a otro –circunstancia en la que no tienen arte ni parte ni el Cielo ni los hombres de empresa-. Ese aumento es un dato científico –“moderno”- que puede usted verificar sencillamente preguntándoselo a su Secretario de Hacienda. Llanamente. Por ejemplo, así: “Secretario, ¿cómo ha evolucionado el nivel nominal de gasto público en el último año?”

Actuar negando los hechos la llevará –y lo que es peor, “nos” llevará- a situaciones peligrosas, que conocemos porque ya hemos sufrido. Usted también las conoce: no olvide –también lo dijo en su primer discurso de su campaña de Senadora en 2005- que fue luego de que una antecesora suya se empecinara en negar los hechos que se produjo el dramático golpe de estado de 1976, circunstancia que obligó a usted y su marido a emigrar al sur, a probar suerte (“y ganar dinero...” ) alejada del escenario del conflicto, que también había provocado el grupo político en el que usted militaba, al negar los hechos y ayudar con ello a desatar el baño de sangre que asoló al país en los años setenta.

Señora, siguiendo su reclamo: hay que ser rigurosos. Cuando se ocupa un lugar como el suyo, más que nadie y que nunca.

Los precios no suben por decisión de los empresarios, ni del Arcángel Gabriel. Suben porque la gestión económica de su marido y la suya propia inexorablemente conducen a ese resultado. Suben por los dislates de su Secretario de Comercio, que seguramente cree y hace lo que haría usted si estuviera en ese lugar, dinamitando cualquier tentación de inversión –y en consecuencia, de ampliar la oferta-. Suben por la estrafalaria política de sostener el valor de una divisa extranjera como el dólar en lugar de defender el valor de nuestro peso. Suben por las caprichosas ocurrencias como el “tren bala”, que aumenta la deuda pública sin razón económica, social o productiva alguna, o los millonarios subsidios a empresarios amigos, con dinero que le sacan al sector de la producción y el trabajo, principalmente del campo al que se asfixia, impidiendo la reinversión y en consecuencia, limitando nuevamente la oferta. Eso dice la ciencia económica, en sus fundamentos que atraviesan todas las “visiones”, que pueden discrepar en los matices, pero que no se permiten negar los hechos.

Rigor intelectual, señora, es lo que nos gustaría escuchar en sus discursos. Los exabruptos de su marido, que todos creíamos que habían

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terminado con él, no pegan con su estilo. Y lo que es peor: nos llevan al abismo, como en 1976.

Con una diferencia: no podremos irnos todos a Santa Cruz, para tomar distancia y ganar dinero. Quizás esta vez ni siquiera lo puedan hacer ustedes.

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Cumbre de Lima Cristina se sacó el gusto

“Tensa polémica entre Cristina y la Unión Europea”, tituló La Nación al informar sobre el discurso de la presidenta Kirchner en Lima reclamando a voz alzada contra el proteccionismo europeo en el comercio agropecuario.

Claro. En el país ya no puede impostar la voz, levantar su dedito admonitorio y recitar sus consignas de memoria. Pero llevó su gesto a Lima, donde los Jefes de Estado y de Gobierno de Europa y América Latina fueron de pronto transportados en el túnel del tiempo... y no precisamente hacia el futuro. CK, seguramente, debe haberse sentido una heroína de la Independencia, refregado en la cara a los imperios coloniales la vocación libérrima de estos pueblos. Olvidó, sin embargo, que en estas épocas de ciudadanos conscientes y posmodernidad globalizada lo que interesa es solucionar los problemas, no amplificarlos.

El mundo es cada vez más uno solo, integrado pero complicado, y el desafío para las gestiones públicas es contar con la frescura intelectual y la claridad de miras necesarias para ofrecer a los ciudadanos respuestas tranquilizadoras, eficaces y respetuosas. Mente abierta, respeto a los demás, capacidad de escuchar y entender.

El camino que adoptó Cristina Kirchner lo conocemos. Es el que nos ha llevado, por un lado a nosotros, latinoamericanos, a “sacarnos el gusto” de “decirles las cosas en la cara”, y por el otro a ellos, los países desarrollados, a ignorar el reclamo manteniendo el “statu quo” favoreciéndose del proteccionismo que le significa una ventaja adicional de entre cincuenta y cien mil millones de dólares al año. No ha descubierto la pólvora. La publicitada fotografía que su equipo de prensa distribuyó en Argentina, que la muestra reunida con el presidente del gobieno español mientras Zapatero estalla en una estentórea carcajada es la respuesta gráfica a su discurso y su dedito.

Más allá de los problemas, –por los que han reclamado Alfonsín, Menem, de la Rúa y Duhalde, e incluso antes de la democracia-, lo realmente importante no es reiterarlos una vez más en tono de combate, sino encontrar con inteligencia la estrategia para solucionarlos. Mirarlos con las anteojeras desenfocadas de los años setenta simplemente los congela, prolongando sus negativos efectos en el tiempo, y no toma en cuenta el cambio acelerado de la matriz económica global que incluye nuevos mercados –inmensos- para los alimentos, y nuevos desafíos. Lo que necesitamos en la Argentina urgentemente no es tanto que los europeos nos dejen entrar en sus fronteras, sino que el gobierno kirchnerista nos deje salir de las nuestras, levantando las esotéricas prohibiciones a la

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exportación que impiden a nuestros exportadores cumplir con sus compromisos y disputar esos promisorios nuevos mercados. Esto es lo que le reclama la opinión pública argentina a CK en el conflicto con el campo, en el que su esclerosis ideológica –o su capricho- ha prolongando por meses un diferendo que ha provocado la caída de las reservas internacionales, la suba de la tasa de interés, la reducción de la producción agropecuaria –que en Lima reclamaba a los otros aumentar, para combatir el hambre...-, desatado una creciente tensión social y desalentado a los empresarios del campo a los que amenaza con sus hordas mercenarias filofascistas convirtiendo un problema sectorial en una conmoción generalizada de la convivencia argentina.

Es una incapacidad de gobierno que va, incluso, contra ella misma, que en apenas cuatro meses ha visto reducir su apoyo a un nivel inferior al que tenía el gobierno de Fernando de la Rúa a un año de gobierno (25 %). Dicho sea de paso, gobierno que no disfrutaba de la Soja a quinientos dólares la tonelada, ni del petróleo a ciento veinte, sino que debía enfrentar, con precios internacionales misérrimos, la deuda descomunal que le dejó el gobierno del partido cuya posta acaba de tomar el marido de la señora presidenta, en un raquítico acto que ella –no ha explicado aún en qué carácter, porque no se ve su nombre entre sus nuevas autoridades- cerró con un discurso apenas escuchado, rodeado de violencia desatada entre sus huestes.

“Necesitamos su tecnología para integrar nuestro proceso productivo de alimentos” les dijo a los europeos. Sin embargo, en su país confisca la riqueza con la que el sector de alimentos puede incorporar tecnología –que aquí se produce, y de la mejor del mundo, sin necesidad de mendigarla en ningún foro de presidentes-, para repartirla entre sus patotas mercenarias, su construcción clientelista, su cortedad de visión.

La imagen de CK dando lecciones de comercio libre a los países europeos sería potente, si los medios no hubieran internacionalizado la imagen de su Secretario de Comercio fijando precios pistola en mano, apropiándose impúdicamente de una cosecha para la que no hizo ningún esfuerzo, o prohibiendo exportar carne a productores que se encuentran entre los más eficientes del mundo.

Quizás piense la señora presidenta que con su discurso lideró la batalla del Mercosur -que le toca presidir por unos meses- y disfrute soñando con su imagen combativa acompañando a Bolívar en la iconografía continental del futuro junto a su cofrade venezolano, que a pocos días de apostrofar a Angela Merkel con el epíteto de “sucesora de Hitler” y mostrando el escaso valor que le da a sus propias palabras, le tendió su mano ante la condescendiente sonrisa de la líder germana, que cualquier cosa hará en el futuro menos tomarlos en serio, o dejar de

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considerar a los “bolivarianos” y sus amigos sureños poco más que como divertidas curiosidades étnicas.

Mientras tanto, el Brasil avanza con Estados Unidos en su alianza estratégica para la producción de biocombustibles, consigue el grado de inversión que le permitirá acceder a créditos virtualmente sin “riesgo país”, acumula reservas en divisas en un monto que supera su deuda externa, alcanza récord en la exportación de soja, de carnes bovinas y porcinas, coloca su PBI entre los más altos del planeta, recibe la mayor inversión externa de su historia y trabaja en silencio para su incorporación a la “alta gerencia” del mundo para la que ya ha sido propuesto por Francia y Alemania. En la opción “ruidos” o “nueces”, está claro cuál es la opción estratégica de Lula, y cual la “K-K”.

Y está claro también –lamentablemente para nosotros- el camino que está recorriendo la República Argentina.

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Responsables o autoexcluidos “Sociedad red”, dice Castells. “Modernidad líquida”, sostiene Bauman. “Sociedad del riesgo mundial”, sentencia Beck. Diferentes conceptos y construcciones intelectuales que, sin embargo, están unidas por un diagnóstico: el agotamiento de la “primera modernidad” y la entrada a paso raudo en la segunda, la “modernidad reflexiva”, que debe enfrentar y solucionar los riesgos generados sin querer por la crisis de cambio que atraviesa el mundo en toda su geografía. Los debates sobre el futuro tienen una agenda amplia, pero avasallante: el cambio climático, el agotamiento del petróleo, la debilidad creciente –y aún el derrumbe, en algunos casos- de los Estados Nacionales, “naves insignia” de la primera modernidad; la expansión exponencial de la violencia en la vida cotidiana; las nuevas guerras; el terrorismo global; una nueva economía mundial interrelacionada y globalizada; las migraciones; los peligros de las nuevas pandemias; la proliferación nuclear; la seguridad regional e internacional frente a las nuevas formas de violencia; el cambio en los mercados laborales, en todo el globo; el entramado de movimientos sociales también globales; el protagonismo creciente de los seres humanos individuales, unidos por Internet; la impregnación avasallante de la ciencia y la técnica en la vida cotidiana; la búsqueda de nuevas fuentes energéticas que cubran el bache de la transición hacia el hidrógeno y la fusión nuclear, que se estima llegarán recién dentro de dos décadas; la organización de la gobernabilidad global... El mundo responsable discute esos temas, que surgen en el horizonte y algunos han ascendido ya a su cenit. Sus protagonistas, responsables del diseño y gestión del planeta en los años que vienen, están centralmente en dos grandes espacios: el G-7, de los países desarrollados y los “BRIC’s”, integrado por las nuevas economías emergentes. Con la salvedad de que hay algunos países (India, México y Brasil) que están en el segundo grupo y aspiran a ingresar también en el primero, que requiere una homologabilidad democrática probada, difícil de acreditar aún por China y Rusia. De los “BRIC’s”, nuestro vecino es el que más inteligentemente mueve sus piezas y ha logrado no sólo que su presidente haya sido recibido en Estados Unidos con la deferencia de un socio de máxima confianza, sino que también ha recibido de Francia y Alemania la disposición para integrarlo al máximo grupo de la gobernanza “de facto” del planeta. Brasil ha conseguido estos logros, bueno es destacarlo, bajo la conducción de un presidente de origen sindical y de un partido marxista que se define como “obrero y popular”, el único de estas características que gobierna en forma democrática en América.

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Frente a los responsables, se alzan los autoexcluídos. Dictaduras de partido, tiranuelos despóticos, neofascismos indigenistas, extremistas islámicos, discursos de postguerra, en síntesis, antigüedades premodernas que prefieren reinventar los conflictos del pasado –de años, décadas o siglos- abandonando la construcción del futuro a quienes miren hacia delante. Cualquier discurso es util a estos fines: religioso, ideológico, ultra-nacionalista, seudohistórico, indigenista. El resultado es el mismo: su exclusión del mundo que viene, o en el mejor de los casos, la indiferencia. O en el peor, su derrumbe en el mundo marginal de los “estados fallidos” o “fracasados”, gobernados por mafias, delincuentes globales, traficantes y terroristas. Y entre ellos, la violencia. Redes de trafico de personas, narcóticos y armas, lavado de dinero, falsificaciones y corrupción, a las que no les interesa la construcción de un mundo con normas, ni el fortalecimiento del derecho, la democracia ni los derechos humanos. Organizaciones macabras, cuyo último eslabón son jóvenes marginales cooptados por la adicción pero con otros escalones superiores integrados por formaciones políticas clientelistas, caudillejos territoriales, funcionarios policiales y judiciales corruptos, indiferencia y complicidad en el control de las fronteras y el tráfico aéreo, incumplimiento de obligaciones internacionales del país por decisión del más alto nivel del poder... ¿Dónde está la Argentina? ¿Por qué no se la encuentra claramente entre los responsables, llevando allí su voz y su disposición para ayudar a solucionar los problemas actuales? ¿Por qué se la ve tan a menudo tan cerca de los autoexcluidos y sus discursos agotados o testimoniales? ¿Por qué ha excluido de sus preocupaciones los temas que discute el mundo entero? ¿Por qué ha permitido que la violencia se haya enseñoreado tan duramente en su vida cotidiana? Interrogantes, agigantados desde el golpe del 2001, que una democracia viva debería debatir, pero que la destructora acción del kirchnerismo ha desplazado debajo de la alfombra.

Decisiones que deberemos tomar cuando, finalizada la pesadilla, los argentinos recuperemos en plenitud nuestra dignidad ciudadana y nuestra vida republicana y democrática.

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Se agota el proyecto “K-K” - ¿se viene el peronismo? Pero... ¿cómo? ¿Los Kirchner no son peronistas? Podría preguntarse cualquier argentino que todavía interpretara a la política como un contencioso eterno entre el peronismo y los “gorilas”. Curiosamente, tendría razón. Tanta razón como la reflexión que titula esta nota. Porque, en realidad, los Kirchner son tan peronistas como lo fueron Perón y Gelbard, Isabel, López Rega y Celestino Rodrigo, Menem y Ruckauf, como lo son Barrionuevo, Moyano, D’Elía, Balestrini y el propio Duhalde. Ciertamente hay también algunos peronistas democráticos y republicanos, del “último Perón”, raras avis que existen, pero que son cuidadosamente evitados por el reagrupamiento ortodoxo.

Mucho más ahora, que el macho alfa ha decidido, por fin, mostrarse sin careta y sacar a relucir lo más sectario del discurso populista: la división del país entre “la Unión Democrática” y el presunto modelo “nacional y popular”. La novedad, en este caso, es que se omitió el agregado del “progresismo” y apareció, sin cobertura alguna, el más ortodoxo de los mensajes.

¿Y esto está mal? Pues... no del todo. Semanas atrás, en ocasión de oficializarse la

“lista única” –otro signo del peronismo ortodoxo- para la renovación de autoridades del Justicialismo, obviando cualquier competencia democrática interna, expresaba en este misma columna, en un artículo que se titulaba “Juntitos, juntitos...”, que de ahora en adelante no habría más excusas. Han reducido a la “izquierda entrista” a espacios marginales haciendo desastres en la política exterior –que no se nota tanto adentro, aunque nos haya convertido en el hazmerreír de la región y del mundo-, y han ocupado, juntitos juntitos, todos los espacios reales de poder, desde el descarnado manejo de los recursos públicos confiscados a los ciudadanos que trabajan, hasta el refuerzo del clientelismo más aberrante adornado con grupos de choque estilo “camisas negras” financiados con esos recursos. Desde el Congreso monocolor, hasta una justicia atemorizada y una prensa amenazada.

El proyecto “K-K”, entendido como la confluencia de la izquierda entrista en el “movimiento popular”, se agotó como modelo de gobierno. Y avanza lo peor del peronismo, el más alejado de la tolerancia y el diálogo, el de la patota y la soberbia, el del gremialismo corrupto, la dirigencia ladrona, el puño crispado y el tono de combate.

Ahí adentro caben todos. Nadie puede saber –porque el vaciamiento del Congreso es total, otro signo del peronismo autoritario- hacia dónde decidirán orientar al país. Puede ser hacia otro “rodrigazo”. O puede ser hacia otra “devaluación pesificadora”, que acelere el vórtice hacia un nuevo derrumbe. Están todos y cualquiera puede ser el rumbo.

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Lejos todos de la Argentina democrática y republicana. Lejos del campo, de la producción y de los ciudadanos conscientes. Lejos de los emprendedores y exportadores. Lejos de la inteligencia, el arte y la cultura. Lejos de los docentes e investigadores. Lejos de los trabajadores que se esfuerzan en capacitarse para mejorar su ingreso. Lejos de los argentinos que, en todos los sectores sociales, luchan por una vida mejor. Desde los empresarios con vocación de riesgo hasta los chacareros. Desde los cartoneros que prefieren recoger basura antes que humillarse ante un “plan social” clientelizado, hasta los jóvenes que quieren pensar solos, libremente, sin el alineamiento servil. Lejos de los intelectuales más lúcidos y reconocidos. Lejos, cada vez más lejos, de lo mejor del país, de la Constitución, la ley y el estado de derecho.

El proyecto “K-K”, a pesar de sus aires de modernidad, pretende revivir la historia del funesto enfrentamiento que comenzó en 1945. Y ahora recurren, como una auténtica antigüedad con olor a naftalina, a la misma irresponsabilidad y vocabulario de un tiempo que el mundo dejó atrás. Y también los argentinos.

Hablar en pleno amanecer del siglo XXI del 30, del 55 y del 76 pretendiendo reproducir la historia es, simplemente, infantil. Y estúpido, si no fuera evidente que su propósito es llevar al país al borde de que corra sangre, que ahora será por su propia responsabilidad.

Quizás esta vez podamos elegir mejor y recomenzar nuestra historia para terminar con la decadencia. Reingresar en la modernidad de un mundo democrático, republicano, plural y transformador que está protagonizando un gigantesco proceso de cambio.

Quizás no esté tan mal que vuelva el peronismo, para terminar de una vez por todas con la comedia. Y los argentinos podamos saber, también de una vez por todas, cómo termina la historia cuando todos ellos, “juntitos, juntitos”, llevan el timón hasta el final.

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Imagen, rumores y crisis La esclerosis neuronal en que se ha sumido el peronismo presidido por Kirchner frente a la situación nacional y los reclamos del campo no sólo produce preocupaciones en toda la sociedad –que siente que no existe gobierno- sino en escalones cada vez más grandes del peronismo, consciente de que una falta de reacción de sus dirigencias sensatas lo arrastrará junto con el propio matrimonio presidencial. Cada vez son más los dirigente peronistas que, cansados de esperar un cambio, van reagrupándose según sus afinidades y ubicación política al margen del oficialismo y tomando prudente distancia de su política. No sólo uno de los más prestigiosos peronistas del interior, el Senador Nacional Reutemann, sino el ex gobernador cordobés de la Sota –quien imputó a la conducción presidida por Kirchner de tener rasgos stalinistas-, el ex gobernador entrerriano Busti –quien renunció a la presidencia del peronismo de su provincia, luego de sostener que no acepta integrar un partido con “pensamiento único”-, el gobernador Rodríguez Saá de San Luis, varios ex legisladores nacionales y figuras de prestigio han marcado su fuerte discrepancia con el matrimonio presidencial. “Si el peronismo no reacciona –ha expresado un importante dirigente del interior- corremos el riesgo que este torrente nos arrastre a todos, incluyendo al Congreso. En dos o tres meses veremos a la gente reclamando “el poder a la Corte”. Puede ser. Es evidente que la coalición social que se ha conformado alrededor del reclamo del campo ha superado totalmente la protesta agropecuaria. Ya no se limita al tema de las retenciones y se extiende a la calidad institucional, a las formas de gobierno, al fin de la corrupción desenfrenada, a la arbitrariedad del poder, al federalismo, a la sensatez en la economía y a la exigencia de un auténtico estado de derecho, que ha ido desapareciendo paulatina y sistemáticamente en los años “K-K”. A esta altura, quizás no sea aventurado suponer que el reclamo del campo hasta sea una molestia que impide que esa coalición social se exprese en su totalidad, con una fuerza irreversible. La imagen positiva de la presidenta, según últimas encuestas del propio oficialismo guardadas bajo siete llaves, marcan un nuevo descenso, a un escalón del 15 % (con un 40 % de imagen negativa) y un retroceso fuerte en la imagen del ex presidente y de Daniel Scioli, a esta altura superados ambos ampliamente por el líder agropecuario Alfredo De Angelis. Por encima de todos ellos se ubican Elisa Carrió y Mauricio Macri. ¿Cuál será el devenir de los hechos? En estos tiempos, parecieran haber proliferado los diseñadores de escenarios. Dicho sea de paso, muy pocos de esos escenarios imaginan al kircherismo en el poder dentro de un año. No faltan los rumores con las nuevas y tenebrosas “listas” –como en las últimas épocas de Isabel Perón-,

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que enumeran a quienes serían detenidos luego de declarado por los “K-K” un presunto Estado de Sitio, en el estertor final de su gobierno y –desde el otro lado- las que incluyen como futuros habitantes de “Comodoro Py” no sólo al matrimonio presidencial, sus ministros y funcionarios emblemáticos, sino a los legisladores que hayan votado los superpoderes, a los empresarios protegidos por el régimen con negocios oscuros (juegos de azar, petróleo, obras públicas) y a los jueces alineados con el actual gobierno. Se justifican en la necesidad de “marcar bien la distancia y ganar rápida credibilidad social”. Por el momento, estas hipótesis se escuchan dentro del peronismo y no han desbordado hacia otros actores de la política. Sin embargo, la oposición ha acelerado sus contactos, preparándose para enfrentar cualquier situación traumática. Desde la Coalición Cívica, la UCR y el PRO han surgido acciones comunes y sintomáticos respaldos cruzados, como el de Federico Pinedo (PRO) solidarizándose con Margarita Stolbizer (CC) por su citación judicial por haber participado en un acto agropecuario, e iniciativas legislativas conjuntas, como el reclamo de la reforma política y la propuesta de llevar al Congreso el conflicto con el sector agropecuario, bloqueada por la mayoría kirchnerista. La manipulación de la justicia en el problema con el campo ha hecho ascender un escalón de tensión al conflicto. Frente a la posibilidad de una saludable modificación del rumbo (o, al menos, de un intervalo lúcido que calme las aguas), el gobierno ha preferido apostar al escenario de profundizar la crisis, confiado en que su manejo del aparato superestructural del Partido Justicialista será suficiente para disciplinar la historia, ingenuidad que los hechos se están encargando de demostrar como ilusoria. ¿Era necesario llevar a la Argentina a estos límites, en una de las etapas internacionales históricamente más favorables para el país? Indudablemente, sólo el autismo inconsciente o un ideologismo cerril pueden explicar una actitud que, a la inversa de cualquier gobierno del mundo, frente a un problema solucionable con el diálogo ha preferido profundizar el enfrentamiento para convertirlo en un problema político que amenaza su supervivencia. La crisis, mientras tanto, avanza. La inflación se profundiza, carcomiendo los ingresos de los sectores de menor poder adquisitivo e incrementando su descontento. Los vencimientos de deuda pública se acercan, mientras el país sólo cuenta con el favor chavista para obtener fondos, por su cerril ataque al sistema financiero internacional y su ruptura con el FMI; y el Banco Central ha perdido en lo que va del conflicto, más de 1500 millones de dólares de reservas –más del monto que está en discusión por la diferencia en la tasa de retenciones- para mantener el valor de la divisa. El crecimiento de la inflación ha licuado la ventajas seudocompetitivas de la

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industria protegida, que ya pide otra devaluación. Los gremios han desbordado el límite del 20 % de aumento salarial, y están ubicándose en el escalón superior al 30 % (como ha sucedido con el último convenio metalúrgico presentado por la propia presidenta en la Casa Rosada, con el 32 % de aumento promedio). Y el gobierno, para el que no hay inflación, ni deterioro social, ni problema con el campo, ni crisis energética, ni retroceso de la competitividad industrial, ni obligaciones finanieras, ni aumento de la pobreza, sigue vaciando el poder presidencial transfiriéndolo al ex presidente, un “don nadie” institucional que, sin embargo, desde Puerto Madero maneja a su antojo la administración, el parlamento y la justicia mientras la presidenta formal, vaciada de todo poder, como lo fuera Isabel en otras épocas, es usada sólo para los actos protocolares, convencida que está gobernando la Argentina feliz, en “tren bala” hacia la “modernidad”. Aunque, en realidad, lo esté haciendo hacia el estadio terminal de su gobierno.

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El Guiness de Cristina A la señora presidenta le gusta abrir caminos. “Por primera vez en la historia” tendremos un ”tren bala. “Es la primera vez en la historia que crecemos por seis años”. “Nunca en la historia se había hecho tanto por los derechos humanos”. “Jamás en la historia argentina un gobierno ha sido atacado tanto como éste”. De éstas y otras afirmaciones los argentinos no sólo hemos sido oyentes, sino inundados por la duda. Es obvio que concedemos la primacía del “Tren Bala”. Es cierto que nunca se ha hecho, y es cierto que sólo a ella puede ocurrírsele que ese tren será el “acceso a la modernidad”, como expresó en su discurso al firmar la concesión con el país como está y con el transporte público como está. Por lo demás, está por verse si se hará. Pero lo del crecimiento....La Argentina creció entre 1880 hasta 1930 en forma sostenida al punto de convertir un país desierto y atrasado en uno de los más prósperos de comienzos del siglo XX. Esa afirmación debe, entonces mediatizarse, mucho más si tenemos en cuenta que para contar aquel período el punto de inicio era virtualmente “la nada”, mientras que mantener el rebote desde el 2003 en adelante no implicaba mucho más que imprimir dinero, ya que el país tenía su infraestructura intacta y su equipamiento pleno. Al contrario: cuando fue necesario marcar un rumbo para dar el salto incremental hacia el desarrollo, su “proyecto” se quedó sin combustible. Y así estamos. En cuanto a los ataques sufridos por gobiernos anteriores, bueno. Podemos nombrar a Yrigoyen, a quién derrocaron. O a Perón, que tuvo una muy fuerte oposición democrática, bastante mayor que la actual a su gobierno. O a Frondizi, a quién también lo derrocaron –al igual que a Illia, con la complicidad de muchos dirigentes del partido de la pareja gobernante-. Oposición –y fuerte...- tuvo Isabel Perón –derrocada-, y luego Alfonsín (¿recuerda los 14 paros generales que le hizo su partido, haciendo causa común con el golpismo carapintada?); y de la Rúa, que debió enfrentar la herencia de endeudamiento y diabólica trampa cambiaria que –nuevamente- le hizo el anterior gobierno de su partido, ese conducido por quien su esposo, entonces Gobernador disciplinado, calificara de “el mejor presidente argentino, desde Magallanes en adelante”. Lo de los derechos humanos es curioso. Al contrario de la afirmación de la señora presidenta, no es posible recordar un gobierno que haya hecho menos que éste por los derechos humanos. La pobreza ha llegado a niveles atroces en un momento de prosperidad económica inédita. La educación se ha derrumbado y su calidad está entre las peores del Continente. La cantidad de argentinos sin vivienda es la más alta de la historia. Los niños por debajo de la línea de pobreza supera el 50 % entre los menores de 10

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años. Salvo que el gobierno kirchnerista –la señora, y el señor- crean que la pobreza extrema, la carencia de educación, la falta de vivienda y los niños desnutridos no son violaciones flagrantes a los derechos humanos, hablar de su respeto en estos tiempos deviene en una ironía trágica. O diabólica. Sin embargo, hay un récord que puede agregar a su historial, que le reconoceremos –hasta hoy- y que, si lo incorpora a su repertorio no habrá forma de cuestionar: no ha existido presidente democrático, en toda la historia argentina, que haya provocado y conseguido un acto público en su contra más grande que el realizado en Rosario, el 25 de mayo. Ni Yrigoyen, ni Perón, ni Frondizi, ni Illia, ni Isabel, ni Alfonsín, ni de la Rúa. Ha sido un verdadero récord, jamás visto antes, que quizás sirva para hacerla reflexionar.

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Por favor, señora presidenta, ¡reaccione! Hace algún tiempo y por diversos medios, se transmitió la sospecha sobre su título de abogada, de las que el autor no se hizo eco en las diversas columnas publicadas. Sin embargo, insistió en repetidas ocasiones en reclamarle más apego a la letra de la Constitución y alertó sobre la dudosa coherencia de manifestarse “kelseniana” –en ocasión de dirigirse al Congreso- y la asunción de potestades que ni la Constitución ni la Ley le otorgan. Ahora ha vuelto usted a repetir el error, magnificado luego por su Jefe de Gabinete. En Roma, le pareció mal que “capitales financieros” obtuvieran una rentabilidad “del 35 % en seis meses”, dijo usted en una reunión mundial por la crisis de alimentos, achacando la actual suba de precios a la “especulación financiera” antes la atónita mirada de quienes la escuchaban. Y al día siguiente, su Jefe de Gabinete alegó la imposibilidad de análisis judicial de la resolución que aplica las retenciones, porque se trataría de una “medida de gobierno”, que no podría ser “judiciable”. En su último discurso, vuelve usted a referirse a “los que han ganado mucho” y por eso pueden vivir “tres meses sin trabajar”. Su marido, por su parte, insistió en Chubut en insultar a una enorme cantidad de compatriotas que la votaron en la última elección. Les pide que se arrodillen ante él, pidiéndole perdón. Según él, son “oligarcas” y “extorsionadores”, que “ganan mucho”. Vamos por parte. Ha dicho usted hace un tiempo que la “redistribución del ingreso” –a la que estaría obligada por sus principios- no podría hacerse “sin sacarle a los que tienen”. Afirmación aceptable. ¿Dónde está el problema? Pues, en las facultades y límites que le da la Constitución y la ley para hacerlo. Éstas surgen del artículo 99 de la Constitución, y las del Congreso en el artículo 75. Del juego de esas dos normas surgen las potestades políticas del Estado sobre los derechos de los ciudadanos, definidos antes, mucho antes, en los artículos 14 a 32 de la misma Constitución.

Con un agregado: cualquier poder residual corresponde a los ciudadanos –y no al Estado- según la letra terminante del artículo 33: “Las declaraciones, derechos y garantias que enumera la Constitucion, no seran entendidos como negacion de otros derechos y garantias no enumerados; pero que nacen del principio de la soberania del pueblo y de la forma republicana de gobierno. Del juego de estas normas surge claramente que sus facultades no son omnímodas, sino sólo las que el pueblo ha delegado en usted, como titular de una función política. “Redistribuir el ingreso” está bien. Es más: la obliga a ello el artículo 14 bis, que determina las prioridades. Y el resto del articulado le fija las herramientas impositivas (los impuestos directos e

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indirectos), el procedimiento para aplicarlos (la ley de presupuesto) y los límites a su accionar.

¿Cuáles son esos límites? Pues la misma Constitución los establece. El artículo 14, que define y garantiza el derecho de propiedad, sus alcances y sus límites. El artículo 75, incs. 1 y 2, que establecen las facultades impositivas del Congreso. El artículo 76, que prohibe la delegación legislativa. El artículo 8º transitorio, que hace caducar a los cinco años desde 1994 toda las delegaciones anteriores. La jurisprudencia pacífica de la Corte, que establece en el 33 % de la base imponible el máximo permitido para la carga impositiva, bajo sanción de convertirse en “confiscatoria” y caer en la sanción del artículo 17 de la Constitución. Y en la igualdad, “base de los impuestos y las cargas públicas” –art. 16 CN-, que no se respeta si se concentra en un sector una carga que no tienen los demás –como el sector financiero, o el sector rentista u el hotelero, como lo puede observar con los ingresos de su propio emprendimiento en El Calafate-.

Imagine por un momento cómo se sentíra usted misma si a la tarifa de USD 4.958 por dos personas–seis días de su Hotel “Casa los Sauces” (www.casalossauces.com), o sea alrededor de $ 15.000 por semana, o sea $ 60.000 por mes, o sea $ 360.000 por semestre por UNA HABITACIÓN, el Estado decidiera “retenerle” el 44 % de la tarifa bruta (o sea $ 158.400) además de ganancias, ingresos brutos, y todos los impuestos y aportes previsionales porque decide que está ganando demasiado con el turismo internacional, obteniendo una “renta” exagerada de acuerdo a su inversión al aprovechar los beneficios de la pesificación y de los escenarios naturales, cobrando en dólares. Sería escandaloso y seguramente como abogada sabría defender la causa ante los tribunales, alegando la inconstitucionalidad. Y tendría razón.

A propósito: quizás debiera usted saber que para obtener un ingreso bruto equivalente al de una habitación de su hotel en seis meses, un productor debe obtener, en los promedios de rendimiento de Entre Ríos, por ejemplo, una cosecha exitosa de no menos de Ciento veinte hectáreas.

Destaco: Una habitación de su hotel, Ciento veinte hectáreas de soja. Si a usted le molestaría que el gobierno le “retuviera” el 44 % de su

ingreso bruto, imagínese si además de tender las camas y limpiar el piso hubiera tenido que arar, sembrar, fertilizar, cuidar, cosechar, comprar semillas, comprar gasoil, y luego, vender a un precio que es incierto, por la acción del gobierno y del propio mercado. Y luego de todo, pagar impuestos y aportes...

No se trata entonces, señora, de que un sector no obedece una legítima decisión suya. Es usted la que pretende hacer pasar por legítima una decisión ilegal, y pretende que se la obedezca, como si fuera Luis XIV. Señora, por favor, ¡reaccione!...

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No es usted como presidenta, –mucho menos su marido- la “propietaria” del país, como los “gobernadores-propietarios” de los tiempos oscuros de la Colonia, con potestad para decidir según su discrecionalidad cuánto puede ganar una persona en una actividad lícita. Es una funcionaria de una Nación que ha elegido vivir en un sistema “representativo, republicano y federal” sobre la base de una Ley Fundamental que usted ha jurado respetar.

Esta definición, que apoya en los ciudadanos todas las facultades del Estado, cuenta con una última garantía, presente en forma continua: la independencia total de la justicia y la garantía que la justicia brinda a todos y cada uno de los argentinos de que sus derechos no serán violados por el poder. La pretensión del Jefe de Gabinete de que la sola autocalificación de una medida de gobierno como una decisión “política, que no puede –por ello- ser judiciable”, es tan absurda como pretender que la Justicia no pueda valorar cuándo han sido afectados derechos de las personas que están encima, muy por encima, de cualquier decisión, voluntad, intención o pretensión de los funcionarios. Con ese razonamiento, podría detener personas, confiscar bienes, apropiarse de fondos públicos... diciendo que son “medidas políticas” y pretendiendo indemnidad. Y la justicia, señora, hasta ahora y en los casos en que han sido sometidos a su decisión ha declarado ya la insconstitucionalidad de la resolución de su ex ministro que impuso las “retenciones moviles”.

Entonces, señora, ¿no sería bueno que releyera los viejos libros de Derecho Constitucional de sus épocas de alumna de la Facultad de Derecho en La Plata? Y de paso, ¿no le parece que sería bueno, también, releer a su admirado Kelsen, repasar la “pirámide”, recordar la fulminante ilegalidad que conllevan las decisiones políticas que son tomadas por funcionarios u órganos sin facultad para hacerlo? ¿No recuerda la definición de las condiciones que requieren las decisiones –individuales o colectivas- de un sujeto público para ser productor de normas jurídicas válidas? ¿No resuenan en su memoria las advertencias de que, por fuera del orden jurídico de la “Teoría Pura del Derecho”, el peligro es que las referencias de valor de las normas se atribuyan, como en épocas inquisitoriales o premodernas, a los valores religiosos, a la pura violencia, a los caprichos o a la ideología, en desmedro del derecho y de las personas?

La hemos escuchado, señora, referirse en distintas ocasiones a la necesidad de ingresar definitivamente en la modernidad. Es imposible no coincidir con este propósito. La modernidad conlleva el respeto a la ley, la ausencia de atajos institucionales, la valoración igualitaria ante la ley del individuo –que la democracia convierte en “ciudadano”-. A partir de allí, todo es posible.

Cierto es que la modernidad genera sus propios conflictos, otras desigualdades y nuevas injusticias. Ulrich Beck advierte sobre estos

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problemas, los “dilemas” de la modernidad y alerta sobre la tentación de atacarlos retrocediendo. Las nuevas injusticias requieren profundizar los principios modernos, con una actitud reflexiva. Eso hace una mirada progresista. Una mirada reaccionaria, por el contrario, en lugar de profundizarlos hace causa común con la irracionalidad previa, ataca los principios modernos –igualdad ante la ley, ciudadanos como base del orden jurídico y político, poder limitado, libertad de expresión y de acción política- y cree, ingenuamente, que volviendo al pasado –totalitario, absorbente, del poder sin límites apoyado en la fuerza o el puro voluntarismo- puede superar los nuevos problemas. No advierte que en ese intento recrea los antiguos conflictos y que ello equivale a despertar también las viejas luchas.

Este no es un reclamo “juridicista”. Es el angustioso recordatorio del abismo que se abre cuando la ley desaparece, situación que, entre otras cosas, abre a los ciudadanos el derecho a la resistencia. Derecho que muchos, en el país, han comenzado a ejercitar, legítimamente.

Vuelva, señora presidenta, al ejercicio del poder como lo construye la Constitución y las leyes. No preste oídos a improvisados constructores del poder por la pura fuerza, que la llevarán a ser un triste recuerdo en la historia. Retome su discurso electoral de unidad, de apertura al mundo, de rescate de los principios fundacionales del país, de respeto a los próceres de todos los partidos. ¿O en serio piensa que encontrará una salida recreando la polarización de 1945? Usted, que ha viajado, que ha visto cómo se está construyendo el mundo del futuro, que ha podido observar el formidable impulso del mundo global y la arrasadora irrupción de las nuevas naciones emergentes –una de ellas, o más bien varias, en nuestras propias fronteras- ¿no se siente fuera de época con ese discurso y esas consignas?

Millones de argentinos de buena voluntad están esperando que reaccione, los del campo antes que nadie. Sacúdase el pasado. Mire hacia adelante. Una a los argentinos. No conduzca al país a un nuevo abismo, que la arrastrará a usted. Levante la mirada, por un momento.

Convoque a la oposición, donde encontrará más deprendimiento –y afecto- que el que tiene a su lado. Abra el diálogo con quienes no tienen su misma visión, pero sí un gran patriotismo.

Por favor, señora, ¡reaccione! No queda mucho tiempo...

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¿Horas finales? ¿Es que han perdido toda noción de prudencia? ¿Es que no les interesa ya atravesar cualquier límite? ¿Es que la paz entre los argentinos dejó de ser para el gobierno un valor apreciable? Que tengamos que vivir esta situación bordeando el abismo en el momento internacional más promisorio de la historia argentina es sólo imputable a una causa: el deterioro del marco institucional por la obsesión autoritaria de una persona. Cualquier país democrático, ante un conflicto de la magnitud del que existe con el campo, hubiera buscado su solución a través de su sistema de mediación institucional. Para eso está el Congreso, sus comisiones específicas, sus espacios de diálogo y generación de consensos... incluso su justicia, si así fuera el caso. Todo está parado, por decisión del jefe del partido oficialista. El Congreso no se reúne desde hace semanas, a pesar de los reiterados esfuerzos de los legisladores opositores. La Justicia sigue con su marcha parsimoniosa, como si estuviera juzgando una tranquila causa particular en la pacífica Suiza. Y mientras eso sucede, el jefe del peronismo llama a sus partidarios, a través de su vocero, a “armarse”, no se sabe para qué, porque nadie ha impedido a la administración el uso de las fuerzas regulares de orden público –policía, gendarmería, prefectura- si fuera necesario su uso para mantener el orden jurídico y social del país. La amenaza de repartir armas entre quienes, en el acto de portarlas, se transformarán en delincuentes, lleva al país ya al límite absoluto de la tolerancia. Indica que el régimen de gobierno transcurre sus horas finales. El país maduro, por el momento, mira azorado. Las inversiones hace rato que se paralizaron. Los pequeños ahorros fugan rápidamente hacia la divisa, previendo el caos que se avecina. La marcha de la economía, cada vez más ralentizada, está al borde de detenerse. Los productos desaparecen de las góndolas, en parte porque faltan debido al caos generado por el gobierno, y en parte por temor ante los saqueos que son usuales en esta clase de procesos.

El clima de “cambio de tiempo” está claro, y lo único que sigue incierto es el momento final. Nadie puede ya, con esta situación y este desborde emocional y político del jefe del partido oficial, pensar que el país podrá atravesar con tranquilidad los tres años y medio que faltan hasta el 2011.

Salvo que la presidenta reaccione. Es la última esperanza. ¿Todos se volvieron locos? Presidenta, ¿está su marido en sus cabales? ¿Lo está usted?

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La renta de la tierra La actualización del debate sobre los aranceles de exportación sobre algunos productos primarios ha vuelto a instalar el tradicional debate sobre la “renta de la tierra”. Su estudio fue encarado por los clásicos, desde Adam Smith y David Ricado, hasta Carlos Marx, y aunque sus conclusiones no son exactamente iguales, se refieren en todos los casos a un supuesto de origen diferente al de la Argentina de hoy: la presencia del “terrateniente”, dueño de la tierra por herencia feudal o propiedad originaria, que recibía un monto del ingreso por facilitar la disposición de ese bien para la producción aplicando en él el trabajo y la tecnología necesarias para la producción, esta última ínfima en relación a la requerida en la explotación agropecuaria moderna. Al precio final de la producción, entonces, deducidos el costo del trabajo, de la tecnología y de la ganancia capitalista, le quedaría un “excedente”, que recibiría el terrateniente como compensación por el uso de una propiedad privada, normalmente preexistente y no adquirida según las reglas de mercado, no incorporadas a la cuenta del “capital” -y por lo tanto, no sujeto al mecanismo capitalista la de tasa de interés- para la puesta en marcha de un emprendimiento productivo. El valor de esa renta difería para los distintos autores. Para Adam Smith, estaba determinada por la porción de la rentabilidad que debía entregarse al terrateniente como condición de su disponibilidad. David Ricardo cuestionaba este concepto, sosteniendo que se confundía con el alquiler del bien y proponía un método basado en el diferente nivel de productividad de los diferentes tipos de suelo. En su razonamiento, el precio de producción agropecuario estaba fijado por el costo de producción más la ganancia de un producto generado en las tierras menos productivas, y la diferencia de ganancia entre este precio –al que correspondía un determinado mayor nivel de costos- y el surgido de las tierras más productivas era la “renta” abonada al terrateniente. De este razonamiento se deduce que la renta no existiría siempre, ya que en el supuesto de un territorio con igual productividad, ese diferencial no existiría. Marx, en un análisis que diferenciaba entre renta “absoluta” y renta “diferencial”, y a la vez subdividía a ésta en “clase 1” y “clase 2”, sintetizaba su concepto en la afirmación de que “renta es todo aquello que se le paga al terrateniente por explotar su tierra”. No existiría sólo en el caso de la propiedad colectiva de la tierra, o sea, de su libre disposición por cualquiera y se fundaba en el carácter “limitado” de la tierra, a diferencia de los bienes de producción “producidos”. En una economía de propiedad privada, la renta sería, en su concepto, el equivalente de una ganancia extraordinaria en una sociedad colectivizada. Su concepto tenía que ver con la demanda –que fija el precio- y con la oferta –que determina el costo de

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producción- y hoy está fuertemente matizado por el cambio sustancial en el proceso productivo agropecuario ¿Cómo hace una economía moderna para evitar que la “renta” o “ganancia extraordinaria” beneficie injustamente a pocos? A través del sistema impositivo, y específicamente, del impuesto a las ganancias, cuya elaborada sofistificación permite contemplar todos los aspectos necesarios para discriminar situaciones diferentes. La tierra, hoy, es un componente de la explotación agropecuaria, pero con las siguientes características:

1. Es un bien de mercado, para acceder al cual es necesario realizar una determinada inversión que no puede obviarse en las cuentas de capital. Al igual que cualquier otro bien, su costo está determinado por su productividad intrínseca, y por la tecnología y la capacidad del trabajo humano que requiere se le incorporen. El precio de disposición de la tierra para una campaña agrícola no tiene una característica económica muy diferente de alquilar una grúa para la construcción para un edificio, o un generador eléctrico para una planta industrial, o del escenario para un festival audiovisual.

2. En la ecuación de costos, la tierra ha dejado de tener la importancia fundamental que tenía en épocas de escaso desarrollo tecnológico y trabajo humano sin calificar. La explotación agropecuaria marcha hoy a la vanguardia del desarrollo tecnológico y requiere no sólo un equipamiento que suele ser comparable o superior al valor de la tierra –y que, al igual que ésta, tiene un costo de mercado- sino que necesita inversiones cuantiosas en semillas, fertilizantes, plaguicidas y otros complementos que acrecientan la demanda de inversión. O sea: requiere contar con un capital operativo que hace un siglo era ínfimo.

El precio de los productos agropecuarios de exportación está determinado por el mercado mundial, haciendo imposible aplicar un criterio homogéneo de cuál es la “renta” diferencial con respecto al costo de la producción realizada en otros países. La aplicación de subsidios en numerosos países agrega un componente adicional de distorsión del mercado, reduciendo artificialmente el precio de competencia. Los insumos agropecuarios, el gran componente de la producción agropecuaria moderna, tienen, por su parte, un mercado internacional con precios globalizados.

La novedosa ganancia que produce el incremento de los precios internacionales no es atribuible a la propiedad de tierra o la “renta agraria”, sino al crecimiento estructural (y no meramente circunstancial) de la demanda frente a una oferta que no ha reaccionado a la misma velocidad, pero que la seguirá hasta alcanzarla, mediante la incorporación tecnológica, biotecnológica y de producción. Para mantener el nivel de rentabilidad será necesario volcar crecientes ingresos a ambos frentes de investigación,

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desarrollo tecnológico e incorporación productiva. Y confiscar la rentabilidad no sólo conspira contra ese objetivo, sino que anula el excedente con el que puede financiarse la ampliación productiva para responder a la demanda creciente.

Estas circunstancias marcan la esencial similitud entre la explotación agropecuaria y cualquier otra explotación económica. Las leyes de la economía –oferta, demanda, rentabilidad, inversión, ahorro, tasas de interés, tecnología, precios, riesgos, seguros- no tienen diferencias fundamentales –aunque sí especificidades- con otras actividades que ameriten un trato distinto en razón de la justicia distributiva.

Lo antedicho no implica negar la posibilidad –e incluso, la necesidad- del arbitraje público en algunos aspectos sensibles relacionados con la disponibilidad de alimentos para el país y el mundo, de la misma forma que otros mercados –como el de medicamentos, por ejemplo- o incluso el arraigo de la población, la preservación del ambiente, los bosques y la propia diversidad biológica. Ese saludable y necesario arbitraje debe ejercitarse, cuando sea necesario, contemplando el interés general, con las herramientas impositivas y de asignación de recursos fijados por el orden legal, con sus límites, condiciones y controles, y debe ser adecuadamente fundado, producto de un debate transparente y abierto como el que requiere la modernidad reflexiva.

Pero también implica tomar conciencia de que tratar a la tierra como en los tiempos de la economía feudal o inmediatamente post-feudal o con criterios similares a los de la minería extractiva de recursos no renovables –como el petróleo, por ejemplo- puede generar el desestímulo a la actividad agropecuaria, provocando en definitiva el incremento de los precios al golpear sobre la oferta reduciéndola, fenómeno que se insinuó ya a nivel internacional a raíz de la crisis argentina en estos últimos tres meses, que incrementó el precio internacional de la soja. De esta forma, no sólo se afecta a los productores, a los que se agrede con la incertidumbre sobre sus condiciones de trabajo e inversión, sino se genera un daño de alcance universal: el encarecimiento de los alimentos a una humanidad hambrienta.

De cara a la justicia impositiva, la conclusión es nítida: el impuesto a las ganancias –aún con la discutible incorporación de un impuesto especial a la ganancia extraordinaria- sigue siendo la mejor respuesta, en razón de que grava la ganancia realmente producida en cabeza de los productores que la tengan, y admite suficiente sofistificación como para poder contemplar las deducciones por zonas, por cargas familiares, por reinversión de utilidades y demás rubros que ha estudiado suficientemente la ciencia impositiva y que integren la decisión política debatida y expresada en el Congreso, como representación de la pluralidad social.

Aún así, la prudencia debe guiar la excepcionalidad. Los hechos concretos marcan los previsibles destinos –y desatinos- de esos ingresos

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extraordinarios en la Argentina de hoy. En manos públicas, es altamente probable la irresponsabilidad (tren “bala”, caso Skaska, empresas públicas fantasmas, festival de subsidios cruzados, corrupción ramplante, falta de control y transparencia). En manos de los productores se canaliza hacia la industria de maquinarias agrícolas, la inversiones en biotecnología, la ampliación de la producción, el comercio y los impuestos locales, la dinamización de los pueblos rurales, la ampliación del stock ganadero, y en ocasiones, alguna inversión inmobiliaria en departamentos en la ciudad para alojar a los jóvenes de familias agropecuarias que estudian. Difícilmente haya un ejemplo más claro del rol económicamente virtuoso de la libertad de mercado que éste, eximiendo al Estado de su necesaria intervención ante la inexistencia de distorsiones. Ni la posición más extremadamente marxista podría hoy ignorar la diferente consecuencia que tiene una renta apropiada por un Estado autoritario y sin “accountability” de uno democrático, transparente y moderno, o su libre disposición por ciudadanos libres.

Las “retenciones móviles”, como se ha dado en llamar a los aranceles variables de exportación de soja, al no discriminar diferentes situaciones, además de violar la Constitución, conllevan una confiscación tosca y rudimentaria, propia de un sistema fiscal primitivo, generan injusticias y provocan desestímulos a la producción sin ningún beneficio en el precio de los productos que gravan –sino que, por el contrario, encarecen el alimento en el plano internacional sin abaratarlos en el plano interno, ya que dichos productos no forman parte de la canasta alimentaria argentina-. Y conspiran contra el desarrollo integral del territorio reforzando la concentración macrocefálica, la industria ineficiente subsidiada por el campo y la construcción política clientelar, en los que tributaría injustamente el esfuerzo productivo agropecuario. Un buen impuesto a las ganancias, transparente, sofisticado y coparticipable, es infinitamente superior a cualquier retención.

La “renta agraria” es un concepto interesante para el análisis académico de otras épocas y otros países que, aunque usado ligeramente en el debate político argentino para “vestirlo” semánticamente, no tiene relación alguna con la fijación de aranceles móviles sobre la exportación de soja, los que en esencia implican la intervención directa sobre el precio de mercado de un producto (y sobre los derechos de sus dueños productores) sin respaldo constitucional, y sin ventajas sociales o económicas verificables.

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Mercado persa Así se conoce, en nuestro argot criollo, el cambalache en el que nada tiene precio y todo se regatea. Mecanismo comercial previo a la irrupción de la modernidad, lo único que lo sostiene es el interés recíproco de los contendientes, cada uno sabiendo lo que quiere defender y llegando –cuando se llega- a un acuerdo cuando las concesiones recíprocas alcanzan su límite. “Móviles, hasta el 50 %”... “fijas, al 35”... “móviles, con un tope del 39...” o “35 fijas, y hasta el 39 imputables a ganancias” ¿La ley?, ¿la Constitución? ... pues, bien, gracias. Ese mercado persa tiene un gran causante: la ausencia de un relato opositor coherente, con la coherencia y la convicción con que expresan el suyo los trasnochados –pero convencidos- voceros del gobierno (Pérsico, Ceballos, D’Elía, alguna diputada cuyo único mérito no es hablar de corrido sino ser “hija de desaparecidos” y puesta en una banca como tardía indemnización a su identidad robada y afortunadamente recobrada). Incoherencia y pequeños cálculos es lo que muestra el fragmentado discurso político opositor, cada uno expresado con el temor de no quedar pescado “infragranti” en alguna contradicción histórica. Y es que, quizás, la mayoría, en el fondo, no tiene en este aspecto tanta diferencia con la propuesta del gobierno, salvo en el decisivo asunto de no quedar pegado con el oficialismo frente a la sana rebelión popular. Es que el contradictorio no está bien planteado si se lo ubica en el escenario. El verdadero conflicto está en la violación del contrato constitucional por un escalón dirigencial histórico fiel a una ideología en la que muchos abrevaron, que justifica la transgresión a los límites constitucionales frente a lo que cada uno considere o haya considerado una “situación de excepción”. Eso no sería censurable, a condición de saber analizar la realidad con la mente abierta y la disposición a la comprensión del error. Quien esto escribe, alguna vez, hace muchos años, desde la política, sostuvo con honestidad la conveniencia de las retenciones. Aunque entonces fueran por corto lapso y bucaran neutralizar el efecto directo de una devaluación en el poder adquisito del salario, confiesa hoy su error, y sostiene que un análisis profundo indica la sustancial inequidad de semejante tributo. Esa inequidad se transforma en iniquidad en estos momentos, en el que el país podría dar un gran salto adelante incentivando su producción de alimentos, y se persiste en una gabela que aplasta la producción, a tono con una política fuera de época cuyo “mérito” (¡expresado con orgullo!...) es producir el “desacople” de nuestro sector más competitivo de una economía mundial en expansión, justamente traccionada por ese sector...

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Cálculos robustos indican que la retención actual, con los valores internacionales actuales de la soja y los actuales costos de producción implican una tasa implícita de impuesto a las ganancias del... ¡85,7 % para un pequeño productor que obtenga un “rinde” de 30 quintales por ha, y del 78 % para un productor grande que obtenga uno de 50! La tasa sigue siendo enorme (supera el 70 % en ambos casos) si al cálculo le reducimos el impuesto a las ganancias a un nivel 0. Es decir: aunque el productor no pagara impuesto a las ganancias, las retenciones le están confiscando más del doble de lo aceptado por la Corte como límite para no convertir una gabela en “confiscatoria” y caer en la sanción del artículo 17 de la Constitución Nacional. En el marco legal argentino, con el actual nivel de costos de producción y de precios internacionales, la única “retención” que no superaría ese límite sería una de aproximadamente 15 %, imputable a ganancias y en cuanto esas ganancias realmente existieran. Seguiría siendo inconstitucional, sin embargo, por su origen –delegación de facultes impositivas en el Ejecutivo- y por afectar las finanzas provinciales al reducir la masa coparticipable. Si esta tasa es pasmosa en cualquier economía –Chile tiene un impuesto a ganancias del 16%, Uruguay del 30, Estados Unidos e Italia, los más altos del mundo, 40 %-, se hace patética si vemos que en nuestro entorno regional Brasil acaba de aprobar fondos subsidiados por CIEN MIL MILLONES DE DÓLARES para incentivar su producción de alimentos, y Uruguay nos ha sobrepasado ya en exportación de carnes, sin tener retenciones y, por el contrario, promoviendo especialmente los insumos –fertilizantes, semillas y maquinarias- a los productores agropecuarios, a fin de impulsar su producción exportable. Y –contradiciendo el argumento oficial- sin que el precio de la carne para consumo interno se haya elevado, sino mantenido por el mercado en los mismos niveles que en Argentina.

Son, además, regresivas (golpean más a los pequeños que a los grandes en cerca de un 10 %), impulsan por ello la concentración de la producción en grandes capitales, y desestimulan cultivos alternativos. ¿Por qué estos argumentos no forman parte del discurso opositor? ¿Por qué no vemos masivamente a dirigentes del PRO, de la UCR o de la CC sosteniendo con claridad esa ilegalidad esencial de las retenciones, que destrozan el capital de trabajo, violan derechos de los ciudadanos, niegan las facultades constitucionales del Congreso y se apropian, también contra las normas expresas de la Constitución Nacional de recursos provinciales? Es entendible que la dirigencia del sector agropecuario acepte el debate del “mercado persa”. En última instancia, lo que le interesa en forma directa es defender a sus representados y eso no está mal. No es entendible, sin embargo, que las principales figuras opositoras no agreguen luz a este debate escapando del “corralito” de las transacciones, y reclamen,

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con claridad y transparencia, la vigencia integral de la Constitución Nacional, y en lugar de ese discurso cristalino se dediquen a inventar nuevas alquimias con que diferenciarse del gobierno, pero sin llegar al “extremo” de reconocer su ilegalidad. Claramente, no hay “retenciones” malas o buenas, según su nivel. Las retenciones son inconstitucionales. Aunque antes las hubiera aplicado Frondizi, Onganía, Perón, Alfonsín, de la Rúa o Duhalde. Como no hay “inflación” buena, cuando es poquita, y “mala” cuando es grande. No se puede ser “un poquito” ladrón y en consecuencia, estar éticamente “más” justificado o “menos” condenado. Así como la inflación implica apropiarse ilegítimamente de ingresos ajenos a través de la manipulación de la moneda y de los precios relativos, las retenciones implican apropiarse ilegítimamente de ingresos ajenos a través de un impuesto que el Estado no está facultado a aplicar, en el marco de esta Constitución Nacional. Aunque antes todos lo hubieramos hecho y casi todos lo hubieran aceptado. Simplemente, porque afectan derechos de los ciudadanos que éstos no han delegado en el Estado.

Hoy estamos pasando en limpio el país del futuro y empezando una nueva construcción nacional. Arreglemos los cimientos del edificio, según las normas, las buenas normas. Entremos al mundo sin intentar inventar la pólvora. Aprovechemos una situación internacional que nos permite crecer sin hacer trampas a los demás, y tampoco a nosotros mismos. En muy pocos años podríamos volver a estar entre los primeros, en lugar de seguir decayendo y neutralizándonos en discusiones sobre el pasado, o en el mercado persa del momento.

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Un partido para el cambio de modelo Las repetidas alusiones de la presidenta sobre las diferencias entre su “modelo” y el que presumiblemente defendería el campo la han llevado a insistir, en los últimos tiempos, en una nueva cantinela que comienza a ser reiterativa: la de instarlos a formar un partido político con ese fin. El razonamiento de la señora presidenta, sin embargo, enfoca la cuestión en forma equivocada. No se ha leído en ningún reclamo del campo un pedido de “cambio de modelo”, si por tal entendemos el establecido por las normas constitucionales que nos rigen. Y por el contrario, la sospecha más grande es que, quien quiere un cambio de “modelo” sin tener legitimidad para hacerlo, es la propia presidenta.

“¿Cómo es eso?!, increparía seguramente ella de inmediato. “¡si nosotros ganamos las elecciones!...”

Exacto. Ganaron las elecciones. Eso significa que compitieron por la administración del país en el marco establecido por la Constitución y las leyes. En su propuesta electoral en ningún momento reclamaron un “cambio de modelo”, y al asumir, juró “por Dios, la Patria y ante los Santos Evangelios” respetar y hacer respetar sus normas.

Entre esas normas, existe una que establece el procedimiento para su propia reforma: ella debe conocerlas, no sólo porque es abogada sino porque fue integrante de la Convención Reformadora de 1994.

Volvamos al razonamiento: la resolución de las retenciones, que tanto ruido ha hecho en los últimos tiempos, no tiene fundamento constitucional, es decir, fue dictada al margen del “modelo” de la Constitución. Esto, al parecer, no le interesa demasiado a muchos legisladores, ni siquiera a muchos gobernadores. Sin embargo, no forma parte de un acuerdo que deba gestarse entre los funcionarios, cualquiera sea su lugar en el organigrama público, porque no se trata de distribución de competencias entre ellos sino algo más trascendente: afecta al contrato fundamental entre el poder y los ciudadanos.

En nuestro sistema político, la base del poder es cada ciudadano. Todos los argentinos que ostenten esta categoría, en conjunto, forman “el pueblo”. Ese “pueblo”, por su ley fundamental, delega parcelas de su libertad originaria –“todos los hombres nacen libres e iguales...”- en el poder, bajo las condiciones que se establecen en la Constitución. Todas sus demás potestades y derechos quedan reservados por sus titulares originarios –los ciudadanos, como células básicas, y el “pueblo”, como entidad política que los abarca a todos-, por el artículo 32 de la Constitución.

Si el poder avanza sobre los derechos de los ciudadanos, se rompe el contrato constitucional, se rompe el “modelo”, como le gustaría decir a la señora presidenta.

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Los hombres de campo –y quienes los han acompañado en sus reclamos en estos meses- no están pidiendo que se cambie ese modelo. Por el contrario, su reclamo ha sido muy claro: quieren que se lo respete.

Y, al contrario, quien ha pretendido cambiar el “modelo” sin tener facultades legítimas para hacerlo, es la propia señora presidenta, a quien cabría reclamarle que, si realmente quiere cambiar el modelo vigente, que presente el proyecto de reforma constitucional estableciendo otras bases, las que integran su propuesta.

Podrá así, por ejemplo, proponer reformas que anulen la prohibición de la confiscatoriedad, pongan mayores límites al derecho de propiedad, reduzcan las facultades del Congreso y las transfirieran al Ejecutivo, dispongan que los Jueces no tienen independencia ni estabilidad cuando pierden la confianza del poder, limiten la libertad de prensa, concentren la capacidad de disposición de recursos en el poder ejecutivo nacional con el correlativo vaciamiento del federalismo, y hasta deroguen la imputabilidad de los funcionarios en casos corrupción, entre otras cosas.

Si los ciudadanos –y el “pueblo”- votan esas reformas, la señora presidenta tendrá legitimidad para seguir haciendo lo que hace, y –entonces sí- los hombres del campo y quienes los acompañan deberían formar una fuerza política para volver al “modelo” cuya vigencia efectiva hoy reclaman. Porque el que está vigente por la Constitución, no es el que se está aplicando por la presidenta.

No es, entonces, el campo, el que tiene hoy que formar un partido para cambiar un modelo con el que está conforme. Es la presidenta, que pretende cambiar ese “modelo” sin tener facultades para hacerlo, la que en todo caso debe hacerlo.

Entonces, señora presidenta: si quiere cambiar su modelo, pues forme usted un partido político, o utilice el que ya tiene, proponga su proyecto al Congreso, y si obtiene los 2/3 de cada Cámara, convoque a una Convención Constituyente para hacerlo.

Si no, limítese a lo que son sus facultades. Gobierne según las normas de la ley. Y respete a los ciudadanos, que son sus mandantes y no sus súbditos, cuando éstos, en legítima defensa de sus derechos, le piden –aún teniendo derecho a exigirlo- que cumpla usted con la Constitución que juró respetar.

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Raíces y presente del populismo

¿Es el populismo un mecanismo creado por el peronismo? Nada de eso. El populismo es una corriente cultural que hunde sus

raíces en lo profundo de la formación del imaginario colectivo argentino y latinoamericano. Buceando en el pasado, vemos su origen en la vieja conjunción entre el poder colonial y las autocracias precolombinas indigenistas. Para ambas la ley es una entelequia, la modernidad es una subversión y el orden constitucional una molestia.

Ese populismo se proyectó hasta nuestros días inmerso en diferentes formas de pensamiento, y aunque hoy su núcleo central está en el peronismo, no está limitado a él. Su principal influencia está instalada en el pensamiento de izquierda esclerosada que, aunque de origen marxista, subordina esta identidad intelectual al “entrismo” político en el movimiento que considera indisociable del sentimiento popular. El populismo vive igualmente, en diferentes grados, en partidos conservadores y aún en ramas del radicalismo, rozando algunas líneas socialistas. Pero, indiscutiblemente, ha hecho su nido principal en el peronismo.

El proceso de complicó a comienzos de los años 60 con la llegada del foquismo, impregnando al propio populismo y a militantes peronistas agredidos por la proscripción. Esa confluencia nefasta llevó a la muerte a miles de jóvenes impulsados por una política que respondía a la más pura “realpolitik” de la Guerra Fría, ubicando a la Argentina en un juego mundial al que sus intereses eran ajenos. El error abrió el camino al trágico proceso violento que culminó con los “años de plomo” y ríos de sangre en las calles. Perón mismo había abierto esa puerta, que luego se le revertiría en su segunda presidencia al hacerce evidente su hipócrita doble juego, propio –otra vez- de su esencial populismo. El proceso democrático iniciado en 1983 permitió a numerosos dirigentes peronistas de vocación institucional recuperar la dirección de esa fuerza. La “renovación peronista” encabezada por Cafiero, y luego el propio Menem, instalaron al peronismo como un protagonista central del juego democrático. Pero la crisis del 2001 despertó sus peores pesadillas y fantasmas ancestrales.

Lo mejor del peronismo se esfumó, y lo peor volvió en forma aluvional, recreando la estructura populista en su naturaleza expropiatoria más esencial, facilitada por dos elementos coyunturales que actuaron como pivote: la excelente recuperación de los precios internacionales agrarios, que le permitía disimular su expropiación parasitaria de ingresos agropecuarios, y la lascerante gravedad de la situacón social, utilizada como argumento desmatizado para transferir ingresos y construir poder sobre la base de la recreación del mecanismo “dádiva-subordinación”, inherente al populismo.

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El concepto colonial del “gobernador-propietario”, unido al cacicazgo violento-paternalista de las tolderías indias se instalaron en el presente, sumando, una vez más, a la vieja izquierda entrista, más esclerosada que nunca. De esta conjunción emergió el “kirchnerismo”, extraña simbiosis entre discurso de izquierda y práctica populista que alteró los términos tradicionales de la ecuación de poder de otras veces, aunque en una impregnación recíproca que desnaturalizaría aún sus ilusiones transformadoras más rudimentarias.

En otras épocas, la izquierda entrista vinculó su suerte al peronismo, y resultó usada por éste. En este caso, los términos se invirtieron, y el peronismo pareciera ser el usado, pero en realidad es sólo una ilusión: su influencia populista fue mayor. Impregnó a la izquierda entrista de lo peor de sus prácticas –patoteras, violentas, antiéticas, incoherentes- y a lo peor de su funcionamiento político –las presiones, los aprietes, la subordinación a la corporación sindical y al uso del poder como forma descarnada de acumulación económica personal-. Y la alejó de sus esencias modernizadoras: democracia, tolerancia, racionalidad, respeto a las diferencias, honestidad, vigencia del estado de derecho, disposición constante al debate abierto y creador, coherencia. Esa izquierda esclerosada no ha descubierto aún a Lula, Bachelet, Tabaré y Felipe González. O al propio Rodríguez Zapatero. Populismo no es lo mismo que socialismo. Este último, subproducto potente de la modernidad, supone la creciente socialización de los medios de producción. En ese proceso, la “plusvalía”, riqueza que –en la cosmogonía marxista- el trabajador genera para el capitalista, es limitada por leyes sociales, salariales e impositivas originadas muchas veces en reclamos socialistas en el marco del estado de derecho, apoyado en la soberanía popular. De esta forma, la naturaleza “expoliadora” del capitalista vuelve a revertirse hacia quienes generan esa riqueza con su trabajo. Es el mecanismo virtuoso de las sociedades democráticas desarrolladas.

El populismo, por el contrario, no asume la responsabilidad de generar riqueza, sino que recurre a la más directa forma medioeval de la apropiación lisa y llana. No es moderno, es pre-moderno. No le interesa crear bienes y servicios, sino apropiarse de los que crean otros. La ética del socialismo es la libertad y la justicia. La ética del populismo es la del relativimo moral. Los socialistas son revolucionarios, y en tanto tales, reivindican el dialéctico avance de la humanidad, en escalones sucesivos, hacia un mundo más perfecto. Los populistas son esencialmente ladrones, y no reivindican ningún avance social coherente que trascienda el momento. Los socialistas apoyan su construcción teórica en el trabajo creador, acción suprema de la dignidad humana. Los populistas, en su rapiña para financiar

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el ocio, la conformacion de fuerzas de choque o la construcción de un poder clientelar sin virtudes democráticas.

El capitalismo y el socialismo conviven en la modernidad, que les provee de instrumentos de mediación para procesar sus conflictos y acordar equilibrios transitorios. El populismo, por el contrario, odia a la modernidad, a la limitación al puro poder que implica respetar las leyes, la igualdad de todos ante el orden jurídico, la división de los poderes, la libertad de expresión, de conciencia y de prensa, y la opinión diferente.

La modernidad no admite faltarle el respeto al ciudadano, que es su creación intelectual y su razón de ser. Para el populismo, el ciudadano es una entelequia molesta para lograr su cometido, una creación extranjerizante que con gusto desterraría hasta del lenguaje. En el fondo del drama argentino está la impregnación populista de su discurso y su praxis política. Los “K”, con sus incoherencias discursivas y angurria desbordada han llegado a un nivel orgiástico, pero no son los únicos. Se apoyan en un sistema de creencias conspirativas, análisis rudimentarios, maniqueísmos arcaicos, complejos de inferioridad y predisposición a la violencia –normalmente verbal, aunque en ocasiones con dramáticas consecuencias, como los golpes de Estado, las policías bravas, la masacre de Ezeiza, los atentados terroristas de los 70 y la represión ilegal que los siguió- de alcance más general, que ha impedido la entrada de la Argentina al mundo moderno. En esa lucha, entrando en el siglo XXI, aún estamos.

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INDICE Lo bueno y lo malo 3 Los dos caminos 5 Las consecuencias del populismo clientelista 9 Nadando en aguas negras 13 El cambio de año 17 Humanitario... pero asqueante 21 Imaginar lo inimaginable... pero posible 23 Todavía está a tiempo 25 La calidad institucional y el gran hermano de Moreno 27 Esperando el tren bala 29 Cristina atrasa, el país se descalabra, K acumula... 31 Responsabilidad 35 ¿Le tocará ahora a la ley de gravedad? 39 La oposición 41 La inflación ya está instalada 43 Jubilados, inflación y aportantes 45 De costos, precios y licenciados a medias 47 El vacío... o la desfachatez 51 De “realities” presidenciales 53 De “aristócratas” que indignan 55 Cristina, Kelsen y las retenciones 57 Los jóvenes, protagonistas del día 61 Las retenciones son inconstitucionales 63 “Presidenta, ¿por qué lo hace tan dificil?” 67 La abogada presidenta, el rigor intelectual y la distribución del ingreso 71 Juntitos, juntitos 77 Rumbo de colisión 79 Señor Kirchner, a usted no lo votó nadie 83 Tiempo de inflexión 87 Señora presidenta... ¿y el rigor intelectual? 91 Cumbre de Lima – Cristina se sacó el gusto 95 Responsables o autoexcluidos 99 Se agota el proyecto K-K. ¿Se viene el peronismo? 101 Imagen, rumores y crisis 103 El guiness de Cristina 107 Por favor, señora presidenta, ¡reaccione! 109 ¿Horas finales? 113 La renta de la tierra 115 Mercado persa 119 Un partido para el cambio de modelo 123 Raíces y presente del populismo 125

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En tiempos de Kristina – El primer semestre Copyright © 2008 por Ricardo Lafferriere

ISBN 978-1-4357-4180-5 [email protected]

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