Endimyon

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Endymion Dan Simmons Ttulo original: Endymion Traduccin: Carlos Gardini 1 Ests leyendo esto por razones equivocadas. Si ests leyendo para averiguar cmo es hacer el amor con una mesas -nuestra mesas-, no contines, porque no eres ms que un mirn. Si ests leyendo porque admiras los Cantos del viejo poeta y sientes curiosidad po r saber qu pas luego en la vida de los peregrinos de Hyperion, quedars defraudado. No s qu sucedi con la mayor parte de ellos. Vivieron y murieron casi tres siglos antes de que yo naciera. Si ests leyendo porque deseas comprender mejor el mensaje de La Que Ensea, tambin puedes quedar defraudado. Confieso que ella me interesaba ms como mujer que como maestra o mesas. Por ltimo, si ests leyendo para descubrir el destino de ella o aun el mo, te has equivocado de documento. Aunque los destinos parecen tan ciertos, yo no estaba c on ella cuando alcanz el suyo, y el mo aguarda su acto final mientras escribo estas palabras. Me sorprendera que hubiera alguien leyendo esto, pero no sera la primera vez en mi vida que me llevo semejante sorpresa. Los ltimos aos han sido una sucesin de improbabilidades, cada cual ms maravillosa y aparentemente ms inevitable que la anterior. Escribo esto para compartir esos recuerdos. Tal vez ni siquiera para compartirlos, pues s que es muy probable que nadie encuentre el documento que est oy creando, sino tan slo escribo para a aclarar los sucesos de tal manera que pueda estructurarlos en mi mente. "Cmo s lo que pienso hasta no ver lo que digo?", escribi un autor anterior a la Hgira. Precisamente. Debo ver estas cosas para saber qu pienso de ellas. Debo ver los sucesos en tinta y las emociones en letras de molde para creer que realmente me sucedieron y me afectaron. Si ests leyendo esto por la misma razn por la que yo estoy escribiendo, para impon er algn orden al caos de los ltimos aos, para estructurar esa serie de sucesos aleator ios que han regido nuestras vidas durante las ltimas dcadas estndar, entonces quizs ests leyendo por la razn correcta, a pesar de todo. Dnde empezar? Una sentencia de muerte, tal vez. Pero cul? La de ella o la ma? Y si es la ma, cul de ellas? Hay varias para escoger. Tal vez la adecuada sea sta, la definitiva. Escribo esto en una caja de gato de Schrdinger, en rbita de Armaghast, un mundo en cuarentena. La caja no es una caja, sino un ovoide liso de seis metros por tres. Ser mi mundo hasta el final de mi vida. El interior de mi mundo es una celda austera qu e consiste en una caja negra que recicla el aire y los desperdicios, mi litera, el sintetizador de alimentos, un estrecho mostrador que me sirve de mesa y escritorio y un inodo ro, fregadero y ducha, situados detrs de un tabique de fibroplstico por razones de dec oro que se me escapan. Aqu nadie me visitar nunca. La intimidad parece una broma hueca . Tengo una pizarra de texto y una pluma. Al terminar cada pgina, la transfiero a u

n micropergamino generado por el reciclador. Da a da, el lento amontonamiento de est as pginas delgadas como hostias es el nico cambio visible en mi entorno. El recipiente de gas venenoso no est a la vista. Est situado en el casco esttico-dinmico de la caja, conectado con el filtro de aire de tal modo que todo intento de tocarlo, al igual que todo intento de romper el casco, hara escapar el cianuro. El detector de radiacin, su temporizador y el elemento isotpic o tambin estn fusionados con la energa congelada del casco. No s cundo el temporizador aleatorio activa el detector. No s cundo el mismo elemento aleatorio abre el escudo de plomo del diminuto istopo. No s cundo el istopo arroja una partcula. Pero sabr que el detector est activado en el instante en que el istopo arroje una partcula. Oler ese aroma de almendras amargas un par de segundos antes de que el gas me mate. Espero que slo sean un par de segundos. Tcnicamente, segn el antiguo enigma de la fsica cuntica, ahora no estoy muerto ni vivo. Estoy en ese estado de suspensin consistente en ondas de probabilidad superpuestas y antao reservado para el gato del experimento mental de Schrdinger. Como el casco de la caja es prcticamente una energa preparada para estallar a la menor intrusin, nadie mirar dentro para ver si estoy muerto o vivo. Tericamente, na die es directamente responsable de mi ejecucin, dado que las inmutables leyes de la t eora cuntica me indultan o condenan a cada microsegundo. No hay observadores. Pero yo soy un observador. Estoy esperando el colapso de las ondas de probabilid ad con algo ms que un mero inters distante. En el instante en que oiga el siseo del gas d e cianuro, antes de que llegue a mis pulmones, mi corazn y mi cerebro, sabr qu camino ha escogido el universo para ordenarse. Al menos, lo sabr en lo que a m concierne. En definitiva, es el nico aspecto de la resolucin del universo que nos concierne a la mayora. En el nterin duermo, como, elimino desechos, respiro y sigo el ritual cotidiano d e lo olvidable. Lo cual es irnico, pues en este momento vivo -siempre que "vivir" sea la expresin correcta- slo para recordar. Y para escribir lo que recuerdo. Si ests leyendo esto, sin duda lo haces por razones equivocadas. Pero, como suced e con tantas cosas en la vida, la razn para hacer algo no es lo importante. Lo que permanece es el hecho de hacerlo. Al fin y al cabo, lo nico importante es el dato incuestionable de que yo he escrito esto y t lo ests leyendo. Dnde comenzar? Con ella? Ella es la que te interesa y es la nica persona de mi vida a quien deseo recordar por encima de todo y de todos. Pero quiz debera comenzar po r los sucesos que me condujeron a ella y luego aqu, recorriendo gran parte de esta galaxia y mucho ms. Creo que empezar por el principio, por mi primera sentencia de muerte. 2 Mi nombre es Raul Endymion. Mi nombre de pila rima con Paul. Nac en el mundo de Hyperion, en el ao 693 de nuestro calendario local, o el 3099, segn el calendario anterior a la Hgira, o 247 aos despus de la Cada, segn la mayora calcula el tiempo en la era de Pax. Se ha dicho que cuando viaj con La Que Ensea yo era pastor, y es verdad. O casi. M is

parientes se ganaban la vida como pastores itinerantes en los brezales y prados de las regiones ms remotas del continente de Aquila, donde me cri, y a veces cuidaba ovej as cuando nio. Recuerdo esas noches serenas bajo los estrellados cielos de Hyperion como una poca agradable. A los diecisis aos (por el calendario de Hyperion) hu de mi casa y me alist como soldado de la Guardia Interna controlada por Pax. Recuerdo l a mayor parte de esos tres aos como tediosos y rutinarios, con la ingrata excepcin d e los tres meses que me enviaron al casquete de hielo de la Garra para luchar contra l os indgenas durante el levantamiento de Ursus. Cuando obtuve la baja, trabaj como cuidador y fullero en uno de los casinos ms srdidos de Nueve Colas, fui como barqu ero en los confines del Kans durante dos temporadas de lluvia y estudi de jardinero e n algunas fincas del Pico bajo los auspicios del artista Avrol Hume. Pero "pastor" deba sonar mejor para los cronistas de La Que Ensea cuando lleg el momento de mencionar la ocupacin anterior de su discpulo ms cercano. "Pastor" tiene una connotacin gratamente bblica. No objeto el ttulo de pastor. Pero en esta historia aparecer como un pastor cuyo r ebao consista en una oveja infinitamente importante. Y la perd en vez de encontrarla. En la poca en que mi vida cambi para siempre y esta historia comienza de veras, yo tena veintisiete aos, era alto por ser nativo de Hyperion, notable por pocas cosas excepto el grosor de los callos de mis manos y mi amor por las ideas extravagant es, y trabajaba como gua de cazadores en los marjales de la baha de Toschahi, cien kilmetros al norte de Puerto Romance. Para entonces haba asimilado algunas cosilla s sobre el sexo y muchas cosas sobre armas, haba descubierto de primera mano el pod er que ejerce la codicia en los asuntos de hombres y mujeres, haba aprendido a usar los puos y mi poco seso para sobrevivir, senta curiosidad por muchas cosas, y la nica certeza que tena era que el resto de mi vida no me reservara grandes sorpresas. Era un idiota. Casi todo lo que era yo en ese otoo de mis veintiocho aos se puede describir con negativos. Nunca haba estado fuera de Hyperion y nunca haba pensado en viajar a otros mundos. Haba estado en catedrales de la Iglesia, por supuesto; aun en las regiones remotas adonde haba huido mi familia despus del saqueo de la ciudad de Endymion, un siglo antes, Pax haba extendido su influencia civilizadora, pero yo no haba aceptado el catecismo ni la cruz. Haba estado con mujeres, pero nunca me haba enamorado. Salvo por la tutela de mi abuela, haba sido autodidacta y me haba educa do con libros. Lea vorazmente. A los veintisiete aos crea saberlo todo. No saba nada. As fue que en el otoo de mis veintiocho aos, feliz en mi ignorancia y totalmente convencido de que nada importante cambiara nunca, comet el acto que me valdra una sentencia de muerte e iniciara mi vida real. Los marjales de la baha de Toschahi son peligrosos e insalubres, y no han cambiado desde mucho antes de la Cada, pero cientos de cazadores ricos -entre ellos muchos forasteros- vienen aqu t odos los aos por los patos. La mayora de los protonades perecieron rpidamente una vez que fueron regenerados y liberados de la nave semillera siete siglos antes, pues no

pudieron adaptarse al clima de Hyperion o fueron cazados por depredadores indgena s, pero algunos patos sobrevivieron en los marjales del norte de Aquila. Y los caza dores venan. Y yo los guiaba. Cuatro de nosotros operbamos desde una abandonada plantacin de fibroplstico, situada en una angosta franja de esquisto y lodo entre los marjales y un tributa rio del ro Kans. Los otros tres guas se concentraban en la pesca y la caza mayor, pero yo te na la plantacin y la mayora de los marjales para m durante la temporada de los patos. Los marjales eran una zona pantanosa y semitropical que consista principalmente en espesos matorrales de chalma, bosques de raralea y templados bosquecillos de prometeos gigantes en las zonas rocosas que haba por encima de la pradera aluvial , pero durante los frescos, secos y difanos das de principios del otoo, los patos se detenan all durante su migracin desde las islas del sur hacia los lagos de las regi ones ms remotas de la meseta del Pin. Despert a los cuatro "cazadores" una hora y media antes del alba. Haba preparado u n desayuno de jamn, tostadas y caf, pero los cuatro obesos empresarios mascullaban insultos mientras lo engullan. Tuve que recordarles que revisaran y limpiaran sus armas: tres portaban escopetas, y el cuarto cometi la tontera de llevar un antiguo rifle energtico. Mientras ellos coman y rezongaban, yo me qued atrs de la cabaa con Izzy, la perdiguera labrador que tena desde que ella era cachorra. Izzy saba que ba mos a cazar, y haba que acariciarle la cabeza y el cuello para calmarla. Asomaban las primeras luces cuando nos fuimos de aquella plantacin cubierta de malezas en un esquife de suelo chato. Radiantes espejines aleteaban entre oscuro s tneles de ramas y por encima de los rboles. Los cazadores -M. Rolman, M. Herrig, M . Rushomin y M. Poneascu- permanecan sentados en los bancos mientras yo impulsaba e l esquife. Izzy y yo estbamos separados de ellos por una pila de flotadores, cuyo f ondo curvo an mostraba la tosca textura del hollejo de fibroplstico. Rolman y Herrig us aban costosos ponchos camalenicos, aunque no activaron el polmero hasta que estuvimos en las profundidades del pantano. Les ped que bajaran la voz cuando nos aproximam os a los marjales de agua dulce donde se posaran los patos. Los cuatro me miraron co n cara de pocos amigos, pero obedecieron y pronto se callaron. La luz era muy intensa cuando detuve el esquife a poca distancia del blanco y pr epar los flotadores. Me calc mis remendadas botas impermeables y me met en el agua, que me llegaba hasta el pecho. Izzy se inclin en la borda con ojos ansiosos, pero le hic e una sea para evitar que saltara. Ella vacil pero se qued donde estaba. -Su arma, por favor -le dije a Poneascu, el primer hombre. Estos cazadores de una vez al ao tenan bastantes problemas para conservar el equilibrio mientras se metan en los pequeos flotadores, y yo no confiaba en que supieran aferrar sus escopetas. Les haba pedido que mantuvieran la cmara vaca y el seguro puesto, pero cuando Poneascu me entreg su arma, el indicador de la cmara estaba en rojo, mostrando que estaba cargada y que el seguro no estaba puesto. Expuls la bala, puse el seguro, apoy

el arma en la funda impermeable que llevaba sobre los hombros y estabilic el flot ador mientras el corpulento hombre bajaba del esquife. -Vuelvo enseguida -les murmur a los otros tres, y me abr paso entre frondas de cha lma, arrastrando el flotador: Habra podido permitir que los cazadores llevaran sus flo tadores hasta el sitio que ellos escogieran, pero el marjal estaba plagado de lodoquiste s que succionaran el remo chupndose al remador, y poblado por mosquitos drcula del tamao de globos que se complacan en caer desde las ramas, decorados con serpentinas, que parecan frondas de chalma para los incautos, y erizados de espin as que podan atravesar un dedo. Haba otras sorpresas para los visitantes primerizos. Adems, la experiencia me haba enseado que la mayora de esos cazadores de fin de semana pona los flotadores de tal modo que se disparaban entre s en cuanto apareca la primera bandada de patos. Era mi trabajo impedir que eso ocurriera. Dej a Poneascu en medio de una mata de frondas, con una buena vista de la orilla sur. Le mostr dnde colocara los dems flotadores, le dije que observara desde dentro por la ranura de la lona del flotador y que no empezara a disparar hasta que todos e stuvieran en posicin, y me fui a buscar a los otros tres. Dej a Rushomin veinte metros a la derecha del primer hombre, encontr un buen sitio cerca de la caleta para Rolman y fui a buscar al hombre que empuaba ese estpido rifle energtico, M. Herrig. El sol saldra a los diez minutos. -Joder, al fin te acuerdas de m -rezong el gordo cuando regres. Ya se haba metido en el flotador; tena los pantalones de tela camalenica mojados. Las burbujas de metano que haba entre el esquife y la desembocadura de la caleta indicaban un gran lodoquiste, as que yo tena que andar muy cerca de los bajos cada vez que iba o vena. -Joder, no te pagamos para que pierdas el tiempo -gru, mascando un grueso cigarro. Asent, estir la mano, le arranqu el cigarro encendido de entre los dientes y lo arr oj a cierta distancia del quiste. Tenamos suerte de que las burbujas no se hubieran encendido. -Los patos huelen el humo -le dije, ignorando su expresin colrica y boquiabierta. Me calc el arns y llev el flotador hasta el marjal abierto, abriendo una senda con el pecho entre las algas rojas y anaranjadas que haban vuelto a cubrirla superficie desde mi ltimo viaje. M. Herrig acarici su costoso e inservible rifle energtico y me fulmin con la mirada . -Muchacho, cuida esa condenada bocaza o yo la cuidar por ti -dijo. Su poncho y su blusa de caza estaban entreabiertos y pude ver el destello de la doble cruz de oro de Pax que le colgaba del cuello y la cua roja de un cruciforme real sobre el pecho. M. Herrig era un cristiano renacido. No dije nada hasta que dej su flotador a la izquierda de la caleta. Ahora estos c uatro expertos podan disparar hacia el lago sin temor a matarse entre s. -Cbrase con la lona y mire por el agujero -dije, desatando la cuerda de mi arns y sujetndola a una raz de chalma. M. Herrig gru pero dej la lona de camuflaje plegada sobre las varillas del domo. -No dispare hasta que haya sacado los seuelos -dije. Le indiqu las dems posiciones de tiro-. Y no dispare hacia la caleta. Yo estar en el esquife. M. Herrig no respondi.

Me encog de hombros y regres al esquife. Izzy estaba sentada donde yo le haba ordenado, pero por sus msculos tensos y sus ojos relucientes not que en espritu brincaba como un cachorro. Sin subirme al esquife, le acarici el pescuezo. -Tan slo unos minutos, muchacha -susurr. Liberada de su orden, corri a proa mientras yo empezaba a arrastrar el esquife ha cia la caleta. Los radiantes espejines haban desaparecido, y las estras de las lluvias de meteori tos se disipaban mientras la luz del alba se solidificaba en un fulgor lechoso. La sinf ona de ruidos de insectos y graznidos de anfisbandas a lo largo de los bajos fue reempla zada por el gorjeo de los pjaros y el bufido ocasional de un agujn inflando su saco. En el este el cielo adquira su color lapislzuli diurno. Empuj el esquife hasta las frondas, le indiqu a Izzy que se quedara en la proa, sa qu cuatro seuelos de abajo de los bancos. Haba una delgada ptina de hielo en la orilla , pero el centro del marjal estaba despejado, y empec a colocar los seuelos, activndolos a medida que los dejaba. El agua nunca me cubra por encima del pecho. Acababa de regresar al esquife y de tenderme junto a Izzy, al amparo de las fron das, cuando llegaron los patos. Izzy los oy primero. Se puso tiesa e irgui el hocico co mo si los oliera en el viento. Un segundo despus lleg el susurro de las alas. Me inclin h acia delante y atisb por el crujiente follaje. En el centro del lago los seuelos nadaban y se alisaban las plumas. Uno de ellos arque el cuello y grazn mientras los patos reales se hacan visibles por encima de la arb oleda del sur. Tres patos se apartaron de la bandada, extendieron las alas para frenar y descendieron hacia el marjal deslizndose por rales invisibles. Sent la emocin que siempre siento en esos momentos; se me cierra la garganta y mi corazn palpita, se detiene un instante y luego me duele. Haba pasado la mayor part e de mi vida en regiones remotas, observando la naturaleza, pero la contemplacin de ta nta belleza siempre tocaba algo tan profundo que no tena palabras para ello. Junto a m, Izzy segua tiesa como una estatua de bano. Estallaron los disparos. Los tres cazadores con escopetas dispararon de inmediato y siguieron disparando sin cesar. El rifle ene rgtico hendi el marjal con su rayo, la angosta asta de luz violeta claramente visible en la bruma de la maana. El primer pato debi de recibir dos o tres impactos al mismo tiempo: se parti en un a explosin de plumas y vsceras. El segundo pleg las alas y cay, despojado de su gracia y su belleza por los balazos. El tercero se desliz a la derecha, se recobr justo e ncima del agua y alete tratando de elevarse. El haz energtico lo persigui, cortando hojas y ramas como una hoz silenciosa. Las escopetas rugieron de nuevo, pero el pato par eci

prever adnde apuntaran. El ave descendi hacia el lago, se lade a la derecha y vol en lnea recta hacia la caleta. En lnea recta hacia donde estbamos Izzy y yo. El ave volaba a dos metros del agua. Bata las alas con mpetu, consagrando todas su s fuerzas a la fuga, y comprend que volara bajo los rboles, atravesando la abertura d e la ensenada. Aunque en su inusitada trayectoria el ave haba pasado entre diversas posiciones de tiro, los cuatro hombres seguan disparando. Us la pierna derecha para alejar el esquife de las ramas que lo ocultaban. -Alto el fuego! -grit con la voz perentoria que haba adquirido durante mi breve car rera de sargento en la Guardia Interna. Dos de los hombres obedecieron. Una escopeta y el rifle energtico siguieron disparando. El pato ni se inmut cuando pas a un metro del esquife. Izzy tirit y abri la boca sorprendida mientras el pato aleteaba a poca distancia. La escopeta no volvi a disparar, pero vi que el haz violeta henda la bruma patinando hacia nosotros. Grit y arrastr a Izzy entre los bancos. El pato escap del tnel de ramas de chalma y bati las alas para elevarse. De repente el aire oli a ozono, y una recta lnea de llamas cort la popa del bote. Me aplast contra el fondo del esquife, aferrando el collar de Izzy y acercndola a m. El rayo violeta pas a un milmetro de dedos agarrotados y del collar de Izzy. Vi el breve destello de una mirada inquisitiva en los entusiastas ojos de Izzy, que intent ap oyarme la cabeza en el pecho como cuando era cachorra y peda perdn. Con ese movimiento, la cabeza y el tramo de pescuezo que estaban encima del collar se desprendieron del cuerpo y cayeron por la borda con un chapoteo blando. Yo todava le sostena el coll ar, con su cuerpo encima de m y sus patas delanteras temblando contra mi pecho. Un giser de sangre me ba desde las arterias del pescuezo cercenado, y rod a un costado, apartando el cuerpo trmulo y decapitado de mi perra. Su sangre era tibia y saba a cobre. El haz energtico atac de nuevo, cort una gruesa rama de chalma a un metro del esquife y se apag como si nunca hubiera existido. Me incorpor y mir a M. Herrig. El gordo estaba encendiendo un cigarro; tena el rifl e energtico sobre las rodillas. El humo del cigarro se mezclaba con las volutas de niebla que an ondeaban sobre el marjal. Me met en el agua. La sangre de Izzy todava caracoleaba en torno de m mientras me acercaba a M. Herrig. Levant el rifle y se lo apoy en el pecho. Habl apretando el cigarro entre los dient es. -Bien, vas a buscar los patos que cac o los dejars flotar por ah hasta que se pud...? Aferr el poncho del gordo con la mano izquierda y lo tir hacia delante. l intent alz ar el rifle, pero yo lo cog con la mano derecha y lo arroj hacia el marjal. Herrig grit a lgo, su cigarro cay en el flotador, y yo lo arranqu del taburete y lo met en el agua. Sali carraspeando y escupiendo algas. Le di un puetazo en la boca. Sent que la piel de los nudillos se me resquebrajaba mientras le parta varios dientes. Cay hacia atrs, se golpe la cabeza contra el armazn del flotador con un ruido hueco, se hundi de nuevo

. Esper a que su gordo rostro emergiera como el vientre de un pescado muerto y volv a hundirlo, mirando las burbujas mientras l braceaba y agitaba en vano las manos fo fas. Los otros tres cazadores se pusieron a gritar desde sus puestos. No les prest ate ncin. Cuando Herrig baj las manos y el chorro de burbujas se redujo a un hilillo, lo so lt y retroced. Por un momento pens que el gordo no saldra, pero emergi con un estallido y aferr el borde del flotador. Vomit agua y algas. Le di la espalda y me volv hacia l os dems. -Es todo por hoy -dije-. Dadme vuestras armas. Vamos a regresar. Abrieron la boca para protestar; me miraron a los ojos, vieron mi rostro manchad o de sangre y me entregaron sus escopetas. -Lleva a tu amigo -le dije al ltimo hombre, Poneascu. Llev las armas hasta el esqu ife, las descargu, guard las escopetas en el compartimiento impermeable de la proa y ll ev las cajas de municiones a popa. El cuerpo decapitado de Izzy ya haba empezado a endurecerse cuando lo arroj por la borda. El fondo del esquife estaba baado en su sangre. Regres a popa, guard las municiones y me apoy en la prtiga. Los tres cazadores regresaron en sus flotadores, remando torpemente y arrastrand o el flotador donde M. Herrig yaca despatarrado. El gordo an colgaba de costado, el ros tro plido. Subieron al esquife y trataron de subir los flotadores. -Dejadlos -dije-. Atadlos a esa raz de chalma. Ms tarde vendr a buscarlos. Soltaron los flotadores y subieron a M. Herrig a bordo como si fuera un pez obes o. Slo se oa el despertar de las aves e insectos del marjal y los continuos vmitos de Her rig. Cuando el gordo estuvo a bordo, los otros tres se sentaron y murmuraron. Emprend el regreso hacia la plantacin mientras el sol disipaba los ltimos vapores que cubran l as oscuras aguas. Y all pudo haber terminado todo. Pero no fue as. Yo preparaba el almuerzo en la primitiva cocina cuando Herrig sali de la barraca con un rechoncho lanzadardos militar. Esas armas eran ilegales en Hyperion; Pax no perm ita que nadie las portara, excepto la Guardia. Vi la cara blanca y alarmada de los otros tres cazadores mirando desde la puerta de la barraca mientras Herrig entraba en la cocina aureolado por una bruma de whisky. El gordo no pudo resistir el impulso de darme un breve y melodramtico discurso an tes de matarme. -Condenado y pagano hijo de perra... -empez, pero no esper para escuchar el resto. Me lanc hacia delante mientras l disparaba desde la cadera. Seis mil dardos de acero destrozaron el horno, la olla donde yo estaba preparand o el guisado, el fregadero, la ventana y los estantes y cacharros. Fragmentos de comi da, plstico, porcelana y vidrio llovieron sobre mis piernas mientras yo me arrastraba bajo la mesa y aferraba las piernas de Herrig, que se haba inclinado sobre la mesa para

rociarme con una segunda andanada. Cog los tobillos del gordo y tir. Cay estrepitosamente de espaldas, sacudiendo una dcada de polvo de los tablones. Me encaram a sus piernas, asestndole un rodillazo en la ingle, y le aferr la mueca para arrebatarle el arma. Empuaba la cul ata con fuerza; an apoyaba el dedo en el gatillo. El cargador gimi mientras otro cartu cho se instalaba en su sitio. Ol el aguardentoso aliento de Herrig mientras l me encaonaba con una sonrisa triunfal. Le pegu en la mueca, obligndole a poner el arma bajo su papada. Nuestros ojos se encontraron un instante, hasta que su forcejeo le hizo halar el gatillo. Ense a otro cazador a usar la radio de la sala, y un deslizador de Pax se pos en el prado al cabo de una hora. Slo haba una docena de deslizadores en funcionamiento e n el continente, as que la vista del negro vehculo de Pax impona respeto. Me sujetaron las muecas, me pegaron un prtatebien cortical en la sien y me llevaro n al compartimiento de popa. Me qued all, sudando en la caliente caja, mientras forense s de Pax usaban pinzas diminutas para tratar de arrancar todas las esquirlas del crneo y el tejido cerebral de M. Herrig del suelo y la pared. Una vez que interrogaron a lo s dems cazadores y hallaron todo lo que se poda hallar de M. Herrig, cargaron el cadver a bordo mientras yo miraba por la percudida ventanilla de Perspex. Las hlices gimie ron, los ventiladores arrojaron una bocanada de aire fresco cuando cre que ya no podra respirar, y el deslizador se elev, sobrevol la plantacin y se dirigi a Puerto Romanc e. Mi juicio se celebr seis das despus. Rolman, Rushomin y Poneascu declararon que yo haba insultado a M. Herrig en el viaje al marjal y all lo haba atacado. Destacaron que la perra haba muerto en el jaleo que yo haba provocado. De vuelta en la plantacin, yo haba empuado ese lanzadardos ilegal y haba amenazado con matarlos a todos. Herrig haba intentado arrebatarme el arma. Yo le haba disparado a quemarropa, despedazndole la cabeza. Herrig fue el ltimo en declarar. Conmocionado y plido a tres das de su resurreccin, vestido con traje oscuro y capa de negocios, confirm con voz trmula el testimonio de los dems y describi mi brutal ataque. Mi defensor, designado por el tribunal, no l o interrog. Siendo cristianos renacidos en buenos tratos con Pax, esos cuatro no te nan obligacin de declarar bajo la influencia de la droga de la verdad o cualquier otr a forma de verificacin qumica o electrnica. Yo me ofrec para someterme a la droga o al sondeo pleno, pero el fiscal aleg que esos artificios eran irrelevantes, y el juez aprob ado por Pax dio su acuerdo. Mi defensor no present una protesta. Fue un juicio sin jurado. El juez tard menos de diez minutos en llegar a un vered icto. Yo era culpable y fui sentenciado a ser ejecutado con una vara de muerte. Solicit que la ejecucin se demorase hasta que pudiese avisar a mi ta y mis primos d el norte de Aquila para que me visitaran por ltima vez. Mi solicitud fue denegada. L a hora de la ejecucin se fij para la madrugada del da siguiente. 3

Un sacerdote del monasterio Pax de Puerto Romance fue a visitarme esa noche. Era un hombre de cabello ralo, un to menudo, nervioso y un poco tartamudo. Una vez en la sala de visitas, que no tena ventanas, se present como el padre Tse y pidi a los guardia s que se marcharan. -Hijo mo -dijo, y sent ganas de sonrer, pues el sacerdote aparentaba mi edad-, hijo mo... ests preparado para maana? Perd las ganas de sonrer. Me encog de hombros. El padre Tse se mordi el labio. -No has aceptado a Nuestro Seor... -dijo con voz tensa de emocin. Quise encogerme de hombros otra vez, pero opt por hablar. -No he aceptado el cruciforme, padre. Quiz no sea lo mismo. Sus ojos castaos eran insistentes, suplicantes. -Es lo mismo, hijo mo. Nuestro Seor nos ha revelado esto. Call. El padre Tse dej su misal y me toc las muecas amarradas. -Si te arrepientes esta noche y aceptas a Jesucristo como tu salvador personal, tres das despus de maana te levantars para vivir de nuevo en la gracia del perdn de Nuestro Seor. -No pestae-. Lo sabes, verdad, hijo mo? Lo mir a los ojos. Un prisionero de la celda contigua se haba pasado las tres ltimas noches gritando. Me senta muy fatigado. -S, padre. S cmo funciona el cruciforme. El padre Tse neg enfticamente con la cabeza. -El cruciforme no, hijo mo. La gracia de Nuestro Seor. Asent. -Usted ha experimentado la resurreccin, padre? El sacerdote agach la cabeza. -Todava no, hijo mo. Pero no temo ese da. -Me mir de nuevo-. Y t tampoco debes temer. Cerr los ojos un instante. Haba estado pensando en esto cada minuto de los ltimos seis das y noches. -Mire, padre, no quiero ofender, pero hace unos aos tom la decisin de no someterme al cruciforme, y creo que no es el momento apropiado para cambiar de opinin. El padre Tse me clav sus ojos brillantes. -Cualquier momento es apropiado para aceptar a Nuestro Seor, hijo mo. Despus de la madrugada de maana no habr ms tiempo. Tu cadver ser sacado de este lugar y arrojado al mar como alimento para los peces carroeros... Esta imagen no era nueva para m. -S. Conozco la pena para un homicida que no se ha convertido antes de la ejecucin. Pero tengo esto... -Me toqu el prtate-bien cort ical que me haban adherido a la sien-. No necesito que me encastren un parsito crucifor me para someterme a una esclavitud ms profunda. El padre Tse retrocedi como si lo hubiera abofeteado. -Una vida de entrega a Nuestro Seor no es esclavitud -dijo. La clera le haba curado el tartamudeo-. Hubo millones que entregaron su vida antes de que se ofreciera la b endicin tangible de una resurreccin inmediata en esta vida. Hoy hay miles de millones que lo aceptan con gratitud. -Se levant-. La eleccin es tuya, hijo mo. La luz eterna, con

el don de una vida casi ilimitada en este mundo para servir a Cristo, o la oscuridad et erna. Apart los ojos con indiferencia. El padre Tse me bendijo, se despidi con una mezcla de tristeza y desprecio, dio m edia vuelta, llam a los guardias y se march. Un minuto despus el dolor me acuchill el crneo cuando los guardias activaron mi prtate-bien para llevarme de vuelta a la ce lda. No te aburrir con la larga letana de los pensamientos que pasaron por mi cabeza en esa interminable noche de otoo. Yo tena veintisiete aos. Amaba la vida con una pasin que a veces me creaba problemas, aunque nunca haban sido tan graves. En las primeras horas de esa ltima noche, pens en la fuga con la desesperacin de un animal enjaulado. La crcel estaba en el abrupto acantilado que daba sobre el arrecife ll amado la Mandbula, en la baha de Toschahi. Todo era irrompible. Perspex, acero ultrafuerte, plstico. Los guardias portaban varas de muerte y no parecan reacios a usarlas. Aun que yo pudiera escapar, una presin en el control remoto del prtate-bien me derribara co n la peor migraa del universo mientras ellos seguan la seal que los llevara a mi escondri jo. Pas las ltimas horas reflexionando sobre la necedad de mi breve e inservible vida. No lamentaba nada, pero tampoco tena mucho que hablara a favor de los veintisiete aos que Raul Endymion haba vivido en Hyperion. El tema dominante de mi vida pareca ser esa perversa terquedad que me haba inducido a rechazar la resurreccin. Conque debes a la Iglesia una vida de servicios, susurr una voz frentica en mi cab eza. Al menos as tendrs una vida. Y ms vidas despus! Cmo puedes rechazar semejante trato? Cualquier cosa es preferible a la muerte verdadera, a que arroj en tu cadver a los celacantos y gusanos-tiburn. Piensa en ello! Cerr los ojos y fing dormir tan slo para huir de los gritos que resonaban en mi mente. La noche dur una eternidad, pero el amanecer pareci llegar pronto. Cuatro guardias me escoltaron hasta la cmara de muerte, me amarraron a una silla de madera y cerraro n la puerta de acero. Mirando por encima del hombro izquierdo, vi rostros observndome a travs del Perspex. Esperaba un sacerdote -tal vez no el padre Tse, pero un sacerd ote, algn representante de Pax que me ofreciera una ltima oportunidad de inmortalidad. No haba ninguno. Eso slo me satisfizo en parte. No s si habra cambiado de opinin a ltimo momento. El mtodo de ejecucin era sencillo y mecnico, quiz no tan sutil como la caja del gato de Schrdinger, pero aun as ingenioso. Desde la pared una vara de muerte apuntaba a la silla donde yo estaba sentado. Vi la luz roja que se encenda en la pequea unida d comlog adherida al arma. Los prisioneros de las celdas contiguas me haban descrit o gustosamente la mecnica de mi muerte aun antes de que se dictara sentencia. El ordenador comlog tena un generador de nmeros aleatorios. Cuando el nmero generado fuera un nmero primo inferior a diecisiete, se activara el rayo de la var a. Cada sinapsis de esa masa gris que era la personalidad y memoria de Raul Endymion sera incinerada. Pulverizada. Derretida hasta convertirse en el equivalente neurnico d e un

desecho radiactivo. Las funciones autnomas cesaran milisegundos despus. Mi corazn y mi respiracin cesaran en cuanto mi mente fuera destruida. Los expertos decan que la muerte por la vara era indolora. Los que resucitaban despus de una ejecucin con vara de muerte no queran hablar sobre la sensacin, pero en las celdas se deca que dola como el demonio, como si estallaran todos los circuitos del cerebro. Mir la luz roja del comlog y el extremo de la vara. Algn chusco haba puesto una pantalla LED para que yo pudiera ver los nmeros generados. Pasaban como los nmeros de un ascensor al infierno: 26-74-109-1937... Haban programado el comlog para que no generase nmeros mayores que 150... 77-42-12-60-84-129108-14... Perd los estribos. Apret los puos, forceje contra las correas de plstico, insult a las paredes, a los rostros plidos distorsionados por las ventanas de Perspex, a la pu ta Iglesia y su puta Pax, al puto cobarde que haba matado a mi perra, a los putos co bardes que... No vi el nmero primo bajo que apareca en pantalla. No o el murmullo de la vara de muerte cuando se activ el rayo. Sent algo, una frialdad de cicuta que comenzaba en la nuca y se propagaba por mi cuerpo con la velocidad de la conduccin nerviosa , y me sorprend de sentir algo. "Los expertos estn equivocados y los convictos tienen razn -pens frenticamente-. Puedes sentir la muerte por la vara." Me habra redo si el aturdimiento no me hubiera cubierto como una ola. Una ola negra. Una ola negra que me arrastr. 4 No me sorprend de despertarme con vida. Tal vez uno slo se sorprende cuando se despierta muerto. De todos modos, despert sin ms incomodidad que un cosquilleo en los brazos y me qued acostado, mirando el sol que se deslizaba por un tosco techo de yeso, hasta que un pensamiento urgente me despabil. "Espera un minuto. Yo no estaba...? Ellos no ...?" Me incorpor y mir en torno. Si tena la sensacin de que mi ejecucin haba sido un sueo, el prosaico aspecto de mi entorno pronto se encarg de disiparla. La habitacin tena forma de pastel, con una pared curva y blanqueada y un techo de yeso. La cam a era el nico mueble, y la gruesa y blancuzca ropa de cama complementaba la textura del yeso y la piedra. Haba una maciza puerta de madera -cerrada- y una ventana con fo rma de arco abierta a la intemperie. Un vistazo al cielo color lapislzuli me revel que an estaba en Hyperion. Era imposible que an estuviera en la prisin de Puerto Romance; la piedra era demasiado vieja, los detalles de la puerta demasiado ornamentales, la calidad de las mantas demasiado buena. Me levant, me encontr desnudo. Camin hacia la ventana. La brisa otoal era intensa, pero el sol me entibiaba la piel. Estaba en una torre de piedra. El amarillo chalma y una gruesa maraa de raralea tejan una slida techumbre de rboles en las colinas hasta el horizonte. Una vegetacin siempreazul creca en las laderas de granito. Vi ms murallas, almenas y la curva de otra torre. Las paredes parecan antiqusimas. La calidad de su construccin y el aire orgnico de su arquitectura pertenecan a una poca de destreza y buen gusto, muy anterior a la Cada . Adivin de inmediato mi paradero: el chalma y la raralea sugeran que an estaba en el continente meridional de Aquila; las elegantes ruinas hablaban de la ciudad aban donada

de Endymion. Nunca haba estado en la localidad de donde mi familia tomaba su apellido, pero Grandam, la narradora de nuestro clan, la haba descrito muchas veces. Endymion ha ba sido una de las primeras ciudades de Hyperion colonizadas despus de que la nave semillera se estrell setecientos aos antes. Hasta la Cada haba sido famosa por su buena universidad, una estructura enorme semejante a un castillo que dominaba la ciudad. El abuelo del bisabuelo de Grandam haba sido profesor de la universidad h asta que las tropas de Pax dominaron la regin de Aquila central y expulsaron a miles d e personas. Y ahora yo haba regresado. Un hombre calvo de tez azul y ojos color azul cobalto traspuso la puerta, dej en la cama ropa interior y un traje sencillo de algo que pareca algodn casero. -Vstete, por favor -dijo. Mir en silencio mientras el hombre daba media vuelta y sala. Tez azul. Ojos color azul cobalto. Calvo. Tena que ser un androide, el primero que yo vea. Si me hubieran preguntado, habra dicho que no quedaban androides en Hyperion. La biofacturacin er a ilegal desde la Cada, y aunque el legendario Triste Rey Billy los haba importado p ara construir la mayora de las ciudades del norte Siglos antes, no deberan quedar andr oides en nuestro mundo. Sacud la cabeza, me vest. El traje me sentaba a la perfeccin, a pesar de mis hombros grandes y mis piernas largas. Estaba de vuelta ante la ventana cuando el androide regres. Se detuvo en la puert a y gesticul con la mano. -Por aqu, por favor, M. Endymion -dijo, usando el honorfico tradicional en ingls de la Red. Contuve el impulso de hacer preguntas y lo segu por la escalera de la torre. La habitacin de arriba ocupaba todo el piso. El sol del atardecer atravesaba vitrale s rojos y amarillos. Al menos una ventana estaba abierta, y o el susurro de un viento lejan o en la hojarasca. Esta habitacin era tan blanca y austera como mi celda, salvo por un apiamiento de aparatos mdicos y consolas de comunicaciones en el centro del crculo. El androide se march, cerrando la gruesa puerta, y tard un segundo en comprender que haba un ser humano en medio de todo ese equipo. Al menos, cre que era un ser humano. El hombre estaba sentado en una cama flotante de flujoespuma. Tubos, intravenosa s, filamentos de monitoreo y umbilicales de aspecto orgnico unan el equipo con la cenicienta figura. Digo "cenicienta", pero en verdad el hombre pareca momificado, la tez arrugada como los pliegues de una vieja chaqueta de cuero, el crneo manchado y ca lvo, los brazos y piernas consumidos al extremo de ser meros apndices vestigiales. La postura del viejo evocaba un pichn arrugado y sin plumas que se ha cado del nido. Su tez apergaminada tena un aire azulado que me hizo pensar "androide" por un moment o, pero luego repar en la diferencia del tono de azul, en el leve fulgor de las palm as, las

costillas y la frente, y comprend que miraba a un humano verdadero que haba recibi do tratamientos Poulsen durante siglos. Ya nadie recibe tratamientos Poulsen. Esa tecnologa se perdi con la Cada, as como la materia prima de mundos perdidos en el tiempo y el espacio. O eso crea yo. Pero a qu haba una criatura que tena muchos siglos y deba de haber recibido tratamientos Poulsen desde haca escasas dcadas. El anciano abri los ojos. Desde entonces he visto ojos igualmente enrgicos, pero hasta ese momento nada me haba preparado para la intensidad de esa mirada. Creo que retroced un paso. -Acrcate, Raul Endymion. -La voz era como una hoja sin filo raspando pergamino. E l viejo mova la boca como un pico de tortuga. Me acerqu, detenindome slo cuando una consola se interpuso entre la forma momificada y yo. El viejo parpade y alz una mano huesuda que sin embargo pareca demasiado pesada para esa mueca delgada como una ramilla. -Sabes quin soy? -La spera voz era suave como un susurro. Negu con la cabeza. -Sabes dnde ests? -Endymion. La universidad, creo. Contrajo las arrugas en una sonrisa desdentada. -Muy bien. El tocayo reconoce las piedras amontonadas que dieron nombre a su fam ilia. Pero no sabes quin soy yo? -No. -Y no te intriga saber cmo sobreviviste a tu ejecucin? Aguard solemnemente. El viejo sonri de nuevo. -Muy bien hecho. Todo llega para quien sabe esperar. Y los detalles no son muy esclarecedores... sobornos en puestos altos, la vara de muerte reemplazada por u n paralizador, ms sobornos para quienes certifican la defuncin y se encargan del cadver. Lo que nos interesa no es el "cmo", verdad, Raul Endymion? -No -dije al fin-. Por qu? El pico de tortuga tembl, la maciza cabeza asinti. Aunque haba sufrido el deterioro de los siglos, el rostro an era puntiagudo y angu loso, un rostro de stiro. -Precisamente... por qu? Por qu tomarnos el trabajo de fingir tu ejecucin y transportar tu jodido cadver por medio jodido continente? Por qu? Las obscenidades no parecan tan duras en labios del viejo. Pareca haberlas usado t anto tiempo que ya no merecan un nfasis especial. Esper. -Quiero que me hagas un mandado, Raul Endymion. El viejo jade. Un lquido claro circul por los tubos intravenosos. -Tengo opcin? El viejo sonri de nuevo, pero los ojos eran inmutables como la piedra de las mura llas. -Siempre tenemos opciones, querido muchacho. En este caso, podras ignorar toda deuda que tengas conmigo por salvarte el pellejo e irte de aqu... caminando. Mis criados no te detendrn. Con suerte podrs salir de la zona restringida, encontrar el camino hacia regiones ms civilizadas y evitar las patrullas de Pax, ya que tu identidad y tu f alta de documentos podran resultar... embarazosos. Asent. Mi ropa, mi cronmetro, mis documentos de trabajo y mi identificacin de Pax deban de estar en Toschahi. Trabajando como gua de caza en los marjales, haba olvidado con cunta frecuencia las autoridades pedan documentos en las ciudades. Pronto lo recordara si regresaba a las ciudades costeras o los pueblos del interi

or. Y aun un empleo rural como el de gua o pastor requera una identificacin Pax para los formularios de impuestos y diezmos. Con lo cual debera ocultarme en el interior e l resto de mi vida, viviendo de la tierra y eludiendo a la gente. -O bien -dijo el viejo-, puedes hacerme un mandado y hacerte rico. Hizo una pausa, inspeccionndome con sus ojos oscuros tal como los cazadores profesionales inspeccionaban a los cachorros que prometan ser buenos perros para el oficio. -Dgame -dije. El viejo cerr los ojos y exhal speramente. No se molest en abrirlos de nuevo. -Sabes leer, Raul Endymion? -S. -Has ledo el poema conocido como los Cantos? -No. -Pero has odo una parte? Perteneces a un clan de pastores del norte. Sin duda el narrador ha mencionado los Cantos. Haba un tono extrao en la voz cascada. Tal vez modestia. Me encog de hombros. -He odo fragmentos. Mi clan prefera la pica del jardn o la Saga de Glennon-Height. Los rasgos de stiro se arrugaron en una sonrisa. -La pica del jardn. S. All Raul era un hroe centauro,verdad? No respond. Grandam admiraba el personaje del centauro llamado Raul. Mi madre y y o habamos crecido escuchando historias sobre l. -Crees en las historias? -pregunt el viejo-. Las historias de los Cantos, digo. -Creerlas? Creer que realmente sucedi as? Los peregrinos, el Alcaudn y todo eso? -Hice una pausa. Haba algunos que se crean las exageradas historias que contaban los Cantos. Y haba incrdulos que pensaban que todo era una mezcla de mito s y patraas destinados a rodear con un aura de misterio la fea poca de guerra y confusin que fue la Cada-. Nunca pens en ello -dije sinceramente-. Tiene importancia? El viejo pareci sofocarse, pero pronto comprend que sus carraspeos secos eran risotadas. -A decir verdad, no. Ahora, escchame. Te describir mi... mandado. Me cuesta hablar , as que gurdate las preguntas para cuando haya terminado. -Parpade y seal la silla cubierta con una sbana blanca-. Deseas sentarte? Negu con la cabeza y me qued de pie. -De acuerdo. Mi historia comienza hace casi doscientos setenta aos, durante la Cad a. Una de las peregrinas de los Cantos fue amiga ma. Se llamaba Brawne Lamia. Existi de veras. Despus de la Cada, despus de la muerte de la Hegemona y la abertura de las Tumbas de Tiempo, Brawne Lamia dio a luz una hija. La nia se llamaba Diana, pero era testaruda y se cambi el nombre en cuanto tuvo edad para hablar. Por un tiempo la conocieron como Cynthia, luego como Cate (abreviatura de Hecate), y cuando cumpl i doce aos quiso que sus amigos y parientes la llamaran Temis. Cuando la vi por ltim a vez, se llamaba Aenea. El viejo hizo una pausa y entorn los ojos. -T crees que esto no importa, pero los nombres son importantes. Si no te hubieran puesto el nombre de esta ciudad, que a su vez tiene el nombre de un antiguo poem a, no

me habras llamado la atencin y quizs hoy no estuvieras aqu. Estaras muerto. Alimentando a los gusanos-tiburn del Gran Mar del Sur. Comprendes, Raul Endymion? -No. El viejo sacudi la cabeza. -No importa. Dnde estaba? -La ltima vez que vio a la nia se llamaba Aenea. -S. -El viejo volvi a cerrar los ojos-. No era una chiquilla demasiado atractiva, pero era... nica. Todos los que la conocan saban que era diferente. Especial. No consentida, a pesar de esa tontera del cambio de nombre. Slo... diferente. -Sonri, mostrando encas rosadas-. Has conocido a alguien que fuera profundamente diferente, Raul Endymion ? Vacil slo un segundo. -No -dij e. No era del todo cierto. El viejo era diferente. Pero yo saba que l no me preguntaba eso. -Cate... Aenea... era diferente -dijo, cerrando nuevamente los ojos-. Su madre l o saba. Desde luego, Brawne saba que su hija era especial aun antes de que naciera. -Call y abri los ojos para mirarme-. Has odo esta parte de los Cantos? -S. Una entidad cbrida predijo que la mujer llamada Lamia dara a luz a una nia conocida como La Que Ensea. Pens que el viejo iba a escupir. -Un ttulo estpido. Nadie llam as a Aenea durante el tiempo en que la conoc. Era slo una nia, brillante y tozuda, pero una nia. Todo lo que tena de singular era apenas un potencial. Pero luego... Call y sus ojos se enturbiaron. Era como si se hubiera olvidado de la conversacin. Esper. -Pero luego Brawne Lamia muri -dijo minutos despus, con voz ms fuerte, como si el dilogo no se hubiera interrumpido- y Aenea desapareci. Tena doce aos. Tcnicamente yo era su tutor, pero no me pidi permiso para desaparecer. Un da se march y no tuve ms noticias de ella. Se interrumpi otra vez, como si fuera un mecanismo que de vez en cuando necesitab a que le dieran cuerda. -Por dnde iba? -dijo al fin. -No volvi a tener noticias de ella. -S. No volv a tener noticias de ella, pero s adnde fue y cundo reaparecer. Las Tumbas de Tiempo estn cerradas al pblico, custodiadas por las tropas que Pax ha apostado all, pero recuerdas los nombres y funciones de las tumbas, Raul Endymion? Gru. Grandam tambin acostumbraba fastidiarme pidindome detalles sobre las narraciones orales. Yo pensaba que Grandam era vieja. En comparacin con esta antigualla, Grandam haba sido una chiquilla. -Creo que recuerdo las tumbas -dije-. Haba una llamada la Esfinge... la Tumba de jade, el Obelisco, el Monolito de Cristal, don de fue enterrado el soldado... -El coronel Fedmahan Kassad -murmur el viejo. Luego me volvi a clavar los ojos-. Contina. -Las tres Tumbas Cavernosas... -Slo la tercera Tumba Cavernosa conduca a alguna parte -interrumpi el viejo-. A laberintos de otros mundos. Pax la clausur. Contina. -Es todo lo que recuerdo... ah, el Palacio del Alcaudn. El viejo mostr su sonrisa de tortuga. -No debemos olvidarnos del Palacio del Alcaudn ni de nuestro viejo amigo el Alcau dn, verdad? Eso es todo? -Creo que s. S.

La figura momificada asinti. -La hija de Brawne Lamia desapareci en una de esas tumbas. Adivinas cul? -No. -No lo saba, pero lo sospechaba. -Siete das despus de la muerte de Brawne, la muchacha dej una nota, fue a la Esfing e en plena noche y desapareci. Recuerdas adnde conduca la Esfinge, muchacho? -Segn los Cantos, Sol Weintraub y su hija viajaron al futuro lejano a travs de la Esfinge. -S -susurr el viejo-. Sol, Rachel y algunos ms desaparecieron en la Esfinge antes q ue Pax la clausurase y cerrara el Valle de las Tumbas de Tiempo. En esos primeros da s muchos intentaron encontrar un atajo hacia el futuro, pero la Esfinge pareca esco ger a quienes viajaran a travs del tiempo por su tnel. -Y acept a la nia -dije. El viejo acept esta obviedad con un gruido. -Raul Endymion-jade al fin-, sabes qu voy a pedirte? -No -dije, aunque ya lo sospechaba. -Quiero que vayas en busca de mi Aenea -dijo el viejo-. Quiero que la encuentres , que la protejas de Pax, que huyas con ella y... cuando ella haya crecido y se haya conv ertido en aquello en que debe convertirse, que le des un mensaje, quiero que le digas que el to Martin est agonizando y que si desea hablarle de nuevo debe regresar a casa. Trat de no suspirar. Haba sospechado que el viejo era el poeta Martin Silenus. Tod os conocan los Cantos y a su autor. Era un misterio que hubiera escapado de las purg as de Pax y le hubieran permitido vivir en ese remoto palacio, pero decid no insistir e n ello. -Usted quiere que vaya al norte, al continente de Equus, me abra paso luchando co ntra millares de efectivos de Pax, llegue al Valle de las Tumbas de Tiempo, entre en la Esfinge esperando que me acepte, persiga a esa muchacha por el futuro lejano, permanezca con ella unas dcadas y le diga que regrese en el tiempo para visitarlo? Por un instante slo hubo un silencio interrumpido por los susurros del equipo mdic o de Martin Silenus. Las mquinas respiraban. -No exactamente -dijo al fin. Esper. -Ella no ha viajado a un futuro lejano -dijo el viejo-. Al menos, ahora no est le jos de nosotros. Cuando traspuso la entrada de la Esfinge hace doscientos cuarenta y si ete aos, fue para un viaje temporal breve... doscientos sesenta y dos aos de Hyperion, para ser exacto. -Cmo lo sabe? -pregunt. Por todo lo que haba ledo, nadie (ni siquiera los cientficos de Pax que haban tenido dos siglos para estudiar las tumbas clausuradas) haba podi do predecir a qu punto del futuro la Esfinge enviara a alguien. -Lo s -dijo el antiguo poeta-. Dudas de m? En vez de responder, dije: -De modo que la muchacha, Aenea, saldr de la Esfinge en algn momento de este ao. -Saldr de la Esfinge dentro de cuarenta y dos horas y diecisis minutos -dijo el vi ejo

stiro. Admito que pestae. -Y la gente de Pax estar esperndola -continu-. Ellos tambin saben en qu instante saldr. No pregunt cmo haban obtenido la informacin. -Capturar a Aenea es el punto ms importante en los planes de Pax -jade el viejo po eta-. Saben que el futuro del universo depende de ello. Comprend que el viejo poeta estaba senil. El futuro del universo no dependa de un suceso aislado... que yo supiera. Guard silencio. -En este momento hay ms de treinta mil efectivos de Pax en la regin del Valle de l as Tumbas de Tiempo. Por lo menos cinco mil de ellos son guardias suizos del Vatica no. Solt un silbido. La Guardia Suiza era la elite de la elite, la fuerza militar mej or adiestrada y equipada en los vastos dominios de la Pax. Una docena de guardias vaticanos con equipo completo habra podido derrotar a diez mil efectivos de la Guardia de Hyperion. -Entonces -dije-, tengo cuarenta y dos horas para llegar a Equus, cruzar el Mar de Hierba y las montaas, pasar a travs de veinte o treinta mil efectivos selectos de Pax y r escatar a la muchacha. -S -dijo el antiguo poeta. Me las apa para conservar la calma. -Y luego qu? -dije-. No podemos escondernos en ningn lado. Pax controla todo Hyperion, todas las naves espaciales, sus rutas, y todos los mundos que perteneca n a la Hegemona. Si ella es tan importante como usted dice, registrarn todo Hyperion hast a encontrarla. Aunque pudiramos irnos del planeta, cosa que es imposible, no habra manera de escapar. -Hay una manera de irse del planeta -dijo el poeta con voz cansada-. Hay una nav e. Tragu saliva. Hay una nave. La idea de viajar entre las estrellas durante meses m ientras en casa transcurran dcadas o aos me quitaba el aliento. Me haba enlistado en la Guardia Interna con la pueril expectativa de pertenecer alguna vez a las fuerzas armadas de Pax y volar entre los astros. Una idea necia para un joven que ya haba decidid o no aceptar el cruciforme. -Aun as -dije, sin creer del todo que hubiera una nave. Ningn miembro del Mercanti lus de Pax transportara fugitivos-. Aunque logremos llegar a otro mundo, nos apresaran . A menos que usted proponga que huyamos durante siglos de deuda temporal. -No -dijo el viejo-. Ni siglos ni dcadas. Escaparis en la nave a uno de los mundos ms cercanos de la vieja Hegemona. Luego seguiris un camino secreto. Veris los viejos mundos. Recorreris el ro Tetis. Ah tuve la certeza de que el viejo estaba loco de atar. Cuando cayeron los teleye ctores y el TecnoNcleo IA abandon al gnero humano, la Red de Mundos y la Hegemona haban muerto el mismo da. La humanidad volvi a sufrir la tirana de las distancias interestelares. Ahora slo las fuerzas de Pax, sus tteres de Mercantilus y los abor recidos xters se aventuraban en las tinieblas interestelares.

-Ven -jade el viejo. Me llam con un gesto sin abrir los dedos. Me inclin sobre la consola. Sent su olor, una vaga combinacin de medicina, vejez y algo parecido al c uero. No necesitaba recordar los relatos de Grandam para explicar el ro Tetis y para sa ber por qu ahora pensaba que el viejo estaba totalmente senil. Todos haban odo hablar del ro Tetis; el ro y el Bulevar Confluencia haban sido dos avenidas constantes de teleye ccin entre los mundos de la Hegemona. La Confluencia conectaba ms de un centenar de mundos de ms de un centenar de soles, y su ancha avenida estaba abierta para todo s y unida por portales de teleyeccin que no se cerraban nunca. El ro Tetis haba sido un a ruta menos recorrida, pero aun as era importante para el comercio y las muchas na ves de placer que bogaban de mundo en mundo por ese cauce de agua. La cada de la red de teleyectores haba partido el Bulevar en mil fragmentos; el Te tis haba dejado de existir, los portales eran inservibles, y el ro de cien mundos haba vuelto a ser cien riachos que nunca ms se uniran. Hasta el viejo poeta que estaba sentado ante m haba descrito la muerte del ro. Record las palabras de los Cantos tal como la s recitaba Grandam: Y el ro que haba fluido durante dos siglos o ms, unido en espacio y tiempo por truc os del TecnoNcleo, dej de fluir en Fuji y en el Mundo de Barnard, en Acten y Deneb Dre i, Esperance y Nunca Ms. Por doquier andaba el Tetis en cintas que atravesaban los mundos de los humanos. Los portales se atascaron y los cauces se secaron y las corrientes cesaron. Los trucos del Ncleo se agotaron, se perdieron para siempre los viajeros. Cerrados los portales, los umbrales, el Tetis en su cauce se detuvo. -Acrcate -susurr el viejo poeta, llamndome con su dedo amarillo. Me acerqu. El aliento del viejo era como un viento seco saliendo de una tumba sellada, inodoro pero antiguo, con el aroma de siglos olvidados-. Un objeto bello -continu- es una aleg ra eterna, cuyo encanto aumenta, y Jams se diluye... Ech la cabeza hacia atrs y asent como si el viejo hubiera dicho algo sensato. Era evidente que estaba trastornado. Como leyndome la mente, el viejo poeta ri entre dientes. -Muchas veces pas por loco para quienes subestiman el poder de la poesa. No decida s ahora, Raul Endymion. Luego nos reuniremos para cenar y terminar de describir tu misin. Entonces decidirs. Por ahora descansa. Tu muerte y resurreccin deben de haberte fatigado. El viejo se encorv, y o ese cascabeleo seco que ahora reconoca como una carcajada. El androide me llev a mi habitacin. Entrev patios y edificios por las ventanas de l a torre. Una vez vi a otro androide -tambin masculino-pasando entre las ventanas de l triforio. Mi gua abri la puerta y retrocedi. Comprend que no le echara llave, que yo no era un prisionero. -Te hemos preparado ropa de noche, seor-dijo el hombre de tez azul-. Desde luego, ests en libertad de irte o de recorrer la vieja ciudad universitaria a tu gusto. Debo

advertirte, M. Endymion, que hay animales peligrosos en los bosques y montaas cercanos. Asent y sonre. Los animales peligrosos no impediran que me fuera si deseaba marcharme. Por el momento no lo deseaba. El androide se dispuso a irse, e impulsivamente avanc un paso e hice algo que cambiara para siempre el curso de mi vida. -Aguarda -dije. Extend una mano-. No nos han presentado. Yo soy Raul Endymion. El androide se qued mirando mi mano extendida, y tuve la certeza de haber atentado contra el protocolo. Los androides eran consid erados subhumanos siglos atrs, cuando los haban biofacturado para usarlos durante la expansin de la Hgira. El hombre artificial cogi mi mano y la estrech con firmeza. -Soy A. Bettik -murmur-. Es un gusto conocerte. A. Bettik. El nombre me resultaba conocido. -Me gustara hablar contigo, A. Bettik. Aprender ms... acerca de ti, de este lugar y del viejo poeta. El androide movi los ojos azules, y cre detectar un destello de irona. -S, seor. Me agradara hablar contigo. Me temo que tendr que ser ms tarde, pues en este momento debo cumplir varios deberes. -Ms tarde, pues -dije, y retroced-. Esperar el momento. A. Bettik cabece y baj por la escalera de la torre. Entr en mi habitacin. Salvo por la cama hecha y un elegante conjunto de ropa de no che tendido sobre ella, el lugar estaba tal como lo haba dejado. Me acerqu a la ventan a y ech un vistazo a las ruinas de la Universidad de Endymion. Altos siempreazules susurraban en la brisa fresca. Hojas violceas caan del bosquecillo de raralea que estaba cerca de la torre y raspaban la acera veinte metros ms abajo. Hojas de cha lma perfumaban el aire con su inconfundible aroma de canela. Yo me haba criado pocos cientos de kilmetros al noreste, en los brezales de Aquila, entre estas montaas y la escabrosa zona conocida como el Pico, pero la cortante frescura del aire de mont aa era nueva para m. El cielo pareca tener un color lapislzuli ms profundo que en los brezales o las planicies. Aspir el aire otoal y sonre; aunque me aguardaran cosas extraas, estaba muy contento de estar vivo. Alejndome de la ventana, me dirig a la escalera para explorar la universidad y la ciudad de donde mi familia haba tomado su apellido. Por chiflado que estuviera el viejo, la charla sera interesante durante la cena. Me par en seco al pie de la escalera. Bettik. Grandam haba mencionado ese nombre al recitar los Cantos. Bettik era el androide que conduca la barca de levitacin Benars hacia el noreste por el ro; Holle, desde la ciudad de Keats, en el continente de Equus, hasta la estacin fluvial Nyad e, los Rizos de Karla, el bosquecillo de Doukhoborns y Linde, donde' terminaba el ro navegable. Desde Linde los peregrinos continuaban solos por el Mar de Hierba. Re cord cmo escuchaba en mi infancia, preguntndome por qu Bettik era el nico androide con nombre, y preguntndome' qu le haba sucedido cuando los peregrinos lo dejaron' en Linde. Haca ms de dos dcadas que no recordaba ese nombre. Sacudiendo la cabeza, preguntndome si el que estaba loco era el viejo poeta o yo, sal a la luz del atardecer para explorar Endymion. 5 En el mismo momento en que me despido de Bettik, a seis mil aos luz de distancia, en

un sistema estelar conocido slo por nmeros NGC y coordenadas de navegacin, una fuerza de Pax compuesta por tres navesantorcha de ataque y conducida por el padr e capitn Federico de Soya est destruyendo un bosque orbital. Los rboles xters no tienen defensas contra las naves de Pax, y este enfrentamiento es ms una carnicera que una batalla. Aqu debo explicar algo. No estoy especulando acerca de estos hechos: ocurrieron t al como los describo. Cuando cuente lo que hacan el padre capitn De Soya y los dems protagonistas mientras no haba testigos presentes -incluso cuando describa sus pensamientos y sus emociones-, no se tratar de extrapolaciones ni conjeturas. Est as cosas son verdades literales. Ms tarde explicar cmo llegu a saberlas, a conocerlas sin la menor distorsin, pero por ahora pido que lo aceptes por lo que es, la verd ad. Las tres naves de Pax salen de velocidades relativistas desacelerando a seiscien tas gravedades, aquello que los navegantes del espacio han llamado durante siglos "d elta-V de mermelada de frambuesa": si los campos de contencin interna fallaran un microsegundo, los tripulantes slo seran una capa de mermelada de frambuesa sobre l as cubiertas. Los campos de contencin no fallan. A una LA, el padre capitn Federico de Soya proyecta el bosque orbital en la videoesfera. En el Centro de Control de Combate todos miran la pantalla. Miles de rboles de medio kilmetro de longitud, adaptados por lo s xters, se desplazan en compleja coreografa por el plano de la eclptica: bosquecillo s anudados por la gravedad, mechones trenzados y configuraciones que cambian sutilmente, siempre en movimiento, las hojas siempre vueltas hacia el sol tipo G , las largas ramas buscando el alineamiento perfecto, las races sedientas hundidas en l a vaporosa niebla de humedad y nutrientes provista por los cometas pastores que se mueven entre los racimos de rboles como gigantescas y sucias bolas de nieve. Aleteando entre las ramas y los rboles, hay variaciones de xters, formas humanoide s con tez plateada y finsimas alas de mariposa que se extienden cientos de metros. Al recibir la luz del sol, estas alas parpadean como luces navideas en el verde foll aje del bosque orbital. -Fuego! -ordena el padre capitn Federico de Soya. A dos tercios de UA, las tres naves-antorcha del grupo REYES atacan con sus arma s de larga distancia. A esa distancia aun los haces de energa se arrastran hacia el blanco como lucirnagas contra una manta negra, pero las naves de Pax portan armas hiperveloces e hipercinticas, esencialmente pequeas naves estelares de propulsin Hawking, algunas con ojivas de plasma que en microsegundos alcanzan velocidades relativistas y detonan dentro del bosque, mie ntras que otras, simplemente, regresan al espacio real con la masa amplificada, y atra viesan los rboles como balas de can disparadas a quemarropa contra cartn mojado. Minutos despus las tres naves estn a tiro de rayo energtico, y los haces de contrapresin saltan en varias direcciones simultneas, visibles por la multitud de partculas coloidales que llenan el espacio como polvo en un viejo tico. El bosque arde. La brusca descompresin incinera la corteza adaptada, las vainas 0

, y las hojas autoselladas, que son aserradas por los haces y los arrasadores zarcil los de plasma. Los glbulos de oxgeno en fuga alimentan las llamas en el vaco hasta que el aire se congela o se consume. Y el bosque arde. Millones de hojas echan a volar, formando nuevas piras, mientras troncos y ramas llamean contra el negro fondo de l espacio. Los cometas pastores reciben el impacto y se vaporizan al instante, par tiendo las trenzas boscosas en expansivas ondas de vapor y trozos de roca fundida. Los x ters los "ngeles de Lucifer", como las fuerzas de Pax los llaman despectivamente desde hace siglos- quedan apresados en las explosiones como mariposas traslcidas en una llama. Algunos son destrozados por las explosiones de plasma y el estallido de l os cometas. Otros se interponen en el camino de los haces de contrapresin y se convi erten en objetos hipercinticos hasta que estallan sus delicados alas y rganos. Algunos intentan huir, expandiendo sus alas solares al mximo en un vano intento de escapa r de la matanza. Ninguno sobrevive. El enfrentamiento dura menos de cinco minutos. Cuando ha concluido, el grupo REY ES se acerca al bosque en una desaceleracin de treinta gravedades, y las llamas de f usin de las naves-antorcha incineran los fragmentos de rbol que han escapado del ataqu e inicial. El bosque que hace cinco minutos flotaba en el espacio -verdes hojas re cibiendo la luz del sol, races bebiendo agua de los cometas, ngeles xters flotando como radiant es espejines entre las ramas- es slo un toroide de humo y escombros que llena el pla no de la eclptica en este arco de espacio. -Algn superviviente? -pregunta el padre capitn De Soya, de pie frente a la pantalla central, las manos a la espalda, mecindose suavemente, tocando apenas con los pie s la franja que rodea la pantalla. Aunque la nave an est desacelerando bajo treinta gravedades, el Centro de Control de Combate se mantiene a una microgravedad constante de un quincuagsimo de gravedad estndar. Los doce oficiales de la sala es tn sentados o de pie, la cabeza hacia el centro de la esfera. De Soya es un hombre bajo de unos treinta y cinco aos estndar. Tiene rostro redondo y tez oscura, y con los aos sus amigos han notado que sus ojos reflejan ms compasin sacerdotal que rudeza marcial. Ahora se les ve preocupados. -No hay supervivientes -dice la madre comandante Stone, una oficial alta, tambin jesuita. Se aparta de la pantalla tctica para conectarse con una unidad de comunicaciones. De Soya sabe que los oficiales del C3 no sienten satisfaccin. Destruir bosques or bitales xters forma parte de su misin -esos rboles aparentemente inocuos sirven como centros de reaprovisionamiento y reparaciones para los enjambres de combate-, pe ro pocos guerreros de Pax se complacen en la destruccin indiscriminada. Fueron entrenados como caballeros de la Iglesia y defensores de Pax, no como destructores de la belleza ni asesinos de criaturas desarmadas, aunque esas cria turas

sean xters que han entregado sus almas. -Trazad el plan de bsqueda habitual -ordena De Soya-. Ordenad a la tripulacin que abandone sus puestos de combate. -En una nave-antorcha moderna, la tripulacin consiste slo en estos oficiales y media docena ms que estn desperdigados por la nave. La madre comandante Stone interrumpe de golpe. -Seor, detectamos una distorsin Hawking... ngulo setenta y dos, coordenadas dosvein tinueve, cuarenta y tres, uno-cero-cinco. Punto de salida siete-cerocero-punto-cinco mil kilmetros. Probabilidad de un solo vehculo, noventa y seis por ciento. Velocid ad relativa desconocida. -Puestos de combate -ordena De Soya. Sonre sin darse cuenta. Quiz los xters acudan al rescate de su bosque. O quizs hubiera un defensor que acaba de lanzar un arma desde ms all de la Nube de Oort del sistema. O quiz sea la vanguardia de un enjambre de unidades de combate que ser la perdicin del grupo de tareas. Sea cual fuere la amenaza, el padre capitn De Soya prefiere el combate a este vandalismo. -Vehculo en traslacin -informa el oficial de radar. -Muy bien -dice el padre capitn De Soya. Mira el parpadeo de las pantallas, vuelv e a sintonizar y abre varios canales ptico-virtuales. El C3 se disipa y l se encuentra en pleno espacio, un gigante de cinco millones de kilmetros de altura: sus naves son manchas con colas llameantes, el bosque destruido es una curva columna de humo, y el intruso aparece a setecientos mil kilmetros, por encima del plano de la eclptica. Las esferas rojas que rodean sus naves indican campos externos activados para el com bate. Otros colores llenan el espacio, mostrando lecturas de sensores, pulsaciones de radar y preparacin de puntera. Trabajando en el ultraveloz nivel tctico, De Soya puede lanz ar armas o desatar energas con slo sealar y chasquear los dedos. -Seal de repetidor -informa el oficial de comunicaciones-. Cdigos verificados. Es un correo de Pax, clase Arcngel. De Soya frunce el ceo. Qu puede ser tan importante para que el mando de Pax enve el vehculo ms veloz del Vaticano, que adems es la mayor arma secreta de Pax? En el espacio tctico, De Soya ve los cdigos de Pax en torno de la diminuta nave. La llam a de fusin tiene cientos de kilmetros. La nave usa poca energa en los campos de contencin interna, aunque las gravedades implcitas superan los niveles de la mermelada de frambuesa. -No tripulada? -pregunta De Soya. As lo espera. Las naves clase Arcngel pueden viajar a cualquier parte del espacio conocido en slo das -das de tiempo real!-, en v ez de las semanas de tiempo de a bordo y los aos de tiempo real exigidos por las dems naves, pero nadie sobrevive a los viajes Arcngel. La madre comandante Stone entra en el entorno tctico. Su tnica negra es casi invis ible contra el espacio, de modo que su rostro plido parece flotar sobre la eclptica, y la luz solar de la estrella virtual ilumina sus pmulos filosos. -No, seor -murmura. En este entorno, slo De Soya puede orle-. Las seales indican dos tripulantes. -Santo Jess -susurra De Soya. Es ms una plegaria que un juramento. Aun en tanques de fuga de alta gravedad, estas dos personas, ya muertas durante el viaje C-plus , sern ms una finsima capa de pasta de protenas que una saludable mermelada de

frambuesas-. Preparad los nichos de resurreccin -dice por la banda comn. La madre comandante Stone se toca el empalme que tiene detrs de la oreja y frunce el ceo. -Mensaje en cdigo. Los correos humanos deben ser resucitados con prioridad alfa. Nivel de dispensacin omega. El padre capitn De Soya mira a su oficial ejecutiva en silencio. El humo del bosq ue orbital en llamas gira en torno de sus cinturas. La resurreccin prioritaria desafa la doctrina de la Iglesia y las reglas de Pax. Adems es peligrosa. Las probabilidade s de reintegracin incompleta van desde casi cero, en el ciclo habitual de tres das, a c asi cincuenta por ciento en un ciclo de tres horas. Y nivel prioritario omega signif ica Su Santidad en Pacem. De Soya nota que su oficial sabe. Esta nave correo es del Vaticano. Alguien de a ll o alguien de Mando de Pax, o ambos, consideraron que este mensaje era tan importan te como para enviar una irreemplazable nave correo Arcngel, matar a dos altos oficia les de Pax -pues una Arcngel no se confiara a nadie ms- y correr el riesgo de que esos dos oficiales tuvieran una reintegracin incompleta. En el espacio tctico, De Soya enarca las cejas en respuesta a la mirada inquisiti va de su oficial. En la banda de mando dice: -Muy bien, comandante. Imparta rdenes para emparejar velocidades. Prepare una partida de abordaje. Quiero que transfieran los tanques de fuga y concluyan las resurrecciones a las cero-seis-treinta horas. Felicite de mi parte al capitn Hear n del Melchor y a la madre capitana Boulez del Gaspar, y pdales que se trasladen al Bal tasar para una reunin con los correos a las cero-setecientas. El padre capitn De Soya sale del espacio tctico para regresar a la realidad del C3 . Stone y los dems todava lo miran. -Deprisa -dice De Soya, alejndose de la pantalla, volando hacia su puerta particu lar y atravesando la tronera circular-. Despirtenme cuando los correos hayan resucitado ordena a esos rostros blancos mientras la puerta se desliza para cerrarse. 6 Recorr las calles de Endymion tratando de conciliarme con mi vida, mi muerte y mi nueva vida. Debo aclarar que no me tomaba estas cosas -mi juicio, mi "ejecucin", mi reu nin con el mtico y viejo poeta- con tanta calma como esta narracin puede sugerir. Una parte de m estaba sacudida hasta los cimientos. Haban tratado de matarme! Yo quera culpar a Pax, pero los tribunales no eran agentes directos de Pax. Hyperion tena su prop io Consejo Interno, y los tribunales de Puerto Romance se constituan en conformidad con nuestra poltica local. La pena capital no era una inevitable sentencia de Pax, so bre todo en aquellos mundos donde la Iglesia gobernaba por medio de la teocracia, sino un resabio de los tiempos coloniales de Hyperion. Mi precipitado juicio, su ineludi

ble desenlace y mi ejecucin sumaria expresaban, en todo caso, el temor de los empresa rios de Hyperion y Puerto Romance a ahuyentar a los turistas de otros mundos. Yo era un rstico, un gua que haba matado al turista rico a quien haban puesto a mi cuidado, y tena que servir como escarmiento. Nada ms. No era nada personal. Pero yo lo tom como algo personal. Frente a la torre, sintiendo el calor del sol que rebotaba en las anchas losas del patio, alc lentamente las manos. Estaban temblan do. Haban sucedido demasiadas cosas demasiado pronto, y la calma que me haba impuesto durante el juicio y el breve perodo anterior a mi ejecucin me haba dejado exhausto. Camin entre las ruinas de la universidad. La ciudad de Endymion se ergua en la cim a de una colina, y la universidad haba estado an a mayor altura sobre este risco en tiempos coloniales, de modo que la vista era bellsima al sur y al este. Los bosqu es de chalma del valle refulgan con un color amarillo brillante. No haba estelas ni trfic o areo en el cielo color lapislzuli. Yo saba que Pax no tena el menor inters en Endymion. S us tropas an custodiaban la Meseta del Pin, donde sus robots mineros extraan los parsitos cruciformes, pero esta seccin del continente haba sido inaccesible por tan tas dcadas que tena un aire agreste y virginal. A los diez minutos de caminar, comprend que slo la torre donde yo haba despertado y los edificios circundantes parecan ocupados. El resto de la universidad estaba en ruinas las grandes salas expuestas a la intemperie, la planta fsica saqueada siglos atrs, los campos de juegos cubiertos de malezas, la cpula del observatorio despedazada- y l a ciudad luca an ms abandonada cuesta abajo. La maraa de raralea y kudzu reclamaba manzanas enteras. La universidad haba sido bella en sus tiempos: edificios neogticos pos-Hgira construidos con bloques de piedra arenisca extrados de canteras que estaban a poc a distancia, en los cerros de la Meseta del Pin. Tres aos antes, cuando yo trabajaba como asistente del famoso artista jardinero Avrol Hume, realizando gran parte de l trabajo pesado mientras l rediseaba las fincas de la Primera Familia en la elegante costa del Pico, haba mucha demanda de follies o palacetes, falsas ruinas cerca de estanques , bosques o colinas. Me haba vuelto experto en poner viejas piedras en artificiosos estados de descomposicin para simular ruinas -la mayora de ellas absurdamente ms antiguas que la historia de la humanidad en este mundo remoto- pero ninguna foll ie de Hume era tan atractiva como estas ruinas reales. Recorr los restos de una univers idad otrora esplndida, admir la arquitectura, pens en mi familia. Aadir el nombre de una ciudad local al nuestro haba sido una tradicin entre las fam ilias indgenas. Pues mi familia era indgena de veras, ya que se remontaba a las naves pioneras de siete siglos atrs. ramos ciudadanos de tercera en nuestro propio mundo , y seguamos sindolo, pues ahora estbamos por debajo de los ciudadanos de Pax y de los colonos

de la Hgira, que llegaron siglos despus de mis ancestros. Durante siglos, pues, mi gente haba vivido y trabajado en estos valles y montaas. En general, mis parientes indgenas haban realizado tareas manuales, como mi padre poco antes de su prematura muerte, ocurrida cuando yo tena ocho aos, como mi madre hasta su propia muerte, ocurrida cinco aos despus, como yo mismo hasta esta semana. Mi abuela haba nacido una dcada despus de que Pax expulsara a todos los habitantes de estas regiones, pe ro Grandam tena edad suficiente para recordar los tiempos en que las familias de nue stro clan llegaban hasta la Meseta del Pin y trabajaban en las plantaciones de fibroplst ico del sur. No tena la sensacin de haber vuelto a mi terruo. Mi terruo eran los fros brezales del noreste. Los marjales del norte de Puerto Romance haban sido el lugar donde yo ha ba elegido vivir y trabajar. Esta ciudad universitaria nunca haba formado parte de m i vida y tenan tan poca importancia para m como las desaforadas historias de los Cantos del viejo poeta. Al pie de otra torre, me detuve para recobrar el aliento y reflexionar sobre est o. Si lo que sugera el poeta era cierto, las "desaforadas historias" de los Cantos sern muy importantes para m. Pens en Grandam recitando ese poema pico, record las noches en que cuidaba ovejas en las colinas del norte, nuestros vehculos de bateras forma ndo un crculo protector para pernoctar, las fogatas opacando apenas la gloria de las constelaciones o las lluvias de meteoritos; record la mesurada lentitud con que G randam recitaba estrofas que luego me haca repetir, record mi impaciencia -habra preferido sentarme a leer un libro bajo un farol- y sonre al pensar que esa noche cenara con el autor de esos versos. Ms an, el viejo poeta era uno de los siete peregrinos de que hablaba el poema. Demasiadas cosas. demasiado pronto. Haba algo raro en esa torre. Ms grande y ms ancha que la torre donde yo haba despertado, esta estructura tena una sola ventana, un arco a treinta metros de al tura. Ms interesante an, haban tapado con ladrillos la puerta original. Haba hecho trabajo s de albailera cuando era aprendiz de Avrol Hume, y mi experiencia me hizo sospechar que haban cerrado la puerta antes de que la zona fuera abandonada un siglo atrs, p ero no mucho antes. An hoy ignoro por qu ese edificio me llam la atencin cuando haba tantas ruinas para explorar esa tarde, pero mi curiosidad era innegable. Recuerdo que mir cuesta arr iba y not la profusin de hojas de chalma que haban trepado por la torre como hiedra de corteza gruesa. Si uno trepa la cuesta y penetra en el bosquecillo de chalma, po dra encaramarse a esa rama y llegar al antepecho de esa ventana solitaria... Era un disparate. Con esa pueril expedicin slo lograra rasgarme la ropa y despellejarme las manos, por no mencionar el peligro de una cada de treinta metro s. Para qu arriesgarse? Qu poda haber en esa torre clausurada, salvo araas y telaraas? Diez minutos despus estaba encaramado a la sinuosa rama de chalma, buscando muescas en la piedra o ramas gruesas para aferrarme. Como la rama creca contra la pared, no poda montarme a horcajadas sobre ella. Tuve que avanzar de rodillas -la s ramas de arriba no me permitan andar de pie- y la sensacin de peligro y el miedo a

caerme eran aterradores. Cuando el viento otoal sacuda las hojas y las ramas, yo m e detena y me aferraba con todas mis fuerzas. Cuando llegu a la ventana maldije en voz baja. Mis clculos -realizados con tanta facilidad desde la acera- haban sido errneos. La rama de chalma estaba tres metros debajo del antepecho de la ventana abierta. No haba lugar donde apoyar los dedos en esa extensin de piedra. Si quera llegar al antepecho, tendra que saltar con la esperanza de que mis dedos encontraran en dnde agarrarse. Era una locura. No haba nada en la torre que justificara semejante riesgo. Aguard a que amainara el viento, me agazap y brinqu. Durante un vertiginoso segundo mis dedos encorvados patinaron por la piedra desmigajada y el polvo, partindome las uas y sin hallar sostn, pero luego encontraron los podridos restos d el viejo antepecho y se clavaron. Me encaram, jadeando y rasgndome la camisa. Los blandos zapatos que me haba dejado A. Bettik rasparon la piedra hasta encontrar apoyo. Cuando me incorpor en el antepecho, me pregunt cmo hara para bajar por la rama de chalma. Esta preocupacin aument cuando escrut el oscuro interior de la torre. -Maldicin -susurr. Haba un viejo rellano de madera debajo del antepecho, pero la to rre estaba vaca. La luz que entraba por la ventana iluminaba tramos de una escalera desvencijada que recorra el interior de la torre as como las ramas de chalma abraz aban el exterior, pero el centro de la torre era pura oscuridad. Alc los ojos y vi man chas de luz solar por lo que quiz fuera un techo de madera provisional treinta metros ms arrib a. Comprend que la torre no era ms que un silo glorificado, un gigantesco cilindro de piedra de sesenta metros de altura. Con razn necesitaba una sola ventana. Con razn haban tapado la puerta aun antes de la evacuacin de Endymion. Conservando el equilibrio en el antepecho, sin confiar en el podrido rellano del interior, sacud la cabeza con resignacin. Un da mi curiosidad me llevara a la muerte. Escrutando la penumbra, que tanto contrastaba con el esplndido sol del atardecer, not que el interior estaba demasiado oscuro. No poda ver la pared ni la escalera del otro lado. Comprend que la luz difusa iluminaba la piedra -vea un tramo de escalera pod rida, y todo el cilindro del interior era visible metros por encima de m-, pero en mi n ivel la mayor parte del interior haba... desaparecido. -Cielos -susurr. Algo llenaba esa torre oscura. Apoyando mi peso en mis brazos, que an aferraban el antepecho, baj al rellano inte rior. La madera cruji pero pareca bastante slida. Sin soltar el marco de la ventana, apoy parte de mi peso en mis piernas y me volv para mirar. Tard casi un minuto en comprender lo que miraba. Una nave espacial llenaba el int erior de la torre como una bala metida en la recmara de un antiguo revlver. Apoyando todo mi peso en el rellano, olvidndome de su precariedad, avanc para ver mejor. Era una esbelta nave de poca altura, unos cincuenta metros. El metal del casco si era metal- era negro y opaco y pareca absorber la luz. Yo no vea lustre ni reflejos. D istingu el perfil de la nave mirando la pared de piedra que haba detrs y viendo dnde

terminaban las piedras y la luz que se reflejaba en ellas. No dud un instante de que fuera una nave espacial. Lo era enfticamente. Una vez le que los nios de cientos de mundos todava dibujan casas bosquejando una caja con un a pirmide encima, con volutas de humo sobre una chimenea rectangular, aunque dichos nios vivan en habitculos orgnicos en lo alto de rboles residenciales ARNados. Tambin dibujan las montaas como pirmides, aunque las montaas que conocen se parezcan ms a los cerros redondos del pie de la Meseta del Pin. No s qu explicacin daba el artculo. Memoria racial, tal vez, o el cerebro condicionado par a ciertos smbolos. La cosa que yo estaba viendo, entreviendo casi como espacio negativo, no era slo una nave espacial, sino la nave espacial. He visto imgenes de los cohetes ms antiguos de Vieja Tierra -anteriores a Pax, a l a Cada, a la Hegemona, a la Hgira, qu digo, anteriores a todo- y lucan como esa negrura curva. Alta, delgada, ahusada en ambos extremos, puntiguada arriba, con aletas abajo. Yo estaba mirando la imagen simblicamente perfecta de una NAVE ESPACIAL, grabada a fuego en el cerebro y la memoria racial. En Hyperion no haba naves espaciales particulares ni naves espaciales extraviadas . De esto estaba seguro. Aun las naves interplanetarias ms simples eran demasiado cost osas para abandonarlas en viejas torres de piedra. En una poca, siglos antes de la Cada , cuando los recursos de la Red de Mundos parecan ilimitados, pudo haber una pltora de naves espaciales -militares, diplomticas, gubernamentales, empresariales, fundacionales, exploratorias, incluso algunas naves particulares pertenecientes a hipermillonarios-, pero aun en esos tiempos slo una economa planetaria poda afronta r el coste de la construccin de una nave estelar. En mis tiempos -y en tiempos de m i madre y mi abuela, y de sus madres y abuelas- slo Pax -ese consorcio de la Iglesi a con un tosco gobierno interestelar- poda costearse naves espaciales de cualquier tipo . Y ningn individuo del universo conocido -ni siquiera Su Santidad en Pacem-poda costearse una nave estelar privada. Y esta nave era estelar. Lo saba. No s cmo, pero lo saba. Sin prestar atencin al psimo estado de los peldaos, me puse a bajar y subir por la escalera de caracol. El casco estaba a cuatro metros de m. Su insondable negrura me causaba vrtigo. Quince metros debajo de m, apenas visible bajo la curva de negrura , otro rellano se extenda hasta el casco. Baj. Un peldao podrido se parti bajo mis pies, pero me mova tan rpido que lo ignor. El rellano no tena baranda y se extenda como un trampoln. Si me caa desde all, me rompera algunos huesos y quedara tendido en la oscuridad de una torre cerrada. No pens en ello cuando cruc el rellano y apoy la palma en el casco de la nave. El casco era tibio. Ms que metal, pareca la lisa piel de una criatura durmiente. Enfatizando esta ilusin el casco emita una vibracin suave, como si la nave respiras e, como si un corazn palpitara bajo mi palma. De pronto hubo un movimiento real baj o mi mano, y el casco se hundi y se apart, n o

elevndose mecnicamente como algunos portales que haba visto, ni girando sobre goznes, sino plegndose sobre s mismo como labios que se retrajeran. Se encendieron luces. Un corredor interno -techo y paredes de aspecto orgnico que evocaban una cerviz reluca suavemente. No vacil demasiado. Durante aos mi vida haba sido calma y predecible como la mayora de las vidas. Esa semana haba matado a un hombre por accidente, me haban condenado y ejecutado y haba despertado en el mito favorito de Grandam. Por qu detenerme all? Entr en la nave espacial, y la puerta se cerr a mis espaldas como una boca hambrie nta. El corredor de la nave no era lo que yo habra imaginado. Siempre haba pensado que el interior de las naves espaciales era como la bodega de los transportes martimos q ue llevaban nuestro regimiento de la Guardia a Ursus: metal gris, remaches, tronera s firmes y tubos de vapor siseante. Aqu no haba nada de eso. El corredor era liso y curvo, y los tabiques interiores estaban revestidos con una madera tibia y orgnica como carne. Si haba una cmara de presin, yo no la haba visto. Luces ocultas se encendan mientras yo avanzaba y luego se apagaban solas, dejndome en un pequeo estanque de luz con oscuridad por delante y por detrs. Saba que la nave no poda tener ms de cien metros de dimetro, pero la leve curva de este corredor creaba la ilusin de que el interio r era ms grande que el exterior. El corredor terminaba en lo que deba de ser el centro de la nave, un foso abierto con una escalera de caracol metlica que se perda en la oscuridad. Apoy el pie en el primer escaln y arriba se encendieron luces. Sospechando que las partes ms interesantes d e la nave estaban arriba, comenc a ascender. La cubierta siguiente llenaba todo el crculo de la nave y albergaba un antiguo ho lofoso como el que yo haba visto en viejos libros, varias sillas y mesas en un estilo qu e no pude identificar y un piano de cola. Debo aclarar que ni una persona entre diez mil n ativos de Hyperion habra podido identificar ese objeto como un piano, y menos como un piano de cola. Mi madre y Grandam haban sentido un apasionado inters por la msica, y un piano haba llenado gran parte del espacio de una de nuestras casas rodantes elctri cas. Muchas veces yo haba odo las quejas de mis tos o abuelos acerca del tamao y peso de ese instrumento, acerca de los julios de energa necesarios para transportar es e trasto pre-Hgira por los brezales de Aquila, y acerca de la sensatez de tener un sinteti zador de bolsillo que poda recrear msica de piano o cualquier otro instrumento. Pero mi mad re y Grandam eran tajantes: nada poda igualar el sonido de un piano autntico, por mucho que hubiera que afinarlo despus del transporte. Y ni mi abuelo ni mis tos se queja ban cuando Grandam tocaba Rachmaninoff, Bach o Mozart en el campamento de noche. Esa anciana me haba hablado sobre los grandes pianos de la historia, incluidos los pi anos de cola pre-Hgira. Y ahora vea uno. Ignorando el holofoso y los muebles, ignorando la ventana curva que mostraba slo la oscura piedra del interior de la torre, camin hasta el piano de cola. Las letras

doradas decan STEINWAY encima del teclado. Solt un silbido y acarici las teclas con los dedos, sin atreverme an a tocar nada. Segn Grandam, esta compaa haba dejado de fabricar pianos antes del Gran Error del '08, y no se haba fabricado ninguno desd e la Hgira. Yo estaba tocando un instrumento que tena por lo menos mil aos de antigedad. Los Steinway y los Stradivarius eran mitos entre los amantes de la msic a. Me pregunt cmo era posible, acariciando teclas que tenan la tersura del legendario marfil, colmillos de un animal extinguido llamado elefante. An podan quedar seres humanos de los tiempos anteriores a la Hgira -los tratamientos Poulsen y el almac enaje criognico podan explicarlo-, pero los artefactos de madera, alambre y marfil tenan pocas probabilidades de efectuar esa larga travesa por el tiempo y el espacio. Mis dedos tocaron un acorde do-mi-sol-si bemol. Y luego un acorde en do mayor. E l tono era impecable, la acstica de la nave, perfecta. Nuestro viejo piano necesitaba qu e Grandam lo afinara despus de cada viaje de pocos kilmetros por los brezales, pero este instrumento pareca perfectamente afinado despus de un sinfn de aos-luz y siglos de viaje. Saqu el taburete, me sent y me puse a tocar Para Elisa. Era una pieza sentimental y sencilla, pero pareca congeniar con el silencio y la soledad de ese lugar oscuro. De hecho, las luces parecieron atenuarse mientras las notas llenaban la sala circul ar y resonaban en la penumbrosa escalera. Mientras tocaba, pens en mi madre y Grandam, que nunca habran sospechado que mis lecciones de piano infantiles conduciran a est e solo en una nave oculta. La tristeza de ese pensamiento impregn la msica que tocab a. Cuando termin, apart los dedos del teclado con cierta culpa, abrumado por la arrogancia de mi pobre ejecucin de una pieza tan simple en ese piano venerable, e se regalo del pasado. Permanec en silencio un instante, intrigado por la nave espaci al, por el viejo poeta y por mi propio lugar en este descabellado orden de cosas. -Muy bonito -murmur una voz a mis espaldas. Di un respingo. No haba odo que nadie subiera o bajara la escalera, no haba visto q ue nadie entrara en la sala. Mir de un lado al otro. No haba nadie en la habitacin. -Hace