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Semblanzas <http://tremedica.org/panacea.html> 392 Panace@. Vol. XII, n. o 34. Segundo semestre, 2011 Entrevista a Christoph Zink * María L. Barbero ** María Barbero: ¿Cuándo empezó usted a trabajar como lexi- cógrafo, y cómo llegó a este campo de trabajo? Christoph Zink: Soy médico especialista en epidemiología. Para esta especialidad hay casi treinta definiciones diferentes, de ahí que prefiera llamarme «médico especialista en cues- tiones básicas», que es lo que mejor describe las funciones de un epidemiólogo: observa tanto la medicina como al paciente desde fuera y, estudiando y evaluando datos y cifras de todo tipo, procura que los conocimientos de la medicina ―al me- nos siguiendo sus fundamentos― se pongan en práctica del modo más efectivo posible. En un principio me dediqué a la investigación en ma- teria de prevención y tratamiento, y luego tomé parte en el desarrollo de las primeras bases de datos toxicológicas de Alemania. En 1982, un cambio lógico en mi carrera y tremendamente interesante fue pasar a suceder a Willibald Pschyrembel, entonces ya octogenario, y reunir un equipo de redacción de diccionarios en la editorial Walter de Gruy- ter, que desde entonces viene publicando periódicamente el famoso Pschyrembel Klinisches Wörterbuch y otros dic- cionarios especializados. M. B.: Los diccionarios Pschyrembel de De Gruyter son ar- chiconocidos entre los traductores médicos del alemán, así que no quiero dejar pasar la oportunidad de preguntarle a quien tanto tiene que ver con su génesis: ¿qué tienen de es- pecial? C. Z.: El Klinisches Wörterbuch es, en la medicina en len- gua alemana, la obra más antigua que se sigue publicando y, de lejos, la obra de consulta más extendida. Su primera edición vio la luz en 1894, como Diccionario de las ex- presiones del arte y ejercicio de la medicina, de la mano de Otto Dornblüth, pero su segunda edición, de 1901, ya incor- poraba el título por el que hoy lo conocemos. Tras el fun- dador y otros dos editores, en 1932 el profesor Pschyrembel se hizo cargo de publicar numerosas ediciones durante na- da menos que 50 años (hasta 1982) y, bajo su responsabi- lidad, el pequeño volumen que existía hasta entonces se con- virtió en un libro que hoy cuenta con más de 2000 páginas y que es comúnmente conocido como «el Pschyrembel». M. B.: ¿No es la lexicografía un área poco exigente para un científico especializado en ciencias naturales? ¿No se siente un médico metido a creador de diccionarios como si fuera el hermano pobre del médico que se dedica al ejercicio clínico de la profesión? Las distintas ediciones del Klinisches Wörterbuch, de 1894 a 1944 (delante) y de 1951 a 2007 (detrás). © photopolis.de/Georgios Anastasiades Cubierta de la primera edición (1894). © photopolis.de/Georgios Anastasiades C. Z.: ¡En absoluto! Nuestro diccionario siempre fue, claramen- te, un libro «médico», y eso implica que se elabora en contacto directo con la práctica de la medicina. Willibald Pschyrembel era ginecólogo, director de una clínica y profesor universitario, * Lexicógrafo. [email protected]. En las pp. 355-356 puede leerse una reseña del Pschyrembel Klinisches Wörterbuch, coordinado por él. ** Traductora técnica, directora de La Linterna del Traductor. [email protected].

Entrevista a Christoph Zink - tremedica.org · 2018. 11. 28. · En un principio me dediqué a la investigación en ma-teria de prevención y tratamiento, y luego tomé parte en el

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392 Panace@. Vol. XII, n.o 34. Segundo semestre, 2011

Entrevista a Christoph Zink*

María L. Barbero**

María Barbero: ¿Cuándo empezó usted a trabajar como lexi-cógrafo, y cómo llegó a este campo de trabajo?

Christoph Zink: Soy médico especialista en epidemiología. Para esta especialidad hay casi treinta definiciones diferentes, de ahí que prefiera llamarme «médico especialista en cues-tiones básicas», que es lo que mejor describe las funciones de un epidemiólogo: observa tanto la medicina como al paciente desde fuera y, estudiando y evaluando datos y cifras de todo tipo, procura que los conocimientos de la medicina ―al me-nos siguiendo sus fundamentos― se pongan en práctica del modo más efectivo posible.

En un principio me dediqué a la investigación en ma-teria de prevención y tratamiento, y luego tomé parte en el desarrollo de las primeras bases de datos toxicológicas de Alemania. En 1982, un cambio lógico en mi carrera ytremendamente interesante fue pasar a suceder a Willibald Pschyrembel, entonces ya octogenario, y reunir un equipode redacción de diccionarios en la editorial Walter de Gruy- ter, que desde entonces viene publicando periódicamente elfamoso Pschyrembel Klinisches Wörterbuch y otros dic- cionarios especializados.

M. B.: Los diccionarios Pschyrembel de De Gruyter son ar-chiconocidos entre los traductores médicos del alemán, así que no quiero dejar pasar la oportunidad de preguntarle a quien tanto tiene que ver con su génesis: ¿qué tienen de es-pecial?

C. Z.: El Klinisches Wörterbuch es, en la medicina en len-gua alemana, la obra más antigua que se sigue publicando y, de lejos, la obra de consulta más extendida. Su primera edición vio la luz en 1894, como Diccionario de las ex-presiones del arte y ejercicio de la medicina, de la mano de Otto Dornblüth, pero su segunda edición, de 1901, ya incor-poraba el título por el que hoy lo conocemos. Tras el fun- dador y otros dos editores, en 1932 el profesor Pschyrembel se hizo cargo de publicar numerosas ediciones durante na-da menos que 50 años (hasta 1982) y, bajo su responsabi- lidad, el pequeño volumen que existía hasta entonces se con-virtió en un libro que hoy cuenta con más de 2000 páginas y que es comúnmente conocido como «el Pschyrembel».

M. B.: ¿No es la lexicografía un área poco exigente para un científico especializado en ciencias naturales? ¿No se siente un médico metido a creador de diccionarios como si fuera el hermano pobre del médico que se dedica al ejercicio clínico de la profesión?

Las distintas ediciones del Klinisches Wörterbuch, de 1894 a 1944 (delante) y de 1951 a 2007 (detrás).

© photopolis.de/Georgios Anastasiades

Cubierta de la primera edición (1894). © photopolis.de/Georgios Anastasiades

C. Z.: ¡En absoluto! Nuestro diccionario siempre fue, claramen-te, un libro «médico», y eso implica que se elabora en contacto directo con la práctica de la medicina. Willibald Pschyrembel era ginecólogo, director de una clínica y profesor universitario,

* Lexicógrafo. [email protected]. En las pp. 355-356 puede leerse una reseña del Pschyrembel Klinisches Wörterbuch, coordinado por él. ** Traductora técnica, directora de La Linterna del Traductor. [email protected].

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La primera edición (1894). © photopolis.de/Georgios Anastasiades

de modo que para él tenía mucho sentido dedicarse también a transmitir el saber empírico que tenía. Pero para mí está claro que precisamente el punto de vista más distanciado que puede aportar un epidemiólogo puede resultar muy útil en la práctica para clasificar el conocimiento relevante y hacerlo accesible. Considero, en cualquier caso, que la redacción de dicciona-rios es una aportación necesaria para la salud y comparable a cualquier otra: ayuda a evitar malentendidos y facilita una mejor comprensión entre los médicos de distintas especialida-des, entre los médicos y los demás profesionales de la salud, y entre médico y paciente. Este último aspecto es especial-mente significativo para los diccionarios Pschyrembel, ya que muchos de sus usuarios son legos en medicina ―sobre todo enfermos crónicos― que desean comprender mejor algunas cuestiones clínicas o las escuetas explicaciones del médico que les atiende.

M. B.: Un diccionario especializado suele ofrecer un pano-rama amplio de un campo de saber, pero también profundiza en cuestiones que no son del dominio de todo el mundo. Para escribir este diccionario, ¿hay que estar profundamente espe-cializado, o hay que ser un generalista capaz de tocar todas las materias? ¿Es fundamental que el diccionario sea fruto de un trabajo en equipo, o hay diccionarios unipersonales que valgan la pena?

C. Z.: Lógicamente, en las diversas áreas de especialidad pueden elaborarse diccionarios útiles a título individual, pero los diccionarios de un campo de especialidad complejo o bien de áreas multidisciplinares de conocimiento, como ha llegado a ser el caso de la medicina, habrán de contar cada vez con más colaboradores. En el caso del Klinisches Wörterbuch, solo las primeras ediciones fueron elaboradas por un único autor. Willibald Pschyrembel menciona por primera vez en 1942 a veintiún colegas que colaboraron en la nueva edición, y el número de colaboradores no ha dejado de crecer desde entonces. En la actualidad la redacción reposa en gran medida en el trabajo previo que desarrollan los asesores externos es-pecializados, pero la formulación final de los textos y su dis-posición en el conjunto del diccionario se dejan en manos de

una pequeña redacción con experiencia, la única que tiene la distancia suficiente con cada texto como para poder apreciar con imparcialidad lo que aporta a la obra en su conjunto.

M. B.: ¿Por qué es tan importante mantener esa distancia?

C. Z.: Por el tipo de información que debe incluir el diccio-nario, puesto que no se trata únicamente de indicar qué cono- cimientos se corresponden con qué circunstancias, sino deexplicar, ante todo, lo que el lector previsiblemente desea sa-ber sobre esa circunstancia concreta. Tal y como yo los conci-bo, los diccionarios deben incluir respuestas a preguntas pensadas de antemano. Por eso, para cada obra que abor-den, sus redactores tienen que hacerse una idea lo más claraposible de quiénes van a utilizar ese libro y en qué situaciones.Cuanto mejor consigan anticiparse a esos deseos de sus lec- tores, más útiles resultarán sus textos.

Esta es para mí la tarea más importante y más difícil de los lexicógrafos, porque requiere de ellos que se vean no ya como omniscientes personas instruidas que explican a otros una ciencia, sino, al contrario, como aprendices tenaces ―en cierto modo como estudiantes eternos― que en un primer paso plantean a la ciencia preguntas lógicas, aprenden luego a responderse estas preguntas y finalmente proporcionan res-puestas útiles a las mismas. Esto es lo fascinante de la lexi-cografía: obliga a cambiar de perspectiva continuamente para poder armonizar los imperativos didácticos de los especialis-tas con las necesidades de explicación que requiere un amplio público científico. Para ello estoy seguro de que es más im-portante contar con una formación científica general que con conocimientos de una especialidad concreta.

M. B.: ¿Y eso cómo se puede aprender?

C. Z.: Yo creo que esto se alcanza siendo conscientes de ello en el día a día y aprendiendo a ser críticos con nuestros pro-pios textos. A mí también me resulta útil debatir sobre el dic-cionario en que esté trabajando, porque mediante el diálogo todo adquiere mayor claridad que en la reflexión solitaria en la redacción. En el caso del Klinisches Wörterbuch los re-dactores nos reuníamos por lo menos durante dos horas al día para coordinar el trabajo y para explicarnos mutuamen-te los temas tratados en cada momento. A primera vista este proceso puede parecer poco práctico, pero la realidad es que mejoró sustancialmente nuestros textos finales. Además me he acabado acostumbrando, al contrario que la mayoría de mis colegas médicos, a no suspirar y entornar los ojos cuando alguien me dice «Ah, es usted médico; mire, pues tengo una pregunta que hacerle...»; al contrario, lo que hago es escuchar atentamente y procurar dar una respuesta lo más comprensi-ble posible. Este tipo de conversaciones me ayudan mucho, mediante ejemplos concretos, a comprender mejor el tipo deexplicaciones que, entre mi público lector, requieren precisa- mente los legos.

De un modo similar, con el Klinisches Wörterbuch se ha demostrado que se obtienen buenos resultados pidiendo ex-presamente a los lectores que nos envíen sus comentarios, y

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considerando que cada comentario es un ejemplo importante. Ya en las primeras ediciones del diccionario se incluía una tarjeta postal en la que los lectores podían transmitir al edi- tor los conceptos que echaban de menos o los fallos que habían encontrado, y luego conservamos el principio añadien- do al final de cada volumen los correspondientes formula- rios. De este modo, no solo obteníamos casi a diario notas muy útiles, sino que además establecíamos contacto —siem- pre respondíamos a cada postal o comentario que nos llega- ba con una breve carta― con un número creciente de lecto-res, lo que también nos ayudaba a mejorar paulatinamente laimagen que teníamos de quiénes leían al fin y al cabo nuestrostextos.

M. B.: Menciona usted la «disposición de los textos en el conjunto del diccionario». ¿Cuál es la importancia que tie-ne, a su modo de ver, que cada entrada tenga una conexión racional con las demás? ¿Incluye esa conexión racional un principio de conexión estilística?

C. Z.: Obviamente, para redactar un diccionario hay que em-pezar por acumular material: se requieren muchas piezas ais-ladas, que además pueden haber sido redactadas por distintos autores. Pero este es solo el primer paso, porque luego hay que modelar cada pieza de modo que, al juntarla con las demás, se constituya un conjunto armonioso. Por eso, la selección de las entradas y las decisiones so-sobre el contenido de los textos son tareas que llevan a cabo solo unos pocos redactores que conocen perfectamente la obra en su conjunto, y lo hacen siguiendo unas normas muyclaras. Solo así se pueden evitar en la mayor medida posiblelas redundancias, contradicciones y omisiones y se puedenlograr dos objetivos que considero fundamentales para queun diccionario sea útil, a saber:

Por un lado, la homogeneidad en el tratamiento de ca- da entrada. Todo diccionario debe dedicar aproximadamen- te el mismo grado de detalle a todos los ámbitos del tema so- bre el que verse y describirlo con un vocabulario uniforme, es decir, el lector no debe notar qué especialidad han estudia- do los redactores.

Por otro, la previsibilidad del contenido. Un dicciona-rio debe hacer sentir a sus lectores, con el tiempo, qué tipo de entradas y de contenidos son los que van a encontrar en él. Y esto solo podrá suceder si el texto lo han elaboradounos pocos redactores siguiendo siempre criterios uniformes, tanto lingüísticos como de contenido.

M. B.: ¿Qué otras características cree usted que deben tener los «buenos» diccionarios?

C. Z.: Además de las dos ya mencionadas (homogeneidad en el tratamiento de las entradas y previsibilidad del contenido), creo que deben reunir otras tres:

En primer lugar, su contenido tiene que ser «correcto». Esta afirmación parece una obviedad, pero en el caso de los diccionarios esto no solo implica que el contenido pueda ser documentado en fuentes científicas, sino que significa ―so-

bre todo si estas fuentes, como sucede con la mayoría de los diccionarios, no se citan por separado― que deben limi- tarse al núcleo indiscutido de esa rama del saber, mientrasque los aspectos más controvertidos deberán ser incluidoscon moderación e indicando además expresamente que loson. Los diccionarios solo deberían incluir aquello que noprovoque protestas fundamentadas en la mayor parte de supúblico lector, es decir: el conocimiento consensuado sobre cada hecho. Considero que los diccionarios son el lugar me-nos indicado para llevar a cabo debates especializados odisputas entre especialistas. A algunos esta norma les puedeparecer una cobardía por parte de los lexicógrafos, pero enrealidad son estas medidas de precaución las que hacen que sus obras ganen en credibilidad, y solo así se puede generarprogresivamente la confianza del lector en el contenido deldiccionario.

Como segunda cualidad, los diccionarios deben hacer que tanto la selección de sus entradas como sus explicaciones sean «bellas». Ya sé que este epíteto resulta poco concreto, pero enrealidad contiene en sí mismo varias de las cualidades que se identifican con las sensaciones: los diccionarios deben emplear un lenguaje lo más sencillo posible para que sean fáciles de leer y comprender; deben emplear conceptos que no discriminen a na-die; y deben cuidar también su forma externa, tipología y diseño, para que la búsqueda y lectura sea lo más sencilla posible.

Por último, el tercer requisito para que los diccionarios sean buenos es que han de ser «útiles» para las dos partes que ponen en contacto: por un lado, para la rama de cono-cimiento que presentan, recogiendo, valorando y desarro- llando su terminología; y, por otro, para el lector, que busca obtener respuestas de la manera más sencilla, comprensible y completa a sus preguntas.

M. B.: ¿Cuál es el criterio que se utiliza para seleccionar los conceptos que va a contener un diccionario? ¿Quién estable-ce esos criterios de selección: la editorial o el autor?

C. Z.: Esto depende del propósito que tenga el diccionario en cuestión, es decir, quién debe comprender mejor qué con ayuda de esta obra. De hecho, los diccionarios son siempre representaciones de un fragmento de la realidad reflejado en el espejo de los conceptos que se utilizan en la práctica para poder describir esa realidad. Pero el modo en que un dic-cionario logre este objetivo depende en gran medida de quiénemplea la obra y con qué fin.

Los diccionarios generales de lengua, cuya finalidad es, por ejemplo, la de apoyar la labor traductora, serán, en la in- mensa mayoría de los casos, más útiles cuanta mayor diversi- dad de conceptos contengan, o cuantos más ejemplos apor-ten o con cuanta mayor exactitud distingan los usos sociales de la lengua, mientras que cuando hablamos de diccionariostemáticos especializados, como el Klinisches Wörterbuch, no nos sirve eso de «cuanto más voluminoso, mejor». Estoslibros, creados para transmitir conocimientos y facilitar unamejor comprensión, se emplean en circunstancias bien distin- tas, tienen que ser manejables y, precisamente por eso, solo pueden contener una selección de entradas y de información.

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En cierta ocasión el profesor Pschyrembel dijo sobre este punto algo así como: «Mi labor fundamental consiste en tirar cosas a la papelera». Se refería por un lado a que la editorial, por desgracia, para poder editar y vender un libro manejable,siempre limitaba estrictamente el número de hojas, de modoque muchos textos de los colaboradores acababan en la pape-lera del editor. Pero también se refería con esa frase a que consideraba que su tarea era la de procurar un orden en la terminología médica, y volver a decidir en cada nueva edi-ción qué conceptos de los ya incluidos y qué conceptos nue-vos eran necesarios y cuáles prescindibles, y siempre par-tiendo de un nuevo punto de vista.

Esto de «tirar a la papelera» es difícil pero también im-prescindible. Por un lado, porque un diccionario no debe ni incluir conceptos nuevos de manera inmediata ni mantener eternamente en sus páginas palabras que han caído en desuso. Pero, sobre todo, porque los redactores de diccionarios temá-ticos especializados deben aplicar a la terminología el princi-pio escolástico de parsimonia, también conocido como «la na-vaja de Ockham» Entia non sunt creanda sine necessitate(«No deben crearse entidades sin necesidad»). Los dicciona-rios temáticos especializados deben nombrar y explicar cadahecho u objeto en una única entrada, mientras que todas lasdemás denominaciones de ese mismo hecho u objeto apare-cerán, a lo sumo, indicadas como sinónimos y, en el mejorde los casos, se explicará por qué se favorece el uso de esaprimera denominación.

M. B.: El diccionario especializado es, según usted lo entien-de, una herramienta científica. ¿Se puede decir que el diccio-nario aporta algo al desarrollo de una ciencia o es una mera recopilación organizada de conocimientos ya establecidos? ¿Es el diccionario el que fija los términos nuevos o se limita a reflejar el uso de términos preexistentes?

C. Z.: Como ya he dicho, los lexicógrafos son en muchos aspectos la antítesis de los coleccionistas. Ante todo tienen que seleccionar, de entre todos los conceptos con los que se encuentran, aquellos que parecen ser los más indicados para describir ese fragmento de realidad sin redundancia alguna y con la mayor homogeneidad posible. Pero también hay que tomar muchas decisiones al elaborar las explicaciones, deci-siones que impregnan luego todo el texto; tienen que ver, por ejemplo, con la longitud y organización de los textos, los vín-culos con otras palabras o la adición de tablas y gráficos a los textos. Esta libertad de creación es, desde luego, lo que hace de la lexicografía una ciencia bella y fascinante, pero requiere un control minucioso para evitar que las inclinaciones cientí-ficas propias comiencen a extenderse por todo el libro.

En cualquier caso, y por todos estos motivos, los dic-cionarios no son meras representaciones de un ámbito del conocimiento, sino descripciones de cada elemento concreto dispuestas en orden y vinculadas entre sí; esa disposición y los vínculos del diccionario repercuten a su vez en el ámbitoque se describe.

En este sentido los diccionarios están plenamente im-plicados en el desarrollo de la ciencia, aunque solo sea por

la influencia que ejercen en el uso lingüístico y en la orto-grafía. Por poner un ejemplo, yo creo que en la práctica de la medicina es importante que, al menos, todos los cuadros clínicos tengan también una denominación alemana verná-cula, de modo que los pacientes nunca se tengan que ver en la situación de que su médico solo les pueda explicar lo que les pasa empleando el inglés. Además, frecuentemente los diccionarios tienen que proponer nuevos conceptos, como, por ejemplo, denominaciones colectivas para circunstanciasque tienen distintas denominaciones según la rama científi- ca en que se den…, «cruces», «escalones intermedios» ter- minológicos que reorganizan y hacen más accesible la com- plejidad del lenguaje científico que muchas veces solo pue- de explicarse de la mano de la historia.

M. B.: ¿Por qué es importante que los términos recogidos en un diccionario tengan vínculos que los relacionen entre sí?

C. Z.: En cuanto al contenido, el motivo es que estos víncu-los ―remisiones a otras entradas o comparaciones con algu- nas― mejoran la utilidad del texto, dado que la mayor partede la información no adquiere sentido si no aparece ro-deada de su contexto. No hay comprensión de un objetosi solo se describe aisladamente; debe estar clasificado y co-locado en el conjunto científico, se debe explicar qué rela- ción tiene con los demás objetos del diccionario y en qué otras partes de la obra se puede encontrar información adi- cional al respecto.

En cuanto a la forma, el motivo es que estos vínculos re-alzan la «belleza» del diccionario al esclarecer el empleo queen él se hace de las palabras ―remisión a entradas― y ayu- dan a economizar espacio —remisión a textos―, evitan re-peticiones y por lo tanto mejoran la claridad de la obra.

Para mí es por lo tanto muy importante que estos vínculos nazcan tras un proceso de reflexión. No es útil que todos los conceptos que de algún modo se definen en el diccionario apa-rezcan marcados; estas referencias solo han de proporcionarse cuando realmente aportan algo sustancial a la comprensión del vocablo y por lo tanto al lector le merece la pena seguirlas.

M. B.: ¿Qué tipo de fuentes maneja un lexicógrafo al ela-borar un diccionario? ¿Con qué criterios se escogen esas fuentes?

También esto depende en gran medida del tipo de diccio-nario que se esté elaborando, pero en general se puede decirque los diccionarios exigen tanto esfuerzo (incluso econó-mico), que su contenido tiene que ser lo más perdurable po-sible. Por eso no me parece razonable buscar nuevos concep-tos en publicaciones actuales, sino que yo me concentro so-bre todo en el uso conceptual de los nuevos libros de texto:clasificar y explicar su vocabulario es ya una tarea lo sufi-cientemente ardua.

Además, la selección de las fuentes también depende, como es lógico, del punto de partida: si se quiere actualizar, por ejemplo, una colección de entradas ya existente, la fuen-te más relevante será, la mayoría de las veces, un asesor especia-

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lizado; si lo que se pretende es aclarar contradicciones o qui-zá corregir errores, toda la bibliografía científica puede servir como fuente; y si se quiere ampliar un diccionario de manera sistemática con nuevos conceptos, creo que la mejor y más útil fuente de los lexicógrafos ―un poco como sucede con los etnólogos― es la detallada observación del campo científico que va a ser tratado.

Por eso quien escribe un diccionario debe leer y escu-char mucho, tanto como pueda. Sin embargo, su libro lo irá completando muy poco a poco, porque, de lo contrario, en un proceso de crecimiento incontrolado, la obra podría «estallar»y perder su consistencia, su lógica interna. Los nuevos con-ceptos del diccionario no tienen por qué aparecer siemprecomo nuevas entradas individuales, sino que en ocasionespuede resultar mucho más lógico ampliar los textos que ya tenemos, por ejemplo añadiendo a una entrada ya existente una palabra, una frase o una enumeración. Por lo general, unanueva entrada para un concepto nuevo se redacta bastante rá-pidamente y sin dificultad; lo que ya es más complejo es inte-grar ese nuevo concepto en el conjunto.

M. B.: ¿Hasta qué punto «bebe» un diccionario de otros dic-cionarios anteriores?

C. Z.: Todos los diccionarios existentes son fuentes importan-tes para los lexicógrafos; sería imperdonable no tomarlos en consideración. Otra cuestión bien distinta es si se debe copiar de estos viejos libros para elaborar los nuevos. Porque, por una parte, la lexicografía no deja de ser una actividad de copia crea-tiva, sí, y es habitual ―al contrario que en la bibliografía cien-tífica― tomar prestado de otros colegas con total desenfado las formulaciones más acertadas. Si estos préstamos se reducen a unas cuantas líneas, nadie hará reproche alguno. Pero, por otra parte, estos textos prestados casi nunca son adecuados pa-ra el libro propio. Al fin y al cabo, uno escribe persiguiendo un objetivo, distinto al de los demás libros, de modo que casisiempre hay que reformular los textos provenientes de obras ajenas, o bien reducirlos o ampliarlos, hasta que casen perfec-tamente con el resto de la obra y su propósito específico.

En principio, el mejor método sería el de llevar a cabo una comparación sistemática con los diccionarios existentes para poder reconocer las lagunas de la obra propia, sus «puntos cie-gos» o esas inclinaciones personales de los autores que proli-feran involuntariamente por sus páginas. Por desgracia, conel Klinisches Wörterbuch no tuvimos tiempo de hacerlo ysolo leímos a «la competencia» en casos concretos. Pero enotra obra posterior de la serie Pschyrembel —el Diccionario de sexualidad, publicado en 2002― sí figuraba al principiouna comparación de los diccionarios existentes: aquel temade la sexología excedía ampliamente mi competencia comomédico. Por eso pusimos al comienzo un amplio fichero con entradas individuales: una sinopsis de una buena docena de de diccionarios muy diversos sobre sexualidad, erotismo yamor.

Un primer resultado de esta visión de conjunto, que nosdejó perplejos, fue el poco nivel de coincidencia de las entra-das: los conceptos que los diversos autores consideraban lo

suficientemente relevantes variaban enormemente de uno a otro, algo que vino a refrendarme claramente la importancia de la par-te subjetiva de la lexicografía. Por eso, lo primero que hicimos fue elaborar una largalista de posibles entradas simplemente copiándolas de los distin-tos diccionarios y, a continuación, comenzamos a ordenarlas demanera sistemática. En nuestra obra no se incluyeron, ni muchomenos, todos los conceptos considerados en esa primera lista,y a la vez fue necesario añadir muchos otros que no aparecíanen ninguno de los diccionarios ya existentes. La tarea fue tre-mendamente larga y prolija, pero creo que era necesario re-currir a las obras previas para poder describir ampliamente untema tan complejo y heterogéneo como el de la sexualidad sin dejar puntos ciegos propios por cubrir.

M. B.: ¿Cuánto se tarda en preparar la edición de un diccio-nario completamente nuevo? ¿Y hasta qué punto es el lexicó-grafo libre de seleccionar contenidos y establecer la longi-tud de las entradas?

C. Z.: Editar un diccionario nuevo siempre resulta una tarea más larga de lo que inicialmente se piensa. Desde el punto de vista económico esto no es lo mejor, pero está en la propia naturaleza del trabajo, puesto que hasta que no se inicia el tra-bajo no se puede dar uno cuenta de las dificultades específicas que conlleva.

Para revisar diccionarios ya existentes, como, por ejem-plo, el Klinisches Wörterbuch, considero que un lapso de dos a tres años es lo mínimo que se debe emplear, porque, como ya he dicho, un diccionario no es «más actual» cuantos más textos se le añadan apresuradamente, sino que lo que hay que hacer, como se hace con un motor o con cualquier otro aparato, es desmontar todas sus partes cada cierto tiempo por completo, ordenar sus lemas en pequeñas unidades temáticas y comprobar minuciosamente si siguen siendo necesarios, si su consistencia interna sigue siendo válida y si cumplen los requisitos de homogeneidad y previsibilidad de la informa-ción. Solo así, aunque sea una tarea compleja, localizaremos los conceptos anticuados y solo así los nuevos encontrarán el lugar que les corresponde en el conjunto de la obra.

Sin embargo, también creo que no está de más tomarse tiempo para revisar los textos. Los diccionarios no son periódi-cos y nadie espera encontrar en ellos de manera inmediatacualquier tema de reciente incorporación a nuestras vidas, co-mo la «gripe porcina» o la Escherichia coli enterohemorrágica(EHEC) de 2011. Quien tenga preguntas sobre conceptos tan recientes comoestos, encontrará mejores respuestas en internet, mientras quepara un diccionario médico la llegada de un nuevo tipo de agen-te infeccioso supone más bien una buena ocasión para revisarcon ojo crítico todo tipo de entradas: por ejemplo, se puedenampliar las entradas generales sobre las correspondientes en-fermedades, o bien las entradas referidas a pandemia, cuaren- tena, mascarilla, desarrollo de vacunas, antivíricos y muchas más.

Respecto a la segunda parte de su pregunta: la extensión de una entrada debe ser expresión directa del significado que tiene lo definido en el ámbito de conocimiento que se des-

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cribe. Por ejemplo, un texto sobre el concepto «embarazo» tendrá muy distintos grados de detalle en función de si se trata de un diccionario médico ―en este caso la entrada será relati-vamente breve―, de un diccionario sobre sexualidad ―en-tonces será más extensa― o de un diccionario de ginecolo- gía y obstetricia ―en cuyo caso será una de las entradas más voluminosas del libro―. Naturalmente, como suele su- ceder en lexicografía, también aquí es imposible prescindir de una valoración subjetiva, y este tipo de decisiones tiene una enorme relevancia para el conjunto de la obra naciente.

M. B.: ¿Suponen los diccionarios electrónicos una ventaja por disponer de un espacio prácticamente ilimitado?

C. Z.: No necesariamente, de la misma manera que un dic-cionario más grande tampoco es, por el mero hecho de serlo, mejor. La limitación del volumen a la que siempre están suje-tas las obras impresas no representa únicamente un inconve-niente: en el caso de los diccionarios científicos, supone tam-bién un requisito para que la obra resulte de buena calidad. La experiencia me ha enseñado que la necesidad de concisión conduce a textos más bellos y, con frecuencia, más útiles. Es algo que me quedó grabado cuando estábamos terminando la primera edición revisada del Klinisches Wörterbuch: por un lado teníamos que respetar el límite máximo de 2000 páginas, pero, por otro, no disponíamos de los medios técnicos para calcular con antelación el volumen de nuestros textos.

Al final nuestros textos resultaron ser, cómo no, demasiado largos, en torno a una sexta parte más voluminosos de lo que debían ser, así que me senté con un colega durante varias semanas, pusimos manos a la obra y «aniquilamos» unas seispáginas diarias: lemas completos y, sobre todo, párrafos suel-tos o líneas, palabras o fragmentos de palabras aislados..., encualquier caso, piezas todas ellas que habíamos consideradobuenas y pertinentes hasta entonces. Estoy seguro de queno habríamos llevado a cabo este trabajo penoso si no hubié-ramos tenido esa presión exterior; con todo, pronto conside-ramos un gran alivio el poder volver a reflexionar sobre qué textos nos parecían de verdad importantes y concluimos, no sin sorpresa, que se podían reducir otros muchos textos si los formulábamos de nuevo. El resultado de este recorte de cerca de 400 páginas fue que a la obra no le faltaba ni una sola línea imprescindible, pero sí había ganado, y no poco, en claridad de exposición y en relación con la práctica.

El profesor Pschyrembel ya había hecho una reflexión si-milar en los años setenta y había anotado en rojo en las guar-das de un ejemplar de trabajo una máxima que conservo desde entonces: «El exceso de texto mata las ganas de leer. ¡Incluso Goethe mejora acortándolo!». No sé cómo funcionará conGoethe, pero, en lo que a diccionarios se refiere, es un prin-cipio tremendamente significativo: el espacio prácticamenteilimitado que nos ofrecen los medios electrónicos solo suponeuna ventaja para recopilar datos sueltos; en cambio, los dic-cionarios han de facilitar, además de datos, la comprensiónde un determinado ámbito de conocimiento, para lo cual lainformación que ofrecen debe limitarse a una porción que elcerebro humano pueda abarcar.

M. B.: La tecnología moderna nos ofrece, en comparación con la única opción anterior del diccionario en papel, las ventajas de la electrónica e incluso el soporte audiovisual para mejorar la eficacia del diccionario como herramienta. El mismo diccionario, ¿es mejor en soporte electrónico que en papel?

C. Z.: Creo que a esta pregunta no se puede responder de ma-nera genérica, ya que, incluso tratándose del mismo conteni-do, un diccionario impreso («analógico») no es igual que ese mismo diccionario en su forma electrónica («digital»). Sus diferencias son tan fundamentales y de tan distinta índole que creo que no merece la pena debatir sobre si este podrá sustituir a aquel algún día; según para qué se quiera emplear será mejor uno u otro, pero sí hay una cosa clara: el digital no siempre es mejor que el analógico.

Esta cuestión lleva casi veinte años siendo tema de enco-nado debate entre publicistas y editores, y por supuesto que hay mucho que decir al respecto, pero por ahora me quedo con esto: tengo la impresión de que en la mayoría de las re-dacciones de diccionarios el entusiasmo inicial sobre los nuevos medios técnicos ha dado paso ya a la preferencia por producir, también en el futuro, libros impresos. El ser huma- no, al fin y al cabo, no es un ser digital: piensa y aprende no solo de manera digital ―con su intelecto―, sino también, al mismo tiempo, de manera analógica, puesto que siente, huele y se mueve mientras lee. Por eso, en muchos casos, pa-ra comprender y aprender emplea también, y es bueno que asísea, libros que puede tocar, hojear, describir y, en caso nece-sario, arrojar contra la pared.

Por supuesto, los diccionarios digitales a veces presentan ventajas sobre los analógicos; reconozco que para un traductor es tremendamente útil no tener que desplegar sobre la mesa varios diccionarios y andar hojeándolos de aquí para allá, y reconozco que en ocasiones las pistas de audio o los vídeos ayudan a comprender mejor los contextos médicos. También resulta fascinante en el caso de los diccionarios disponibles en línea, partiendo de una relación de lemas propia, remitirse a otras fuentes en internet. En la web se encuentran algunas recopilaciones de datos científicos excelentes, y se podría edi-tar un diccionario médico mucho más rápidamente y que a la vez resultara más práctico si se partiera de textos propios y se hiciera referencia a ese tipo de fuentes.

M. B.: ¿Qué opinión le merecen los experimentos como la Wikipedia?

C. Z.: La Wikipedia es un experimento muy interesante. Yo la empleo a diario para encontrar respuestas rápidas a pre-guntas de todo tipo que me planteo. Pero la Wikipedia sigue un planteamiento diametralmente opuesto al de la lexicogra-fía, puesto que acumula como «conocimiento disponible» la suma de todo el saber de los voluntarios que la redactan. De todo ese saber la Wikipedia prácticamente no hace selección alguna y apenas envía frases a la papelera de reciclaje. Mien-tras que los diccionarios se limitan a lo que el editor consi-dera «importante saber», la Wikipedia se dedica a reunir lo

Page 7: Entrevista a Christoph Zink - tremedica.org · 2018. 11. 28. · En un principio me dediqué a la investigación en ma-teria de prevención y tratamiento, y luego tomé parte en el

Semblanzas <http://tremedica.org/panacea.html>

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que sus autores consideran «importante decir» sobre un tema, que no tiene por qué corresponderse con lo que otros quieren saber a ese respecto. En la práctica esto significa algo que se ve a simple vista si se comparan los resultados de búsqueda de una misma palabra en varios idiomas: los artículos suelen ser asombrosamente distintos, sin que sean erróneos, de modo que con la Wikipedia en realidad nunca se puede predecir qué tipo de información nos vamos a encontrar.

No cabe duda de que, precisamente por eso, los proyectos como el de la Wikipedia son útiles y no suponen ni competen-cia ni sustitución de los diccionarios científicos, cuya función, como ya se ha dicho, no es la de simplemente registrar co-nocimiento, sino también valorarlo y ordenarlo. Y esta tarea solo será posible para una colección de textos si se limita su volumen hasta el punto de que sus editores puedan mantener una visión global segura de toda la obra.

M. B.: ¿Entonces, es usted más bien escéptico respecto a lo que la informática puede ofrecer a la lexicografía?

C. Z.: Para elaborar diccionarios, trabajar con bases de datos en lugar de con grandes ficheros es, por supuesto, un gran avance, sobre todo en ahorro de tiempo, aunque creo que los ficheros tenían la enorme ventaja de que eran un reflejo pal-mario y palpable, en todas las fases del trabajo, de los libros que se estuvieran elaborando. El fácil acceso a todo tipo de fuentes gracias a internet también acelera enormemente el proceso de encontrar información y muchas veces sustituye la búsqueda en bibliotecas especializadas «analógicas». Ade-más, internet facilita la expansión a nivel mundial de obras muy especiales que no podrían pagarse en su forma impresa o que envejecerían con demasiada rapidez en formato papel. Hay un diccionario en línea que admiro muchísimo: desde Manila, el bioquímico Horst Ibelgaufts, haciendo gala de una diligencia infinita, se dedica desde hace años a explicar de manera ponderada el confuso mundo conceptual de la investi-gación con citoquinas (<www.copewithcytokines.de>). Exis- ten otros productos igualmente interesantes y también, claro, las grandes bases de datos que promueven los distintos go-biernos. Todo ello supone un enriquecimiento y su impor- tancia crecerá con el tiempo. Ahora bien, tengo dos preocupa- ciones fundamentales en mente, y solo el futuro podrá decir si están o no justificadas:

La primera preocupación es que los diccionarios digitales podrían resultar más económicos y ecológicos solo a primera vista. Con los libros analógicos las relaciones volumen-coste y costes-beneficios se reconocen fácilmente porque cada línea implica colores de impresión y papel, cada libro provoca gas-tos y se venderá o se quedará en la estantería. Por el contra-rio, con los libros digitales es fácil tener la sensación de que se difunden de manera prácticamente gratuita, y se pasa por alto lo que al fin y al cabo suponen: un consumo de aparatos, de servidores, de energía, de metal, de petróleo, y, al final, un aumento de la chatarra. Creo que por ahora esta parte tan analógica del mundo digital tiene muy poco peso en las esti-maciones que hacemos: con cada consulta que se hace en Google se liberan entre 0,2 y 10 gramos de CO2, es decir, nun-

ca cero. Por el contrario, el papel incluso fija el CO2, se puede emplear reiteradamente y, al final, convertir en compost.

Por eso creo que es necesario introducir un principio de parsimonia también en la información electrónica y veo conpreocupación, por poner un ejemplo, que proliferan los auto- denominados «glosarios» y «diccionarios» en páginas websobre cuestiones de salud, de modo que cada vez que se rea-liza una búsqueda en Google aparecen decenas de «definicio-nes» prácticamente iguales de tres a cinco líneas, que además,al leerlas, transmiten la impresión de que han sido recopi-ladas por robots de la información. Cuando navego por inter-net con ojos de lexicógrafo me molesta tremendamente verque también allí empieza a flotar abundante «basura marinade diccionarios».

Mi segunda preocupación es que los medios digitales fa-cilitan que nuestros diccionarios crezcan a una velocidad ex-cesiva para poder luego mantenerlos cuidados. Al contrario que las obras analógicas, los contenidos digitales inducen a que los consideremos atemporales, de modo que se requiere mucha atención para mantenerlos «correctos, bellos y útiles»también a largo plazo. En este sentido los diccionarios soncomo jardines: si plantamos más de lo que luego se puede cui-dar, nos perderemos pronto en la maleza. Para la mayor partedel conocimiento no basta con hacer una única definición, sino que hay que revisar una y otra vez cada denominacióny cada explicación y modificarlas después en caso necesario.En comparación, crear un diccionario digital es más senci-llo, pero por desgracia también lleva a que, al lado de infor-maciones bien cuidadas, aparezcan cada vez más trasterosvirtuales y cementerios de datos.

M. B.: Y una última pregunta: ¿experimenta también el lexi-cógrafo esa sensación de «se podría haber hecho mucho me-jor» cuando examina su trabajo al cabo de cierto tiempo?

C. Z.: Sí, claro, e incluso me atrevo a decir que ¡eso espero! Los diccionarios son «como la vida misma», y espero que con la redacción de diccionarios también aprendamos de una intentona a otra. Muchas veces, durante la compaginación de un diccionario que ya está terminado, me vienen a la cabezanumerosos detalles que me gustaría poder cambiar aún, aun-que ya no sea posible, de modo que me apunto la ocurrencia «para la próxima edición», fuere cuando fuere. Además con-sidero muy útil la interrupción intencionada de los trabajos sobre un diccionario, tal y como solía pasar antes con las ree-diciones, para ganar distancia y reflexionar de nuevo. Por eso mismo me atrevo a aventurar que tampoco los diccionarios digitales serán cuidados y modificados constantemente, sino que más bien se los declarará «listos» para ser usados de vez en cuando, al igual que sucede con las ediciones impresas, y se los dejará tranquilos una temporada. Ello requiere por parte de sus redactores, al igual que con lo de «tirar a la papelera», valor..., el valor necesario para sobrellevar la insuficiencia, permitir las críticas y, sobre todo, el «valor frente al vacío»: ¡el valor de, alguna vez, no tener respuesta!

M. B.: Muchas gracias.