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COMENTARIOS COLOMBIA ASESINA * Eric J. Hobsbawm Traducción de Magdalena Holguín Lo poco que saben los extranjeros so- bre Colombia, el tercer país de Lati- noamerica y virtualmente el menos co- nocido, se refiere al tráfico de cocaina y a las novelas de García Márquez. García Márquez es ciertamente un guía maravilloso, pero sus libros no son una buena introducción a este ex- traordinario país. Sólo quienes han es- tado allí, saben cuánto se acerca la rea- lidad colombiana a lo que se lee como fantasía. El tráfico de drogas, infortu- nadamente, también forma parte de esta realidad, aun cuando las autorida- des colombianas se muestren reacias a discutir el tema. Debe admitirse tam- bién que su preocupación al respecto es mucho menor que la de sus contra- partes norteamericanas. Y esto, pro- bablemente, debido a que la preocu- pación principal de los colombianos, autoridades o no, es la creciente ola de asesinatos. Desde hace tiempo, el país ha sido fa- moso por su proclividad al homicidio. El excelente informe sobre derechos humanso, American Watch (Septiem- bre de 1986), señala que el homicidio fue la principal causa de muerte para los hombres entre los quince y los cua- renta y cuatro años, y ocupa el cuarto lugar como causa de mortalidad para todas las edades. La muerte violenta no es sólo una de las maneras posibles de terminar la vida en este país. Es, para citar un soberbio y escalo- friante ejercicio reciente de historia oral, "un personaje omnipresente".) Pero lo que temen los colombianos no es únicamente la muerte, sino ser arrastrados nuevamente hacia una de aquellas pan demias de violencia que * New York Review of Books, Nov. 20 de 1986. 1. Alfredo Molano, Los años del tropel, p. 33. 56 ocasionalmente azotan el país, espe- cialmente la que se prolongó durante los veinte años comprendidos entre 1946 y 1966, conocida simplemente como La Violencia. Esta era sombría ha sido objeto recientemente de serios estu(!ios por parte de un grupo de jó- venes historiadores locales, entre los cuales cabe destacar el estudio rea- lizado por Carlos Ortíz sobre la región cafetera del Quindío, por mostrar lo que puede lograrse mediante la combi- nación de investigación de archivos, historia oral y conocimiento local. En- tre los intentos sistemáticos de relacio- nar los años de la Violencia con el pre- sente, dehen mencionarse el libro edi- tado o compilado por Gonzalo Sán- chez y Ricardo Peñaranda, así como el importante libro de Arturo Alape, La paz, la violencia. El temor a una nueva escalada de ase- sinatos -la última dejó aproximada- mente 200.000 muertos- es tanto polí- tico como social. (La cifra de 300.000 que aparece en el informe American Watch no está basada en datos com- probados, y es, muy seguramente, ex- cesivamente alta). Colombia fue, du- rante la mayor parte de su historia, y sorprendentemente lo es aun en gran medida, una tierra de colonos pione- ros ("El clásico colono con su hacha, su escopeta y su perro de cacería", para citar una descripción de la década de 1970). 2 El gobierno nacional y la le- gislatura realizan todavía incursiones ocasionales en gran parte del campo desde las ciudades, las cuales, a su vez, sólo vagamente dependen del control de la capital. Incluso la más antigua y poderosa institucion nacional posee tan solo una organización esquelética: no hay más de dieciseis sacerdotes en la diócesis de Valledupar, diócesis que 2. Jaime Jaramillo, Leonidas Mora, Fer- nando Cubides, Colonización, coca y guerri- lla, p. 32-73. cubre uno y medio de los veinte depar- tamentos del país. 3 Era, y todavía en gran parte lo es, una mezcla entre el Oeste salvaje, la urba- nización latinoamericana del siglo XX, y la Inglaterra del siglo XVIII, en la cual una oligarquía constitucional de familias pudientes establecidas, di- vididas en dos partidos rivales (liberal y conservador), constituía el gobierno que hubiere. Colombia tuvo un siste- ma partidista nacional antes de tener un estado nacional. La cohesión de la oligarquía y su auténtica adhesión a una constitución electoral, ha garanti- zado que el país no haya sido víctima, prácticamente nunca, de las usuales dictaduras o juntas militares latinoa- mericanas; pero el precio ha sido ba- ños de sangre endémicos y, a veces, epidémicos. Pues allí las armas no son el monopolio de nadie y, por razones que hasta ahora se escapan a los histo- riadores, el común de la gente, en al- gún momento del siglo XIX, adoptó los partidos liberal y conservador como formas rivales de religiones an- cestrales. Nada puede ser más letal, como lo demuestra el libro de Alfredo Molano. La historia colombiana de los últimos sesenta años, es aquella de una sociedad cuya transformación ha so- metido el orden social y político a enormes presiones y, en ocasiones, lo ha resquebrajado. Cómo continúa operando eficazmente en la actuali- dad, es un gran interrogante abierto. Inicialmente, la presión vino de abajo, cuando las masas rurales y urbanas se movilizaron para luchar contra la oli- garquía, dirigidas por el extraordina- rio caudillo populista Jorge Eliécer Gaitán. Su asesinato, en una calle de Bogotá, en 1948, desencadenó, en el término de pocas horas, una insurrec- ción espontánea en la capital, a la que 3. Documentos Zona-Cinep: La Colombia de Betancur, año 4, No. 13 (Julio 1986).

Eric Hobsbawm - Colombia Asesina

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  • COMENTARIOSCOLOMBIA ASESINA *

    Eric J. HobsbawmTraduccin de Magdalena Holgun

    Lo poco que saben los extranjeros so-bre Colombia, el tercer pas de Lati-noamerica y virtualmente el menos co-nocido, se refiere al trfico de cocainay a las novelas de Garca Mrquez.Garca Mrquez es ciertamente ungua maravilloso, pero sus libros noson una buena introduccin a este ex-traordinario pas. Slo quienes han es-tado all, saben cunto se acerca la rea-lidad colombiana a lo que se lee comofantasa. El trfico de drogas, infortu-nadamente, tambin forma parte deesta realidad, aun cuando las autorida-des colombianas se muestren reacias adiscutir el tema. Debe admitirse tam-bin que su preocupacin al respectoes mucho menor que la de sus contra-partes norteamericanas. Y esto, pro-bablemente, debido a que la preocu-pacin principal de los colombianos,autoridades o no, es la creciente ola deasesinatos.

    Desde hace tiempo, el pas ha sido fa-moso por su proclividad al homicidio.El excelente informe sobre derechoshumanso, American Watch (Septiem-bre de 1986), seala que el homicidiofue la principal causa de muerte paralos hombres entre los quince y los cua-renta y cuatro aos, y ocupa el cuartolugar como causa de mortalidad paratodas las edades. La muerte violentano es slo una de las maneras posiblesde terminar la vida en este pas.

    Es, para citar un soberbio y escalo-friante ejercicio reciente de historiaoral, "un personaje omnipresente".)Pero lo que temen los colombianos noes nicamente la muerte, sino serarrastrados nuevamente hacia una deaquellas pan demias de violencia que

    * New York Review of Books, Nov. 20 de1986.

    1. Alfredo Molano, Los aos del tropel, p.33.

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    ocasionalmente azotan el pas, espe-cialmente la que se prolong durantelos veinte aos comprendidos entre1946 y 1966, conocida simplementecomo La Violencia. Esta era sombraha sido objeto recientemente de seriosestu(!ios por parte de un grupo de j-venes historiadores locales, entre loscuales cabe destacar el estudio rea-lizado por Carlos Ortz sobre la regincafetera del Quindo, por mostrar loque puede lograrse mediante la combi-nacin de investigacin de archivos,historia oral y conocimiento local. En-tre los intentos sistemticos de relacio-nar los aos de la Violencia con el pre-sente, dehen mencionarse el libro edi-tado o compilado por Gonzalo Sn-chez y Ricardo Pearanda, as como elimportante libro de Arturo Alape, Lapaz, la violencia.

    El temor a una nueva escalada de ase-sinatos -la ltima dej aproximada-mente 200.000 muertos- es tanto pol-tico como social. (La cifra de 300.000que aparece en el informe AmericanWatch no est basada en datos com-probados, y es, muy seguramente, ex-cesivamente alta). Colombia fue, du-rante la mayor parte de su historia, ysorprendentemente lo es aun en granmedida, una tierra de colonos pione-ros ("El clsico colono con su hacha,su escopeta y su perro de cacera",para citar una descripcin de la dcadade 1970).2 El gobierno nacional y la le-gislatura realizan todava incursionesocasionales en gran parte del campodesde las ciudades, las cuales, a su vez,slo vagamente dependen del controlde la capital. Incluso la ms antigua ypoderosa institucion nacional poseetan solo una organizacin esqueltica:no hay ms de dieciseis sacerdotes enla dicesis de Valledupar, dicesis que

    2. Jaime Jaramillo, Leonidas Mora, Fer-nando Cubides, Colonizacin, coca y guerri-lla, p. 32-73.

    cubre uno y medio de los veinte depar-tamentos del pas. 3

    Era, y todava en gran parte lo es, unamezcla entre el Oeste salvaje, la urba-nizacin latinoamericana del sigloXX, y la Inglaterra del siglo XVIII, enla cual una oligarqua constitucionalde familias pudientes establecidas, di-vididas en dos partidos rivales (liberaly conservador), constitua el gobiernoque hubiere. Colombia tuvo un siste-ma partidista nacional antes de tenerun estado nacional. La cohesin de laoligarqua y su autntica adhesin auna constitucin electoral, ha garanti-zado que el pas no haya sido vctima,prcticamente nunca, de las usualesdictaduras o juntas militares latinoa-mericanas; pero el precio ha sido ba-os de sangre endmicos y, a veces,epidmicos. Pues all las armas no sonel monopolio de nadie y, por razonesque hasta ahora se escapan a los histo-riadores, el comn de la gente, en al-gn momento del siglo XIX, adoptlos partidos liberal y conservadorcomo formas rivales de religiones an-cestrales. Nada puede ser ms letal,como lo demuestra el libro de AlfredoMolano. La historia colombiana de losltimos sesenta aos, es aquella de unasociedad cuya transformacin ha so-metido el orden social y poltico aenormes presiones y, en ocasiones, loha resquebrajado. Cmo continaoperando eficazmente en la actuali-dad, es un gran interrogante abierto.Inicialmente, la presin vino de abajo,cuando las masas rurales y urbanas semovilizaron para luchar contra la oli-garqua, dirigidas por el extraordina-rio caudillo populista Jorge ElicerGaitn. Su asesinato, en una calle deBogot, en 1948, desencaden, en eltrmino de pocas horas, una insurrec-cin espontnea en la capital, a la que

    3. Documentos Zona-Cinep: La Colombiade Betancur, ao 4, No. 13 (Julio 1986).

  • se uni la polica, y se propag, me-diante la toma de poder, igualmenteespontnea por parte de comits revo-lucionarios, a varias ciudades de pro-vincia. Si Gaitn fue asesinado por laoligarqua, como lo supuso automti-camente la gente del pueblo, es impo-sible saberlo. Que tenan motivos paratemer a este hombre, que haba captu-rado el partido liberal y estaba prxi-mo a ser presidente, es seguro. Des-pus de todo, l solo, desencaden lanica revolucin conocida de alcancenacional, por combustin espontnea.

    Como lo dijo un asesino conservador,particularmente sediento de sangre,en la Violencia que sigui a su muer-te: "Dgase lo que se quiera, Gaitnestaba por encima de los partidos ...El era el pueblo ... Sabamos que elli-beralismo no era Gaitn, pues l esta-ba en contra de la oligarqua".4

    Lo que debi haber sido una revolu-cin social termin en laViolencia por-que, quizs por ltima vez, el sistemaoligrquico logr contener y controlarla insurreccin social, convirtindolaen una lucha partidista. Pero la batallase sali de control, y se transform enuna avalancha de sangre, porque la lu-cha armada entre liberales y conserva-dores llevaba entonces una carga adi-cional de odio social y de miedo: elmiedo de los oligarcas conservadoresde que su partido estuviese en perma-nente minora frente a un partido libe-ral que pareca haber conquistado lasmasas recientemente sublevadas; y elodio de los pobres del otro bando, noslo como adversarios tradicionales,sino como opresores de los pobres, ocomo personas capaces de haber lo-grado conseguir una mejor situacineconmica.

    La fase ms sangrienta del conflicto(entre 1948 y 1953), reconcili breve-mente al orden establecido con una delas pocas dictaduras militares colom-bianas, bajo el General Rojas Pinilla,entre 1953 y 1957. Sin embargo, des-pus de su cada, amenazada por laprdida de control, tanto del ejrcitocomo de la revolucin social, la oligar-qua decidi cerrar filas. Durante elFrente Nacional -que de hecho slotermin en 1986-, los partidos suspen-dieron su lucha, se turnaron la ocupa-cin de la presidencia, y compartieron

    4. Alfredo Molano, Los aos del tropel, pp.229-230.

    los cargos equitativamente. La Vio-lencia termin en un bandolerismo po-litizado, ms o menos liquidado haciala mitad de la dcada de 1960, faseanalizada con mucha claridad en el li-bro de Gonzalo Snchez y DonnyMeerten, Bandoleros, gamonales ycampesinos. Durante algn tiempo,pareca que el estado moderno llega-ra realmente a Colombia.

    De hecho, el ritmo y el mpetu delcambio social result, otra vez, excesi-vo para el sistema social, especialmen-te para un sistema fosilizado por unaclase dirigente cuyo sentido de la ur-gencia de las reformas sociales habasido atrofiado por una larga trayecto-ria de eliminacin y expulsin de loselementos indeseables para el sistema.En los veinticinco aos que siguieron a1950, Colombia pas de tener dos ter-cios de poblacin rural, a un 70 porciento de poblacin urbana, mientrasque la Violencia desencadenaba nue-vamente una ola de migraciones dequienes, por fuerza, miedo o decisin,se dirigan a algunos de los muchos lu-gares donde un hombre y su esposa po-dan desbrozar un terreno y cultivar losuficiente para satisfacer sus necesida-des, lejos del gobierno y del poder delos ricos. Nueva industria lleg a Co-lombia, donde actualmente se fabri-can carros franceses y japoneses, ca-miones norteamericanos y camperossoviticos. Llegaron nuevos productosbsicos, en especial mariguana y cocai-na, y lleg asimismo el turismo. Nue-vos tipos de riqueza y de influencia so-cavaron la antigua oligarqua. Desde1970, varios hombres que no pertene-can a las antiguas dinastas han acce-dido a la cima de la poltica colombia-na: Misael Pastrana, Julio Csar Tur-bay, Belisario Betancur. Las tensionessociales que anteriormente estallaronen revoluciones espontneas conti-nan tan tensas como siempre.

    En el campo, explican la continua ex-pansin del movimiento guerrillerohasta 1984, comenzada a mediados delos aos 60 por unos pocos grupos co-munistas de auto-defensa, desterradosa reas remotas e inaccesibles, peroque el ejrcito no logr liquidar. Estosgrupos conformaron el ncleo originalde los principales movimientos arma-dos de los ltimos veinte aos, lasFuerzas Armadas Revolucionarias deColombia (FARC), pertenecientes alPartido Comunista Colombiano, lascuales, en el "momento del armisticio

    de 1984, contaban con veintisiete"frentes, o unidades regionales". (Elprincipal comandante poltico de lasFARC, Jacobo Arenas, public re-cintemente Cese al fuego, una "histo-ria poltica" de la guerrilla). Bsica-mente, constituye un movimientocampesino de colonos. Pues la esenciadel "problema agrario" en un pas quedispone de enormes extensiones de te-rreno, no es la falta de tierra. Es paraponerlo en trminos simples, la defen-sa de los derechos de los colonos usur-padores contra los terratenientes,quienes poseen pretensiones legales,igualmente vagas e inciertas sobre lapropiedad de vastos territorios subuti-lizados, pero que detentaban (hasta lallegada de la guerrill~, un mayor po-der poltico y militar.

    Las FARC fueron subestimadas du-rante mucho tiempo por todos los sec-tores, con excepcin del ejrcito, por-que sus miembros operaban en regio-nes apartadas, y porque los intelectua-les citadinos no tomaban en serio estos"campesinitos". Nunca dej de crecer,constituyendo aproximadamente unatercera parte de toda la guerrilla. 6Despus de 1965, se les unieron otrosgrupos menores, rivales y hostiles. ElEjrcito de Liberacin Nacional(ELN), inspirado por Cuba, estabadestinado al fracaso al adoptar la lu-ntica teora propuesta por el CheGuevara y Rgis Debray del "foco"-consistente en lanzar, desde fuera,una fuerza guerrillera al interior delpas-, teora que este grupo quiereejemplificar. El ELN atrajo sacerdo-tes y estudiantes, pero su inoperanciay su falta de objetivos polticos prontose hicieron evidentes. Probablementeha matado a ms de sus miembros y ex-miembros de lo que jams ha matadosoldados. Virtualmente inerradicable,como todos los movimientos guerrille-ros colombianos, se rehusa a firmartodo tipo de tregua y, actualmente,cuenta con pocos simpatizantes; gra-cias al chantaje al que somete a las

    5. La causa tpica de la rebelin campesinaen otros lugares, la lucha por recuperar terre-nos comunales enajenados, se limita en Co-lombia a antiguas comunidades indgenas, o alas que sobreviven, y conforma un caso espe-cial. El primer alcalde comunista legalmentenombrado en el pas (1986), administra Co-yaima, un tpico resguardo indgena -politi-zado desde hace largo tiempo por esta razn-o

    6. Enrique Santos Caldern, La guerra porla paz, p. 108.

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  • compaas petroleras internacionales,cuenta, en cambio, con mucho dinero.

    Un grupo disidente del pe., de clasemedia, conform el Ejrcito Maostade Liberacin Popular (ELP). El lti-mo grupo guerrillero y el que ha recibi-do mayor publicidad, el M-19, se for-m en 1974, pretendiendo ser una res-puesta al robo de la eleccin presiden-cial al General Rojas Pinilla, el ex-dic-tador, quien hizo un regreso triunfalcomo el Pern colombiano, o mejorcomo el neo-Gaitn, atrayendo unvasto sector de poblacin urbana mar-ginada con un programa populista ra-dical que tuvo enorme xito. Induda-blemente, Rojas gan las eleccionesde 1970.7 Pero aun cuando los nuevosguerrilleros incluan algunos de los an-tiguos seguidores de Rojas, realmentese configur mediante un fenmenocaracterstico de latinoamrica: los hi-jos, y algunas hijas, de familias acomo-dadas, para quienes el Partido Comu-nista no es lo suficientemente revolu-cionario.8 Sus principales dirigenteshaban pertenecido a las FARC. El M-19 habitaba el mundo social de las cla-ses medias altas colombianas, y sus l-deres daban por sentadas las tcnicasde la publicidad moderna. En este am-biente, los padres no se sorprenden oescandalizan de que los valerosos j-venes expresen el idealismo natural dela juventud mediante actividades re-volucionarias, o demuestren su hom-bra a travs de lo que el ingenio localha llamado machismo-leninismo. En-contraran natural que la delegacinguerrillera que negocia la tregua insta-lara su centro de operaciones en el Ho-tel Tequendama (es como si los Wat-hermen dieran una conferencia deprensa en el Hotel Plaza de NewYork). Hasta que demostr su banca-rrota poltica, entre 1984 y 1986, el M-19 goz de enormes simpatas en estemedio.

    7. Para lo referente a su xito en movilizarciudadanos que se haban negado a votar entodas las otras elecciones, ver, por ejemplo,las entrevistas realizadas a los transeuntes deBogot por Patricia Lara (recientemente ex-pulsada de los Estados Unidos) "Dnde estel presidente?" El Tiempo (Septiembre 21,1986). Durante el Frente Nacional la partici-pacin en las elecciones presidenciales des-cendi a niveles norteamericanos.

    8. Sin embargo, durante un breve perodode la tregua, en 1984y 1985el M-19 reclut unnmero significativo de mujeres -aproxima-damente el 30%-, segn Laura Restrepo(Historia de una traicin, p. 233).

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    La multiplicacion de los movimientosguerrilleros fue un signo de frustra-cin. Dado el fermento social del pue-blo colombiano, y su potencial para lalucha armada, por qu apareca tanremota la revolucin social? No obs-tante, aun cuando la guerrilla no cons-tituyera una amenaza real para el siste-ma -la efmera movilizacin de las ma-sas urbanas dirigida por el GeneralRojas haba sido mucho ms peligro-sa- tampoco poda ser eliminada porel (sotprendentemente reducido) ejr-cito colombiano de aproximadamente60.000 hombres. Parecan hacer partepermanente del paisaje, al que los gru-pos de hombres armados pertenecantan naturalmente como los ros. Peromientras el ejrcito y la guerrilla secombatan hasta llegar a un tipo deempate en varias zonas rurales, losproblemas sociales y polticos de losque la guerrilla es un sntoma, se tor-naban cada vez ms explosivos. La ni-ca eXplosin prevista tanto por la gue-rrilla como por el ejrcito (alentadopor el ejrcito norteamericano que haentrenado muchos de sus oficiales) esuna revolucin comunista. Pero, c,omolo saben otros colombianos mejor quenadie, hay otras formas ms peligrosas-por descentradas y negativas- de ex-plosin social.

    Belisario Betancur, presidente entre1982 y 1986, fue el primer mandatarioen reconocer que la solucin de losproblemas colombianos exiga cam-bios fundamentales y, como condicinpara realizarlos, la terminacin del en-dmico e insensato estado de guerracivil incipiente. Se propuso lograr esteobjetivo en contra de la oposicin mili-tante de ambos bandos. Un intelectualcatlico civilizado, un conservador di-sidente, apelando deliberadamente alcreciente sector de sus compatriotasque ya no se identificaban por cdnsan-guinidad con uno de los dos partidos,se propuso inaugurar una nueva era enla historia colombiana. Accedi a unade las' cimas de la popularidad polticacuando, en 1984, destituy un minis-tro militar, pudiendo as firmar unatregua con los principales grupos gue-rrilleros, exceptuando a los ultras delELN. Al final de su mandato, sin em-bargo, la mayora de sus iniciativas pa-recan desmoronarse, y su administra-cin naufragaba en sangre.

    Todos los grupos guerrilleros, con ex-cepcin de las FARC, haban regresa-

    do a la lucha; los Estados Unidos ha-ban echado a perder las posibilidadesde paz en Centro Amrica; el Frentede Cartagena, que reuna a variospases deudores latinoamericanos-otra de las iniciativas favoritas de Be-tancur-, no pas de ser un efmero ti-tular de prensa, mientras que la mafiadel narcotrfico asesinaba a su Minis-tro de Justicia (uno de los cincuenta ysiete jueces asesinados en el desempe-o de su cargo). La toma del M-19 dela Corte Suprema de Justicia, un golpepublicitario fracasado, culmin con lamasacre de cientos de personas, en sumayora jueces y civiles, desacreditan-do al ejrcito, a la guerrilla, y al propiopresidente.

    Sin embargo, puede ser que, d~spusde todo, Betancur haya inauguradouna nueva era en Colombia. El pas,que durante mucho tiempo fue el apo-yo ms slido y leal de la poltica inter-nacional norteamericana, se uni porprimera vez a los paises no alineados.Virgilio Barco, el nuevo presidente, esun liberal que venci abrum;Jdora-mente a su ultraderechista conten-diente conservador. Mantiene delibe-radamente las polticas de Betancur,aun cuando los conservadores confor-man ahora una oposicin que no coo-pera. Las FARC mantienen todava latregua, y han cambiado los fusiles porlos votos con mayor xito del que se es-peraba, mediante la creacin de unpartido de izquierda, la unin patriti-ca (UP). Paradjicamente para unmovimiento patrocinado por el parti-do del proletariado, su fuerza es pree-minentemente rural. Probablementesea el primer partido campesino en lahistoria de Colombia. (Conversamen-te, su fuerza en las grandes ciudades esabsurdamente baja, aun cuando ma-yor que en el pasado: 44.000 de los 4millones de residentes de Bogot,34.000 de los 2.5 millones de Mede-lIn). El presidente Barco se encuentratotalmente comprometido en el reco-nocimiento del nuevo pluralismo po-ltico y, especialmente, el derecho dela Unin Patritica a los cargos estata-les y municipales. Segn una silenciosapero explosiva pieza de reforma de-mocrtica los alcaldes -actualmentenombrados por los gobernadores de-partamentales- pronto sern elegidospor votacin popular. Esta y otras re-formas recientes carecen de dramatis-mo, pero representan cambios bastan-te radicales en la poltica colombiana.

  • Estos cambios y la incertidumbre so-bre el futuro, para no mencionar el pe-rodo de transicin presidencial, hanproducido un estado de tensin, te-mor, y sombras expectativas, estimu-lado por un incremento inusitado dehomicidios polticos y, ms preocu-pante, por su novedad de "desapari-ciones". Es imposible determinar si losasesinatos no polticos, poco reporta-dos por la prensa, han aumentado,pero no hay razn para suponer que laindustria de la cocaina, que ha sobre-pasado hace tiempo el estadio de lacompetencia (literalmente) asesina,lecesite de muchas muertes, exceptola de los jueces que puedan aplicar eltratado de extradicin firmado en 1979con los Estados Unidos. Las fronterassalvajes de la libre competencia, talescomo la explotacin ilcita de las minasde esmeraldas, son ms letales -apro-ximadamente 300 muertos en lo que vade 1986- pero siempre lo son9. El sec-tor de autntico crecimiento es el delterrorismo de derecha.

    Este toma la forma de amenazas y deasesinatos de los dirigentes laborales yde los activistas de la UP, quienes, enseptiembre de 1986, caan en una pro-porcin de 1 por da -un aparente au-mento en los ataques a la izquierda, dela que se dice que perdi aproximada-mente 350 personas en los ltimos dosaos de la presidencia de Betancur.Ms siniestros an son los "desconoci-dos" escuadrones de la muerte, loscuales, en defensa de la moral y del or-den social, realizan correras durantelos fines de semana en ciudades comoCali y Medelln, matando elementosantisociales tales como rateros, prosti-tutas, o simples mendigos y vagabun-dos indiscriminadamente. Las cifrasde estas masacres para 1986, en Cali(la tercera ciudad de Colombia) ha-blan por s mismas: 80 muertes en ene-ro, 82 en febrero, 84 en marzo, 91 enabril, 98 en mayo, 114 en junio, 100 enjulio, 102 en agosto, y 79 durante losprimeros diez y ocho das de septiem-bre. (El total para 1985 fue de 763)10.

    La campaa sistemtica nacional deasesinatos de dirigentes de izquierda,especialmente de aquellos que deten-taban cargos pblicos, sugiere algunacoordinacin; pero nadie ha podido

    9. El Tiempo (Septiembre 28, 1986).

    10. El Espectador (Septiembre 20,1986).

    presentar evidencia de ella. Por otraparte, nadie duda que los comandan-tes del ejrcito local y las fuerzas depolica tengan estrecho contacto conlas fuerzas paramilitares y con los es-cuadrones de la muerte, los cualescu~ntan con el apoyo entusiasta de losterratenientes (que incluyen muchosmilitares en retiro) y de los industrialessin mencionar el tipo de derecha radi-cal que no distingue entre atracadores,bares homosexuales, dirigentes sindi-cales y la conspiracin comunista mun-dial. Se dice as mismo, principalmen-te en el ejrcito, que las guerrillas deultraizquierda son las responsables deestos ataques.

    Quien quiera que sea quien las organi-ze y cul sea exactamente el nmerode "desaparecidos" -hasta la fecha,850 han sido reportados- el hecho cen-tral referente a los escuadrones de lamuerte y a los grupos paramilitares esque nadie, y menos las personas aso-ciadas con las fuerzas armadas, ha sidoarrestado, juzgado, y menos an, con-denadol2. Como lo expres un jovenperiodista: "La nica coordinacin na-cional que haya sido claramente esta-blecida, es la decisin de no hacernada respecto de estos asesinatos". Laextrema precaucin con la que inclusovalerosos polticos, en un pas con unalarga tradicin de supremaca civil,tratan a las fuerzas armadas, es el sn-toma ms preocupante del estado ac-tual de Colombia.

    Por qu habra de darse una violentareaccin derechista? Aparentemente,la situacin inmediata no justifica enmanera alguna la histeria. Se preveeque la economa crecer. Los pobresno estn ms pobres de lo usual, y seenorgullecen de resistir cualquiercosa, habiendo descubierto reciente-mente el tipo de hroes populares cuyacaracterstica es la tenacidad llevada alos lmites de lo insoportable, los ci-clistas de montaa. Los colombianos,

    11. El Tiempo (Septiembre 20,1986).

    12. El distinguido periodista Antonio Caba-Ilero, escribe sobre los trescientos activistasasesinados de la UP: "ninguno de estos casosha sido investigado, o si lo ha sido no conoce-mos los resultados de la investigacin. Ningu-na persona ha sido detenida. Ni una sola per-sona ha sido condenada". (El Espectado, Sep-tiembre 28, 1986). El nmero de soldadosconvictos por homicio o asalto en los ltimosseis aos es de 18exactamente.

    gracias a la participacin de sus h-roes en el Tour de Francia, conocenmejor ahora la geografa alpina que laandina.

    Desde todo punto de vista, la situacinde la guerrilla ha mejorado. Los seismil o ms hombres armados de lasFARC mantienen obstinadamente latregua, a pesar de considerables pro-vocaciones. Invitan libremente perio-distas a sus remotos cuarteles genera-les, con magnificos resultados para laimagen de su endurecido y envejecidocomandante, Manuel Marulanda, ro-deado de hombres igualmente rudos,cuyos mismos nombres de batalla sonreminiscentes de las esperanzas de sujuventud: Timochenko, Ivn, FidelLabrador13. La derecha se queja deque los medios de comunicacin comola televisin, den publicidad a los re-beldes; pero los polticos racionalesdeben agradecer este cambio de em-boscadas por oportunidades fotogrfi-cas. En todo caso, el futuro previsiblepara la U.P., como para los partidossocialistas de los Estados parlamenta-rios europeos antes de 1914, no es latoma revolucionaria del poder, sinoms bien la creacin de un partidocampesino-laboral radical, provisto deuna slida base en los territorios fron-terizos que le permita negociar con losliberales, o con suerte disponer de unbalance poltico a su favor.

    Respecto de los milo ms guerrilleros-ningn estimativo llega a los dos mil-que todava o nuevamente combatenunidos ahora en la denominada Coor-dinadora Nacional Guerrillera, subancarrota poltica ha sido enfatizadapor el xito de las FARC en aprove-char sus oportunidades polticas. Subancarrota estratgica se evidencia enla ruptura de varios grupos, en la pr-dida sufrida por el M-19 de casi todossus principales dirigentes en recientesgolpes desesperados, yen las activida-des, estilo cambodiano, del grupo Ri-

    13. Ver, Enrique Santos Caldern, La guerrapor la paz, p. 303. Es cierto que no todos losfrentes de las FARC son igualmente discipli-nados. No obstante, los 366 hombres del 11Frente (Magdalena Medio) constituyen pro-bablemente un caso tpico. Un desertor relataque emplean su tiempo 1) chantajeando cam-pesinos y terratenientes para conseguir fon-dos, 2) castigando narcotraficantes y cuatre-ros, 3) organizando a los campesinos con laesperanza de una futura toma del poder (ElTiempo, Septiembre 19, 1986).

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  • cardo Franco, una disidencia estudian-til de las FARC, que masacr a 160 desus propios miembros -de hecho, lamayora de ellos-, como traidores e in-filtrados de la polica.

    Es difcil creer que en 1984 las guerri-llas, segn encuesta de opinin (indi-tas), tenan un 75% de la opinin a sufavor y que el M-19 era el grupo con-sentido de la clase media. Sus princi-pales admiradores se encuentran hoyen da en los pueblos empobrecidos yen los tugurios, donde valerosos niossuean con convertirse en hroes. Sihay alguna estrategia detrs de las sal-vajes arremetidas de la guerrilla en losltimos meses, probablemente sea unintento de provocar la insurreccin enaquellas reas que los militares slohan podido controlar mediante bom-bardeos indiscriminados. En el fondo,los proyectos del M-19 siempre fueronlos de estimular una situacin poten-cialmente insurreccional, para conver-tirla en la revolucin por medio de al-guna operacin militar dramtical4.Esto no es ms susceptible de ocurrirahora que cuando el ejrcito enfrenta-ba un nmero 4 veces mayor de guerri-lleros. Militarmente, las guerrillas nopodan ganar entonces, como tampo-co lo pueden hacer hoy da, indepen-dientemente, de la satisfaccin de ha-ber demostrado que el ejrcito tampo-co poda triunfar.

    A qu se debe, entonces, el nerviosis-mo de la derecha? Quizs a la desinte-gracin del sistema partidista y del es-tado (con excepcin del ejrcito), queha trasladado nuevamente el centro degravedad de la capital a la provincia,donde diferentes situaciones localesde tensin no lucen ms halageaspor estar en calma la situacin nacio-nal; y porque quienes actualmente sesienten amenazados no son tanto lasantiguas familias oligarcas, que hanenfrentado peores retos sin perder lacalma, sino los terratenientes media-nos, los empresarios, y los polticos enascenso. Estas personas se sientenabandonadas mientras que la guerri-lla, combatiendo o no, permanece ar-mada en las zonas rurales, en tanto

    14. Para un til anlisis de lo que solan serlas perspectivas del M-19, ver Eduardo Piza-rro, "La guerrilla revolucionaria en Colom-bia", en Pasado y presente de la Violencia enColombia. El autor del artculo es hermanode unos de los dirigentes del M-19.

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    que ellos cruzan los semforos en rojo,encerrados en sus automviles, en lasdesiertas calles nocturnas de Bogot ode Cali, por temor a ser asesinados sise detienen. Los presidentes de la C-mara de Comercio, de los clubes Ki-wanis y de Leones, y la Asociacin deContadores (para citar algunos dequienes firmaron un amargo manifies-to en contra de las FARC en un depar-tamento aledao); 15 para ellos, losnicos subversivos o antisociales bue-nos son los muertos, y en Colombiahay muchsimos hombres, e incluso al-gunas mujeres, dispuestos a matar si elprecio es correcto.

    Dadas las circunstancias, la opmlOnms optimista que pueda oirse en Co-lombia es que las cosas no cambiarndemasiado; las ms pesimistas oscilanentre la "Argentinizacin" del pas ysu "Salvadorizacin": militarismo oguerra civil. O quizs, la ampliacin delo que ya viene sucediendo en Cali oMedelln. Un triple o cudruple caosde violencia, de parte de las fuerzasoficiales, las pandillas de vigilantes,simpatizantes de la guerrilla y crimina-les comunes. Probablemente las previ-siones ms sombras son excesivamen-te tenebrosas: Colombia ha tenido unlargo historial alentador de inmovili-dad violenta. Pero el presidente Barcotoma posesin en un pas claramentepreocupado.

    Dnde, en todo esto, ubican los co-lombianos el narcotrfico? Dependedesde donde se mire. Desde el puntode vista de los campesinos fronterizos,sobre quienes el libro ciertamente msoriginal sobre el tema fue escrito portres modestos investifiadores de laUniversidad Nacional, 61a coca es, enprimer lugar, una cosecha especulati-va pero incierta, que no tiene compe-tencia en lo relativo a ganancias o al sa-lario que puede obtenerse por recolec-tarla. Los costos aumentan, principal-mente porque los soldados, que no-minalmente combaten a las FARC-quienes se desempean como gobier-no local- elevan continuamente susexigencias de soborno a alturas cada

    15. "Clima de inseguridad azota el departa-mento del Huila" (La Repblica, Septiembre25,1986).

    16. Jaime Jaramillo, Leonidas Mora, Fer-nando Cubides, Colonizacin, coca y guerri-lla. Ver especialmente pp. 71-78, 86-89,110-119.

    vez ms andinas y, a principios de ladcada del 80, cayeron los precios.Afortunadamente para los cultivado-res de coca, el gobierno nacional atacael narcotrfico desde 1984, de maneraque el precio ha subido y se ha estabili-zado de nuevo. En las reas fronteri-zas, el problema de las mafias de ladroga no existe, pues quienes se dedi-can a cualquier negocio en estos luga-res, lo hacen en trminos aceptablespara las autoridades locales. El verda-dero problema radica en la desorgani-zacin social resultante de toda bonan-za en sitios apartados -los nios aban-donan las escuelas para ganar sumasinauditas de dinero, como cinco o diezdlares por da; los jvenes solteros seunen a la fiebre de la coca; para ellos,poblaciones de quinientas chozas alo-jan cuatrocientas prostitutas, as comotodos los tipos de desorden familiarque enfrenta un alguacil de ficcin.Quizs el ms grave de todos es la ero-sin de los sencillos valores de los colo-nos, respetados tanto por .ellos comopor los guerrilleros. Quin podrcreer de ahora en adelante, quela buena vida consiste en teneruna parcela en la selva, un perrode cacera, y un poco de yuca y depltano?

    Vista desde una perspectiva ms ele-vada, la situacin del narcotrfico esms alarmante, aun cuando no -hastaahora- a causa de la adiccin que siguedejando indiferentes a los colombia-nos. Nadie ha merecido titulares en losperidicos por el hecho de que en losltimos seis meses, la polica bogotanahaya confiscado precisamente qui-nientos gramos de cocaina, tanta comola que se encuentra en este momentoen este edificio, o en cualquier oficinade este tamao-, para citar a un infor-mante de Bogot. La preocupacinreal es la corrupcin universal difundi-da por una industria que actualmentesuministra a Colombia ms ~ananciasen exportacin que el caf1 y, dadoque las personas involucradas en ellason tan pocas, produce los hombresms ricos del pas. (Puesto que losnuevos dineros y el nuevo arte van jun-tos, dicen tambin que sus ofertas hantransformado el mercado local de pin-tura contempornea). La corrupcin

    17. Mario Arango y Jorge Child, Narcotrfi-co imperio de la cocaina, la publicacin co-lombiana mejor informada sobre el tema, quesuministra tambin tiles cifras.

  • de los jueces, enfrentados al dilema deser ricos o morir. La corrupcin delejrcito, que llega hasta el nivel deunos generales, como lo admitenamargamente honestos oficiales, puesnada es ms til para el narcotrficoque el sistema de transporte terrestre yareo de las fuerzas armadas. La co-rrupcin, obviamente, de la polica y,menos obviamente, de la guerrilla. Pa-radjicamente, el nico segmento dela vida colombiana que se ha rehusadoa admitir los barones de la droga, hasido la poltica. Durante la presidenciade Turbay, hubo seas de que los ba-rones de la droga, desesperadamenteempeados en unirse al antiguo orden,intentaban entrar a la poltica nacio-nal; pero mientras que los candidatosan toman el dinero donde lo encuen-tren, representantes conocidos de ladroga todava no son admitidos.

    La vida nacional se encuentra tan per-meada por esta corrupcin, que la le-galizacin de la droga se ha sugeridoamplia y seriamente como la nica ma-nera de eliminar las superganancias yel incentivo al soborno. Aun cuandoeste enfoque, en teora, debiera agra-dar a los partidarios de la poltica eco-nmica de Reagan, en la prctica estbasado en un anti-americanismo gene-ralizado, compartido por los baronesde la droga, quienes son tan patriti-cos como cualquier colombiano.

    Pues, desde su punto de vista, la cocai-na es slo un cultivo ms en la historiade produccin de los pases tropicales,

    tal como el azcar, el tabaco, el caf.Exportarla es un negocio como cual-quier otro y, en este caso un negocioque existe slo porque los EstadosUnidos insisten en aspirarla y fumarlaen cantidades cada vez ms astronmi-cas. El consorcio de los inversionistasde Medelln, considerado en s mismoy segn los principios de Adam Smith,no puede juzgarse a s mismo ms cri-minal de lo que hubieran hecho losaventureros ingleses y holandeses de-dicados al comercio con la India (in-cluyendo el opio), quienes organiza-ban su cargamento de manera anlo-ga. Estos comerciantes protestan, conrazn, de ser calificados de mafia,pues no guardan similitud alguna conlas mafias italianas o italo-americanas,ni estructural, ni sociolgicamente.

    Bsicamente, se trata de un negociocomn que ha sido criminalizado -se-gn los colombianos- por unos Esta-dos Unidos incapaces de solucionarsus propios asuntos. En dos ocasiones,en el curso de los ltimos dos aos, lostraficantes ms conocidos han ofreci-do pagar la deuda externa del pas y re-tirarse del negocio de la cocaina a cam-bio de amnista y legitimidad. Algunosde los ms grandes negociantes, entodo caso, ya se han retirado del co-mercio de la droga y se dedican a ase-gurar los cargamentos. Y si la cocainafuera tan legal como el caf, con elcual, a propsito, tienen conexionescomerciales los narcotraficantes, laprxima generacin de agentes no ha-ra fortunas como las de los primeros.

    OBRAS MENCIONADAS EN ESTE ARTICULO

    Human Rights in Colombia as President Bar-co Begins An American Watch Report (Sep-tiembre 1986).

    Alfredo Molano. Los aos del tropel: relatosde la violencia. Fondo Editorial CEREC-CI-NEP. Bogot.

    Carlos Miguel Ortz Sarmiento. Estado y sub-versin en Colombia: la violencia en el Quin-do aos 50. Fondo Editorial CEREC, Bogo-t.

    Pasado y presente de la Violencia en Colom-bia, editado por Gonzalo Snchez y RicardoPearanda. Fondo Editorial CEREC, Bogo-t.

    Arturo Alape. La paz y la violencia: testigosde excepcin. Hechos y testimonios sobre 40aos de violencia y paz que vuelven a ser hoyde palpitante actualidad. Planeta, Bogot.

    Jacobo Arenas. Cese alfuego: una historia po-ltica de las FARC.Oveja Negra, Bogot.

    y de todas maneras -

  • LA MEDICINA EN "EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CaLERA"

    Fernando Snchez Torres

    "Era inevitable: el olor de las almen-dras amargas le recordaba siempre eldestino de los amores contrariados".As se inicia el ms hermoso canto alamor entre provecto s, jams escritoan~es. Uno de los personajes de laobra, Jeremiah de Saint-Amour, sedespoja de la vida mediante un sahu-merio de cianuro y la casa donde que-d su cadver huele toda a eso: a al-mendras amargas. Al instante se dauno cuenta que el autor del relato, elNobel Gabriel Garca Mrquez, seasesor y se document muy bien paramanejar los asuntos mdicos queabundan en la novela.

    Los tratadistas Goodman y Gilman ensu libro clsico Las bases farmacolgi-cas de la teraputica, edicin de 1982,dicen en relacin con la intoxicacinpor cianuro: "el diagnstico puedeayudarse con el olor caracterstico delcianuro (aceite de almendras amar-gas)". Por eso, en concepto del doctorJuvenal Urbino, no era menester ha-cer la autopsia del suicida pues el olfa-to permita deducir cul haba sido lacausa de la muerte. Quien tal senten-cia pronunciaba era el mdico y maes-tro eminente, catedrtico de clnicageneral, octogenario, con perspectivade un retiro profesional digno, sordodel odo derecho y erosionada la me-moria, es decir, con sntomas claros depadecer la temible enfermedad de lavejez. Precisamente, a juicio del doc-tor Urbino, Jeremiah de Saint-Amourse suicid de gerontofobia antes de lasenescencia, cuando tena todava "lapupila difana". Por no haber existidoen el trasfondo de este drama ningnamor contrariado, no se ira a encon-trar a la autopsia arena en el corazndel occiso. El magister haba hablado.

    El doctor Urbino desaparece prontode la novela como personaje de cuerpopresente, viviente, lo cual no obstapara que Garca Mrquez le permitaseguir desfilando tn el recuerdo paracontinuar retratndolo. Vestido a loPasteur, era epgono de la escuelafrancesa del siglo dcimonono, comoque haba cursado sus estudios mdi-cos en Pars. En su recetario estaban elbromuro de potasio como estimulan-

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    te, contra el reumatismo el salicilato,el cornezuelo de centeno como vaso-presor, la belladona para tranquilizar.Las fiebres tercianas las trataba por su-puesto, con quinina. Adems no des-deaba la farmacopea casera puesacostumbraba el ajenjo en infusinpara evitar las dispepsias y el ajo paraprevenir el desfallecimiento cardaco.A pesar de su certero ojo clnico, sloera llamado, tal vez por la edad, aatender pacientes desahuciados, valedecir, in extremis, modalidad de ejer-cicio que l consideraba una especiali-dad. An ms, era un especilista a do-micilio porque se negaba a atender ensu consultorio, quizs en razn a la fal-ta de fuerzas de sus enfermos. Comobuen clnico, era un enemigo de la ci-ruga; el bistur, en su concepto, era elemblema de la medicina fracasada.Regresaba as a pocas medioevales,cuando se era mdico o cirujano, re-presentando aquel al cultor de la nobleciencia y ste al artesano vulgar, pro-saico. Por eso fue un mdico caro yex-cluyente, un profesional elitista. Utili-zaba, a pesar de lo anacrnico, el viejocoche de caballos, con capota de cha-rol, errajes de bronces y auriga dechistera. Seguramente oy hablar enPars del legendario profesor Dieula-foy, famoso por su sabidura mdica ypor la berlina que montaba, arrastradapor un tronco de caballos, digno de lacarroza real. Juvenal Urbino se hinca-ba de rodillas en plena calle cuandopasaba el carruaje del arzobispo. Ensu vida apenas haba dejado de asitirtres domingos a misa. Era, en verdad,un mdico piadoso. A no dudarlo, suactitud, ms que reverente, hara ex-clamar al asombrado prelado: "medi-cus pius, res miranda", palabras staspronunciadas por Po VII al proster-narse ante l Renato Laennec, uno delos grandes de la medicina francesa.

    El respetable doctor Urbino lea Laincgnita del hombre, de Alexis Ca-rre!, y tena en reserva La historia deSan Michele, de Axel Munthe, dos li-bros que todo mdico ha ledo, o, porlo menos, ha debido leer. Urbino sedispona a cumplir este requisito, noobstante que en vsperas de morirsetodava no haban sido escritos.

    Garca Mrquez maneja con conoci-miento de causa la temtica mdica.Queda la certidumbre de que todo lees familiar, pues no slo conoce de li-bros sino tambin de personajes,como Charcot, Trousseau, AdrianProust. No se contenta con mencionarpor su nombre a las vsceras; ademsles aade un expresivo y exacto califi-cativo: corazn "insomne", hgado"misterioso", pncreas "hermtico" ...Conoce, otros, de enfermedades va-rias. Directamente del clera nostra,del debido al Vibrio cholerae, hablams bien poco. Ms que de la infeccinintestinal, se ocupa de la enfermedaddel alma, el amor, que, en su concep-to, presenta los mismos sntomas deaquella: pulso tenue, respiracin are-nosa, sudores plidos, sin fiebre ni do-lor, pero con un deseo y necesidad ur-gente de morir. Florentino Ariza, elenfermo grave de amor, exhiba en losinicios, fuera de lo anterior, manifes-taciones, estas s, tpicas del clera:"cagantinas y vmitos verdes, prdidadel sentido de orientacin y desmayosrepentinos". Llegado a la edad septua-genaria senta an imperiosa necesi-dad de evacuar ante la inminente pre-sencia de Fermina Daza.

    Pero donde se pone de relieve la maes-tra para abordar los temas mdicos esen los pasajes que tienen que ver con elcomportamiento humano en la vejez.De mi colega Urbino se sirvi paraello. Que era un prosttico, no hayduda: cuando orinaba deba hacerlosentado pues, de lo contrario, dejabael borde de la taza mojado por haberperdido la fuerza y la puntera. Yamencion que era sordo de un lado,pero tambin estaba menguado delotro. Cada da dorma menos y la tosle interrumpa el sueo de la madruga-da. A la prdida progresiva de la me-moria se sumaban sus juicios enreve-sados. Como si fuera un nio, su mu-jer, Fermina Daza, lo ayudaba a lavar-se, a vestirse y a veces hasta a caminar,pues sus pasos eran inciertos. Todoeso corresponde a la arteriosclerosiscerebral o demencia senil evolutiva,descrita por Garca Mrquez con sen-tido potico y con criterio mdico a lavez. Esos signos inequvocos del "xi-

  • do final", como l lo define, pertene-cen a lo que en medicina se conocedesde hace tiempo como "la enferme-dad de Alzheimer". Empero , nuncanadie la haba presentado con tantagalanura idiomtica, ni tampoco nun-ca nadie la haba asociado a esa otravieja enfermedad que se llama"amor", que es a la que el autor se re-fiere en concreto en su admirable no-vela. La vejez -"un estado indecenteque deba impedirse a tiempo"- com-plicada con el amor -"los sntomas delamor son los mismos del clera" - slopoda imaginarla Garca Mrquez ysoportarla Florentino Ariza, el perso-naje creado por l para simbolizar elamor eterno, intemporal, resistente atodos los embates.

    La novela el amor en los tiempos delclera, por otra parte, es prdiga enmximas que tocan con la medicina yque tienen un profundo significado hu-mano y filosfico. He aqu algunasmuestras: "no hay mejor medicina queun buen diagnstico"; "la tica se ima-gina que los mdicos somos de palo";"la mayora de las enfermedades mor-tales tenan un olor propio, pero nin-guno era tan especfico como el de lavejez"; "no le tuvo nunca tanto miedoa la muerte como a la edad infame enque tuviera que ser llevado del brazode una mujer"; "la gente que uno quie-re debera morirse con todas sus co-sas"; "cada quien es dueo de su pro-pia muerte, y lo nico que podemoshacer, llegada la hora, es ayudarlo amorir sin miedo ni dolor". A propsi-to, este ltimo pensamiento recoge elcriterio actual sobre el derecho a morirdignamente, que viene abrindosepaso. Hans Krebs, Premio Nobel deMedicina y Fisiologa, hace algntiempo deca: "si un enfermo en la faseterminal sufre demasiado, se deberapoder acortar su vida y su sufrimientopor un medio indoloro. Personalmen-te, no tendra ninguna objecin si seaplicara este procedimiento sobre mipersona". Como vemos, el Nobel deLiteratura se identifica con su par enMedicina en un tema que ha suscitadoarduos debates en todo el mundo.

    En cuestiones de salud pblica, comoesas de medicina ambiental, tambinhace alardes afortunados el MaestroGarca Mrquez. La preocupacin deJuvenal Urbino por el estado sanitariode la ciudad lo llev a proponer en elCabildo que se capacitara la comuni-dad para que contribuyera a solucio-

    nar sus problemas. Abog, igualmen-te, por que se recogieran y se incinera-ran tcnicamente las basuras, por quese construyeran alcantarillas cerradas,plazas de mercados y mataderos hi-ginicos. No queda ninguna duda,pues, que en El amor en los tiemposdel c;ra Gabriel Garca Mrquez,al tiempo que mantiene su categorade escritor consagrado, se descubrecomo un sagaz narrador de los asuntosmdicos.

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  • Chaucer, Geoffrey (1340-1400)Poeta Ingls

    Grabado en MaderaIlustracin para Los cuentos de Canterbury (c. 1386)