Espacios Públicos y Privados. Construyendo Diálogos en Torno a La Economía Solidaria. Jordi Estivill, 2013

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    Revista Crtica de CinciasSociais84 (2009)

    Os desafios da economia solidria

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    Jordi Estivill

    Espacios pblicos y privados.Construyendo dilogos en torno a laEconoma solidaria

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    Aviso

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    Referncia eletrnicaJordi Estivill, Espacios pblicos y privados. Construyendo dilogos en torno a la Economa solidaria , RevistaCrtica de Cincias Sociais[Online], 84 | 2009, posto online no dia 01 Dezembro 2012, consultado o 30 Janeiro2013. URL : http://rccs.revues.org/403

    Editor: Centro de Estudos Sociaishttp://rccs.revues.orghttp://www.revues.org

    Documento acessvel online em: http://rccs.revues.org/403Este documento o fac-smile da edio em papel.

    CES

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    Revista Crtica de Cincias Sociais,84, Maro 2009: 101-113

    JORDI ESTIVILL

    Espacios pblicos y privados.Construyendo dilogos en tornoa la Economa solidaria

    La conoma solidaria, concpto mrgnt itinrant, ncsita d dilogos qu ayudna dlimitarlo y a prcisar sus contnidos. en st artculo, tomando como rfrncialas aportacions d Jan-Louis Lavill, s rflxiona sobr los spacios conmico,domstico, mrcantil, pblico y solidario. Proponmos tambin plantar qu a partird una rvisin d la historia d la conoma solidaria n los pass prifricos ymditrrnos d europa, s pon n vidncia un itinrario qu no corrspondracon l caso francs, sino qu ms bin s acrcara al latinoamricano.

    Palabras clave:economa solidaria y social, spacios pblicos y privados, proyccinpoltica.

    La Economa Solidaria: un concepto emergente e itineranteEs de suponer que todo el mundo est de acuerdo que el concepto deeconoma solidaria ha nacido hace poco aunque la realidad, tambin hayque suponerlo, sea tan vieja como la humanidad. Esta novedad y el carcteremergente de esta nocin la hacen relativamente ms sensible a los debatesque intentan definir sus contenidos. Por otro lado, su tierna edad invita a

    querer fijar sus contornos. Y ello tiene aun ms riesgos cuando su nacimientointelectual no deja de estar rodeado de algunas controversias al querer des-marcarse de la economa social, un concepto tambin sujeto a polmicas,aunque su historia escrita sea mas larga que la de la economa solidaria.

    Adems, nuestro emergente y joven concepto, poco despus de habernacido en la vieja Europa, ha empezado a viajar y ha atravesado el charco paraser adoptado en ciertos pases de Amrica Latina, especialmente en Brasil.

    En este emergente e itinerante panorama, caben varios riesgos que se pue-

    den sealar. El primero es que se quiera hacer una delimitacin tan ampliade la economa solidaria que debajo de ella quepa todo o casi todo. O dichode otro modo, que cualquier actividad ligada a la escasez que comporte una

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    reciprocidad gratuita pueda ser incluida bajo este paraguas. El segundoriesgo es que se restringa mucho su definicin, fijando fronteras precisas concriterios exigentes que pueden dejar fuera un buen nmero de experiencias

    que se encuentran a mitad de camino entre la economa social y la economasolidaria. En la fase actual, tanto la ampliacin ilimitada del paraguas comola actuacin aduanera, pueden ser negativas para la afirmacin ascendentetanto de la prctica como de la teora de la economa solidaria.

    Un tercer riesgo consiste en que se quiera poner bajo el concepto de laeconoma solidaria situaciones internacionalmente tan alejadas que difcil-mente pueden ser reconocibles, identificables y comparables como tales.No es sta, una de las crticas ms slidas a los esfuerzos, por otro ladomeritorios, de la macro investigacin comparativa lanzada por la Universi-

    dad Johns Hopkins sobre el tercer sector? La utilizacin de criterios etreosy discutibles hace que, al final de la misma, casi nadie sepa qu tienen encomn un hospital egipcio, una mutualidad alemana, una fundacin ame-ricana, una universidad marroqu, una tienda de comercio justo israel, unacooperativa social italiana, un proyecto de desarrollo comunitario en Que-bec, una asociacin de moradores de Brasil Si bien es cierto que estainvestigacin ha puesto de relieve aspectos importantes del papel econmicode un tercer sector que contribuye a la creacin del producto interior y del

    empleo, es demasiado deudora de los esquemas y de la tradicin norteame-ricanos de la filantropa civil y de la Non Profit Economy. Hasta ciertopunto ello le impide matizaciones que, en el caso de Europa, remiten a lautilizacin de otros criterios y a la cultura social y poltica de cada pas. Nose trata de preconizar una vuelta a los estudios que solo pueden ser inter-pretados a partir de las realidades nacionales, pero s de advertir que enlas comparaciones transnacionales hay que ir con mucho cuidado de noproyectar sobre los otros la sombra del propio campanario.

    No parece que estos riesgos estuvieron presentes en el seminario de

    Coimbra, pero el carcter incipiente, polifactico, itinerante y en construc-cin de la economa solidaria en algunos pases, invita a ser prudente enla utilizacin de esta nocin. De modo que Jean-Louis Laville calific suintervencin de hiptesis que permiten articular la democracia con la econo-ma; Namorado habl de mbito no estabilizado, de nocin no univoca,de galaxias y constelaciones; Gaiger inform del reciente uso de la palabraen el Brasil, aun cuando en el interesante mapeamiento que present, serefiri a ms de 21.000 iniciativas que podan situarse bajo el paraguas de la

    economa solidaria en el Brasil. Cattani explic las dificultades con las questa se abre paso frente a una ideologa dominada por el neoliberalismo.Al sealar, Jos Portela, la fraternidad, el poder y la participacin como

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    elementos constitutivos, invitaba a ir ms all de la contabilizacin y afijarse en algunos de los valores oscilantes de la economa solidaria. RogerioAmaro, despus de afirmar que existe una cierta confusin entre economa

    social y solidaria, siendo la segunda hija de la primera, la caracteriz a partirde las experiencias de las Azores y de otras del resto de Portugal. CarlotaQuinto puso en evidencia cmo las empresas de insercin en este pas seabren paso, con dificultades, a partir de unos inicios basados en un esquemade arriba/abajo e inspirado en la situacin francesa.

    As pues, las intervenciones del Seminario de Coimbra invitan a profun-dizar tanto en los aspectos tericos de definicin de la economa solidariacomo en el mejor conocimiento de su realidad. Para hacerlo, se intenta, enesta limitada contribucin, concentrar la atencin en algunos puntos del

    potente esquema de Laville que, vistos desde una perspectiva ibrica, pare-cen ms discutibles. Se trata de establecer un dilogo de crtica fraternalque abra pistas para avanzar hacia una interpretacin ms amplia de laeconoma solidaria.

    Las contribuciones de LavilleNo hay ninguna duda que las contribuciones de Laville han hecho progresara la conceptualizacin de la economa solidaria en Europa. Desde la dcada

    de los aos ochenta del siglo pasado, sus aportaciones fundamentadas enlas propuestas de Polanyi y de Mauss han puesto en evidencia que, ademsde las formas dominantes de la economa mercantil guiada por el nimode lucro, existen una economa pblica basada en la redistribucin, unaeconoma domstica cuyo eje es la donacin y otra economa articuladaen torno a la solidaridad. La economa solidaria sera una hibridacin de estadiversidad de economas que revitalizara la democracia por cuanto suponenuevas formas de participacin y de proyeccin poltica. De esta forma, laeconoma solidaria se distinguira de la nocin del tercer sector, ms marcada

    por la accin privada de corte filantrpico y de la economa social que habraabandonado su dimensin poltica en el proceso de sucesivas diferenciacio-nes de sus diversas familias (cooperativas, mutualidades, asociaciones)y por la institucionalizacin y su acomodacin con el estado y el mercado.

    La ofensiva neoliberal estara rompiendo el equilibrio Keynesiano entrelas dos ltimas dimensiones y sacralizara el principio del mercado comonico autorregulador econmico y privatizara el espacio pblico. Frente aello, se alzaran

    una multitud de iniciativas que preconizan la adopcin de comportamientos solida-

    rios. En varios continentes, diferentes colectivos eclosionan en la agricultura biolgica,

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    el comercio justo, el consumo responsable, las energas renovables, el micro crdito,

    las monedas sociales, los servicios de proximidad, el turismo solidario Ellos dibujan

    los contornos de una economa que se renueva con un proyecto de transformacin

    a partir de compromisos ciudadanos. Lo que explica la implicacin del movimientoalter mundialista en el reconocimiento de las iniciativas solidarias. (Laville,

    2007:57)

    Laville propone, adems, una relectura de la historia segn la cual laeconoma poltica pacifica a una sociedad que ha roto sus ataduras con elantiguo rgimen, a travs de la difusin del mercado, portador de los inte-reses personales y materiales. En el siglo XIX, la visin liberal piensa queel bien pblico es el producto de estos intereses y que su conjugacin asegura

    la paz social y la democracia. No obstante, la pauperizacin y la degradacinde las condiciones de vida y de trabajo, invalidan esta visin y generan unarespuesta de las capas populares. Como afirma Laville,

    la contradiccin entre la libertad poltica y la sujecin econmica se hace insoporta-

    ble. Para muchos pensadores y obreros la confrontacin con la miseria y la amplitud

    intolerable de las desigualdades les obliga a volverse hacia mecanismos de coordina-

    cin en las antpodas del inters. As, la asociacin, como ligazn social voluntaria

    entre ciudadanos libres e iguales, se afirma como otro principio de organizacinsocial. En contextos tan diferentes como Amrica y Europa, las experiencias asocia-

    cionistas se multiplican, mezclando socorros mutuos, produccin en comn y reivin-

    dicaciones que reclaman una regulacin poltica de la economa. (ibid.:44)

    Aunque haya que esperar largo tiempo, son los poderes pblicos los quevan a materializar esta regulacin correctora con la creacin de la proteccinsocial y de otros mecanismos.

    El valor de las aportaciones de Laville, nacidas en el contexto de la historia

    y la cultura poltica francesa, ha ultrapasado las fronteras del hexgono. Enprimer lugar, por sus colaboraciones con el grupo EMES1y sus estudioscomparativos europeos. En segundo lugar, extendindose hacia otros pasesfrancfonos como el Qubec2y alargndose hacia las pennsulas Ibrica(Defourny et al., 1998) e Itlica (Laville y Gadin, 1997). En tercer lugar,abriendo un fecundo debate con Amrica Latina3y muy en especial con

    1 Una de sus colaboraciones se encuentra CIRIEC, 2000 (Caps. 5 y 6)2

    Veanse las referencias a este autor en LObservatoire de lEconomie Sociale, DveloppementRgional, Organisation Communautaire, del Qubec.3 Ver sus dos colaboraciones en los dos numeros de la revista Otra Economa . Buenos Aires.RILESS

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    el Brasil (Frana Filho y Laville, 2004). Jean-Louis Laville y sus colabora-dores, entre los que destaca Bernard Eme, como muchos militantes dela economa solidaria, unen el esfuerzo de abrirse paso en el mundo de

    las ideas, con una voluntad de irradiacin prctica. As van tejiendo redesque van afirmando y dando a conocer los valores y las experiencias de laeconoma solidaria.

    En el marco de esta irradiacin y reconocimiento, puede ser til hacersealgunas preguntas. Existe hibridacin de las diversas economas y cmose refleja en el juego entre espacio pblico y espacio privado? Hasta qupunto, las aportaciones de Laville son suficientemente generales y por lotanto aplicables a todos los pases? En qu medida su visin histricaes deudora del propio itinerario francs y no hay que introducir algunas

    matizaciones que ayuden a reinterpretar la historia de una economasolidaria de una Europa perifrica que quizs estara ms prxima de lalatinoamericana?

    Espacios y territorios privados y pblicosLa coherencia del modelo que lleva a considerar que existen cuatro formaseconmicas comporta tambin la existencia de cuatro espacios reales y sim-blicos: domstico, mercantil, pblico y solidario.

    La delimitacin del primero es, a priori, fcil de establecer, ya que pasafundamentalmente por la casa y sus alrededores. El trabajo a domicilio, laauto produccin para el consumo, los intercambios monetarios o no conotras unidades familiares, el papel y el trabajo de la mujer en el manteni-miento y cuidado familiar seran sus modos ms corrientes de produccine intercambio. La cosa se complica cuando, por un lado, se introduce lacercana o lejana de los huertos, la figura del obrero fabril a la vez jardinero,el pastoreo estacional, la provisin de primeras materias lejanas, la venta enlos mercados locales, o por otro lado, cuando esta economa domstica se

    nutre y se reproduce con las redes de vecindad, paisanaje, amistad y familiasextensas. De alguna manera, ello invita a extender este territorio privadode proximidad. La calle, las plazas, los mercados locales y otros espaciosintersticiales que podran ser calificados de pblicos, se ven inundados poruna economa domstica ms o menos informal. Este tipo de economa esmarginal en los actuales pases del centro y del norte de Europa, pero siguey de alguna forma se renueva en muchas de las zonas perifricas del viejocontinente, en sus ciudades ms importantes y ha sido y es la base econmica

    ms abundante de muchos pases latinoamericanos. Muchas de las formasdel micro empreendedorismo(Portela et al., 2008) encuentran sus races enesta base econmica domstica que se extiende y ramifica.

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    Frente a ello, la pregunta que cabe formularse es la de hasta qu puntoesta economa domstica, familiar y local no ha sido el fundamento de unagran parte de la economa social y solidaria de la Europa mediterrnea

    (Estivill, 1999) y constituye una de las caractersticas mas significativas dela economa popular suramericana (Coraggio, 1998 y 2007). Se trata deactividades econmicas apoyadas en redes familiares y locales que permitenafrontar y resolver determinadas necesidades, crear trabajo, intercambiarbienes y servicios y sobrevivir. Se capitaliza sobre el trabajo, a menudo conla autoexplotacin, y raramente consigue lucros consistentes. Puede serpaliativa e incluso opresiva y a veces emancipadora cuando se organiza yconsigue acumular y repartir colectivamente, en una visin de transforma-cin social. Entonces, intereses privados y generales pueden coincidir. Muy

    frecuentemente, la potencia pblica la persigue (impuestos, organizacindel espacio,), la tolera (porque queda desbordada) u organiza complici-dades a su alrededor en su provecho particular.

    El espacio pblico no se corresponde con la economa productiva delsector pblico, a menos que repensemos las ciudades como lugar produc-tivo y distributivo de los intereses generales. No acostumbra a ser as. Ydesde hace unos aos, los socilogos, antroplogos, gegrafos, arquitectosy urbanistas de todo el mundo, ms bien estn advirtiendo de la reduccin

    del espacio pblico ciudadano. Se asiste a una privatizacin y mercantiliza-cin del mismo (Sennett, 1993). No es sta la alarma de Habermas (1992)cuando advierte de la clientelizacin del ciudadano? La misma advertenciaproviene de Mxico, cuando se afirma que la conjuncin de las tenden-cias desreguladoras y privatizadoras con la concentracin transnacional delas empresas ha reducido las voces pblicas (Garca Canclini, 1995: 10).

    No es posible aqu analizar detenidamente cmo se reorganizan las rela-ciones entre lo pblico y lo privado en las ciudades. Se trata simplementede evocar que en esta relacin de fuerzas en constante recomposicin, la

    economa social y solidaria juega y tiene un papel a jugar. Tiene necesidadesproductivas, comerciales, sociales y culturales que, desde el espacio ntimo,prximo, se proyectan hacia el espacio colectivo, exterior. Ahora bien,delante de ello, puede dejarse comer este espacio entre una voraz iniciativaprivada con nimo de lucro, los centros comerciales en Portugal y Espaa,y una planificacin urbana que disea la ciudad como vitrina de anticuario4.Si se somete a estas dos lgicas, entonces solo le quedan los espacios mar-ginales, intersticiales. Perderlos seria aun ms desastroso. O, por lo contra-

    rio, puede contribuir a disear una ciudad ms humana y sostenible, y

    4 Expresin tomada de Brando (2005: 155).

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    ocupar en abierta negociacin con las autoridades locales y el resto deactores, los lugares que le convengan, donde el bien pblico se usa partici-padamente como un derecho de todos. De esta forma se conecta y se legi-

    tima, superando sus intereses propios, con los intereses generales, loscuales acostumbran a ser los menos generalizados de todos los intereses.Pero el territorio pblico no se agota en la ciudad y tiene que ver con el

    patrimonio cultural y natural. En este sentido, la economa social y solidariatiene amplias posibilidades de luchar contra el deterioro a que ambos se vensometidos y demostrar que es capaz de crear las condiciones de un desar-rollo socioeconmico respetuoso y promovedor de la cultura y del medioambiente, que repercuta en favor de las gentes que viven en estos lugares.

    Revisitar la historiaLaville nos invita a revisitar la historia. Bienvenida sea esta invitacin por-que conocer mejor el pasado de la economa social y solidaria es tener mejo-res armas para afrontar los problemas actuales y los desafos futuros. Ladificultad es que no hay una sola historia y que cuanto ms se relee, mscomplejas se hacen sus interpretaciones. Queda an mucho camino pordelante para ser capaces de constituir una memoria europea de la econo-ma solidaria.

    De todos modos, una primera observacin a establecer es que, si estarelectura se hace desde una cierta periferia europea, determinados espaciosy sus relaciones entre ellos se iluminan de otra forma. Aparecen acentos ymatizaciones especficos y de alguna manera significativos de otra miradaque no sigue necesariamente el itinerario marcado por Laville. Cules son,sintticamente, algunos de los trazos que caracterizan los orgenes y eldesarrollo de la economa social y solidaria en la perspectiva de una Europams perifrica, ms latina, ms mediterrnea?

    La primera de las hiptesis sera la de la permanencia y solidez del

    llamado mundo agrcola y rural, en el que la produccin familiar para elautoconsumo, los intercambios no monetarios, las relaciones sociales localesy la economa domstica, son fundamentales. Adems, los sures ruralesde las tres pennsulas, Ibrica, Itlica y Griega (Papargeorgiu, 1998), pesanmucho en la historia econmica, social y poltica de sus respectivos pases.El latifundismo que condena a unas condiciones de supervivencia y a laemigracin forzosa, el caciquismo que se ejerce despticamente a escala localy unas reformas agrarias siempre esperadas pero que nunca llegan, hacen

    que el grito secular la tierra para el que la trabaja sea la principal banderade las organizaciones campesinas, las cuales se ven duramente reprimidaspor los grandes propietarios y por un estado lejano cuya capacidad de

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    integracin es mnima. Deben refugiarse a menudo en la clandestinidad ycuando emergen tienen enormes dificultades para crear y mantener espa-cios propios de organizacin y expresin que son a menudo defensivos. De

    todos modos, ocupaciones de tierras, colectividades agrarias, hermandadesy ligas campesinas, casas del pueblo, sociedades de socorros mutuos, cajascooperativas de crdito rural, celeiros comuns, mutualidades de segurodel ganado, propiedades colectivas de bosques y tierras baldas, salpicanla historia de una economa social en la que queda mucho por descubrir.

    Una de las consecuencias de estas dificultades de organizacin y expre-sin, es la radicalidad de las posiciones de las organizaciones populares delcampesinado, que raramente adopta las formas asociativas y sindicales delproletariado industrial y urbano. La implantacin y fuerza del anarquismo

    primero, y del socialismo libertario despus, en Italia, Espaa y Portugal5,es una pista a seguir para explicar, en parte, el tipo de economa social quese origina en estos pases.

    En cualquier caso, muchos de los autores decimonnicos que la defien-den introducen la presencia y potencia de un mundo rural y familiar, basadoen mecanismos informales6, que diferenciara a estos pases con respecto alas formas de la economa social del centro y norte de Europa.

    Uno de los pioneros de la economa social portuguesa, Alexandre Her-

    culano, en 1844, en su clsico texto Das Caixas Econmicas, se debate enla contradiccin de un Portugal nacin esencialmente agrcola, la industriamanufacturera nos parece que nunca llegar a desequilibrarse con la agricul-tura y donde el hombre trabajador, sin embargo, no cuenta con obreros,porque el obrero es l, lo es su mujer, lo son sus hijos, cuyo trabajo valdrel doble del de los trabajadores asalariados del rico (Herculano, 1844: 55).

    En su texto, trata explcitamente de distanciarse de los modelos de lasCajas Econmicas francesas y britnicas, de las que es deudor en su apren-dizaje, cuando afirma, aventuradamente: la suerte de los trabajadores

    rurales portugueses es, sin lugar a dudas, ms feliz que la de los ingleses, eigual a la de aquellos de cualquier otro pas de Europa, con la excepcinde la Toscana (ibid: 55). Visin idlica de una Toscana rural y arcadiana?Lo importante a sealar, es la manifestacin de una especificidad portuguesade la economa social que se fundara en la familia y la agricultura.

    La segunda hiptesis, complementaria y en cierto modo contradictoria,consistira en que las iniciativas de la economa social de estos pases se

    5 En el caso de Portugal, quizs haya que rehacer una relectura del Azoreo Antero de Quental yde sus propuestas Proudonianas y federalistas.6 La defensa de esta diferenciacin llega hasta nuestros dias. Ver Coutinho (2003:130).

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    originan, crecen y se desarrollan ms en sus respectivos nortes, donde hayuna mayor industrializacin y urbanizacin. Al mismo tiempo, se constataque muchas de estas iniciativas van entrelazadas con gremios y corporacio-

    nes que tienen una fuerza y sobre todo persistencias mayores que en algunosde los pases centrales. Si ello es cierto, una clave para entenderlo no serala lentitud y debilidades de las revoluciones burguesas y los lmites a laimplantacin de la hegemona del mercado, en el siglo diecinueve en estospases? Quizs por esto algunos autores portugueses establecen unas fasesen las que, siguiendo las clsicas distinciones de Gide, la primera de ellasseria la del solidarismo.

    En cualquier caso estas iniciativas tienen una dimensin local y urbanaimportante y en ellas participan los grupos ms cualificados y alfabetizados

    de la clase obrera y de la pequea burguesa ciudadana (artesanos, comer-ciantes, funcionarios, artistas). Las frmulas cooperativas, asociativas ymutuales no solo ofrecen respuestas a las necesidades econmicas msperentorias, sino que frecuentemente, promocionan experiencias sociocul-turales (ateneos, sociedades culturales, escuelas, orfeones y bandas demsica, centros enciclopedistas, teatrales y recreativos, casinos populares).Son una respuesta colectiva a intereses particulares pero que tienen unaproyeccin pblica que a menudo es notoria a escala local, en las ciudades

    intermedias y grandes. Sus modos de organizacin democratizante no dejande ser una alternativa frente a los modelos dominantes de la poca y de suentorno. As en Portugal, tambin en Espaa e Italia, el derecho de asocia-cin, en la que se aplica el principio democrtico de una voz, un voto, seconvierte en una de las principales y pioneras reivindicaciones, que no dejarde estar presente durante mucho tiempo.

    A lo mejor es en el papel histrico de la economa social a escala local,donde se encuentra una explicacin al hecho de ser en estos pases dondemayor eco e implantacin ha tenido el desarrollo territorial de base local

    desde los aos ochenta del siglo anterior (Estivill, 2008). Y tambin quizspor ello, es mayor la ligazn entre el desarrollo local y la economa social ysolidaria (Demoustier, 2004). Dicho de otro modo, a este tipo de experien-cias les es ms fcil salir del propio cascarn de la defensa de los interesesde sus miembros para articularse con los procesos de desarrollo socioecon-mico y medioambiental cuando se insertan y defienden una fuerte identidadterritorial7y se alan con los actores locales.

    7 En este punto seria interesante una comparacin con el Qubec. Esta fuerte identidad territorial essin duda una de las explicacines del caso de Mondragn y podra tambin constituir una de las razo-nes de ser de la especificidad de la economa solidaria de las Azores. Ver Amaro y Madelino (2004).

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    La tercera hiptesis distintiva concernira al papel del estado. Anacrnico,que se moderniza muy lentamente, desptico, con largos periodos dicta-toriales que llegan hasta bien entrado el siglo veinte, mediatizado por sus

    clientelas seculares, estructura con pocos medios a la beneficencia pblica,permitiendo, entre otras cosas, que la Iglesia contine teniendo un poderenorme de intervencin social, educativa y sanitaria. En estas condiciones,una gran parte de la economa social es casi necesariamente asistencial y searticula con las instituciones privadas y eclesisticas. Solo pequeos sectoresde la burguesa ilustrada, y en general republicana y laicizante8, patrocinay respalda las iniciativas de la economa social. Otra parte de la burguesamas industrial o bancaria, prefiere crear sus propias instituciones que pro-tegen y controlan (colonias industriales, economatos, escuelas profesionales

    y empresariales) a sus trabajadores.No deja de ser interesante la mirada de un argentino que, a inicios del

    siglo veinte, visita la economa social de algunos pases del viejo continente.Castillo, as se llama, jurista y consultor de las sociedades mutuales de supas, publica un libro (Del Castillo, 1913) que es el resultado de la misinencomendada por la Mutualit francesa, con el objetivo de marcarnuevos rumbos a la accin mutualista en Sud America, de acuerdo conel adelanto alcanzado por las instituciones similares de Europa. Su pano-

    rama de las organizaciones mutuales, cooperativas y de las medidas deprevisin social de Alemania, Blgica, Espaa, Francia, Inglaterra e Italiaes riguroso. Incluso cita las bodegas cooperativas y el decreto de 17 deJulio de 1886 que estableca la caja de retiros para los obreros de losestablecimientos estatales y los funcionarios de Portugal. Les dedica elo-giosos comentarios y trata de ver sus posibilidades de adaptacin enAmrica Latina. Su visin es que la intervencin del estado y el amparode la ley son beneficiosos por cuanto suponen una garanta para los dere-chos de los miembros de estos organismos y una ayuda financiera y fiscal

    a los mismos.Pero no deja de ser curioso y hasta cierto punto paradjico que, con su

    tesis en favor de la intervencin pblica, a la hora de proponer un modelo,se incline por el italiano. Primero, por su similitud (ibid.: 16) con las mutua-lidades argentinas. De estas, unas 559 con 207.550 socios, 260 son origina-das por los inmigrantes italianos, 146 por los espaoles, 81 por los franceses.Solo 47 serian puramente argentinas. Segundo, porque cuando comenta la

    8 En los estudios histricos sobre el origen y desarrollo de la economa social en Catalua, cadavez esta ms claro el papel de la francmasonera.

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    ley italiana de Sociedades de Socorros Mutuos de 15 de Abril de 1886 avanzasu posibilidad de no reconocimiento gubernamental9, afirmando que

    con todo, las sociedades Italianas de Socorros mutuos se muestran refractarias a latutela del gobierno, prefiriendo la mas absoluta autonoma, que les deja en completa

    libertad de accin, en la que ellos conceptan una asociacin voluntaria de mutua

    ayuda y consenso, en cuyas disposiciones el consejo gubernativo poco podra con-

    tribuir a su mayor prosperidad. (ibid.: 28)

    Quizs la tercera razn estriba en la constatacin que hace de las socie-dades de socorros mutuos italianas porque adems de la cobertura sanitariaconstruyen casas para obreros, dan un subsidio familiar a los asociados que

    tengan que hacer el servicio militar, dan dotes a los hijos, procuran trabajoa los afiliados, fundan bibliotecas sociales y crean escuelas para los hijos delos afiliados y nocturnas para estos. Es decir, estn cubriendo un conjuntode necesidades y creando un mundo autnomo y refractario a la tutela delgobierno. Por fin, y no deja de ser divertido, Castillo apunta que las mutua-lidades argentinas

    estn, por el momento, organizadas con fines limitadsimossiendo el fin primordial

    el del vinculo entre sus asociados, procurando a sus familias esas reuniones peridicas,en las que se consagran unas tiles horas a la difusin del arte y a los placeres de la

    danza en las reuniones familiares que en sus espaciosos locales celebran con relativa

    frecuencia. En esto se puede sealar que aquellas asociaciones han contribuido en

    gran parte a la cultura popular, tanto de Buenos Aires como del resto de la Republica.

    (ibid.: 48 y 49)

    No se encontrara aqu, en la contribucin a la cultura popular, otro puntocomn entre la economa social y solidaria latinoamericana y la de los pases

    perifricos y del sur de Europa. De esta lcida manera, lo valora Ferreirada Costa, cuando explica los trazos comunes de los reformadores portu-gueses del siglo XIX:

    De la tentacin de simplificar lo complicado se libraron nuestros reformadores: en

    vez de una teora del Estado, uno y vertical, intentaron entender a los pueblos en sus

    diversas y policntricas afinidades naturales. Considerando deseable la iniciativa

    popular descentralizada, reconocieron claramente el valor de las culturas perifricas

    e de su expresin multiforme. (Ferreira da Costa. 1991:61)

    9 Dice nuestro autor que de unas 7.000 sociedades solo 2000 haban sido reconocidas.

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    En estos pases, los mecanismos pblicos de proteccin laboral y socialse instalan tarde10, son muy selectivos y se completan en periodos dictato-riales en los que se reprime duramente a las organizaciones populares. Las

    bases de la Seguridad Social recibieron un impulso en 1935 en plena dic-tadura de Salazar, un ao antes en Grecia (IKA) con Metaxas, y en 1964con Franco. Todas estas dictaduras, incluida la de Mussolini, trataron deintegrar poltica y socialmente a los trabajadores creando una multitud demecanismos desde la casa al trabajo y pasando por el ocio. A pesar de ello,en la historia de estos pases, el palo ha ganado casi siempre a la zanahoria.El concepto y la prctica de la ciudadana, con el ejercicio y la concienciade los derechos, no toman carta de naturaleza masiva hasta bien entrado elsiglo veinte.

    Por todas estas razones, la historia de la economa social es poltica en elsentido amplio de la palabra. Ello no significa desconocer las expresionesde apoliticismo formal, manifestado en los principios cooperativos, enasociaciones culturales, en sociedades mutuales (Ferreira da Costa, 1991).A menudo, stas son manifestaciones de refugio frente a la represin, y dedesconfianza frente a la intervencin pblica y la accin poltica partidariay convencional, al mismo tiempo que sugieren un discurso diferente frenteal de la sociedad que les domina. Sus posibles ambigedades provienen ms

    del tipo de realizaciones prcticas en la bsqueda, renovada y contradicto-ria, de un espacio autnomo entre el mercado y el estado. En esta bsqueda,nadie, ni la economa social ni la solidaria, pueden tener el monopolio dela renovacin democrtica. Ambas comparten dinmicas ms o menosparticipativas y un discurso poltico que se sita, por ahora, en la perspec-tiva de la reforma social. El futuro dir si los crecientes antagonismos conel orden establecido y la afirmacin de la propia va, les llevar por otroscaminos ms alternativos.

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    10 Ver a este respecto la cronologa que se presenta en Estivill (2000).

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