[Fabbri. Luigi] Vida de Malatesta

Embed Size (px)

DESCRIPTION

anarquismo

Citation preview

  • LUIGI FABBRI

    LA VIDA DE MALATESTA

    PRLOGO DE D. A. de SANTILLAN

    GUILDA DE AMIGOS DEL LIBRO Apartado 54 - Barcelona

    1 9 3 6

  • PRLOGO

    LUIGI FABBRI, UN HOMBRE DE ORO

    El 24 de junio de 1935 muri Luigi Fabbri en un hospital de Montevideo, a consecuencia de una operacin quirrgica. Sus ltimos aos, a partir del advenimiento del fascismo en Italia, han sido en extremo duros y penosos; sus sufrimientos morales y materiales le acercaron a su fin, en plena madurez de espritu, cuando era ya de los pocos de la vieja guardia que podan presentar ante el mundo, en forma bella y razonada, nuestra gran causa.

    En los ltimos quince aos aproximadamente de relaciones, cada vez ms seguidas, ms ntimas, ms indispensables, hemos podido valorar ampliamente a Fabbri como escritor, como anarquista, como hombre.

    Era una figura que irradiaba simpata hasta la exageracin, de una pureza moral por todos los costados, amable, bondadoso, intachable; su obra intelectual est ah, y quedar por muchos aos como monumento de laboriosidad, de pasin, de claridad; pero esa obra no tendra el mrito que tiene, al menos para nosotros, si no la hubiese respaldado el hombre en su conducta de todos los dias. La vida de Fabbri es la explicacin de su obra; pocos han unido, coordinado, fusionado en tal forma las ideas con la vida prctica. Para l no eran cosas distintas la prdica y la accin, eran dos manifestaciones de una misma realidad.

    Por eso se le respetaba hasta por los adversarios, por eso se le queria en todas partes. Recordamos una carta de Malatesta, que no tenemos a mano, pero cuyo contenido no se nos ha borrado de la memoria. Despus de una odisea por Francia y Blgica, Fabbri embarc para Amrica del Sur, y Malatesta nos deca entre otras cosas: S que Gigi ir con vosotros; os ser muy til; es un hombre de oro. Un hombre de oro! No podramos encontrar mejor definicin de Fabbri.

    * * *

    Naci Fabbri el 22 de diciembre de 1877 en Fabriano, de una familia

    acomodada. Recibi en su juventud una educacin esmerada, asisti a la Universidad en Macerata y se hizo maestro de escuela.

  • Siendo estudiante, a los diecisis aos apenas, conoci las ideas anarquistas y las abraz con calor y apasionamiento. Poco despus, en 1897, conoci a Malatesta en Ancona, y bajo su influencia y sus argumentos qued marcada la ruta para todo el resto de su vida. Malatesta hizo comprender al joven estudiante la anarqua bajo una luz distinta a como la haba interpretado hasta entonces, y desde aquella poca, ya lejana, hasta el ltimo instante, no hubo mejor intrprete y expositor del pensamiento malatestino que Luigi Fabbri.

    Colabor asiduamente en L'Agitazione de Ancona, uno de los grandes peridicos anarquistas, de vida azarosa, pero denso de doctrina, verdadero laboratorio de ideas, y nueva etapa del anarquismo italiano e internacional. Aquellos aos de 1897 y 1898 fueron de gran trascendencia. Las persecuciones acabaron por imposibilitar la vida de ese peridico, uno de cuyos redactores fu Fabbri; pero la semilla habia sido lanzada, y Ancona, durante muchos aos, fu, en virtud de aquel esfuerzo, la ciudad ms roja de Italia.

    Como tantos otros, conoci Fabbri el confinamiento en las islas, en 1899 y 1900, amn de las diversas persecuciones a que est expuesto todo militante destacado en todos los pases. Desde 1903 a 1911 public, junto con Pietro Gori, la magnifica revista Il Pensiero de Roma (agosto de 1903 a diciembre de 1911), donde, aparte de la continua labor personal inteligente, ha recogido tantas hermosas pginas de cultura revolucionaria y de interpretacin y aplicacin libertarias.

    Obra en buena parte suya ha sido tambin Volont de Ancona 1913-1914 , interrumpida por la semana roja, en que Malatesta tuvo una actuacin principal, y la nueva serie en 1919. Pero aparte de los peridicos que diramos propios, en cuya redaccin o direccin tomaba parte, su colaboracin en casi toda la Prensa libre italiana era constante y siempre valiosa.

    Fu uno de los puntales del diario anarquista Umanit nova de Miln (1920-1921), trasladado a Roma despus de la destruccin de la imprenta por los fascistas (1921-1924). Cuando el diario fu definitivamente liquidado por la reaccin salvaje, se inici pronto otra nueva publicacin, Pensiero e Volont (Roma, 1 de enero de 1924 a octubre de 1926), una revista dirigida por Malatesta, en la que Fabbri ha tenido igualmente una participacin saliente, por la calidad y por la cantidad de su cooperacin.

    Pero a ninguno de los peridicos anarquistas italianos ha faltado la colaboracin de Fabbri; era incansable en el trabajo; habia disciplinado su espritu a una labor constante y metdica, y, desprovsto de todo inters por los pasatiempos estriles, slo cuando se le ha visto de cerca en la obra, se comprende que haya podido realizar un trabajo tan vasto y persistente.

    Cuando se vi forzado a salir de Italia, en 1926, y se refugi en Pars, despus de algunas tentativas de trabajo en Montbeliard y en otras partes, inici la publicacin del quincenario La lotta umana (octubre de 1927 al 18 de abril de 1929), excelente rgano de propaganda, de documentacin y de estudio. Expulsado de Francia y refugiado en Blgica, pronto le fue hecha imposible tambin alli la vida y embarc para el Uruguay. Desde alli se inici en seguida la publicacin de Studi sociali (1930-1935). Hay que mencionar tambin su labor en el diario La Protesta (Buenos Aires) y en su Suplemento, desde 1923 en adelante. Con los materiales de esa colaboracin asidua de diez aos, quera formar dos

  • volmenes, retocando algunos pasajes. Probablemente la muerte interrumpi esa tarea a que le habamos estimulado.

    Adems de esa participacin incesante de cuarenta aos en la Prensa anarquista de lengua italiana y espaola, ha producido un par de docenas de folletos interesantes; algunos, como Influencias burguesas sobre el anarquismo, con cuatro o cinco ediciones en espaol.

    Su cultura era vastsima, tanto relativa a la historia de nuestro movimiento, como a la evolucin general del pensamiento. Su libro Dictadura y revolucin, de cuya edicin espaola, con un prlogo de Malatesta, data nuestra amistad, es la exposicin ms clara y persuasiva de la interpretacin libertaria de la revolucin; naci al calor de la polmica en torno a la dictadura del proletariado y a la concepcin autoritaria, marxista, del proceso revolucionario. Otro de sus volmenes, La contrarivoluzione preventiva, estudia el fascismo con una riqueza de argumentacin que no se olvida fcilmente. Y no hace mucho ha visto la luz El pensamiento de Malatesta, que es completado hoy con otro volumen: La vida de Malatesta, homenaje pstumo del discpulo dilecto al gran maestro y amigo tambin desaparecido. Es con su ayuda con la que se estaba llevando a cabo la recopilacin de los escritos de Malatesta que edita Il Risveglio de Ginebra.

    Y tambin fu obra suya la edicin italiana de algunos tomos de escritos de Bakunin. En resumen: cuarenta aos de colaboracin en la Prensa anarquista, un par de docenas de folletos y una docena de volmenes; he ahi la obra escrita de Fabbri, distinguida por la prolijidad con que desmenuza los matices del pensamiento propio y los del adversario, convencido, como advierte Bertoni, que las razones menores son a veces de naturaleza como para influir ms que las mayores.

    * * *

    Aun cuando actu algn tiempo en los organismos sindicales, prefiri siempre

    la organizacin especifica del anarquismo. En torno a esa interpretacin hemos tenido algunas polmicas, de las cuales, si no hemos salido convencidos nosotros, que nos basbamos en la experiencia del movimiento obrero espaol y argentino, tampoco ha salido l debilitado en sus opiniones. Y aunque no nos atreveramos a sostener que la razn est absolutamente de un lado o del otro, dejamos que los hechos y las sugerencias de cada da vayan iluminando el camino hacia la mejor forma de actuacin. Resultado de esa polmica ha sido el ceder, por nuestra parte, en la agresividad hacia los que no aceptaban nuestros puntos de vista, y esa tolerancia que nace de la comprensin del carcter complejo de la vida se produjo en nosotros despus de aos de discusin con un polemista sereno, razonable, paciente, como Fabbri.

    En 1907 asisti al Congreso internacional de Amsterdam, y, en esa ocasin, la policia suiza lo anot entre la lista de los indeseables. Visit en Londres a Malatesta, y creemos que esas salidas y otra despus de la semana roja de Ancona, en 1914, fueron las nicas que hizo antes de la guerra y del advenimiento del fascismo.

    Cuando se agudiz el terror fascista y comenz a ser molestado por las bandas de squadristas en Bolonia, Mussolini tuvo conocimiento de ello y, en carta

  • personal al jefe de las milicias bolognesas, recomend que a Fabbri se le vigilase, pero que no fuera tocado; sin embargo, no era bastante garanta la carta de Mussolini, que conoca perfectamente el carcter y la obra de Fabbri, y diversos amigos le incitaron a ponerse en salvo. Lo hizo cuando se oblig a los maestros italianos a jurar fidelidad al nuevo rgimen. Fabbri no pudo soportar esa humillacin, se rehus y hubo de tomar las de Villadiego, pues la venganza habra sido segura. Algn tiempo despus se le unieron su compaera, Bianca, y su hija, Luce, en Pars.

    Le invitamos entonces a llegar hasta nosotros, pero la esperanza de la rebelin del pueblo italiano y otros inconvenientes familiares impidieron que el viaje a Amrica del Sur se hiciera en 1926, se hizo en 1929, y forzadamente, despus de la expulsin de Francia y de Blgica.

    La existencia calamitosa del destierro, siempre en lucha con las penurias, con la falta del pan y del techo seguros, es de suponer. Haba conseguido la direccin de unas escuelas italianas en Montevideo, esas escuelas reciban, entre otras subvenciones, una de la Embajada italiana, y, por tanto, haban de estar bajo un cierto control del Gobierno de Italia. Un da se le anuncia una inspeccin por un delegado fascista. Tena dos perspectivas : aceptar la inspeccin y asegurar as para sus ltimos aos el pan cotidiano, o renunciar al puesto y quedar a merced de lo desconocido, sin medio alguno de vida. Naturalmente, en Fabbri no pudo haber siquiera una duda. Se neg a recibir la inspeccin, y qued en la calle.

    La reaccin en el Uruguay, despus del golpe de Estado de Gabriel Terra, le priv de ncleos de compaeros y de amigos que, en caso necesario, compartan con l sus miserias. La vida era insostenible; y en esas circunstancias, la muerte de Malatesta le dej anonadado por varios meses; a esa tragedia, que pocos sabrn comprender en toda su magnitud, se uni la enfermedad grave del estmago que hizo precisa una intervencin quirrgica peligrosa en 1933, de la que sali con buenos resultados.

    Estos ltimos aos le ha faltado lo ms necesario. No era viejo, pero las enfermedades y los sufrimientos morales le haban debilitado y extenuado. Y era preciso afrontar, sin embargo, la lucha por la existencia en condiciones para las cuales ni su carcter, ni su edad, ni su estado fisico le eran favorables. Se haba puesto a vender peridicos y libros. Una de las inteligencias ms preclaras de nuestro movimiento, en pleno vigor mental, cuando ms falta hacia su ayuda, no ha podido ser sostenida en condiciones de trabajo y de eficiencia, y ha sido dejado abandonado a su suerte! Esto arranca lgrimas y protestas y nos avergenza, porque no es digno ni es justo que las mejores fuerzas del movimiento de la libertad se esterilicen en la impotencia, mueran en la miseleria ms extrema, como a muerto Makhno, o en el abandono, como Mhsam, si no han sido bastante previsores en sus aos de actuacin y de juventud para asegurar su porvenir por propia cuenta.

    Una dolencia, que vena molestndole desde haca unos aos, le oblig a interrumpir su venta de peridicos y libros. Hubo de ser operado, y, a consecuencia de esa operacin, dej de existir, como hemos dicho, en las primeras horas del 24 de junio.

    * * *

  • Habra que decir mucho sobre Fabbri, no nos cansaramos de hablar de su

    carcter, de su modo de vida, de sus ideas. Pero nos duele la visin de sus ltimos aos y preferimos dejar el relato de lo que el movimiento anarquista debe a la actuacin de ese excelente compaero y amigo. La prdida es grande, ms de lo que se supone, podriamos cerrarnos en la torre del optimismo y exhortar a llenar el vaco, pero sabemos que por ahora el vaco no ser llenado. Nosotros considerbamos a Fabbri como una piedra angular de la obra que nos proponamos llevar adelante.

    Al faltarnos esa ayuda no quiere decir que lo demos todo por malogrado, pero s que la prdida es muy grave en estos momentos, y que, sin l, no nos sentiremos tan fuertes y animosos como hasta aqu.

    La vida os ha llevado por ciertos derroteros; en su curso os habis formado vuestras amistades, vuestros puntos de apoyo; cuando veis que, unos tras otros, esos puntos de apoyo fallan, se requiere buena dosis de insensibilidad para no sentirse atribulados y debilitados.

    * * *

    Si en los anarquistas espaoles hubiese suficiente inters y comprensin, la

    seleccin, en algunos volmenes, de los escritos dispersos de Fabbri podra ser una obra pstuma de reparacin, pues el esfuerzo de un escritor de sus mritos no debiera desaparecer con l o quedar dormido en las raras colecciones de nuestros peridicos, cuando, en circulacin permanente, podra seguir despertando nuevos espritus para la gran batalla por la libertad.

    D. A. DE SANTILLAN Barcelona, julio de 1935

  • INTRODUCCIN

    CMO CONOC A ERRICO MALATESTA Recuerdo el da que conoc a Errico Malatesta como el de la impresin ms

    fuerte de mi lejana juventud. Era en abril de 1897. Italia haba salido haca cerca de un ao de uno de

    aquellos vendavales de reaccin con que, de tanto en tanto, incluso antes del fascismo, la monarqua de Saboya, conservadora y burguesa, obsequiaba al pueblo italiano apenas ste daba indicios de un despertar que turbase las tranquilas digestiones de las clases y castas dirigentes.

    Francesco Crispi, el antiguo jacobino convertido en ministro y perseguidor de toda idea nueva, al amparo de la bandera de Dios, del rey y de la patria, haba tenido que dejar el gobierno bajo el choque de la indignacin popular, despus de la derrota de los ejrcitos italianos en Abisnia. Mortificada la megalomana imperialista del monarca Umberto I y de su ministro, se respiraba obra vez en la pennsula un poco de libertad.

    El movimiento de rebelin proletaria iniciaba su ascenso. Desde hacia cuatro meses sala en Roma el primer diario socialista italiano, el Avanti!; y tambin los anarquistas, desarticulados y reducidos al silencio por la reaccin desde mediados de 1894, tenan de nuevo un par de peridicos: L'avvenire sociale, en Messina, e il nuovo verbo, en Parma.

    Muchos compaeros, sin embargo, estaban todava en la crcel y en domicilio coatto, entre ellos los ms conocidos: Galleani, Molinari, Cavilli, Binazzi, Di Sciullo, etc., y otros (Malatesta, Geri, Milano, etc.) recorran los caminos del exilio. Pero jvenes adeptos haban surgido en la brecha, sustituyendo incluso a no pocos de aquellos que, bajo las persecuciones, haban cedido, desaparecido del movimiento, o bien se haban pasado al campo socialista. Entre estos ltimos, uno de los ms conocidos, Saverio Merlino, al salir de la prisin habia comenzado a incitar pblicamente a los anarquistas a aceptar el mtodo electoral y parlamentario.

    Mientras tanto, alguno de los condenados y deportados recuperaba la libertad, y algn otro, como Pietro Gori, volva del destierro.

  • El 14 de marzo de aquel ao (1897) vea la luz en Ancona, capital de las Marcas, donde los anarquistas haban sido siempre numerossimos, un nuevo semanario, L'Agitazione, que en el subttulo se denominaba peridico socialista anarquista. Yo era entonces estudiante de Derecho en la Universidad, en la prxima ciudad de Macerata; tena 19 aos y estaba lleno de entusiasmo por las ideas anarquistas, abrazadas desde 1893 y que me haban costado ya algunas persecuciones de la polica, un pequeo proceso y un poco de crcel. Desde Ancona, los viejos amigos Recchioni, Agostinelli y Smorti me incitaban a escribir en el nuevo peridico, del cual me haban anunciado como colaborador.

    Me resolv a secundar su invitacin con un poco de vacilacin. La lectura de los primeros nmeros del nuevo peridico me haba afectado vivamente. Era una publicacin bastante diversa de las otras ledas por m hasta entonces: escrita, recopilada e impresa con esmero, con ms tono de revista que de peridico. Colaboraba desde Londres Errico Malatesta.

    Senta confusamente mi inferioridad intelectual en relacin a los escritos que lea, plenos de pensamiento y animados de un espritu nuevo e inslito, al menos para m, que conoca slo la prensa anarquista de los ltimos tres o cuatro aos. Escrib y mand un artculo terico, el mejor que supe hacer, con el ttulo Armona natural, en donde explicaba la anarqua como una aplicacin a las sociedades humanas de las leyes de la naturaleza por medio de la ciencia, que de la negacin de dios, segn mi opinin, llevaba a la negacin de toda autoridad poltica y econmica. Sobre todo me apoyaba, con citas, en la autoridad intelectual de Kropotkin y del filsofo italiano Giovanni Bovio.

    Francamente y el que no ha sido joven y no ha cometido nunca semejantes pecados de presuncin que tire a primera piedra , crea propiamente haber escrito una pequea obra maestra! En cambio... mi artculo no se public. Pregunt la causa de ello; y los amigos de Ancona me respondieron que no estaban de acuerdo con mi artculo; lo publicaran, si insista, con una nota polmica, pera me pedan por el momento que esperase para no dar desde el comienzo a los lectores, la impresin de un desacuerdo en familia. Me invitaban, adems a ir hasta Ancona para cambiar algunas impresiones verbales.

    Ca de las nubes! Por qu no estaban de acuerdo conmigo aquellos compaeros? Les escrib unas pocas lneas, diciendo que no vala la pena por tan poco de hacer un viaje; pero simultneamente escrib tambin, por primera vez, a Malatesta, en Londres (haba ledo su direccin en el peridico) expresndole mi asombro de que el peridico en que l escriba no compartiese una concepcin de la anarqua que me pareca tan justa y completa. Malatesta no me respondi: pero pocos das despus Cesare Agostinelli volvi a escribirme para que fuese a Ancona, que los amigos me queran ver, que no se trataba slo de mi artculo, etc., y me mandaba tambin los dineros que me hacan falta para el viaje, como para comprometerme ms fuertemente a ir.

    Me decid, y un sbado por la tarde, sustrayndome con una estratagema a la habitual vigilancia de la polica, tom el tren para Ancona, llegando a eso del anochecer. Encontr a Agostinelli en su pequea tienda, que estaba al fondo del Corso; apenas me vi, cerr el negocio y me llev consigo, por calles transversales, hasta el lejano suburbio Piano San Lazzaro.

  • All, una vez llegados ante un palacete, abri con una llave la puerta de entrada y en el fondo de un corredor me hizo subir por una escalera de madera a una especie de buhardilla.

    Mientras suba, o una voz desconocida para m que pregunt: Quin es? Es el armonista, respondi Agostinelli, refirindose ciertamente a mi artculo rechazado sobre la armona natural. Asomndome a lo alto, vi una pequea habitacin, con una cama de campo a un lado, una mesa sobre la que arda una lmpara de petrleo, un par de sillas, y sobre las sillas, sobre la mesa, sobre la cama, en tierra, una cantidad indescriptible de papeles, peridicos y libros en aparente desorden. Un hombre desconocido para m, de pequea estatura, con cabellos negros y densos, se adelantaba a mi encuentro con las manos tendidas y los profundos ojos sonrientes. Agostinelli, que suba detrs, me dijo : Te presento a Errico Malatesta.

    Mientras Malatesta me abrazaba, yo estaba petrificado por el estupor y el corazn me saltaba del pecho. Malatesta, legendario ya entonces, el ncubo de todas las policas de Europa, el audaz revolucionario, condenado en Italia y en otras partes y prfugo en Londres, estaba all. La impresin ma, de joven inexperto y lleno de una fe casi religiosa, es ms fcil de imaginarila que de describirla.

    Cmo? dijo a Agostinelli no le habas dicho nada? Y luego, desembarazadas las sillas, nos sentamos, mientras Agostinelli se

    march momentos despus. Me hall de golpe con Malatesta en perfecta relacin, como con un hermano

    mayor o con un amigo conocido desde mucho tiempo atrs, y dira como con un padre si no hubiese parecido tan joven tena entonces cuarenta y cuatro aos, pero pareca tener muchos menos tanta era su afabilidad sencilla, de una familiaridad de igual a igual.

    Y comenz pronto entre nosotros una conversacin animada, una discusin largusima, en especial sobre los argumentos tocados en mi artculo. Sera demasiado extenso referirla; por lo dems no es difcil figurarla, al menos para quien conoce las ideas de Malatesta, y las otras, bastante comunes entre muchos anarquistas, que yo haba expuesto en mi artculo de L'Agitazione. A las tres de la madrugada discutamos todava. Dorm como pude all, en un colchn que Agostinelli (que haba vuelto a traemos algo de comer) me haba improvisado en un rincn.

    A las siete de la maana estaba yo despierto y despert expresamente a

    Malatesta para continuar la discusin. Qued hablando con l toda la jornada sin cesar, hasta que, cuando era de noche desde haca rato, me desped con gran sentimiento, para tomar el tren hacia Macerata, donde deba estar al da siguiente para asistir a las clases, y tambin para que la polica no se diese cuenta de mi ausencia.

    Desde haca cerca de un mes Malatesta haba llegado a Ancona de incgnito para hacer L'Agitazone. Estaba todava bajo el peso de una condena de tres o

  • cuatro aos de prisin, dictada contra l en Roma en 1884, por asociacin de malhechores; pero la condena deba prescribir dentro de poco. Qued oculto cerca de nueve meses, hasta que la polica lo descubri, pero la condena estaba ya prescrita. Otros dos meses ms tarde, cuando tuvieron lugar en Ancona y en otros sitios los movimientos populares de aquel ao, provocados por la caresta, fu detenido de nuevo, y esta vez a la detencin sigui una encarcelacin ms larga, proceso, domicilio coatto, etc.

    Despus de la primera vez volv a menudo a Ancona a encontrarme con Malatesta, tanto mientras qued escondido all como despus, y durante su prisin y el proceso en abril del 98. Pero aquel primer encuentro que he narrado fu el que decidi de toda mi orientacin mental y espiritual, puedo decir tambin de toda mi vida. Tuve la sensacin de que en aquel largo coloquio de ms de veinticuatro horas mi cerebro haba sido tomado y dado vuelta en la caja craneana. Recuerdo como si fuera ayer que, sobre muchos argumentos de que antes me pareca estar tan seguro, discuta, discuta, discuta... Pero al fin los argumentos mos venan a menos y no hallaba ya qu replicar; mientras los argumentos de Malatesta me afectaban sobre todo por su lgica: una lgica tan sencilla que me pareca que un nio habra sabido comprenderla y nadie habra podido negar su evidencia.

    La anarqua, que era la fe ms radiante de mi primera juventud, desde entonces no fu ya fe solamente, sino conviccin profunda. Sent que, si antes era posible que un da hubiese podido cambiar de ideas, desde aquel momento me haba vuelto anarquista para toda la vida; que no habra podido ya cambiar ms que por voluntaria y baja traicin o por un obscurecimiento morboso, involuntario, de la conciencia.

    Mucho tiempo ha pasado desde aquella lejana primavera de 1897. Los azares de la vida y de la luchame han tenido separado de Malatesta ms de una vez y por mucho tiempo. Hasta han pasado aos sin cambiar una carta. Pero siempre que lo he vuelto a ver en Londres en 1906, en Amsterdam en 1907, en Ancona de nuevo unidos por un comn trabajo en 1913-14, y, en fin, ininterrumpidamente, desde 1920 a 1926 lo he hallado siempre y visto como se me apareci la primera vez. Incluso fsicamente pareca que ios aos no hiciesen presa en l. En 1920, en Bolonia, lo he visto jugar llego de ardor, con mis hijos, del mismo modo que en Ancona, treinta aos antes, quera jugar a la carrera conmigo o me provocaba a hacer ruido, con gran escndalo de los compaeros ms viejos.

    Era la suya una juventud perenne, pues su espritu siempre joven domaba la naturaleza fsica. Soia decir que la vejez y tambin la muerte son un prejuicio, y haba en esta paradoja una profunda verdad psicolgica, y quiz tambin fisiolgica, de la que fu demostracin toda su larga vida. Aunque de salud frgil, siempre as ia a por un mal que ya se haba manifestado en l veinte aos antes Bakunin, en 1872, cuando lo conoci, no crea que pudiese vivir ms que otros seis meses, los mdicos no eran de opinin muy distinta , se puede decir que Malatesta haba vencido durante sesenta aos el mal con su voluntad de vida. No en el sentido de quien, por medrosa preocupacin de la muerte, se rodea de mdicos y de medicinas; sino en sentido opuesto, de quien no cree en la muerte, tiene fe en la energa propia y es escptico ante los artificios mdicos. Su fuerza

  • interior, espiritual, era tanta, en suma, que constitua para l tambin una fuente de energa fsica.

    Gran parte de esa fuerza le llegaba, ciertamente, de un inagotable optimismo

    natural suyo, que en l no fue nunca debilitado ni sacudida por ninguna desilusin, por ningn fracaso, por ningn desastre, por graves que hayan sido. Y no ha sufrido pocos y gravsimos en el curso de su existencia. Tambin cuando, al fin, sinti de veras prxima la muerte, sus ojos vean inminentes acontecimientos de rebelin y de liberacin, que haba esperado siempre con fe incansable; Es ese optimismo el que aun alcanzando a veces, en las formas exteriores de lenguaje, los extremos lmites de una conmovedora ingenuidad llena de humanismo reanimaba sus energas al da siguiente de cada derrota, como el Anteo de la leyenda, siempre que al caer tocaba la madre Tierra, y le haca decir : No importa; comencemos de nuevo.

    Cuando, en julio de 1926, fu a Roma para saludarle. para huir luego de italia en busca de aquel poco de pan y de libertad que la patria fascistizada me haba robado, no sospech que aqulla habra sido la ltima vez que lo vea, tanto me pareca todava el mismo de casi treinta aos antes, menos en los cabellos ya clareados y la forma de andar un poco cansada, pero con la misma sonrisa en sus ojos vivaces y profundos para los amigos, y el mismo gesto de desdn y de dolor para la maldad de los enemigos. Y siempre en su lgica cerrada de razonamiento, siempre en aquella firme esperanza de una victoria no lejana.

    Se dola entonces de mi partida, y me aconsejaba que quedase en Italia, aun reconociendo que las razones que me impulsaban a irme eran serias y fuertes.

    El recuerdo de aquel consejo reabre en m siempre la herida de un lacerante remordimiento, aun cuando ms tarde me ha escrito varias veces que haba hecho

    bien, que su consejo se basaba en previsiones que no se haban realizado, etc. A pesar de todo, a menudo me asalta la duda si habra sido mejor quedar, yo y tantos otros... Quin sabe! Pero l no me salud, de ningn modo, como se saluda a uno que va lejos y a gquien tal vez no se volver a ver. Al contrario.

    Acompa el abrazo de la separacin con una sola palabra, la que el inquebrantable optimismo le haca brotar del corazn, como si la separacin hubiese de ser de algn da apenas y las puertas de Italia se reabriesen pronto a todos los prfugos que deambuiaban por el mundo: Hasta la vista!

    Han pasado ya ms de siete aos. No nos hemos vuelto a ver y no nos volveremos a ver ya!

    Maldicin a los tiranos que nos separaron para siempre y nos impiden el amargo consuelo de arrojar una flor sobre su tumba!

  • EL HOMBRE De Malatesta queda para el conocimiento de los contemporneos y de las

    generaciones futuras el vasto complejo de sus ideas y de los hechos de su vida. Es mucho todo eso y constituye por s una amplia pgina de historia que no se borrar nunca. Pero lo que ha desaparecido, sin embargo, es su personalidad viviente, de la que los escritos y el relato fro de los acontecimientos, aun siendo testimonio elocuente de lo que fu, no son ms que un reflejo incompleto en comparacin con la que apareci a todos los que vivimos un poco de su vida y nos caldeamos ante la ardiente llama de su gran corazn.

    El hombre que fu Errico Malatesta est an vivo en su integridad en nuestro espritu y en nuestros recuerdos. Pero la impresin que nos dej y la influencia que ejerci sobre nosotros, no se atenuarn por la obra corrosiva del tiempo? De cualquier modo, cuando nosotros y todos los que le conocimos personalmente hayamos desaparecido, desaparecer alguna parte viviente de l. No para evitar esa fatalidad, sino para disminuir al menos su alcance, quiero intentar decir aqu lo que fue, independientemente de los hechos materiales de la vida y de las ideas que defendi en los escritos que tratar de exponer y resumir aparte. La tentativa quedar ciertamente por bajo de la realidad, pues me parece imposible revivirlo en sus aspectos ms bellos, siendo demasiado dbiles mis fuerzas para tal objeto. Algn otro tal vez har mejor que yo lo que me parece necesario; pero tengo la conciencia de que al menos mi esfuerzo valdr para completar un cuadro del que ningn pintor o fotgrafo podrn reproducir la luz que se ha extinguido para siempre.

    Me viene, entre otras cosas, el temor de que mi obra sea tomada por una de las habituales apologas de partido. No es as. Me he preguntado ms de una vez, incluso mientras l viva, si habra sentido la misma admiracin y el mismo cario haca el hombre si ste hubiese tenido ideas polticas diversas de las mas; y aunque me era difcil separar la persona de su pensamiento, siempre me he respondido que mis sentimientos respecto a l, de haberlo podido conocer tan ntimamente, habran sido los mismos. Y la prueba de que estos sentimientos mos no pecan de parcia lidad est en el hecho que las cualidades morales de Malatesta han afectado y conquistado a todos los que han tenido ocasin de acercarse a l no demasiado superficialmente, no importa que estuviesen muy lejos de sus ideas, de su posicin poltica y de sus condiciones sociales. En ms de una ocasin hasta los enemigos ms encarnizados se sintieron forzados al respeto ante l; incluso los

  • malvados, al contacto con l, aunque por instantes fugaces, hubieron de sentirse mejores.

    LA BONDAD DEL HOMBRE No se puede comprender de lleno, en efecto, el pensamiento y la accin de

    Malatesta si no se tiene presente, en el propagandista y en el militante, la bondad del hombre. A pesar de algunos disentimientos, ms tericos que prcticos, que pueden haberlo separado en ciertos momentos de algunos, era verdaderamente el hermano de corazn de cuantos, como l, pueden ser llamados como los llam Pietro Gori los hroes de la bondad : Eliseo Reclus, Pedro Kropotkin, Luisa Michel y otros menos conocidos, incluso enteramente ignoracios la mayor parte, a veces incultos y hasta analfabetos, como hemos conocido tantos en el mundo revolucionario (no exento, sin embargo, de fealdades y de bajezas), todava ciertamente demasiado pocos, pero bastantes ya para honrar a la humanidad y hacer confiar en sus mejores destinos futuros. Bondad, no debilidad ni ceguera, que es la mejor suscitadora de todas las rebeldas benficas contra las tiranas y las miserias sociales.

    Era, la de Malatesta, una bondad viril unida a un carcter inflexibie y resuelto, que no se esfumaba en palabras intiles, sino que se senta en cada una de sus manifestaciones habladas o escritas, como se siente tambin a la sombra el calor del sol. Cuando hablaba a las muchedumbres, lo que haca penetrar su razonamiento e incitacin en las masas que acudan a orlo y promova el entusiasmo, a pesar de la desnudez literaria de su elocuencia, era precisamente, junto a la seriedad de las cosas dichas, el gran sentimiento de amor que se perciba bajo todas sus palabras. As, cuando en las conversaciones privadas se esforzaba en convencer a alguno para atraerlo a sus ideas, el interlocutor era vencido sobre todo por aquel sentimiento que despertaba las mejores cualidades del alma y produca una consoladora fe en s mismo y en los hombres.

    Naturalmente, los escritos de Malatesta no tenan la misma eficacia de la palabra hablada, a la que daban luz y calor la mirada aguda, de firmeza y dulzura a un tiempo, la voz y el gesto tan expresivos y afectuosos. Pero tambin los escritos tenan y la conservan por fortuna tambin hoy que l no existe ya una eficacia persuasiva extraordinaria, no slo por su claridad, sencillez y concisin, sino tambin por el alto e inagotado amor humano que forma su substratum espiritual, sin necesidad alguna de aquel verbalismo sentimental que no es ms que la ostentacin artificiosa de la bondad. La ntima bondad se revela all sobre todo en un razonado y razonable optimismo que da al lector una impresin de seguridad y de confortamiento al mismo tiempo, aun en contacto con la realidad contingente ms dolorosa.

    Debo insistir en la naturaleza batalladora y en los efectos energticos de la bondad de Malatesta, para que no se confunda con la pasiva y resignada que llega a ser culpablemente indulgente con los malvados y con los tiranos. El saba odiar el mal tanto como, amar el bien; el odio, sola decir, es a menudo una expresin de

  • amor, aun agregando que es el amor y no el odio el verdadero factor de la liberacin humana.

    La bondad innata en l era por tanto arma de lucha, instrumento de revolucin, fermento de rebelda. Lejos de velarla ante las necesidades ms duras de la accin

    revolucionaria, la aceptaba con nimo resuelto y la afirmaba con intransigencia inexorable. Pero quedaba siempre alerta en l, resurgiendo tras cada spera lucha, consciente del fin humano de la lucha, confundiendo en la misma bondad superior a los vencidos y a los cados de todas partes. Y esto era tan evidente y sincero en todos sus actos y palabras, en especial para aquellos que estaban bajo la influencia directa de su vecindad, que desarmaba a su alrededor todas las prevenciones malvolas y todas las hostilidades partidistas de los que no eran canallas con matrcula o desgraciados pagados para el objeto preciso de atacarlo y difamarlo.

    Se podra contar una cantidad de episodios, algunos curiosos y otros conmovedores sobre la influencia ejercida por Malatesta en los ambientes ms diversos, hasta sobre personas de las ms altas clases sociales y ms alejadas de sus ideas y de sus propsitos, con las cuales los casi afortunados de la vida le hicieron tropezar. Los peridicos construyeron una vez toda una estpida novela conspirativa sobre el simple hecho de la impresin profunda producida por Malatesta sobre la ex reina de Npoles, Mara Sofa, y sobre la. estima personal que sta le tom cuando la casualidad hizo que le conociese.1 El conocido escritor poltico y gran periodista ingls William Steed testimoniaba a Malatesta la ms alta consideracin y hablaba de l abiertamente como de uno de los italianos ms interesantes de su tiempo. Su influencia humana se ejerca hasta sobre los jueces, sobre los carceleros y sobre los agentes de polica encargados de condenarlo, de custodiarlo y de vigilarlo.

    En el curso de la narracin de su vida, que har luego, tendr oportunidad de sealar algunos de los episodios ms caractersticos, a que he aludido, de esta influencia de la personalidad de Malatesta. Recuerdo aqu haber visto una vez, en el proceso de Ancona, de 1898, las lgrimas en los ojos de algn magistrado y de algn carabinero, mientras hablaba l a los jueces del amor y de la familia. En 1898, un juez de instruccin un tal Alipio Alippi, catlico y reaccionario, muerto luego como consejero de casacin , durante un interrogatorio en la crcel, me habl incidentalmente de Malatesta, a quien haba conocido por razones de oficio en Ancona algunos meses antes, y me declar que, si todos los anarquistas hubiesen sido como Malatesta, la anarqua habra podido ser una realizacin de la palabra de Cristo. Lo mismo, al respecto, me deca un modesto polica que me haba detenido en Bolonia en 1920, confesndome con gran secreto su entusiasmo por Malatesta. Ah, si todos ustedes, los anarquistas, fuesen como l, entonces... ! Y s que en Ancona, en 1913-14, los guardias encargados de vigilar da y noche la puerta de la casa de Malatesta, le preguntaban a veces por 1 A. Borghi (Errico Malatesta in 6o anni di iotte anarchiche, Nueva York. 1933. pgs. 139-140) seala un artculo en La Stampa de Turn, escrito por Benedetto Croce, reproducido despus en el libro de ste. Uomini e cose della vecha Italia (Bari, 1927). en el que se divaga sobre una intriga entre Malatesta, Mara Sofa y un tal lnsogno, agente de la ex reina: en 1904... para libertar a Bresci, regicida de Umberto de Saboya. Baste recordar que Gaetano Bresci se haba suicidado (o fu asesinado) en el presidio de Santo Stefano en 1901, es decir, casi tres aos antes.

  • la tarde si no se escapara hasta la maana, y luego se iban tranquilamente a casa, diciendo a algn vecino : : Un hombre tan bueno como l no puede hacer nada malo.2

    Creo que est vivo an en Bolonia el recuerdo de un mitin de Malatesta en San Giovanni, Persiceto, en la primavera o en el verano de 1920. El pequeo teatro de la ciudad estaba ya repleto, y el pblico no ocultaba su desdn por la presencia de una patrulla numerosa de carabineros al mando de un teniente, llegados de Bolonia, armados hasta los dientes, en servicio de seguridad pblica, que se haban alineado a lo largo de una pared lateral de la platea. Pareca una provocacin! Una insignificancia poda precipitar una tragedia. Lleg Malatesta y alguien le pregunt si no era el caso de exigir la salida de la fuerza pblica. No respondi Malatesta , dejadlos tranquilos; tambin hablar para ellos. Y comenz en efecto a hablar de las condiciones de miseria de las familias campesinas del medioda de ltalia, entre los cuales se recluta, bajo el impulso del hambre, la mayora de los carabineros y agentes de polica. Evoc las figuras dolientes de las madres lejanas que esperan, ayuda y noticias de los hijos, cuyos peligros presienten vagamente. Y luego pas a hablar de las otras madres obreras de los centros ms adelantados, tambin ellas temblando por no ver volver a casa a los propios hijos que han ido a un mitin o a una demostracin... Por la sala pasaba el estremecimiento de los dos dolores que se fundan en una sola y nica nota de desgarradora humanidad. En el silencio los oyentes palidecan, sin odio alguno ya; los ms plidos parecan a todos los carabineros, en los ojos de los cuales se lea claramente un sentimiento por completo nuevo, tal vez, para aquellas almas. De golpe se vi al teniente hacer un breve gesto a su tropa; y sta, alineada, vuelta la espalda al palco del orador, desfil en un instante hacia fuera. El teniente se haba asustado tanto de la impresin que las palabras de Malatesta causaban en su gente, que haba credo ms prudente hacerla salir y dejar que el mitin se desarrollase sin vigilancia alguna.

    No insisto ms. Pero es preciso agregar que Malatesta, aun cuando le ocurra que suscitaba sin buscar las muchas simpatas en los ambientes ms lejanos del suyo, su gran amor a la humanidad lo concentraba entero sobre los humildes, sobre los desheredados, sobre los pobres, sobre los dbiles, sobre los indefensos, sobre las vctimas de toda especie, sin distincin, del actual sistema social. Recuerdo cmo un da se levant indignado, en mi presencia, contra un compaero, hacindolo enrojecer y callar, porque ste se haba permitido hablar con poca consideracin de una pobre prostituta. Y demostraba, no slo con las palabras y los escritos, sino tambin con los hechos, su sentimiento de solidaridad con los infelices, donde, y siempre que se le presentase la ocasin. Se prodigaba sin medida, daba sin contar, del modo ms sencillo y espontneo, como la cosa ms habitual. Por ejemplo, todos saben que los ltimos aos, bajo el rgimen fascista, viva en estrechez y slo gracias a la ayuda de los compaeros del exterior. Pero tal vez nadie sabe que aquellas ayudas le daban manera tambin de auxiliar a

    2 No se crea que exagero. Algo semejante ocurra con las guardias que vigilaban a Pietro Gori poco tiempo antes de su muerte en 1911. Por lo dems, se trata, como se comprende bien, de excepciones, pues es tambin verdad que en el mismo ao 1914 en Ancona, y ms tarde en Miln. Piacenza. Florencia, etc., en 1920, fueron vistos carabineros y policas disparar encarnizadamente desde lejos, pero en direccin a Malatesta, con la evidente intencin de asesinarlo.

  • los dems, y que, no raramente, alguna suma que se le enviaba pasaba otra vez la frontera, en socorro de algn prfugo lejano sobre cuya miseria haba sabido.

    Senta la desventura ajena como la propia y, tngase presente, no slo la de los compaeros de fe -; los desventurados tenan su solidaridad pronta e instintiva por encima de todo sectarismo y espritu de parte.

    Quiero relatar aqu un episodio contado no recuerdo ya en qu peridico, por

    el viejo anarquista francs L. Guerineau, de la poca en que ste se encontraba prfugo en Londres con Malatesta. Una vez, en un momento de crisis, los amigos aconsejaron a Malatesta que tratase de ganar algo revendiendo pastas por las calles y las plazas. As lo hizo; se procur un carrito de mano, se procur dulces de poco precio de un mayorista, y adelante... Pero el primer da, mientras estaba en una square de la ciudad densa de gente, con sus pastas de muestra, se le acerc un nio mal vestido que le pidi una de regalo. Se la di de inmediato, con una caricia afectuosa. Poco despus se vi rodeado de una infinidad de nios pobres de la ve-

    cindad, entre los cuales se haba esparcido en un instante la noticia de la generosidad del vendedor de pastas, y distribuy gratuitamente tantas que al fin toda la mercadera qued agotada. Naturalmente fu el principio y el fin de aquel gnero de negocios...

    Algn da despus Kropotkin, que no saba nada del desenlace, pregunt a Malatesta cmo andaba con su nuevo comercio. La clientela no me faltara -respondi ste sonriendo , pero me faltan los medios para procurarme mercaderas.

    Tanta bondad no esta slo, naturalmente era para l anarqua. En una breve discusin que tuvo conmigo por carta 3 a propsito de justicia y anarqua, me escriba: El programa anarquista, basndose en la solidaridad y el amor, va ms all de la misma justicia... El amor da todo lo que puede y quisiera dar cada vez ms... Hacer a los otros lo que se quisiera que los otros os hiciesen (es decir, el mximo bien), es lo que los cristianos llaman caridad y nosotros llamamos solidaridad: en suma, es amor.

    Cmo senta l ese ideal de amor, todos sus compaeros de fe en especial lo saben, pues para ellos el afecto de Malatesta era inmenso: una verdadera ternura, como no puede darla la familia ms amorosa.

    De la enorme familia anarquista, vasta como el mundo, haba conocido l una infinidad de compaeros. Los recordaba a todos. reconoca a todos, aun despus de una separacin de decenas de aos. Tomaba parte en sus alegras y en sus dolores. En sus casas se senta como en la propia, del mismo modo que todo compaero iba a su casa como a la propia, hasta que la continua vigilancia fascista le hizo el vaco a su alrededor. Cuando ya estaba con un pie en la tumba, sabiendo bien que la cosa haba terminado para l, ms que de s se preocupaba de la enfermedad de un compaero lejano, y para estimularle y no apenarle, le escriba que estaba en vas de curacin. sintiendo prxima la muerte, se conmova ante el pensamiento del dolor que experimentaran los compaeros ms queridos ; miraba las fotografas, como un amante alejado del amante, Y qu eran en realidad para 3 Publicada en Studi Sociali de Montevideo, nmero 21 del 30 de septiembre de 1932.

  • l todos los compaeros dispersos y girando por el mundo sino su amada familia, representacin de la familia humana futura auspiciada con tanta fe en el transcurso de su vida?

    LEYENDA Y REALIDAD Este sentimiento de humanidad no era en Malatesta slo una fuerza instintiva,

    animadora indirecta del pensamiento y de la accin, sino que constitua el fundamento razonado de su doctrina, era la doctrina anarquista misma. Lo hemos visto en una cita precedente. Segn l, para ser anarquista no bastaba la persuasin lgica y terica que la organizacin capitalista y estatal de la sociedad es injusta y perjudicial para la humanidad, no bastaba la simple manifestacin del convencimiento de que una organizacin diversa sin explotacin y sin gobiernos sera posible y proficua para todos los hombres. Esto solo sera insuficiente, segn Malatesta, para hacer un buen anarquista, si ante todo el anarquista no siente el dolor que los males sociales originan a los otros ms que a s mismo. Slo ese sentimiento de dolor por los males ajenos, y la solidaridad humana que suscita y la necesidad que provoca de ponerle un remedio, pueden impulsar a la accin, hacer de un hombre un rebelde consciente, formar el anarquista completo que quiere emancipar de la miseria y de la opresin no slo a s mismo, sino a todos los desheredados y a los oprimidos del mundo entero.

    Cuando se presenta un problema en el cual estuviese en juego una cuestin de humanidad, no preguntaba si la solucin posible corresponda o no a esta o aquella frmula de un programa, sino slo si poda surgir de ella un bien real y no efmero, un bien para pocos o muchos que no fuese un dao para otros, aparte de los opresores y explotadores. Esta predisposicin psicolgica y mental explica muy bien ciertas contradicciones aparentes que los ridos formalistas y doctrinarios, especialmente si eran adversarios, han credo con gran equivocacin descubrir entre las teoras afirmadas por Malatesta y ciertas expresiones y manifestaciones de su sentimiento en determinadas ocasiones penosas o trgicas de la lucha social.

    Una vez, a cierto sectarismo fro que, a ejemplo de Torquemada, pareca dispuesto a sacrificar media humanidad para salvar para la otra mitad la rida frmula de un principio, tuvo que decir: Yo dar todos los principios por salvar a un hombre! Otra vez, contra un terrorismo que se cree revolucionario porque le parecen necesarias las ejecuciones en masa para el triunfo de la revolucin, Malatesta exclamaba: Si para vencer se debiese elevar la horca en las plazas, preferir perder! En julio de 1921, en su proceso en Miln, termin sus declaraciones a los jurados con algunas palabras de dolor por la lucha feroz desencadenada en el pas por el fascismo, lucha que repugna a todos y no beneficia a ninguna clase o partido. Y en las tres ocasiones no faltaron los que acusaron a Malatesta de tolstoiano o cosa peor.

    Sin embargo, era Malatesta el que tena razn. Puede darse que esta o aquella

    frase, tomada en si, separada del resto del razonamiento, en especial si el momento no consenta largas explicaciones, pudiera prestarse entre los simples

  • oyentes a una injusta interpretacin. Pero el que conoca el sentimiento ntimo de Malatesta y el complejo de sus ideas, saba que sus palabras tenan un significado de ningn modo tolstoiano, sino perfectamente coherente con su sentimiento revolucionario y con su pensamiento anarquista, para el cual no es la humanidad la que debe servir a un principio a priori, sino que es el principio el que debe servir a la salvacin de la humanidad. El principio permaneca justo para l slo en tanto que serva a la humanidad: si su aplicacin le hubiese perjudicado, eso habra significado que el principio estaba en error y se tena que abandonar. Pero l no lo abandonaba precisamente porque lo senta justo y humano al mismo tiempo; y sus palabras no podan ser interpretadas sino como premisa y conclusin al mismo tiempo del principio de liberacin humana predicado por l toda la vida.

    Pero es preciso decir, aun prescindiendo de la posible mala fe con que los adversarios pueden haber desconocido la personalidad de Malatesta, que muy a menudo han contribuido a comprender mal los sentimientos y las ideas, las leyendas que se crearon sobre el nombre en los largos aos en que fu constreido a estar oculto o en el destierro, fuera del contacto directo con todo el pueblo. La contradiccin que algunos, cuando lo vieron directamente en la obra y lo conocieron, creyeron descubrir en l, era solamente entre las leyendas falsas y la realidad verdadera de su ser. Pero algunas leyendas estaban tan arraigadas ya en la opinin de muchos, que ni siquiera su presencia y sus desmentidos ms categricos conseguan deshacerlas por completo, pues, por un fenmeno nada raro, haban hallado crdito hasta entre no pocos de sus compaeros de ideas que no lo conocan personalmente y estaban dispuestos a figurrselo segn las propias tendencias particulares y hasta a travs de los propios errores mentales.

    Una de las injusticias de que Malatesta fu vctima por muchsimo tiempo, y que en 1919-20 se agrav por todas las maldades y las ferocidades que el odio de clase suscit entonces en contra suya, fu la leyenda que le describa como un promotor de desrdenes, como un teorizador del homicidio, como un violento en la propaganda y en los hechos, como un energmeno sediento de sangre. Se encontrarn los rastros de ello no slo en los peridicos conservadores, reaccionarios y policiales, sino hasta en algn peridico de ideas avanzadas. Recuerdo, entre otros, un violento e innoble artculo contra Malatesta en L'lniciativa Republicana de Roma,4 en donde se aseguraba que provocaba por capricho tumultos sangrientos, mientras era bien evidente que stos eran siempre provocados por la polica italiana con el deliberado propsito sea de detener los progresos del movimiento revolucionario, sea de crear una ocasin propicia para desembarazarse de un modo u otro del temido agitador.

    El haber estado mezclado, desde 1870 en adelante, directa o indirectamente, en una cantidad de movimientos y tentativas revolucionarias e insurreccionaies europeas, y al mismo tiempo los informes fabulosos de las policas de todos los pases, que el periodismo burgus y ciertos escritores a lo Lombroso, por servilidad profesional o por ignorancia, tomaban por oro de ley, haban facilitado la difusin de la estpida leyenda. Esto, especialmente en Italia donde, antes de 1919 y ms an antes de 1913, Malatesta era desconocido hasta de la gran mayora 4 Era director de L'Iniciativa, segn se me dijo despus, un tal Armando Casalini, ms tarde desautorizado por los republicanos, distanciado de su partido y convertido en un fascista. Era diputado fascista en 1924 en el parlamento italiano cuando fu muerto por un obrero romano.

  • de los compaeros, sobre todo de los que haban entrado en el movimiento en los ltimos treinta aos. Desde 1885 haba vuelto algunas veces a Italia clandestinamente, es verdad, pero slo lo vean pocos compaeros de confianza; y los ms no haban odo hablar de l ms que como de un personaje lejano y misterioso. En 1897 haba estado diez meses en Ancona, pero casi nueve de ellos escondido; y en el poco tiempo restante no haba podido ensanchar todava fuera de las Marcas su actividad cuando ya se encontraba en prisin, despus en domicilio coatto, luego de nuevo en el destierro.

    Fu en 1913 cuando verdaderamente volvi a comenzar (despus de 1885) a vivir la vida pblica italiana como hombre de carne y hueso; pero tambin esta vez el pblico apenas tuvo tiempo de seguir por algunos meses su actividad no exclusivamente periodstica, pues la semana roja y las persecuciones a que di lugar le obligaron una vez ms a dejar Italia, adonde pudo volver a fines de 1919. As, cuando Malatesta en este ltimo perodo se arroj nuevamente al torbellino de la agitacin italiana, era todava para las masas el hombre de las viejas leyendas, no privadas ciertamente de un atractivo prestigio novelesco, pero siempre de gran impedimento para la comprensin de su personalidad y del desenvolvimiento de aquella actividad que ms til habra sido. A pesar de todo su esfuerzo en contra, una cantidad enorme de gente se obstinaba en ver en Malatesta no el hombre que era en realidad, sino slo lo que algunos deseaban y otros teman u odiaban, acogindole menos los pocos que haban tenido ocasin de conocerle mejor

    y fuera del tumuito de las reuniones pblicas - la vieja y falsa leyenda de violento y factor de los ms inconsultos desrdenes.

    Sin embargo, toda la vida pasada de Malatesta, la verdadera y no la de las novelas policiales y periodsticas, era todo un desmentido de la leyenda que se cre en torno suyo. En todos sus actos, palabras y escritos haba mostrado siempre, y lo ha mostrado luego hasta el fin, que era guiado sobre todo por aquel alto y puro amor humano que he intentado ya iluminar ms arriba, por el criterio de la mayor coordinacin posible de los esfuerzos, por el deseo de evitar a sus semejantes sufrimientos y dolores, por la intencin de ahorrar lo ms que se pueda la sangre y la vida no slo de los amigos, sino hasta de los enemigos.

    Ciertamente, Malatesta fue del modo ms completo un revolucionario y, por

    tanto, factor de aquella especie de desorden temido por los reaccionarios, que es el desorden inicial de toda revolucin, no inconsulto, sino consciente preparador de un orden superior , como lo han sido tantos hombres universalmente conocidos por su bondad a travs de los siglos, pero que acompaaban la bondad de una clara visin de la realidad, para quienes la violencia insurreccional se impona a ellos como necesidad imprescindible, como un sacrificio que haba que afrontar para liberar a los hombres de sacrificios mucho mayores y de males y dolores incomparablemente ms graves, sangrientos y letales.

    Una vez llegado a la conclusin de la necesidad de la revuelta y de la revolucin, Malatesta no disimulaba las consecuencias, y desdeaba las sutiles distinciones e hipocresas de los politicantes, diciendo ntegramente su pensamiento; pero este pensamiento, si se le toma ntegro y no se especula con mala fe sobre alguna frase aislada insignificante, es la verdadera negacin de todo sistema de violencia.

  • EL ORADOR Y EL ESCRITOR Tambin su propaganda, incluso en la exposicin de las ideas ms radicales y en

    el patrocinio de los hechos ms enrgicos de rebelin y de accin insurreccional, era en la forma y en el modo de expresin algo muy distinto de la truculencia y de la violencia. Recuerdo todava la impresin que tuve, jovencito, al sentir la primera vez su conferencia en 1897, en Porto San Giorgio (en las Marcas), cuando todava estaba escondido en Ancona y se presentaba bajo otro nombre. Lo haba conocido haca poco, y la leyenda de su terrorificidad influa todava sobre m. Qu desmentido tuve! La exposicin de las ideas, el razonamiento, fluan de los labios del orador; el sentimiento que le animaba se comunicaba a los oyentes a travs de las palabras, el gesto sobrio y sobre todo la expresin de los ojos vivaces. El auditorio permaneca encadenado por aquella palabra sencilla, espontnea, como en una conversacin de amigos, sin pretensiones seudocientficas, sin paradojas, sin violencias verbales, sin invectivas, sin acentos de odio, distante de toda retrica tribunicia.

    Desde entonces, a distancia de aos, hasta el ltimo, lo he sentido siempre el mismo. Hablaba el lenguaje del sentimiento y de la razn al mismo tiempo; jams el del rencor y de la venganza. Hablaba a la inteligencia y al corazn, haca pensar y conmova; no se diriga a los nervios con el solo objeto de excitarlos. Lo que no quiere decir que no supiese hallar en caso oportuno magnficos acentos de ira contra los asesinos y contra los traidores del pueblo; y tales acentos eran entonces tanto ms eficaces cuanto menos habituales, ni que su palabra no se elevase a veces a las ms altas cimas de la inspiracin del apstol. Una sutil irona produca a veces la sonrisa en los labios de los oyentes, y otras veces en cambio palabras de dolor y de piedad arrancaban sus lgrimas. En las controversias, adems, apareca invencible; no le desviaban las interrupciones, y tambin ellas le proporcionaban otros argumentos para confundir al adversario, el cual pareca salir triturado por su dialctica persuasivad y convincente, accesible a todos. Todava se recuerda en Romagna por los viejos una controversia suya con Andrea Costa (en Ravenna, en

    1884), despus de una larga sesin de la cual hubo que postergar la continuacin para el da siguiente; y al dia siguiente... Costa se haba marchado ya de la ciudad.

    Era esta la oratoria de Malatesta ms eficaz en la propaganda anarquista. En mi opinin era ms propia para las conferencias expositivas, sea tericas como de mtodo, de didascalia revolucionaria, de crtica y de historia, y sobre todo polmica ; menos apta en cambio en los comicios de plaza, donde las muchedumbres exigen muchas palabras excitantes y menos substancia de ideas. Y si en los mtines tuvo tambin acogidas calurosas, fu tal vez ms por su nombre, por las cosas que deca diversas de los otros y por el momento en que las deca, ms que por un verdadero y propio xito de su gnero oratorio. El pblico del montn, y aquellos mismos compaeros que ms aman las palabras y la retrica a base de fuegos de artificio, no ocultaban a veces un cierto sentido de desilusin, despus de un acto en que haba intervenido Malatesta. Cuando sentan demasiado

  • poco satisfecho por l su anhelo de carniceras verbales, demasiado pocas invectivas y en cambio oan afirmaciones realistas y razonadas, y lo comparaban con el que antes y el que despus de l haban evocado todas las palingenesias del apocalipsis, crean que ese tono daba prueba de una inferioridad de Malatesta. Y algunos se decan al odo : Nosotros esperbamos mucho ms! Ay, eso que ellos esperaban no eran ms que vanas palabras, sustituyendo a los hechos de que tal vez huan!

    Creo que uno de los ms graves errores de tantos anarquistas italianos en 1920 ha sido y Malatesta mismo convino en ello ms de una vez el de no haber cortado a tiempo la serie de mtines de repeticin incesante utilsimos en un primer momento, pero derroche daoso de energas luego -, y el haber obligado y arrastrado sin tregua del uno al otro a Malatesta, forzndolo a un gnero de actividad para el cual era menos apto y en el cual apareca menos eficaz que muchos constructores de frases, y el no haberle hecho dar en cambio ms que muy pocas de sus admirabies conferencias expositivas y didcticas, en las que habra podido mucho mejor ensear metdica y completamente lo que haba que hacer para la revolucin y en la revolucin, e imprimir con ellas al movimiento una orientacin ms eficaz, un impulso ms anarquista, ms serio, ms duradero.

    Ciertamente, en aquellos comicios Malatesta deba conceder algo al ambiente, uniformarse un poco con el gnero en boga; sin embargo su oratoria era siempre de un lenguaje el menos violento entre los oradores revoiucionarios que entonces pululaban. Tampoco ser intil sobre esto otro recuerdo: el del ltimo gran comicio en que lo he escuchado en Bolonia, en defensa de las vctimas polticas, en octubre de 1920. Tambin entonces habl como de costumbre, lleno de pasin y de razn al mismo tiempo, pero tranquilo, con una exacta percepcin del momento crtico, sin estridencias intiles ni frases altisonantes e incendiarias; lo que, por lo dems, hizo tambin el otro orador anarquista del acto. Pero qu violencias increbles proclarnaron otros oradores, especialmente los socialistas, y ms que todos un joven profesor que, ni siquiera dos meses ms tarde, deba inclinarse del modo ms humillante al turbio astro naciente del fascismo! Sin embargo, de todos los oradores de aquel mitin, Malatesta fu el nico arrestado, pocos das despus, y su discurso de Bolonia figur en el subsiguiente proceso de

    Miln entre los principales motivos de acusacin contra l. Mucho de lo que he dicho del Malatesta orador, tendra que repetirlo del

    escritor. He hablado ya del substratum psicolgico de bondad de sus escritos, e incidentalmente de su claridad, sencillez y concisin. Tienen el gran mrito de hacerse leer con gusto, aun cuando traten las cuestiones menos actuales y apasionantes, porque Malatesta toma de ellas el aspecto ms humano y ms en relacin con los intereses generales, y al mismo tiempo con los particulares de aquellos a quienes se dirige, tocando las fibras ms ntimas del alma y al mismo tiempo conquistando las mentes con la lgica ms cerrada del razonamiento. Se pone pronto al unsono con el lector, hablndole el lenguaje del buen sentido, fcil y convincente, sin sombra de aquella especie de aplastamiento intelectual que ejercen habitualmente los escritos de los doctrinarios que predican desde lo alto. El que lo lee tiene casi siempre la impresin de ver expresar su propio pensamiento, o bien ideas muy diversas de las propias pero no fuera de la comn

  • realidad humana, hasta tal grado esas ideas son dichas con naturalidad, de igual a iguales, como si fuesen verdades perogrullescas y aceptables por todos.

    Como se llenaban las salas y las plazas al anuncio de que l hablara, as todo peridico o revista hechos por l alcanzaban pronto la mayor difusin y tenan el mrito de salir pronto del mbito de los ya convencidos, en el cual casi siempre tienen el defecto de quedar confinadas las publicaciones habituales de propaganda. Casi todas las ediciones de sus conocidsimos folletos se han agotado siempre en el ms breve tiempo, reimpresos centenares de veces en todas las lenguas. No slo su influencia personal y la eficacia de su propaganda oral, sino tambin el modo de

    desarrollar la propaganda con los escritos, explica cmo poco despus de publicar en un lugar dado un peridico suyo, poco a poco el ambiente se elevaba y templaba, los anarquistas se multiplicaban, el espritu revolucionario creca y se agitaba como una marea, y no raramente, como por la accin de una palanca oculta, se determinaban movimientos colectivos importantes, antes aun de que el mismo Malatesta lo esperase.

    No se tropieza nunca con una actitud profesoral o de ctedra en la prosa de Malatesta; ninguna rebusca de efectos literarios, ni elucubraciones doctrinarias, ni ostentaciones culturales: ninguna palabra difcil de la jerga cientfica y filosfica, ni citas de autores. Esto le perjudicaba tal vez un poco entre aquella categora especial de lectores a quienes el comprender bien y pronto lo que leen les hace el efecto de hallarse frente a un escritor sin profundidad u originalidad, y que descubren originalidad y profundidad slo en lo que no logran comprender o comprenden trabajosamente, aun cuando dentro no haya en substancia ms que banalidades comunes o incluso el vaco ms profundo enmascarado por la ms grandilocuente fraseologa. Pero era objetivo de Malatesta tambin reaccionar contra esta tendencia a la obscuridad del lenguaje en la propaganda; y por otra prte su xito al penetrar en ambientes nuevos y al hacer proslitos entre los trabajadores de gustos ms sencillos y menos maleados por cierto intelectualismo tan falso como barato, le compensaban con usura de la incontentabilidad de los pocos amantes del bello escrito incomprensible. Le gustaba sobre todo hacerse comprender, y hacerse comprender del mayor nmero de lectores; y lo consegua admirablemente, afrontando los problemas ms arduos y exponiendo los conceptos ms altos del modo ms preciso y claro, con una sencillez que no tena nada que ver con el simplismo.

    Como verbalmente en las controversias, as en la polmica escrita se hallaba en su elemento. La larga discusin, que dur casi un ao, en las columnas de L'Agitazione de Ancona (1897), con su viejo amigo Merlino que se haba convertido a la tctica parlamentaria, es un modelo del gnero. Las numerosas polmicas suyas con los socialistas, con los republicanos, con los masones, con los sindicalistas, con las diversas corrientes anarquistas que no compartan todos sus puntos de vista, etc., son un ejemplo de cmo es posible discutir con todos, defender las propias ideas y criticar las ajenas, con toda serenidad, con cortesa digna, respetando al adversario y sin necesidad de suponerlo a toda costa de mala fe , aun poniendo enrgicamente en su lugar al que sobrepasase primero los lmites de la correccin o mostrase demasiado evidente la insinceridad o algn segundo fin deshonesto. Tuvo que polemizar en ms de una ocasin con Andrea Costa, con Bissolati, con Frampolini, con Zibordi, con Cipriani, con James

  • Guillaume, con una infinidad de compaeros y, menos que al comienzo de la discusin con el primero, la discusin no se volvi nunca violenta. Recuerdo que, despus de un breve debate, entre La Giustiza de Reggio Emilia y Umanit nova, en el verano de 1920, el redactor de la primera poda cerrar la discusin con una carta privada muy corts que acababa saludando al querido Malatesta con el lema augural : Giustizia e... Umanit nova ! .

    Malatesta conduca la discusin y el razonamiento, con el mtodo que los pedagogos llaman socrtico, a tal grado de finura que no me parece que haya sido alcanzado por otros, al menos entre los escritores modernos y de cosas polticas y sociales. Su dialctica uso esta palabra en el sentido normal de arte de razonar y no en el extravagante y variable que le han dado los sofistas antiguos y modernos se elevaba bajo su pluma y se volva tan cerrada que el adversario quedaba tomado como en una prensa, y el indiferente o dudoso, oyente o lector, absorba (por decirlo as) las ideas casi sin darse cuenta de ello. Es lo que di el mayor xito proselitista a sus escritos de propaganda en forma dialogada, de los cuales el ms clebre es el folleto Entre campesinos.

    La literatura del dilogo no es ciertamente la ms fcil, especialmente cuando el dilogo se desarrolla en torno a cuestiones generales ms o menos tericas. Sin embargo, esa es la forma literaria clsica de todos aquellos desde Scrates y Platn hasta Bruno y Galileo a quienes la pasin ideolgica, cientfica o poltica ha excitado en todos los tiempos a difundir en torno suyo, y a llevar con la pluma, entre los vecinos y los lejanos, lo que ellos crean la verdad y en lo cual tenan fe. Tambin Malatesta ha adoptado la misma arma de propaganda, alcanzando el mximo de eficacia, no privada de belleza literaria. Estoy seguro de que en el porvenir, cuando las iras y pasiones de parte cieguen menos, los dilogos de Malatesta sern altamente apreciados aun entre aquellos que son y permanecern contrarios a las ideas en ellos propagadas.

    EL LENIN DE ITALIA? A propsito de la actitud malatestiana frente al problema de la violencia, debo

    agregar alguna otra cosa, que contribuir a iluminar mejor la figura del hombre. Ms adelante tratar de exponer ordenadamente las ideas de Malatesta, y por tanto tambin las relativas a la violencia. Aqu me limito a decir el germen de su pensamiento al respecto: que nadie tiene derecho a imponer por la fuerza, con la violencia o la amenaza de la violencia, a los otros, bajo ningn pretexto (ni siquiera con el de hacerles el bien), las propias ideas, el modo de vivir y organizarse, los sistemas, las leyes, etc. Y de esto deriva la lgica consecuencia del derecho de los pueblos y de los individuos a rebelarse contra los gobiernos y los patronos, que, en substancia (deca), es un derecho de legtima defensa contra las imposiciones coercitivas de los segundos, que ejercen sobre los primeros su opresin y explotacin por medio de la violencia y con la amenaza de la violencia o, lo que es lo mismo, con la presin del hambre. De aqu la necesidad de la violencia

  • revolucionaria contra la violencia conservadora de la actual organizacin poltica y econmica de la sociedad.

    Malatesta no separaba, sin embargo, esta necesidad del uso de la violencia de su premisa de la negacin de la violencia coercitiva al contrario de lo que hacen todos los revolucionarios . No crea til siquiera ahora, incluso lo reputaba el peor mal, violentar la libertad ajena para doblegarla a la propia, a los propios mtodos, a la propia disciplina especial. La revolucin deber liberar al pueblo de todas las imposiciones gubernativas y patronales, no crearle imposiciones nuevas. Y la misma libertad para todos reclamaba desde hoy, sea en la rbita del movimiento revolucionario, sea en las relaciones con el ambiente externo. La revolucin se hace, no podra ser de otro modo, con la fuerza, pero no puede ser hecha hacer por la fuerza.

    Pero estas ideas se encuadraban tan poco y mal en la leyenda del Malatesta jefe de complots y de tumultos, a que ms arriba he hecho en parte alusin, que a su llegada a ltalia, en l9l9, no fueron pocos los que en todo campo se aprresuraron a ver en l - los reaccionarios temindolo y los revolucionarios esperndolo , el Lenin de Italia. Por mucho que el apelativo, en especial entonces, pudiese parecer lisonjero, puso de inmediato en el mayor embarazo a Malatesta y le hizo temer tambin una peligrosa desviacin de ideas entre sus compaeros, pues hasta algunos de stos haban dejado escapar de los labios o de la pluma algunas expresiones al respecto. Un anarquista italiano, prfugo en Amrica del Sur, Aldo Aguzzi, hubo de contar tiempo atrs, en una conferencia suya en Montevideo, inmediatamente despus de la muerte de Malatesta, el episodio de su primer encuentro con ste, que se liga directamente a lo que voy diciendo. Merece la pena que lo refiera lo ms textualmente que me sea posible:

    Yo era entonces un muchacho, salido haca poco tiempo del Partido socialista

    junto a todos los socios del crculo juvenil de Voghera, con los que habamos fundado, fuera del partido, un grupo juvenil subversivo) No ramos anarquistas, sino algo semejante a lo que son todava muchos comunistas, es decir, adversarios de los reformistas y entusiastas de Rusia. Me crea ya casi anarquista, pero en realidad no saba sino muy poco de anarqua, pues se puede decir que la nica diferencia que vea entre un anarquista y un socialista, era que el primero quiere la violencia y el otro, no. Era necesario decir esto para explicar lo que ocurri en m.

    A principios de 1920 vino a Voghera, llamado por el grupo anarquista local,

    Errico Malatesta con otros compaeros suyos (Borghi, D'Andrea, etc.). Malatesta habl en un saln de las escuelas elementales. Se me pidi que le presentara y lo present saludando en l al Lenin de ltalia, al que, superando a los socialistas, nos conducira a la revolucin como en Rusia. Despus de mi charla subi l a la tribuna, agradeci al pblico que no cesaba de aclamarlo... con el ttulo que yo le haba endilgado y, despus de haber tratado de muchas otras cosas, en un cierto punto se puso a hablar de la definicin que yo haba hecho de l. En verdad no me trat mal, incluso me hizo algn cumplimiento; pero explic que no poda, no quera ni deba ser un Lenin. En resumen, por lo que puedo resumir a doce aos de distancia, teniendo en cuenta tambin la confusin ma en aquel momento, he aqu lo que dijo:

  • El muchacho que me present debe ser sincero y entusiasta y tal vez ha

    credo causarme un placer diciendo que soy vuestro Lenin. Creo que no es anarquista, como no lo seris seguramente cuantos habis acogido su grito. l y vosotros sois revolucionarios, comprendis que los viejos mtodos reformistas no valen ya, tal vez habis perdido la fe en vuestros jefes socialistas, y entonces buscis un hombre que os inspire confianza y os lleve a la revolucin. Muchas gracias por la confianza, pero os equivocis. Tengo todo el deseo de hacer vuestro bien y tambin el mo, pero soy un hombre como todos los dems, y si me convirtiese en vuestro jefe no sera mejor que aquellos que ahora repudiis. Todos los jefes son iguales, y si no hacen lo que vosotros deseis, no es siempre porque no quieren, sino tambin porque no pueden. Tratndose adems de la revolucin, sta no es un hombre el que puede hacerla: debemos hacerla todos juntos.

    Yo soy anarquista, no quiero obedecer, pero sobre todo no puedo mandar. Si me convirtiese en vuestro Lenin como desea aquel muchacho, os llevar al sacrificio, me har vuestro amo, vuestro tirano; traicionar mi fe, porque no se hara la anarqua, y os traicionar a vosotros, porque con una dictadura os cansarais de m, y yo, vuelto ambicioso y tal vez convencido de cumplir un deber, me rodeara de policas, de burcratas, de parsitos, y dara vida a una nueva casta de opresores y de privilegiados por la cual serais explotados y vejados como lo sois hoy por el Gobierno y por la burguesa.

    Recuerdo que Malatesta dijo tambin: Si realmente me queris, no tenis que

    desear que me convierta en vuestro tirano. Pero muchos detalles y frases se me escapan ahora. Luego explic cmo se deba hacer la revolucin. Recuerdo entre otras cosas que habl de ocupar las fbricas, de armamento del pueblo, de constitucin de ncleos armados, etc., expresndose con calma, con ms calma que los propios reformistas del lugar... A decir verdad, el pblico qued un tanto desilusionado (y un poco tambin yo) porque Malatesta no responda al tipo que se haba imaginado. Pero el hecho es que, despus de aquella conferencia, yo haba comprendido lo que era la anarqua y lo que quieren los anarquistas, y me hice uno

    de ellos... Este episodio, semejante a tantos otros repito que por un instante la leyenda

    del Lenin de Italia tuvo curso incluso entre algunos que haban sido y se crean anarquistas , muestra muy bien el equivoco originado por la incomprensin de la personalidad y de las ideas de aquellos que estaban fuera del ambiente ms estrictamente suyo. Este equvoco, por la fuerza del contraste, provoc en muchos el paso de una incomprensin a la incomprensin opuesta. Cuando finalmente Malatesta logr hacer comprender lo diverso que era de lo que tantos crean, por un lado los reaccionarios y los enemigos de mala fe vieron en el Malatesta real una ficcin y lo atacaron con violencia inaudita como a un lobo que se vistiese con la piel del cordero;5 por el lado opuesto, los revolucionarios ms afectados por el autoritarismo y los amantes de la violencia por la violencia, los 5 Recuerdo, entre otros, un canallesco y virulento artculo titulado El absuelto, despus del proceso de Miln de 1921 naturalmente, no firmado , en el peridico conservador L'Arena, de Verona (31 de julio de 1921).

  • bolchevistas y los bolchevizantes, lo crean cambiado y vieron en l, como hemos dicho ya, un tolstoiano. La prensa comunista bolchevista, que en un primer perodo lo haba cubierto de flores, acab con su habitual fraseologa estereotipada hablando de l como de un contrarrevolucionario, pequeo-burgus, etc.

    Sin embargo, Malatesta era siempre el mismo. Si haba un hombre en Italia que poda, despus de cincuenta aos de lucha constante, repetir el elogio del poeta Giuseppe Giusti: no me he doblegado ni vacilado, era l. Sus palabras de los mtines de 1920 eran las mismas de toda su propaganda pasada desde el ao 1872. Aquel pequeo-burgus haba combatido medio siglo a la burguesa pequea y grande, y se haba ganado siempre su vida como obrero con el sudor de su frente. Aquel viejo contrarrevolucionario no haba hecho otra cosa desde nio que propagar y preparar la revolucin. Aquel tolstoiano haba sido y continuaba siendo el predicador de todas las rebeldas, invitaba a los obreros a ocupar las fbricas y a los campesinos las tierras, incitaba con calma al pueblo a armarse y a los revolucionarios a preparar las bandas armadas, y (hoy que ha muerto se puede decir) donde ha podido, hasta el ltimo momento, no se limitaba a incitar a los otros, sino que pona l mismo las manos en la masa, no mezquinando a los voluntarios ni su ayuda ni su participacin directa.

    EL HOMBRE DE ACCIN El lema de Giuseppe Mazzini pensamiento y accin fu encarnado

    magnficamente por Errico Malatesta. No sabr decir si l habra aceptado la frmula, dada su antipata por todas las frmulas; pero si es verdad que en la concepcin malatestiana el pensamiento y la voluntad preceden a la accin, es tambin verdad que ha tratado siempre y sobre todo de ser hombre de accin, de solicitar a su alrededor la accin preferiblemente la accin de masas, que crea ms necesaria, pero incansablemente tambin, dado que aqulla no es siempre posible, la accin de grupos e individual.

    La idea para l no viva ms que a travs de la accin: no de la accin objetivo de s misma, se entiende; no los mpetus descompuestos de muchedumbres exasperadas que se vuelven despus de un momento de ira ms pasivas que antes, ni las violencias ciegas de desesperacin individual sin un punto de mira justo y definido comprenda todo esto y hallaba su explicacin y la atenuante de la injusticia social provocadora, pero ni lo quera ni lo aprobaba , sino hechos del pueblo o de los individuos movidos por una voluntad premeditada de hacer el bien, guiados por la razn y por un sentimiento superior de humanidad. Pero que fuesen hechos y no solamente palabras, accin y no vana academia.

    No quiero anticipar aqu lo que tengo intencin de decir ms ordenadamente luego, al pasar resea a los hechos de su vida. Baste recordar ahora que el antiguo organizador de la propaganda por los hechos de las bandas de Casteidemonte y de Benevento, en 1874 y 1877, continu siempre, hasta el ltimo instante, acudiendo a todas partes donde haba esperanza y posibilidad de pescar en ro

  • revuelto segn ia expresin maligna de la polica internacional , es decir, de obrar tilmente para la revolucin, segn sus intenciones: abiertamente donde le era posible, clandestinarnente en los pases de donde estaba expulsado o en los cuales tena procesos y condenas que sufrir : en la Herzegovina insurrecta y en Serbia, levantada contra el gobierno turco antes de 1880; en el Egipto, sublevado contra ios ingleses en 1883 ; en Pars, durante los movimientos del 1 de mayo de 1890 y en 1906; en Espaa en 1892 y en Blgica en 1893 durante las conmociones de aquellos aos en los dos pases; en Italia en tiempo de ios motines de 1891, luego en 1894, en 1898 y ms tarde participante en la semana roja de 1914.

    Todos nosotros recordamos su presencia en todas partes, en Italia, despus de la guerra, en las fbricas ocupadas como en las calles y las plazas en medio del pueblo. En 1921-22 particip activamente en todas las tentativas de accin para poner diques al fascismo, estimulando las formaciones de los arditi del popolo y la preparacin de la ltima huelga general que precedi a la marcha sobre Roma.

    Ningn apriorismo doctrinario le impeda examinar todas las probabilidades que se presentasen de una accin revolucionaria sobre amplias bases, si las circunstancias le pareca que permitan explotar movimientos colateraies de gentes alejadas de sus ideas, o de desviar incluso hacia objetivos revolucionarios algn hecho de origen adverso, como la empresa d'annunziana de Fiume en 1920, con un proyecto que abandon pronto, sin embargo, sin ocuparse ms de l, en cuanto vi ia insuficiencia de los elementos necesarios para superar y vencer las tendencias peores y enemigas. Pero en tales casos delicados y peligrosos saba conservar siempre el equilibrio y las debidas distancias, y se preocupaba de obrar bajo su responsabilidad personal y sin comprometer a otros que a s mismo, escapando a toda posible insidia de quien se le acercase con segundos fines, permaneciendo constantemente el anarquista ms coherente consigo mismo, que no perda nunca de vista ni por un minuto el fin liberador de la revolucin.

    La idea dominante de Malatesta era la insurreccin popular, cuya preocupacin le acompaaba en toda otra actividad e inspiraba todos sus criterios de tctica y de mtodo. Como un trabajo serio de preparacin en tal sentido, hecho abierta y directamente, no habra sido nunca tolerado por las fuerzas preponderantes gubernativas y burguesas, que lo habran truncado a toda costa en el comienzo y le habran puesto pronto fuera de combate a l mismo, Malatesta sola casi siempre iniciar simultneamente o con anterioridad otro trabajo de cobertura, legalmente permitido, que reclamase ms la atencin de todos y desviase la de la autoridad habitualmente algn peridico y simultneamente agitaciones pblicas sobre cuestiones de inters general (encarecimiento de los vveres, domicilio coatto, vctimas polticas, libertad de prensa, etc.) , que sirviese a los fines ms comunes y vivos de la propaganda y al mismo tiempo flanquease indirectamente el otro trabajo ms importante pero menos abierto, crendole un ambiente espiritual favorabie entre los simpatizantes, los elementos afines y las masas en general. Se vi a menudo, por ejemplo en 1897, en 1914 y en 1920, cmo la habilidad de Malatesta saba explotar ese sistema suyo con ptimo resultado.

    De los actos de rebelin individual, aun convencido de la utilidad moral y poltica que los mejor dirigidos pueden asumir en momentos decisivos o por motivos especiales, pero consciente por otra parte de la gran dificultad que hay para que alcancen a reunirse las dos dotes ms raras en la misma persona, la

  • extrema energa y la mxima conciencia, que son sin embargo indispensables, no hizo nunca propaganda incitadora en ese sentido. En sus conferencias (en los escritos haca a veces evidentes alusiones a ello) hablaba slo de aquellos que se producen necesariamente en el curso de una insurreccin verdadera y propia. No obstante, tambin fuera de este caso, aun sin instigar a nadie, no disimulaba la necesidad que a veces se haca sentir de ellos ni negaba, llegada la ocasin, su cooperacin fraterna a aquellos que estaban voluntaria e irrevocablemente decididos con precisin y bondad de propsitos.6 Y al da siguiente no se deshaca en reservas o en negaciones prudentes, sino que testimoniaba abiertamente a los rebeldes toda la solidaridad completa y conmovida de su pensamiento y de su sentimiento.

    Esta lnea de conducta, de revolucionario sagaz y completo, que no dejaba escapar ningn elemento pequeo o grande de accin que pudiese influir sobre los acontecimientos en un sentido de libertad y de progreso social, halla paralelo en la historia italiana en la conducta no diferente que tuvo al respecto durante muchos aos de su largo destierro aquel otro gran apstol que fu Giuseppe Mazzini, a pesar de que posteriormente la calumnia estpida de los enemigos y la prudencia oportunista de los amigos hayan contribudo en sentido diverso a obscurecer y disimular este aspecto todava muy desconocido de la actividad revolucionaria del ms grande artfice de la liberacin poltica de Italia.

    Para la accin, Malatesta no conoca divisiones de tendencias. Y si quera mucho a los compaeros que conocan su pensamiento en su mejor expresin, quera no menos fuertemente a los que tenan su misma pasin de revuelta, aun cuando estuviesen divididos de l por algn disentimiento de teora o de tctica. No vacil, a veces, en manifestar rudamente su reprobacin de alguno de sus amigos prximos, cuando stos parecieron por un momento subordinar el deber de la solidaridad con los rebeldes a consideraciones de oportunidad contingente y de fro doctrinarismo. Haba ciertamente hechos de violencia que l desaprobaba y rechazaba; y si se producan deca sobre ellos claramente su juicio adverso. Pero no involucraba en la aversin apriorsticamente las personas de los autores, en los que no vea ms que otras vctimas de la injusticia imperante, la verdadera y mayor responsable; y si saba el desinters y la bondad originaria de las intenciones, se levantaba en su defensa, sin preocuparse de la hostilidad de la llamada opinin pblica, contra la venganza legal que se desencadenaba sobre ellos.

    Cuando surga la necesidad de alguna accin que le pareca indispensable, no se limitaba a aconsejaria, no le gustaba mandar a otros; obraba l mismo con los dems y como los dems. Se le vi durante los das de la semana roja en Ancona en 1914, y en otras ocasiones. No desdeaba las tareas modestas o ms peligrosas. Un amigo me cont que, precisamente en 1914, antes de los hechos de junio se prevea inminente la huelga general de los ferroviarios y un posible desenlace insurreccional bastante amplio, y hubo un momento de febril y apresurada preparacin de medios para no ser sorprendidos faltos de recursos , Malatesta un da atraves media Ancona con una valija de explosivos, bajo la mirada de los polizontes que le vigilaban. Le pregunt despus si era verdad y por qu no haba 6 Sin querer dar a esta circunstancia mayor significado que el que pueda tener, no es superfluo recordar en este punto las relaciones de amistad de Malatesta con Miguel AngiolilIo y Gaetano Bresci hasta la vspera de sus actos justicieros.

  • confiado a otros aquel encargo. Porque no tena tiempo respondi de hacer llamar a las personas ms apropiadas, y quise tener aquello a fin de que no se ocurriese a alguno servirse de los materiales preparados antes de tiempo para algn otro hecho, lo que habra arruinado todo nuestro trabajo entonces ms urgente.

    Este ltimo episodio ilustra el sentido de responsabilidad que no abandonaba nunca Malatesta, pero podra hacer pensar en una falta de prudencia de su parte. Sera un error. Los riesgos los aceptaba, pero no los buscaba sin razn; y tomaba todas las precauciones que haca falta, sin ostentar una intil temeridad. A veces tomaba precauciones que otros a su alrededor, no sabiendo la causa, hallaban exageradas: especialmente cuando estaba empeado simultneamente en alguna otra iniciativa que le interesaba ms, o cuando el riesgo poda implicar a terceras personas. En realidad, no careca de astucia para burlar las investigaciones de la polica y de la magistratura. Pero casi toda su astucia consista en su espontnea bondad y en su carcter : aquella astucia ilustrada tan bien por Edgard Poe en una clebre novela, de esconderse lo menos posible o nada absolutamente, como cuando vivi nueve meses de incgnito en Ancona y, mientras la polica lo buscaba por todas partes, andaba tranquilamente por la ciudad, frecuentaba todos los lugares pblicos e iba donde quera con la nica precaucin de no hacerse ver por la calle junto con los compaeros muy conocidos.

    La verdad es que Malatesta, durante cincuenta aos, se ha mezclado en una cantidad de hechos y movimientos pequeos y grandes de ndole revolucionaria y subversiva; ha sido encarcelado una infinidad de veces, siempre bajo sospecha, a menudo procesado, pues la polica intua su presencia efectiva en todas partes. Sin embargo, casi nunca ha sido tomado, como suele decirse, con las manos en el saco. Tal vez es el revolucionario italiano que, habiendo hecho ms, fu condenado menos dos o tres veces apenas en toda su larga vida y tambin entonces injustamente, es decir, sin pruebas, y por hechos no suyos o que no constituyen delito. He sido condenado slo cuando era inocente!, me dijo un da bromeando, pero no sin un poco de malicia.

    EL INTELECTUAL Esta fiebre de accin que posey siempre Malatesta es tal vez lo que ms que

    otra cosa lo distrajo de la dedicacin a un trabajo intelectual metdico y continuado, que lo habra sin duda colocado entre los ms ilustres del mundo cientfico y literario, segn el ramo de cultura a que hubiese consagrado su inteligencia genial, y lo habra hecho mucho ms conocido de lo que es hoy como terico de primera lnea del anarquismo que, no obstante todo, ha sido.

    Sin embargo, no despreciaba de ningn modo las alegras de la inteligencia y senta a menudo una aguda nostalgia de ellas. Pero las consideraba algo as como el otium de los romanos de la antigua repblica tempestuosa, poco anterior al imperio, para quienes el verdadero trabajo era slo el dedicado a las preocupaciones del Estado, a las guerras civiles o de conquista, a las batallas del foro, del tribunado o del senado, mientras la cultura de las letras o de la filosofa

  • era simplemente el grato reposo de los das de tregua entre una expedicin militar a lejanas provincias y una lucha encarnizacla interna contra un partido adversario. En Malatesta, el hombre de estudio era vencido continuamente por el hombre de accin. Tena verdaderamente aquellos diablos en el cuerpo que Bakunn al cual tanto se asemejaba en esa subordinacin del trabajo de teorizacin ante el de la agitacin deseaba sobre todo en sus compaeros, colaboradores y discpulos. El gran revolucionario ruso vi eso de inmediato en l, desde el primer encuentro en 1872 con el fogoso jovencito italiano; y lo quiso y consider como su Benjamn, que era el nombre con que Bakunn llamaba a Malatesta en el lenguaje convencional de la conspiracin.

    Malatesta habia renunciado a la tranquilidad del trabajo intelectual puro desde la edad de dieciocho aos, cuando comenz a descuidar los estudios para abandonarlos poco a poco del todo a fin de dedicarse completamente a. la propaganda, a la agitacin revolucionaria y a la lucha, sin volverse atrs nunca, hasta la muerte. Ms de una vez, en el abandono de alguna conversacin ntima, cuando expona ciertas ideas originales suyas sobre los ms arduos problemas del pensamiento contemporneo, y yo le preguntaba cundo se decidira a exponerlas completamente y no slo a aludirlas al vuelo en algn artculo ocasional, me responda: Ms tarde, cuando tenga tiempo; t ves que ahora hay muchas cosas ms urgentes que hac