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568 FONDO DE CULTURA ECONÓMICA ABRIL DE 2018 Muralismo y democracia

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA ABRIL DE 2018 568 · Es notable que, no obstante su credo reli-gioso, o acaso debido a él, haya sido también una mujer emancipada en sentido espiritual

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Muralismo y democracia

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F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M I C AA B R I L D E 2 0 1 8

Emma Godoy y la emancipación de la mujer

El fce conmemora el primer centenario del naci-miento de Emma Godoy, poeta, narradora, maestra, dramaturga, crítica de arte, locutora, promotora de nobles causas y autora de esta casa desde 1968 con Sombras de magia. Poesía y plástica.

Gabriel Zaid la sitúa junto con Margarita Miche-lena, Griselda Álvarez, Guadalupe Amor, Dolores

Castro, Margarita Paz Paredes, Rosario Castellanos y Enriqueta Ochoa, quienes “replantean el lenguaje poético recibido y su propio papel en el mundo de la cultura. Casi todas empiezan en una militan-cia femenina, católica, literaria, que toma como modelo a sor Juana o a Gabriela Mistral […] Tratan de ser profesionales y de abrirse paso por sus obras, no como hijas de familia o señoras que escriben” (Leer poesía, fce, 1987).

De todas ellas, Emma Godoy fue la más militante como católica. Fue colaboradora regular de la revista Ábside, foco de cultura cristia-na desde 1937 hasta 1979. Es notable que, no obstante su credo reli-gioso, o acaso debido a él, haya sido también una mujer emancipada en sentido espiritual y material, sentando así un precedente valioso para el diálogo entre las feministas contemporáneas y las mujeres de raíz católica, espíritu abierto y maneras recatadas.

Esta afi rmación puede parecer temeraria, pues Godoy fue adver-saria frontal de las feministas desde la década de 1970. Su encono se alimentó de las posturas de éstas últimas sobre la libertad sexual, que ella llamó “libertinaje”, y del aborto, que condenó como un “crimen”. Emancipación de la mujer, dijo, no signifi ca “liberarse de la cintura para abajo, sino superarse de la cintura para arriba”.

Entre posturas tan encontradas parece haber, no obstante, terreno común respecto de la emancipación económica por medio de la for-mación profesional y de la emancipación espiritual por la formación fi losófi ca y artística. Para Godoy, liberación de la mujer no signifi ca imitación del hombre, sino reconciliación con el propio ser femenino, sin violentar los condicionamientos biológicos ni pretender equiparar-se con Dios. Esto último es para ella el peor error humano, la causa de toda tragedia, como lo representa en su drama Caín, el hombre.

Su crítica al arte contemporáneo, en particular a la plástica, tam-bién tiene tela para cortar. El arte moderno, dijo, “está cumpliendo con su misión de expresar verazmente el interior del alma. El que anda mal, muy mal, es el hombre […] El alma […] se ha vuelto banal […] el arte ya no dice nada porque sencillamente el hombre ya no tie-ne nada qué decir […] Ya no se le ofrece al arte otra perspectiva […] sino la de repetir mecánicamente, o la de callar”. Godoy descarga su artillería contra este estado de cosas en la novela Érase un hombre pentafácico (Jus, 1961, Premio de Novela William Faulkner 1962 por la Universidad de Louisiana; fce, 2008).

Debe mencionarse su activismo en pro de la dignifi cación de la mu-jer y de la vejez, que resultó fructífero. En 1977 fundó la asociación Dignifi cación de la Vejez (Dive), antecedente directo del insen y el inapam. “La vejez es la edad suprema del hombre porque es la del es-píritu, y no hay que temerla”, dijo. (Sobre este tema, un punto de vista en el contexto europeo en Bienaventurada vejez, Robert Redeker, fce Colombia, 2017).

De Emma Godoy no se puede decir que haya sido partidaria franca de la democracia, pero su obra literaria y humanitaria terminó por desembocar en ella, enriqueciéndola. Los caminos de la democracia también pueden ser misteriosos.�•

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José Carreño Carlón Director general del fce

Susana López, Socorro Venegas, Octavio Díaz y Juan Carlos Rodríguez Consejo editorial

Rocío Martínez Velázquez Editora de La GacetaRamón Cota Meza RedacciónLeón Muñoz Santini Arte y diseñoAndrea García Flores FormaciónErnesto Ramírez Morales Versión para internetJazmín Pintor Pazos IconografíaImpresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V. Impresión

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La Gaceta es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Ciudad de México. Editor responsable: Roberto Garza. Certifi cado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de abril de 1995. La Gaceta es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro postal, Publicación periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716

Ilustración de portada Diego Rivera, El hombre, controlador del universo (detalle), fresco sobre bastidor metálico transportable, 480 x 1145 cm, 1934. Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México (Rockefeller Center, Nueva York: destruido en 1933-1934).

Pintar la luzhomero aridjis

Muralismo y democraciadossier

Nueva revisión del muralismomexicano y su expresión modernaitzel rodríguez mortellaro

Emma Godoy: una deuda por saldar virginia bautista

PresentaciónDesde el sexto piso de José Sarukhánjavier garciadiego

Academización vs politizaciónjuliana gonzález valenzuela

Una página brillante en la historia de la unamleonardo curzio

Comunicación y cambioluis peirano falconí

Miedokevin brooks

La gran transiciónRetos y oportunidades del cambio tecnológicoexponencialjosé ramón lópez-portillo romano

Golden teachersbernardo esquinca

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la gaceta 3 abril de 2018

Pintar la luzHomero Aridjis

Pintar tu cara como pintar un sueñoa falta de palabras de agua.Pintar tus ojos como pintar distancias,como pintar la lluvia, como pintar el aire.dejar ver en el fondo de todoel paso de los sueños.Pintar tu espíritu impintable.�•

De Homero Aridjis, Octavio Paz dijo: “…aquel que tiene necesidad de decir y que sabe que todo decir es imposible…”. Aridjis escribió: “Las palabras no dicen lo que dice un cuerpo.” El poeta en busca de lo inefable, helo aquí…

poema

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5 la gacetaabril de 2018 josé clemente orozco, franciscano, pintura al fresco, 1926. escuela nacional preparatoria , universidad nacional autónoma de méxico.

dossier 568

Muralismo y democracia

En este número el fce dedica sus páginas a pensar en el arte y los discursos que contribuyen a edifi car la democracia. Se conmemoran cien años del nacimiento de la poeta, narradora, maestra, dramaturga, crítica de arte, locutora y autora Emma Godoy, evocada desde la pluma de Virginia Bautista. Publicamos un poema de La poesía llama, la obra más reciente de Homero Aridjis. Compartimos las participaciones de Javier Garciadiego, Juliana González y Leonardo Curzio en la presentación del libro Desde el sexto piso, donde José Sarukhán rememora los episodios más signifi cativos como rector de la unam. Les recomendamos leer el texto “Nueva revisión del muralismo mexicano y su expresión moderna” que realiza un minucioso análisis a la obra El muralismo mexicano. Mito y esclarecimiento de Eduardo Subirats. Y en nuestra conocida sección Trasfondo, el novelista Bernardo Esquinca escribe la misteriosa narración “Golden teachers”.

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6 la gaceta abril de 2018

muralismo y democracia

Nueva revisión del muralismo mexicano y su expresión modernaitzel rodríguez mortellaro

Con este libro enriquecemos nuestra colección editorial de arte y muralismo mexicanos. Subirats subraya el contenido político y universal inherente a su estética expresiva, en particular su compromiso democrático y soberanista. Para repensar nuestra vida pública.

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abril de 2018 la gaceta 7

nueva revis ión del muralismo mexicano y su expresión moderna

El muralismo es fruto de una época convulsa. Los primeros murales que se pintaron al fin de la guerra revolucionaria fueron parte del esfuerzo —fomentado al principio por José Vasconcelos— de sanar

las heridas anímicas de los mexicanos. En aquel ambiente de reconstrucción nacional, los artistas que recibieron muros en antiguos templos católicos y edificios virreinales definieron la misión del arte público: transformar y regenerar el espíritu humano, la conciencia social y política y la propia actividad artística. Este acuerdo colectivo inicial de llevar el lenguaje artístico a cumplir una finalidad social y humanista, así como un propósito político, nunca significó uniformidad del muralismo. Cada artista desarrolló su propio camino, el cual podía confluir con los de otros artistas o conducir a distanciamientos y hasta radicales enfrentamientos. De ahí que se hable de muralismos en plural, dada la diversidad y complejidad de este movimiento de arte público, el más influyente del siglo xx. Las diversas expresiones de los compromisos asumidos por muchos artistas que pintaron murales como respuesta a las crisis y aspiraciones del mundo que vivieron, reclaman la revisión constante de una historia que, desde su origen, ha estado impregnada de polémicas entre detractores y apasionados defensores.

Eduardo Subirats, reconocido intelectual, profe-sor y prolífico autor, es un profundo conocedor de la teoría e historia de las vanguardias artísticas, europeas y latinoamericanas. En esta ocasión pro-pone al lector el libro El muralismo mexicano. Mito y esclarecimiento (fce, Colección Historia del Arte Mexicano, 2018). En él expone sus reflexiones so-bre el muralismo mexicano a partir de obras de Die-go Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemen-te Orozco. Su apreciación crítica se construye en constante diálogo y discusión con el arte y el pensa-miento moderno de distintas latitudes y épocas. Es revelador –esclarecedor, diría Subirats— observar el arte mexicano a la luz de lenguajes, postulados y concepciones culturales surgidas de las distin-tas experiencias de modernidad vanguardista en Latinoamérica, los Estados Unidos y Europa. En el amplio repertorio de personajes de este relato figuran: Tarsila do Amaral, Oswald de Andrade, Oscar Niemeyer, Lina Bo, José María Arguedas, Fernand Léger, Umberto Boccioni, Pablo Picasso, Edvard Munch, Paul Klee, Max Beckmann, Octavio Paz, Clement Greenberg, Barnett Newman, Harold Rosenberg, Jackson Pollock y más. Ante este mo-saico vanguardista, el autor no oculta sus amores ni sus odios; sus juicios son terminantes y traslu-cen una vehemente convicción en la fuerza reden-tora del arte. Subirats apuesta por lenguajes artís-ticos que transmitan la experiencia social, política y poética y se comprometan con la condición exis-tencial del ser humano. Desde las primeras páginas amalgama el vanguardismo del muralismo y del arte latinoamericano con el valor ético y estético de las miradas críticas y expresivas de los artistas. Estas experiencias, que responden a una condición poscolonial, fueron y siguen siendo estereotipadas y denigradas por los lenguajes abstractos y comer-ciales impuestos por el establishment cultural de los Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría.

Nuestro autor condena las posiciones “formalis-tas” del arte, especialmente las de la crítica, como ejercicios estériles, vacíos de experiencia vital y so-cial y, por lo tanto, de valor estético. En su acalora-da discusión sobre la dialéctica entre los realismos del arte latinoamericano y el abstraccionismo del arte norteamericano, Subirats acusa a la “máqui-na académica” (sobre todo norteamericana), a la industria editorial y a la museografía de disminuir la obra de arte “a un concepto plano de ficción o de abstracción” porque degradan la experiencia es-tética a la categoría sociológica de entertainment. Tales afirmaciones ponen en blanco y negro la retó-rica del autor, así como sus ideas sobre la finalidad del arte y del papel que deben jugar los intelectuales y artistas de nuestro propio tiempo.

Subirats asume una misión: involucrar al lector en la experiencia estética del muralismo. Para ello exalta la dimensión revolucionaria del arte público mexicano. El fundamento histórico de este movi-miento fue la revolución de 1910-1921. El autor pos-tula que el carácter “revolucionario” del muralismo radica principalmente en la voluntad crítica, en la acción estética y social, y especialmente en la ex-presión. Al definir la acción revolucionaria del mu-ralismo, el autor aduce la oposición de los artistas

al “colonialismo cristiano y capitalista”, pero su ar-gumento principal descansa en la característica del muralismo que considera más relevante: su fuerza expresiva.

Cuando se habla de arte suele usarse la palabra “expresión”, término que generalmente resulta am-biguo y difícil de asir ¿Qué significa que una obra sea expresiva? Esta pregunta nos acompaña a lo largo del libro. El autor la responde de distintas ma-neras, con contundencia conceptual. Puede decirse que su revisión privilegia la forma de expresión que transmite la angustia existencial del ser humano, experimentada ante la ruptura de su unidad esen-cial. De ahí que asigne un papel fundamental a las miradas mitológicas y filosóficas de los artistas so-bre la condición humana y el destino de la civiliza-ción: la Madre Tierra, el dios del fuego y las figuras heroicas de Prometeo, Cristo y Quetzalcóatl, los mitos cósmicos de la Antigüedad, el deseo de redi-mir a los seres humanos a través del arte. El mura-lismo posrevolucionario legó estos y otros sustra-tos míticos a una estética que resultó recuperada por futuros muralismos: el chicano, el zapatista y distintas manifestaciones de arte público urbano.

El autor argumenta que la revolución de los muralistas fue, en primer lugar, estética, porque transformó los lenguajes, la función comunicativa y las formas plásticas: “Una transformación políti-ca de la estética de los pioneros del siglo xx y una transformación estética de la política revolucio-naria”. Los murales no se definen revolucionarios únicamente por la iconografía que incluye a cam-pesinos, soldados y obreros o porque visualicen los tópicos de la reforma social y política emprendida en los años posrevolucionarios. Desde una visión fi-losófica, el sentido revolucionario de la obra de arte se establece cuando su acción estética responde a las crisis históricas que enfrenta la humanidad. En este rasgo se finca también el sentido universal de la creación artística. El cuadro monumental Guer-nica (1938) es el ejemplo más acabado de esta solu-ción al resumir un ideal vanguardista: audacia es-tilística reconciliada con responsabilidad política. José Clemente Orozco, quien declaró públicamente su admiración a Picasso por su capacidad de llevar lo local y anecdótico a un plano universal, impreg-na toda su obra de un anhelo universalista. Pense-mos, por ejemplo, en el mural portátil de paneles intercambiables que el mexicano realizó en 1940 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York: Dive Bomber and Tank. La denuncia plástica de las cri-sis humanitarias provocadas por el belicismo pue-de referir específicamente a los bombardeos sobre población civil en la segunda Guerra Mundial, pero también representa la miseria que todas las guerras de la historia han traído.

Al analizar la obra de José Clemente Orozco, invariablemente se hablará de expresionismo. La intensificación de la “expresión” como atributo de la estética de Orozco ha sido relacionada con Goya, Grünewald, El Greco y José Guadalupe Po-sada. También se le han encontrado afinidades con el expresionismo de Roualt, Munch, Ensor, Grosz y Beckmann, así como con el verismo de Otto Dix. Las semejanzas de Orozco con otros expresionistas no pueden reducirse a la noción de “influencia”, ni limitarse a una comparación formal. La deforma-ción expresiva que vemos en su obra se relaciona directamente con su visión crítica del mundo y de las crisis de la humanidad. Subirats acude a una concepción metafísica del expresionismo porque piensa en el vínculo espiritual y ontológico de la obra de arte con la realidad natural, existencial y social. Para el autor, Orozco puede calificarse como “expresionista abstracto” porque elimina de sus representaciones todo aquello que no sea esencial a su comprensión de la realidad. Es ex-presionista porque pone de manifiesto la profundidad dramática y mitológica del mundo que lo rodea. Con estos postula-dos, el lector revisará el sentido de imáge-nes fundamentales en la obra orozquiana: Prometeo en el mural de Pomona College, en California, transfigurado en hombre de fuego en la cúpula del Hospicio Cabañas, en Guadalajara; Cristo y Quetzalcóatl en el programa mural de Dartmouth College, en New Hampshire, en diversas pinturas de caballete y en Cortés y la Malinche en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, en la Ciudad de México.

Para Subirats la mayor y mejor expre-sión del fondo mitológico de la Antigüedad indígena americana está en los murales de Diego Rivera. Las obras que analiza tam-

bién proponen un caleidoscopio de imágenes sobre la tecnología y el industrialismo norteamericano. Con estos escenarios en mente, el autor ensaya un diálogo entre las culturas originales de México y América con el mundo moderno de la tecnología, la ciencia y la revolución social. Los frescos de Rive-ra que sirven a la muy personal interpretación de Subirats (cuestionable en ciertos aspectos, en mi opinión) de la “representación de la civilización in-dustrial desde el espíritu de la revolución agraria de México”, fueron pintados en el Instituto de Artes de Detroit por encargo de Henry Ford, magnate de la industria automotriz. Otra lectura, con un sesgo más mitológico y menos histórico, merece el mural en la capilla de la ex hacienda de Chapingo, otrora Escuela Nacional de Agricultura y hoy Universidad Autónoma Chapingo, institución dedicada desde la posrevolución a las ciencias agronómicas para el desarrollo del medio rural mexicano. Finalmente se analizan los motivos subyacentes a la desapari-ción del mural Hombre en el cruce de caminos (Man at the crossroads), cuya primera versión fue encar-gada (y después destruida) por Nelson Rockefeller para su flamante edificio RCA (Radio Corporation of America) en Nueva York, y que Rivera volvió a pintar, con algunas variaciones, en el Palacio de Be-llas Artes de la Ciudad de México.

En cuanto a la obra de David Alfaro Siqueiros, la que merece el más amplio análisis en el libro, al tra-tar las estrategias de la revolución estética y el nue-vo humanismo, es La marcha de la humanidad en el Polyforum Cultural Siqueiros, inaugurada en 1971 en la Ciudad de México. Esta impresionante obra, que culmina la trayectoria de Siqueiros, “genera en su interior un diálogo entre la construcción plásti-ca pura, la reflexión sobre la historia humana, sus luchas y sus conflictos, y la expresión emocional de la realidad compulsiva”. La marcha de la humani-dad cumple el ideal de la integración de las artes —pintura, escultura y arquitectura— en una sola unidad plástica, valiéndose de herramientas y téc-nicas modernas y transformando radicalmente el espacio arquitectónico mediante el uso de distintas perspectivas. Aquí alcanza su clímax el futurismo de Siqueiros, un dinamismo dramático identifica-do con la intensa praxis revolucionaria del artista y con la violencia que determina a la historia. Este futurismo representa también la defensa de la cien-cia y la tecnología como fuerzas que humanizan.

El libro de Subirats viene a enriquecer la histo-riografía contemporánea del muralismo, la cual cuenta con un extenso catálogo de estudios que pro-fundizan en su historia, sus obras y actores, abor-dan las interacciones con el poder político, con los movimientos sociales y con la élite transnacional, y discuten el carácter moderno del arte público, distinguiendo sus rasgos originales. La historiado-ra del arte Rita Eder —ciertamente referida en el libro de Subirats— repensó el muralismo a la luz de los conceptos “moderno” y “vanguardia” en “El muralismo mexicano: modernismo y modernidad”, en Modernización y modernidad en el arte mexi-cano, 1920-1940 (tres volúmenes, inba, México, 1991). Con estos términos caracteriza la resisten-cia del arte público a lo establecido, así como sus respuestas, sociales y filosóficas al cambiante y perturbador presente. Este y otros ensayos dejaron atrás desde hace décadas la época de las descali-ficaciones simplistas e ideológicas —como escati-mar la idea de modernidad al realismo muralista, o condenarlo como “propaganda”—, por lo menos en el medio académico. Uno de los grandes suce-sos en este campo fue la publicación de Muralismo mexicano, 1920-1940, compuesto por tres tomos de ensayos y dos catálogos razonados, coordinado por Ida Rodríguez Prampolini y publicado en 2012

por el Fondo de Cultura Económica junto con la Universidad Veracruzana y el inba. Este compendio reúne algunas de las mu-chas miradas de los murales que se han pintado —y destruido— en México y otros países.

Con cada nueva lectura del muralismo se enriquece la significación del arte pú-blico monumental. Ahora damos la bien-venida a El muralismo mexicano. Mito y esclarecimiento, de Eduardo Subirats, libro erudito, apasionado y arriesgado, que incita al lector a encontrar en el arte público un espejo crítico de la condición humana, de las luchas sociales y políti-cas y de las más altas aspiraciones de la sociedad.�•

El muralismo mexicano

Mito y esclarecimiento

eduardo subirats

fce, méxico, 2018

josé clemente orozco, la tr inchera, p intura al fresco, 1926. escuela nacional preparatoria , universidad nacional autónoma de méxico.

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8 la gaceta abril de 2018

muralismo y democracia

A cien años del nacimiento de Emma Godoy (1918-1989), su obra literaria y filosófica permanece poco estudiada y escasamente reeditada, lo que ha impedido que las nuevas generaciones de lectores la

conozcan.Lo que sí se sabe es que esta autora de cuentos,

novelas, poesía, biografías, crítica de arte y ensa-yos filosóficos fue una mujer segura de sí misma, multifacética, fuerte, generosa, valiente, provoca-dora y una de las pioneras de la lucha por la digni-ficación de la vejez.

En esto coinciden el poeta y dramaturgo José Ramón Enríquez y las investigadoras Elvira Her-nández Carballido y Sara Poot, quienes admiten que existe una deuda con ella y que su legado debe ser sacado del olvido.

Godoy no llegó directamente al terreno de la literatura y de la creación. Primero ingresó a la Escuela Normal Superior, donde obtuvo el título de maestra en lengua y literaturas españolas, y luego se dedicó a impartir clases de la materia en la misma institución. Ya encarrilada en la docen-cia, estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, donde obtuvo el doctorado en filosofía y luego las licenciaturas en psicología y pedagogía. Después viajó a París para realizar cursos adicio-nales de filosofía en La Sorbona y de historia en la École du Louvre.

La autora de la novela Érase un hombre pen-tafácico (1961), El artista y su creación (1967) y Mahatma Gandhi. La victoria de la no-violencia (1969) tuvo una educación católica conservadora y solía definirse como “antifeminista”, aunque, pa-radójicamente, su vida terminó siendo un ejemplo de independencia y libertad: no se casó, no tuvo hijos, se dedicó a lo suyo de tiempo completo e in-cluso decidió cómo morir.

Fumadora empedernida y locutora de radio, se le diagnosticó cáncer de pulmón a los 71 años de edad, cuando le quedaban pocos meses de vida. “Rechazó las quimioterapias que le iban a dar y quiso morir con dignidad. Se despidió de la gente que quería. Dejó todo ordenado en vida, empezó a donar sus libros y vendió a precios módicos, a los inquilinos que lo habitaban, un edificio que tenía en los alrededores del Viaducto Miguel Alemán de la Ciudad de México. Se fue tranquila”, comenta El-vira Hernández Carballido, estudiosa de su obra.

Hernández Carballido detalla que la narrado-ra nunca quiso mostrar fragilidad. “Una amiga suya, Lidia Camarena, comentó que la llamó a pocas horas antes de su muerte y que Emma le contestó para decirle que el arzobispo le estaba dando los santos óleos y colgó. Camarena le lla-mó media hora después y le contestó la trabaja-

dora doméstica, confirmándole que acababa de morir. Así era ella”.

La escritora es más recordada hoy en día gra-cias a que fundó y presidió en 1973 la asociación civil Dignificación de la Vejez (Dive) y a la labor de concientización que realizó a favor de la senectud a través de la radiodifusora xew. En respuesta, el gobierno mexicano creó en 1979 el Instituto Na-cional de la Senectud (Insen), que décadas después fue transformado en el actual Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inapam).

Los restos mortales de Emma Godoy fueron trasladados a la Rotonda de las Personas Ilustres en noviembre de 2006.

El rezagoPara José Ramón Enríquez, quien la conoció de niño, pues en 1963 debutó como actor en el papel protagónico de su obra Caín, el hombre, Godoy siempre fue “una auténtica figura como escritora y como católica, en la línea de Paul Claudel o de François Mauriac”.

El director de escena piensa que una de las razo-nes de que la obra de Emma haya quedado rezaga-da fue su actitud conservadora. “Fue una católica de avanzada hasta antes del II Concilio Vaticano pero el Concilio la rebasó y, conforme los católicos íbamos avanzando hacia posiciones progresistas, ella fue quedándose donde estaba, es decir, atrasa-da. Sus temas eran los de la filosofía de Maritain, el neotomismo, el problema del mal, a la manera de Mauriac y Bernanos. Esa primera parte de su obra, a la que pertenecen su poemario Pausas y arena, su extraordinaria novela Érase un hombre pentafácico y Caín, el hombre, no tiene parangón en la literatura mexicana”, agrega.

El también ensayista y editor añade que, desde su perspectiva, ya en la década de 1960 la escrito-ra tomó “una actitud anti-modernista que repercu-tió para mal en su obra, haciéndola acabar, prácti-camente, en escritora de autoayuda.

”Creo que sus primeros títulos son poco cono-cidos. Sus libros más leídos son los de temas edu-cativos, apologéticos y de autoayuda pero preci-samente esos han ocultado a quien debió ser una autora mayor de nuestra lengua”, destaca.

Señala que la autora de Sombras de magia. Poesía y plástica (fce, 1968) “es un caso de ade-lantada (discípula de humanistas como los her-manos Méndez Plancarte y el padre Garibay) a la que la apertura de la Iglesia cogió desprevenida. Mientras muchos salíamos de los clósets de todo tipo, ella los fortaleció con concreto reforzado y acabó por autocensurarse de diversas maneras. Sin embargo, nunca perdió la brillantez, lo cual volvió aún más trágicas sus contradicciones”.

El pedagogo y crítico de teatro considera que su generación la ha olvidado. “Para nosotros, en el

postconcilio y después del 68, dejó de ser interlo-cutora. Imagínate, yo ya militaba como cristiano en el Partido Comunista mientras ella seguía de-fendiendo la ortodoxia de la Iglesia preconciliar.

“Tal vez soy duro y seguramente injusto pero de alguna manera no es sólo porque me haya decep-cionado (ese era mi problema y no tenía por qué importarle demostrarme nada), sino porque estoy seguro de que se autoinmoló innecesariamente y eso es una lástima para nuestra cultura”, concluye.

No obstante, Enríquez la recuerda con cariño. “Actuar en esa pieza fue muy importante para mí, sobre todo porque recibí grandes elogios de su parte. Ya más entrados los años 60 dejé de verla. La primera obra, como toda primera vez, es funda-mental, aunque se trate de un trabajo escolar; aún recuerdo parlamentos 55 años después.”

Fortaleza multifacéticaComo el “enorme libro abierto” que franquea su tumba en la Rotonda de las Personas Ilustres, así describe la comunicóloga Elvira Hernández Car-ballido la vida y obra de Emma Godoy, que ha co-menzado a estudiar con la intención de revalorar-la. En su investigación sobre cultura funeraria y muerte, la doctora en ciencias políticas y sociales por la unam se sorprendió con esta mujer que tuvo la fortaleza de decidir cómo morir, que logró dig-nificar a la vejez y “supo aprovechar todos los es-pacios desde su convicción: radio, prensa escrita, libros y la creación de cuentos y poemas…”.

Por esta razón se dio a la tarea de escuchar numerosos programas de radio hechos por y so-bre ella y revisar los comentarios que han dejado sus escuchas en YouTube. “Hay personas que la ubican porque su mamá la escuchaba. Es una voz muy importante. Estuvo muchos años en la radio. Es una presencia inolvidable y una personalidad muy fuerte.”

La especialista en estudios de la mujer por El Colegio de México encontró que Godoy se definía como “antifeminista” y que hacía fuertes críticas a este movimiento, pero con argumentos. “Decía que estaba a favor del feminismo de la cintura para arriba, pues apoyaba a las mujeres que piensan y utilizan el intelecto para sobresalir, pero que es-taba en contra del feminismo de la cintura para abajo, en contra del libertinaje sexual. También rechazó el aborto.

”Puedes no estar de acuerdo con su postura, pero se reconoce que no opinaba a la ligera. No ha-blaba con insultos, groserías ni descalificaciones, sino con argumentos bien sustentados, basados en sus lecturas de filósofos. A veces pienso que su crítica era sólo una provocación, pues realmente vivió como una feminista”, asegura.

La catedrática de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo destaca la ironía de Godoy y la forma sencilla en la que aborda temas como el amor por la vida, la fe, la religión y la fragilidad humana. “Va de lo absurdo a lo trágico, de lo apa-sionado a lo amoroso, de la fuerza al cuestiona-miento”, explica.

Por su parte, Sara Poot observa que hay escri-toras que han estado en el margen y que, de éstas, “Emma es una de las más olvidadas”. La catedrá-tica de la Universidad de California en Santa Bár-bara afirma que tiene una deuda con ella y que es importante irla leyendo para recuperar lo mejor de su propuesta literaria.

“Yo me asomé a Érase un hombre pentafácico, novela que desde el título denota una gran inteli-gencia. Es la idea de tener varios rostros, no dos, sino cinco. ¿Qué haces cuando cargas cinco des-tinos distintos? Pero luego me ocupé de otros au-tores. Ella es una deuda para mí; abordó temas muy importantes, como la caída, la expulsión, la traición, la idea de la hermandad, de los hermanos enemigos, la inocencia, la soledad, la angustia; su literatura no es facilona porque toca fibras muy profundas.”

La doctora en literatura hispánica por El Cole-gio de México considera que es momento de resca-tar la obra de esta narradora y poeta, como en su momento se hizo con Nelly Campobello y Josefina Vicens. “Fue una mujer independiente que no estu-vo en el reflector. Luchó por sí misma. No buscaba la fama.”

El Fondo de Cultura Económica, que ha reedita-do algunos títulos de la ganadora del premio Ibero-American Novel Award (1962), otorgado por The William Faulkner Foundation de la Universidad de Virginia, ha puesto el nombre de Emma Godoy a su librería en Irapuato (Guanajuato).�•

Emma Godoy: una deuda por saldarLa escritora y polemista merece ser sacada de la marginación y revalorada como la valerosa y contradictoria mujer que fue. Antifeminista declarada, su vida y su obra son un ejemplo para la emancipación de la mujer.

virginia bautista

ue.

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tercer concurso iberoamericano de ensayo para jóvenes

9 la gaceta abril de 2018

Presentación

javier garciadiego

Ay, si hubiera sido posible leer unos años antes este libro hubiera sido un me-nos desacertado presidente

de El Colegio de México. Sin embar-go, me consuela ver que me será de enorme utilidad, el tiempo que me quede, para ser un mejor miembro de la Junta de Gobierno de la unam.

No pienso sólo en mí; este libro, así como el título reciente de Guillermo Soberón, El médico, el rector, debe-rían ser de lectura obligatoria para toda la comunidad universitaria del país, y por ésta implico a los (y las) que viven en, para y de las institucio-nes universitarias. A su vez, escribir sus memorias debería ser el último compromiso de los rectores. Para mejorar nuestro sistema universita-rio necesitamos conocer sus posi-bilidades y problemas a través de la visión de sus principales protagonis-tas: saber de los peligros que asedian a las universidades, de los retos que enfrentan, de los compañeros que colaboraron con ellos, de sus aciertos y sus errores, así como de los proble-mas cuya solución quedó pendiente; necesitamos saber, por último, de la naturaleza de sus esfuerzos, de su compromiso. Obviamente, no pienso en manuales ni en libros plagados de consejos. Tampoco en un conjunto de páginas autocelebratorias o justifi-cativas. No: su valor dependerá de la sinceridad de la reconstrucción, de la amplitud y riqueza de los elementos considerados, de la madurez de los juicios y de la solidez del análisis. Libros que propicien la reflexión pero que también sean fuente de identidad, esto es, que cohesionen, no que dividan. Aunque, claro está, son preferibles los deslindes que las complacencias, y las precisiones que los olvidos pudorosos.

Todo esto y más contiene el libro de José Sarukhán que aquí

nos convoca. Permítaseme, como historiador que soy, tratar de dilu-cidar primero qué tipo de libro es. En principio, los textos del género autobiográfico suelen dividirse en diarios, tanto íntimos como pú-blicos, que tienen el valor de dejar registros inmediatos, al paso mismo de los hechos, lo que les otorga gran crédito documental, aunque carez-can de las reflexiones posteriores, de las evaluaciones solo posibles a la distancia de los acontecimientos, de la sana perspectiva que sólo el paso del tiempo nos obsequia. Este es, precisamente, el valor de las memo-rias basadas en los recuerdos del autor, siempre selectivos y cambian-tes, subjetivos. Ceden exactitud por sabiduría. Desde las primeras pági-nas queda claro: este libro de José Sarukhán, Desde el sexto piso, no se amolda a ninguno de estos dos tipos de escritura autobiográfica. No es un diario, pero tampoco un libro de memorias, de recuerdos. En rigor, es un texto de reconstrucción históri-ca sobre la historia reciente de una institución, elaborado por uno de sus protagonistas, pero no solo gra-cias a una memoria prodigiosa, sino mediante la esmerada consulta de sólidos cuerpos documentales. Esto lo hace un libro más valioso en tanto más riguroso.

Dos actitudes y posiciones de José Sarukhán quedan plasmadas en estas páginas: la primera, amor a la universidad, en concreto a la unam, pero no se trata de un amor compla-ciente sino de uno severo, sin cursi-lerías ni ampulosidades, como deben ser los amores auténticos y maduros. La segunda: estar en o pasar por una universidad no es lo mismo que vivir para y de la universidad. Sí, claro, éstas son instituciones agradabi-lísimas: se goza de un ambiente de libertad imposible de encontrar en cualquier otra institución —piénsese en la burocracia o en el ejército. Pero para aquellos (y aquellas) que viven para y de la universidad se trata de una gran libertad con una dosis idéntica de responsabilidades; esto es, de trabajo y disciplina. Este no es un libro simplemente gozoso; es el

Desde el sexto piso de José Sarukhán Este riguroso libro merece ser leído por todos los universitarios que viven en, para y de la universidad; es también un ejemplo para otros rectores.

Desde el sexto pisojosé sarukhán

En este volumen coeditado por la unam, el Colegio Nacional y el fce, José Sarukhán presenta un recuento

de sus dos periodos al frente de la máxima casa de estudios del país, entre 1988 y 1996, y destaca los

momentos más significativos de su mandato —como la realización del Congreso Universitario en 1990 y la

inauguración del museo Universum— al tiempo que hace un balance de los éxitos y fracasos del proyecto

de su rectorado: volver a colocar a la academia en el peldaño superior de la estructura universitaria.

Se trata de las memorias de un personaje y periodo claves para entender el panorama de la educación

superior y de la ciencia en México. La obra cuenta con un prólogo de Gonzalo Celorio, ex director del fce y

coordinador de Difusión Cultural de la unam durante el rectorado del doctor Sarukhán. Se incluyen dos

anexos que facilitan la consulta del libro: un listado de los directores académicos del periodo 1989-1996 y un

índice onomástico.

vida y pensamiento de méxico1ª ed., 2018

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desde el sexto p iso de josé sarukhán

durante su periodo; mucho menos que no los enfrentara, que delegara o pospusiera su solución. De hecho, al asumir la rectoría, la unam venía “preñada” —la palabra es de Gon-zalo Celorio en el prólogo— de un compromiso ajeno: la realización del Congreso Universitario. La institu-cionalidad de Sarukhán y la intuición política que creía no tener lo llevaron a organizar correctamente un Con-greso Universitario en el que él no tenía mayores expectativas. Preciso: era partidario del Congreso en tanto ayudara a mejorar las actividades académicas de la unam, pero recha-zó, afortunadamente, sus injustifica-bles pretensiones refundacionales. De haberle concedido su exigencia de ser un Congreso “resolutivo” se hubieran violado los principios de legalidad y representatividad de la unam. Lo tenía claro: las universida-des no se construyen en asambleas multitudinarias. Gracias, doctor Sa-rukhán, por haber logrado organizar un Congreso ordenado, propositivo y acotado (p. 78). Así ahorró usted a la unam muchos problemas insospe-chablemente graves e irresponsable-mente provocados. La demagogia y los intereses políticos no deben impe-rar en universidad alguna.

El libro Desde el sexto piso tiene dos ejes: el prioritario, el análisis del proceso que llevó a una indudable y muy benéfica “academización” de la unam, proceso que implicó cambios estructurales —o sea instituciona-les—; diseño de programas de estí-mulos, siendo el más importante, in-cluso hoy, el pride; mejoramiento de la docencia desde el bachillerato has-ta el posgrado, con cambios a los pla-nes y programas de estudios (p. 115) y limitando la matrícula; crecimiento de la investigación con la creación de nuevos institutos y programas multidisciplinarios; enriquecimiento y equipamiento de las bibliotecas, y uso de la tecnología como soporte de la “academización” buscada. Obvia-mente, la búsqueda de la “academi-zación” se hizo a través de varios caminos, involucrando a diversas instancias, lo que sólo se pudo lograr con el liderazgo de Sarukhán, con su mente estratégica y con la capacidad y entrega de sus colaboradores, a los que trata con enorme agradecimien-to en cada página de su libro. En un momento (p. 99), Sarukhán dice que se emociona al recordar el impulso que se dio al programa para que los estudiantes más jóvenes se involu-craran en la investigación científica. Pues bien, a mí me emociona que lo que a él le emocione sean los asuntos académicos. También me entusiasma su entusiasmo —la palabra es suya (p. 117) — por desarrollar un perti-nente servicio social que permitiera a los jóvenes conocer la complejidad y las desigualdades de México.

La generosidad de Sarukhán se manifiesta en todas las páginas del libro, en tanto que sus logros los comparte con sus colaboradores, a pesar de que al final del libro se lamente de no haberles expresado suficientemente su agradecimien-to en aquel entonces (p. 253). La calidad humana de un individuo se puede medir por cómo hablen de él sus colaboradores después de 15 o 20 años de haber trabajado juntos, cuando ya no tienen relación laboral alguna. Asimismo, la alteza de cual-quier persona se mide por la calidad humana de sus convocados como colaboradores. Del área científica, conozco a pocos; de muchos sólo he oído sus nombres, siempre en forma encomiástica. En cambio, conozco a casi todos los que fueron sus colabo-

radores en las áreas de humanidades y ciencias sociales. Todos espléndi-dos: en orden alfabético menciono a Gonzalo Celorio, Xavier Cortés Rocha —arquitecto humanista—, Julio Labastida, David Pantoja, Ricardo Pozas y Fernando Serrano Migallón. Del lado científico los más relevantes me parecieron Gerardo Suárez, Jaime Martuscelli, Salvador Malo, Tomás Garza y el Ingeniero Covarrubias, así como Francisco Barnés, Juan Ramón de la Fuente y José Narro, pruebas irrefutables de la imprescindible continuidad que re-quieren estas instituciones. Mención especial merece Rosa María Seco, coautora de estas páginas. Un mea culpa: hasta que fui presidente de El Colegio de México entendí lo impor-tante que es construir puentes de comunicación e instancias de apoyo para los estudiantes. Lo confirmé al leer este libro, con la gran labor de Rafael, el Fayo Cordera.

La personalidad de Sarukhán, que se refleja claramente en su libro, es amable y ponderada pero firme. Cuando describe y analiza los principales problemas políticos que enfrentó no hace reclamos persona-les altisonantes. Tampoco apela al tono quejumbroso, victimizante, tan común en la vida nacional. En su des-cripción y análisis de los tres mayo-res conflictos políticos que padeció durante su rectorado, da los nombres completos de los implicados, cita sus argumentos (bueno, más bien sus propuestas y alegatos), describe sus acciones y analiza sus objetivos. Me refiero a sus graves diferencias con el Patronato, que lo obligó a sacri-ficar injustamente a Tomás Garza en beneficio del tesorero-contralor Jorge Parra Reynoso y, sobre todo, para proteger a un tal Miguel Soló-rzano Albores, director de Finan-zas del Patronato por 16 años. Un segundo conflicto fue el Movimiento de los Excluidos, surgido del fracaso de algunos jóvenes en el examen de ingreso al bachillerato y que con-cluyó con una agraviante toma del edificio de la rectoría. Como lo dije antes, Sarukhán no fustiga ni denun-cia, pero narra los hechos como le tocó verlos, sin exculpar a quienes estuvieron involucrados en él, como Adolfo Llubere y Fernando Balaun-zarán, voceros del movimiento; como Cuauhtémoc Cárdenas, fundador y líder moral del prd, o como el enton-ces diputado Salvador Martínez della Rocca, quien propuso la creación de otros cinco planteles de cch, a lo que Sarukhán respondió que es más difícil contar con los maestros adecuados que conseguir los recur-sos económicos básicos. También anota, claro está, la falta de apoyo del presidente Zedillo. Así como Sa-rukhán cita a unos, también cita a los otros, en este caso la firme y masiva expresión de la comunidad en la ex-planada, que forzó a los ocupantes de la rectoría a desalojar el edificio. La conducta de los universitarios lo hizo estar, con sobrada razón, “rebosante de orgullo” (p. 112).

Me atrevo a hacer aquí una digresión: la Revolución mexicana, pensando en su proceso de recons-trucción nacional, tuvo tres grandes proyectos: entregar tierra a los cam-pesinos, reconocer los derechos so-ciales de los trabajadores y universa-lizar la oferta educativa y cultural en el país, propuesta hecha, por cierto, por el entonces rector José Vascon-celos. Sin embargo, así como el cre-cimiento de la Universidad Nacional es producto del Estado mexicano del siglo xx, sus mayores problemas son consecuencia de algunas carac-

testimonio de cómo su autor enfren-tó un gran reto.

Además de leer el libro como universitario profesional, mi lectura también fue hecha desde mi visión disciplinaria, la historia, y desde mi circunstancia biográfica: conclui-da mi licenciatura en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales en 1974, dediqué después varios años a mis estudios de posgrado, regre-sando a la unam, al entonces cesu, en 1982, para luego pasarme a El Colegio de México en 1991. En sín-tesis, no fui colaborador del rector Sarukhán, y sólo estuve como joven investigador un par de años de su rectorado —1989 y 1990. Lo traté muchos años después, cuando él fue miembro de la Junta de Gobierno de El Colegio de México. Su papel en dicha Junta fue decisivo: gracias a él El Colegio pudo pasar de ser una familia grande a convertirse en una institución pequeña. El cambio fue profundo, atinado y muy provecho-so. Esta observación me permite hacer mi primera reflexión sobre el título de su libro, Desde el sexto piso. Precioso, muy ocurrente. Sin embargo, desde el sexto piso solo se divisa el campus, pero el rector de la unam es mucho más que esto, que sólo de suyo es mucho: es la cabeza del sistema universitario nacional; por su centralidad y su influencia, es rector entre los rectores. Su figu-ra alcanza a todos los universitarios del país. De allí la importancia de este libro. Aunque se circunscribe a la unam, constantemente la tras-ciende.

Entrando en materia, Sarukhán llegó a la rectoría teniendo una rica experiencia, una cabal carrera uni-versitaria: comenzó como estudiante en la Facultad de Ciencias, con pos-grado en el extranjero, lo que luego le permitiría comparar, traer pro-puestas probadas lejos; después fue investigador, director por ocho años del Instituto de Biología y finalmente Coordinador de Investigación Cientí-fica, lo que le permitió ensanchar su visión, hasta entonces estrictamente disciplinaria. Pero no se trató de un paso lineal del tiempo, sin obstácu-los; fueron años con problemas, los que pueden convertirse —depende de uno— en experiencias aleccionado-ras: pienso en el conflicto sindical de 1972 y en el movimiento huelguista estudiantil de 1987-1988. A pesar de haber tenido estas experiencias, llegado el momento Sarukhán creyó carecer de algunas cualidades que él consideraba imprescindibles para ser rector, cualidades “de tipo políti-co”, como el liderazgo y la cortesanía (p. 28). Lo que inmediatamente en-tendió es que cada tiempo tiene sus particularidades y que cada rector enfrenta diferentes retos. Él recibió una institución en ebullición. Por lo mismo, para despolitizar aquella unam, para sacarla de las primeras planas de la prensa, de las imágenes estelares de los noticieros (p. 40), se requería hacer otra forma de políti-ca: una rigurosa política-académica. Soy historiador, lo repito: parafra-seando a Porfirio Díaz, diría que el lema del rectorado de Sarukhán pudo ser “poca política, mucha aca-demización”.

Esto fue lo que hizo tan provecho-so su rectorado. La unam llevaba varios años inmersa en asuntos polí-ticos, y Sarukhán logró que durante sus años como rector predominaran las temáticas académicas. Este fue su gran mérito: en su rectorado se recuperó el impulso rumbo a la “aca-demización”. Esto no significa que no haya habido conflictos políticos

terísticas del país: para comenzar, el descontrolado crecimiento demo-gráfico y de la Ciudad de México, crecimiento que no fue acompañado por los servicios sociales adecua-dos, llámense educación primaria y secundaria, oferta adecuada de habitación y transporte, o de opcio-nes culturales y deportivas para los jóvenes, todo lo cual ha afectado y seguirá afectando a la unam. Pien-so también, y vuelvo así al ceu y al Movimiento de los Excluidos, en que la izquierda mexicana carece de tra-bajadores de industria. Su nutriente principal ha sido la comunidad uni-versitaria, y como prueba me puedo remontar a Lombardo Toledano, para no tener que citar muchísimos nombres hoy en boga. Invirtiendo la famosa sentencia de José Revueltas, en México tenemos ‘una cabeza sin proletariado’. Después de 1985 dicha izquierda se vio enriquecida en el df por numerosos sectores urbano-populares. El día de hoy estos dos elementos, universitarios y sectores urbano-populares, siguen siendo sus bases sociales. No es queja ni denun-cia; es intento de explicación. Mien-tras no cambie la composición social de nuestros partidos de izquierda, la unam seguirá siendo su escuela de cuadros y permanecerá como su arena política.

Concluyo con el tercer problema político que enfrentó el rectorado de José Sarukhán, consecuencia del intento para que la unam tuviera un programa de cuotas diferencia-das. En varias páginas (145-155) se describe la preparación de dicho programa: los diferentes montos de las cuotas, todos más que accesibles; las encuestas y los estudios sobre los ingresos familiares; sobre todo, las favorables respuestas a la propuesta. También se describen, con precisión y sin adjetivos calificativos, las ter-giversaciones del diario La Jornada, que habló del cese del llamado “pase automático” y de la supuesta pri-vatización de la unam, así como el aprovechamiento del tema por Cuau-htémoc Cárdenas. Era mediados de 1992, se acercaba la sucesión presi-dencial, lo que explica la interven-ción de Manuel Camacho, aspirante al puesto. Su plan de acción lo usó en otras ocasiones: con la mano derecha organizaba algunas protestas, y con la izquierda las resolvía. Su objetivo era dar la impresión de ser el único político perspicaz, sensible y hábil en la negociación. Convenció al presi-dente Salinas, y el programa tuvo que ser pospuesto indefinidamente. Dar marcha atrás al programa debi-litaba al rector, quien incluso pensó en renunciar. Afortunadamente no lo hizo. ¿Habrá sabido Manuel Cama-cho lo provechoso que hubiera sido para la unam contar con el equiva-lente de hasta un 5% del presupuesto, proveniente de aportaciones volun-tarias, acaso mejor nombre que el de cuotas diferenciadas, ingreso propio etiquetado para beneficio de la do-cencia? ¿Habrá sabido Camacho lo beneficioso que hubiera sido para la identidad y la cohesión de la comu-nidad que los alumnos se supieran corresponsables del financiamiento de su universidad? ¿Habrá sabido lo conveniente que hubiera sido para la imagen de la institución que la sociedad mexicana supiera que los estudiantes —o sus padres— cola-boraban con los enormes gastos que implica su educación, la que por cier-to les garantizaría mejores ingresos una vez que fueran profesionistas? ¿Lo habrá sabido?

Este asunto nos permite precisar el título del libro. La palabra Desde

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tercer concurso iberoamericano de ensayo para jóvenes

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desde el sexto p iso , de josé sarukhán

Academización vs politizaciónLos programas impulsados por José Sarukhán fortalecieron la vida académica de la unam pero terminaron inclinando la balanza hacia la investigación en detrimento de la docencia. Presentamos el testimonio de la exdirectora de la Facultad de Filosofía y Letras.

juliana gonzález valenzuela

“La academización de la unam fue la idea central que dio unidad y sentido a mi administración”, dice José Sarukhán desde la

primera página de la Introducción, y lo reitera a lo largo de su libro Desde el sexto piso.

Él mismo la resume así:

La unam tenía que recuperar el lide-razgo en el país y seguir marcando la pauta de superación en los niveles de enseñanza, aspectos poco atendidos en los años anteriores, debido a los problemas políticos en los que la institución había estado inmersa. Y para ello me comprometía a impulsar una universidad donde el académico fuera el personaje central, alrede-dor del cual girarían el diseño, el funcionamiento y el desarrollo de la institución (p. 32).

¿Y qué quiere decir con academizar, señor rector? ¿Cómo se puede “aca-demizar” una institución que de por sí es académica? —recuerda el propio Sarukhán que yo le pregun-té—, a lo cual él me dio la respuesta categórica que no pude dejar de reconocer: academizar implicaba no dejar espacio para que la Universi-dad fuera:

…una institución doctrinaria: cientí-fica, filosófica o políticamente; evi-tando todo aquello que la distraiga de su función académica y reforzando su vocación de enseñanza, investiga-ción y difusión de la cultura” (p. 48).

Y en efecto: la conciencia expresa de la academización de la unam se halla presente desde los inicios de su rectorado en 1989. Éste fue el propósito central que se tradujo en la creación de múltiples programas institucionales, mismos que fueron determinantes para llevar al univer-sitario, desde el profesor y el inves-tigador hasta los propios alumnos, a desplegar tareas fundamentalmente de estudio, de docencia, de efectiva investigación; desde los niveles estu-diantiles hasta los de la creación en el ámbito científico, humanístico y artístico de los universitarios.

La Universidad entera, así, desde sus niveles de preparatoria y bachillerato hasta el de la investi-gación en ciencias o en disciplinas humanísticas (filosofía, historia... letras…) se desplegaron conforme a los diversos programas especiales que, justamente, se instauraron en su rectorado: los programas de liderazgo académico, de estímulo a la productividad, de rendimiento del personal académico, de recupe-ración de los ingresos del personal académico de carrera, de apoyo a proyectos de investigación e inno-vación docente, entre tantos otros. Programas todos que, a juicio del

propio rector, permitieron que se diera “una sana competencia” que propició tanto el trabajo de docencia como el de investigación, permitien-do a algunos académicos “salir de la zona de confort en la que se habían instalado durante años”.

Por mi parte —dice Sarukhán en un pasaje decisivo— estoy convencido de que la unam se habría desdibujado en pocos años del panorama acadé-mico nacional si hubiera seguido con la inercia que llevaba al desaliento y desencanto de su planta académi-ca. La academización presente en acción, en programas, en actitudes, en futuro esperanzador, dio un nuevo aliento a la unam de aquellos años (p. 87).

Como profesora y directora de mi Facultad de Filosofía y Letras fui testigo de esta casi milagrosa movi-lización de las actividades normales de la comunidad universitaria: los salones con clases, los seminarios de investigación trabajando, los pasillos de mi Facultad con alumnos hablando de los profesores o de las materias que estaban cursando. Y fui testigo después de las reuniones de directores, algunas fuera de la unam, donde compartíamos nues-tras experiencias.

Múltiples datos concretos, cuali-tativos y cuantitativos, se recogen en el libro. Pero antes de prose-guir con la temática central de la academización de nuestra casa de estudios, hay en estas memorias un pasaje particularmente significati-vo para mí, que no puedo dejar de destacar:

En 1989, el primer año de su rectorado, se celebró en México y en la unam el cincuentenario del exilio español, y Sarukhán promovió un magno homenaje a los maestros del exilio.

Qué puedo decir yo respecto al excepcional reconocimiento que él personalmente hizo entonces y rememora en este libro a Eduar-do Nicol, mi maestro a lo largo de mi vida filosófica, primero como estudiante de licenciatura, maestría y doctorado, los más de 20 años en que fui secretaria académica de su seminario de metafísica, y después en tanto que su creación filosófica ha estado presente hasta hoy en mi propia docencia y en mi propia obra filosófica. Cito aquí el significativo reconocimiento que hace el autor a Nicol:

Su impecable lección de dignidad, de rigor intelectual, de voluntad creadora y de compromiso, con una concepción de la cultura que bus-caba construir dedicando a ello sus esfuerzos.

Qué puedo hacer yo sino compartir hasta lo más profundo el juicio va-lorativo de Sarukhán del siguiente “Discurso memorable” que dio Nicol al terminar el homenaje a los eméri-tos del exilio:

Mi obra entera —dijo Nicol— la he escrito en México. En este sentido… cabe decir que aquí me he forma-do, a la vez que se iba formando la universidad que ahora tenemos, digo ahora, cuando ya está cercano mi fin, que me siento bien pagado si algunos creen que el proceso de esa formación mía personal ha podido contribuir a la otra. En todo caso, fue una tarea gozosa. Hacer lo que uno quiere, pensar y enseñar a pensar ¿qué más puede pedirse? Por todo ello, repito, muchas gracias.

tiene un par de acepciones. Ya dije que podría entenderse al sexto piso como un mirador privilegiado desde el cual se divisa el campus. No fue el significado que le dio Sarukhán. Desde también significa punto de partida, y fue este el uso que él le dio. Lo dice muy claro en su libro: gobernó la unam trabajando en el tercer piso (p. 64), el del Consejo Universitario, cuyas escaleras de bajada le producían “mariposas en el estómago”. También dice que sus dos mayores preocupaciones fueron mejorar cada vez el presupuesto (ter-minó por quintuplicarlo) y presentar buenas ternas a la Junta de Gobierno (p. 137). O sea, también gobernó la unam en sus visitas al cuarto piso, y en este tema confío en que mis antecesores no le hayan causado ningún revoloteo estomacal. Pero no se limitó a “la Torre”: Sarukhán fue un rector presente en las facultades, escuelas e institutos, tanto en el df como en la zona metropolitana y en otros lugares del país.

Hubo un lugar especialmente importante para su rectorado: me refiero, obviamente, a su domicilio, pues todas las decisiones importan-tes que tomó las discutió antes con su esposa Adelaida. Trataré de poner en términos políticamente correctos un sabio refrán: junto a cada gran hombre hay una gran mujer. Agrego: si Darwin tuvo sus musas, Sarukhán tiene la suya. Yo no sé si Adelaida “arrastró el lápiz” en la confección de este libro. Lo que es evidente es que fue corresponsable de las mejores de-cisiones del rectorado de su marido. Adelaida, la unam está en deuda contigo.

Concluyo con un único reclamo: si comparamos este libro con el del doctor Soberón, Sarukhán nos quedó a deber. Soberón nos narra su rec-torado, pero también su valiosísima participación en el sistema de salud del país. Por lo tanto, Sarukhán aho-ra debe escribir sus memorias como ecólogo y ecologista. Es, sin duda, el creador de esta disciplina en México: precisó su importancia y la necesi-dad que teníamos de ella, preparó a sus futuros colegas, motivó a los primeros alumnos, creó sus institu-ciones y construyó sus instalaciones, sembró el tema en la opinión pública. De todo esto tendrá que tratar el segundo tomo de sus memorias.

En un conmovedor párrafo (p. 80), Sarukhán confiesa que le “gustaría ser recordado” como un rector que dejó a la unam “en marcha, centrada en la academia”. Lo lograste, querido y admirado rector: pero te recorda-remos, además de por la prioridad dada a la academia, por otras muchas cosas: por dejar claro que la docencia no es un empleo sino una “misión” (p. 245); por la fuerza que le diste a la tarea cultural de la unam y por tu dignísimo talante personal; por ser un mexicano comprometido con la compleja problemática nacional, y por tu cultura personal (con humor citas a Mussorgski en tu libro). Nos dejas muchos ejemplos, pero también un gran reto: eres un espejo ante el cual debemos permanentemente medirnos.�•

Sarukhán comenta que esa fue “una de las ceremonias más universita-rias y más sentidas de los ocho años del rectorado”.

Y narra, asimismo, que lo que vino ese mismo día fue la descom-pensación cardiaca de Nicol, que seis meses después lo llevó a la muerte.

Vuelvo entonces al tema de las amenazas a la vida académica de nuestra universidad.

PolitizaciónNo sólo las inercias eran amena-zantes para la vida propiamente académica, según lo que destaca Sarukhán. Lo eran también, aunque en parte subyacentes, los afanes po-litizantes de los estudiantes y profe-sores, ellos mismos politizados….

La academización, el enrique-cimiento intrínseco de la unam en sus funciones sustantivas, se logró no porque se hubiera alcanzado un plácido periodo de pura estabilidad y calma, tanto en ámbitos internos como externos. En gran medida fue lo contrario: se logró mientras bullían los conflictos estudiantiles y las injerencias extrauniversitarias: no sucumbir ante estas presiones fue señaladamente meritorio del rectorado de Sarukhán.

Es notable en este punto su sensi-bilidad cuando expresa, por ejemplo, su tristeza por la actuación de los jóvenes ACTIVISTAS, que se llama-ban de “la izquierda universitaria”, “y actuaban como marionetas de adultos con consignas políticas”[…] “no con la ética de una ideología legítima sino con un oportunismo político chato e irritante, que no debía tener cabida en una universi-dad” (p. 72).

Impresión esta que yo misma compartía y que particularmente en mi Facultad llegó a tener una presencia lesiva para todas nuestras carreras, ya desde los tiempos del ceu.

Y yo personalmente, como profe-sora, tuve desde entonces la expe-riencia de dialogar horas tras horas con grupos de alumnos, ellos mismos contradictorios; así, había individuos que sostenían la defensa de renova-ción genuina de valores y al mismo tiempo enarbolaban las consignas politicoides, destructoras de la vida propiamente universitaria.

No obstante, nuestra universidad no sólo sobrevivió sino que logró un indiscutible fortalecimiento de su esencia académica. De éste dan cuenta y razón estas memorias.

Academización como implicación recíproca.Docencia-investigaciónCoincido plenamente con el recono-cimiento que hace Sarukhán cuando dice:

Desde mi punto de vista la organi-zación de la unam en facultades y escuelas, por un lado, e institutos y centros de investigación por el otro, no permite de manera natural la presencia de la investigación en el proceso de enseñanza… mi propó-sito de academizar la unam llevaba implícito el apoyo a la investigación como parte del proceso enseñanza-aprendizaje… Los alumnos, de acuerdo con mi visión, debían ser los primeros y principales beneficiarios de la investigación que se realiza en la unam (p. 124).

Este es para mí el punto neurálgico de la vida universitaria y coincido plenamente con esta apreciación de

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desde el sexto p iso , de josé sarukhán

temporánea del país que nos permi-te conocer las interacciones entre la universidad y el entorno institucio-nal, así como algunas de las picantes rivalidades intelectuales que un muy celebrado Coloquio de Invier-no suscitó. Políticos de salón que callaban convenientemente cuando se ponía al rector en una esquina di-fícil en la casa presidencial o incluso un presidente muy poderoso que mostró interés en apoyar la casa, pero no usó sus facultades arbitra-les cuando en su propio gabinete se permitía que avanzara una conjura sui generis para abortar un proyec-to de cuotas que le daría un margen de autonomía financiera a la unam y procuraría una justa distribución de las cargas entre clases sociales. Ese tema fue entonces y lo sería más adelante uno de los nudos gordianos de la personalidad universitaria, un fundamentalismo instalado, cual sangrienta paradoja, en la comu-nidad más sofisticada intelectual-mente del país, donde el mythos puede más que el logos; pero en toda familia hay disfuncionalidades, y en la nuestra esta parece ser una constante. Pasarán todavía muchos años para que ese expediente pueda reabrirse sin causar otro conflicto.

Pero por el otro lado encuentro un libro evocador que permite recor-dar a mi generación la importancia que tuvo la administración de José Sarukhán, quien con su liderazgo académico cambió la trayectoria de muchos jóvenes universitarios, y hoy (disculparán ustedes la inmo-destia) lo contaré en clave personal. Empiezo diciendo que he leído emo-cionado Desde el sexto piso porque he tenido una experiencia paralela a la del doctor Sarukhán. Simplemen-te, por azares de la vida, mientras el rector entraba al sexto piso de la Torre emblemática para asumir la conducción de nuestra universidad, yo entraba como joven investiga-dor al cuarto piso de la Torre II de Humanidades.

Desde la Torre dos, que como ustedes saben está enfrente de rectoría, el sexto piso de la torre de enfrente se veía con una distancia reverencial que refleja, a mi juicio, una de las fortalezas principales de nuestra casa, tema que en múltiples ocasiones se menciona en el libro. Y es que el rector es entre nosotros algo más que un cargo académico administrativo, tiene una especial consideración porque es la cúspide de una institución basada en el méri-to, una institución de pares, porque quienes tenemos nuestra plaza de carrera no tenemos, como ocurre en la administración pública con indeseable frecuencia, que recu-rrir a artilugios y zalamerías para conservar nuestro empleo; somos una institución que respeta a su je-rarquía porque en muchos sentidos refleja el sentido de cuerpo de una comunidad orgullosa de sí misma. Y, a pesar de los años transcurridos, conserva una particular forma de gobierno que le ha dado gobernabi-lidad y posibilidad de recrearse en distintas circunstancias.

Ese es el tema del que se ocupa Sarukhán en varias ocasiones al re-ferirse a la ley orgánica y a algunas tentaciones del Congreso Universi-tario en el que se apostó por formas que se presentaban como democrá-ticas y proponían en nombre de la modernidad el sufragio universal para elegir a nuestras autoridades. El sueño de opio de algunas univer-sidades de provincia que naufraga-ron en el clientelismo más envileci-do se preconizaba en las mesas con

una rotundidad que asustaba. Ahora lo vemos con cierta distancia, pero en aquellos años el fantasma de la Universidad de Guadalajara (udg) recorría el campus. La unam logró preservarse, entre otras razones, por la tenacidad con que el rector defendió su tesis de academizarla. La explicación dada a Juliana Gon-zález sobre lo que esto significa es uno de los puntos más importantes de la concepción universitaria del autor.

Academizar implicaba redimen-sionar e incluso adecentar la admi-nistración para que no fuese un fin en sí misma, sino un instrumento al servicio de la academia. Era tam-bién despojar a las dependencias de ese ánimo de control político de los estudiantes, incluida la utilización de intervenciones telefónicas. Pero, por encima de todo, academizar sig-nificó no solo salvar una forma de gobierno propia de una institución académica sino abrir una trayecto-ria que hoy valoramos con satisfac-ción, no por lo que hemos hecho, que en este caso es lo de menos, sino por la forma en que encauzó nuestras carreras. Primero por abrir a los jóvenes una carrera que parecía re-servada a los de la sexta década, que con antigüedad y otros complemen-tos podían continuar sus vidas. Para quienes empezamos nuestra carrera en aquellos años los mecanismos de iniciación en la investigación, los programas de estímulos, la reforma del posgrado y el reconocimiento a los jóvenes universitarios marcó un antes y un después.

La puerta de entrada al Sistema Nacional de Investigadores (sni) también se abrió para nosotros, y el Programa de Estímulos a la Produc-tividad y al Rendimiento del Perso-nal Académico (prepac) desató una dinámica novedosa y benéfica para todas las comunidades. Prescindo de las críticas de entonces de que el prepac era un programa neoliberal, darwinista o de “tortibonos”. Los estímulos consiguieron impulsar tres tendencias que cambiaron al personal académico. La primera fue recordar que el mérito, la dedica-ción y la productividad contaban. Fue doloroso experimentar que cuando en los primeros consejos nos tocaba asignar los niveles por salarios mínimos, era duro recordar a titulares C que su última investi-gación databa de dos décadas. Era embarazoso y duro pero sirvió. La segunda fue ayudar de manera decisiva a que una buena parte del personal tomara en serio la obten-ción del grado de doctor para hacer y dirigir investigación con autori-dad. Venían las soflamas típicas de quienes postergaron sus tesis por años pero al final la senda marcada era la correcta. Nos ayudó también a desarrollar la vida colegiada y a va-lorar el escrutinio de los pares, que al igual arbitramos y dictaminamos libros y artículos, y ahora nos toca-ba evaluar el trabajo de los colegas. No es fácil, créanme, ser miembro de la comisión Programa de Primas al Desempeño del Personal Acadé-mico de Tiempo Completo (pride) de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (preferiría no hacerlo). Una intensa vida colegiada que mitigaba decisiones verticales y nos hacía más responsables ante nosotros mismos. Era como si rindiéramos cuentas ante nuestra comunidad. Fue refrescante. Y finalmente la es-tructura de los estímulos favoreció que todos participáramos de las dos carreras (investigación y docencia) y además tuviéramos que hacer vida

la importancia que tiene la relación entre la docencia y la investigación a nivel universitario. Pues otra es la significación de instituciones dedi-cadas exclusivamente a la investiga-ción o a la docencia.

Mi apreciación personal y mi experiencia como directora de una Facultad con alrededor de 15 carreras es que, a pesar de todos los esfuerzos, los programas de estímu-los inclinaron la balanza de la vida académica hacia la investigación en detrimento de una verdadera renovación creativa del mundo de la docencia en su especificidad y su complejidad. La docencia se renovó sólo en tanto que el profesor tenía más contenidos originales que transmitir, pero no por su capacidad de “salir de sí” y entrar al desarrollo verdadero del crecimiento cognos-citivo del alumnado. Esto, salvo honrosísimas excepciones.

En este sentido, me parece toda-vía más decisivo el pasaje de las pá-ginas finales donde Sarukhán dice:

Siempre me pareció una aberración que se disociara la figura de inves-tigador de la de docente. Para mí, lo repito de nueva cuenta, no existe una sin la otra. La mayoría de las acciones y programas llevados a cabo en mi rectorado tenía ese sello particular: acercar la docencia a la investigación y viceversa, y crear las figuras de profesor-investigador y de alumno-aprendiz de inves-tigación. Insisto, el proceso de enseñanza-aprendizaje es un acto de intercambio intelectual íntimo entre profesores y alumnos, que ni las computadoras ni el mercado pueden sustituir (p. 254).

Para terminar, quiero hacer expre-sas unas breves consideraciones cualitativas sobre los que son, a mi juicio, valores intrínsecos, formales y de estilo de estas significativas y excepcionales memorias:

Respecto al estilo, considero que el autor tiene notables virtudes de narrador, una significativa capaci-dad de transmitir, junto con el inte-rés por el asunto, una carga emocio-nal y valorativa que se manifiesta en la diversidad de tonos, riqueza caracterológica, suavidad, seriedad, rigor y soltura.

Es notable su armonía entre in-teligencia y emoción, por un lado, y por el otro, entre la seriedad (el jui-cio grave y profundo) junto con una capacidad, hasta lúdica, de juzgar algunos acontecimientos; contras-tes que están presentes en toda la obra.�•

Una página brillante en la historia de la unam

Las reformas impulsadas por José Sarukhán pusieron en primer lugar el mérito académico, energizaron la vida colegiaday pusieron la administración al servicio de la academia.

leonardo curzio

La obra que hoy presentamos tiene para mí un doble valor. Por un lado es un testimonio importante de la historia con-

colegiada, la temible participación institucional porque quita mucho tiempo y le gana a uno más repro-ches que amistades.

En el área de humanidades recibimos el proceso de academi-zación con beneplácito, aunque por celos disciplinarios sentíamos que nuestro rector entendía mejor las ciencias de la vida o de la materia; los celos son muy malos, pero al leer sus memorias no puedo borrar del todo aquel sentimiento de que los cambios se pensaban desde una pla-ya lejana a las ciencias sociales. Las rivalidades y los celos disciplinarios son cosas humanas que también se sienten en las instituciones com-plejas. Sin embargo, el portentoso aliento a desarrollar una óptica in-terdisciplinar nos ayudó a entender que, más que rivalidades, lo crucial era ubicar y cruzar la frontera del conocimiento.

También descubrí que los medios de comunicación no son el ecosis-tema favorito de José Sarukhán, y no lo culpo. Desde el primer boletín sobre su rectorado le cambiamos el nombre. Y en Cancún, con motivo de la Conferencia de las Partes (cop), una periodista insistía en llamar-lo don Mario (confundiéndolo con Mario Molina) y a Molina don José (menos mal que nos los confun-dió con Julia Carabias) cuyo libro reciente, El cambio climático, dicho sea de paso, demuestra la resuelta pasión de Sarukhán y coautores por la alta divulgación.

Regreso al sexto piso. Sarukhán se pregunta en la página 200 por qué la figura del rector es recono-cida y respetada por las instancias políticas; su juicio y su pensamiento son tomados en cuenta y escucha-dos con atención, y responde: no podría ser de otra manera, ya que el rector representa a una institución que alberga la conciencia crítica y fundamentada del acontecer nacio-nal e internacional. Es verdad, el rector es en esencia la cabeza de una estructura colosal, pero también es cierto que la persona cuenta y en el caso de Sarukhán no hay más reme-dio que reconocer que tener a un sa-bio como rector le cambió la vida a la institución. No hablaré de su libro Las musas de Darwin (fce, 2013, 6ª ed), que a muchos de nosotros marcó por su capacidad para soldar epistemológicamente las ciencias de la vida, la demografía y las ciencias humanas. Tampoco hablaré de su talento para coordinar el compendio del capital natural de este país, las deudas son enormes.

Hoy quisiera recordar que el poeta decía que no sabiendo los oficios, los haremos con respeto, y Sarukhán consiguió entender, como probablemente ningún político lo hubiese hecho, que la universidad estaba en una disyuntiva y que él optó por seguir la ruta de la acade-mización que tantos años de brillo y esplendor le han dado a esta casa. Y en política las cosas se juzgan por sus resultados: Sarukhán eligió la senda correcta y su rectorado quedará como una de las páginas más brillantes de la historia de esta ilustre casa.�•

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muralismo y democracia

andrea garcía flores

cuestionable respeto en el ámbito de la comunicación internacional.

Nos interesa plantear en este ensayo los términos de un consenso autocrítico desde que llegamos a la comunicación para luego proponer algunas ideas que den cuerpo a una agenda futura que reformule, en los nuevos contextos del siglo xxi, los retos vigentes. Las preguntas sobre lo que está por venir son obviamen-te mucho más difíciles de responder si no guardan relación con lo que quedó en el camino de las viejas preguntas de la agenda que, tal vez, no fuimos capaces de responder cabalmente. El pasado y el futu-ro requieren hoy de honestidad y solvencia, creatividad y cuidadosa planificación de los recursos con-ceptuales que nos permitan recono-cer de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Tenemos que reconocer, para empezar, que el campo de la comu-nicación muestra mucha reflexión y esperanza, pero también alguna desazón. En los últimos años hemos visto a muchos académicos y políti-cos —interesados en la comunica-ción— arrojar por la borda buena parte de su trabajo por la incapaci-dad de vincular esa reflexión con-ceptual con el papel que ha venido cumpliendo la comunicación en el devenir de nuestras sociedades.

Entre los más valiosos aportes a la teoría de la comunicación se en-cuentran los testimonios de quienes intentan esclarecer el campo de la comunicación humana a partir de su propia experiencia, especialmente desde la evaluación de sus propios fracasos.2 A lo largo del trayecto en pos de entender la comunicación, han evaluado en soledad el sentido y lugar no solamente de enormes cambios producidos por el desenfre-nado avance de la tecnología, sino especialmente por los pensamientos —o sentimientos— que los habían marcado, y cómo estos pasaban al universo extraño pero fundamen-tal de la memoria. Estas revisio-nes personales son una suerte de microcosmos, una muestra indivi-dual de la permanente relectura o reelaboración de las agendas, guías y mapas diurnos y nocturnos que los investigadores de la comunicación en América Latina trazaron con el afán de comprender más la situación de cada país y de orientar mejor su trabajo colectivo.

En este campo se hace evidente que, mientras más sabemos de la comunicación, entenderla a caba-lidad es una tarea probablemente imposible. Desde siempre, la comu-nicación parece haberse apropiado del postulado “nada de lo humano me es ajeno”, que pertenece no solo a la comedia y a la filosofía de Te-rencio, y a la pasión y el compromiso de Unamuno, sino también a cada pensador y poeta que tiene presente el caudal subjetivo de todo proceso de comunicación.

Los temas más diver-sos se vinculan siempre con fundamento y pasión al estudio de la comuni-cación. Nuestras propias instituciones nacionales

2� En el Perú, la marca fun-damental de estos estudios la produjo el fracaso de los intentos de reforma de los sistemas de comunicación durante el gobierno militar entre 1968 y 1980, mismos que fueron fuertemente infl uidos por las corrientes internacionales del nuevo orden informacional y comunicacional promovido por el denominado movimiento de los países no-alineados.

y regionales han multiplicado sus grupos de investigación de manera consistente con los requerimientos de sus miembros, y obligan a una permanente revisión de su agenda.

La comunicación está en todos lados y, tal vez por eso, es despre-ciada muchas veces como disciplina propiamente dicha, tanto por ilus-tres académicos del establishment como por muy activos y beligerantes comunicadores autodidactas que recomiendan todavía a los jóvenes estudiantes comprometerse con otras disciplinas aceptadas como “serias” y no perder el tiempo en una escuela de comunicación, por-que la comunicación, según ellos, se aprende solamente en el oficio específico que se quiera o se pue-da asumir. Atender esta crítica no significa darle aprobación, sino la urgencia de rebatirla con fundamen-tos y propuestas concretas.

Entender cómo se llega y cómo se sale de la metacomunicación, de este pensar, investigar y compartir la preocupación común sobre el tema de la comunicación humana, es una suerte de eje articulador fundamen-tal entre el pasado y el futuro.

Espacios comunes de cada agendaEn estas evaluaciones-prospectivas, para llamarlas de alguna manera, hay líneas de pensamiento que va-rían en sus contextos de acuerdo al tiempo y al lugar. Pero hay también algunas dimensiones comunes, los temas de fondo, que es imperativo hacer evidentes y compartir entre nosotros. Me refiero a las dimensio-nes que funcionan como referentes principales al tratar la comuni-cación: la política, la religión, el desarrollo, el Estado, el mercado, el talento, la creatividad huma-na, el entretenimiento, el ocio, la academia propiamente dicha y, por supuesto, la tecnología. Aunque no necesariamente en ese orden, estos son los temas que, de una u otra manera, se plantean en nuestro que-hacer y, por ello, regresan a nues-tra agenda cotidiana bajo diversas manifestaciones.

La reflexión sobre cómo se llega al estudio de la comunicación —y también cómo se sale de este, por lo menos formalmente— es un tema apasionante y recurrente en conversaciones entre colegas lati-noamericanos desde la década de 1980. Recuerdo especialmente a uno: Héctor Schmucler, el notable cofundador y director, junto con Armand Mattelart, de Comunicación y Cultura, una de las revistas más leídas y discutidas en nuestra región. Dicha revista, en palabras del propio Schmucler, “nunca disimuló que la lucha de ideas era la razón de su exis-tencia” (Schmucler, 1997, p. 12). Con estas palabras hacía evidente que los principales esfuerzos por pensar

la comunicación se nutren mucho de la política (en su sentido más alto). Estoy convencido que este es un fenómeno global pero que, en el caso de América Lati-na, es una marca indeleble que requiere especial consi-deración y análisis. De esta forma, si queremos saber dónde se origina la pasión por entender y pensar la comunicación, debemos empezar por reconocer el peso y la pasión que tiene la confrontación de ideas en nuestra historia.

Las primeras páginas que se escribieron desde

adelanto

Comunicación y cambio

Comunicación y cambio

carla colona guadalupe

y jorge vergara gerstein

fce, méxico, 2018

¿De dónde vienen y hacia dónde van los estudios de comunicación latinoamericanos? En los lindes con la fi losofía, la religión y otras formas de la comunicación humana, el presente estudio intenta responder o al menos plantear adecuadamente estas cuestiones.

luis peirano falconíluis peirano falconí

modestia, el pensamiento crítico latinoamericano, y de prefigurar todo lo posible los nuevos desafíos del discurrir histórico.

El trabajo de quienes se dedi-caron a pensar la comunicación en Latinoamérica tuvo siempre la vocación para entender y procesar los aportes de las diversas aproxi-maciones teóricas que intentaban explicar el arrollador avance de las comunicaciones en el mundo. De alguna manera, estos incluyeron de modo medular los debates sobre el pensamiento sociológico de mayor raigambre latinoamericana, tales como la teoría de la dependencia y del imperialismo cultural, para insistir casi siempre en una comu-nicación alternativa, independiente y responsable. Estos esfuerzos nos han llevado a una posición de in-

Introducción1

El campo de la metacomunicación, que es en realidad el que nos pre-ocupa cuando revisamos nuestro trabajo en esta aparente nueva zona de estudios académicos —esencial-mente interdisciplinaria—, colin-da con el de la filosofía y supone básicamente preguntarse por el más profundo sentido de nuestro queha-cer como comunicadores. Se trata de pensar sobre lo que hemos hecho a lo largo de las últimas décadas en el campo de la comunicación a través de lo que se llamó, sin mayor

1�Buena parte de las ideas de este texto fueron compartidas en varias reuniones académicas y, más recientemente, en la última asamblea y seminario de la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (alaic), realizados en Lima en agosto de 2014.

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14 la gaceta abril de 2018

muralismo y democracia

conservan un sustrato religioso en su comunicación política han tenido éxito en nuestros países. Estudiar con detenimiento el problema puede ayudarnos no solamente a desplegar un profundo examen histórico de la comunicación humana, sino a sentar sólidas bases de una agenda futura para quienes vivimos en una cultura con inocultables marcas religiosas.

La comunicación estuvo siempre vinculada —y lo sigue estando hoy a través de la política— con alguna forma de defensa o de insatisfac-ción frente al orden social de las cosas y no solamente con la vivencia sobre lo que no podemos explicar de manera cabal. Esto se cumple en cualquiera de sus opciones sobre el ordenamiento social y, en el caso de la comunicación en América Lati-na, a través de una opción por el cambio, que en términos generales podemos calificar de contestataria, de cuestionamiento del statu quo, de alguna forma de confrontación con el establishment y donde confluyen acción y pensamiento no necesaria-mente propios.

Con las distancias y diferencias de cada caso, “la política gira hoy en torno de las comunicaciones”, decía José Joaquín Brunner a poco de asumir el cargo de ministro secre-tario general de Gobierno de Chile en 1994. Y añadía que ambas son, en las sociedades contemporáneas democráticas, fuente principal de entendimiento entre gobernantes y gobernados.

El mercado y el pensamiento crítico latinoamericanoTampoco es menos promotor del pensamiento sobre la comunicación el reconocimiento de la lógica del in-terés en las relaciones humanas, la que se expresa especialmente en el mercado. Buena parte de lo que nos enseñaron —y tal vez aún enseña-mos— en nuestras escuelas, es cómo se vende y se compra en nuestras sociedades y cómo la información comercial intenta presentarse como comunicación —que, en definitiva, no es— para consumar sus planes.

Sin embargo, y aunque parezca extraño, los primeros investigado-res de la comunicación en Latino-américa han sido reacios a aceptar la importancia del mercado en la comunicación, como fueron renuen-tes a incorporar entre sus filas a pu-blicistas, encuestadores de mercado y especialistas en marketing, más por una cuestión ideológica que por pensar que lo que ellos hacían no era relevante en el discurrir económico, social y político.3

Partiendo de una suerte de al-ternativa a los condicionantes de la religión y la política, así como a los intereses del mercado y, en algunos casos, tal vez valiéndose de ellos, la comunicación para el desarrollo hace hincapié en la responsabili-dad que tienen las instituciones de la sociedad —especialmente los centros educativos de todo nivel, así como los sindicatos, colegios profesionales y asociaciones civiles en general— de fomentar no solo un mejor manejo de la información de servicio público, sino en favorecer las diferentes instancias de comu-

3�Sucedía —y sucede aún, aunque nos cueste reconocerlo— algo similar con los periodistas, algunos de los cuales simplemente escribían en favor de quienes les pagaran mejor. Para ellos el argot popular inventó el término “plumí-fero”. Pero no sería justo decir que todos los periodistas eran plumíferos o informantes con la lógica del interés. En realidad, buena parte de nuestros más representativos comunicadores latinoamericanos fueron primero periodistas de muy buena ley.

nicación como un factor clave de desarrollo humano y sus propuestas desde la academia.

El papel del estado y la regulación de los mediosEn esta dinámica a favor de una nue-va y auténtica comunicación surge la necesidad de una legislación alter-nativa y de una activa regulación del Estado. Es en la acción estatal donde despunta el reflejo más inmediato, aunque la formulación general viene desde el contexto internacional y de los organismos en los cuales el pro-pio pensamiento latinoamericano empieza a tener presencia. Esta es la historia del movimiento interna-cional por un nuevo orden mundial de la información que tuvo como protagonista principal a la Organi-zación de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (unesco, por sus siglas en inglés) y que produjo el denominado Informe MacBride. No fue accidental que varios latinoamericanos tuviesen activa participación en dicho infor-me, que merecería más atención que la que hoy tiene.

El capítulo de las acciones de los estados latinoamericanos para proponer cambios en el manejo de la comunicación, especialmente a tra-vés de la intervención de los medios, sigue siendo el punto culminante de la relación entre la comunicación y la política; incluso para aquellos que no estuvimos de acuerdo con dichas medidas y que probamos que estas habían sido fruto del error político.

Como reacción a tamaño error, se ha producido, en el Perú por lo menos, una suerte de alergia o de tabú frente a cualquier posibilidad de medidas regulatorias sobre el manejo de los medios; y el rebrote, abierto o velado, de la más fuerte raigambre populista en nuestro manejo político. Hoy existe una abierta confrontación entre quienes sostienen la imperiosa necesidad de una regulación en el campo de la comunicación y quienes están plenamente en contra. El temor a una intervención de los medios por parte de quienes accedan al poder del Estado, incluso si es por la vía de las elecciones democráticas absolu-tamente libres, es definitivo.

Incluso la autorregulación, que surgió como una propuesta alter-nativa por parte de las empresas privadas de medios, y que tiene en el caso peruano una experiencia original, es tolerada con muchas restricciones y es sujeto de críticas que merecerían mejor fundamento. Desde 1998 el Consejo de la Prensa Peruana, que agrupa a los dueños de los principales diarios de circu-lación nacional, viene promoviendo el funcionamiento de un Tribunal de Ética, que se ha convertido en una de las experiencias más importan-tes de autorregulación en la región latinoamericana.

El arte y la culturaFinalmente, en Latinoamérica mu-chos hombres y mujeres de talento llegaron a la comunicación a través del arte y la cultura. Esto tuvo su máximo exponente en lo que se llamó el arte comprometido (con-cepto que, por lo demás, nos vino fundamentalmente de Europa y, más específicamente, de Francia).

La Revolución cubana fue tam-bién un factor muy importante en cuanto impactó en la producción artística con una suerte de compro-miso antiimperialista. Es sorpren-dente revisar la bibliografía de la época en esta perspectiva. Hacerlo

un punto de vista latinoamericano sobre la comunicación fueron, sin duda alguna, de confrontación o de cuestionamiento de las ideas, tanto a nivel académico como político. Antonio Pasquali escribía hace más de cincuenta años, en un tono serio y fundamentado pero también con obvia irreverencia, sobre el positi-vismo que impregnaba de manera autoritaria los proyectos de comuni-cación que nos llegaban del norte. Y, de inmediato, sobre el injusto orden social del cual la comunicación era una suerte de consecuencia lamen-table. No hay duda que en América Latina, quienes se interesaron en pensar la comunicación, lo hicieron procesando e incluso denunciando como insuficientes los derroteros que a nivel mundial heredamos para tal efecto. Y, al mismo tiempo, denunciando un injusto orden social que tenía manifestaciones muy dolo-rosas en el campo de la información, la educación y la comunicación.

De hecho, los principales inves-tigadores en ciencias sociales y los preocupados por la comunicación en América Latina llegan a nuestro campo de estudio a través de un fuerte acento crítico a la corriente de pensamiento social que empezó a difundirse en nuestros países a mediados del siglo xx, cuando surgen las primeras escuelas de comunica-ción con influencia de las universi-dades norteamericanas. El tema ha sido tratado de manera diversa, pero a modo de motivación, provocación o propuesta, quiero señalar una pista que me parece imprescindible.

El talento, la política y la religiónEs una suerte de axioma que el ta-lento para comunicar representa un factor congénito, de primera magni-tud, que lleva a muchos a dedicarse a la comunicación. Se reconoce también, como es obvio, que esta ha-bilidad puede desarrollarse mucho con la infinita variedad de recursos que el ser humano ha creado para tal propósito.

El desarrollo de los talentos para comunicar caracteriza buena parte de nuestra historia y está particu-larmente emparentado con las dife-rentes formas de manejo del poder en la vida social: la adhesión religio-sa y la búsqueda de comunidad que ella requiere no hubiese sido posible sin la comunicación. Lo entendieron bien los religiosos de todas las épo-cas y es claro que, dejando de lado el cuestionamiento de las formas y los métodos, es en las iglesias —entendidas éstas como institu-ciones sociales— donde, de alguna manera, se han nutrido nuestros especialistas en pensar y mejorar la comunicación humana.

Llamará tal vez a sorpresa esta afirmación —que, en todo caso, constituye una hipótesis de traba-jo— a quienes desde una posición laica, agnóstica, atea o totalmente desvinculada de espíritu religioso alguno, se empeñaron en entender la comunicación. Pero ¿es darle dema-siada importancia al pensamiento y a la vivencia religiosa en la comuni-cación? Pienso que no. Especialmen-te porque lo religioso se ha vincula-do generalmente con alguna forma de opción política.

La pasión por la política pone en evidencia y completa el vínculo ge-nético de la comunicación con algu-na dimensión religiosa. En algunos casos, el vínculo más abiertamente político sustituye el origen religio-so, pero me atrevería a afirmar que solamente aquellas propuestas que

es mucho más que un ejercicio de revisión histórica, porque el sentido de la producción artística presiona para obtener respuestas de la aca-demia.

Es justo decir que este proceso fue acompañado por un desarrollo de las ciencias sociales y también por la difusión de nuevas corrientes en la educación, la literatura y el arte. Por ejemplo, la educación no escolarizada que caracterizaba los postulados de Paulo Freire, así como el éxito de las propuestas de la creación colectiva, el arte pobre, el cine imperfecto o el teatro del oprimido, de Augusto Boal, fueron firmes acompañantes en este proceso. En esta misma línea, mu-chos artistas y creadores se sumaron a la preocupación por propiciar una comunicación que sirviera a las gran-des mayorías. “El arte es en primer lugar comunicación”, se repetía como alternativa a la posición extrema que insistía en “el arte por el arte”.

Permanencias, cambios y el gran cambioVenimos, pues, de un pasado car-gado de confrontación de ideas y de pasiones, de esperanzas y frustra-ciones, de aciertos y errores. Frente a este pasado se impone una actitud que reconoce, por un lado, que a pesar de todo lo avanzado conser-vamos dilemas que no han sido resueltos y que, en algunos casos, presentan disyuntivas prácticamen-te inalteradas (aunque, claro está, en situaciones diferentes).

Nuestra pequeña historia nos fuerza a reconocer que hay todavía mucho pasado en nuestro presente; que seguimos, aunque sea de manera parcial, en el siglo xx. Por supuesto, es imposible no reconocer que ya estamos en el xxi y, por tanto, muy dentro del tercer milenio; y que los desafíos del nuevo siglo, especial-mente por el vertiginoso desarrollo tecnológico, son apabullantes. De una actitud que reconozca ambas cosas —que hay mucho pasado en nuestro presente y que el futuro nos apabulla con demandas— se han de derivar los derroteros, todavía un tanto oscuros, de nuestros estudios en el futuro.

Afirmar que el siglo xx de la comunicación sigue presente, quiere decir que debemos revisar lo vivido, lo pensado y hecho, porque, si bien han cambiado los contextos, la comunicación sigue siendo, como en el inicio, profundo motivo y con-secuencia de la confrontación de ideas en la religión y en la política. La lógica del interés comercial, por su parte, la tiñe de manera indele-ble —y no solamente en su aspecto más obviamente comercial— y sigue siendo un lugar donde el talento y la creatividad son fundamentales, aun-que de uso y forma muy diversa.

El Estado ha sido el referente prin-cipal de la comunicación y lo sigue siendo. Si bien no existen hoy —sino de manera aislada— intentos de con-trol estatista, no han desaparecido las tendencias controlistas, de inteli-gencia policial y manipulación social; tal vez porque son, de alguna mane-ra, inherentes a su función regulado-ra, presentes incluso en los Estados más democráticos y liberales. El po-der militar, por su parte, sigue siendo un factor fuertemente condicionante en la esfera de la geopolítica. Los nacionalismos de diverso tipo cobran vigencia insospechada y prevalecen las lógicas de los intereses materia-les más concretos como parte de la acción de los Estados.

Tenemos así, formalmente, Estados laicos, pero con fuertes

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abril de 2018 la gaceta 15

Hoy es un derecho y una alternativa libre del usuario-consumidor aco-gerse a cualquier manera propia de los universos virtuales para desa-rrollar su capacidad lúdica.

En este sentido, el estudio de lo que se conoce actualmente como performance en las ciencias socia-les, es una estupenda manera de establecer la relevancia social del contenido y la forma del juego a lo largo de nuestra historia, en “la conducta estudiada o revisitada”, y que tiene su referente primigenio en el teatro, donde conviven todos los tiempos de la historia.

Una nueva agendaHemos sido sumamente concesivos —y, de alguna manera, irrespon-sables— en aceptar una definición genérica y gaseosa de los medios de comunicación. El cine no fue tal sino hasta que adquirió el estatus de arte. Al principio era un experimen-to técnico del que nadie podría espe-rar su transformación en el séptimo arte. De alguna manera, ha sucedido lo mismo con el invento de cada recurso tecnológico que permitía alguna comunicación, especialmen-te con la radio y la televisión. Desde el punto de vista conceptual, nos he-mos quedado cortos en definir qué es realmente y qué sentido permite cada recurso tecnológico. El factor determinante para esa conceptuali-zación ha sido principalmente —en la mayoría de los casos, exclusiva-mente— económico y comercial.

Existe la urgencia de una nueva agenda concertada para la América Latina del tercer milenio. Al res-pecto, quisiera referirme a un tema planteado por Héctor Schmucler, quien ha salido de la comunicación a través de la filosofía y la teolo-gía. Schmucler me dijo una vez, y lo repite en la introducción de su Memoria de la comunicación (1997), que los términos memoria y comu-nicación son excluyentes y, a la vez, complementarios. Porque la comu-nicación alude casi necesariamente a la simultaneidad y no al tiempo; mientras que la memoria alude a la duración y la persistencia, sin velocidad, cada vez más propia de la comunicación, y que es posible por señales electrónicas.

A pesar de todo, hoy valen para la memoria las unidades de tiempo, ac-ción y lugar, que eran las que regían el acto de representar una historia. Schmucler nos dice que, como en la tragedia: “Hablar de la presencia de lo trágico pretende ser, aún, un gesto de esperanza. La tragedia, al poner de manifiesto el indescifrable enigma del destino humano, permite un aguardar incesante”.�•

http://facultad.pucp.edu.pe/comunicaciones/fi les/2013/09/Convocatoria-Ponencias-xii-Congreso-alaic-2014.pdf

que aceptar que hay quienes en su libre albedrío quieren acceder al derecho y capacidad de ser consumi-dores, pero no están interesados en los mismos derechos y capacidades para ser ciudadanos.

De igual manera, el enorme esfuerzo que algunos definen como capital humano, dedicado a la pro-ducción y al consumo de la industria del entretenimiento, y el elevado ranking que tienen en la estadística económica, no tienen equivalente en el cuidado político que merecería. La actividad humana del juego, que ha sido muy importante en la histo-ria de toda sociedad, ha adquirido una dimensión absolutamente dife-rente gracias a la producción tecno-lógica que crea universos virtuales. Existen patrones emergentes de socialización que no se conocen sino de manera muy somera en nuestro medio o por estudios en países de-sarrollados, y que guardan una re-lación específica con la calidad y el contenido de los juegos en universos virtuales. El concepto play, el juego que se institucionaliza con el teatro, y que se mantiene en pequeña escala pero con gran diversidad y riqueza en nuestros países, tiene poco que ver en su ejecución con el play en el universo de los juegos virtuales.

El juego y el entretenimiento tienen potencialidades extraordi-narias, no solamente por el uso ins-trumental del juego sino por el valor intrínseco de este. Guarda equiva-lencia con el valor del arte, lo cual puede sonar a herejía para quien creyó siempre en el papel humaniza-dor del juego y del arte, de la impor-tancia del entretenimiento, del uso del tiempo libre, de la relación entre ocio creativo y cultura.

Tenemos que reconocer que, durante largo tiempo, nuestra aca-demia rehusó atender los temas del entretenimiento, el ocio creativo y el juego. Si bien esto ha sido superado parcialmente, dista mucho de tener el reconocimiento que se merece. La historia demuestra que la comunica-ción centrada en el juego ha librado al hombre de morir por la peste, las consecuencias de la guerra, el ham-bre y el desaliento.

El problema parece haberse tras-ladado a la tecnología y a los juegos virtuales, incluso a los juegos en red que persiguen poco más que el empoderamiento del individuo como consumidor. La distancia entre la condición de consumidor y la de ciudadano es real. Y hay quienes quieren relacionarse más con consu-midores que con ciudadanos. Les viene mejor a su negocio. Y, lo que es peor, hay quienes no tienen interés en constituirse como ciudadanos si es que tienen la oportunidad de ser buenos consumidores.

Las tecnologías digitales conti-núan su masificación, desplegando su impacto en la vida cotidiana. Es indispensable pensar que

las transformaciones operadas por este tipo de innovaciones contribu-yen a transformar también una gran parte de las actividades que los seres humanos realizan día a día […] al estudiar, trabajar, entretenerse, rela-cionarse, intercambiar información, pasan a ser actividades mediadas tecnológicamente que exigen a los usuarios apropiarse de los nuevos recursos digitales, lo que les conduce a transformar sus prácticas sociales y culturales.4

4� Véase Convocatoria xii Congreso Latinoa-mericano de Investigadores de la Comunicación (alaic). Lima, agosto de 2014. Recuperado de

En este contexto ha vuelto a flo-recer la idea de una cultura única, fruto de la comunicación internacio-nal bajo el signo de los avances en la tecnología digital. Para decirlo con una figura conocida, el futuro ya no le pertenece a la bien intencionada escuela difusionista de innovaciones en técnicas agrícolas y control de la natalidad, sino a los gurús de la tecnología digital. Para resumirlo en una sola frase que puede escandali-zar a alguien: se trata del reemplazo de la imagen de Everett Rogers por la de Nicholas Negroponte.

Comunicación y universidadAntonio Pasquali ha dicho reciente-mente que hay que cerrar las escue-las de comunicación… en todo caso, refundarlas. Solo quien tenga título avanzado en otras disciplinas puede aspirar a estudiar la comunicación, ha señalado en más de una ocasión. No se podría decir lo mismo de las escuelas de ciencias sociales y menos de las ciencias exactas. ¿O sí? La co-municación requiere, al menos desde la universidad, de una nueva episte-mología y de nuevas propuestas.

Esta es una alarma que compro-mete a toda la sociedad, por cierto. Necesitamos una universidad para el tercer milenio. Conservando mucho de lo bueno que propuso la universi-dad del medioevo, de la era moderna y contemporánea; reconociendo y valorando el aporte académico de todos los continentes; recuperan-do, manteniendo y conservando el conocimiento de toda la historia, pero siendo conscientes de que los cambios que vivimos a nivel global requieren de una nueva manera de conocer, de relacionarse y de comu-nicarse. Debemos cerrar y refundar escuelas y las disciplinas que allí se enseñan, aunque nunca de manera impositiva. Este es un proceso lento pero que no debemos dejar de lado.

Lo claro es que, más allá de la academia, la comunicación en todos sus niveles sigue su curso. La marca más fuerte es la de la tecnología, pero es imposible eludir la marca de la política, de la religión, de las culturas diversas dentro de cada unidad geopolítica, de la estética, el arte, la filosofía. Las exigencias más importantes a la comunicación en nuestros países no han venido de la academia, sino de la vida sociopolí-tica misma.

Las nuevas formas de la comunicaciónHoy en día conviven en nuestro medio el interés por el estudio de las formas más antiguas de comu-nicación y, a la vez, por las más desarrolladas, que se sostienen en las nuevas tecnologías. Ejemplo de lo primero es el interés por el estudio de los quipus y tocapus en el incanato, especialmente en el Perú y Bolivia. En contraposición, interesa el mundo de los universos virtuales que altera de manera drástica el orden familiar y doméstico. Y entre una preocupación y otra existe un número enorme de temas y objetos de comunicación que no podemos abandonar.

Una nueva agenda que coloque en una dimensión académica corres-pondiente a los tiempos que se nos vienen para el desarrollo humano, tiene que tener en cuenta su pro-cesamiento en la política, en las propuestas de quienes detentan el poder, muy especialmente desde el Estado. A ello se han acercado quienes han planteado el concepto de ciudadanía distinguiéndolo del concepto de consumidor. Tenemos

condicionantes religiosos, incluso fundamentalistas. Superadas las guerras mundiales y las guerras frías, no podemos escapar siempre a los conflictos bélicos y de todo tipo; y sabemos muy bien que muchos inventos tecnológicos de la comuni-cación surgieron de ellos, como tam-bién muchas propuestas y teorías sobre cómo entender y manejar la comunicación.

El gran cambio está presente de manera principal en el desarrollo tecnológico, cada vez más vertigi-noso y condicionante de la vida co-tidiana. Sin embargo, el ser humano no ha superado en lo medular los males que lo aquejaban en tiempos pasados. Los saldos de hambre, sufrimiento y muertes injustas son alarmantes. Esto hace muy difícil avizorar perspectivas desde el pun-to de vista académico y político en el siglo xxi. Pero al señalar que hay mucho pasado en nuestro presente no nos referimos solamente a la pobreza, a la falta de educación (de civilización, dirán algunos), sino también a la resistencia de muchas comunidades a integrarse a formas de vida diferentes a las que hereda-ron de sus padres y abuelos.

Somos países en los que privi-legiar el tratamiento de la inter-culturalidad que nos marca es una obligación. Y, de alguna manera, ella aparece también como una forma de resistencia al cambio, lo cual nos enfrenta con uno de los fenómenos más claros e importantes de la co-municación, cuyo signo en todos los tiempos (y mucho más en los actua-les) es precisamente el cambio.

La historia se hace presente entre nosotros a través de la diversidad cultural y la vigencia de diferentes formas y niveles de comunica-ción. En pocos campos como el de la comunicación humana puede confirmarse la confluencia de los diferentes tiempos de la historia de los que hablaba Braudel. El pasado se hace presente en la vida cotidiana de nuestros países. Y se hace paten-te, aunque de otra manera, cuando llegamos a la universidad y nos enfrentamos a estudiar la teoría y la epistemología de la comunicación y nos vemos obligados a recordar las diferentes maneras de hacer y pensar la comunicación que nos antecedieron.

Tenemos así que el positivis-mo, con el cual los pensadores de nuestros países mantuvieron una distancia crítica desde sus orígenes en América Latina, de alguna mane-ra sigue vigente. Podría decirse que nunca nos libramos completamente de él, pues permanece como para-digma del conocimiento que marca efectivamente una forma de hacer ciencia de la cual la universidad no puede prescindir. De tal manera resulta impostergable conocerla y darle su lugar.

Las escuelas de comunicación y los centros o institutos que estudian y producen comunicación se han multiplicado de manera abrumado-ra en los últimos veinte años. Hay cientos de miles de estudiantes de comunicación en nuestros países, lo cual los convierte, en palabras de Aníbal Ford, casi en un movi-miento social. Pero este potencial aparece desdibujado e inoperante, incluso en situaciones más críticas que en tiempos pasados. Es obvio que no hay, a nivel de esta academia, alguna suerte de agenda común con criterios metodológicos de alguna manera convergentes. Por el contra-rio, hay repetición monocorde con escasas alternativas aisladas.

comunicación y cambio

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16 la gaceta abril de 2018

muralismo y democracia

andrea garcía flores

Menos que nadaMis pastillas para el miedo son amarillas, que es un color que no me queda mal.

El rojo es sangre (y Santa Claus), el negro es muerte, el azul es el mar que ahoga…

El amarillo es queso y plátanos.Y pastillas.No sé por qué las llamo pastillas

para el miedo. En realidad, son pas-tillas contra el miedo.

Le tengo un miedo crónico a casi todo.

A veces creo recordar haber sentido miedo cuando estaba en el vientre de mi madre. No es mucho más que una sensación lejana, y no tengo idea de qué podía haberme dado miedo ahí dentro, ni cómo, en aquel estado sin terminar, pude haberlo percibido.

A menos que…A menos.Quizá sea más exacto decir que

a veces creo recordar haber senti-do miedo cuando estábamos en el vientre de nuestra madre. Éramos dos ahí dentro: yo y mi hermana, Ellamay. Éramos gemelos y en mi

corazón sé que mis temores embrio-narios, si eso es lo que eran, perte-necían tanto a Ellamay como a mí mismo.

Ambos teníamos miedo.Juntos.Éramos uno mismo.Y todavía lo somos.

Y quizá ya sabíamos lo que se avecinaba. Quizá teníamos miedo porque sabíamos que uno de nosotros estaba murien-do…

No, no creo que haya sido eso.

Me parece que nadie sabe lo que es la muerte hasta que alguien nos lo explica. Y lo más raro es que, aunque en la vida de todos nosotros hay un momento crucial en el que por primera vez nos damos cuenta de que todo lo vivo debe morir y que en algún momento del futuro nuestra propia vida llegará a su final, sin duda yo no recuerdo cuándo lo supe

y me sorprendería mucho saber que existe alguien que lo recuerde claramente.

Lo cual es bastante extraño, ¿no?Lo que sí recuerdo es el efecto

que aquel momento tuvo en mí.No sé cuántos años tendría por

entonces, ¿cuatro?, ¿cinco?, ¿seis?, pero recuerdo claramente estar acostado en mi cama con la cabeza debajo de las cobijas tratando de

imaginar la muerte. La ausencia total de todo. Sin vida, sin oscuridad ni luz, sin nada qué ver, nada qué sentir, nada por saber, sin tiempo, sin lugar ni hora, sin nada, para siempre…

Era aterrador.Y lo sigue siendo.… horas ahí acosta-

do viendo la oscuridad, buscando un vacío inima-ginable, pero lo único que veo es una vasta franja de oscuridad absoluta que se extiende hasta el espacio miles de millones de kiló-metros, y aun así sé que no es suficiente. Sé que

cuando muera no habrá negrura ni miles de millones de kilómetros, ni siquiera estaré en la nada, todo será menos que nada…

Y ese pensamiento me llena los ojos de lágrimas.

Pero a veces…A veces.A veces siento que ese recuerdo

no me pertenece, que es algo que le ocurrió a alguien más. O quizá lo leí en algún libro, en algún cuento sobre un chico con problemas que se acues-ta en su cama por las noches para imaginar la muerte, y yo me identifi-qué con esa historia de tal forma que gradualmente me convencí de que aquel chico con problemas era yo y que lo que imaginaba era algo mío.

Aunque, la verdad, supongo que no importa gran cosa.

Un recuerdo es un recuerdo, sin importar de dónde venga.

Ahora estoy agazapado sobre el suelo del pasillo, estoy sentado con los ojos cerrados y la espalda contra la pared. Intento hacer que mi respi-ración sea pausada, intento calmar mi corazón que late con fuerza, intento vaciar la mente.

Miedo

kevin brooks

fce, méxico, 2018

adelanto

MiedoEl protagonista de las historias de Kevin Brooks es el miedo, estado emocional que nos acompaña toda la vida, especialmente en la infancia y la adolescencia. Acaso por eso sus historias son tan leídas entre los jóvenes. Presentamos un fragmento de Miedo, próxima publicación de esta casa editorial.

kevin brooks

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abril de 2018 la gaceta 17

Yo sigo arriba mirando hacia abajo… observando esa cosa que ya no es exactamente yo… mirando mientras deja caer la piedra ensan-grentada y recoge el rifle del monta-ñés sin mirar siquiera al monstruo que está tirado en la nieve junto a él, sin importarle si está vivo o muerto. El otro yo sencillamente se pone de pie con el rifle en la cintura y voltea hacia el compinche/hermano. La linterna del rifle sigue encendida y cuando el otro yo apunta hacia el compinche/hermano, la blanca luz ilumina su cara cubierta de miedo. Sin quitar la mirada del otro yo, tras un instante da un paso atrás, tro-pieza con algo y levanta las manos. Está congelado de miedo y no se da cuenta de que aún tiene el cier-vo muerto en la mano y el animal cuelga y se balancea sin vida entre el viento blanco y negro.

—Bájalo —le dice el otro yo al compinche/hermano.

—¿Qué?—El ciervo… déjalo en el suelo y

hazlo con cuidado. Si lo dejas caer, disparo.

El compinche/hermano no entien-de: “Está muerto… no es nada… ¿qué más da si lo dejo caer?” Pero cuando un chico enloquecido con un rifle te dice que hagas algo, no se hacen preguntas, ¿verdad? Simplemente se siguen sus órdenes. De modo que el compinche/hermano se agacha lentamente asiendo al ciervo por los cuernos, y lo coloca con cuidado sobre el suelo.

—Ahora date la vuelta —dice el otro yo una vez que el compinche/hermano se incorpora de nuevo.

—¿Qué? ¿Por qué…? ¿Qué vas a hacer…?

—Hazlo.

El otro yo eleva el rifle y lo coloca sobre el hombro apuntando direc-tamente a la cabeza del compinche/hermano. El compinche/hermano puede ver la sangre fría de la verdad en los ojos del otro yo: le dispara-rá si no se da la vuelta, y sabe que no tiene alternativa. Ahora tiene la boca seca, tiene la garganta tan cerrada que casi no puede respirar y, mientras se da la vuelta torpe-mente, casi puede sentir el impacto seco de una bala que lo golpea en la espalda… lo siente físicamente… está ahí, ahí mismo, entre el hombro y el omóplato… y se imagina caer al suelo cuando sus piernas ceden… el cuerpo se desploma… cae muerto sobre la nieve… como un ciervo al que le han disparado.

El otro yo espera hasta que el compinche/hermano termina de dar la vuelta y hace una pausa observando fijamente las botas del monstruo-montañés. Son grandes, por lo menos talla nueve o diez, y normalmente le quedarían demasia-do grandes, pero su pie derecho está tan inflamado que incluso la talla diez le quedará pequeña.

El otro yo echa un último vistazo al compinche/hermano. Lo mira de pie con las manos temblorosas en el aire y los hombros encogidos y rígidos por la tensión, listo para recibir el terrible impacto de la bala, y el otro yo sabe que no tiene que preocuparse más por ese hombre. No intentará seguirnos…

¿A nosotros?¿A eso?¿A él?¿A mí?Ya no lo sé.No sé qué es lo que me pasa.�•

Mi habitación a prueba de mie-do es cien por ciento a prueba de sonido.

No sé exactamente cómo fun-ciona, pero básicamente se trata de que las paredes y el techo están compuestos por varias capas de distintos materiales que absorben o reflejan el sonido, y la única ventana tiene un vidrio cuádruple. La venta-na da al campo en la parte trasera de la casa, pero casi nunca lo veo porque hay una cortina que ofrece oscuridad total y no me permite ver afuera. Puedo abrir la cortina si quiero, y ocasionalmente me armo de valor y me asomo un momento, pero la mayor parte del tiempo la cortina está cerrada protegiéndome del mundo exterior.

Toda la habitación está pintada de blanco. Elegí el blanco porque para mí es el color que más se parece a nada. Es el color que menos miedo me da, el color que no llena mi ca-beza o mi corazón con nada. Puedo acostarme en la cama y observar el techo, en ocasiones durante horas, y no tengo que preocuparme por que el cielo de blancura vaya a invadir mis pensamientos o sentimientos. Me deja estar en paz…

Nos deja estar en paz.A mí y a Ellamay.La soledad nos favorece.Mi habitación contiene todo lo

que necesito. Tengo mi propio baño, regadera, lavabo, escusado… pero no tengo tina. Las tinas me dan miedo. Uno puede ahogarse en una tina. Tengo una tetera y tazas y cosas así, de modo que puedo prepararme una bebida caliente cuando quiero (sólo té o chocolate caliente: el café me pone nervioso y me hace temblar como una hoja). Tengo un pequeño refrigerador (bebidas frías, leche, yogurt, mantequilla), una cocineta con platos y cubiertos y una panera, así que puedo prepararme un sánd-wich o algo así cuando me dé la gana. Tengo una cama, por supuesto, y mis propios muebles: sofá, sillón, escrito-rio. Tengo una laptop, una pantalla plana de 24 pulgadas, una línea de teléfono y un celular. La línea fija está modificada de manera que sólo entren llamadas de mi madre (y en lugar de sonar, se enciende una luz verde que parpadea cuando llama), y el celular es sólo para emergencias.

Aquí tengo toda la ropa que necesi-to, que no es mucha, y también tengo todas las cosas de la escuela: plumas, libretas, libros de texto (mi madre hizo su mejor esfuerzo por inscribir-me en la escuela local, pero tras dos intentos desastrosos, mismos que me traumatizaron durante semanas aceptó que la educación formal no era una opción viable para mí y desde entonces ella misma me da clases en la casa).

Lo más importante de todo es que aquí tengo también todos los libros que no son de la escuela, los libros que me gusta leer. Dos de las paredes de la habitación están completamente cubiertas con repi-sas y las repisas están retacadas con miles de libros. No sé exactamente cuántos libros tengo, pero la última vez que los conté, hace poco más de un año, eran un total de 1 762.

Y eso es todo.Ése es mi mundo.Mi santuario.Todos mis días y todas mis no-

ches.

Una cosa de helado silencioEl otro yo es ahora algo distinto.

Algo más.Una cosa de helado silencio, de

corazón muerto… no soy yo.

Todos los demás son mincos.

Todos mis días y todas mis nochesSon las tres con veintiún minutos y estoy de vuelta en el pasillo hacien-do unos ajustes finales a mis botas de lluvia. En realidad, son las botas del Doc. Una vez las dejó en mi casa, no sé por qué, y están aquí desde entonces. Me quedan demasiado grandes y por eso relleno las puntas con bolas de periódico. Yo tenía mi propio par de botas de lluvia, pero hace mucho que no me las pongo, hace muchos años que no las nece-sito, y no tengo idea de dónde están. De hecho, es posible que mi mamá se haya deshecho de ellas hace mucho. Incluso si no lo hizo y yo supiera dónde están, ya me quedarían al menos dos tallas más chicas.

No me siento cómodo con las botas de lluvia del Doc, pero son las únicas que pude encontrar, así que no tengo otra opción.

Los guantes y el abrigo que llevo puestos tampoco son míos, son de mi madre. Como en el caso de las botas, yo tenía mi propio abrigo y todo, pero cuando uno sale tan poco de la casa como yo, y yo casi no salgo de mi habitación, ya no diga-mos de la casa, no tiene mucho caso tener ropa abrigadora. Además, si la necesito puedo usar la de mi mamá. Sólo es un poco más grande que yo, así que no me queda mal.

Aunque, dicho eso…¿Qué estamos haciendo?, pregun-

ta Ellamay.—Estos guantes están un poco

grandes. Voy a intentar rellenarlos con un poco de periódico. No me tardo.

Ya basta, Elliot.—¿Qué?Tenemos que irnos. Sólo lo estás

posponiendo.—No es así…Sí, es así. Y lo sabes.Por supuesto, tiene razón. Inten-

to convencerme de que estoy listo para hacer esto, de que lo tengo bajo control… pero lo cierto es que ahora mismo estoy tan asustado como hace veintiún minutos. Lo único que quiero es volver al santuario que es mi habitación y quedarme ahí para siempre. Es el único lugar donde me siento seguro, el único sitio donde quiero estar.

Mi habitación.Mi todo.Mi mundo.El campo puede ser un lugar temi-

ble cuando cae la oscuridad. Antes de contar con mi propia habitación especialmente modificada para ser a prueba de miedos, con frecuencia me quedaba despierto esperando que comenzaran los sonidos del horror. El lacerante ulular de un búho, el grito de algún zorro (como el de alguien que padece un dolor terrible), los lastimosos chillidos de los conejos agonizantes… y los ruidos de los mincos, disparos de los cazadores nocturnos, el devastador rugido de algún auto o motocicleta a toda velocidad, mincos borrachos que pasaban frente a la casa gritan-do y riendo. Y encima de todo, el constante sonido de las maniobras militares en los páramos, el distante ra-ta-ta-ta de las armas, el retum-bar de los tanques, los gritos de guerra de los soldados, el zumbido de las bengalas lanzadas al cielo…

Incluso cuando la noche está en silencio, es un silencio de oscuridad y pavor, un silencio que siempre está esperando el siguiente grito infame.

Pero yo ya no oigo nada por las noches.

Tras un momento Ellamay llega a mí y su voz silenciosa me reconforta como siempre.

Está bien, Elliot. Todo va a estar bien.

—Tengo miedo.Lo sé. Pero no estarás solo. Yo

estaré contigo todo el tiempo.—No creo poder hacerlo.Sí, sí puedes.—Es demasiado.Tienes que hacerlo, Elliot.—Lo sé.Tienes que hacerlo por mamá.—Lo sé.Por nosotros.Al nacer prematuros a las vein-

tiséis semanas de gestación, yo pesaba poco menos de medio kilo y Ellamay era más pequeña todavía. Fue un nacimiento traumático y, al principio, los médicos no estaban se-guros de que podríamos sobrevivir. Mamá perdió mucha sangre y estaba realmente muy mal, y mientras a ella le hacían una operación de emergencia, a Ellamay y a mí nos llevaron a la unidad neonatal de cuidados intensivos en la que nos metieron a una incubadora y nos conectaron a todo tipo de máquinas para mantenernos con vida.

A Ellamay no le sirvió de nada.Sólo vivió una hora.Yo casi muero con ella.Nuestros corazones dejaron de

latir literalmente al mismo tiempo. Y aunque de alguna forma los médi-cos consiguieron salvarme a mí, no pudieron hacer nada por revivir a Ellamay.

Parte de mí murió con ella y parte de ella sobrevivió en mí.

Estamos muertos y vivos juntos.La primera vez que sentí miedo

en el mundo exterior, en contraste con el mundo interior que era el vientre de mi madre, fue la primera vez que desperté en la incubadora tras la muerte de Ellamay. Ese mo-mento es tan parte de mí como todas las otras cosas que me convierten en quien soy: mi corazón, mi cerebro, mi carne, mi sangre.

Yo estaba acostado, bocarriba, con los ojos abiertos, mirando a través del domo de plástico de la incubadora el cielo blanco que era el techo. A mi alrededor había soni-dos apagados: pitidos suaves, voces silenciosas, un ligero zumbido, y aunque no sabía qué eran aquellos sonidos, no me daban miedo. Eran los sonidos de mi mundo, tan nor-males como el sonido de mi propia respiración entrecortada.

Todo cambió repentinamente.El cielo blanco se oscureció y

de la nada aparecieron tres cosas desconocidas que me miraban desde arriba. No sabía lo que eran; se movían, eran amenazadoras, eran cosas que emitían sonidos incohe-rentes: ué eo… oe eé… too eo ble… e ie ué too…

Eran monstruos.Uno de ellos se movió y se acercó a

mí por encima del domo de la incuba-dora, se hacía más y más grande cada vez… y fue entonces que el miedo hizo erupción en mi interior. Era in-controlable, sobrecogedor, absoluto.

Terror puro.Eso era.Las tres cosas desconocidas de

aquel día eran mi mamá, su her-mana mayor: Shirley, y el doctor Gibson, y lo gracioso (o peculiar) es que, si bien ellos fueron los prime-ros en asustarme de muerte, desde entonces se han convertido en las tres únicas personas a las que no les tengo miedo.

Para mí son las únicas personas reales en el mundo entero.

miedo

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18 la gaceta abril de 2018andrea garcía flores

además

Desde que Prometeo robó el fuego a los dioses para en-tregárselo a los hombres, hahabido muchas versiones so-bre las dichas y desgracias que aguardan a la humanidad por el uso de ese fuego. Se han

formulado diversas teorías sobre cómo redimir a la humanidad de esta carga y salvar a Prometeo de su condena.

Las tecnologías y las técnicas para su desarrollo y aplicación siempre han tenido esta ambivalencia de salvación y condena, de ventura y adversidad, de progreso y catástrofe, de oportunidad y riesgo. La precipitación de las revoluciones tecnológicas recientes ha provocado una gran alerta en los sec-tores modernos y muchas interpretaciones sobre su impacto futuro. La interpretación general es que el cambio tecnológico está íntimamente liga-do al progreso de la humanidad. Lo que sigue son algunas posiciones que enmarcan conceptualmen-

te la forma en que diversos estudiosos exploran el cambio tecnológico y sus efectos.

Muchos han concebido el progreso o adelanto como un fenómeno racional y evolutivo que reside en la naturaleza de la humanidad y en la mecánica de la historia. Karl Marx y muchos otros raciona-listas así lo percibieron. El capitalismo del siglo xx arrebató a Marx la idea de que las “leyes científi-cas de la historia” definen su programa de desen-volvimiento.

Desde tiempos del presidente Truman en los Es-tados Unidos,1 esas leyes históricas que postula-ban la inevitabilidad del comunismo y la dictadura del proletariado se transfirieron a los técnicos y

1�“Debemos emprender un nuevo y audaz programa para que los benefi cios de nuestros avances científi cos y progreso indus-trial estén disponibles para la mejora y el crecimiento de las áreas subdesarrolladas […] lo que consideramos es un programa de desarrollo basado en los conceptos de acuerdos democráticos jus-tos” (Harry S. Truman, Discurso Inaugural, 20 enero 1949).

al capital. Se abrió la época del desarrollo. En ella, los países atrasados pudieron seguir un camino racional y predecible, una matriz de cambio cog-noscible que los llevó de un estado de atraso a otro de adelanto y bienestar. El progreso ha sido la con-cepción moderna del destino. Justifica la desigual-dad y el sacrificio como condición para avanzar. El hombre moderno está definido por el trabajo para el progreso, por su voluntad de progresar. Tal es su verdadero fundamento social, espiritual e inte-lectual, y su brújula hacia la felicidad.

Bajo el progreso, los hombres se desvinculan de su comunidad y se preocupan solo por ellos mis-mos. Sin embargo, como argumentan estudiosos:

La práctica de la virtud y la fidelidad a los principios sagrados abarcaban y daban sentido al conocimien-to intelectual, que sólo podía enriquecerse con ello. Pero la fe en el progreso es fe en un conocimiento puramente intelectual, matemático y científico ‘libe-rado’ de toda restricción moral y contexto ético. […]

La gran transiciónRetos y oportunidades del cambio tecnológico exponencialLos efectos negativos del cambio tecnológico se acumulan más rápido que los efectos positivos porque el avance institucional es lineal y los mercados son imperfectos. Presentamos un fragmento de este libro.

josé ramón lópez-portillo romano

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abril de 2018 la gaceta 19

la gran transic ión

En algunas versiones de la teoría de la comple-jidad, las decisiones y la conducta de los actores económicos o políticos pueden simplificarse en cada modelo, que es lo que pretenden hacer las teorías económicas. Sin embargo, se distancian de las teorías económicas neoclásicas, las cuales anteponen la idea de las tendencias naturales de los mercados hacia el equilibrio, es decir, de ver-los como sistemas de equilibrio. La economía de la complejidad acomoda mejor la información del comportamiento de los mercados, basándose en que éstos son sistemas adaptativos y complejos. Para las teorías de la complejidad, los sistemas de equilibrio son solo un subconjunto de un universo mucho mayor y complicado de posibles dinámicas.

La razón probable de que los economistas di-sientan en sus formulaciones e interpretaciones de la realidad es que las predicciones y las pruebas empíricas que aducen son muy inconsistentes y es-tán empapadas de agendas políticas e ideológicas preexistentes. Los conservadores interpretan las pruebas de manera diferente a los progresistas. Se han elaborado todo tipo de estudios para justificar unas y otras. Unos indican que las predisposicio-nes se pueden trazar hasta causas genéticas que condicionan la psicología de cada quién. Otros es-tán orientados hacia el individualismo, la suspica-cia y el temor. Alternativamente, otros se orientan hacia la compasión, el altruismo y el sacrificio.

Cuando los fenómenos de la sociedad en masa se perciben solo como hechos no predecibles en sí, se visualizan sistemas que espontáneamente reac-cionan y se adaptan a circunstancias cambiantes. Cuando las tensiones entre los elementos de tales sistemas se extreman y llegan a situaciones críti-cas, aparecen debacles o catástrofes. Cuando di-chas relaciones se distienden, surgen situaciones de estabilidad o de inacción.12 Este comportamien-to genérico que se observa en los fenómenos eco-nómicos, sociales y políticos produce patrones y distribuciones de la posición de los elementos que los componen, que se asemejan a acontecimientos físicos y que se pueden modelar matemáticamente.

Esto es cualitativamente diferente a lo que sugiere la teoría económica neoclásica, que en general defiende la tendencia al equilibrio y a la racionalidad del sistema económico dejado en li-bertad. Los experimentos en organización políti-ca o social compleja producen resultados que se pueden empatar con modelos en experimentos en ciencias naturales.

Todo esto es relevante para estudiar el impacto tecnológico sobre las actividades humanas porque sus efectos empujan a las sociedades a situaciones de inestabilidad dinámica que pueden ser cada vez más agudas. Mientras más compleja sea la inte-racción entre el cambio tecnológico y el progreso social, más frágil será la estabilidad del sistema, y más propenso a saltos, caídas y crisis. El deve-nir socioeconómico tiende a organizarse cada vez más críticamente. De aquí la fragilidad de la gran transición y el cuidado que debemos poner en na-vegarla certeramente.

Lo más importante de la argumentación de este capítulo es que apuntala una de las hipótesis de este libro: que los efectos negativos del cambio tecnológico exponencial se agolpan cada vez más rápido, mientras que los efectos positivos tienden a ser absorbidos gradualmente, debido a que las instituciones avanzan linealmente y a que los mer-cados son imperfectos.�•

“Punctuated Equilibria: the Tempo and Mode of Evolution Recon-sidered”, Paleobiology, 3 (2): 1977, pp. 115-151. Sobre el debate entre neodarwinismo y equilibrio puntuado, véase Kim Sterelny, Dawkins vs. Gould: Survival of the Fittest, Icon Books, Cambridge, 2007. Sobre teoría de la complejidad y evolución, véase Melanie Mitchell, Complexity: A Guided Tour, Oxford University Press, Oxford, 2009 (pp. 84-87).12� Hay múltiples libros y estudios que abarcan estos temas: Mitchell Waldrop, Complexity: The Emerging Science at the Edge of Order and Chaos, Viking, Londres, 1992, pp. 141-197; John L. Casti, Complexifi cation: Explaining a Paradoxical World Through the Science of Surprise, HarperCollins, Nueva York, 1994; Mela-nie Mitchell, op. cit.; Gregoire Nicolis e Ilya Prigogine, Exploring Complexity: An Introduction, W. H. Freeman and Company, Nueva York, 1989.

drar más técnicos.7 El enfoque enajenante en la eficiencia somete a la economía y al gobierno a sus dictados. La sociedad termina por obsesionarse con el rendimiento, con la eficiencia y la técnica, independientemente de sus consecuencias buenas o malas sobre la naturaleza y el futuro de la civi-lización.

Inspirados en Stephen Jay Gould y Niles Eldred y su concepto de la evolución y el equilibrio pun-tuado, algunos teóricos sostienen que la evolución del progreso tecnológico y de su impacto social no es gradual sino que está marcado por saltos, caí-das y estancamientos, similares a los provocados por la incertidumbre en los mercados financieros. Phillip Ball8 argumenta que los fenómenos econó-micos y sociales pueden ser estudiados de manera similar a eventos físicos, donde las partículas de un sistema interactúan entre sí a través de fuerzas de atracción y repulsión. Sugiere evitar la expli-cación de las decisiones y el comportamiento in-

dividual, y enfocarse en el acumulado de cientos de miles, o millones, de personas que cooperan o se enfrentan. A pesar de la relativa simpleza y el determinismo de las interacciones de las partícu-las físicas, el comportamiento del sistema es muy complejo. Darle seguimiento preciso es práctica-mente imposible. No obstante, sus manifestacio-nes son recurrentes con una periodicidad y di-mensión identificable.9

Un enfoque similar es el de la teoría de la com-plejidad, que puede aplicarse a la naturaleza in-trincada de las interacciones económicas y socia-les, y el cambio tecnológico. Sistemas adaptativos y complejos enfrentan situaciones cambiantes internas (tales como el cambio tecnológico) y ex-ternas (por ejemplo, las transformaciones de los medios socioeconómicos y políticos). Esto genera tensiones internas en dichos sistemas. La acumu-lación de esas tensiones conduce naturalmente a situaciones críticas. Cualquier pequeño even-to puede desatar un trastorno, o volcamiento, en parte o en la totalidad del sistema. La adaptación subsecuente a un nuevo entorno, con un arreglo interno diferente dentro del sistema, se manifies-ta como bifurcaciones, ya sea en una evolución gradual (neodarwinismo10) o en una evolución puntuada, como proponen otros.11

7� Ibidem, pp. 201, 203, 205-210, 248, 333, 348 y 379.8� Philip Ball, Critical Mass: How One Thing Leads to Another, Arrow Books, Londres, 2005.9� Por ejemplo, se pueden apilar granos de arena, uno sobre otro, hasta que se forme un montón. Even-tualmente, las pendientes de esta pila sufrirán ava-lanchas. Muchas serán pequeñas, otras más grandes, pero menos frecuentes. No se puede predecir con certidumbre qué tan grande será cada una. Tampoco cuándo ocurrirán. Pero sí se puede saber la probabili-dad de su tamaño y de que ocurran en cierto momento. La tensión de la pila, o del sistema, puede medirse. Lo más sorprendente es que la relación entre la dimen-sión de las avalanchas es perfectamente identifi cable. Es similar al tamaño de las olas, de los terremotos, de los huracanes, de las crisis fi nancieras, de los embote-llamientos de tráfi co.10� La síntesis evolutiva moderna combina la teoría de la evolución de las especies con la teoría genética (las mutaciones, la herencia genética aleatoria y la genética de poblaciones) y con el proceso de la selec-ción natural. Sus principales defensores modernos han sido Ernst Mayr y Richard Dawkins.11� En relación con el planteamiento de la evolución puntuada, véase: Stephen Jay Gould y Niles Eldredge,

El hombre moderno tiene que creer que sus ideas y acciones están enteramente basadas en lo que es ra-cional y no apoyadas por la revelación, o una visión, o por esperanza. La fe en el progreso se ha reducido a la confianza necia de que los predicamentos de la civilización moderna van a resolverse a través del delirio sicótico de abstracciones y creaciones tecno-lógicas, que han cobrado vida por sí mismas.2

Visto así, el progreso es también una cuestión de fe, una en que hay un camino a desenvolver, a des-enrollar, dando los pasos requeridos hacia el bien-estar y la felicidad. Sin haber terminado de pro-gresar, los países desarrollados ya pasaron por la etapa del atraso y la infelicidad. Aquellos en desa-rrollo pueden llegar a esos estadios si siguen cier-tas pautas de comportamiento económico, político y social según la mecánica del desenvolvimiento económico racional. Esto implica que tienen que adoptar los esquemas de racionalidad económica probados y dictados por las democracias avanza-das. El cambio tecnológico es tan solo un producto inevitable de este avance, del progreso. Tiene su propia dinámica sin que ésta sea fija. Su rumbo puede ser alterado para que sirva a todos, no solo a unos cuantos, para que reduzca y evite riesgos, para que sea sostenible.

Hace más de 80 años, Oswald Spengler atinada-mente argumentó que la industrialización condu-ciría a serios problemas ambientales y a la pérdida de la biodiversidad. Señaló que la mano de obra de los países en desarrollo superaría cada vez más a la de los ricos con salarios más bajos. Eventual-mente, las manufacturas se trasladarían a paí-ses de Asia y Sudamérica. Según él, la tecnología permitiría al hombre aprovechar las fuerzas de la naturaleza pero a costa de su enajenación. El hom-bre se convertiría en esclavo de la técnica. Para Spengler, el progreso tecnológico (producto de la técnica)3 no puede ser detenido. En su primera etapa de pensamiento sobre estos temas, conclu-yó que la civilización tecnológica estaba condena-da a la destrucción del sistema que la originó, el capitalismo. Sus ecos reverberan hoy, igual entre neomarxistas que entre liberales, que ven apro-ximarse la era postcapitalista. Para Spengler, el capitalismo será sustituido por una “tercera vía” entre la democracia liberal y el comunismo.4 En su segunda etapa, su antropología filosófica recon-cilia la tecnología con la naturaleza humana, en cuanto que es la expresión más alta de las capaci-dades humanas cognitivas y creativas. Es la etapa final de la evolución cultural humana.5

Por su parte, Jacques Ellul advirtió hace más de 50 años sobre los acosos de la sociedad tecnológi-ca. Para él, esa sociedad está constituida por “la totalidad de los métodos racionalmente alcanza-dos y con una eficiencia absoluta (para una deter-minada etapa de desarrollo) en todos los campos de la actividad humana”.6 El progreso técnico está empotrado en el sistema económico liberal. La ra-zón y la ciencia están detrás del desarrollo de la técnica, que a su vez interactúa con la organización social y condiciona la totalidad del sistema econó-mico. El intervalo entre descubrimiento científico y aplicación tecnológica se acorta constantemen-te, generando siempre expectativas sociales e in-dividuales en demanda de más satisfactores téc-nicos. El riesgo y la incertidumbre medran en el progreso técnico, que es imparable, y arrastran a la sociedad y al individuo hacia el totalitarismo. “En el conflicto entre la técnica y la economía li-beral, la técnica es vencedora y la somete a sus le-yes […] La unidad entre la economía y la técnica se restablece, pero el liberalismo es eliminado.” Solo el consumidor se beneficiará del progreso técnico, aunque el individuo quedará disuelto en la masa amorfa. El diálogo cara a cara entre los individuos cede crecientemente ante la comunicación con las máquinas. La educación queda al servicio de engen-

2� José María Sbert, “Progreso”, en Wolfgang Sachs (comp.), The Development Dictionary: A Guide to Knowledge as Power, Zed Books, Londres, 1992, pp. 199, 201 y 203.3� La técnica es distinta de la tecnología. Se debe entender como el conjunto de procedimientos para alcanzar un resultado de la manera más efectiva posible, incluida la tecnología, que para Spengler es la máxima expresión de las capacidades cognitivas y creativas de la humanidad.4� Oswald Spengler, The Decline of the West, Oxford University Press, Oxford, 1991.5� Man and Technics: A Contribution to a Philoso-phy of Life, Arktos Media, Oxon, 2015.6� Jaques Ellul, The Technological Society, Vintage Books, Nueva York, 1964, p. XXV.

La gran transición

Retos y oportunidades

del cambio tecnológico exponencial

josé ramón lópez-portillo romano

fce, méxico, 2018

El diálogo cara a cara entre los individuos cede crecientemente ante la comunicación

con las máquinas. La educación queda

al servicio de engendrarmás técnicos. El enfoque

enajenante en la efi ciencia somete

a la economía y al gobierno

a sus dictados.

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20 la gaceta abril de 2018

muralismo y democracia

20 la gaceta abril de 201820 la gaceta isol

568NOVEDADESFOND O DE CULTURA ECONÓMICA

ABRIL DE 2018

Olivia, la espía

ian falconer

En esta nueva aventura, Olivia pasa-rá por una serie de malentendidos, y todo por escuchar a hurtadillas las conversaciones de otros: una tarde, Olivia escucha a su mamá hablar por teléfono con su tía, al parecer, están comentando su falta de “jui-cio”, Olivia se molesta y se da a la tarea de investigar qué otras cosas estarán diciendo de ella. Desde ese momento, decide convertirse en una espía que se camufla en todas partes: bajo la lámpara, sobre la alfombra, e incluso logra ocultarse en las pinturas que cuelgan en la sala. Todo va bien hasta que escucha que sus papás planean llevarla a una “institución”. Olivia no sabe qué es eso, entonces su maestro le explica que existen diferentes institucio-nes, como la biblioteca o la cárcel. Angustiada, Olivia se resigna a que la encerrarán en una prisión por desobediente, ¿en dónde terminará al final del día? Después de cinco años de la última entrega de esta serie, Falconer regresa con esta nueva aventura llena de misterio y el clásico humor que caracteriza al personaje de la cerdita más querida del catálogo del fce.

los especiales de a la orilla del viento 1ª ed., 2018

Corridos, trovas y bolas de la región de Amecameca-CuautlaColección de don Miguelito Salomón

guillermo bonfil batalla, teresa rojas rabiela, ricardo pérez montfort

Esta recopilación de 170 piezas, que incluye corridos, bolas, canciones, coplas, duelos, quintillas, octavas, saludos, dedicatorias y esdrújulos, nos remite a tiempos de la Indepen-dencia, de Juárez, de Maximiliano, de la Revolución mexicana, por lo que también evoca sentimientos de júbilo, amor, dolor, venganza, etc. La obra es una antología de canciones de fines del siglo xix y principios del xx reunidas a partir de dos fuentes originales que poseía Miguel Salo-món, músico y cantante nacido en Amecameca, en 1897. Este corpus excepcional de la lírica popular mexicana, presenta tres notas intro-ductorias de Teresa Rojas, Guiller-mo Bonfil y Ricardo Pérez Monfort. Con la aparición de esta obra se cristaliza un propósito concebido hace casi cuatro décadas por Gui-llermo Bonfil Batalla. Este proyecto “se remonta —comenta Teresa Ro-jas Rabiela— a una experiencia de prácticas escolares que tuvimos en Amecameca, junto con el maestro Bonfil, un grupo de estudiantes de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, cuando tuvimos la fortuna de conocer a la familia Baños Soria-no y a don Miguel Salomón”.

tezontle1ª ed., 2018

¿Me planchas mi elefante, por favor?

rafael barajas, el fisgón

Simón, el protagonista de este ál-bum, es un niño como todos: odia las matemáticas y le aburre aburrirse; en cambio, le encanta jugar con sus amigos y el momento justo en que llega el recreo. Es más tímido que otros, pero también más educado: cualidad que lo mete en grandes problemas, pues siempre que alguien le pide algo “por favor”, sin importar que tan extrañas sean las peticiones, nunca puede decir que no. Cuando en su escuela se dan cuenta de esto, sus problemas se convierten en pesadillas. Todos los niños de todos los salones de la escuela empiezan a pedirle favores: que vaya a clases de matemáticas por ellos, que les lleve las boletas con malas calificaciones a sus papás, que reciba los castigos que les dan los maestros… Incluso los profesores y la gente de la ciu-dad comienzan a pedirle favores y pronto se encuentra haciendo cosas tan peligrosas como extraordina-rias. Pero nada tan peligroso como enfrentarse a Rudolfo y su pandilla. Cuando ese día llega, Simón tendrá que pronunciar la palabra correcta: ¡NO! Éste es el primer libro álbum de Rafael Barajas, El Fisgón, quien construye personajes empáticos y situaciones divertidas para abordar un tema muy común entre los niños —y también entre los adultos—.

los especiales de a la orilla del viento 1ª ed., 2018

Imposible

isol

Toribio tiene dos años y medio y sus papás lo quieren mucho, pero algunos días cuidarlo se vuelve un reto imposible. No quiere bañarse ni tomar la siesta y, por más avioncitos que intenten aterrizar en su boca, es imposible hacerlo comer. Al final del día sus padres terminan rendidos y sueñan con el día en que Toribio cambie. Una tarde descubren en el periódico el anuncio de una hechice-ra que promete solucionar cualquier tipo de problema, y deciden pedir una cita. Con un final inesperado y sorprendente, Isol nos va envolvien-do en una divertida historia donde chicos y grandes se verán refleja-dos. El humor, rasgo predominante en sus obras, está presente desde la primera página y las imágenes y los textos se van complementando para retratar las distintas situacio-nes que se viven al cuidar a un niño pequeño que está lleno de energía y curiosidad. Desde su primer libro, Vida de perros, que publicó en el fce, Isol no deja de asombrarnos con una mirada llena de humor que pone el foco en situaciones cotidianas y, a veces, también imposibles.

los especiales de a la orilla del viento 1ª ed., 2018

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{ novedades } n o v i e m b r e d e 2 0 1 6

FOND O DE CULTURA ECONÓMICA

ABRIL DE 2014 518

abril de 2018 la gaceta 21 abril de 2018 la gaceta 21

novedades abril de 2018

La ira y el perdónResentimiento, generosidad, justicia

martha nussbaum

Desde la Antigüedad, la ira ha deri-vado en grandes debates religiosos y filosóficos, así como tensiones representadas en la cultura. Martha Nussbaum analiza las raíces cris-tianas del perdón y las contrapone a otras propuestas éticas —tales como el arrepentimiento judío, la genero-sidad incondicional o la empatía pre-dicada por Martin Luther King— en la búsqueda de una apuesta filosófica para trascender el deseo de venganza inherente a la ira. La autora ilustra su argumentación recurriendo a la obra de Esquilo La Orestíada, la cual expone de manera estética el peso que adquiere la razón y la transfor-mación de ciertos sentimientos para alcanzar la justicia. La tesis principal consiste en que la ira siempre implica un deseo de venganza, sentimiento que se debe trascender, en opinión de Nussbaum, quien es una de las filó-sofas más importantes en la actua-lidad. Esta obra es resultado de las Conferencias John Locke de Filosofía que la autora dictó en la Universidad de Oxford la primavera de 2014, las cuales son consideradas como uno de los cursos académicos más prestigio-sos del mundo.

historia1ª ed., 2018

De la carrera de la edad IDe ida

gonzalo celorio

Caracterizado por el impulso lírico, la pasión, el azoro, la vocación literaria, la voluntad de estilo, el volumen I, De ida, está integrado por cinco seccio-nes, las cuales están conformadas por cuatro libros y un opúsculo: El viaje sedentario (1994), que se refiere al barrio de Mixcoac de la Ciudad de México donde el autor vivió durante cerca de veinte años; México, ciudad de papel (1996), que fue su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, al que se le ha agregado una docena de ensayos dedicados a la ca-pital del país, entre ellos Tiempo cau-tivo. La Catedral de México (1980); Los subrayados son míos (1987), que da cuenta de sus lecturas de Reyes, Borges, García Márquez, Monterroso, y El alumno (1996), donde reconoce el magisterio de Edmundo O’Gorman, Luis Rius y Rubén Bonifaz Nuño. El opúsculo, Un río español de sangre roja, publicado en 2004, a 65 años de la llegada de los exiliados republica-nos españoles a México.

letras mexicanas1ª ed., 2018

Viaje de mi hermano Alexei al país de la utopía campesina

alexander chayanov

Tras derrocar a los bolcheviques en 1930 y decretar la eliminación de las grandes ciudades en 1934, el avasallante campesinado ruso logra tomar el poder y construir una nueva sociedad a la que Alexei Kremnev, funcionario soviético y viejo socialis-ta de la década de 1920, llega en 1984, haciendo un inexplicable viaje al país de la utopía campesina. A través de esta narración, el autor critica el modelo de industrialización y la desaparición de la pequeña economía rural, sometida al control del poder obrero urbano en la Rusia de su épo-ca. Esta obra es una utopía basada en la coexistencia del socialismo y el campesinado. El autor fue economis-ta agrario por el Instituto Agrícola de Moscú y su principal interés de estu-dio fue la teoría de la unidad econó-mica campesina. Este texto resulta idóneo para contextualizar las difi-cultades y retos de la construcción del socialismo tras la revolución y las discrepancias ideológicas de algunos sectores de la sociedad rusa.

tezontle; serie: -topías1ª ed., 2018

Convivencia y utopíaEl gobierno indio español de la “ciudad de Mechuacan”, 1521-1580

rodrigo martínez baracs

En Michoacán, como en el resto del continente americano, la conquista española trajo una catástrofe terrible que castigó con suma severidad a los nativos, víctimas de la muerte y el sufrimiento, provocados por la guerra, las desconocidas epidemias, el exceso de trabajo, los abusos y la represión religiosa. Sin embargo, muchos españoles reaccionaron frente al horror y trataron de defen-der a los indios proponiendo varias opciones de organización social que les dieran cierta protección y les per-mitieran recomponerse. Los frailes, particularmente los franciscanos, buscaron separar a los indios de los codiciosos españoles aislándolos en sus pueblos, bajo la tutela paternal de los mismos frailes. Otros, como Vasco de Quiroga, obispo de Michoa-cán, propusieron organizar a los indios en ciudades y pueblos, pero no aislados, sino manteniendo relacio-nes económicas y sociales justas con los españoles.

historia2ª ed., 2018

La teoría del crecimientoUna exposición

robert merton solow

La primera edición de esta obra apareció en 1970, cuando la desacele-ración de la productividad se ex-tendía por todo el mundo y la teoría del crecimiento parecía estancada. No fue sino hasta 1980 cuando autores como Paul Romer, Robert Lucas, Gene Grossman y Elhanan Helpman reavivaron el debate. Esta nueva edición inicia con el discurso de aceptación del Premio Nobel de Economía de 1987 que precede a los seis capítulos originales, los cuales presentan una visión condensada de lo que Robert Merton Solow llama la vieja teoría exógena del desarrollo. Este libro contiene seis capítulos adi-cionales en los que el autor actualiza la bibliografía y contrapone su traba-jo con lo que llamará la nueva teoría del crecimiento o teoría endógena del crecimiento. Incluye, además, un ensayo titulado “Intermezzo” en el que Solow ahonda en el periodo de inactividad de la teoría del creci-miento (década de 1970 del siglo xx), antes de entrar de lleno en la nueva teoría endógena y contrastarla con su trabajo previo.

economía3ª ed., 2018

la gaceta 21

historia1ª ed., 2018

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22 la gaceta abril de 2018

muralismo y democracia

los kits de cultivo que compraba por internet, los pasteles que preparába-mos extremando precauciones, y ser autosuficiente con la materia prima de su investigación. Tras contem-plar los resultados de su empeño con una mezcla de admiración y miedo, me dirigí por fin al sótano, el lugar ideal para el desarrollo de sus especímenes. ¿Qué me espera allá abajo?, pensé, mientras descendía los escalones, sintiendo cómo el frío y la humedad se intensificaban, hacién-dome lamentar el haber elegido un vestido tan corto y primaveral, con el que pensaba alegrar un poco a Aldo y distraerlo de sus manías.

Gruta de Montespan, Pirineos franceses, 18�000 a.C.

El Hechicero tomó el alimento sa-grado y lo masticó en silencio. Senta-do junto al fuego, el Aprendiz aguar-daba su turno, nervioso. Las llamas proyectaban sombras en las paredes, que parecían moverse de manera amenazante, pero también permi-tían contemplar la figura que el Hechicero recién había pintado en la roca: un bisonte atravesado por una lanza. Era el objetivo del Aprendiz, su primera presa. Ya había acompa-ñado antes a los cazadores adultos y observado su técnica; la visita al Hechicero era el último paso, el más importante. La pintura resultaba

vital para su tarea, pues mediante ella se le pedía permiso al animal para ser sacrificado; y el alimento sagrado también: su percepción cambiaría, agudizando sus sentidos, volviéndolo un cazador eficiente. Cuando al fin comió, el Aprendiz cerró los ojos. Sabía que primero tenía que saludar al mundo invisible, donde habitaba Ella, la dadora de vida y muerte. Al principio acudie-ron a su mente imágenes de espirales que brillaban en la oscuridad como estrellas en el cielo. Giraban sobre sí mismas en una danza hipnótica. Pasó largo tiempo contemplándolas, intentando tocarlas. Después, sin previo aviso, Ella llegó. El Aprendiz se estremeció cuando la Diosa Madre apareció frente a él, con su enorme cuerpo, sus gigantescas tetas y sus prominentes nalgas; sin embargo, ésta inclinó la cabeza, dándole su aprobación, tranquilizándolo. En-tonces el Aprendiz recobró el valor, abrió los ojos —que ahora podían ver en la oscuridad—, cogió su lanza y abandonó la gruta soltando un grito de excitación que anticipaba la sangre, las entrañas calientes de la bestia palpitando entre sus manos. El Hechicero lo miró alejarse, complacido. Ya volvería. La caverna siempre estaría esperándolo.

Si el piso superior de la casa de Aldo parecía un jardín, el sótano era un pequeño bosque. Pude contemplar su creación a la luz mortecina de una lámpara cenital: el suelo estaba cu-bierto por una densa capa de humus rojizo que delataba su antigüedad; a partir de ella se desparramaba una tupida variedad de especies: musgo, helechos, arbustos, orquídeas, plan-tas trepadoras. El concentrado olor a materia orgánica resultaba estimu-lante y sofocante a la vez. Del techo colgaban aspersores, de los que salía una brisa que se activaba a intervalos regulares para dotar al ecosistema de humedad. Aldo lo había logrado. Aquel lugar podía ser la envidia de cualquiera de sus excolegas. O quizá no: en medio de la orgía de vegetación y detritos yacía su cuerpo, cubierto por un manto de micelio que había crecido de manera desproporciona-da, envolviéndolo como a un insecto en su capullo. Capullo o telaraña, pues las hifas se habían enredado con particular énfasis en sus manos y pies, sujetándolo en una trampa letal… Agité la cabeza para aclarar mis ideas. Aquella imagen podía ser producto de la escasa luz y la atmós-fera asfixiante. Me moví con rapidez entre las plantas sin importar lo que pisara, hasta inclinarme sobre el cuerpo de Aldo. Tenía los ojos abier-tos, fijos en una expresión de miedo cerval, como si lo último que hubiera contemplado fuera una revelación insoportable. Acerqué mi mano a su cuello para tomarle el pulso. Enton-ces comprendí y me puse a llorar.

Aldo estaba vivo. La visión lo se-guía atormentando.

Lo conocí en la Facultad de Biología pero nos relacionamos sentimental-mente años después, cuando ambos trabajábamos en el Departamento de Botánica de la Universidad. Siempre estuvo interesado en la micología y en las culturas antiguas, por lo que encausó sus estudios y posterior-mente sus investigaciones hacia el terreno de la etnobotánica. En los tiempos de la Facultad sosteníamos largas conversaciones en la cafete-ría, donde me compartía sus teorías

No me sorprendió lo que encontré en casa de Aldo cuando fui a buscarlo tras un año sin noticias suyas.

Un sofocante olor a putrefacción ve-getal ingresó por mi nariz al abrir la puerta con el juego de llaves que con-servaba de la época en que fuimos pareja. Avancé por el pasillo frío y húmedo, preguntándome si habría lo-grado multiplicar sus cultivos hasta el grado de generar aquel microclima boscoso, pero sabía que me aguarda-ba algo más: la consecución de una utopía privada, la transformación de un laboratorio casero en un san-tuario consagrado a la Otredad. Al desembocar en la estancia pude com-probarlo: el piso estaba cubierto de aserrín y estiércol, las paredes tapi-zadas por enredaderas. Caminé con cautela; la penumbra no me permitía distinguir si en aquella inmensa composta había brotes de los maes-tros, como él los llamaba, y aunque era poco probable que germinaran en ese lugar de la casa, no deseaba aplastarlos. Sabía dónde encontra-ría a Aldo pero retrasé el momento, revisando el resto de las habitaciones para comprobar hasta dónde había llegado en su búsqueda de la verdad. Ya no había sillones, ni cuadros, ni libreros; la casa entera transformada en un jardín que buscaba cristalizar su más grande ambición: dejar atrás

sobre el origen del pensamiento y la autoconciencia. Era ferviente seguidor de Robert Gordon Wasson, Terence McKenna y otros estudiosos de la relación milenaria entre las plantas alucinógenas y los humanos. A mí me divertían su charla apasio-nada y sus ideas, que en ese entonces me parecían hippies, disparatadas. Al reencontrarlo en el trabajo lo noté cambiado, más serio e introspecti-vo; sus ojos se mostraban inquietos, como si procesaran algún tipo de información que sólo a él concernía. Su nueva personalidad misteriosa me atrajo y lo invité a salir. No tardé en averiguar que ahora sus investigacio-nes incluían también la praxis. Así lo dijo, bajando la voz, temeroso de que alguien lo escuchara. Ese fue el pri-mer destello de paranoia que le noté, condición que se fue agudizando con el paso del tiempo. Lo sentí frágil y a la vez más convencido que nunca de sus ideas. Me enamoré sin remedio, dejé mi departamento y me fui a vivir a su casa.

—Debes comerlos, Alicia— me dijo a los pocos días, con ese aire de gravedad que imprimía a sus pala-bras cuando hablaba del tema. —Es la única manera de entender el víncu-lo que tenemos con ellos, todo lo que nos han dado... Y lo que pueden quitarnos.

No me gustaba el toque melodra-mático —o siniestro, mejor dicho— que solía coronar sus frases cuando hablaba de los maestros. Fue justa-mente eso lo que me hizo animarme a probarlos. Debía ver por mí misma lo que había del Otro Lado, como Aldo lo llamaba, experimentarlo junto con él para comprobar qué tanto había de cierto en sus teorías. Sin darme cuenta, lo que empezó como un reto terminó convirtiéndose en adicción. La psilocibina cambió para siempre mi percepción del mundo. También dañó de manera irreparable mi rela-ción con Aldo.

Altiplano de Tassili-n-Ajjer, Argelia, 8�000 a.C.

El Mensajero caminó entre las cúpulas de arenisca hasta que encontró una pared adecuada para realizar su trabajo. El vasto con-junto de formaciones rocosas en el que se había adentrado semejaba un laberinto donde era fácil perder-se; sin embargo, confiaba en poder orientarse gracias a las numerosas pinturas que otras manos habían realizado tiempo atrás. Dispuso sus materiales en el suelo, se sentó junto a ellos y cerró los ojos. Antes de plas-mar el primer trazo quería evocar con precisión el encuentro que sos-tuvo el día anterior, cuando comió el alimento sagrado. Recordó que vio el verdadero rostro del Hechicero y que éste tenía forma de abeja. Quizá lo dibujaría en otra ocasión. Lo más importante era lo que vino después. Los Dioses Cabeza Redonda que flotaban sobre él con la ligereza de una pluma a pesar de tener cuerpos enormes, no le habían hablado, sólo se quedaron suspendidos en el aire, por lo que dedujo que ellos mismos eran el mensaje. Quienes miraran la pintura que se disponía a realizar tendrían que comprenderlo, aun-que transcurrieran muchos ciclos lunares.

Existen, existen, existen…

Nadie sabe a ciencia cierta de dónde provienen los hongos. No forman parte del reino animal ni del ve-getal; tienen el suyo propio: fungi.

22 la gaceta abril de 201822 la gaceta abril de 2018andrea garcía flores

trasfondo

Golden teachersBernardo Esquinca

Relato de viajes al trasmundo por la ingesta de hongos alucinógenos y la suerte del profesor cuya mente es engullida por su propia materia de estudio. La más reciente novela del autor es Inframundo.

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abril de 2018 la gaceta 23

ocurría poco a poco y otras de golpe. Aquello dependía de la conexión que uno lograra con la totalidad de las visiones, pero también con el humor del maestro. Sé que muchas de las explicaciones y términos que doy no son del todo claras, pero lo cierto es que no hay manera de describir de manera objetiva una experiencia de naturaleza profundamente subjetiva. Como afirmaba Aldo a todo aquel que quisiera escucharlo, la experien-cia debe vivirse en carne propia… Si es que a alguien le quedan ganas tras conocer el resto de mi relato.

Tengo en mis manos las últimas anotaciones que Aldo dejó en una li-breta; la encontré al apartar el mice-lio que cubría su cuerpo. La aferraba contra su pecho, como si se tratara del último cable que lo conectaba con este mundo.

Isla de Creta, 1�150 a.C.El Sacerdote tomó el tarro de

miel que utilizaba para conservar hongos. Llevaba varias noches teniendo sueños extraños, plaga-dos de señales ominosas, y deseaba respuestas. Comió cuatro brotes, mientras observaba el mar desde la terraza del templo. El sol descendía hacia el horizonte, no tardaría en oscurecer. Recordó la ocasión en que vislumbró al Toro de enormes cuernos navegando sobre una barca, y cómo éste se acercó hasta la orilla para hablarle. Se preguntó si tam-bién ahora acudiría a su llamado o si sería otra manifestación. Las olas del mar se fueron transformando lentamente en meandros, como los que los artistas del templo pintaban en vasijas; luego adquirieron la soli-dez de la piedra y, en algún momen-to, el Sacerdote se vio en el interior de un imponente laberinto. Escu-chó un siseo, luego el sonido de un cuerpo arrastrándose sobre el piso. Esperó. Pudo sentir cómo afuera, en los campos de la isla, los granos de trigo crecían, maduraban y morían. Continuó esperando; la paciencia tenía recompensa. Finalmente, la Serpiente dio vuelta en una esquina del laberinto y se mostró ante él. Era dorada: en lugar de escamas tenía cientos de abejas que refulgían con luz propia. El siseo se transformó en zumbido. El Sacerdote lo interpretó como la señal para iniciar la conver-sación.

—He visto carruajes y hombres armados, dijo—. ¿Debemos preocu-parnos?

—No debes preocuparte por lo que no tiene remedio— respondió la Serpiente.

—Un ciclo termina y empieza otro— agregó el Sacerdote con resig-nación.

—Cada ciclo es apenas un parpa-deo en el curso del tiempo. El bronce dará paso al hierro.

La Serpiente se elevó, impulsada por las alas de las abejas. Un reptil enjoyado, espléndido.

—Aguarda— pidió el Sacerdote. ¿Te volveremos a ver aunque seamos destruidos?

La criatura alzó la cola y la metió en su boca, formando un círculo per-fecto. El Sacerdote sonrió. Cuando despertó, una hilera de antorchas iluminaba la playa. En su mente aún resonaba el eco de la última frase de la Serpiente:

—Jamás nos iremos. Vivimos dentro de ustedes.

Nuestras cepas favoritas eran la camboyana y la amazónica. Pasamos incontables horas perdidos en sus reinos. Los nombro así porque a eso accedíamos: a vastos territorios con

características propias. El del hongo camboyano tenía un color verde intenso y la forma de un panal. Mien-tras lo explorábamos prevalecían una sensación de benevolencia y una certeza: todo lo vivo estaba conec-tado, era parte de un mismo orga-nismo. Las cosas que allí veíamos y tocábamos vibraban. Por momentos daban la sensación de no ser sólidas, de que podían escurrirse entre los dedos. El hongo también nos permi-tía salir suavemente de la experien-cia; cuando Aldo y yo volvíamos a distinguir los cuadros y los libreros de la sala, los percibíamos entre los rombos del panal, como si aún nos cobijara, juntando los dos mundos en un mismo umbral.

El reino amazónico se nos pre-sentaba similar a una selva en la que siempre llovía. Allí nunca caminá-bamos: flotábamos. Sin embargo, no lo hacíamos a nuestro libre albedrío; éramos conducidos por una mano invisible hacia ciertas cosas que debíamos ver. De manera evidente, el maestro se comportaba igual que un guía que impartiera una lección. Recuerdo una en particular. Me en-contraba contemplando una crisálida que colgaba de la rama de un árbol. Su belleza resultaba hechizante, pues tenía un color plateado, mercurial. En ese momento recordé un breve cuento leído en la adolescencia: “Si un hombre atravesara el paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado ahí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces qué?” Decidí realizar un experimento: arranqué la crisálida y la guardé en mi puño. De inmediato fui arrojada fuera de la experiencia. Una salida tan abrupta, que incluso me caí del sillón. Abrí la palma de mi mano con urgencia. Estaba vacía.

Durante meses, las vivencias con los hongos alucinógenos nos trajeron felicidad; ya fueran un “paseo” o un “regaño” –como las dividíamos– nos unieron en la indagación de un mun-do alternativo, al que pocas personas tenían acceso. Y así fue hasta que descubrimos la existencia de los Golden Teachers. A diferencia de las variedades de hongos que habíamos probado, nadie sabía de dónde pro-venía esta cepa. Una especie robusta y carnosa, de sombrero alargado, atractiva a la vista. A pesar del ma-nejo que ya teníamos de los enteóge-nos, nada nos había preparado para los Golden Teachers. La vivencia terminó por dividirnos, pues yo no quise volver a probar ningún hongo, mientras que Aldo se obsesionó aún más. Con el tiempo, mi mente ha ido bloqueando la mayor parte de las imágenes de aquel viaje, pero con-servo algunas muy claras que me han ayudado a mantener la abstinencia. Recuerdo pantanos. Un sonido gutu-ral de fondo, persistente, agotador. Patrones ubicuos de serpientes. Una casa en ruinas en la cima de una coli-na y su habitante; de hecho, el único habitante de ese reino cuya condición parecía ser la ausencia de vida. Lo vimos a la distancia, pues temíamos acercarnos; además, un río de excre-mento rodeaba la colina. El habitante era un ser hecho de chatarra. Dentro de la casa poseía el tamaño de un adulto; al salir, su volumen se tripli-caba. La escoria y los desechos que cubrían su cuerpo parecían orgáni-cos: sus múltiples partes se destruían y regeneraban constantemente, como si se alimentara de sí mismo. Un reciclaje perfecto, maligno. En algún momento se nos quedó miran-do. Tuvimos la impresión de que nos llamaba, que nos invitaba a pasar

Se reproducen mediante esporas, “semillas” microscópicas que pueden viajar cientos de kilómetros en el aire o en el agua, soportando las condiciones más adversas. Esto les ha permitido multiplicarse con eficiencia y colonizar nuevos territo-rios. Además, pueden desarrollarse en el bosque o en la ciudad, sobre cualquier superficie: árbol, animal o humano. Hay aproximadamente 80 mil especies en todo el mundo. En la Facultad, Aldo les llamaba invasores; después, cuando comenzó a ingerir las variedades enteógenas, cambió el mote a maestros. Sin duda, son ambas cosas, lo cual los convierte en organismos tan peculiares como inquietantes. Aldo afirmaba —com-binando las teorías de distintos expertos— que la relación entre los homínidos y los hongos alucinógenos había despertado la autoconciencia en nuestros ancestros, propiciando un salto evolutivo donde el lenguaje y el pensamiento místico emergieron. Había suficiente evidencia sobre esta simbiosis, tanto en las cavernas que habitaron como en el arte que produ-jeron. Muchas culturas aborígenes en diversas partes del mundo, puntuali-zaba Aldo, aún practicaban este culto ancestral a los hongos mágicos, a los que siempre se había considerado como Dioses.

—Nuestros antepasados vivían en armonía con la naturaleza— me ex-plicaba Aldo en la Facultad, mientras bebía café de manera compulsiva. Se consideraban parte integral del mundo que los rodeaba. No hacían la guerra ni saqueaban. Tomaban res-petuosamente lo que necesitaban del entorno. Los hongos alucinógenos les ayudaban a conectarse con una sa-cralidad hoy perdida por completo…

Sé que es cierto porque lo experi-menté. Aldo fue mi guía. Sin embar-go, ahora que estoy en el sótano de su casa, buscando la manera de traerlo de regreso de su viaje, debo decir —porque también lo viví— que además existe un lado oscuro del hongo, un abismo al que uno no debe asomarse jamás.

Las esporas llegaban por correo, dentro de jeringas. Existían distintas cepas, un auténtico menú de posibi-lidades alucinógenas que se ofertaba por internet: mexicana, tailandesa, colombiana, brasileña, hawaiana… Había que inocularlas en pasteles que preparábamos con arroz, mijo, alpiste y agua en moldes de alumi-nio. La tarea de cultivarlos resul-taba engorrosa pues debíamos ser muy cuidadosos durante el proceso, empezando por la esterilización, y luego controlando continuamente la luz, la humedad, la ventilación. Primero brotaba el micelio, después los hongos, que crecían día con día hasta que se formaba un simpático bosquecillo sobre el pastel. Enton-ces los extraíamos uno por uno con delicadeza, y los poníamos a secar. Había tres posibilidades para inge-rirlos: masticarlos, pulverizarlos y meterlos en cápsulas o hervirlos en té de limón. El lugar favorito para hacerlo era la sala; nos acostába-mos en los sillones con la completa disposición de dejarnos llevar. El viaje tenía tres fases definidas: el Ascenso, que era el primer golpe de la psilocibina; una etapa frenética, de imágenes caóticas, que Aldo definía también como “el Peaje”, el costo que pagábamos por entrar al Otro Lado. Después venía la Meseta, donde la mente se aclaraba, aparecían las imágenes más nítidas y panorámi-cas, generalmente placenteras. Al final, el Descenso o Salida; a veces

a su morada. Quisimos retroceder, pero a nuestras espaldas se abrió un abismo. Al mismo tiempo, la colina comenzó a aproximarse. La puerta de la casa se abrió; en cuestión de se-gundos nos sería revelado su interior. No había tiempo que perder. Tomé a Aldo de la mano, giré y lo obligué a brincar junto conmigo al vacío. El viaje terminó de manera repentina. Entonces vimos la locura reflejada en nuestros ojos. Nos pusimos a reír histéricamente; fue puro ins-tinto, pero funcionó como antídoto. La crisis pasó, nos creí a salvo. Me equivocaba: las fijaciones de Aldo se convirtieron en una sola.

—Debo hablar con él— insistía con serenidad escalofriante. Debo preguntarle.

—¿Preguntarle qué?— lo cuestio-naba, molesta.

—Quiénes son, por qué están aquí. Por qué han estado con la humanidad desde el principio.

Aldo continuó experimentando solo. Soporté las primeras semanas, pero su mente se deterioró con rapi-dez. Se volvió huraño, críptico, detes-table. Cuando comenzó a preparar la composta masiva que terminaría inundando la casa, tomé mis cosas y me marché sin mirar atrás.

Aldo registró en la libreta sus expe-riencias con los Golden Teachers. Visitó en varias ocasiones el reino pantanoso, cruzó el río de mierda e incluso habló con el ser de chatarra. Sus anotaciones dejan claro que, para su último viaje —en el que aún se encuentra perdido— tenía como misión entrar a la casa de la colina. Los viajes anteriores fueron tan sólo una “preparación” para ese momento “culminante”. Allí es donde su mente está cautiva, y de allí es donde debo liberarla.

Antes de que me coma algunos de los hongos que crecen en el suelo del sótano, dejaré constancia de los pasajes de la libreta que más llama-ron mi atención. No sé si logre traer a Aldo de regreso, y mucho menos si yo misma conseguiré volver. Que estas frases queden entonces como un testimonio, una advertencia, un epitafio tal vez…

Con una caligrafía cada vez más temblorosa, apunta: “El pensamiento no es humano”.

También: “He sido cazador-recolector en el Paleolítico, pintor en los laberintos de Tassili-n-Ajjer, sacerdote en los templos de la Creta minoica”.

Más adelante: “Nos hemos equi-vocado. Los hongos no son dioses. Ellos sólo nos inocularon. El autén-tico Dios es el Pensamiento que nos gobierna con tiranía desde el interior de nuestra propia mente”.

La última anotación, apenas legible, reafirmó mi decisión de ir a buscarlo.

“Es terrible caer en las manos del Dios vivo.”

Estoy frente a la puerta de la casa en ruinas. Todo lo demás que constituía este reino pantanoso ha desapareci-do, incluida la casa. Sólo quedan la colina y la puerta, que se alza ante mí como un monolito. Me parece que fue hace milenios que crucé el río de excrementos, y que interrogué a la criatura de chatarra. Si me dio algu-na respuesta o me dijo algo impor-tante, lo he olvidado...

Empujo la puerta con la mano; está helada igual que un bloque de hielo. Dentro veo paredes de roca, el trazo de un bisonte que agoniza.�•

golden teachers

Page 24: FONDO DE CULTURA ECONÓMICA ABRIL DE 2018 568 · Es notable que, no obstante su credo reli-gioso, o acaso debido a él, haya sido también una mujer emancipada en sentido espiritual

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