Upload
others
View
0
Download
0
Embed Size (px)
Citation preview
4
Gabriela Benza
EL ESTUDIO DE LAS CLASES MEDIAS DESDE UNA PERSPECTIVA
CENTRADA EN LAS DESIGUALDADES EN OPORTUNIDADES DE VIDA
Cuadernos de Investigación en Desarrollo
2018
EL ESTUDIO DE LAS CLASES MEDIAS DESDE UNA PERSPECTI VA CENTRADA
EN LAS DESIGUALDADES EN OPORTUNIDADES DE VIDA
Gabriela Benza
Universidad nacional aUtónoma de méxico2018
Benza, Gabriela, autor.El estudio de las clases medias desde una perspectiva
centrada en las desigualdades en oportunidades de vida / Gabriela Benza. — Primera edición
117 páginas. — (Cuadernos de Investigación en Desarrollo)
ISBN de la colección: 978-607-30-0445-9ISBN de la obra: 978-607-30-0611-8
1. Clase media — México—. 2. Clases sociales — México—Congresos. I. Título. II. Serie
Primera edición: 1 de junio de 2018D.R. © 2018 UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICOCiudad Universitaria, Delegación Coyoacán, 04510, Cd.Mx.
Coordinación de Humanidadeswww. humanidades.unam.mx
Programa Universitario de Estudios del DesarrolloPlanta baja del edificio Unidad de Posgrado,costado sur de la Torre II HumanidadesCiudad Universitaria, Cd.Mx.delegación Coyoacán, c.p. 04510www.pued.unam.mx
ISBN de la colección: 978-607-30-0445-9ISBN de la obra: 978-607-30-0611-8
Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier medio, sin autorización escrita de su legítimo titular de los derechos patrimoniales.
Hecho en México
ÍNDICE
EL ESTUDIO DE LAS CLASES MEDIAS DESDE UNA PERSPECTIVA CENTRADA EN LAS DESIGUALDADES EN OPORTUNIDADES DE VIDA
INTRODUCCIÓN…………………………………………………………………6
LAS CLASES MEDIAS EN LOS ESTUDIOS SOCIOLÓGICOSSOBRE ESTRUCTURA DE CLASES………………………………………….10
La preocupación por las “nuevas” clases mediasa mediados del siglo XX…………………………………………………10La mirada hacia las clases medias “superiores”: debatesen torno al concepto de clase de servicios………………………….29
CLASES MEDIAS Y NIVELACIÓN DE LAS CONDICIONESMATERIALES DE VIDA……………………………………………………….45
LOS ESTUDIOS SOCIOLÓGICOS SOBRE LA MOVILIDAD INTERGENERACIONAL……………………………………………………….63
La movilidad como un imperativo funcionaldel desarrollo capitalista……………………………………………….66El estudio de la movilidad desde una perspectiva de clases…….73
REVALORIZACIÓN DE LA PERSPECTIVA DE CLASES PARAEL ESTUDIO DE LAS DESIGUALDADES EN OPORTUNIDADESDE VIDA……………………………………………………………………….87
Críticas a los supuestos de los estudios sobre estructurade clases……………………………………………………………………87Aportes para el estudio de las desigualdades enoportunidades de vida desde un enfoque centradoen la estructura de clases……………………………………………….93Clasificación de posiciones laborales en clases… … … … … … …104
BIBLIOGRAFÍA………….………………………………………………………112
6
EL ESTUDIO DE LAS CLASES MEDIAS DESDE UNA
PERSPECTIVA CENTRADA EN LAS DESIGUALDADES EN
OPORTUNIDADES DE VIDA
Gabriela Benza
introdUcción
Pocos conceptos han recibido tanta atención en las ciencias
sociales como el de clases. Presente en la obra de muchos de
los principales referentes teóricos del área —Marx, Weber,
Parsons y, más recientemente, Bourdieu y Giddens—, la
reflexión en torno a las clases ha atravesado problemáticas
centrales del pensamiento social —los vínculos entre
estructura y acción, el papel de factores económicos,
políticos y culturales en la explicación de los fenómenos
sociales; el orden y el conflicto social—. Pero el concepto
de clases es también altamente polisémico y controversial:
coexisten muy diversas definiciones —basta decir que ya a
principios del siglo xx Sorokin (1928) encontró más de 30
acepciones diferentes—, y en la historia de la sociología
abundan debates no sólo sobre cuál de esas definiciones
es la “correcta”, sino incluso acerca de la existencia misma
de las clases en distintos contextos sociales e históricos.
Esta diversidad y contraposición de perspectivas es, sin
embargo, mayor cuando de lo que se trata es de caracterizar
a las clases medias. En efecto, tradicionalmente los científicos
sociales han encontrado dificultades para caracterizar a
quienes ocupan un lugar intermedio en la estructura social.
Por un lado, la profusión de concepciones dicotómicas sobre
7
la estructura de clases en la teoría social ha impedido otorgar
un carácter distintivo a las clases medias: es frecuente
que aparezcan subsumidas en alguna de las dos clases
consideradas fundamentales o, en su defecto, que sean
definidas en forma negativa, como una categoría residual
y sin peso específico propio. Por otro lado, la amplitud y la
heterogeneidad de las posiciones intermedias en la sociedad
obstaculizan la identificación de sus límites y la definición de
criterios que permitan visualizarlas como parte de una clase
unitaria. Así, mientras los contornos de las clases medias
han sido siempre objeto de debate, en la teoría social se
encuentran perspectivas que conciben a este sector como
una sola clase junto a otras que prefieren utilizar el plural
clases medias en vista de su heterogeneidad.
Las distintas conceptuaciones sobre las clases medias
coexisten a su vez con distintas apreciaciones acerca de
su papel en la sociedad. Las perspectivas que asignan una
carga valorativa positiva a este sector son especialmente
numerosas. Por una parte, el desarrollo de clases medias
extensas ha sido asociado a mayores niveles de igualdad
social —en tanto su desarrollo podría ser acompañado por
un aumento de la homogeneidad social y una reducción de
la polarización—, así como a efectos positivos en términos
de crecimiento económico e, incluso, de estabilidad política.
No obstante, otras visiones son menos optimistas. Así, por
ejemplo, desde ciertas perspectivas las clases medias se
caracterizarían, en el plano político, por la preponderancia
de orientaciones conservadoras y por ser frecuentemente
instrumentalizadas por parte de las clases dominantes;
también por poseer rasgos individualistas que las vuelve
poco propensas hacia la solidaridad social.
8
Ante la diversidad de roles asignados a las clases
medias resulta comprensible que parte importante de los
estudios acerca de este sector social hayan girado en torno a
inquietudes sobre sus dimensiones y sobre sus semejanzas
con otros grupos sociales: la existencia de clases medias
amplias y “saludables”, y, aún más, de sociedades de clase
media; el achicamiento o la desaparición de este sector social;
la polarización y la subsunción de partes de este grupo en
la clase trabajadora o en las clases superiores, constituyen
preocupaciones recurrentes en la investigación.
En este trabajo proponemos una mirada conceptual para
estudiar a las clases medias que recupera la perspectiva
de las investigaciones sociológicas sobre estructura de
clases, donde aquéllas son definidas a partir de posiciones
en la esfera laboral. Argumentamos que esa perspectiva
es particularmente relevante si el estudio de las clases
se origina en una preocupación por las desigualdades en
oportunidades materiales de vida, y esto al menos por dos
motivos. En primer lugar, debido a la mirada relacional que
le es inherente —que implica evaluar la situación de un
grupo social no sólo en términos absolutos sino también
en términos relativos a otros—, aspecto imprescindible
para cualquier estudio preocupado por la desigualdad. En
segundo lugar, debido a su foco en el mercado laboral, en
tanto la inserción en ese ámbito sigue siendo el principal
medio a través del cual la gran mayoría de la población
accede, en forma directa o indirecta, al bienestar material.
Para dar cuenta de la relación entre clases y oportunidades
de vida nos centramos en dos dimensiones: las diversas
retribuciones que se obtienen en forma directa por la inserción
en una posición de clase determinada, que aquí definimos
9
como la situación de mercado de las clases —recuperando la
propuesta de Lockwood—, y las oportunidades de movilidad
intergeneracional, es decir, el grado y las formas en que los
destinos de clase de los individuos están condicionados por
sus orígenes sociales.
El documento está organizado como sigue. En la primera
sección examinamos la manera en que han sido definidas
las clases medias desde las diferentes perspectivas teóricas
que subyacen a los estudios sobre estructura de clases. Esta
revisión tiene como propósito dar cuenta del marco más
amplio de debates en el que se inserta el enfoque teórico
que recuperamos en este documento, así como brindar
elementos para la identificación y caracterización de los
grupos ocupacionales que pueden considerarse como parte
de las clases medias. En la segunda sección nos detenemos en
diversas miradas teóricas y evidencias empíricas acerca de la
cambiante relación entre clases y niveles de vida. En la tercera,
presentamos los estudios sobre movilidad intergeneracional,
precisando los abordajes que han dominado este campo de
estudios, así como los principales hallazgos a los que se
ha arribado. Finalmente, en la última sección planteamos
nuestra posición respecto de las discusiones presentadas en
secciones anteriores y precisamos el enfoque que proponemos
para estudiar a las clases medias.1
1 La revisión que presentamos en las primeras secciones de este trabajo está centrada en la producción académica realizada en los países europeos y en Estados Unidos, donde la tradición de estudios sobre estructura de clases ha tenido un mayor desarrollo y continuidad en el tiempo. Para una revisión de estudios sobre la temática realizados en América Latina y, especialmente, en Argentina, puede consultarse Benza (2012).
10
las clases medias en los estUdios sociológicos
sobre estrUctUra de clases
La preocupación por las “nuevas” clases medias
a mediados del siglo xx
En el marco del capitalismo de posguerra las clases medias se
convirtieron en un objeto privilegiado del análisis sociológico,
en particular en los países desarrollados. La abundante
producción académica sobre este sector social de aquellos
años buscó dar cuenta de la rápida expansión que venían
registrando los llamados trabajadores de “cuello blanco”, es
decir, quienes ejercían tareas no manuales de tipo comercial,
administrativo y profesional. Este aumento se vinculó en
parte a la creciente complejidad de las empresas del sector
industrial, con nuevas formas organizativas que demandaban
un mayor número de puestos administrativos y gerenciales
—al tiempo que la mecanización de la producción se traducía
en una caída en el número de obreros industriales, es decir,
de los llamados trabajadores de “cuello azul”—. Sin embargo,
la expansión de las ocupaciones de cuello blanco respondió
sobre todo al vertiginoso incremento del empleo terciario
en los sectores privado y público, en este último caso como
resultado de las nuevas funciones asumidas por el Estado
en el marco de los llamados estados de bienestar. Así, las
estructuras ocupacionales de los países desarrollados fueron
mutando, adquiriendo un perfil en el que predominaban
las ocupaciones no manuales de servicios (Berting, 1998;
Marger, 2008).
11
Los nuevos grupos ocupacionales fueron descritos como
parte de una “nueva” clase media que contrastaba con la
“antigua” clase media o pequeña burguesía: mientras esta
última basaba su posición en el trabajo autónomo y en el
capital económico, los trabajadores de cuello blanco eran
empleados asalariados en actividades que dependían en
gran medida de la educación y de la inserción en jerarquías
burocráticas. Se trataba, en este sentido, de grupos con
perfiles muy diferentes. Desde mediados del siglo xx el
debate sociológico en torno a las clases medias se centró
fundamentalmente en caracterizar las particularidades de los
trabajadores de cuello blanco, en tanto la pequeña burguesía
fue objeto de menor atención y de mayores consensos acerca
de sus rasgos distintivos (Lockwood, 1995).
El examen de las clases medias en las décadas que
siguieron a la posguerra fue realizado predominantemente
en el marco de los estudios sociológicos denominados de
análisis de la estructura de clases. Como menciona Crompton
(1993) esta línea de estudios empíricos, que adquiere un
gran impulso en este periodo, se distingue por dos rasgos:
en primer lugar, por postular la posibilidad de separar
analíticamente el examen de la estructura y la acción de
clases y, en segundo lugar, por tomar como base para el
análisis de la estructura de clases las diferentes formas
de inserción de los individuos en la esfera laboral.2 Pero
más allá de compartir estos puntos de partida, los trabajos
adoptaron distintas perspectivas teóricas para definir a los
sectores medios, retomando y reinterpretando los escritos
de autores clásicos de la sociología.
2 Más adelante volveremos sobre los supuestos de estos estudios.
12
Una de las perspectivas que adquirió mayor influencia
durante estos años fue la vinculada a los estudios
funcionalistas sobre la estratificación social. Bajo esta línea
se engloban diversos trabajos que fueron desarrollados
principalmente en la academia estadounidense, como los
de Treiman (1970) y Blau y Duncan (1967). Además de
representar la orientación dominante en la producción sobre
clases sociales en Estados Unidos, la perspectiva ejerció una
importante ascendencia en los estudios latinoamericanos
llevados a cabo en el periodo.
Si bien con diversos matices, los trabajos que siguieron
esta perspectiva se caracterizaron por ofrecer una visión
optimista del incremento de la “nueva” clase media,
interpretándolo como parte de un proceso de modernización
y progreso social. El argumento central en este sentido es
que la lógica inherente a la evolución de las sociedades
industriales —regidas por un gran dinamismo tecnológico
y por la centralidad de la administración burocrática—
llevaría a una continua y rápida “elevación” de la estructura
social, debido a la creciente expansión de los empleos que
requieren de personal técnica y profesionalmente calificado.
El aumento de las ocupaciones de clase media se unía a
otro proceso que también era concebido como inherente a
las sociedades modernas (sobre el que volveremos en una
siguiente sección): la elevación de los niveles de movilidad
entre distintas clases sociales. La tesis principal de esta
perspectiva es que la conjunción de esos dos procesos
llevaría a la pérdida de relevancia de las clases sociales y a
la configuración de sociedades de clase media.
Tras estos argumentos se encuentran claras
preocupaciones de orden político vinculadas con la estabilidad
13
social en las democracias occidentales. Como mencionan
Erikson y Goldthorpe (1992), la perspectiva funcionalista
se enfrentaba en forma más o menos explícita a los
augurios postulados desde la teoría marxista respecto de
la evolución de las sociedades capitalistas. En este sentido,
lejos de llevar a la agudización del conflicto de clases y
a la superación revolucionaria del orden social vigente,
el desarrollo capitalista conduciría —como resultado del
progreso económico y de la consecuente expansión de
las clases medias— a una disolución de las diferencias de
clase, removiendo las causas que podrían conducir a la
conflictividad social.
El énfasis en el orden social presente en los estudios
desarrollados desde esta perspectiva también se refleja en
la manera de concebir la estructura social. Los diferentes
sectores sociales no se piensan como grupos antagónicos, por
lo que a menudo se los denomina como estratos y no como
clases. La estructura social aparece frecuentemente como una
jerarquía continua, donde las posiciones sociales representan
diferencias de grado principalmente en el prestigio o estatus
ocupacional. En esta postura es importante la influencia
de los escritos de Parsons sobre la estratificación social,
y en especial el trabajo de Davis y Moore (de inspiración
parsoniana) acerca del carácter necesario e inevitable de
la estratificación en las sociedades modernas. Desde esta
mirada se considera que la jerarquía de posiciones sociales
sería el reflejo de pautas valorativas que son compartidas
socialmente. Los aspectos en torno a los cuales tendría lugar
la valoración que origina las distintas posiciones sociales son
variados, pero en las sociedades modernas serían centrales
los diferentes roles ocupacionales, que se estimarían
14
socialmente de acuerdo con su importancia funcional para
la reproducción del sistema social. La importancia funcional
de las posiciones ocupacionales se reflejaría en diferencias
de jerarquía y retribuciones, que actuarían como un sistema
no sólo de recompensas sino también de incentivos, para
garantizar que aquellos individuos más “talentosos” ocupen
las posiciones más importantes (Parsons, 1974; Davis &
Moore, 1974). En este marco, los estudios realizados desde
esta perspectiva identificaron a los sectores medios con
el conjunto de las posiciones no manuales, cuyo estatus
superior era asociado, precisamente, a la importancia social
atribuida a las tareas involucradas.
Además de la funcionalista, hubo otras perspectivas
teóricas que también ejercieron una influencia importante
en los estudios de estructura de clases que se llevaron a
cabo durante la posguerra. Estas perspectivas comprenden
distintos trabajos inspirados en el pensamiento marxista y
weberiano, es decir, realizados en el marco de las llamadas
teorías del conflicto (Crompton, 1993; Lenski, 1974). Aunque
desde miradas muy diferentes, estos trabajos enfatizaron
el papel de las relaciones de poder y las diferencias de
recursos en la constitución de las clases, prestando mayor
atención a los clivajes y conflictos entre grupos. Por estos
mismos motivos, en ellos fue frecuente el rechazo explícito
a la perspectiva funcionalista debido a su énfasis excesivo
en las cuestiones de la integración y el orden.
Entre los estudios realizados en el marco de las teorías
del conflicto, aquellos de inspiración marxista encontraron
serias dificultades para dar cuenta del crecimiento de las
ocupaciones no manuales. Esto se debió fundamentalmente
a los postulados presentes en el pensamiento de Marx
15
acerca de las clases, pero también a los aspectos de dicho
pensamiento que fueron privilegiados por sus seguidores.
Como es sabido, el modelo simplificado de Marx sobre
las clases es de tipo dicotómico, donde la propiedad de los
medios de producción y las relaciones de explotación definen
las dos clases fundamentales de la sociedad capitalista,
la burguesía y el proletariado. En este marco, los sectores
intermedios aparecen en su obra en referencia a dos procesos
distintos. Las alusiones más frecuentes se vinculan a un grupo
en transición en términos históricos: la pequeña burguesía,
destinada al declive de su importancia social y numérica
debido a las dificultades que encontraría para sobrevivir bajo
las condiciones económicas y tecnológicas del capitalismo
avanzado. En este sentido, la imposibilidad de realizar una
acumulación ampliada por la reducida magnitud de sus
capitales se impondría como un límite para su supervivencia.
La disminución o desaparición de los pequeños propietarios
llevaría a una tendencia hacia la polarización de la sociedad en
sus dos clases fundamentales, la que se vería acentuada por
la actuación de otras dos tendencias. En primer lugar, por el
incremento de la polarización económica entre la burguesía
y el proletariado, como resultado de la mayor concentración
de la riqueza en la burguesía y de la pauperización relativa
de la clase obrera. En segundo lugar, por la tendencia
hacia la homogenización de la clase obrera, producto de la
descalificación de la fuerza de trabajo a la que llevaría el
desarrollo tecnológico y la mecanización.
Sin embargo, junto con la tesis de la polarización de la
estructura social en dos clases fundamentales en la obra
de Marx, también aparecen referencias a la expansión de
grupos intermedios como resultado del propio desarrollo
16
del capitalismo.3 Por un lado, el carácter antagonista de
la producción capitalista llevaría a la expansión de las
actividades de control bajo la forma de un incremento en
el número de puestos gerenciales y de supervisión. Por otro
lado, la lógica del sistema capitalista avanzado, en particular
la necesidad de asegurar una efectiva circulación del capital,
conduciría al incremento de las funciones de oficina y de
los empleados que realizan trabajo “improductivo”, por
ejemplo, los servidores públicos.
La posibilidad o no de compatibilizar la tesis de la
polarización social de Marx con sus argumentos referidos al
incremento de sectores intermedios como parte de la propia
lógica del desarrollo capitalista ha sido objeto de intensos
debates teóricos.4 Lo que es importante señalar es que
entre quienes posteriormente retomaron su pensamiento
—en particular durante el periodo de florecimiento de los
estudios sobre la estructura de clases en la posguerra—
predominaron las visiones que enfatizaron la tesis de la
polarización. Por estos motivos, el pensamiento marxista
de posguerra estuvo dominado por intentos por demostrar
cómo los nuevos grupos sociales en expansión podían ser
subsumidos o asociados a alguna de las dos categorías de
clase fundamentales.
En esta línea se inscribe el trabajo de Braverman (1974)
acerca de la creciente proletarización en las sociedades
3 Véanse, por ejemplo, los desarrollos que Marx realiza sobre este punto en el tomo ii de Teorías de la plusvalía.
4 Como es sabido, Marx no llegó a concluir la sección de El capital en donde iba a desarrollar una teoría específica sobre las clases sociales, lo que puede contribuir a explicar por qué en su obra este punto no queda completamente saldado.
17
capitalistas. Braverman sostiene que el desarrollo de
la producción en masas traería consigo una progresiva
simplificación de las tareas laborales. El proceso de
trabajo tendería a dividirse de manera sistemática en una
multiplicidad de tareas elementales, las que requerirían de
una supervisión cercana y serían desprovistas de elementos
intelectuales. La descalificación de las tareas, a su vez, actuaría
como un mecanismo para abaratar la fuerza de trabajo, lo
que conduciría a la reducción de los niveles salariales. En
este proceso no sólo se verían involucrados los trabajadores
obreros, sino también los no manuales de bajo nivel. En
este sentido, para Braverman este último grupo debería ser
considerado como parte de la clase trabajadora, en tanto
comparte con ella un conjunto de características importantes
(la rutinización, la supervisión cercana y los bajos niveles
de ingresos). Así, oponiéndose a la tesis funcionalista de
una sociedad donde las clases medias son cada vez más
numerosas, Braverman va a argumentar que tras el aparente
incremento de estos grupos se esconde, en realidad, un
proceso de creciente proletarización.
Un enfoque similar está presente en la obra de Carchedi
(1977) y en los trabajos tempranos de Wright (1978). En
estos casos, los nuevos sectores intermedios emergentes
son catalogados o como parte del proletariado —igual que
en Braverman— o como sectores situados en posiciones
contradictorias entre las dos clases fundamentales de la
sociedad capitalista. Al primer grupo corresponden los
trabajadores no manuales de bajo nivel, mientras al segundo,
un conjunto de trabajadores que ejercerían prácticas en la
esfera productiva que son propias tanto de los capitalistas
como del proletariado. Dentro de estos últimos se ubican, por
18
ejemplo, los directivos y supervisores, quienes compartirían
con el proletariado el no poseer los medios de producción
y con los capitalistas el desarrollar tareas de supervisión
y vigilancia del trabajo —en Carchedi—, o el tener control
sobre los medios de producción físicos, sobre el poder
laboral y sobre la inversión —en Wright—. Se trata, en este
sentido, de un grupo que es funcional a los intereses de
la clase superior. De este modo, aunque desde enfoques
diferentes, estos autores coinciden con Braverman en tener
una visión sobre los sectores medios que está atada a una
perspectiva binaria de la estructura de clases. Ya sea que
se les considere como parte de la clase trabajadora o como
grupos que ocupan una posición ambigua en la estructura
social, en ambos casos se trata de enfoques que les niegan
una entidad propia como clase.
La caracterización de la “nueva” clase media fue algo
menos problemática para los investigadores que siguieron la
tradición weberiana, debido a la mayor flexibilidad inherente
a su definición de clase. En tanto el enfoque teórico que
proponemos en este documento recoge elementos de esta
tradición, conviene que nos detengamos en forma algo más
extensa en ella.
Recordemos que para Weber la situación de clase designa
a agregados de individuos con una situación de mercado
común en función de los bienes y capacidades que poseen.
En otras palabras, designa una forma de diferenciación
social que refleja relaciones de poder en la esfera mercantil,
y más precisamente, el poder de disposición y valorización
de diferentes recursos en dicha esfera. Un aspecto central
de las situaciones de clase es que establecen diferencias
en las llamadas oportunidades de vida, que Weber define
19
como “El conjunto de probabilidades típicas: i) De provisión
de bienes. ii) De posición externa. iii) De destino personal”
(Weber, 1969).
Entre los recursos que constituyen los componentes
causales de esas oportunidades de vida diferenciales se
encuentra la propiedad, que da lugar a clases propietarias
positiva y negativamente privilegiadas (propietarios y
no propietarios). Pero si en este aspecto pareciera haber
semejanzas con Marx, esta similitud es sólo aparente en
la medida en que para Weber la propiedad no involucra
relaciones de explotación, adopta diferentes formas
(medios de producción pero también viviendas, dinero,
etc.) y, lo que es más importante para nosotros, constituye
sólo uno de los posibles recursos que definen a las clases.
En este sentido, para Weber las posiciones de clase de
los que carecen de propiedad se diferencian en función
de los tipos y grados de “calificaciones negociables en el
mercado” que poseen. De este modo, a diferencia de Marx,
Weber resalta las distintas situaciones de clase que pueden
registrarse entre los no propietarios, en tanto quienes
poseen calificaciones valorizables en el mercado están en
una situación marcadamente diferente que quienes sólo
tienen para ofrecer su pura fuerza de trabajo. Como puede
deducirse, esta distinción será central para la posterior
caracterización de las “nuevas” clases medias por parte de
quienes seguirán el pensamiento weberiano.
Ahora bien, para Weber las clases constituyen sólo una
de las fuentes posibles de diferenciación social. Del mismo
modo que las clases, los llamados grupos de estatus son otra
forma de diferenciación que también se construye a partir
20
de la distribución de poder en la sociedad.5 Los grupos de
estatus están asociados a la distribución del honor o del
prestigio; se trata de grupos con estilos de vida o pautas
de consumo particulares, reconocidos como propios. Los
miembros de las clases y los grupos de estatus pueden
solaparse, pero ninguna de estas dimensiones es reducible
a la otra —en tanto se basan en criterios de agrupamiento
diferentes—. Un punto importante es que aunque ambos
tipos de agrupamiento pueden constituir una base para la
acción colectiva, esto es más probable que ocurra en relación
con los grupos de estatus (Breen, 2005). Así, distanciándose
de las visiones más deterministas presentes en la obra de
Marx, Weber deniega la inevitabilidad de la conciencia y la
acción de clases; la situación de clase representa una base
posible de formación de conciencia y acción común, pero esta
relación no es necesaria y depende de factores contingentes.6
En suma, los aspectos centrales de la concepción
weberiana sobre las clases son los siguientes. En primer
lugar, las clases se definen en el ámbito del mercado; en
otras palabras, las situaciones de clase equivalen a grupos
de individuos con una misma posición en el mercado en
función de su poder de disposición de recursos. En segundo
lugar, se trata de una concepción pluralista de las clases
(Giddens, 1989): los recursos que pueden ser valorizados
en el mercado son de diversa índole, lo que da lugar a la
posibilidad de una multiplicidad de clases. En tercer lugar,
5 Una tercera categoría social vinculada con la distribución del poder en la teoría weberiana son los partidos.
6 En forma similar, Weber no otorga a las relaciones entre las clases un papel determinante en la explicación del cambio social, tal como lo hace el materialismo histórico marxista.
21
las clases constituyen solamente una de las fuentes posibles
de diferenciación social, y la posibilidad de que de ellas
emerja la conciencia de una identidad mutua de intereses
o la organización y la acción colectiva sólo es contingente.
Por último, la importancia central de las clases radica en
su asociación con determinadas oportunidades de vida. En
relación con este punto, además, conviene introducir dos
precisiones (Solís, 2010). Por un lado, Weber reconocía que
los factores que influyen sobre el acceso a las oportunidades
de vida son diversos y no únicamente aquellos vinculados
con la clase, incluyendo la pertenencia a grupos de estatus,
otras características individuales como el sexo o la edad,
e inclusive el mismo azar. Así, las oportunidades de vida
tienen para Weber una causalidad múltiple, y aquellas que
se derivan de la clase son únicamente las que dependen
del tipo y grado de control que se tiene sobre recursos que
son valorizados en el mercado. Por otro lado, es importante
notar el enfoque probabilístico presente en el pensamiento
de Weber, en tanto las clases no determinan necesariamente
el logro de ciertas oportunidades de vida sino sólo una
“probabilidad típica” de alcanzarlas.
Si bien la multiplicidad de clases que se deriva de la
perspectiva weberiana otorga mayores posibilidades para
pensar a los nuevos grupos que han surgido históricamente
con las transformaciones del sistema capitalista, esta misma
multiplicidad introduce dificultades para el análisis. En tanto
la escala de bienes y capacidades que los individuos poseen y
valorizan en el mercado es extremadamente amplia, el número
de situaciones de clase resultante es indefinido y extenso
(Crompton, 1993). Esta pluralidad empírica es resuelta por
Weber a través del concepto de clase social. Para Weber una
22
clase social está formada por un conjunto de situaciones
de clase entre las cuales la movilidad tanto individual como
intergeneracional es frecuente. De este modo, la movilidad
social aparece como un elemento clave en el pensamiento
weberiano en tanto genera un nexo común de intercambio
entre los individuos, unificando sus diferentes situaciones
de clase.7 No obstante, y más allá de estas consideraciones,
Weber no brinda mayores precisiones conceptuales sobre
los procesos de conversión de situaciones de clase en clases
sociales, así como tampoco sobre las condiciones en las que
puede emerger la conciencia y la acción de clase (Giddens,
1989).
La recuperación del pensamiento weberiano en los años
que siguieron a la posguerra se materializó en una diversidad
de trabajos que, con un énfasis fundamentalmente descriptivo,
se centraron en las particularidades de las nuevas clases
medias (Savage, 1995). Como dijimos, el carácter pluralista
de la concepción weberiana sobre las clases brindaba una
mayor flexibilidad para dar cuenta de las especificidades de
aquellos grupos. Sin embargo, debido a ese mismo carácter
pluralista y a su escasa especificación sobre las relaciones
entre situaciones de clase y clases sociales, entre los autores
que retomaron la teoría weberiana no hubo consenso acerca
de la condición de clase de los nuevos grupos. En otras
palabras, mientras algunos consideraron que formaban parte
de una única clase media, otros juzgaron que en su interior
7 Partiendo de estos criterios, Weber va a identificar cuatro clases sociales fundamentales en la sociedad de su época: las clases privilegiadas por la educación y la propiedad; la pequeña burguesía; los trabajadores no propietarios de cuello blanco con formación, y la clase trabajadora.
23
había diferencias sustantivas que ameritaban dividirlos en
diferentes clases.
Uno de los trabajos de inspiración weberiana realizados en
este periodo que reviste especial importancia para el análisis
de las clases medias es el estudio sobre los trabajadores
administrativos (oficinistas) de Lockwood (1962), que presenta
una detallada reconstrucción de las transformaciones de
este grupo entre mediados del siglo xix y mediados del siglo
xx en Inglaterra.8
Entre los principales aportes de Lockwood se encuentra su
propuesta conceptual acerca de los distintos elementos que
conforman las situaciones de clase. Esta propuesta proveyó
un marco neoweberiano para localizar grupos particulares
de ocupaciones dentro de la estructura de clases y ejerció
enorme influencia en trabajos empíricos posteriores.9 Para
Lockwood el concepto de situación de clase incluye los
siguientes factores: en primer lugar, la situación laboral, es
8 Más allá de buscar una descripción de los cambios históricos en la inserción de los oficinistas en la estructura de clases, su preocupación central es dar cuenta de las relaciones entre esa inserción y la conciencia de clase. Discute con las perspectivas marxistas que ubicaban a los trabajadores no manuales de bajo nivel en una misma situación de clase que los obreros, apelando a la idea de una falsa conciencia ante las evidencias de que estos grupos carecían de una identidad de clase compartida. Lockwood va a plantear que una delimitación tan amplia del concepto de clase oscurece las diferencias reales en la situación de los trabajadores. Por tanto, argumenta la necesidad de atender detalladamente a las variaciones en las experiencias de los trabajadores, pues son esas variaciones las que permitirían explicar las diferencias que se observan en el plano de la conciencia.
9 En particular, y como veremos más adelante, su propuesta fue muy influyente sobre los trabajos desarrollados por Goldthorpe y colaboradores. Además, también veremos que estos desarrollos aportan elementos centrales para el enfoque que proponemos en este documento.
24
decir, “el juego de relaciones sociales en que está envuelto
el individuo en cuanto a su labor como consecuencia de
su posición en la división del trabajo”; en segundo lugar,
la situación de mercado —o ventajas de mercado—, que
corresponde a “la posición económica en sentido estricto,
consistente en el volumen y origen de los ingresos, el grado
de seguridad en el empleo y la posibilidad de ascenso”; y,
finalmente, el estatus, “o su posición en la jerarquía de
prestigio dentro de la sociedad en general” (1962). Se trata,
de esta manera, de una definición que incorpora las formas
específicas en que se desarrollan las actividades laborales,
las retribuciones asociadas a esas actividades —que incluyen
pero van más allá de los ingresos monetarios— y una serie
de elementos que escapan estrictamente al ámbito laboral
vinculados con la valoración de las ocupaciones en la esfera
social.
La importancia del estudio de Lockwood no se limita a
la influencia que tuvo su conceptualización de las clases;
también es relevante debido a que identificó diversas
características de los trabajadores no manuales de bajo nivel
que se constituirán en ejes de las discusiones académicas
sobre estos grupos. Por estos motivos, merece la pena que
repasemos sus principales hallazgos.
En relación con la situación laboral, Lockwood indaga en
qué medida la mecanización y la racionalización del trabajo
se han extendido en el ámbito administrativo llevando a que
las labores de los oficinistas se asemejen a las desempeñadas
por los obreros. La pregunta implícita en su indagación es si,
en la Inglaterra de mediados del siglo xx, se registran o no
cambios en los procesos de trabajo que den lugar a la tesis
de la proletarización presente en el pensamiento marxista.
25
En este aspecto Lockwood encuentra diferencias en las
formas de organización administrativa que responden al
grado de extensión de los sistemas burocráticos. Las formas
organizativas burocráticas generan relaciones laborales
tipificadas e impersonales basadas en el trabajo rutinario
que, de acuerdo con Lockwood, son similares a los que se
observan entre los trabajadores de las fábricas.
Sin embargo, Lockwood argumenta que esta forma
de organización del trabajo administrativo no es la más
frecuente de aquel periodo. Encuentra que una gran parte
del trabajo de oficinas continuaba siendo específico y
singularizado, por lo que requería al menos un mínimo
de capacidad, responsabilidad y criterio. La dirección del
trabajo en oficinas no se llevaba a cabo con el mismo tipo
de disciplina impersonal que caracteriza a la organización
fabril, sino que entre directivos y empleados predominaban
las relaciones personales. Introduciendo un punto que luego
será especialmente enfatizado desde el feminismo, Lockwood
resalta que el carácter personal y paternalista de las relaciones
de autoridad se veía acrecentado por la división sexual del
trabajo prevaleciente en las unidades administrativas, pues
por lo general el supervisor o encargado de la oficina era un
varón y sus auxiliares, mujeres. En suma, para Lockwood
este último tipo de organización del trabajo es el que
prevalecía entre los administrativos, mientras las formas más
tipificadas, rutinarias e impersonales encontraban límites a
su expansión debido a la misma naturaleza del trabajo de
oficina y al reducido tamaño que caracterizaba a la mayoría
de las unidades administrativas.
Por su parte, al examinar la situación de mercado de los
oficinistas, Lockwood identifica semejanzas y diferencias
26
con la clase trabajadora. Por un lado, muestra cómo los
empleados fueron perdiendo su situación privilegiada en
términos de ingresos, al punto que para mediados del siglo
xx sus remuneraciones eran equivalentes a las de los obreros.
Sin embargo, este proceso no se dio como resultado de su
hundimiento en las filas del proletariado por la reducción
absoluta en sus ingresos, sino porque su situación económica
se estancó en términos relativos con respecto a la de los
obreros. Lockwood vincula esta transformación al grado
de escasez de mano de obra calificada: la expansión de la
educación habría ampliado la oferta de trabajadores con las
calificaciones necesarias para ocupar puestos de oficina,
lo que a su vez habría redundado negativamente sobre la
posición privilegiada de la que gozaba este grupo. Aunque
en forma menos enfática, también menciona el efecto de la
capacidad organizativa de la clase obrera, factor que, como
veremos, será acentuado por otros autores.
No obstante, la peor situación relativa de los oficinistas
en términos de ingresos no se extendió en la misma medida
a otras esferas: por lo general, continuaban disfrutando de
una posición más favorable que los obreros en lo referido
a la extensión de la jornada, condiciones de trabajo y
seguridad en el empleo, y en otras ventajas que trascienden
a las remuneraciones propiamente dichas —incluyendo
aspectos como la limpieza, la comodidad y el esfuerzo—. En
particular, una característica que de acuerdo con Lockwood
distinguía claramente a los obreros de los trabajadores de
oficina, es que estos últimos tenían perspectivas de una
carrera de ascenso laboral dentro de la empresa, accediendo
a puestos de mayor jerarquía. En este punto Lockwood
vuelve a introducir nuevamente un tema que será retomado
27
por los estudios feministas: las posibilidades de ascenso,
sin embargo, no eran las mismas para varones que para
mujeres, ya que entre ellas se encontraban prácticamente
bloqueadas. En otras palabras, las relaciones de género
interactuaban con las laborales, haciendo que las ventajas de
mercado asociadas a las ocupaciones de oficina dependieran
en muchos aspectos del sexo de los empleados.
Pero aunque los oficinistas aún se diferenciaban de los
obreros en numerosos aspectos, las diversas transformaciones
experimentadas por el grupo habrían redundado en una
disminución de su estatus social. Lockwood atribuye esta
tendencia a la erosión de las ventajas de mercado y a los
cambios registrados en la situación laboral de algunos
segmentos administrativos a los que hicimos referencia
con anterioridad, pero también a factores como las
transformaciones en el origen social de los oficinistas (que
eran reclutados crecientemente entre sectores obreros)
y al proceso de feminización de la actividad, que venía
registrándose desde principios del siglo (que impactaba
sobre el estatus de la ocupación debido al estatus inferior
de las mujeres en la sociedad).
A la luz de estos procesos, Lockwood va a concluir que
los oficinistas de mediados del siglo xx tenían características
muy diferentes de las del resto de la clase media. Sin embargo,
argumenta que tampoco podían ser confundidos con la
clase obrera, en tanto en numerosos aspectos continuaban
teniendo un estatus superior. Si bien la frontera entre
trabajadores manuales y no manuales se habían difuminado,
los oficinistas continuaban diferenciándose de los obreros en
su situación de mercado y de trabajo y, además, presentaban
importantes semejanzas con la clase media en términos de
28
estilos de vida (zonas de residencia, tipos de consumo, etc.)
y de orientaciones valorativas. En particular, compartían con
el resto de la clase media una orientación al logro de tipo
individualista, centrada en la importancia de la educación
como medio para el éxito personal y el ascenso social. Estos
aspectos, que también fueron remarcados por otros autores
(Wright Mills, 1953; Berting, 1998), acercaban a los oficinistas
a la clase media y mostraban la continuidad de la relevancia
de la distinción entre trabajo manual y no manual para la
diferenciación social. De este modo, para Lockwood los
oficinistas se encontraban en una situación que podríamos
denominar intermedia entre la clase obrera y el resto de la
clase media, y esta misma situación de inseguridad social
reforzaba sus conductas imitativas hacia esta última y
sus esfuerzos por aumentar la distancia que los separaba
socialmente de la clase inferior a la suya.
En suma, frente a los estudios marxistas que agrupaban a
los trabajadores no manuales de bajo nivel con los obreros,
Lockwood apela a la necesidad de realizar un examen
minucioso de las particularidades de los distintos grupos,
mostrando que si bien en muchos aspectos eran semejantes,
continuaban registrándose diferencias sustantivas que
impedían considerarlos como parte de una misma clase. En
su examen, Lockwood detalla diversos rasgos de los grupos
no manuales de bajo nivel: en particular, los diversos niveles
de rutinización, la alta presencia femenina, la similitud de
ingresos con los obreros, la extracción social crecientemente
obrera, las oportunidades de carrera laboral —en particular
para los varones—, y las orientaciones valorativas y los estilos
de vida similares a los de otros grupos de clase media. Estos
rasgos se constituirán en ejes recurrentes de la investigación
29
posterior sobre la posición de clase de los trabajadores
no manuales de bajo nivel, y de los debates acerca de sus
semejanzas y diferencias con otros sectores sociales.
La mirada hacia las clases medias “superiores”: debates
en torno al concepto de clase de servicios
Como se desprende de la sección anterior, en los estudios
sociológicos sobre estructura de clases realizados durante
las décadas que siguieron a la posguerra el interés por
las clases medias estuvo centrado principalmente en los
trabajadores no manuales de bajo nivel. Sin embargo, desde
aproximadamente la década de los ochenta la discusión
acerca de las clases medias comenzó a dirigirse hacia otros
grupos de trabajadores no manuales cuya expansión empezó
a mostrar un dinamismo especial y que, a diferencia de
los de bajo nivel, claramente no podían ser asimilados a
los obreros: los técnicos y profesionales y los gerentes en
puestos de autoridad.
La indagación sobre estos grupos, particularmente en el
ámbito de la academia británica, estuvo asociada al concepto
de clase de servicios y a la posibilidad de considerarlos
como parte de una clase con entidad propia, poseedora de
características estructurales en común y diferentes de las de
otros grupos sociales (Lockwood, 1995). Así, se recalcó que
en el interior de las que fueran llamadas las “nuevas” clases
medias debía distinguirse dos conjuntos cualitativamente
diferentes: por un lado, un grupo relativamente descalificado
compuesto principalmente por empleados de oficina y
vendedores, los trabajadores no manuales de bajo nivel o
30
de rutina —que desde entonces fueron objeto de menor
atención— y, por otro lado, la llamada clase de servicios de
profesionales, técnicos y gerentes, quienes se encontraban
en una situación relativamente privilegiada y adquirían
especial relevancia en las nuevas sociedades postindustriales
centradas en el sector terciario.
El concepto de clase de servicios fue acuñado por
el austro-marxista Renner en la década de los treinta y
retomado posteriormente por Dahrendorf, pero sólo adquirirá
popularidad décadas más tarde con la obra de Goldthorpe
(1987). Renner desarrolla el concepto a partir de una teoría
de la delegación, en la que postula que la mayor complejidad
de las sociedades conduce a encomendar las funciones de
los capitalistas en empleados, los que pasarían a constituirse
en una clase con rasgos específicos (Butler, 1995). De este
modo, en Renner el concepto de clase de servicios designa a
un grupo relacionado funcionalmente con la clase capitalista
(Savage et al., 1992), y esta misma connotación es la que
retomará Dahrendorf (1962).
Goldthorpe recupera el concepto de clase de servicios en
el contexto de sus estudios sobre movilidad, impulsando un
debate que se extiende hasta nuestros días. En sus trabajos,
el concepto adquirirá un matiz diferente. Partiendo de los
desarrollos teóricos de Lockwood, en sus primeras obras
Goldthorpe (1987) va a identificar a la clase de servicios como
un grupo descriptivo compuesto por gerentes, profesionales
y técnicos que ocupan una situación de mercado y una
situación de trabajo similar. Desde esta visión, la clase
de servicios se distingue, en primer lugar, por tener una
situación privilegiada en términos de retribuciones; y, en
31
segundo lugar, porque esa situación se deriva del ejercicio
de autoridad o de la aplicación de conocimientos escasos.
En obras posteriores Goldthorpe modifica parcialmente
su visión sobre la clase de servicios. Estos desarrollos
se enmarcan dentro de una nueva formulación teórica
de los elementos que definen a las clases. Postula que la
diferenciación entre clases emerge en torno a dos ejes: por
un lado, la posición ocupada en relación con la propiedad
de los medios de producción, que crea la distinción entre
empleadores y empleados, y por otro lado, el tipo de relación
laboral que los empleados establecen con sus empleadores,
que da lugar a diferentes posiciones de clase entre quienes
no poseen los medios de producción (Erikson & Goldthorpe,
1992). Desde esta perspectiva, lo distintivo de los miembros
de la clase de servicios es el tipo de relación laboral en la que
están involucrados. La principal característica de la relación
de servicio es que está basada en la confianza de empleadores
y en la fidelidad de empleados en el largo plazo, es decir, que
supone un conjunto de obligaciones morales entre ambos
(Goldthorpe, 1995). Dado que los profesionales y gerentes
están involucrados en el ejercicio de autoridad delegada o en
la aplicación de conocimientos expertos, operan sus tareas
laborales con un alto grado de autonomía y discreción. Estas
características se traducirían en incentivos especiales por
parte del empleador, con el propósito de asegurar que los
trabajadores actúen en pos del interés de la organización.
Los incentivos que aseguran y premian la fidelidad hacia el
empleador asumen la forma de remuneraciones y condiciones
de trabajo favorables, seguridad en el empleo, y en especial,
perspectivas de ascenso laboral, que garantizan la fidelidad
en el largo plazo. Este tipo de relación laboral contrasta
32
con aquella en la que están involucrados los empleados
ordinarios, quienes no gozan de incentivos especiales y
reciben un salario por una tarea definida que no involucra
autonomía ni discreción10.
Goldthorpe destaca tres rasgos de la clase de servicios.
Dos de ellos surgen de los resultados de sus investigaciones
empíricas y serán retomados con detalle más adelante: la clase
de servicios es, en primer lugar, un grupo que históricamente
ha mostrado una gran efectividad en sus estrategias de
reproducción como clase y, en segundo lugar, una clase
privilegiada que en comparación con el resto de las clases
tiene elevados niveles de seguridad económica. El tercer
rasgo, en cambio, constituye más bien una conjetura que
Goldthorpe deriva de la posición que ocupa este grupo en
la estructura de clases. Desde su punto de vista, es factible
pensar que a medida que la clase de servicios se consolida,
se vuelve más conservadora políticamente. En tanto ocupa
una posición privilegiada dentro de la división del trabajo
en las sociedades postindustriales, es poco probable que
10 Si bien Goldthorpe menciona a Renner y a Dahrendorf como antecedentes de su idea de una “relación de servicio” (Erikson & Goldthorpe, 1992), ésta también se vincula a la bibliografía sobre los “salarios de eficiencia”, los que se conciben como una respuesta a las dificultades para monitorear en forma directa a los empleados de ciertas actividades (Breen & Rottman, 1995). En el esquema de clases que Goldthorpe desarrolla a partir de estas ideas, la clase de servicios aparece dividida en dos estratos, que se diferencian por los niveles de autoridad y conocimiento involucrados. Así, mientras en el estrato superior ubica a los profesionales y gerentes superiores, en el estrato inferior incluye a los profesionales de menor rango, los técnicos y los gerentes de nivel medio. Por su parte, los trabajadores no manuales de rutina son considerados como una clase diferente que la clase de servicios y la clase trabajadora, que es denominada intermedia —es decir, en este aspecto se asemeja a la visión que propone Lockwood—.
33
se vea atraída por movimientos o partidos que promuevan
valores o políticas igualitarias, mientras es más factible
que tiendan a preservar el status quo dentro del cual están
establecidas las posiciones que les brindan poder y ventajas
relativas (Goldthorpe, 1987 y 1995). De este modo, la clase
de servicios aparece como un grupo central de las sociedades
postindustriales: no sólo crece y se consolida en el seno
de estas sociedades, sino que se convierte en una de las
clases más favorecidas y, como consecuencia, en una de
sus principales defensoras.
El enfoque de Goldthorpe conseguirá enorme influencia
en los estudios sobre estructura de clases y movilidad social
realizados en las últimas décadas.11 Sin embargo, también
será objeto de fuertes críticas. En relación con su mirada
sobre los sectores medios, uno de los aspectos más debatidos
se refiere a la posibilidad de considerar a profesionales
y gerentes como parte de una clase de servicios unitaria.
Frente a esta postura, Savage va a plantear la existencia de
ejes fundamentales de división que actúan fragmentando
a la clase de servicios (Savage et al., 1992; Savage, 1995).
Savage desarrolla una perspectiva teórica sobre las clases
medias inspirándose en los trabajos de Wright y Bourdieu.
Del primero, retoma la mirada sobre las clases presente en
sus estudios más tardíos. Como vimos en la sección anterior,
en los primeros trabajos de Wright los sectores medios
aparecían ocupando posiciones contradictorias de clase. Sin
11 La influencia de su enfoque no se limitará a los países desarrollados, sino que también se extenderá a algunos de los nuevos estudios sobre la temática realizados en países de América Latina en la última década. Ejemplos en este sentido constituyen los estudios de Jorrat (2000 y 2005) en Argentina, los de Solís (2007) y Solís y Cortés (2009) en México, y el de Torche y Wormald (2004) en Chile.
34
embargo, en la década de los ochenta Wright reformula su
perspectiva con base en los trabajos de Roemer, quien aplica
los principios de la teoría del juego al análisis marxista de
la explotación. En este nuevo enfoque, Wright (1985) va a
argumentar que además de la propiedad de los medios de
producción, en las sociedades capitalistas avanzadas existen
otros dos activos que también son generadores de relaciones
de explotación: los activos derivados de las jerarquías
organizacionales y las calificaciones escasas. En tanto ejes
de explotación, estos activos son, para Wright, las bases
sobre las que se erigen las diferentes posiciones de clase.12
Basándose en estas ideas, Savage va a argumentar que
dentro de lo que comúnmente se denomina clase media
pueden emerger tres clases diferentes: la pequeña burguesía,
los gerentes y los profesionales, cuyas diferencias se vinculan
con el acceso a los tres tipos de activos señalados por Wright
y de los cuales se derivan relaciones de explotación.13
12 Como puede apreciarse, la noción de explotación que utiliza Wright es menos específica que la que está presente en los escritos de Marx: se refiere a una situación general donde “el bienestar de una persona se obtiene a expensas de otra” (Wright, 1985). Asimismo, también es destacable que con esta nueva perspectiva de las clases Wright se acerca al pensamiento weberiano, debido a su énfasis en la diversidad de activos que influyen en la conformación de las clases (Crompton, 1993).
13 El activo de propiedad se asocia a la explotación de otros trabajadores: en el caso de la pequeña burguesía la particularidad del enfoque de Wright —que retoma Savage— es que los explotados son principalmente los miembros de la familia. El activo organizacional señala la importancia de las relaciones de poder dentro de las organizaciones, y refiere a la capacidad que tienen los gerentes de utilizar sus posiciones burocráticas para asegurarse una situación privilegiada respecto de sus subordinados. En cuanto al tercer activo, Savage prefiere remplazar la idea de “calificaciones escasas” de Wright por la de “activos culturales”, de inspiración bourdiana. Como
35
Aunque Savage parte de los desarrollos de Wright, se
aleja de este último en la manera de abordar el estudio de
las clases. Más en general, si todos los autores que hemos
revisado hasta aquí se inscriben, a pesar de sus diferencias,
dentro de una misma área dedicada al análisis de la estructura
de clases, Savage va a rechazar esta aproximación por su
énfasis excesivo en el examen de la esfera laboral. Sus
trabajos se insertan dentro de la línea de estudios sobre
formación de clases, que como veremos en detalle más
adelante, subrayan la construcción activa de las clases y
la imposibilidad de separar analíticamente el estudio de
la estructura y la acción. Partiendo de esta perspectiva,
Savage argumenta que las clases deben entenderse como
colectividades sociales estables, es decir, como grupos de
personas identificables que comparten niveles de ingresos,
estilos de vida, culturas, orientaciones políticas, etc. (Savage
et al., 1992). Los activos de propiedad, organizacionales y
culturales deben ser vistos como poderes causales potenciales
que pueden generar clases diferentes, pero por sí mismos
no especifican su naturaleza. La manera en que se forman
las clases como colectividades distintivas va a depender
del contexto, y las divisiones de clase importantes en una
sociedad o en un periodo histórico pueden no serlo en
otros. Por este motivo, aunque los activos mencionados
el mismo Wright reconoce (1992), es difícil ver a las calificaciones como un eje de explotación. Por este motivo, Savage recupera las ideas de capital cultural de Bourdieu señalando que las calificaciones no son ejes de explotación en sí mismas sino en relación con los campos culturales que las definen y legitiman —en tanto el proceso de legitimación de ciertas calificaciones implica, al mismo tiempo, un proceso cultural de desacreditación de otras calificaciones (Savage et al., 1992).
36
constituyen el terreno sobre el que se forman las clases
medias, su sola consideración no permite definir cuál es
su número ni cuáles son sus límites. En otras palabras, la
identificación de los activos es, para Savage, sólo un primer
paso en el análisis; también es necesario considerar las
condiciones contingentes que posibilitan que los ejes de
explotación produzcan colectividades sociales. Desde esta
perspectiva, la existencia de una clase de servicios es una
cuestión empírica y no, como sostiene Goldthorpe, algo que
pueda definirse ex ante.
Savage identifica tendencias hacia la fragmentación de
las clases medias en tres clases diferentes —la pequeña
burguesía, los profesionales y los gerentes— a partir de las
diferencias en activos, pero también muestra el carácter
dinámico y la posibilidad de transformar un activo en otro
en el proceso de formación de clases (retomando aquí
también las ideas de Bourdieu). En relación con los activos
de propiedad, considera que constituyen la base más robusta
para la emergencia de colectividades sociales de clase, en
la medida en que pueden ser acumulados y transmitidos
intergeneracionalmente. Los activos culturales poseen esta
misma característica, en tanto son acumulados y transmitidos
bajo la forma de disposiciones culturales. Sin embargo,
estos activos presentan una debilidad en comparación con
la propiedad: para convertirse en ejes de explotación —y por
tanto, para que produzcan recompensas económicas— los
profesionales necesitan aplicar sus activos en un contexto
particular en el mercado de trabajo, donde su valor no está
dado sino que tiene que ser establecido. Así, para Savage el
profesionalismo puede verse como un intento de establecer
vínculos entre niveles relativamente altos de educación formal
37
y recompensas en la división del trabajo, sin que en ese
proceso las calificaciones se vean degradadas o rutinizadas
(Savage et al., 1992). Finalmente, los activos organizacionales
constituyen la base más débil para la formación de clases, en
tanto al ser altamente dependientes del contexto no pueden
ser acumulados ni transferidos: no tienen una existencia
más allá de las posiciones dentro de las que se ejercen las
funciones gerenciales. Por esta razón, aquellos con activos
organizacionales tienen menores niveles de autonomía, y
deben transformarlos en activos culturales o en propiedad
para poder acumularlos o transferirlos.
Savage argumenta que las transformaciones económicas
y laborales por las que ha atravesado la sociedad británica
en las últimas décadas han potenciado las diferencias entre
la clase media profesional y la clase media gerencial, y que
en este proceso se ha consolidado la posición dominante de
la primera mientras la segunda se ha vuelto más marginal
e insegura.
Tradicionalmente las carreras laborales de clase media
vinculadas con los activos organizacionales se desarrollaron
dentro de amplias organizaciones burocráticas en las cuales
los individuos podían esperar ser promocionados a medida
que iban desplegando su vida laboral y, fundamentalmente,
tenían escasas perspectivas de movilidad descendente.
Este tipo de carrera laboral es la que se desprende de los
escritos de Weber sobre la burocracia y, enfatiza Savage, se
encuentra en la base de la idea de Goldthorpe sobre la peculiar
relación laboral que definiría a la clase de servicios. Savage
plantea que la teoría de la clase de servicios de Goldthorpe
depende de la existencia de estructuras organizativas como
las mencionadas, que funcionan como mercados laborales
38
internos a las firmas: los individuos se mueven sólo dentro
de la organización y pueden anticipar una carrera segura y
progresiva a cambio de la fidelidad hacia la empresa (Savage
et al., 1992; Haldford & Savage, 1995).
Sin embargo, para Savage hay evidencias de que es
precisamente esa carrera segura y predecible la que se ha
erosionado. Los procesos de reestructuración económica
han llevado a cambios profundos en las estructuras
organizativas, en tanto se han visto afectadas por procesos
de reducción de plantas y externalización de funciones.
En especial, las organizaciones parecen utilizar cada
vez menos en los mercados internos a las firmas para el
reclutamiento de gerentes, introduciendo mecanismos de
mercado. En otras palabras, se habría experimentado un
cambio “desde la coordinación por la ‘mano visible’ de
la jerarquía organizacional [burocrática] hacia la ‘mano
invisible’ del mercado” (Savage, 1998). Las carreras gerenciales
se desarrollan en mayor medida dentro de los llamados
mercados laborales ocupacionales, donde los trabajadores
se mueven entre distintos empleadores pero conservan la
misma ocupación. Estas transformaciones exponen a los
grupos gerenciales a altos grados de inseguridad y limitan
la importancia de las carreras burocráticas para las clases
medias contemporáneas. Además, cuestionan la actualidad
del concepto de clase de servicios, en tanto resulta dudoso que
la fidelidad de los empleados —lo recíproco de la confianza
de los empleadores— pueda considerarse un resultado de las
posibilidades de proyectar una carrera segura y progresiva
dentro de la organización.
En contraste con lo sucedido con los activos
organizacionales, las transformaciones económicas habrían
39
incrementado la importancia de los activos culturales.
Según Savage, un indicio en este sentido sería la creciente
demanda de fuerza de trabajo educada, lo que se vincula a
dos procesos. Por un lado, a la rápida expansión en el número
de profesionales dedicados a actividades como el marketing,
la publicidad, los medios, etc. Este grupo guarda semejanzas
con los “nuevos intermediarios culturales”, vinculados con
la provisión de bienes y servicios simbólicos, que Bourdieu
(1988) identifica para Francia y, de acuerdo con Savage,
ocupa un lugar central en la construcción y exaltación de
una cultura posmoderna centrada en el consumo. La mayor
relevancia de los activos culturales, sin embargo, trasciende
a la emergencia de este grupo, pues también se vincula a
la reestructuración de las organizaciones económicas a la
que hicimos referencia antes: este proceso habría llevado
a que las firmas externalicen actividades y descansen más
en la contratación de especialistas. Savage destaca que la
renovada trascendencia de los activos culturales en las
sociedades actuales adquiere rasgos específicos debido a
que descansa en la expansión de ocupaciones del sector
privado. Así, mientras en las décadas que siguieron a la
posguerra los activos culturales encontraban en el Estado
un ámbito central de legitimación y aplicación —resultado
de la expansión de la demanda de profesionales para los
servicios brindados por los Estados de bienestar—, en la
actualidad esos activos encuentran un espacio de aplicación
privilegiado en la esfera del mercado.
Finalmente, Savage identifica en el género un factor
adicional que actúa profundizando las diferencias
entre quienes descansan en activos organizacionales
y quienes lo hacen en activos culturales. En la sección
40
anterior mencionamos la manera en que, de acuerdo con
Lockwood, las relaciones de género actuaban moldeando
las ocupaciones no manuales de bajo nivel: por un lado,
al vedar las posibilidades de ascenso a las mujeres y, por
otro, al devaluar el estatus social de esas ocupaciones en
cuanto eran ocupadas mayoritariamente por mujeres. Estas
ideas serán profundizadas por estudios que resaltarán los
procesos de exclusión y demarcación de género alrededor
de las ocupaciones. Como menciona Crompton (1995, 1998
y 2000), la carrera tradicional de clase media fue construida
a partir de una división del trabajo por género tanto en el
ámbito laboral como en la esfera doméstica: la posibilidad
que tenían los varones de disfrutar empleos seguros y
perspectivas de promoción descansaba en parte en que
las mujeres estaban empleadas en la parte más baja de la
jerarquía ocupacional y no tenían perspectivas de ascenso y,
al mismo tiempo, en que los varones contaban en sus hogares
con mujeres —esposas o empleadas— que se ocupaban
de las tareas domésticas. Así, las desigualdades de género
convertían a las posiciones superiores de la clase media,
las profesionales y gerenciales, en posiciones masculinas.
Savage retoma estas ideas y sostiene que la exclusión de
las mujeres de las ocupaciones profesionales y gerenciales
constituía un factor que contrarrestaba las tendencias hacia
su fragmentación, contribuyendo a que se formara como
una única clase. No obstante, en las últimas décadas las
mujeres han ingresado en número creciente a las ocupaciones
superiores, pero este ingreso ha sido especialmente dinámico
en la esfera profesional. Si en el pasado las mujeres que
ocupaban puestos calificados se concentraban en nichos
de menor nivel —como la enfermería y la enseñanza—,
41
su creciente acceso al sistema educativo se tradujo en un
crecimiento explosivo de su inserción en cargos profesionales.
Como resultado, mientras las ocupaciones gerenciales
continúan siendo un terreno principalmente masculino,
en las profesionales se observa una disminución de la
segregación por género, lo que para Savage actúa acentuando
las diferencias entre estos dos tipos de ocupaciones14.
Desde otra perspectiva, Esping-Andersen (1993) también
ha argumentado que las diferencias entre profesionales y
gerentes impedirían considerarlos como parte de una única
clase de servicios. Este autor construye un esquema de clases
asentado sobre la idea de que las jerarquías de las sociedades
fordistas y posfordistas son fundamentalmente diferentes.
Desde su punto de vista, los sistemas de estratificación
en las sociedades actuales se encuentran en un proceso
de cambio, por lo que conviven grupos o clases que son
característicos de las sociedades fordistas con otros que
reflejan los rasgos emergentes de las nuevas sociedades
posfordistas. Así, mientras en su propuesta los gerentes son
vistos como grupos que responden a la lógica de control
burocrático fordista, los profesionales representan la antítesis
14 Un punto importante es que —como muestra Crompton en los trabajos antes citados— el ingreso de las mujeres a puestos superiores ha significado una reestructuración de las desigualdades de género en el ámbito laboral pero no su desaparición. Por un lado, continúan existiendo profesiones donde las mujeres tienen un acceso restringido. Por otro lado, el mayor acceso de las mujeres a ocupaciones profesionales antes que a gerenciales se explica al menos en parte porque brindan mayores niveles de autonomía y de flexibilidad de horarios, lo que permite una combinación del trabajo extradoméstico con el doméstico. Así, en forma paradójica, en muchos casos el ingreso de las mujeres a esos puestos superiores se encuentra vinculado con la posibilidad de mantener arreglos doméstico-tradicionales.
42
de esta jerarquía fordista de regulación: usualmente se
encuentra fuera de líneas de comando; poseen una mayor
autonomía pero también menores niveles de autoridad
sobre sus subordinados, y su aproximación al trabajo está
orientada a tareas. Asimismo, a diferencia de los gerentes, los
profesionales derivan su autoridad, legitimidad e identidad
colectiva de los estándares científicos de su disciplina y no de
una oficina burocrática. Por estas razones, Esping-Andersen
ubica a los profesionales como un grupo característico de
la estructura jerárquica posfordista, radicalmente diferente
de los gerentes15.
Frente a estas posturas, Goldthorpe va a continuar
sosteniendo la viabilidad de su concepto de clase de servicios.
Desde su punto de vista, las diferencias entre gerentes y
profesionales deben verse más como diferencias de situs,
de un tipo que también es identificable dentro de otras
clases. Criticando el punto quizás más débil del esquema
de clases de Esping-Andersen, Goldthorpe (1995) argumenta
que el contraste entre clases fordistas y posfordistas marca
un dualismo estático que no refleja el dinamismo y las
interrelaciones que se observan en las sociedades actuales.
Retoma evidencias que surgen de análisis propios e incluso
de Savage para mostrar que las conexiones entre gerentes y
profesionales son más que las destacadas por sus críticos.
En particular, resalta un aspecto que desde su punto de
vista es central para la formación de clases: los patrones
15 También aplica un conjunto de principios paralelos a los grupos de menor nivel, los técnicos y los gerentes de nivel medio. Los primeros estarían en una relación de subordinación con los científicos y profesionales, ejecutando las tareas profesionales más rutinarias; los segundos se encontrarían en una relación similar con los gerentes, ejecutando las prescripciones más rutinarias.
43
de movilidad intergeneracional e intrageneracional entre las
ocupaciones profesionales y gerenciales. Como el mismo
Savage reconoce, los flujos de movilidad intergeneracional
entre ambos grupos son muy elevados, al tiempo que las
probabilidades de acceder a esas ocupaciones para quienes
tienen orígenes en otros grupos sociales son restringidas. Algo
similar sucede con los movimientos a lo largo de la vida entre
los trabajos gerenciales y profesionales. En forma contraria a
lo que sugiere Esping-Andersen, Goldthorpe sostiene que en
muchas organizaciones modernas la división entre funciones
gerenciales y profesionales se está volviendo cada vez más
difusa, en tanto las credenciales educativas se convierten
en el criterio para el reclutamiento de gerentes y sus tareas
demandan la aplicación de conocimientos especializados16.
Para el autor, las evidencias empíricas acerca de la creciente
movilidad entre ambos tipos de ocupaciones —como las que
muestra Mills (1995)— otorgan sostén a sus argumentos y
cuestionan la validez de lo postulado por Esping-Andersen
y Savage.
Por otra parte, Goldthorpe también niega que la vigencia
de su concepto de clase de servicios se haya visto afectada por
la erosión de las carreras burocráticas tradicionales. En primer
lugar, cuestiona la magnitud de estos cambios, argumentando
que la carrera burocrática ha sido más resistente o adaptativa
de lo que se supone a menudo. En segundo lugar, sostiene
que lo definitorio de la clase de servicios en el nuevo
16 A su vez, Goldthorpe también va a destacar la creciente importancia que adquieren otros factores “no cognitivos” en el reclutamiento tanto de gerentes como de profesionales, tales como las redes sociales, la habilidad para manejarse dentro de determinados contextos socioculturales, la apariencia y la capacidad de expresión verbal (Jackson, Goldthorpe & Mills, 2002).
44
contexto es menos la continuidad en el mismo empleo que la
empleabilidad, es decir, la capacidad de evitar el desempleo
y de proyectar una carrera con perspectivas de mejora a
lo largo de la vida laboral, aunque este proceso implique
una creciente movilidad entre organizaciones. En relación
con estos aspectos, argumenta Goldthorpe, hay evidencias
de que la clase de servicios —es decir, tanto profesionales
como gerentes— continúa teniendo ventajas relativas muy
superiores a la de otros grupos.
Sin embargo, y como se desprende de estos argumentos, en
su defensa del concepto de clase de servicios Goldthorpe deja
sin resolver un punto clave. Si bien la mayor empleabilidad y
las mayores ventajas laborales pueden continuar siendo un
rasgo en común de profesionales y gerentes, en la actualidad
parece dudoso ubicar el origen de esa situación compartida
—al menos en forma generalizada— en una relación de servicio
con las características que le asigna Goldthorpe. Por tanto,
en este aspecto continúan siendo pertinentes las críticas
de Savage. En la medida en que las trayectorias laborales
de estos grupos transcurren crecientemente entre distintas
organizaciones, la explicación de su situación privilegiada
a partir de una relación basada en vínculos de fidelidad y
confianza en el largo plazo no parece sostenerse.
En suma, en este apartado hemos visto cómo la reflexión
sociológica reciente sobre las clases medias ha dirigido su
mirada hacia los grupos que se ubican en la parte superior
de este sector social, los que han sido considerados como
los principales emergentes de las nuevas sociedades
postindustriales. La expansión de estos grupos acentuó
la importancia relativa de los sectores medios en las
sociedades contemporáneas, al tiempo que profundizó su
45
heterogeneidad. Como resultado, se volvió más cuestionable
la posibilidad de pensar la estructura de clases a partir de
enfoques teóricos binarios. En este sentido, aunque desde
distintos puntos de partida, la investigación sociológica actual
sobre la estructura de clases comparte una preocupación por
reflejar la diversidad de posiciones que emergen de la división
del trabajo y, en particular, por explicar la heterogeneidad
de las clases medias.
clases medias y nivelación de las condiciones
materiales de vida
Los estudios sobre estructura de clases han asociado la
ampliación de las ocupaciones de clase media a resultados
sociales positivos en términos de igualdad económica y
de prosperidad material de la población. Bajo el supuesto
de que dichas ocupaciones proveen ingresos que, en
términos generales, se ubican por encima de los de las
clases trabajadoras y por debajo de los de las clases altas,
se presume que su incremento daría lugar a una elevación
de los ingresos laborales promedio y a un ensanchamiento
de la parte media de la distribución. Como resultado, se
asistiría a una mejora en los niveles de vida generales y,
ceteris paribus,17 a una mayor homogeneidad y a un menor
grado de polarización económica.
17 Es decir, si al mismo tiempo no tiene lugar 1) un incremento de la distancia en los ingresos de quienes están en la cumbre o en la base de la jerarquía ocupacional y 2) un incremento de las diferencias de ingresos dentro de las clases medias.
46
Durante las décadas que siguieron a la posguerra, la
expansión de las ocupaciones de clase media en los países
desarrollados se dio en paralelo a otros procesos que
incidieron sobre las condiciones materiales de vida de la
población. Uno de estos procesos fue el marcado incremento
de los ingresos relativos de la clase trabajadora. En el contexto
de una prosperidad económica generalizada, una parte
importante de este sector social pasó a tener remuneraciones
similares a los de los grupos no manuales de menor nivel.
Como señalamos más arriba, Lockwood dio cuenta de este
proceso para Gran Bretaña, mostrando cómo en el transcurso
de la primera mitad del siglo xx las remuneraciones de
oficinistas y obreros llegaron a equipararse debido a la
mejora económica de este último grupo. Así, desde el punto
de vista de la estratificación de remuneraciones, se asistió a
un desdibujamiento de los límites entre las ocupaciones de
clase media y de clase baja, al tiempo que se incrementó el
tamaño de los estratos medios en la jerarquía de ingresos.
Estas tendencias vinieron a poner en duda una vez más la
tesis marxista acerca de una creciente polarización social.
Si el aumento de las ocupaciones de clase media parecía
desmentir esta tesis en lo referido al postulado de una
progresiva proletarización —que llevaría a la división de la
sociedad en un polo capitalista y otro obrero—, la elevación
de los ingresos de la clase trabajadora parecía desmentirla en
lo que respecta al pronóstico de su creciente pauperización.
En el marco del optimismo del periodo de posguerra, el
proceso de elevación de los ingresos de la clase trabajadora
fue interpretado por muchos autores como uno de
“aburguesamiento”: se consideraba que grupos importantes
de este sector estaban comenzado a formar parte de las
47
clases medias. Producto de lo sucedido en relación con los
ingresos, una característica definitoria de la clase trabajadora,
tal como era concebida tradicionalmente, parecía estar
desapareciendo: su posición inferior en términos de poder
de consumo. En efecto, la adquisición de ingresos de nivel
medio parecía haber provisto a la clase trabajadora de una
vía de entrada a los mundos de clase media. Una variedad de
bienes de consumo durables —como televisores, automóviles,
etc.—, la vivienda propia y actividades para el ocio, antes
reservadas exclusivamente a las clases medias, se ponían
ahora también al alcance de quienes se encontraban en lo
más bajo de la estructura social (Goldthorpe et al., 1969;
Lipset & Bendix, 1963). Estas tendencias llevaron a que se
postule que la nivelación de las desigualdades materiales
(Dahrendorf, 1962) se había extendido a la esfera de los
estilos de vida. Desde este enfoque, se asistía a una suerte
de separación entre la posición de la clase trabajadora
como productora y como consumidora, en tanto en este
último plano habría adoptado pautas propias de las clases
medias. Así, las tendencias en los niveles de ingreso fueron
interpretadas como un indicador adicional de la conformación
de sociedades de clase media y de la difuminación de las
diferencias entre clases.
La mejora de la posición relativa de la clase trabajadora
estuvo asociada al crecimiento económico continuo que se
registró durante esta “época de oro” del capitalismo, pero
también, y en especial, al papel de otras instituciones que
actuaban tanto por fuera como sobre los resultados del
mercado. Por un lado, el desarrollo de los sindicatos y de la
negociación colectiva se tradujo en la institucionalización
de mecanismos de regulación laboral que modificaron
48
la situación o ventajas de mercado (en los términos de
Lockwood) de las diferentes clases. El establecimiento de
salarios mínimos, la posibilidad de pautar incrementos
salariales en función del poder de negociación sindical, la
instauración de otros beneficios indirectos como vacaciones,
pensiones por vejez, etc., la regulación del despido y la
contratación, entre otros, se convirtieron en elementos
constitutivos de los empleos de buena parte de los ocupados.
En particular, una de las consecuencias más significativas
de la instauración de mecanismos de regulación laboral
fue el incremento de la predecibilidad de las trayectorias
laborales (Esping-Andersen, 1993). Más allá de las diferencias
entre clases en términos de perspectivas de movilidad
ascendente a lo largo de sus trayectorias, los miembros de