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8/2/2019 Gay Talese
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Artculos
Los valientes sastres de la mafiaGay Talese
Autor de un libro clsico sobre la mafia, Honrars a tu padre, e hijo l
mismo de un sastre, Gay Talese zurce en las pginas que siguen una
crnica tan perfecta como los bordados de un chaleco de seda. Hoy en da
tal vez no, pero hubo un tiempo en que un triste corte en la rodilla poda
ser asunto de vida o muerte.
Existe un leve desorden mental, endmico en el negocio de la sastrera, que comenz a
tender sus hilos en la psique de mi padre durante sus das de aprendiz en Italia. Por
entonces l trabajaba en el taller de un artesano llamado Francesco Cristiani, cuyos
antepasados varones haban sido sastres durante cuatro generaciones sucesivas y, sinexcepcin, haban exhibido sntomas de esta enfermedad ocupacional. Aunque nunca
ha atrado la curiosidad cientfica y por lo tanto no puede clasificarse con un nombre
oficial, mi padre describi una vez esta enfermedad como una suerte de prolongada
melancola que a veces estalla en arrebatos de mal humor.
Es el resultado, sugera mi padre, de excesivas horas de una lenta, laboriosa y
microscpica labor que puntada a puntada centmetro a centmetro va abstrayendo
al sastre en la luz que se refleja sobre la aguja que destella dentro y fuera de la tela. El
ojo de un sastre debe seguir la costura con precisin, pero su pensamiento est librepara desviarse en diferentes direcciones: examinar su vida, reflexionar sobre su
pasado, lamentar sus oportunidades perdidas, crear dramas, imaginar banalidades,
cavilar, exagerar. En trminos simples, el hombre, al coser, tiene demasiado tiempo
para pensar.
Mi padre serva como aprendiz todos los das, antes y despus de sus clases en el
pueblo de Maida, en el sur italiano. l saba que algunos sastres podan quedarse
sentados durante horas, acunando una prenda entre sus cabezas gachas y sus rodillas
cruzadas, cosiendo sin esforzarse ni moverse excesivamente, sin un soplo de oxgenofresco con qu aclarar sus mentes. Y luego, con inexplicable inmediatez, podan
ponerse en pie de un salto y estallar en furia ante cualquier comentario casual de un
colega, as fuese slo una frase trivial sin intencin de ofender a nadie. Cuando esto
ocurra, mi padre sola refugiarse en una esquina mientras los carretes y los dedales de
acero volaban por la habitacin. En el caso de que el airado sastre fuera acicateado por
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sus insensibles colegas, hasta poda buscar el instrumento ms terrorfico dentro del
taller: las tijeras, largas como un par de espadas.
Tambin haba ocasionales disputas entre los clientes y el propietario, el ufano y
diminuto Cristiani, quien se enorgulleca enormemente de su ocupacin y crea de smismo y de los sastres bajo su supervisin que eran incapaces de cometer un error. Y si
as fuese, l no estaba dispuesto a aceptarlo. Una vez un cliente entr a probarse un
traje nuevo, pero no pudo ponerse el saco porque las mangas eran muy angostas.
Francesco Cristiani no slo descart disculparse con l. Peor an, se comport como
insultado por la ignorancia del cliente sobre el exclusivo estilo de la casa Cristiani en
moda masculina.
No se supone que deba pasar sus brazos por las mangas del saco! le dijo en tono
autoritario. Este saco est diseado para ser usado sobre los hombros.
En otra ocasin Cristiani se detuvo en la plaza de Maida despus del almuerzo,dispuesto a escuchar una banda durante su concierto de medioda. De pronto se
percat de que el nuevo uniforme entregado por l al tercer trompetero mostraba un
pliegue detrs del cuello cada vez que el msico se llevaba el instrumento a los labios.
Preocupado porque alguien pudiera darse cuenta y fuese a criticar su calidad como
sastre, Cristiani orden a mi padre por entonces un flacucho muchachito de ocho
aos deslizarse detrs del estrado y, con furtiva fineza, jalar el borde inferior de la
chaqueta cada vez que el bulto apareciera. Una vez terminado el concierto, Cristiani
ide un medio sutil por el que al fin pudo recuperar y reparar la chaqueta.
***
Por aquel entonces, primavera de 1911, ocurri una catstrofe en la tienda para la que
pareca no haber solucin. El problema era tan serio que la primera idea que se cruz
por la cabeza de Cristiani fue dejar el pueblo por un tiempo en vez de quedarse en
Maida y enfrentar las consecuencias. El incidente que provoc tal pnico haba
sucedido en el taller de Cristiani el sbado anterior a la Pascua, y se resuma en el dao
accidental pero irreparable causado por un aprendiz a un traje nuevo confeccionado
para uno de los ms exigentes clientes de Cristiani. Era alguien que estaba entre losms renombrados uomini rispettatide la regin. Hombres popularmente conocidos
como la Mafia.
Antes de percatarse del accidente, Cristiani disfrutaba de una prspera maana en su
tienda recibiendo el pago de varios clientes satisfechos que haban ido llegando para la
prueba final de sus trajes. Eran los trajes que vestiran al da siguiente en
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Castiglia era un cliente primerizo proveniente de la cercana Cosenza. Y era tan
desfachatado sobre su profesin criminal que mientras le tomaban las medidas para el
traje, un mes atrs, le haba pedido a Cristiani un espacio amplio dentro del saco para
llevar la pistola en su sobaquera. Aquella vez el seor Castiglia haba hecho tambin
otros requerimientos que ante los ojos del sastre lo elevaron a la categora de unhombre con un alto sentido de la moda: alguien que saba exactamente lo que podra
favorecer su corpulenta figura. Castiglia haba pedido que las hombreras del traje
fueran extra anchas para dar a sus caderas una apariencia ms estrecha. Adems haba
procurado distraer la atencin de su protuberante barriga ordenando un chaleco
plisado con anchas solapas en punta, y un agujero en el centro para que l pudiera
pasar una cadena de oro unida a su reloj de bolsillo adornado con diamantes.
El seor Castiglia tambin especific que las bastas de su pantaln fueran volteadas
hacia arriba, de acuerdo con la ltima moda del continente. Y al asomarse al taller de
Cristiani, haba expresado su satisfaccin al observar que todos los sastres estabancosiendo a mano y no empleando la ya por entonces difundida mquina de coser que, a
pesar de su velocidad, careca de la capacidad para moldear las costuras y los ngulos
de la tela. Segn Castiglia, esto slo era posible en las manos de un sastre talentoso.
Inclinndose con respeto, Cristiani le asegur que su casa de moda jams sucumbira a
la desgraciada invencin mecnica, aunque las mquinas de coser ya fueran
ampliamente usadas en Europa y Amrica. A la mencin de Amrica, Castiglia sonri y
dijo que haba visitado una vez el Nuevo Mundo y que tena varios parientes
establecidos all (entre ellos estaba un primo, Francesco Castiglia, que aos despus, al
empezar la era de la prohibicin, lograra gran notoriedad y riqueza bajo el nombre deFrank Costello).
En las semanas siguientes, Cristiani dedic casi toda su atencin a satisfacer las
especificaciones del mafioso, y dijo que se senta muy orgulloso de los resultados.
Hasta el Sbado de Gloria, cuando descubri el corte de dos centmetros y medio que
atravesaba la rodilla izquierda del nuevo pantaln del seor Castiglia. Vociferando
angustiosa y furiosamente, Cristiani muy pronto obtuvo la confesin del aprendiz, que
admiti haber estado cortando retazos de tela en el borde del molde donde se
encontraba el pantaln de Castiglia. Cristiani se detuvo en silencio, aturdido durantevarios minutos, rodeado por sus igualmente preocupados y mudos asociados. l poda,
por supuesto, huir y esconderse en las colinas. Tal vez sa fuese su primera reaccin.
Pero tambin poda devolverle el dinero al mafioso, explicarle lo sucedido y ofrecerle al
culpable aprendiz en sacrificio para que sus hombres diesen cuenta de l.
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En este caso, sin embargo, existan circunstancias especialmente disuasivas. El
culpable aprendiz era el sobrino de Mara Talese, la esposa de Francesco Cristiani. Ella
era la nica hermana del mejor amigo de Cristiani, Gaetano Talese, quien por entonces
trabajaba en Amrica. Y el hijo de Gaetano, ese aprendiz de ocho aos llamado Jos
Talese quien habra de convertirse en mi padre, estaba llorando convulsivamente.Mientras Cristiani trataba de consolar a su arrepentido sobrino, su mente segua
buscando una solucin. No haba manera.
En las cuatro horas que quedaban antes de la visita de Castiglia era imposible hacer un
segundo pantaln aunque tuvieran todo el material del mundo para hacerlo. Tampoco
haba modo de disimular el corte en la tela, aun con una maravillosa labor de zurcido.
Sus compaeros insistan en que lo ms sabio era cerrar la tienda y dejar una nota para
el seor Castiglia alegando enfermedad o alguna otra excusa que demorase la
confrontacin. Cristiani les record que nada ni nadie podra absolverlo si dejaba de
entregar el traje del mafioso a tiempo para la Pascua. Estaban obligados a encontraruna solucin al instante, o al menos en las cuatro horas que quedaban antes de que
Castiglia arribase.
Mientras el campanazo del medioda taa desde la iglesia en la plaza principal,
Cristiani anunci con su voz ms lgubre:
No habr siesta para ninguno de nosotros. ste no es momento para comer ni para
tomar un descanso: es momento de sacrificio y meditacin. As que quiero a todos
donde estn, pensando en algo que pueda salvarnos del desastre.
Fue interrumpido por los gruidos de los dems sastres, que se resistan a tener que
perder su almuerzo y su descanso vespertino. Pero Cristiani se impuso y envi de
inmediato a uno de sus hijos al pueblo para avisar a las esposas de los sastres que no
esperasen el retorno de sus maridos hasta que cayera la noche. Despus indic a los
otros aprendices, incluido mi padre, que corrieran las cortinas y cerrasen las puertas
frontal y trasera de la tienda. Durante los siguientes minutos, el equipo entero de doce
hombres y nios se congreg calladamente tras los muros del oscurecido taller, como si
participasen de una vigilia.
Mi padre se sent en una esquina, an estremecido por la magnitud de su falta. Cerca
de l se sentaron los dems aprendices, irritados con l, pero obedientes a la orden de
su maestro de permanecer en confinamiento. En el centro del taller, sentado entre sus
sastres, se hallaba Francesco Cristiani, un pequeo y huesudo hombre de diminuto
bigote, sosteniendo su cabeza entre sus manos y levantando la mirada cada pocos
segundos para dar un vistazo al pantaln que yaca frente a l.
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Varios minutos ms tarde Cristiani se puso de pie chasqueando los dedos. Meda
apenas un metro sesenta y siete, pero su porte erguido, su fina elegancia y su penachoaadan fuerza a su presencia. Haba adems un destello de luz en sus ojos.
Creo que se me ha ocurrido algo anunci lentamente, haciendo una pausa para
dejar que el suspen-so creciera hasta captar la atencin de todos. Lo que puedo hacer
es un corte en la rodilla derecha que coincida exactamente con el de la rodilla izquierda
daada y...
Te has vuelto loco? interrumpi el sastre mayor.
Djame terminar, imbcil! grit Cristiani, azotando su puo contra la mesa.
Luego continu:Despus puedo coser ambas rodillas con bordados decorados que coincidan
exactamente, para luego explicarle al seor Castiglia que ser el primer hombre en esta
parte de Italia en vestir pantalones diseados a la ltima moda, con las rodillas
bordadas.
Los dems escuchaban asombrados.
Pero, maestro le dijo uno de los sastres ms jvenes en tono cauto y respetuoso,
no se dar cuenta el seor Castiglia, cuando usted le presente esta nueva moda, deque nosotros mismos no estamos vistiendo pantalones que sigan esta usanza?
Cristiani levant las cejas levemente.
Buen punto admiti, y una ola de pesimismo retorn a la habitacin.
Pero segundos despus sus ojos destellaron de nuevo, y exclam:
Pero s estaremos siguiendo esta moda! Haremos cortes en nuestras rodillas y los
coseremos con bordados similares a los del seor Castiglia.
Y antes de que los hombres pudieran protestar, aadi:
Pero no cortaremos nuestros propios pantalones. Cortaremos los pantalones que
guardamos en el armario de las viudas!
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Inmediatamente todos voltearon hacia el armario cerrado en la parte trasera del taller
dentro del que colgaban docenas de trajes usados anteriormente por hombres ya
muertos. Esos trajes que las acongojadas viudas haban entregado a Cristiani para que
no les recordaran a sus difuntos esposos, con la esperanza de que fueran donados a
desconocidos que anduviesen de paso y se llevaran los trajes a pueblos lejanos.Cristiani abri la puerta del armario, tom varios pantalones de los ganchos y los
arroj hacia sus sastres, urgindolos a probrselos. l mismo se hallaba ya de pie, con
su ropa interior de algodn blanco y ligas negras, buscando un pantaln que pudiera
acomodarse a su menuda estatura. Cuando lo consigui, se desliz adentro, trep a la
mesa y se par como un orgulloso modelo frente a sus hombres.
Vean dijo sealando el largo y el ancho: un entalle perfecto.
Los otros sastres tambin empezaron a hacer lo mismo. Pero ya para entonces Cristiani
estaba parado en el piso, con el pantaln afuera, cortando la rodilla derecha delpantaln del mafioso para reproducir el dao hecho a la izquierda. Luego aplic
incisiones similares a las rodillas del pantaln que l haba elegido para s.
Ahora presten mucha atencin llam a sus hombres.
Con un movimiento de la aguja enhebrada con un hilo de seda aplic la primera
puntada al pantaln del difunto, atravesando el borde inferior de la rodilla con una
pasada que hbilmente uni al borde superior. Era un movimiento circular que l
repiti varias veces hasta que logr unir firmemente el centro de la rodilla con undiseo bordado, pequeo y curvado, como una corona de la mitad del tamao de una
moneda de diez centavos. Luego procedi a coser el lado derecho de la corona: una
costura de menos de un centmetro, ligeramente decreciente e inclinada hacia arriba
sobre el final. Tras reproducirla en el lado izquierdo del zurcido, erigi la minscula
imagen de un ave con las alas extendidas, volando directamente hacia quien la viera.
Era un ave semejante a un halcn peregrino. Cristiani haba creado as un modelo de
pantaln con un diseo alado en las rodillas.
Bueno, qu piensan? pregunt a sus hombres, dando a entender que no leinteresaba realmente lo que estuvieran pensando.
Mientras ellos se encogan de hombros y murmuraban algo por lo bajo, l continu
perentoriamente:
De acuerdo, rpido. Corten las rodillas de los pantalones que estn vistiendo y
csanlas con el diseo bordado que acaban de ver.
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Sin esperar oposicin y sin recibirla Cristiani se inclin para concentrarse en su
propia tarea: terminar la segunda rodilla del pantaln que l mismo habra de vestir y
empezar luego con el pantaln del seor Castiglia. En este caso, Cristiani planeaba no
slo bordar un diseo de alas con un hilo de seda que coincidiese exactamente con elcolor usado en los ojales del saco, sino insertar un trozo de seda en el interior de la
parte frontal del pantaln. Quera extenderse desde los muslos hasta las pantorrillas,
para proteger as las rodillas del seor Castiglia del roce y disminuir la friccin contra
los zurcidos mientras Castiglia desfilara en lapasseggiata.
Las dos horas siguientes todos trabajaron en enfebrecido silencio. Mientras Cristiani y
sus sastres aplicaban el diseo alado a las rodillas de todos los pantalones, los
aprendices ayudaban con las alteraciones menores: cosan botones, planchaban puos
y se entregaban a otros menudos detalles que al final dejaran los pantalones de los
difuntos tan presentables como fuera posible. Cristiani, por supuesto, no permita quenadie adems de l manipulara la vestimenta del mafioso. Cuando doblaron las
campanas de la iglesia marcando el final de la siesta, Francesco Cristiani escudriaba
con admiracin la costura que haba hecho y agradeca en silencio a su tocayo en el
cielo, san Francisco de Paula, por su inspirada gua con la aguja.
Ya se sentan los ruidos de actividad en la plaza. Los campaneos de los carros jalados
por caballos, los gritos de los vendedores de comida, las voces de los compradores que
iban pasando por el camino empedrado frente al prtico de Cristiani. Las cortinas de la
tienda del sastre acababan de abrirse, y mi padre junto con otro aprendiz fuerondestacados en la puerta con instrucciones de avisar tan pronto tuvieran a la vista el
carruaje del seor Castiglia.
Adentro, los sastres estaban en fila detrs de Cristiani. Se sentan hambrientos,
fatigados y nada cmodos dentro de sus pantalones de muertos con rodillas aladas.
Pero la ansiedad y el temor que inspiraba la reaccin de Castiglia a su nuevo traje de
Pascua dominaban sus emociones. Y sin embargo Francesco Cristiani pareca
inusualmente calmado. Adems de su pantaln marrn recientemente adquirido,
cuyas piernas tocaban sus zapatos abotonados con bordes de tela, el sastre vesta unplisado chaleco gris sobre una camisa a rayas de cuello blanco, adornado por una
bufanda borgoa con broche de perla. En su mano, sobre un gancho de madera,
sostena el traje de tres piezas del seor Castiglia que momentos antes haba cepillado
suavemente y planchado por ltima vez. El traje an estaba tibio.
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Veinte minutos despus de las cuatro de la tarde, mi padre entr corriendo y, con un
chillido que no poda ocultar su pnico, anunci: Sta arrivando!. Un carruaje negro
tirado por dos caballos se detuvo repiqueteando frente a la tienda. El cochero, armadocon un rifle, descendi de un salto para abrir la puerta. De all apareci la oscura
silueta de Vincenzo Castiglia, quien rpidamente dio los dos pasos que lo separaban de
la acera. Lo segua un hombre, su guardaespaldas, con un sombrero negro de ala
ancha, una capa larga y botas abrochadas. El seor Castiglia se quit sufedora gris y
con un pauelo limpi el polvo del camino de su frente. Estaba entrando en la tienda
cuando Cristiani sali a toda prisa para saludarlo.
Su maravilloso traje de Pascua lo espera! proclam Cristiani sosteniendo el
gancho en lo alto.
Castiglia examin el traje sin pronunciar comentario alguno. Luego, despus de
rechazar cortsmente el ofrecimiento de whisky y vino de parte de Cristiani, indic a su
guardaespaldas que lo ayudara a quitarse el saco para probarse su indumentaria de
Pascua. Cristiani y los dems sastres aguardaban muy quietos, observando cmo la
pistola en la sobaquera de Castiglia se balanceaba al extender sus brazos y recibir el
chaleco plisado gris, seguido del saco de hombros anchos. Conteniendo el aliento en el
momento de abotonar el chaleco y el saco, Castiglia gir hasta ubicarse al frente del
espejo de tres cuerpos que haba al lado del probador. Admir su reflejo desde cada
ngulo y volte hacia su guardaespaldas, quien asinti con un gesto. Por fin el seorCastiglia coment con voz de mando:
Perfetto!
Mille grazierespondi Cristiani inclinndose ligeramente mientras retiraba el
pantaln del gancho y se lo entregaba.
Castiglia pidi permiso para ingresar en el probador y cerr la puerta. Algunos sastres
empezaron a dar vueltas por el cuarto, pero Cristiani se mantuvo firme, silbandosuavemente para s. El guardaespaldas, todava con su capa y su sombrero puestos, se
haba sentado cmodamente en una silla con las piernas cruzadas. Fumaba un
cigarrillo. Los aprendices se reunieron en la trastienda, a excepcin de mi nervioso
padre, quien permaneci en el saln, ordenando y reordenando pilas de materiales en
un mostrador mientras mantena un ojo pegado al probador.
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Nadie dijo ni una palabra durante ms de un minuto. Los nicos sonidos que se
escuchaban eran los que haca el seor Castiglia al cambiarse de pantaln. Primero se
oy el golpe seco de sus zapatos cayendo al piso, y luego la leve friccin de la fina tela
elegida para su traje. Segundos despus un fuerte estruendo hizo estremecer la divisin
de madera: presumiblemente Castiglia haba perdido el equilibrio cuando se paraba enuna sola pierna. Tras un suspiro, una tos y el rechinar de sus zapatos de cuero, volvi el
silencio. Pero entonces, de repente, una grave voz detrs de la puerta bram:
Maestro!
Y luego ms fuerte:
Maestro!!!
La puerta se abri de golpe, revelando el airado rostro y la encorvada figura del seor
Castiglia. Con sus dedos sealaba sus rodillas dobladas y el diseo de alas en el
pantaln. Luego, balancendose hacia Cristiani, volvi a gritar:Maestro, che avete fatto qui?
El guardaespaldas se levant de un salto, con la mirada puesta en Cristiani. Mi padre
cerr los ojos. Los otros sastres dieron un paso atrs. Pero Francesco Cristiani sigui
de pie, impasible a pesar de que el guardaespaldas se haba llevado la mano dentro de
la capa.
Qu ha hecho? repiti Castiglia an con las rodillas arqueadas, como si sufriera de
parlisis.
Cristiani lo observ un par de segundos y finalmente, con el tono autoritario de un
maestro ensendole a un alumno, le respondi:
Oh, qu decepcionado estoy! Qu triste e insultado me siento de que usted no sepa
apreciar el honor que estaba tratando de brindarle porque pens que lo mereca. Pero
lamentablemente estaba equivocado.
Y antes de que el confundido Vincenzo Castiglia abriera la boca, continu:
Usted me exige saber lo que hice con su pantaln sin darse cuenta de que yo hequerido presentarle el Nuevo Mundo, que es adonde pens que usted perteneca.
Cuando entr en la tienda para su primera prueba el mes pasado, usted pareca muy
diferente de la gente retrgrada de esta regin. Tan sofisticado. Tan individualista.
Usted haba viajado a Amrica, me dijo, haba visto el Nuevo Mundo, y yo asum que
estaba en contacto con el espritu contemporneo de la libertad. Pero me equivoqu.
Nuevas ropas, en realidad, no rehacen al hombre en su interior.
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Dejndose llevar por su propia grandilocuencia, Cris-tiani volte hacia su sastre mayor,
que se hallaba ms cerca de l. Impulsivamente repiti un viejo proverbio del sur de
Italia que lament haber dicho en cuanto las palabras salieron de su boca.
Lavar la testa alasino acqua persa (Lavar la cabeza a un asno es un desperdicio de
agua) enton Cristiani.
El pasmo se esparci por toda la tienda. Mi padre se escabull detrs del mostrador.
Los sastres de Cristiani, horrorizados ante tal provocacin, temblaron al ver que su
rostro enrojeca y sus ojos se entrecerraban. Nadie se habra sorprendido si el siguiente
sonido hubiera sido el disparo de una pistola. En efecto, hasta el mismo Cristiani baj
la cabeza y pareci resignado a su suerte. Pero extraamente, habiendo ido demasiado
lejos como para regresar, Cristiani repiti sus palabras sin considerar las
consecuencias:Lavar la testa alasino acqua persa.
El seor Castiglia no respondi. Resopl, se mordi los labios, pero no dijo ni una
palabra. Quiz nunca antes haba sentido semejante insolencia de nadie, y menos an
de un pequeo sastre. Castiglia estaba demasiado sorprendido como para actuar.
Incluso su guardaespaldas pareca paralizado, con una mano todava oculta bajo su
capa. Tras unos pocos segundos de silencio, los ojos de la cabizbaja tez de Cristiani se
levantaron tmidamente, y vio al seor Castiglia de pie con los hombros cados, la
cabeza ligeramente inclinada y la mirada perdida y llena de remordimientos. Castigliamir a Cristiani y pestae. Finalmente dijo:
Mi difunta madre usaba esa expresin cuando yo la haca enojar les confi a todos.
Tras una pausa, aadi:
Ella muri cuando yo era muy joven.
Oh, cunto lo siento! dijo Cristiani al notar que la tensin se disipaba en el
ambiente. Espero, sin embargo, que acepte mi palabra de que nosotros s tratamos
de hacerle un bello traje para la Pascua. Slo estaba muy decepcionado de que no le
gustase su pantaln diseado a la ltima moda.
Mirando otra vez sus rodillas, Castiglia pregunt:
Esto es la ltima moda?
S, as es reafirm Cristiani.
Dnde?
En las grandes capitales del mundo.
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Pero no aqu?
No an dijo Cristiani. Usted es el primero entre los hombres de esta regin.
Pero por qu tengo que empezar yo la ltima moda en la regin? pregunt
Castiglia con una voz que ahora sonaba insegura.
Oh, no. Realmente no ha empezado con usted lo corrigi Cristiani. Los sastres yahemos adoptado esta moda.
Y levantando una de sus rodillas, dijo:
Valo usted mismo.
El seor Castiglia baj la mirada para examinar las rodillas de Cristiani y luego gir
para inspeccionar la habitacin entera. Al chocarse con la mirada de los dems sastres,
stos fueron levantando sus rodillas y asintiendo uno tras otro, sealando el ya familiar
diseo alado del ave infinitesimal.
Ya veo dijo Castiglia. Y veo tambin que le debo una disculpa, maestro. A veces le
toma tiempo a uno darse cuenta de lo que est a la moda.
Estrech la mano de Cristiani y le pag. Pero como al parecer no quera quedarse un
minuto ms en ese lugar donde su ignorancia haba sido expuesta, el seor Castiglia
llam a su obediente y mudo guardaespaldas y le lanz su traje viejo. Vistiendo el
nuevo, con el diseo alado en ambas rodillas, e inclinando el sombrero en seal de
despedida, el seor Castiglia se dirigi a su carruaje. Mi padre ya le haba abierto la
puerta de la tienda de par en par.