Gay Talese

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    Artculos

    Los valientes sastres de la mafiaGay Talese

    Autor de un libro clsico sobre la mafia, Honrars a tu padre, e hijo l

    mismo de un sastre, Gay Talese zurce en las pginas que siguen una

    crnica tan perfecta como los bordados de un chaleco de seda. Hoy en da

    tal vez no, pero hubo un tiempo en que un triste corte en la rodilla poda

    ser asunto de vida o muerte.

    Existe un leve desorden mental, endmico en el negocio de la sastrera, que comenz a

    tender sus hilos en la psique de mi padre durante sus das de aprendiz en Italia. Por

    entonces l trabajaba en el taller de un artesano llamado Francesco Cristiani, cuyos

    antepasados varones haban sido sastres durante cuatro generaciones sucesivas y, sinexcepcin, haban exhibido sntomas de esta enfermedad ocupacional. Aunque nunca

    ha atrado la curiosidad cientfica y por lo tanto no puede clasificarse con un nombre

    oficial, mi padre describi una vez esta enfermedad como una suerte de prolongada

    melancola que a veces estalla en arrebatos de mal humor.

    Es el resultado, sugera mi padre, de excesivas horas de una lenta, laboriosa y

    microscpica labor que puntada a puntada centmetro a centmetro va abstrayendo

    al sastre en la luz que se refleja sobre la aguja que destella dentro y fuera de la tela. El

    ojo de un sastre debe seguir la costura con precisin, pero su pensamiento est librepara desviarse en diferentes direcciones: examinar su vida, reflexionar sobre su

    pasado, lamentar sus oportunidades perdidas, crear dramas, imaginar banalidades,

    cavilar, exagerar. En trminos simples, el hombre, al coser, tiene demasiado tiempo

    para pensar.

    Mi padre serva como aprendiz todos los das, antes y despus de sus clases en el

    pueblo de Maida, en el sur italiano. l saba que algunos sastres podan quedarse

    sentados durante horas, acunando una prenda entre sus cabezas gachas y sus rodillas

    cruzadas, cosiendo sin esforzarse ni moverse excesivamente, sin un soplo de oxgenofresco con qu aclarar sus mentes. Y luego, con inexplicable inmediatez, podan

    ponerse en pie de un salto y estallar en furia ante cualquier comentario casual de un

    colega, as fuese slo una frase trivial sin intencin de ofender a nadie. Cuando esto

    ocurra, mi padre sola refugiarse en una esquina mientras los carretes y los dedales de

    acero volaban por la habitacin. En el caso de que el airado sastre fuera acicateado por

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    sus insensibles colegas, hasta poda buscar el instrumento ms terrorfico dentro del

    taller: las tijeras, largas como un par de espadas.

    Tambin haba ocasionales disputas entre los clientes y el propietario, el ufano y

    diminuto Cristiani, quien se enorgulleca enormemente de su ocupacin y crea de smismo y de los sastres bajo su supervisin que eran incapaces de cometer un error. Y si

    as fuese, l no estaba dispuesto a aceptarlo. Una vez un cliente entr a probarse un

    traje nuevo, pero no pudo ponerse el saco porque las mangas eran muy angostas.

    Francesco Cristiani no slo descart disculparse con l. Peor an, se comport como

    insultado por la ignorancia del cliente sobre el exclusivo estilo de la casa Cristiani en

    moda masculina.

    No se supone que deba pasar sus brazos por las mangas del saco! le dijo en tono

    autoritario. Este saco est diseado para ser usado sobre los hombros.

    En otra ocasin Cristiani se detuvo en la plaza de Maida despus del almuerzo,dispuesto a escuchar una banda durante su concierto de medioda. De pronto se

    percat de que el nuevo uniforme entregado por l al tercer trompetero mostraba un

    pliegue detrs del cuello cada vez que el msico se llevaba el instrumento a los labios.

    Preocupado porque alguien pudiera darse cuenta y fuese a criticar su calidad como

    sastre, Cristiani orden a mi padre por entonces un flacucho muchachito de ocho

    aos deslizarse detrs del estrado y, con furtiva fineza, jalar el borde inferior de la

    chaqueta cada vez que el bulto apareciera. Una vez terminado el concierto, Cristiani

    ide un medio sutil por el que al fin pudo recuperar y reparar la chaqueta.

    ***

    Por aquel entonces, primavera de 1911, ocurri una catstrofe en la tienda para la que

    pareca no haber solucin. El problema era tan serio que la primera idea que se cruz

    por la cabeza de Cristiani fue dejar el pueblo por un tiempo en vez de quedarse en

    Maida y enfrentar las consecuencias. El incidente que provoc tal pnico haba

    sucedido en el taller de Cristiani el sbado anterior a la Pascua, y se resuma en el dao

    accidental pero irreparable causado por un aprendiz a un traje nuevo confeccionado

    para uno de los ms exigentes clientes de Cristiani. Era alguien que estaba entre losms renombrados uomini rispettatide la regin. Hombres popularmente conocidos

    como la Mafia.

    Antes de percatarse del accidente, Cristiani disfrutaba de una prspera maana en su

    tienda recibiendo el pago de varios clientes satisfechos que haban ido llegando para la

    prueba final de sus trajes. Eran los trajes que vestiran al da siguiente en

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    Castiglia era un cliente primerizo proveniente de la cercana Cosenza. Y era tan

    desfachatado sobre su profesin criminal que mientras le tomaban las medidas para el

    traje, un mes atrs, le haba pedido a Cristiani un espacio amplio dentro del saco para

    llevar la pistola en su sobaquera. Aquella vez el seor Castiglia haba hecho tambin

    otros requerimientos que ante los ojos del sastre lo elevaron a la categora de unhombre con un alto sentido de la moda: alguien que saba exactamente lo que podra

    favorecer su corpulenta figura. Castiglia haba pedido que las hombreras del traje

    fueran extra anchas para dar a sus caderas una apariencia ms estrecha. Adems haba

    procurado distraer la atencin de su protuberante barriga ordenando un chaleco

    plisado con anchas solapas en punta, y un agujero en el centro para que l pudiera

    pasar una cadena de oro unida a su reloj de bolsillo adornado con diamantes.

    El seor Castiglia tambin especific que las bastas de su pantaln fueran volteadas

    hacia arriba, de acuerdo con la ltima moda del continente. Y al asomarse al taller de

    Cristiani, haba expresado su satisfaccin al observar que todos los sastres estabancosiendo a mano y no empleando la ya por entonces difundida mquina de coser que, a

    pesar de su velocidad, careca de la capacidad para moldear las costuras y los ngulos

    de la tela. Segn Castiglia, esto slo era posible en las manos de un sastre talentoso.

    Inclinndose con respeto, Cristiani le asegur que su casa de moda jams sucumbira a

    la desgraciada invencin mecnica, aunque las mquinas de coser ya fueran

    ampliamente usadas en Europa y Amrica. A la mencin de Amrica, Castiglia sonri y

    dijo que haba visitado una vez el Nuevo Mundo y que tena varios parientes

    establecidos all (entre ellos estaba un primo, Francesco Castiglia, que aos despus, al

    empezar la era de la prohibicin, lograra gran notoriedad y riqueza bajo el nombre deFrank Costello).

    En las semanas siguientes, Cristiani dedic casi toda su atencin a satisfacer las

    especificaciones del mafioso, y dijo que se senta muy orgulloso de los resultados.

    Hasta el Sbado de Gloria, cuando descubri el corte de dos centmetros y medio que

    atravesaba la rodilla izquierda del nuevo pantaln del seor Castiglia. Vociferando

    angustiosa y furiosamente, Cristiani muy pronto obtuvo la confesin del aprendiz, que

    admiti haber estado cortando retazos de tela en el borde del molde donde se

    encontraba el pantaln de Castiglia. Cristiani se detuvo en silencio, aturdido durantevarios minutos, rodeado por sus igualmente preocupados y mudos asociados. l poda,

    por supuesto, huir y esconderse en las colinas. Tal vez sa fuese su primera reaccin.

    Pero tambin poda devolverle el dinero al mafioso, explicarle lo sucedido y ofrecerle al

    culpable aprendiz en sacrificio para que sus hombres diesen cuenta de l.

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    En este caso, sin embargo, existan circunstancias especialmente disuasivas. El

    culpable aprendiz era el sobrino de Mara Talese, la esposa de Francesco Cristiani. Ella

    era la nica hermana del mejor amigo de Cristiani, Gaetano Talese, quien por entonces

    trabajaba en Amrica. Y el hijo de Gaetano, ese aprendiz de ocho aos llamado Jos

    Talese quien habra de convertirse en mi padre, estaba llorando convulsivamente.Mientras Cristiani trataba de consolar a su arrepentido sobrino, su mente segua

    buscando una solucin. No haba manera.

    En las cuatro horas que quedaban antes de la visita de Castiglia era imposible hacer un

    segundo pantaln aunque tuvieran todo el material del mundo para hacerlo. Tampoco

    haba modo de disimular el corte en la tela, aun con una maravillosa labor de zurcido.

    Sus compaeros insistan en que lo ms sabio era cerrar la tienda y dejar una nota para

    el seor Castiglia alegando enfermedad o alguna otra excusa que demorase la

    confrontacin. Cristiani les record que nada ni nadie podra absolverlo si dejaba de

    entregar el traje del mafioso a tiempo para la Pascua. Estaban obligados a encontraruna solucin al instante, o al menos en las cuatro horas que quedaban antes de que

    Castiglia arribase.

    Mientras el campanazo del medioda taa desde la iglesia en la plaza principal,

    Cristiani anunci con su voz ms lgubre:

    No habr siesta para ninguno de nosotros. ste no es momento para comer ni para

    tomar un descanso: es momento de sacrificio y meditacin. As que quiero a todos

    donde estn, pensando en algo que pueda salvarnos del desastre.

    Fue interrumpido por los gruidos de los dems sastres, que se resistan a tener que

    perder su almuerzo y su descanso vespertino. Pero Cristiani se impuso y envi de

    inmediato a uno de sus hijos al pueblo para avisar a las esposas de los sastres que no

    esperasen el retorno de sus maridos hasta que cayera la noche. Despus indic a los

    otros aprendices, incluido mi padre, que corrieran las cortinas y cerrasen las puertas

    frontal y trasera de la tienda. Durante los siguientes minutos, el equipo entero de doce

    hombres y nios se congreg calladamente tras los muros del oscurecido taller, como si

    participasen de una vigilia.

    Mi padre se sent en una esquina, an estremecido por la magnitud de su falta. Cerca

    de l se sentaron los dems aprendices, irritados con l, pero obedientes a la orden de

    su maestro de permanecer en confinamiento. En el centro del taller, sentado entre sus

    sastres, se hallaba Francesco Cristiani, un pequeo y huesudo hombre de diminuto

    bigote, sosteniendo su cabeza entre sus manos y levantando la mirada cada pocos

    segundos para dar un vistazo al pantaln que yaca frente a l.

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    ***

    Varios minutos ms tarde Cristiani se puso de pie chasqueando los dedos. Meda

    apenas un metro sesenta y siete, pero su porte erguido, su fina elegancia y su penachoaadan fuerza a su presencia. Haba adems un destello de luz en sus ojos.

    Creo que se me ha ocurrido algo anunci lentamente, haciendo una pausa para

    dejar que el suspen-so creciera hasta captar la atencin de todos. Lo que puedo hacer

    es un corte en la rodilla derecha que coincida exactamente con el de la rodilla izquierda

    daada y...

    Te has vuelto loco? interrumpi el sastre mayor.

    Djame terminar, imbcil! grit Cristiani, azotando su puo contra la mesa.

    Luego continu:Despus puedo coser ambas rodillas con bordados decorados que coincidan

    exactamente, para luego explicarle al seor Castiglia que ser el primer hombre en esta

    parte de Italia en vestir pantalones diseados a la ltima moda, con las rodillas

    bordadas.

    Los dems escuchaban asombrados.

    Pero, maestro le dijo uno de los sastres ms jvenes en tono cauto y respetuoso,

    no se dar cuenta el seor Castiglia, cuando usted le presente esta nueva moda, deque nosotros mismos no estamos vistiendo pantalones que sigan esta usanza?

    Cristiani levant las cejas levemente.

    Buen punto admiti, y una ola de pesimismo retorn a la habitacin.

    Pero segundos despus sus ojos destellaron de nuevo, y exclam:

    Pero s estaremos siguiendo esta moda! Haremos cortes en nuestras rodillas y los

    coseremos con bordados similares a los del seor Castiglia.

    Y antes de que los hombres pudieran protestar, aadi:

    Pero no cortaremos nuestros propios pantalones. Cortaremos los pantalones que

    guardamos en el armario de las viudas!

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    Inmediatamente todos voltearon hacia el armario cerrado en la parte trasera del taller

    dentro del que colgaban docenas de trajes usados anteriormente por hombres ya

    muertos. Esos trajes que las acongojadas viudas haban entregado a Cristiani para que

    no les recordaran a sus difuntos esposos, con la esperanza de que fueran donados a

    desconocidos que anduviesen de paso y se llevaran los trajes a pueblos lejanos.Cristiani abri la puerta del armario, tom varios pantalones de los ganchos y los

    arroj hacia sus sastres, urgindolos a probrselos. l mismo se hallaba ya de pie, con

    su ropa interior de algodn blanco y ligas negras, buscando un pantaln que pudiera

    acomodarse a su menuda estatura. Cuando lo consigui, se desliz adentro, trep a la

    mesa y se par como un orgulloso modelo frente a sus hombres.

    Vean dijo sealando el largo y el ancho: un entalle perfecto.

    Los otros sastres tambin empezaron a hacer lo mismo. Pero ya para entonces Cristiani

    estaba parado en el piso, con el pantaln afuera, cortando la rodilla derecha delpantaln del mafioso para reproducir el dao hecho a la izquierda. Luego aplic

    incisiones similares a las rodillas del pantaln que l haba elegido para s.

    Ahora presten mucha atencin llam a sus hombres.

    Con un movimiento de la aguja enhebrada con un hilo de seda aplic la primera

    puntada al pantaln del difunto, atravesando el borde inferior de la rodilla con una

    pasada que hbilmente uni al borde superior. Era un movimiento circular que l

    repiti varias veces hasta que logr unir firmemente el centro de la rodilla con undiseo bordado, pequeo y curvado, como una corona de la mitad del tamao de una

    moneda de diez centavos. Luego procedi a coser el lado derecho de la corona: una

    costura de menos de un centmetro, ligeramente decreciente e inclinada hacia arriba

    sobre el final. Tras reproducirla en el lado izquierdo del zurcido, erigi la minscula

    imagen de un ave con las alas extendidas, volando directamente hacia quien la viera.

    Era un ave semejante a un halcn peregrino. Cristiani haba creado as un modelo de

    pantaln con un diseo alado en las rodillas.

    Bueno, qu piensan? pregunt a sus hombres, dando a entender que no leinteresaba realmente lo que estuvieran pensando.

    Mientras ellos se encogan de hombros y murmuraban algo por lo bajo, l continu

    perentoriamente:

    De acuerdo, rpido. Corten las rodillas de los pantalones que estn vistiendo y

    csanlas con el diseo bordado que acaban de ver.

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    Sin esperar oposicin y sin recibirla Cristiani se inclin para concentrarse en su

    propia tarea: terminar la segunda rodilla del pantaln que l mismo habra de vestir y

    empezar luego con el pantaln del seor Castiglia. En este caso, Cristiani planeaba no

    slo bordar un diseo de alas con un hilo de seda que coincidiese exactamente con elcolor usado en los ojales del saco, sino insertar un trozo de seda en el interior de la

    parte frontal del pantaln. Quera extenderse desde los muslos hasta las pantorrillas,

    para proteger as las rodillas del seor Castiglia del roce y disminuir la friccin contra

    los zurcidos mientras Castiglia desfilara en lapasseggiata.

    Las dos horas siguientes todos trabajaron en enfebrecido silencio. Mientras Cristiani y

    sus sastres aplicaban el diseo alado a las rodillas de todos los pantalones, los

    aprendices ayudaban con las alteraciones menores: cosan botones, planchaban puos

    y se entregaban a otros menudos detalles que al final dejaran los pantalones de los

    difuntos tan presentables como fuera posible. Cristiani, por supuesto, no permita quenadie adems de l manipulara la vestimenta del mafioso. Cuando doblaron las

    campanas de la iglesia marcando el final de la siesta, Francesco Cristiani escudriaba

    con admiracin la costura que haba hecho y agradeca en silencio a su tocayo en el

    cielo, san Francisco de Paula, por su inspirada gua con la aguja.

    Ya se sentan los ruidos de actividad en la plaza. Los campaneos de los carros jalados

    por caballos, los gritos de los vendedores de comida, las voces de los compradores que

    iban pasando por el camino empedrado frente al prtico de Cristiani. Las cortinas de la

    tienda del sastre acababan de abrirse, y mi padre junto con otro aprendiz fuerondestacados en la puerta con instrucciones de avisar tan pronto tuvieran a la vista el

    carruaje del seor Castiglia.

    Adentro, los sastres estaban en fila detrs de Cristiani. Se sentan hambrientos,

    fatigados y nada cmodos dentro de sus pantalones de muertos con rodillas aladas.

    Pero la ansiedad y el temor que inspiraba la reaccin de Castiglia a su nuevo traje de

    Pascua dominaban sus emociones. Y sin embargo Francesco Cristiani pareca

    inusualmente calmado. Adems de su pantaln marrn recientemente adquirido,

    cuyas piernas tocaban sus zapatos abotonados con bordes de tela, el sastre vesta unplisado chaleco gris sobre una camisa a rayas de cuello blanco, adornado por una

    bufanda borgoa con broche de perla. En su mano, sobre un gancho de madera,

    sostena el traje de tres piezas del seor Castiglia que momentos antes haba cepillado

    suavemente y planchado por ltima vez. El traje an estaba tibio.

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    ***

    Veinte minutos despus de las cuatro de la tarde, mi padre entr corriendo y, con un

    chillido que no poda ocultar su pnico, anunci: Sta arrivando!. Un carruaje negro

    tirado por dos caballos se detuvo repiqueteando frente a la tienda. El cochero, armadocon un rifle, descendi de un salto para abrir la puerta. De all apareci la oscura

    silueta de Vincenzo Castiglia, quien rpidamente dio los dos pasos que lo separaban de

    la acera. Lo segua un hombre, su guardaespaldas, con un sombrero negro de ala

    ancha, una capa larga y botas abrochadas. El seor Castiglia se quit sufedora gris y

    con un pauelo limpi el polvo del camino de su frente. Estaba entrando en la tienda

    cuando Cristiani sali a toda prisa para saludarlo.

    Su maravilloso traje de Pascua lo espera! proclam Cristiani sosteniendo el

    gancho en lo alto.

    Castiglia examin el traje sin pronunciar comentario alguno. Luego, despus de

    rechazar cortsmente el ofrecimiento de whisky y vino de parte de Cristiani, indic a su

    guardaespaldas que lo ayudara a quitarse el saco para probarse su indumentaria de

    Pascua. Cristiani y los dems sastres aguardaban muy quietos, observando cmo la

    pistola en la sobaquera de Castiglia se balanceaba al extender sus brazos y recibir el

    chaleco plisado gris, seguido del saco de hombros anchos. Conteniendo el aliento en el

    momento de abotonar el chaleco y el saco, Castiglia gir hasta ubicarse al frente del

    espejo de tres cuerpos que haba al lado del probador. Admir su reflejo desde cada

    ngulo y volte hacia su guardaespaldas, quien asinti con un gesto. Por fin el seorCastiglia coment con voz de mando:

    Perfetto!

    Mille grazierespondi Cristiani inclinndose ligeramente mientras retiraba el

    pantaln del gancho y se lo entregaba.

    Castiglia pidi permiso para ingresar en el probador y cerr la puerta. Algunos sastres

    empezaron a dar vueltas por el cuarto, pero Cristiani se mantuvo firme, silbandosuavemente para s. El guardaespaldas, todava con su capa y su sombrero puestos, se

    haba sentado cmodamente en una silla con las piernas cruzadas. Fumaba un

    cigarrillo. Los aprendices se reunieron en la trastienda, a excepcin de mi nervioso

    padre, quien permaneci en el saln, ordenando y reordenando pilas de materiales en

    un mostrador mientras mantena un ojo pegado al probador.

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    Nadie dijo ni una palabra durante ms de un minuto. Los nicos sonidos que se

    escuchaban eran los que haca el seor Castiglia al cambiarse de pantaln. Primero se

    oy el golpe seco de sus zapatos cayendo al piso, y luego la leve friccin de la fina tela

    elegida para su traje. Segundos despus un fuerte estruendo hizo estremecer la divisin

    de madera: presumiblemente Castiglia haba perdido el equilibrio cuando se paraba enuna sola pierna. Tras un suspiro, una tos y el rechinar de sus zapatos de cuero, volvi el

    silencio. Pero entonces, de repente, una grave voz detrs de la puerta bram:

    Maestro!

    Y luego ms fuerte:

    Maestro!!!

    La puerta se abri de golpe, revelando el airado rostro y la encorvada figura del seor

    Castiglia. Con sus dedos sealaba sus rodillas dobladas y el diseo de alas en el

    pantaln. Luego, balancendose hacia Cristiani, volvi a gritar:Maestro, che avete fatto qui?

    El guardaespaldas se levant de un salto, con la mirada puesta en Cristiani. Mi padre

    cerr los ojos. Los otros sastres dieron un paso atrs. Pero Francesco Cristiani sigui

    de pie, impasible a pesar de que el guardaespaldas se haba llevado la mano dentro de

    la capa.

    Qu ha hecho? repiti Castiglia an con las rodillas arqueadas, como si sufriera de

    parlisis.

    Cristiani lo observ un par de segundos y finalmente, con el tono autoritario de un

    maestro ensendole a un alumno, le respondi:

    Oh, qu decepcionado estoy! Qu triste e insultado me siento de que usted no sepa

    apreciar el honor que estaba tratando de brindarle porque pens que lo mereca. Pero

    lamentablemente estaba equivocado.

    Y antes de que el confundido Vincenzo Castiglia abriera la boca, continu:

    Usted me exige saber lo que hice con su pantaln sin darse cuenta de que yo hequerido presentarle el Nuevo Mundo, que es adonde pens que usted perteneca.

    Cuando entr en la tienda para su primera prueba el mes pasado, usted pareca muy

    diferente de la gente retrgrada de esta regin. Tan sofisticado. Tan individualista.

    Usted haba viajado a Amrica, me dijo, haba visto el Nuevo Mundo, y yo asum que

    estaba en contacto con el espritu contemporneo de la libertad. Pero me equivoqu.

    Nuevas ropas, en realidad, no rehacen al hombre en su interior.

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    Dejndose llevar por su propia grandilocuencia, Cris-tiani volte hacia su sastre mayor,

    que se hallaba ms cerca de l. Impulsivamente repiti un viejo proverbio del sur de

    Italia que lament haber dicho en cuanto las palabras salieron de su boca.

    Lavar la testa alasino acqua persa (Lavar la cabeza a un asno es un desperdicio de

    agua) enton Cristiani.

    El pasmo se esparci por toda la tienda. Mi padre se escabull detrs del mostrador.

    Los sastres de Cristiani, horrorizados ante tal provocacin, temblaron al ver que su

    rostro enrojeca y sus ojos se entrecerraban. Nadie se habra sorprendido si el siguiente

    sonido hubiera sido el disparo de una pistola. En efecto, hasta el mismo Cristiani baj

    la cabeza y pareci resignado a su suerte. Pero extraamente, habiendo ido demasiado

    lejos como para regresar, Cristiani repiti sus palabras sin considerar las

    consecuencias:Lavar la testa alasino acqua persa.

    El seor Castiglia no respondi. Resopl, se mordi los labios, pero no dijo ni una

    palabra. Quiz nunca antes haba sentido semejante insolencia de nadie, y menos an

    de un pequeo sastre. Castiglia estaba demasiado sorprendido como para actuar.

    Incluso su guardaespaldas pareca paralizado, con una mano todava oculta bajo su

    capa. Tras unos pocos segundos de silencio, los ojos de la cabizbaja tez de Cristiani se

    levantaron tmidamente, y vio al seor Castiglia de pie con los hombros cados, la

    cabeza ligeramente inclinada y la mirada perdida y llena de remordimientos. Castigliamir a Cristiani y pestae. Finalmente dijo:

    Mi difunta madre usaba esa expresin cuando yo la haca enojar les confi a todos.

    Tras una pausa, aadi:

    Ella muri cuando yo era muy joven.

    Oh, cunto lo siento! dijo Cristiani al notar que la tensin se disipaba en el

    ambiente. Espero, sin embargo, que acepte mi palabra de que nosotros s tratamos

    de hacerle un bello traje para la Pascua. Slo estaba muy decepcionado de que no le

    gustase su pantaln diseado a la ltima moda.

    Mirando otra vez sus rodillas, Castiglia pregunt:

    Esto es la ltima moda?

    S, as es reafirm Cristiani.

    Dnde?

    En las grandes capitales del mundo.

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    Pero no aqu?

    No an dijo Cristiani. Usted es el primero entre los hombres de esta regin.

    Pero por qu tengo que empezar yo la ltima moda en la regin? pregunt

    Castiglia con una voz que ahora sonaba insegura.

    Oh, no. Realmente no ha empezado con usted lo corrigi Cristiani. Los sastres yahemos adoptado esta moda.

    Y levantando una de sus rodillas, dijo:

    Valo usted mismo.

    El seor Castiglia baj la mirada para examinar las rodillas de Cristiani y luego gir

    para inspeccionar la habitacin entera. Al chocarse con la mirada de los dems sastres,

    stos fueron levantando sus rodillas y asintiendo uno tras otro, sealando el ya familiar

    diseo alado del ave infinitesimal.

    Ya veo dijo Castiglia. Y veo tambin que le debo una disculpa, maestro. A veces le

    toma tiempo a uno darse cuenta de lo que est a la moda.

    Estrech la mano de Cristiani y le pag. Pero como al parecer no quera quedarse un

    minuto ms en ese lugar donde su ignorancia haba sido expuesta, el seor Castiglia

    llam a su obediente y mudo guardaespaldas y le lanz su traje viejo. Vistiendo el

    nuevo, con el diseo alado en ambas rodillas, e inclinando el sombrero en seal de

    despedida, el seor Castiglia se dirigi a su carruaje. Mi padre ya le haba abierto la

    puerta de la tienda de par en par.