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Gente de brújula, de brujula...1 Prólogo En noviembre del 2011 concluí una breve reseña sobre un libro hermoso, Crónicas a Piquetazos, escrito a la medida de la hombrada de sus

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Gente de brújula, mochila y piqueta

Colectivo de autores

Compilador:

Ramón Omar Pérez Aragón

CENTRO NACIONAL DE INFORMACIÓN GEOLÓGICA

IGP - SERVICIO GEOLÓGICO DE CUBA

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EDICIÓN: Alina Grillo de la Torre CUBIERTA: Andrián Ramón Pérez Strazhevich DISEÑO Y COMPOSICIÓN: Ramón Omar Pérez Aragón © Todos los derechos reservados IGP.2013 © Sobre la presente edición. Editorial: Centro Nacional de Información Geológica ISBN 978-959-7117-39-1 INSTITUTO DE GEOLOGÍA Y PALEONTOLOGÍA Editorial: Centro Nacional de Información Geológica Ave. Vía Blanca No. 1002 e/ Río Luyanó y Prolongación de Calzada de Güines, Rpto. Los Ángeles, Municipio San Miguel del Padrón. Provincia La Habana, Cuba. E-mail. [email protected] www.igp.cubaindustria.cu

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Prólogo

En noviembre del 2011 concluí una breve reseña sobre un libro hermoso, Crónicas a Piquetazos, escrito a la medida de la hombrada de sus verdaderos autores, los geólogos y geólogas del archipiélago cubano, en ella expresaba:

“Se conoce que se encuentra en preparación el segundo volumen, ojalá no haga esperar a sus lectores. La Sociedad Cubana de Geología se ha propuesto llevar al pueblo nuevas Crónicas a Piquetazos, las cuales más allá de la profesión, permiten a los interesados viajar al mundo de ensueño que es la naturaleza cubana y de aquellos que le arrancan sus secretos ocultos durante millones de años”.

Nunca pensé que aquella reseña escrita para el periódico digital El Explorador, me diera la satisfacción de conocer e intercambiar con hombres y mujeres de ciencias, que han sido mis paradigmas en el estudio de la naturaleza, por sus gentilezas, muchas gracias.

Científicos y especialistas como Ramón Omar Pérez Aragón, Evelio Linares Cala, Jesús Hernández Hernández, Eugenio Casanovas Casanova, Rogelio Alberto Rosales Antúnez, Jesús M. Véliz Basabe, Roberto Alfonso Denis Valle, Víctor Ramos Fernández, Nyls Gustavo Ponce Seoane, María Elena González Martínez, Manuel Roberto Gutiérrez Domech, Odiel Estrada Molina, Orestes Francisco Carballo Otero, Jorge Luis Díaz

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Comesañas y Lázaro Guzmán Castillo, son nombres, que junto a los de otros colegas, llenan páginas en eventos de las Ciencias de la Tierra, de informes y publicaciones especializadas; ahora, nos descubren las interioridades de una profesión heroica en el conocimiento de la Tierra: la Geología.

Demos entonces la bienvenida a Gente de brújula, mochila y piqueta. Segunda obra que revela el fascinante mundo interior de las mujeres y hombres que de forma anónima hacen de la Geología, la ciencia de la esperanza, en el emprendimiento del desarrollo futuro de la nación.

Ahora como nunca, obras como estas son imprescindibles para curar el alma, y alimentar el patriotismo. Estos cincuenta y seis relatos cumplen la función social de contribuir a la formación de las presentes y futuras generaciones. En estas breves historias, el magisterio alcanza su más exquisita función pedagógica: enseñar con el ejemplo. Futuras generaciones de geólogos reconocerán algún día, que su vocación se fortaleció, ante la lectura de ambas obras.

La historia es un arma infalible en estos libros, en especial, cuando se reconoce a tres hombres por el papel que jugaron en su momento, quienes contribuyeron con el pensamiento y el ejemplo al desarrollo de la cubana escuela de geología: José Martí, Ernesto Guevara de la Serna (Che) y Jesús Suárez Gayol. Reproducir el prólogo escrito por el Che, al primer gran resultado de Geología publicado por la Revolución, engrandece el libro.

Honrar honra, y esta obra lo demuestra, porque reconoce y hace un homenaje permanente a los hombres y mujeres del extinto campo socialista y de otras naciones, quienes se entregaron en nuestro país con pasión a desarrollar la ciencia geológica e incentivaron a cubanos y cubanas, apenas ayudantes por entonces, a convertirse en orgullo de la nación, tras haberse superado y alcanzar títulos de grandes especialistas y doctores en Ciencias de la Tierra, que han cimentado y contribuyen a consolidar aquel sueño, impulsado en el pensamiento estratégico de Fidel Castro y sus compañeros.

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Recomiendo en especial la lectura de la última historia, dedicada al trabajo anónimo y desinteresado de muchos y muchas representantes del pueblo, que aportaron con sus conocimientos y patriotismo, para que la ciencia cubana se engrandeciera como nunca, y fueran rescatados los restos de Ernesto Guevara y sus compañeros, ejemplo para el mundo de que la Revolución nunca ha abandonado a sus hijos, demostración de la profesionalidad de los científicos cubanos, donde la Geología y la Geofísica, fueron parte de ese grano de conocimientos necesarios para tal hazaña.

El ejemplo de miles de cubanos que han brindado servicios, e incluso la vida, en tierras del tercer mundo, tienen en los geólogos paradigmas que no pueden ser olvidados por la juventud; con estas crónicas se rescatan algunos de esos pasajes, para hoy y el futuro.

Al igual que aquella histórica publicación de El Quijote en 1959, con la cual se demostraba al mundo que Cuba cambiaba para bien del pueblo; Gente de brújula, mochila y piqueta, junto a su antecesor compañero impreso, deberían ser libros que se publiquen en millares de ejemplares, porque los geólogos y geólogas son Quijotes, que a diferencia del ilustre personaje de Miguel de Cervantes, sus luchas no han sido contra molinos de viento, sino por contribuir al bienestar y desarrollo de su pueblo; por todo ello, deben realizarse presentaciones masivas, para que los cubanos y cubanas conozcan a sus anónimos héroes de las brújulas, mochilas y piquetas.

Pedro Luis Hernández Pérez Pinar del Río, 9 de septiembre de 2012

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Apología de la brújula geológica A modo de introducción

Ya en “Crónicas a Piquetazos”, libro anterior a este, que alcanzara cierto éxito y popularidad dentro y fuera del país, sobre todo entre el personal geológico y de las geociencias en general, se hacía una “apología de la piqueta”, por considerarse ésta, la herramienta insigne del geólogo, cosa que es cierta.

En esta segunda versión, teniendo en cuenta la enorme importancia que reviste para un geólogo de campo la tenencia y buen uso de su brújula geológica, ya que si bien es cierto que sin piqueta no podría hacer nada, sin una buena brújula podría hacer bien poco, nos pareció procedente realizar esta especie de parodia apologética, esta vez dedicada al citado artefacto, sea este una famosa Brunton norteamericana, una codiciada Freiberger alemana o un humilde, innominado, pero eficiente “геологический компас” de procedencia soviética, con la ventaja de que…

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Casi todo el mundo, sabe lo que es una brújula. Por más que desde pequeños alguien se haya empeñado en confundirnos con la vieja treta de que se trata de “una viéjula montada en una escóbula”, sabemos que, grosso modo, no es más que una aguja imantada que gira alrededor de un eje, atraído uno de sus extremos por el polo o meridiano magnético, ubicado “actualmente” muy cerca del polo geográfico del norte de nuestro planeta y que por tanto, aplicando una pequeña corrección de algunos grados, llamada “declinación magnética”, estaremos en condiciones de saber exactamente dónde encontrar el norte geográfico.

Subrayo lo de actualmente, porque muy pocos saben que el polo magnético no siempre estuvo al norte, sino que ha simultaneado su sede con el polo opuesto, es decir, que se ha mudado varias veces para allá donde se encuentra la Antártida, efectivamente, para el Sur. Claro, que no voy a importunar a nadie contándole que estas aparentemente “simples permutas” han estado acompañadas de eventos catastróficos tales como deshielos e inundaciones, o heladas descomunales conocidas en el argot geológico como “glaciaciones” y otras cuestiones tan complicadas que solo entienden a derechas algunos geocientistas especializados en una serie de estudios geológicos que han dado en llamarse “Paleomagnetismo”.

Parece haber consenso en que la brújula es una invención china, que revolucionó ya desde el siglo X la navegación en los mares asiáticos y que traída a Europa, propició entre otras cosas el éxito de la gran odisea del no menos Gran Almirante y si nos abstraemos un poco, podríamos asegurar que permitió que ahora mismo estuviera escribiéndose, en esta tierra taína, algo en español precisamente sobre la brújula.

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Sabrán los lectores que existen varios tipos de brújulas, todas basadas en el mismo principio magnético arriba esbozado, aunque también es cierto que difieren en formas, tamaños y diseños, entre otras particularidades. Las voluminosas brújulas marinas, se ubican en los barcos para orientar las travesías y mantener el rumbo; en ellas, varias agujas imantadas van dentro de una caja cilíndrica de bronce y vidrio en forma de columna, que puede ser seca o en ambiente acuoso, pero donde la rosa náutica permanece siempre horizontal.

Se cuenta que en 1931, las brújulas ubicadas en aviones soviéticos de reconocimiento, sin ser “geológicas”, hicieron una enorme contribución a la Geología, ya que su repentino “enloquecimiento”, mientras sobrevolaban la Anomalía Magnética de Kursk (KMA), una de las mayores del planeta, ayudó a localizar las enormes reservas de mineral de hierro (magnetita y cuarcitas ferruginosas) ubicadas en una vasta zona (120000 km2) de las provincias rusas de Kursk, Bélgorod, y Vorónezh.

En cuanto a sus usos, si bien el principal sigue siendo como instrumento de orientación de barcos y aviones, puede decirse que se ha extendido a un amplio espectro de actividades pedestres… las hay de uso militar, de alpinismo, de turismo y existe también la brújula geológica. Esta última, que es la que en realidad nos interesa, no se diferencia mucho de las tres últimas en su aspecto externo, pero tiene dos características distintivas: la primera es que tiene invertida en su “rosa náutica” la posición del este y el oeste, particularidad que permite, al dirigir el norte de dicha rosa hacia un punto de interés, leer el azimut del mismo directamente en el limbo del instrumento con la parte de la aguja opuesta a la que señala el norte magnético. La segunda especificidad es que posee un aditamento llamado

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inclinómetro, que permite medir el ángulo de inclinación de las capas o estratos de rocas con respecto al plano horizontal en un rango de 0 a 90 grados, y también la dirección e inclinación de las grietas en los estudios especializados de microtectónica.

En la actualidad, con el desarrollo de la tecnología y la aparición de los Sistemas de Posicionamiento Global, los famosos GPS, el papel de las brújulas tradicionales ha ido decreciendo en casi todas las especialidades o ramas, en la medida que van siendo sustituidas por estos, sin embargo, por las características descritas, la brújula geológica, por ahora sigue siendo insustituible, sobre todo en los trabajos de levantamientos con vistas al mapeo o cartografía geológica, donde resulta imprescindible para la medición de los llamados elementos de yacencia de las capas: rumbo, dirección y ángulo de inclinación o buzamiento, elementos indispensables para el mapeo y la solución de problemas complejos de geología estructural como en los estudios tectónicos ya referidos y otros tan prácticos como la proyección de laboreos mineros y ubicación de pozos de perforación. En cuanto a los precios de las buenas brújulas geológicas, no vamos a abundar sobre el tema, no sea que algún lector pierda el rumbo o el ángulo de inclinación, solo diremos que hace unos años solamente el estuche de cuero de una Brunton costaba 30.00 euros!!!!

Lo que estoy seguro es de que muy pocas personas saben que la palabra brújula, además de esdrújula es de origen latino y tiene sus parientes más cercanos en el italiano (bussola) y el portugués (bússola) y que posee además en nuestro idioma un sinónimo bastante insólito: compás. De hecho, este último apelativo, con mínimas variaciones, es el que define a nuestra querida brújula en varios idiomas, incluidos el inglés (compass), el francés (compas), el alemán

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(Kompass), y el ruso (компас). Este último caso, es el que determinó el error de traducción que produjo un equívoco de graves consecuencias en su momento, pero que visto hoy, desde la perspectiva de los años, no deja de ser simpático.

Las décadas de los sesenta, setenta y ochenta del pasado siglo XX, fueron los años del apogeo de los levantamientos geológicos con búsquedas acompañantes a escalas 1:100 000 y 1: 50 000 en amplias regiones de Cuba, es decir, lo que a mí particularmente me gusta llamar las Décadas Prodigiosas para el desarrollo de nuestra geología y de la colaboración con los países del antiguo campo socialista y la ex URSS en todas las esferas y en esta en particular. De estos países y en especial de la Unión Soviética, llegaban junto con numerosos especialistas y asesores, la mayoría de los insumos y equipamiento para la ejecución de estos trabajos. De allá procedían los vehículos, los microscopios, las lupas binoculares, los reactivos y equipos de laboratorio, aparatos geofísicos de todo tipo y además, las botas especialmente diseñadas para el trabajo geológico, las carteras de geólogo cuyo nombre ruso (сумка) se hiciera tan popular, las piquetas, las mochilas y también llegaron las brújulas geológicas, aunque con estas últimas hubo de suceder el ya anunciado, aunque no muy difundido percance.

A finales de los años setenta y principios de los ochenta, todavía egresaban grandes grupos de geólogos de las universidades nacionales y extranjeras, así como técnicos de nivel medio superior de las dos escuelas existentes, la Vitalio Acuña, ubicada en el municipio Cotorro de la capital; La Carlota en Cumanayagua y del Instituto Tecnológico de Prospección Geológica de Kiev, en la Ucrania soviética.

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Todos ellos se iban incorporando a las diferentes brigadas de las empresas territoriales distribuidas por todo el territorio nacional o a los dos centros de investigación geológica que realizaban tareas similares en la capital, el Instituto de Geología y Paleontología (IGP) de la Academia de Ciencias y el Centro de Investigaciones Geológicas (CIG) del entonces Ministerio de Minería y Geología.

Muchos eran los proyectos que se acometían y casi todos los años se solicitaban, nuevas partidas de materiales e insumos para garantizar los trabajos de campo. Así fue que comenzó a ocurrir un hecho bastante extraño. Al CIG, llegaba todo lo que se pedía, excepto inexplicablemente: las brújulas. Se volvían a solicitar al año siguiente y sucedía lo mismo. Comenzó a producirse un déficit terrible de brújulas geológicas; se solicitaban cada vez con mayor insistencia y no aparecían, de modo que llegaron a ser un producto deficitario muy codiciado, al punto de que a veces había una brújula para dos y hasta para tres geólogos.

Sucedió entonces que, cierto día, el jefe del grupo de Dibujo Técnico recibió una partida de materiales para su trabajo: cartabones, reglas, lápices portaminas, gomas de borrar y… compases. Lo extraño fue, que estos últimos venían en unas cajitas rectangulares de cartón blanco, mucho más cortas y anchas que las que normalmente contenían el producto especificado en la lista; por si fuera poco, la enigmática cajita tenía un letrero en cirílicas que rezaba: “Геологический компас”. Al abrir el primer paquetico, todos los presentes quedaron boquiabiertos por la sorpresa: el supuesto compás de dibujo no era otra cosa que una brújula geológica.

Conociendo de oídas la escasez de brújulas que reinaba, el dibujante acudió cajita en mano ante el vicedirector de

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investigaciones, quien habiendo estudiado en la Unión Soviética, y con amplios conocimientos del idioma de Mendeléiev, rápidamente partió también cajita en mano para el almacén, presintiendo lo peor. Efectivamente, allí ocurrió lo más trágico y a la vez lo más simpático, pues se descubrió que había varios cajones, cada uno con varias decenas de cajitas de “compases”, que se habían ido acumulando por varios años consecutivos, porque al decir del almacenero, “nadie los había solicitado”… “Estaban a punto de ser pasados a los inventarios de productos ociosos”…

Al camarada vicedirector le faltó poco para tomar del cuello y estrangular al pobre almacenero y si no lo hizo, no fue por lástima ni por piedad, sino porque a tiempo meditó que no era su culpa desconocer completamente la lengua de Betejtin y carecer del más mínimo espíritu de investigador. ¿Cómo era posible que en varios años, ni a él ni a nadie se le hubiera ocurrido averiguar lo que había en aquellas cajitas? O... ¿Acaso estaba aquel hombre entre los pocos confundidos que de verdad piensan que una brújula es una viéjula montada en una escóbula?

Estimo necesario advertir que las brújulas geológicas, sean “yanquis” o alemanas, rusas o japonesas, poseen un seguro que aprisiona la aguja imantada contra el cristal que cubre el cuerpo del instrumento, esto es para que la misma no ande dando “cascabelazos” durante el tiempo que el artefacto no se está utilizando, en detrimento de su frágil naturaleza, lo cual implica que contrariamente, cuando usted vaya a utilizar la brújula deberá accionar el mencionado seguro para liberar la aguja, si no, ¡ni el sol!... Alguien pudiera considerar esta advertencia innecesaria.

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Si usted es ese alguien, pregúntele al jefe de la comisión de geofísica del Instituto de Geología y Paleontología (IGP) qué pasó cuando le dio una brújula a un “ayudante” explicándole que su tarea era muy fácil: garantizar que el rumbo del perfilaje eléctrico fuera siempre al norte franco… Después de haber avanzado algunos miles de metros a campo traviesa cargando las pesadas bobinas de cables y racimos de electrodos, siguiendo al embrujulado guía, al llegar al tope de una pequeña elevación, al jefe se le ocurrió mirar hacia atrás para percatarse que… el perfil realizado tenía más zigzags que el filo de un serrucho y todo porque el referido ayudante había obviado el trámite de liberar el seguro de la brújula. ¡Claro, en tales condiciones el norte estaba para donde quiera que apuntara!

Me contaba el colega geofísico que al reclamarle al ayudante, éste, no sin razón, alegó en su propia defensa:

- A a a ah n n no, co co compadre, pe pe pero u u u sté a mí no me me me di di dijo na na nada de eee so!

Existe un detalle que no quisiera soslayar y es el hecho de que la Real Academia de la Lengua Española ha aceptado el verbo “brujulear”, entre cuyas acepciones hay dos que resultan muy acordes a los intereses y propósitos de la Geología en general y de este libro en particular:

- Descubrir por indicios y conjeturas algún suceso o negocio que se está tratando.

- Buscar con diligencia y por varios caminos el logro de una pretensión.

Aprovechando esta coyuntura que nos brinda la Real Academia, brujuleemos pues, por las páginas de este nuevo volumen en aras de encontrarnos a través de estas crónicas, con nuevos indicios que nos permitan llagar a

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nuevas conjeturas sobre las diversas aristas de la historia del desarrollo de las Ciencias Geológicas en Cuba y de la difícil, pero apasionante vida de los hombres y mujeres de las Geociencias, es decir, de la “Gente de brújula, mochila y piqueta”. Por último, para cerrar también con rima esta parodia apologética, quisiera, sin abusar demasiado de vuestra paciencia, pedirles que valoren, la importancia geológica de la brújula, resumida en los diez versos de esta atípica décima endecasílaba, inspirada en otras dos que dedicara un colega a la mochila y a la piqueta respectivamente y que podrán disfrutar si aceptan la invitación de acompañarnos en esta lectura hasta el final.

Brújula geológica

¡Mente et Malleo!: ¡acción y pensamiento!, Divisa insigne de la Geología… Me temo empero, que no bastaría Para efectuar un buen levantamiento. Pues sin medir exacto, el buzamiento, El rumbo del estrato, la yacencia… No habría mapa, imposible su existencia. ¡Ah… cajita magnética y esdrújula!, Aguja e inclinómetro: LA BRÚJULA, Ingénito instrumento de esta ciencia.

Ramón Omar Pérez Aragón

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AL COMANDANTE ERNESTO GUEVARA DE LA SERNA, CHE: FUNDADOR DEL SERVICIO

GEOLÓGICO NACIONAL DE CUBA Nyls Gustavo Ponce Seoane

Mente et Malleo

Por estos días se habla y ya se comienzan a tomar medidas por parte de las autoridades cubanas sobre la formación del Servicio Geológico. Como demuestra la práctica, hace cincuenta años que está formado, pero hasta ahora, solo constituido por piezas aisladas. Enlazar y vincular orgánicamente todas y cada una de estas piezas como un todo coordinado, echarlo a andar, con alguna institución que sea la coordinadora a nivel nacional estatal, sería la continuación e impulso perfeccionado de la obra que inició el Che Guevara. En su honor, bien vale la pena.

Antecedentes Antes del triunfo de la Revolución, la Geología en Cuba se ejercía y realizaba por compañías extranjeras, fundamentalmente petroleras: Union Oil Company, Shell, Atlantic... No existían prácticamente geólogos cubanos, pues los pocos que se dedicaban a esta actividad

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profesional eran ingenieros civiles que cambiaban de perfil ocupacional, como fueron los casos de los ingenieros Jorge Brodermann Vignier, Jesús Francisco de Albear y Fránquiz, Armando Andréu Cabrera, o, en el mejor de los casos, eran ingenieros en montes y minas como José Isaac del Corral Alemán ó en minas como Antonio Calvache Dorado. Todos ellos ejercían sus funciones para el estado cubano en el Departamento de Montes y Minas adscrito al Ministerio de la Agricultura de aquel entonces.

Esto distaba mucho de ser un Servicio Geológico Nacional, a tal punto que el geólogo norteamericano Robert Hastings Palmer, que se desempeñó como tal durante muchos años en el país, se vio impulsado a señalar y aconsejar la necesidad de crear en Cuba un SGN con el fin de realizar los estudios geológicos sistemáticos y para lo cual confeccionó un proyecto que constituyó un ejemplo de desinterés personal y de amor por nuestra isla. Esto ocurrió en la década de los años treinta de la pasada centuria.

La Fundación del Servicio Geológico Nacional Después del triunfo revolucionario en 1959, desaparece el Departamento de Montes y Minas del Ministerio de la Agricultura y se crea el Instituto Cubano del Petróleo (ICP) por un lado y el Instituto Cubano de la Minería, (ICM) por el otro.

Al lograrse los primeros convenios con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y otros países del campo socialista y venir a Cuba un grupo considerable de geólogos de esos lares, así como establecidas las estructuras administrativas estatales suficientes y necesarias, le correspondió al comandante Ernesto Guevara, ya Ministro de Industrias, crear y fundar el Instituto Cubano de Recursos Minerales (ICRM) el día 7 de

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Noviembre de 1961, designando como su director al capitán Jesús Suárez Gayol (mártir de la Guerrilla Boliviana), y cuyas funciones serían concentrar los trabajos geológicos tocantes al ICP e ICM y ampliarlos aún más con la prospección y exploración en todo el país del petróleo y el gas acompañante, de los minerales sólidos y aguas minero–medicinales, así como el de las investigaciones científicas en el campo de la geología que permitieron confeccionar un mapa geológico a escala uno en un millón de toda Cuba, en tan temprana fecha como 1963, al cual siguieron los mapas de yacimientos minerales y otros a mayores escalas en años posteriores y que han sido la guía de investigaciones geológicas especializadas en otras ramas de la economía que surgieron posteriormente. Por consiguiente, el 7 de noviembre de 1961 es un día histórico, de carácter científico técnico geológico y profesional por lo que significó para el estado cubano la creación del Instituto Cubano de Recursos Minerales (ICRM), que se avenía y acercaba, por sus amplias funciones a lo largo y ancho de todo el país, a las funciones de un SGN. Es por eso también que esta fecha, que coincide además con el triunfo de la primera revolución socialista, de obreros y campesinos, en el mundo, es la que debería ser considerada como la fecha para conmemorar el inicio, creación ó fundación del Servicio Geológico Nacional de Cuba por el Comandante Ernesto Guevara de la Serna, quién en definitiva fue su iniciador.

Se preocupó también el Comandante Guevara, y muy fuertemente, por la “preparación de los cuadros necesarios” para asumir dicha actividad, enviando a un grupo de jóvenes a estudiar la carrera de Geología a los diferentes países del campo socialista, tarea que promovió y dirigió personalmente. Para suplir esta falta temporal se ocupó

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también de traer a especialistas latinoamericanos, simpatizantes del procero revolucionario, a trabajar en este campo en los primeros tiempos.

Fue por todas estas acciones concretas con respecto a la actividad geológica que materializara el comandante Guevara al frente del Ministerio de Industrias, que la Sociedad Cubana de Geología (SCG), en su Primer Congreso, celebrado en el Palacio de las Convenciones, en Marzo de 1989, le otorgó la condición de Miembro Emérito (post mortem) de la SCG, condición esta que se otorgara por primera vez, y cuyo diploma acreditativo le fue entregado a su primogénita Hilda Guevara Gadea.

Completamiento del Servicio Geológico de Cuba En la década de los años sesenta, en Cuba, de forma pragmática, fueron creadas sucesivamente otras instituciones geológicas para cubrir las necesidades de este servicio en diversas ramas de la economía del país que lo necesitaban y hasta el propio ICRM evolucionó. Así tenemos que:

- El Instituto Cubano de Recursos Minerales (ICRM), fundado el 7/11/61 por el Comandante Guevara, para atender la minería y el petróleo, que funcionaban desde 1959 con los nombres de Instituto Cubano del Petróleo (ICP) e Instituto Cubano de la Minería (ICM), respectivamente, pasó a formar parte de la Empresa Consolidada de la Minería (ECM) en 1967 y, años más tarde, de la Dirección General de Geología y Geofísica (DGGG), que a su vez diera origen al Centro de Investigaciones Geológicas (CIG), el cual se fusionaría en 1986 con el Instituto de Geología y Paleontología de la Academia de Ciencias de Cuba, adoptando este último nombre, es decir el de IGP.

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- El Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRH), creado en 1963, para atender las aguas del país.

- El Grupo de Investigaciones Nacional de la Construcción (GRINACO), nacido en 1969 para atender las construcciones y materiales de construcción, perteneciente al Desarrollo Agropecuario del País (DAP), en aquel entonces y que años más tarde se convertiría en la Empresa Nacional de Investigaciones Aplicadas (ENIA) del Ministerio de la Construcción. Antes de la GRINACO existió un Departamento de Investigaciones de este tipo, también adscrito al Ministerio de la Construcción (MICONS).

- El Instituto de Geología y Paleontología (IGP) de la Academia de Ciencias de Cuba, fundado en 1964, para atender las líneas científicas fundamentales de la Geología.

- La Facultad de Geología (1961-62), para la enseñanza de la Geología, en el Ministerio de Educación Superior; y otros.

Estas fueron las principales instituciones del SGN originadas en los años 60, pero que hacen más que evidente una verdad histórica: le correspondió al Comandante Guevara ser el iniciador, con la creación del ICRM, y, por lo tanto, el fundador de este Servicio que abarca ahora diferentes frentes de la economía cubana “pudiendo caminar con sus propios pies el país en este terreno” tal y como él quería y gracias a la obra que él inició en este campo en Cuba, y que quedara sucintamente expresada en el Prólogo que escribió para el libro “Geología de Cuba”, primer libro que se editara y publicara en nuestro país después de la Revolución en 1964 y que transcribimos por ser de poco dominio público y por su importancia histórica:

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Prólogo El Instituto Cubano de Recursos Minerales es el resultado de un acelerado proceso de estructuración de nuestros organismos estatales y producto de la selección de ideas organizativas que iban demostrando su real operatividad práctica.

Al Instituto Cubano del Petróleo, primero de este tipo, siguió el Instituto Cubano de la Minería; ambos organismos, aislados entre sí, no cumplían su verdadero papel en los momentos que vivíamos; se llegó entonces a su fusión, creando simultáneamente la Empresa Consolidada de la Minería, que se encargaría de la operación de las minas y la Empresa Consolidada del Petróleo, que se ocuparía de los procesos de transformación de ese producto. Al Instituto Cubano de Recursos Minerales se le asignó la tarea investigativa y, mientras no tuviera importancia fundamental, la extracción directa del petróleo en nuestros pequeños yacimientos.

El primer momento del Instituto se caracterizó por la absoluta preeminencia de la geología del petróleo y su dominio total sobre la estructura del aparato. En los últimos tiempos se ha logrado balancearlo de manera que se le de la importancia necesaria a cada una de las tareas, ya sea la búsqueda directa del petróleo, o de los minerales metálicos y no metálicos, la investigación científica de carácter más elevado o la preparación de los cuadros necesarios para que el país pueda caminar con sus propios pies en este terreno.

En oportunidad de presentar esta “Geología de Cuba”, solo dos geólogos cubanos han podido participar directamente en su redacción sumados a algunos compatriotas de otras

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especialidades; la obra descansa fundamentalmente en los conocimientos de los científicos soviéticos que trabajan en éste y otros institutos del país, a los que fue necesario sumar el esfuerzo de especialistas españoles, norteamericanos y cubanos de la colonia y del período republicano de antes de la Revolución. No pretendemos tomar méritos ajenos; el nuestro es haber hecho la Revolución; nuestro mérito, hoy, en el campo de las investigaciones, estriba en nuestra capacidad de aprender en contacto con los adelantos científicos de los países hermanos más avanzados, tanto en técnica como en organización.

La importancia de este libro es, precisamente, la demostración de la magnitud que pueden prestarse entre sí los países del campo socialista; en que Cuba, país atrasado y sin ningún desarrollo en estas técnicas, pueda, a los cinco años de la Revolución, presentar una geología de alto nivel científico para uso de todos sus profesionales. Es el verdadero milagro de la época que vivimos; el milagro que realiza el hombre; el de su solidaridad; la expresión de la potencia de su fuerza mancomunada; de su capacidad de eliminar las barreras geográficas y trasladar la ciencia de un país a otro, sin condiciones, sin otro afán que la ayuda fraterna a los pueblos del mundo.

Para nosotros, los cubanos, la ayuda prestada por los científicos de todos los países hermanos ha sido fundamental y ha dejado dos enseñanzas preciosas: el de la técnica que poseen y el de la solidaridad que conlleva. Nuestra joven Revolución, como una esponja, ávida de todos los conocimientos de todas las partes del mundo, se impregnará en los anchos cauces de la ciencia socialista y de la solidaridad socialista para repartirla, en el momento

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oportuno, por la parte del continente americano que aún espera por su liberación.

Aquí está la obra, no es una expresión de lo que puede hacer nuestra ciencia, sino una expresión de lo que puede hacer la ciencia del mundo, a condición de que se le abran las puertas para que sin tropiezos en cada país, a condición de que el pueblo tome el poder, rompa las viejas estructuras y construya su propia historia.

Comandante Ernesto Guevara Ministro de Industrias.

El Comandante Ernesto Ché Guevara, fundador del Servicio

Geológico Nacional, con los geólogos soviéticos que trabajaban en la prospección de turba, en la Ciénaga de Zapata. Foto: Sablón (fotógrafo del ICRM)

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AMOR DE GEÓLOGO Rogelio Alberto Rosales Antúnez

Cacho D´Cobre, geólogo nativo de criadero oriental, no quiso ser un glaucofana más de la pobre mena en la que había aflorado. En aquel denuncio, bajo el imperio de la Ley de Mohs, si no te ponías duro te rayaban, aunque él estaba probado a toda inclemencia de los agentes del intemperismo.

Al convivir en asociación paragenética con estables granitoides y vidrios volcánicos había desarrollado la propiedad de tolerar desde celestinas hasta feldespatos, sin llegar a contaminarse. Con ese célebre don de autorayarse, él mismo se asignaba una dureza de alrededor de siete, haciendo gala del entorno en donde había yacido.

En su textura corporal mostraba una coloración ocre abigarrada de brillo graso y una desagradable untuosidad, amén de su contenido químico que lo clasificaba de muy astuto e intrépido, no tan veloz como Quintas ni tan educado como Campos.

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Mucho que había rodado entre los aluviones sociales. Podría decirse que aún muy joven, era todo un canto, por ende rodado, perdurable y diáfano, aunque en sus talones mostraba los nítidos “mudcracks” del abandono.

Así y todo, había una llama que lo sublimaba al soplete. Era Crosita, una félsica geofísica recién graduada que habían colocado en su brigada. Con el solo hecho de verla acercarse, su solidez proveía síntomas de inminente efluvio. ¡Qué buenas tectónicas se mandaba… cuántas adorables discontinuidades… qué decir de su empinado cuaternario! – Se deleitaba con sus zonas débiles en plena marcha ruta. Durante los reiterados enclaves oníricos, la veía anotada en su libreta de campo, íntegramente descrita y clasificada, más por tacto que visualmente. Una sensible muestra que hubiera tomado con placer para parafinarla, cubriéndola toda de esperma. Por intervalos la concebía a modo de sección delgada, tendida y bañada con luz polarizada debajo de su viejo microscopio, justamente cuando ella dejaba de cruzar los nicoles, provocando que él perdiera por siempre la visión de la Cruz de Malta.

Lo único que él tenía en sus escasos megas de memoria era pura singonía, por eso nunca se atrevió a ir directo al dióptrico. Con ella se arriesgaría a hacer el amor sin corindón y la hubiese apretado cual cuarzo piezoeléctrico para extraerle a gusto las chispas de su potencial energía. Así, sin apenas líquido de lavado, con granallas o tricono, la hubiese perforado lentamente…

De repente rodó Crosita, pendiente abajo y cayó entre sus brazos muy cerca de su máquina perforadora (URB 2,5 a). La sostuvo con ansias, cual princesa rescatada y le insinuó con gallardía, colocarle una corona inglesa de diamantes, sin estrenar.

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- Tengo todo el buzamiento puesto en ti, a punto estoy de perder el rumbo -se atrevió a decirle con la voluptuosidad de un felibre- Mi yacimiento útil, industrial… por ti haría cualquier inversión a riesgo… Te colmaría por doquier como la más encajante de las rocas aunque me tildes de elemento raro o despreciable pustaya-paroda (roca estéril en ruso)... Por favor atiende mi considerada hipótesis… Tengo el corazón hecho un relicto, incandescente y mórbido en las honduras del cinturón del fuego.

Adherido como foraminífero a la roca índice, le aplicaba un melange de disparates, pero con cierta secuencia rítmica, como esperando un flysch que aliviara su alma agobiada por una cruel discordancia angular de estratificación convoluta.

Ella se retorcía tratando de librarse de aquel malacate que amenazaba con colocarla en cualquier momento de espaldas al piso estructural, mientras se tornaba birrefringente ante sus ojos daltónicos. Suspendida como piedra pómez por un basalto columnar, hacía rato que tenía la intensa sensación de que se estaba meandro. La aureola de contacto de Cachito se hacía cada vez más insoportable pues entre sus miembros infrayacentes ya había comenzado a brotar una rígida macla.

Con elevada resistividad, la magmática joven, convertida ahora en una lávica criatura, entraba en erupción. En el desorden de la aguja de su brújula, hacía un perfecto contraste su rostro laterítico con sendos labios de malaquita y, sulfurosa, le profería al tenaz, el cúmulo de las más geológicas injurias:

- ¡Pangea, Paleozoico… parece que no la ves pasar desde el Precámbrico! -le gritaba con ira telúrica. Le dijo guijarro, bitumen, grafito, jabón de serpofita con tufo de azufre; que no soportaba esa horrorosa molasa de volcanismo tardío,

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tan fuera de caja como la vieja teoría del Geosinclinal, precisamente a ella, que era una piedra preciosa, una joyita de la Placa Caribeña.

Los impactos fueron de tal magnitud, que los recursos de seguridad ante catástrofes asignados a Cacho, quedaron devastados. El golpe demoledor para el colapso definitivo de su estructura lo sintió cuando le expresó que su presencia era comparable a la de un coprolito de mamut.

Aquel geólogo experimentaba por primera vez, en lo más endógeno de su ser, el verdadero significado del enfriamiento paulatino del magma y con un estilo muy hidrotermal, expulsó los últimos gases de su cámara en lamentable diferenciación e hizo un sólido depósito en eso de que el presente es la clave del pasado.

Hecho talco, cual víctima del más feroz intemperismo, escaló el Pico Turquino, se ató al cuello la Gran Piedra y se arrojó como un bólido cósmico en la Fosa de Barttle. Y cuentan que anda ahora a expensas de la deriva de la Corteza Oceánica...

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AVALÚO DE AMOR Ramón Omar Pérez Aragón

Como un geólogo lo haría, Mi amiga, te quiero hablar. Es decir, voy a tratar De ciencia y de economía. Y es que amor y geología, Que son ciencias muy afines, Cada cual en sus confines Trataré de conjugar, Y tú habrás de adivinar Vida mía, con qué fines. Para empezar te diré Que siempre que exista amor, Debe haberlo en un tenor Que algún resultado dé. No basta la buena fe, Ni que exista un buen momento, Si explotarlo es un tormento Y causa preocupación, Habrá manifestación, Pero no habrá yacimiento.

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Geológicamente hablando Del amor, como ocurrencia Mineral, cuya existencia Se ha venido reportando, Pero al final, evaluando Su calidad con rigor, Hay menos mena -de amor- Que estéril, -que son las penas- Hay que aceptar que estas menas Son de muy bajo tenor. Cuando al unirse dos seres Encuentran divertimento, La unión es cual yacimiento De esos que llaman “placeres”. Pero entre hombres y mujeres Suele a veces suceder Igual que en cualquier placer: Si las pepitas son pocas Y solo abundan las rocas, Tiende a desaparecer. También pudiera pasar Que el amor fuera abundante Y la mena interesante, Pero para a ella llegar Haga falta destapar Estéril hasta el suplicio, Y abrir un gran orificio O una cantera abismal… Se encarece el mineral Y no admite beneficio.

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Si un amor, cual mineral Pobre, en un momento dado Está sobrevalorado, De una forma temporal Tendrá valor comercial Y por un tiempo se explota, Siempre al tanto de qué cota Tenga su cotización, Pues su sobreexplotación Conlleva a la bancarrota. Yo lo nuestro lo he evaluado, Muchas veces, con paciencia, Y digo que fue ocurrencia Que en ocurrencia ha quedado. Si hubo amor, fue lixiviado… No sabes cuánto lo siento, Pero llegado el momento Del avalúo final, Nuestro hallazgo mineral… Nunca será un yacimiento.

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BAUXITA

Ramón Omar Pérez Aragón

Roja, maciza, pesada, Dura, estructura de oolita. Esta vez, como Bauxita Fue bien identificada La roca que fue llamada Tiempo atrás, por confusión, “Basalto de Guajaibón”, Por hallarse en tal dominio. Hidróxido de aluminio, Esa es su composición.

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BRIGADA CUBANO–SOVIÉTICA DE BÚSQUEDA DE

MINERAL DE HIERRO Jesús M. Véliz Basabe (†) y Lázaro Guzmán Castillo

Corría el mes de Junio de 1961, cuando un grupo de jóvenes, en su mayoría graduados de la Escuela Superior de Artes y Oficio de La Habana, Fernando Aguado Rico y otros de los Institutos de Segunda enseñanza de La Habana y Marianao, fueron llamados por el naciente Instituto Cubano de Minas (ICM), sito en la intersección de las calles Empedrado y Aguiar, La Habana Vieja.

La mayoría, habíamos realizado exámenes de oposición con el compañero Miguel Orta (entonces estudiante de Geología) con el objetivo de trabajar como constructores civiles, electricistas, mecánicos industriales, químicos, dibujantes, y otras especialidades, pero en lugar de esto, fueron llamados a formar parte de una brigada de Geología para la búsqueda de mineral de hierro y la revisión de anomalías aéreo-magnéticas en las provincias de Camagüey y Las Villas, la cual estaba encabezada por especialistas soviéticos en Geología y Geofísica.

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El objetivo era la formación, mediante el estudio y el trabajo, de técnicos medios en esas especialidades desconocidas por entonces en Cuba, teniendo como primeros profesores a esos especialistas soviéticos, pues ya desde ese momento el estado revolucionario cubano, estaba pensando en el desarrollo industrial del país y en especial, de la industria extractiva.

El día 21 de Junio de 1961 partimos desde la ciudad de La Habana el grupo de jóvenes hacia el municipio Florida, provincia de Camagüey; albergándonos al arribar, en las instalaciones del central azucarero Florida (entonces Argentina). Abusando de la memoria, entre aquellos jóvenes se encontraban Lázaro Guzmán, Aurelio Pérez, Alberto Yi, Alejandro Hernández, Rigoberto Sotolongo, José Garrido, Isabel Padilla, Silvia Sarría, Que formaban el grupo de geólogos, mientras que entre los que serían geoísicos se hallaban Jesús M. Véliz, José Rodríguez, Isabel Rebozo, Cecilia Rebozo, Armando Siriaco, Lázaro Valdivieso, Lázaro…, Mercedes…, Sara…y otros

Los especialistas soviéticos Alexander Nenieski (Jefe de Especialistas), Vasili Shervak, Iván Selivestov, Asia Drovotova (geólogos); Nicolai Poliakov y Dimitri P. Klimentov (geofísicos) y otros, se instalaron en la residencia que ocupaba el administrador del central antes de la intervención y los estudiantes en las casas dejadas por funcionarios de menor jerarquía. El día 22 nos reunió el administrador o jefe del Grupo, Roberto Franco Oliva (por entonces Sargento del Ejército Rebelde) y los diecinueve estudiantes, para dividirnos por especialidad de acuerdo con el criterio concebido previamente por los soviéticos.

Comenzamos las clases prácticas y teóricas de cada especialidad, una especie de aprendizaje preliminar hasta

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que salimos para la zona de trabajo en áreas del batey de Magarabomba, ubicada a unos 15 a 17 km de Florida por la carretera que conduce al municipio de Esmeralda, lugar donde se encuentran las antiguas minas Pensilvania y Magarabomba.

Los geofísicos realizaron los trabajos preliminares, es decir, el estudio del campo magnético normal en la zona de trabajo para colocar la estación de variación magnética y el punto de control de los trabajos para poder comenzar el levantamiento magnetométrico en ambas minas se formaron dos grupos. Por su parte, los geólogos conformaron cuatro grupos de trabajos para el levantamiento geológico detallado del área y los demás trabajos mineros, incluyendo la perforación. Los trabajos de gabinete de ambas disciplinas se realizaban diariamente.

En el mes de agosto se realizó un alto de varios días en los trabajos, debido a que al compañero Roberto Franco, administrador de la brigada, le fue solicitada por parte del gobierno del municipio, la cooperación nuestra en el cambio de moneda que realizaría el gobierno revolucionario un fin de semana, lo cual realizamos con la responsabilidad y seriedad que requería el hecho.

A principios del mes de septiembre, después de terminado los trabajos en la región de Florida, la brigada pasó a la siguiente etapa de trabajo, viajando para la antigua provincia de Las Villas, radicándonos cerca de la ciudad de Cienfuegos, en el lugar más conocido y cercano al área de interés, que era el poblado de Los Guaos (en las estribaciones de la sierra del Escambray), donde se encontraban unas antiguas explotaciones de mineral de hierro, las minas Loma Alta y La Habanera y una serie de

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anomalías aeromagnéticas como Loma de Báez, Polo Véliz, La Esperanza y otras.

Al poco tiempo de encontrarnos en Cienfuegos, la brigada se desmembró, debido a que una parte fue llevada para la Sierra Maestra, para apoyar en los trabajos de la mina Camaroncito en Oriente (fue una brigada de geofísica y geología). En el mes de noviembre de 1961, al crearse oficialmente el Instituto Cubano de Recursos Minerales (ICRM), nuestra brigada pasa a formar parte de dicho organismo, insertándose de esta manera en el naciente Servicio Geológico Nacional.

Alrededor del mes de mayo de 1962 los compañeros del grupo de geología fueron llamados para La Habana para pasar un curso de técnicos geólogos en una escuela que creó el (ICRM), la Félix Corzo, ubicada en una lujosa casona de la esquina de Línea y 8, en el Vedado capitalino y en el mes de agosto los restantes fuimos a realizar en la Habana el informe final de los trabajos; al terminar este informe, la brigada se desintegró definitivamente.

De este grupo de compañeros, pioneros de la actividad geológica en Cuba, solo siete continuaron en la misma: seis como geólogos y uno como geofísico, de los cuales seis terminaron los estudios superiores y solo uno permaneció como técnico, los restantes se dispersaron y emprendieron otros estudios o se dedicaron a otras tareas.

En la actualidad, solamente quedan trabajando en la actividad: Jesús M. Véliz Basabe1 (68 años) en GeoCuba, Estudios Marinos; Lázaro Guzmán Castillo (67 años) en la Oficina Nacional de Recursos Minerales y Rigoberto Sotolongo Pedroza (70 años) en el Grupo Empresarial GEOMINSAL.

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Nota. En fecha reciente, mientras se preparaba la edición de este volumen, falleció repentinamente, a la edad de 70 años, el compañero Jesús M. Véliz Basabe, redactor principal de esta crónica.

Grupo de estudiantes de Geología. De izquierda a derecha: Rigoberto Sotolongo, Alberto Yi, José Garrido, Alejandro Hernández, Aurelio Pérez, la profesora soviética Asia Drovotova y el chofer del Gas 69. 1962.

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BRONCA EN LA ESCALA DE MOHS Ramón Omar Pérez Aragón

A Rogelio Alberto Rosales Antúnez, colega en las ciencias y en las letras

Escala de Mohs

Cuando en la Escala de Mohs Se formó la rayadera, El Talco se quedó fuera De la forma más atroz. Por ser él el más precoz Le hizo el Yeso una rayita,

Mineral Dureza Talco 1 Yeso 2

Calcita 3 Fluorita 4 Apatito 5

Ortoclasa 6 Cuarzo 7

Topacio 8 Corindón 9 Diamante 10

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Atrás vino la Calcita Y a los dos le hizo la raya, Pero en la misma batalla A los tres rayó Fluorita. A los cuatro el Apatito Los rasgó, pero Ortoclasa, A los cinco hizo su traza En lo que el Cuarzo, maldito, A los seis pasó el filito, Mas, el Topacio a los siete Les pasó raya en el brete, Cuando el Corindón, cortante, Cortó a ocho, pero el Diamante A todos pasó el machete.

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CHAMACO, SU AMIGO Y EL “CANTAO” DE LOS CUBANOS

Ramón Omar Pérez Aragón A los maestros y médicos internacionalistas cubanos.

Honor a quien honor merece.

Dos jovenzuelos citadinos, Chamaco y su amigo, trepaban con gran esfuerzo una abrupta y escarpada ladera durante una apasionante misión de excursionismo campestre y mientras se acercaban al tope de la loma, la inusual -para ellos- aventura les hacía imaginar que realizaban una gran hazaña y hasta llegaron a creer que estaban a punto de conquistar la gloria que merecen los grandes alpinistas cuando alcanzan las más altas cumbres. Sus ilusiones pronto se vendrían abajo, cuando al vencer el último tramo del “excepcional” ascenso, arribaban nada menos que al patio de un hogar campesino, donde un niño, mucho menor que ellos, se dedicaba plácidamente a la insólita tarea de ordeñar una vaca.

Esta desconcertante fábula, muy bien grabada en mi memoria, a saber por qué, jamás se borró de mi mente desde que la leyera en una de aquellas coloridas historietas

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infantiles de mis primeras lecturas, que se publicaran en Cuba a principios y mediados de los sesenta 60 del pasado siglo, y que luego desaparecieron abrupta y misteriosamente como lo hicieran los grandes reptiles y otras especies allá por la lejana (65 millones de años atrás) época que ha dado en llamarse el límite K-T (Cretácico-Terciario). Pero no solo eso, sino que muchos años después, algo semejante me ocurriría, mientras desempeñaba mi trabajo como geólogo internacionalista en la bravía, sufrida y queridísima patria de Sandino.

En Nicaragua, como en Cuba, solamente existen dos estaciones bien definidas: el invierno y el verano. Solo que éstas, no se ajustan para nada con las estaciones convencionales que todos conocemos, pues el invierno para los nicas es la época de lluvia (meses estivales), donde todo es verde y frondoso, los ríos llegan a ser caudalosos y las inundaciones son bastante frecuentes; el verano en cambio, es la época de seca, donde todo es aridez y los tupidos bosques desaparecen para dar paso a pelados paisajes de breñales y espinas, y por los antes caudalosos ríos en vez de agua corren todo tipo de vehículos, pues los arenosos cauces se convierten en terraplenes, y en muchos casos, en verdaderas autopistas de arena y cascajos.

Es precisamente el verano nicaragüense la mejor época para el trabajo de campo de los geólogos, pues la vegetación deja de ser obstáculo, los macizos rocosos aparecen expuestos por doquier, y las autopistas fluviales vienen a suplir parcialmente la enorme escasez de vías de acceso, carreteras y caminos, mas, solo parcialmente.

Con demasiada frecuencia debíamos abandonar el yipón en medio de una cañada obstruida por una cascada seca, una avalancha de rocas o simplemente un árbol caído y

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continuar varios quilómetros a pie para poder terminar, cuando no, para llegar al punto de inicio del itinerario del día. Eso precisamente fue lo que nos ocurrió una mañana de finales de 1988.

La guerra había hecho honda mella en la economía del país y el proyecto de levantamiento geológico con búsqueda acompañante de oro, enmarcado en acuerdos de colaboración soviético-nicaragüenses, donde a la sazón trabajaba, no había escapado a tales vicisitudes.

Casi todo el personal de apoyo había sido despedido por falta de presupuesto: choferes, mochileros… y los geólogos, por no contar con ayudantes y ante la inviable alternativa de salir solos al campo, trabajábamos en parejas, conducíamos nuestros vehículos y nos acompañábamos y ayudábamos unos a otros.

Aquella mañana, la vieja fábula de Chamaco y su compañero, volvería a mi memoria con marcada nitidez… Abandonado el ruinoso UAZ al final del tramo transitable de un “río-plén”, en compañía de mi querido camarada, el geólogo ruso Guenadiy Derimiedvied, trepábamos en pos de unas vetas de cuarzo aurífero por una empinadísima y espinosa ladera de una apartada montaña, relativamente cercana a San Pedro Metapa, hoy Ciudad Darío, cuna del insigne poeta nicaragüense. La enorme profusión de arbustos espinosos de todo tipo, algunas de cuyas púas se clavaban constantemente en nuestras suelas, me había obligado a utilizar la lengua de Dostoievskiy para comentarle al colega soviético:

- Guena, ¿Cuántos pasos darías tú aquí, si te despojaran de tus botas de geólogo?

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- ¡Ninguno! –exclamó enfático, mientras arrancaba a piquetazos unos trozos de palo seco adheridos a su calzado por medio de las susodichas espinas.

Trepamos con bastante agilidad, pues afortunadamente lo hacíamos por la ladera sombreada, de modo que en pocos minutos alcanzamos la cima de la elevación un tanto cansados y otro tanto ripiados por las malditas espinas.

Una vez en pleno parteaguas, los espíritus de Chamaco y su amigo encarnaron en nosotros para dejarnos boquiabiertos por la sorpresa: allí, ante nuestra desconcertada mirada apareció un inusitado leñador nicaragüense, quien armado de su enorme machete punticurvo desbrozaba breñas y abrojos con los que hacía pequeños haces de leña. Pero lo más increíble, lo que me hizo permanecer mudo, mientras que al Guena se le escapaba un sonoro “¡iolki-palki!” (algo así como ¡palitos de pino!, incomprensible expresión de asombro en la tradición rusa), era que aquel hombre llevaba como único atuendo un ancho y raído pantalón atado a la cintura con una cuerda… ¿no han caído? ¡Aquel hombre estaba completamente descalzo!, ¡y se paseaba por aquella espinera como si tal cosa! La charla no se hizo esperar. Después del saludo y algunas frases de presentación, le pregunté al hombre sin cortapisas:

- Óigame compa, ¿cómo es que hace usted para andar descalzo por encima de esas espinas?

- Somos muy pobrecitos por acá, pues. –recuerdo que me dijo- No tenemos zapatos.

Después que tradujera la penosa respuesta al idioma de Lérmontov y se la comunicara al camarada Guena Ripia-el-oso (eso es lo que significa su apellido), y en medio del

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embarazoso silencio que se creara, fue el nica quien preguntó:

- ¿Y en qué idioma platican ustedes?

- En ruso –le dije- es que mi colega es soviético y no entiende nuestra lengua.

- ¿Y vos, cubano, dónde aprendiste esa jerga?

- En Rusia…, es que yo estudié allá. ¿Y usted cómo sabe que yo soy cubano? –los nicas siempre me sorprendían por descubrir invariablemente mi procedencia.

- Por el cantao, pues. Yo ese cantao de los cubanos lo conozco bien. Ya por aquí han pasado dos cubanos: primero fue el maestro, el que nos enseñó a leer y a escribir y después la doctora, que agorita nomás está de vacaciones en Cuba. Bueno, tres, porque agora pasó el geógolo…

- El geólogo –le corregí riendo, mientras estrechaba su mano extendida.

- Va, pues, el geólogo –aceptó sonriente.

- Bueno mi amigo, nos vamos, que nos queda todo el trabajo por delante; si yo pudiera caminar como usted por las espinas, con gusto le dejaba mis botas –le dije a modo de despedida.

- Tranquilo, pues. Ya yo estoy acostumbrado y vos, dudo que podás dar un paso sin las botas. Vayan con diosito pues.

- Adiós.

El hombre volvió a machetear los resecos arbustos, en tanto que Oso Ripiado, es decir, el Guena y yo proseguimos “a golpe de brújula” tras las huellas de las vetas de cuarzo. Y

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mientras nos alejábamos del leñador descalzo, volvía a mi mente el recuerdo de la citada historieta, solo que ahora no paraba de asociar a los maestros y los médicos cubanos con el niño de la vaca. Sin duda ellos habían escalado primero aquella cima.

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DE LA MANIOBRA AL GUÍA Rogelio Alberto Rosales Antúnez

El pinareño Pascual con notables influencias habaneras, por sus modos de barba y espejuelos, sin dudas se enmarcaba en la onda del pepillo intelectual de los años ochenta. Contrastantemente compartía la práctica de campo con un santiaguero que contra toda burla de los occidentales, mantenía las moticas “fleitó” (cubaneo del inglés por flat top) del típico guapo de la época.

A pesar de las diferencias formales, ambos estudiantes de Geología, trepando los estratificados parajes, entre cafetos y cacaos de las lomas de Ramón de las Yaguas, estaban a punto de convertirse en dos buenos consocios.

La marcha-ruta agobiante, les indicaba lo imperioso de un merecido descanso. Se acercaron a un claro intramontano, en busca de las clemencias de un humilde bohío que se erguía a un lado del camino. Quiso la ventura, que además del incentivo de aquel pozo de agua, como el mejor canto de sirena, quedaran hechizados en pleno mediodía, por el

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reclamo de un seductor sahumerio que desde el traspatio les llegaba.

- ¡Asereee! Un cochino matao -dijo el pinareño del Lois desgastado y de calzoncillos atléticos.

- ¡Ay nagüe! Qué olor a chicharrón, ahí están friendo un macho -fue la expresión jubilosa del que había nacido en la oriental región y aun usaba “matapasiones”.

Para garantizar un ferviente agasajo por parte de los “ingenuos vecinos”, el cual de hecho, debería incluir el convite a la carne frita, había que llegar a la casa, de la forma más impresionante posible -pensaron al unísono los dos colegas- Sin obviar la natural hospitalidad de los moradores, un impacto adecuado sería el de dos forasteros cubiertos de aparatos raros, extenuados y simulando estar desorientados, esa era una maniobra que nunca fallaba.

Pascual se colocó de inmediato la brújula abierta de par en par en lo más visible de su pecho y abrió el estuche de la cámara fotográfica rusa de treinta pesos, para exhibir lo fascinante del mecanismo de lentes y botones. El oriental, de menos recursos, se colocó la piqueta a un costado y la “sumka” de su compañero atravesada al dorso, al estilo de un camarada comisario de la Gran Guerra Patria.

En el momento en que comenzaron a ladrar los perros, el primer gesto de bienvenida les fue otorgado por una campesina de sonrisa campechana, la cual, sin dar muestras de asombro alguno y para desconcierto de los intrusos, desde el portón de la casa le anunciaba a su marido:

- ¡Exuperanciooo, por ahí vienen dos muchachos que parecen geólogos, pues hasta traen brújulas, mochilas, piquetas y todo! …

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El viejo, muy atento, salió a recibirlos con los brazos abiertos, y sin dilación le plantó a cada uno un plato repleto de carne y yuca, leche, café y abundante agua de la más fresca. Mientras engullían, el anfitrión, a la manera del más elocuente de los maestros, amadrigaba a los comensales con palmaditas en los hombros y muy flemáticamente les exhortaba.

- ¡Coman bien muchachos!, pa` qué tengan fuerzas pa` terminar el levantamiento, que yo sé que la cosa es dura.

Todavía en su estupor, se despidieron con pocas palabras. Con la hartera, y también con el gran fiasco, decidieron ir directamente para el campamento y dejar inconcluso el itinerario del día.

Más tarde, alguien les aclararía que aquel espléndido y cordial lugareño había sido un excelente guía de los famosos geólogos soviéticos Adamóvich y Chejóvich, durante sus peripecias por la geología de Cuba Oriental.

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DÍA DE PERROS Ramón Omar Pérez Aragón

A mi colega y amigo Rafael Lavandero Illeras

En la madrugada nos despertaron dos o tres veces los goterones que como pedradas, dejaron caer sendos nubarrones pasajeros sobre el techo de zinc del tráiler-dormitorio. Sin embargo, la mañana se presentó fresca y despejada, por lo que nos preparamos como cada día y salimos a la hora de siempre a cumplimentar, cada comisión, la tarea que nos habíamos planteado en la reunión de la tarde anterior.

El flaco Lavandero y quien esto escribe, deberíamos recorrer un largo itinerario, atravesando un gran espacio ocupado, según los mapas preexistentes, por los esquistos grafíticos de la Formación Cobrito, por lo que, a sabiendas de que este tipo de rocas suele ser reservorio natural (trampa) de elementos de “tierras raras” y radiactivos, nos aseguramos de poner a punto el radiómetro de campo SPR-2 y cargamos con él, además de la habitual carga de nuestras respectivas mochilas, brújulas y piquetas.

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Cuando Revoltillo, nuestro chofer, nos dejó en el punto previsto, todavía el sol se encontraba oculto detrás del lomerío de la parte oriental del macizo Guamuhaya, pero ya estaba completamente claro. Parados allí en el terraplén, mientras encendíamos y nos envenenábamos con los primeros populares, vimos alejarse el amarillento yipón con el resto de los compañeros y nos dispusimos a iniciar la jornada. Nada parecía indicar que el día sería diferente de los demás, esto solo lo sabríamos en el transcurso del mismo, cuando las cosas comenzaran a marchar de mal en peor.

Una vez apagadas las colillas, nos internamos por un estrecho sendero que, ascendiendo hacia el noreste por sobre los riscos de mármoles grises de la Formación San Juan, se perdía entre la tupida y húmeda manigua, por lo que para cuando divisamos el esperado contacto con la Formación Cobrito, tanto mi compañero como yo estábamos entripados de la cintura para abajo, al decir de un colega de apellido Astraín, estábamos completamente “ano-nadados”.

Sin embargo, las rocas de esta última formación nos recibieron menos amistosamente que las anteriores: la lluvia de la madrugada se había confabulado con las arcillas negras resultantes del intemperismo de los esquistos carbonosos de Cobrito para elaborar un barro oscuro y resbaloso que al poco tiempo, mientras descendíamos por una pequeña cuesta, hizo rodar por la pendiente a mi camarada, quien al levantarse algunos metros más abajo, adolorido y malhumorado, había cambiado completamente su inicial aspecto de geólogo por el de un minero acabado de salir de una mina de carbón. Mi risa burlona duró exactamente hasta que en la próxima bajada, tras un aparatoso patinazo, quedara sentado grotescamente en

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medio de un charco de lodo, para beneplácito de mi acompañante.

Sobre las ocho de la mañana la situación vino a complicarse inesperadamente: un rezagado nubarrón nos sorprendió en medio de un descampado con el único aporte positivo de ayudarnos a limpiar un poco nuestro embadurnado cuerpo. En cambio, el saldo de las influencias del chaparrón fue netamente negativo: entre el cúmulo de desgracias que aportó, destacan el hecho de convertir nuestro sendero, que ya era un lodazal, en un verdadero pantano; por otra parte, terminó de ensoparnos de pies a cabeza y lo peor: arruinó nuestra merienda, consistente en una triste y escuálida telera de pan con pan, o “pan-cholo”, como también suele llamársele a este tipo de manjar.

Después que la nube viajera se largara con su lluvia a otra parte, el día comenzó a “levantar”, pero lo hizo quizá demasiado bien, tanto, que el sol comenzó a picar fuerte; toda el agua caída empezó a evaporarse, convirtiendo la montaña entera en una verdadera sauna natural. Esto propició, además de las molestias del calor agobiante y la correspondiente sudoración, que mucho antes de lo programado nos quedamos sin una gota de agua potable en nuestras cantimploras, con la agravante de que todos los arroyos estaban bien revueltos, por lo que sus aguas habíanse tornado absolutamente imbebibles.

Por lo demás no hubo mayores inconvenientes, a no ser unos cuantos resbalones más y, en el plano geológico, la ausencia casi total de buenos afloramientos de rocas en el camino, y que las mediciones radiométricas de los esquistos no arrojaron valores significativos por encima del fondo o “clarke”, como se le llama en el argot geológico al contenido promedio de mineralización en la corteza terrestre, por lo

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que haber cargado con el radiómetro estuvo a punto de convertirse en un acto innecesario, de no ser por lo que vendría después…

Sobre las dos de la tarde, casi a punto de salir a la carretera, donde debíamos encontrarnos con Revoltillo y el resto de las comisiones, divisamos una casita de tablas de palma y techo mitad de guano y mitad tejas de zinc, que a pesar de la hora permanecía extrañamente cerrada. Aun así, agobiados por el hambre y la sed, nos encaminamos hacia ella, con la esperanza, de mitigar al menos esta última, pues en el patio del bohío resaltaba la presencia de un pozo artesiano, equipado con una buena bomba de mano. Pero no nos habíamos aproximado a menos de cincuenta metros de la casucha, cuando una endiablada y variopinta jauría de al menos seis canes salió de sus alrededores y se abalanzó sobre nosotros con malévolas intenciones. Lo más interesante, a la vez que desconcertante del hecho, es que los perros, obviando completamente mi existencia, pasaron por mi lado para ir a ensañarse con la enjuta persona de mi camarada.

El flaco Lavanda, al verse acosado por la perrera, enfrentó valientemente el ataque: lanzando su pesada piqueta rusa sobre el can que lideraba la manada, logro ponerlo en fuga momentáneamente, lo cual sin embargo, pareció enfurecer aún más al resto de la perruna tropa, que arreció sus gruñidos y ladridos, mientras mostraban amenazadoramente sus pavorosos colmillos. Privado de lo que hubiese sido su arma más efectiva al utilizarla como proyectil, mi colega se vio arrinconado contra una mata de mangos, lanzando a diestra y siniestra desesperados mandobles con el radiómetro, el cual esgrimía como si se tratara de un sable, al tiempo que gritaba pidiéndome ayuda, mientras yo

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observaba atónito la increíble escena, sin atinar a hacer absolutamente nada.

A la enorme algarabía de los perros y los gritos encolerizados de mi amigo, de la aparentemente desierta casa salió por fin una desgreñada dama, seguida de cerca por un caballero semidesnudo, quien con una mano sujetaba sus calzones, mientras con la otra blandía en alto un largo y afilado machete, cual mambí que acabara de escuchar un “toque a degüello”.

- ¡Pinto!, ¡Yeti!, ¡Laika! –gritaba la señora a sus perros, sin lograr apaciguarlos.

- ¡Canelo!, ¡Campeón! –tronó la voz el amo mientras descargaba sendos planazos sobre los lomos de los canes, que esta vez parecieron darse por aludidos y pusieron patas en polvorosa, chillando y con la cola entre sus cuartos traseros.

No bien recuperado el color de su apergaminado rostro, el flaco Lavandurria la emprendió conmigo por no haber intervenido en el inusual combate para defenderlo del feroz ataque canino. Por mi parte, una vez recuperada el habla, esbozando una sonrisa entre nerviosa e idiota, solo atiné a improvisar un chiste que a nadie causó la menor gracia:

- ¿Será que los perros te confundieron con un hueso gigante?

Los amos de la casa, evidentemente sorprendidos en plena si…esta, no mostraron demasiada hospitalidad, por lo que una vez que bebimos con avidez el par de jarros de agua fresca del pozo, que la doña nos ofreciera, nos despedimos cortésmente y emprendimos la marcha por el trillo que subía hacia la carretera, volviendo la vista a cada momento en

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prevención de un segundo asalto, pero era la hora en que los perros no siguen al amo… ni a nadie.

Una vez en el asfalto, todavía tendríamos que esperar casi una hora para ver llegar el amarillo yipón de Revoltillo y otra más hasta llegar, con las tripas pegadas al espinazo, al campamento donde nos esperaba la consabida y cotidiana tanda de arroz con sardinas. Terminaba de esta manera, lo que para siempre quedaría en nuestra memoria como… un día de perros.

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“DIVERSANTI” EN LA SIERRA MAESTRA Eugenio Casanovas Casanova

Era Octubre de 1967 y nos encontrábamos haciendo el levantamiento a escala 1:100 000 de la región de la Sierra Maestra entre los límites de los ríos Buey y Guamá. Los geólogos del levantamiento éramos el soviético Evald Zikin y yo, pero como a Zikin se le iba a vencer el contrato enviaron a otro geólogo nombrado Tit Kínev. Este no hablaba una palabra de español ni nosotros media de ruso. Un día Kínev le preguntó a un obrero que trabajaba en la brigada, en su espeso rusoñol, si en la Sierra Maestra había “diversanti”, el obrero pensó que esto era “diversión” y le dijo: -“mucho, mucho”. Nadie conocía entonces que el significado en español de la palabra “diversanti” en ruso era “saboteadores”, es decir, “alzados”.

Nosotros nos habíamos dado cuenta que al salir a los itinerarios por la Sierra, Kínev siempre miraba hacia todos lados con gran preocupación, pero la situación vino a complicarse el día que este geólogo salió muy temprano a hacer un recorrido con el entonces técnico geólogo Roberto Puig, quien al pasar de los años llegaría a ser y se

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desempeñaría como Ingeniero de Minas en la mina El Cobre. Ese día, Kínev y Puig salieron juntos en un itinerario, mientras Zikin y yo iríamos de recorrido por otras áreas. Generalmente, a consecuencia de lo agreste del terreno, salíamos aproximadamente a las 6:00 a.m., “con la fresca”, y trabajábamos hasta alcanzar el último punto del itinerario que teníamos planificado.

Regresamos, Zikin de su recorrido y yo del mío, aproximadamente a las 4:30 p.m., pero pasaban las horas y Kínev y Puig no volvían. Ya era de noche y estábamos preocupados por ambos, pues un accidente en la Sierra, aunque no era común, siempre era probable. Partimos con Zikin, cada uno con un obrero, en dos direcciones para ver qué había ocurrido: uno de nosotros por el supuesto trayecto de ida hacia el itinerario de ellos y el otro según el posible trayecto de vuelta. Retornamos ya pasadas las once de la noche y ni rastros de los dos compañeros. Decidimos descansar algo en el campamento, pues estábamos exhaustos, con la idea de que al día siguiente, con la claridad del día podríamos recorrer las montañas y averiguar con uno u otro campesino si habían visto a Kínev o a Puig.

Al otro día partimos temprano a buscarlos sin ningún resultado, pero cuando regresamos al campamento casi al mediodía, ya ellos estaban allí desde hacía apenas unos minutos. Grande fue la sorpresa que nos llevamos al contarnos ellos lo que les había pasado: Resulta que en esos días había maniobras de las Milicias Serranas, las que habían detectado a ambos compañeros, confundiéndolos con posibles infiltrados, por lo que les “tiraron” un cerco. Puig contaba que veía unos hombres que desde lejos les hacían señales, pero Kínev pensaba que eran “diversanti” por lo que apuraban el paso en dirección contraria al lugar

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desde donde avanzaban los milicianos. Al rato los “capturaron” y llevaron al puesto de mando.

Puig les explicaba a los milicianos que eran los trabajadores de la geología que estaban haciendo el levantamiento geológico y que su compañero era un especialista soviético, pero al hablarle el oficial de las Milicias a Kínev, éste respondió en inglés, pues conocía mejor este idioma que el español, por lo que continuó complicando las cosas.

Ambos pasaron la noche y parte de la mañana detenidos, hasta que uno de los milicianos, que era campesino de la zona, pudo atestiguar que había visto un campamento de “mineros” cerca del aserrío de La Alcarraza y reconoció haber visto por allí a Puig.

Esto era en cierta medida lógico, pues si el campesino había pasado por el aserrío, un negro tan flaco y con casi dos metros de estatura como Puig, sin dudas debió llamarle la atención. Pero no los soltaron en aquel momento, sino que solo pudieron marcharse después que se corroborara con un puesto de mando superior la existencia de una brigada de trabajadores geológicos en aquel territorio, y un oficial del Ejército Rebelde que llegó al lugar donde los tenían retenidos, diera la orden para que los liberaran.

Esta anécdota es un ejemplo de las cosas que podían ocurrir durante los trabajos de campo en aquella época. A pesar de la angustia y de la preocupación que sufriera Kínev al verse detenido, al pasar de los días todos nos reíamos de lo ocurrido. Después de este incidente Tit Kínev y nosotros, aprendimos que en la Sierra Maestra había “diversanti”, pero también había diversión.

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EL ALMUERZO NO ESTABA TAN BUENO Jesús Hernández Hernández

Corría el mes de agosto de 1988 y una de las comisiones de topografía de la Unidad de Servicios Técnicos de la Empresa de Geología de Pinar del Río se encontraba trabajando en el yacimiento Castellanos, en Santa Lucía. En esos días hacía un calor sofocante, pues a pesar de que en el cielo en ocasiones se veían algunas nubes aisladas, la lluvia no aparecía. Todos los integrantes de la comisión estaban realizando el levantamiento topográfico de una parte del yacimiento y les iba de maravillas, ya que les faltaba poco para terminar los trabajos en esa zona.

Siempre que se llegaba al área de trabajo, se distribuían las tareas del día entre el personal: unos trabajaban como cadeneros porta-mira, y otros como ayudantes, pero todos sabían realizar el trabajo del otro sin problemas de ningún tipo, y a la hora de la chapea, no tenían dificultad para trabajar y lo hacían con entusiasmo.

Una mañana, en plena faena de trabajo los agarró un pequeño chubasco al sur del yacimiento. Protegieron los

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equipos con alguna que otra jabita de nylon, pero no hubo lugar donde guarecerse del chubasquito, ya que el transporte con que contaban no estaba en el lugar, pues el mismo había llegado al área de los trabajos con problemas técnicos, por lo cual el chofer había hablado con el jefe de la comisión para regresar al taller de la empresa por dicho motivo y porque además de eso, le tocaba el mantenimiento técnico al camión.

El jefe lo había autorizado con la solicitud de que tratara de estar de regreso a la hora del almuerzo, ya que la empresa quedaba a unos cuatro kilómetros del área. Después de la breve lluvia, continuaron su trabajo, entrando en calor rápidamente, pues de nuevo llegó el calor sofocante.

Al medio día regresó el transporte y el chofer, entusiasmado por entregarle la comida a la gente, empezó a buscarlos. Después de un rato, al localizarlos, les gritó a viva voz que ya había dejado el almuerzo junto al camino, pero que tenía que volver para el taller, ya que por estar el jefe reunido con todos los mecánicos no se le había dado el mantenimiento al carro, el jefe de la comisión, de nombre Barbarito, le respondió a gritos al chofer:

- Está bien, Viudo, pon las cantinas del almuerzo por ahí en una sombrita que en un momento subimos y almorzamos, vamos a terminar esta pequeña cañada.

- Okey Barbarito, - respondió Viudo- pero no se demoren que se les va a enfriar y está bueno el almuerzo.

El jefe de comisión quería terminar antes de almorzar la pequeña cañada que se extendía a una distancia de unos cuatrocientos metros desde el costado sur de la loma hasta una pequeña llanura, por lo que pasó el tiempo y ya todos tenían un hambre tan feroz, que parecían leones enjaulados.

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Los ayudantes empezaron a rezongar entre ellos:

- ¿Este tipo no tendrá hambre?

- Por lo menos yo estoy rajao como una yuca –exclamó otro.

- Y yo estoy que me como un buey – dijo el otro por allá- Claro, él no es el que está caminando como un descosió por dentro de esta cañada que no esta nada fácil.

Al rato, se escuchó la palabra salvadora del jefe en sus radios de comunicación:

- ¡Arriba caballero, vamos a almorzar que es la una de la tarde y tengo tremenda hambre al igual que ustedes!

Con el hambre y la sed que tenían, todos subieron entusiasmados por la ladera de la empinada loma en busca del ansiado almuerzo. Más, pensando que estaba bueno, como le había dicho el chofer a Barbarito antes de regresar al taller de la empresa.

Al llegar a la cima de la loma comenzaron las exclamaciones:

- ¿¡Pero dónde este hombre habrá dejado el almuerzo, caballero!?

Hacía un sol que rajaba las piedras y no había una mata donde estar a la sombra, la más grande tenía como un metro de altura. Todos daban pasitos de un lugar a otro haciendo comentarios mientras el tiempo corría y el carro no llegaba para preguntarle al chofer. Buscaron por todo el lugar hasta el cansancio; unos se sentaron en las piedras que estaban a la orilla del camino y otros se sentaron directamente en el suelo. El tiempo seguía corriendo. Como a las tres de la tarde uno de ellos emprendió una caminata hasta el final del camino que atravesaba la loma de este a

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oeste para ver si encontraba alguna que otra fruta silvestre…

Casi a las tres y media se escuchó un ruido y la cara de la gente cambió al ver el camión subiendo por el camino hasta llegar a donde ellos estaban:

- ¡Coño, Viudo!, ¿dónde diablos dejaste el almuerzo? -pregunto Bárbaro.

- Yo lo deje aquí compadre, mira, debajo de esta matica -respondió el chofer.

- ¡¿Qué?! ¿Será que se habrá ido corriendo detrás de ti? Por lo menos, porque por aquí no hay ni huellas de las cantinas - exclamó el jefe.

La gente no aguantaba el hambre. El que había emprendido la caminata ya estaba de regreso con varias guayabas y unos mangos para compartirlos con los demás. Continuaba la discusión de Bárbaro con el chofer del camión por el almuerzo que no aparecía.

Un obrero se acercó y le preguntó al Viudo:

- A ver, dime compadre, ¿dónde es que tú pusiste las cantinas?

- Ahí, debajo de esa matica, compadre -le repite lo mismo.

- Dime, ¿dónde viraste con el camión? -le pregunto otro.

- Yo vire aquí mismo, mira, mira las marcas de las gomas del camión.

Todos empiezan a mirar bien las maracas que dejó el camión, y uno dice:

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- Compadre, si viraste aquí como dices y dejaste las cantinas debajo de esa matica, entonces las rozaste con las gomas, porque las marcas llegan hasta la dichosa matica.

- Entonces de seguro que fueron a parar allá bajo, en aquellas yerbas –sentenció el otro.

Bárbaro, al escuchar aquella deducción le dice a un obrero:

- Villa, mira a ver si están allá abajo.

El obrero emprende la caminata loma abajo y grita al rato:

- ¡Balbarito, aquí mismo están las cantinas! Pero de almuelzo nada, polque se desalmó loma abajo y está todo el almuelzo regao y lleno de holmigas entre la yelba.

- ¡Coño Barbarito -dice el Viudo- y con lo buena que estaba la jama!: eran frijoles negros, arroz blanco, carne de puerco y pan, ah, y dulce…

Otro obrero, desfallecido de hambre grita: -¡Villa, ve a ver si puedes salvar aunque sea la carne, compay!

Y todavía tienes el descaro de decirme todo lo que había en el almuerzo –le reprendió Barbarito- De seguro que almorzaste en la empresa.

- ¡Claro, si tenía un hambre feroz!

El Villa regresa y dice: -¡Ay, Viudo, me dan deseos de aholcarte pol loj huevo! Oye Bálbaro, ¡hajta aquí laj clase!, no aguanto máj ejta hambre que tengo, ¡vámonoj pa` la empresa!

El viudo apenado con los compañeros les dice:

- No, para la empresa no, caballero, vamos directo pa` la cafetería del pueblo a comer algo y no se preocupen, que eso va por mí.

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- ¡Qué otro remedio te queda! -dice el Villa.

Según lo acordado, todos se fueron hasta la cafetería del pueblo, donde al fin logran saciar el apetito con algunos panes y dulces y regresan para la empresa. La faena la continuarían al día siguiente donde mismo se quedaron y Barbarito les comentó que después que terminasen el gabinete de los trabajos de campo, se irían para Guane, a realizar un trabajo igual al terminado, solo que en una zona con bastante maleza.

En efecto, pasaron varios días y al terminar el trabajo de gabinete, partieron para una brigadita que tenía la empresa en el municipio Guane. El día de llegada, descansaron e hicieron los preparativos para comenzar al siguiente la faena de campo. Ya en la noche estando en sus camas y haciendo cuentos y recuentos, Bárbaro le dice al Viudo, que había venido de chofer del camión:

- ¡A ver si mañana tienes más cuidado de dónde nos dejas el almuerzo, compadre!

Llego la mañana esperada y emprenden viaje para la zona de trabajo que estaba un poco distante del campamento. Ya en el área, el chofer le dice al jefe de comisión que le permita regresar al campamento para volver con el almuerzo temprano.

El jefe le dice que no, que espere un buen rato, ya que estaban trabajando con machetes y no podían correr el riesgo de que alguien se accidentara y no hubiese transporte para socorrerlo. El Viudo entendió la medida y le respondió que tenía razón y que saldría sobre las diez de la mañana, para ir al campamento en busca del almuerzo.

Llegada la hora acordada, el carro partió hacia la brigada por el único camino, que además estaba malísimo. El área

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de trabajo era un monte bien tupido, pero así y todo primaba el entusiasmo entre los obreros y técnicos de la comisión.

Ya al medio día el carro estaba de regreso con el almuerzo y esperaba por la gente en el mismo lugar donde los había dejado en la mañana. El chofer se bajó del camión con las cantinas del almuerzo en la mano y las puso en el lugar donde consideró que no corrían peligro alguno. Acto seguido, levantó la cabina del GAZ 66 y se puso a “mecaniquear”. Al rato de estar allí y ya embarrado de grasa ropas, manos y cara, observó que por el camino se aproximaba uno de los obreros con el prisma, tomando los bordes del camino como puntos de detalles para el levantamiento que estaban realizando.

Al llegar hasta camión, el obrero le dijo al chofer que “le diera un poco pa` tras”, que donde estaba parado, interfería con la visual de un punto de cambio que estaba en una curva a varios metros detrás del camión y había que cerrar la poligonal en ese punto, y acto seguido salió a avisarle al personal que ya estaba el camión con el almuerzo. El chofer, dispuesto a cumplir la petición del obrero, bajó la cabina del camión, se limpió un poco las manos con una estopa, arrancó el vehículo y enganchó la marcha-atrás... Ni el chofer ni el obrero se percatan de lo que estaba por suceder…

Al momento llegó el resto de la gente, dispuestos todos a almorzar y Bárbaro le pregunta al chofer:

- Bueno, Viudo, ¿y donde está el almuerzo?

El chofer le dice: - Está ahí atrás.

Se sube un obrero en la cama del camión, empieza a buscar y le dice: - Pero dónde, que no lo veo compadre, aquí solamente está la boya de agua.

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- Está ahí atrás - repite el chofer.

En eso dice un obrero con mal genio: - Ahí atrás no, ven acá cabrón, ven para que veas donde lo pusiste, le pasaste por arriba a las cantinas y las aplastaste con las gomas del camión.

- ¡No, no pude ser!, -exclamó Bárbaro- ¡pero otra vez, Viudo!

- ¡Compadre, -dijo apenado el chofer- lo puse ahí atrás y no me di cuenta!, como me puse a ajustar unos tornillos que estaban flojos, discúlpenme caballero. Además, hoy lo que había…

- No me importa lo que había, -le interrumpió el jefe indignado- el caso es que nos dejaste sin almuerzo otra vez, coño.

- Y hoy sí que no he visto ni una mata de guayaba o mango en este jodido monte compadre -decía otro mientras observaba desconsolado la plasta de aluminio y restos de comida que eran ahora las cantinas- ¡ahora sí estamos bien jodidos!

- No sé lo que tú haráj, pero mañana tu almuelzo ej mío cabrón, - le espetó Villa- ¡esto na´ má no sucede a nosotro, pol andal con anolmale!

- No se preocupen, caballero, si hoy la jama no estaba tan buena – atinó a decir el chofer…

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EL DIBUJANTE RUBIO Ramón Omar Pérez Aragón

A todos los dibujantes que dejaron su impronta en la documentación gráfica de la Geología de Cuba

En la época en que los mapas geológicos y todos los demás anexos gráficos se dibujaban a mano, más exactamente a centropen, existía en la Dirección General de Geología y Geofísica un gran salón de dibujo que llegó a contar con hasta doce dibujantes, al menos esa es la cifra de los que yo recuerdo que había por allá por 1976, fecha en que comencé a trabajar en dicho centro.

Lamentablemente, numerosos factores entre los que se cuentan la disminución de los volúmenes de trabajo, el desarrollo de las nuevas tecnologías, y por supuesto el factor biológico, hicieron que, con el tiempo, esa actividad fuera decayendo hasta desaparecer totalmente. Quedan no obstante, los recuerdos gratos de esos compañeros, algunos desaparecidos, otros jubilados y los menos, dedicados a otras actividades, cuya obra se puede encontrar en los archivos en forma de mapas, columnas estratigráficas, cortes geológicos, columnas de pozos, más o

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menos amarillentos por el polvo y los años, pero que conservan todo su valor material, documental y sentimental.

Imposible sería contar todas las anécdotas y estampas que se generaban a diario en aquel salón donde cada dibujante era un personaje y donde hasta las más simples conversaciones derivaban en temas jocosos y bromas de todo tipo. No obstante, hemos querido compartir algunas relacionadas con un singular compañero de aquel colectivo, desafortunadamente ya desaparecido, pero que perdura en la memoria de todos los que lo conocieron. Sea pues esta crónica de homenaje a todos aquellos cuya labor sirvió al desarrollo de la actividad geológica en nuestro país…

- Jefe, ya terminé el mapita que me mandó a hacer el ruso, pero no sé que hacer con él –le dije, al ingeniero jefe de departamento, que era a la vez mi inmediato superior y único a quien estaba subordinado administrativamente.

- Ah, muy bien –me dijo amable y cortésmente, como era su estilo- Mira, hazme el favor: llégate al salón de dibujo y se lo entregas “al rubio” para que lo pase en limpio –agregó, al tiempo que escribía algo en un papelito que presilló en una esquina del mapa.

- OK – fue mi respuesta.

Y partí con la presteza y el ímpetu de la juventud, hacia el mencionado salón, que era un área rectangular enorme, ubicada en el otro extremo del segundo piso del edificio marcado con el 266 de la calle Prado, donde laboraban tras sendas mesas-caballete, cada uno detrás de su lámpara plegable, unos doce dibujantes de ambos sexos y de todas las razas y colores.

Como era mi primera vez en aquel lugar, me detuve en la puerta y al tiempo que daba los buenos días, deslicé la

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mirada por el personal allí reunido, tratando de identificar al que debía ser el receptor de mi encargo y de paso, reconociendo a los que más tarde serían mis compañeros de trabajo y ¿por qué no?, excelentes camaradas.

Había allí, como ya se dijo, varias compañeras: una mujer de mediana edad, blanca, alta, de grandes ojos que parecían más enormes detrás de los exagerados espejuelos bifocales1; una mulata muy clara, algo más joven y menos alta que la anterior2; una más o menos de la misma edad, pero de tez morena, bajita, bastante agraciada3, otra mulata delgada y bonita, de labios sensuales y ojos de miel4.

Claro, que éstas fueron rápidamente descartadas ya que el procurado debía estar en el bando contrario, es decir, entre los hombres. Entre éstos había un señor bastante mayor, mulato de lentes y de amplia calva5, otro señor también de edad y calvo pero blanco y muy canoso, de grandes bifocales y amplia sonrisa6, un jabao de amplias entradas, negro bigote y plateadas patillas7; un mulato aindiado, de baja estatura, quijada cuadrada y fuerte complexión de pesista8; un blanco trigueño de mediana estatura y aspecto jovial9; un negrito de espejuelos galenos, bastante alto y extremadamente delgado, con una cabeza también larga y estrecha rematada en un flat-top10, otro negro bastante joven y fuerte, que contrastaba con el anterior, tanto en las proporciones del cuerpo como de la cabeza11…

Por último, en el rincón más alejado, se encontraba el que a todas luces parecía ser quien yo andaba buscando: se trataba de un muchachón joven, bajito, blanco, de ojos azules, que peinaba a lo “Al Catones” una lacia, espesa y amarillenta mota, y que a diferencia del resto, no estaba sentado tras una mesa de dibujo, sino de un espacioso buró metálico de dos torres12. Evidentemente, a pesar de ser el

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más joven, era el jefe. No podía haber equivocación y hacia él me dirigí resueltamente:

- Hola compañero, –le dije respetuosamente, extendiendo hacia él el mapa dibujado por mí a plumilla y a mano alzada- mire, vengo de parte de mi jefe, con la orientación de entregárselo a usted.

Alargó su mano y tomó el rollo de papel, lo extendió sobre su mesa y lo recorrió con su mirada... luego de leer la pequeña nota de la esquina, levantó sus claros ojos hacia los míos y me dijo con especial jovialidad, en la que creí ver una especie de jarana, por no decir una burla:

- Sí. Pero aquí dice que esto es para “el Rubio”…

- Sí. –le repuse yo muy seriamente- ¿Y…?

- No. Lo que pasa es que “el Rubio” no soy yo. Es el compañero aquél, mire –y señaló un punto al otro lado al salón, utilizando como puntero el mismo mapa de nuevo hecho un fino y alargado cilindro.

Seguí con la vista la dirección indicada, percatándome por primera vez que desde mi entrada, todos los presentes parecían haber estado pendientes del intercambio, pues al observar mi desconcierto de ver que el compañero señalado era precisamente el más grande, corpulento y negro, de todo el salón, creí ver en todas las caras la misma sonrisa socarrona que en la del que yo había creído que era, pero que no era el rubio. Me volví de nuevo al supuesto bromista con la intensión de exigir más respeto, pero no fue necesario; la mulata de ojos de ámbar, que ocupaba la mesa contigua a la del jefe intervino a tiempo para aclarar:

- Sí compañero, es que él se llama Rubio, Aurelio Rubio…

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Graduado como dibujante técnico de la antigua Escuela Fernando Aguado Rico de Artes y Oficios de La Habana, el Rubio, como le llamaban todos, además de fundador del ICRM y un excelente compañero, era, sin lugar a dudas, un personaje singular: extremadamente serio y respetuoso, pero a la vez alegre –siempre estaba silbando o tarareando alguna indescifrable melodía-, era un ser contradictorio y lleno de manías y resabios: cuando subía las escaleras a grandes trancos, cada paso iba acompañado, siempre, de un silbido; tenía la teoría de que al comer, cada bocado debía ser masticado un determinado y alto número de veces, así, rumiaba largamente su comida y la que le aportaban sus compañeras, por lo que era invariablemente el primero en entrar y el último en salir del comedor… Pero sin duda, su rasgo más peculiar era contar con una memoria prodigiosa que le permitía recordar desde los detalles más insignificantes, como la fecha en que había cobrado su primer salario y lo que se había comprado con él, el lugar y la fecha donde compró sus gafas de salir o el sombrero de hacer trabajos voluntarios, hasta memorizar la ley del tránsito completa, artículo por artículo, sin haberse sentado jamás detrás de un volante, ni tener licencia de conducción.

También se sabía de memoria lo que él llamaba “la fecha del santo” y el nombre y los dos apellidos de todos los trabajadores del centro y de los hijos de los más allegados, que no eran pocos, si se tiene en cuenta que en aquella época trabajábamos juntos los geólogos “de minerales” y “de petróleo”. Aún así, cada vez que había una reunión o asamblea de trabajadores, él, como activista sindical que era, se situaba temprano a las puertas del teatro con un par de hojas y su portaminas “Bohemia” de fabricación checoslovaca y tomaba la asistencia según iban llegando los compañeros sin preguntar nada a ninguno y entregando al

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final la lista de todos los asistentes con sus nombres y dos apellidos, escritos con su exquisita caligrafía de dibujante “profesional” y sin borrones ni tachaduras.

Esta prodigiosa capacidad suya dio pie a una anécdota que ocurrió con una compañera bibliotecaria de nuevo ingreso y extraño apellido que, a raíz de que se tocara el tema en una de las diarias tertulias de oficina, se negó rotundamente a creer que "ese compañero" pudiera saberse sus señas, ya que ella solo llevaba tres meses trabajando en el centro y apenas si se había cruzado un par de veces con él. Ante tal circunstancia, el compañero Rubio fue llamado a presencia de la incrédula señora, donde alguien le explicó la cuestión en estos términos:

- Rubio, acá la compañera dice que no es posible que usted se pueda saber su nombre y apellidos, porque ella lleva poco tiempo aquí…

La respuesta no se hizo esperar:

- Bueno… ¿usted sabe?, -dijo dirigiéndose a la dama- en su caso yo realmente tengo algunas dudas, porque aquí hay dos compañeras que tienen igual nombre y apellidos muy parecidos: una es geofísica y se llama Elvia Bosh, que es un apellido de origen alemán y otra se llama Elvia Bass que es de origen inglés, la suerte es que tienen unos segundos apellidos españoles bien diferentes… usted, si no me equivoco es la del apellido inglés y se llama Elvia Bass González, a diferencia de la otra que es Reyes, y “la fecha de su santo es tal día de tal mes, así que está a punto de cumplir…

- ¡Suficiente!, -lo atajó la compañera sin salir de su asombro, pero evidentemente nada interesada en que se divulgaran públicamente tantos detalles.

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Sin dudas, la memoria del Rubio era proverbial, sin embargo, no se recuerda que le reportara mayores beneficios, pues la vez que, confiado como era, confundió a un maleante con un parqueador de bicicletas y le entregó la suya en custodia, el retrato hablado que hiciera a la policía, independientemente que ayudó a su inmediata captura, no le sirvió para recuperar su vehículo, sino apenas los míseros 120 pesos que le había costado y que obtuviera a través del seguro después de haber abonado a la póliza varias cuotas de cinco pesos.

Composición del Grupo de Dibujo Técnico de la DGGG en agosto de 1976: 1Clara Valenzuela (†), 2María Etelvina Pérez (Loreta), 3Mercedes Abreu (†), 4Sonia Rivero, 5Alfredo Bolaños (†), 6Carlos Callejas (†), 7Alfredo Baeza, 8Orlando Bueno, 9Agustín Hoyos 10Tomás Martínez, 11Aurelio Rubio (†); 12Ricardo Álvarez (Jefe del grupo).

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EL IMPERTURBABLE Rogelio Alberto Rosales Antúnez

Quien me habló por primera vez del “Profesor” fue Chorolo, un estudiante dicharachero y bonachón, emergido del barrio de Chicharrones en Santiago de Cuba. Me contaba Chorolo, cómo había conocido en 1977 a un “mulato alto, muy fino, que hablaba empequeñeciendo las palabras” -le expliqué que se decía hablar en diminutivo-. Decía mi amigo, que habían viajado juntos en el “tubo de aluminio ruso que planeaba” desde Santiago hasta Moa.

Nacido y criado en “la ciudad indómita”, había pasado su niñez dando carreras desde Chicharrones hasta Vista Alegre, pasando por el centro de la ciudad y los barrios de San Pedrito –hoy José Martí-, Quintero, y más allá hasta El Caney.

Estos entrenamientos de Chorolo, mucho le servirían para la profesión que había elegido: Geólogo. En aquella ocasión iba a matricularse en Moa, sin saberlo, en accidental compañía de quien luego resultaría ser un profesor ejemplar. El ahora viajero, estaba destinado a participar por

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largos años en la abnegada tarea de consolidar la docencia y el trabajo educativo en el recién estrenado Instituto Superior Minero Metalúrgico. Eran los últimos años del decenio de los setenta.

Así supe de este profesor, por referencias de quien sería su discípulo, y quien me transmitiera sus prejuicios de educando novicio, que había notado en el compañero de viaje una fraseología poco común: que al hablar parecía que estaba recitando y que le había expresado muy finamente que “Moa dibujaba en el horizonte un fascinante paisaje”, que “la Universidad” era un maravilloso centro de altos estudios” y que “la Geología era la carrera más atrayente, sugestiva y seductora de todas”. Tal era la serenidad, la buena fe y el optimismo del profesor, que solo con escuchar los juicios mediocres del estudiante respecto al recién conocido, me di cuenta de inmediato, que se trataba de un personaje muy original.

Realmente, los niveles de educación y cultura de que hacía gala el profesor de Geología, en aquel lugar podrían catalogarse de extemporáneos o sencillamente pedantes. Una imaginaria e impenetrable muralla cultural, se erguía entre él y la barbarie imperante en aquellos años en la apartada tierra minera. Así lo demostró el día en que dos indecorosos estudiantes intentaron socavar su voluntad, aplomo y ecuanimidad:

- Hoy este tipo va a gritar a toda voz su primera mala palabra.

- Ahí lo tenemos… “en el punto rojo de nuestro colimador”

- Por lo menos un “coj…” lanza. De que lo lanza, lo lanza!!!.

- Deja que lo toquemos.

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- ¡Báñaloooooooo, caballooooo!, míralo se está quedando calvo y todo, mira la guayaberita que planchadita, con portafolio diplomático incluido.

- Échale, échale todo el cubo pa`que se lo sienta.

- Pero si le tiramos el agua arriba es capaz que se quede mudo y no cante nada”

- Bueno, salpícalo suavecito, por lo menos que le coja el pantalón, que se ensucie tó de fango colorao.

- Dale apúrate que está al venir la guagua.

- Pero míralo que mansito…

El inocente, esperaba muy tranquilo, ajeno a lo que contra él se tramaba, el transporte que habría de llevarlo al Reparto Rolo Monterrey, tal vez a un evento científico, a juzgar por la elegancia de la blanca prenda de vestir que lucía la parte visible de su espalda.

Los bellacos, acechaban desde el baño del desierto albergue de las mujeres en el segundo piso del edifico, donde se habían escondido. Uno de ellos entreabrió las polvorientas persianas; el otro, más alto, lanzó el cubo de aguas negras.

Cuentan que el educador, de alguna forma advertido, con una agilidad por encima de sus posibilidades, logró evitar por lo menos el grueso de la embestida. No obstante, el líquido impactó de sopetón sus zapatos y una parte de su brazo izquierdo.

Los malos bromistas y sus cómplices, aguardaron unos segundos, esperando la enérgica reacción del agredido. Él se movió pausado, imperturbable y casi sin mirar para el lugar de donde había venido el tiro, con su típica impavidez,

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aquella a la que acostumbró a muchos, ahorrando palabras y haciendo gala una vez más de su exquisita educación, expresó solamente tres palabras:

- ¡Caramba…, qué indisciplina!

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EL PERDIDO Y EL COMILÓN Jesús Hernández Hernández

Terminaba la temporada ciclónica del año 1999 y el tiempo estaba fresco, se anunciaba el inicio de la temporada invernal, corrían los últimos días del mes de noviembre y la brigada de topografía del Instituto de Geología y Paleontología (IGP) se encontraba trabajando en el levantamiento topográfico del área que ocuparía la futura cantera de calizas para la fábrica de cemento que nunca se construiría en las afueras del municipio cabecera de Matanzas, a pocos kilómetros de la misma y en las cercanías de la costa.

Los compañeros laboraban arduamente ya que conocían bien al detalle la importancia del trabajo que se estaba realizando. Se hacía el trabajo con la firme convicción de que a pesar del poco tiempo de que disponían para su ejecución, la calidad era lo más importante. El pequeño grupo estaba integrado por tres topógrafos, uno de los cuales es quien les cuenta esta historia, un improvisado ayudante y el chofer. Se laboraba con armonía.

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Estábamos hospedados en la base de campismo Bacunayagua que está junto a la ensenada de igual nombre en la zona costera limítrofe entre las provincias de La Habana –hoy Mayabeque- y Matanzas.

Desde la base de campismo hasta la zona de trabajo había una distancia de unos quince kilómetros y la trayectoria la hacíamos bien temprano en la mañana para aprovechar la fresca y adelantar lo más posible, trabajamos corrido para no perder el impulso a la hora de almuerzo y porque además, no contábamos con envases para asegurar el traslado del almuerzo hasta el campo, por lo cual el jefe del grupo había conversado con el administrador de la base para que nos guardaran el almuerzo hasta nuestro regreso a la misma, asegurándole que siempre estaríamos allí alrededor de las dos y media de la tarde. En el sector laboraban otros compañeros, que eran los geólogos, geofísicos y los perforadores, y que estaban hospedados en otro lugar.

El área de los trabajos era puro diente de perro y marabú de costa, característico de las zonas del litoral norte de las provincias antes mencionadas. Siempre estábamos ocupados y no había tiempo para nada. Un día estábamos Celestino, el ayudante y yo abriendo unas trochas en plena maleza, mientras Roque, quién operaba el equipo de topografía DAHLTA 010B, estaba estacionado en una pequeña elevación desde donde se divisaban las trochas que desbrozábamos a machete limpio, siempre con guantes para protegernos de los pequeños arbustos espinosos, el guao, el marabú y el diente de perro.

Entre una trocha y otra había una distancia aproximada de veinticinco metros, pero entre las mismas no había ninguna

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visibilidad por la altura de la hierba costera que alcanzaba en ocasiones hasta cuatro y cinco metros.

Como no había llegado la era de los walkie-talkie, teníamos que gritar para comunicarnos y preguntarle al que estaba al lado y así mantener la distancia entre nosotros. Todo marchaba bien, pero la historia que nos interesa empezó esa mañana como a la hora de haber comenzado la faena:

- Compadre, ahí hay guantes, utilízalos que son para eso -le dijo el chofer al ayudante.

- Yo yo yooo no u u u uso gu gu guantes -respondió el aludido.

- Allá tú que vas a chapear, lo mío es manejar –le respondió el chofer.

Celestino, que era más experimentado, iba guiando al asistente a medida que nos adentrábamos en la tupida maleza, hasta un momento en que no pudo seguir orientándolo porque también estaba abriendo su trocha. De pronto, en plena faena Celestino pregunta:

- Socio, ¿por dónde estás?

- E e e eeestoy aquí en la tro tro trocha –se le oyó decir.

Todo esto era a viva voz. Desde la trocha que yo abría, también le gritaba a ratos para que se orientara mejor e hiciera su perfil lo más recto posible. El tiempo avanzó y se hizo un largo silencio, solo se oían los machetes golpeando la maleza y de vez en cuando el diente de perro. Al cabo de un rato, nuevamente Celestino pregunta:

- Socio, ¿dónde estás?

- Yo yo voy bien, e e en la la la tro troooocha -le responde el “socio”.

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- Voy a ver cómo es eso, -dice Celestino y se aproximó a donde estaba el otro, mira asombrado la trocha toda torcida y le dice:

- Pero compadre, desde que comenzamos allá atrás te dijimos bien claro que hablaras a cada rato para que no te salieras de la línea, te lo dije yo, Roque y Jesús también, esto no es ningún juego, se viene hacer las cosas bien o no se hacen, ¿me escuchaste bien?

- ¿Ce cee celeste, y y y e e esto eeestá mal? -exclamo enojado.

- Mal no, esto es una m…, chico -le dice Celestino de mal genio, a la vez que tira su machete contra el suelo.

El machete, al chocar de punta contra los peñascos del diente de perro, se arqueó y rebotó como si fuera un resorte, alcanzando una altura como de seis metros o más. Yo, al escuchar todo lo que decía Celestino y al ver el machete en el aire por encima de la maleza, corrí hasta donde estaban ellos dos… Al llegar, observo lo que había hecho el ayudante y comprendí la razón del enojo de Celestino, y le digo:

- Compadre, y eso que se te dijo bien clarito allá afuera, y ahora mira, casi te cruzas con la otra trocha.

Nos retiramos cada cual a su puesto y continuamos el trabajo. Como a la una de la tarde nos gritó Roque que recogiéramos todo para irnos, la chapea había sido constante e intensa y estábamos muy cansados.

Recogimos todo y nos fuimos a buscar el yipi en el punto que habíamos acordado al llegar al campo. Estando ya en el carro, el único que faltaba por llegar era el ayudante, entonces comenzaron las preocupaciones entre nosotros:

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que si algo le habría pasado, que si se habría caído en un hueco o algo por el estilo y desde el lugar nos pusimos a gritar su nombre en la dirección en que estuvimos trabajando hasta ese momento, pero no hubo respuesta a los gritos de todos.

El chofer incluso tocaba el claxon como señal para que se guiara hasta la salida de unas de las trochas que habíamos realizado anteriormente, pero nada. Entonces Roque dice:

- Hay que ir a buscarlo, caballero, que de seguro le ha sucedido algo.

- Bueno Roque, yo voy a buscarlo –me ofrecí.

- Está bien Jesús, pero ten cuidado con los hoyos que hay en el diente perro de algunas trochas que son bien peligrosos - me recalcó el jefe.

Después de la dura faena que habíamos realizado ese día, todos estábamos bien cansados, no obstante decidí salir a buscar al compañero pensando que pudiera haberse accidentado. Desde el carro, Celestino, Roque y Eduardo el chofer escuchaban mis gritos a lo lejos, llamando al perdido que no aparecía.

Recorrí todas las trochas del área en que estábamos y del hombre no se vio ni el pelo por todo aquello, el tiempo seguía pasando y nada de nada, hasta que decidí regresar hasta el punto de encuentro, donde coincidí con la llegada de Fidel el geólogo, quien nos comunicó que en la Vía Blanca había visto a uno de los ayudantes nuestros, que le había parecido raro verlo tan lejos del área, pues la carretera estaba como a tres kilómetros y medio del lugar donde estábamos.

- Pero, ¿cómo, es posible eso? -exclamó Roque.

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-¿Queeeé? Con todo lo que yo he caminado buscando a ese condenado en todo ese monte, es del c… esto, caballero –dije indignado.

- Oye, ¿pero en qué tiempo llegó a la carretera? ¡Son inconcebibles las cosas que se le ocurren a este hombre, compadre! –dijo el chofer.

- ¿Y como lo viste allá afuera, Fidel? - preguntó Roque.

- Yo lo vi muy normal, y cuando nos vio, nos saludo con sonrisa y todo –respondió el geólogo.

Nos subimos al carro y nos fuimos en busca del desaparecido. En el transcurso del camino íbamos comentando al respecto, todos con diferentes opiniones pero bastante indignados por la demora y la preocupación a que nos había llevado la extraña actuación el personaje del día. Llegamos a la carretera y en efecto, allí estaba, rebosante de la alegría al vernos salir a la carretera.

- Compadre, ¿qué tú haces aquí afuera, si te dijimos por donde debías llegar a donde estaba el yipi? -le dice Roque.

- Yoooo sa sa salí a oootro ca ca camino yyy co co como no no vi el ca carro, se se se seguí hasta la la la ca ca carretera –respondió el aludido, algo nervioso ante la actitud hostil del jefe.

- C…, compadre, uno como un loco dándote gritos, sí, como un loco, hasta Jesús salió a buscarte por todas las trochas -le increpó Celestino.

- Mira compadre, mañana cuando Roque diga que nos vamos, trata de llegar primero que todos al carro, porque te vas a quedar – le dije yo verdaderamente furioso, pero el aludido no volvió a responder nada, evidentemente abochornado por la refriega.

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Pasada la media tarde, llegamos de muy mal humor y aún más hambrientos a la base, donde uno de los custodios anunció que nos habían dejado el almuerzo encima del fogón, que nos sirviéramos y allá nos fuimos: el hambre no dejaba espacio para el descanso en ese momento. Como siempre, Eduardo el chofer, sirvió el almuerzo y después de saciar el apetito, fuimos a descansar, pero todavía sin que pasara la rabieta.

Ya sobre las siete y treinta de la noche, más calmados los ánimos, nos dispusimos a cenar, y Eduardo como siempre, a servirnos la comida:

- Siéntense a la mesa caballeros, que yo les sirvo y se las llevo.

-Mira qué bien, -exclamó Celestino- si tenemos mesero y todo, o mejor dicho jefe de salón…

Ya sentados a la mesa y una vez servidos, reparamos en la enorme bola de carne de cerdo que se había servido Eduardo.

- La la la ver verdad que que que el que reeeparte y reeparte si si siempre aaaagarra la la me mejor paaarte –volvió a hablar el perdido por primera vez en toda la tarde.

- Bueno algo bueno me tiene que tocar a mí, ¿no? – se justificó Eduardo

Pasaron uno o dos minutos y cuando Eduardo fue a darle un gran mordisco a lo que para él era el pedazo más grande de carne, se le oyó decir mientras se llevaba una mano a la boca: -¡Ay, c…, esto es un hueso!

Todos comenzamos a reírnos de buena gana:

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- Me lo imaginaba, que era un hueso, pero como tú tienes el afán de siempre darle la mala a los demás y hoy te toco a ti… Eso te pasa por “ojú” y glotón – le dije entre risas.

A Celestino de tanta risa se le salieron las lágrimas, diciendo que él hasta había sentido envidia y que quién se iba a imaginar que eso fuera un hueso. Después de comer todos nos fuimos a descansar y riéndonos por el gran chasco del chofer.

Retornó el buen humor a la tropa, pero en lo adelante, el ayudante siempre fue el primero en llegar todos los días al carro.

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EL PEZ MUERE POR LA BOCA Jorge Luis Díaz Comesañas

Corrían los años más duros del “Período Especial”, en los que muchos centros laborales estaban enfrascados –aunque no siempre lo lograban- en tratar de mejorar la oferta alimentaria de los comedores obreros, para lo cual contaban con fincas de “autoconsumo” u otros sitios donde se cultivaban productos agrícolas, en aras de dicho fin.

Por aquella fecha, por nuestro centro participaban varios compañeros que se movilizaban en pequeños grupos por afinidad personal o por especialidades. En el caso particular que me propongo relatar, tres compañeros del área de “medioambiente” del Instituto de Geología y Paleontología (IGP) asistíamos por una semana, que era el término establecido para tales movilizaciones.

El grupo lo integrábamos Nyls Ponce Seoane, Rey Carral Chao y quien escribe. Llegados el día y la hora fijada, salimos para la llamada “Casona de Madruga”, donde radicaba la Empresa Geológica Habana-Matanzas, que contaba con una finca de suelos rojos, como es

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característico de la agricultura de estas provincias, y que servía de autoconsumo a todas las unidades de la entonces Unión Geólogo-Minera.

Llegamos a la hora que el perro no sigue al amo, momento conocido por todos los cubanos. Los recién llegados íbamos hambrientos y flacos, incluido El Nyls, de quien se decía que tenía un Charriage -término geológico que se utiliza para designar un tipo de plegamiento- a la altura del ombligo, motivado por el exceso de pellejo en el lugar donde se hallaban los relictos de su antigua barriga, esmeradamente criada y cuidada antes del “Período Especial”.

Muy a pesar nuestro, que conste, a continuación haremos referencia a una situación atípica que constituye una extraordinaria excepción, donde se pone de manifiesto que los calificativos de “tragón”, “jamaliche”, etc., dados por algunos colegas a nuestro amigo, carecen de todo fundamento: Nos instalábamos en los albergues, cuando anunciaron el muy esperado momento del almuerzo, pues sabíamos por referencias de otros participantes anteriores a estas faenas, que la alimentación allí era bastante buena. Con tales expectativas y con más apetito que el acostumbrado, nos sentamos en el comedor y esperamos a que nos sirvieran el alimento. Por desgracia, la oferta del día no era la mejor…

No mencionaremos nombres para no herir susceptibilidades, solo contaremos que a uno de los involucrados, que era bastante “mono” para comer y a un segundo, que no lo era tanto, pero lo era, no les agradó el plato fuerte del menú, consistente en gordos de puerco frito, que como su nombre lo indica, eran verdaderos trozos de grasa pasados por la sartén, por lo que ambos se negaron a probarlos. La actitud del tercero fue exactamente la opuesta: sin perder tiempo

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hizo suyas las tres raciones, y comenzó a consumirlas de una manera glotona una por una hasta no dejar nada en los platos.

Terminada así la tan esperada hora del almuerzo, cual se buscó un espacio a la sombra y con una brisa que invitaba a dormir a cualquier mortal, ya estábamos en el disfrute pleno de una siesta a barriga llena cuando nos llegaron los quejidos del tragón de nuestra historia, quien, enfrascado en una lucha entre el ser y la conciencia, y viajando de la palidez a los sudores, se resistía, a pesar de los fuertes dolores estomacales, a la única solución apropiada: expulsar de su abultado estómago aquellos gordos que con tantos deseos había tragado. No quería, sin embargo, enviarlos al exterior, se resistía renuentemente a deshacerse de los “manjares” consumidos, con los que tanto tiempo hacía que no “chocaba”.

Conversamos con él y le dijimos:

- Mira mi hermano, si no aligeras la carga vamos a tener que llevarte al hospital.

Y, razón que convence, acaso con un dolor más fuerte en su mente que en el estómago, se dedicó durante varios minutos a expulsar todo aquello que había engullido, a partir de lo cual, y recuperados sus charriages, revivió el personaje.

En la creencia de haber logrado mantener el anonimato del protagonista de esta anécdota, doy por terminada la misma, no sin antes recordar que el glotón, como el pez, siempre muere por la boca.

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EL PRIMER DÍA Y EL GORDO DE ESPEJUELOS CUADRADOS

Ramón Omar Pérez Aragón Tomado del libro inédito

“Los Trotes y Motes de la Gente del Contingente”

Por haber arribado casi de noche al campamento “El Barro”, asignado a los movilizados de diferentes entidades capitalinas del Ministerio de Minería y Geología que participarían en la limpia de la caña, con la mañana siguiente comenzaba el que siempre recordaríamos como del primer día de aquella movilización.

A los que habíamos conseguido instalar a tientas los mosquiteros y dormir algo, nos despertó, aún oscuro, el desagradable, escandaloso y desconsiderado sonido de una llanta de tractor golpeada repetidamente por un trozo de hierro, y los gritos de alguien con complejo de gallo o de despertador ambulante, uno de esos compañeros pródigos en iniciativas, que se auto-proponen para cualquier cargo o tarea y que se toman atribuciones que nadie les ha conferido, el cual recorría toda la barraca de punta a punta,

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gritando a voz en cuello con su desagradable tono entre ronco y chillón el archiconocido y nunca bien aborrecido “¡de pieee!”.

En el patio, algunos madrugadores, junto con los que no habían logrado pegar un ojo, se lavaban la cara y los dientes con el agua que habían ido a buscar a un tanque ubicado en medio del lodazal adyacente a las barracas, pero la mayoría ni se tomó el trabajo, y así, sin asearse, se dirigió al comedor cuando alguien gritó que el desayuno estaba listo.

¿Café? No, ¡no había café! Alguien dijo que no habían traído todavía todos los víveres. El desayuno consistió en un jarro de “jalea de leche”, un nutritivo y altamente calórico cereal infantil de procedencia soviética y no mucha aceptación entre los consumidores nacionales, que en su versión “barrense”: sin azúcar y con sabor a humo de leña húmeda, tuvo aún menos adeptos, por lo menos el primer día, razón por la cual, muchos cometieron el craso error de regalarla a algún compañero tragón o echarla al tacho de los desperdicios como mismo se la habían servido, sin sospechar que ese día, como muchos otros, no habría merienda, de modo que “se irían en blanco” hasta la hora de almuerzo.

Pero bien… cambiando el tema, si la impresión que provocara el campamento en la penumbra de la tarde-noche anterior había sido impactante, ahora, a plena luz de la mañana, la visión era sencillamente desastrosa. Nunca con más razón, de haber estado allí, el conocido personaje de Antolín el Pichón hubiese exclamado: “¡parte el alma!”, porque el aspecto de abandono de las naves-albergues y del campamento en general, era realmente deplorable, por no decir patético.

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De tal forma, que la reunión dirigida por el ya de antemano designado Jefe de Campamento y programada para organizar las fuerzas productivas en las correspondientes brigadas, seleccionar los responsables de las mismas y los líderes de las organizaciones política y sindical, se convirtió al final en una especie de “asamblea de servicios”, donde cada cual trató de plantear sus insatisfacciones, pero como el recién electo secretario general del comité provisional del Partido dijera “en buen cubano” que “las tiñosas debían ir acompañadas de sus respectivas jaulas”, lo que en buen castellano equivalía a que no se plantearan quejas sin las correspondientes sugerencias o propuestas de solución, el número hipotético de intervenciones se redujo considerablemente, no por lo cual la reunión dejó de ser muy prolongada, pero a la vez, y por suerte, productiva y provechosa. En la misma, se cumplieron varios objetivos, es decir, se organizaron las brigadas con sus respectivos jefes, y representantes sindicales y se tomaron varios importantes acuerdos, entre los cuales quizás el principal fue que ese día no se trabajaría en el campo, sino que se dedicaría a la reparación, aseo y demás tareas encaminadas a hacer habitables las dos barracas del campamento, la que se usaba como dormitorio y la que hacía las veces de cocina-comedor-almacén.

A tales fines, un compañero gordo, de figura y cabeza tan cuadradas como la armadura de sus espejuelos, que había solicitado insistentemente la palabra, se brindó voluntariamente para hacer algunas gestiones en unas dependencias de “su Ministerio” –el de todos-, que dijo estaban ubicadas en cierto lugar no muy distante llamado Majagua, asegurando que él podía resolver los dos problemas más perentorios que eran además, vitales: nada menos que la ausencia en aquel lugar de electricidad y agua

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corriente, para lo cual solo necesitaba un transporte. La gente que no lo conocía, que era la mayoría, lo miró con cierta suspicacia, como si el tipo fuese un loco o sencillamente estuviese bromeando.

Pero cuando se le contestó que el único transporte de que se disponía era un tractor y que éste no podía ir tan lejos y él respondió decididamente que lo sacaran en el tractor hasta la carretera, que lo demás era problema suyo, la turba sencillamente lo premió con “una bulla” -más parecida a un abucheo que a otra cosa- y con atronadores aplausos sutilmente matizados de la más sincera ironía.

Al término de la reunión, que duró cerca de dos horas, se desplegó un operativo digno de una verdadera “tropa de choque”. Sin contar con más herramientas que guatacas (que primero hubo que encabar) y machetes (que también hubo que afilar previamente) y algún que otro alicate y martillo que se pidió prestado a los vecinos del “Batey” como también se le llamaba al lugar; se desarrolló un trabajo descomunal y bien organizado: las brigadas de limpieza, con rústicas y criollas escobas de palmiche que los mismos movilizados hicieron y otros instrumentos que se agenciaron, barrieron, recogieron y botaron una monumental cantidad de escombros y tarecos inservibles, entre los que primaban las literas rotas e irreparables y las colchonetas podridas, y terminaron con una chapea y “guardia vieja” alrededor de las dos naves y el área de reunión-formación; la “brigada de carpintería” reparó techos, paredes, ventanas, literas; se pusieron cortinas de saco en las letrinas y las duchas y como que “el gordo cuadrado de espejuelos” había partido en el tractor con la promesa, como ya sabemos, de resolver “la luz y el agua”, improvisados plomeros y electricistas revisaron y repararon las respectivas instalaciones y redes pluviales y eléctricas dejándolo todo

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preparado para el caso de que el grueso mesías regresara… con lo prometido.

Y efectivamente, poco después de la cuatro de la tarde, ante los atónitos ojos de todo el personal y entre vítores y aplausos, esta vez de todo corazón, hizo su entrada triunfal en el Batey, y luego en el campamento, pasando sin mucho esfuerzo por el enorme lodazal que lo circundaba, un formidable camión soviético de la marca “KpA3” (KrAZ), que como cosa curiosa, son las siglas en ruso de “Krasnoyarskiy Avtomobilniy Zavod” (no es necesario que trate de pronunciarlo), lo que traducido al español significa “Fábrica de Automóviles de Krasnoyarsk”, más conocido, en Cuba como “K-p-3” (capetré), que traducido al castellano quiere decir eso mismo, capetré. Pero bien, lo importante del hecho es que el enorme vehículo, por cuya cuadrada ventanilla derecha asomaba la no menos cuadrada y sonriente cabeza del gordo de los espejuelos cuadrados, y que pertenecía a una de las brigadas de la Empresa de Perforación y Extracción de Petróleo del entonces Ministerio de Minería y Geología, transportaba la increíble y preciada carga de una pequeña planta generadora de electricidad, tres tanques de cincuenta y cinco galones de combustible diesel, una bomba eléctrica de agua, varios rollos de cable eléctrico, una caja de bombillos incandescentes de sesenta watts, varias tiras de tuberías de hierro galvanizado de ¾ de pulgada con su respectivo cajón de codos, nudos, “tes”, uniones universales y pilas de agua, y por si fuera poco, algunos víveres, entre los que se encontraban varias cajas de latas de sardina, “carne rusa”, varios sacos de gofio y varias libras de ¡café!.

Esa misma tarde quedó instalada la planta eléctrica -se hizo la luz- y al día siguiente se resolvió el problema del agua. Todo gracias a la gestión del eficiente “compañero grueso de gafas” -¡más respeto para el gordo de espejuelos!-, que

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según se comentó más tarde, era un “cuadro”, jefe de no sé qué departamento del ya citado y desaparecido ministerio y a la ayuda desinteresada de la también extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que en aquella época asesoraba y colaboraba en la esfera geólogo-minera-petrolera, y que era, en última instancia, de donde procedían todos aquellos materiales, equipos y recursos (menos el café y el gofio, que conste), que la mencionada empresa había “prestado” tan solícita y desinteresadamente.

Así llegó a su fin el primer día, uno de los más inolvidables y decisivos de aquella epopeya. La titánica labor desplegada por casi todos para no pecar de absolutos, cambió sustancialmente el aspecto y la calidad de vida del campamento.

No cabe duda que el trabajo realizado aquel primer día fue realmente heroico, que estuvo además muy bien, diríase que “excepcionalmente bien” organizado por lo que resultó eficiente y productivo. Pero si hubiera que destacar el desempeño de alguien en particular, la condición de héroe indiscutible de la jornada, no podría recaer en otra persona que en la del compañero que inicialmente fuera tomado por poco menos que un charlatán: Por supuesto, y aquí sí que no caben dudas, ni sorpresas, no hay lugar a equivocación, ¿quién otro si no que el eficiente compañero grueso de gafas?, ese mismo… el simpático, agencioso y cuadrado gordito de cuadrados espejuelos. ¡Qué clase de cuadro!

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EL RUIDO Orestes Francisco Carballo Otero

Bajo la denominación de “ruido”, los geofísicos entendemos cualquier tipo de interferencia que afecte las mediciones ejecutadas durante las campañas de prospección. Se han ideado numerosos y sofisticados métodos científicos para eliminar o al menos atenuar el molesto ruido, que en ocasiones imposibilita las operaciones de campo. A tales efectos, queremos presentar dos ejemplos donde se pone de manifiesto la ingeniosidad de nuestros profesionales para combatir este malvado enemigo.

Corría el verano del año 1975 y a nuestra comisión de Polarización Inducida (PI) se le encomendó la tarea de ejecutar varios perfiles en las cercanías del flanco sur de la mina Matahambre, que con más de 46 pisos de explotación y más de 1500 m de profundidad, todavía se mantenía en activo como la segunda mina más profunda del continente. Después de desplegar los electrodos, kilómetro y medio de cable de corriente, las bobinas de medición y el potente generador de 11,5 Kw, nuestro operador geofísico, el siempre recordado Iris Duarte, comprobó con sorpresa que

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era imposible medir: la aguja de nuestro receptor VP-67 daba inestables bandazos a izquierda y derecha, evidenciando una fuerte interferencia eléctrica. Duarte me preguntó qué diablos era aquello y le respondí que seguramente eran las “corrientes erráticas de origen industrial”, en otras palabras, que aquel ruido provenía seguramente de las instalaciones fabriles de la mina. Nuestro compañero, después de meditar un poco me sugiere que tratáramos de medir el domingo, pues los mineros descansaban ese día, encontré muy buena la idea, y recogimos todos los equipos para, varios días después, poner en práctica nuestro plan.

Aquel domingo todos los integrantes de nuestra aguerrida comisión comprobamos con honda satisfacción que aquel ruido… había desaparecido totalmente, lo que nos permitió realizar nuestro importante trabajo, con el cual detectamos la proyección en la superficie de “la marcha” subterránea de la falla “Ruiseñor”, controladora de la mineralización calcopirítica.

Otro ejemplo de lucha contra el ruido lo conocimos en la expedición “CAME –Mantua”, en el año 1982: los nuevos magnetómetros cuánticos soviéticos M-33 estaban virtualmente inoperantes, a causa del “ruido” provocado por los oolitos ferruginosos diseminados por el suelo, popularmente conocidos en Pinar del Río y en toda Cuba como “perdigones”.

La desesperación de los geofísicos soviéticos era mayúscula, pues el efecto interferente del campo magnético difuso de centenares de millones de estos “perdigones” en la corteza de intemperismo tropical, era un fenómeno desconocido en la antigua URSS. De nada valieron los sofisticados filtros digitales de 5, 7 y 9 términos; aún con

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varias pasadas: la interferencia persistía o desaparecía conjuntamente con la anomalía, para decepción de los especialistas cubanos y soviéticos.

La solución llegó, sin embargo, imprevistamente: un veterano geólogo soviético, cuyo nombre lamentablemente no recordamos, mientras examinaba un viejo mapa norteamericano de anomalías aero-magnéticas de 1957, constató que allí no se observaba el ruido de los perdigones. ¿Será que la altura del avión elimina ese malsano efecto?, se preguntó, y rápidamente comunicó su corazonada al colectivo de geofísicos. Mediante una vara se elevó el detector del magnetómetro a metro y medio de altura y con gran expectativa fuimos un numeroso grupo hacia un sector donde había sido imposible medir y comprobamos, con gran satisfacción que, como por arte de magia, el ruido había desaparecido.

Con estos dos ejemplos podemos concluir que el sentido común y el raciocinio humano, continúan siendo una poderosa herramienta, muy superior a la más sofisticada computadora, para resolver problemas técnicos, incluido el perverso ruido.

Grupo de geofísicos y mineros que participaron en esta historia. Al centro con radiómetro, su autor. Pinar del Río. 1982.

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EL SOCAVÓN Nyls Gustavo Ponce Seoane

A Elio de los Santos Llerena, como recuerdo de nuestros estudios en la Universidad de Leningrado, y, ¿porqué no?, de

nuestra infancia, en el parque “Fábrica” de Luyanó.

Parece ser, pero no lo es. Sí, el geólogo, para el iletrado y desconocedor inexperto, puede parecer un mago o adivino providencial que dice y predice en qué regiones o lugares buscar y encontrar o no, los diferentes recursos minerales y aguas subterráneas existentes, dónde mejor construir, en fin, dónde se pueden producir fenómenos como terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones, deslizamientos y desprendimientos de rocas, hundimientos y desplomes (colapsos) de terrenos y otros relacionados con la vida de la Tierra.

Desde luego, todo eso se estudia en centros de enseñanza media y superior; posteriormente, durante el trabajo geológico, se investiga. Por la experiencia acumulada durante siglos por la humanidad en la búsqueda y exploración de materias primas minerales se conoce en qué tipo de roca puede existir una acumulación (yacimiento) de

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un determinado tipo de mineral útil al hombre. Se conocen también los minerales que en menor cuantía acompañan a dicha concentración y que pueden indicar la posible presencia del yacimiento.

Así, por ejemplo, se sabe que el piropo, un mineral del grupo de los granates, de color rojo, se encuentra con frecuencia en lugares donde hay yacimientos de diamantes y que la malaquita, mineral de color verde perteneciente al grupo de los sulfatos de cobre, puede señalar la presencia de los yacimientos de los diferentes minerales poseedores de este útil elemento. He aquí, de forma muy simplificada, “el secreto” de la magia de los geólogos, “magia” basada en el conocimiento.

Como la práctica es criterio de verdad y de aprendizaje, está establecido en la carrera de Geología que al concluir cada año, los estudiantes vayan con sus profesores al campo para ver y comprobar lo estudiado teóricamente en libros y por las explicaciones docentes, funciona así desde el mismísimo primer año hasta el último.

Corría el año 1965 y habiendo finalizado mi coterráneo por partida doble (por el barrio y por el país), Elio de los Santos y yo, a la sazón, estudiantes de la Facultad de Geología de la Universidad de Leningrado, el segundo y tercer año de la carrera respectivamente, interesamos a las autoridades catedráticas, para venir a Cuba de vacaciones y realizar las prácticas en nuestro país.

El peso y la importancia de estas prácticas es de tal magnitud que sin dicha autorización, no hubiésemos podido venir. Pero la curiosidad y el interés de los geólogos de cualquier parte del mundo por conocer aspectos de la geología de cualquier país es de tal dimensión que la autorización fue dada sin discusión alguna.

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Fue así como en aquel verano, en la propia rada del puerto leningradense, junto a cientos de compatriotas que se preparaban en diferentes carreras en la URSS, tomamos el vapor “Nadiezhda K. Krúpskaya” y partimos para la “Ostrov Svobodi” (Isla de la Libertad), al decir de los soviéticos.

Al llegar a Cuba “de repente en el verano”, necesitábamos también el permiso de la institución que regía los estudios geológicos en el país que en aquel entonces era el Instituto Cubano de Recursos Minerales (ICRM), perteneciente al Ministerio de Industrias que fue el Organismo que nos envió a estudiar.

En esos tiempos el ICRM se encontraba en la Rampa en la sede del actual Ministerio del Azúcar. Allí se encontraba también, adjunto al ICRM, el Centro Nacional del Fondo Geológico (CNFG), atendido por especialistas húngaros, que muy correctamente actuaban como contrapartida de los proyectos e informes geológicos de los especialistas soviéticos, checoeslovacos y otros que en los momentos iniciales impulsaron la geología cubana al no contar Cuba con un destacamento de geólogos propios para llevarlos a cabo.

Recuerdo que visitamos el CNFG y el Departamento de Estudios Científicos de Mineralogía, Petrografía y Paleontología. Allí me encontré por primera vez con Konstantín M. Khudoley y, con el que, posteriormente, sería ya mi eterno amigo Gustavo Furrazola Bermúdez.

Después de un encuentro con las autoridades del ICRM y explicarles el motivo de nuestra presencia allí, con una facilidad que quizás hoy asombre, tomaron la decisión de enviarnos al yacimiento de piritas cupríferas de “La Carlota”, en el Escambray, abandonado por los norteamericanos y que en aquellos momentos se encontraba en la fase de

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exploración para calcular la cantidad del mineral allí existente (cálculo de sus reservas).

Aquello nos permitiría trabar conocimiento con la geología específica de este lugar y tomar no solo las muestras de rocas de la superficie, sino también de los testigos de los pozos de perforación, tomadas a decenas y cientos de metros de profundidad. Con las muestras tomadas y con ayuda de nuestros profesores podríamos explicar el origen o génesis de este yacimiento y podríamos confeccionar un buen trabajo de curso que se exigía después de las prácticas.

Partimos muy contentos pues, ni cortos ni perezosos, a reencontrarnos, pero de otra forma, con el histórico Escambray, ya que tanto Elio como yo, habíamos participado en 1961 con nuestros respectivos Batallones de Milicias en lo que se llamó “La Limpia del Escambray” y posteriormente como “Lucha Contra Bandidos”.

Antes de llegar a nuestro destino tuvimos que presentarnos en la Unidad Regional Geológica del Centro (UREG-C), en Santa Clara donde llegamos por la mañana y a la cual se subordinaba la brigada geológica de La Carlota. Allí nos recibió el compañero Manuel Miralles, por entonces Jefe Técnico de dicha Unidad y al cual había conocido, junto, con Abelardo Porro, en “Eucalipgrado” como habíamos bautizado la región de Guane – Mantua, donde sembramos eucaliptos antes de partir para la URSS. Ellos habían concluido un técnico medio en geología en la URSS y se habían incorporado al ICRM de donde eran trabajadores antes de partir y nos estaba esperando para inmediatamente partir rumbo al Escambray.

Las antiguas instalaciones de la “mina yanki”, a la cual llegamos al mediodía, servían como infraestructura de la

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brigada geológica que allí exploraba. Rápidamente conocimos allí a un grupo de jóvenes imberbes que hacían sus primeros pasos en la geología. Eran ellos Alfonso Montes Sosa (Melón), Regino Leal (Habichuela), Danilo Ramos y Pedro Florido (Floro), el más jovencito. Todos se preparaban para ser auxiliares de geólogo. Pedro Florido sería, tres años después, trabajando ya como geólogo en el levantamiento de La Palma, en Pinar del Río, mi primer auxiliar.

Nos presentaron enseguida al ruso Ígor Shevchenko que fungía como el geólogo principal de los trabajos. Fue él, quien nos comunicó, a la semana de estar allí copiando mapas, describiendo y tomando muestras, que relativamente cerca, a unos tres o cuatro kilómetros de allí, los americanos habían hecho un socavón de prospección (galería subterránea que se asemeja a una cueva), en cuyas verdes paredes se observaban muy bien los sulfuros de cobre representados por el mineral malaquita, y nos invitó a visitarlo.

Tal y como nos lo había prometido, a la semana siguiente, con Igor al frente en un jeep soviético nos dirigimos todos los iniciados a ver lo que para nosotros resultaba una gran novedad…

Resultó que la entrada a aquella “cueva”, situada al pie de una loma, a propósito o por acción del tiempo, había sido obstruida por una gran roca que hacía que por la misma cupiera apenas una sola persona, lo que nos obligó a deslizarnos uno a uno por el estrecho agujero. Mi primera impresión, citadino al fin, no acostumbrado a aquellos quehaceres, fue la de una gran sorpresa al encontrarme con lo que no había imaginado: tener que entrar a gatas en la cueva y que al pararme, un enjambre de murciélagos

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revoloteara a mi alrededor y en aquella oscuridad absoluta, donde no se veía nada ni a nadie, chocaran contra mi cara, pecho, brazos y piernas con un golpeteo suave, por suerte.

Al dar los primeros pasos, sentí que mis pies se hundían, como si pisaran un blando colchón: estaba pisando el guano de murciélago, acumulado en el lecho durante años.

Fue en estas condiciones que avanzamos hacia el fondo del socavón de unos cincuenta metros de largo, en pos de la malaquita, solo que ahora, íbamos guiados por la tenue luz de la linterna de Ígor, que abría la marcha. Floro y yo, nos habíamos rezagado e íbamos de últimos…

De pronto, se formó el “tropelaje”, el alboroto, la gritería y el corretaje. En cuestión de segundos vimos que el grupo de la vanguardia corría hacia nosotros. La sorpresa primero, nos sorprendió y paralizó, pero al ver a Ígor, largo y flaco como un güin, que corría al frente con sus pelos normalmente erizados, que ahora se nos antojaban parados de punta, mientras gritaba en perfecto español: -“c…, lo cogió y viene pa`ca”… Floro y yo, sin averiguar lo que sucedía, pusimos también pies en polvorosa y de los últimos pasamos a ser los primeros, de retaguardia, nos convertimos en vanguardia. Se confirmaba la sentencia bíblica de que “los últimos serán los primeros”.

Fue entonces que Floro, al llegar a la obstruida entrada – salida de aquel laberinto, poniéndose nervioso, no atinaba a salir gateando, quedándose trabado, y por donde aparentemente solo cabía un hombre, comenzaron a caber dos, pues uno a uno, no sé cómo, le pasábamos por el lado o por arriba hasta salir. Después lo halamos por manos y brazos hacia afuera.

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Mientras el grupo se agolpaba en “la puerta” me enteré de lo sucedido. Hacia el final del socavón, ya cerca del objetivo principal de nuestra presencia en él, yacía un majá de unos seis pies de largo, que dormía plácidamente su cena de murciélagos. Aunque subjetivamente me lo imagino, desconozco aún el móvil de Elio a capturar aquella presa, pero el problema fue que lo agarró por la cola, lo que provocó que aquel bicho, impresionante por su tamaño, despertara y comenzara a fajar, molesto por la interrupción de su sosegada digestión de que había sido objeto, lanzando mordiscos. De ahí el susto general y el “salpafuera” que se formó, que fue mucho dentro de aquel oscuro y voluntario encierro.

Una vez todos fuera, llegó Elio el último a la entrada con el ofidio en su mano izquierda, y buscando un punto de apoyo, le colocó la cabeza en la roca de la entrada, y lo mató de un piquetazo... Pasado el susto, todo era motivo de risas, burlas, de alegría general. Danilo ubicó al animal, como si fuera un trofeo, entre el final del capó y el parabrisas del jeep, para que todos lo vieran cuando llegáramos a la brigada.

Por la noche iría a Cumanayagua y, con la brújula geológica a la cintura, le contaría a las muchachas del pueblo sobre la “hazaña” realizada, suprimiendo algunos matices, pero imprimiéndole otros de su propia cosecha, adornando con la magia de nuestra profesión, tan rica en anécdotas.

Post Scriptum: Salvando los años, solo puedo explicar aquel júbilo que se produjo en el grupo como una acción en que nos reíamos de nosotros mismos, debido al desasosiego que nos causó aquel enorme, pero indefenso maja, en aquella cueva oscura. Hoy, al leer la descripción testimonial de aquel

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hecho, que fue en definitiva un acto cruel contra una especie inofensiva, solo puede provocar rechazo ante la voraz depredación que hace el hombre de la Naturaleza, lo que lo conduce a su propia autodestrucción. Sirva esta anécdota de ejemplo de lo que no se debe hacer…

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EL ÚLTIMO DIBUJANTE

Ramón Omar Pérez Aragón A Orlando Bueno Lombard,

Fundador del ICRM

El día que despedí Al colega Orlando Bueno Con pensamiento sereno Simplemente dije así: - Hoy no se jubila en sí Un compañero cualquiera, Se jubila uno que fuera Pionero en la institución, Y con él, la profesión Que el desarrollo extinguiera. Con Orlando se nos va La tinta y el centropén, La regla de “T” y también El cartabón y el “lerruá”, El papel alba. Y se irá, Aunque nos resulte duro, La copia en papel maduro,

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El sepia y el heliográfico, Un trabajo cartográfico Que ya no tiene futuro. Cuando unos años atrás El gran salón de dibujo Poco a poco se redujo, Quedó “El Bueno” nada más. Y creo que no está de más Resaltar su trayectoria, Pues resulta muy notoria La tarea que realizó: Los mapas que dibujó Hoy son parte de la historia. Ese día se planteó este Símil muy a lo cubano: - Si un último Mohicano Hubo en el Salvaje Oeste, En el escenario agreste De una etapa culminante, Justo en el aciago instante De decirle adiós a Orlando, También se está jubilando El Último Dibujante.

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EL VALOR DE LA ENSEÑANZA Odiel Estrada Molina

No sé cuánto tiempo ha transcurrido desde que estoy aquí, siempre igual; cuatro paredes, amarillas; veinticinco sillas con sus mesas blancas de estudio que hacen contraste con el negro de los asientos; dos estantes de libros de historias y fábulas que matizan a la madre naturaleza con todo su esplendor; dos largas persianas que permiten que pasee por el aula una brisa perfumada desde el jardín que rodea la escuela. La pizarra, no ha perdido su color; es la misma desde que empecé a impartir clases a niños de ocho años. ¡Qué alegría, aquella que sentía, mezclado con un nerviosismo que me helaba desde los pies hasta la cabeza!, aquel “primer día de clases”… los pequeños volvían de sus vacaciones llenos de alegrías y sueños vividos: se abrazaban, saludaban a sus antiguos maestros y se contaban todo lo sucedido en sus vacaciones.

Todavía recuerdo mi primer día de clases, cuando mi profesor entró al aula y con una sonrisa, nos preguntaba: ¿cómo pasaron las vacaciones? Unos comentaban de la playa, otros; del campo, de los museos, o simplemente de

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las películas que habían visto. Pero ahí estaba él, nuestro maestro de ciencias naturales, con su traje gris, su paso lento y un brillo en sus ojos que iluminaba su añejo rostro, siempre oyendo todo lo que hablábamos como si viviera cada instante de lo que decíamos y después, nos contaba historias de Esopo1, de cómo los animales y las personas salían de grandes apuros y dificultades.

Siempre nos enseñaba sobre las piedras y sus características: blancas, negras, grises, calizas o no; y bien bajo, susurrando, como quién cuenta un secreto, nos decía que cada una era importante para la naturaleza porque guardaban en sí el secreto de la vida; las cuevas con sus estalactitas2 y murciélagos, los campos, las montañas y sus faldas, los desiertos y su morfología nunca faltaban en cada historia que nos hacía.

¡Cómo nos divertíamos! Tras cada historia y enseñanza siempre hablaba de su vida cuando era joven y lo que había aprendido en el colegio. Recuerdo que cuando nos enseñó a orientarnos por la brújula en una excursión que tuvimos en la pradera de la Sierra Maestra y nos mostraba diversos mapas de la localidad, comentaba lo importante que es el estudio de la tierra, las piedras, los valles y las montañas, porque en ellos se encuentra el secreto de la creación, de todo cuanto existe.

Cuando comíamos me acerqué y le pregunté qué edad tenía y por qué nos enseñaba todo eso; amablemente y con su sonrisa característica me respondió: No hay nada mejor que 1Famoso escrito de fábulas. Se piensa que vivió en el Siglo VI antes de Cristo.

2Es un tipo de espeleotema secundario que cuelga del techo o de la pared de una cueva.

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compartir con nuestros amigos y los niños el conocimiento de la geología y del cuidado de la naturaleza en general; no lo comprenderás ahora, mas, después la vida te lo hará saber.

Han pasado más de sesenta años, el clima cambia, el medio ambiente resulta diferente al de mi niñez, abro los ojos y me encuentro en la misma aula donde antes me sentaba a escuchar las palabras del aquel viejito de paso lento, pero mirada firme.

Miro mi antiguo puesto de estudio, de juegos; oigo las risas grabadas en las paredes, de infantes cuyos recuerdos siempre están presentes, observo dibujos de niños que ya no los son y percibo el murmullo de voces olvidadas que pasaron por este recinto; unas gotas recorren mis mejillas desde el recuerdo de tanto tiempo vivido y recuerdos nunca olvidados. Se oyen risas, pasos apresurados y de algunos pies corriendo por el pasillo; seco mis lágrimas, me levanto del antiguo asiento con mi traje gris, una sonrisa alegre, ojos firmes como los de mi antiguo profesor y unas piedras blancas, negras y grises en mis manos y así me preparo a recibir a los niños, escuchar sus historias y contarles muchos cuentos, fábulas y enseñarles sobre las piedras, los campos, la naturaleza y la geología porque ahí… Ahí se encierra la vida, por lo menos, la mía…

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¡ESTOY EN LA CIMA DE LA COLINA! Manuel Roberto Gutiérrez Domech

- Dra. Hao, I`m on the top of the hill!, -gritó francamente excitado, a todo pecho, con todo el ímpetu y la fogosidad que lo caracterizaban.

Nuestro compañero había escalado francamente, con una agilidad inimaginable en él y con algunos años más que los mozalbetes que asistíamos a la práctica, una escarpada pendiente, en una cantera abandonada en la llamada Ciudad de los Perritos, urbanización no concluida a orillas del río Almendares, donde nos entrenábamos como aprendices de paleontólogos y estratígrafos con la asesoría de la profesora china Hao Yi Chun –que solo se comunicaba en inglés- y el Dr. Alfredo de la Torre, nuestros tutores.

Habíamos asistido allí para muestrear la localidad tipo de la Formación Consuelo y seguíamos un corte que continuaba por toda la orilla del río. El colega Iturralde-Vinent y yo, muy jovencitos por aquel entonces, nos distinguíamos por tomar diligentemente las muestras que nos indicaban, sin importar el lugar donde se encontraran, pero nos sorprendió el

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ascenso acelerado del colega, quien después de su anuncio coronó la cima del talud y desapareció.

¿Por dónde habrá dado la vuelta el compañero?,-nos preguntábamos una hora después de haberlo visto llegar a la parte superior de la pendiente. ¡Qué raro que no aparece! –nos preocupábamos todos, transcurridas ya dos horas de haberlo visto por última vez.

Montamos en el vehículo que nos había trasportado y recorrimos el área… ¡Nada! Esa zona de Nuevo Vedado y Aldecoa, tenía algunos sectores sin construcciones e incluso con algunos arbustos o matorrales, pero por mucho que buscamos, no lo encontramos.

Al caer la noche nos retiramos preocupados, pero al final consideramos que el colega habría regresado a su casa, sin volver a descender por lo difícil del trayecto.

Al día siguiente, apareció en la oficina un poco amoscado. ¿Que te pasó?, -preguntamos, casi al unísono.

- ¡No me digan nada!... -contestó- …salí al patio de la casa de un alto dirigente del gobierno, y además, hablando en inglés… Los escoltas no entendieron que yo estaba muestreando un perfil, ni ocho cuartos… Me pasé la noche detenido, esperando a que comprobaran todas mis identificaciones y mis argumentos…

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ETÍLICOS ROMANCES DE BRIGADA Rogelio Alberto Rosales Antúnez

Un revoltijo de hamacas, mochilas, muestras de rocas, minerales y alimentos ligeros, pendían y yacían en los barracones donde habían subsistido los esclavos. Más tarde, después de un triunfo revolucionario habían sido ocupados por un grupo de bisoños estudiantes y ejercitados profesores del Instituto Superior Minero Metalúrgico en una de las temporadas de las prácticas docentes. Entre los cafetos aún se escuchaban los tambores de la Tumba Francesa de La Fraternidad. Acá en el barracón nuestro, en el borde de mi litera, el chofer Baracoíta, el veterano consumidor de alcoholes, nicotinas, cafeínas y sabrá Dios, cuántas otras drogas no penadas por la ley, con su camiseta horadada y los bajos del pantalón suspensos en el borde superior de sus boticas vaqueras, encendía el primer cigarro de la mañana, mientras con su rostro arrugado por un etílico remordimiento, me decía así:

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- Cojoya, qué lío compay… hoy no voy ni a desayunar… al comedor ese no entro más… en mi “curda” de ayer por la tarde me pasé de rosca, fíjate que le dije a la cocinera… negra vamos a temp... así mismo nagüe, a rajatablas… oiga… esa prieta ha montado un berro, que agarró un tizón encendido y me lo mandó por la cabeza… ¡qué clase de pena socio!... De debajo de la envoltura de mi frazada, saqué un cuarto de botella de Coronilla que había logrado salvaguardar la noche anterior de la voracidad alcohólica de los aspirantes a geólogos que allí hacían su tarea curricular. - No jorobes, Baracoíta… cállate ya. Toma, “mata el ratón” –y le extendí con gran sorpresa para él, la inesperada anestesia matinal. La acción de “empinar el codo”, fue instantánea. Dejó rodar por su garganta una copiosa cuota de aguardiente que espoleó rudamente aquel sistema digestivo ya maltrecho por la resaca e inerme por el ayuno. Tras una leve pausa, la fatigada garganta del adicto dejó escuchar nítidamente, en la fría mañana, la voz onomatopéyica del que recibe el primer palo del día: “¡ahgshhhh!”…. A medida que experimentaba la reacción de la dosis, un cambio repentino de actitud comenzó a hacerse patente: una mueca de bebedor consuetudinario cambió la expresión de preocupación por otra de desdén, a la vez que se dirigía con cara de desvergonzado al coro de condiscípulos:

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- ¡Qué carijo, hice bien en decirle a la negra lo que le dije… aquí hay un hombre a`to, a lo hecho, pecho… ¡voy a ver que carrizo le pasa a la obscurecida esa!… El reactivo fue tan eficaz que salió disparado rumbo al comedor, totalmente dispuesto a reanudar su “amorosa” conversación de la tarde anterior. Un socio acabado de levantar, preguntaba repetidas veces: - ¡Eh! ¿Y a éste, qué bicho le picó? - El bicho del amor –dijo otro con sorna. Al poquito rato, reapareció Baracoíta con una amplia y torcida sonrisa y un jarro lleno de café recién colado, que había conseguido en la misma cocina. A un lateral de su cuello se observaban nítidamente las huellas recientes de un creyón de labios rojo intenso, el color preferido de la cocinera. ¿Quién dice que no había funcionado tan directa declaración de amor? El aparente berrinche con lanzamiento de tizón y todo, no fue más que la más elemental de las reacciones a la terapia de choque.

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GEOTUR CON PERFORADORES Ramón Omar Pérez Aragón

A mis colegas perforadores, especialmente a Catalino, Israel, Mirloy, Piti y Pedro Tamayo,

que fueron los pioneros del “Ware-Line” en Cuba.

Transcurría el último trimestre de 1978. Acababan de concluir mis labores de apoyo al XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes en La Habana y me disponía a matricular en la universidad para continuar estudios superiores de Geología. Sin embargo, esa mañana fui llamado con urgencia desde la oficina de Relaciones Internacionales del antiguo Ministerio de Minería y Geología.

El funcionario que me atendió, independientemente de sus amables modales, no me preguntó mi disposición, se limitó a informarme que había sido seleccionado para cumplir una misión en el extranjero, que consistía en servir de traductor a un grupo de perforadores que recibirían un curso de su especialidad en la hermana República Popular de Polonia y que tenía que llenar urgentemente una serie de planillas y modelos. Ante mi asombro y mi alegato de que no sabía una

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palabra de aquel idioma, el hombre ni se inmutó; me miró fijamente a los ojos como si estuviera analizando de qué planeta yo había llegado y me aclaró lacónicamente:

- Traductor de ruso.

Ante mis nuevos argumentos de que yo no era perforador, sino geólogo, la respuesta fue por el estilo:

- ¿Tú no diste Perforación en la escuela? –Y sin esperar respuesta- Suficiente.

Corrían los años de “La Década Prodigiosa”. La geología se beneficiaba de los favorables convenios con la URSS y el resto de los países que integraban el hoy extinto Campo Socialista, a través de tratados de colaboración y acuerdos bilaterales y multilaterales que propiciaba el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME).

En este contexto, un grupo de destacados perforadores, en premio a su meritoria y sostenida labor, habían sido elegidos para pasar un curso de dos meses en Polonia, país que había adquirido en Canadá varias máquinas perforadoras “Long Year” y aplicaba con éxito la, tecnología de perforación “Ware-Line”, aún novedosa en esa época, la misma, desconocida por entonces en Cuba, consiste en un sistema que permite recuperar la columna de roca que se va introduciendo dentro un tubo porta-testigos de dos metros de largo, el cual se saca y se introduce mediante un cable por dentro de la tubería sin necesidad de extraer todo “el tren de varillas”, cuestión esta que acelera los tiempos de perforación, aumentando grandemente la productividad con el consiguiente abaratamiento de los costos de esta actividad, que como es sabido, es la más costosa dentro de los métodos geológicos de exploración.

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Por otra parte, el viaje de entrenamiento tenía un alto componente turístico, ya que como veremos, incluía una serie de escalas en otros países. Era, a todas luces, lo que algunos solían llamar un verdadero “geotur”.

Los trámites fueron “de corre-corre”. La salida sería en apenas una semana. Luego me enteraría de que mi “selección” había sido de emergencia, pues el anterior seleccionado, se había “echado pa`atrás” a última hora. Por tales motivos, a mis compañeros de viaje los conocí, y no de la mejor manera, en la sala de abordaje del aeropuerto internacional José Martí, donde, por causas ajenas a mi voluntad, llegué apenas media hora antes de la salida del vuelo.

Como residía por aquella época en Bauta, el capitalino chofer que habían designado para recogerme se había extraviado, ponchado y en la prisa por llegar, había tomado por una vía contraria, le habían puesto una multa y otra serie de calamitosos imprevistos que hicieron que se retrasara considerablemente. Pero como la noche anterior yo había asistido a la boda de la hermana de un colega, donde entre brindis, anécdotas y alegrías se vaciaron numerosas cajas de cerveza y abundantes botellas de ron y hasta de whisky, aquella mañana, además de la evidente resaca, el aliento que despedía era el mismo que pudiera salir de una destilería.

Los colegas perforadores, que habían visto “en el pico del aura” su primer viaje al extranjero a causa de “mi irresponsabilidad”, desde el mismo momento de mi atropellada aparición, desarrollaron una especie de animadversión hacia mi “inocente” persona, la cual no sería eliminada hasta mucho tiempo después de iniciada la misión.

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La mala impresión que había causado en los aún desconocidos colegas, hubo de acrecentarse durante el trayecto aéreo hasta Varsovia, con escalas en Montreal y Praga, por una serie de incidentes que durante el mismo ocurrieron: El primero sucedió cuando en pleno vuelo y en medio de mi profundo sueño, –ya se sabe en qué condiciones viajaba- un colega villaclareño apodado “Postura” o algo parecido, trató de despertarme para que viera el famoso puente de Brooklyn, sobre el cual volábamos a una relativamente baja altura. Como aquel evento, novedoso para ellos, no lo era para mí y continué entregado a los brazos de Morfeo, dicha actitud fue interpretada por el grupo como desdeñosa, una falta de todo, incluso de compañerismo hacia el resto del colectivo.

La segunda pifia la cometí en uno de los baños de la terminal aérea de Montreal, donde hube de reírme a mandíbula batiente ante el desconcierto y la suplicante mirada del pinareño Catalino, cuando después de abrir el grifo automático de un lavabo, éste no se cerraba por más que él lo intentara –sino todo lo contrario-, lo que lo llevó angustiosamente a pensar que lo había roto.

Unos minutos más tarde incurrí en la tercera falta, al carcajearme mientras miraba a Mirloy pasar una y otra vez frente a la puerta de cristales del salón de espera, que se abría y se cerraba ante su sola presencia, cuestión que el recio perforador oriental no lograba entender. Ambas desconsideradas acciones fueron interpretadas como una burla y una falta de respeto del malcriado -mucho más joven que el resto- traductor hacia dichos miembros del equipo.

La situación continuó complicándose para mí en el aeropuerto de Praga. El compañero Pedro, a la sazón, jefe del grupo, a quien le habían entregado las divisas

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destinadas a los gastos de viaje de todos los compañeros, se hizo la idea de que aquellos dólares, eran parte de la reserva estratégica del Banco Nacional y que le habían sido confiados en custodia para ser empleados en caso de algún excepcional imponderable, por lo que casi me acusa de traidor a la causa cuando le pedí de favor que “se pagara” unas seductoras cervecitas Pilsen, que se ofertaban en nevadas botellitas “mediolítricas”, alias “sábado corto”, en una vitrina refrigerada del bar del aeropuerto. No transó incluso cuando le dije que era para uso estrictamente medicinal, es decir, para “matar el ratón” antes de que el susodicho e imaginario roedor acabara conmigo. Su respuesta fue más o menos, que si no me bastaba con la nota que traía, que si acaso pretendía continuar de parranda…

Ya casi al tomar el vuelo hacia Varsovia, hube de ponerme a mal con el último integrante del equipo, otro veterano perforador pinareño y único de quien tenía referencias por haberlo visto un par de veces durante mis anteriores recorridos geológicos por la zona de Bahía Honda, cuando, escandalizado por el inusitado volumen de su rápida y entrecortada plática, le llamé muy discretamente la atención, cuestión esta que le causara tal enojo, que estuvo a punto de fulminarme con su mirada. Lo que me esperaba no era fácil…

Una vez recibidos, aleccionados sobre las próximas acciones y acomodados en un hotel varsoviano, la dirección del grupo citó a todos los miembros, excepto al traductor, para una reunión urgente, donde se trataría un solo punto: el análisis de la actitud y el comportamiento del único que no fue citado, es decir, el traductor.

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Desconozco los términos y los pormenores de las cuestiones que se expusieron en aquella inusitada reunión, no así los acuerdos, pues fui llamado una vez finalizada la misma, para ser impuesto de que el quórum había determinado, teniendo en cuenta mi “inexperiencia y corta edad”, así como los atenuantes de ser “un joven trabajador, con algunos méritos y cierta trayectoria”, pasar por alto las indisciplinas con que había comenzado la misión, pero que eso dependía en todo caso de mi comportamiento en lo adelante, por todo lo cual, sería constantemente analizado y evaluado por el colectivo, es decir, por todos y cada uno de ellos.

De más está decir que de nada sirvieron mis argumentos y protestas por lo que consideraba una injusticia y un acto de subjetivismo manifiesto. La decisión estaba tomada y solo restaba portarme bien y tratar de borrar la mala impresión que había causado.

A la mañana siguiente partimos hacia la sureña y pequeña ciudad industrial de Olkush, donde comenzaría una especie de curso teórico-práctico, que consistía en visitar máquinas de perforación en plena faena, para escuchar todos y traducir yo, todo lo que al ingeniero Marek, el polaco que nos atendía se le ocurriera improvisar durante la marcha.

Por suerte, la tarea no resultaba muy difícil para mí, pues tenía todavía fresco el idioma y reciente la experiencia de mis prácticas de perforación en la cuenca hullera del Donbas ucraniano, donde había trabajado durante todo un mes como “torrero”, “partiendo varillas” a veinte metros de altura, en una perforadora CIF-2000, por lo que conocía bastante bien la terminología rusa sobre dicha especialidad. Había, sin embargo, dos inconvenientes fundamentales: el primero era que el ingeniero no era ruso, sino polaco y

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aunque hablaba la lengua de Dostoievski mucho más fluidamente que yo, lo hacía con un acento al que mis oídos no estaban acostumbrados; en segundo lugar, el tipo era tartamudo, y se daba unas trabadas, que para decir una frase utilizaba el doble o el triple de sílabas necesarias, con el consiguiente gasto de tiempo. Esta última cuestión no pasó inadvertida para mis colegas, pero sí fue malinterpretada, por lo que suscitó una segunda “corte marcial” para juzgar en su ausencia al, a todas vistas, incorregible infractor. Esta vez los cargos en su contra eran: que no traducía ni la mitad de lo que el ingeniero decía.

De nuevo fui llamado para comunicárseme la nueva resolución, pero esta vez sí “me puse verde”, alegando que aquello era una injusticia, que era completamente subjetivo, dado que ellos no sabían una palabra de ruso y menos de polaco y que por tanto no tenían cómo demostrar su infundado juicio. Les pregunté además, si había alguna incoherencia o algo que ellos no entendieran debido a mi supuestamente ineficiente trabajo. Al final, me vino a salvar la circunstancia de que el perforador pinareño más viejo, era también tartamudo y reconoció autocríticamente que él a veces empleaba hasta cuatro veces, el tiempo que cualquier otro ser humano emplearía para decir lo mismo. De esa manera fueron anulados el juicio y la condena, pero aquella espinita se me quedó clavada y comencé a valorar y acariciar la idea de aplicar una secreta y terrible venganza…

Desde que nos reunimos la primera vez para almorzar juntos, me percaté de los rudos modales de mis camaradas en la mesa, modales adquiridos con el tiempo en las arduas condiciones del no menos áspero trabajo en zonas inhóspitas, comiendo en cantimploras o bandejas, utilizando como mesa una caja de muestras, una roca, o un tronco cualquiera y como único instrumento para todo, una tosca

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cuchara de aluminio, cuando no “a mano limpia”. Mis camaradas, a diferencia de la mayoría de los polacos que comen muy correctamente, ignoraban, me atrevería a jurar que desconocían, el uso del cuchillo y el tenedor. Como una vez había oído en cierto filme italiano que “la vendetta è un piatto che se mangia freddo” –la venganza es un plato que se come frío- fue precisamente en esta área que se me ocurrió llevar a cabo mi desquite.

En la primera oportunidad que tuve, mientras almorzábamos en el comedor de una empresa, haciéndome el muy educado y el más preocupado, les dije a mis camaradas, en tono bajo y con la mayor seriedad que me fue posible, como quien traslada un secreto de estado, que nosotros allí éramos representantes de nuestro país, y que todos los polacos tenían permanentemente la vista sobre nosotros para evaluar a través nuestro al pueblo de Cuba, que por tanto no podíamos hacer quedar mal a nuestro país y que teníamos que comportarnos a la altura necesaria, aunque para ello tuviéramos que hacer los mayores sacrificios.

Aunque no había hecho otra cosa que repetir de carretilla lo que se le decía por entonces a todo educando antes de partir a estudiar al extranjero, e independientemente del grado de certeza del discurso, debo reconocer el esfuerzo que tuve que hacer para mantenerme serio y no echar a perder la broma, al mirar la gravedad y circunspección que reflejaban los rostros de mis colegas y cómo se miraban unos a otros sin entender de qué se trataba, pero percibiendo que lo que decía el traductor tenía cierta lógica. Los conminé a que repararan en la forma que comían los polacos de las mesas vecinas, que miraran bien cómo tomaban el tenedor con la mano izquierda, mientras con la derecha usaban el cuchillo para cortar y cargar el tenedor.

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Las caras de desaliento, no pudieron ser más expresivas, me pareció que se sentían perdidos, incluso, y así me lo manifestarían luego, algunos lamentaron la hora en que habían aceptado realizar aquel viaje… Continuando con el plan, les dije que no se desanimaran, que aquello no era tan difícil como parecía y que yo les enseñaría a comportarse en una mesa y que luego de un par de intentos, si ponían de su parte, ya comerían como verdaderos “gentlemen”.

Las clases comenzaron esa misma tarde. En la casa de familia que nos daba albergue, tomé de la cocina varios juegos de cubiertos e instalé mi comedor escuela en la habitación dormitorio. Era verdaderamente para morir de risa ver a mis camaradas con sus rudas manazas hechas a golpes de llaves, palancas y tuberías, tratar de dominar la técnica de cómo cortar correctamente un imaginario bistec y llevarse el trozo cortado a la boca con la mano izquierda.

Pero si risible fueron las clases teóricas, las primeras prácticas fueron una de las cosas más cómicas que puedan imaginarse. Yo me limitaba a sonreír, pero por dentro me divertía de lo lindo. No obstante, lo que empezó como parte de una vengativa broma, terminó aportando loables resultados: además de dominar la nueva tecnología del “uer-lain”, los rústicos perforadores, y el propio traductor-profesor, aunque esto último ellos no lo sabían, terminaron por dominar casi a la perfección el “arte polaco” de utilizar el cuchillo y el tenedor. Subrayo especialmente lo de “arte polaco”, pues al parecer eso fue lo que entendieron mis colegas.

Esta suposición se basa en el hecho siguiente: Una vez terminada satisfactoriamente la misión en Polonia, el pasaje de regreso nos fue sacado vía Berlín-Madrid-Gander-Habana, con escala de casi dos días en el entonces Berlín

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“democrático”, capital de la desaparecida República Democrática Alemana. Allí, mientras consumíamos unos apetitosos bistec con papas fritas en el restaurante del hotel Mitropa, mi ya para entonces amigo, el mayor de los perforadores pinareños, empuñaba por inercia el tenedor con su mano izquierda y cuando llevaba con cierta dificultad su preciada carga a la boca, fue interpelado por su colega y coterráneo:

- ¡Pitiiii, ya no fuimo de Polonia!, ¡Agarra el tenedón con la derecha, muchacho, que te vaj a sacán un ojo!

La risa colectiva que siguió a continuación, fue el sello de una amistad fuerte y duradera, que nació entre equívocos, malos entendidos, bromas y hasta venganzas, pero entre colegas unidos por una misma profesión e iguales convicciones y principios.

Perforadores pioneros del método “ware line” en Cuba, de geoturismo por el palacio real de Cracovia. De izquierda a derecha: Pedro Tamayo; Catalino; Mirloy Quiala; un chofer polaco; Marek, el ingeniero polaco, Israel y Piti. Foto tomada por “el traductor”. Polonia, 1978.

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HOMENAJE Ramón Omar Pérez Aragón

A la mineralogista y profesora de mineralogistas Inés Milia González

Sencilla, humilde, callada, Y sin que sobresaliera, Trabajó su vida entera La científica abnegada. Al fin fue justipreciada Al filo de la vejez. Con un gran premio esta vez: ¡El Finlay!, ¡Qué vida esta! Debió llamarse Modesta, Mas… le nombraron Inés.

La profesora Inés Milia recibe un presente por el 45 Aniversario del IGP de manos de los doctores Enrique Castellanos, Carlos Pérez y Aida Álvarez. 2012

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INCOMPRENSIÓN Ramón Omar Pérez Aragón

“…la difícil Ciencia de la Tierra, ciencia nueva que arranca, con miras interesantes a las piedras, la leyenda de su formación…”

José Martí

La magistral frase que encabeza este escrito, una de las tantas con que “El Maestro” incursionó periodísticamente en la esfera de las ciencias, es una aproximación muy suya, concisa y exacta de la que algunos han dado en llamar “reina de las ciencias naturales”; la Ciencia de la Tierra.

Si buscamos en cualquier libro de texto de Geología General, el “Yakushova” por ejemplo, plantea desde su introducción: “Geología: del griego (geo – tierra), y (logos–tratado) es la ciencia que trata de la Tierra, de su constitución, estructura y desarrollo y de los procesos que tienen lugar en ella, en sus envolturas aérea, hídrica y pétrea”.

La Geología, en tanto ciencia principal, para lograr sus objetivos se auxilia de sus ramas afines, como la Petrografía, la Estratigrafía, la Paleontología, la Mineralogía, y se combina con otras ciencias creando nuevas

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especialidades como la Geoquímica, la Geofísica, la Geobotánica, y otros.

No es el objetivo de esta breve crónica (ni sería posible) definir cada una de ellas, pero sí nos referiremos someramente a la Paleontología, en el empeño de revelar que a pesar de todo, la Geología es, y sigue siendo, una ciencia bastante desconocida. Paleontología (del griego paleo – antiguo; ontos - ente, ser; logos – tratado) se define como la “ciencia que trata de los seres orgánicos desaparecidos a partir de sus restos fósiles”. La Geología se auxilia de la Paleontología para, a través de los restos fósiles, (caparazones, huesos, dientes, moldes, impresiones, huellas) de animales o plantas -“bichos”, como se les llama con frecuencia en el argot de nuestros paleontólogos-, que vivieron y se extinguieron en determinados períodos del tiempo geológico; establecer la “edad” de las rocas que los contienen.

Claro, que no se trata de saber la edad de una roca por simple y vana curiosidad, sino que a partir de este conocimiento se puede inferir acerca de la ocurrencia, tiempo de duración y/o extinción de otros eventos geológicos, tales como ciclos volcánicos, eventos catastróficos (extinción de determinadas especies, cambios climáticos), metalogenéticos (formación de yacimientos minerales), asociados específicamente a dichas edades o a determinados períodos y así establecer límites, paradigmas, crear patrones, modelos, y otros, para la búsqueda de minerales u otras investigaciones de interés.

Lo que no aparece en ninguna definición, incluida la del Maestro, es lo desconocida, a veces ignorada y también incomprendida, que resulta esta ciencia, al menos en nuestro país. Una vez graduado de técnico geólogo, a mi

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regreso de la antigua URSS, donde la ciencia geológica gozaba de gran prestigio y reconocimiento social, me llamaba la atención y hasta me resultaba chocante el hecho de que siempre que alguien por cualquier motivo me preguntaba mi especialidad y yo, orgullosamente respondía: “Geólogo”, invariablemente me replicaban: ¿Qué?... ¿teólogo?, ¿ideólogo?, ¿biólogo?

Luego fui dándome cuenta que cuando se inauguraba alguna obra industrial, una fábrica de cemento, de vidrio, una planta procesadora de áridos, oro, níquel, etc., todos los reconocimientos eran para los mineros, los ingenieros civiles, mecánicos, los constructores… pero en muy contadas ocasiones se mencionaba siquiera la abnegada labor de los geólogos que habían buscado, prospectado durante meses, años y finalmente entregado, los yacimientos de las diferentes materias primas minerales, listos para su explotación.

Los pobladores de los campos y montañas de Cuba, independientemente de su nivel cultural o educacional, con frecuencia se asombran, e incluso ponen en duda o tiran a broma las palabras de los geólogos, cuando estos tratan de explicarles la procedencia volcánica (lavas, brechas autoclásticas, tobas); ígnea (granitos, dioritas, etc.) e incluso marina de las rocas, por más que se les enseñen los restos de conchas, peces y otros restos fósiles de origen marino atrapados en una caliza o una marga ubicada a varios kilómetros de la costa actual o a varias decenas o centenas de metros sobre el nivel del mar.

Se desconoce el origen volcano-marino de nuestro archipiélago, así como el carácter complejo de los movimientos horizontales de la corteza terrestre que determinaron el plegamiento, apilamiento y sobrecorrimiento

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de unas capas de rocas sobre otras; los repetidos movimientos verticales de hundimiento y exhumación de los terrenos, con sus correspondientes períodos de acumulación y erosión de los paquetes rocosos. Sí, lamentablemente, la ciencia geológica no se ha difundido de la forma como reclamaba el Maestro: (sic) “…se enseñe -en las escuelas- la historia de la formación de la Tierra…” y las “…aplicaciones industriales de los productos de la Tierra…”

Una anécdota que pone de manifiesto toda la incomprensión de que son objeto quizá con demasiada frecuencia, la Geología, los geólogos y todas sus ramas y especialistas afines, es sin dudas la siguiente:

Me contaba mi amigo y colega Jesús Triff Oquendo que durante la ejecución de ciertos estudios paleontológicos, en una localidad pinareña, donde habían hallado un “lecho” repleto de ammonites -cefalópodos que habitaron los océanos mesozoicos y se extinguieron hace relativamente poco tiempo según la escala geocronológica, a saber, entre 245 y 65 millones de años atrás-, se esmeraban él y un colega paleontólogo polaco de renombre, el ya finado Ryszard Myczynski, en extraer con toda la paciencia y el cuidado del mundo los citados restos fósiles.

Utilizaban para ello sus respectivas piquetas o matillos geológicos, unas veces por separado y otras combinadamente, poniendo una debajo a manera de cincel y golpeando con la otra a modo de maceta, pero siempre tratando de rescatar enteros los referidos “bichos”, ya que la posterior determinación de sus géneros, especies y otras características, podría ayudar a establecer si se trataba de individuos que se habían extinguido durante el Jurásico o si habían tenido la fortuna de vivir hasta el Cretácico, cuestión esta de inestimable valor para determinar la edad de

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aquellas rocas, lo cual era muy importante, al menos para ellos.

Inmersos, como suelen hacerlo los científicos en su tarea, no se habían percatado que desde hacía un buen rato, eran atentamente observados en todos sus movimientos por la mirada severa y asombrada de un campesino, que no era otro que el propietario de la finca en cuyos predios habían decidido ir a fallecer los dichosos ammonites, precisamente en el lugar que ahora hollaban sin ningún permiso aquellos intrusos y adonde el dueño había acudido presto, atraído por el inusual ruido de los piquetazos.

A la primera oportunidad que tuvo, el referido campesino se dirigió a los científicos más o menos en estos términos:

- Buenas tardes… camaradas, ¿se puede saber que están haciendo ustedes ahí?

- Buenas, ¿qué tal? –le respondió distraídamente el geólogo cubano, reparando por primera vez en el hombre y extendiéndole la diestra, que fue completamente ignorada por éste.

Bueno, –agregó algo turbado por el desdén- acá mi colega el estratígrafo y paleontólogo polaco y yo, estamos tratando de realizar la exhumación de unos ammonites que yacen aquí en este lecho rocoso, para realizarles posteriormente una serie de análisis paleontológicos y poder determinar la edad geocronológica de los mismos y entonces inferir si estas rocas son del Jurásico o del Cretácico, lo cual tiene una importancia crucial para la cartografía geológica de la región.

El rostro del campesino permaneció impávido, como si no hubiese escuchado nada, o como si su interlocutor también fuese polaco y le estuviera hablando en el idioma de sus

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eslavos ancestros. Al cabo de un rato, como retornando a la realidad después de un “knock-out”, volvió a la carga:

- ¿Y usted pudiera explicarme bien eso?, porque la verdad es que no entiendo nada.

- Sí, cómo no –volvió a decir el colega- Mire, el problema es que estos “bichos” que ahora parecen… bueno, parecen no, en realidad ahora son piedras, pero que una vez, hace mucho tiempo, fueron animalitos que vivieron en los océanos y sucumbieron, sufriendo posteriormente un proceso largo de litificación, pero si nosotros logramos determinar cuántos millones de años hace que se extinguieron, entonces sabremos la edad de estas rocas que los contienen, ¿me entiende?

Con un rostro completamente inexpresivo, que no dejaba ninguna duda acerca de que no había entendido una ostia –así, sin hache, para seguir en la onda de los bichos-, volvió el hombre a preguntar:

- Y… ¿Cuánto les pagan a ustedes por eso?

Esta vez el sorprendido fue el paleontólogo, pues no podía entender muy bien a dónde quería llegar el campesino con aquella pregunta -aquí debo hacer un paréntesis para aclarar que estamos tratando de una época en que “la guagua” costaba “un medio” y una cerveza sesenta “kilos”, es decir, de cuando un peso era un peso-, aun así, le respondió como el que no está bien seguro de lo que dice:

- Bueno, yo gano trescientos pesos, y este… –dijo señalando al colaborador internacionalista polaco, quien asistía al inusitado diálogo sin saber de qué se trataba- bueno, este como es académico y extranjero y eso… debe ganar como mil pesos…

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- ¡Mil trescientos pesos! –exclamó entre alarmado e incrédulo el guajiro. Y como si de repente hubiera perdido el interés por todo lo demás, dio media vuelta y se alejó por el trillo, mientras refunfuñaba y repetía en voz alta el resultado de las conclusiones que de todo aquello había sacado:

- ¡Mil trescientos pesos!, ¡qué barbaridad!, ¡por eso estamos, como estamos!

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JOSÉ MARTÍ: TÉCNICAS ANALÍTICAS Y RECURSOS MINERALES INDUSTRIALES

Nyls Gustavo Ponce Seoane (Ensayo)

“Naturaleza y composición de la tierra..., aplicaciones industriales de los productos de la tierra; elementos naturales y ciencias que obran sobre ellos o pueden contribuir a desarrollarlos; he ahí lo que en forma elemental, en llano lenguaje y demostraciones prácticas –dijo Martí- debiera enseñarse”, siendo él mismo, ejemplo de maestro de esas enseñanzas.

Es por esas y otras ideas relacionadas con la Tierra, que las aplicaciones de los productos de ella (entre los cuales rocas y minerales ocupan un lugar cimero), las técnicas analíticas con ellos relacionadas y las ciencias y artes prácticas de su tiempo que contribuían a la elaboración de los mismos, fueron una constante preocupación martiana, puesta siempre en función y al servicio del desarrollo de nuestros pueblos, pues como declaró explícitamente: “de manera que responda a las necesidades especiales de los países de la lengua española en América”.

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Técnicas analíticas Así, presta atención al análisis químico e indica el papel que juega al hacer el análisis del material pétreo “para ver como está hecho el pedrusco” y “examinarse la formación de las piedras” al determinar su composición química, aunque éste destruía para saber, al romper el tejido de la piel para inquirir sus componentes.

Se ocupa con gran interés del análisis espectral, planteando que: “Por medio del espectroscopio se alcanza ahora a conocer el estado físico de todo el cuerpo que emite luz, y en muchos casos, llégase hasta poder determinar su composición química. Por el examen de la luz que emite un cuerpo se conocen los elementos de que está formado. Así se puede afirmar sin error la materia o grupo de materias de que está formado cada astro”.

Analiza y medita sobre el análisis espectral de la luz solar, de la luna, de los aerolitos y astros, de la lava ardiente y de los espectros de algunos elementos terrestres, comparando unos y otros, por lo cual indica que “se ha certificado que los cuerpos celestes, cuyo estudio ha sido posible a los hombres, están en condiciones físicas enteramente iguales a las de nuestro Globo”, concluyendo que: “Todo fortifica la creencia en la íntima dependencia y rigurosa analogía en las diversas creaciones de la naturaleza”, señalando de tal modo la unidad material del Universo diverso y que manifestara en su célebre apunte: “Para mí, -escribió- la palabra Universo explica el Universo: versus uni: lo vario en lo uno”.

Martí dedica un artículo completo a la Petrografía, mostrando el progreso y avance científico técnico que aportaba la nueva ciencia del análisis de las rocas, pues ésta (…) “evitaba destruir la piedra para saber su

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composición, como lo hacía el análisis químico por su misma eficacia”, o como “solía suceder que dos trozos de rocas de constitución diversa daban sin embargo ante el análisis elementos iguales”, y que además “viene como a poner tildes y remates a las averiguaciones del espectroscopio”.

En ese artículo hace una descripción del microscopio petrográfico y su funcionamiento, basado en el principio de la luz polarizada y llega al preciosismo asombroso del detalle al describir la preparación de las muestras petrográficas en secciones delgadas para ser examinadas: (…) “¡y con qué finura muelen la lámina de roca que van a examinar, hasta que esté transparente, o a lo menos traslúcida, lo que logran frotándola a fuerte presión contra esmeril, o un disco de hierro cubierto con polvo de diamante, después de lo cual, para poderla observar bien, ponen la lámina entre otras dos de cristal, a la que la adhieren con la resina de bálsamo!”.

Se maravilla Martí y maravilla a los conocedores con estas descripciones y explicaciones que reflejan su afán por enseñar, divulgar y popularizar entre nuestros pueblos la ciencia y la técnica de su tiempo, por lo que se adentró también en técnicas más complejas, como la metalurgia, al describir cómo el metal era fundido y transformado en el taller de platería en “Historia de la Cuchara y el Tenedor”.

Recursos Minerales Industriales Siendo consecuente con esta, su línea de pensamiento y acción, Martí no cesó de enseñar las aplicaciones de las rocas y minerales. Conociendo la importancia práctica de ellos, se dedicó a informar como periodista científico-técnico, de cuya especialidad fue precursor en Nuestra América, sobre el descubrimiento y explotación de nuevos

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yacimientos, como los realizados en Chile entre 1866 y 1870, donde en Antofagasta y en el desierto de Atacama hallaron guano, cobre, nitrato de sosa y bórax, así como de plata en Caracoles, viniendo todos ellos a aumentar las riquezas de ese país, lo cual da a entender cuando expresa: “Los chilenos que ya en 1870 explotaban la mitad del cobre que utilizaba el mundo...”.

Reporta “el descubrimiento de que las minas de Kamenskoe, que parecían exhaustas, son el punto de partida de una vasta región carbonífera, atravesada por el ferrocarril de Siberia” y donde además expone el estimado de las reservas de carbón de piedra de Rusia, realizado por un afamado geólogo de la época.

Reseña un libro español “sobre los aluviones auríferos del Colorado y otros lugares de los Estados Unidos”, llamándolos “tierras de Aladino de las Minas” y subraya como al amparo de estos y otros descubrimientos geológicos, ocurre el desarrollo, anotando: “En Ferncity se levanta al cebo de un pozo de petróleo, una ciudad...”, o este otro donde comunica que: “Un marqués... halla en las cercanías de unos terraplenes recién descubiertos, una arcilla finísima que dicen ser el caolín afamado de los chinos: ya el marqués levantó compañía, busca obreros en porcelana, y diseña una fábrica enorme”.

Pero no solo se limitó a informar sobre este tipo de acciones técnicas, sino que profundizó en cuestiones relacionadas con la explicación científica de la génesis de algunos de estos yacimientos como “la mina de diamantes de Kimberley” en África del Sur, donde plantea que: “Atribúyese esta mina a la acción de erupciones volcánicas a través de las rocas sedimentarias(....) que probablemente existirían en tiempos remotos en el lecho de los mares de gran

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profundidad” o sobre el pronóstico de yacimientos, cuando escribe que: “los investigadores están hablando que Nuevo México tiene más oro que California y más (sic) Plata que Colorado. Humboldt predijo que la riqueza mineral del mundo sería hallada en Arizona y Nuevo México: se realiza hoy la predicción del sabio”.

Martí también toca aspectos relacionados con la aplicación práctica e industrial de arcillas como las refractarias, donde claramente enseña a la gente, explica en qué consisten:

“La mayor parte de las industrias manufactureras se proponen fines especiales... Notable entre estas últimas es la fabricación de ladrillos refractarios o que resisten al fuego... La materia prima que se usa en esta manufactura es arcilla o barro refractario, cuyo mérito consiste en poder resistir altas temperaturas sin fundirse o debilitarse. La arcilla más refractaria es la que contiene silicato puro de alúmina, con una ligera mezcla de hierro, magnesia, cal, arena, u otras materias que se encuentran generalmente con las arcillas que se emplean en la manufactura de ladrillos comunes y toda clase de artefactos de barro”.

La utilización y uso de rocas y minerales industriales como materiales de construcción, se las enseña a los niños en “La Edad de Oro” en sendos artículos: “Las Ruinas Indias” y en “La Historia del Hombre contada por sus casas”, donde muestra el desarrollo humano desde la Edad de Piedra hasta la Edad de Hierro.

La elaboración de rocas y minerales preciosos y semipreciosos, técnica de los cuales se ocupa la actual Gemología, es un tema casi constante a todo lo largo de la publicación infantil. Así, en “Un paseo por la tierra de los Anamitas” y en “Los dos Ruiseñores” es donde más se observan estas aplicaciones y empleos.

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Por último, en su artículo “El carbón. Su importancia y su obra”, muestra la excelencia económica e industrial que para el desarrollo de los países tiene esta materia prima mineral. En él señala las tres formas principales en que se presenta en la naturaleza: carbón de piedra o hulla, grafito y diamante – “el cristal perfecto, la más hermosa de las cristalizaciones del mundo mineral”, adentrándose en el campo de la Mineralogía y Cristaloquímica de su época, al explicar los intentos de obtención de diamantes artificiales entonces, atreviéndose a predecir que “la fabricación artificial del diamante es un triunfo posible para la ciencia, que tarde o temprano se ha de obtener”; cosa esta ya lograda en nuestros tiempos de la gran Revolución Científico Técnica.

Como hemos visto, Martí buscó siempre el sentido práctico, útil y aplicado de los recursos minerales, pues consideraba su empleo como un estímulo para vivir, ya que como dejó plasmado: “cuando uno sabe para lo que sirve todo lo que da la tierra... siente uno deseos de hacer más todavía; y eso es la vida”.

“El sueño de mármol de Martí”. Singular paisaje de los mogotes jurásicos de la Sierra de los Órganos, que visto desde un punto de la carretera de Viñales, nos recuerda la silueta entrañable del rostro de nuestro José Martí.

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JUBILANDO AL PEÑA Ramón Omar Pérez Aragón

Honrado con su amistad, Mi despedida jocosa.

No crea ver otra cosa, Que es pura jocosidad.

El tiempo corre, se estira, Se tuerce como un meandro, Y con él se va Leandro, Peñalver se nos retira. Y nos parece mentira, A la vez que nos apena, Que se nos jubile en plena Capacidad de trabajo… Mas, si se tiró del gajo, Allá él con su condena. Leandro Luis Peñalver Es un caso interesante… Un tipo algo extravagante, Algo chapado “a lo ayer”,

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Mas, siempre ha sabido ser Excelente compañero, Leal, cortés, caballero, Come…dido, melindroso, Se comenta que “penoso”, Pero de eso hablar no quiero. De gustos muy singulares Nunca gustó del bisté, Cuando tomaba café No fumaba populares, Prefería otros manjares Como helados, galletitas De chocolate y cremitas; Y si comía melón, Usaba un lápiz de arpón Pa` pescar las semillitas. Amante del buen hablar, Y con un decir pausado, Su léxico rebuscado Nunca llegó a empalagar, Porque en su afán por usar Palabrejas en desuso Su mejor empeño puso Siempre, y tan bien lo logró Que nunca a nadie dejó Botado, aunque sí confuso. De alma noble y generosa, Amante de la poesía, Se licenció en Geografía Pues no dio para otra cosa.

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Y como en la nebulosa De la Geología cayera, Allí emprendió su carrera Junto a Kartachov et. al. Y la llevó hasta el final… Hasta que al fin se aburriera. Pero cabe señalar Que en su ascenso extraordinario, Aparte del Cuaternario Supo otras cimas trepar: Además de comandar El “Tercio Táctico”, fue Director del IGP… Cargo que pronto dejó, Pues nunca se le subió La fama, de eso doy fe. No se sabe por qué ciencia, O por cuál arte o cuál maña, Se curó de la migraña, Esa terrible dolencia. Pero otra amarga experiencia Desde hace tiempo ha sufrido -Siempre se le ve abatido- De un padecimiento extraño Que le hace ir de baño en baño, Pues tiene el caño tupido. Trabajador eficiente, Científico de alto vuelo, Estudioso hasta el desvelo, Del “depósito reciente”,

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Con el cual llenó su mente Durante años, temerario, Hasta ser del Cuaternario El mejor especialista Del país, en una lista Donde no hay más de un contrario. De “Guevara” promotor, Defensor de “Villa Roja”, Acopió una extensa hoja, Mas, no quiso ser doctor. Sin embargo, a profesor Adjunto universitario Se metió de voluntario Y al parecer le gustó, Pues vino y se jubiló Para meterle de a diario. Empero, es un hecho extraño Su actitud, es un enigma, Pues cuando estaba en CECIGMA Donde pasó casi un año, Nadie lo vio nunca huraño, Ni triste, ni acongojado, Más bien andaba inspirado, Contento y hasta engordó, Mas, cuando se reintegró Se volvió un inadaptado. Se especula que el amor Influyó en su decisión, Pues nunca prestó atención Al toque esclarecedor

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Del consejo bienhechor Que le dieran sus amigos. ¿Pesarían más los ombligos Tiernos de las estudiantes, Hermosos y estimulantes?… Bueno, de eso no hay testigos. Se rumora que el desdén De una mulata adorada Le propinó la estocada Que le hizo saltar del tren. Otros afirman también -No sé si por “darle cuero”- Que fue otro amor insincero, Movido por la codicia, Pero esto es pura malicia, Ganaba aquí más dinero. Como además de un amigo Lo considero un hermano, Y me siento muy ufano Que trabajara conmigo, Al despedirlo le digo -A lo Róbinson Calvet- Mi verdad como un chalet: Nunca caerá en el olvido, Y aquí será recibido Aunque venga sin carnet. “Pienso que lo que se impone” Es mirar a “lontananza” Y conservar la esperanza Por si el hombre se dispone

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Y algún día se propone Volver aquí al IGP: Como que en su tiempo fue Capitán del “Tercio Táctico”, Será un eficiente y práctico Jefe de los CVP.

El joven Leandro Luis Peñalver Hernández, “El Peña”, mientras pronunciaba un discurso, en su condición de director del Instituto de Geología y Paleontología en su antigua sede de Calzada y 4, Vedado. 1986.

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LA ESCALERA DE MAISÍ Rogelio Alberto Rosales Antúnez

“Mi colega y amigo José Daniel Ariosa Iznaga, profesor del Instituto Superior Minero Metalúrgico de Moa, un grupo de sus estudiantes de práctica del último año, y mi hermana de profesión Dalia Juana Carrillo Pérez, literalmente nos lanzamos hacia abajo por un precipicio del Abra del Yumurí, en Maisí. El farallón tenía cerca de 500 metros de profundidad, de paredes completamente verticales en sus primeros 100 metros, por donde tuvimos que caminar por un saliente donde apenas cabía un solo pie y, al igual que las arañas, teníamos que asirnos, con las manos a las pequeñas oquedades y fragmentos sobresalientes de las calizas que conformaban aquella faralla. Solo el geólogo húngaro Gyorgy Veschernyes, que también iba con nosotros ese día, al asomarse y mirar para abajo, con ojos desorbitados de asombro, no nos siguió en tamaña aventura”…

Estimado Nenao: -me dices en tu e-mail-… solamente habernos “tirado” juntos por aquel barranco de m… en Maisí, selló nuestro quehacer amistoso para toda la vida. “¡Subir lomas hermana hombres!” dijo Martí, pero c…, y

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“bajar barrancos” ¿Qué diablos hace? Eso lo podemos escribir nosotros. Por cierto en uno de los cuentos que hice para el libro “Crónicas a Piquetazos” menciono este hecho. Desde luego, que ahora, a estas alturas de mi vida, probablemente no me hubiera lanzado en aquella aventura. La vida es así.

Esa es la verdad amigo Nyls, -respondo a tu mensaje que saco a la publicidad con los mayores honores y el cariño que usted se merece- bajamos la “escalera”... sí... descendimos.

Comenzamos arrastrando el trasero en la primera pendiente de más de cuarenta y cinco grados, allí ninguno de nosotros tuvo la osadía de estar erguido, parecía que si te parabas en firme te ibas hacia el vacío... luego vendría lo peor, la vertical absoluta.

El húngaro no puso ni el c… en el piso para tan siquiera estimar la altura y la pendiente, dijo algo así como “no ser posible”. Se le sumó Nicolas Vega, que en ese tiempo se iniciaba en las galas de novel profesor. En el mapa se apreciaban bien nítidas las curvas de nivel, apretadísimas.

De no cortar camino, había que retornar al punto inicial, tal vez unos treinta kilómetros adicionales. Sin vacilaciones, ambos decidieron retornar, a la inversa de las aspirantes a geólogas, Elaine Pino, Vianka Moreno y Leticia Pérez, que cumplieron con su deber de militantes de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y se lanzaron en pos del riesgo.

No sé si tú te acuerdas, pero hasta comenzaste a pedir que alguien se ocupara de tus hijos... Yo me agarré del verde pantalón de miliciano de Ariosa, pensaba que era un arbusto o algo así.

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La impresión más terrorífica fue la del palo cruzado, suspendido sobre un abismo, totalmente móvil... temblaba el palo… y las piernas, el agarre era a puro diente de perro.

Virtualmente, yo debía cuidar de las colegas estudiantes, sobre todo de Elaine con la que había contraído matrimonio. Vianka, la de expresión sincera, emitió como nunca, aquel montón de las llamadas “malas palabras”... Leticia, terca y aferrada, lo hacía con valentía.

- ¡Qué pendejo resultó Nicolás! - alguien dijo en medio de la “escalera”, como le llamaban los moradores de la zona al inusual acceso por aquel precipicio... Imagínate, yo balanceándome en el tronco y “cagao” de la risa; llevaba una mochila con muestras de “tierra y piedra”, como me dijo el guajiro... ¡qué guanajos son esos universitarios!..., en vez de cargar malanga… o café...

La epopeya terminó a orillas del Yumurí, una tregua jubilosa antes del vadeo y luego a salir a la propia desembocadura, al pie del “tibaracón”. Nos echamos sobre las “chinas pelonas”, cada uno a su manera, relajadamente. Se abrieron latas de sardinas y se partieron panes. El tema de conversación fue, divagar por la suerte de los dos desertores que debieron ir por el camino hacia el punto de encuentro, allí donde se escalaba con sinuosidad desde la playa para llegar al poblado de Sabana.

-También es pendejón el húngaro -volvió a hablar la misma persona. Entonces reí a carcajadas, con toda la seguridad del terreno firme.

Nos creímos los héroes, habíamos vencido una gran batalla. La vista se perdía ahora hacia las alturas... Desde allí se habían lanzado a morir los aborígenes rebeldes... me

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contaba el que “manejaba” la “cayuta” (embarcación pequeña para cruzar el caudaloso río).

- ¿Tú sabes por qué el río se llama Yumurí?, -agregó el cayutero- porque los indios, para no ser esclavos optaban por el suicidio y se tiraban, gritando con toda estoicidad ante los españoles: “¡…yo muriiiiiiiiiiiiiií...!, iban sonando la i hasta que se reventaban en los farallones…

Me acuerdo bien de ti Nyls, por tus expresiones “habaneras”, así lo comentamos los estudiantes del Oriente. En ese momento te había vuelto el color usual a la cara. En el despeñadero estabas blanco como un papel, aunque muy elocuente y jaranero, en fin, el gran amigo que empezaba a hermanarse cuesta abajo.

Hoy, ni tú mismo sabes por qué c… te lanzaste. Para ser sincero, en el momento de la verdad, insinuabas tener todos los atributos del que hace de tripas corazón, tal vez por ese honor característico de aquellos tiempos de efervescencia.

En una porción de mi cerebro aún persiste la imagen de Gyorgy, el extranjero que con decisión salió disparado en sentido contrario al desfiladero, con sus botas carmelitas esplendorosas y prácticas, que saboreaba el café de Baracoa hasta la última gota, como un niño lame el residuo más tenue de la golosina preferida. Con él aprendí hasta afeitarme, a puro tacto. Lo veía parado frente a las tablas de un viejo albergue, efectuando el afeitado matinal. Silbaba un vals europeo, talmente como si estuviera ante el más lujoso de los espejos. Entonces me quedaba ensimismado y muy atento, presto a robarle la genial técnica del “rasurado a capella”. No olvido su cámara fotográfica, era algo así como un artefacto galáctico, semidigital, ultramoderna por aquellos años ochenta.

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- Ahora una tema (se refería a tomar una foto)... después poquitica comer (la merienda, claro está) -eran las expresiones en español que profería a menudo.

Qué bien disfrutamos después de la riesgosa prueba, qué temple, qué arrojo el nuestro, qué bello aquel paisaje y qué agua tan fresca la del río baracoense...

Pero lo más ridículo de todo, para acabar el recuento, fue cuando vimos aquella mujer (¿spiderwoman?), mezcla de lugareña y aborigen, quien luego de machacar la ropa en el río, y secarla al sol sobre las piedras, tomaba por la misma ruta, por el abismo tenebroso por donde acabábamos de descender, hacia la inmensidad de las alturas, tan campante e ingenua, y a paso acelerado y hasta gracioso trepaba la faralla con un enorme lío de ropa bajo el brazo y una gran lata de agua en la cabeza.

- ¡Cooojollo, no puede ser! -creo que dijiste tú.

No puedo negar que vi en tu rostro, un poco antes heroico, una mezcla de incredulidad y decepción.

El autor (i) con dos colegas en unas “escaleras” parecidas a las de Maisí. Estas son calizas de la Formación Charco Redondo, en Ramón de las Yaguas, Santiago de Cuba

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LA LIBRETA DE CAMPO Ramón Omar Pérez Aragón

Una de las “herramientas” imprescindibles del geólogo de campo es, y valga la redundancia, la libreta de campo. Para tal fin, realmente puede servir cualquier cuaderno, block, libreta escolar, entre otros. Sin embargo, los que tuvimos la dicha y el placer en participar en tales trabajos durante los años setenta-ochenta de la pasada centuria, recordamos con añoranza las libretas de campo soviéticas (polievíe kñizhki).

Eran éstas, unos pequeños cuadernos (10 x 15 cm) de hojas pautadas, a rayas o lisas por una cara (para anotar) y milimetradas por la otra (para dibujar a escala afloramientos, cortes geológicos, etc.), las más exquisitas estaban incluso foliadas. Dichos cuadernos tenían una carátula dura y forrada en vinil u otro material impermeable, lo cual las hacía resistentes a la intemperie y a las malas condiciones climáticas, incluso resistían las breves y ocasionales

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inmersiones durante el cruce de ríos, cuando se olvidaba sacarlas del bolsillo trasero del pantalón.

Una libreta de campo, en tanto documento oficial de cualquier compañía, empresa, país o estado, debe poseer en la primera página los datos de la institución responsable: dirección, teléfonos, nombre del proyecto, del geólogo, etc. Y la advertencia de que constituye una “propiedad del estado” y que en caso de extravío, la persona que la hallare estaría obligada por ley a reportar su hallazgo y a efectuar su devolución.

La importancia de esta generalmente pequeña libreta, cualquiera que sea su procedencia o diseño, está dada por el hecho de que en ella se anotan minuciosamente las descripciones litológicas, estratigráficas, las coordenadas, los elementos de yacencia de los estratos si los hubiere, los números de las muestras tomadas en el punto si procediera, en fin, todas las características de todos los afloramientos encontrados si fueren escasos, o los seleccionados cada cierta distancia según redes previamente adecuadas a la escala de los trabajos, en el caso opuesto.

Al inicio de cada itinerario se pondrá la fecha correspondiente, la descripción de los objetivos y la zona a investigar, mientras que al final del día se hará un resumen de las cuestiones de mayor interés, así como los objetivos logrados o dejados de lograr. Cada punto descrito tendrá un número consecutivo acompañado de las iniciales u otro cifrado convencional que identifique al autor de la anotación. Estos puntos serán posteriormente volcados sobre bases topográficas y serán interpolados los datos, constituyendo la base de “datos reales” para la confección de los mapas geológicos.

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Estas libretas de campo, una vez terminada la investigación de turno, deberán ser archivadas y conservadas como “material primario” y deberán servir como documento de consulta obligatoria evitando así la repetición de gastos y esfuerzos innecesarios. A todo esto solo faltaría agregar que los recorridos realizados por los geólogos durante sus investigaciones a menudo son por regiones de difícil acceso, a veces lejanas o remotas y otras, al decir de un viejo colega, “por donde al diablo se le quedó el sombrero y no viró a buscarlo”.

Hasta aquí hemos tratado de describir de forma sucinta lo que debe recoger en general una libreta geológica de campo. Claro, que quizá por aquello de que “cada persona es un mundo” y “cada maestro tiene su librito”, pudiera también decirse que “cada geólogo tiene su libreta de campo”, lo cual parecería una perogrullada, y de hecho lo es, pero nos referimos a que cada geólogo puede ser más o menos minucioso o escueto, más o menos literario o caprichoso a la hora de hacer sus anotaciones particulares.

Dicho todo lo anterior, estamos en condiciones de pasar a relatar la anécdota derivada de la forma detallista, algo maniática en que cierto colaborador húngaro encabezó en su libreta de campo un itinerario por la Sierra Maestra durante los trabajos del llamado Levantamiento Cubano-Húngaro, realizado hace varios años en la antigua provincia de Oriente, lo cual salió a relucir durante la consulta de dichos materiales de archivo para la generalización y confección del Mapa Geológico Digital a escala 1:100 000 de la Región Oriental de Cuba. Vale aclarar que aunque los hechos son absolutamente verídicos, los nombres son completamente ficticios, por aquello de evitar herir susceptibilidades:

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En el encabezamiento de la hoja correspondiente al inicio del itinerario del día, el preciosista investigador, además de la fecha, la ubicación y objetivos de de la marcha, plasmó la composición de la comisión con lujo, pudiera decirse que con exceso de detalles, más o menos de esta manera:

…Comisión de trabajo integrada por:

Dr. Ladislao Kóvac, especialista asesor principal y jefe de comisión; Ing. Juan Pérez, geólogo; Pedro González, técnico geólogo; José Díaz, auxiliar; Pablo Hernández, obrero; y dos mulos...

Nos reímos de tal ocurrencia y del detallismo hasta cierto punto ridículo del asesor extranjero, pero al comentarlo y mostrárselo al José Díaz de marras, que ya para entonces era también ingeniero y trabajaba en su doctorado, el mismo se insultó y expresó sin cortapisas:

- ¡¿Viste eso?! ¡Viste qué tipo más “imperfecto”!, ¿viste la opinión que tenía de los auxiliares y los obreros? Lo único que le faltó fue poner una palabra más para expresar sus sentimientos.

- ¿Qué palabra, compadre? – le preguntó alguien del grupo.

- La palabra “más”, compadre, la palabra “más”. ¡Un auxiliar, un obrero y dos mulos más! Qué va mi hermano, por eso yo me superé, porque hay muchos que no lo escriben, pero lo piensan….

Como era de esperar, ante tan inesperadas “conclusiones”, la risa fue general. Saque ahora el lector las suyas propias.

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LA OPCIÓN Rogelio Alberto Rosales Antúnez

A mi hermano Boris, quien también optó por la Geología…

La primera vez que alguien me preguntó sobre la carrera universitaria que desearía estudiar, creo que le respondí que me gustaría ser cosmonauta. Imagínense, aquellos eran los tiempos Gagarin, Valentina, de la perrita Laika, y de los monos en cohetes. Un familiar muy cercano me sugirió que estudiara “para embajador” pero nunca me respondió la interrogante infantil de dónde se estudiaba aquello.

Pasaron los años y los pases de niveles, hasta que me llegó el momento en que me vi en la disyuntiva de elegir mi porvenir. Totalmente desorientado, en un antiguo Pre-Universitario en el campo de mi terruño, me encontré cara a cara con el momento de la verdad: la imperiosa alternativa de elegir lo impredecible.

- Decídete por fin, ahora o nunca -me sugerían el ángel y el diablillo personal.

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Para mí, siempre las carreras universitarias se designaban con nombres cortos, concretos, definidos, tales como ingeniería tal, Medicina; Arquitectura; Economía o Periodismo, para mencionar las más notorias.

De repente, frente al mural, el listado en forma de “especialísimas especialidades” de las cuales deberíamos seleccionar diez opciones para obtener una. Parecía un juego de lotería o de no sé qué tipo de jugada de azar.

Esta vez habían ajustado los programas de enseñanza preuniversitaria donde se acoplaron como un insuperable e irrepetible eclipse los grados 12 y 13 como grados terminales, por lo cual se acentuaron las rivalidades por los escalafones.

Tuve la desdicha de perder obligatoriamente un año de estudio, algo así como un brutal cambio de horario, unos adelantaron el reloj un año, otros atrasaron inconcebiblemente sus agujas la misma cantidad de tiempo.

De un lado la información de las carreras llamadas de las letras, las destinadas –según los niveles de prejuicios de la época- a los blanditos o flojitos, del otro, las carreras politécnicas con un perfil más conveniente para los que mueren de pie.

Ahora reconozco que dentro de mi confusión vocacional no quise admitir que desde siempre me ha increpado el parásito de la “onda artística”. Ya en ese tiempo me había iniciado como un músico incipiente, trovador, tocador de guitarra, piano, percusión y cuanto instrumento musical se me presentara.

Era miembro de un taller literario, del combo y de la banda de la escuela, asiduo a las peñas y tertulias culturales de mi pueblo y hasta tuve la gloria de obtener cien puntos justitos,

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nada más y nada menos que en la crucial asignatura de Español y Literatura.

Por eso prestaba interesada atención a la lista de las carreras de humanidades y hasta sentí como una especie de añoranza repentina al aceptar la imposibilidad de obtener aquella única opción de Historia del Arte, que se ofertaba para La Habana.

A mi lado siempre, el grupo, los colegas, socios y hermanos, algunos muy astutos, “sobre la bola”. La gran mayoría despistada como yo, que en ese tiempo había clasificado entre los más “gozones” y burlones del Instituto Preuniversitario en el Campo (IPUEC). Haciendo “de las nuestras” comenzamos a mofarnos de las ofertas.

Silvia, la gorda, enrojecida y sudorosa, preguntaba de qué se trataba eso de Sanidad Vegetal. Le contesté que era algo así como lavar bien los tomates, o más bien, en ocasiones realizarle el aseo personal a una mata de plátano con papel sanitario y todo.

Mi amigo Domingo me enfatizaba: – Macho, por qué no pedimos Electromecánica Automotor, fíjate ya lo dice el nombre, en un futuro dominaremos la electricidad, la mecánica y si nos quedamos sin “pincha” (predicciones del cuentapropismo) nos ponemos a arreglar motores de autos.

- Pensándolo bien, yo me voy a ir por el primer renglón económico del país, -le negué la propuesta- pediré en primer lugar Tecnología de la Producción Azucarera y me dedicaré a la Literatura como un hobby, tal vez solicite Economía Política -le dije como el que cavila en voz alta.

- Pues yo voy a pedir esa “cosa largota” -se adelantó Palomares.

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-¿Cuál, esa cosa? –nos reímos y lo ridiculizamos a más no poder.

A todos nos pareció muy atorrante, al ver aquella especialidad que se designaba como “Búsqueda y exploración de minerales útiles no metálicos para explotación a cielo abierto” entonces tomé un lápiz y le agregué al final “así llueva, relampaguee o caigan raíles de punta”. Quién se iba a imaginar que al decidirme por la última de las opciones, el Boris, en tono sarcástico le gritaría a la funcionaria que recibía las peticiones: - ¡Dele esa que dice Geología para Moa! Y yo, para salir del paso le dije: - Sí, esa misma.

Un mes después, por suerte y destino, matriculaba en el Instituto Superior Minero Metalúrgico (ISMM) una especialidad que precisamente era la de buscar yacimientos de minerales útiles.

Siempre con el cielo abierto, me cayeron arriba muchos aguaceros y lidié con los truenos, con las vicisitudes y glorias del trabajo geólogo-minero, con la salvedad de que Palomares se fue para la Unión Soviética y a mí me tocaron siete largos años en la contrastante comarca de la “tierra colorá”.

Una vez elegida “la opción”, el autor, en sus años de estudiante durante una práctica de geología por el polígono de Ramón de las Yaguas, provincia de Santiago de Cuba.

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LAS MONTAÑAS DE HAITÍ Ramón Omar Pérez Aragón

Recorrida la Isla de la una a la otra punta, Trepé los escalones del faro de Maisí, Queriendo hallar respuesta a una añeja pregunta: ¿Se verían desde Cuba las montañas de Haití? Oteado el horizonte solo vi mar y espuma, Y a lo lejos, la bruma cual cortina de tul. Pero juró el farero que en los días sin bruma, Se ven, azul intenso sobre el inmenso azul. De la ciclópea torre le pregunté al torrero: - ¿Y de noche, las luces…? -Y respondió, sincero: - Puede ser que se vean…, mas, yo nunca las vi. Ya de vuelta, en la casa, perdido el optimismo, Un cíclope de luces mostraba, tras un sismo, Las montañas de escombros de lo que fuera Haití.

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LAS ROCAS DE MI CAMINO María Elena González Martínez

Magmáticas, como las fuerzas con que amo. Sedimentarias, como el placer de mis memorias. Metamórficas, como la vida misma.

Que salto porque puedo y quiero saltar, que bordeo, las que quiero ignorar, y aparto, las que detesto. Más, las que llevo y aprendo a llevar, y aquellas que empujo mejor o peor… ¡Válgame que soy geóloga!

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LOS BUSCADORES DE… ¡GUAO! Ramón Omar Pérez Aragón

Desde los primeros años de la carrera de Geología, tuve conocimiento de que ciertos tipos de vegetación tienen “predilección” por determinados tipos de suelo y que la composición mineralógica de estos, a su vez, está determinada por el sustrato rocoso.

Este fenómeno, objeto de estudio de toda una especialidad, la Geobotánica, se manifiesta con mayor o menor regularidad para las diferentes especies vegetales, al punto que algunas plantas (litófilas) crecen únicamente sobre una clase específica de suelo, convirtiéndose de esta manera en un “índice indirecto” (índice geobotánico) muy útil en la fotointerpretación para el mapeo geológico e incluso para la búsqueda de determinadas variedades de materias primas minerales.

Así por ejemplo, existen las plantas calcófilas, que son las que crecen única y/o preferentemente sobre los suelos ricos en carbonatos o directamente sobe las rocas carbonatadas.

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Una de estas plantas, la protagonista de esta historia, es nada menos que el temible y temido guao.

Para quienes no lo conocen, pudiéramos facilitarle la -a nuestro juicio- incompleta definición que aparece en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE) y que reza: “Arbusto de México, Cuba y Ecuador, de la familia de las Anacardiáceas, con hojas compuestas, lisas por encima y tomentosas por el envés y flores pequeñas y rojas. La semilla alimenta al ganado de cerda, y la madera se usa para hacer carbón” -el subrayado es mío.

Cuando decimos incompleta, es porque esta definición no recoge la propiedad que le da fama a esta planta, al menos en Cuba, y que es el poder urticante de su savia lechosa y espesa: una sola gota de este néctar es capaz de producir quemaduras en la piel realmente graves, en dependencia del menor o mayor grado de alergia que desarrolle ante él la persona afectada.

Hay quienes aseguran: “a mí el guao no me hace nada”, mientras otros afirman: “¡hasta la sombra del guao me hincha!”, usted, por si acaso, no haga la prueba: yo he visto un hombre con los brazos literalmente reventados como si los hubiera sumergido en un potente ácido, por haber estado chapeando en un lugar sin conocer esta planta. Y volviendo a la definición anteriormente citada, incompleta o no, es precisamente la última parte de la misma, la que nos sirvió para la historia que nos ocupa, y que sin más dilación pasamos a relatar.

Durante las comprobaciones de campo para el proyecto de “Actualización y Generalización del Mapa Geológico de las Provincias Orientales a escala 1:100 000”, estábamos enfrascados en la precisión cartográfica de ciertos cuerpos de calizas de la formación Charco Redondo, ya que una vez

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en el lugar donde aparecían mapeados, dichas rocas no afloraban por ningún lugar.

Los mapas topográficos y las fotos aéreas disponibles estaban bastante desactualizados; la mayoría de los caminos por los que nos movíamos no aparecían en ellos y viceversa, por lo que habíamos dado varias vueltas por aquella zona montañosa y bastante apartada sin lograr nuestro objetivo.

No habíamos encontrado tampoco señales de vida humana en toda la mañana, por lo que hasta cierto punto nos alegramos de ver la figura de un campesino que se movía solo y a pie por el camino en dirección opuesta a la nuestra. El primer impulso, después del saludo, fue el de preguntarle al hombre si él había visto calizas por la zona, pero según la experiencia, las preguntas de este tipo suelen ser inútiles, pues los campesinos tienen sus propias clasificaciones y denominaciones para las rocas: piedra azul, cascajo, bayate, piedra de trueno, china pelona, entre otras. Ninguna de ellas es científica y en pocas ocasiones aplicables a un tipo concreto de litología. No obstante, al observarle detalladamente, la indumentaria del campesino me sugirió una idea que puse en práctica, como ya veremos, con éxito.

El hombre vestía un viejo y raído uniforme que había sido alguna vez verde olivo y ahora era verde tiznado. Las huellas del hollín se advertían también en su sombrero, en los guantes que sobresalían de un bolsillo trasero y en las profusas grietas de sus encallecidas manos; llevaba además machete al cinto y una filosa hacha al hombro. Todo indicaba que no se trataba de un campesino corriente, sino de un leñador o mejor aún, un carbonero.

- Hola amigo, cómo andamos -le dije extendiéndole la mano.

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- Bien, compay, trajinando –respondió ofreciendo su diestra.

- ¿Qué, haciendo carbón?

- Un poquito, sí. Un hornito ahora y otro cuando se pueda, pa` ir tirando

- ¿Y de qué hace el carbón? -le pregunté, como por decir algo.

- De leña, de qué va a ser –me respondió sorprendido.

- Sí, claro –le sonreí- Yo me refería a qué tipo de leña…

- Ahhh… pues de lo que aparezca, sobre todo de marabú, que es bueno y así de paso vamos acabando con esa plaga.

- ¿Y de guao?, dicen que es muy bueno…

- ¡De guao!, - dijo entre asombrado e incrédulo- ¡qué va compay, eso no lo toco yo, eso me revienta!…

- ¿Verdad?, y ¿dónde hay guao por aquí? –llegué por fin a donde iba.

- Bueno por aquí no hay, pero por allá… por los farallones, ¡por allá sí hay “encantidá”!

- ¿Sí?, ¿Y dónde queda eso?

- Eso queda un poco lejos, compay -volvió a decir vagamente.

- Bueno, pero nosotros andamos en carro… y necesitamos saber exactamente dónde.

- ¿Dónde qué?

- Dónde crece el guao.

- ¡Vea! ¿Y para qué quieren ustedes “ese diablo”?

- Nada, es para una investigación que estamos haciendo.

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- ¡¿Una investigación de guao?! -exclamó el hombre ya algo desconfiado, quizá pensando que le estaban tomando el pelo y también por la risita burlona del chofer, quien sí parecía convencido de eso.

- Bueno, no exactamente sobre el guao, digamos que de algo relacionado con él –le dije queriendo aclarar y obteniendo el efecto contrario, a juzgar por la cara del hombre- pero bueno, -repuse- no se preocupe, mi amigo, usted solo díganos cómo llegar hasta allá.

En efecto, el hombre, con la amabilidad que caracteriza a los del campo, nos explicó con lujo de detalles por cuáles caminos coger, por y hacia dónde doblar para llegar a “los farallones”, donde según él, abundaba el guao. Una vez que hubo terminado, y dadas las correspondientes gracias, nos despedimos y seguimos cada uno por su ruta. El carbonero hacia su horno y nosotros…

El chofer seguía pensando que yo estaba bromeando cuando le dije con entusiasmo:

- ¡Vamos en busca de los afloramientos de guao!

Me miró incrédulo, pero obedeció sin chistar. Seguimos al pie de la letra las instrucciones del leñador-carbonero y al cabo de unos 20 minutos… ¡allí estaban!, “los farallones” de calizas compactas órgano-detríticas, fosilíferas, de color variable, con manifestaciones de carso superficial en forma de lapiez o diente de perro, y esporádicamente “salpicada” de numerosos matojos de hojas parecidas a las del caimitillo, verde brillante por arriba y carmelitosas por debajo, sin lugar a dudas era guao.

Las calizas de Charco Redondo estaban desplazadas en el mapa casi un kilómetro al norte, pero existían. Se trataba de un error humano en el ploteo de las coordenadas durante la

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cartografía, el cual acababa de ser corregido gracias y con la ayuda de un índice geobotánico.

El chofer comprendió la explicación, no sin cierto escepticismo. Sin embargo, el campesino-leñador-carbonero, debe estar pensando todavía que unos pueblerinos locos le habían querido tomar el pelo. En todo caso, se debe estar preguntando: ¡¿para qué rayos querrían a “ese diablo” los buscadores de guao?!

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LOS OTROS PRIMEROS Nyls Gustavo Ponce Seoane

A los continuadores de aquí y de allá, que hacen perdurar la obra iniciada.

No se han mencionado. Como si no hubiesen existido y nunca estado. Y han pasado años. Cincuenta. No es poco para una vida humana. Sin embargo, en 1961 partieron rumbo a lo incógnito, a enfrentarse a falacias, prejuicios y a lo que es peor aún: el desconocimiento. Fueron los primeros que estudiaron y se graduaron allá. Unos regresaron en 1966, otros en 1967. Después… después todo sería más fácil para los que posteriormente salieron, porque ellos hablaron y aclararon, aunque no todo revelaron…

No obstante, si bien no se mencionaban, vaya contradicción, se puede decir que sus labores técnicas, científicas, docentes, administrativas y hasta político-sociales han sido y son reconocidas. Pero nadie se ha atrevido a manifestar que también fueron los primeros. Y que formaron y forman parte de los primeros. ¿Por qué? No hemos podido encontrar una explicación lógica, sólidamente argumentada de este hecho. No ha existido esa tan simple y necesaria declaración. Ni por parte de la Sociedad Cubana de Geología, que siempre

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ha reconocido a “Los Primeros”, incluso, ni en ese ya gran e histórico libro “Crónicas a Piquetazos” sobre la vida de los geólogos cubanos se habló de ellos.

No se mencionan. ¿Dejadez? ¿Falta de tacto? ¿Otros nombres destacados, influyentes? Preferimos pensar que ha sido por olvido. Aunque el olvido también molesta, no obstante no se reconozca. Pero no caigamos en los extremos, que no es bueno. Quizás, alguien, al leer esto, pueda hallar una explicación convincente. Sin embargo, con explicación o sin ella, se debe terminar con esta situación embarazosa y acabar de decir: que hubo también otros primeros geólogos cubanos, que si bien es verdad no estudiaron y concluyeron sus estudios en Cuba, fueron enviados por y para Ella a estudiar Geología a los antiguos países del campo socialista. La mayoría cumplió y ejerció su deber.

Interesante el caso. Los primeros de aquí siempre mencionados y los primeros de allá, siempre omitidos. Pero la vida, en su conjunto, es más compleja que una simple clasificación y es la que determina con los hechos, pues resultó ser que al final, unos y otros, los de aquí y los de allá, unidos por el tiempo generacional, han mantenido estrechos vínculos entre sí, hasta de continuidad si se quiere, desde que eran estudiantes, pues ocurrió, que los que comenzaron sus estudios en la ex-República Socialista de Rumanía, por circunstancias que no viene al caso mencionar, se vieron obligados todos a regresar y concluirlos aquí.

Ahora son parte del grupo reconocido de Los Primeros. Cabe preguntar: ¿y si hubieran terminado allá? No especulemos. Este hecho, en realidad, los ha convertido en un símbolo del vínculo y la unidad de todos Los Primeros,

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los de aquí y los de allá, de unos con los otros… Cuba los unió y los une.

Es por esto que comienzo con ellos el listado de Los Primeros que estudiaron y concluyeron los estudios de Geología en las entonces amigas tierras.

En Rumanía y Cuba: José Luís Iparraguirre Peña, Bertha Hernández López, Juan Guerra Tassé y Osvaldo Morúa. (1966)

En Kiev, la Capital de la República Socialista Soviética de Ucrania: María Luisa de la Nuez Pérez, Marla Muñoz Urbino, Concepción Núñez Bilbao, Nelson Pérez Nevot, César Morales. (1966)

En la Universidad de los Pueblos “Patricio Lumumba” en Moscú, Capital de la ex - URSS: Amelia Brito Rojas y Donis Pablo Coutín Correa. (1966)

También en Moscú, pero en la Universidad Estatal de “Lomonósov”: Alfredo Norman Vega, Carlos Augusto Crombet Hernández y Antonio Figueras (geofísico) (1967)

En la Universidad Estatal de Leningrado, en la República Federativa Soviética de Rusia: Nyls Gustavo Ponce Seoane.

En la ex - República Socialista de Checoslovaquia: Arcadio Cuellar Lomba, Dalia Campos y Francisco Vergara Drake.

Estos fueron “Los Primeros” profesionales de Geología graduados en el ex campo socialista.

Sería injusto no decir y caer en situación semejante a la arriba descrita, que después de 1968 se graduarían, aquí y allá, decenas y cientos de profesionales de la Geología, los continuadores, algunos de los cuales, pudiera decirse que fueron los primeros de los primeros, auxiliares de

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geólogos y técnicos medios que se formaron en nuestro país, en la Escuela “Félix Corzo” de Línea y 6, en La Habana, en la del Cobre, en Santiago de Cuba, ambas del Instituto Cubano de Recursos Minerales (ICRM), ó en una brigada geológica, hoy casi inexistente, para apoyar la fuerte colaboración de especialistas geólogos extranjeros.

Muchos de ellos concluyeron sus estudios profesionales aquí, otros allá, dando paso a la variedad de la unidad, una vez más, y aunque no puedo nombrar a todos, prefiero pecar de olvidadizo antes de no mencionar, aunque sea, a una mínima representación de ellos, como Luís Alfonso Reyes Soler, Aurelio Pérez, Pedro Vega Masabó, Evelio Linares Cala, Rafael M. Lavandero Illera, Lázaro Guzmán, Rigoberto Sotolongo y Carlos Sosa.

Es necesario señalar, ya que todos los geólogos graduados, de aquí y de allá, un poco antes o un poco después, predeterminados todos por las circunstancias de esta vida repleta de múltiples y diversas aristas, todos, repito, han contribuido a la epopeya de la geología en cuba, en los años de la creación y funcionamiento del Servicio Geológico Nacional en un país donde no lo había.

Escuela Técnica de Geología “Félix Corzo” de Línea y 6, en el Vedado. La Habana. Foto por cortesía de Rigoberto Sotolongo.

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MANGA FRITA Orestes Francisco Carballo Otero

Conocí al compañero “Manga Frita” en Septiembre de 1973, en la brigada de prospección geológica “La Yuquilla”, donde se ejecutaba el proyecto “Matahambre-Mella”. En aquel entonces “El Manga” -como también era conocido este singular y carismático personaje- gozaba de una merecida fama como uno de los más veteranos y rápidos operadores geofísicos del radiómetro, instrumento utilizado para la cartografía geológica y para localizar minerales radioactivos. El Manga, de unos 40 años, era alto y desgarbado, de tez muy blanca y ojos claros, con incipiente calvicie, algo tartamudo -especialmente cuando se ponía nervioso-, era además fanático al béisbol, la cerveza y a las malangas fritas. Precisamente, la causa de su singular apodo era que a causa de su ligera tartamudez, no podía pronunciar correctamente su

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plato favorito cuando solicitaba una ración adicional en el comedor de la brigada. Recién graduado de técnico geofísico fui asignado al mencionado proyecto y la dirección de la brigada estimó que debía comenzar mi vida laboral como apuntador-calculista de radiometría, es decir, ayudante de Manga Frita. Como ya se ha dicho, El Manga era rapidísimo midiendo la radioactividad en el campo y se movía velozmente entre los puntos de medición ubicados en zonas montañosas pobladas de pinos. Era el único operador al que se le permitía trabajar sin ayudante, pues ninguno podía aguantar su acelerado paso por las montañas, cosa que yo aun desconocía. Sin embargo, acompañar al Manga fue para mí una gran escuela, pues no solo aprendí a operar el radiómetro, sino además, me enseñó a orientarme en el campo -especialmente cuando desaparecían las estacas que señalaban los puntos de observación-; a no borrar nunca en la libreta de campo, donde no solo apuntaba la intensidad de la radioactividad medida, sino también, sintetizadamente, la ocurrencia de afloramientos de rocas durante el itinerario. Aprendí, sobre todo, a admirar el maravilloso ecosistema de los bosques de pinares, llegando a distinguir el pino macho del pino hembra, con su característico olor perfumado de resina fresca y entre ellos, a la bijirita del pinar –pájaro endémico de esa zona– que conjuntamente con los pájaros carpinteros pueblan esas regiones.

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Después de dos semanas de acompañar al Manga por los pinares, me dijo cierto día con su peculiar forma de hablar: –Tú no pareces habanero, porque eres un gran caminador de lomas –, y acto seguido me entregó el radiómetro SRP-2 y agregó: –Ahora voy a hacer de calculista. Acoto que este es el mayor elogio que he recibido en mis años de prospector geofísico. Recuerdo que El Manga me decía que tomara lectura donde más se detuviera la aguja del equipo, años más tarde conocí que este procedimiento se denomina la moda estadística. Manga Frita, entre otras muchas, fue protagonista de una curiosa historia, con visos de leyenda, que se contaba por esos años en las expediciones geológicas de Pinar del Río. Al preguntarle si había sido verdad, El Manga modestamente declinaba referirse a ella, solamente logré que me dijera que ese día estaba trabajando con un radiómetro “de bayetica” (contador Geiger-Müller). El hecho, a grandes rasgos, fue así: Transcurrían los primeros años de la década de los sesenta del siglo pasado y nuestro protagonista, recién estrenado como operador geofísico, recorría en solitario con su radiómetro una intricada zona boscosa del actual Parque Nacional La Güira. Quiso el destino que, simultáneamente, en ese lugar se detectara la presencia de bandidos, por lo cual se realizó un

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sorpresivo operativo para capturarlos, consistente en un cerco con cientos de milicianos. Las milicias no sabían de la presencia en la zona del personal del ICRM (Instituto Cubano de Recursos Minerales), por lo cual fue una mutua sorpresa el encuentro de Manga Frita con las tropas milicianas. Cuentan que cuando casi terminaba su jornada laboral, los milicianos rodearon a nuestro colega, de quijotesca figura y armado con un extraño aparato atado al pecho, una vara metálica en la mano y audífonos en los oídos. Uno de los milicianos, ya repuesto de la sorpresa, se adelantó y sin dejar de apuntarle con su metralleta le espetó: – ¡Así que comunicando con la CIA!... Al anochecer, en el campamento de la brigada del ICRM todos estaban preocupados, pues Manga Frita no había regresado, ya se sabía de la presencia de bandidos en la zona y muchos temían que nuestro compañero hubiera sido secuestrado o asesinado. Todos, absolutamente todos, estaban listos para unirse a la milicia y buscar al compañero perdido. Muchos no durmieron esa noche y aun antes del amanecer, un jeep con el administrador y varios compañeros partió de la brigada hacia el improvisado puesto de mando de campaña, para solicitar ayuda en la búsqueda del radiometrista desaparecido. Al llegar a su destino, se enteraron por un grupo de campesinos milicianos, que un sospechoso había sido detenido, al parecer un espía americano: blanco y de ojos azules, “que casi no se le entendía porque todavía no hablaba bien en cubano”. Mencionaron también que

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se le había ocupado un equipo de radiocomunicación. Nuestros compañeros tuvieron una corazonada y solicitaron con vehemencia ver al susodicho radista de CIA, quien resultó ser nuestro Manga, quien, agotado por el interrogatorio, dormía placidamente en una hamaca, custodiado por un combatiente, mientras que en una habitación contigua un miliciano con los audífonos del radiómetro puestos, intentaba descifrar la clave Morse en el repiqueteo producido por la radioactividad, mientras que otro estudiaba el cifrado de la libreta de campo. Aclarado el asunto, de feliz desenlace y después de las consabidas chanzas de los milicianos y de los compañeros, al regresar al campamento nuestro héroe fue vitoreado por todos los trabajadores y después de numerosos abrazos y de otras muestras de solidaridad se dirigió hambriento al comedor y allí dicen que no pudo aguantar más las lágrimas; lo esperaba una gigante, triple, ración de malangas fritas. Sirva este relato como modesto homenaje a nuestro querido camarada, hoy jubilado, José Rosado, alias Manga Frita, más conocido por El Manga, Vanguardia Nacional de la Geología.

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MOCHILA Rogelio Alberto Rosales Antúnez

Mapa, libreta, compás, ¿laterío?, la muestra de una roca en paradoja. Un pomo mal cerrado que le moja la única bufanda para el frío. Un croquis “amarrado” con el río, en pos de la pendiente que se enfila. Tal vez, una linterna con su pila y un pan semidormido en el morral, sellando con firmeza, la moral que el geólogo acomoda en su mochila

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NO HAY SUSTANCIA PURA Víctor Ramos Fernández

Transcurrían los primeros años de la década del sesenta y, cerca del crucero de Guayacanes, un pueblecito ubicado en la Carretera Central, funcionaba la Escuela Técnica del Petróleo para graduar a especialistas en dicha rama, que trabajarían posteriormente en la prospección y búsqueda del preciado líquido, uno de los primeros renglones de importancia en la economía de todo país y que comenzaba a desarrollarse en el nuestro. La escuela contaba con un claustro de brillantes y talentosos profesores, algunos de origen extranjero, lo que garantizaría graduaciones de alta calidad para que una vez finalizados los cursos, pudieran los egresados incorporarse al trabajo con todos los conocimientos necesarios y así alcanzar los objetivos propuestos.

Entre estos ilustres profesores, se distinguía uno sumamente alto, robusto, de fuertes miembros y férrea salud. Tenía un hablar peculiar y gustaba de contar anécdotas, dicharachos y vivencias, mientras daba sus clases; se caracterizaba por un particular sentido del humor. Su especialidad eran las matemáticas y cuando alguien le

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cuestionaba algo de la asignatura siempre acudía al mismo dicho: “No lo digo yo, lo dice Baldor”, porque era un ferviente admirador del famoso matemático y escritor de libros de dicha especialidad.

Un buen día, mientras impartía una clase, se le ocurrió hacer uno de sus comentarios de costumbre y lo lanzó al aire sin dilación buscando una reflexión, un punto de análisis del asunto. Comenzó diciendo:

- Antiguamente, el noventa y nueve por ciento de los comerciantes robaba.

En ese momento había algunos alumnos entretenidos en diferentes cuestiones, pero de pronto se hizo un silencio sepulcral cuando un discípulo levantó la mano con el ceño fruncido, los ojos inyectados y la mirada amenazadora, solicitando aclaración, pidió la palabra y dijo:

- Permiso, profesor, mi papá era comerciante y no robaba.

Y el maestro, ágil de mente y rápido de palabras, con una frase veloz, ingeniosa y concluyente, le contestó sin inmutarse siquiera y señalando con su dedo índice al indispuesto alumno:

- ¡Helo ahí, al otro uno por ciento!

Escuela Técnica de Petróleo, Modesto Rodríguez Anido. ICRM. 1962. Foto por cortesía del egresado Rigoberto Sotolongo Pedrosa.

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OFICIO: INSPECTOR DE CLASES Rogelio Alberto Rosales Antúnez

En el curso de trabajadores por encuentros, en el Instituto Superior Minero Metalúrgico de Moa –hoy nombrado Antonio Núñez Jiménez-, muchos obreros-estudiantes y los del curso regular diurno, apenas teníamos tiempo de conocernos personalmente.

Arribaban de toda Cuba de las formas más disímiles e intermitentes. Ora en guarandingas, motos, camiones, autos y hasta “yipones–comandos” de la Segunda Guerra Mundial. Conocí incluso a un director de empresa, que traía un tráiler-dormitorio, remolcado por un vehículo “estaticular” desde centenares de kilómetros.

Para nosotros, veinteañeros al fin, ellos calificaban como una “partía de viejos cagalitrosos”, calificativo frecuentemente empleado por Susana, una geóloga amiga, allá por Santa Lucía en Pinar del Río. Estos colegas los intercalaban en nuestras aulas de vez en cuando, a recibir las mismas conferencias y clases prácticas que ampliaban nuestros conocimientos. Regularmente, cuando menos se

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esperaba, el aula se llenaba de espesos bigotes, calvas, canas y espejuelos de todas variedades y tamaños -todavía no habían irrumpido los celulares y trunking. Eran muy pocas las féminas en esa modalidad; al parecer a las adultas de la producción, no le interesaban las carreras geólogo-mineras, por lo menos en esa época.

Ese día, sin que el alumnado se percatara - ya que no había sido presentado a los educandos-, había entrado al aula, el notorio profesor Mario Campos Dueñas, esta vez con el rol metodológico de realizar un control a la clase, que era impartida por otro ilustre profesor, el cual frecuentemente solía lanzar preguntas a boca de jarro, a modo de evaluación de aquellos alumnos que él sabía que estaban “en cueros” en algunos aspectos de las ciencias de la Tierra.

Haciendo el simulacro de seleccionar al azar su número en el registro de asistencia, la estocada le fue propinada a un “jefecito madurao con carburo” de la niquelífera Planta de Nicaro que había llegado tarde con su “caco y bota puetas”.

El que estaba siendo evaluado, totalmente despistado, se había sentado al lado de Mario Campos. Al verlo tan veterano como él y con tanta sencillez y hasta con entradas en la frente, lo confundió con uno de los estudiantes recién incorporados al recinto, a pesar de que siempre le pareció, ya sea por su temperamento o porte, que podría ser un alumno de los más aplicados del curso por encuentros.

Con un rosario de memorias, hazañas laborales y diplomas en su haber, como las de Trabajador Distinguido, manejar un camión de tiro de mineral, hasta ejercer de ayudante de cocina; el obrero de la planta niquelífera René Ramos Latour, esta vez se encontraba en un callejón sin salida ante aquello de explicar lo referente a los conceptos tectónicos de horst y grabens.

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Su moral se vio quebrantada de tal forma, que atinó, en muy mal momento, a acudir a la desesperada y fraudulenta solicitud de un soplao:

- Mulato, mulatico, tírame un cabo… -le repetía a su compañero de pupitre, al mismo tiempo que lo golpeaba solapadamente con el codo.

El inmutable educador se sonrojó un poco. No obstante, haciendo gala de su marcada decencia -para no herir en lo más mínimo al impertinente-, siempre con su tono de voz peculiar, con prudencia y amabilidad, con una leve sonrisa, le respondió al estudiante de marras:

- Mulato nnno, mulato nnno… Profesor Mario Campos Dueñas, Jefe de Departamento de Geología.

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OPERACIÓN TERREMOTO Roberto Alfonso Denis Valle

Basado en una historia real.

-¡Mire sargento: ahí van otras dos! ¡Qué cosa más rara!

Claramente visibles a la luz del potente reflector, dos serpientes de metro y medio o un poco más de longitud cada una, atravesaban en aquel momento la estrecha carretera de acceso a la unidad militar. Dicho así, no parece algo fuera de lo común, por lo menos en Angola, pero lo peculiar del hecho es que en un intervalo de tiempo muy corto un número superior a veinte de aquellos reptiles ya había salvado la distancia que separaba ambos lados de la vía. El desplazamiento, siempre a gran velocidad, había sido en parejas, tríos, de forma individual e incluso en un grupo de cinco o seis.

Aquel “desfile” -o tal vez “maniobras”- ocurría frente al Punto de Control de Pase, custodiado en ese momento por tres jóvenes soldados que no llegaban a la veintena de años y un sargento instructor, apenas un lustro mayor. El Ingeniero,

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como lo llamaban sus compañeros de misión, había cursado en Azerbaiyán, perteneciente a la entonces Unión Soviética, la carrera de Geología. De ahí el apodo que en varias ocasiones había captado la atención de los superiores y casi provocado su traslado al Pelotón de Ingeniería con los zapadores, donde según un viejo refrán circulante entre la tropa solo se permiten dos equivocaciones y la primera es, precisamente, incorporarse a esa especialidad.

En casi un año de servicio militar activo el espíritu y la lógica marciales, infundidos por el entrenamiento y reforzados por las condiciones de un escenario bélico real con enemigo tangible, habían “ocupado posiciones ventajosas” en su pensamiento, sepultando gradualmente, en una especie de “sobrecorrimiento”, al resto de los conocimientos, hábitos y habilidades adquiridos anteriormente; pero su formación teórica como geólogo, “sedimentada” en cinco años de estudios y unos pocos meses de trabajo, “afloraba” en ocasiones cual “ventana tectónica”.

Esto hacía que su comportamiento fuera a veces “discordante” con el del resto del pelotón. De esta forma fue el último que se sumó al coro que entre el asombro y la admiración contemplaba un submarino, presunto escolta de la travesía, cuando ya a la vista del puerto de Luanda, emergió junto al barco que los transportaba; ¿qué otra cosa podía acaparar su interés en aquel momento? nada menos que el intento de discernir a golpe de vista -sustituta de la piqueta- la composición litológica de unos acantilados ubicados a considerable distancia.

Famosas en la compañía eran las explicaciones a sus compañeros sobre las variedades de rocas, incluidas señales de mineralización o de organismos fósiles, cada vez que con ayuda de Perico y Paula -sobrenombres “cariñosos”

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del pico y la pala- cavaban las posiciones de tirador para una defensa circular. La misma base sustentaba las largas conversaciones con los soldados angolanos oriundos de Lunda, la región diamantífera por excelencia de ese país.

Incluso en algún momento, mientras se arrastraba por el Polígono de Infiltración o corría por el Campo de Obstáculos, llegó a preguntarse el posible origen -eluvial, deluvial o aluvial- de aquella arena tan distante del litoral como apegada a introducirse bajo la ropa, dentro de las botas y hasta entre los dientes. Claro, esta última disquisición, por encontrarse tan fuera de lugar y por su potencial influencia en juicios negativos sobre la salud mental del protagonista, constituyó “secreto militar” hasta este momento, un cuarto de siglo después, en que se “desclasifica”.

Retornemos ahora a aquella madrugada de agosto de 1986, cuando los más diversos pensamientos acudían en atropellada sucesión a la mente del novel geólogo devenido sargento. Como cualquier otro cubano de misión en la República Popular de Angola, desde el entrenamiento previo en su Patria, después durante la travesía en barco e incluso en su vida civil anterior, había escuchado un sinfín de narraciones sobre la abundancia y variedad de serpientes, a cual más venenosa, en las tierras africanas.

Su experiencia posterior, resultado de un semestre de duro entrenamiento en las tácticas de la guerra irregular, le confirmaron lo que ya sospechaba: aquellas historias eran exageradas deliberadamente para resaltar la figura del narrador e intimidar al auditorio de novatos; también ocurría que la transmisión de boca en boca multiplicaba la cantidad, dimensiones y poder letal de los ofidios. Sin embargo, lo que ocurría en esos momentos, superaba al más fantasioso

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relato y contradecía lo visto en seis meses de caminatas diurnas y nocturnas por sabanas cubiertas de hierba hasta la altura del pecho, extensos pantanos y caudalosos ríos; así como en acampadas a la intemperie bajo el acoso de nubes de mosquitos, mucho más abundantes y casi tan venenosos pero menos promocionados que las cobras, mambas y “tres pasos”.

Como en ocasiones anteriores, los conceptos y nociones de la ciencia que estudia a nuestro planeta comenzaron a reclamar espacio en el torbellino de ideas. Su formación académica en lo referente a los procesos geodinámicos internos había sido lo que se llama “fijista”, basada fundamentalmente en la Teoría del Geosinclinal con desconocimiento casi absoluto de los mecanismos de la Tectónica Global o de Placas.

Si a eso se añade la cercanía del lugar de estudio al Cáucaso, escenario de frecuentes e intensos sismos, se comprenderá la conclusión a la que iba arribando. En su experiencia personal solamente figuraba un ligero temblor de tierra, pero en la memoria almacenaba muchas anécdotas, oídas y leídas, acerca de estos fenómenos y de la capacidad de los animales para presentirlos.

El conocimiento, asimilado en clases, de que África era un “cratón” y por lo tanto sinónimo de estabilidad tectónica entró en contradicción con la posibilidad, también explicada por los profesores, de movimientos de baja intensidad en los bordes de estas estructuras de la corteza terrestre. Pero la polémica mental fue decidida por el recuerdo de imágenes, extraídas de los relatos sobre animales salvajes atravesando aldeas en éxodo inexplicable, carneros inquietos en el corral antes del cataclismo y fieles perros pastores que salvaban a criaturas de meses en sus fauces y

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a los padres que los perseguían, obligándolos de esta forma a salir de las casas en el justo momento en que se derrumbaban.

- ¡Está al ocurrir un terremoto, hay que salir al aire libre o vamos a morir aplastados!

Con el aval de los estudios cursados por el sargento fueron reducidas las inseguras “réplicas”, no del anunciado movimiento telúrico, sino las protestas de los reclutas, sobre todo del que hacía uso de las dos horas de sueño reglamentadas por la rotación de turnos de guardia y al cual hubo que despertar con empujones y sacudidas que alcanzaron valores notables en la “escala de Richter”. Rápidamente los cuatro militares abandonaron la sólida garita y tomaron posiciones alrededor de la misma.

Transcurridos unos cuarenta minutos sin otras apariciones de serpientes y ni el menor indicio de sismo, el austral invierno de Angola, no más crudo que el caribeño pero invierno al fin y al cabo, comenzó a parecer más peligroso que la catástrofe pronosticada y el soldado de descanso resumió en esta frase lapidaria el parecer suyo y de sus dos compañeros, al tiempo que regresaban a la abrigada posta:

- Lo siento sargento, pero… ¡es mejor morir por un terremoto que de frío y sueño!

El “sismólogo” frustrado permaneció todavía algún tiempo bajo el burlón mirar de las estrellas de la constelación de la Cruz del Sur. Sin argumentos de peso para contrarrestar aquella “insubordinación” acabó por sumarse a la misma. Mientras retornaba a la garita hacía intentos por reparar su maltrecho orgullo profesional con una frase de autoconsuelo:

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- Bueno… ¡por lo menos no se me ocurrió dar la alarma y despertar a toda la unidad!

Epílogo

Como esto se está usando en casi todas las películas, al igual que el cartelito que coloqué al inicio aseverando la veracidad de lo relatado, aquí les va lo que pasó después con cada personaje:

Los reclutas terminaron su curso de entrenamiento y fueron destinados a otras unidades pero no recuperaron el tiempo perdido de sueño hasta su regreso a la Patria.

Por suerte para el sargento su fama de “sismólogo” no trascendió. Aunque realizó muchísimas más guardias en Angola y en Cuba acumula más de veinticinco años en la Geología, no ha vuelto a predecir terremotos.

¡Ah…las serpientes! En realidad nunca se supo las causas de su conducta en aquella ocasión. Tal vez la respuesta se halle en algún documental sobre los ritos de apareamiento de estos reptiles.

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PERIPECIAS DE JUAN HERRERA, UN CHOFER DE

PRIMERA Ramón Omar Pérez Aragón

Era el negro Juan Herrera Un chofer del Instituto, Que no es porque fuera astuto, Aunque bruto nada era, Pero… coño, ¡qué manera De joder aquel cristiano! Amén de ser campechano, Respetuoso y buena gente, A cualquiera, de repente “Se la dejaba en la mano”. Con buena disposición, Y siempre de buen talante Echaba un mundo pa’lante En su achacoso yipón. Pero… si algún reventón O una leve ponchadura En cualquier loma o llanura Sufría, seguro que esto Decía: -¡Y yo sin repuesto! -Con su mejor cara dura.

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Por la “Ocho Vías” un día, De Guanajay a La Habana, Coge, arrima y se arrellana Sin pronunciar “ni alma mía”. Al rato, alguien le decía: - ¡Pero… vamos Juan, camina! Y con sonrisa divina Se vuelve y dice impasible: - ¿Pero con qué combustible?, ¡Se acabo la gasolina! Cierta vez a una reunión Cerca del “Cira García” Se fueron, y le decía Su jefe por precaución: - Por ninguna situación De aquí no se mueva, ¿oyó? Y cuando se terminó La reunión, no lo encontraron. Y alguien dijo: - Lo ingresaron, Pues de hambre se desmayó. Una tarde que venía Corriendo que se mataba. La patrulla lo paraba Y le dijo el policía: - Ciudadano, conducía A cien, hace unos momentos. Présteme sus documentos. Y le decía Juan: – ¿A cien? Otra vez fíjese bien: ¡Yo venía como a doscientos!

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El carné de identidad, Como una vez extraviara, Fue a la policía para, A la mayor brevedad, Reponerlo, y de verdad Que se insultó la señora Que allí lo atendió a la hora Que le inquirió: - ¿Va a donar Sus órganos? Y escuchar: - Está bien, ¡pero no ahora! Otra vez, allá en Oriente El yipi poco avanzaba, Por más que lo aceleraba No cogía más de veinte. Una situación realmente Inusual se suscitaba: La carrocería estaba Partida en dos y al instante De pisarlo, hacia delante Medio yipi desplazaba. En el reparto Alamar Se zafó la transmisión Y debajo del yipón Se metió sin protestar, Y salió después de estar Más de una hora allá abajo, Todos piensan que el trabajo Estaba ya terminado… Y dijo: - Estoy embarcado, De esto yo no sé un carajo.

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Jugaban al dominó Los choferes de piquera Y entre ellos Juan Herrera Ese día se sentó, Cuando el jefe lo llamó De urgencia para que fuera Y al director recogiera… Dijo Juan: - Deja la lata, Cuando termine esta data Yo lo busco a la carrera. Cerca de una intersección, Un gran molote se hallaba Mirando hacia donde estaba Gomas arriba un camión. Juan se bajó del yipón Y con cara de inocente Interrogaba a la gente: -¿Qué fue, qué fue, se volcó? Y un viejo le dijo: - ¡No!, Se desmayó de repente. Un día en Habana-Matanzas Trabajando pal cemento, Peñalver se inventó un cuento Del que quedan remembranzas. Fue causa de largas chanzas Una gran furnia que había: Dijo el Peña que cabía Un hombre de cuerpo entero, Juan se metió al agujero… Pero luego no salía.

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Con un geólogo extranjero, Nos fuimos por una muestra Allá en la Sierra Maestra. Dejando a Juan, placentero, Con la esposa del primero. Al volver, vimos que Herrera “Charlaba” con la extranjera, Bajo el sol abrazador, Untándole el dorador A la dama medio “encuera”. La duda siempre ha existido Y existe hoy todavía De si era que Juan se hacía O si es que era entretenido, Tampoco nadie ha sabido De quien fue la culpa cuando Venía un día caminando Y resultó atropellado Por un yipi estacionado Que arrancó, justo él pasando.

Juan Herrera mostrando la profundidad de una furnia en la roca caliza. Foto R. Pérez, 2004.

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¡¿PESCANDO AHORA?! Rogelio Alberto Rosales Antúnez

Por ser aquella una unidad de la Empresa Constructora de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), como jefes del Establecimiento de Investigaciones, se habían sucedido muchos valiosos compañeros, casi siempre militares con una basta experiencia administrativa en el fogueo de tira y ordena, asegura y traquetea combustibles, personal y técnica, no tanto así, en las específicas tareas de la ingeniería geológica.

En la aridez de la zona llamada Laguna del Jobo, al Oeste de la Base Naval de Guantánamo, esa tarde se realizaba una importante reunión operativa con los integrantes de la brigada de campo, geólogos, geofísicos, topógrafos, perforadores y ayudantes, que en torno al Teniente Coronel retirado que fungía como jefe, discutían los pormenores de los trabajos realizados y los que faltaban para culminar con éxito la comprometida tarea en una región tan complicada y estratégica para el alto mando.

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Al llegar la punto de la perforación y cuestionarse cómo andaban “las calas”, uno de los técnicos denotando una expresión de preocupación, le comunicó al ex militar al mando, que la cosa estaba bastante atrasada y además complicada, pues se había presentado una avería y que incluso los compañeros Paco y Ernesto no estaban en la reunión porque se habían quedado en el campo, ya que hacía rato que “estaban pescando”.

Sin terminar de escuchar la explicación, el máximo responsable de la brigada, se paró del banco muy airado y dando un puñetazo en la mesa del comedor, lanzó al auditorio la inusitada interrogante:

- ¿Pero como es posible que esos dos zonzos estén pescando, coj…, como está de atrasado el plan de producción?

En el silencio, retumbó una risa general, seguida de un leve desorden. El ingeniero que estaba sentado al lado del jefe, aprovechó la confusión y le masculló algo en el oído. Todo el mundo comprendió que le estaba explicando, que al decir pescar en perforación, se estaba refiriendo a la recuperación y extracción del tren de varillas que se había quedado en el fondo de la cala más profunda de la investigación que se acometía.

- ¡Bueno después me explican esa m…! -profirió el dirigente.

La reunión continuó gracias a la considerada represión del carcajeo por parte de los laboriosos y abnegados investigadores.

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PESADILLA CON MASTODONTES Ramón Omar Pérez Aragón

A un simpático personaje cubano Llamado Megalocnus Rodens

En contar pongo mi empeño Un cuento que a la sazón No sé si es verdad, ficción O si se trata de un sueño. El colega pinareño Que me lo contó me dijo Que lo oyó contar a un hijo De un pariente que era zoólogo, Que a su vez, se lo oyó a un geólogo, Más, oigan el acertijo: Tres geólogos que al solano Volvían un día al campamento Vieron un afloramiento De rocas del ¿Maastrichtiano? Y fueron piqueta en mano A muestrear aquel lugar, Cuando dijo el auxiliar: - ¡Miren estas concreciones!, Se parecen los coj… De algún extraño ejemplar.

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Rieron de la ocurrencia Mas, luego serios quedaron, Cuando de cerca observaron Aquellos hombres de ciencia, La extrañísima apariencia De aquellas bolas enormes. No constaba en los informes Sobre hallazgos similares Y a estudiar los ejemplares, Se dedicaron conformes. Quisieron de una mirada Desentrañar el misterio, Pero aquello no fue serio, La roca estaba alterada. De forma desenfadada Con las piquetas trataron De partirlas, mas, quedaron Cansados y estupefactos. Y los testigos, intactos, Como mismo los hallaron. Con el ácido, deprisa Quisieron determinar, Y poder dictaminar Que la roca era caliza, Pero ocurrió que caliza La roca no resultó: La reacción que suscitó El chorro fue debilita, Amén de alguna calcita Que en las grietas se incrustó.

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Como que ya atardecía Y aquello no daba nada Pensaron que en la brigada Si el tiempo favorecía, Y la suerte aparecía, Terminarían el quehacer. Y casi al anochecer Las dos pelotas cargaron Y así se determinaron Al campamento volver. Llegaron a la brigada Con unas caras siniestras, Pues sus mochilas de muestras Rondaban la tonelada. Mas, tuvieron bien ganada La admiración general, Pues fue la opinión global De los hombres de esta ciencia, Que se hallaban en presencia De un hallazgo excepcional. Y como que no pudieron, Ni allí ni en otro lugar Los testigos segregar Para su estudio, acudieron A otros medios y tuvieron Muy pronto que recabar La ayuda externa, apelar A varias instituciones, Cuyas colaboraciones No se hicieron esperar.

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De los Estados Unidos En una universidad, Dieron la seguridad Varios geólogos reunidos, Que los datos obtenidos Mediante potasio – argón Daban la confirmación, Por lo cual aseguraban: Las edades no bajaban Del Mioceno en aquel clon. Desde Bonn sin traducir, Se recibió en Alemán Una información que están Tratando de transcribir: “Según peritos decir, Ser la muestra que han mandado, Resto silicificado De huevos de mastodonte Que habitar antes en monte Donde haberlos encontrado” Pasmado por la sorpresa Quedó el jefe del proyecto Ante el resultado abyecto Que abrumaba su cabeza. Antes, había la certeza Que el animal reportado Era un mamífero y dado Que los datos no mentían, Los científicos tendrían Que reevaluar lo afirmado.

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Si en nuestros antiguos montes, Por los fósiles senderos, Los germanos compañeros Dicen que había mastodontes Que al igual que los sinsontes, Según estos datos nuevos, Andaban poniendo huevos, A la luz de estos candiles, Se trataba de reptiles O de aves, ¡¿serían efebos?! Se prepararon de urgencia Publicaciones seriadas Profusamente ilustradas; Se dictó una conferencia, Induciendo a la creencia De que estaba demostrado, Que aquel testigo encontrado Del Mioceno, en aquel monte, Pertenecía a un mastodonte En un huevo aún enclaustrado. Pero críticas violentas Muy pronto se suscitaron, De todas partes llegaron A cuales más virulentas. Y vieron a fin de cuentas Los sabios que habían errado, Que algo les había fallado Y en aras de la gran ciencia, Dedicáronse a conciencia A reevaluar lo afirmado. Un examen minucioso Realizaron de los datos,

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Y quedaron turulatos Al detectar que el dichoso, Es decir, el desastroso Motivo de confusión, Fue un error de traducción De aquel alemán artículo, Porque huevo por testículo Se plasmó en la transcripción. Y hubo que rectificar, Retirar todo lo dicho, Porque el desgraciado bicho Lo que dejó en el lugar Del hallazgo por azar, No fueron huevos de nido, Sino que el muy atrevido, Causando mil confusiones, Dejo sus santos coj…, Quién sabe si por olvido. Si algo hay que reconocer En toda esta historia extraña, Es que a veces, vale maña Tanto o más que el buen saber, Porque aquel atardecer, Junto a aquel afloramiento, Justo en el mismo momento Que empezaban a excavar, Adivinó el auxiliar El misterio de este cuento

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PETRÓLEO AL DOBLAR DE LA ESQUINA Ramón Omar Pérez Aragón

Dicen que es el hombre, el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Claro está, eso no incluye a los geólogos. Los geólogos no solamente colisionan dos veces y más, sino que andan buscando piedras de su interés –que son casi todas- con las cuales tropezar, y no solo eso, sino que después que chocan con ellas las golpean, las huelen, las escupen, hasta las saborean pasándole la lengua, sobre todo si sospechan que las mismas puedan resultar menas de posible interés industrial.

Son obstinados los geólogos, no se cansan ni se amilanan ante resultados adversos, siempre van tras las rocas. Ya conté una vez, en una crónica titulada “Petróleo al cantío de un gallo” el chasco que resultó, hace más de tres décadas, la penosa búsqueda de una ocurrencia petrolífera denunciada por un campesino, según el cual, el petróleo se encontraba a la citada criollísima distancia. Hoy traigo otra historia muy parecida, pero diferente: esta vez, aunque se trata de petróleo, nadie había denunciado nada. El denuncio

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fue posterior al hallazgo y éste fue completamente fortuito, además, el resultado fue mucho más halagüeño…

Todo ocurrió en la Zona 21 de mi barrio alamareño y comenzó con una severa escasez de agua. Sí, de H2O. Aquí el lector dirá: ¿y qué tiene que ver la amnesia con la magnesia?... Nada. Pero veamos: De todos son conocidas las penurias que sufren los habitantes de algunos barrios capitalinos con el insuficiente suministro del comúnmente llamado “preciado”, aunque también pudiera llamársele “despreciado líquido”; lo cual siempre se achaca a dos causas fundamentales y bastante comprensibles: la escasez del líquido en tiempos de sequía, agravada por los salideros resultantes del deterioro de los vetustos sistemas conductores de la mayoría de los también antiguos barrios afectados. Y aunque esta última teoría no es muy plausible para el caso del reparto Alamar en el Este capitalino, donde los citados conductos tienen a todo dar treinta ó cuarenta años, lo cierto es que…

Llevábamos varios meses con un enorme déficit de agua, sin que nadie diera una explicación más o menos satisfactoria sobre las causas de tal situación, ni hiciera, aparentemente, nada por resolverla. Se habían multiplicado alarmantemente los casos de hernia, tanto discales como umbilicales e inguinales, las ciatalgias, sacrolumbagias y otras afecciones óseas y musculares estaban a la orden del día… la cargadera de cubos, tanquetas y todo tipo de envases plásticos o metálicos parecía no tener fin… De pronto, sin entrar demasiado en detalles de cómo ni por qué, cuando la crisis parecía ya insostenible, aparecieron brigadas de obreros e ingenieros, equipos, aparatos, tuberías… y lo que no se había resuelto en más de año y medio, se resolvió en una semana.

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Sustituidos unos tramos de obsoletas y tupidas tuberías metálicas por otras del moderno y sintético PVC, -que por cierto, es un derivado del petróleo- llenáronse las cisternas, activáronse los motores-bombas, abasteciéronse los hogares, alegráronse los corazones y aliviáronse los esqueletos. Una vez cumplida la misión, con la misma espontaneidad con que habían aparecido, se retiraron las salvadoras brigadas, los aparatos y los equipos, pero… porque no puede faltar el pero, quedaron abiertas las zanjas y expuestas las tuberías, no sé si con algún propósito técnico o simplemente por olvido. El caso es que, fortuito o no, fue este hecho el que propició el hallazgo.

Volviendo una tarde del trabajo, en una de las paredes pétreas de la zanja abierta exactamente en la esquina de la calle 180 con 1ra D, es decir la esquina de mi casa, me pareció observar unas manchas oscuras, que para ser sincero no me llamaron demasiado la atención. Es más, a pesar de que soy geólogo -aunque no petrolero-, no les di ninguna importancia, pues pensé que eran unos tristes manchones de asfalto, acaso de plástico derretido que alguien había derramado allí cuando pegaban los ya citados tubos prietos de PVC.

Al día siguiente sin embargo, me pareció que las manchas habían crecido, lo cual cambió radicalmente mi actitud hacia ellas, de hecho, me dirigí directamente al hueco y me asombré de ver que se trataba evidentemente de un derrame “in situ” y mucho mayor de lo que se veía desde la acera, por lo que a pesar de que no llevaba espejo ni soy sicólogo, me acordé de “Lindoro Incapaz” y de Calviño y me dije: “mimismo”, busca la piqueta y la cámara, que esto “vale la pena”.

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Minutos más tarde, arrojado de lleno a la zanja, ante la vista atónita y preocupada de mis vecinos, golpeaba, olía, lamía y tomaba varias fotos, además de una abundante muestra del viscoso mineral, muy similar por su color y consistencia a la resina que vierten los pinos: viscoso y ambarino, entre traslúcido y opaco hasta negro, pero con un olor radicalmente diferente, tanto que no era olor precisamente, era el fétido tufo del azufre.

Aun en la duda de que pudiese tratarse de un salidero de algún recipiente olvidado en una zanja anteriormente cavada, improvisé un breve reporte, e hice lo que le aconsejaría a cualquiera que hiciera en tales casos: se lo envié tan rápido como al otro día a mi amigo y colega petrolero Evelio Linares del Centro de Investigaciones del Petróleo (CEINPET) para su evaluación y registro:

REPORTE DE OCURRENCIA DE HIDROCARBURO A finales del mes de Octubre de 2009, en una zanja practicada para la reparación de la red de acueducto local en una esquina de la Zona 21, Alamar, municipio La Habana del Este, se pudo observar la ocurrencia de mineralización en forma de un fluido viscoso muy denso, de color ámbar a negro intenso, lustroso, que despide el olor acre característico del asfalto o alquitrán. El mineral parecía manar por gravedad a través de una grieta horizontal, probablemente el contacto entre dos estratos de una roca margosa de color blanquecino, aparentemente de las formaciones Cojímar o Güines. El estrato superior no superaba los 50 cm de espesor y aparecía cubierto por una capa de suelo arcilloso rojizo. El estrato inferior era de poco espesor y parecía acuñarse contra la roca subyacente: una arcilla de color rojizo a veces carmelitoso que podría ser de una formación más antigua (Fm. Universidad?, Vía

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Blanca?), la cual por sus características (impermeables) bien podría servir de sello a la migración del fluido. La grieta horizontal (posible contacto entre dos estratos) era observable en una extensión de 2,5 a 3 metros, a lo largo de la cual se observaba de forma casi ininterrumpida el flujo de la mineralización con mayor o menor intensidad, apreciándose un mayor volumen hacia el extremo norte del afloramiento.

Posible mineral: asfaltita

Ubicación: Una zanja de acueducto junto a la cisterna del Edificio 708, en la intersección de las calles 180 y 1ra D, Zona 21, Alamar.

Descripción: pared noroccidental de la zanja referida.

Observaciones: Llama la atención que esta zanja se cavó no hace más de 20 días y que el flujo de mineralización ha ido en incremento, pues en los primeros días apenas constituían manchones negros aislados y en la fecha de este reporte 16/11/09, los flujos, a pesar de ser muy densos (alta viscosidad) se observan en forma de derrame en toda la pared del afloramiento e incluso llegan a formar pequeñas acumulaciones en el fondo de la zanja.

……………..

En el breve plazo de una semana, mi amigo me envió un sorprendente “e-milio” en el cual me comunicaba que los análisis practicados a la muestra de “asfaltita” por mí enviada habían arrojado el siguiente resultado: se trataba de petróleo natural. Luego me explicaría que existen medios para diferenciar un crudo de origen natural de un producto industrial, ya que el segundo siempre tiene trazas de otros elementos químicos adicionados en los procesos de refinación.

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Como se puede notar en este relato, al cabo de más de seis lustros un geólogo había vuelto a chocar con la misma piedra, pero a diferencia de la vez anterior, en que la ocurrencia “descubierta” ya había sido reportada con muchos años de antelación por un geólogo extranjero, en esta ocasión el “taíno” sí había encontrado su “mene1” y el petróleo estaba un poco más cerca que al “cantío de un gallo”, estaba, literalmente “al doblar de la esquina”.

1 Excremento, pero también manadero natural de petróleo en la lengua

de nuestros ancestros taínos.

Derrame natural de petróleo por una grieta horizontal en una zanja del reparto Alamar. Foto: R. Pérez 2009.

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PIQUETA Rogelio Alberto Rosales Antúnez

Del topógrafo: El plano y la plancheta. Cosmógrafo vidente: El telescopio. El útil del galeno: Estetoscopio. Del geólogo, orgulloso: La piqueta. Flamante “rock pick hammer”, la maceta que acompaña a la ciencia en la diatriba. Complaciente, servil, caritativa, invicta de los pétreos y de abrojos. Machaca las almendras y corojos, la “Estwing”, más que cara, alternativa.

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¡QUÉ IGNORANTE FUI! Jesús M. Véliz Basabe (†)

A principios del año 1963, me encontraba trabajando en “la brigada soviética de gravimetría marina”, perteneciente al entonces Instituto Cubano de Recursos Minerales (ICRM) que realizaba la prospección para petróleo en la cayería Jardines del Rey, de la costa norte de Cuba. La brigada basificaba en Caibarién y yo era novato en lo que respecta al mar, pues soy natural de tierra adentro.

Cierto día, estando en la referida base de Caibarién, el viejo Manuel, patrón del barco donde estaba instalado el gravímetro de fondo con el cual yo trabajaba, me dice:

- Jesús, hazme el favor y pregúntale al viejo Titi (patrón de la patana), que está calafateando aquella patana lo siguiente: ¿Titi usted no cree que esa patana, virándola boca abajo se pase menos trabajo y se termine en una semana?

Una vez cumplida la misión, el viejo Titi me miró de arriba abajo y contestó:

- ¡Ignorante!, ¿quién fue el idiota que te mandó a que me preguntaras semejante sandez?

¡Qué pena pasé!, pues de verdad que fui un ignorante

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¡QUÉ MEMORIA!

Ramón Omar Pérez Aragón Al Dr. Ingeniero Alfredo Norman Vega,

mi estimado colega y primer inmediato superior; a nuestra queridísima e insustituible Daysi Gómez,

la decana de las secretarias geológicas.

Por allá por las postrimerías del año 1976, a raíz del descubrimiento del primer afloramiento de bauxitas en la zona de Cacarajícara, en las inmediaciones de Sierra Azul y Pan de Guajaibón, a ambos descubridores, el geólogo soviético Veniamín Teleguin y quien esto escribe, a la sazón técnico geólogo recién graduado en la Escuela Tecnológica de Prospección Geológica de Kiev, Ucrania, se nos dio la tarea de buscar y encontrar nuevos afloramientos del mineral del aluminio, por lo que durante unos meses nos dedicamos, como suele decirse en el argot geológico, a “patear” las ya mencionadas lomas, aunque realmente a veces no se sabe quien pateaba a quien.

De más está decir que la “tardita” no era jamón, ya que a pesar de no ser demasiado altas, pues como sabemos la

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mayor altura, que es precisamente el citado “Pan”, no rebasa los 699 metros, las dificultades de todo tipo en estas serranías, no son precisamente algo que escasea: A las empinadas pendientes de las laderas norteñas se le suma el gran desarrollo del Carso que esculpe las calizas predominantes en su composición. Allí abundan las peligrosas furnias, los embudos o bolinas y las cavernas de todas las configuraciones y tamaños, pero en realidad, el tipo de Carso preponderante es el tapies o labias, que dicho así, con ese tono afrancesado, parecería una cosa muy exquisita, a lo mejor por eso y no por gusto, alguien le puso el criollo y más apropiado nombre de “diente de perro”, porque de verdad que muerde e hiere al menor descuido las manos y las piernas, sobre todo allí donde termina la bota.

El agua es bastante deficitaria por allá arriba, pues solo aparece la de origen pluvial que se acumula en lo que vendrían siendo las “encías caninas”, es decir las oquedades entre diente y diente de perro, y les aseguro que no es nada potable y menos apetecible, ya que con frecuencia está llena de cuanto bicho hay; es cierto que aparecen los famosos bejucos de agua, pero no en la cantidad, ni con la frecuencia necesaria, si se tiene en cuenta lo que se suda y la constante necesidad de ingerir líquido que provoca el “paseo” por tales agrestes paisajes, donde el calor a veces es sofocante, tanto en los claros soleados como en las partes sombrías, donde además, los zumbantes mosquitos aportan lo suyo.

Todos estos obstáculos naturales, sin embargo, pudieran considerarse insignificantes, si se comparan con los que suponen la cantidad de plantas calcófilas, espinosas y venenosas de toda clase que abundan, nutren y espesan la tupida, exuberante, asfixiante y a menudo desesperante manigua que puebla dichos cerriles parajes.

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Precisamente, las espinas de la vegetación “sierrazulana” y su efecto exasperante, fueron la causa de la anécdota que da origen a esta crónica.

Aquella mañana, el trillo que habíamos escogido para trepar la sierra en busca de nuevos afloramientos primarios de bauxita, se había ido acuñando rápidamente hasta llegar a ninguna parte, es decir, hasta desaparecer completamente en medio de la espesura.

Ante la falta de un guía o práctico, como el que se suponía que debíamos tener, no me quedó más remedio, en mi condición de técnico geólogo, mucho más joven que el técnico superior por demás extranjero al que acompañaba, que agarrar el machete y romper monte cuesta arriba entre el guao y el contraguao, la pica-pica, y por si fuera poco, la abundante cantidad de púas y espinas de todo tipo. Sí, porque allí había espinas grandes, medianas y pequeñas; espinas en las ramas y troncos de las yúas y las salvaderas, sobre los cuales a ratos apoyábamos las manos sin querer; las había en diferentes tipos de lianas y bejucos, como la terrible cortadera, que lacera la piel expuesta de la cara y el cuello; espinas venenosas y urticantes en los tallos y las hojas del abusivo chichicaste o “chichicate”, como incorrecta pero más frecuentemente se le llama, y de su pariente cercana, la irritante pringamoza.

No faltaban espinas en las cactáceas de diferentes especies, formas y dimensiones, pero sin duda, una de las plantas más insoportables era una muy parecida a la maya o piña de ratón, pero mucho más grande, poseedora de largas, fuertes y carnosas hojas armadas en sus bordes de unas espinas cortas, duras y curvas que se clavan en la piel a través de la ropa y se traban en ambas como la fija de un arpón, por lo que hay que detenerse y retroceder con mucho

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cuidado para liberarse de ellas con bastante trabajo y mucho dolor.

El camarada Teleguin, que me seguía a corta distancia, además de un excelente y experimentado fotointerpretador y geólogo de campo, era al parecer, como casi todos sus coterráneos, muy aficionado a la botánica, pues constantemente me preguntaba el nombre de esta o aquella variedad de la flora lugareña, a lo cual yo respondía en la medida de mis rudimentarios conocimientos de esta materia, obtenidos desde mi niñez, fundamentalmente a través de mis primos guajiros, durante mis frecuentes y ya lejanas excursiones veraniegas a la finca de mis tíos y abuelo paternos, por allá por las estribaciones del Escambray:

- Eta guao (eso es guao) –le decía yo.

- “Guau” –repetía él, para al poco rato volver a preguntar- ¿A eta? (¿y esto?)

- Eta chichicaste -le respondía. Y él, como eco distorsionado:

- Chis-chis-cas-tes.

Así avanzábamos lentamente, sudorosos y arañados, deteniéndonos a intervalos para describir él y muestrear yo, algún afloramiento de interés, y continuar de nuevo la marcha y la clase práctica de botánica:

- Eta pringamoza -le dije en una ocasión, alertándolo de lo peligrosa que era dicha planta.

Lo que repitió no lo transcribo pues realmente me pareció un disparate. Traté sin embargo de corregirlo:

- Niet, niet: prin-ga-mo-za…

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En cierto momento del itinerario, en que nos tocó atravesar un tramo repleto de las arriba citadas plantas de fuertes y carnosas hojas como diabólicas lenguas orladas de espinas cortas y curvas, nos vimos de pronto atrapados los dos por las mismas, como si hubiésemos caído en un campo lleno de enormes y verdes rollos de alambre de púas, que mordían dolorosamente las carnes de piernas y brazos, torso y espalda... En medio de la lucha tenaz por librarnos de aquella trampa infernal, al colega, como era su costumbre, no se le ocurrió mejor idea que preguntarme:

- ¿Eta pringa mosha?

A lo cual, en parte porque no lo era y también porque entre las espinas y las preguntas, estaba ya al borde de la desesperación, le contesté con un obsceno y desconsiderado exabrupto. Esta vez, al parecer por tratarse de una palabra compuesta, o quizá de difícil pronunciación para él, no escuché por parte del aplicado estudioso de la flora tropical la repetición del supuesto nombre de la infame especie. Al cabo de un rato, salimos de allí rasguñados, sangrantes y adoloridos, pero no se habló más del asunto…

Habían pasado más de diez días de aquel hecho y ya de regreso en La Habana, en las oficinas de la Dirección General de Geología y Geofísica (DGGG), nos presentamos ante el subdirector de Geología para rendir el parte de las incidencias del trabajo de campo. La secretaria, una señora muy seria, pero amable, se puso de pie y nos abrió cortésmente la puerta del despacho del jefe.

- Pasen, por favor. Alfredo los está esperando.

Al entrar en su oficina, el compañero subdirector, persona de gran cultura, esmerada educación y excelentes modales,

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se puso de pie y extendió su diestra al tiempo que se interesaba de forma risueña y afable:

- ¿Qué tal Teleguin, como les fue en el viaje de campo?

Pero su sonrisa amable se congeló en su rostro, transformándose en una mueca de desconcierto… La secretaria abrió los ojos desmesuradamente, mientras un tinte rojo violáceo le cubría el rostro… Y este mortal, culpable del desastre, no sabía dónde se iba a meter. El ingeniero soviético, aún de pie frente al camarada subdirector, le mostraba sus brazos llenos de pústulas y arañazos mientras le espetaba en su mejor español posible, aunque con fuerte acento cubano-caucasiano:

- ¡Oh! ¡Mucha pin… mocha!

Indiscutiblemente, además de una gran afición por la botánica, aquel ruso tenía tremenda buena memoria.

El geólogo fotointerpretador soviético Veniamín Pávlovich Teleguin y su alumno Ramón O. Pérez Aragón, en las cimas del Pan de Guajaibón. 1976.

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¡QUÉ SUSTO PASÉ, COMPADRE!

Jesús M. Véliz Basabe (†)

Estando en la brigada Soviética de búsqueda de mineral de hierro en las provincias Camagüey - Las Villas (1961-1962), me encontraba trabajando en la región de Cienfuegos, en los cotos mineros Loma Alta y La Habanera, cerca del poblado de Los Guaos, en las estribaciones de la Sierra del Escambray. Una tarde, el Jefe de Geofísica, el ingeniero soviético Dimitri P. Klimentov, me pidió que lo acompañara a revisar el área donde debíamos comenzar a trabajar al día siguiente. Solamente salimos nosotros dos y el chofer del jeep.

Eran los años de la Lucha Contra Bandidos, cuando las bandas de alzados al servicio del imperio azolaban aquellas serranías. Ya en el área de la antigua mina Loma Alta, comenzó un tiroteo al parecer entre una patrulla de milicianos que chocó con algunos alzados que merodeaban por la zona. Solamente yo contaba con un arma (una pistola), pero cuando busco con la vista a Dimitri no lo

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encontré, pues se me había desaparecido. Lo llamé y no recibí respuesta.

Yo tenía experiencia de lo que eran capaces los alzados por haber luchado contra ellos en ese mismo escenario durante “la primera limpia”, por lo que pensé para mis adentros: “en qué lío me meto yo si le sucede algo a este soviético”.

Comencé a buscarlo y subí hasta la cima de la loma donde se encontraba la mina, una vez allí, en lugar de yo encontrar al soviético, él me descubre y me llama… se había escondido en el fondo de la vieja mina. Fue más astuto que yo, pues se escondió sin avisarme.

¡Qué alivio sentí!, Pero… ¡QUÉ SUSTO PASÉ!

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¿QUÉ TIENE EL YIPI ESE? Ramón Omar Pérez Aragón

A mi inestimable Nyls Gustavo Ponce Seoane, él sabe por qué.

Es incuestionable el hecho de que la mayor parte de las patentes de inventos, marcas y nuevas tecnologías o son yanquis, o están registradas en el idioma de los yanquis, es decir, en inglés. Claro, ellos son los dueños del dinero mundial y por tanto compran, cuando no se roban todo, incluyendo los cerebros que generan tales invenciones.

Tampoco se puede rebatir, que nosotros, los cubanos, dicharacheros y jodedores, amigos del bonche y de la jarana, capaces de burlarnos hasta de nuestras propias vicisitudes, somos famosos también por aquello de tener y hablar muy correctamente nuestro idioma, es decir “el cubano”(“¡qué volá!”), lo que viene siendo algo así como “machacar” el idioma de Cervantes(“¡albricias!”) y por extensión el resto de los idiomas que caen en nuestras lenguas: ruso (“jarachó”), italiano (“equelecuá”), portugués (“voyembora”) y por supuesto el inglés (“senkiuverimoch”),

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de donde frecuentemente se importan y “aplatanan” palabras e incluso frases enteras con mayor o menor grado de transformaciones estéticas y fonéticas, que adornan “nuestra lengua materna” (¡de madre!).

Como el idioma que nos interesa para esta historia es el inglés, refresquemos algunos ejemplos de lo anteriormente expuesto: como muchos sabemos, la marca de buses Wa &Wa, importados de “yanquilandia” a principios del pasado siglo XX, dio origen al inmortal e indeleble nombre de nuestras “guaguas”.

Asimismo, el nombre de una internacionalmente reconocida y afamada marca de vehículos rurales norteamericanos, “Jeep”, se transformó en el genérico de ese tipo de transporte en Cuba, sin importar que sea realmente un Jeep, o un “Land-Rober”, un “Willys”, o un “Toyota” e incluso un “Gas 69”, sencillamente se llaman “yipi”. Solo en caso de que el yipi sea un poco más grande y tosco, como es el caso del Uaz soviético, escaparía a este calificativo para pasar a llamarse de una forma muy diferente: “yipón”.

Claro está, debemos acotar que el machacamiento hispánico del idioma de Shakespeare no es ni mucho menos un invento solamente cubano, este proceso lingüístico tiene su origen y mayor desarrollo en los propios Estados Unidos de Norteamérica, gracias a la multinacional avalancha de latinos, que hacia ella fluyen desde los hasta hoy “desunidos estados suramericanos”, fundamentalmente mejicanos, boricuas, cubanos, dominicanos, etc., que dieron origen a esa variante del inglés conocida como “spanglish” (“la mother mía se fue pa` la cherch”) que se habla a todo lo ancho del territorio “yuma”, desde el sur de la Florida (“miami") hasta California y hasta en el mismo corazón del

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Imperio, es decir en la cosmopolita ciudad de Nueva York (“¡la gente del Bronx!”).

Pero volvamos nuevamente a Cuba, donde el síndrome del cubaneo no se queda en la calle, ni en el lenguaje popular, la actividad científico-técnica no escapa a su influencia y la geológica no es la excepción.

El desarrollo de los medios de cómputo y los equipos electrónicos ha traído la inclusión de anglicismos a nuestro léxico geológico, pero no anglicismos puros ni sofisticados, sino anglicismos a lo cubano. Así, por ejemplo, los Geographic Information Systems (GIS) no fueron nunca llamados correctamente al cubanearse; los más excelsos científicos cubanos jamás pronunciaron “yi-ai-es” en inglés, ni se molestaron en llamarlos “sig” (Sistemas de Información Geográfica), o sencillamente “gis”, en español. No, nada de eso, para nosotros se llaman híbridamente “yis”. Lo mismo o algo similar, le sucedió a los Global Positional Systems (GPS), que raramente son llamados “ge-pe-ese” y tampoco “yi-pi-es”, menos aún “ese-pe-ge”, no señor, ese equipo, por obra y gracia de la simbiosis idiomática del cubaneo se llama “yi-pi-ese”.

Estoy convencido de que para la mayoría de los que hayan llegado a este punto de la lectura, toda esta “trova”, debe haber sido bastante aburrida, cuando no, poco interesante. Sobre todo para aquellos a quienes les da lo mismo ocho que ochenta, los asuntos relacionados con el idioma y la fonética y que no se inmutan incluso, cuando un locutor de radio o un periodista dice “verdag” por “verdad” o “relot” por “reloj”.

Me atrevería a apostar, que muchos colegas en la Geología, conociéndolos como los conozco, estarán a punto de remitirme a mis ancestros. Pero sé que me perdonarán

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cuando lean el final de la historia y la causa de tan prolongado prolegómeno.

En el “cash board”, perdón, el “comité de caja”, se valoraba la necesidad-prioridad de invertir parte de los escasos recursos en divisa en la adquisición de un, por aquel entonces, novedoso, desconocido y por tanto sospechoso Sistema de Posicionamiento Global (GPS), cuya solicitud había sido promovida y era fervientemente defendida por algunos técnicos que recientemente habían terminado estudios “afuera”.

El precio del enigmático (para la mayoría de los presentes) aparato, al cual se referían en la variante cubaneada de sus siglas, a saber, “el yi-pi-ese”, andaba entonces por los 800.00 - 900.00 CUC, suma nada despreciable. Muchos de los presentes abogaban a favor de la compra de una cámara fotográfica digital, que además de ser muy necesaria, también, era mucho más “potable”, es decir, conocida y entendida por todos, sin necesidad de muchas explicaciones ni argumentaciones.

No obstante, los partidarios del “yi-pi-ese”, obstinadamente insistían en sus argumentos, exponiendo las ventajas de contar con un equipo que permitía ubicarse exactamente en el campo con una precisión de centímetros, lo cual representaba una mejoría incalculable a la hora de colocar cualquier punto en el mapa, incluso, la capacidad de trazar exactamente los itinerarios y archivarlos electrónicamente en su “memoria”, para luego ser “descargados” en las computadoras, cosa de valor inapreciable para el mapeo geológico; que además era capaz de conducir al portador a un punto o varios puntos cualesquiera, con solo introducirle previamente las coordenadas; se argüía además que la mayoría de los geólogos a nivel mundial, ya ni siquiera

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imaginaban salir al campo sin el famoso “yi-pi-ese”, etc., etc., etc.

Los argumentos eran sólidos y contundentes, sobre todo para los técnicos que participaban en el debate, pero para la mayoría de los administrativos, economistas, entre otros la idea de contar con una camarita que dejara memoria gráfica digital de cuanta actividad se llevara a cabo en el centro, era mucho más atractiva. Por fin, después de más de una hora de argumentaciones y contra-argumentaciones, llegó el momento de la votación.

Aquí fue donde el cubaneo entró a jugar su papel decisivo para favorecer al “yi-pi-ese” de la forma más increíble y jocosa: uno de los miembros del “cash board", sin perdón, específicamente el representante de los trabajadores, quien había dormitado olímpicamente durante la mayor parte de la discusión, saliendo de su letargo expresó su punto de vista de la siguiente forma:

- “Bueno, señores, por una cuestión de orden, antes de votar a favor o en contra, yo quiero que por fin me aclaren una cosa: ¿Qué tiene el “yi-pi-ese” que no tengan los otros “yipis” nuestros?”

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RECURSO MNEMOTÉCNICO Ramón Omar Pérez Aragón

Al colega Claudio Pérez… y a su nieto

Al nieto de Claudio Pérez, Colega en la Geología, El abuelo lo quería Iniciar en sus quehaceres. Le consiguió unos talleres Y un círculo de interés, Donde con gran avidez El pequeño se enfrentó Con algo que lo llevó Casi al borde del estrés. La ciencia le era agradable, Casi todo lo entendía, Mas la terminología Le resultó indescifrable. Sintiéndose algo culpable, Quiso ayudarlo el abuelo, Con un recurso que al vuelo El muchachito captó, La mnemotecnia aplicó Muy sanamente el chicuelo.

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Su abuelito le había dicho En una actitud estoica: - Para la era Paleozoica Piensa en un palito, chicho, Para esto hay que ser bicho: La Mesozoica, en la mesa, Y con la misma agudeza, La Cenozoica, en un seno, Y pronto verás qué bueno Se graban en tu cabeza. Entró el chico en la pelea Siguiendo las instrucciones. Mnemotécnicas sesiones Utilizó en su tarea. Y espero que se me crea Pues lo dijo el propio abuelo. Después de mucho desvelo, El resultado final En sí no estuvo tan mal, Mas, de risa cayó al suelo: -Abu, -dijo el nietecito- Ya la geológica historia Me la aprendí de memoria Y ahora te la recito: El período más viejito Sin duda es el Paleozoico, El del medio, el Mesozoico, Y el más nuevo… no recuerdo Deja ver… ¡sí, ya me acuerdo!, ¡Sí claro, es el “Tetozoico”!

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SOBRE LA MARCHA Rogelio Alberto Rosales Antúnez

Atiendan acá y oigan esto, en una marcha ruta de 25 kilómetros…

Punto 1: Salida del campamento. Lutitas y aleurolitas.

Punto 2: Caliza.

Sobre la marcha: Caliza.

Punto 3: Parece toba.

Sobre la marcha: Toba.

Punto 5: Creo que es toba.

Sobre la marcha: Toba y caliza.

Punto 6: Caliza.

Punto 7: Llegada al campamento. Hay lutitas y aleurolitas.

- ¡Sepan que el que vuelva a hacer una descripción de campo como esta que he leído, les juro que mientras yo exista, no aprobará jamás la carrera de Geología…! -Así decía el profesor Félix Quintas, mientras daba las

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instrucciones en una clase práctica de levantamiento regional a los muchachos de segundo año del ISMM de Moa.

El estudiante justipreciado en público, aún babeaba la hamaca de saco atada en un viejo barracón de esclavos del cafetal “La Fraternidad”. Refrescaba la resaca de la borrachera de la noche anterior. Era un inmemorial e impasible amanecer en el Ramón de La Yaguas.

Su “jevita”, a la que todo el mundo miraba de soslayo, lo esperaba afuera, en el grupo, muy apenada, abrazando la verde mochila y la flamante piqueta. Una amiga cercana solo la escuchó decir:

- A la verdad que Pancho está loco...

- Conclusión: Repetir la marcha ruta mañana domingo, si no, sobre la marcha, se me va de aquí para su casa -sentenció el profesor.

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SORPRESAS EN LOS VALLES Evelio Linares Cala

El paisaje de la llanura del Cauto se iba transformando gradualmente a medida que recibía los primeros rayos del sol, hasta alcanzar un verde brillante, deleite de la vista de los viajeros. Habíamos partido de madrugada desde Bayamo, en una centellante camioneta Toyota blanca, heredada de una compañía petrolera que había operado en asociación con Cuba. Recordaba, que en 1966 había pasado por los mismos predios investigando las rocas de varias formaciones, midiéndoles la susceptibilidad magnética y la densidad, pesquisa que precedía las campañas geofísicas proyectadas.

Como medio de transportación, contaba entonces, con un yipi ruso Gas 69, manejado por el viejo Simón, un santiaguero de pura cepa, quien se esmeraba diariamente para hacernos la vida llevadera y de paso vanagloriarse de las bondades de aquel “aparato”, que nunca nos dejaba abandonados a nuestra suerte en los llanos y montañas de la encantadora región oriental.

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Los alojamientos, por entonces, eran disimiles: albergues de cuantas entidades nos dieran ayuda, como Ferrocarriles de Cuba, el Plan de Cocos de Pilón y los del Instituto Cubano de Recursos Minerales, aunque también nos tocó alojarnos en barracas con haitianos devotos de cuantas creencias trajeron de su tierra y otras adquiridas o amalgamadas en esta región, quienes no entendían que tropezáramos en las noches sin luz, con sus altares.

Las alboradas en los llanos y montañas de Cuba son siempre apacibles, lo cual disfrutamos muchas veces al partir temprano hacia lugares lejanos. Aquella mañana, después de treinta años, nos acercábamos al poblado Bartolomé Masó luego de haber dejado atrás Barrancas, Veguitas y Yara.

Se habían reanudado los estudios geológicos y geofísicos en la región para la búsqueda de petróleo, estimulados por algunos denuncios de salideros superficiales de gas en Yara, así como por el notable espesor sedimentario de la cuenca del Cauto. Al decir de algunos pobladores, pudieron ser motivo de la famosa Luz de Yara los fuegos fatuos que ocurrían, o quizás los gases de hidrocarburos al combustionarse. Adicionalmente, por Canavacoa, el jefe de la brigada GF-21, Saúl Cruz, había reportado un salidero de petróleo.

El histórico ingenio azucarero Bartolomé Masó me hacía recordar cuando, casi clandestinamente, con apenas 16 años, leía en la revista Bohemia un reportaje con la foto de la caseta del central, mostrando las huellas de los impactos de las balas después de un ataque al poblado por el naciente Ejército Rebelde.

Con aquel reportaje, se rompía la censura de prensa, pero a un pariente mío, leerlo en una bodega le costó la cárcel,

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además de que le rompieran la cabeza, y tener que comerse algunas hojas de la Bohemia. Ahora, en el trayecto de Yara al central, todo era caña de azúcar, salvo eventuales sembrados de frutos menores y alguna vaquería, flanqueando el rugoso lomerío de la Sierra Maestra que, desafiante, exponía hacia el sureste los lejanos picos de las lomas de Providencia y Minas de Buey Arriba entre otros.

A mi lado, como ayudante del levantamiento geológico, viajaba Victoriano, todo un personaje. Con su barba negra bien arreglada, su camiseta a la última moda francesa, unos espejuelos “calobares” completamente innecesarios, calzando zapatos deportivos en lugar de botas, y para colmo portando, en su mano derecha, un reluciente reloj Omega; en conclusión, Victoriano era, la antítesis de un geólogo de campo, más bien era el vivo ejemplo de un aficionado al geoturismo.

De pronto, mi colaborador comenzó a cantar una de aquellas mejicanadas, que estuvieron de moda en las emisoras de radio al principio de la Revolución Cubana, estimulado quizás por el paisaje serrano o por un grupo de guajiros que con guitarras y algunos gallos de pelea, marchaban Dios sabe hacia qué intrincado lugar de la geografía de la agreste región. Fue entonces, cuando me percaté de la abigarrada composición de nuestro grupo.

Clinton, nuestro chofer, no cuidaba para nada el vehículo que manejaba. No era como Simón -el viejito chistoso y buen chofer-, que cuando parábamos en los afloramientos, colocaba una lona debajo del yipi y apretaba cuanto tornillo tenía aquel sufrido carromato. Nuestro “driver” de ahora era un rubio alocado, agraciado por la naturaleza, con un cuerpo atlético y con una cara que atraía a las jóvenes.

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Como lo sugería su mote, se parecía mucho a quien fuera presidente de los norteamericanos. Solo que éste, sin ser demasiado chistoso, era un típico jodedor cubano. Había trabajado como guía de turismo, por lo que hablaba a la perfección el inglés y “se le colaba” al italiano y al francés. Se incorporó a los trabajos de investigaciones geológicas, en pleno periodo especial, cuando las dificultades para los trabajos en el campo, parecían diseñadas para probar la tenacidad de nuestros geólogos.

Nos encontrábamos trabajando por la zona de Bayamo y Manzanillo, donde se documentaban las líneas sísmicas proyectadas por una reconocida compañía extranjera, y cuando hacíamos paradas en algún caserío, vivienda solitaria o pobladito, Clinton y Victoriano hacían gala de la ostentación, montando todo un carnaval con accesorios geológicos más o menos sofisticados, requirieran o no de ellos.

Desplegaban una brújula japonesa “Tamaya” y aunque no existieran rocas que picar cargaban la piqueta, ponían a funcionar el GPS “Magellans”, agotando innecesariamente las baterías, al cuello se colgaban las lupas obsequiadas por REPSOL y sobre la camiseta a la moda, Victoriano lucía su chaqueta roja de geólogo, cortesía de otra compañía asociada.

Estos galanes, formaron una histriónica pareja que se perfeccionaba diariamente. Como Victoriano también sabía algo de idiomas, principalmente inglés y portugués, aprendidos por las noches en las escuelas habaneras, al llegar a las viviendas, hablaban en la primera lengua que se le ocurriera a Clinton, mientras Victoriano le “garantizaba toda la traducción”.

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Cierto día, avanzada la mañana, -serían pasadas las once y media- cuando ya el estómago comenzaba su concierto de protestas, parqueamos nuestro Toyota frente a un aceptable afloramiento de la Formación Manzanillo. Mientras documentaba al son del cacareo de muchas gallinas y los ladridos de varios perros, observé cómo nuestros personajes partieron raudos, hacia una casita de tejas que estaba a la vera del camino, después de desembarcar un arsenal de instrumentos geológicos y mochilas, con el seguro objetivo de asesinar a “paquetes y guayabas” a un matrimonio entrado en años y a sus dos encantadoras hijas que estaban en el portal de la vivienda. Tras regresar con una botella de café caliente, las cantimploras repletas de leche, un trozo de queso y seis aguacates verdes, Victoriano pasó a relatarme lo que ya me había imaginado.

La conversación la había comenzado Clinton en su inglés intencionalmente chapurreado:

- Y you estiudiars in High School.

- Sí, sí -reían las muchachitas que entendían el inglés de Clinton- Estudiamos en la secundaria del pueblo.

- OK, interesting. Y estou ser egua… caites -señalando los ejemplares de aguacates verdes que yacían sobre la mesa-. ¿Comou se dice Victorianouu?, ¿What is the name of this vianda, Victorianous?

- No, no, Charles, this nou son viandas, this ser aguacates para ensalada- explicaba Victoriano-.

Y tomando las hospitalarias jóvenes aquellos aguacates los obsequiaron a Clinton, quien extrajo rápidamente un cuchillo de monte con cabo de hueso que portaba para pelarlos.

- ¿Comou you pelar this agua….caites, señooritas?

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- No señor, solo tiene que esperar dos o tres días y entonces ya -Volvieron a reír las jovencitas.

- Ok, tri days, y coumerloos… Senkiu very mucho senouritaasss. Let’s go Victorianous.

Y así terminaba una de las tantas jugarretas que con frecuencia repetían.

En cierta ocasión les pregunté, si no sentían vergüenza de andar engañando con aquellos embustes a personas tan hospitalarias y sinceras. Está de más decirles, que se hicieron los desentendidos y continuaron con sus tropelías.

Tanto era el parecido de Clinton con un estadounidense, o un canadiense, que cierta tarde, al regresar al campamento y queriendo llevar algún liquido espirituoso para pasar la noche, nos dirigimos a un pobladito donde además de un central azucarero, existía una destilería de un buen ron cubano. Al llegar al parque, Victoriano se dirigió al primer poblador preguntándole donde podría comprar ron.

El lugareño, un solícito oriental rápidamente le contestó:

- “Nagüito”, la terredé está al frente de la oficina de Frutas Celestres. Allí hay del sabroso.

- Ah, no, el que nosotros queremos es del otro, no dese, del otro ron.

- Ah, güeno, entonces compay utedes del que quieren es de botella tapá. Pues dese hay en el bar de Luciano. A cincuenta y siete pesos cubanos.

- No, compadre respondió Victoriano, el que queremos es ron de pipaaaa, de pipaaaa viejo, -remarcando las últimas palabras-, del de veinte pesooos.

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Y sin turbarse nada, continuó el oriental señalándole con lujo de detalles el lugar donde se emplazaba la famosa pipa. El atento informante, quien iba acompañado por otro poblador, reparando en el reluciente Toyota blanco, así como en las caras y fachas de Victoriano y Clinton, sin temor a ser oído le dijo al amigo:

- Ah carajo, nagüe, andan en un carro “chopin” y comprando ron de a veintes peso. ¡Cómo han aprendío etos etranjero!...

Clinton ahora es todo un gerente, propietario de una de las “paladares” más famosas de La Habana. Oferta a sus clientes -muchos de ellos italianos-, todas las comidas típicas de la península itálica, sazonadas además, con una sarta de mentiras sobre sus expediciones geológicas en el territorio cubano.

La última vez que trabajamos juntos, fue hace dos años. Me designaron para hacer un trabajo estratigráfico en el valle del Alunado por la zona de Mayajigua. Un día antes del regreso, visité un bohío donde decían que habían encontrado asfalto en un pozo criollo. No teniendo al lado al otro compinche, al terminar nuestro trabajo por la zona, Clinton me invitó a comprar una ristra de ajos en un intrincado lugar por la falda de una loma. Para no faltar a sus andanzas, me pidió que desplegara mi GPS, la brújula, piqueta y los mapas, “para impresionar” a aquel “guajiro bruto”, para que, pensando que éramos personajes importantes de La Habana nos bajara el precio de las ristras.

Como que a nuestros choferes los habilitan de “tronkin” para comunicarse con el jefe de transporte en el centro de trabajo, Clinton remataría al llegar a la casa, conectando su dispositivo y llamando a La Habana. Así lo hizo, solo que aquel equipo comenzó a pitar constantemente sin lograr comunicarse. Para sorpresa del chofer, el guajiro que lo

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observaba mientras preparaba una ristra de grandes cabezas de ajos “chilenos”, sacó de su bolsillo un flamante teléfono celular diciéndole:

- Hijo, aquí hay poca cobertura, súbete un poquito más arriba de aquella loma, que allí no hay lío. Yo acabo de hablar con mi mujer que está en Venezuela de enfermera.

A Clinton aquel día, le pareció que en el valle del Alunado, había ocurrido un sismo de grado siete en la escala Richter.

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UNA GUERRA PARTICULAR Eugenio Casanovas Casanova

Corrían los días posteriores a la Crisis de Octubre y por aquel entonces yo era el Segundo responsable de la Milicia Nacional Revolucionaria en el Instituto Cubano de Recursos Minerales. Producto de la situación vivida, durante el estado de guerra habíamos bloqueado con sacos de arena casi todo el frente del edificio del ICRM (actual Ministerio del Azúcar), dejando apenas un pequeño espacio para facilitar la entrada.

Ya habían pasado varios días desde el fin de la crisis, cuando me encontraba en la entrada del edificio sustituyendo al miliciano que debía cuidar la puerta porque aquel tenía un fuerte dolor de estómago, cuando de pronto, me vi frente al Capitán Jesús Suárez Gayol y al Comandante Ernesto Che Guevara, por entonces Director del ICRM, y Ministro de Industrias, respectivamente, que se aprestaban a entrar al edificio. Ambos se pararon frente al pasadizo entre los sacos de arena y Suárez Gayol me hizo una pequeña señal con la cabeza para que me acercara, y así lo hice. Al acercarme, el Che me preguntó:

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- ¿Y esto?-Paseando su mirada por la muralla de sacos- ¿Tienes una guerra particular contra el Imperialismo? -me dijo.

- No, Comandante –le respondí.

Y con la misma penetró en el edificio seguido por Suárez Gayol, quien al pasar por el lado mío me dijo muy bajito:

- Métele mano.

Inmediatamente nos dimos a la tarea de buscar algún camión para sacar los sacos de allí. Lo logramos al cabo de un rato, pero algunos sacos estaban podridos y tuvimos que hacer una pila de arena al lado de la caseta que estaba en el parqueo aledaño al edificio.

Esta pila estuvo un tiempo allí, hasta que en dos fines de semana volvimos a llevar la arena hacia la playa de El Mégano, que era de donde originalmente la habíamos sacado. Esta fue la única vez que estuve frente al Guerrillero Heroico. Hoy recuerdo aquello con una mezcla de satisfacción y de tristeza, pero la vergüenza que pasé entonces no me la quitó nadie.

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UN BAQUIANO CASI PERFECTO Ramón Omar Pérez Aragón

Al señor Orlando Díaz, inestimable colaborador, amigo, y excelente guía de campo

La tarea era ardua y complicada. Se trataba de la interpretación compleja de datos e imágenes para la localización de materia prima carbonatada en todo el territorio del pintoresco estado venezolano de Lara. El trabajo de gabinete había sido ejecutado en un lapso relativamente breve y ahora tocaba llevar a cabo la parte más dura: la verificación en el campo de los resultados de dicha interpretación.

Para ello contaba con suficientes recursos materiales: mapas, fotos aéreas, GPS, un excelente vehículo y combustible al por mayor. Los recursos humanos no eran tan óptimos: una pequeña e inexperta tropa de técnicos mineros recién graduados -dos “carajitos” y tres “carajitas”- a los que debía “reperfilar” y convertir en geólogos. Eran además tan jóvenes e inexpertos, que más que una ayuda,

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se me antojaba que serían una impedimenta, lo cual, por suerte, no fue así.

Los trabajos de campo comenzarían al fin en pleno verano por la semidesértica y tórrida región del municipio Torres, en los sectores de Los Arangues-Curarigua, con base en la capital municipal, la hospitalaria y muy calurosa ciudad de Carora.

Para demostrar los calificativos con que acabo de adornar esta parte de Venezuela, baste citar un fragmento de una famosa canción folclórica de dicho estado, un “golpe tocuyano” que reza así: …“el gavilán del Tocuyo le dijo al de Curarigua: hace calor en Carora, que los matos (lagartos) se cobijan a la sombra de los chivos y cargan su cantimplora”... Si de veras se quería que el trabajo avanzara para poder cumplir los planes de recorrer todos los objetivos en cuatro salidas de quince días, lo único que podría salvar la situación era contar con un buen guía conocedor de la zona, lo que se dice en venezolano, un excelente baquiano. Y efectivamente, los amabilísimos funcionarios de la alcaldía de Torres además de colmarnos de atenciones y proporcionarnos alojamiento barato, nos recomendaron y presentaron al hombre que necesitábamos: el señor Orlando... Orlando era (por entonces) un campesino de unos cincuenta años, de estatura más bien baja, fornido y de una vitalidad increíble. Conversador y dicharachero, mientras nos desplazábamos por terraplenes y carreteras para trasladarnos de una a otra zona de trabajo, se la pasaba contando chistes e historias no siempre creíbles, donde ponía de manifiesto sus habilidades como criador de cabras y cerdos, leñador, cazador, cultivador de cuanta verdura existe, castrador de colmenas (¿?), fiestero y mujeriego, exorcista de embrujos y conjurador de espantos (¡!)...

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Eso sí, una vez en el objetivo, pasaba de la palabra a la acción: se desplazaba siempre delante, machete en mano abriendo camino, limpiando afloramientos, apartando cuanta maleza, cardón, pringamoza, “tunas de vaca” y otros matorrales ponzoñosos; descabezando culebras -venenosas o no- y espantando el ganado -chivos, vacas, caballos y burros- de las áreas de trabajo. Conocedor de cuanto trillo y atajo existiese y con una inteligencia increíble, era capaz de memorizar las características de las rocas y llevarnos siempre por la vía más expedita a cuanto afloramiento de “calixa” -según su propio léxico- había en la región. Sabía incluso donde hallar concentraciones de fósiles, generalmente ammonites y moldes de bivalvos, a los que clasificaba invariablemente como “tortugas de piedra”. Dispuesto siempre para el trabajo, y hombre de gran resolución y entereza era, en resumen, el baquiano casi perfecto.

Esto de “casi”, no es solamente por aquello de que “no existe obra humana perfecta”, lo cual pudiera incluso ser discutible, se trata de que siendo por contrato, además de, el encargado de viabilizar el acceso pronto y expedito a los objetivos de trabajo, el responsable de nuestra seguridad, cierta contradictoria debilidad ante determinado insignificante bicho, pusiera en entredicho sus propias y cercanas recomendaciones acerca de su valor a toda prueba, del que todos estábamos casi convencidos. Su valentía, aparte de que podía “inferirse” de sus historias fantásticas, donde lo mismo desafiaba al demonio que se enfrentaba a jaurías de perros endiablados y toros salvajes, había quedado “demostrada” el día que nos salvó a todos de morir aplastados por la estampida de reses que provocara irresponsablemente una parte de los propios miembros de nuestra expedición.

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La historia ocurrió más o menos así: Las anchas capas de calizas de estratificación gruesa afloraban horizontal y majestuosamente desde el mismo piedemonte del cerro que se erigía sobre la ancha planicie intramontana ocupada por la “playa” de arenas semicompactas, resultado del intemperismo sobre rocas silíceas, espacio cubierto de un pasto ralo y reseco.

Para llegar a los citados afloramientos sería necesario cruzar el amplio potrero donde pastaban impasibles unas hermosas cuarenta o cincuenta vaquillas de la raza cebú, a juzgar por su bella coloración blanco tiznado y la inconfundible mini giba ubicada en la parte posterior del cuello. Dejamos nuestra flamante y nívea camioneta Nissan Frontier del lado de acá de la cerca y entramos en la estancia después de alertar a los jóvenes del grupo que se mantuvieran en silencio para no molestar al ganado. Pero no bien cerrada la puerta de alambre, todas las vacas levantaron recelosas la cabeza, irguieron las orejas y fijaron su atenta y nerviosa mirada en los intrusos que acababan de invadir sus predios.

El baquiano y quien esto escribe seguimos adelante por el amplio camino, especie de terraplén sobre las arenas, sin prestarles mucha atención, pero el resto de la tropa, es decir los dos “chamos” y las tres “chamas” se quedaron rezagados ante el temor manifiesto de una de ellas, que se negaba a avanzar entre sollozos y otras exageradas expresiones de miedo.

Esta coyuntura fue aprovechada por uno de ellos para gastarle una broma a la miedosa, echándose de pronto a correr en el supuesto de que las vacas los agredían, lo cual bastó para que todos y todas echaran a correr, incluyendo

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las vacas que se asustaron tanto o más que los humanos, lanzándose en frenético tropel detrás de los jóvenes.

La gritería de las chicas y el ensordecedor retumbar de las doscientas “macetas de pezuña hendida” sobre el camino, nos hizo voltearnos. Debo confesar que un estremecimiento de terror me recorrió el cuerpo, dejándome paralizado sobre el camino como si fuera un pétreo relicto de caliza, los jóvenes en su desbandada pasaron junto a mí, mientras que el baquiano se adelantó de forma decidida, diríase que heroica, agitando su sombrero y voceando a todo pulmón, logrando que la vacada abandonara el camino y se internara en el pasto, pasando de largo junto a nosotros en vertiginosa avalancha, yendo a detenerse al fondo del potrero, justo donde se alzaban “los andamios” de calizas.

La risa y la chanza irresponsable de los jóvenes, fue abruptamente cortada por la severa reprimenda que recibieron del señor Orlando, sin duda convertido en el héroe del día. Una vez calmados los ánimos continuamos la marcha directamente en dirección al rebaño, pero esta vez, como medida de seguridad, cruzamos la cerca que servía de limite al potrero y avanzamos paralelamente a la misma hasta llegar a nuestro destino, a pesar de las protestas y los sollozos de la chama, que aún del otro lado de la alambrada temblaba de miedo ante la cercanía de la manada, lo cual no impidió que realizáramos el trabajo de describir, medir y tomar muestras del enorme afloramiento calcáreo. Ahora bien, si la actuación del baquiano ese día había sido digna de una medalla al valor, la del día de las abejas…

Ya durante sus fabulosas historias de trayecto, le habíamos oído contar a Orlando una, en la cual, enjambres de “abejas asesinas” habían acabado con la vida de una vieja, parienta suya, y de un perro tuerto que no las había visto venir,

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cuando lo atacaron precisamente por su lado “oscuro”… Otra vez, se le había visto nervioso cuando advirtió no hacer bulla ni golpear las rocas para no enfurecer a las abejas, pero estos no habían constituido indicios suficientes para sospechar el terror que sentía aquel hombre por dichos insectos. Eso solo se pondría de manifiesto el día de la otra estampida…

Atravesábamos un apartado y agreste paraje de la región occidental de la norteña Sierra de Baragua, en el afán de visitar unas cimas cupuliformes supuestamente calcáreas que en las imágenes del satélite parecían coronar a manera de casquetes aislados, tres cerros bastante altos. Una vez en el campo, mientras nuestro vehículo bordeaba una de las tres elevaciones de interés, dimos de lleno con los derrubios de bloques y fragmentos de caliza gris sobre el camino.

Emprendimos el difícil ascenso por la escarpada pendiente, con el objetivo de muestrear y describir las rocas in situ. En dicho empeño empleamos alrededor de veinte minutos, pues aunque la base de los afloramientos estaría a unos doscientos o trescientos metros sobre el camino, el acceso estaba plagado de maniguas y bloques sueltos de la misma caliza, agravado por la profusión en estos de la peor de las modalidades del carso, los famosos lapiez o dientes de perro.

El baquiano abría trocha con su temible y filoso machete punticurvo y avanzaba con su acostumbrada resolución e intrepidez. Ya casi nos reuníamos todos a la sombra de la pared vertical de la enorme cúpula carbonatada y comenzaba yo a dar los primeros golpes con la piqueta, cuando las abejas-soldado de varios panales que pendían del piso de un estrato que sobresalía en lo alto, se abalanzaron en picada sobre el grupo de intrusos.

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Esta vez, la estampida fue liderada por el baquiano, quien voló más que corrió por encima de los bloques de roca, deshaciendo en menos de tres minutos el camino que habíamos hecho en veinte, el resto no se quedó atrás, a excepción de una de las chamas en cuya larga y negra cabellera se enredaron un par de abejas, a cuyo zumbido respondía ella pidiendo socorro a voz en cuello sin que nadie le prestara la menor atención; este mortal por otro lado, en el afán de apartar uno de los alados agresores, le había dado un guantazo a los lentes y en el tiempo que tardé en recuperarlos del suelo fui severamente aguijoneado detrás de una oreja. Recuperados los anteojos, corrí a socorrer a la colega que se sacudía desesperadamente a manotazos la melena sin parar de gritar…

Salimos del campo de acción de las abejas y nos reunimos con el resto del grupo junto a la Nissan, donde todos se desmollejaban de la risa. Claro está, a excepción del baquiano que permanecía más serio que un megaterio y la única víctima real del inusitado percance, es decir, “mimismo”. Mientras me ocupaba en embadurnarme de fango la zona afectada, por “prescripción facultativa” del primero, supuestamente para evitar inflamaciones y mitigar el dolor, no dejaba de sonreír para mis adentros, pensando en las contradicciones de este mundo y de los seres que lo habitan:

¿Cómo era posible que el mismo hombre capaz de enfrentarse resuelta y heroicamente a una manada de vacas en estampida, armado únicamente con un sombrero, abandonaba todo, su quehacer y sus amigos y se daba a la fuga ante la “embestida” de apenas una decena de insignificantes y minúsculas abejas? Nada, que una vez más se demuestra la valía y vigencia del refranero popular cuando asevera que: …“hay cosas que, al parecer, parecen

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serlas no siendo, y hay otras que se están viendo, que no se pueden creer”.

Ese día tuvimos que conformarnos con describir el afloramiento desde lejos y muestrear las rocas de los bloques del derrubio. También hasta ese día duró la fama de valiente de nuestro baquiano, quien, de no ser por el terror que le inspiraban las malditas abejas, hubiera podido aspirar a ser un baquiano perfecto.

Grupo Cubano-Venezolano de búsqueda de calizas en el estado Lara. En los extremos los geólogos cubanos Andrés García, J`de Proyecto (d) y Ramón Pérez (i); el resto, de izquierda a derecha: Leandro, Andrea, Wilson, técnicos de Ingeomin y Orlando Díaz (el baquiano casi perfecto). 2007

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UN MAMBÍ EN LAS CLARITAS Jesús Hernández Hernández

Ser geólogo significa ir por llanos, montañas, ríos, mares. La Geología, y todas las ramas que abarca esta especialidad, que contribuye de alguna manera al desarrollo socio económico de cualquier nación, necesitan y propician estar en perenne contacto con la naturaleza.

La Topografía es una rama de mucha importancia que se emplea en casi todos los trabajos de superficie. En la Geología, es la base en la que los geólogos se apoyan para hacer cualquier proyección, en la ubicación de pozos, trincheras, trazados de perfiles, por lo que constituye el pelotón de avanzada para los trabajos geológicos de campo.

Esta historia le habría podido suceder a muchos de los geólogos, geofísicos, perforadores de la misión de colaboración cubana que prestaba servicios geológicos en la hermana Republica Bolivariana de Venezuela en todas las ramas de la especialidad, mientras se encontraban inmersos en la culminación de etapas de diferentes proyectos. Sin embargo, le sucedió a la comisión de trabajos topográficos

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que laboraba en el proyecto de prospección aurífera en Las Claritas, una remota región en la parte suroriental del inmenso Estado Bolívar, en esa hermana nación.

Una mañana cualquiera, de esos días en que la faena de trabajo de campo se torna pésima, después de haber terminado el trazado de líneas, perfiles o picas, como también suele llamárseles, en uno de los sectores del proyecto que tiene por nombre “Biskaitarra”, nos proponíamos hacer los preparativos para la ubicación del próximo sector de trabajo.

Los integrantes de la “cuadrilla” de topógrafos, que es como se le llama en Venezuela a una comisión de topografía, estaba integrada por un instrumentista y cinco obreros que laboraban como cadeneros y ayudantes, más un operador de motosierra para un total de ocho personas, todos ellos venezolanos, excepto el que narra esta anécdota, que se desempeñaba como asesor técnico, por la parte cubana.

A todos ellos les había orientado verbalmente, aunque sobre la base de los parámetros técnicos necesarios para ello, todo lo que debíamos hacer para la ubicación del que se llamaría “Sector IV” del proyecto antes mencionado. Ese día, ya en el área del sector comenzamos los trabajos. Debo aclarar que esto sucedió en plena selva venezolana, donde el trabajo se realiza bajo todo tipo riesgos, entre ellos la presencia de animales peligrosos, lo cual, como sabemos, no ocurre en Cuba. En mi caso particular, prevenido de esta coyuntura, siempre estaba con el machete listo, como arma de guerra para cualquier eventualidad.

Una vez posicionados en el punto inicial le indiqué a Franklin, el instrumentista, que enfocara el equipo hacia el punto de orientación de atrás y a partir de ahí hacer un giro para comenzar a ubicar el nuevo sector. Ya ubicada la

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visual, los ayudantes comenzaron su labor cotidiana de abrir la trocha (pica). Al rato, cuando habían avanzado abriendo monte y estando ya a una distancia de aproximadamente de unos doscientos metros de nosotros, comenzaron a desencadenarse los acontecimientos de la forma siguiente:

El instrumentista se dirige a mí en estos términos: - ¡Cónchale, Jesús!, hay una rama que está atravesada en la visual, mi pana, y hace falta apartarla.

- ¿Dónde?, -le pregunté yo- ¿es de las que están cortadas?

- No, - me dice él- no, es de las que se le quedaron atrás a los obreros.

Como el lugar señalado por Franklin estaba a una distancia de diez o doce metros de donde estábamos con el equipo, fui con mi machete dispuesto a cortar la supuesta rama, pero al llegar me percaté que no eran unas simples ramas, sino una pequeña maleza que estaba en el borde un arroyuelo. Las chapeé rápidamente, terminando lo cual regresé junto al equipo. Mientras esto sucedía, los obreros continuaban avanzando y alejándose cada vez más de nosotros.

Al llegar junto a Franklin, me puse a comentar con él sobre otros métodos de trabajo, a la vez que aprovechaba para tomarme un descanso de la faena que había realizado. Pero cuando me puse a observar las ramas que había cortado, donde casi me había tenido que acostar para lograr apartarlas completamente de la visual, al fijar bien la vista en la pequeña maleza que rodeaba el lugar, noté algo parecido a una espiral que colgaba de unas ramas y que se meneaba como el péndulo de un antiguo reloj. No pude reprimir mi asombro al percatarme de que lo que se meneaba no era

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otra cosa que la cola de una enorme serpiente, por lo que le dije al colega venezolano:

- ¡Franklin, mira qué tronco e` culebra!

- ¿Dónde?, - preguntó él. Y diciendo eso y estar a unos diez metros de mí fue lo mismo. Evidentemente asustado, el instrumentista se alejó en sentido contrario a la visual que llevaban los obreros. En ese momento comenzó la odisea. Llamamos a todos los obreros por los radios de comunicación, alertándolos de la situación que teníamos, pero de todos ellos, solamente vinieron tres hasta donde estábamos nosotros, mientras los demás se quedaron en la pica.

Los que llegaron, lo hicieron, con caras de asombro al escuchar en sus radios la palabra “culebra”, pero cuando les indiqué el lugar donde se hallaba el bicho, sus rostros reflejaron algo más que asombro. Allí se formó el pandemónium: los obreros empezaron todos a decir cosas al mismo tiempo, se daban órdenes y orientaciones los unos a los otros pero ninguno se decidía a hacer nada en concreto:

- ¡Coronel!, ¡verrrrga, mi pana, mírala allí está!, ¡dime, cubano!, ¿te picó?

- No, mi pana, a mí no, -le dije- pero mira ver si a Franklin lo mordió, porque está más pálido que un muerto.

En eso llega el Maracucho con una estaca en la mano y pregunta: -¡Inmortal!, ¿dónde, dónde está?, ¡ah!, mírala allí, esa debe estar medio dormida porque ni se mueve.

- ¡Maracucho, vamos a “bajarla” antes que se meta a la quebrada, no joda! - decía el Coronel, pero no se movía.

- ¡Primero cortaré una varita! -decía el Inmortal.

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- ¡Le voy a tirar esta estaca para ver que hace la marica! – terciaba el Maracucho, pero tampoco hacía nada.

En eso, al parecer molesta por la algarabía, se estiró la culebra tratando de llegar al suelo… ¡era realmente larga!

- ¡Dale Maracucho, que no llegue al suelo la muy pendeja! - gritaba Coronel.

Lan, Arón y Pedro se habían quedado en la trocha, supuestamente para proseguir el avance de la misma; Franklin seguía alejado y yo, a una distancia prudencial… Los obreros lograron atajar y cercar a la culebra antes que llegara al arroyo. Ya en el suelo, sintiéndose acorralado, aquel animal se alzaba amenazadoramente a más de medio metro sobre el terreno y bufaba como una fiera enjaulada. Según mi criterio propio, la bicha medía como tres metros y algo. Me acerqué un poco para ver de cerca aquel ejemplar. A esas alturas, continuaba el intercambio de órdenes, pero nadie tenía valor para aniquilar el animal, que cada vez se ponía más furioso:

- ¡Dale, Coronel!, ¡c…, que se va, marico!

- ¡Dale, Inmortal! ¡No te quedes ahí de agüevoniao!

- ¡Métele tú Maracucho, güevón!

- ¡Cuidado Inmortal, que se te va a tirar!

En ese momento, indignado por tanta indecisión, parece que se me encarnaron las ánimas de mis ancestros. Yo no sé de dónde me salió tanto valor, el caso es que todos se apartaron cuando con mi machete en mano le fui arriba al peligroso animal y como si me trasladara a la época de los mambises, le di machete a la culebra como cualquier compatriota de aquella época independentista en nuestro país le hubiese dado a una columna enemiga, después de

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tal rapto de locura, porque bien se le puede llamar así, uno de los obreros se me acercó y me dijo:

- ¡¿Te volviste loco, cubano?!, esa cuaima que has macheteado es de las más venenosas.

- ¡Vamos a medirla! –dijo uno.

- ¡Sí!, ¡vamos a ver cuánto mide! – exclamó alguien.

- Eso es si juntamos todos los pedazos, -terció otro- ¡porque esto parece carne molida!

Lograron juntar todos los pedazos del bicho y lo midieron. Dijeron que tenía una longitud de 2.95 m, pero yo sigo pensando que tenía tres metros y algo más…

Maracucho, Coronel e Inmortal son los apodos de los obreros Abel, Tulio y Víctor José respectivamente.

Pana: es una palabra que se usa en muchos países de Centroamérica, el Caribe, así como Venezuela y Colombia para llamar a un amigo.

Cuaima: especie de serpiente venenosa, abundante en la región oriental de Venezuela

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ZAPATERO, A TU ZAPATO Ramón Omar Pérez Aragón

Cariñosamente al Furra, quien me honró con su amistad.

Mi querido profesor Furrazola, el eminente Paleontólogo, docente, Geólogo ilustre, doctor, Muy modesto, hombre de honor, Me contó que un día, estando De rutina trabajando En quehaceres de su ciencia, Lo vinieron con urgencia De la Academia buscando. Resultó que de allí un par De académicos famosos, Estaban muy deseosos De poderlo consultar, Con el afán de aclarar Una duda que tenían Sobre unas rocas que habían

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En Pinar del Río hallado Y en un sitio señalado De su oficina yacían. Como me dijo, diré Que a aquellos hombres de ciencia, Geógrafos de gran sapiencia, Massipp él, ella Isalgué, Lo que les ocurrió fue, Que los dos sabios doctores No conocían los rigores Propios de la Geología, Ya que ésta y la Geografía No son lo mismo, señores. La doctora le mostró La roca que habían hallado, La que, según un tratado De ciencia que consultó, Mucho se le pareció Aquel ejemplar hermoso, A ella y a su buen esposo Que la secundaba estoico, A un coral del Paleozoico, Lo cual estaba dudoso. Nuestro geólogo escuchaba Con bastante reticencia, Ya que un vuelco de la ciencia La hipótesis resultaba, Si al final se demostraba Que en Pinar, en cualquier lado, Ellos habían encontrado Corales del Paleozoico,

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Cuando allí, del Mesozoico Las edades no han bajado. Les dijo: - “lo que he observado Parece una concreción, Muy común en la región Donde la han colectado, Y que debido a que ha estado Profusamente agrietada, Y por vetillas cruzada De una calcita ordinaria, Con el nombre de “septaria” Ha sido denominada. Los doctores lo miraron Cual si no estuviese cuerdo, Y a un tiempo su desacuerdo Con él, le manifestaron. Un tanto se molestaron Por la opinión discordante Del hasta ayer estudiante, Siendo ellos, sus profesores. Su actitud a ambos doctores Les pareció petulante. Pasó el tiempo y un buen día, Los doctores lo llamaron, Más que lo felicitaron, Le rindieron pleitesía. Ocurrió, que la porfía Que aquella vez comenzaron, Los doctores continuaron, Y asidos a sus creencias, A la Academia de Ciencias

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De otro país trasladaron. La última tecnología, Adelantos de la ciencia, De los sabios la experiencia, Allí se utilizaría. De noche como de día, Con esmero trabajaron, Y a una conclusión llegaron Con certeza extraordinaria, En la cual, como “septaria” La roca catalogaron. En esta historia que es cierta, Como se puede apreciar, Hay algo que resaltar Pues admiración despierta. Primero: que fue correcta, Muy ética la salida Que dieron a la partida Los académicos cuando Dieron a su ex educando La explicación merecida. De esta manera enmendaron El desliz que cometieron, Cuando no le concedieron Valor y desestimaron La opinión que recabaron Del joven especialista, Dado que el punto de vista Que éste emitió disintiera Del que se preconcibiera Por la encumbrada revista.

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De lo que nunca se habló Fue del costo del trabajo, Pero según el legajo Que la doctora mostró, En donde se reportó Más que un simple resultado, Todo el método empleado En dicha investigación, La extranjera institución Mucho debió haber cobrado. Por último, es evidente Que en las cuestiones de ciencia, Además de la experiencia Se debe tener presente La especialidad que ostente El científico en cuestión; Que haya colaboración Entre las ciencias afines, Mas, cada uno en sus confines, Que no exista transgresión. Que el geólogo no suscriba El parte meteorológico, Pero el informe geológico El geógrafo que no escriba. Y esto no es una diatriba, Es un enfoque sensato, Como cita a cada rato El proverbio popular, También al investigar: “Zapatero, a tu zapato”.

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El Dr. Gustavo Furrazola Bermúdez (d) y el autor, regresando de un itinerario geológico en la región de Bahía Honda. 1978.

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UN PROYECTO SUI GÉNERIS Ramón Omar Pérez Aragón15

… “y no porque te quemen, porque te disimulen bajo tierra,

porque te escondan en cementerios, bosques, páramos,

van a impedir que te encontremos, Che comandante, amigo”…

Analizándolo con calma, el citado fragmento del conmovedor poema de nuestro Poeta Nacional, dado a conocer el 15 de octubre de 1967, en medio aún de la conmoción y la impotencia general por la lacerante noticia del asesinato alevoso del Guerrillero Heroico apenas una semana antes, el mismo parece encerrar, siempre me lo pareció, un desafío, un reto. Es posible que dicha percepción haya permeado de la misma manera la conciencia de otros compatriotas y suscitara la idea y más que ésta, la acción materializada en un proyecto inusual, sui géneris: El proyecto destinado a encontrar y rescatar los restos del Che y sus compañeros de la Guerrilla Boliviana.

Todavía no me explico, nunca lo supe, qué razones motivaron a quien fuera mi primer jefe inmediato superior14

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por allá por los últimos años de la década de los setenta, cuando daba mis primeros pasos en la interpretación geológica de imágenes aéreas y satelitales, y que a la sazón se desempeñaba en un alto cargo de asesor de Geología en el Ministerio de la Industria Básica, a “visitarme”, una mañana de 1994, en mi modesto puesto de trabajo del Instituto de Geología y Paleontología para confiarme una misión estrictamente confidencial: “criticar”, desde el punto de vista de mi especialidad, aquel proyecto15.

Confieso que la lectura de aquel inusitado fólder cuidadosamente presillado, me producía, a medida que avanzaba en la lectura, un indescriptible estado de nerviosismo e incertidumbre… sencillamente no podía creer que una tarea como aquella me hubiese sido confiada. Me daba cuenta perfectamente de que era una cosa completamente atípica, que se salía de los marcos de todo en lo que hasta ese momento había trabajado, al mismo tiempo me percataba, quizá no en toda su magnitud, de la importancia y el alcance de la misión… mas, cuando quise expresar mis dudas al camarada, éste solo levantó su mano en señal de “stop” y me pidió que lo leyese con detenimiento y que le hiciera los señalamientos que pensara que pudieran mejorar lo ya escrito o que aportara lo que a mi juicio, pudiera servir para enriquecer el documento. Tenía para ello, dos o tres días. Que lo llamara en cuanto estuviera listo el trabajo.

El proyecto había sido elaborado por colegas geofísicos5,8,12,17,22 y se basaba por entonces, de manera casi exclusiva en la aplicación de métodos de dicha especialidad, dirigidos a tratar de encontrar respuestas contrastantes de los campos físicos de la tierra a fin de detectar discontinuidades o anomalías que revelaran –cosa inédita, al menos en Cuba- el lugar o lugares de posibles

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enterramientos humanos. Como eran cosas sobre las que ni entonces ni ahora me atrevería a opinar, me limité a recomendar el uso de algunos métodos de Teledetección, como el empleo de tales y más cuales tipos de fotos aéreas detalladas de las áreas de interés, tomadas antes y después de los hechos históricos, así como algunos métodos de procesamiento de imágenes que pudieran ayudar a restringir sectores o detectar túmulos u otras anomalías de la superficie; también me aventuré a sugerir se consultara con geólogos especializados en depósitos recientes y si fuese posible, algún especialista en geobotánica para el estudio de los cambios en la compactación de los suelos y de la vegetación en la zona.

Pasó el tiempo y del proyecto, como de todo lo que él implicaba, apenas si volvimos a tener noticias. Pero hacia principios de 1996, de forma inesperada fui llamado a la oficina del director10 del IGP, allí recibí otra misión: la de revisar y organizar las imágenes aéreas, incluidos algunos videos que desde un avión se habían tomado en Bolivia. Algunos camaradas geofísicos trabajaban también en la tarea, bien en Cuba4,8,19, o directamente en las áreas bolivianas5,12,13,17,18,20,21,22. Otros colegas trabajarían en el procesamiento de las imágenes1,2,3,6,9,11,16,23. El proyecto se estaba ejecutando, todo bien compartimentado, pero marchaba. Cada cual en la tarea que se le había asignado.

Al fin se supo la noticia: los restos del Guerrillero Heroico y la mayoría de sus compañeros habían sido recuperados e identificados. En breve, la Patria entera recibiría en ceremonia solemne, la gloriosa Guerrilla Boliviana con su comandante a la cabeza, el Guerrillero Heroico. Destacamento de Refuerzo, le llamaría nuestro Máximo Líder.

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Poco tiempo después, en un lugar de La Habana, el grupo de científicos cubanos que trabajó de forma casi anónima, compartimentada, en la ejecución de aquel proyecto sui géneris, fue reunido para recibir por mediación del Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez, la felicitación expresa del Comandante en Jefe. Allí, algunos de los camaradas implicados en las tareas más directas, nos explicaron al resto, asombrosos detalles de la misión.

Nos sorprendimos además, de la cantidad de compañeros y compañeras, varias decenas de especialistas de diferentes ramas y organismos: geofísicos, geólogos, cartógrafos, topógrafos, geodestas, médicos forenses, botánicos, historiadores, pilotos, fotógrafos, camarógrafos y otros, que habían participado en el proyecto. Allí, pensando en todo el tiempo transcurrido desde la visita de mi ex-jefe y dicha reunión, me hacía mentalmente varias preguntas: ¿Cuáles de aquellos compañeros habrían ideado aquel proyecto?; ¿cuántos lo habrían revisado y aportado ideas al plan original, transformándolo y perfeccionándolo hasta elaborar toda una metodología de trabajo?; ¿cuántos habrían participado en la obtención, organización y procesamiento de datos?; ¿a cuáles les habría tocado la dicha de participar directamente en el hallazgo histórico? Sin embargo, lo importante era que todos y cada uno de ellos habían aportado su granito de arena, su esfuerzo individual o colectivo, pero con el amor y la pasión que aquel empeño ameritaba. La tarea sin dudas había sido compleja y difícil, más aún por la labor de zapa y desinformación del enemigo, pero el resultado no habría podido ser mejor: Un logro sin precedentes de la Revolución y de los hombres de ciencia de la Patria.

Con frecuencia, cada vez que se recuerda el papel del Che como fundador del Instituto Cubano de Recursos Minerales,

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embrión del Servicio Geológico de Cuba, me viene a la mente la idea y al alma la satisfacción de pensar, que los herederos de aquella línea que él sabiamente contribuyó a desarrollar no lo defraudaron. El Instituto de Geología y Paleontología y varios de sus trabajadores científicos, al igual que otros tantos compañeros de otras instituciones, conservan hoy con sano orgullo los reconocimientos por haber participado en la noble tarea del rescate de nuestros héroes y mártires.

Volviendo a los versos sentidos de Nicolás Guillén que sirven de exergo a este escrito, desde la perspectiva de hoy, pudiera decirse que los hombres de ciencia de Cuba, y dentro de ellos los de las Geociencias, constituidos en Comando de Rescate, asumieron el reto del poeta transformándolo en profecía, para orgullo del pueblo y de la Patria agradecida. Hasta el último ciudadano de nuestro país, al pararse hoy frente al mausoleo que guarda los restos amados de nuestro Glorioso Destacamento de Refuerzo, puede expresar evocando los versos del cantor:

“Ni las más viles maniobras, enterramientos clandestinos, campañas de mentiras y desinformación expresa, pudieron evitar que te encontráramos, Che, comandante, amigo”. Relación por orden alfabético de los trabajadores de las Geociencias que participaron en el proyecto de rescate de los restos del Che y sus compañeros: 1José Andrade Suárez, Topógrafo. Unidad de Ciencia y Técnica, UCT, GeoCuba, MINFAR. 2Pedro José Astraín Rodríguez, Geólogo. Grupo de Estudios Regionales, GER, MINFAR 3Enrique Castellanos Abella, Geólogo. Instituto de Geología y Paleontología, IGP, MINBAS. 4Jorge Luis Chang Bravo, Geofísico. Instituto de Geología y Paleontología, IGP, MINBAS.

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5José Luis Cuevas Hernández, Geofísico. Instituto de Geofísica y Astronomía, IGA, CITMA. 6Edel García Reyes, Geoinformático. Unidad de Ciencia y Técnica, UCT, GeoCuba, MINFAR. 8Ramón González Carballo, Geofísico. Instituto Superior Politécnico J. A. Echeverría, ISPJAE, MES. 9Erik Hernández Daria, Geoinformático. Unidad de Ciencia y Técnica UCT, GeoCuba, MINFAR. 10Jesús Hernández Fernández (†), Geólogo. Instituto de Geología y Paleontología, IGP, MINBAS. 11José Luis Gil Rodríguez, Geofísico. Unidad de Ciencia y Técnica, UCT, GeoCuba, MINFAR. 12Manuel Fundora Graña, Geofísico. Instituto Superior Politécnico J. A. Echeverría, ISPJAE, MES. 13Leodegario Lufriú Díaz, Geofísico. Instituto de Geología y Paleontología, IGP, MINBAS. 14Alfredo Norman Vega, Geólogo. Oficina Nacional de Recursos Minerales, ONRM, MINBAS. 15Ramón Omar Pérez Aragón, Geólogo. Instituto de Geología y Paleontología, IGP, MINBAS. 16Eloy Eduardo Pérez García, Aerofotogeodesta. Unidad de Ciencia y Técnica, UCT, GeoCuba, MINFAR. 17José Pérez Lazo, Geofísico. Instituto Superior Politécnico J. A. Echeverría, ISPJAE, MES. 18Noel Pérez Martínez, Geofísico. Instituto Nacional de Investigaciones Aplicadas, ENIA, MICONS. 19Agnelio Pérez, Geofísico. Instituto Nacional de Investigaciones Aplicadas, ENIA, MICONS. 20José Luis Prol Betancourt. Geofísico. Centro de Investigaciones del Petróleo, CEINPET, MINBAS. 21Beatriz Rodríguez Basante, Geofísica. Instituto de Geología y Paleontología, IGP, MINBAS. 22Carlos Sacasas León, Geofísico. Instituto Superior Politécnico J. A. Echeverría, ISPJAE, MES. 23Lisette Torriente Martínez, Topógrafa. Unidad de Ciencia y Técnica UCT, GeoCuba, MINFAR.

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ÍNDICE

pag.

Prólogo……………………………………………………………….….1 Pedro Luis Hernández Pérez

Apología de la brújula geológica. A modo de introducción..............4 Ramón Omar Pérez Aragón

Al comandante Ernesto Guevara de la Serna, Che: Fundador del Servicio Geológico de Cuba……..………………………………13 Nyls Gustavo Ponce Seoane

Amor de geólogo...........................................................................21 Rogelio Alberto Rosales Antúnez

Avalúo de amor……………………………………...........................25 Ramón Omar Pérez Aragón

Bauxita………………………………………………………………….28 Ramón Omar Pérez Aragón

Brigada geológica cubano-soviética para búsqueda de hierro.….29 Jesús M. Véliz Basabe (†) y Lázaro Guzmán Castillo

Bronca en la escala de Mohs……………………………….............34 Ramón Omar Pérez Aragón

Chamaco, su amigo y el “cantao” de los cubanos……….............36 Ramón Omar Pérez Aragón

De la maniobra al guía.......................................…………….........42 Rogelio Alberto Rosales Antúnez

Día de perros……………………….................................………….45 Ramón Omar Pérez Aragón

“Diversanti” en la Sierra Maestra………………………...………….51 Eugenio Casanovas Casanova

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El almuerzo no estaba tan bueno……………………………….…..54 Jesús Hernández Hernández El dibujante Rubio…………………………………….......................62 Ramón Omar Pérez Aragón

El imperturbable............................................................................69 Rogelio Alberto Rosales Antúnez

El perdido y el comilón.………………………………………..……..73 Jesús Hernández Hernández

El pez muere por la boca………………………………………….....81 Jorge Luis Díaz Comezaña

El primer día y el gordo de espejuelos cuadrados……….............84 Ramón Omar Pérez Aragón

El ruido …………………………………………………………...……90 Orestes Francisco Carballo Otero

El socavón…………………………...………………………………...93 Nyls Gustavo Ponce Seoane

El último dibujante…………………………………….....................101 Ramón Omar Pérez Aragón

El valor de la enseñanza……………………………………………103 Odiel Estrada Molina

Estoy en la cima de la colina………………...…………………..…106 Manuel Roberto Gutiérrez Domech

Etílicos romances de brigada......................................................108 Rogelio Alberto Rosales Antúnez

Geotur con perforadores……………………………………...........111 Ramón Omar Pérez Aragón

Homenaje………………………………….…………………...........121 Ramón Omar Pérez Aragón

Incomprensión……………………………….………………...........122 Ramón Omar Pérez Aragón

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José Martí: técnicas analíticas y recursos minerales industriales…………………………………………...……………....129 Nyls Gustavo Ponce Seoane

Jubilando al Peña……………………………………………...........135 Ramón Omar Pérez Aragón

La escalera de Maisí...................................................................141 Rogelio Alberto Rosales Antúnez

La libreta de campo……………………………………………........146 Ramón Omar Pérez Aragón

La opción.....................................................................................150 Rogelio Alberto Rosales Antúnez

Las montañas de Haití……………………..………………............154 Ramón Omar Pérez Aragón

Las rocas de mi camino…………………………………………….155 María Elena González Martínez

Los buscadores de… guao………………..………………...........156 Ramón Omar Pérez Aragón

Los otros primeros………………………………………………......162 Nyls Gustavo Ponce Seoane

Manga Frita............………………………………….…………...…166 Orestes Francisco Carballo Otero

Mochila........................................................................................171 Rogelio Alberto Rosales Antúnez

No hay sustancia pura…………………….………………………...172 Víctor Ramos Fernández

Oficio: inspector de clases...........................................................174 Rogelio Alberto Rosales Antúnez

Operación terremoto……………………………….…………..……177 Roberto Alfonso Denis Valle

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Peripecias de Juan Herrera, un chofer de primera...…………....183 Ramón Omar Pérez Aragón

¡¿Pescando ahora?!…………………………...……………...........188 Rogelio Alberto Rosales Antúnez

Pesadilla con mastodontes…………………………………...........190 Ramón Omar Pérez Aragón

Petróleo al doblar de la esquina………………………...…...........196 Ramón Omar Pérez Aragón

Piqueta........................................................................................202 Rogelio Alberto Rosales Antúnez

Qué ignorante fui…………………………………..………………...203 Jesús M. Véliz Basabe (†) ¡Qué memoria!………………………………………………............205 Ramón Omar Pérez Aragón

Qué susto pasé, compadre………………………………………...211 Jesús M. Véliz Basabe (†) Qué tiene el yipi ese……………………………………..................213 Ramón Omar Pérez Aragón

Recurso mnemotécnico……………………………………............218 Ramón Omar Pérez Aragón

Sobre la marcha..........................................................................220 Rogelio Alberto Rosales Antúnez

Sorpresas en los valles…….……………………………………….222 Evelio Linares Cala

Una guerra particular………………………………………………..229 Eugenio Casanovas Casanova

Un baquiano casi perfecto……………...………..…………...........232 Ramón Omar Pérez Aragón

Un mambí en Las Claritas………………………….………………239 Jesús Hernández Hernández

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Zapatero a tu zapato……………………………..…………...........245 Ramón Omar Pérez Aragón

Un proyecto sui géneris………………………………..……..........251 Ramón Omar Pérez Aragón