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GEOFFREY PARKER LA REVOLUCIÓN MILITAR Las innovaciones militares y el apogeo de Occidente, 1500-1800 Traducciôn castellana de ALBERTO PIRIS EDITORIAL CRITICA BARCELONA

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G EO FFREY PARKER

LA REVOLUCIÓN MILITARLas in n ovac ion e s m ilita re s y el apogeo

de O cc iden te , 1500-1800

Traducciôn castellana de ALBERTO PIRIS

EDITORIAL CRITICA BARCELONA

INTRODUCCIÓN

«Este es —escribió cn 1641 Fulvio Testi, poeta italiano— el si­glo dei soldado.» Pero <,qué siglo de la historia europea no lo ha sido? Es muy difícil encontrar un decenio. antes de 1815. en el que al menos no tuviera lugar una batalla. Entre los anos 7(K) y 1000, las crónicas occidentals subsistentes raramente citan un ano en el que no se iniciaran hostilidades en alguna parte, y los tiempos de guerra sobrepasan a los de paz en una proporción de cerca de 5 a I. En el siglo xvm. además, sólo hubo dicciséis afios durante los que el con­tinente estuviese totalmente en paz.1 Pero en medio de esta apa­rente homogeneidad. los comienzos de la Edad Moderna destacan como desusadamente belicosos. En el siglo xvi hubo menos de diez anos de completa paz; en el xvn sólo hubo cuatro. Según un mo­derno estúdio sobre la incidência de la guerra en Europa, los anos comprendidos entre 1500 y 1700 fucron «los más belicosos en lo re­lativo a la proporción de anos de guerra (95 por 100). frecuencia de las guerras (casi una cada Ires anos) y promedio anual de duraeión. extensión c intensidad de las guerras». Durante el siglo xvi. Espa­na y Francia raras voces estuvieron en paz; durante el xvn. el Impé­rio otomano, la Austria de los Habsburgo y Suécia estuvieron en guerra dos de cada tres anos. Espana. Ires de cada cuatro. y Polonia y Rusia. cuatro de cada cinco.2

Las recientes explicaciones de esta desusada propensión al conflicto armado se han centrado casi siempre en torno a la idea de una «revolución militar» a comienzos de la Europa moderna. Este concepto fue examinado por vez primera (y bautizado) en una deslumbrante conferencia inaugural pronunciada en enero de 1955 por Michael Roberts en la Queen's University de Belfast, ti­tulada «La revolución militar. 1560-1660». Se identificaron como críticas cuatro modificaciones en el arte de la guerra durante este período. La primera fue la «revolución táctica». la sustitución de la

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lan/a y la pica por la flecha y el mosquete, cuando los caballeros fcudales fueron abatidos por los proyectiles de arqueros y fusileros actuando en masa. Junto con esta innovación hubo un marcado aumento dei tamafto de los ejércitos en toda Europa (donde las fuerzas armadas de vários Estados crecieron diez veces entre 1500 y 17(X)) y aparecieron estratégias más ambiciosas y complicadas, para poder poner en acción a estos ejércitos mayores. En cuarto y último lugar, la rcvolución militar de Robcrts acentuo enorme- mente la rcpercusión de la guerra en la sociedad: los mayores cos- les. los mayores dafios infligidos y las mayores difieultades admi­nistrativas causadas por los acrecentados ejércitos hicieron que la guerra se convirtiese en una carga mayor y en un problema más di­fícil que antes, tanto para las poblaciones civiles como para sus go- bernantes.

Hubo, como es natural, muchas otras innovaciones a princípios dei moderno arte de la guerra, como fueron la aparición de la edu- cación militar especializada y de las academias militares, la articu- lación de las leyes positivas de la guerra, y el nacimicnto de una abundante literatura sobre el arte de la guerra, pero los factores que Roberts considero como de evolución csencial fueron la lácti­ca, el tamano de los ejércitos, la estratégia y las repercusioncs. Como muchas otras conferencias inauguralcs, esta nueva aporta- ción hubiera sido inmediatamente olvidada, si sir Gcorge Clark, en sus «Conferencias Wiles» de 1956, en Belfast, no hubiera sin­gularizado esta idea, alabándola especialmente como la nueva or­todoxia.3 Durante los dos siguientes decênios casi todos los traba- jos sobre comienzos de la Europa moderna que hacían alusión a la guerra incluían uno o dos párrafos en los que se repctfan abundan­temente los razonamientos de Roberts. Pero desde 1976 han apa­recido algunas discrepâncias. Se ha sugerido que Roberts prestó poca atcnción a la evolución naval, que subestimó groseramente la importância de la guerra de sitio durante el comienzo de la Edad Moderna, que exagero el efccto de las reformas realizadas en el cjército sueco bajo Gustavo Adolfo, y que omitió los câmbios, pa­ralelos pero independientes, producidos en los ejércitos francês, holandês y de los Habsburgo.4 Todas estas críticas se refieren a las razones intrínsecas (si así pudiera decirse) de las transformaciones militares a comienzo de los tiempos modernos, pero también ha habido una cierta revisión dei análisis de Roberts sobre las amplias repercusioncs de la rcvolución militar. Algunos escritores poste­riores han indicado que los graves problemas administrativos y lo-

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gísticos plantcados por la necesidad de construir más fortalezas y más barcos de guerra, y de reclutar y equipar más soldados, causa- ron. en electo, una revolución cn los gobiernos. de la que emergió en el siglo xviu cl Estado moderno.5

Ante tales objeciones algunos pueden preguntarse si está justi­ficado hablar siquiera de una «revolución militar»». ^No se habrá atribuído demasiada homogeneidad, demasiada importância, a una serie de gradualcs y modestos reajustes hechos para atender las demandas, siempre variables. de la guerra? Esta cuestión, sin embargo, se responde fácilmente con sólo comparar lo ocurrido a comienzos de la Europa moderna con otra «revolución militar» no puesta en duda. que tuvo lugar unos 2000 aftos antes.

El ocaso de la dinastia Chou en el siglo viu a.C. hizo nacer en China un gran número de estados fcudales, mutuamente enfrenta­dos. Entre los anos 770 y 221 a.C. sólo hubo 17 aftos sin hostilida­des: no en vano los historiadores llaman a esta época la «Era de los Estados Guerreros». Pero con el tiempo cambiaron radical­mente la naturaleza. la duración y la intensidad de esas guerras. Las batallas de los siglos vii y vi a.C.. protagonizadas normalmen­te por masas enfrentadas de carros, raras veces implicaron a más de 10.000 hombres; sin embargo, hacia el siglo ui los ejércitos se habían multiplicado por 10 y el total de las fuerzas armadas de los principales Estados se acercaba a un millón.6 Como ocurrió a co­mienzos de la Europa moderna, este enorme crecimiento se rela­ciono con las innovaciones lácticas: los aristocráticos conductores de carro, armados con arcos, fucron dejando paso a una compacta infantería de conscriptos, armada con lanzas y espadas de hierro (y apoyada por un menor número de arqueros montados). Como es natural, las transformaciones militares de esta magnitud origina- ron problemas crónicos de abastecimiento y mando que obligaron a los Estados beligerantes a reformar su estructura política, de modo que los gobiernos, en su mayoría, pasaron de ser algo pare­cido a una amplia corte, con los cargos más importantes ostenta­dos por los parientes dei soberano o por los nobles más distingui­dos, a convertirse en Estados autocráticos regidos en nombre de un príncipe despótico por una burocracia asalariada. cuidado­samente adoctrinada (desde el siglo v a.C. en adelante) en los princípios de Confucio y seleccionada cn función de los méritos entre todas las clases sociales.

Con la ayuda de esta nueva administración pública y debido a los grandes ejércitos. las guerras se hicieron más largas, menos nu-

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mcrosas pero más decisivas. Entre los anos 722 y 464 a.C. sólo hubo 38 anos de paz (1 de cada 6), mientras que entre 463 y 221 hubo 38 (1 de cada 2.5); sin embargo, durante este último período disminuyó constantemente cl número de Estados independientes. Entre los anos 246 y 221 a.C. el hábil príncipe Cheng de los Ch’in destruyó los otros seis Estados subsistentes y creó un Império uni­ficado de quizá 50 millones de habitantes, con un ejército perma­nente bastante superior a 1 millón de hombres. En todoel Império se puso en vigor un código penal uniformado y la misma estruetu- ra administrativa; se creó un sistema de carreteras y canales, una sola moneda y un idioma escrito normalizado; se empezó la prime- ra Gran Muralla de China, que se exliende a lo largo de 3.000 km de la frontera septentrional. Quizás el monumento mas revelador dei poder dei primer emperador de China sea su mausoleo, mayor que las pirâmides de Egipto, construído cerca de su capital. Estaba custodiado por un ejército de 6.(XX) figuras de terracota, cuyos di­versos rostros reflejan la variedad de los tipos étnicos que abarca- ba el Império, pero cuyos uniformes normalizados (con insígnias de colores codificados para identificar a las unidades) y armas fa­bricadas en serie testificaban la formidable centralización y eficá­cia aleanzadas. La «revolución militar» de los Ch'in estableeió un sistema que perduró, eon notable invariabilidad, durante dos milê­nios.7

Es sorprendente la semejanza entre esta sucesión de hechos y la revolución militar europea. Las dos implicaron un enorme creci- miento numérico, un cambio profundo en la láctica y la estratégia y una mayor rcpercusión de la guerra sobre la sociedad. Ambas exigieron. adernas, profundos câmbios en la estruetura y critérios de actuación de los gobiernos. Si se admite que una de ellas consti- tuyó una revolución, lo mismo debe hacersc eon la otra. Hay que reconocer que las transformaciones a princípios de la moderna Europa no hicieron nacer un sistema militar que perdurase. más o menos invariable, vários siglos. pero, por otra parte, aquéllas no sólo transformaron la forma de guerrear en la metrópoli, sino que acelcraron de un modo decisivo cl avance de la expansión europea en ultramar. La superior organización militar de los Ch'in les per- mitió conquistar toda China; la de Occidente le permitió, al paso dei tiempo, dominar todo el mundo. Esto se debía a que, en gran medida, el engrandecimiento de Occidente dependia dei ejercicio de la fucrza. dei hecho de que el equilíbrio militar en ultramar en­tre los europeos y sus adversários se inclinaba ininterrumpidamen-

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tc a lavor de aquéllos, y es la tesis de este libro el que la clave dei êxito Occidental en la creación de los primeros impérios verdade- ramente globalcs, entre 1500 y 1750, residia precisamente en aque- llos perfeccionamientos de la capacidad de hacer la guerra que han sido denominados «la revolución militar». Es esta mi principal jus- lificación para someter todo este asunto a un nuevo escrutínio.

De modo que este libro no es, ni pretende serio, una historia general dei arte de la guerra a comienzos de la Edad Moderna. Los que buscasen aqui un estúdio de las repercusiones de la guerra sobre la sociedad. dei «coste» de la guerra para las sociedades que la hacen, de la literatura sobre los limites de la guerra, o de las re­laciones recíprocas entre el Estado y el sistema militar que sostie- ne, quedarían desilusionados. lodos estos asuntos, sin embargo, están admirablemente tratados en otros libros.” Por el contrario, yo me he dedicado al estúdio de los elementos de la historia mili­tar curopca que arrojan luz sobre un problema distinto: t.qué hizo exactamcnte Occidente, que era al principio tan pequeho y defici­tário en la mayoría de los recursos naturales, a fin de compensar estas deficiências por medio de su superioridad en cl poder militar y naval?

Mi narración comienza con una revisión de las diversas formas en que los europeos hacían la guerra en los siglos xvi y xvu, pues- to que la rápida difusión de las armas de fuego transformo la con- ducción de las operaciones ofensivas y defensivas, prestando la debida atención a aquéllos territórios que parecían muy poco afectados por la revolución militar y tambiên a aquéllos oiros que se encontraban en su mismo corazón (capítulo 1). Por el contra­rio. cl capítulo 2 dedica mayor atención a los países más «adelan- tados». en su mayoría de Europa Occidental, para examinar los problemas logísticos creados por la aparición de mejores fortifica- ciones y mayores ejércitos, y ver cómo eran resueltos. Sin embar­go, la carrera de armamentos entre las diversas potências occiden- tales se dcsarrolló a la vez por mar y por tierra, y la «revolución militar» ofrecía a los Estados europeos la posibilidad de extender sus conflictos mucho más allá de sus propias costas. En un princi­pio. esta aceleración quedo limitada a enfrentamientos en el mar. con ataques de una flotilla europea contra otra en el Atlântico septentrional, el Mediterrâneo, el Caribe y, más adelante, el ocea­no Índico (capítulo 3). Sin tardar mucho, los europeos en ultra­mar buscaron aliados indígenas y de este modo trasladaron sus hostilidades a otros continentes. Llevaron consigo sus nuevos pro-

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cedimientos militares y, a medida que éstos mejoraban, iban co­brando supcrioridad sobre todos sus oponentes: sobre los ameri­canos en el siglo xvi, sobre la mayoría de los indonésios en el w h , sobre muchos indios y africanos en el xvin. Al final, sólo Co­rea, China y Japon resist fan a Occidente hasta que la Revolución industrial en Europa y América forjo algunas nuevas herramien- tas impériales, como el buque acorazado y el canòn de tiro rápido, contra las que ni siquiera el Este asiático poseía al principio répli­ca eficaz (capítulo 4).

Este libro concluye con un breve examen del proceso a través dei que los cjércitos y las marinas de guerra de los Estados de co- mienzos de la Edad Moderna se mctamoríosearon cn los de la era industrial, capaces de imponer (y de conservar durante casi un si- glo) la influencia occidental y los modos occidentales de vida en casi todo el mundo. Esta saga, naturalmente. ha sido bien narrada por otros, y muy notoriamente por Daniel R. Headrick en The tools o f empire: technology and European imperialism in the nine­teenth century, Oxford, 1981. Headrick ha explicado cómo los Es­tados occidentales acrecentaron sus impérios mundiales desde cer­ca de un 35 por 100 dei total de la superficie terrestre en 1800, hasta un 84 por 1(H) en 1914. Su relato constiluye una lectura de extraordinário interés que no neccsita ser narrada de nuevo. Por eso, mi objetivo es algo distinto: intento sacar a la luz los médios principales con los que Occidente adquirió esc 35 por KM) entre 1500 y 18(H).

I. REVISIÓN DE LA REVOLUCIÓN MILITAR

«Hemos de confesar —cscribía en 1590 sir Rogcr Williams, en su Briefe discourse o f Warre— que Alcjandro. César, Escipión y Aníbal fueron los más notables y famosos guerreros que jamás ha- yan existido: sin embargo, téngalo por seguro ... nunca hubieran conquistado países tan fácilmente si hubiesen estado tan fortifica­dos como Alcmania, Francia. los Países Bajos y otros lo vienen es­tando desde sus dias.» Para Williams, jefe con dilatada expericncia de guerra en los ejércitos espanoles, holandeses c ingleses, la proli- feración de un sistema defensivo que era más o menos impenetra- ble al ataque constituía una radical diferencia entre las guerras de su época y las de todos los tiempos anteriores. Era opinión de Wil­liams, y de muchos de sus contemporâneos, que la adopción de fortificacioncs geométricas, y de las armas de fuego que las hicie- ron necesarias, había revolucionado tanto el modo de haccr la gue­rra que nada útil podría aprenderse de los antiguos preceptos.1

Esta opinión tan exagerada, naturalmente, no era aceptada universalmente. Por cada tratadista militar dei Rcnacimiento que rechazaba la validez de los cjemplos antiguos había otro que los ensalxaba. Los textos clásicos se reimprimían y se traducían a me- nudo —en especial los escritos en las épocas durante las que el im­pério romano estuvo amenazado de invasión— y sus ideas eran asumidas y adaptadas a las condiciones dei momento, por benévo­los teóricos militares como Justo Lipsio.2 Pero tanto los «antiguos» como los «modernos» estaban de acuerdo en despreciar cl milênio transcurrido entre la caída de Roma (476) y la de Constantinopla (1453): la Edad Media era tenida como totalmente desprovista de ejemplos o paralelismos interesantes. Según Nicolás Maquiavelo, florentino de princípios dei siglo xvi que lenia notable expericncia en organización militar, las guerras de las generacioncs inmcdiata- mente anteriores habían «comenzado sin miedo, proseguido sin

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ricsgo y concluído sin perdidas». Escritores posteriores han sido inducidos por esta y otras manifestaciones a dcsechar a los ejérci- tos medievales como «simples muchedumbres» que se hallaban «total y gloriosamente indisciplinadas», y a recha/ar que «los con- ceptos de ‘mando’ y ‘planificación’ pudieran aplicarse con prove- cho a la guerra medieval».-1

Pero todo esto carece de sentido. Los ejércitos de la Edad Me­dia estaban sometidos a la misma tensión entre los procedimientos ofensivos y defensivos de la que surgen la estratégia y las innova- ciones militares. Todos los ingredientes necesarios para el pensa- miento estratégico se hallaban presentes, en especial tras la proli- feración en Europa Occidental de los castillos de piedra, que se inicio en el siglo xi, porque dondequiera que se construyesen las nuevas fortalezas, los mandos militares se veían obligados a au­mentar sus ejércitos, mejorar la disciplina y prolongar el servido de sus hombres. y a adoptar una estratégia de desgaste cuidadosa­mente calculada (quizá durante vários afios seguidos).4 Según la máxima autoridad en este asunto. «el propósito verdadero de la actividad militar acabo siendo la toma y la defensa de Ias plazas fortificadas». Ya en el siglo xil.

un invasor podia controlar un território si lo ocupaba con un ejérci- to; pero si no se apoderaba de las plazas fuertes. su control concluía al retirarse sus fucr/as. El principal objetivo de un invasor que se proponía anexionarse territórios era apoderarse de sus puntos for­tificados. No era entonces, al contrario de ahora. el de destruir o paralizar las fucrzas enemigas para poder imponer su omnímoda voluntad al gobernante cuyos territórios atacaba.5

F.n la dinâmica militar entre defensiva y ofensiva, la primera era claramente predominante. Así pues, por el momento, apenas se sentia la necesidad de modificar el tipo de las fortificaciones: el es­tilo vertical dei castillo de Gaillard, construído en el siglo xil. es clarauiente dei mismo tipo que el castillo de Coucy, dei xiu, la Bastilla de Paris dei xtv. o los muros dei prior Hepburn que ro- dcan la catedral de San Andrés, de comienzos dei xvi (lamina 1). lampoco variaron apenas las operaciones requeridas para tomar tales plazas. fuese mediante bloqueo, con baterías o al asalto. La guerra, en los territórios con castillos y ciudades fortificadas, fue durante largo tiempo un asunto de maniobras, escaramuzas y ase- dios prolongados.6

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I. Sl. Andrews in Fife era la sedc del Primado dc Escocia. cuya capital eclesiástica sc hallaba fucrtcmcntc fortificada en el dccenio dc 1530. Sin embargo, sus muros, .unique construídos algun liempo despu^s de que en Italia sc hubieran al/adn Ion pri- mcros bastioncs. sc erigicron see un el tradicional principio defensivo «vertical» dc la Fdad Media, concebido más para evitar cl asalto humano que cl cafloneo de la arti- llcria.

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Este punlo muerto se resolvió provisionalmenle en el siglo xv con la invención de los poderosos cânones de silio. Al principio, la aparición de uno solo de ellos podia producir la rcndición inme- diata de la guarnición: los soldados escoceses dc Bcrwick-upon- Tweed se rindieron en 1405 Iras un solo disparo de la única bom­barda inglesa. Es cierio que la contemplación de arrqas como el «Mons Meg», fundido para el duque de Uorgona en 1449 y actual- mente conservado en el castillo de Edimburgo, podia ser aterrori­zadora: lenia más de tres metros de longitud. pesaba ocho tonela­das y media y lanzaba un proyectil de piedra de 5(K) mm de diâmetro (lamina 2).7 Pero armas como estas tenían poco futuro en Occidcntc. En primer lugar, cran lan voluminosas y poco mane- jables que requerían ser transportadas por cl agua: sólo podían

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2. Mons Meg cra una homharda fundida hacia 1440. cn los Países Bajos. para el duque dc Borgorta. Aunque pesaba más dc 8 toneladas, fuc transportada sin pro­blemas a Edimburgo, pero mi cmpla/amicnto cn campana resultó más diíícil. En 1497, por cjcmplo. se asignuron u «Mons- 100 operários >• 5 arlesanos. así como un tiro especial de bueyes. durante la camparia cn Escócia contra Norham (cn la fron- tera). Una banda dc gaiteros toca ba. mientras el enorme caAón avan/aba majestuo- samente por la calle mayor dc Edimburgo, pero justo fucra dc los muros de la ciu* dad sc rompid, y fueron neccsarios tres dias para reparar la cureAa. Por lo general, las bombardas sólo se ulili/aban allí donde podían ser transportadas hasta su asem tamiento por via acuática.

sembrar el terror en ciudades y fortificaciones accesibles por vía marítima o fluvial. En segundo lugar, había algunas fortiflcaciones que. a eausa de sus defensas naturales o dei buen arte. hacían im­potentes incluso a las bombardas más pesadas.

Así era, por ejemplo, el castillo de Coucy, en la Francia septen- trional, alxado sobre un afloramiento rocoso entre 1225 y 1230 y dei que se discutia si era o no la mayor fortaleza jamás construída

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on Europa, que hacía alarde de sus muros de 7.5 m de espesor, y que incluso a mediados dei siglo xvu había resultado inexpugnable a las minas y al caftoneo artillero. No obstante, durante el siglo xv. la corona francesa había triunfado sobre sus enemigos concentran­do vários cânones ligeros. en vez de unos pocos cartones gruesos, contra fortalezas defendidas por el sistema tradicional de altas mu- rallas y torres cilíndricas. Entre 1440 y 1460, las poblaciones de Normandía y Aquitania en poder de los ingleses fueron domina­das por la artillería transportable; después. en 1487-1488. las forta­lezas de Bretarta —aún parcialmente adaptadas para montar arti­llería de deíensa fueron cartoneadas hasta su rendición. Micn- Iras tanto, en Esparta, gracias a disponer de un tren de sitio de unas 180 piezas, los Reyes C atólicos Fernando e Isabel pudieron apoderarse en diez anos (1482-1402) de los puntos fortificados dei reino de Granada que durante siglos habían resistido a sus antece- sores. Parecia como si la era de las «defensas verticales» hubiera concluído.8

El arquitecto y humanista italiano Leon Battista Alberti fue el primero en intuir la respuesta adecuada a las bombardas. En su tratado De re aedificaioría, escrito en el decenio de 1440. propug- naba que las fortificacioncs defensivas serían más eficaces si fue- ran «construídas en líneas quebradas, como los dientes de una sie­rra». e incluso cspeculaba sobre si una configuración en estrella seria lo mejor. Pero pocos soberanos le prestaron atención: es más: su tratado permaneeió inédito hasta 1485. Sólo en los últimos de­cênios dei siglo algunos Estados italianos comenzaron a construir fortificacioncs capaces de soportar el canoneo de la artillería. Sólo unas pocas (por lo general bastante pequertas) utilizaban bastiones en ângulo: Rocca, cerca de Ostia; Brolio y Poggio lmperiale, en Toscana; el castillo de Sant’ Angelo, en Roma. Era tnucho mayor el número de las que se construían al estilo tradicional, pero en tan gran escala que las mayores de cilas (como la ciudadela de los Sforza, en Milan) permaneeieron todavia defendibles durante más de dos siglos.y

El catalizador de la transformación principal fue U invasion francesa de la península en 1494-1495. Carlos VIII llevó consigo a Italia un ejército de 18.000 hombres y un tren de sitio con artillería hipomóvil de al menos 40 piezas. Hasta sus contemporâneos advir- tieron que esto seftalaba un rumbo nuevo en los modos de hacer la guerra: el Senado de Venecia declaró en 1498 que «las guerras ac tuales están más influídas por la luerza de las bombardas y de la

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artillería que por los hombres de armas» y se dcdicó con frenesi a la adquisición de armas de fuego.10 Otros Estados siguieron pron­to su ejemplo y, en unos pocos artos. la invasion franeesa tuvo el efecto de una divisória. El diplomático e historiador florentino Francesco Guicciardini escribía en el deccnio de 1520:

Antes de 1494. las guerras eran prolongadas, las batallas. in­cruentas. los procedimientos utilizados para asediar ciudades, len­tos e inciertos; aunque ya se empleaha artillería. era manejada con tan poca habilidad que produda pocos dartos. Por eso. ocurría que el soberano de un Estado apenas podia ser desposeído. Pero los franceses, al invadir Italia, infundieron tanta viveza en nuestras guerras, que hasta el [presente],... siempre que se perdia el campo abierto. cl Estado se perdia con él.

En un trabajo posterior. Guicciardini atribuía otra vez a los france­ses y a sus cartones todos los câmbios importantes producidos en Italia en el arte de la guerra:

Entraban en posición contra las murallas de una ciudad con tanta rapidez, el intervalo entre los disparos era tan breve y los pro- yectilcs volaban a tanta velocidad y eran impulsados con tanta fqer- za que en unas pocas horas se lograban los mismos resultados que antiguamente. en Italia, en el mismo número de dias."

Con su ayuda, las ciudades antes lenidas por inexpugnables fueron conquistadas fácilmente. Según Maquia velo, que escribía en 1519. de 1494 en adelante «No hay muro, por grueso que sea. que la arti­llería no pueda destruir en pocos dias».12

Pero Maquiavelo y Guicciardini estaban equivocados. Incluso mientras ellos cscribían, los constructors militares proyectaban un nuevo procedimiento de defensa contra el cartoneo. Este siste­ma, cuya culminación se muestra en la figura 1. consistia breve- mcnle en lo siguiente. En primer lugar, las murallas se hacían a la vez más hajas y de mayor espesor; pero esto implicaba que los de­fensores, aunque mejor protegidos contra el fuego artillero. no po- dían ya vigilar el terreno que tenían inmcdiatamente debajo y por cllo resultaban vulnerables a un asalto por sorpresa. Era. por tan­to. neccsario un eficaz fuego de flanqueo, que sólo podia obtener- se construyendo torres cartoneras que sobresaliesen en angulo fuera de las murallas. y donde se instalaba la artillería, que no sólo podia rechazar un asalto a las defensas principales. sino que

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I. El basnón cra cl rasgo dominante cn cl nucvo tipo de fortificadoacs que se desa- rrolló cn la primitiva Europa moderna. De conslrucdón baja y maciza. Iras un am­plio foso. dos de sus lados miran al extenor y están provislos de artilleria pesada para mantener alejados a los sitiadores. mientras que los otros dos lados son perpen­diculares al muro principal y estio cri/ados de mortíferas armas contra los atacantes A medida que aumcnlaba cl alcance de la artilleria. se aAadicron otras obras de for tificación (revellincs, coronas y homabeques) para mejorar la capacidad defensiva.

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lambién podia mantener alejados a los cartones de sitio enemigos y cubrir las zonas muertas de los bastiones vecinos. Aunque se ensa- yaron muchos proyeclos diversos, el que ofrecía el mejor sistema de fuegos mutuamente apoyados fue la construcción en ângulo de torres paralelepipédicas a intervalos regulares, a lo largo de las murallas, lo que se intento por vez primera en torno al puerto pa­pal de Civitavecchia en 1515." Al paso dei tiempo se afladieron otros refinamientos. Así pues. se vio que un foso profundo y ancho servia a la vez para alejar más a la artillería enemiga y para dificul­tar la excavación de minas de pólvora bajo los muros. Es natural que todas estas ventajas resultasen multiplicadas en cuanto se construyeron otras fortificacioncs para defender el foso. De este modo se artadieron fortines por el interior (denominados «case­ments»), si el foso era seco, o se construyeron por fuera bastiones triangulares aislados (denominados «revellines»), si el foso se lle- naba de agua. Por último, las zonas estratégicas situadas justo fue­ra de la muralla podían enlazarse con el sistema defensivo princi­pal encerrándolas en prolongacioncs cspecialcs («coronas» y «hornabeques»). Los grandes recintos fortificados disponían tam- bién de una serie de reduetos exteriores (con la misma configura- ción estelar, pero de menor tamarto), con el fin de mantener a raya a fucrzas cnemigas de menor entidad y, a la vez, ejercer el dominio de las poblaciones que suministraban a la guarnición principal abastecimientos y soldados. Por todo ello, las grandes plazas forti­ficadas (comoTurin o Milan) llegaban a dominar hasta odienta ki­lometros cuadrados de território.

El coste. sin embargo, era pasmoso. El proyecto de rodear a Roma con un cinturón de dieciocho poderosos bastiones fue dese- chado en 1542 euando se supo que la construcción de uno solo de ellos costaba 44.(KK) ducados (unas 10.000 libras). Originalmente se había previsto que Palmanova, construída en la frontera venc- ciana del Friuli en el decenio de 1590. dispondría de doce bastio­nes. ppro esta cifra se redujo enseguida a nuevc a causa dei coste. Fue una decision inteligente: la República de Siena había perdido su independência cuarenta artos antes, en gran parte debido a que sus gobernantes habían emprendido un programa de fortificacio- nes que no pudieron costear. En 1553. ante la amenaza de un inmi- nente ataque por sus enemigos, se decidió que diecisiete ciudadcs. entre ellas Siena, íuesen provistas de nuevos bastiones y murallas. Pero fue tan difícil conseguir la mano de obra. los fondos y los ma­terials de construcción para tan importante proyecto que, euando

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sc produjo la invasion en 1554, pocas cran las obras defensivas proycctadas que se habían concluído. Sin embargo, la República había gastado tanto en fortificaciones que ya no disponia de recur­sos para organizar un ejército de reserva, y ni siquiera para contra­tar una flota y enrolar tripulaciones a lin de defender sus fortale­zas costeras. De modo que en abril de 1555. iras un penoso asedio de diez meses, Siena sc rindió sin condiciones y, tras un corto pe­ríodo de ocupación, fue anexionada por su vecina Florencia. La re- volución militar había provocado dircctamente su extinción.14

Leyendas de escarmiento como estas impidieron la difusiôn dei nuevo sistema defensivo (conocido como trace italienne). Aun- que se construyeron bastiones alrededor de muchas fortificaciones en la Italia espafiola, sólo a partir de 1543 aparecieron los prime- ros en la misma Espana (en Sabiote). En vez de ello, para presen- tar el menor bianco posible al fuego artillero, se cxcavaban en un foso masivo muros de menor altura y torres escarpadas.15 Los bas­tiones en angulo no sc extendieron al oiro lado de los Alpes hasta el decenio de 1530. Sin embargo, en esa época, más de cien inge- nieros italianos trabajaban en Francia bajo la dirección de Girola­mo Marini y. después, de Antonio Melloni, en la mejora de las de- fensas septentrionales del Reino. Ya cn 1544, quince plazas fuertes dc la frontera con Holanda poseian fortificaciones del nuevo estilo y estaban defendidas por 1.012 pie/.as dc artillería (sólo el valor de estas últimas alcanzaba la cifra de 50.000 libras esterlinas).16 Al mismo tiempo, otros italianos trabajaban en los Países Bajos de los Ilabsburgo: en Breda para cl conde Enrique de Nassau, en Ambe- res para el ayuntamiento de la ciudad. y a lo largo de la frontera meridional para el emperador Carlos V. Una vez más, el coste era asombroso (por ejemplo, los 7 km dei recinto de Amberes, con 9 bastiones y 5 compuertas monumentales, costô un millôn de flori- nes, unas ÎOO.(KK) libras), pero el interés de la seguridad nacional, como de costumbre, acallô las protestas de los contribuyentcs.

Entre 1529 y 1572. se habían construído en los Países Bajos unos 43 kilometros de defensas modernas: 4 ciudadelas, 12 recin­tos amurallados complclamcnte nuevos y 18 recintos sustancial- mente modernizados, por un coste total dc unos 10 millones de fiorines (un millôn de libras). Para 1648. cuando concluyeron las guerras de los Países Bajos, sólo unas pocas instalaciones principa­les permanecian sin bastiones.17 En ultramar ocurrió lo mismo algo después, pero se conservó la misma inspiración italiana. A partir de 1500, Giovanni Battista Antonelli proyectô y dirigiô la

3 2 LA REVOLUCIÔN MILITAR

conslrucción de fortificaciones abastionadas en La Habana, San Juan de Ulúa y el fuerte de San Agustín, en Florida, para los espa- floles, mientras Giovanni Battista Cairati construía fortalezas en Mombasa. Bassein y Damão, para los portugueses.18

Pero <,cómo había que atacar plazas fuertes de cse tipo? Exis- ten algunos ejemplos, a comienzos de las guerras modernas, de plazas bien fortificadas ocupadas por sorpresa (por ejcmplo. en las guerras de los Países tíajos, las ciudades de Holanda ocupadas por los «mendigos dei mar» en 1572), por asalto (como la toma de Amberes por la «furia espanola» en 1576), o a traición (como en Aalst. vendida a Espana en 1582 por su guarnición inglesa). Pero estas rachas de suerte de los atacantes no eran muy frccuen- tcs. Era normal que la toma de una plaza fuerte defendida por la trace italienne requiriese vários meses, si no a rios, y había que eri­gir y guarnecer un conjunto de obras de asedio. hasta que o bien los defensores se rendían por hambre, o bien las trincheras po- dían acercarse tanto a las murallas que era posible canonear a corta distancia y dar el asalto, o bien se podían exeavar túneles bajo un bastión e instalar en ellos minas de pólvora (lâmina 3). Los anales de comienzos de la guerra moderna contienen nume­rosos ejemplos de cada uno de estos procedimicntos, pero lo úni­co que todos ellos tenían en común era su larga duración. El ase­dio de Breda por los espaftoles. en los Países Bajos. que comenzó en agosto de 1624, obligó a rodear la ciudad con una doble línea fortificada, protegida por % reduetos, 37 fortines y 45 baterías. Al parecer, no se disparo un solo cahona/o contra ningún bastión u hornabeque de la misma Breda; la ciudad se rindió nueve meses después. en mayo de 1625, simplementc por hambre.19 Y esto fue rclativamcntc breve para lo que se acostumbraba en las guerras de los Países Bajos. El puerto de Ostende, en Flandes. había per­manecido bloqueado más de tres anos —desde julio de 1601 hasta septiembre de 1604— y por fin fue forzado a rendirse solamente cuando los sitiadores espaholes se aproximaron lo suficiente para apoderarse de algunas de las obras exteriores y abrir una brecha por la que pudo darse el asalto.20 Por otra parte, el asedio holan­dês de s-Hertogenbosch en 1629 comenzó a finales de abril y sólo a mediados de julio se pudieron ocupar todos los reduetos exte­riores que rodeaban la ciudad. Entonces pudo comenzar el mina­do y el canoneo contra las propias murallas de la plaza, y hubo de llegar el 11 de septiembre para poder hacer cxplotar una mina bajo uno de los bastiones principales. lo que produjo una brecha

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3. f a zapa y lu mina eran i.-ni importantes como l.i »riilleríu para ocupar las plazas defendidas por bastioncs. Tambión aqui surgían dificultadcs. pucs mover una bom­barda tan grande como «Vfons Mcg» podia scr un trabajo hercúleo, pero lambuín lo era la excavaciõn de un túnel lo suficientemente amplio y profundo como para instalar una mina de pólvora bajo alguna parte dc las forlificacioncs »sediadas. (De Leonhard Fronspcrger. Kriegsbuch, III. Frankfurt. 1573. Cl.XVI v.)

que propicio el asalto. l.os 3.000 hombres dc Ia guarnición se rin- dieron tres dias después.21

Para asegurar contra cualquicr pcrturbación a los 50.(XX) sitia- dores que perforaban y exeavaban minas, era necesaria una doble línea fortificada alrcdedor de la plaza bloqueada: una línea para evitar la salida de los asediados, y otra para rechazar.a cualquicr ejército de socorro (lamina 4), Como estas líneas se conslruían a ser posible lucra dei alcance de la artillería emplazada en las mu- rallas de la ciudad sitiada (que podia llegar a unos 1.500 m) las obras de sitio en torno a una gran ciudad podían ser en realidad muy amplias. Las que erigieron los holandeses en torno a ‘s-1 lerio- genbosch en 1629, por ejemplo, se extendían sobre 40 km.22

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Es evidente que. para llevar a cabo operaciones de esta natiira Icza y defender, a la vez. las fortalezas propias, era menester una acumulación sin precedentes de hombres y municiones. Así pues, aunque el sitio de s-Hertogenbosch sólo inmovilizó a 25.(XX) hom hres, la necesidad de defender las numerosas plazas fortificadas de la República hizo neccsario un aumento dei ejército holandês des­de 71.443 en febrero de 1629. hasta 77.193 en abril, y hasta 128.877 en julio.23 Aun así, la ciudad resistió tres meses más.

Por tanto, tras el Renacimiento, la mayor parte de Europa Occi­dental parecia andada en un sistema militar en el que la ofensiva y la defensiva estaban casi exactamente equilibradas. En el siglo xvii se introdujeron algunas mejoras en las fortificacioncs. que no liicie- ron caer en desuso los modelos anteriores, como los bastiones ha bían dejado anticuados, casi en el acto. a la mayoría de los muros medievales. Incluso en el dccenio de 1920, algunas de las primeras fortalezas de la época moderna se seguían considerando de impor­tância estratégica. A pesar de todo. cn 1722, un ingeniero militar de Jülich. J. D. Durange, publico un tratado en el que criticaba cada uno de los 118 distintos métodos de fortificación propuestos ante­riormente por cerca de 70 diversos autores. Ni quê decir liene que él proccdió a ofrecer otro procedimicnto (cl 119), de su inven- ción.24 No le sobraba parte de razón. porque muchos proycctos ex- tranos eran obra de matemáticos y economistas de salón, o de ar- quitectos civiles, y no de ingenieros militares. Pero esto no era todo. La «revolución militar» había creado, en efecto, algunos pro­blemas estratégicos que no tenían fácil solución. Una ciudad o for­taleza fuertemente defendida, que albergaba quizá 10.000 comba- tientes, apoyada por fortificacioncs próximas de menor enlidad, era demasiado peligrosa como para dejarla atrás, en la esteia de un ejército en avance: era necesario conquistaria a cualquier prccio. Por otro lado. no había una fórmula rápida para su conquista, por muy poderoso que fuese el ejército atacante. Esta simple paradoja hacía que las batallas resultasen más o menos irrelevantes en todas las zonas en que se construían las nuevas fortificaciones. exceplo (como ocurría a menudo) cuando se entablaban entre un ejército sitiador y una columna de socorro, de modo que el resultado pudie- ra decidir el fin dei asedio, como en San Quintín (1557). Nórdlingen (1634), Rocroi (1643), Marston Moor (1644). Las Dunas (1658) o Viena (1683). Y por cada batalla tenían lugar numerosos asedios. En palabras de Roger Boyle, senor de Broghill y Orrery. que cscri bía en el dccenio de 1670:

3 6 LA Rh VOLITION MILITAR

Las batallas no deciden los confliclos naturales y cxponen a los países al pillaje de los conquistadores, como antiguamente. Porque hacemos la guerra más como los zorros que como los ícones: y ha- brá veinte asedios por cada batalla.25

Hasta John Churchill, duque de Marlborough, que en sus campa­nas a princípios del siglo xvm buscaba expresamente oportunida- des para presentar batalla, sólo combatió en cuatro acciones prin- cipales durante sus diez campanas, aunque dirigió treinta asedios.

No obstante, las batallas de Marlborough, con sus delgadas fi­las de mosqueteros que se disparaban recíprocamente en líneas de vários kilometros, eran de naturalcza totalmente distinta a los en- cuentros, predominantemente montados, de los cru/ados o los Capetos. Porque la revolueión en la guerra de sitio durante cl Ke- nacimiento fue acompaAada por una revolueión de la guerra en campana, a medida que las lácticas que recurrían al empleo direc­to de la fuer/.a bruta (cargas frontales, lucha cucrpo a cuerpo) eran sustituidas por cl empleo de las armas de fuego. La transición co- menzó, como ocurrió con cl cambio en el tipo de fortalezas, en cl siglo XV, y también tuvo lugar en Italia. Desde las guerras de Eduardo 1 (1272-1307), los ingleses habían utilizado en el combate las descargas de flechas y las cargas de caballería. y cuando con Eduardo III (1327-1377) intentaron conquistar Francia. sus arque- ros obtuvieron una serie de sorprendentes victorias contra los ca- balleros franceses. Todavia a princípios dei siglo xv los franceses se resistían a aceptar las consccuencias lógicas de sus fracasos: en Azincourt, en 1415, las derrotadas huestes de los Valois tenían dos hombres de armas por cada arquero. Con el tiempo cambiaron de opinion. En la gran ordenanza militar de 1445. la composición dei cjército real se cstablccía en dos arqueros por cada hombre de ar­mas.26

Fue en este âmbito de mayor dcpendcncia de las armas arroja- di/as como resultó obvio el atractivo dei canón. Las armas de fue­go de pequeflo calibre (portátiles o sobre vchículo) habían apare­cido en los campos de batalla curopeos en el siglo xiv. pero durante largo tiempo fueron inferiores al arco en precision y al­cance. De hecho. los ingleses siguieron prefiriendo el arco largo a las armas de fuego hasta bien entrado cl siglo xvt, y aunque el rey Jacobo IV de Escócia adquirió en 1508 una «culebrina de mano» (para la caza dei oso en Falkland, el tiro contra las aves en la isla de May y el tiro al blanco en el gran salón de Holyrood House).

tanto él como su ejército apenas poseían armas de fuego cn su ca tastrófica derrota en Flodden cinco aftos antes.27 También Carlos cl Temerário, duque de Borgona, que se servia de un ejército en cl que predominaba cl fuego, se fiaba más de sus arqueros que de sus tiradores: en 1471 había en su ejército 1.250 hombres de armas y 1.250 piqueros, en comparación con 5.000 arqueros y 1.250 tirado­res. En su mayoría eran mercenários (muchos extranjeros, sobre todo ingleses e italianos) y sólo fueron derrotados (en Héricourt. Morat, Grandson y Nancy) porque fueron sobrepasados por una mayor fuer/a cnemiga de piqueros. En la última batalla. por ejem- plo, en la que Carlos perdió la vida en cnero de 1477. el ejército borgoúón de no más de 4.000 hombres se enfrentaba a una hueste no inferior a 20.000. Las armas de fuego apenas tuvieron influen­cia en el resultado final. Pero las nuevas armas recibieron en Italia una inmediata bienvenida. En las numerosas batallas dei siglo xv entre los Estados italianos, las armas de fuego se hicicron cada vez más importantes, hasta que cn 1490 la República de Venecia deci- dió sustituir todas sus ballestas por armas de fuego y. en 1508. equipar su recicn creada milicia con armas de pólvora. Los ejérci- tos de otros Estados siguieron pronto el mismo camino.28

No obstante, el rendimiento de las prímeras armas de fuego dejaba mucho que desear: un arquero bien inslruido podia dispa­rar 10 flechas por minuto, con una precisión razonable hasta 200 m de distancia, pero se requerían vários minutos para volver a cargar un arcabuz de comienzos dei siglo xvi. y sólo lenia precisión hasta unos 100 m de distancia. Sin embargo, a pesar de todo, las armas de fuego presentaban el atractivo de que su empleo requeria muy poco aprendizaje. Así lo expresaba J. F. Guilmartin: «Mientras que podían bastar unos pocos dias y un buen sargento instruclor para obtener un arcabucero razonablemenle bueno. se requerían mu­chos ahos y todo un estilo de vida para conseguir un arquero com­petente».29 No hay duda de que la adopción dei mosquete en el decenio de 1550, iniciada en los regimientos espanoles de Italia, aeeleró este proceso. pues la nueva arma podia disparar un pro- yectil de plomo de dos onzas con fuer/a suficiente para perforar incluso una armadura de chapa a 100 m de distancia.30 Poco a poco. el mosquetero se hizo el dueno dei campo de batalla y acabó con casi todos los demás especialistas militares. Los primeros en desaparecer fueron los mandobleros, cuya habilidad con las espa das claymore de doble mango había sembrado el pânico entre los enemigos; apenas hay referencias a ellos despuós de 1515. l a ala

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barda desaparcció poco después y. durante algún tiempo. hasta la caballería se hizo relativamente escasa. Maquiavelo opinaba que el ejército ideal debería toner 20 soldados a pie por cada jinete, y a fines dei siglo xvi algunos ejércitos llegaron a aproximar se a esta proporción (véase la p. 102). Los ballesteros habían desaparecido casi por completo a mediados dei siglo, e incluso cn Inglaterra se desecharon los arcos largos cn favor de las armas de fuego durante el decenio de 1560. Aunque algunos estrategas de salón se empe- naron en un combate de retaguardia en favor dei arco largo, sus opiniones no prosperaron: en la obra de Robert Barret Theory and practice o f modem wars, un tratado militar de 1598, «un gen- tilhombre» recordaba a «un capitán» que, en el pasado. los ingle­ses habían alcan/ado muchos êxitos con los arcos: a lo que el capi­tán desdenosamente replicaba: «Seftor, lo pasado, pasado está. y a hora es ahora. Las guerras han cambiado mucho desde que apa- recieron por primera vez las llamcantes armas».*'

Si los arqueros dejaron paso a los mosqueteros, los piqueros permanecieron. Durante los siglos xiv y xv, las fuer/as armadas de los cantones suizos habían demostrado que los cuadros de pi­queros cn íormación cerrada■ podian enfrentarse con êxito tanto a las cargas de caballería como a los ataques de otras unidades a pie. Ilubo incluso una época, tras la aplastante derrota de los borgono- nes en el decenio de 1470, en la que los piqueros suizos fueron considerados invencibles y se ordeno a las tropas de muchos Esta­dos alemanes e italianos que los imitasen.32 Pero las armas de fue­go tuvieron êxito allí donde los caballcros habían fracasado: un cuadro de piqueros podia resistir a la caballería pero presentaba un blanco fácil para la artillcría de campana y las armas de fuego portátiles. En Ravena (1512), Vlarinano (1515) y Bicoca (1522) el fuego produjo importantes bajas en los agrupados piqueros.33 No es sorprendente que en unos pocos ah os la mayoría de los países anadiese lilas de «Ilaves de fuego» para defender sus cuadros de piqfferos. aunque al comienzo la proporción era aproximadamente de uno a tres. En el transcurso de ese siglo. al mejorar la eficacia y la liabilidad de las armas de fuego, algunos ejércitos incluyeron cn sus regimientos compahías de «tiro» (combinación de mosquetes y arcabuces).34 Finalmente, en el decenio de 1650, la mayor parte dê las unidades estaba constituída por tiro y picas en una proporción de cuatro a uno.35

Los piqueros protegían ahora a los mosqueteros, dada la baja cadencia de fuego de los mosquetes. Parece ser que a comienzos

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dei siglo xvii un mosquetcro experto podia hacer un disparo cada dos minutos, lo que, contra una carga de caballería, significaba que en la práctica sólo podia efectuar un disparo desde el momento en que el enemigo entraba dentro dei alcance eficaz hasta que co- menzaba la lucha cuerpo a cuerpo.36 Sólo había dos modos de mo­dificar esta situación. Uno era mejorar la precision de los mosque­tes. Aunque ha sido negada por algunas autoridades, esta era una posibilidad real, puesto que existfan armas rayadas deportivas que podían abatir las piezas de caza a considerable distancia. En la guerra, éstas eran utilizadas por los tiradores selectos. Así, por ejemplo, en 1633, un soldado inglês en el sitio de Rijnberg. en los Países Bajos, estaba muy impresionado por la precision de los tira­dores enemigos: «Basta con que asome la punia de un viejo som­brero —sobre el parapeto. escribía— y enseguida dispararán con­tra él tres o cuatro balas».37 Sin embargo, las armas rayadas requerían todavia más tiempo para su recarga, porque era más di­fícil atacar el proyectil y la carga hasta el fondo dei ánima. En el deccnio de 1590, íos jefes dei ejército holandês, los condes Maurí­cio y Guillermo Luis de Nassau, advirtieron repentinamente que había otro medio para aumentar la cadencia de fuego de los mos- queteros: si formaban sus hombres en varias largas filas, la primera fila podia disparar en una sola vez. y retirarse después, mientras que las filas siguientes avanzaban y repetían la opcración. con lo que podia mantenerse una continua lluvia de balas que impidiese la aproximación dei enemigo. Podemos conocer con precision la fecha dei descubrimiento holandês de este procedimiento de «des­cargas»; aparece por vez primera, en forma de diagrama, en una carta de Guillermo Luis a su primo Maurício, dei 8 de diciembre de 1594 (lamina 5), y el autor afirmaba que había lenido esta idea a partir de un estúdio profundo de los procedimientos militares de los antiguos romanos.38

La puesta en práctica dei fuego por descargas tuvo una reper- cusión crítica en la láctica de combate. En primer lugar, los ejérci- tos hubieron de desplcgarse durante la batalla. tanto para hacer máximo el cfecto dei fuego propio como para reducir el blanco presentado al fuego enemigo. Los campos de batalla de la Europa medieval no se extendían, a menudo, en más de un kilómetro de frente, con un número de hasta 10.000 hombres concentrados en formaciones muy cerradas; pero ante el fuego en descargas esto hubiera sido un suicídio, por lo que las primeras batallas modernas fucron gradualmente empeftándose entre hombres formados en li-

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5. Lu contramarcha europeu fue sugerida por primcra vez por Guillcrmo Luís de N asuu cn una carl.i a su primo Maurício, escrita cn Groninga cl 8 de dicicmbrc de I5M4 (víase la última línea dei documento) I I conde, que acababa de lecr la dcscrip ción liecha por Aelio de la instruociòn que practicaba ei ejírcito romano, ra/onaba que eon seis tilas altemantes de mosquelcros d podría imitar la lluvia continua de proycclilcs que se conseguia eon las jabalinas y las hondas de las Icgioncs. Dcspués. rcsultó que al principio eran nccesarias diez filas para mantener un íuego ininte- rrumpido, pero las descargas de mosqueterfa íueron pronto una láctica usual dc los cjírcitos europeos. (La liava. Koninklijkc Huisarchief, MS. A22-1XF-79.)

las latT largas y poco profundas como fuese posible. Esto. a su vez, lenia importantes consecuencias. En primer lugar, al pasar de un cuadro de piqueros de qui/á 50 en fondo a una formación de mos- queteros de sólo 10 en fondo, era mayor el número dc hombres expuestos al riesgo de la lucha cuerpo a cuerpo, lo que exigia en cada combatiente más valor, habilidad y disciplina. En segundo lu­gar, cobraba mayor importância la capacidad dc cada unidad lácti­ca completa para efectuar con rapidez y simultaneamente los mo- vimienlos necesarios para el fuego por descargas.39

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6. El Kricgshuch de Juan de Nassau (hcrmano de Guillcrmo Luis) era un temprano rcconocimicnto de la dificuliad principal que sc originaba cn cl fuego por descargas: la neoesidad de instruir a las tropas en crimo recargar más deprisa. En cste croquis inicial, cl conde Juan imaginiiba 20 posiciones, mostradas simultaneamente: en pos­teriores versiones, sin embargo, esto se amplio a 25 posiciones para el arcabuz, y 52 para el mosquete, cada una dc cilas representada por separado y con mayor detalle. En 1670. sus dibujos fucron revisados por un grabador proícsional. Jacob de Gheyn, que los publieócon su nombre. (Wiesbaden, Staatsarchiv. MS. K924, pp. 109-110.)

La solución a ambos problemas era, naturalmcnte, la práctica. Había que instruir a las tropas en cómo tirar, efectuar contramar­cha. cargar y maniobrar todos a la ve/. Por esto, los condes de Nassau dividieron su ejército en formaciones menores {las compa­rtias de 250 hombres con 11 oficiales fueron reducidas a 120 hom- bres y 12 oficiales: los regimientos de 2.000 hombres fueron susti tuidos por batallones de 850) y les ensenaron la instrueción. I I diário de un miembro dei Estado Mayor de Maurício. Anthonis Duyck. muestra a las tropas holandesas en servicio activo, en el decenio de 1590, casi constantemente en sus «ejercicios*, forman-

42 1.A REVOLUCIÓN MILITAR

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7. El ejerdcio de !a\ armas, publicado por vez primera cn los Países Bajos cn 1607. fue inmediatamcnte un éxilo de ventas y sirvió para popularizar los nuevos procedi* mientos militares holandeses. La cdición inglesa, dedicada a Enrique, príncipe dc (•ales. sólo requirió algunos câmbios cn la portada y cn la introducción. pues la suce- sión numerada de grabados permaneció naturalmcntc inalterada.

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do y reformando sus filas, cjercitándose y desfilando dei modo propugnado en los tiempos de Roma por escritores militares como Vegecio y Aelio, y posteriormente por el filósofo político Justo Lipsio, en su De militia romana. publicado en 1595.40

En 1599. Maurício de Nassau obtuvo fondos de los Estados Generales para dotar a todo el ejército de campana de la Repú­blica con armas dei mismo tipo y calibre y, por aquella misrna época, su primo Jüan comcnzó a trabajar en un nuevo proccdi- miento de instrucción militar superior: el manual de instrucción ilustrado. El conde Jüan anali/ó cada uno de los distintos movi- mientos necesarios para manejar las principales armas de infante- ría. los numero y preparo un croquis sobre cómo debía realizarse cada uno. Había 15 dibujos para la pica. 25 para el arcabuz y 32 para el mosquete (lamina 6. p. 41). En 1606-1607 se rehizo todo el trabajo (ahora había 32 posiciones distintas para la pica y 42 para cada una de las armas de fuego) y se grabó y publico una lista de las figuras numeradas, bajo la supervisión dei conde Jüan, en la obra de Jacob de Uheyn Wapenhandlingen vau roers, musquetten ende spiessen (Instrucción de armas con arcabuz, mosquete y pica), Amsterdam, 1607. Esta obra fuc enseguida reeditada nume­rosas veces en holandês y traducida pronto al danes, alemán. francês e inglês (lâmina 7).41

Pero incluso antes de De Gheyn. la fama de la instrucción de Maurício se había extendido fucra de la República de Holanda. Luis de Montgomery, senor de Courbouzon, dedicó en 1603 un ca­pítulo de su libro sobre táctica a la «evolución y ejercicios que se usan en el ejcrcito holandês», y durante muchos anos después de la aparición dei Wapenhandlingen eran pocas las obras sobre el arte de la guerra que no citaban los nuevos procedimientos. Así pues. la edición inglesa de John Ringham de The tactics o f Aclian. Londres. 1616, incluía un apêndice titulado «Los ejercicios de los ingleses al servicio ... de las Províncias Unidas de los Países Ba- jos».42 Fue la presencia de numerosas unidades extranjeras (esco­cesas, alemanas y francesas, así como inglesas) y de innumerables voluntários extranjeros en el ejército holandês lo quê indudable- mente contribuyó a difundir por otras tierras las innovaciones de Maurício. Lo mismo ocurrió con los instruetores militares holan­deses destacados a otros países aliados. De Brandenburgo se pi- dieron. y hacia allí partieron en 1610, dos expertos holandeses; otros fueron al Palatinado, Baden, Württemberg, Hesse. Bruns­wick, Sajonia y Holstein.4'

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Mientras lanto, el conde Juan de Nassau inauguraba en 1616 una academia militar en su capital. Sicgen, para educar a los jóve- nes gentilhombres en el arte de la guerra; su formación duraba seis meses y la escuela proporcionaba armas, corazas, mapas y mode­los de instrucción. El primer director de la Schola mililaris, Johan Jakob von Wallhausen. publico vários manuales militares, todos los cuales estaban basados explícitamente en los proccdimientos holandeses (el único método que se ensehaba en Siegen).44 Hasta los tradicionales sui/os. que conservaban una gran inclinación por las picas, se hubieron de dar por advertidos: la milicia de Berna fue reorganizada en 1628. sin ningún escrúpulo, según el sistema holandês, con compartias menores y más potência de fuego.45 Con el paso dei tiempo, la instrucción se hizo más complicada (un re- glamento militar alemán de 1726 ilustraba 76 posiciones distintas para cargar y disparar un mosquete, mientras que De Gheyn en 1607 sólo había dibujado 42) pero todavia se la rcconocía como el procedimiento imaginado por Juan, Maurício y Guillermo Luis de Nassau hacía más de un siglo.46

Sin embargo, el verdadero valor de las reformas lácticas de los Nassau permancció en cierta medida inédito en los Países Bajos, pues cl ejército holandês pocas veces estuvo expuesto a la prueba definitiva de la batalla. Aunque los Nassau habían esludiado con diligencia las crónicas de la batalla de Cannas en 216 a.C, en la que 40.000 cartagineses aplastaron a 70.000 romanos, el ambíguo resultado de sus dos batallas campales (en Turnhout en 1597 y en Nieuwpoort en 16(K)) hace pensar que no habían dominado total- mente la fórmula de la victoria final. Un cuarto de siglo después. Gustavo Adolfo de Suécia demostro todas sus posibilidades. En primer lugar, debido a los cjereicios y la instrucción incesantcs, la velocidad de recarga durante el decenio de 1620 aumento en el ejército sueco hasta el punto en que sólo se necesitaban 6 filas de mosqueteros para mantener una barrera ininterrumpida de fuego. Además, la potência de fuego crcció considcrablemente al utili/ar- se una abundante artillería de campana. Mientras que el ejército holandês en 1597 sólo había utilizado 4 pie/as en Turnhout, y tres artos más tarde, en Nieuwpoort. solamente 8. Gustavo Adolfo llc- vó consigo 80 a Alemania en Ib.lO.47 I.os calibres de estas pie/as estaban normalizados en tres medidas (de 24.12 y 3 libras), y algu- nas disponían incluso de cartuchos ya preparados, para cargar con mayor rapidez. Las de 3 libras, en número de 4 por regimiento. po- dían disparar hasta 20 proyectiles por hora, poco menos que un

Kl VISION DF LA REVOLUCIÓN MILITAR 45

mosquete.48 Todavia más: mientras los holandeses solían utilizar la contramarcha de modo defensivo, contra un enemigo que avan/a- l>a, los suecos la empleaban para atacar. Según cl coronel escocês Robert Monro, que combatió durante seis artos en el ejêrcito sue­co. Gustavo hacía que su primera fila avanzase diez pasos antes de disparar. Entonccs se detenía para recargar cn el lugar alcanzado. mientras que las otras «filas pasaban delante de ellos y hacían fue- go dei mismo modo, hasta que toda la tropa había disparado, con lo que volvían a comcnzar como al principio ... siempre avanzando hacia el enemigo. jamás volviendo la espalda sin la muerte o la vic­toria».44 Gustavo, además, instruía a su caballcria para cargar a londo con el arma desenvainada, en vez de escaramucear con pis­tolas y carabinas desde lejos (como solia hacer la mayor parte de los jinetes alemanes).50

La superioridad del sistema militar sueco se demostró en la ba- talla de Breitcnfeld, en las afueras de Leipzig, en septiembre de 1631. Un veterano ejêrcito imperial, con 10.000 jinetes y 21.4(H) soldados de a pie. al mando de un experimentado general (el con­de Tilly), formo en cuadros de 50 de frente por 30 en fondo, apo- yado por 27 piezas de campana. Por el contrario, los suecos y sus aliados protestantes alemanes poseían 51 cânones pesados y cada regimiento estaba apoyado por sus 4 piezas ligeras de campana; sus 28.(XX) soldados de infantería estaban formados en seis filas, cubiertos por 13.0(H) jinetes. El caso es que las tropas alemanas que combatían al lado de Gustavo cedieron despues de una hora. pero la reserva sueca se desplazó en perfecto orden y ocupo su lu­gar. Durante la segunda hora dei combate, y en el descalabro sub- siguiente. se perdieron dos tercios dei ejêrcito imperial y todos sus cartones, y 120 de sus banderas íueron aprehendidas y enviadas a Estocolmo, para decorar la iglesia de Riddarholm.5* Los suecos obtuvieron otras importantes victorias en LUtzen (1632), Wittstock (1636), Breitcnfeld II (1642) y Jankov (1645). así como en diversos combales de menor importância de los que easi siempre salicron vencedores. No es. pues. sorprendente que sus proccdimicntos fucran copiados pronto por los principals ejêrcitos de Europa (la­mina K).

Ya en Lützen. en noviembre de 1632. el ejêrcito imperial (a las ordenes de Albrecht von Wallenstein) había adelgazado sus líneas. había mejorado el fuego en descargas y utilizado artillería de cam­pana. Despuês de esto, otros muchos Estados empezaron a adqui­rir cartones suecos en gran número (en el decenio de 1650 se llega-

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Scotch Military DilciplineL E A R N . D F R O M T U I V A L I A N T

! S W E D EAnd Golle&ed for the u fc of all worthy (Commanders

favouring tlic laudable provision of A rm e s.

By Major Generali e5\lonro,

Beil« now Generali ofall the Scotch Forces againft the Rebels in/ t*/w , ronununictrrs his Abridgement of E w ife , in divert Pradicall

Obfci various »or tlie younger Othcers better loftnjdion; ctxfcng with the Souluicrs Meditations going on xn Service.

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L O N D O N ,Printed for IVtlliam Ley at i'auls-Chaine.

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X. The Scotch military discipline (Londres. 1644) era. en rcalidad. una reedición de las memórias dei autor de 1637. tituladas Moura his expedition wiih lhe worlhy Siois regimem calTd Mackays. La mayor parte de este volumen seguia estando dedicada a una crónica de las vicisiludes dei regimiento de Monro sobre el arte dc la guerra. Como no llcgaron a venderse los I^OOejcmplaresdc la edidón de 1637. era evidente que se esperaba que un título más en consonância con los tiempos dc guerra permiti­ría liquidar las existências.

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ron a exportar l.(KK) al ano. vendidos en su mayor parte en Ams- tcrdam)52 y el mosquete siguió siendo la «reina dei campo de bata- lla» durante más de dos siglos.

II

La revolución militar a princípios de la Europa moderna tenía. pues, diversas facetas. Primera, el perfeccionamiento cualitativo y cuantitativo de la artillerfa en el siglo xv acabo por transformar el trazado de las fortificaciones. Segunda, el crecientc predomínio del provedil en la batalla (mediante los arqueros, la artillerfa de campana o los mosqueteros) produjo no sólo el declinar de la ca- ballcría en provecho de la infantería en la mayor parte de los ejér- citos, sino tambión la aparición de nuevas disposiciones lácticas que aumentaban las posibilidades de hacer fuego. Estos nucvos modos de hacer la guerra fueron acompanados, sobre todo. por un notable aumento en cl tamaflo de los ejércitos. Si los Reyes Católi­cos habían conquistado Granada en 1492 con no más de 20.000 hombres, su nieto Carlos V mandaba quizá 100.000 contra los tur­cos en Hungria, en 1532, y un total de casi 150.000 en la época de su fracasado asedio de Mctz. en 1552. Y si EspaAa llevaba la de- lantcra. su enemigo principal se veia obligado a seguirle los pasos: Carlos VI11 de Francia había invadido Italia en 1494 con 18.000 hombres, pero Francisco 1 ataco en 1525 con 32.000 y Enrique II conquistó Metz en 1552 con 40.000. Las fuer/as armadas de los principales Estados curopeos eran, en el cuarto decenio dei siglo xvii. de unos 150.000 hombres en cada uno, pero a fines dei siglo había casi un total de 400.000 soldados franceses (a los que se en- frentaba un número casi igual). También aumentaron espectacu- larmcnte los servidos auxiliares de los ejércitos; así, por ejemplo, si la artillerfa real francesa consumia sólo 20.000 libras de pólvora anualmente en el decenio de 1440 y era supervisada por 40 artille- ros, un siglo después consumia 500.(XM) libras y requeria los ser­vidos de 275 artilleros.55 Sin embargo, todas las pruebas de esta radical transformadón militar proceden de las tierras de los llabs burgo o de sus vecinos: Espana. Italia, los Países Bajos y Francia. Este era el corazón de la revolución militar.54 Pero <’.qué ocurría en otros territórios europeos? <,Cómo evoluciono en ellos la naturalc za de la guerra al comienzo de la época moderna?

La variable fundamental parece haber sido la existência o

4 8 LA R E V O l.m Ó N MILHAR

inexistência de la (race italienne en los territórios a considerar, por­que donde no existían bastiones eran todavia posibles las guerras de maniobra con ejércitos pequeAos. Durante mucho tiempo. tuera de esc «cora/ón» existia una senalada oposición a adoptar los nue- vos sistemas defensivos. En Alcmania. por ejcmplo. algunas ciuda- des encargaron nuevos muros durante los enfrentamientos dei cm- perador contra sus súbditos protestantes en los decenios de 1540 y 1550; pero hubo después casi medio siglo de paz durante el cual no se erigió apenas ninguna nueva construcción militar. Esto cambió de nuevo después de 1600. cumulo la tension religiosa crcció en el Império: empezaron los protestantes a construir nuevas ciudadclas y fortalezas (por ejemplo, el Elector dei Palatinado. en Franken- thal, Heidelberg y Mannheim), y después, los católicos, alarmados, hicieron lo mismo (el Elector de Tréveris, en Ehrenbreilstein. el obispo de Speyer en Philippsburg, el duque de Baviera en Munich e Ingolsladt). Otras grandes ciudadcs que nunca habían estado forti­ficadas pusieron al dia sus defensas. mientras que los nuevos cen­tros de la actividad económica (ciudades mineras y localidades ma­nufactureras) y las nuevas capitales (Neuburg, Hanau, JUlich ) consideraron prudente proveerse de actuali/ados muros protecto­res por vez primera. Pero había centenares de otras ciudades en Alemania que no pcrcibieron ninguna amenaza estratégica hasta que cstalló la guerra de losTreinta A fios,-en 1618. Aun cntonces, la guerra permaneció relativamente localizada durante algún tiempo, y la facilidad con que cambiaron de duciio muchas ciudades en los decenios de 1620 y 1630 confirma la evidencia de las perspectivas contemporâneas a vista de pájaro de Matthaeus Merian: había rela­tivamente pocas defensas abastionadas cn Europa central.55 Esta es la principal razón dei elevado número de batallas de la guerra de los Treinta Anos, y de por qué tantas campaAas se extendieron so­bre millares de kilometros y consistieron principalmente en com- plejas maniobras destinadas a obligar al enemigo a combatir o a re­tirage a los territórios devastados, donde sus tropas padecieran hambre. El ejército principal sueco de Gustavo Adolfo recorrió casi 1.6ÎXÏ km durante 1631 y 1632. y se empeAó en cuatro batallas principales —Breitenfeld. Rain, Alte Veste y Lützen— mientras que los sucesores de estos hombres durante los 1res últimos aftos de la guerra, entre la batalln de Jankov y el sitio de Praga, recorrieron un território todavia mayor.56

La trace italienne progresó dcspacio, en Alemania y en otras partes, no sólo a causa dei coste (aunque para algunos Estados

éstc cra suficientemcntc prohibilivo) sino también por las dificul- lades de mantcnerla al día. Fue así como Enrique VI11 de Inglate- rra, temeroso de una invasión general procedente dcl continente, prcparó en fcbrero de 1539 un dctallado dcvice para mcjorar las dcfensas dei este y sur de Inglaterra y las de las guarniciones in­glesas destacadas en Francia. Se consiruyó una imprcsionante se­rie de vcintiocho nuevos fuertes y muchos de los viejos fueron restaurados a lo largo de la costa. Pero cl rey confio este trabajo a maestros artesanos nativos, y no a arquitcctos profesionales ex- tranjeros, y los resultados alcanzados estaban anticuados incluso antes de concluir las obras. Estas cdificaciones. con sus torreo- nes y bastiones circulares y huecos. prolusamente provistas de barbacanas (es castillo de Sandgatc alardeaba de poseer más de 60 troneras y 65 aspilleras para armas portátiles). permitían ei má­ximo potencial ofensivo a los fuegos. pero sus cualidades defensi­vas cran cscasas (lamina 9). Sus huecos muros no soportaban el cafíoneo intenso y los bastiones circulares eran fáciles de minar y zapar. A pesar de todo. Enrique estaba convencido de que tenía razón. Cuando en 1541 un ingeniero português opinaba que las restauradas dcfensas de Guines eran defectuosas. el rey secamcn- te le despidió como «un asno que no conocía su oficio». Pero cua- tro anos después, sobresaltado por la invasión francesa en gran es­cala dei Solent (que, sin embargo, no tuvo êxito), aceptó Enrique finalmente que era necesario un nuevo tipo de fortificaciones. con bastiones en angulo, rcvellines y todo lo demás. Se fortificaron con rapidez (aunque a un elevado costo) Eyemouth. Portsmouth y otras plazas dc importância estratégica. Pero cuando se produjo el siguiente temor a una invasión (en 158S) tambien sc considero que estas defensas estaban anticuadas y fue necesario entrar en nuevos gastos para renovarias, aumentarias y prolongarias (aun­que todo esto no hubicra sido suficiente, en verdad, para proteger a la Inglaterra isabelina si la Armada espanola hubicra desembar­cado). Como comentaba uno de los conscjeros dc la reina, era de­masiado poco y demasiado tarde: Isabel parecia compartir «la opi- nión de los laccdemonios, que fortificar las ciudades hace más mal que bien».57

Es seguro que una política «lacedemonia» ahorraba dinero y. salvo raras excepciones, los gobernantes sólo eran propensos a aprobar la construcción de nuevas fortificaciones en tiempos de crisis. En realidad, la decisión de construir bastiones era por lo general un signo claro de guerra inminente. De este modo. en

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4. 1'ARKI K

50 LA REVOLUC IÓN MILITAR

9. Las defensas easterns meridionals dc Enrique VIII haciu 1539. La decision real do romper con Roma en el decenio dc 1530 proporcionó al Estado nuevos y grandes ingresos. bajo la forma de propiedades confiscadas a la Iglesia, pero creó tambien nuevos gastos a los que atender, pues la Inglaterra protestante sc sumió en una «gue­rra Iria» con Francia y con cl Império de los Ilabsburgo. Se proyecló y sc const ruyó una línca dc nucvas fortalezas para defender el sudeste contra una invasión. pero to­das cilas (como ésta del dibujo del «castillo para los Downes», próximo a Dover), por desgracia. estuban hechas con anillos concêntricos huccos y con macizos bastio- nes angulares. (BL. Cotton MS. Augustus. I.i.20.)

1642. vísperas de las guerras civiles, en Inglaterra sólo unas pocas ciudades poseían fortificaciones modernas (Berwick. Hull, Ports mouth y Plymouth) y todas ellas se hallaban en la costa, mientras quc la mayor parte de los combates tuvo lugar en el interior. Por ello, una vez iniciada la guerra, algunas ciudades importantes (como las dos capitales rivales, Oxford y Londres) y algunas fincas campestres fueron provistas de un recinto amurallado completo, mientras que otras localidades de menor importância fueron sim- plementc rodeadas por una linea de reductos (a voces unidos por un tcrraplén, como en Newark, Bristol y Reading, pero por lo ge­neral aislados).58 Cuando estas fortalezas eran atacadas, se reque­ria un asedio en regia, de tipo continental: así. por ejemplo, la guarnición realista de Newark, apoyada por reductos exteriores en Shelford, castillo dc Belvoir. Thurgaton. Wiverton Hall y Norwcll, sostuvo fácilmenlc en 1645-1646 el asedio realizado por unos 7.ÜÜÜ escoceses y 9.000 soldados parlamentados.59 Pero, durante la gue­rra civil, la mayor parte de las ciudades de importância estratégica estaban rodeadas (más que protegidas) por anticuadas murallas medievales, totalmente vulnerables al fuego artillero, por lo que parece extrano que relativamente pocas de ellas fueran en reali- dad rcducidas por canoneo hasta 1645. La explicación es. sin em­bargo, scncilla: si se tiene en cuenta la situación muy inestable de la mayor parte dei reino en los primeros anos dc la guerra, durante los cuales numerosos y fuertes destacamentos de ambos bandos recorrían los caminos, era muy arriesgado transportar por el país los Irenes de sitio, pues se corria el peligro de perderlos (como su- cedió a los parlamentados en Lostwilhicl, en 1644, donde dejaron en manos de los realistas 40 cânones de grueso calibre). Por esto. se conquistaba al asalto y sin canoneo prévio la mayoría de las ciu­dades (al igual que en la F.dad Media), y las pocas fortalezas res­tantes eran bombardeadas por sólo un pufiado de gruesos cânones en cualquier época. Así, contra Lathom House, en Lancashire, los parlamentados utilizaron en 1644 un solo mortem de <X() libras y dos cânones de sitio, uno de 27 libras y otro de 15: en 1645. contra Pontefract, sólo había tres cartones pesados (que dispararon 1.400 proyectiles pero no lograron abrir brecha); y frente a Scarborough, el mismo arto. un único «cannon royal» de 64 libras no produjo el menor efecto.60Sólo tras la victoria dc Naseby (en junio de 1645) el ejército dei Parlamento pudo mover libremente su tren de si­tio.61 Las guerras en Escócia fueron algo distintas: se conquistaron al asalto Aberdeen (1645) y Dundee (1651), mientras que Cilas-

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5 2 I A REVOLUC1ÓN MILITAR

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gow, Perth y Stirling capitularon sin un solo disparo. Ninguna ha- hía sustitiiido sus murallas medievales.62

La situación cn Irlanda durante el deccnio de 1640 ponc aún más gravemente de relive cl contraste entre los viejos y los nuevos procedimientos de guerrear. Hasta el siglo xn no existia en la isla ningiin castillo de piedra. pero estos enscguida se multiplicaron, en especial después de 1430. cuando el gobierno ofreció subsídios a to­dos los que construyesen torres de al menos 11 metros de altura en un plazo de 5 aftos. Hacia 1500 se estimaba que había 4(K) sólo en el condado de Limerick, e Irlanda estaba sencillamente erizada de castillos. Aunque algunos no eran sino simples casas fuertes. otros eran verdaderamentc grandes, como el castillo de Trim, construído entre 1210 y 1250, con muros de 3 m de espesor y 12 m de altura, o como las murallas v el castillo de Drogheda, tambicn dei siglo xili, de análogas dimensiones. Drogheda resistió un asedio de tres me­ses en 1641-1642 por un ejército irlandês, pero Oliver Cromwell la conquistó al asalto side anos después. a pesar de estar defendida por 3.000 soldados veteranos, porque pudo concentrar el fuego de 11 cânones de sitio y 12 cânones de campana contra sus viejas mu­rallas/*3 Pero el ejército de Cromwell no tuvo tanto éxilo en el L is­ter. adonde desde 1603 habían llegado en gran número inmigrantes de Escócia e Inglaterra, quienes protegieron sus caseríos con forti- licaciones mucho más modernas. En tiempo de Isabel, los se flores locales habían construído casas fuertes como las de Escócia (cn realidad. muchas de ellas, como el castillo de Enniskillen —lamina 10— habían sido erigidas por constructores contratados en Escó­cia), pero en el reinado de Jacobo VI y I se iniciaron las defensas con bastiones, fosos y plataformas para la artillcrfa. La casa fuerte de Enniskillen (o lo que quedaba de ella) estaba rodeada de terra­plenes; así estaba cl nuevo poblado de Londonderry (con un recin­to amurallado de más de un kilometro de circunferência, defendido por un foso y 40 cânones pesados); y se construyeron fortines en cslrella para proteger las nucvas «plantaciones» de Charlemont, I lillsborough y otras. Pero los colonos tenían pocas armas de fuego para defender sus modernas murallas; una revista delas armas en poder de los ingleses y los escoceses de Antrim y Down, en 1630, mostraba que sólo 99 de los 4.255 hombres adultos registrados dis- ponían de armas de fuego. mientras que solamentc 2.416 tenían es­padas o picas y 1.839 estaban desarmados/*4 Por eso. durante la re- belión del Ulster en 1641. la mayoría de los modernos fuertes cayó por falta de defensores y sólo resistieron los grandes poblados.

54 LA RHVOLUCIÓN MILITAR

11. E lfuene Charter, cn Kinsale. construído cn el deccnio de 1670 en cl sudoeste dc Irlanda, y que hahia sido utilizado dos veces para una invasión cncmiga. muestra que la trace itatíenne cmpc/aba a scr conocida cn aquellos ticmpos hasta cn /onas relati- vamcntc lcjanas dc Europa. Pero, aun conocida, era todavia mal entendida, porque un ingcnicro con experience continental consideraba, cn un informe de 16X6. que el fucrte Charles (aunque bien construído) estaba situado en un lugar que no podia de- fenderse. dominado por terreno más elevado, y que serian nccesarias 23.000 libras más para complelarlo.

Durante cl decenio de 1650 lucrou destruídas muchas dc las «fortalezas rebeldes» dc Irlanda, pero se construyeron otras mu­chas nuevas en puntos estratégicos, scgún los critérios continenta­les (y, además, en su mayoría dei mismo tipo cuadrilateral, con un bastion cn cada uno dc sus cuatro ângulos).65 Posteriormente, en 1668, el gobiemo dccidió fortificar cl puerto dc Kinsale, que habia sido utilizado como cabeza dc desembarco para una invasión por las fuer/as cspanolas, en 1601-1602, y por los realistas en 1649; el fucrte Charles, cn Kinsale, concluído cn cl decenio de 1670, dispo- nía dc seis grandes bastiones y suficientes cuarteles para albergar

una numerosa guarnición (lâmina 11). Sin embargo, en el dcccnio tie 1680, el gobierno de Londres estaba preocupado porque otras /onas de Irlanda pudieran ser ocupadas lambién por los invasores, de modo que un experimentado ingeniero, Thomas Phillips, parlió a inspeccionar todas las defensas existentes. Su informe, presenta- tlo en marzo de 1686, resultaba muy pesimista. Había demasiados caslülos en Irlanda, decia, pero ninguno de ellos (ni siquiera el fuerte Charles) era lo suficientemente sólido para resistir un ase- dio. Además no eslaban situados en los lugares adecuados, por­que, como observaba ironicamente Phillips, «las intentonas y las perturbaciones» raras veces tienen lugar donde las plazas están preparadas». Por eso, incluso si cada punto estratégico hubiera de ser fortificado a la última moda,

... los hay todavia en doble número inseguros, por lo que seria ina- cabablc pensar en fortificar todas las plazas que lo necesitan. Por­que a más fortificaciones, mayor el ejército, y cuanto mayor sea el número de fortificaciones, más disperso está el ejército [en guarni- ciones] y es menos útil.

Por eso, Phillips proponía construir sólo seis fortalezas, cada una de grandes dimensiones, capaz de albergar un fuerte ejército y de resistir un asedio importante.66 Pero cuando se produjo la siguien- te rebelión, en 1689-1690, ninguna de estas superforlalezas había sido construída, e incluso el fuerte Charles cayó sin apenas comba­lir. La trace italienne sólo alcanzó Irlanda (y Escócia) en el siglo xviii, con la construcción de defensas abastionadas ofensivas lo su­ficientemente grandes como para contener una fuerza capaz de llevar a cabo un contraataque en caso de rebelión o de invasion.67

Las Islas Britânicas fueron. pues, una zona donde las transfor- maciones en la fortiflcación y los asedios fueron incompletas, gra­duates y relativamente tardias, lo que tuvo, naturalmente, un mar­cado efccto sobre el arte de la guerra en campana. Irlanda, donde eran casi inexistentes las defensas abastionadas, era la más atrasa­da, como había ocurrido durante toda la Edad Media. Jean Frois­sart hacía notar, en el siglo xiv. que «es difícil encontrar el modo de hacer eficazmente la guerra contra los irlandeses, porque, a me­nos que ellos así lo clijan, allí no hay nadie para combatir, y no hay ciudades que puedan ser [tomadas]».68 Pero en cuanto los jefes ii landeses empezaron a vivir en castillos de piedra. durante el siglo xv, había más que atacar (y que defender) y se contrataban en gran número tropas mercenárias, principalmente de Escócia, tanto

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56 LA RLVOI t.CIÔN MILITAR

para asaKar a los jefes vccinos como para resistir a las periódicas invasioncs ele los ingleses. Sin embargo, escaseaban las armas de fuego. lil más remoto empleo de annas de fuego portables o de ar- tillería en Irlanda está registrado en el deccnio de 1480. pero. in­cluso cntonccs, las montanas. pantanos y bosques interiores hacían casi imposible el empleo tierra adentro de los cartones de sitio. En lugar de eso, ambos bandos adoptaban a menudo una política de «bestialidad». Un jefe inglês, sir Humphrey Gilbert, sc implied abiertamente en el deccnio de 1570 en el terrorismo contrasubvcr- sivo y. scgiin su cronista personal.

... recibió esta orden tajantc, que siempre que êl hiciese una corre­ría. o incursion, en los países cncmigos. matase hombres. mujercs y nirtos. y arruinase, dilapidase y quemase. asolándolo, todo lo que pudiese; no dejando a salvo nada de los enemigos. de lo que êl pu- diera dilapidar o consumir...

Este mismo tratamiento salvaje se extendía a todos los invasores aliados de los irlandeses; así. los 400 auxiliares italianos y esparto- les que se rindieron en Smerwick. en 1580. a una tropa inglesa, fueron casi todos degollados a sangre fria. como lambicn los 3.000 espartoles de la Armada que. ocho artos despuês. fueron arrojados a tierra por las tormentas.69

Se debió en parte a la eficacia de la brutalidad inglesa, facilitada por su aplastantc superioridad de fuego. el que finalmente los go- bernantes irlandeses se convencieran de la necesidad de adoptar la revolución de la pólvora. El conde de Tyrone. Hugh O’Neill, aun- que nunca adquirió cartones de sitio, contrato capitanes espartoles en el decenio de 1580. para ensertar a sus cerca de 10.000 soldados nativos el uso dei mosquete, y compro en gran escala armas de fue­go y municiones en Inglaterra y Escócia, así como a desertores y oficiales corruptos en Irlanda. Gracias a estas medidas, poco des- pués dewebelarsc contra la reina Isabel, los hombres de Tyrone in- fligieron una grave derrota a los ingleses en Qontibrct, en 1595. La repitieron en Yellow Ford. en 1598. y próximo ya el fin de la guerra pudieron realizar incursiones sobre los suburbios de Dublin. Pero entonces. un nuevo jefe. Charles Blount, sertor de Mountjoy. empe- zó a utilizar contra Tyrone la concien/.uda estratégia dei desgaste, que había conocido en las guerras de los Países Bajos. Evitaba las batallas. temeroso de la derrota de sus tropas y. en vez de eso. se erigió alrcdedor del Ulster central una línca de fortalezas indepen-

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dientes y bien abastecidas, desde las cuales unas fuertes guarnieio nes podían efectuar sistemáticamente incursiones para destruir las coscchas y los almacenes de los que dependia el esfuerzo bélico de I'yronc. Ni siquiera la llegada de una fuerza expedicionária esparto- la de 3.500 hombres a Kinsale en 1601, que obligó a Mountjoy a marchar hacia el sur. redujo el completo dominio que Inglaterra cjcrcía sobre el Ulster. A comienzos de 1602 se rindieron los espa- rtoles y Tyrone, con su ejército de campana destruído cuando inlen- taba líegar a Kinsale, siguió la misma suerte el arto siguiente. Fue una victoria importante, pues estableeió el dominio ingles sobre toda Irlanda durante más de trescientos anos.7"

A pesar de todo, aunque los ingleses acabaron por saber cómo aplicar la revolución militar en Irlanda, en su país iban todavia muy atrasados respecto a los usos continentales. Sobre todo. y has­ta relativamente tarde, se utilizaba muy poco la artillería de cam- parta. En algunas batallas de la guerra civil inglesa, como Naseby (1645) o Preston (1649), ninguno de ambos bandos utilizo artillería de camparia, y en otras ocasiones ésta sólo parecia ser eficaz para defender una posición atrincherada contra un ataque frontal.71 No hubo nada parecido a la conccntración de Gustavo Adolfo con 90 piezas de artillería para el paso del Lech en 1632, o al brillantc re- despliegue de las baterías de campana de Torstensson para ganar la batalla de Wittstock. en 1636.

Pero este dcfecto no se dcbfa exclusivamente a la falta de in­tentos. Hubo. por ejemplo, numerosas tentativas inglesas para co­piar los cartones ligeros y transportables de 3 libras, conocidos po­pularmente como «cartones de cuero». La técnica de fundir un delgado tubo metálico, ceiiido con cuerda y revestido por una re­sistente vaina de cuero, se aplico primero en Suiza en 1622. Hacia 1627 se fabricaban cartones de cuero en Suécia, y pronto fueron de uso general en el ejército sueco, montados en grupos de dos y tres. De allí se extendieron a otras tropas, y todavia se conservan mues- tras en los museos de Paris, Berlin y otros lugares. Pero la mayor colección única de cartones de cuero (un total de 19. con 42 tubos) se halla hoy en el National Museum of Antiquities de Escócia (lâ­mina 12). Ahora bien, éstos no se conservaron gracias a su êxito en la batalla, sino, por el contrario, han sobrevivido precisamcntc porque resultaron ser inútiles para la acción. a favor de los ejérci tos del Covenant en Dunbar (1650) y Worcester (1651). y fueron por esa razón capturados. Era un sintoma de la falta de prepara- ción dei gobierno después de la «Gloriosa Revolución» de I6XK el

58 LA REVOLUCIÓN MILH AR

12. /.<# cânones de mero fueron una tentativa, sin exilo, para organizar una artille- ria de campana móvil. Esta batería de cualro, lundida en Escócia cn cl deccnio de 1630. muestra todavia la manera en que cl cuero y el cordaje eran «embebidos» en tin tubo de metal, cn forma muy similar a como cn cl siglo xtx se constmirían los ca* itones de acero. Pero. al contrario de éstos, el reveslimiento de I«« cânones de cuero era un mal conductor térmico y éstos se reculcntaban enseguida. El hccho de que. a pesar de todo. fueran utilizados repetidamente en operacioncs (al menos hasta 16XV). demuestra cl rctraso militar de Escócia cn esta época.

RKVISIÓN DF LA REVOLUCIÓN MILITAR 59

que, al ano siguicnte, se recurriera otra vez a ellos en Killiccran kie, contra los rebeldes jacobitas dirigidos por John Graliam ol ( laverhouse, vizeonde de Dundee. Muchos de ellos revenlaron al terccr disparo y los restantes fueron ineapaces de detencr la asom- brosa carga de los highlanders jacobitas.72

La verdad es que los caftones de cuero no dieron resultado. Sus camisas de cuerda y cuero cran malas conduetoras dei calor, y fue­ron la causa de que los tubos se sobrccalentascn, por bien fabrica­dos que estuviesen. Pero es dudoso que cualquicr arma de tipo usual en aquella época hubicra podido frenar a «Bonnie Dundee» y la carga de los highlanders. porque los miembros dei clan. Iras dis­parar una única descarga de mosquete, tanto para producir una nu- be de humo como para eliminar enemigos, arrojaban al suelo sus armas de fuego y se reagrupaban en formaciones de eufla antes de lanzarse a la carrera con un solo objetivo (rechazar las bayonetas inglesas) y una sola espada (para cortar gargantas inglesas). El ge­neral derrotado en Killiecrankie, Hugli Mackay, observaba más tarde que

los highlanders se mueven con tanta rapidez que, si un hulallón re­tarda cl momento de hacor fuego hasta que se aproximou lo sufi­ciente para estar seguro de alcanzarles. ellos están encima antes de que nueslros homhres puedan echar mano de su segunda defensa, que es la hayoncta.

Por otra parte, hacer fuego demasiado pronto contra la carga de los highlanders era también fatal, como observaba otro fracasa- do jefe (cl general Hawley) antes de su derrota en la batalla de Falkirk. en 1746:

Si cl fuego se hace desde lejos, ya no hay posiblemcntc nada que hacer. porque nunca hay tiempo para cargar un segundo cartu­cho; y si se abandona, ya puede uno darse por muerto, porque ellos [los highlanders), al no tener ninguna llave de fuego ni carga algu- na, no hay hombre que con sus armas, avios, etc., pueda escapárse- les. y no dan cuartel ...n

Durante ei siglo xvu y comienzos dei xviu, por tanto, se pro- dujeron numerosos enfrentamientos en los que tropas provistas de todos los instrumentos de la revolución militar fueron puestas en fuga por la carga frontal de hombres de los clanes provistos sola- mente de las armas tradicionales: a las ordenes dei marques de Montrose y de Alastair MacColla, desde Tippermuir hasta Kilsyth

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cn 1644-1645; bajo Qavcrhouse cn Killiecrankie cn 1689; bajo « Bonnie Prince Charlie» en Prestonpans y Falkirk, en 1745-1746. La carga de los highlanders sólo fue detenida en Culloden. ya en 1746. porque el ejército hannoveriano poseia en aquella ocasion una gran artillcría de campa fia. una aplastante superioridad numé­rica y (sobre lodo) un mejor control de los fuegos. Entonces. la ul­tima Ilia de los mosqueteros fue la primera en disparar, cuando los hombres de los clanes se encontraban a unos 12 metros de distan­cia, y las otras dos filas hicieron fuego después. cuando el enemigo estaba ya a bocajarro (lâmina 13).74 Si bien cs cierto que los high­landers aún habrían de efectuar otra carga triunfal (en la batalla de las alturas de Abraham, en 1759, que arrebató cl Canadá al do­mínio francês), en todas partes fueron los regimientos de infante- ría de línea. con sus descargas reguladas, los que alcanzaron la su­premacia en los campos de batalla de Europa.75

La revolución militar afectó tambien con lentitud a otros terri­tórios de la periferia europea. Cuando Carlos X de Suécia se halló en 1656 en guerra con Rusia, su ejército de Finlandia (con unos 10.000 soldados de infantería) tuvo que aprender a actuar sobre esquis para poder proteger las fronteras durante cl invierno. y sólo pudicron disponer de muy poco tiempo para la instrucción y el fuego en descargas.76 Un peculiar estilo de guerras fronterizas apa- reció en este siglo en Hungria, después de 1560. donde las princi­p a ls preocupaciones militares no cran las batallas o los asedios. sino el ganado y los prisioneros. preocupaciones reflejadas con exactitud en los documentos locales conservados, que registran el número y el valor de los rebanos capturados o perdidos con un de- talle minucioso, pero que reservan el máximo dclallc para los pri­sioneros. Se anotaba cuidadosamente su categoria militar, rasgos distintivos, nombres y apodos (tales como «Alí. la Bestia», o «Yu­suf, el Loco»), porque éste era el verdadero objetivo de la guerra. El rescate de los prisioneros era un gran negocio en la frontera húngara y a veces producía benefícios muy superiores a los costes de la campana.77

Las guerras que tuvieron lugar en la mitad oriental de la gran llanura europea permanecicron también muy impermeables a las innovacioncs militares. A comienzos dei siglo xvti. por ejemplo, había todavia en el ejército polaco 10 jinetes por cada soldado de a pie. lo que era muy razonable teniendo en cuenta la naturaleza de los enemigos de Polonia. En efecto. tras la secularización de la Or den Teutónica en 1525. había disminuido notablemente la expan

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sión alemana a lo largo üc la costa dei Báltico, mientras que, casi a la vez, tras la derrota de Hungria en Mohács. en 1526, había au­mentado considerablemente la amcnza de los tártaros y turcos. Contra los jinetes dei sur era razonable que Polonia reforzase su caballcrfa. en vez de su infantería o artillería. y que intentara po- seer ejércitos más aptos para ganar batallas que para conducir ase- dios. Incluso hacia 1600, la caballcrfa polaca fue capaz de destruir a los invasores suecos (en Kirchholm en 1605 y en Klushino en 1610), aunquc estos êxitos proporcionaron una falsa scnsación de seguridad. En 1621, en víspcras de una nueva invasión sueca, la trace italierme só lo se encontraba en Polonia alrededor de algunos puertos bálticos (como Danzig) o en las posesiones de algunos grandes magnates (como en la nueva ciudad de Zamosc. donde el italiano Bernardo Morando había construído entre 1587 y 1602 nuevos muros con siete bastiones). Debido a esto, la furiosa em- bestida sueca dei decenio de 1620 tuvo inicialmente gran êxito. Al­gunos escandalizados libros y folletos fueron escritos enseguida por los propagandistas polacos denigrando a los invasores por su «poco caballeresco engano» al erigir terraplenes en torno a sus campamentos «como si necesitasen el valor de un enterrador para ocultarse a sí mismos» y calificando sus concienzudas técnicas de asedio de «kreta robota [obra de topos]».78 Pero fuera o no trabajo de topos, el príncipe hcrcdero Vladislav fue inmediatamcnte en­viado a los Países Bajos para aprender de primera mano aquellas tácticas enganosas. Fue seguido por ingenieros polacos, como Adam Freitag, que en 1631 publico en Lciden una obra clásica in­ternacional sobre la evolución de la fortificación militar (Architec- lura militará nova et aucta) antes de regresar a su país para poner en práctica sus ideas.7g Para entonccs, como consecuencia de los êxitos suecos en I.ivonia y en Alemania. el ejército polaco había sido también reorganizado según los critérios occidcntales. Se re- forzó la infantería con unidades especiales de mosqueteros (deno­minadas «tropas extranjcras» a pesar de que en su mayoría esta- ban constituídas por soldados polacos). A la vez fueron publicados en polaco vários manuales sobre tiro, basados en la experiência Occidental, y se normalizaron los diversos tipos de piezas de arti­llería, incluyendo cânones de campana construídos según los mo­delos suecos. Se inició después un programa completo de fundi- ción de cânones: en 1637 había 222 piezas de artillería en los arsenales reales. pero dos ah os después eran ya 320.8" Además, cl cartógrafo real Fryderyk Gctkant levanto una serie de mapas tnili-

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lares espcciales de Iodas las zonas fronterizas, mostrando los tea tros de operaciones de las posibles guerras futuras junto con los puntos de potencial fortaleza o debilidad. Sin embargo, la tarea era lenta: los nobles que dominaban el Estado polaco se resistían a cualquier medida que pudiera reforzar el poder de la monarquia, como contratar mercenários extranjeros, armar a los siervos o for­tificar las ciudades reales. Por tanto, en 1655 el ejército real estaba tan mal preparado y eran tan primitivas las fortificaciones de Var­sóvia que los suecos conquistaron la capital en una incursión mon­tada.81

El progreso de la revolución militar no fue más rápido en Ru- sia. Aunque a partir dei siglo xiv se venía utilizando la artillería, tanto las armas de fuego como la infantería siguieron siendo rela­tivamente poco importantes en el ejército de los zares hasta el siglo xvii. Todavia en 16(X), según una autoridad recicnte, «la oricntación básica rusa era hacia la guerra de las estepas, con ji- netes, arcos y flechas ... La Moscovia no se había comprometido todavia dei todo con la revolución de la pólvora».82 Como en Oc- cidente, el cambio comenzó con la construcción de nuevas fortifi­caciones que sólo podían reducirsc mediante largos asedios. Así era. por cjemplo, en Esmolensko, construída entre 1595 y 1602 utilizando 150 millones de ladrillos, 620.000 sillares de paramento y un millón de cargas de arena, que era defendida por muros de 5 m de espesor y 19 m de altura, con una longitud de 6,5 km. Ya en 1550 el gobierno de Moscú había considerado necesario un cuerpo permanente de infantería, y creó los strelitz, que emplea- ban armas de fuego. Sólo eran 3.000 al principio, reclinados entre la clasc acomodada, pero para 1600 eran 20.000 y en 1632. casi 34.000. Pero no todos los strelitz servían en el ejército, pues mu- chos desempeftaban tareas de policia y defensa local; además, du­rante la guerra de Esmolensko (1632-1634) toda una mitad dei ejército ruso estaba constituída por «regimientos de nueva forma- ción». esto es, mercenários contratados en el extranjero que com- batían con lácticas lineales, como en Occidente. Entre 1630 y 1640, el gobierno organizo diez de estos regimientos extranjeros. con unos 17.400 hombres en total, armados con mosquetes y apo- yados por artillería de campaíia. Aunque una vez concluída la guerra fueron disueltas las unidades de «nueva formación». en el decenio de 1560 se reactivaron de nuevo. Hacia 1663 había 60.000 soldados extranjeros al servido de Rusia, y en 1681 eran 80.000, dotados de lar armas producidas por una fábrica en Tuia, dirigida

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por holandeses, y de las armas de pedernal y otras armas de cam- pafla acumuladas en cl Kremlin de Moscú y en oiros lugares. Es­tas fuer/as se regían por las Instrucciones militares promulgadas en 1649 por cl zar Alcjo Romanov, que se basaban en las de Maurício de Nassau. Mientras tanto, ingenieros militares, hugono- tes franceses y holandeses dirigían las ingentes obras de restaura- ción y ampliación de la barrera defensiva conocida como la línea de Belgorod, que cubría la frontera meridional de Moscovia. Ha- cia 1653, sus reveilines y bastiones se extendfan a lo largo de 800 kilómetros de la frontera boscosa y esteparia donde, con un nue- vo sentido. Europa encontraba a Asia.8-1

Ill

La decision de invertir en esc moderno muro de Adriano, que tuvo en Occidcnte su equivalente en la línea de reductos de made- ra enla/ados entre si, construído por la República de Holanda a lo largo del IJssel en 1605*1606 (lamina 14), sirve para recordar que la mayor parte de los gastos y recursos militares se aplicaba. en to- dos los primitivos Estados modernos, más a la defensiva que a la ofensiva.84 Por numeroso que fuese el ejército de campana de una nación. era todavia mayor el número de las fuerzas que guarnecían fortalezas y teatros de opcraciones secundários o que desplegaban alrededor de la capital: y por muy costoso que fuese enviar en campana a las fuerzas de línea. lo era aún más el construir y defen­der las fortificaciones modernas.85

Es muy fácil subestimar el número de soldados inmovilizados en guarniciones y en «divertimientos». como se demuestra al con­siderar las actividades militares en Alemania en 1632. Todos los li- bros de historia centran su atención en los tres grandes enfrenta- mientos que se produjeron entre los principales ejúrcitos de campatla —en Rain, en Alte Veste y en Lützcn— aunque ninguno de ellos fue realmentc decisivo y la guerra prosiguió durante 16 anos más. Adcmás, era mayor el número de tropas en servido fue- ra de los ejércitos principales que el que jamás estuvo en éstos bajo las banderas. Así fue como, en noviembre de 1632, el mismo mes de Lützcn, Gustavo Adolfo dirigia las operaciones de 183.0(X) soldados en Europa, pero 62.000 estaban diseminados sobre la Alemania septentrional en 98 guarniciones fijas. 34.000 habían quedado en Suécia. Finlandia y las províncias bálticas. y 66.000

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14. LI Cran Muro de la República de Holanda sç c rigid cn 1605. para defender la li- nca dc los rios IJsscl y Waal contra la invasion del ejército dc Mandes, mandado por Ambro&io Spínola. Consistia en unos reduetos de madera. enlazados por diques, y se observa claramente en cl mapa levantado por uno de los subordinados italianos dc Spínola. Lo que ocurrió ul fin fue que. cn 1606, cl cjírciU) espartol rotnptá cl muro e invadió Overijsscl. eon lo que futro «i la República dc Holanda a acordar un alto el fuego al arto siguiente. (De 1*. Giustiniano, Delle guerre di Fiandra. lihri VI. Ambe* res. 1609. fig. 25.)

operaban como fucr/as dc los teatros independientes cn tier ras dcl Império. Por todo esto. el rey luchó y murió en el campo de bata- lla a la cabeza de sólo 20.(XM) hombres. La disposición de las fuer- /as imperiales era similar: 18.000 hombres cn Lützcn, oiros 40.(XK) en otras operaciones y no menos de 43.000 en las guarnicioncs. In cluso al finalizar la guerra, en 1648. la mayor parte dei ejército sue co eslaba inmovilizada en 127 guarniciones en ioda Alemania. y había otras 95 ciudades y fortalezas defendidas por tropas alia das.86

5. — PARUrK

LA REVOLUCIÓN MILITAR6 6

De modo análogo, en el ejército espanol en Flandes, cerca de una mitad de las íuerzas utilizadas para defender los Países Bajos méridionales se encontraha en las guamicioncs. En 1639, por ejemplo, el ejército cubría 2U8 guarniciones mdependientes, desde los 1.000 hombres acantonados en Dunkerque hasta los 10 hom- bres que servian en un aislado fortin de un dique próximo a Gan­te, conocido como «lu Grande Misère». En total, se dedicaban a la defensa 33.399 hombres en un momento en que el ejército, aunque fuesc sobre el papel, se componia solamente de 77.000 hombres.87 Lo mismo les ocurria a los holandeses: la mayor parte del ejército de la República estaba atado a guarniciones que. en ocasiones, cran más numerosas que las poblacioncs a las que defendian.88 La forma más frecuente de las aeciones militares en la guerra de los Países Bajos consistia en las hostilidades constantes entre guarni­ciones vccinas de cada bando, como se eomprueba fácilmente con sólo hojear las memórias de Roger Williams. Francis Vere o Ja­mes. duque de York (por citar sólo a très participantes ingleses).89 Todavia más: cuando la guerra estaba en sus pcores momentos, entre 1589 y 1598, algunos jefes locales parecian hacer su propia guerra. Hacia 1589, se informaba de que Martin Schenck van Nij- deggen estaba utilizando su base fortificada de Schenckenschans, en el bajo Rin, a fin de emprender «diversas aeciones, más para obtener algún dinero o para capturar algún buen prisionero que por cualquier otra razón»*. Mientras tanto, en el nordeste, el coro­nel Francisco Verdugo había recuperado para Rsparta gran parte de Frisia y de Groninga con ayuda de un empobrecido y reducido ejército. que se veia forzado a vivir sobre el terreno. A veces sus compartias sólo tenían 10 hombres. aunque. según las memórias de Verdugo, dcsplegaban en la forma acostumbrada: dos mosquete- ros como vanguardia, très piqueros y el capitân en el centro y très mujeres y un escribiente en la retaguardia.9"

Durante la misma época, en Francia, el jefe y teórico militar Blas de Moulue dcscribia la guerra en sus dias como nada más que una îîérie de «Juchas, encuentros. escaramuzas, emboscadas, algu- na batalla ocasional, pcqueflos asedios. asaltos. escaladas, y con­quista de ciudades por sorpresa».91 Ouizás esto fuera algo exagera­do. pues hubo numerosas batallas y asedios en régla durante las guerras de religion en Francia, pero en cuanto las fuerzas regula­res abandonaban las províncias para constituir un ejército de cam- parta. la iniciativa en cada localidad revertia a las guarniciones y a las fuerzas irregulares que en ella quedaban.92 Medio siglo des-

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pués. cl carácter militar de la guerra civil inglesa era muy parecido. A pesar de la atención que sc ha dedicado a las numerosas balallas campalcs, cn especial a aquellas en las que intervino Oliver Crom- well, las opcraciones locales por fucr/as lerritorialcs fucron más numerosas y más importantes que lo que sc ha reconocido habi­tualmente. Desde 1642 a 1646 sc desarrolló una difícil y sucia gue­rra en la mayoria dc los condados dc Inglaterra y Gales entre las diversas guarniciones enemigas. en la que cada jefe particular sc esfor/.aba en aniquilar los recursos dei enemigo y cn preservar los propios. Durante los primeros anos, hasta las pequenas fortalezas dc las zonas menos accesibles dei reino (como en los condados de la frontera galesa) poseían una notable área de influencia. Se ha indicado que muchas de cilas disponían dc guarniciones «por razo- nes dc seguridad local más que como parte de una idea superior láctica o estratégica», y algunas dc cilas parccían existir con cl solo propósito de obtener dinero en alguna población. Sin embargo, su cfccto conjunto era considcrablc. RI ejércilo dei Parlamento per- dió cn 1642 Hdgehill porque hubo de enviar tropas para guarnecer Hercford. Norihamplon y Coventry: los realistas perdieron Na- seby cn 1645 porque hubicron dc dejar 1.500 hombres para la de- lensa de Leicester, ocupada dos semanas antes, y no quisicron pe­dir rcfucr/os a las fortalezas inmediatas (como Newark. defendida por 4.(XK) hombres).93 A mediados de 1645 había 80 guarniciones realistas en Inglaterra y Gales, y quiz.ás el mismo número dc guar­niciones dei Parlamento (18 cn Shropshirc. 18 en Oxforshire. y así sucesivamentc). En su conjunto, cs posiblc que liayan inmoviliza- do la mitad dcl total de las fuerzas implicadas en la guerra civil.94

Der kleine Krieg era. por tanto, tan usual en la primitiva guerra moderna en muchas parles dc Europa como las balallas campalcs y los prolongados asedios. Al lado de los enfrentamientos y las campanas espectaculares. cualquier historia militar completa de esta época debería considerar las innumerables «guerras peque­nas» en las que numerosas concentraciones de tropas, aunque a menudo no superaran unos poeos centenares, se esforzaban en «daftar al enemigo sin pretender forzar la decisión mediante la ba- lalla».95

Este estilo complejo dc guerra, cn cl que la guerrilla cra tan importante como la guerra, sólo concluyó con la demolición de la red dc fortalezas cn que sc apoyaba. Es significativo que fuera cn Francia donde se iniciara este camino. Enrique IV dcstruyó mu* chos castillos y fortines después dc 1593, a medida que las provin-

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cias periféricas iban sicndo pacificadas al concluir las guerras de religión. Así mismo, durante el decenio de 1630. Richelieu arrasó más de un centenar de fortalezas en el sur. al aplastar las oleadas de rebeliones de los hugonotes y aristocratas.96 Las ventajas de esta política eran evidentes para todos, y se aplico extensamente. Durante la guerra civil inglesa, ambos bandos destruycron sin mi- ramientos las fortalezas de los territórios donde había concluído la actividad militar, incluso antes de terminar la guerra, a fin de dis- poner de más hombres para el ejército de campana. De este modo. las 18 guarniciones de Shropshirc de mayo de 1645 (14 realistas y 4 dei Parlamento) se habían reducido a 11 en octubre (3 realistas y 8 dei Parlamento) y a sólo 2 en 1647. Se evacuo el resto y se demo- lieron sus defensas. Concluída la guerra, se destruyó en el centro de Inglaterra un gran número de fortificaciones. Es cierto que el número de guarniciones que quedaron (sobre todo a lo largo de la costa) era todavia sustancial. pero se redujo mucho el número to­tal de hombres.97

El peligro de conservar demasiadas fortalezas se demostro palmariamente durante los sucesos de la región báltica en el dece­nio de 1670. Los territórios que Suécia había adquirido en Alema- nia durante la guerra de los Treinta Afios. y después de ésta. care- cían de cualquier frontera natural; de hecho. las tierras suecas eran tan poco distinguibles de las vecinas que hubo que instalar postes fronterizos. En estas fronteras arbitrarias, parecia a primera vista que sólo podría obtenerse la seguridad mediante largas líncas de fortalezas. Sin embargo, el coste de mantener estas numerosas guarniciones era insostenible y, en el decenio de 1670, se hundió la defensa de los ducados suecos de Verden y Bremen precisamente porque había demasiados fuertes y no se pudieron conseguir las tropas nccesarias para defenderlos. Los fuertes en poder de los suecos, en número de una veintena, lucrou en su mayoría aislados. asediados y rendidos por hambre. y los de menor entidad. que ca- yerorrantes, sirvieron para amenazar después a los mayores. Por todo eso, en el decenio de 1680 se abandonaron o se destruyeron muchos de estos fuertes. 98

I odo esto no fuc nada, sin embargo, en comparación con la sis­temática desmilitarización dei centro de Francia bajo Luis XIV. Tras la Fronda y la guerra de Dcvolución (1667-1668), los minis­tros de la corona se preocuparon por el gran número de fortalezas que había que guarnecer. Algunas se hallaban en el interior, defen- diendo puntos que fueron importantes pero que ya no estaban

amenazados; otras estaban en las fronteras, donde las ganancias conseguidas en la paz de los Pirineos (1659) y en la de Aquisgrán (1668) habían dejado a Francia con vários precários enclaves en lerritorio enemigo. A comienzos de 1673, con otra guerra en mar­cha. el jefe de los ingenieros militares de Luis XIV, Sébastien I.e Prestre de Vauban, propuso una racionalización de las defensas írancesas. «Esta confusión de fortalezas propias y enemigas. mez- ciadas entre sí en revoltijo, no me satisíace nada —escribió—. Uno se obliga a mantener tres plazas en vez de una.»'w Vauban denomi- nó a su ideal el pré carré (prado cuadrado). y durante los siguien- tes treinta anos recomendo encarecidamenlc a su senor que adqui- riese (por conquista, intercâmbio o tratado), retuviese y fortificase las plazas necesarias para dotar a Francia de una frontera que (en lo posible) estuviesc trazada en línea recta. Los ingenieros france­ses construyeron o reformaron 133 fortalezas que. o bien cerraban al enemigo las diversas vias de acceso al reino, o bien faeilitaban el paso de las fuerzas francesas a territórios vecinos. Esta fue la ra- zón de las grandes dimensiones de las fortificaciones de Vauban: estaban proyectadas a fin de ser lo suficientemente grandes como para albergar suminislros y tropas capaces de efectuar operaciones ofensivas o defensivas. Sin embargo, no se tiene a veces en cuenta que el corolário dei pré carré fue la creación de una zona virtual­mente desmilitarizada en las províncias dei interior, por la destruc- ción o abandono consciente de otras 600 ciudades amuralladas o fortalezas dei interior dei reino, incluyendo Paris, cuyas fortifica­ciones fueron destruídas en 1670 por orden dei gobierno.100 Como después explico Vauban, 10 fortalezas menos significaban 30.000 hombres más para los ejércilos de campana reales. El aumento de las fuerzas armadas de Luis XIV se debió tanto a la visión estraté­gica de Vauban, que libero más hombres para las campanas, como al ingenio y ceio de Louvois, que obtuvo más reclutas.101

A modo de conclusión: a comienzos de la Europa moderna, el arte de la guerra se transformo, sin duda alguna. a causa de la evo- lución habida en tres importantes aspectos, relacionados entre sí: un nuevo modo de usar la pólvora, un tipo nucvo de fortificacio­nes y el aumento en el tamafto de los ejércilos. El ritmo de la evo- lución fue mucho más lento de lo que alguna vez se penso, y su re- percusión. mucho menos general. La mayor parte de las guerras que tuvieron lugar en Europa antes de la Revolución francesa no concluyeron mediante una estratégia de exlerminio, sino (utilizan­do palabras de Hans Delbrück) mediante una estratégia de des­

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gaste, por medio de una paciente acumulación de pequefias viclo- rias y un lento desgaste de la base económica dei enemigo. Hubo. naturalmente, algunas excepciones (la guerra de Esmalkalda de 1547-1548. la guerra de Ostia en 1557. la guerra de Saluzzo en 1600), pero estos conflictos concluyeron con rapidez debido a que las fucr/as de un Estado importante, en guerra desde hacía poco tiempo. se enfrentaron abiertamente a las de otro Estado inferior que habíà quedado aislado. Todas las guerras clásicas de la era de la revolución militar fueron «guerras largas», formadas por nume­rosas campanas y «acciones» independientes: las guerras de Italia, que ocuparon la mayor parte dei período entre 1494 y 1559; las guerras de religion francesas, que se prolongaron sin apenas inte- rrupciones desde 1562 a 1598 y se continuaron en 1621-1629; la «guerra de los Odienta Aftos» en los Países Uajos. hecha de conti­nuas hostilidades entre 1572 y 1607, y de nuevo entre 1621 y 1647; la «larga guerra» de Hungria, entre 1593 y 1606. Se ha sugerido a veces que los conflictos del siglo xvn y comienzos del xvtit se hi- cieron más breves y decisivos, porque entonces los generales bus- caban una Victoria rápida mediante batallas résolutivas (como si esto no hubiera sido asi en las geheraciones anteriores).102 Pero las guerras seguían eternizándose: la guerra de los Treinta Anos duró desde 1618 hasta 1648. a pesar de Brcitcnfeld, Líitzen y Nórdlin- gen; la «otra guerra de los treinta anos», entre Francia y Espana, se prolongé interminablemente desde 1700 a 1721. a pesar de Ro- croi y Lcns; la gran guerra del Norte duró desde 1700 hasta 1721. a pesar de Poltava; la guerra de Sucesión espanola se extendió desde 1701 a 1713. a pesar de Blenheim, Ramillies, Oudenaardc y Mal- plaquet. La única diferencia real estribaba en que las últimas gue­rras se liacían con ejércitos cada vez más numerosos y costosos que las guerras anteriores. Es en estos aumentos en el número y en el coste donde reside la explication principal de su larga dura- ción: c^pensamiento estratégico había quedado aplastado entre el constante aumento en el tamano de los ejércitos y la falta relativa de dinero, equipo y alimentos.10' En la era de la revolución militar, la habilidad de los gobiernos y de los generales para sustentar la guerra se convirtió en el eje alrededor del cual giraba el resultado de los conflictos armados.