Gral Bernardo Reyes, por Adolfo Castañón

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    Bernardo Reyes y el libro de honor mexicano, seguido de un textopoco conocido de Rubn Daro sobre Bernardo Reyes

    ADOLFOCASTAN

    En memoria de Henrique Gonzlez Casanova

    9 DE FEBRERO DE 1913

    En qu rincn del tiempo nos aguardas,desde qu pliegue de luz nos miras?Adnde ests, varn de siete llagas,Sangre manando en la mitad del da?

    Febrero de Can y de metralla:humean los cadveres en pila.Los estribos y riendas olvidabas

    y, Cristo militar, te nos moras

    Desde entonces mi noche tiene voces,husped mi soledad, gusto mi llanto.Y si segu viviendo desde entonces

    es porque en m te llevo, en m te salvo,y me hago adelantar como a empellones,en el afn de poseerte tanto.

    Alfonso ReyesRo de Janeiro, 24 de diciembre, 19321

    1Reyes 1996: 146-147.

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    speros y hmedos muros de los claustros de Tlatelolco transformado

    en prisin no impedan que entrara el viento helado ni la lluvia ni lapolvareda.

    Era jefe Mondragndel Segundo Regimientoy sali de Tacubayapara Mxico en su intento.

    Daba el reloj de ese dalas siete de la maana,cuando a Mxico lleg,Mondragn con fuerza armada.

    Dios libre a Bernardo Reyesy despus a Flix Daz,para avanzar a Palacioreunieron las compaas (idem).

    Pero un militar como l siempre ha andado a salto de mata. l losabe. Recuerda con nitidez los das y meses que pas luchando contralos indios nmadas para tratar de pacificar aquellas tierras desiertas delNorte. Recuerda las dificultades que tuvo para convencer al generalDaz y a otros militares de la necesidad de crear esa segunda reservaque luego se transformara en servicio militar.

    Se pierde el general en las avenidas desiertas de sus pensamientos,recorre con la mente aquellas calles insoladas de la ciudad del norte a laque como a un hijo haba visto crecer. Recuerda aquellos aos ya dis-tantes en que todava adolescente luch contra los franceses como alf-rez de la Guardia Nacional, en retazos le viene a la mente la toma delpueblo de Calvillo, en Aguascalientes, la toma de Zacatecas y aquellaNavidad de 1866 en que particip en la accin de Agua de Obispocontra los franceses y en la cual supo por primera vez qu significabarealmente el peligro. Esos primeros aos de su adolescencia y juventudguerrera y belicosa vuelven en desorden a su memoria y cada nombrede lugar le trae recuerdos de aquellos actos y condecoraciones ganadasa favor de la Repblica contra los franceses: Quertaro, Zamora, San

    Lorenzo, Jalisco. De esas batallas no le quedan malos recuerdos. Mu-chos aos despus, siendo ya gobernador de Nuevo Len, no desdea-

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    r sentarse a la mesa con algunos de los antiguos enemigos extranjeros.

    Aquello haba sido, despus de todo, una guerra de caballeros en lacual se peleaba limpio. Los enfrentamientos polticos que luego le to-cara sufrir, aunque no haban presupuesto derramamientos de sangre,haban sido terriblemente hirientes y desgarradores. Los cientficos ysu gente no comprendan las cosas de la guerra y del honor y peleabanpor lo regular atacando por la espalda.

    Don Flix le dijo a Reyescon audacia y con cautela:Si usted asalta el Palacio,yo tomo la Ciudadela.

    Reyes con todas sus tropassu valor quiso mostrar,y al acercarse a Palaciola muerte vino a encontrar.

    All cay muerto Reyespor una bala certeray muchos muertos y heridosse miraban por doquiera (idem).

    Cientficos era una palabra nueva que, cuando empez a gobernarPorfirio Daz despus del Plan de Ayutla, tena un muy otro significa-

    do usual. El general Bernardo Reyes se vea a s mismo como unacombinacin, una alianza dira l, de guerrero a la usanza antigua,hombre cultivado, empresario, poltico liberal, patriota y patriarca. Elinters por el comercio y las empresas lo haba heredado de su padre,un espaol, Domingo Reyes, de quien traa la sangre llena de iniciati-vas. Don Domingo, nacido en Nicaragua, vino a Mxico en un bar-co procedente de Panam, junto con otros espaoles. Por eso quiz enGuadalajara, adonde lleg a avecindarse, los llamaron los paname-os. Pronto, el hijo de uno de los panameos se volvera un patrio-ta, nacionalizado no slo por el derecho de sangre y de suelo, sinotambin por las armas que esgrimi valientemente contra los diversosenemigos de la Repblica: los franceses, los guerrilleros imperialistas

    como el terrible Lozada, el Tigre de Alica que les despellejaba lospies a los prisioneros y luego los haca caminar sobre el camino ardien-

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    te, los indios nmadas, los soldados que se alzaban bajo el mando de

    algn general confundido. Pero los cientficos, qu eran, quineseran? No eran ni podan ser ms que un puado de amigos, un crculovicioso o amistoso (segn se viera) con una cierta comunidad de pare-ceres e ideales, entre los que tenan el producto de los mismos sistemaseducativos como escribira aos ms tarde Jos Ives Limantour, cien-tfico eminente y Secretario de Hacienda, y como acaso conjeturaba ensu celda el general Bernardo Reyes.

    No, no era el mismo varn entero al que haba pintado Escudero yEscandn en 1900 de pie, arrogante y de cuerpo entero con su volu-men corpulento y macizo de lancero y su barba tupida y entrecana.Tampoco se pareca al ameno conversador que haba intercambiadomitologas pblicas y privadas con aquel otro poeta centroamericanoen sus horas don Bernardo se senta poeta, con aquel otro soldadode las letras y las musas que fue Rubn Daro quien, por cierto, unosmeses despus de conocer la muerte de su amigo lo comparara conCoriolano, uno de los capitanes que andan trotando por el teatro deShakespeare.

    *

    Me llamo Len Reyes Guzmn, soy hijo legtimo del coronel LenReyes, el hijo natural del gobernador y general Bernardo Reyes. No scmo llegu hasta aqu, es decir, a esta ciudad de Florida en la que vive

    una prima, as nos llamamos desde que nos reconocimos, la seoraMarcela del Ro Reyes, hija de Bernardo Reyes, Bernardito, el primo-gnito del general. Vine hasta aqu para conocer a mi abuelo el generalBernardo Reyes o ms bien su pintura, pues como se sabe l muri deuna forma tan trgica como pattica, tan confusa como inexplicable.Cmo se ceg hasta ese punto?, se preguntaba mi padre, quien nun-ca se sinti de la familia a pesar de haber vivido bajo el mismo techoall en Monterrey, gracias a la generosidad de la Ta Aurelia aspidi la jovencsima seorita Ochoa Ogazn que le llamara el robustoadolescente al que haba decidido, se dira exigido, adoptar cuando seenter de que don Bernardo tena un hijo natural. Que se venga avivir ese chico con nosotros. No quiero que ande por ah regada tu

    sangre. As fue como mi abuelo hizo entrar por la puerta estrecha desu matrimonio legtimo a Len, su hijo bastardo, mi padre. Y aqu me

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    tienen frente al cuadro de mi abuelo. Es una pintura enorme. Mide

    ms de un metro y medio de altura. La pint un tal Escudero y Escan-dn. En ella se ve de cuerpo entero y de tres cuartos el cuerpo alargadoy robusto de un hombre con barba que baja ms all del cuello. Labarba es caf-rojiza, como la de Len, mi padre. Don Bernardo, miabuelo, lleva en esa pintura uniforme militar, chaqueta azul y ajustadospantalones blancos; de su cintura cae un sable adornado con una cintatricolor. Quise venir a ver por m mismo esta pintura pues quera co-nocer a ese abuelo legendario al que mi padre nunca le perdon haber-se dejado empujar a la muerte por el Barn, Rodolfo Reyes, su se-gundo hijo. A Len, mi padre, nunca le gust Rodolfo que habaheredado del general Bernardo el carcter impulsivo y obsesivo, lainfatuacin y aun el gusto por la accin: las batallas, las guerras, lostiros, las carreras, la rivalidad, la insidia. De hecho si Len, mi padre,se apur en salir de la casa de Monterrey fue porque quera huir de sumedio-hermano, ese desptico Rodolfo, que pareca vivir no slo a lasombra de su padre sino alimentando en l sus lados negros. Vine aver este cuadro para darle gusto a la memoria de Len, mi padre, quiense retir del ejrcito mexicano lo ms pronto que pudo despus deaquellos das terribles de 1913 no una decena trgica como dicenlos historiadores mal informados sino todo un aciago mes de locura ysangre en que las pasiones se desbocaron y se vivieron escenas indes-criptibles de violencia, vileza y carnicera como casi nunca haba vistola ciudad de Mxico si se descuenta la otra matanza de la Ciudadela,

    durante la primera presidencia de Benito Jurez. A darle gusto porquelas imgenes que yo llegu a conocer de nio y adolescente de donBernardo eran las fotografas tomadas en 1911, apenas doce aos des-pus; muestran a un hombre devorado por las preocupaciones, con labarba blanca y un aire de sombra tristura en la mirada. Eran las im-genes de un hombre cado al que slo le queda el orgullo pero no eranrealmente las fotos de ese Don Bernardo como lo llamaba mi padre.El que haba luchado contra los franceses siendo un adolescente, el quese haba enfrentado a la guerrilla imperialista del Terrible Tigre deAlica, el que se haba enfrentado a los indios apaches y haba pa-cificado el Norte de Mxico, el que haba sabido gobernar el Estado deNuevo Len con mano sabia y fuerte abriendo empresas y escuelas a

    fuerza de pulso y voluntad, el que haba inventado la segunda reservaque ya anunciaba el servicio militar obligatorio, el que haba in-

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    troducido un principio de legislacin laboral, el combatiente aguerrido

    en los campos de batalla y en los escritorios, el audaz poltico y empre-sario que haba sacado del aire y de la nada la ahora famosa fundidora(Pero si en Monterrey no hay ni agua ni metal ni gente preparada! ledeca el viejo Basagoiti, y don Bernardo le respondi tajante: Es ciertoseor Basagoiti, pero hay voluntad), el aguerrido poltico que habasabido enfrentarse a Limantour y a otros cientficos, el militar ilustradoque haba escrito obras como aquella faranica biografa de PorfirioDaz que todava estaba por ah en un rincn de su propia casa, elastuto poltico que haba llegado a ser luminar de la Logia HermanosTemplarios de Mxico, Gran Maestro de la Gran Logia de Jalisco,Gran Inspector Soberano de las Logias del Valle de Mxico, y delegadodel Supremo Consejo del Antiguo y Respetado Rito Escocs y que almismo tiempo haba logrado ser visto con viva simpata por los cat-licos de Jalisco y Monterrey casi todos ellos reyistas y tena unCristo de marfil sobre su cama que destacaba sobre el terciopelo oscurodel cortinaje, ese Don Bernardo no era el de las fotos de 1912, comodeca mi padre. El verdadero era el de aquella pintura de Escudero yEscandn realizada en 1900, y que heredara Bernardito, el primog-nito, luego su hija Aurelia y luego, en fin, esta prima ingeniosa llamadaMarcela a la que tambin le haba dado por escribir y pintar, desdemuy nia. Vine a dar aqu, entonces, para dar gusto a mi padre quehace mucho muri en un accidente vial y porque la figura de DonBernardo poco a poco me empez a llamar la atencin desde que me

    empec a aficionar a la historia de ese desbarajuste llamado Mxico.Por qu se dej manipular Bernardo de esa forma por el impulsivo toRodolfo, quien vivi siempre como deca mi padre y callaba Alfon-so cegado por la pasin? Por qu cuando era el momento y empe-zaron a florecer asociaciones reyistas por todo el pas y mucha gentehombres y mujeres empez a llevar un clavel rojo en el ojal o en elpecho, don Bernardo dudcomo Hamlet y no rompi con don Porfi-rio Daz, con cuyas simpatas l ya saba, desde antes de la publicacindel famoso libro verde que tantos sinsabores le acarreara? Qu habapensado de las espinelas compuestas en su honor?

    Yo no soy irracional

    y por eso voto a Reyespues solamente los bueyes

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    necesitan de Corral;

    sta es regla generalaunque hay sus excepciones;pero en ciertas ocasionesni las busco ni las quieroy solamente prefiero

    no hacer ronda con bribones.(Gonzlez Navarro 2000: 154)

    Y sobre todo, por qu quiso morir como un sublevado y sediciosocuando durante toda su vida haba sido un liberal convicto de sus con-vicciones, un hombre de armas que saba hacerse amar incluso por susenemigos? Qu enrevesado cdigo de honor le bulla en la sangre? Elhecho de que el mismsimo Rubn Daro escribiera una pgina tan

    memorable como enigmtica sobre mi abuelo, el general Bernardo Re-yes, comparndolo con Coriolano, uno de los capitanes hamletianosde Shakespeare, slo aument el misterio (Como es un texto de ciertointers, lo transcribo al final de estas pginas como un Apndice).

    Todos en la familia supieron, as me lo cont Len, mi padre, que donBernardo iba a morir desde que lleg un mensajero el sbado ocho amedioda a la casa de San Cosme, a pedir que le llevaran al general laropa interior ms fina para ponrsela al da siguiente.

    A las diez de la maanadel da nueve de febrero

    se dirigi hacia Palacioel Presidente Madero.

    Luego que lleg a Palaciopor el pueblo fu aplaudido,porque de veras ese hombrede todos se hizo querido.

    Con su estandarte gloriosoque en la mano lo traa,recorri todas las calles,pues temor no conoca (Mendoza 2003: 30).

    Y es que l siempre haba dicho que cuando alguien va a batirse enduelo o sale al campo de batalla debe llevar la ropa ms fina por fuera

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    y por dentro. Eso es lo primero en que se fija el que recoje un cadver.

    As que, desde medioda del sbado ocho, toda la familia guard silen-cio y le enviaron a don Bernardo a la crcel sus mejores prendas, suspantalones y traje de pao, su gorra cazadora, una camisa nueva delino, calcetas negras y botas.

    Madero estando en Palaciodijo: Qu ingrata es mi suerte!doy mi vida por el pueblo,yo no le temo a la muerte.

    Mand llamar a Blanquetque en Toluca se encontraba,

    sin saber el Presidenteque Blanquet lo traicionaba.

    Cuando a Mxico llegcon sus tropas ya bien listas,se proclam partidariode las fuerzas felicistas (ibidem).

    Si alguien llegaba a preguntar por qu esa ropa, haba que responderporque maana domingo don Bernardo quiere or misa. Y sin dudala llegara a or, pero ya casi en la tarde del domingo, casi doce horasdespus de haber cado del caballo alazn bajo la metralla y con elltimo rostro sereno del ltimo trnsito, sin escuchar ni los disparos derifle, metralla y can que todava cruzaban el aire de la ciudad y quelo seguiran cruzando por lo menos veinte das despus. La escucharaen la sala de su casa donde la gran Aurelia como l llamaba a sudiminuta esposa, los hijos menos Rodolfo que andaba en plenoenjambre sedicioso y las hijas, escuchaban con lgrimas los rosariosde rigor, las jaculatorias, la misa que haca mucho no escuchaba.

    Huerta le dijo a Madero,con palabra traicionera:Si usted me confa las tropasyo tomo la Ciudadela.

    El Presidente le dijo:Eso lo voy a ordenar,

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    aunque yo s demasiado

    que usted me va a traicionar.

    Luego Riveroll e Izquierdo,los dos con nefanda astucia,al Presidente Maderole pidieron la renuncia (ibidem).

    Atrs quedaba ya el rumor y las premoniciones, las presiones de susdos hijos Rodolfo y Alfonso quienes le insistan, uno, que se lanzaraa la sublevacin y, el otro, Alfonso, que se retirara a escribir sus memo-rias, a leer los Cantos de vida y esperanzade su amigo Rubn Daro y aleer a esos historiadores griegos Tucdides y Polibio que haba em-

    pezado a practicar gracias a don Pedro Ogazn, uno de los parientes desu esposa.

    Madero les contest:No presento mi retiro,yo no me hice Presidente,por el pueblo fui elegido.

    El Presidente les dijo:Quin fu el que se los mand?Y sacando su revlverel pecho les traspas.

    Don Aureliano Blanquetle dijo al seor Madero,cogindole por los hombros:Dse usted por prisionero (ibidem).

    Pero sobre todo quedaban atrs esos cuatrocientos das interminablesque pas en la prisin de Tlatelolco viendo con impotencia cmo sedesarrollaban los acontecimientos y cmo el intil de Maderoas lollamaba dejaba que el pas se le desbaratara entre las manos. De qu lehaban servido a Madero sus prcticas religiosas, sus visitaciones espiritis-tas, aquellos textos dizque sagrados de la India antigua que le dictaban losespritus, los maestros de la alta logia blanca? De qu le haba servido aese pobre presidente su retrica vegetariana, sus discursos entre democr-ticos y homeopticos? Tambin quedaba atrs ese hijo suyo, Rodolfo,

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    que l, Bernardo, lo saba, lo haba manipulado acaso slo por amor a la

    manipulacin; atrs, la gran Aurelia la nana Yeya como le decan susnietos y el risueo Alfonso, que pareca rer hasta cuando lloraba.Quedaban atrs esos interminables cuatrocientos das de crcel en los queno slo iba oyendo cmo el pas se preparaba para derrumbarse sinotambin iba tocndose una por una las setenta y siete llagas que traaabiertas debajo de la piel, las llagas fsicas pero sobre todo esas llagas msdolorosas y que todava le ardan, que le haban infligido con pluma ytinta los Limantour, los Romero Rubio, los Huerta, los Mondragn y elmismsimo don Porfirio a quien siempre haba credo un hombre bue-no, pero que a lo largo de esas cuatrocientas jornadas de crcel haballegado a considerar como un bicho, un animal vengativo, maligno yperverso.

    esas llagas por las cualesl senta que se desangrabasorda y calladamente el pas (ibidem).

    Quedaban atrs los momentos felices pasados en compaa del ri-sueo Alfonso con quien recitaba a do El estudiante de Salamanca,a quien contaba tramas de la antigua historia griega como la batalla deMaratn y comparta ancdotas de Alejandro, Csar y Napolen y, comoel nio era muy dotado, retena de memoria tiradas enteras del Telma-co, el clebre Qu il mourt!del Horacede Corneille, o el jeune soldat,o vas tu?de Lammenais, frase que algunos militares mexicanos de lapoca de la Intervencin haban integrado al corpus del honor blicomexicano, como si fuese una especie de Bushido La guerra, la madreguerra, siempre la guerra, aorada y sufrida, la guerra ruda y cruel y sinembargo necesaria como ese Victoriano Huerta que haba nacido tam-bin en 1850 y que era capaz de las peores barbaridades (Mi padre Lenme cont que cuando, una semana despus de la muerte de don Bernar-do, asesinaron al presidente Madero y le dieron la noticia a VictorianoHuerta, ste dispar: Ya me hicieron mrtir a ese pendejo) [Castro2000: 60].

    Terminaron los combatesel dieciocho de febrero,

    quedando all prisionerosPino Surez y Madero.

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    Muchos soldados ya muertos

    en Palacio y Ciudadela,fueron sus restos quemadosen los campos de Balbuena.

    La sangre corra a torrentes,pero era sangre de hermanos,siendo culpables de todoambiciosos mexicanos.

    Huerta por sus partidariosse hizo solo Presidente,luego que subi al podera Madero di la muerte.

    El veintids de febrero,fecha de negros pesares,mand Huerta asesinara Madero y Pino Surez.

    El Presidente Maderoa Huerta le hizo favores,un bien con un mal se paga!Eso es muy cierto, seores.

    Crdenas fu el asesinoque hizo tan chula gracia

    de asesinar a dos hroespadres de la Democracia.

    Aqu terminan los versosy, si han logrado gustar,son compuestos por Lozano,un coplero popular.(Mendoza 2003: 30-34).

    Bernardo Reyes saldra de su prisin de Santiago Tlatelolco antes deque se levantara el da. Slo para caer bajo la mltiple metralla unashoras despus.

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    Shakespeare en la poltica-hispano-americana5

    Pars, marzo de 1913

    Tenemos entendido que, despus de la creacin de Dios, est la crea-cin de Shakespeare. Solamente, no es fcil encontrar parangones co-mo el que acabo de recibir de Monterrey, Nuevo Len, en un escritoreferente a un ilustre mejicano que acaba de caer con resonancia en lalucha poltica de su pas: el general Bernardo Reyes. Se titula GeneralBernardo Reyes, from a Shakespeare point of view.Ignoro el motivo porel que el trabajo haya sido escrito en ingls, pues el autor por su nom-bre, debe ser de Mjico: doctor David Cerna.

    Yo no tengo que inmiscuirme en las interioridades polticas mejica-nas, pero desde el punto de vista de mi oficio, me ha parecido curiosodaros a conocer tal estudio, o mejor sera decir, paralelo.

    He tenido la honra de ser amigo personal y de frecuentar las relacio-nes del general Reyes, durante su permanencia en una villa de Neuilly,en los alrededores de Pars. Fui presentado a l por el general Zelaya yencontr siempre en l, un soldado leal, un hombre sencillo a pesar desu arrogante aspecto militar, aficionado a las letras y autor, l tambin,de varias obras; espritu generoso y amante de su patria.

    As, no tengo que ocuparme personalmente de su pasado poltico,y me refiero slo a la obra del doctor Cerna, a ttulo de curiosidadliteraria.

    Ignoro si antes se han hecho comparaciones en nuestra Amrica,entre personajes shakespeareanos y muchos hombres de estado, gober-nantes y caudillos.

    El doctor Cerna comienza con afirmar la dificultad de encontrar en laobra del gran Will un tipo apropiado para la comparacin con el generalmejicano; mas segn su opinin, el paralelo puede hacerse con el Coriola-nus, escrito, como se sabe, con la base de Plutarco. Las citas del doctorCerna para el apoyo de su comparacin son varias y todas de autores delengua inglesa.

    As Dowden escribe en una crtica de Coriolanus:Un altivo y apasionado sentimiento, un soberbio egosmo, son, en Co-

    riolano, fuentes de debilidad y fuerza No es el pueblo romano quien

    5Daro I, 235-237.

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    le trae su destruccin; es la noble altivez y apasionado amor propio del

    propio Coriolano El orgullo de Coriolano, no es, sin embargo, el quesuele venir de la sumisin y de la unin con algn poder, o persona oprincipio superior a uno mismo. Es orgullo doble, un apasionado amorpropio, esencialmente egosta, y un apasionado antagonismo de clases. Sunatural no es fro e interesado; son profundas, clidas y generosas. Pero unlmite firme e insalvable, le tiene marcado la tradicin aristocrtica y ni-camente dentro de ese lmite es que se manifiestan sus cualidades buenas.La debilidad, la inconstancia, y la incapacidad de comprender los hechos,que son vicios del pueblo, se ven reflejados y repetidos en el gran patricio:sus faltas aristocrticas contrapesan las plebeyas.

    Es rgido y obstinado; pero bajo la influencia de su enojado egosmopuede renunciar a sus principios, a su partido y a su ciudad natal.

    Aqu llama la atencin el doctor Cerna sobre actos del general Reyes,y su preferencia en ser el primero en un estado, a ocupar un lugar se-cundario en los asuntos de la nacin.

    Y luego un prrafo ms del mismo Dowden: El juicio y tempera-mento de Coriolano estn muy mezclados.

    Desea el fin, pero slo a medias se somete a los procedimientos nece-sarios para llegar a ese fin. No tiene suficiente dominio de s mismo parapoder aprovecharse de las oportunidades que se le presentan.

    Se hace notar aqu el no haber aprovechado el general mejicano elmomento en que fue dueo de la regin montaosa de Galeana.

    Si en ese momento, dice el doctor Cerna, se hubiera resuelto aceptar la

    situacin, habra sido, sin duda, el hroe popular: y con menos sacrificio,tal vez, de vidas y de propiedades pblicas y privadas habra podido dar eljaque-mate al gobierno desptico del general Daz.

    Pero no, Reyes vacil demasiado, y una gran mayora del pueblo meji-cano le retir su alta estima. Y cita el autor las palabras de Bruto a Casio:

    There is a tide in the affairs of menWhich taken at the flood leads on to fortune;Omitted also the voyage of their lifeIs bound in shallows and in miseries.

    (IV, 3, 217-220)

    Y estas frases de Hudson: El orgullo de Coriolano es del todo infla-mable e indomable, por la pasin; de tal modo que si recibe tan slo

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    una chispa de provocacin estalla y arde de modo inconmensurable y

    barre toda consideracin de prudencia, de decoro y hasta de comnsentido. El doctor Cerna se refiere a un caso del antiguo gobernadorde Nuevo Len, que indicara una violencia de carcter.

    Del citado Dowden: Ahora, Shakespeare saba que tal pasin era,no fuerza, sino debilidad; y por esa violencia indomable del tempera-mento de Coriolano, se hecha sta sobre l su destierro de Roma y susuerte subsecuente.

    El caso es curioso, pues se recuerda el envo a Europa, en una comi-sin, indudable manera de destierro dado el caso.

    De Wendel: Coriolano debe su suerte a un exceso de rasgos de no-bleza inherente, rasgos cuya nobleza misma los hace incapaces de so-brevivir en el innoble mundo que les rodea.

    De Hereford: Aun el valor de Coriolano est descrito con un fuegoque viene sobre todo de la imaginacin La carrera de Coriolano, consu ostentoso, aunque en esencia ftil valor, es una stira contra el mili-tarismo; y las sublimes imgenes con que estn narrados sus hechos, nohacen sino ms explcito el tono de irona.

    El doctor Cerna pinta a este propsito las figuras del general Reyesy Boulanger.

    Luego hay citas de Mabie, que hace resaltar en Coriolano aristcra-ta tpico, con las virtudes del aristcrata: valenta, indiferencia ante eldolor, desprecio del dinero, independencia del juicio, dominio de laelocuencia y natural aptitud para el mando. Estas grandes cualidades

    estn neutralizadas por un colosal egotismo, que se manifiesta en unorgullo tan irracional e insistente que, tarde o temprano, por la necesi-dad de su naturaleza, debe producir el conflicto trgico.

    Aqu se refiere, en la comparacin, a la rendicin voluntaria delgeneral Reyes en Linares y juzga el doctor Cerna que si no es un casode obcecacin momentnea y sufrimiento fsico, es uno de patriotis-mo intenso, que es tambin un estado anormal de parte de ese intere-sante carcter psicolgico.

    Por ltimo, el autor del paralelo, trae a la memoria el sacrificio deCoriolano, por el amor maternal. Y cita de nuevo a Hudson: Corio-lano se siente ms orgulloso de su madre que de s mismo; procura mscomplacerla a ella que a s mismo; no acepta ms ttulos honrosos que

    los que vienen de tan honrada fuente, ni quiere ms premios que aque-llos que magnifiquen la parte que tiene de ella; en resumen, la mira

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