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©2007, 2008 Roberto P. Payró Historia del Río de la Plata Tomo i Roberto P. Payró Parte tercera: América revolucionaria Capítulo 11: La revolución de mayo de 1810

Historia del Río de la Plata · 2008-10-01 · La revolución de Mayo de 1810 248 derrocar al Virrey Liniers y de oponerse a la llegada de su sucesor Cisneros. Desde antes de las

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©2007, 2008 Roberto P. Payró

Historia del Río de la Plata

Tomo i

Roberto P. Payró

Parte tercera:América revolucionaria

Capítulo 11:La revolución de mayo de 1810

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Capítulo 11. La revolución de mayo de 1810

________________________________________________

I. Por qué se precipitaron los acontecimientos

El detonador que puso en marcha el movimientoemancipador en el Virreinato del Río de la Plata fue lanoticia de nuevos éxitos de las tropas invasoras francesasen España y de la constitución de un Consejo de Regenciadestinado a ejercer el poder en representación del cautivomonarca Fernando VII.

Napoleón se había desembarazado de Carlos IV y suhijo, así como de su primer ministro Manuel Godoy, y elmariscal Murat había puesto en el trono a José Bonaparte,a quien apoyaron diversos grupos de "afrancesados"españoles. De inmediato surgió un movimiento deresistencia contra los invasores. En diversas regiones seestablecieron juntas de gobierno populares y una JuntaCentral intentó unificar el mando en nombre de FernandoVII y contener el avance francés hacia el sur, que recién sedetuvo en Andalucía. Tras la derrota sufrida por las tropasespañolas en Ocaña, la Junta Central decidió disolverse ycrear por decisión propia un Consejo de Regencia. Estadecisión inconsulta fue acatada por muchos, pero fue muyresistida en América, pues fuera de los miembros de laJunta Central nadie había emitido voto u opinión favorable,lo cual ponía automáticamente en tela de juicio lalegitimidad del Consejo por haberse escamoteado laconsulta del pueblo soberano, no sólo en España sinotambién en América.

A este factor se agregan otros motivos que prontoaducirían las minorías criollas y españolas opuestas asubordinarse al Consejo de Regencia. En el Río de la Platatuvo importancia un fundamento económico: laconveniencia de liberarse de la atadura comercial queligaba las colonias del Plata a España, pues la metrópoli noestaba en condiciones de abastecer al Virreinato o deimportar los frutos del país, y la economía de esas colonias,

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sobre todo en ambas márgenes del río de la Plata, yaestaba disfrutando desde 1809 de las ventajas ofrecidaspor la apertura del comercio, decretada por el VirreyCisneros a favor de los mercaderes británicos.

La frustración que provocaba el monopolio calaba hondoen el pasado colonial y se había exteriorizado con muchamás rapidez y vehemencia desde las invasiones inglesas deBuenos Aires y Montevideo en 1806 y 1807, que habíanhecho más patente el antagonismo entre los comerciantespeninsulares beneficiarios de ese régimen y los quedeseaban poder importar y exportar productos sin tantasrestricciones. La victoria contra los ingleses habíademostrado que los habitantes del Río de la Plata erancapaces de defenderse por sí solos, sin recurrir a auxiliosexternos, que de todos modos España no estaba encondiciones de proporcionar. Las poblaciones de BuenosAires y Montevideo habían podido percatarse de que, paraluchar contra los invasores, había sido suficiente contar contropas y milicias improvisadas que, con la participaciónmasiva de civiles y oficiales españoles y criollos, habíanestado en mejores condiciones de resistir y triunfar que lasautoridades virreinales y los regimientos fijos. Es más, elcontacto directo con ocupantes y prisioneros británicoshabía creado interés por un país hasta entoncesconsiderado enemigo acérrimo, cuyo comercio ahoraparecía brindar oportunidades nunca vistas en el Virreinato,tanto más cuanto que Gran Bretaña ya no estaba enconflicto armado con España y había entrado en unaalianza defensiva y ofensiva con la Junta Central paraeliminar el peligro de la expansión francesa. De paísenemigo que era, Gran Bretaña se convirtió en el aliado dePortugal y de España en la lucha por rechazar la invasión ymantener en pie las prerrogativas de la corona española.

Dicho esto, mucha gente sabía que uno de los efectos dela alianza de España y Portugal con Inglaterra, en contrade Napoleón, era la existencia de una presencia naval ymercantil inglesa en el Atlántico sur, que servía no sólopara proteger a los navíos mercantes de ese país ycontribuir a su libre entrada en el río de la Plata, sino

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también para alentar, aunque con precaución, cualquierproceso autonomista que se desarrollara en la región. Porotra parte, Francia deseaba golpear a España no sólo enEuropa sino en América y estaba dispuesta a hacer pie enel Atlántico sur y a promover revoluciones allí dondeencontrara criollos con simpatías bonapartistas y anhelosde independencia; además, había suficientes indicios deque los monopolistas españoles, en caso de derrumbarse laresistencia en España, podrían optar por aceptar unprotectorado francés si esto les garantizase la preservaciónde su influencia política y de su comercio. No se ignorabatampoco que desde el traslado de la corte portuguesa alBrasil, bajo la protección británica, el Príncipe Regente dePortugal, lo mismo que su esposa, la Infanta españoladoña Carlota de Borbón, ahora princesa de Braganza,tenían aspiraciones de dominio sobre las coloniasespañolas, el uno sobre la Banda Oriental y la otra sobretodo el Virreinato.

En Buenos Aires, como en el resto del Virreinato, eranlos españoles europeos, y sobre todo los comerciantesbeneficiarios del monopolio, los que más influencia teníanen la escena política y en la vida económica, sin quemuchos residentes, tanto peninsulares como criollos,tuvieran suficientes posibilidades de participar en la tomade decisiones en uno u otro campo de acción con miras adar un contenido más liberal y progresista a las políticas envigor, a pesar de la influencia que hubiesen querido quetuviera en América el pensamiento ilustrado español.

Existían en Buenos Aires, con antenas en otros lugaresdel Virreinato, núcleos de civiles criollos imbuidos de ideasmenos conformistas que las de la mayoría de la población.De esos núcleos surgieron a raíz de las invasiones inglesasbastantes jefes, oficiales y soldados que contribuyeron adifundir entre las tropas y el pueblo una efervescenciainspirada por el descontento con las autoridades, el orgullobasado en una experiencia compartida de las luchasvictoriosas contra los invasores ingleses y las vivasreacciones provocadas por la instauración de una Junta degobierno pro-peninsular en Montevideo y las tentativas de

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derrocar al Virrey Liniers y de oponerse a la llegada de susucesor Cisneros. Desde antes de las invasiones inglesas,actuaban en tales núcleos hombres como Manuel Belgrano,Juan José Castelli, Juan José Paso, Hipólito Vieytes, NicolásRodríguez Peña, José Moldes, Juan Agustín Donado yFrancisco Gurruchaga, que se fueron acercando a otros

como Cornelio Saavedra1, Miguel de Azcuénaga y FelicianoChiclana, que tenían mando de tropas, cierta influencia y,aparentemente, afinidades con ellos.

Fuera de algunos letrados y sacerdotes, muy activos ensus respectivos sectores, el principal terreno donde loscriollos habían conseguido ganar influencia real era elmilitar, y eso sólo a raíz de las invasiones inglesas, queprovocaron la necesidad de crear regimientos y formartropas dispuestas a luchar contra posibles invasores, fueranéstos ingleses, franceses o portugueses. Por esa razón, ladefensa de Buenos Aires, como la del interior, ya no estabaexclusivamente en manos de tropas españolas regulares ola clase gobernante, pues existían ya regimientoscompuestos de oficiales y soldados criollos, porteños en elcaso del de Patricios y provincianos en el de los Arribeños,con jefes elegidos por ellos mismos, además de losconstituidos por diversos grupos regionales de españoles opor milicianos indios, negros o mulatos.

Ni los nativos ni los españoles constituían gruposhomogéneos. Tanto entre éstos como aquéllos habíamuchos elementos conservadores y conformistas paraquienes lo fundamental era mantener en pie lasinstituciones y estructuras tradicionales sin alterarradicalmente el orden establecido desde la época colonialni el grado de centralización logrado durante más detreinta años de administración virreinal, en gran partedebido a la división de todo el territorio en Intendencias ycapitanías. También influía en este aspecto el grado depolarización de la política y la economía alcanzado por

1 Este criollo nacido en el Alto Perú era uno de los pocos nativos conexperiencia directa de los asuntos de gobierno municipal, además de ser elcomandante del nuevo regimiento de Patricios, y era personaje de granpredicamento entre las tropas, ciertos grupos de comerciantes, por ejemplo losLezica, y el pueblo llano.

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efecto del desarrollo del comercio y la burocracia enBuenos Aires, por ser la capital del Virreinato, y en variascapitales de las provincias, donde tenían su sede losIntendentes y se sentía su gravitación sobre las provinciasdependientes de cada uno y, más que nada, sobre lasciudades y villas de importancia secundaria. Podía irritarese estado de cosas, así como el predominio ejercido pornuevos residentes y funcionarios españoles desde lacreación del Virreinato del Río de la Plata, pero los motivosde descontento no eran los mismos en Buenos Aires o en elinterior y, por lo común, las diferencias de concepto eranlas que dividían a quienes aspiraban a mantener su poderíoeconómico y los que deseaban que se favoreciera el librecambio aunque esto perjudicara a los productores delinterior, necesitados de protección para sus artesanías.

II. Del 18 al 25 de mayo de 1810

A partir del 18 de mayo de 1810 se precipitaron losacontecimientos en Buenos Aires a raíz del anuncio de quese había constituido en España un Consejo de Regencia.Rápidamente surgió, con éxito, un fuerte movimiento enfavor de que renunciara a su cargo el Virrey Cisneros, y fuenecesario definir en qué cuerpo recaería el mando a raíz dela cesación de Cisneros. No se observaba la presencia deningún círculo partidario del separatismo absoluto.Estimulados por el ejemplo español, algunos grupos -numéricamente reducidos - abogaban por una mayorautonomía dentro del Virreinato y creían que para lograrlaera preciso establecer juntas de gobierno emanadas delvecindario, es decir de los círculos locales de mayorinfluencia, a la manera de las que se habían constituido enEspaña desde los comienzos de la invasión francesa a raízde la acefalía del trono de los Borbones. La iniciativa dehacer de una junta de gobierno la depositaria de lasoberanía popular demostró que una mayoría de criollos yespañoles acriollados había aprendido de los grupospeninsulares más recalcitrantes -los partidarios deFrancisco Javier de Elío en Montevideo y de Miguel de

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Álzaga en Buenos Aires- que la opción “juntista“ no era taninapropiada como habían creído en 1808 y 1809, cuandose corría el riesgo de que cualquier junta estuviesedominada por los peninsulares. Montevideo había sentadoun precedente al respecto en la época de Liniers, pero losantagonismos entre Buenos Aires y esa ciudad erandemasiado fuertes y, además, no eran muchos los criollosdispuestos a seguir ese ejemplo debido a la repugnanciaque sentían frente a hombres como Álzaga o Elío.

Por otra parte, no todo el mundo aspiraba a que laeventual creación de una junta de gobierno local condujeraautomáticamente a que ésta se adhiriera a la Junta Centralespañola (o, eventualmente, al Consejo de Regencia) o aque se establecieran tantas juntas como había intendenciaso provincias. Crear una junta de gobierno semejante a lasque se habían elegido en España para poner término a laacefalía parecía ser, por el momento, la solución másindicada, dado que mediante ese expediente podíaconservarse intacto el lazo de subordinación con lametrópolis.

Los patriotas sabían que poco podían esperar de losmiembros del Cabildo encargados del gobierno municipal,por tratarse de un cuerpo colegiado bajo fuerte influenciapeninsular, de modo que insistieron en que se convocaraun cabildo abierto, es decir una asamblea algo másrepresentativa, compuesta de la «parte principal y mássana del vecindario», y se ingeniaron para que entre laspersonas invitadas a participar concurrieran simpatizantes yvoceros de los grupos deseosos de afirmar la soberanía delpueblo y terminar con el sistema de gobierno virreinal, ypara que hubiera muchos ausentes entre los convocadosoficialmente. De esa manera, lograron que fueseescuchada la minoría ilustrada y reformista, pero nocontentos con ello, también movilizaron al pueblo"plebeyo" para que éste los apoyara desde la calle.

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Declaraciones, mociones e intenciones de voto el 22 demayo de 1810

El propósito del cabildo abierto era conocido de antemano: habíaque determinar qué grado de consenso había en favor o en contradel statu quo, tanto en lo que concierne a la reafirmación o negaciónde la autoridad del virrey como con respecto a la asunción defunciones de gobierno por otro órgano. No hubo votacionespropiamente dichas, pero de las múltiples intervenciones quehicieron los participantes en la asamblea se pudieron desglosar lastendencias principales y hasta calcular la fuerza numérica que

hubiese quedado reflejada en caso de un escrutinio formal2. Los

miembros del Cabildo3 no expresaron sus puntos de vistaindividuales, pero dejaron en claro su posición colectiva:

Hablad con toda libertad… haciendo ver que sois un pueblo sabio,noble, dócil y generoso. Vuestro principal objeto debe ser precavertoda división, radicar la confianza entre el súbdito y el magistrado,afianzar vuestra unión recíproca y la de todas las demás provincias, ydejar expeditas vuestras relaciones con los virreinatos del continente.Evitad toda innovación o mudanza… No olvidéis que tenéis casi a lavista un vecino que acecha vuestra libertad. No podréis por ahorasubsistir sin la unión de las provincias interiores…Vuestrasdeliberaciones serán frustradas si no nacen de la ley, o delconsentimiento general de todos aquellos pueblos…Huid siempre detocar en cualquier extremo... Despreciad medidas estrepitosas oviolentas, y siguiendo un camino medio, abrazad aquel que sea mássencillo y adecuado para conciliar, con nuestra actual seguridad y la

2 Se habían cursado unas 450 invitaciones, pero los asistentes no pasaron de251, entre quienes figuraban 68 militares y marinos (varios de familias deterratenientes y estancieros), 59 comerciantes, 31 vecinos sin profesión o conocupaciones no especificadas, 27 sacerdotes, 24 funcionarios, 21 abogados yescribanos, 15 alcaldes de barrio y de hermandad, 4 médicos y otros dosprofesionales. Se calcula en 164 personas el número de las que se pronunciaronpor la cesación del virrey Cisneros, y en 61 el total de quienes aprobaban supermanencia en el poder. Véase Rodolfo Puiggrós: La época de Mariano Moreno(Buenos Aires, Editorial Saphos, 1960), págs. 206-211. Del examen de las actas del22 de mayo se desprende que el número de oficiales de mar y tierra que deseabanla cesación de Cisneros cuadriplicaba el de los que no querían su remoción,mientras que la proporción de miembros de la Real Audiencia favorables a lacontinuidad del virrey era el doble del número partidario de un cambio degobierno; esa proporción fue exactamente inversa en el caso de los prelados.

3 Juan José Lezica, Martín Gregorio Yaníz, Manuel José de Ocampo, Juan deLlano, Manuel Mancilla, Jaime Nadal y Guarda, Andrés Domínguez, Tomás Manuelde Anchorena, Santiago Gutiérrez y Julián de Leiva.

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de nuestra suerte futura, el espíritu de la ley el respeto a losmagistrados.

Hubo muy pocas declaraciones inequívocas a favor deque Cisneros continuase en el mando y entre ellassobresalieron las del obispo Lué y el subinspector del RealCuerpo de Artillería - Francisco Orduña -. Un grupoconservador, inspirado por Manuel José de Reyes, oidor dela Real Audiencia, bastante numeroso y heterogéneo (puesabarcaba 15 funcionarios y magistrados (entre ellos, elfiscal Manuel Genaro Villota y Francisco Tomás deAnzoátegui, oidor decano de la Real Audiencia), 23comerciantes de nota (incluidos Francisco de la PeñaHernández, Juan de la Elguera, Olaguer Reynal, JoséMartínez de Hoz, Domingo Achával, Bonifacio Zapiola,Julián del Molino Torres, Francisco de Prieto y Quevedo yJuan Ignacio de Ezcurra), el coronel José Ignacio de laQuintana, del regimiento de Dragones, y otros 10 militares,abogó porque Cisneros gobernara con la ayuda de dosadjuntos (Juan José de Lezica, alcalde de primer voto, yJulián de Leiva, el procurador síndico general).

Otros participantes del mismo o parecido sesgo refinaronesa proposición preconizando sea que los adjuntos fueranlibremente elegidos por el Cabildo o que fuesenrepresentantes de los estados eclesiástico y militar y delcomercio, con la adición de un profesor de derecho, o queel virrey asociara todo el Cabildo a la gestión de gobierno.Ignacio de Rezábal y Ramón de Otomí insistieron en queno debía innovarse el sistema de gobierno y en queCisneros gobernara con los dos adjuntos propuestos; a sujuicio, nada debía alterar el sistema político sin previoacuerdo de los pueblos del virreinato, pues su existenciapolítica dependía de la unidad que reinase entre BuenosAires y el resto del país. José Martín de Zulueta opinó queCisneros no debía ser removido, pero que si deseabainnovar sería preciso llamar diputados de las provincias ylograr que pudiesen votar más de 200 "vecinos de primerorden" que no habían podido concurrir al cabildo abierto.

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Manuel Obligado aseveró que si no se podía conciliar laconservación de Cisneros en el poder con el "conceptodeducido por el pueblo" iba a ser necesario traspasar laautoridad al Cabildo, convocar a los pueblos del virreinato yestablecer el sistema de gobierno que conviniese. Elteniente coronel Pedro Antonio Cerviño logró apoyoscuando sostuvo que bajo la presidencia de Cisnerosdebería formarse una junta de gobierno compuesta de"vecinos buenos y honrados", elegidos por el Cabildo, aquienes se agregarían vocales designados por las ciudadesdel interior. Alguien propuso que el sucesor de Cisnerosfuera Bernardo de Velazco.

Surgieron otras mociones con distintos matices, sin dudaa resultas de la argumentación que se había idodesarrollando en proposiciones anteriores. El tenientegeneral Pascual Ruiz Huidobro, apoyado por BernardoLecoq y Joaquín Mosqueira - ambos vinculados al RealCuerpo de Ingenieros- , fue seguido por bastantesparticipantes cuando pidió la cesación de la autoridad deCisneros y la asunción del mando por el Cabildo hasta quese formara un gobierno provisional. El coronel Saavedracontó con mucho apoyo (y ostensiblemente el de DomingoFrench, Mariano Orma, Buenaventura de Arzac, JuanFlorencio Terrada y Domingo Matheu) en favor de sumoción de que se completara la medida propuesta por RuizHuidobro de modo que el nuevo gobierno provisional fueseelegido en el modo y forma que determinase el Cabildo,pero sin que quedase ninguna duda de que el pueblo era elque confería autoridad o mando.

A esas dos mociones se le quisieron añadir diversasenmiendas, destinadas a garantizar que el Cabildo, alreemplazar a Cisneros en la conducción del gobierno,aceptara que Julián de Leiva tuviese voto decisivo en casode discordia o de empate (esto querían, por ejemplo,Martín Rodríguez, Gerardo Esteve y Llach, Pedro AntonioGarcía, Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, ManuelBelgrano, Antonio Beruti, Agustín Donado, FelicianoAntonio Chiclana, Juan José Viamonte, Miguel de Irigoyen ymuchos otros oficiales de distintos rangos, José Luis de

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Chorroarín, Nicolás Rodríguez Peña, Juan José Paso,Mariano Moreno, Hipólito Vieytes y Bernardino Rivadavia,capaces de arrastrar muchos votos). Juan José Castelliinsistió en un nuevo agregado: que la elección de nuevasautoridades se hiciera por el pueblo, reunido sin demora encabildo general. Hermenegildo Aguirre estuvo solo en lapostura de que el Cabildo gobernase con la asistencia decuatro consejeros en el orden político (Julián de Leiva,Castelli, Paso y Moreno) y uno en el orden militar(Saavedra).

Antonio José Escalada, canciller de la Real Audiencia,también se pronunció a favor de que el Cabildo asumiera elgobierno provisional, pero recomendó buscar con urgenciaun acuerdo con las provincias interiores para la defensa delvirreinato a nombre de Fernando VII; fue uno de los pocosen señalar que no era sólo en el Cabildo de Buenos Airesque había revertido la soberanía, pues lo mismo podíasostenerse en el caso de los cabildos de las capitales deprovincia. El abogado de la Real Audiencia Juan FranciscoSeguí subrayó la necesidad de que se explorase "lavoluntad general de los demás pueblos por el medio másfácil" que determinara el Cabildo. El comandante demilicias regladas de infantería Miguel Azcuénaga, queaceptó la hipótesis de la caducidad de la Junta Centralespañola, optó porque el Cabildo reasumiera la autoridadsoberana, pero abogó por la constitución de un nuevogobierno mediante la convocación de las demás provinciasy gobiernos "para sentar la autoridad que las represente ylas rija". Juan Nepomuceno Solá, cura rector de laparroquia de Montserrat, secundado entre otros por elcomerciante José Santos Inchaurregui, consiguió adeptospor su propuesta de que se convocara a todos losdiputados del virreinato; esa posición, como otras queacabamos de mencionar, era próxima de la de vocerospeninsulares (a los que ya parecía urgente la necesidad deconsultar a los estamentos del interior como posiblegarantía de preservar la "unidad") y nada alejada de lapostura que asumió el médico Cosme Argerich al decir quehabía que constituir una junta general con diputados de

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todas partes hasta que las provincias decidiesen quésistema de gobierno deseaban adoptar4.

Todo indica que en el cabildo abierto convocado el 22 demayo prevaleció la moción de Ruiz Huidobro, modificadapor Cornelio Saavedra y otros concurrentes, en virtud de lacual el Cabildo debía asumir interinamente el poderejecutivo hasta que hubiese nombrado una junta degobierno, dependiente de la que legítimamente gobernaseen España en nombre de Fernando VII, y sujeta a lacondición de que no quedase duda de que era el pueblo elque confería la autoridad y el mando. Juan José Castelli -que era hombre de más luces y perspicacia política queSaavedra, además de ser más avezado conspirador que él -intentó infructuosamente enmendar esa formulación demodo que quedase en claro que el Cabildo no debía ser elque determinara la forma en que se constituiría la junta yque ésta debía ser elegida por el pueblo reunido en nuevocongreso general.

En todo caso, habida cuenta del considerable número degrupos que se expresaron uniendo sus pareceres a los desus portavoces y cabecillas, pudo observarse que lasopiniones e influencias estaban muy divididas, aún cuandoen muchos casos se entrecruzaban. Esa falta de cohesióniba a ser explotada por el Cabildo. En efecto, éste decidióel 23 de mayo no reconvocar el cabildo abierto para quesus participantes sus votos del día anterior y, a pesar de lanitidez de los resultados registrados en las actas, resolvióinterpretar y combinar a su modo y conveniencia lasmociones principales, y asignar a Cisneros un nuevo papel.El texto así compaginado expresaba claramente unaintención más conservadora que conciliadora:

• El Cabildo, en el que tendría voto decisivo el síndicoprocurador Leiva, asumiría provisionalmente el mandohasta entregarlo a una junta formada en la manera que el

4 Véase Archivo General de la Nación: Acuerdos del extinguido Cabildo deBuenos Aires… serie IV, tomo IV, libro LXV (Buenos Aires, G. Kraft, 1927), págs.

114-148.

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propio Cabildo estimase conveniente (no se evocabasiquiera la necesidad de una consulta popular);

• Esa junta ejercería el mando mientras se congregarandiputados de las provincias interiores para establecer laforma de gobierno que correspondiese. (Es sabido queCisneros y sus asesores confiaban en que las provinciasmanifestarían su lealtad al antiguo régimen eligiendorepresentantes adictos a la causa española, y en que elAlto Perú, ya sometido después de los levantamientos deChuquisaca y La Paz en 1809, lucharía contra lainsurgencia. Por su parte, los patriotas más determinados aconquistar la autonomía, con excepción de Saavedra(partidario de la conciliación con miras a una unión"nacional"), temían que, en caso de convocarserepresentantes de las provincias, la mayoría de ellos seríaimpuesta por quienes ya gobernaban, sin darle voz alpueblo.)

• Cisneros no sería “separado absolutamente”, sino queasumiría la presidencia de la junta.

III. Constitución de la Primera Junta de gobierno

Hacia fines del día, el Cabildo recurrió a otro expedientepara tratar de calmar la irritación provocada por sudecisión anterior. Esta vez se trataba lisa y llanamente deconstituir una junta presidida por Cisneros, compuesta deSaavedra y Castelli – en premeditado gesto de transaccióndirigido a los patriotas -, el cura Juan Nepomuceno Solá –que el 22 de mayo había propuesto que la junta seconstituyese con la participación de diputados de todo elVirreinato, como deseaba Cisneros – y el comercianteespañol José Santos Inchaurregui. Esa junta fue sometidaa la autoridad del Cabildo, que de inmediato previó cómoquedarían reglamentadas sus funciones.

Los regimientos criollos, aparentemente, no se dieroncuenta de que ni Saavedra ni Castelli podrían actuar conautonomía, y manifestaron su conformidad. Apenasterminada la jura de los miembros de dicha junta, pudo

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observarse que el pueblo, nuevamente agolpado en laplaya mayor y cada vez más enardecido, no aceptaba elarreglo y, sobre todo, rechazaba la investidura de Cisneros.El clamor agitó a oficiales y soldados del regimiento dePatricios y les hizo cambiar de postura, alentados por losargumentos presentados por Mariano Moreno - a quienentonces se conocía sobre todo por su actuación en calidadde jurista, su vinculación con Álzaga, su oposición al VirreyLiniers, predecesor de Cisneros, y su alegato en favor de lalibertad de comercio con Inglaterra, sin que nada de ellopermitiera sindicarlo como revolucionario favorable a laindependencia - y Feliciano Chiclana - un jurisconsultopatriota que a la sazón prestaba servicios como capitán deaquel regimiento -. Las arengas que escuchó el pueblocontribuyeron a acrecentar el descontento con lasautoridades. Manuel Belgrano y su círculo, desde antañopartidarios de reformas más fundamentales, estabandispuestos a empuñar las armas.

En tales condiciones, Saavedra y Castelli informaron a lajunta que ésta no podía contar con el apoyo de las tropasni del pueblo, y habida cuenta de esa situación no hubootra alternativa que la de volver a entregar el poder alCabildo y pedirle que organizara una nueva elección.

Entretanto, el núcleo autonomista preparó su acometidafinal en reuniones privadas en casa de Nicolás RodríguezPeña. Allí se redactó una representación escrita, suscritapor numerosos firmantes ajenos al grupo, y se confeccionóla lista de candidatos que podrían integrar una nuevajunta.

El 25 de mayo, el Cabildo, pese a nuevas tácticasdilatorias de sus miembros y asesores, tuvo que aceptarque ya no había otra salida que ceder a la presión populary militar – en manifiesto tanto en los alrededores de lainstitución como en la sala de acuerdos, en las calles y enlos cuarteles -, obtener la renuncia definitiva de Cisneros,recibir y aprobar el petitorio de 409 vecinos (más otros1.200 cuya representación se atribuyeron dos de losfirmantes: Domingo French y Antonio Beruti), y avalar lacreación de la nueva junta con la composición decidida por

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los activistas la noche anterior (aunque pretendió instituirlabajo su control).

Horas después, Cornelio Saavedra asumió la presidenciade la Primera Junta Gubernativa junto con los miembrossiguientes: Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel deAzcuénaga, Manuel Alberti (cura rector de San Nicolás),Domingo Matheu y Juan Larrea, en calidad de vocales, yMariano Moreno y Juan José Paso, en calidad desecretarios. Salvo Matheu y Larrea, catalanes de origen,eran todos criollos. Se había consumado un cambiodecisivo, pero el poder no estaba en manos de un grupohomogéneo y, además, la Junta no declaró rotos losvínculos con Fernando VII o sus sucesores.

IV. Primeros pasos de la Junta

Para no crear una impresión contraria a sus intereses yacaso con la intención de darse tiempo para consolidar suposición, la Junta no se opuso a que el Cabildo, laAudiencia y el virrey depuesto obraran por su cuenta, conconsecuencias previsibles. Apenas transcurrida una jornadaentera desde la constitución de la Junta el 25 de mayo,cada una de las instituciones mencionadas comenzó aelaborar y difundir comunicados destinados a todas lasprovincias.

El 26 de mayo, una circular suscrita por la Junta explicólos motivos e intenciones que la guiaban e invitó a loscabildos de las provincias no sólo a jurar lealtad aFernando VII, sino también a que, valiéndose de la "parteprincipal y más sana del vecindario" cada uno eligiera undiputado que concurriese a la capital tan pronto comofuera posible para establecer la forma de gobierno que sejuzgase más conveniente. Una expedición militar partiría deBuenos Aires para contribuir a asegurar la bondad de laselecciones, es decir, aunque no se expuso claramente, paravelar porque los representantes enviados al congresogeneral no fueran elementos reaccionarios, para impulsarun movimiento favorable a la revolución, y para reclutar

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hombres que vinieran a engrosar las magras tropasdisponibles. Pero al día siguiente, una nueva circular señalóun cambio político importante: ya no se habló de laparticipación de representantes del interior en la definiciónde la forma de gobierno, sino de la incorporación directade los diputados a la Junta conforme al orden de su llegadaa Buenos Aires.

Por su parte, la Audiencia recomendó actuar de modoque no se dividiese el mando y pudiera evitarse la"anarquía", mientras que Cisneros incitó a que hubiera"orden, subordinación y unión de voluntades".

Esa aparente concertación entre las viejas y nuevasautoridades fue utilizada inicialmente para apuntalar a laJunta. Sin embargo, ni Cisneros ni la Audiencia cedieron ensu afán de reconquistar el poder.

En junio de 1810 llegó a Buenos Aires el decreto delConsejo de Regencia español sobre el procedimiento deelección de diputados del Nuevo Mundo a las Cortes deCádiz. La Junta decidió no reconocer la autoridad delConsejo de Regencia por las mismas razones que se habíaninvocado antes, es decir que los pueblos americanos nohabían sido consultados ni participado en la decisión y estobastaba para poner en tela de juicio la legitimidad delConsejo de Regencia. Sin embargo, la Audiencia de BuenosAires, que había jurado obediencia a la Junta bajo protesta,se apresuró a acatar la autoridad del Consejo, aunque lohizo en secreto.

Si bien Buenos Aires ya sentía una vocación hegemónicafrente a las provincias interiores, por influjo de la tradiciónvirreinal, la importancia de su puerto y de su comercio, lasínfulas de su élite y la necesidad de consolidar un paísfragmentado y heterogéneo, de todos modos tenían queesforzarse en conseguir apoyo seguro en esas provincias.Desde sus primeros pasos, la Junta tuvo que dedicarse, nosólo a reformas indispensables, sino también a contenerconvulsiones internas y a luchar contra enemigos delexterior o movimientos poco dispuestos a unirse a BuenosAires, a la vez que en su seno se revelaban disensionesinternas entre elementos moderados y espíritus jacobinos.

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Por inexperimentados que fuesen los miembros de la Juntay relativamente escasos los hombres de confianza a sudisposición, todos adivinaban la presencia de enemigoscapaces de asentar un duro golpe a la autonomía de lasProvincias Unidas mientras ésta fuera una mera fórmuladoctrinaria y no una realidad. El orden colonial todavíapersistía y no iba a ser fácil reorientarlo de otra manera, nosólo por el arraigo que tenía, sino porque muchosresidentes eran contrarios a una transformación demasiadoradical.

V. A la conquista de la adhesión de las provincias

Es casi seguro que los revolucionarios porteños partieronde una óptica centralista y hasta autoritaria, con base en lahegemonía de hecho de Buenos Aires, sostenida por lasuperioridad intelectual de su élite y el considerablepoderío financiero que permitía el control de la aduanacentral, y que no tuvieron suficientemente en cuenta lasreacciones conservadoras arraigadas en las provincias, nilos conflictos que desde mucho antes oponían a éstas aBuenos Aires, fundamentalmente por motivos de ordeneconómico, pero también por la costumbre de resistircualquier política que debilitase el grado de autonomía quehabían alcanzado y del que estaban orgullosas.

Cabe recordar que no se puede hablar de autonomíasprovinciales sin admitir que sus efectos eran muy limitados.Los límites de cada jurisdicción podían estar fijados concierta precisión, pero - dada la dispersión de una poblaciónescasa en cada una de ellas y su concentración enciudades, villas y aldeas con relativamente pocoshabitantes - muchas cuestiones de política se suscitabansólo en el ámbito municipal (y casi nunca en la campaña,salvo que se tratara de vaquerías no autorizadas, de robosde ganado o de la necesidad de contener y reprimir lasincursiones de los indios), en la medida en que tuvierasuficiente interés el correspondiente cabildo, por lo generalcompuesto de personas procedentes de los círculos conmayor peso económico y más influencia religiosa y civil,

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entre las que casi siempre eran mayoría los españoleseuropeos y otros elementos conservadores; además, loscabildos solían estar en pugna con el Intendente de todoun grupo de provincias y mantenían antiguas rencillasentre sí, sobre todo cuando los de las capitales provincialestropezaban con los intereses opuestos de distritossubordinados. Todavía no habían surgido conflictosrelacionados con la propiedad de las tierras públicas, sobretodo allí donde podía haber yacimientos mineros, puescada jurisdicción creía poder disponer libremente de todolo que hubiera dentro de sus límites. A esto cabe agregardiferencias culturales importantes, con indudablesrepercusiones políticas, pues desde la época colonial lasélites de las provincias del noroeste tenían afinidades conlas clases dirigentes del Alto y Bajo Perú, mientras que loscírculos influyentes del Paraguay y de Montevideotradicionalmente manifestaban su aversión por todainjerencia caprichosa de Buenos Aires en sus asuntos.

En lo que respecta al interior, Moreno consideraba quemientras no se hubiera logrado constituir un gobiernoacatado por todas las provincias e intendencias, conveníadar legitimidad a la acción de la Junta, destacar su carácterprovisional, insistir en que su creación se había debido arazones de gran urgencia, en vista del colapso de laresistencia y de las autoridades españolas y la amenazafrancesa, y promover, mediante cambios en laadministración pública, una transformación políticafavorable a los intereses de los criollos.

VI. Reacciones fuera de Buenos Aires

Como se verá a continuación, en las Intendencias yprovincias del Virreinato no fue ni inmediata ni general laadhesión manifestada a la Junta de Mayo y a susintenciones declaradas. Por eso, era aconsejable dedicarsea despejar rápidamente las incógnitas todavía existentesacerca de la posible reacción de los gobernantes y círculosinfluyentes del interior, a evaluar cabalmente la capacidadcontrarrevolucionaria de los españoles europeos, tanto en

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Buenos Aires mismo como en otras partes, y a saber cuáliba a ser la actitud de Montevideo y de Portugal.

Desde los alzamientos de Chuquisaca y La Paz en 1809,en las fronteras septentrionales del país actuaban tropasespañolas a las órdenes de Goyeneche y del mariscalNieto, que habían sofocado con rigor a los insurgentes yparecían preparados a intervenir con la misma decisión encaso de que corriera hacia el Alto Perú "el cáncerrevolucionario" incubado en Buenos Aires. En Potosí sehabía hecho fuerte el gobernador intendente Paula Sanz,poco dispuesto a tolerar convulsiones anti-realistas oreivindicaciones criollas. A raíz de la represión, tanto lasprovincias interiores como Buenos Aires habían vistodisminuir los ingresos provenientes del comercioaltoperuano y de la salida de la plata de Potosí. Además,los regimientos de Patricios y Arribeños de Buenos Aireshabían tenido que ceder buena parte de sus contingentesnormales al ejército represor dirigido por Nieto, y susefectivos habían disminuido en consecuencia.

Las relaciones con la Junta de Montevideo no habían sidofavorables desde tiempos del Virrey Liniers y era sabidoque en ella predominaban los peninsulares y que en elpuerto había una flotilla española cuya acción podía tenerconsecuencias alarmantes.

La Junta no tardó en pedir al virrey del Perú, a quientambién transmitió la noticia de su constitución, queenviara tropas para resistir una presunta invasiónportuguesa. Casi al mismo tiempo, escribió a lordStrangford pidiéndole que informase a su Gobierno de labondad de sus intenciones, que persuadiese al Portugal demantener la paz, que Inglaterra protegiera a las ProvinciasUnidas tanto de la Infanta Carlota como del Consejo deRegencia, y que le suministrara armas, a lo cual Strangfordcontestó diciendo que su país se opondría a que España,Portugal o Carlota atacaran a Buenos Aires, pero no podríaproporcionar armas directamente; convenía que BuenosAires recurriera a empresas privadas británicas paraadquirir los suministros necesarios.

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VII. Reconocimientos y rechazos de la autoridad dela Junta

El nuevo gobierno de Buenos Aires sabía que sobre élpesaban amenazas dirigidas desde el Alto Perú,Montevideo y Río de Janeiro, y que tenía que ocuparse decontrarrestarlas. No podía concentrar su acción en BuenosAires; tenía que llevar la revolución hasta los confines delantiguo Virreinato o, por lo menos, lograr la adhesión detantas provincias del interior como se pudiera, sin olvidarsede que le convenía obtener el apoyo del Paraguay y, sifuera posible, el de la Banda Oriental. En ambos casos, lasfronteras no estaban a salvo de nuevas invasionesportuguesas.

Las primeras provincias que proclamaron su adhesión ala Junta de Buenos Aires fueron Santa Fe, Corrientes yEntre Ríos. Como se verá, fue en esta última provinciadonde surgieron las más grandes dificultades una vez quelas ciudades de Concepción, Gualeguay y Gualeguaychú,donde había facciones pro-españolas, optaron por seguir lavía trazada desde Buenos Aires. Pero donde menos hubonecesidad de emprender una depuración de elementossospechosos o descontentos fue en Santa Fe, aunque cayómal la insistencia de la Junta en designar al coronel ManuelRuiz en calidad de teniente gobernador, a pesar de que lossantafecinos preferían que asumiera ese puesto FranciscoAntonio Candioti, el más importante hacendado de laprovincia. En Corrientes y Misiones, no sólo habíaespañoles europeos favorables al régimen anterior, sinotambién simpatizantes del Paraguay, cuyas intenciones nose habían podido esclarecer totalmente, aunque desdeantaño existía con sus pobladores y dirigentes un malestardel que eran culpables ambas partes. Como en otroslugares, la finalidad perseguida por la Junta fue la de podercontar con tenientes gobernadores adictos o de confianza,como Rocamora en Misiones, que no hubo necesidad deremover, o Elías Galván, nombrado en Corrientes parasustituir a José de Fondevila.

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En junio, llegaron al Alto Perú las noticias de loacontecido a fines de mayo en Buenos Aires. En Charcas, elmariscal Nieto procedió de inmediato a desarmar eldestacamento de Patricios de que disponía, tanto máscuanto que los oficiales habían brindado en honor deSaavedra a manera de celebración del acto revolucionario,y castigó a las tropas porteñas obligándolas a trabajar enlas minas de Potosí. Enseguida dispuso el destierro de losmiembros de la Audiencia de Charcas, así como dereconocidos personajes opositores como Juan AntonioÁlvarez de Arenales - que había comandado las miliciasrevolucionarias de Chuquisaca en mayo de 1809 -,

Bernardo Monteagudo5 y Jaime Zudáñez - otros dos de losactores principales en ese levantamiento -. No tardó muchoen declararse la anexión provisional de las cuatro provinciasaltoperuanas al Virreinato del Perú, a la vez que se creabaun consejo de guerra en Lima y se tomaban medidas paraconcentrar refuerzos provenientes del Cuzco, Arequipa,Puno y Oruro al sur del lago Titicaca, en posicionesdefensivas al borde el río Desaguadero.

1. La contrarrevolución en Córdoba

Entretanto, en Córdoba, el gobernador intendenteGutiérrez de la Concha había iniciado desde el 30 de mayolas consultas con españoles contrarrevolucionarios, muydeseosos de oponerse al levantamiento de Buenos Aires yde concertarse con otros centros con fines similares. Enesa posición estaban Liniers - instalado en la vieja estanciajesuítica de Alta Gracia -, el obispo Orellana, VictorianoRodríguez, Allende y otras personalidades, con excepcióndel deán Gregorio Funes, adicto a la Junta. Liniers, por su

5 Se atribuye a Monteagudo la redacción de la proclama dirigida desdeChuquisaca a los patriotas de La Paz, en la cual, después de recordar que losamericanos habían tolerado una especie de destierro en sus propias tierras ysufrido el despotismo y la tiranía de España, se declaraba que «ya es tiempo.. desacudir yugo tan funesto a nuestra felicidad, ya es tiempo de organizar un nuevosistema de gobierno fundado en los intereses de nuestra patria, altamentedeprimida por la bastarda política de Madrid». Véase Pensamiento político de laEmancipación, op. cit., pág. 72.

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parte, había alertado a Cisneros, varios días antes dereunirse el cabildo el 22 de mayo, de que los patriotaspreparaban una insurrección, que a su juicio merecía lapena capital para los traidores, de modo que -contrariamente a lo que podían suponer en Buenos Airesquienes lo habían seguido y apoyado desde las invasionesinglesas - asumió desde un principio una actitudcontrarrevolucionaria de la que no iba a retractarse pese alos ruegos que pronto le transmitieron su suegro Sarratea,Saavedra, Belgrano y otros criollos porteños, haciéndoseeco de la determinación con que apenas unos años anteshabía contribuido a derrotar a los ingleses y a poner coto alas pretensiones de Elío y la junta de Montevideo .

En junio, el Cabildo cordobés decidió acatar al Consejode Regencia español, al que juró lealtad al mes siguiente, ycolocarse bajo la autoridad del virrey de Lima y de laAudiencia de Chuquisaca, lo que la sustraía totalmente dela influencia de Buenos Aires. La contrarrevolución yaestaba en marcha. Liniers recibió de Cisneros «plenospoderes para organizar la resistencia en todo el Virreinato,obrando de acuerdo con las autoridades de Lima». Huborepetidos intentos de concertación con Nieto y Goyeneche,así como con Montevideo, y Gutiérrez de la Concha hizo loposible para que las demás provincias de la Intendencia deCórdoba apoyaran el movimiento y le proporcionaranrecursos materiales y tropas de refuerzo, necesarios paraorganizar una campaña militar en el centro del país,posiblemente sostenida desde Jujuy por tropas quebajarían de Potosí y Charcas.

2. Cuyo

Mendoza, San Juan, San Luis y La Rioja dependían delgobernador-intendente y reaccionaron de manera distintaante las presiones tanto de Gutiérrez de la Concha comode la Junta de Buenos Aires. En la primera de esasprovincias existía un bando realista enérgico y armadocapaz de entrar en pugna con el cabildo abierto local quereconoció a la Junta el 23 de junio. Para que se definiera la

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situación a favor o en contra de contrarrevolucionarios opatriotas hubo que esperar que se debilitara la influenciadel comandante de armas en ejercicio, favorable a losrealistas, que los intereses locales comenzaran a oponersea las pretensiones de Córdoba, de la que se vio quequerían independizarse, y que emisarios de la Juntapusieran en evidencia la fragilidad del movimiento lanzadopor Liniers y Gutiérrez de la Concha. Una vez depuesto elcomandante de armas, el Cabildo mendocino no vaciló enromper con Córdoba y en deshacerse de los jefes localesdel bando realista y los funcionarios del antiguo régimen,pero se mostró poco dispuesto a que la Junta de BuenosAires interfiriera en sus asuntos y no respetase suautonomía designando un teniente gobernador sin arraigoen la provincia.

Fue parecido el curso de los acontecimientos en SanJuan, donde la indecisión inicial fue aprovechada por lafacción española hasta que se convocó un cabildo abierto;entonces, éste adoptó el 7 de julio una política ambigua aldeclarar que se sujetaba a la Junta de Buenos Airesaunque no desconocía la autoridad de Gutiérrez de laConcha en su calidad de Intendente de Córdoba (algo mástarde, resolvió que prefería su autonomía a seguirdependiendo de Córdoba). En San Luis, la cuestión fuedecidida con mayor rapidez, pues el Cabildo reconoció a laJunta el 14 de junio y sólo hubo polémicas en torno alnombramiento de un nuevo comandante de armas. LaRioja se plegó al movimiento de Mayo desde fines deagosto, cuando ya había fracasado la contrarrevolucióncordobesa.

Pasemos revista ahora a la situación en el resto delVirreinato del Río de la Plata durante el período crucial enque hubo que pronunciarse a favor o en contra de la Juntade Buenos Aires.

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3. El noroeste

En la Intendencia de Salta, los futuros revolucionariosporteños habían hecho una intensa propaganda desdeantes de la revolución de mayo, gracias a la acción de JoséMoldes y a las arengas de Bernardo Monteagudo. Cabíaesperar un enfrentamiento entre elementos pro-realistas ypatriotas, pero el gobernador-intendente Nicolás Severo deIsasmendi, a pesar de que no había disimulado sussimpatías a favor de la causa realista, obró en contra delCabildo, con el que había estado en pugna y en el que seexpresaba un sector no desdeñable de la sociedad salteña,favorable a los vínculos de todo orden con el Perú. El 19 dejunio las autoridades ejecutivas, judiciales y militaressalteñas, en su mayoría, resolvieron adherir al movimientode Buenos Aires; dos semanas más tarde, Isasmendi, cuyarenuncia se pidió, convocó un cabildo abierto que confirmóla voluntad de plegarse a Buenos Aires.

Fue todavía más fácil conquistar la adhesión de Jujuy, enparte debido a la acción de Diego José de Pueyrredón, queera su comandante de armas y jefe del escuadrón de Orán,de Juan Ignacio Gorriti y de Martín Güemes, muy activo enel valle de Humahuaca. La provincia de Tucumán, lo mismoque Santiago del Estero y Catamarca, vaciló a la espera delo que iba a ocurrir en Salta y estaba sucediendo enCórdoba, pero entre el 25 de junio y el 23 de julio las tresprovincias decidieron hacer causa común con Buenos Aires.No obstante, además de las reticencias de carácterautonomista o por motivos vinculados a la situacióneconómica, surgieron dificultades con el bando realista,pero también con la Junta, con motivo de las elecciones dediputados.

Sólo falta reseñar los casos de Montevideo y delParaguay.

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4. La Banda Oriental

Es sabido que en la Banda Oriental eran fuertes lainfluencia española y la rivalidad y el antagonismo políticoy económico con Buenos Aires, de modo que no puedeextrañar que, pese a un intento de negociación que fueencomendado por la Junta de Buenos Aires a su secretarioJuan José Paso, las autoridades de Montevideo decidierondesestimar el pedido de reconocimiento y de envío de undiputado que les hizo la Junta y prefirieron reconocer alConsejo de Regencia español a mediados de junio de 1810.En cambio, Colonia, Maldonado, Soriano, Florida yPaysandú dieron su adhesión a la Junta, aunque por muypoco tiempo, pues la guarnición naval de Montevideo(reforzada por el reingreso de la oficialidad de la flotillanaval española que la Junta expulsó de Buenos Aires consus embarcaciones) se aseguró el control de ese puerto yde Colonia, Soriano y Maldonado.

5. El Paraguay

También era previsible la reacción del Paraguay, siempredesconfiado y díscolo frente a Buenos Aires. La Juntacometió el error de confiar a José Espinola y Peña, nativodel Paraguay, la misión de representarla ante elGobernador Velazco para explicar los motivos de larevolución de mayo y solicitar la adhesión paraguaya.Espinola actuó con mucha imprudencia y tan pronto llegóse malquistó con la población, exigiendo la adhesión delcabildo de Pilar y presentándose como si hubiera sidodesignado nuevo comandante de armas de la provincia,con la facultad de ordenar levas en apoyo de las tropas deBuenos Aires. En julio, Velazco presidió un cabildo abiertoque reconoció y juró obediencia al Consejo de Regenciaespañol, aunque decidió guardar "armoniosacorrespondencia y fraternal amistad con la Junta deBuenos Aires".

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VIII. Actitudes de Cisneros y de la Real Audiencia

Entretanto, esa Junta decidió desembarazarse deCisneros y de los miembros de la Real Audiencia, pues yano cabía duda de que estaban actuando a favor de loscontrarrevolucionarios y que no aceptaban otra autoridadque la del Consejo de Regencia. La actitud del ex Virrey fueplenamente puesta en evidencia en el informe que fuepreparando desde principios de junio y que envió alConsejo de Regencia cuando ya navegaba hacia España.Según él, era:

indispensable la necesidad…de remitir sin pérdida de momento porlo menos dos mil hombres de tropa, con buenos y probados oficiales,que impongan el respeto y restablezcan la subordinación, pues conesa providencia y con el desengaño de la Corte de Londres, con cuyaprotección han contado estos miserables e inexpertos faccionarios, seremediarán todos los males y quedarán asegurados estos dominiosde Vuestra Majestad, que de otra suerte peligran y estánpróximamente expuestos o a ser la presa de la ambición, o a ser

víctima de su propia disolución"6.

Por su parte, los oidores opinaron en términos similares:

Son infinitas, señor, las especies escandalosas…que corrían enBuenos Aires a los pocos días de establecida la nueva Junta…; es sinembargo muy digna de mención la libre uniformidad con que sehablaba de la independencia y de la protección que se prometía de laInglaterra… No podemos instruir a Vuestra Majestad… de las resultasque haya producido la novedad de Buenos Aires en las provinciasmás distantes, ni aún podemos conjeturarlas en medio de lascomplicaciones que ofrecen los últimos acontecimientos. Felizmentetienen todas a su cabeza gobernadores llenos de previsión, enterezay celo por la causa de Vuestra Majestad, pero los vemos en grandepeligro si las ideas de independencia de que están ya resentidasaquellas provincias logran seducir y atraer a las tropas al mando delPresidente de Charcas, don Vicente Nieto… Todo nos hace recelar,con fundamentos que tocan ya en evidencia, que [los miembros de la

6 Extraído de Carlos A. Pueyrredón: 1810. La revolución de mayo según ampliadocumentación de la época (Buenos Aires, 1953), pág. 583, reproducido endocumentación de Clarín Digital.

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Junta] difícilmente desistirán de un pensamiento formado poralgunos desde las invasiones de los ingleses… mientras la energía devuestro Superior Gobierno no oponga por medio del temor y lafuerza una barrera a sus planes y los restituya a los deberes de

verdadero vasallaje y fidelidad…7

No bastaba con desterrar a Cisneros y a los oidores. Esemismo mes, la Junta decidió desconocer su dependenciadel Cabildo y resolvió destituir a los cabildantes ydeportarlos a las provincias del interior. Ya en esa ocasiónse vio cómo Moreno y Saavedra se enfrentaban a raíz de laintención que tuvo el primero de ellos de hacer ejecutar alos cabildantes. No se atrevió a intentar la misma operaciónen el resto del antiguo virreinato, acaso porque ya sabía loque estaba pasando en Córdoba, pero a fin de mes recurrióal expediente de enviar circulares amenazantes con objetode amedrentar a los posibles contrarrevolucionarios, a lavez que volvía a hablar de la necesidad de que los cabildosdel interior enviaran diputados al congreso general,siempre y cuando lo hicieran después de que la Juntahubiese tenido la oportunidad de comunicarsedirectamente con los pueblos. En otras palabras, temíareacciones desfavorables y probablemente ya habíacomprendido que para "persuadir" al interior tendría queenviar expediciones militares.

Inicialmente previstas con fines pacíficos, esasexpediciones iban a tener que luchar contra enemigosinternos y externos en varios frentes: primero contra loscontrarrevolucionarios cordobeses y, después, en el AltoPerú, el Paraguay y la Banda Oriental8.

7 Ibid.8 Véase el tomo segundo de la presente obra.