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8/6/2019 Historia Intelectual e Historia de Las Mental Ida Des
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HISTORIA INTELECTUAL E HISTORIA DE LAS MENTALIDADES.
CHARTIER ROGER.
De entrada, Chartier, deja en claro varias condiciones de su proyecto: primero que todo,
la necesidad de considerar al individuo no en la libertad supuesta de su yo propio yaceptado, sino en su inscripción en el seno de las dependencias reciprocas que
constituyen las configuraciones sociales a las que pertenece. En segundo lugar,
comprender cómo toda transformación en las formas de organización del ejercicio del
poder supone un equilibrio de tensiones específicas entre grupos sociales al mismo
tiempo que modela unos lazos de interdependencia particulares. Finalmente pone en
juego esta afirmación posestructuralista: las obras no tienen un sentido estable, la
recepción siempre inventa, desplaza, distorsiona lo universal, lo fijo.
La observación de una esfera especifica de producción: el campo artístico e intelectual
(que tiene sus propias reglas, sus convenciones, sus jerarquías), lleva a Chartier aafirmar, de un lado, que las obras se escapan y toman densidad peregrinando, a veces en
periodos de larga duración, a través del mundo social, y, de otro, que toda creación
inscribe en sus formas y sus temas una relación con las estructuras fundamentales que,
en un momento y en un lugar dados, organizan y singularizan la distribución del poder,
la organización de la sociedad o la economía de la personalidad. El pensador y el artista
se encuentran, así, bajo coacción de ciertas obligaciones sociales.
Ahora, ¿cómo es que Chartier llega a legitimar la inclusión de la historia intelectual en
la historia de las mentalidades? Acude inicialmente a una revisión de intentos anteriores
en búsqueda de una precisión conceptual y metodológica. Así es como recupera el
trabajo que realizaron Lucien Febvre y Panofsky en la década de los años cuarenta, en el
marco de la llamada historia francesa de los Annales. Chartier comienza por redescubrir
el interés que tenía Febvre en conectar las ideas y los sistemas de pensamiento con las
condiciones que autorizan su producción, con las formas de la vida social, en un intento
por superar la imagen tradicional, según la cual, la historia de las ideas constituye un
universo de abstracciones, donde el pensamiento parece no tener límite al no tener
dependencia. Febvre toma distancia de nociones que se habían convertido en el sustrato
de los estudios de su época: el postulado de una relación consciente y transparente entre
los productores intelectuales y sus productos; la asignación de la creación intelectual (oestética) a la exclusiva inventiva individual, el recurso a explicaciones de
correspondencia, tales como las imitaciones, influencias, espíritu de época, etc. Chartier
entonces recuerda cómo Febvre, cuestionando ese modo de enfrentar la historia
intelectual, propone la noción de UTILLAJE MENTAL, según la cual: 1, la
comprensión de un modo de pensar pasado no puede ser reducible a las categorías de
pensamiento puestas en marcha por los hombres del siglo XX; 2, las formas de pensar
dependen de instrumentos materiales (las técnicas) o conceptuales (las ciencias) que las
hacen posibles; 3, estas formas no necesariamente cuadran en un evolucionismo
ingenuo de progreso continuo y necesario, pues más bien se dan mutilaciones,retrocesos, deformaciones. De Panofsky, Chartier recupera otros dos conceptos: hábito
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mental y fuerza forjadora de costumbres. El primero, definido como conjunto de
esquemas inconscientes, de principios interiorizados que otorgan unidad a las maneras
de pensar de una época. Es un concepto que le resulta a Chartier débil cuando lo
compara con el de utillaje, que sugiere la existencia casi objetiva de una panoplia de
instrumentos intelectuales (palabras, símbolos, conceptos, etc.). Sin embargo, el otro
concepto de Panofsky, si le resulta útil a Chartier, especialmente porque obliga a hacer
hincapié en la necesidad de analizar los mecanismos por los cuales unas categorías
fundamentales de pensamiento se convierten, dentro de un grupo concreto, en esquemas
interiorizados inconscientemente, llegando a estructurar todos los pensamientos o
acciones individuales.
Así reivindicados, en función de una reformulación de la historia intelectual como parte
de la historia de las mentalidades (historia de las representaciones colectivas), estos
conceptos logran contrariar, según Chartier, una historia intelectual de inteligencias
desbocadas e ideas sin soporte. A partir, sobre todo, de la noción de utillaje, Chartieremprende su propio camino para constituir su objeto histórico, un objeto que es
diametralmente opuesto al de la historia intelectual clásica, pues implica: Superar esa
perspectiva que, basada sobre la primacía de la libertad del individuo, sustraída a toda
determinación y privilegiando la oferta de ideas y la parte reflexiva de la acción, ignora
las restricciones no conocidas por los individuos y supone una eficacia propia de las
ideas y los discursos, separados de las formas que los comunican, apartados de la
prácticas que los reviste de significaciones plurales y concurrentes .
La legalización de las fuentes documentales es posible a través de lo que Chartier llama
el triple desplazamiento epistemológico con el cual la historia de las mentalidades serenueva en los años ochenta y se abre a campos antes vedados. En realidad estos
desplazamientos constituyen tres deconstrucciones muy convenientes: la deconstrucción
de la diferencia entre lo culto y lo popular, la deconstrucción de la frontera entre
producción y consumo y, finalmente, la deconstrucción del confín entre realidad y
ficción.
Chartier parte de un rechazo de la visión dicotómica: cultura popular/cultura erudita, a
favor de una noción comprensiva, mediante la cual resulta legítimo reconocer lo popular
desde fuentes eruditas o percibir dinámicas de lo erudito desde fuentes populares, como
los testimonios. Pero después de poner en duda la pareja culto/popular Chartier
necesariamente llega a una segunda deconstrucción que resulta de igual modo
importante: el rechazo de la partición producción/consumo. Y es que, como afirma
Chartier, anular la ruptura entre producir y consumir es afirmar que la obra no adquiere
sentido más que a través de la estrategia de interpretación. Finalmente, con el último
desplazamiento: la deconstrucción de la frontera realidad/ficción, Chartier legitima la
inclusión de obras documentales como fuente de mentalidades: ya no sólo los textos
literarios son útiles a una historia de las mentalidades. Al fin y al cabo todo texto es una
representación de la realidad, una construcción retórica es decir, una ficción que se
esfuerza por captarla bajo distintas modalidades: filosóficas o literarias. De modo que alos textos documentales ya no se les puede oponer los textos literarios. Ningún texto
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tiene una relación trasparente con la realidad, sino que depende, según Chartier, de una
estrategia discursiva. Los materiales documento obedecen también a procedimientos de
construcción, donde se emplean tanto los conceptos como las obsesiones de sus
productores. Estos procedimientos, estas categorías de pensamiento son las que hay que
actualizar antes de leer de manera directa la relación del texto con la realidad.
Para Chartier, los textos son representaciones (mediaciones) y las lecturas son
apropiaciones, interpretaciones. Hay que prestar igual atención tanto al aspecto material
de la producción como al del consumo, olvidándonos de que el texto inscribe por sí
mismo y es suficiente dador de sentido, y de que sólo hay lecturas homogéneas. Esta
diferencia es muy importante. Ya no es posible tampoco sostener la división entre una
objetividad de las estructuras y la subjetividad de las representaciones. Es necesario
considerar al menos dos vías: pensar la construcción de identidades como resultante
siempre de una relación forzada entre las representaciones impuestas por aquellos que
poseen el poder de clasificar y designar, y la definición sumisa o resistente que cadacomunidad produce de sí misma; la otra considera la división social objetivada como la
traducción del crédito acordado a la representación que cada grupo hace de sí mismo, es
decir su capacidad de hacer reconocer su existencia a partir de una exhibición de
unidad.
A Chartier le interesan los procesos de construcción de sentido, objetivados en prácticas
culturales y entre cruzados como conflicto. De ahí que se preocupe, en el ámbito de su
proyecto, por observar dos de esas prácticas: la representación y la apropiación. La
primera, entendida no tanto como muestra de una ausencia, sin como exhibición de una
presencia, es decir como construcción. La segunda como ese modo de consumir unobjeto cultural que llega a producir recepciones inéditas a crear nuevos públicos y
nuevos usos.
Superar la perspectiva clásica de la historia de las ideas implica comprender tanto las
estructuras de la personalidad como de las instituciones y las reglas que gobiernan la
producción de obras y la organización de las prácticas. De este modo es como se hace
posible, de un lado, apreciar las múltiples configuraciones intelectuales, a través de las
cuales la realidad es contradictoriamente construida por diferentes grupos; de otro,
examinar las prácticas que permiten hacer reconocimiento de una identidad social,
exhibir una manera propia de estar en el mundo y significar simbólicamente un estatuto
y una posición; finalmente, también se hace posible reconocer las formas
institucionalizadas y objetivadas gracias a las cuales unos representantes marcan de
forma visible y perpetua la existencia del grupo.
En síntesis, hay en Chartier un proyecto explícito: colaborar con una historia de las
representaciones colectivas del mundo social, es decir, de las diferentes formas a través
de las cuales las comunidades, partiendo de sus diferencias sociales y culturales,
perciben y comprenden su sociedad y su propia historia , a partir de un énfasis: el
estudio de las relaciones existentes entre las modalidades de apropiación de los textos ylos procedimientos de interpretación que sufren (esa es la historia intelectual que se
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vincula a una renovada historia de las mentalidades). De ahí que le interesen aspectos
que resultaron útiles a los objetivos del proyecto: el libro y lo escrito. Pero a Chartier
también le interesa una historia de la lectura, en la medida en que, para él, es el proceso
de la lectura, el que ofrece los mejores datos para apreciar ciertos gestos y
comportamientos. En ese énfasis en el lector y sus hábitos o condiciones, Chartier se
une al interés de la critica dialógica por el reinado del lector y a cierta actitud
etnográfica de la antropología posmoderna, que se verifica con la siguiente afirmación
suya: siempre una diferencia separa lo que propone el texto y lo que con él hace el
lector; de modo que lo que importa es la historia social de las interpretaciones, partiendo
de los usos de los textos por sus lectores sucesivos.
Chartier propone, finalmente, trabajar la historia intelectual como un espacio con dos
dimensiones: una diacrónica, relacionando el objeto intelectual con expresiones previas
de la misma actividad, y otra sincrónica, relacionándolo con producciones culturales
contemporáneas. Esta propuesta, aplicada a la discusión sobre las posiblestransformaciones que ocasionaría la potenciación del hipertexto en la literatura, exige
entonces, reconocer una historia de larga duración, y, en un segundo momento, la
vinculación de estas transformaciones con otras del orden contemporáneo de hoy
(tecnológica, paradigmática, política, etc.).
Bibliografía. Chartier Roger. El mundo como representación, Gedisa, Barcelona, 2005.
"Historia intelectual e historia de las mentalidades".