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HISTORIA INTELECTUAL E HISTORIA DE LAS MENTALIDADES. CHARTIER ROGER. De entrada, Chartier, deja en claro varias condiciones de su proyecto: primero que todo, la necesidad de considerar al individuo no en la libertad supuesta de su yo propio y aceptado, sino en su inscripción en el seno de las dependencias reciprocas que constituyen las configuraciones sociales a las que pertenece. En segundo lugar, comprender cómo toda transformación en las formas de organización del ejercicio del poder supone un equilibrio de tensiones específicas entre grupos sociales al mismo tiempo que modela unos lazos de interdependencia particulares. Finalmente pone en  juego esta afirmación posestructuralista: las obras no tienen un sentido estable, la recepción siempre inventa, desplaza, distorsiona lo universal, lo fijo. La observación de una esfera especifica de producción: el campo artístico e intelectual (que tiene sus propias reglas, sus convenciones, sus jerarquías), lleva a Chartier a afirmar, de un lado, que las obras se escapan y toman densidad peregrinando, a veces en periodos de larga duración, a través del mundo social, y, de otro, que toda creación inscribe en sus formas y sus temas una relación con las estructuras fundamentale s que, en un momento y en un lugar dados, organizan y singularizan la distribución del poder, la organización de la sociedad o la economía de la personalidad. El pensador y el artista se encuentran, así, bajo coacción de ciertas obligaciones sociales. Ahora, ¿cómo es que Chartier llega a legitimar la inclusión de la historia intelectual en la historia de las mentalidades? Acude inicialmente a una revisión de intentos anteriores en búsqueda de una precisión conceptu al y metodológica. Así es como recu pera el trabajo que realizaron Lucien Febvre y Panofsky en la década de los años cuarenta, en el marco de la llamada historia francesa de los Annales. Chartier comienza por redescubrir el interés que tenía Febvre en conectar las ideas y l os sistemas de pensamiento con las condiciones que autorizan su producción, con las formas de la vida social, en un intento por superar la imagen tradicional, según la cual, la historia de las ideas constituye un universo de abstracciones, donde el pensamiento parece no tener límite al no tener dependenc ia. Febvre toma distancia de nociones que se habían convertido en el sustrato de los estudios de su época: el postulado de una relación consciente y tr ansparente entre los productores intelectuales y sus productos; la asignación de la creación intelectual (o estética) a la exclusiva inventiva individual, el recurso a explicaciones de corresponden cia, tales como las imitaciones, influencias, espíritu de época, etc. Chartier entonces recuerda cómo Febvre, cuestiona ndo ese modo de enfrentar la historia intelectual, propone la noción de UTILLAJE MENTAL, según la cual: 1, la comprensión de un mo do de pensar pasad o no puede ser reducible a las cate gorías de pensamiento puestas en marcha por los hombres del siglo XX; 2, las formas de pensar dependen de instrumentos materiales (las técnicas) o conceptuales (las ciencias) que las hacen posibles; 3, estas formas no necesariamente cuadran en un evolucionismo ingenuo de progreso continuo y necesario, pues más bien se dan mutilaciones, retrocesos, deformaciones. De Panofsky, Chartier recupera otros dos conceptos: hábito

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HISTORIA INTELECTUAL E HISTORIA DE LAS MENTALIDADES.

CHARTIER ROGER.

De entrada, Chartier, deja en claro varias condiciones de su proyecto: primero que todo,

la necesidad de considerar al individuo no en la libertad supuesta de su yo propio yaceptado, sino en su inscripción en el seno de las dependencias reciprocas que

constituyen las configuraciones sociales a las que pertenece. En segundo lugar,

comprender cómo toda transformación en las formas de organización del ejercicio del

poder supone un equilibrio de tensiones específicas entre grupos sociales al mismo

tiempo que modela unos lazos de interdependencia particulares. Finalmente pone en

 juego esta afirmación posestructuralista: las obras no tienen un sentido estable, la

recepción siempre inventa, desplaza, distorsiona lo universal, lo fijo.

La observación de una esfera especifica de producción: el campo artístico e intelectual

(que tiene sus propias reglas, sus convenciones, sus jerarquías), lleva a Chartier aafirmar, de un lado, que las obras se escapan y toman densidad peregrinando, a veces en

periodos de larga duración, a través del mundo social, y, de otro, que toda creación

inscribe en sus formas y sus temas una relación con las estructuras fundamentales que,

en un momento y en un lugar dados, organizan y singularizan la distribución del poder,

la organización de la sociedad o la economía de la personalidad. El pensador y el artista

se encuentran, así, bajo coacción de ciertas obligaciones sociales.

Ahora, ¿cómo es que Chartier llega a legitimar la inclusión de la historia intelectual en

la historia de las mentalidades? Acude inicialmente a una revisión de intentos anteriores

en búsqueda de una precisión conceptual y metodológica. Así es como recupera el

trabajo que realizaron Lucien Febvre y Panofsky en la década de los años cuarenta, en el

marco de la llamada historia francesa de los Annales. Chartier comienza por redescubrir

el interés que tenía Febvre en conectar las ideas y los sistemas de pensamiento con las

condiciones que autorizan su producción, con las formas de la vida social, en un intento

por superar la imagen tradicional, según la cual, la historia de las ideas constituye un

universo de abstracciones, donde el pensamiento parece no tener límite al no tener

dependencia. Febvre toma distancia de nociones que se habían convertido en el sustrato

de los estudios de su época: el postulado de una relación consciente y transparente entre

los productores intelectuales y sus productos; la asignación de la creación intelectual (oestética) a la exclusiva inventiva individual, el recurso a explicaciones de

correspondencia, tales como las imitaciones, influencias, espíritu de época, etc. Chartier

entonces recuerda cómo Febvre, cuestionando ese modo de enfrentar la historia

intelectual, propone la noción de UTILLAJE MENTAL, según la cual: 1, la

comprensión de un modo de pensar pasado no puede ser reducible a las categorías de

pensamiento puestas en marcha por los hombres del siglo XX; 2, las formas de pensar

dependen de instrumentos materiales (las técnicas) o conceptuales (las ciencias) que las

hacen posibles; 3, estas formas no necesariamente cuadran en un evolucionismo

ingenuo de progreso continuo y necesario, pues más bien se dan mutilaciones,retrocesos, deformaciones. De Panofsky, Chartier recupera otros dos conceptos: hábito

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mental y fuerza forjadora de costumbres. El primero, definido como conjunto de

esquemas inconscientes, de principios interiorizados que otorgan unidad a las maneras

de pensar de una época. Es un concepto que le resulta a Chartier débil cuando lo

compara con el de utillaje, que sugiere la existencia casi objetiva de una panoplia de

instrumentos intelectuales (palabras, símbolos, conceptos, etc.). Sin embargo, el otro

concepto de Panofsky, si le resulta útil a Chartier, especialmente porque obliga a hacer

hincapié en la necesidad de analizar los mecanismos por los cuales unas categorías

fundamentales de pensamiento se convierten, dentro de un grupo concreto, en esquemas

interiorizados inconscientemente, llegando a estructurar todos los pensamientos o

acciones individuales.

Así reivindicados, en función de una reformulación de la historia intelectual como parte

de la historia de las mentalidades (historia de las representaciones colectivas), estos

conceptos logran contrariar, según Chartier, una historia intelectual de inteligencias

desbocadas e ideas sin soporte. A partir, sobre todo, de la noción de utillaje, Chartieremprende su propio camino para constituir su objeto histórico, un objeto que es

diametralmente opuesto al de la historia intelectual clásica, pues implica: Superar esa

perspectiva que, basada sobre la primacía de la libertad del individuo, sustraída a toda

determinación y privilegiando la oferta de ideas y la parte reflexiva de la acción, ignora

las restricciones no conocidas por los individuos y supone una eficacia propia de las

ideas y los discursos, separados de las formas que los comunican, apartados de la

prácticas que los reviste de significaciones plurales y concurrentes .

La legalización de las fuentes documentales es posible a través de lo que Chartier llama

el triple desplazamiento epistemológico con el cual la historia de las mentalidades serenueva en los años ochenta y se abre a campos antes vedados. En realidad estos

desplazamientos constituyen tres deconstrucciones muy convenientes: la deconstrucción

de la diferencia entre lo culto y lo popular, la deconstrucción de la frontera entre

producción y consumo y, finalmente, la deconstrucción del confín entre realidad y

ficción.

Chartier parte de un rechazo de la visión dicotómica: cultura popular/cultura erudita, a

favor de una noción comprensiva, mediante la cual resulta legítimo reconocer lo popular

desde fuentes eruditas o percibir dinámicas de lo erudito desde fuentes populares, como

los testimonios. Pero después de poner en duda la pareja culto/popular Chartier

necesariamente llega a una segunda deconstrucción que resulta de igual modo

importante: el rechazo de la partición producción/consumo. Y es que, como afirma

Chartier, anular la ruptura entre producir y consumir es afirmar que la obra no adquiere

sentido más que a través de la estrategia de interpretación. Finalmente, con el último

desplazamiento: la deconstrucción de la frontera realidad/ficción, Chartier legitima la

inclusión de obras documentales como fuente de mentalidades: ya no sólo los textos

literarios son útiles a una historia de las mentalidades. Al fin y al cabo todo texto es una

representación de la realidad, una construcción retórica es decir, una ficción que se

esfuerza por captarla bajo distintas modalidades: filosóficas o literarias. De modo que alos textos documentales ya no se les puede oponer los textos literarios. Ningún texto

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tiene una relación trasparente con la realidad, sino que depende, según Chartier, de una

estrategia discursiva. Los materiales documento obedecen también a procedimientos de

construcción, donde se emplean tanto los conceptos como las obsesiones de sus

productores. Estos procedimientos, estas categorías de pensamiento son las que hay que

actualizar antes de leer de manera directa la relación del texto con la realidad.

Para Chartier, los textos son representaciones (mediaciones) y las lecturas son

apropiaciones, interpretaciones. Hay que prestar igual atención tanto al aspecto material

de la producción como al del consumo, olvidándonos de que el texto inscribe por sí 

mismo y es suficiente dador de sentido, y de que sólo hay lecturas homogéneas. Esta

diferencia es muy importante. Ya no es posible tampoco sostener la división entre una

objetividad de las estructuras y la subjetividad de las representaciones. Es necesario

considerar al menos dos vías: pensar la construcción de identidades como resultante

siempre de una relación forzada entre las representaciones impuestas por aquellos que

poseen el poder de clasificar y designar, y la definición sumisa o resistente que cadacomunidad produce de sí misma; la otra considera la división social objetivada como la

traducción del crédito acordado a la representación que cada grupo hace de sí mismo, es

decir su capacidad de hacer reconocer su existencia a partir de una exhibición de

unidad.

A Chartier le interesan los procesos de construcción de sentido, objetivados en prácticas

culturales y entre cruzados como conflicto. De ahí que se preocupe, en el ámbito de su

proyecto, por observar dos de esas prácticas: la representación y la apropiación. La

primera, entendida no tanto como muestra de una ausencia, sin como exhibición de una

presencia, es decir como construcción. La segunda como ese modo de consumir unobjeto cultural que llega a producir recepciones inéditas a crear nuevos públicos y

nuevos usos.

Superar la perspectiva clásica de la historia de las ideas implica comprender tanto las

estructuras de la personalidad como de las instituciones y las reglas que gobiernan la

producción de obras y la organización de las prácticas. De este modo es como se hace

posible, de un lado, apreciar las múltiples configuraciones intelectuales, a través de las

cuales la realidad es contradictoriamente construida por diferentes grupos; de otro,

examinar las prácticas que permiten hacer reconocimiento de una identidad social,

exhibir una manera propia de estar en el mundo y significar simbólicamente un estatuto

y una posición; finalmente, también se hace posible reconocer las formas

institucionalizadas y objetivadas gracias a las cuales unos representantes marcan de

forma visible y perpetua la existencia del grupo.

En síntesis, hay en Chartier un proyecto explícito: colaborar con una historia de las

representaciones colectivas del mundo social, es decir, de las diferentes formas a través

de las cuales las comunidades, partiendo de sus diferencias sociales y culturales,

perciben y comprenden su sociedad y su propia historia , a partir de un énfasis: el

estudio de las relaciones existentes entre las modalidades de apropiación de los textos ylos procedimientos de interpretación que sufren (esa es la historia intelectual que se

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vincula a una renovada historia de las mentalidades). De ahí que le interesen aspectos

que resultaron útiles a los objetivos del proyecto: el libro y lo escrito. Pero a Chartier

también le interesa una historia de la lectura, en la medida en que, para él, es el proceso

de la lectura, el que ofrece los mejores datos para apreciar ciertos gestos y

comportamientos. En ese énfasis en el lector y sus hábitos o condiciones, Chartier se

une al interés de la critica dialógica por el reinado del lector y a cierta actitud

etnográfica de la antropología posmoderna, que se verifica con la siguiente afirmación

suya: siempre una diferencia separa lo que propone el texto y lo que con él hace el

lector; de modo que lo que importa es la historia social de las interpretaciones, partiendo

de los usos de los textos por sus lectores sucesivos.

Chartier propone, finalmente, trabajar la historia intelectual como un espacio con dos

dimensiones: una diacrónica, relacionando el objeto intelectual con expresiones previas

de la misma actividad, y otra sincrónica, relacionándolo con producciones culturales

contemporáneas. Esta propuesta, aplicada a la discusión sobre las posiblestransformaciones que ocasionaría la potenciación del hipertexto en la literatura, exige

entonces, reconocer una historia de larga duración, y, en un segundo momento, la

vinculación de estas transformaciones con otras del orden contemporáneo de hoy

(tecnológica, paradigmática, política, etc.).

Bibliografía. Chartier Roger. El mundo como representación, Gedisa, Barcelona, 2005.

"Historia intelectual e historia de las mentalidades".