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Presses Universitaires du Mirail Topografía insospechada de la luna Las Memorias de infancia de José Luis González Author(s): Fatima RODRIGUEZ Source: Caravelle (1988-), No. 76/77, HOMMAGE À GEORGES BAUDOT (Décembre 2001), pp. 643-655 Published by: Presses Universitaires du Mirail Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40855001 . Accessed: 15/06/2014 02:22 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Presses Universitaires du Mirail is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Caravelle (1988-). http://www.jstor.org This content downloaded from 195.78.109.162 on Sun, 15 Jun 2014 02:22:53 AM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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Presses Universitaires du Mirail

Topografía insospechada de la luna Las Memorias de infancia de José Luis GonzálezAuthor(s): Fatima RODRIGUEZSource: Caravelle (1988-), No. 76/77, HOMMAGE À GEORGES BAUDOT (Décembre 2001), pp.643-655Published by: Presses Universitaires du MirailStable URL: http://www.jstor.org/stable/40855001 .

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CM.H.LB. Caravelle n° 76-77, p. 643-655, Toulouse, 2001

Topografía insospechada de la luna Las Memorias de infancia de José Luis González^

Fátima RODRIGUEZ Université de Toulouse-Le Mirail

Por supuesto, a don Jorge. Y a su vital sabiduría.

La mémoire et l'oubli. . . : peut-il y avoir un discours de la mémoire là où règne l'oubli ? Philippe Lejeune2

Suponemos los profanos que escribir unas memorias consiste en ir acomodando vivencias, en ordenar recuerdos propios y testimonios allegados, según una lógica convencional de sucesiones, que viene a ser, para entendernos, la cronología.

Los profanos, pero también los doctos. Basten por muestra las siguientes afirmaciones, presididas, cómo no, por la autoridad del diccionario:

Tout auteur de mémoires a pour but avoué de relater les événements auxquels il a assisté ou participé dans sa vie privée ou publique. Il témoigne d'un passé historique... Le mémorialiste se pose en juge d'une société (...), moraliste, et volontairemente ou non, apologiste. 3

1 José Luis González, La luna no era de queso. Memorias de infancia, Editorial Cultural, México, 1988. 2 Philippe Lejeune, « Un mince événement », Moi aussi, Eds. du Seuil, Coll. Poétique, Paris, 1986, p. 312. 3 Béatrice Didier (éd.) Dictionnaire universel des littératures, Presses Universitaires de France, Paris, 1994, p. 2313-14. Algo que hubiera horrorizado al propio González, cuya aversión al diccionario quedó patente en las propias memorias (p. 153-154).

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[Las memorias] Se centran sobre los acontecimientos en los que el escritor ha participado de una manera activa o pasiva dentro de un contexto histórico. En esta tipología lo personal está presente en un segundo plano, mientras que el contexto histórico adquiere una relevancia fundamental.^

Estos últimos inclinan la balanza hacia los sucesos en menoscabo del autor, relegado a un papel de segundo orden, el de simple remisor. Porque

El acercamiento biográfico a la historia intenta, más frecuentemente que la acentuación del factor personal en la misma, acceder al conocimiento de la realidad social de la época, trascendiendo, por tanto, lo individual, al concebirse aquél como elemento de una demostración más amplia. 5

Al recorrer el lector La luna no era de queso, título de las «Memorias de infancia» de José Luis González, y aun estando éstas circunscritas explícitamente a los años treinta, sí se vislumbra la primera pauta señalada en las definiciones, pues

Es un « conjunto » de sucesos verídicos en su mayor parte -y en ocasiones, sospecho, ficticios parcial o totalmente pero que fueron vividos como verdaderos en el recuerdo de varias generaciones, y eso es al fin y al cabo lo que importa... (C I, p. 10)

Se vislumbra, pero en un plano bastante desdeñado por los teóricos, ya que no se trata de demostrar mediante la escritura la autenticidad y exactitud de unos hechos, sino de recomponerlos siguiendo una línea de continuidad mental, y tomando la referencia por así decirlo, «campo a traviesa». El subtítulo «Memorias» da buena prueba de ello y cobra desde un primer momento su verdadero -y etimológico- sentido. Y es que el núcleo rector de las mismas no es ya la recuperación de una cronología a secas, sino lo que llamaría con tanto acierto diez años antes del remate de La luna la escritora Lydia Cabrera en la suyas propias, los « viajes a la criptomemoria»6. La reminiscencia se hace así instrumento de otras edificaciones.

4 Romera Castillo, p. 52, siguiendo los juicios de Yves Coirault, « Autobiographie et mémoires (XVIIe et XVIIIe siècles, ou existence et naissance de l'autobiographie », Revue d'Histoire littéraire de la France, LXXV, 1975, p. 937-953. 5 Antonio Morales Moya, « En torno al auge de la autobiografía », Revista de Occidente, N° 74-75, 1087, p. 71. 6 Lydia Cabrera, Itinerarios del insomnio. Trinidad de Cuba. Miami, Peninsular Preating inc., 1977. Así, afirma en la « Carta a un amigo » que da pie al relatar, confirmando este poder constructor: « Me entrego a evocar los años que he vivido y los que otros vivieron antes que yo. Este ejercicio recomendable para conservar la memoria y rescatar de nuestras muertes sucesivas lo vivido en cada espacio de tiempo consumido... estimula la imaginación y afina la sensibilidad » (p. 2).

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< Contrato » de veracidad

Si bien es cierto que el punto de partida de nuestro memorialista coincide con la definición que del relato autobiográfico había dado Philippe Lejeune dos años antes, en pleno auge de los estudios sobre una materia tan escurridiza para el análisis textual imperante, integrando lo autobiográfico en una poética histórica que estudiaría los contratos de lectura más que la evolución interna del género?, tampoco debiera quedar orillado el libro a la cronología de una « prehistoria »8 e historia personales refrendadas por un simple contrato de veracidad. Porque lo que asoma a la lectura es más bien el trazado de un terreno peculiar, intransferible, el cruce de un curioso paraje jalonado por materiales de ficción. En este sentido, las mencionadas memorias, que admiten la consideración de literarias según los cánones^, rebasan los límites de la escritura testimonial para adentrarse en un territorio nuevo, geografía única y utópica donde no se ha regateado lo ficticio en aras de lo veraz, por la sencilla razón de que su cometido es, como intentaremos ir demostrando en estas páginas, alentar la creación misma, compaginando y aun propiciando otras ficciones.

En este sentido, las que nos ocupan llaman la atención desde un principio por ser propiamente literaria hasta la misma puerta de entrada en materia:

Más de una vez, pensando en la buena novela que todavía no he llegado a escribir, me he dicho que jamás podré encontrar material de mayor riqueza para cumplir ese propósito que el anecdotario familiar. (C. 1, P-9).

Son las primeras frases del libro. Las primeras de una travesía digna de atención. Y tanto: entre la casa de huéspedes y la vaquería familiar del niño cuentero se da cita una pléyade de escritores foráneos y autóctonos, Cervantes, Juan Ramón Jiménez, Sartre, Rubén Darío, Martí, Faulkner y Borges, Enrique Laguerre y Luis Palés Matos, Tulio María Cesteros, Horacio Quiroga y Lino Novas Calvo... amén de tantos autores de Memorias de bien diversa procedencia, algunos rescatados del olvido por

? Philippe Lejeune, Le pacte autobiographique, Eds. Du Seuil, Paris, 1975. Vid. En particular la p. 8, donde expone la definición de « género ». Estudio crítico de Nora Catelli, p. 54. ° Este es el termino que emplea el propio González, hablando de su cometido : ni novela ni anecdotario, pues, sino cuento: el « computus » (...) de una vida que debe empezar por los antepasados porque sin ellos no hubiera nacido yo ». (p. 10) 9 En el fondo, la paradoja de la autobiografía « literaria », su esencial doble juego, consiste en pretender ser a la vez un discurso verídico y una obra de arte. » Anna Caballé, « Figuras de la autobiografía », Revista de Occidente, N. 74-75, 1987, p. 108.

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el propio González, como Bernardo Vegal°, o José Vasconcelos; otros más presentes, contemporáneos suyos, como Wole Soyinka, que también escribió unas de infancia H, de gran utilidad para nuestro escritor, pues tampoco el africano se privaría de ir acotejando recuerdos « verídicos » y fantasías colectivas sin desbrozar los unos de las otras.

A ellos, hechos ya personajes y no autores, al pasar por la criba de la memoria escrita, igualados a los demás « personajes » que tuvieron que ver con la vida de José Luis González autor,

Porque de personajes extraordinarios se trata. .. (C. 1, p. 17)

se van sumando otros de leyenda, como el leproso Monchín del Alma, artista cantor de la cuentería caribeña, o la cuerda de héroes desarrapados que poblaron -y siguen poblando- la picaresca española. Todos ellos vienen a ser anfitriones privilegiados, redivivos en la escritura del memorialista maduro.

Yo, señor, nací... Así me hubiera gustado empezar a escribir este capítulo porque soy apasionado lector de las novelas picarescas (que son las que más estimo porque como bien se sabe consisten en una sucesión de buenos cuentos), pero la verdad es que nunca he sido picaro, y además todavía no me llega el momento de nacer en este libro. (C. 2, p. 29)

Y reflejan sus andanzas entre los varios fortunae casos que van nutriendo La luna no era de queso.

Hablando del libro, traído a colación en el excelente trabajo con que prologó Arcadio Díaz Quiñones la edición Alfaguara de los Cuentos completos de José Luis González, el ensayista la considera « autobiografía »12. Y sin embargo, este territorio desborda con creces a nuestro juicio los límites de una existencia, y se asiste en él, para empezar, al acto generoso de registrar en libro a los sesenta y un años, aquellos hechos que iba royendo el olvido por los sucesivos exilios, para poner la « prehistoria » individual al servicio del conocimiento de la historia propia, y de la colectiva.

En las Memorias tradicionales el autor tenía tendencia a rellenar los huecos. Si no contaba con la información suficiente sobre su vida, la

10 Pues él mismo las prologó, en el año 76, a ruego de César Andreu Iglesias, prólogo convertido, por cierto, en ensayo para El país de cuatro pisos ( «Bernardo Vega: el luchador y su pueblo», Eds. Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, la. ed. 1980, 8a. ed. 1998, p. 107-130. H Wole Soyinka, Aké, the Years of Childhood, Rex Collings Ltd., Londres, 1981. 12 « A Trujillo, precisamente, le debo yo en cierto modo mi condición de puertorriqueño », escribe con ironía cáustica en su admirable autobiografía La luna no era de queso (1988). En este texto establece -entre bromas y veras- su genealogía, y sugiere varios exilios remotos para su familia. » (A. Díaz Quiñones, « Prólogo », in, José Luis González, Cuentos completos, Alfaguara, México, 1997, México, p. IV).

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buscaba en otra parte. Contaba lo que le habían contado. Hablaba de él como si hablara de otro, 13

afirman los estudiosos, tratando de buscar puntos comunes que justifiquen la existencia del « género ». Y sin embargo,

Lo que yo tengo en mente al ponerme a escribir estas memorias de infancia es mucho más que eso. Es un « conjunto » de sucesos verídicos en su mayor parte -y, en ocasiones, sospecho, ficticios parcial o totalmente pero que fueron vividos como verdaderos en el recuerdo 14 de varias generaciones , y eso es al fin y al cabo lo que importa- que contribuyeron a formar una visión del mundo no reducible al ámbito familiar sino extensible a una región del orbe en la que han confluido todos (o casi todos, si se excluye, y quién sabe con cuánta razón, a los esquimales) los pueblos que habitan este planeta. Esta región, por supuesto, es la que acarician y maltratan las incomparables y caprichosas aguas del Mar Caribe. (C 1, p.10)

Y para completar la « información », recurre a la artimaña retórica favorita del memorialista, la prosopopeya:

Y oigo, cómo no, con los oídos de mi propia alma, la aprobación que a estas palabras les conceden, desde el rumboso cielo que sin duda habitan, mis maestros Luis Palés Matos, Fernando Ortiz y Alejo Carpentier. (C. 4, p. 77)

Pero a la vez incurre en un atrevimiento, y éste habrá que achacárselo al escritor cuentista 15, a un desafío mayúsculo, quizás el mayor de todos: el urdir, en una trama pareja de cerca de trescientas páginas, recuerdos infantiles con mundos literarios, fruto de innumerables lecturas, de las que sólo se adueñaría el escritor en su etapa de madurez.

Encrucijada de ficciones y referencias

Sabedor de la importancia de tales territorios, pone empeño desde el primer momento el narrador en definir su nueva topografía:

Ni novela ni anecdotario, pues, sino cuento, el « computus » (...) de una vida que debe empezar por los antepasados porque sin ellos no hubiera existido yo... (C. 1, p. 10)

Territorio que es, ante todo, el receptáculo de un acto fundamental de comunicación. Y por eso, en medio de la andadura -si atendemos al

13 Vicenta Hernández Alvarez, « Algunos motivos recurrentes en el género autobiográfico », J. Romera (ed.), Escritura autobiográfica, p. 241-245, p. 242. 14 El subrayado es nuestro. 15 A sus lectores los denominaba modestamente « leedores », « Lectores son los de Cervantes » (p. 29).

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total de sus páginas, que ronda como decíamos las trescientas- rebautiza sus memorias con el apelativo de « taller abierto »:

Puedo hacer un pequeño abono a la deuda a través de los lectores de este libro. A la vista de ellos empiezo, pues, mi atadura de cabos. (C. 4, P-75) Ahora me encuentro con varios cabos sueltos en la mano que escribe, y me digo que tengo dos opciones : reescribir este capítulo para organizar mejor el « material » o dejar que el lector entre en mi taller de artesano de la palabra escrita y participe, aunque sólo sea como espectador (...) en lo que ahora con mucha elegancia se llama « el placer de la escritura » (C. 4, p. 75) Lo que no me resigno a dejar de compartir con el lector que me acompaña en mi taller abierto es el pequeño milagro que voy viviendo a medida que escribo. (C. 8, p. 148)

Rastrear para crear

Vínculo de «tiempos y espacios fragmentados -y conectados- por los desplazamientos.» 16, las Memorias se hacen marco y eje de una « reterritorialización »17, de un terreno existencial resquebrajado por las brechas de múltiples exilios.

Bien atisbo las posibilidades geográficas del memorialismo otro escritor, novelista esta vez, en sus Fragmentos de memorias. Fue Gonzalo Torrente Ballester, el cual, saliendo al paso de las críticas de estudiosos, y con la retranca que lo caracterizaba, dedicó buena parte de ellas a despacharse a gusto contra los teóricos con el relato de Farruco Freire. Y así, echar su cuarto a espadas frente a unos reproches tendentes a encasillar las peripecias del personaje en un género convencional,

...Quite al relato fantasía y añádale documentación. Tal y como lo cuenta parece una novela, cuando se trata de un episodio histórico. Cada materia busca su propia fisonomía: dele, desde el principio, la que le corresponde. 18

Yo creo que, a causa de estos consejos, el caso de Farruco no lo escribí jamás, ni lo escribiré como narración verídica ni como cuento imaginario, y por eso me limito a lo que voy a hacer aquí: referir sencillamente, cómo llegaron a mí las noticias que lo componen, y cómo

16 Arcadio Díaz Quiñones, « José Luis González: la luz de la memoria », El arte de bregar y otros ensayos, Eds. Callejón, Col. En Fuga, San Juan, Puerto Rico, 2000, p. 186. 17 El término lo aplica Díaz Quiñones al describir el cuento « La noche que volvimos a ser gente », en el prólogo de la edición antes mencionada. 18 Gonzalo Torrente Ballester, « Farruco el desventurado », Fragmentos de memorias, la. ed. 1975, Ed. Planeta, Col. Planeta Bolsillo, Barcelona, 1995, p. 59- 60.

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me interesó, y, finalmente, cómo, buscando aquí y allá, pude reconstruir una vida, al menos de manera suficiente para saber a qué atenernos1 9.

Mediante un relator en la ficción, y en esta zona inexplorada, consigue el escritor poner en franquía su propio relato. Sólo en un espacio nuevo queda este último al resguardo de las pautas marcadas por los entendidos. Este espacio es, también para el escritor gallego, el de las Memorias. Una «tierra de nadie» donde se asilan otros géneros, lugar abierto donde confluyen diversas ficciones. Semejante capacidad constructiva fue también entrevista por algunos teóricos de la autobiografía:

Las primeras palabras del narrador de « Cuando las horas veloces », resaltando la paradójica dificultad de hacer memoria, o « memorias », de los sucesos aún próximos, de una experiencia que « se va adelgazando, y haciendo borrosa y desfigurada según se acerca el presente »20, dejan constancia de la realidad poética del narrador como herramienta de construcción, y no ya de mera reconstrucción, de su propio pasado y, en la misma medida, también del yo narrativo. 21

Espacio capaz de reconciliar lo irreconciliable, lo es este nuevo derrotero donde el «Lector», hecho destinatario interno del relato, es mejor que nadie partícipe del rastreo: triángulo dialógico entre el «yo», sus «interlocutores» en su pasado », instrumentos de la reconstrucción, sus interlocutores en el tiempo de la escritura, herramientas de una construcción. Si los «Personajes» son objetos activos en la primera, el «Lector» es el motor de la segunda. Lo cual se logra fundiendo el tiempo de la escritura y el tiempo de la infancia en un espacio único.

Me lo pregunto en presencia del lector porque mi taller sigue abierto... (C.4,p. 81)

Y así obra el propio narrador en su espacio, recobrando, como veíamos, por la prosopopeya, otras voces alejadas en el tiempo.

A cuento de la anécdota del antepasado don Ulpiano Toledo, quien perdió el patrimonio familiar no en dispendios o inversiones desafortunadas, sino por la cabezonería de negarse a revelar el escondite de sus caudales a la hora de la muerte, enterrándolos al pie de un cocotero en un palmar inmenso, aprovecha el narrador, por ejemplo, para demoler las modas literarias:

Sucede que el viejo « no creía en bancos ni en billetes » y guardaba él mismo sus caudales en monedas de oro y plata. (C. 1, p. 26)

19 Ibid. nota 9, p. 60. 20 C. Barrai, Cuando las horas veloces, Tusquets, Barcelona, 1988. 21 Fernando Cabo Aseguinolaza, « Autor y autobiografía », Romera Castillo (ed.), Escritura autobiográfica, Visor Libros, Madrid, 1993, p. 135.

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No sé qué tenga de cierta, pero la doy por buena en virtud de que como tema de un cuento costumbrista no tiene desperdicio; y aunque el costumbrismo literario haya pasado de moda, un buen cuento siempre es un buen cuento. (C. 1, p. 26).

Zona franca. ¿Puede haber, acaso, un discurso de la memoria?

En lugar de circunscribir las memorias al rango de « ramificaciones tipológicas » de la literatura autobiográfica22 como género mayor con múltiples compartimentos, haciéndolas, dicho sea de paso, pariente pobre de la autobiografía^, podemos afirmar que éstas permiten una aventura de iniciación emprendida en el seno del libro por el narrador. Este último, resultante ficticia del proceso de literaturización del que es artífice el escritor, lleva las riendas del relato precisamente por el poder que le confiere el haber sido y ser protagonista, y pleno conocedor del mismo:

El caso es -para adelantar el relato retrocediendo en el recuerdo, porque escribir memorias no es lo mismo que manejar un automóvil-. . . (C. 2, p. 36-37) Me veo con asombrosa claridad (asombrosa porque sólo tenía cuatro años) encerrado con muchas otras personas en la trastienda del colmado... (C 2, p. 41)

Sigo viéndome, ahora acostado sobre una mesa en compañía de otro niño de mi misma edad. . . (C. 2, p. 41)

Y a la vez descubridor:

Antes de empezar a escribir hice un guión, que entonces me pareció bastane detallado, del contenido de este libro; ahora, cuando ya voy más allá de la mitad de ese guión, me doy cuenta de que éste nunca fue otra cosa que la proverbial punta del témpano cuya enorme masa sumergida se oculta a nuestra pobre visión normal. (C. 8, p. 148-149).

La tan traída y llevada «permeabilidad» entre figuras bien dispares como el Autor, el Narrador o el Héroe 2^ deja de ser un escollo a la luz de

22 José Romera Castillo, « La literatura autobiográfica como género literario », Revista de investigación, Col. Univ. De Soria, 1980, p. 49. 23 Ibid. « Lo que sí es cierto es que la autobiografía es el tipo más puro de esta vasta clase literaria. De ahí que los restantes los comparemos con ella », p. 52. Aunque el propio Georges May reconociera: « cuanto más se buscan las fronteras que separan la autobiografía de las memorias más se percibe que son fluidas, subjetivas y móviles » (« Autobiografías y memorias », La autobiografìa, México, FCE, 1982, p. 139. 24 Que fueron los causantes de las más acerbas críticas contra Lejeune (vid. N. Catelli, « Lejeune y la enciclopedia », El espacio autobiográfico, Ed. Lumen, Barcelona, 1991, p. 61-73.

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estas Memorias de infancia, pues nos consta que no responden a una ingenua ilusión de veracidad, sino a una lógica de conocimiento por transmitir que se revierte sobre cada una de estas instancias. El común denominador de las tres es el « saber », transmitido para el héroe, transmisible para el narrador, sin necesidad de comprobante referencial. Lo de menos es un contrato en firme que sancione la autenticidad y exactitud de los hechos; el reto mayor estriba en construir una geografía simbólica, una isla de bonanza donde tengan cabida otras ficciones. Y un espacio capaz de propiciar además una lectura activa de las mismas.

Este espacio viene metaforizado por obra y gracia del quehacer literario como un recorrido, una itinerancia, un continuo discurrir. Y es que

...En un libro como éste es empresa vana tratar de escribir capítulos « redondos ». La geometría de la memoria parece ignorar los círculos cerrados. (C. 4, p. 81)

Conviene recordar que tal dinámica, metáfora territorial, acaba siendo una invariante del género. Tanto es así que no parece que pueda el escritor desplazarse por el tiempo sin delinear un recorrido ficticio en el espacio. Baste con observar los títulos de memorias ejemplares tan distantes como las de Rousseau, que eran precisamente Les revenes du promeneur solitaire ; o las de Italo Calvino, El camino de San Giovanni. En todas ellas, el discurso memorístico, resultante pues de un discurrir, se representa como un itinerario. Así ocurre en las de Pío Baroja:

Yo soy un hombre que ha salido de su casa por el camino, sin objeto, con la chaqueta al hombro, al amanecer, cuando los gallos lanzan al aire su cacareo estridente como un grito de guerra y las alondras levantan su vuelo sobre los sembrados.25

tituladas, precisamente, Desde la última vuelta del camino.

Testimonio de « caribeñidad »

Pour faire d'un objet un fait artistique, il faut l'extraire de la série des faits de la vie. 26

A este lema, que parece regir todo escrito de Memorias, responde el enfoque de las de González. Ahora bien, la veracidad se expresa más

25 Esta hermosísima entrada en materia, nos la recuerda Jean Alsina, en un coloquio que ya es de referencia sobre la autobiografía. «Pío Baroja et le projet autobiographique. A partir d'un fragment de Desde la última vuelta del camino. Memorias », p. 29-46. 26 Victor Schklovski, apud. T. Todorov, Théorie de la littérature. Textes des formalistes russes, Paris, 1965. También citado por Francisco Rico, precisamente, en su obra de referencia sobre la picaresca. F. Rico, La novela picaresca y el punto de vista, Seix Barrai, Barcelona, 1970, 3a. ed., 1976, p. 31.

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como una querencia, y un pretexto, que como una existencia probable. Uno de los más claros ejemplos nos llega desde el primer capítulo: es la historia del «primer Carvajal consanguíneo de nosotros» (p. 19), donde el propio narrador minimiza dicho imperativo:

Verídica o no -¿y por qué no habría de serlo en este mundo de maravilla y fábula que ha sido y sigue siendo el gran archipiélago caribeño? (C. 1, p.20)

Agregando incluso:

La historia le gustaría sin duda a Gabriel García Márquez, y en verdad no sé por qué no se la he contado nunca, y más le hubiera gustado, me imagino, a Alejo Carpentier, porque lo que cuenta es que aquel Carvajal cuyo nombre de pila ignoro (pero pila profanada tuvo que ser aquella en que lo bautizaron para disfrazar la fe mosaica de sus progenitores) aserró longitudinalmente un voluminoso tonel de vino, se metió en él y remó desde el extremo oriental de Cuba hasta la costa occidental de Haití, y desde allí pasó a la porción española de la isla. (C. 1, p. 19-20)

En este caso, el «objeto» en cuestión cobra mayor alcance, no resignándose a su papel de simple generador de historias, sino, ya transformado en «hecho artístico», será la clave de una «reterritorialización» imprescindible para el escritor itinerante^. Y esta construcción o recomposición identitaria, viene a cuajar en el concepto de « caribeñidad ». No será de extrañar, pues, que se haga el común denominador de los dedicatarios del libro:

A Juan Bosch en Santo Domingo. A Miguel Barnet, en La Habana, Y a Jean Claude Bajeux en Port-au-Prince, Este testimonio de caribeñidad fraternalmente compartible.

Y qué mejor prueba, en este territorio sembrado de forma indiscriminada de mundos referenciales y literarios, que el propio título de las Memorias, donde se cruza la confusión «cósmica», la decepción del coyote que quiere atrapar la luna, aprovechada por la cuentística popular, con la revelación de una cruda realidad: La luna no era de queso, fàbula estilizada hasta hacerse frase emblemática cuyo correlato caribeño viene a ser « ni se come con melao », abre y cierra -precisamente- el libro:

Pero de todas maneras, hijo, ya es tiempo de que vayas entendiendo ciertas cosas. La vida muchas veces nos obliga a hacer lo que no queremos. Esa es la realidad y hay que aprender a vivir dentro de ella. Acuérdate del dicho que seguramente has oído muchas veces. La luna no es de queso ni se come con melao. (C. 16, p. 294)

Marcando definitivamente las lindes de la infancia:

27 Es bien sabido que J. L. González vivió sucesivos exilios, ya « desde el vientre materno ».

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Memorias de José Luis González 653

Y creo que así terminó mi infancia. (C. 16, p. 297)

Es la última frase del libro, el terminal de la escritura.

Atravesar ese lindero por el lenguaje, retrotraerse al pasado, es en definitiva forcejear contra un marco preconcebido, actitud que explica el nacimiento de las Memorias, definidas, ante todo, como un arte de narrar, un acto entrañable de comunicación en la medida que ambiciona transformar al otra.

¿Y no es eso, precisamente, lo que le « impone » todo buen texto narrativo a su lector: hacerlo ajeno a su propia identidad consciente para convertirlo en otro que sólo existe en las palabras impresas con tinta en una hoja de papel? (C. 15, p. 264)

Pero el «yo» interior edifica también un « yo » exterior merced a la labor de rememoración, y reivindica esta zona franca de la literatura como una región de la identidad,

la que acarician y maltratan las incomparables y caprichosas aguas del Mar Caribe. (C 1, p. 10)

Teniendo en cuenta que el lector primero es el propio escritor, las Memorias no son, pues, ni más ni menos que la respuesta a un rechazo natural contra imposiciones literarias o vivenciales -plasmadas en la ficción bajo la forma de múltiples negativas paternas-, un afán por recuperar a la vez el objeto perdido y el sueño de este objeto. Y, a fin de cuentas, la demostración irrebatible de que el memorialista puede, en rigor, trocar su bicicleta desvencijada en un robusto caballo cerrero.

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Memorias de José Luis González 655

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RESUMEN- Suelen considerarse las memorias literarias como un medio de acceso al contexto histórico en el que, de manera activa o pasiva, ha participado el escritor memorialista, relegado éste a un segundo plano de su obra. Ahora bien, La luna no era de queso, título de las Memorias de infancia del escritor puertorriqueño José Luis González, rebasa con creces los límites de la escritura testimonial para adentrar al lector en un territorio nuevo, donde ficciones y referencias son instrumentos de una reterritorialización. Las memorias son, más que el marco de una reconstrucción, el enclave de una construcción que no puede llevarse a cabo en otros géneros.

RÉSUMÉ- On considère habituellement les mémoires littéraires comme accès au contexte historique auquel, passif ou actif, a participé l'écrivain mémorialiste, celui-ci se trouvant relégué au second plan de son œuvre. Or La luna no era de queso, titre des mémoires d'enfance de l'écrivain portoricain José Luis González, dépasse largement les limites de l'écriture de témoignage pour entraîner le lecteur sur un territoire nouveau où la fiction et la réponse sont les outils d'une reterritorialisation. Plus que le cadre d'une reconstruction, les mémoires sont l'enclave d'une construction qui ne peut s'effectuer dans les autres genres.

ABSTRACT- Literary memoirs are usually considered as an introduction to the historical context during which, either in a pasive or an active way, the memoirist has participated, placing himself in the foreground of his work. Now, La luna no era de queso, title of the childhood memoirs of the portoricain writer José Luis González, goes far beyond the limits of a testimonial literature carrying the reader into a new territory where fiction and its answer are the instruments of a new territorialisation. More than the framework for a new construction, memoirs are a construction's enclave that can't be realised in other genres.

PALABRAS CLA VE: Literatura puertorriqueña. Siglo XX, José Luis González, Memorias, Zona franca.

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