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I. ORAR EN ADVIENTO Y NAVIDAD Lectio Divina con el Evangelio de cada día

I. ORAR EN ADVIENTO Y NAVIDADpastoraluniversitariamadrid.es/documentos/Orar-Adviento-Navidad17.pdf · PRESENTACIÓN El Adviento es un tiempo de esperanza que invita ... la práctica

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I. ORAR EN

ADVIENTO Y

NAVIDAD

Le ct i o D i v i n a c on e l E v a n g e l i o d e ca d a d í a

2

Edita: Pastoral Universitaria de Madrid

Arzobispado de Madrid

Bailén, 8 – 28071 Madrid

Maquetación: Natalia Dios.

Diseño portada: Queromel Productions.

Impreso en España por:

Campillo Nevado S.A. – Madrid.

Depósito Legal: M-34008-2013

3

PRESENTACIÓN

El Adviento es un tiempo de esperanza que invita

a una deliciosa intimidad con Dios. Son días de

gozosa e impaciente espera, de alto valor

significativo, pues la vida misma es un adviento en

espera del encuentro definitivo con el Señor.

Tiempo, por tanto, que invita a la oración, al

trato íntimo y personal con un Dios al que en estos

días se sentirá increíblemente cercano. La Virgen

María, figura esencial de este tiempo, se nos

presenta, más que nunca, como Modelo y Maestra

de oración, pero sobre todo como Madre solícita que

nos guía y ayuda. Es esencial tenerla cerca e

invocarla mucho.

Por otro lado, un ambiente demasiado

materialista y hedonista como el que respiramos está

propiciando, sobre todo en los jóvenes, deseos de

verdaderas experiencias de oración, de sentido

auténtico de la vida. Anhelan cada vez más, la

pacificación de su alma que, en definitiva, ha sido

creada para la unión con Dios (“nos hiciste para Ti,

Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que

descanse en Ti”). No es extraño, en consecuencia,

que se estén multiplicando las escuelas de oración,

los ejercicios espirituales, la práctica de la Lectio

Divina… ¡están de moda!

Por eso nos parece muy oportuno presentar

especialmente a los universitarios este libro que

pretende ayudar a orar con el evangelio de cada día.

4

Se incluyen luminosos comentarios de Benedicto

XVI, de los Santos Padres y de otros autores

espirituales que ayudarán a iluminar el sentido del

texto evangélico antes de “orarlo”. Las frases

directas que se añaden para la oración buscan ser

personalizadas. La intención no es dictar lo que cada

uno le tiene que decir al Señor. Sólo pretende

ayudar, encauzar quizá, ejemplarizar. Nada puede ni

debe sustituir los sentimientos, la imaginación, la

afectividad,... del que ora. Nada puede sustituir –

menos aún– la acción del Espíritu Santo, que es el

alma de toda oración.

Dios quiera que este libro contribuya al anhelo

que Juan Pablo II manifestó al principio de nuestro

milenio: “nuestras comunidades cristianas tienen

que llegar a ser auténticas «escuelas de oración»,

donde el encuentro con Cristo no se exprese

solamente en petición de ayuda, sino también en

acción de gracias, alabanza, adoración,

contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el

«arrebato del corazón». Una oración intensa, pues,

que sin embargo no aparta del compromiso en la

historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo

abre también al amor de los hermanos, y nos hace

capaces de construir la historia según el designio de

Dios”.

Feliciano Rodríguez

Delegado episcopal de Pastoral Universitaria

Madrid

5

PRÁCTICA DE LA LECTIO DIVINA CON

EL EVANGELIO DE CADA DÍA

Para el ejercicio de la Lectio Divina con el

Evangelio de cada día te proponemos seguir, uno

por uno, los siguientes puntos. El primero

(invocación) no es, estrictamente hablando, parte de

la Lectio, pero, sin embargo, es necesario para

cualquier forma de oración auténtica:

1. INVOCA al Espíritu Santo. Se trata de

empezar bien el rato que vas a dedicar al Señor.

Ponte en su presencia con un acto consciente;

considera que Él está a tu lado, más aún, ¡dentro

de ti! (esa es la maravilla de la inhabitación

divina cuando el alma está en gracia de Dios), o

está en la presencia sacramental del sagrario si

es que oras en una iglesia o en una capilla.

Pídele luz para tu entendimiento y fuego para tu

corazón. Pídele, en fin, que te disponga para

comprender la Palabra que vas a meditar y para

hacerla vida en tu vida. Igualmente es muy

necesario que acudas a la Virgen María, nuestra

Madre y le pidas que te enseñe a orar y te

acompañe durante todo el rato. En la página 9

encontrarás oraciones e himnos para este primer

punto.

2. LEE muy despacio el evangelio

correspondiente al día. Léelo varias veces si es

necesario. Hazlo sin prisas, con sosiego,

dejando que la Palabra penetre en ti.

3. MEDITALO, es decir, haz silencio para

6

interiorizar lo leído. Fija en tu memoria alguna

palabra o frase de Jesús que más te haya

impactado. O alguna acción suya o milagro.

Intenta captar los detalles y retenerlos.

Pregúntate: ¿qué me dice el texto? ¿Qué quiere

decirme Jesús aquí? No tengas ninguna prisa.

Deja actuar al Espíritu Santo dentro de ti. Piensa

que en ese Evangelio, Jesús te está hablando

hoy a ti, se dirige a ti.

4. ORA, es decir, responde al Señor y a su

Palabra, pídele con humildad, exprésale tus

deseos y necesidades… Es en este punto donde

el libro te ofrece mayor ayuda: súplicas, deseos

escritos… con la intención de que puedas

identificarte con ellos. Lo normal será que poco

a poco puedas ir prescindiendo de lo escrito y

hagas tú mismo la oración que sale, espontanea,

de tu corazón. En todo caso tu actitud en la

oración, delante de Dios, debe ser siempre la de

la Virgen María en Nazaret: Hágase en mí según

tu Palabra

5. CONTEMPLA. Con la contemplación el

ejercicio debe llegar propiamente a su grado

más perfecto. Es la quietud atenta y amorosa a

Dios, fruto de los momentos anteriores. Ya no

debe ser tanto el entendimiento el que actúe,

Los textos que se citan en el libro para la oración están sacados y

seleccionados, con algunas adaptaciones, de los libros “Oración evangélica”, del P. Jesús M. Granero S.J. y “Año litúrgico patrístico” de

Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

7

cuanto la voluntad y, sobre todo, el corazón que

se adhiere, acoge, ama, adora, desea, calla, se

rinde… Es también el mejor impulso para la

acción, para el compromiso; un compromiso de

mayor santidad personal y de mayor

generosidad con los demás. Es el salto a la vida:

animado e invadido por la Palabra de Dios,

regresas a la vida con otra actitud.

Para finalizar es conveniente que des gracias tal

y como se indica en la página 10.

8

Al iniciar la oración:

Ponte en presencia de Dios. Puedes hacerlo con

estas palabras u otras semejantes:

«Señor, te adoro pues eres mi Dios; te pido

perdón de mis pecados y te doy gracias por todos los

beneficios que me haces a cada instante.

Quiero que en este rato me ayudes a escuchar tu

Palabra, a interiorizarla en mi corazón, a

alimentarme de ella. Enséñame a vivir consciente de

que tu mirada me acompaña siempre, ya sea en el

trabajo, en el descanso, cuando sufro o cuando estoy

alegre. Que tu Palabra sea siempre “lámpara para

mis pasos, luz en mi camino”. Que mi corazón,

lleno de tu amor, sea descanso y consuelo para Ti y

para todos mis hermanos».

También es necesario que recurras a la

intercesión de la Virgen María:

«Santísima Madre de Dios y Madre mía, acudo a

ti lleno de confianza para que me ayudes y confortes

en este rato de oración. Abre mi corazón a la acción

del Espíritu Santo para que, dócil a sus

inspiraciones, me deje iluminar, guiar y moldear por

Él como tú, Virgen Inmaculada, a quien tomo como

Modelo, como Maestra y como Madre muy

querida».

9

Invoca al Espíritu Santo:

Para la lectio divina es necesario que la mente y

el corazón estén iluminados por el Espíritu Santo, es

decir, por el mismo que inspiró las Escrituras; por

eso, es preciso ponerse en actitud de escucha atenta

y fervorosa.

Reza y saborea despacio la Secuencia del

Espíritu Santo:

Ven, Espíritu divino,

manda tu luz desde el cielo.

Padre amoroso del pobre;

don, en tus dones espléndido;

luz que penetra las almas;

fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce Huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,

gozo que enjuga las lágrimas

y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,

divina luz, y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre,

si tú le faltas por dentro;

mira el poder del pecado,

cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,

sana el corazón enfermo,

lava las manchas, infunde

calor de vida en el hielo,

doma el espíritu indómito,

guía al que tuerce el

sendero.

Reparte tus siete dones,

según la fe de tus siervos;

por tu bondad y tu gracia,

dale al esfuerzo su mérito;

salva al que busca salvarse

y danos tu gozo eterno.

Amén.

O bien el himno Veni Creator:

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Ven, ¡oh Espíritu Creador!,

visita nuestras almas,

y llena con la divina gracia

los corazones que creaste.

Te llamamos el Paráclito,

don de Dios Altísimo,

Fuente viva, Fuego, Caridad

y Unción suavísima del

alma.

Nos colmas de Tus siete

dones,

Dedo de la diestra paternal.

Tú eres fiel Promesa del

Padre

que enriquece nuestra palabra.

Ilumina nuestros sentidos,

infunde amor en el corazón,

del cuerpo fortalece la

fragilidad

con Tu perpetuo auxilio.

Ahuyenta al enemigo,

pronto concédenos la paz.

Sé nuestro director y nuestro

guía

para que evitemos todo mal.

Por Ti conozcamos al Padre,

al Hijo revélanos también;

creamos en Ti Su Espíritu

con una fe viva y constante.

A Dios Padre sea la gloria,

y al Hijo que resucitó,

lo mismo al Espíritu Paráclito,

por todos los siglos de los

siglos.

Amen.

Al terminar el rato de meditación Puedes terminar el ejercicio con estas o parecidas

palabras: «Gracias, Jesús, por este rato en contacto

con tu Palabra, con tu Luz, con tu Vida, con tu

Amor. Haz que cada día te quiera más y que mi vida

sea cada día más una transparencia de la tuya, de

manera que pueda pasar por la vida haciendo el

bien, como Tú.

Gracias también por haberme dado por Madre a

tu Madre, la Virgen María, que siempre me ayuda a

serte fiel y a que no me aparte nunca de Ti».

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ADVIENTO El valor y significado del Adviento explicado por

Benedicto XVI

San Pablo usa la palabra "venida" (cf. Ts 5, 23)

parousia, en latín adventus, de donde viene el

término Adviento.

Reflexionemos brevemente sobre el significado

de esta palabra, que se puede traducir por

"presencia", "llegada", "venida". En el lenguaje del

mundo antiguo era un término técnico utilizado para

indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey

o del emperador a una provincia. Pero podía indicar

también la venida de la divinidad, que sale de su

escondimiento para manifestarse con fuerza, o que

se celebra presente en el culto. Los cristianos

adoptaron la palabra "Adviento" para expresar su

relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha

entrado en esta pobre "provincia" denominada tierra

para visitar a todos; invita a participar en la fiesta de

su Adviento a todos los que creen en él, a todos los

que creen en su presencia en la asamblea litúrgica.

Con la palabra adventus se quería decir

substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado

del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no

podamos verlo o tocarlo, como sucede con las

realidades sensibles, él está aquí y viene a visitarnos

de múltiples maneras.

Por lo tanto, el significado de la expresión

"Adviento" comprende también el de visitatio, que

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simplemente quiere decir "visita"; en este caso se

trata de una visita de Dios: él entra en mi vida y

quiere dirigirse a mí. En la vida cotidiana todos

experimentamos que tenemos poco tiempo para el

Señor y también poco tiempo para nosotros.

Acabamos dejándonos absorber por el "hacer". ¿No

es verdad que con frecuencia es precisamente la

actividad lo que nos domina, la sociedad con sus

múltiples intereses lo que monopoliza nuestra

atención? ¿No es verdad que se dedica mucho

tiempo al ocio y a todo tipo de diversiones? A veces

las cosas nos "arrollan".

El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que

estamos comenzando, nos invita a detenernos, en

silencio, para captar una presencia. Es una

invitación a comprender que los acontecimientos de

cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de

su atención por cada uno de nosotros. ¡Cuán a

menudo nos hace percibir Dios un poco de su amor!

Escribir —por decirlo así— un "diario interior" de

este amor sería una tarea hermosa y saludable para

nuestra vida. El Adviento nos invita y nos estimula a

contemplar al Señor presente. La certeza de su

presencia, ¿no debería ayudarnos a ver el mundo de

otra manera? ¿No debería ayudarnos a considerar

toda nuestra existencia como "visita", como un

modo en que él puede venir a nosotros y estar cerca

de nosotros, en cualquier situación?

Otro elemento fundamental del Adviento es la

espera, una espera que es al mismo tiempo

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esperanza. El Adviento nos impulsa a entender el

sentido del tiempo y de la historia como "kairós",

como ocasión propicia para nuestra salvación. Jesús

explicó esta realidad misteriosa en muchas

parábolas: en la narración de los siervos invitados a

esperar el regreso de su dueño; en la parábola de las

vírgenes que esperan al esposo; o en las de la

siembra y la siega. En la vida, el hombre está

constantemente a la espera: cuando es niño quiere

crecer; cuando es adulto busca la realización y el

éxito; cuando es de edad avanzada aspira al

merecido descanso. Pero llega el momento en que

descubre que ha esperado demasiado poco si, fuera

de la profesión o de la posición social, no le queda

nada más que esperar. La esperanza marca el

camino de la humanidad, pero para los cristianos

está animada por una certeza: el Señor está presente

a lo largo de nuestra vida, nos acompaña y un día

enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no

lejano, todo encontrará su cumplimiento en el reino

de Dios, reino de justicia y de paz.

Existen maneras muy distintas de esperar. Si el

tiempo no está lleno de un presente cargado de

sentido, la espera puede resultar insoportable; si se

espera algo, pero en este momento no hay nada, es

decir, si el presente está vacío, cada instante que

pasa parece exageradamente largo, y la espera se

transforma en un peso demasiado grande, porque el

futuro es del todo incierto. En cambio, cuando el

tiempo está cargado de sentido, y en cada instante

percibimos algo específico y positivo, entonces la

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alegría de la espera hace más valioso el presente.

Vivamos intensamente el presente, donde ya nos

alcanzan los dones del Señor, vivámoslo

proyectados hacia el futuro, un futuro lleno de

esperanza. De este modo, el Adviento cristiano es

una ocasión para despertar de nuevo en nosotros el

sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón

de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías

esperado durante muchos siglos y que nació en la

pobreza de Belén. Al venir entre nosotros, nos trajo

y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su

salvación. Presente entre nosotros, nos habla de

muchas maneras: en la Sagrada Escritura, en el año

litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la

vida cotidiana, en toda la creación, que cambia de

aspecto si detrás de ella se encuentra él o si está

ofuscada por la niebla de un origen y un futuro

inciertos […].

Queridos amigos, el Adviento es el tiempo de la

presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente

por esta razón es, de modo especial, el tiempo de la

alegría, de una alegría interiorizada, que ningún

sufrimiento puede eliminar. La alegría por el hecho

de que Dios se ha hecho niño. Esta alegría,

invisiblemente presente en nosotros, nos alienta a

caminar confiados. La Virgen María, por medio de

la cual nos ha sido dado el Niño Jesús, es modelo y

sostén de este íntimo gozo. Que ella, discípula fiel

de su Hijo, nos obtenga la gracia de vivir este

tiempo litúrgico, vigilantes y activos en la espera.

Amén». (28-XI-09)

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PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

Las dos venidas de Cristo

«Anunciamos la venida de Cristo, pero no una

sola, sino también una segunda, mucho más

magnífica que la anterior. La primera llevaba

consigo un significado de sufrimiento; esta otra, en

cambio, llevará la diadema del reino divino. Pues

casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor

Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios,

desde toda la eternidad; otro, de la Virgen, en la

plenitud de los tiempos. Es doble también su

descenso: el primero, silencioso, como la lluvia

sobre el vellón; el otro, manifiesto, todavía futuro.

En la primera venida fue envuelto con fajas en el

pesebre; en la segunda se revestirá de luz como

vestidura. En la primera soportó la cruz, sin miedo a

la ignomi­nia; en la otra vendrá glorificado, y

escoltado por un ejército de ángeles. No pensamos,

pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos

también la futura. Y, habiendo proclamado en la

primera: Bendito el que viene en nombre del Señor,

diremos eso mismo en la segunda; y, saliendo al

encuentro del Señor con los ángeles, aclamaremos,

adorándolo: Bendito el que viene en nombre del

Señor.

El Salvador vendrá, no para ser de nuevo

juzgado, sino para llamar a su tribunal a aquellos

por quienes fue llevado a juicio. Aquel que antes,

mientras era juzgado, guardó silencio refrescará la

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memoria de los malhechores que osaron insultarle

cuando estaba en la cruz, y les dirá: Esto hicisteis y

yo callé.

Entonces, por razones de su clemente

providencia, vino a enseñar a los hombres con suave

persuasión; en esa otra ocasión, futura, lo quieran o

no, los hombres tendrán que someterse

necesariamente a su reinado. De ambas venidas

habla el profeta Malaquías: De pronto entrará en el

santuario el Señor a quien vosotros buscáis. He ahí

la primera venida.

Respecto a la otra, dice así: El mensajero de la

alianza que vosotros deseáis: miradlo entrar –dice

el Señor de los ejércitos–. ¿Quién podrá resistir el

día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando

aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de

lavandero: se sentará como un fundidor que refina

la plata.

Escribiendo a Tito, también Pablo habla de esas

dos venidas, en estos términos: Ha aparecido la

gracia de, Dios que trae la salvación para todos los

hombres; enseñándonos a renunciar a la impiedad y

a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora

una vida sobria, honra­da y religiosa, aguardando

la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del

gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. Ahí

expresa su primera venida, dando gracias por ella;

pero también la segunda, la que esperamos.

Por esa razón, en nuestra profesión de fe, tal

como la hemos recibido por tradición, decimos que

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creemos en aquel que subió al cielo, y está sentado

a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con

gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no

tendrá fin.

Vendrá, pues, desde los cielos, nuestro Señor

Jesucristo. Vendrá ciertamente hacia el fin de este

mundo, en el último día, con gloria. Se realizará

entonces la consumación de este mundo, y este

mundo, que fue creado al principio, será otra vez

renovado». (San Cirilo de Jerusalén)

Domingo I de Adviento

ORACIÓN

Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al

comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro

de Cristo, que viene, acompañados por las buenas

obras, para que, colocados un día a su derecha,

merezcan poseer el reino eterno. Por Jesucristo

nuestro Señor.

Ciclo A

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: –Lo

que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga

el Hijo del hombre. Antes del diluvio la gente comía

y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró

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en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el

diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá

cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres

estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo

dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la

llevarán y a otra la dejarán. Estad en vela, porque

no sabéis qué día vendrá vuestro señor.

Comprended que si supiera el dueño de casa a qué

hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no

dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad

también vosotros preparados, porque a la hora que

menos penséis viene el Hijo del hombre (Mt 24, 37-

44).

Ora

—Y no se dieron cuenta hasta que llegó el día

del diluvio.

¡Qué ignorante es, Dios mío, nuestra imprevisión

y nuestra ceguera! Ando calculando y midiendo las

pequeñeces que pueden sobrevenirme en la vida y

no me apercibo de lo que más me interesa.

Se acerca mi fin precipitadamente y no pienso en

ello. Como el diluvio entonces a los habitantes de la

tierra, así me coge a mí por sorpresa la hora inevita-

ble.

Me exhortas, Señor, a que viva alerta. Te

escucho y reflexiono un momento, pero luego me

arrebatan de nuevo las preocupaciones de la vida.

Así vuelan fugaces mis días. Estos ruidos

delirantes del tiempo me estorban oír las pisadas de

la eternidad que se va acercando. Por muy segura

19

que sea su venida y por mucho que la tema, vivo

como si nunca hubiera de llegar.

Abre, Dios mío, mis ojos y mis oídos. Dame la

voz de alerta, antes que sea demasiado tarde. No me

dejes dormir en la despreocupación, como si

quedara mucho tiempo. Que no me sorprenda sin

preparación la campanada final.

—Estad en vela, porque no sabéis qué día

vendrá vuestro Señor.

Me anuncias tu visita, Señor, pero no me dices el

día, ni la hora. Sé que has de venir, pero no sé

cuándo. Y me das la norma prudentísima para

evitarme una sorpresa sin solución.

No puedo abandonarme al azar de la suerte, en

algo de lo que depende mi eterno destino. He de

estar siempre vigilante, como el siervo que aguarda

de un momento a otro la llegada de su señor.

Alumbra Tú mismo, Dios mío, mis vigilias para

que las tinieblas de la noche no cierren mis ojos.

Aparta de mi lado las distracciones que me

entretienen y me despistan de lo fundamental.

¿Por qué me engolfo tanto en las cosas de este

mundo, como si no me fuera a morir nunca? Me

entrego a ellas con un afán desmesurado y necio.

Me absorben y no advierto que el tiempo corre y

que el día del Señor amanecerá muy pronto.

Dame, Dios mío, la sobria prudencia para usar

de las cosas de este mundo en preparación alerta de

20

tu venida. Porque Tú eres mi único y definitivo

bien.

Contempla y da gracias a Dios

Ciclo B

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

«Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el

momento. Es igual que un hombre que se fue de

viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados

su tarea, encargando al portero que velara. Velad,

entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de

la casa, si al atardecer, o a la medianoche, o al

canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga

inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que

os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!» (Mc 13,

33-37).

Ora

—Lo que a vosotros os digo, lo digo a todos:

¡velad!

Tus palabras, buen Maestro, éstas y todas son

palabras dichas particularmente para mí. Van

dirigidas a la sustancia misma de mi ser y no

cambia, ni disminuye su sentido, con la variedad de

tiempos y circunstancias en que se desarrolla mi

vida.

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Aunque hables a uno solo, como a Nicodemo,

hablas para todos. Y aunque hables a una inmensa

muchedumbre, te diriges en particular a cada uno.

Piensas en mí cuando hablas, buen Maestro.

Sabes mi carácter, mis dificultades y mis ansias.

Me dices que esté atento, que viva en escucha

permanente de tus inspiraciones, como quien

siempre está aguardando lo que va a llegar de un

momento a otro.

Me dices que las peripecias de cada día, que las

impresiones del momento no absorban y totalicen

mi atención en lo que tienen de pasajeras y de

puramente sensibles. Que no me entregue a ellas,

como quien se duerme en lo definitivo y no espera

otra cosa.

Me dices que viva con los ojos abiertos a ese

otro mundo de realidades misteriosas y con los

oídos atentos a tus pasos que se van acercando.

Contempla y da gracias a Dios

Ciclo C

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en

la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el

estruendo del mar y el oleaje. Los hombres

quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le

22

viene encima al mundo, pues las potencias del cielo

temblarán. Entonces verán al Hijo del hombre venir

en una nube, con gran poder y gloria. Cuando

empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza;

se acerca vuestra liberación Tened cuidado: no se

os embote la mente con el vicio, la bebida y la

preocupación del dinero, y se os eche encima de

repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre

todos los habitantes de la tierra. Estad siempre

despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo

que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo

del hombre (Lc 21, 25-28.34-36).

Ora

—Alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.

Con frecuencia las tribulaciones de la vida

hunden mi cabeza y muchas veces se me hace

tedioso hasta el vivir. Así lo quieres Tú, Señor, para

ejercicio de mi paciencia y para que mi corazón no

ponga su esperanza y su amor en nada de este

mundo.

He de cargar con mi cruz detrás de Ti, porque Tú

mismo has enseñado que no hay otra manera de

seguirte. De cuando en cuando, levanto mis ojos

para mirar tu cruz y animarme a soportar la mía.

Entonces me da vergüenza pensar que sufro, viendo

lo que tuviste Tú que sufrir. Pienso que es muy

corto mi amor, cuando tan pronto se queja y

desfallece con la carga.

Te pido, Señor, que me des fortaleza para seguir

adelante; que las pruebas no entibien mi amor, sino

23

que lo enciendan más. Dame, Señor, paciencia y

humildad para que las pruebas y purificaciones de

ahora confirmen mi esperanza de liberación cuando

Tú quieras.

—No se os embote la mente con el vicio, la

bebida y la preocupación del dinero.

Así es, Maestro, que las preocupaciones de cada

día engendran el embotamiento de mi corazón.

Absorben mi mente e insensiblemente me van

desinteresando de las cosas eternas.

No encuentro tiempo a propósito para estar

contigo, Señor, y que me hables de las verdades

fundamentales para mi alma. Si me esfuerzo y logro

sustraerme a las ocupaciones que me tiranizan, no

consigo, sin embargo, que las preocupaciones dejen

libre mi corazón. Me siguen donde quiera que me

escondo.

Son preocupaciones materiales y temporales. La

materia se desmorona y el tiempo pasa, pero mis

preocupaciones se fijan y estabilizan, como si

fueran de problemas eternos. Y, si a ratos consigo

desembarazarme de ellas, mi corazón ha quedado

embotado e insensible y no sabe abrirse a la verdad

misteriosa.

Compadécete de mí, Señor, y de este mi corazón

esclavo de la materia y del tiempo. Quisiera estar

largamente contigo, escuchando con paz y con

emoción tus palabras.

24

—Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza.

Como Tú lo dices, Maestro, así lo deseo y así lo

necesito. Pero no puedo conseguirlo, si Tú no me

enseñas. Necesito estar alerta, pero mis pasiones me

adormecen o me arrebatan y las criaturas me

encandilan y me sacan fuera de mí mismo.

Cuando sacudo mi sopor o mi aturdimiento, ya

se me pasó la ocasión de hacer el bien o se deslizó

el pecado en mi corazón.

Necesito orar en todo tiempo y acudir a Ti,

Señor, continuamente porque soy tan débil y tan

pobre. Y apenas si, a ratos perdidos, sale de mis

labios más que de mi corazón una oración fría y

rutinaria.

Enséñame, Señor, a curar mis sentidos, porque

es la ávida curiosidad de las cosas exteriores lo que

me estorba para entrar en comunicación contigo.

No percibo tu misteriosa presencia, porque para

eso son necesarios unos ojos cerrados y un corazón

libre de los deseos de la tierra.

Haz, Señor, el silencio en torno mío y dentro de

mí, para que pueda hablarte y oírte.

Contempla y da gracias a Dios

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Lunes I de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm,

un centurión se le acercó diciéndole: «Señor, tengo

en casa un criado que está en cama paralítico y

sufre mucho»

Él le contestó: «Voy a curarlo». Pero el

centurión le replicó: « Señor, ¿quién Soy yo para

que entres bajo mi techo? Basta que lo digas de

palabra y mi criado quedará sano. Porque yo

también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis

órdenes; y le digo a uno: “Ven”, y viene; al otro:

“Ve”, y va, a mi criado: “Haz esta”, y lo hace».

Cuando Jesús lo oyó, quedó admirado y dijo a los

que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he

encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán

muchos de Oriente y de Occidente y se sentarán con

Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos»

(Mt 8, 5-11).

Ora

—Voy a curarlo.

¡Qué grande es, Maestro, la bondad de tu

corazón! No necesitas moverte para curar a un

pobre enfermo, basta con que lo quieras y lo

mandes. Pero Tú prefieres visitarlo personalmente y

ésta es una gracia incomparable. Esta es una gracia

mayor que cualquier otra gracia.

26

Tu visita vale más que la salud, que con ella

quieres darle. Muchas veces busco y te pido tus

gracias y quizá no reflexiono que ninguna otra hay

superior a la que me haces cada día cuando te

dignas visitarme.

¿Por qué estimo, Señor, y me preocupo más de

los efectos sensibles de tu visita que de tu visita

misma? Deseo la devoción y el fervor y las

lágrimas y tu don vale más que todo eso. Y todo eso

valdría bien poco, si no vinieras Tú, Señor

benignísimo, a visitar a tu siervo, enfermo y pobre.

Gracias te doy por mi enfermedad y por mi

pobreza, si ellas sirven para excitar más tu

misericordia. Jesús, ya sé que no son mis méritos,

sino mi mayor necesidad.

— ¿Quién soy yo para que entres bajo mi techo?

Señor, yo no soy digno. Yo no soy digno de que

vengas a mí. Ni soy digno tampoco de ir a Ti.

Si he de buscar primero mis méritos, entonces

no podría acercarme nunca. Y nunca podría esperar

que me escuchases. Pero si mediaran algunos

méritos míos, entonces no sería todo misericordia

tuya. Y todo es, Maestro, todo es absolutamente

misericordia tuya.

Aun entonces cuando, al fin, hay algunos

méritos de mi parte sólo puede haberlos porque

antes precedió tu misericordia. Tu misericordia no

está sólo al fin de mis obras, sino también al

comienzo de ellas.

27

No soy digno, Señor. Pero Tú eres tan bueno,

que puedo esperar. No pido justicia, Dios mío, ni

siquiera equidad. No puedo pedir más, sino que

emplees en mí tu benignidad y tu clemencia. Pues

ven, Señor, ven a mí casa; ven a mí, como te has

dignado venir algunas veces y regalar a tu humilde

siervo con la alegría dulcísima de tu presencia.

—Basta que lo digas de palabra.

Con una palabra curaste, buen Maestro, al

siervo. Aunque no me sea dado gozar de tu

presencia detenida y regalada, aunque no te escuche

largamente, ni te sienta experimentalmente cerca de

mí, como te sienten a veces tus grandes amigos;

pero, Señor, di a tu siervo una palabra, una sola

palabra, que llegue a las entrañas de mi ser y lo

conmueva y lo transforme definitivamente.

Tu palabra es de una eficacia misteriosa y

maravillosa, cuando penetra en el espíritu. Tengo

hambre de lo que Tú puedes decirme, y una sola

palabra tuya puede calmarla y nutrirme para mucho

tiempo.

Me veo muchas veces enredado en largas

conversaciones con amigos y aun con extraños,

oigo interminables discursos y exposiciones. Y

nada llega adentro, Señor.

Venga una palabra tuya que, aun sin pasar por

los oídos, vaya directamente al corazón y caiga en

él, como la lluvia en tierra sedienta. Dime una

28

palabra, Señor; la que Tú sabes decir, la que yo

necesito.

Contempla y da gracias a Dios

Martes I de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu

Santo, exclamó Jesús: –Te doy gracias, Padre,

Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido

estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has

revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te

ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi

Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el

Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a

quien el Hijo se lo quiere revelar.

Y volviéndose a sus discípulos les dijo aparte:

“¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis!

Porque os aseguro que muchos profetas y reyes

desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y

oír lo que oís y no lo oyeron” (Lc 10, 21-24).

Ora

— Has escondido estas cosas a los sabios y a los

entendidos.

Tú prefieres y eliges a los ignorantes y pequeños

para hacerles la revelación de tus misterios.

29

Toda la sabiduría de la tierra, por mucha que se

amontone en una inteligencia, no puede llegar a un

mínimo secreto de los que Tú enseñas, Maestro,

cuando te dignas iluminar a un alma.

¡Cómo te complaces en hablar ocultamente a los

humildes y los llenas de gozo y de celestial

sabiduría! Les hablas para ellos y también les

hablas muchas veces para que ellos, niños

ignorantes de este mundo, sean maestros de los

sabios del mundo. Porque toda sabiduría es pura

ignorancia y tinieblas hasta que hablas Tú.

— Nadie conoce quien es el Padre sino el Hijo y

aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Las criaturas balbucean torpemente, cuando me

hablan de Dios; pero ni con balbuceos saben

hablarme del Padre. Esta palabra nadie hubiera

podido sospecharla, si no la hubieras pronunciado

Tú. Y será siempre una palabra enigmática y oculta

para quien la escuche, si Tú no le abres los oídos

del común.

Háblame Señor, del Padre, Tú que vienes de Él y

estás continuamente contemplándolo. Pronuncia

dentro de mí la palabra misteriosa e iluminadora

para que yo también, miserable criatura, conozca al

Padre y se llené de gozo mi corazón.

Que te conozca a Ti y que conozca al Padre que

te envió, porque en esto consiste la Vida eterna.

Que te conozca a Ti, porque el que a Ti te conoce,

también conoce al Padre y no hay otro camino para

30

El. Muéstrame, Señor Jesús, al Padre y me basta.

Porque este conocimiento guiará toda mi vida en la

verdad, en la confianza y en el amor.

Amaré al Padre y te amaré a Ti y a todas las

criaturas que proceden del Padre y son mis

hermanos.

— Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis.

Bienaventurados los ojos que miran con amor,

porque ven interiormente. Tú hablas ahora en

particular a tus discípulos y no en general a los

judíos. Porque no todos veían lo mismo, aunque

todos te veían a Ti. Todos te veían, pero no todos

veían el misterio de tu Persona. Porque no todos

miraban de la misma manera. Ciertamente que son

bienaventurados los ojos que saben mirar.

¡Qué tristes ojos los que te tienen delante, Señor,

y no te ven! Lo ven todo y quieren gozar de todo y

nada les satisface. De ahí su incesante y miserable

curiosidad.

Ya los ojos de la carne no te ven, ni pueden

verte en este mundo. Pasaron ya los días de tu

presencia sensible sobre la tierra. Pero yo necesito

verte y puedo verte tal cual estás ahora entre

nosotros.

¿Por qué no te veo, Jesús, o te veo tan pocas

veces? Tu imagen es tan borrosa, que apenas si

reconozco que eres tú. Debe ser porque no te miro

con amor. Te miro con curiosidad o con

indiferencia o con egoísmo, según la situación en

31

que me encuentro. Enséñame, Señor, a mirar con

amor, porque el amor ilumina los ojos.

Contempla y da gracias a Dios

Miércoles I de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, Jesús se marchó de allí y,

bordeando el lago de Galilea, subió al monte y se

sentó en él. Acudió a él mucha gente llevando

tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos

otros; los echaban a sus pies y él los curaba. La

gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos

a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los

ciegos, y dieron gloria al Dios de Israel. Jesús

llamó a sus discípulos y les dijo: –Me da lástima de

la gente porque llevan ya tres días conmigo y no

tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en

ayunas. No sea que se desmayen en el camino.

Los discípulos le preguntaron: –¿De dónde

vamos a sacar en un despoblado panes suficientes

para saciar a tanta gente? Jesús les preguntó: -

¿Cuántos panes tenéis? Ellos contestaron: –Siete y

unos pocos peces. Él mandó que la gente se sentara

en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, dijo la

acción de gracias, los partió y los fue dando a los

discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron

todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete

32

cestas llenas. Los que comieron fueron cuatro mil

hombres, sin contar mujeres y niños. Él despidió a

la gente, montó en la barca y fue a la comarca de

Magadán (Mt 15, 29-37).

Ora

—Llevan ya tres días conmigo…

¡Buen Maestro! Aquellas multitudes se sentían

atraídas por tu persona y te seguían incansables.

Tenían abandonadas sus casas y ocupaciones y ni

siquiera se preocupaban del alimento necesario.

Era la esperanza, que tenían de encontrar en Ti el

remedio para su enfermedad. Pero les cautivaba y

atraía mucho más, aunque no se dieran cuenta, el

misterio inefable de tu Divinidad.

Quizá muchos te busquemos con nuestros

intereses pequeños de tierra, porque no sabemos

otra cosa. Pero cuando te encontramos, de una u

otra manera, Tú te apoderas del corazón y todo lo

demás se olvida.

Jesús, yo te pido continuamente esta gracia única

de encontrarte. En ella lo cifro todo. Encuentro

muchas cosas que me atraen y después me

decepcionan y hastían. Yo quiero encontrarte de

verdad y ser envuelto por tu misterio.

—…y no tienen qué comer.

Parece, buen Maestro, que la necesidad de los

hambrientos excita particularmente tu compasión.

33

Has venido a dar un pan misterioso y divino,

pero te conmueves porque no tienen ni siquiera el

pan de la tierra. No hemos nacido para vivir siempre

en la tierra, pero mientras vivimos en ella

necesitados de pan terreno. Y te da pena que

muchos no lo tengan.

¡Qué bendita es la mano que les da el pan, que

acalla su hambre y calma la amargura de sus

corazones! Dame pan para repartir a manos llenas y

hambre de ti para que te busque cada día con mayor

amor.

—Se desmayen en el camino.

Infaliblemente desfallecerá, buen Maestro, el

que se aleje de Ti. Mientras estoy contigo y siento

tu presencia, todo es fácil. Me olvido de todo lo que

impresiona en este mundo, no advierto qué escasas

son mis fuerzas, no me acobardan los peligros, ni

siquiera las necesidades de la vida me detienen o me

hacen aflojar. En cuanto te retiras o yo empiezo a

alejarme de Ti, se queja, Señor, la pobre naturaleza

y termina por desplomarse. En sus vacilaciones, en

sus miedos o en sus ansias, va tendiendo su mano a

todo lo que encuentra al paso.

¡Qué triste es, Señor, este no caminar contigo!

Mucho más, si alguna vez se ha experimentado lo

que es tu presencia y compañía.

Pero para el caminante es peligroso sobre todo,

Señor, no comerte, no alimentarse de Ti. Se debilita

en el avance, incapaz de afrontar los peligros y de

34

resistir las tentaciones del mundo y del maligno. Sin

Ti, el viaje no me lleva a la santidad, ni a la paz.

Contempla y da gracias a Dios

Jueves I de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos –No

todo el que me dice: «¡Señor, Señor!» entrará en el

Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad

de mi Padre que está en el cielo. El que escucha

estas palabras mías y las pone en práctica se parece

a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre

roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron

los vientos y descargaron contra la casa: pero no se

hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que

escucha estas palabras mías y no las pone en

práctica se parece a aquel hombre necio que edificó

su casa sobre arena. Cavó la lluvia, se salieron los

ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la

casa, y se hundió totalmente (Mt 7, 21. 24-27).

Ora

— Un hombre que edificó su casa sobre la roca.

Tú eres, Señor, la roca firmísima. El que edifica

sobre Ti no temerá a los vientos, ni a las avalanchas

de los ríos desbordados. El que edifica sobre la

35

verdad de tu palabra, que no es como la palabra

vana y voluble de los hombres.

Dichoso el que coloca los cimientos de su vida

sobre lo que Tú has enseñado y cifra su esperanza

en cuanto Tú has prometido.

Las contingencias de este mundo no podrán

perturbar la serena seguridad de su espíritu. Y, si

teme y vacila, señal es que no ha construido sobre tu

palabra, sino sobre esperanzas humanas.

Dios mío, la experiencia ha venido a enseñarme

cuántas veces se equivocan los hombres, por más

sabios que sean y por grande que sea el crédito que

se hayan conquistado por su ciencia o por su

prudencia.

Por eso, es necio el que se fía ciegamente de las

enseñanzas del hombre. Y más necio es el que se

deja arrastrar por el corazón y confía ilimitadamente

en la benevolencia o en el amor y promesas de la

criatura.

Todo eso es arena movediza y Tú, Maestro sabio

y bueno, me adviertes sobre qué roca he de

fundamentar la fe y la esperanza de mi vida.

Puedes orar también con estas palabras de

Benedicto XVI en la JMJ de Madrid:

Al edificar sobre la roca firme, no solamente

vuestra vida será sólida y estable, sino que

contribuirá a proyectar la luz de Cristo sobre

vuestros coetáneos y sobre toda la humanidad,

36

mostrando una alternativa válida a tantos como se

han venido abajo en la vida, porque los

fundamentos de su existencia eran inconsistentes. A

tantos que se contentan con seguir las corrientes de

moda, se cobijan en el interés inmediato, olvidando

la justicia verdadera, o se refugian en pareceres

propios en vez de buscar la verdad sin adjetivos.

Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan

no tener necesidad de más raíces ni cimientos que

ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que

es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo

injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser

sacrificado en aras de otras preferencias; dar en

cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo,

dejándose llevar por el impulso de cada momento.

Estas tentaciones siempre están al acecho. Es

importante no sucumbir a ellas, porque, en realidad,

conducen a algo tan evanescente como una

existencia sin horizontes, una libertad sin Dios.

Nosotros, en cambio, sabemos bien que hemos sido

creados libres, a imagen de Dios, precisamente para

que seamos protagonistas de la búsqueda de la

verdad y del bien, responsables de nuestras

acciones, y no meros ejecutores ciegos,

colaboradores creativos en la tarea de cultivar y

embellecer la obra de la creación. Dios quiere un

interlocutor responsable, alguien que pueda dialogar

con Él y amarle. Por Cristo lo podemos conseguir

verdaderamente y, arraigados en Él, damos alas a

nuestra libertad. ¿No es este el gran motivo de

nuestra alegría? ¿No es este un suelo firme para

37

edificar la civilización del amor y de la vida, capaz

de humanizar a todo hombre?

Queridos amigos: sed prudentes y sabios,

edificad vuestras vidas sobre el cimiento firme que

es Cristo. Esta sabiduría y prudencia guiará vuestros

pasos, nada os hará temblar y en vuestro corazón

reinará la paz. Entonces seréis bienaventurados,

dichosos, y vuestra alegría contagiará a los demás.

Se preguntarán por el secreto de vuestra vida y

descubrirán que la roca que sostiene todo el edificio

y sobre la que se asienta toda vuestra existencia es

la persona misma de Cristo, vuestro amigo,

hermano y Señor, el Hijo de Dios hecho hombre,

que da consistencia a todo el universo.

Contempla y da gracias a Dios

Viernes I de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, al marcharse Jesús, le

siguieron dos ciegos gritando:

–Ten compasión de nosotros, Hijo de David. Al

llegar a la casa se le acercaron dos ciegos y Jesús

les dijo. –¿Creéis que puedo hacerlo? Contestaron:

–Sí. Señor. Entonces les tocó los ojos diciendo: Que

os suceda conforme a vuestra fe. Y se les abrieron

los ojos. Jesús les ordenó severamente: –¡Cuidado

38

con que lo sepa alguien! Pero ellos, al salir,

hablaron de él por toda la comarca (Mt 9, 27-31).

Ora

—¿Creéis que puedo hacerlo?

¿Cómo hubieran acudido a Ti, Señor, y cómo

clamarían tanto, si no estuviesen persuadidos de tu

poder? Van dando voces y apelan a tu

misericordia. No dudan de tu maravilloso e

incomparable poder.

Y, sin embargo, Tú insistes en que reflexionen

sobre su propia fe y no se dejan llevar de un

ambiente general de entusiasmo. Tú reclamas en

ellos la confianza personal e ilimitada.

¿Por qué puedes Tú y no pueden los demás?

¿Por qué puedes Tú y por qué llegas Tú allí, donde

todos fracasan y no tienen nada que hacer?

Tú quieres que esa fe se convierta en una

confianza y en una entrega a tu Persona. Que vean

con los ojos de su corazón antes de ver con los ojos

del cuerpo. ¿Para qué me servirían los del cuerpo

Señor y Dios mío, si no iluminases los ojos de mi

corazón?

Sí Señor, yo quiero verte con el corazón, quiero

acercarme a Ti con todas las ansias de mi corazón,

aunque mis manos vayan tentando torpemente por

los obstáculos de la vida.

39

— Les tocó los ojos.

No te contentas con curarlos, Señor, sino que

con dulce caridad les tocas sus ojos ciegos. Y al

contacto de tu mano se enciende en ellos la luz. Es

el contacto de tu mano y, mucho más, el contacto de

tu misericordia.

No se hubiera movido tu mano, si antes no se

hubiera conmovido tu Corazón. Y cuántas veces,

Señor Jesús, tu Corazón se conmueve aunque no

entre en los planes de tu providencia que se mueve

también tu mano.

De todas maneras yo me fío de Ti, Señor,

aunque mis sentidos no perciban en Ti ningún

movimiento, aunque no sienta el contacto tuyo con

mi necesidad presente. Porque sé que tu Corazón,

reacciona siempre a mi súplica, aunque no siempre

de la manera que mi ignorancia había proyectado.

Y no siempre advierto el misterioso pulsar de tu

Corazón en algún gesto exterior tuyo; pero antes o

después, de una forma o de otra, sabré de sus

misteriosas pulsiones.

Contempla y da gracias a Dios

Sábado I de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, Jesús recorría todas las

ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas,

40

anunciando el evangelio del Reino y curando todas

las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las

gentes se compadecía de ellas, porque estaban

extenuadas Y abandonadas, «como ovejas que no

tienen pastor». Entonces dijo a sus discípulos: –La

mies es abundante, pero los trabajadores son pocos;

rogad, pues, al Señor de la mies que mande

trabajadores a su mies.

Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad

para expulsar espíritus inmundos y curar toda

enfermedad y dolencia. A estos doce los envió con

estas instrucciones: –No vayáis a tierra de paganos,

no entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las

ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad

diciendo que el Reino de los cielos está cerca.

Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad

leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido,

dad gratis (Mt 9, 35-10, 1.6-8).

Ora

—Jesús recorría todas las ciudades y aldeas.

Conoces, Señor, todos los caminos y llamas a

todas las puertas. Tienes ansias de enseñar y de que

aprendamos. ¿Qué provecho personal sacas con ese

tu peregrinar fatigoso?

Te impulsa siempre el amor. No vas a lo tuyo,

sino a lo mío, a lo nuestro, a lo de todos nosotros.

Te interesas por nosotros que no conocemos la

verdad y que andamos por caminos que no

conducen a nuestro bien.

41

También hoy sigues recorriendo las ciudades y

los campos del mundo todo y sigues llamando

misteriosamente a las almas. Los caminos de tus

enviados prolongan tus caminos. Y, mientras la voz

de ellos resuena en los oídos, tu voz alerta y

estremece los corazones. Y, aun sin la voz de ellos,

cuántas veces la tuya en secreto instruye a las

almas.

Quizá no advierto que eres Tú, Maestro, quien

está pulsando a mi puerta y sigo indiferente y sin

prestar atención a tus llamadas. Quizá creo que es

pensamiento fortuito o una corazonada casual y sin

trascendencia, cuando era realmente un impulso de

tu gracia.

Se me pasó aquella ocasión de escucharte,

porque no reflexioné en que Tú estabas pasando

cerca de mí.

—Como ovejas que no tienen pastor.

No te enojas con el pobre pueblo, Señor, ni lo

desprecias como los fariseos, sino que te

compadeces y quieres ayudarlo. Es miserable y

necesitado.

Pon, Señor, en mi corazón los sentimientos que

movían al tuyo. Dame voluntad y medios para

ayudar a mis hermanos en sus necesidades.

Aunque me llamen pesado o se rían de mí,

quiero amarles y ayudarles como lo hacías Tú.

¿De qué sirve, Señor, tanto progreso, tanta

comodidad, tantos adelantos si los corazones están

perdidos y sufren?

42

Muchos te rechazan, Dios eterno, pero no saben

lo que hacen. No conocen tu verdad y tu amor. No

conocen más que esta vida, que les es tan dura,

aunque son hijos tuyos. No consientas, Maestro, que

yo sea cómplice de tanta injusticia.

—Gratis habéis recibido, dad gratis

Aparta, Dios mío, de mi corazón todo espíritu de

avaricia y toda apetencia de las cosas de este

mundo.

Tú eres dispensador generoso de tus bienes y nos

los comunicas para que los repartamos

desinteresadamente. Te desagrada la codicia y el

afán de lucro en los que no hacen más que dispensar

lo que es tuyo. Bástanos, Dios mío, el vivir

sencillamente el tiempo que Tú quieres confiarnos

la misión señalada a cada uno por tu Providencia.

Bástanos esa sencillez de vida, lo necesario

precisamente para cumplir la misión encomendada.

Tú vivías pobremente de las limosnas ajenas,

cuando, por atender a tu misión de maestro, no

podías ejercer tu humilde oficio artesano.

Como Tú, quieres que procedamos también

nosotros, que sean, Señor, las almas y no los bienes

de este mundo el objeto de nuestra solicitud.

Contempla y da gracias a Dios

43

8 de Diciembre

INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

Evangelio Lc 1, 26-38 (ver p.112-113)

En este día puedes meditar esta homilía de

Benedicto XVI

¿Qué significa "María, la Inmaculada"? ¿Este

título tiene algo que decirnos? La liturgia de hoy

nos aclara el contenido de esta palabra con dos

grandes imágenes. Ante todo, el relato maravilloso

del anuncio a María, la Virgen de Nazaret, de la

venida del Mesías.

El saludo del ángel está entretejido con hilos del

Antiguo Testamento, especialmente del profeta

Sofonías. Nos hace comprender que María, la

humilde mujer de provincia, que proviene de una

estirpe sacerdotal y lleva en sí el gran patrimonio

sacerdotal de Israel, es el "resto santo" de Israel, al

que hacían referencia los profetas en todos los

períodos turbulentos y tenebrosos. En ella está

presente la verdadera Sión, la pura, la morada viva

de Dios. En ella habita el Señor, en ella encuentra el

lugar de su descanso. Ella es la casa viva de Dios,

que no habita en edificios de piedra, sino en el

corazón del hombre vivo.

Ella es el retoño que, en la oscura noche

invernal de la historia, florece del tronco abatido de

David. En ella se cumplen las palabras del salmo:

"La tierra ha dado su fruto" (Sal 67, 7). Ella es el

44

vástago, del que deriva el árbol de la redención y de

los redimidos. Dios no ha fracasado, como podía

parecer al inicio de la historia con Adán y Eva, o

durante el período del exilio babilónico, y como

parecía nuevamente en el tiempo de María, cuando

Israel se había convertido en un pueblo sin

importancia en una región ocupada, con muy pocos

signos reconocibles de su santidad. Dios no ha

fracasado. En la humildad de la casa de Nazaret

vive el Israel santo, el resto puro. Dios salvó y salva

a su pueblo. Del tronco abatido resplandece

nuevamente su historia, convirtiéndose en una

nueva fuerza viva que orienta e impregna el mundo.

María es el Israel santo; ella dice "sí" al Señor, se

pone plenamente a su disposición, y así se convierte

en el templo vivo de Dios.

La segunda imagen es mucho más difícil y

oscura. Esta metáfora, tomada del libro del Génesis,

nos habla de una gran distancia histórica, que sólo

con esfuerzo se puede aclarar; sólo a lo largo de la

historia ha sido posible desarrollar una comprensión

más profunda de lo que allí se refiere. Se predice

que, durante toda la historia, continuará la lucha

entre el hombre y la serpiente, es decir, entre el

hombre y las fuerzas del mal y de la muerte. Pero

también se anuncia que "el linaje" de la mujer un

día vencerá y aplastará la cabeza de la serpiente, la

muerte; se anuncia que el linaje de la mujer —y en

él la mujer y la madre misma— vencerá, y así,

mediante el hombre, Dios vencerá. Si junto con la

Iglesia creyente y orante nos ponemos a la escucha

45

ante este texto, entonces podemos comenzar a

comprender qué es el pecado original, el pecado

hereditario, y también cuál es la defensa contra este

pecado hereditario, qué es la redención.

¿Cuál es el cuadro que se nos presenta en esta

página? El hombre no se fía de Dios. Tentado por

las palabras de la serpiente, abriga la sospecha de

que Dios, en definitiva, le quita algo de su vida, que

Dios es un competidor que limita nuestra libertad, y

que sólo seremos plenamente seres humanos cuando

lo dejemos de lado; es decir, que sólo de este modo

podemos realizar plenamente nuestra libertad.

El hombre vive con la sospecha de que el amor

de Dios crea una dependencia y que necesita

desembarazarse de esta dependencia para ser

plenamente él mismo. El hombre no quiere recibir

de Dios su existencia y la plenitud de su vida. Él

quiere tomar por sí mismo del árbol del

conocimiento el poder de plasmar el mundo, de

hacerse dios, elevándose a su nivel, y de vencer con

sus fuerzas a la muerte y las tinieblas. No quiere

contar con el amor que no le parece fiable; cuenta

únicamente con el conocimiento, puesto que le

confiere el poder. Más que el amor, busca el poder,

con el que quiere dirigir de modo autónomo su vida.

Al hacer esto, se fía de la mentira más que de la

verdad, y así se hunde con su vida en el vacío, en la

muerte.

Amor no es dependencia, sino don que nos hace

vivir. La libertad de un ser humano es la libertad de

46

un ser limitado y, por tanto, es limitada ella misma.

Sólo podemos poseerla como libertad compartida,

en la comunión de las libertades: la libertad sólo

puede desarrollarse si vivimos, como debemos,

unos con otros y unos para otros. Vivimos como

debemos, si vivimos según la verdad de nuestro ser,

es decir, según la voluntad de Dios. Porque la

voluntad de Dios no es para el hombre una ley

impuesta desde fuera, que lo obliga, sino la medida

intrínseca de su naturaleza, una medida que está

inscrita en él y lo hace imagen de Dios, y así

criatura libre.

Si vivimos contra el amor y contra la verdad —

contra Dios—, entonces nos destruimos

recíprocamente y destruimos el mundo. Así no

encontramos la vida, sino que obramos en interés de

la muerte. Todo esto está relatado, con imágenes

inmortales, en la historia de la caída original y de la

expulsión del hombre del Paraíso terrestre.

Queridos hermanos y hermanas, si reflexionamos

sinceramente sobre nosotros mismos y sobre nuestra

historia, debemos decir que con este relato no sólo

se describe la historia del inicio, sino también la

historia de todos los tiempos, y que todos llevamos

dentro de nosotros una gota del veneno de ese modo

de pensar reflejado en las imágenes del libro del

Génesis. Esta gota de veneno la llamamos pecado

original.

Precisamente en la fiesta de la Inmaculada

Concepción brota en nosotros la sospecha de que

47

una persona que no peca para nada, en el fondo es

aburrida; que le falta algo en su vida: la dimensión

dramática de ser autónomos; que la libertad de decir

no, el bajar a las tinieblas del pecado y querer actuar

por sí mismos forma parte del verdadero hecho de

ser hombres; que sólo entonces se puede disfrutar a

fondo de toda la amplitud y la profundidad del

hecho de ser hombres, de ser verdaderamente

nosotros mismos; que debemos poner a prueba esta

libertad, incluso contra Dios, para llegar a ser

realmente nosotros mismos. En una palabra,

pensamos que en el fondo el mal es bueno, que lo

necesitamos, al menos un poco, para experimentar la

plenitud del ser.

Pensamos que Mefistófeles —el tentador— tiene

razón cuando dice que es la fuerza "que siempre

quiere el mal y siempre obra el bien" (Johann

Wolfgang von Goethe, Fausto I, 3). Pensamos que

pactar un poco con el mal, reservarse un poco de

libertad contra Dios, en el fondo está bien, e

incluso que es necesario.

Pero al mirar el mundo que nos rodea, podemos

ver que no es así, es decir, que el mal envenena

siempre, no eleva al hombre, sino que lo envilece y

lo humilla; no lo hace más grande, más puro y más

rico, sino que lo daña y lo empequeñece. En el día

de la Inmaculada debemos aprender más bien esto:

el hombre que se abandona totalmente en las manos

de Dios no se convierte en un títere de Dios, en una

persona aburrida y conformista; no pierde su

48

libertad. Sólo el hombre que se pone totalmente en

manos de Dios encuentra la verdadera libertad, la

amplitud grande y creativa de la libertad del bien. El

hombre que se dirige hacia Dios no se hace más

pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios y

junto con él se hace grande, se hace divino, llega a

ser verdaderamente él mismo. El hombre que se

pone en manos de Dios no se aleja de los demás,

retirándose a su salvación privada; al contrario, sólo

entonces su corazón se despierta verdaderamente y

él se transforma en una persona sensible y, por

tanto, benévola y abierta.

Cuanto más cerca está el hombre de Dios, tanto

más cerca está de los hombres. Lo vemos en María.

El hecho de que está totalmente en Dios es la razón

por la que está también tan cerca de los hombres.

Por eso puede ser la Madre de todo consuelo y de

toda ayuda, una Madre a la que todos, en cualquier

necesidad, pueden osar dirigirse en su debilidad y

en su pecado, porque ella lo comprende todo y es

para todos la fuerza abierta de la bondad creativa.

En ella Dios graba su propia imagen, la imagen

de Aquel que sigue la oveja perdida hasta las

montañas y hasta los espinos y abrojos de los

pecados de este mundo, dejándose herir por la

corona de espinas de estos pecados, para tomar la

oveja sobre sus hombros y llevarla a casa.

Como Madre que se compadece, María es la

figura anticipada y el retrato permanente del Hijo. Y

así vemos que también la imagen de la Dolorosa, de

49

la Madre que comparte el sufrimiento y el amor, es

una verdadera imagen de la Inmaculada. Su

corazón, mediante el ser y el sentir con Dios, se

ensanchó. En ella, la bondad de Dios se acercó y se

acerca mucho a nosotros. Así, María está ante

nosotros como signo de consuelo, de aliento y de

esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: "Ten la

valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo

de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la

valentía de arriesgar con la bondad. Ten la valentía

de arriesgar con el corazón puro. Comprométete con

Dios; y entonces verás que precisamente así tu vida

se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino

llena de infinitas sorpresas, porque la bondad

infinita de Dios no se agota jamás".

En este día de fiesta queremos dar gracias al

Señor por el gran signo de su bondad que nos dio en

María, su Madre y Madre de la Iglesia. Queremos

implorarle que ponga a María en nuestro camino

como luz que nos ayude a convertirnos también

nosotros en luz y a llevar esta luz en las noches de

la historia. Amén (8 diciembre 2005).

50

SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO

¡Qué admirable intercambio!

El Hijo de Dios en persona, aquel que existe

desde toda la eternidad, aquel que es invisible,

incomprensible, incorpóreo, principio de principio,

luz de luz, fuente de vida e inmortalidad expresión

del supremo arquetipo, sello inmutable, imagen

fidelísima, palabra y pensamiento del Padre, él

mismo viene en ayuda de la criatura, que es su

imagen: por amor del hombre se hace hombre, por

amor a mi alma se une a un alma intelectual, para

purificar a aquellos a quienes se ha hecho semejante,

asumiendo todo lo humano, excepto el pecado. Fue

concebido en el seno de la Virgen, previamente

purificada en su cuerpo y en su alma por el Espíritu

(ya que convenía honrar el hecho de la generación,

destacando al mismo tiempo la preeminencia de la

virginidad); y así, siendo Dios, nació con la

naturaleza humana que había asumido, y unió en su

persona dos cosas entre sí contrarias, a saber, la

carne y el espíritu, de las cuales una confirió la

divinidad, otra la recibió.

Enriquece a los demás, haciéndose pobre él

mismo, ya que acepta la pobreza de mi condición

humana para que yo pueda conseguir las riquezas de

su divinidad. Él, que posee en todo la plenitud, se

anonada a sí mismo, ya que, por un tiempo, se priva

51

de su gloria, para que yo pueda ser partícipe de su

plenitud.

¿Qué son estas riquezas de su bondad? ¿Qué es

este misterio en favor mío? Yo recibí la imagen

divina, mas no supe conservarla. Ahora él asume mi

condición humana, para salvar aquella imagen y dar

la inmortalidad a esta condición mía; establece con

nosotros un segundo consorcio mucho más

admirable que el primero.

Convenía que la naturaleza humana fuera

santificada mediante la asunción de esta humanidad

por Dios; así, superado el tirano por una fuerza

superior, el mismo Dios nos concedería de nuevo la

liberación y nos llamaría a sí por mediación del

Hijo. Todo ello para gloria del Padre, a la cual

vemos que subordina siempre el Hijo toda su

actuación.

El buen Pastor que dio su vida por las ovejas

salió en busca de la oveja descarriada, por los

montes y collados donde sacrificábamos a los

ídolos; halló a la oveja descarriada y, una vez

hallada, la tomó sobre sus hombros, los mismos que

cargaron con la cruz, y la condujo así a la vida

celestial.

A aquella primera lámpara, que fue el Precursor,

sigue esta luz clarísima; a la voz, sigue la Palabra; al

amigo del esposo, el esposo mismo, que prepara

para el Señor un pueblo bien dispuesto,

predisponiéndolo para el Espíritu con la previa

purificación del agua. Fue necesario que Dios se

52

hiciera hombre y muriera, para que nosotros

tuviéramos vida. Hemos muerto con él, para ser

purificados; hemos resucitado con él, porque con él

hemos muerto; hemos sido glorificados con él,

porque con él hemos resucitado. (San Gregorio

Nacianceno).

Preparemos los caminos

Preparemos los caminos

ya se acerca el Salvador

y salgamos peregrinos,

al encuentro del Señor.

Ven, Señor, a libertarnos,

ven, tu pueblo a redimir;

purifica nuestras vidas

y no tardes en venir.

El rocío de los cielos

sobre el mundo va a caer,

el Mesías prometido,

hecho niño, va a nacer.

De los montes la dulzura,

de los ríos leche y miel,

de la noche será aurora,

la venida de Emmanuel.

Te esperamos anhelantes

y sabemos que vendrás;

deseamos ver tu rostro

y que vengas a reinar.

Consolaos y alegraos,

desterrados de Sión,

que ya viene, ya está cerca,

Él es nuestra salvación.

53

Domingo II de Adviento

«Este domingo marca la segunda etapa del

Tiempo de Adviento. Este período del año litúrgico

pone de relieve las dos figuras que desempeñaron un

papel destacado en la preparación de la venida

histórica del Señor Jesús: la Virgen María y san

Juan Bautista. Precisamente en este último se

concentra el texto de hoy del Evangelio de san

Marcos. Describe la personalidad y la misión del

Precursor de Cristo (cf. Mc 1, 2-8). Comenzando

por el aspecto exterior, se presenta a Juan como una

figura muy ascética: vestido de piel de camello, se

alimenta de saltamontes y miel silvestre, que

encuentra en el desierto de Judea (cf. Mc 1, 6). Jesús

mismo, una vez, lo contrapone a aquellos que

«habitan en los palacios del rey» y que «visten con

lujo» (Mt 11, 8). El estilo de Juan Bautista debería

impulsar a todos los cristianos a optar por la

sobriedad como estilo de vida, especialmente en

preparación para la fiesta de Navidad, en la que el

Señor —como diría san Pablo— «siendo rico, se

hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su

pobreza» (2 Co 8, 9).

Por lo que se refiere a la misión de Juan, fue un

llamamiento extraordinario a la conversión: su

bautismo «está vinculado a un llamamiento ardiente

a una nueva forma de pensar y actuar, está

vinculado sobre todo al anuncio del juicio de Dios»

(Jesús de Nazaret, I, Madrid 2007, p. 36) y de la

54

inminente venida del Mesías, definido como «el que

es más fuerte que yo» y «bautizará con Espíritu

Santo» (Mc 1, 7.8). La llamada de Juan va, por

tanto, más allá y más en profundidad respecto a la

sobriedad del estilo de vida: invita a un cambio

interior, a partir del reconocimiento y de la

confesión del propio pecado. Mientras nos

preparamos a la Navidad, es importante que

entremos en nosotros mismos y hagamos un examen

sincero de nuestra vida. Dejémonos iluminar por un

rayo de la luz que proviene de Belén, la luz de

Aquel que es «el más Grande» y se hizo pequeño,

«el más Fuerte» y se hizo débil.

A la materna intercesión de María, Virgen de la

espera, confiamos nuestro camino al encuentro del

Señor que viene, mientras proseguimos nuestro

itinerario de Adviento para preparar en nuestro

corazón y en nuestra vida la venida del Emmanuel,

el Dios-con-nosotros» (Benedicto XVI, 4-12-2011).

ORACIÓN

Señor todopoderoso, rico en misericordia, cuando

salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no

permitas que lo impidan los afanes de este mundo;

guíanos hasta él con sabiduría divina, para que

podamos participar plenamente de su vida. Por

Jesucristo nuestro Señor.

55

Ciclo A

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Por aquel tiempo, Juan el bautista se presentó en

el desierto de Judea predicando: “Convertíos,

porque está cerca el Reino de los cielos”. Este es el

que anunció el profeta Isaías diciendo: “Una voz

grita en el desierto: preparad el camino del Señor,

allanad sus senderos”.

Juan llevaba un vestido de piel de camello, con

una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de

saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la

gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán.

Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que

los bautizara, les dijo: “Raza de víboras, ¿quién os

ha enseñado a escapar de la ira inminente? Dad el

fruto que pide la conversión. Y no os hagáis

ilusiones pensando: Abraham es nuestro padre,

pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de

Abraham de estas piedras. Ya toca el hacha de base

de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será

talado y echado al fuego.

Yo os bautizo con agua para que os convirtáis;

pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y

no merezco llevarle las sandalias. Él mismo os

bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el

bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su

trigo en el granero y quemará la paja en una

hoguera que no se apaga” (Mt 3,1-12).

56

Ora

—Está cerca el Reino de los cielos.

Sin ruido y sin espectáculo viene tu Reino, Dios

mío, sobre las almas. ¡Qué silenciosamente ha

empezado en la tierra la misión de tu Hijo!

El ancho mundo va rodando, como siempre, con

sus locas y estrepitosas aventuras. Los reinos de la

tierra se hunden y se levantan con alboroto. Los

hombres se inquietan y se matan. Se lanzan unos

contra otros para imponer o para asegurar cada uno

su dominación sobre los demás.

Nada saben, Señor, de ese otro Reino que acaba

de aparecer misterioso entre ellos. Empieza humilde

y escondido como la semilla de mostaza, que no se

ve entre los gigantescos árboles, que extienden sus

ramas sobre la tierra. Es nada más que una palabra

misteriosa, que ha caído en algún corazón y que

deja en él una inquietud vivificante.

Ya han pasado, Dios mío, tantos siglos desde

aquellos comienzos imperceptibles. La palabra, sin

morir nunca, sigue operando en los corazones, en

silencio como siempre, y no gusta de los alborotos

sensacionales de las cosas humanas.

Que venga, Señor, tu Reino a mi corazón y deje

en él su paz humilde y silenciosa.

Contempla y da gracias a Dios

57

Ciclo B

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de

Dios. Está en el profeta Isaías: “Yo envío mi

mensajero delante de ti para que te prepare el

camino. Una voz grita en el desierto: Preparadle el

camino al Señor, allanadle sus senderos”.

Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se

convirtieran y se bautizaran, para que se les

perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y

de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los

bautizaba en el Jordán.

Juan iba vestido de piel de camello, con una

correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de

saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: “Detrás

de mí viene el que puede más que yo, y yo no

merezco agacharme para desatarle las sandalias;

yo he bautizado con agua, pero él os bautizará con

el Espíritu Santo” (Mc 1,1-8).

Ora

—Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de

Dios.

¡Señor Jesús! Una buena nueva comienza a oírse

entre los hombres. Siglos lleva el mundo rodando

por los espacios. Durante ellos, tantas novedades,

que aparecieron un día, excitaron la atención,

removieron esperanzas.

58

Estamos siempre, Dios mío, esperando algo

porque todo nos decepciona y nos deja tan vacíos y

tan indigentes como estábamos antes. Hasta que un

buen día te manifiestas Tú al alma, con tu luz y con

tu novedad y con tus promesas que no engañan.

Es el principio bendito de tu Evangelio en mis

oídos y en mi corazón. El anuncio, que un día se

hizo para todos, resuena por fin en mi interior

conmoviendo mis entrañas y sacudiéndome como

de un letargo.

No es anuncio, ni promesa ninguna de los

hombres. Estoy acostumbrado a escuchar su voz y

se de antemano lo que van a decir. Pero esto es otra

cosa. Esto es, Dios mío, para mí una verdadera

novedad, es un evangelio que me reanima y me

rejuvenece y me conforta.

Ya voy caminando con otra luz y con otra

esperanza y con otros alientos. Empieza, Señor, a

comunicarme tu Evangelio.

Contempla y da gracias a Dios

Ciclo C

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

El año quince del reinado del emperador

Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea,

y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe

virrey de Iturea y Traconítide, y Lisiano virrey de

59

Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás,

vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de

Zacarías, en el desierto.

Y recorrió toda la comarca del Jordán,

predicando un bautismo de conversión para perdón

de los pecados, como está escrito en el libro de los

oráculos del profeta Isaías:

Una voz grita en el desierto: preparad el camino

del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles,

desciendan los montes y colinas; que lo torcido se

enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la

salvación de Dios (Lc 3,1-6).

Ora

—El año quince del reinado del emperador

Tiberio.

¡Cuántas cosas sucedieron, Dios mío, en ese

reinado y aun en ese año! Infinitas cosas banales

que nada suponían para la marcha del mundo, pero

que afectaban hondamente a pequeños corazones y

encendían en ellos ilusiones infinitas o apagaban en

ellos toda luz y toda esperanza. Otras cosas

también, que agitaron al mundo todo y parecían

marcarle sus rumbos.

Todo pasó vertiginosamente: el año, el reinado,

Tiberio. Quedan algunas pobres ruinas. Queda

algún recuerdo en viejos libros, repletos de mentiras

que leen los sabios.

Pero en ese año sucedió, Jesús, lo que no

cuentan las grandes historias: que un pobre judío

60

apareció entre los suyos, tocado por el Espíritu de

Dios y exhortando a la penitencia, porque estaba

cerca la hora del Señor.

Tú has querido, Dios, insertarte en nuestro

tiempo y que tus cosas se entremezclen y corran

entre las cosas de los hombres. Te has dignado

venir hasta nosotros. En tu lejanía inaccesible no

podíamos encontrarte. Y aquí estás al alcance de

nuestros ojos y de nuestro corazón.

—Que lo torcido se enderece, lo escabroso se

iguale.

Aplana, Dios mío, los caminos de mi soberbia,

para que pueda venir hasta mí la humildad de tu

Hijo. La altivez de mi mente y las hinchazones de

mi corazón necesitan de la apisonadora que las

abaje.

Por mucho que haya que destrozar, Dios mío,

destroza sin misericordia, por tu infinita

misericordia. Caigan sobre mi dureza los golpes

hasta que la reduzcan a polvo. Con tal que no quede

en pie obstáculo ninguno donde tropiece y no pueda

echar raíces la semilla de tu Reino.

Humilla también, Señor, la soberbia de los

poderosos de este mundo, que se oponen a la verdad

de tu pacífico reinado. Levanta los corazones

pequeñitos y abatidos que no pueden, que ni

siquiera se atreven a alzar sus ojos desde la

humillación de su miseria.

61

Rotura la aspereza de nuestros caminos, para que

todos vayamos a Ti y Tú vengas sin tropiezos a

nosotros. Como cuando se preparan las carreteras

para que pase el rey, así prepara Tú, Dios mío, para

tu Hijo los caminos que conducen a los corazones.

En la sencillez, en la sinceridad y en la verdad.

—Todos verán la salvación de Dios.

¡Señor, Dios de infinita piedad y clemencia, que

nos has mirado con misericordia y nos has enviado

la salvación por medio de tu Hijo Jesucristo, te

suplico que abras los ojos de todos los que no han

visto aún!

Tú has prometido, Señor, que toda carne vería la

salvación. Hay muchos que no ven, porque no

quieren ver. Pero también hay muchísimos que son

ciegos de nacimiento y que no ven, porque sus ojos

no han sido iluminados.

Yo te pido por todos, Dios mío, para que se les

manifieste la luz.

Señor Jesús, que eres la luz y la salvación del

mundo, descúbrete no sólo con esas manifestaciones

generales de tu virtud y de tu bondad, sino también

en la intimidad de los corazones de cada uno.

Háblale, Jesús, a cada uno su palabra de

salvación; la palabra que espera y que ansia, aunque

no la conozca.

62

Jesús, que has venido a salvar a los que

necesitamos la salvación, enciende en nosotros los

deseos de ser salvos y colma nuestros deseos.

Contempla y da gracias a Dios

Lunes II de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Sucedió que un día estaba Jesús enseñando y

estaban sentados unos fariseos y maestros de la ley,

venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y

Jerusalén. Y el poder del Señor lo impulsaba a

curar. Llegaron unos hombres que traían en una

camilla a un paralítico y trataban de introducirlo

para colocarlo delante de Él. No encontrando por

donde introducirlo a causa del gentío, subieron a la

azotea y, separando las losetas, lo descolgaron con

la camilla hasta el centro, delante de Jesús. Él,

viendo la fe que tenían, dijo: “Hombre, tus pecados

están perdonados”.

Los letrados y los fariseos se pusieron a pensar:

“¿Quién es este que dice blasfemias? ¿Quién puede

perdonar los pecados más que Dios?”.

Pero Jesús, leyendo sus pensamientos, les

replicó: “¿Qué pensáis en vuestro interior? ¿Qué es

más fácil: decir “tus pecados quedan perdonados”,

o decir “levántate y anda”? Pues para que veáis

que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para

63

perdonar pecados… –dijo al paralítico– A ti te lo

digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa”

Él, levantándose al punto, a vista de ellos, tomó

la camilla donde estaba tendido y se marchó a su

casa, dando gloria a Dios. Todos quedaron

asombrados, y daban gloria a Dios, diciendo:

“Hemos visto cosas admirables” (Lc 5,17-26).

Ora

—Llegaron unos hombres que traían en una

camilla a un paralítico.

No pudo acudir a Ti, Señor, el paralítico por su

propio pie, pero encontró corazones compasivos que

le ayudaron.

Pudo desearlo y pudo suplicarlo, si es que no

estaba también paralítica su voluntad, si es que oyó

hablar de Ti y de tu poder y de tu misericordia.

Primero es el conocimiento, luego es el deseo y

después viene el echar a andar para buscarte y

acercarse a Ti. Tú me conocías, Señor, desde el

primer momento, antes que yo te conociera a Ti. Y

abriste mis ojos y mis oídos e hiciste que me

hablaran de Ti y que apareciese tu imagen ante mi

vista.

Cuando en mí no había surgido, ni había podido

surgir el deseo, ya lo deseabas Tú con infinita

benignidad.

Y cuando yo aún no había dado un solo paso

hacia Ti, ya Tú habías dado muchos y habías hecho

64

que otros los dieran para encontrarme y para

conducirme.

Tu misericordia es siempre primero, mucho

antes que yo conociese cuál era mi miseria y dónde

estaba el remedio. ¡Bendita sea tu misericordia y

benditos los instrumentos de tu misericordia, que

me llevaron a Ti!

—Lo descolgaron con la camilla hasta el centro.

Nada hay imposible, Dios mío, cuando el deseo

es grande y sincero. Como en el caso de aquel

paralítico, cuando no pudieron entrar por la puerta,

lo descolgaron difícilmente por el techo. Pero llegó

hasta tus pies, Maestro.

¡Cuántas veces se presentan en mi camino

obstáculos que me detienen, porque mi deseo no es

categórico y no está dispuesto a todo! Entonces

tengo a mano las fáciles excusas, con que quiero

justificarme ante mi conciencia.

Señor, yo sé que los verdaderos obstáculos no

están en lo que me rodea, sino que están dentro de

mí. No agoto nunca todas las posibilidades y, por

tanto, nunca puedo decir que algo me es

verdaderamente imposible. Los negocios y las

empresas humanas me son a veces imposibles. Pero

nunca me es imposible llegar hasta Ti, si quiero

llegar.

Yo quiero llegar, Señor, y no quiero obstinarme

en que sea precisamente por estos medios o por

65

aquéllos. Tú quieres que llegue, aunque quizá no

quieras los caminos que yo me empeño en seguir.

¡Jesús, excita en mí un deseo ardiente y dame

una voluntad sincera y recta!

—Hombre, tus pecados están perdonados.

Resuene también, Señor, en mi corazón tu santa

palabra. Yo conozco, Dios mío, y Tú conoces

también mis pecados, mientras que los hombres

sólo ven las miserias y desgracias del cuerpo.

Ellos miran por fuera y se compadecen de estos

accidentes exteriores. Tú ves por dentro y penetras

en los repliegues secretos del alma, donde las llagas

son más dolorosas y donde no puede alcanzar

ningún remedio humano.

Dame, Jesús, por tu infinita misericordia, la

seguridad del perdón. Borra en mí las manchas de la

culpa, que me hace desagradable a tus ojos.

Líbrame y límpiame de los pecados de ayer y

líbrame de los pecados futuros. Llámame, Jesús

benignísimo, con ese dulce nombre de hijo, que

apague todos mis temores y me lleve hacia Ti. Oh

Padre, danos la paz en tu santo amor.

Contempla y da gracias a Dios

66

Martes II de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene

cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las

noventa y nueve y va en busca de la perdida? Y si la

encuentra, os aseguro que se alegra más por ella

que por las noventa y nueve que no se habían

extraviado. Lo mismo vuestro Padre del cielo: no

quiere que se pierda ni uno de estos pequeños (Mt

18,12-14).

Ora

—Va en busca de la perdida

Tú, Señor, no quieres que se pierda ninguno de

tus hijos. Quieres tenernos a todos contigo en el

cielo. Eres el buen pastor que nos buscas con amor

y dolor cuando nos perdemos por nuestros pecados.

Verdaderamente no quieres la muerte del

pecador sino que se convierta y viva. Tú persigues

al pecador, y no paras hasta que lo encuentras. Qué

consoladoras son esas palabras tuyas, Señor: no he

venido a buscar a los sanos sino a los enfermos.

En mis horas de lucha y de oscuridad, no dejes

nunca de buscarme Jesús; no permitas nunca que

me pierda, que me separe de Ti. Hazme

experimentar tu infinita misericordia. Cógeme y

ponme sobre tus hombros.

67

Oh Señor, ayúdame a imitarte en la solicitud por

la oveja descarriada. Que nunca desprecie a nadie,

aunque me parezca que se equivoca o que hace el

mal. Enséñame a amar como Tú amas, a ser

misericordioso con todos, especialmente con los

más necesitados. Si Tú viniste a buscar a la oveja

perdida, quiero seguir tu ejemplo.

—Vuestro Padre del cielo no quiere que se

pierda ni uno de estos pequeños

Tú, Jesucristo, eres el rostro del Padre, la

impronta de su ser. Quien te ve a Ti le ve a Él…

Eres la encarnación de su amor infinitamente

misericordioso. Por eso tu imagen como Buen

Pastor de mi alma me expresa el amor infinito con

que me ama el Padre de los cielos.

¡Cuánto me cuesta comprender que en el cielo

hay más alegría por un pecador que se convierte que

por noventa y nueve que no necesitan penitencia!

Tu amor es verdaderamente desconcertante.

Además, tienes predilección por los pequeños y

por los pobres. Y yo soy muy pobre y muy pequeño.

Y quiero hacerme cada día más pequeño en tus

brazos divinos. Quiero no cansarme nunca de estar

empezando siempre en este camino de la santidad,

para así intentar llenar tu Corazón de alegría.

Contempla y da gracias a Dios

68

Miércoles II de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, tomó Jesús la palabra y dijo:

“Venid a mí todos los que estáis cansados y

agobiados, y yo os aliviaré.

Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy

manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro

descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga

ligera” (Mt 11,28-30).

Ora

— Venid a Mí todos los que estáis cansados y

agobiados.

¡Bendito seas, Señor Jesús, que nos llamas con

tan generoso Corazón! Que te compadeces de los

que sufren y no encuentran alivio.

Benditos sean los corazones que han aprendido

del tuyo y han bebido en el luyo la misericordia; los

que suben, como Tú, compadecer y consolar.

No te cansas nunca, Señor, aunque son tantos los

que acuden a Ti. No se endurece tu corazón con la

costumbre de ver tantas penas. Misteriosamente

conformas el espíritu atribulado, aunque no vea tus

ojos ni oiga la dulzura de tu voz.

Interiormente se derrama tu paz en el corazón,

cuando acudo a tus pies con mis amarguras. Sabes

decir calladamente a mi alma lo que necesita y lo

que no encuentra en palabras ningunas de la tierra.

69

Y, sin embargo, quieres que yo oiga también

palabras de comprensión y acogimiento en mis

hermanos. Y mueves la compasión de los demás

para que salga a mi encuentro.

Y mueves también, Señor, mi compasión lo las

penas de otros. Haces que me olvide de las mías

para atender a los que están más tristes y

necesitados. Porque el corazón, que se acerca a Ti,

se llena de tus sentimientos.

—Aprended de Mí, que soy manso y humilde de

corazón.

¿Cómo voy a aprender, Señor Jesús, si no me

acerco a Ti para escuchar tus lecciones? Y ¿cómo

me atrevería a acercarme, si no supiera de tu

humildad y de la mansedumbre con que acoges a los

que se acercan?

Necesitas, conmigo, Señor, de tu paciencia

inextinguible. No termino nunca de aprender,

aunque hace tanto tiempo que comencé a

escucharte. ¿Cómo no te has cansado y persistes

todavía en invitarme a volver?

En cambio, mi corazón es impaciente, exigente y

severo con los demás. Pongo condiciones a los que

se humillan a venir a mí, me canso pronto, recibo

con dureza a los que vuelven, desconfío

prematuramente de que puedan aprovechar y me

obstino en que hagan a toda prisa y sin restricciones

lo que yo no he sabido hacer sino a medias, a pesar

70

de tantos años. Jesús, me falta la mansedumbre y la

humildad de tu corazón.

Contempla y da gracias a Dios

Jueves II de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “Os

aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande

que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el

Reino de los Cielos es más grande que él. Desde los

días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los

Cielos hace fuerza y los esforzados se apoderan de

él. Los profetas y la Ley han profetizado hasta que

vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal

que queráis admitirlo. El que tenga oídos que

escuche. (Mt 11,11-15).

Ora

—El Reino de los cielos hace fuerza y los

esforzados se apoderan de él.

Maestro, Tú nos dices que hasta Juan se trató en

la antigua Ley de preparar los caminos y de

disponer las almas; pero contigo empieza ya el

Reino de los cielos y hay que hacerse fuerte para

acercarse a Ti.

71

Las muchedumbres acudían de todas partes y

competían unos con otros por ser los primeros y no

quedarse atrás. Pero es necesario, Señor, mucho

mayor esfuerzo para que se entregue la voluntad y

el corazón a las exigencias del Reino de los cielos.

Verte, Jesús, y escuchar tu voz es dulce para el

alma, una vez que ha llegado a Ti. Pero ¿cómo

llegaré., si no me libro de los afectos de la tierra y

no rompo con las barreras, que levantan mis

desordenados apetitos? Está abierta la entrada al

Reino de los cielos, pero es angosta, como Tú

mismo dijiste, Señor.

La puerta eres Tú mismo, con tus

renunciamientos y con la cruz desnuda, a que te

estrechaste. .Y yo tengo que hacerme fuerza

continuamente para seguir el camino áspero y

empinado que lleva a Ti.

—El que tenga oídos, que escuche.

Pon, Señor, mis oídos atentos a tus palabras y

abre también mi corazón a las inspiraciones de tu

gracia. Ilumina mi inteligencia para que penetre el

sentido secreto de tu doctrina, que sólo comunicas a

los que se acercan a Ti con sencillez de corazón y te

lo suplican con insistencia humilde.

No permitas que me engañen y me seduzcan las

interpretaciones de los falsos maestros, que no han

aprendido de Ti, Señor Jesús, y que no van guiados

de tu espíritu. Porque son muchos los que repiten

tus palabras, pero las desvían con astucia y con

72

ceguedad para que parezcan confirmar sus

pensamientos y sus deseos puramente humanos.

El sonido de las palabras es por de fuera el

mismo; pero lo importante es el sentido con que van

cargadas y el espíritu que de Ti reciben, cuando son

verdaderamente tuyas.

Señor, limpia mis oídos de los blandos halagos

de las criaturas y háblame Tú en lo secreto, donde

yo pueda escucharte con paz, sin que me estorben

los ruidos exteriores y las voces que gritan con

pretensiones locas.

Contempla y da gracias a Dios

Viernes II de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “¿A

quién se parece esta generación? Se parece a los

niños sentados en la plaza que gritan a otros:

«Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos

cantado lamentaciones y no habéis llorado».

Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y

dicen: «Tiene un demonio». Vino el Hijo del

Hombre, que come y bebe, y dicen: «Ahí tenéis a un

comilón y borracho, amigo de publicanos y

pecadores». Pero los hechos dan razón a la

Sabiduría de Dios” (Mt 11,16-19).

73

Ora

—Se parece a los niños, sentados en la plaza.

Dios mío, aparta de mí el mal espíritu de

ligereza e inconstancia, la frivolidad de los sentidos

y de la vida y el necio guiarse por sentimentalismos

y por las impresiones del momento.

Aparta mucho más de mí el espíritu de soberbia

falsa e hipócrita, que trata de justificar sus propias

posiciones y rechaza la verdad con pretextos

pueriles. Tú vienes, Dios mío, con la seriedad de tus

ofrecimientos y de tus exigencias, vas al fondo de

las cosas y no te pagas de exterioridades vacías.

Yo trato muchas veces de evadirme con

infantiles argumentaciones, como aquellos fariseos

que pretendían escandalizarse con los ayunos de

Juan y con que Tú no ayunabas. Tenían miedo a la

verdad, que les obligaría a la reforma total de sus

vidas.

Señor, ya que soy débil y pecador, que al menos

no me cierre a la verdad. Que la admita,

cualesquiera que sean sus apariencias. Que no

piense mal de esas apariencias, sino que piense mal

de mí mismo y me desagrade a mí mismo, para que

conozca que sólo Tú tienes la verdad.

—Amigo de publicanos y pecadores.

Esta es, Jesús, la gran acusación que lanzan

contra Ti, que eres amigo de publícanos y

pecadores.

74

Y ésta es la raíz más firme de mi esperanza.

Confío en Ti, Señor, me entrego a Ti, a la bondad

de tu corazón. Sé que no desprecias y que no

rechazas a nadie que intenta acercarse. Tú mismo

buscas al pecador y no te desdeñas de comer con él

y llamarte su amigo.

El fariseo se escandaliza y piensa que se

contaminará, si deja que un pecador se le aproxime.

Piensa que, si va con él, se hará cómplice de sus

pecados. Y, en cambio, no piensa que es mucho

mayor el pecado, de su soberbia e hipocresía.

Pero Tú, buen Jesús, vas con amor. No vas a

participar de los pecados ajenos, sino a comunicar

tu gracia y tu santidad. Vas al enfermo para curarlo,

si quiere ser curado.

Ven, pues, Señor, a mí y se mi amigo, porque

necesito de tu amistad. Yo no puedo acercarme, no

me atrevo a acercarme; pero Tú eres tan bueno que

bajas hasta mí. ¡Qué extraño título para tu amistad,

Jesús, este que tiene un pecador!

Contempla y da gracias a Dios

Sábado II de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Al bajar del monte le preguntaron a Jesús sus

discípulos: “¿Por qué dicen los letrados que

primero tiene que venir Elías?”

75

Él les contestó: “Elías vendrá y lo renovará

todo. Pero os digo que Elías ya ha venido y no lo

reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así

también el Hijo del Hombre va a padecer a manos

de ellos”. Entonces entendieron los discípulos que

se refería a Juan el Bautista (Mt 17,10-13).

Ora

Hoy puedes orar con Juan Bautista, el nuevo

Elías. Te puede ayudar mucho esta reflexión de

san Juan Crisóstomo:

«Es deber del buen servidor no sólo el de no

defraudar a su dueño la gloria que se le debe, sino

también el de rechazar los honores que quiera

tributarle la multitud... San Juan Bautista dijo “quien

viene detrás de mí, en realidad me precede”, y “no

soy digno de desatar la correa de sus sandalias”, y

“Él os bautizará con el Espíritu Santo y el fuego”, y

que había visto al Espíritu Santo descender en forma

de paloma y posarse sobre Él. Por último atestiguó

que era el Hijo de Dios y añadió “he ahí al Cordero

de Dios que quita el pecado del mundo”...

«Como solo se preocupaba de conducirlos a

Cristo y hacerlos discípulos suyos, no lanzó un largo

discurso. San Juan sabía que, una vez que hubieran

acogido sus palabras y se hubieran convencido, no

tendrían ya necesidad de su testimonio a favor de

Aquél... Cristo no habló; todo lo dijo San Juan...

Todos los demás profetas y apóstoles anunciaron a

76

Cristo cuando estaba ausente. Unos, antes de su

Encarnación; otros, después de su Ascensión. Sólo

él lo anunció estando presente. Por eso también lo

llamó “amigo del esposo”, pues sólo él asistió a su

boda» (Homilías sobre el evangelio de S. Juan 16 y

18).

El verdadero profeta, como Juan Bautista,

prepara el camino de la conciencia de los hombres

con su predicación y su testimonio de vida. Está

dispuesto a desaparecer cuando Él llegue. Sobre

todo le imita en su conducta.

Juan no se busca a sí mismo; no se deja enredar

por la soberbia sutil de sentirse «distinto» de los

otros y, por consiguiente, mejor que los demás. No

exige reconocimientos, ni honores. Acepta la

exigencia dramática de la fe y de su vocación.

Todos hemos de ser profetas si aceptamos las

profundas exigencias de nuestro bautismo. Hemos

de luchar por ser humildes, serviciales, caritativos…

¡santos!

Como Cristo, y como los antiguos profetas que

lo anunciaron, el profeta de hoy y de todos los

tiempos sabe que le espera la incomprensión, el

sufrimiento, tal vez la muerte. Pero sabe que el

Señor es su refugio, el lote de su heredad eterna.

77

Jesucristo, Palabra del Padre

–Jesucristo, Palabra del Padre,

Luz eterna de todo creyente:

Ven y escucha la súplica ardiente,

Ven, Señor, porque ya se hace tarde.

–Cuando el mundo dormía en tinieblas,

En tu amor tú quisiste ayudarlo

Y trajiste, viniendo a la tierra,

esa vida que puede salvarlo.

–Ya madura la historia en promesas,

Sólo anhela tu pronto regreso;

Si el silencio madura la espera,

El amor no soporta el silencio.

–Con María, la Iglesia te aguarda

Con anhelos de esposa y de madre

Y reúne a sus hijos fieles,

Para juntos poder esperarte.

–Cuando vengas, Señor, en tu gloria,

Que podamos salir a tu encuentro

Y a tu lado vivamos por siempre,

Dando gracias al Padre en el reino. Amén

Contempla y da gracias a Dios

78

TERCERA SEMANA DE ADVIENTO

Vendrá a nosotros la Palabra de Dios

Sabemos de una triple venida del Señor. Además

de la primera y de la última, hay una venida

intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En

la primera, el Señor se manifestó en la tierra y

convivió con los hombres, cuando, como atestigua

él mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, todos

verán la salvación de Dios y mirarán al que

traspasaron. La intermedia, en cambio, es oculta, y

en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más

íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan. De

manera que, en la primera venida, el Señor vino en

carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y

poder; y, en la última, en gloria y majestad.

Esta venida intermedia es como una senda por la

que se pasa de la primera a la última: en la primera,

Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá

como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y

nuestro consuelo.

Y para que nadie piense que es pura invención lo

que estamos diciendo de esta venida intermedia,

oídle a él mismo: El que me ama –nos dice–

guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y

vendremos a él. He leído en otra parte: El que teme

a Dios obrará el bien; pero pienso que se dice algo

más del que ama, porque éste guardará su palabra.

¿Y dónde va a guardarla? En el corazón sin duda

79

alguna, como dice el profeta: En mi corazón

escondo tus consignas, así no pecaré contra ti.

Así es cómo has de cumplir la palabra de Dios,

porque son dichosos los que la cumplen. Es como si

la palabra de Dios tuviera que pasar a las entrañas

de tu alma, a tus afectos y a tu conducta. Haz del

bien tu comida, y tu alma disfrutará con este

alimento sustancioso. Y no te olvides de comer tu

pan, no sea que tu corazón se vuelva árido: por el

contrario, que tu alma rebose completamente

satisfecha.

Si es así cómo guardas la palabra de Dios, no

cabe duda que ella te guardará a ti. El Hijo vendrá a

ti en compañía del Padre, vendrá el gran Profeta,

que renovará Jerusalén, el que lo hace todo nuevo.

Tal será la eficacia de esta venida, que nosotros, que

somos imagen del hombre terreno, seremos también

imagen del hombre celestial. Y así como el viejo

Adán se difundió por toda la humanidad y ocupó al

hombre entero, así es ahora preciso que Cristo lo

posea todo, porque él lo creó todo, lo redimió todo,

y lo glorificará todo. (San Bernardo)

Domingo III de Adviento

“Los textos litúrgicos de este período de

Adviento nos renuevan la invitación a vivir a la

espera de Jesús, a no dejar de esperar su venida, de

tal modo que nos mantengamos en una actitud de

apertura y disponibilidad al encuentro con él. La

80

vigilancia del corazón, que el cristiano está llamado

a practicar siempre en la vida de todos los días,

caracteriza de modo particular este tiempo en el que

nos preparamos con alegría al misterio de la

Navidad (cf. Prefacio de Adviento II). El ambiente

exterior propone los acostumbrados mensajes de

tipo comercial, aunque quizá en tono menor a causa

de la crisis económica. El cristiano está invitado a

vivir el Adviento sin dejarse distraer por las luces,

sino sabiendo dar el justo valor a las cosas, para fijar

la mirada interior en Cristo. De hecho, si

perseveramos «velando en oración y cantando su

alabanza» (ib.), nuestros ojos serán capaces de

reconocer en él la verdadera luz del mundo, que

viene a iluminar nuestras tinieblas.

En concreto, la liturgia de este domingo, llamado

Gaudete, nos invita a la alegría, a una vigilancia no

triste, sino gozosa. «Gaudete in Domino semper» —

escribe san Pablo—. «Alegraos siempre en el

Señor» (Flp 4, 4). La verdadera alegría no es fruto

del divertirse, entendido en el sentido etimológico

de la palabra di-vertere, es decir, desentenderse de

los compromisos de la vida y de sus

responsabilidades. La verdadera alegría está

vinculada a algo más profundo. Ciertamente, en los

ritmos diarios, a menudo frenéticos, es importante

encontrar tiempo para el descanso, para la

distensión, pero la alegría verdadera está vinculada a

la relación con Dios. Quien ha encontrado a Cristo

en su propia vida, experimenta en el corazón una

serenidad y una alegría que nadie ni ninguna

81

situación le pueden quitar. San Agustín lo había

entendido muy bien; en su búsqueda de la verdad,

de la paz, de la alegría, tras haber buscado en vano

en múltiples cosas, concluye con la célebre frase de

que el corazón del hombre está inquieto, no

encuentra serenidad y paz hasta que descansa en

Dios (cf. Confesiones, I, 1, 1). La verdadera alegría

no es un simple estado de ánimo pasajero, ni algo

que se logra con el propio esfuerzo, sino que es un

don, nace del encuentro con la persona viva de

Jesús, de hacerle espacio en nosotros, de acoger al

Espíritu Santo que guía nuestra vida. Es la

invitación que hace el apóstol san Pablo, que dice:

«Que el mismo Dios de la paz os santifique

totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y

cuerpo se mantenga sin reproche hasta la venida de

nuestro Señor Jesucristo» (1 Ts 5, 23). En este

tiempo de Adviento reforcemos la certeza de que el

Señor ha venido en medio de nosotros y

continuamente renueva su presencia de consolación,

de amor y de alegría. Confiemos en él; como afirma

también san Agustín, a la luz de su experiencia: el

Señor está más cerca de nosotros que nosotros

mismos: «interior intimo meo et superior summo

meo» (Confesiones, III, 6, 11).

Encomendemos nuestro camino a la Virgen

Inmaculada, cuyo espíritu se llenó de alegría en

Dios Salvador. Que ella guíe nuestro corazón en la

espera gozosa de la venida de Jesús, una espera

llena de oración y de buenas obras” (Benedicto XVI,

11-12- 2011).

82

ORACIÓN

Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con

fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo; concédenos

llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y

poder celebrarla con alegría desbordante. Por

Jesucristo nuestro Señor.

Ciclo A

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la

cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar

por medio de dos de sus discípulos: “¿Eres tú el que

ha de venir o tenemos que esperar a otro?”.

Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo

que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los

inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los

sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres

se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que

no se siente defraudado por mí!”.

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente

sobre Juan: “¿Qué salisteis a contemplar en el

desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué

fuisteis a ver, un hombre vestido de lujo? Los que

visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a

qué salisteis, a ver a un profeta? Sí, os digo, y más

que profeta. Él es de quien está escrito: “Yo envío

mi mensajero delante de ti para que prepare el

camino ante ti”. Os aseguro que no ha nacido de

83

mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque

el más pequeño en el Reino de los cielos es más

grande que él (Mt 11, 2-11).

Ora

—¿Eres Tú el que ha de venir?

Tú eres, Maestro, el que había de venir y el que

ya ha venido y el que cada día espero y ansío que

venga plenamente a mi corazón.

Vivo en continua expectación y esperanza,

aguardando una y otra vez algún acontecimiento

sensacional, que rompa la monotonía de mi vida.

Necesito algo que me llene y que me haga no

esperar ninguna otra cosa. Vienen pasiones y llegan

nuevos sucesos, unos esperados y otros por

sorpresa; me encantan un momento, me lleno de

ilusión como si por fin estuviera ahí lo que

necesitaba; pasan, se desvanece la ilusión y otra vez

vuelta a esperar, Dios mío.

Tú eres el que yo espero, porque eres en realidad

el único que necesito; el único que puede salvarme

de tanta miseria y el único que me puede llenar. No

te pregunto si eres Tú el que ha de venir, porque ya

lo sé. Te pregunto cuándo vendrás y te suplico,

Señor, que no dilates tu venida.

—¿Tenemos que esperar a otro?

Aquí está Maestro, mi ilusión y mi engaño y mi

decepción: en que muchas veces aguardo otras

84

cosas y a otras personas y no te aguardo a Ti y a tus

divinas visitaciones.

No te aguardo y, por tanto, no me preparo para

reconocerte y recibirte. Cuando Tú vienes, me pasa

lo que a aquellos judíos y no sé que eres Tú. Dejo

pasar la oportunidad de tu visitación o se me va el

tiempo en averiguar quién ha tocado a mi espíritu y

en descifrar las señales de tu venida.

Otras veces quiero, Señor, determinar de

antemano cuáles han de ser las formas y

condiciones y aun los tiempos y sitios en que has de

venir y te has de manifestar.

Cuando efectivamente vienes, pero de otra

manera y con otros modos, que Tú sabes escoger,

no te reconozco. Sigo quizá aguardando, como si no

hubieses ya venido.

Señor y Maestro mío, ilumina mis ojos y habla a

mi corazón para que no dude, para que no exija y

para que sea dócil.

—A los pobres se les anuncia la Buena Noticia.

Los pobres, los que no tienen a nadie, los

abandonados y excluidos del festín de la vida, los

que no pueden confiar en nada, porque carecen de

todo, ésos reciben la buena nueva. Y Tú mismo

vienes a comunicársela, Maestro de los pobrecitos.

Son ignorantes, pero Tú les enseñas y les dices al

oído y al corazón cosas misteriosas, que nadie había

oído antes.

85

Les traes anuncios de paz y de bienandanzas a

ellos, que sólo sabían de calamidades y de penas.

Esta buena nueva, no la entenderá nunca el mundo;

no sabrán descifrarla los sabios del mundo.

La entienden los pobres, porque Tú les

comunicas inteligencia. Es una buena nueva y se

requiere nueva luz para penetrarla. No basta la luz

del mundo, por muy esplendorosa que sea.

Enséñame también a mí, Maestro. Dame la

buena nueva, que necesita mi corazón. Soy tan

pobre, tan pobre. Ya estoy hastiado de lo que dicen

los sabios; me dejan vacío.

Contempla y da gracias a Dios

Ciclo B

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Surgió un hombre enviado por Dios, que se

llamaba Juan: este venía como testigo, para dar

testimonio de la luz, para que por él todos vinieran

a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Este

es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron

desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le

preguntaran: “¿Tú quién eres?”. Él confesó sin

reservas: “Yo no soy el Mesías”.

Le preguntaron: “Entonces, ¿qué? ¿Eres tú

Elías?”. Él dijo: “No lo soy”. “¿Eres tú Profeta?”.

Respondió: “No”. Y le dijeron: “¿Quién eres? Para

86

que podamos dar una respuesta a los que nos han

enviado, ¿qué dices de ti mismo?”.

Él contestó: “Yo soy ‘la voz que grita en el

desierto: Allanad el camino del Señor’ (como dijo el

profeta Isaías)”.

Entre los enviados había fariseos y preguntaron:

“Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el

Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”. Juan les

respondió: “Yo bautizo con agua; en medio de

vosotros hay uno, que no conocéis, el que viene

detrás de mí, que existía antes que yo y al que no

soy digno de desatar la correa de la sandalia”.

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del

Jordán, donde estaba Juan bautizando (Jn 1, 6-8

19-28).

Ora

—Surgió un hombre enviado por Dios.

Señor, necesitamos hombres enviados por Ti,

que nos hablen con libertad y con verdad y con

unción tu mensaje.

Envía a tus hombres, Dios mío, que Tú mismo

escojas y que formes según tu corazón. Envía

corazones ardientes, hombres de labios purificados

y de vida irreprensible, que con sólo presentarse

convenzan de que son hombres enviados por Ti.

Envía, Señor, hombres que den testimonio con

su conducta, que lleven tu palabra en sus obras más

que en sus labios. Envía hombres no de obras

milagrosas, sino de obras santas.

87

Oh Dios mío, que yo confirme con mis obras la

misión que he recibido. Mis palabras son frías y no

mueven a mis hermanos, porque está frío mi

corazón y porque no vivo yo mismo la doctrina que

Tú me mandas predicar.

No oyen o no escuchan tu mensaje, porque me

miran y no ven en mí al enviado de Dios. Dios mío,

que yo sea totalmente un hombre enviado por Ti.

—El confesó sin reservas.

Concédeme, Dios mío, que yo me enfrente con

la verdad de mi vida; que con sinceridad, con

fortaleza, con humildad admita lo que soy y no

quiera traspasar los límites de lo que realmente soy

y debo ser.

Que huya de toda hipocresía y disimulo y de

toda vana ambición. Que no me enreden, Dios mío,

los respetos humanos y que no me esconda tras

inútiles y mentirosas apariencias.

Que, como el Bautista, no niegue nunca lo que

soy, ni niegue lo que debo decir a los demás. Sobre

todo, que no me engañe a mí mismo, que no me

cieguen fáciles excusas y dorados pretextos.

Miro hacia atrás en mi vida, Dios de toda

verdad, y veo cuántas veces fueron falsas mis

palabras y qué falsa fue mi conducta y qué

falazmente he buscado la estimación y la necia

aprobación de los hombres.

Ni siquiera ante Ti y en tu presencia, Señor, he

caminado con la humilde verdad, que está libre de

88

artificiosas justificaciones. Pues líbrame, te suplico,

de tanta mentira y líbrame también de los lazos

mentirosos de este mundo.

— Yo soy la voz del que grita.

Yo tampoco quisiera ser otra cosa, Señor, sino

una simple voz, sin apariencia alguna, impalpable,

invisible. Un grito, que pone alerta, un puro

testimonio que te manifiesta a Ti. Una vibración del

aire, que se produce anunciando tu paso entre

nosotros.

No quiero atraer las miradas de los demás sobre

mi persona. Quiero desaparecer totalmente, como si

de mí no existiera nada más que eso: la voz. Quiero,

Señor, que todo mi ser se convierta en voz: no sólo

mis palabras, sino también mis obras y mi figura y

toda mi conducta. Que no exista tal persona, ni

nadie repare en ella, para que nadie se distraiga de

lo esencial que eres Tú, Dios mío.

Quiero ser una voz impersonal, aunque cargada

de sentido y de persuasión y de fuerza. Que sea

imposible no oírla. Y que quien la oiga, sienta que

se le han removido las entrañas. Una voz que

conduzca irremediablemente a Ti, Señor Jesús,

entre los ruidos ensordecedores de este mundo.

Entre tantas palabras desorientadoras y necias, una

voz que anuncie la verdad y la paz.

Contempla y da gracias a Dios

89

Ciclo C

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:

“Entonces, ¿qué hacemos?”. El contestó: “El que

tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no

tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”.

Vinieron también a bautizarse unos publicanos;

le preguntaron: “Maestro, ¿qué hacemos

nosotros?”. Él les contestó: “No exijáis más de lo

establecido”.

Unos militares le preguntaron: “¿Qué hacemos

nosotros”. Él les contestó: “No hagáis extorsión a

nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino

contentaos con la paga”.

El pueblo estaba en expectación y todos se

preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la

palabra y dijo a todos: “Yo os bautizo con agua;

pero viene el que puede más que yo, y no merezco

desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará

con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la

horca para aventar su parva y reunir su trigo en el

granero y quemar la paja en una hoguera que no se

apaga”.

Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al

Pueblo y le anunciaba la Buena Noticia (Lc 3, 10-

18).

90

Ora

—¿Qué hacemos?

Esta es también, Señor, mi preocupación y mi

pregunta. Muchos son los caminos que, en cada

ocasión, se abren ante mí.

Un sí de mi voluntad implica innumerables

negaciones. No puedo tenerlo todo, ni hacerlo todo.

Y aquí está la responsabilidad de mi elección y la

pena por lo que dejo. Esta es, Dios mío, mi azarosa

perplejidad; la realidad que es única y las posibilida-

des que son muchas.

¿Qué tengo que hacer, Señor? ¿Cómo sabré lo

concreto y lo individualísimo que Tú quieres de mí?

Porque no soy yo quien ha de elegir, sino Tú

quien ha de señalármelo. Tú eres mi Señor y mi

Dios. Tú me has puesto en el mundo con un destino

personal, con un puesto reservado para mí en el plan

universal de tu providencia. Tú me has equipado

para ello con las dotes necesarias y tienes

preparadas tus gracias para el cumplimiento de esa

misión y no de otra.

¿Qué tengo que hacer, Señor? Dígnate

manifestarme tu santa voluntad y ponme en la

coyuntura que Tú has escogido para mí. Mi libertad

no es una libertad de independencia, sino de

aceptación.

91

—El que tiene dos túnicas, que se las reparta con

el que no tiene.

Maestro, imprime en mi corazón el sentido de la

verdadera caridad. Ahoga en mí todo espíritu de

ambición y de egoísmo. Que yo no quiera abundar,

cuando otros están necesitados.

Haz que yo reflexione sobre las cosas, que no me

son necesarias y que pueden servir para la necesidad

ajena.

Si alguien tiene que andar necesitado, pon en mí

voluntad de desprendimiento y que ame el sufrir por

Ti y por mis hermanos.

Señor, no consientas que mi corazón se

endurezca ante la miseria de mis prójimos, que son

hijos tuyos. Tú quieres que yo sea, en lo posible, un

instrumento de tu providencia para atender a los que

no pueden valerse por sí mismos.

Tu precursor, Maestro, exhorta a dar la túnica

que sobra y Tú nos aconsejas la desnudez de todas

las cosas para seguirte. Y nos mandas poner el amor

por encima de todas las riquezas de la tierra.

Haz, Señor, amargo para mí el bocado que

necesita mi hermano y no permitas que yo haga

ostentación de la abundancia de bienes materiales.

Porque Tú eres infinitamente dadivoso y nos

amaste hasta entregarte a Ti mismo por nosotros.

92

—El os bautizará con el Espíritu Santo y fuego.

Oh Espíritu Santo, penetra en mi corazón con tu

fuego divino. Límpialo, ilumínalo, enciéndelo. Que

tus llamas consuman todo lo viejo e inútil, todas sus

inclinaciones terrenas.

¡Fuego devorador, supera las llamas de mi

concupiscencia pecadora! Arrebátame con la

dulcísima violencia de tus impulsos.

Tengo ansias de purificación, de verdad sincera,

de verme libre de estas fuerzas que me arrastran a

mi pesar, de vivir en el ardor de tu Espíritu. He

nacido de la tierra y siento la atracción de todo lo

terreno; quisiera renacer del fuego de tu amor y ser

levantado a las aspiraciones celestiales.

Maestro Jesús, que bautizas con fuego y pones

tu Espíritu en las entrañas mismas de los que se

acercan a Ti, yo me acerco con ilusión y con

esperanza. No me bastan las ceremonias exteriores;

ni a mí me sacian, ni Tú te contentas con ellas.

Necesito la reformación interior, esa que sólo

pueden operar las intervenciones secretísimas de tu

Espíritu.

¡Oh, si yo llegara a experimentarlas en mi alma

y no quisiera, ni pudiera oponerme a ellas!

Contempla y da gracias a Dios

93

Lunes III de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, Jesús fue al templo y, mientras

enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y

los ancianos del pueblo para preguntarle: “¿Con

qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado

semejante autoridad?”

Jesús les replicó: “Os voy a hacer yo también

una pregunta; si me la contestáis os diré yo también

con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan

¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?”

Ellos se pusieron a deliberar: “Si decimos «del

cielo», nos dirá «¿por qué no le habéis creído?». Si

le decimos «de los hombres», tememos a la gente;

porque todos tienen a Juan por profeta”. Y

respondieron a Jesús: “No sabemos”.

Él, por su parte, les dijo: “Pues tampoco yo os

digo con qué autoridad hago esto” (Mt 21, 23-27)

Ora

—¿Quién te ha dado semejante autoridad?

No conocen, Maestro, los fariseos el misterio de

tu persona, aunque tienen motivos para sospechar

que debe haber en Ti algo misterioso.

Pedro llegó a saber quién eres Tú, porque se lo

reveló tu Padre, que está en los cielos. Pero todos

podían escuchar tus palabras y ver tus milagros

portentosos. Los fariseos también te escucharon y

94

vieron lo que hacías. Y por eso podrían barruntar

que eras un hombre cualquiera y que había en Ti un

poder misterioso.

Era responsabilidad suya, si cerraban los ojos

voluntariamente. Tu poder no venía de la tierra, ni

tenías que recibirlo, como ellos, de ninguna

autoridad terrena. Y eso es lo que demostraban tus

obras, para las cuales no bastaba ninguna potestad

de aquí abajo.

No me dejes, Señor, caer en la torpe tentación de

los fariseos. No permitas que yo cierre los ojos para

no ver lo que me obligaría necesariamente a

reformar mis normas caprichosas de vida.

Tu autoridad y tu verdad están sobre todos mis

gustos del momento, sobre todas mis conveniencias

temporales, sobre todos los respetos y derechos

humanos.

—No sabemos.

No lo sabían, ni trataron de informarse. No

preguntaron entonces, como te preguntan ahora,

Maestro. Aunque tampoco ahora te preguntan para

enterarse y saber. Entonces y ahora es la misma

ignorancia y, sin embargo, la misma suficiencia.

Concédeme, Señor, la humildad de corazón para

preguntar lo que no sé, con sincero deseo de conocer

la verdad. Concédeme que acepte las cosas como

son, aunque no sean de mi gusto y me someta a tu

santa voluntad.

95

Concédeme que no cierre los ojos

voluntariamente y que no huya de la luz. Muchas

veces, Dios mío, he querido permanecer en la

ignorancia para proceder con más libertad según mis

caprichos. Muchas veces he tratado de convencerme

a mí mismo y de apagar las voces de mi conciencia

con falsas razones.

Muchas veces he buscado quienes aprobaran mis

proyectos para tranquilizarme en una falsa

seguridad. Y ahora comprendo. Señor, que de nada

me sirve a mí no saber y que no excusa mi torpe

ignorancia los extravíos de mi conducta.

No sabía, Señor, que Tú eres el Maestro que

podías y querías enseñarme, si yo te hubiera

preguntado con sencilla humildad de aprender y de

seguir tu palabra.

—Pues tampoco Yo os digo.

No te calles, Maestro. No dejes de hablarme y

decirme lo que me interesa saber, aunque yo intente

ignorarlo. No me dejes tranquilo en mi ignorancia

culpable.

Plantéame un día y otro los problemas que yo

quiero eludir. Voy a Ti con preguntas que no tocan

directamente a mi llaga interna, para entretenerme

con ellas y desviar mi atención de lo que me

escuece.

Me enredo inútilmente. Dios mío, en cuestiones

secundarias con infantil estratagema. Y a veces

96

hasta me creo problemas falsos y los inflo, como si

de ellos dependiera mi existencia.

Son cortinas de humo que yo mismo lanzo, para

que mis ojos no vean el problema verdadero. Pero

no condesciendas, Señor, con estas inútiles astucias.

No permitas que yo me enrede en mis propios

engaños. Disipa los falsos humos.

A mis preguntas indiscretas e insinceras

responde Tú con tu pregunta sin disimulos. Pon al

desnudo mi insinceridad, para que ni yo mismo

pueda soportarla. Sí, Señor, dime lo que tengo que

saber y no lo que yo quisiera oír.

Contempla y da gracias a Dios

Martes III de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos

sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué os

parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al

primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en la

viña». Él le contestó: «No quiero». Pero después se

arrepintió y fue.

Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le

contestó: «Voy, señor». Pero no fue. ¿Quién de los

dos hizo lo que quería el padre?” Contestaron: “El

primero”.

97

Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y

las prostitutas os llevan la delantera en el camino

del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros

enseñándoos el camino de la justicia y no le

creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le

creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os

arrepentisteis ni le creísteis”(Mt 21, 28-32).

Ora

— Ve hoy a trabajar en la viña.

Cada día recibo yo también, Señor, tu orden de

trabajo. Cada día que amanece es una nueva

oportunidad que me das para hacer la obra que me

has encomendado.

No sé cuánto durará mi labor. Sé que hoy he

escuchado tu voz, que me encomienda la tarea de

este día.

Dame, Señor, la buena voluntad y la fidelidad en

el trabajo de hoy. Es un trabajo tuyo, porque Tú me

lo encomiendas. Es tuyo, porque es en tu viña. Y

también es tuyo porque he de realizarlo con los

medios que Tú pones en mis manos.

Que yo no desperdicie las horas de este día, que

me concede tu providencia. Luego has de venir a

examinar mi obra y a pedirme el fruto de ella. No

puedo presentarme a Ti con las manos vacías,

porque han estado ociosas.

No se trata, Señor, de ir pasando el tiempo

buenamente, sino de llenarlo con generoso esfuerzo.

98

Porque la viña es grande y el tiempo es corto y tu

obra es santa y la retribución, que das a tus obreros,

supera a cuanto ellos puedan imaginarse.

—Después se arrepintió y fue.

Que no me obstine yo, Señor, en el no de un mal

momento. Porque le digo muchas veces que no a las

inspiraciones de tu gracia. Mi corazón es caprichoso

y loco como el de un niño. Pero te pido que la

reflexión y la serenidad anule pronto la rebeldía de

mis caprichos.

Mis palabras, como mis sentimientos

momentáneos, son impertinentes y precipitadas. Te

pido, Señor, que yo esté pronto a corregirme y a

retroceder de lo mal pensado y de lo mal dicho.

Te pido que mis palabras no sean políticas e

hipócritas; que no finjan calculadamente una

decisión mentirosa del corazón. Que mis labios no

te digan que sí cuando Tú lees el no en mi corazón.

Señor, muchas veces me avergüenzo de mí

mismo. Mis palabras son malas y mis obras son

peores. Te digo que no con mis labios y mantengo

el no con mi conducta. Ni digo la verdad, ni la hago.

Concédeme la gracia del arrepentimiento total:

que, en adelante, todo yo sea un sí permanente a tu

voluntad sobre mis caminos.

—Os aseguro que los publicanos y las

prostitutas os llevan la delantera en el camino del

99

Reino de Dios.

¡Dios mío, Tú nos enseñas la humildad con

nuestras propias humillaciones! Nos vemos hasta

forzados a acudir a Ti, cuando hemos perdido la

estimación de los que nos rodean.

Por eso, los publicanos y las prostitutas son más

dóciles que los orgullosos fariseos y están más

preparados para ganar el Reino de los cielos.

No puedo confiar en mí, Señor, cuando veo mis

propias miserias y acudo a tu infinita misericordia.

El orgullo del espíritu ciega mucho más y aleja más

de Ti que el mismo fango de la carne pecadora.

Porque el fango me humilla y el orgullo me levanta

y me hace confiar en mí mismo.

Creo en mi propia suficiencia y no busco el

socorro que sólo puede venir de Ti, Dios mío,

consolador de los desgraciados y acogedor de los

que han perdido toda esperanza de este mundo.

Justa es, Señor, tu providencia. Tú permites que

se hunda en el fango el orgullo y levantas del fango

al que ha aprendido en su dolorosa experiencia la

humildad de corazón. No me desprecies, Señor, a

pesar de mis manchas vergonzosas y no permitas

que yo desprecie nunca a nadie.

Contempla y da gracias a Dios

100

Miércoles III de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus

discípulos a preguntar al Señor: “¿Eres tú el que ha

de venir, o tenemos que esperar a otro?” Los

hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: “Juan

el Bautista nos ha mandado a preguntarte: «¿Eres

tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a

otro?»”

Y en aquella ocasión Jesús curó a muchos de

enfermedades, achaques y malos espíritus, y a

muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó

a los enviados: “Id a anunciar a Juan lo que habéis

visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los

leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los

muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la

Buena Noticia. Y dichoso el que no se sienta

defraudado por mí” (Lc 7, 19-23).

Ora

Puedes orar como en el III domingo de adviento,

Ciclo A (ver p. 83-85)

De luz nueva

–De luz nueva se viste la tierra

porque el sol que del cielo ha venido

en la entraña feliz de la Virgen

de su carne se ha revestido.

101

–El amor hizo nuevas las cosas,

el Espíritu ha descendido

y la sombra del que todo puede

en la Virgen su luz ha encendido

–Ya la tierra reclama su fruto

y de bodas se anuncia alegría,

el Señor que en los cielos habita

se hizo carne en la Virgen María.

–Gloria a Dios, el Señor poderoso,

a su Hijo y Espíritu Santo,

porque con su amor nos bendijo y

a su reino nos ha destinado. Amén.

Jueves III de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Cuando se marcharon los mensajeros de Juan,

Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan:

“¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?,

¿una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis

a ver?, ¿un hombre vestido con lujo? Los que se

visten fastuosamente y viven entre placeres están en

los palacios. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un

profeta? Sí, os digo, y más que profeta.

Él es de quien está escrito: «Yo envío mi

mensajero delante de ti para que prepare el camino

ante ti». Os digo que entre los nacidos de mujer

102

nadie es más grande que Juan. Aunque el más

pequeño en el Reino de Dios es más grande que él.

Al oírlo toda la gente, incluso los publicanos,

que habían recibido el bautismo de Juan,

bendijeron a Dios. Pero los fariseos y los letrados,

que no habían aceptado su bautismo, frustraron el

designio de Dios para con ellos (Lc 7, 24-30).

Ora

-- ¿Una caña sacudida por el viento?

Yo soy, Señor, la caña agitada por el viento.

Sensible a todas las impresiones, no estoy nunca

con quietud y firmeza en la verdad. Me inclino a las

novedades de cada hora y varío de opiniones y de

proyectos y a veces siento que hasta mis criterios

ceden y se tambalean.

Soy una caña, sin consistencia interior, que me

quiebro con un leve golpe. ¿Cómo puedo ofrecer

apoyo a los que vienen a mí, si estoy yo mismo

como caña cascada, fácil a romperme

definitivamente con cualquier nueva presión?

Dios mío, ten compasión de mi inestable y

voluble naturaleza. Concédeme la solidez de la

verdad, la fortaleza de la virtud, la firmeza contra

los vientos de las tentaciones y contra las

agitaciones del mundo.

En cambio, haz que yo sea fácil y dócil al soplo

de tu Espíritu, que no oponga resistencia a tus

103

inspiraciones. Sí, Señor, que sea leve más que una

caña a cualquier brisa de tu gracia.

—Frustraron el designio de Dios para con ellos.

Dios mío, ¡qué triste condición la de mi libertad,

que puede frustrar los designios eternos y amorosos

de tu Providencia!

Tú quieres y puedes librarme de mis miserias,

quieres darme la paz y elevarme sobre todas las

contingencias terrenas, quieres llenar mi corazón y

unirme a Ti en inefables comunicaciones, quieres

conducirme con seguridad por los caminos de tus

designios de amor. Yo me cierro a tus deseos e

inspiraciones, como si yo lo entendiera mejor o

hubiera de encontrar en otra parte la felicidad que

busco sin encontrarla nunca.

Son continuas y amargas mis decepciones y, a

pesar de todo, no me entrego a Ti, Dios mío, para

que Tú me gobiernes y me conduzcas según tu santa

voluntad. Vence Tú mismo mis resistencias

insensatas y haz inútiles las rebeldías de mi

voluntad pecadora.

Caigan todos los obstáculos que se oponen a tus

designios y que tu gracia sea tan eficaz que anule la

contradicción de mis pasiones y la necia terquedad

de mi ignorancia

Contempla y da gracias a Dios

104

Viernes III de Adviento

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:

“Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha

dado testimonio a la verdad. No es que yo dependa

del testimonio de un hombre; si digo esto es para

que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que

ardía y brillaba y vosotros quisisteis gozar un

instante de su luz.

Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el

de Juan: las obras que el Padre me ha concedido

realizar; esas obras que hago dan este testimonio de

mí: que el Padre me ha enviado” (Jn 5, 33-36).

Ora

—Juan era la lámpara que ardía y brillaba

De Juan dijiste Tú mismo, Señor, que era el más

grande de los nacidos de mujer. Era tu precursor…

Iba anunciando a gritos tu venida, tu llegada

inminente. El corazón le ardía apasionadamente

porque sabía que el Mesías Salvador estaba entre

nosotros.

Desde el seno de su madre le habías elegido para

esta misión única. Tu Madre, la Santísima Virgen, al

visitar a su prima Isabel teniéndote a Ti en su seno,

consiguió que saltase de alegría antes de nacer.

105

Por eso Juan pertenece a la escuela de María, y la

Virgen se encargó de prepararlo bien haciéndole

puro, humilde, austero, sacrificado y santo. Por eso

ardía como lámpara encendida y brillante.

Señor, que también tu Madre me prepare a mí

para ser tu testigo en mi ambiente. Que sepa hablar

de ti y defenderte con mi palabra y mi vida.

—Esas obras que hago dan este testimonio de

mí: que el Padre me ha enviado.

Eres, Jesús, un maestro venido del cielo. Si no,

¿cómo podrías hacer esas obras y decir esas

palabras? Tus obras dan testimonio de que vienes

del Padre y de que no hay poder como el tuyo, ni

hay bondad como la de tu corazón.

Y mis obras testifican que yo soy débil y que

tengo el corazón pervertido. Las obras son como los

frutos del árbol, dijiste Tú un día. Sana, Señor, mi

árbol con un injerto divino, sacado de Ti mismo.

Yo soy de la tierra y pienso y hablo y obro lo

terreno. Mis obras son obras de la carne y de

muerte. Me da fatiga, Jesús, presentarme ante Ti

con estos frutos y con estas raíces que brotan de mi

corazón. Pero, si no me acerco, ¿cómo podrá

transformarse el árbol y cómo circulará por él la

savia que dé frutos de bendición? Renueva mis

raíces, Señor, con tu palabra y con tu virtud.

106

Ven, Señor

Ven, ven, Señor, no tardes.

Ven, ven, que te esperamos

Ven, ven Señor, no tardes.

Ven pronto, Señor.

El mundo muere de frío,

el alma perdió el calor,

los hombres no son hermanos,

el mundo no tiene amor.

Envuelto en sombría noche,

el mundo, sin paz, no ve;

buscando va una esperanza,

buscando, Señor, tu fe.

Al mundo le falta vida,

al mundo le falta luz,

al mundo le falta el cielo,

al mundo le faltas Tú. Amén.

Contempla y da gracias a Dios

107

CUARTA SEMANA DE ADVIENTO

Dios nos ha hablado en Cristo

“La principal causa por la cual en la ley antigua

eran lícitas las preguntas que se hacían a Dios, y

convenía que los profetas y sacerdotes quisiesen

visiones y revelaciones de Dios, era porque entonces

no estaba aún fundada la fe ni establecida la ley

evangélica; y así, era menester que preguntasen a

Dios y que él hablase, ahora por palabras, ahora por

visiones y revelaciones, ahora en figuras y

semejanzas, ahora en otras muchas maneras de

significaciones. Porque todo lo que respondía y

hablaba y obraba y revelaba eran misterios de

nuestra fe y cosas tocantes a ella o enderezadas a

ella. Pero ya que está fundada la fe en Cristo y

manifiesta la ley evangélica en esta era de gracia, no

hay para qué preguntarle de aquella manera, ni para

qué él hable ya ni responda como entonces.

Porque en darnos, como nos dio, a su Hijo –que

es una Palabra suya, que no tiene otra–, todo nos lo

habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no

tiene más que hablar.

Y éste es el sentido de aquella autoridad, con que

san Pablo quiere inducir a los hebreos a que se

aparten de aquellos modos primeros y tratos con

Dios de la ley de Moisés, y pongan los ojos en

Cristo solamente, diciendo: Lo que antiguamente

habló Dios en los profetas a nuestros padres de

muchos modos y maneras, ahora a la postre, en

108

estos días, nos lo ha hablado en el Hijo todo de una

vez. En lo cual da a entender el Apóstol, que Dios

ha quedado ya como mudo, y no tiene más que

hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los

profetas ya lo ha hablado en él todo, dándonos el

todo, que es su Hijo.

Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a

Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo

haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no

poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer

otra cosa o novedad. Porque le podría responder

Dios de esta manera: «Si te tengo ya hablado todas

las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo

otra cosa que te pueda revelar o responder que sea

más que eso, pon los ojos sólo en él; porque en él te

lo tengo puesto todo y dicho y revelado, y hallarás

en él aún más de lo que pides y deseas.

Porque desde el día que bajé con mi espíritu

sobre él en el monte Tabor, diciendo: Éste es mi

amado Hijo en que me he complacido; a él oíd, ya

alcé yo la mano de todas esas maneras de

enseñanzas y respuestas, y se la di a el; oídle a él,

porque yo no tengo más fe que revelar, más cosas

que manifestar.

Que si antes hablaba, era prometiéndoos a Cristo;

y si me preguntaban, eran las preguntas

encaminadas a la petición y esperanza de Cristo, en

que habían de hallar todo bien, como ahora lo da a

entender toda la doctrina de los evangelistas y

apóstoles». (San Juan de la Cruz)

109

Domingo IV de Adviento

ORACIÓN

Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que,

por el anuncio del ángel, hemos conocido la

encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su

pasión y su cruz a la gloria de la resurrección. Por

Jesucristo nuestro Señor

Ciclo A

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

El nacimiento de Jesús fue de esta manera: la

madre de Jesús estaba desposada con José, y antes

de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por

obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era

bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla

en secreto. Pero apenas había tomado esta

resolución se le apareció en sueños un ángel del

Señor, que le dijo: “José, hijo de David, no tengas

reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la

criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.

Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre

Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus

pecados”.

Todo esto se cumplió para que se cumpliese lo

que había dicho el Señor por el profeta: “Mira: la

Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y por nombre

Emmanuel (que significa “Dios-con-nosotros”)”.

Cuando José se despertó hizo lo que le había

110

mandado el ángel del Señor y se llevo a casa a su

mujer (Mt 1, 18-24).

Ora

—José, su esposo, que era bueno y no quería de-

nunciarla.

A tus pies vengo, Señor, para que me enseñes la

pureza de mis pensamientos y de mis juicios

interiores. Porque de ella depende la santidad de mis

obras y de toda mi conducta.

Aquí tengo el ejemplo de aquel hombre bueno,

que diste por esposo a la que iba a ser tu Madre. No

comprende lo que están viendo sus ojos, pero no lo

juzga precipitada y temerariamente. Es justo en lo

interior de su escondida conciencia. Y por eso sus

obras son comedidas y humildes.

En cambio, yo soy tantas veces injusto en mis

palabras y en mis procedimientos, porque antes he

sido injusto en mis apreciaciones. Lo ignoro todo.

Y, sin embargo, me lanzo a juzgarlo todo, fiado en

apariencias banales o equívocas. Me creo avisado y

perspicaz, cuando soy simplemente injusto.

Aquí a tus pies, Señor, estoy viendo que hay otra

injusticia primera y anterior a la de mis

pensamientos: es la injusticia original de mi corazón

malévolo. Todo sale del corazón. Y es injusto

cuanto no procede del amor.

111

—Había tomado esta resolución.

Tenía José su plan, Dios mío, y pensaba con

buen corazón que su plan era el tuyo. No sabía en

aquella ocasión de tu misteriosa providencia.

Pero sobre él y sobre todos los que confían en Ti

velas, Señor, misericordiosamente para conducirlos

a la verdad y al bien.

No permites que se engañe un corazón, cuando

ha puesto en Ti su confianza. Le dejas algún tiempo

a oscuras y en tribulación para que luego tus

caminos sean más admirables. Para que la confianza

puesta a prueba produzca frutos más deliciosos.

Yo renuncio a todos mis planes, Señor, por muy

razonables que me parezcan. Mis caminos no son

tus caminos y yo sólo quiero seguir los tuyos e ir

siempre conducido de tu mano.

Dime lo que quieres de mí; ilumina mi mente,

cuando ha de investigar con trabajo en busca de tu

voluntad santísima. Y ciega mis ojos, cuando mi

investigación no sea de tu agrado.

Abre entonces mis oídos para escuchar con

fidelidad tu voz y mi corazón para seguirla con

docilidad hasta el fin. Haz que fracasen todos mis

planes y conduce, Señor, mis pasos por tus caminos.

—Dios, con nosotros.

No es sólo la presencia de tu inmensidad, Dios

mío, sino también la presencia de tu pequeñez y de

tu limitación.

112

Estás con nosotros con tu Divinidad desde

siempre y estás con nosotros por tu humanidad, que

asumiste cuando advino la plenitud de los tiempos.

Es decir, estás con nosotros por tu misericordia y

por tus obras de salvación y de amor.

Así estás con nosotros; o sea no sólo entre

nosotros y junto a nosotros, sino también a nuestro

favor y para nuestra ayuda. Bendito sea Emmanuel,

bendito sea Dios con nosotros.

Que yo no me aleje de Ti, Señor; que no sea

yo tan desgraciado, que huya de tu presencia y de tu

misericordia y de mi salvación. Dios con nosotros y

por nosotros. ¿Quién estará contra nosotros? Dios

con nosotros, ¿a quién temeré?

Contempla y da gracias a Dios

Ciclo B

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, el Ángel Gabriel fue enviado

por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,

a una virgen desposada con un hombre llamado

José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba

María.

El ángel, entrando a su presencia, dijo:

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.

Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba

que saludo era aquél.

113

El ángel le dijo: “No temas, María, porque has

encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu

vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por

nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del

Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su

padre; reinará sobre la casa de Jacob para

siempre, y su reino no tendrá fin”

Y María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no

conozco varón?”. El ángel le contestó: “El Espíritu

Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te

cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a

nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu

pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha

concebido un hijo, y ya está de seis meses la que

llamaban estéril, porque para Dios nada hay

imposible”.

María contestó: “Aquí está la esclava del Señor,

hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel se retiró

(Lc 1, 26-38).

Ora

—La Virgen se llamaba María.

Y desde entonces el santo nombre de la dulce

Virgen derrama, como una estrella, la paz y la

mansedumbre de su luz sobre el mundo.

Oh Señora. Oh Virgen. Oh María. Tu nombre es

bálsamo, que cae suavizando la acritud de nuestras

llagas. Tu nombre levanta nuestros pensamientos,

que se arrastraban por el barro y levanta nuestros

corazones en las horas difíciles de amargura.

114

Dichoso el que sabe tu nombre y lo invoca,

porque no está perdido. Entre la basura de tantas

palabras inútiles o pecadoras, de cuando en cuando,

la piedra preciosa de tu nombre, que todo lo

enriquece. Lo pronunció el ángel, cuando trataba de

la salvación del mundo.

Y siempre que algunos labios lo pronuncian, es

que está próxima la salud y la bendición. Oh María.

Cuando tu nombre resuena y donde quiera que sea,

el corazón mismo de Dios se pone alerta.

Y, aun en medio de las sombras, se enciende un

lucero. Hasta la muerte se ilumina y sonríe, porque

tu nombre, dulce Virgen, abre las puertas de la vida.

—Alégrate, llena de gracia.

La gracia, oh María, de todos tus encantos

naturales, de tu hermosura, de tu modestia, de tu

dulce sonrisa. Y la gracia de las maravillas

sobrenaturales, que Dios ha derramado en tu alma.

Cómo descansan los ojos mirándote y cómo el

corazón se extasía en tu belleza. Desde el primer

momento te previno la gracia para hacerte

excepcional y única.

Te escogió el Señor y te predestinó, puso en Ti

sus complacencias y te hizo hermosa más que a

ninguna otra criatura. Nada hay en Ti, no lo ha

habido nunca, que sea ingrato a los ojos de Dios. El

Señor te poseyó desde el primerísimo comienzo de

tus caminos.

115

En Ti está la gracia de los dones y de las

bendiciones divinas y luego la gracia de tus méritos

y de tus virtudes. Oh María, llena de gracia.

—El Señor está contigo.

Sí, el Señor está contigo, dulce Virgen, desde los

días de su eternidad, aun antes que tú existieses.

Desde siempre pensó en Ti y llevó tu imagen en

su corazón para modelarte como te querían sus

magníficas predilecciones. Te pensaba y te escogía,

cuando determinó que Jesús, tu Hijo, fuese el centro

de toda la creación y el primogénito de toda criatura.

El Señor es contigo, cuando apareciste en el

mundo, desde el primer instante de tu concepción; y

la antigua serpiente no pudo morder tu bendita

planta. El Señor contigo desde entonces y hasta el

momento en que te habló el ángel. Mucho más

desde que se fue el ángel y comenzó a operar en Ti

con su divina virtud el Espíritu Santo.

Siempre contigo el Señor, oh bendita, santa

Virgen María.

—El Espíritu Santo vendrá sobre Ti.

¡Virgen de vírgenes! Tu concepción será

misteriosa y milagrosa sobre todas las leyes de los

sentidos y de la carne. Una concepción material,

provocada por el Espíritu vivificador y santificante.

116

En tu carne y de tu carne limpísima formará el

Espíritu un cuerpo material y sensible al dolor y

capaz de morir.

La virtud omnipotente del Espíritu se empleará

en Ti y un Hijo tuyo según la carne será Hijo santo

del Altísimo. ¡Misterio de grandeza y de limpieza y

de fecundidad y de gracia y de amor!

¡Qué misterios los que el Espíritu Santo realiza

en tu alma y en tu carne inmaculada! ¡Oh Espíritu,

ven con tus misterios a mi alma, levántame sobre

todo lo material! ¡Transforma e ilumina mi espíritu

que se materializa y se corrompe y haz que hasta mi

cuerpo y mis sentidos se espiritualicen y se eleven

con tu virtud!

—Aquí está la esclava del Señor.

¡Palabras tan sencillas y tan cargadas de

sabiduría! El Espíritu Santo iluminó tu mente,

Virgen santísima, antes de operar en tus entrañas

virginales.

Tú supiste comprender hasta su raíz más honda

esa dependencia absoluta, que toda criatura tiene de

Dios. Tu actitud fue de sumisión y de entrega. Sean

cualesquiera los planes divinos, no te opones a nada.

La grandeza de tu santidad está en la humildad pro-

fundísima de tu entrega.

En esto está mi insensatez y mi pecado, en que

me empeño en guiarme por mi libertad y por mis

gustos. ¡Señor y Dios mío! Ilumina mis ojos para

que conozca la verdad de mi ser y pon en mi

117

corazón espíritu de servicio y de total dependencia y

sumisión a tu voluntad. ¡Que no resista, Señor, que

no se levante mi orgullo!

—Hágase en mí según tu palabra.

Yo quiero también, Dios mío, que Tú obres libre-

mente en mí y que tu palabra y tu operación me

traiga y me lleve sin resistencia mía.

Yo me ofrezco a la responsabilidad y al dolor

como se ofreció la Virgen. No consultes, Señor, mi

voluntad y haz de mí lo que te plazca.

Aplasta esta rebeldía que ha puesto en mí el

pecado y que tantas veces se opone a tus planes. Me

es duro, Dios mío, este continuo batallar conmigo

mismo y quisiera un corazón siempre dócil a tu

palabra.

Aun ahora que me entrego y que rindo mi

voluntad, siento en el fondo oscuro de mí mismo

algo que se subleva y que se niega tercamente.

¡Oh, si yo sintiera el pacífico y dulce abandono a

tu voluntad! Pero las palabras de las criaturas

resuenan, Señor, a mis oídos y dejan en mi interior

el alboroto de sus ecos.

Señor, que se cumplan en mí tus palabras.

Contempla y da gracias a Dios

118

Ciclo C

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquellos días, María se puso en camino y fue

aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en

casa de Zacarías, y saludó a Isabel.

En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la

criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu

Santo, y dijo a voz en grito: “Bendita tú entre las

mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Quién soy

yo para que me visite la madre de mi Señor? En

cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó

de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú la que has

creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se

cumplirá” (Lc 1,39-45).

Ora

—¿Quién soy yo para que me visite la Madre de

mi Señor?

Tu visita, Señora, llena de alegría el corazón de

quien te conoce. Y, si no tiene aún la dicha de

conocerte, se le abren pronto los ojos a la gracia de

tus encantos.

Desde aquella primera visita en los comienzos de

tu Maternidad, cuántas veces has aparecido

misteriosamente a innumerables corazones, en el

correr de los siglos. ¡Oh María, oh Madre del Señor,

oh dulce visitadora de tantos necesitados de tu vista!

119

¿Por qué vienes, Señora? ¿Qué te impulsa a tan

benigna caridad? ¡Qué humilde agradecimiento el

de mi corazón, cuando te encuentro junto a mí! Eres

la última estrella, que aún refulge en los ojos y en el

corazón de quien está a punto de perder la luz de

toda esperanza.

Vienes porque eres Madre del Señor. Y eres la

Madre del Señor precisamente para venir y traernos

al Señor en nuestra suprema necesidad. Eres la

Madre del Señor para ser nuestra Madre.

Una madre viene siempre. Vienes, porque llevas

la caridad en tus mismas entrañas. Como va siempre

a donde sea necesario el que lleva la caridad en su

corazón.

También puedes orar con este texto de Benedicto

XVI:

Al meditar hoy la Visitación de María,

reflexionamos precisamente sobre esta valentía de la

fe. Aquella a quien acoge Isabel en su casa es la

Virgen que «creyó» al anuncio del ángel y

respondió con fe aceptando con valentía el proyecto

de Dios para su vida y acogiendo de esta forma en sí

misma la Palabra eterna del Altísimo. María

pronunció su fiat por medio de la fe, «se confió a

Dios sin reservas y “se consagró totalmente a sí

misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la

obra de su Hijo”» (RM n.13; cf. LG, 56). Por ello

Isabel, al saludarla, exclama: «Bienaventurada la

que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se

120

cumplirá» (Lc 1, 45). María creyó verdaderamente

que «para Dios nada hay imposible» (v. 37) y, firme

en esta confianza, se dejó guiar por el Espíritu Santo

en la obediencia diaria a sus designios. ¿Cómo no

desear para nuestra vida el mismo abandono

confiado? ¿Cómo podríamos renunciar a esta

bienaventuranza que nace de una relación tan íntima

y profunda con Jesús? Por ello, dirigiéndonos hoy a

la «llena de gracia», le pedimos que obtenga

también para nosotros, de la divina Providencia,

poder pronunciar cada día nuestro «sí» a los planes

de Dios con la misma fe humilde y pura con la cual

ella pronunció su «sí». Ella que, acogiendo en sí la

Palabra de Dios, se abandonó a él sin reservas, nos

guíe a una respuesta cada vez más generosa e

incondicional a sus proyectos, incluso cuando en

ellos estamos llamados a abrazar la cruz. (31 mayo

2011).

Contempla y da gracias a Dios

121

FERIAS MAYORES DE ADVIENTO

Días deliciosos con la Virgen ¡eso es el Adviento!

«Oración continua con la Virgen en estos días

de Adviento. Días en oración con Ella. Oración

unánime en su Corazón Inmaculado y oración

perseverante todos los momentos del día, venciendo

con amor orgullo, pereza, timidez, inconstancia.

‘Perseveraban unánimes en la oración con... María,

Madre de Jesús’ (Hech 1,14). Días deliciosos de

intimidad sin igual. Ella hará nacer a Jesús en el

corazón de sus hijos...

¡Santa María del Adviento, Reina y Madre de la

Iglesia! Prepara en nuestros corazones los caminos

del Señor, endereza senderos, allana montes de

soberbia, colma valles de desalientos y timideces.

Que sean enderezados nuestros caminos torcidos e

igualados los escabrosos, para que todos vean al

Salvador enviado por Dios.

Tú serás mi Estrella conduciéndome a Jesús que

va a nacer. Muchos días, ir por la calle, trabajar o

descansar será para mí repetir saboreando y saborear

repitiendo: Dios te salve, María... llena de gracia...

El ángel del Señor anunció... y concibió por obra...

He aquí la esclava... hágase... y el Verbo se hizo

carne... y habitó...’ Sin saber cómo me encontraré

hablando contigo, amándole a Él con el mismo

fuego que de modo indecible abrasaba tu corazón...

Y allí me encontraré con mis hermanos todos los

hombres» (P. Tomás Morales).

122

Cielos lloved

-¡Cielos, lloved vuestra justicia! ¡Ábrete tierra!

¡Haz germinar al Salvador!

-Oh Señor, Pastor de la casa de Israel, Que

conduces a tu pueblo. Ven a rescatarnos con el

poder de tu brazo. Ven pronto, Señor. ¡ven

Salvador!

-Oh Sabiduría, salida de la boca del Padre,

Anunciada por profetas. Ven a enseñarnos el

camino de la salvación Ven pronto, Señor. ¡ven

Salvador!

-Hijo de David, estandarte de los pueblos y los

reyes, a quien clama el mundo entero, Ven a

libertarnos, Señor, no tardes más, Ven pronto,

Señor. ¡ven Salvador!

-Llave de David y Cetro de la casa de Israel, Tú

que reinas sobre el mundo. Ven a libertar a los que

en tinieblas te esperan Ven pronto, Señor. ¡ven

Salvador!

-Oh Sol naciente, esplendor de la luz eterna y Sol

de justicia. Ven a iluminar a los que yacen en

sombras de muerte. Ven pronto, Señor. ¡ven

Salvador!

-Rey de las naciones y Piedra angular de la Iglesia,

tú que unes a los pueblos. Ven a libertar a los

hombres que has creado. Ven pronto, Señor. ¡ven

Salvador!

-Oh Emmanuel, Nuestro Rey, salvador de las

naciones, Esperanza de los pueblos. Ven a

libertarnos, Señor, no tardes ya. Ven pronto,

Señor. ¡ven Salvador!

123

17 de diciembre

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de

Abraham:

Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob,

Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró de

Tamar a Farés y a Zará, Farés a Esrón, Esrón a

Aram, Aram a Aminadab, Aminadab a Naasón,

Naasón a Salmón, Salmón a Jesé, Jesé engendró a

David, el rey. David de la mujer de Hurías

engendró a Salomón, Salomón a Roboám, Roboám

a Abías, Abías a Asaf, Asaf a Josafat, Josafat a

Joram, Joram a Ozías, Ozías a Joatam, Joatam a

Acaz, Acaz a Ezequías, Ezequías engendró a

Manasés, Manasés a Amós, Amós a Josías, Josías

engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el

destierro de Babilonia.

Después del destierro de Babilonia, Jeconías

engendró a Salatiel, Salatiel a Zorobabel,

Zorobabel a Abiud, Abiud a Eliaquín, Eliaquín a

Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquim, Aquim a Eliud,

Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob y

Jacob engendró a José, el esposo de María, de la

cual nació Jesús, llamado Cristo

Así, las generaciones de Abraham a David

fueron en total catorce; desde David hasta la

deportación, catorce, y desde la deportación a

Babilonia hasta el Mesías, catorce (Mt 1, 1-17).

124

Ora

— Genealogía de Jesucristo.

Culminan en Ti, Señor Jesús, muchos siglos de

historia. Uno tras otro, conocemos a todos tus

ascendientes. Tus raíces se entierran profundamente

en nuestra carne humana.

Existes desde siempre, porque vienes de arriba;

vienes del Padre. Tu generación es antes de los

siglos. Y, sin embargo, en los siglos y lentamente se

fue preparando esta otra generación, por la cual

habías de aparecer en carne.

Ahora contigo, con este eslabón que eres Tú, es

cuando toda la cadena anterior se cierra y cobra su

pleno sentido y contigo se abre y cobra también

pleno sentido la cadena que empalma detrás.

¡Oh Jesús, el de la doble generación: de una

generación misteriosa e inaccesible y de otra

generación, también misteriosa, aunque conocemos

siglo a siglo todos sus pasos! ¡Oh genealogía, cuyos

miembros va incansablemente empalmando la

Providencia y la misericordia de Dios!

—Hijo de David, hijo de Abraham.

Eres, buen Jesús, el heredero de todas las

promesas de Dios y el imán de todos los deseos de

los hombres. En Ti se cumple cuanto había sido

dicho a David y a Abraham. Por Ti y esperándote a

Ti, se había ido perpetuando el pueblo de Israel.

125

Todos los ojos miraban ansiosos al porvenir, a

ver si divisaban tu venida. Y ya estás aquí. No se ha

olvidado Dios de sus promesas y de su pueblo. No

te has olvidado, Dios mío, de nosotros. Porque todos

vamos a formar con Jesús un nuevo y santo Israel.

¡Oh Señor! Apiádate del pueblo, que lleva aún tu

misma sangre, aunque renegó de Ti. No olvides que

él fue preparando tu venida y fue conservando esa

sangre, que un día había de correr por tus venas.

—De la cual nació Jesús, llamado Cristo.

¡Oh Niño! ¡Oh Madre! ¡Oh nacimiento de la

carne y contra las leyes de la carne! Ansias

maternales de María, pequeñitos miembros del Hijo

recién nacido, humildad del Verbo.

Ya estás, Jesús, en los brazos de tu Madre. Tú,

que has estado tantos meses en su seno virginal.

Descendiste al seno bendito sin corrupción,

habitaste en él con santidad y apareces ahora sin

herida y sin dolor. ¡Virgen bellísima en su

maternidad! ¡Madre admirable en su virginidad!

¡Niño tan pequeño y tan infinito! ¡Oh fuente de

aguas vivas, que salta de las entrañas de la Virgen!

Todo es paz, todo es amor y misterio. En el

silencio de la noche, para gloria del Padre y alegría

de los cielos, para salud de los hombres, ha nacido

Jesús de la Virgen María. ¡Jesús, te amo en los

brazos de tu Madre!

Contempla y da gracias a Dios

126

18 de diciembre

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

El evangelio de este día es el mismo del IV

domingo de adviento, Ciclo A. Puedes leerlo,

meditarlo y orarlo en las páginas 109-112.

Puedes también saborea estos dos textos:

«Nadie pudo ver a Dios ni darle a conocer, sino

Él mismo fue quien se reveló [en Jesucristo]. Y lo

hizo mediante la fe, único medio de ver a Dios. Pues

el Señor y Creador de todas las cosas, el que lo hizo

todo y dispuso cada cosa en su propio orden, no sólo

amó a los hombres, sino que fue también paciente

con ellos. Siempre fue, es y seguirá siendo benigno,

bueno, incapaz de ira y veraz. Más aún, Él es el

único bueno, y cuando concibió en su mente algo

grande e inefable, lo comunicó únicamente con su

Hijo» (Carta a Diogneto 8).

Y sobre San José:

“La figura de San José tal como aparece en el

relato evangélico es elevada y dramática, esculpida

con fe y humildad. No es que San José acepte venir

a ser padre de Dios, no. Podría hacer eso con un

desmedido orgullo o con una presuntuosa y falsa

humildad. Lo que sí hace José es entregar toda su

vida a Dios, seriamente, en una donación

incondicional. Acepta ser conducido por Dios por

caminos misteriosos; acepta recibir a su cuidado a la

127

Virgen María, en toda su fragilidad femenina, que

era verdadera, al igual que era verdadera la

fragilidad infantil de Jesús niño. Para estas

fragilidades poderosas, pero también débiles, José

acepta hacer de escudo, con su debilidad de hombre

ciertamente elegido por Dios, con altas gracias

divinas y dones especiales.

San José acepta valientemente y con alegría

cumplir la misión para la que el Señor le ha elegido.

No cabe duda de que Dios le ha preparando

especialísimamente, y que él siempre ha aceptado la

voluntad de Dios, prestándose a colaborar en todo lo

posible con la gracia divina. El Evangelio, dentro de

su concisión, es muy explícito: José, «como era

bueno». ¡Cuántas renuncias suponen esas palabras!

Tenemos necesidad de su ejemplo y de su

intercesión en estos tiempos en los que los hombres,

siguiendo sus propios planes, quedan extenuados,

vacíos y sin alma” (Manuel Garrido Bonaño).

Contempla y da gracias a Dios

19 de diciembre

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un

sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías,

casado con una descendiente de Aarón llamada

Isabel. Los dos eran justos ante Dios, y caminaban

128

sin falta según los mandamientos y leyes del Señor.

No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos

eran de edad avanzada.

Una vez que oficiaba delante de Dios con el

grupo de su turno, según el ritual de los sacerdotes,

le tocó a él entrar en el santuario del Señor a

ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo

estaba fuera rezando durante la ofrenda del

incienso. Y se le apareció el ángel del Señor, de pie

a la derecha del altar del incienso. Al verlo,

Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de

temor. Pero el ángel le dijo: “No temas, Zacarías,

porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel

te dará un hijo y le pondrás por nombre Juan. Te

llenarás de alegría y muchos se alegrarán de su

nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor:

no beberá vino ni licor; se llenará de Espíritu Santo

ya en el vientre materno, y convertirá muchos

israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor,

con el espíritu y poder de Elías, para convertir los

corazones de los padres hacia los hijos, y a los

desobedientes a la sensatez de los justos,

preparando para el Señor un pueblo bien

dispuesto”.

Zacarías replicó al ángel: “¿Cómo estaré seguro

de eso? Porque yo soy viejo y mi mujer es de edad

avanzada”. El ángel le contestó: “Yo soy Gabriel,

que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado a

hablarte para darte esta buena noticia. Pero mira:

guardarás silencio, sin poder hablar, hasta el día en

que esto suceda, porque no has dado fe a mis

129

palabras, que se cumplirán en su momento”. El

pueblo estaba aguardando a Zacarías, sorprendido

de que tardase tanto en el santuario. Al salir no

podía hablarles, y ellos comprendieron que había

tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por

señas, porque seguía mudo.

Al cumplirse los días de su servicio en el templo

volvió a casa. Días después concibió Isabel, su

mujer, y estuvo sin salir cinco meses, diciendo: “Así

me ha tratado el Señor cuando se ha dignado quitar

mi afrenta ante los hombres” ( Lc 1, 5-25).

Ora

—Tu ruego ha sido escuchado.

Señor, Tú oyes mi oración desde el primer

momento, desde el punto en que sale de mi corazón,

cuando se acerca a Ti con humildad y confianza.

Pero dispones las cosas a su tiempo, cuando es

oportuno a tu divino beneplácito y no cuando se le

antoja a mis impetuosas impaciencias. Tú oyes mi

oración, cuando empalma con los planes de tu

providencia salvadora y santificadora y no cuando

se mueve tan sólo en el estrecho círculo de lo

terreno y se opone a la salud de mi alma.

Oyes mi oración, cuando se hace en el nombre de

tu Hijo, para que redunde en gloria suya y en mi

santificación por su gracia. Oyes toda oración que se

hace dentro de la economía salvadora y sobrenatural

de tu Hijo, Jesucristo.

130

Oh Espíritu Santo, pon en mi corazón la oración

conveniente y en el momento oportuno. Enséñame a

confiar y a esperar con humildad.

—Yo soy viejo y mi mujer es de edad avanzada.

Así van pasando, Dios mío, las cosas todas de

este mundo. Caen, una a una, las hojas primaverales

de la juventud y caen, con ellas, nuestras vanas

esperanzas.

Se acerca el otoño, Señor, cuando los árboles

quedan desnudos, y los días son grises y la vida se

torna incierta y melancólica. Todo queda atrás lo

que constituyó en otro tiempo nuestro encanto.

Amenguan las fuerzas y va uno comprendiendo que

la vida pertenece a otros, y hay que cederles el paso,

porque empujan sin misericordia.

Despunta la hierba y luce un momento la

galanura de la flor y luego envejece velozmente y se

marchita y es hoja seca que arrastra el vendaval.

Porque Tú, Dios mío, has recortado los límites de

nuestra vida y caminamos apresuradamente al

ocaso. Qué nostalgia de los años pasados y qué

incertidumbre sobre el próximo final. Y qué

convencimiento ineludible de que mi hora ya pasó o

está para pasar. Pero en Ti, Señor, pongo toda mi

esperanza y en la nueva e interminable primavera

del más allá, que Tú me has prometido.

131

—Al cumplirse los días de su servicio.

He de resignarme, Dios mío, a ver cómo pasan

mis días y se acaba el tiempo y la oportunidad de

mis actuaciones. Otros vienen y me sustituyen. Yo

quedo desplazado. Ya no me escuchan, ni cuentan

conmigo.

El amor propio se me alborota inútilmente.

Pierdo la paz, cuando podía gozarla mejor que

nunca en la humildad de mi rincón y en la

contemplación serena de tu infinita sabiduría.

Sólo Tú, Señor, eres inmutable. Sólo Tú

permaneces sin alteraciones, sin que pasen los días y

las noches para consumir tu actuación

irremplazable. Tú obras de continuo silenciosa y

misteriosamente en todas las cosas. Empleas como

instrumentos de tu Providencia a los que Tú quieres

escoger y por el tiempo que Tú a cada uno le

señalas.

Y, cuando Tú lo tienes ordenado, mis fuerzas

comienzan a declinar, mi actividad se va

paralizando y termino yo mismo por desaparecer del

todo. O las circunstancias se transforman, en virtud

de algún secreto designio tuyo, y yo quedo fuera de

combate aun mucho antes que mi plenitud vital se

haya agostado. Pasó, Señor, mi hora. Tú eres quien

mueve las manecillas del reloj, aunque mi ceguera

no advierta tu mano santificadora.

Contempla y da gracias a Dios

132

20 de diciembre

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

El evangelio de este día es el mismo del IV

domingo de adviento, Ciclo B. Puedes leerlo,

meditarlo y orarlo en las páginas 112-117.

Puedes también saborear estas palabras de

Benedicto XVI:

La liturgia nos presenta el relato del anuncio del

ángel a María. Contemplando el estupendo icono de

la Virgen santísima, en el momento en que recibe el

mensaje divino y da su respuesta, nos ilumina

interiormente la luz de verdad que proviene, siempre

nueva, de ese misterio. En particular, quiero

reflexionar brevemente sobre la importancia de la

virginidad de María, es decir, del hecho de que ella

concibió a Jesús permaneciendo virgen.

En el trasfondo del acontecimiento de Nazaret se

halla la profecía de Isaías. «Mirad: la virgen está

encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre

Emanuel» (Is 7, 14). Esta antigua promesa encontró

cumplimiento superabundante en la Encarnación del

Hijo de Dios.

De hecho, la Virgen María no sólo concibió, sino

que lo hizo por obra del Espíritu Santo, es decir, de

Dios mismo. El ser humano que comienza a vivir en

su seno toma la carne de María, pero su existencia

deriva totalmente de Dios. Es plenamente hombre,

hecho de tierra —para usar el símbolo bíblico—,

133

pero viene de lo alto, del cielo. El hecho de que

María conciba permaneciendo virgen es, por

consiguiente, esencial para el conocimiento de Jesús

y para nuestra fe, porque atestigua que la iniciativa

fue de Dios y sobre todo revela quién es el

concebido. Como dice el Evangelio: «Por eso el

Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios» (Lc

1, 35). En este sentido, la virginidad de María y la

divinidad de Jesús se garantizan recíprocamente.

Por eso es tan importante aquella única pregunta

que María, «turbada grandemente», dirige al ángel:

«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc 1,

34). En su sencillez, María es muy sabia: no duda

del poder de Dios, pero quiere entender mejor su

voluntad, para adecuarse completamente a esa

voluntad. María es superada infinitamente por el

Misterio, y sin embargo ocupa perfectamente el

lugar que le ha sido asignado en su centro. Su

corazón y su mente son plenamente humildes, y,

precisamente por su singular humildad, Dios espera

el «sí» de esa joven para realizar su designio.

Respeta su dignidad y su libertad. El «sí» de María

implica a la vez la maternidad y la virginidad, y

desea que todo en ella sea para gloria de Dios, y que

el Hijo que nacerá de ella sea totalmente don de

gracia.

Queridos amigos, la virginidad de María es única

e irrepetible; pero su significado espiritual atañe a

todo cristiano. En definitiva, está vinculado a la fe:

de hecho, quien confía profundamente en el amor de

Dios, acoge en sí a Jesús, su vida divina, por la

134

acción del Espíritu Santo. ¡Este es el misterio de la

Navidad! A todos os deseo que lo viváis con íntima

alegría (18 diciembre 2011).

Contempla y da gracias a Dios

21 de diciembre

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

El evangelio de este día es el mismo del IV

domingo de adviento, Ciclo C. Puedes leerlo,

meditarlo y orarlo en las páginas 118-120.

Puedes también saborear estas palabras de

Benedicto XVI:

El Magníficat, este canto al Dios vivo y operante

en la historia, es un himno de fe y de amor, que

brota del corazón de la Virgen. Ella vivió con

fidelidad ejemplar y custodió en lo más íntimo de su

corazón las palabras de Dios a su pueblo, las

promesas hechas a Abrahán, Isaac y Jacob,

convirtiéndolas en el contenido de su oración: en el

Magníficat la Palabra de Dios se convirtió en la

palabra de María, en lámpara de su camino, y la

dispuso a acoger también en su seno al Verbo de

Dios hecho carne. Esta página evangélica recuerda

la presencia de Dios en la historia y en el desarrollo

mismo de los acontecimientos; en particular hay una

referencia al Segundo libro de Samuel en el capítulo

sexto (6, 1-15), en el que David transporta el Arca

135

santa de la Alianza. El paralelo que hace el

evangelista es claro: María, en espera del

nacimiento de su Hijo Jesús, es el Arca santa que

lleva en sí la presencia de Dios, una presencia que es

fuente de consuelo, de alegría plena. De hecho, Juan

danza en el seno de Isabel, exactamente como David

danzaba delante del Arca. María es la «visita» de

Dios que produce alegría. Zacarías, en su canto de

alabanza, lo dirá explícitamente: «Bendito sea el

Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido

a su pueblo» (Lc 1, 68). La casa de Zacarías

experimentó la visita de Dios con el nacimiento

inesperado de Juan Bautista, pero sobre todo con la

presencia de María, que lleva en su seno al Hijo de

Dios.

Hay unas hermosas palabras de san Gregorio

Magno sobre san Benito que podemos aplicar

también a María: san Gregorio Magno dice que el

corazón de san Benito se hizo tan grande que toda la

creación podía entrar en él. Esto vale mucho más

para María: María, unida totalmente a Dios, tiene un

corazón tan grande que toda la creación puede entrar

en él, y los ex-votos en todas las partes de la tierra

lo demuestran. María está cerca, puede escuchar,

puede ayudar, está cerca de todos nosotros. En Dios

hay espacio para el hombre, y Dios está cerca, y

María, unida a Dios, está muy cerca, tiene el

corazón tan grande como el corazón de Dios.

Pero también hay otro aspecto: no sólo en Dios

hay espacio para el hombre; en el hombre hay

espacio para Dios. También esto lo vemos en María,

136

el Arca santa que lleva la presencia de Dios. En

nosotros hay espacio para Dios y esta presencia de

Dios en nosotros, tan importante para iluminar al

mundo en su tristeza, en sus problemas, esta

presencia se realiza en la fe: en la fe abrimos las

puertas de nuestro ser para que Dios entre en

nosotros, para que Dios pueda ser la fuerza que da

vida y camino a nuestro ser. En nosotros hay

espacio; abrámonos como se abrió María, diciendo:

«He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según

tu Palabra». Abriéndonos a Dios no perdemos nada.

Al contrario: nuestra vida se hace rica y grande.

Así, la fe, la esperanza y el amor se combinan.

Hoy se habla mucho de un mundo mejor, que todos

anhelan: sería nuestra esperanza. No sabemos, no sé

si este mundo mejor vendrá y cuándo vendrá. Lo

seguro es que un mundo que se aleja de Dios no se

hace mejor, sino peor. Sólo la presencia de Dios

puede garantizar también un mundo bueno. Pero

dejemos esto. Una cosa, una esperanza es segura:

Dios nos aguarda, nos espera; no vamos al vacío; él

nos espera. Dios nos espera y, al ir al otro mundo,

nos espera la bondad de la Madre, encontramos a los

nuestros, encontramos el Amor eterno. Dios nos

espera: esta es nuestra gran alegría y la gran

esperanza que nace precisamente de esta fiesta.

María nos visita, y es la alegría de nuestra vida, y la

alegría es esperanza. (15 agosto 2012).

Contempla y da gracias a Dios

137

22 de diciembre

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, María dijo:

“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se

alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha

mirado la humillación de su esclava. Desde ahora

me felicitarán todas las generaciones, porque el

Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su

nombre es santo. Y su misericordia llega a sus fieles

de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo: dispersa a los

soberbios de corazón, derriba del trono a los

poderosos y enaltece a los humildes, a los

hambrientos los colma de bienes y a los ricos los

despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo,

acordándose de la misericordia —como lo había

prometido a nuestros padres—, en favor de

Abraham y su descendencia para siempre”.

María se quedó con Isabel unos tres meses y

después volvió a su casa. (Lc 1,46-56).

Ora

— Proclama mi alma la grandeza del Señor.

Las alabanzas de la Virgen, Dios mío, te agradan

más que las que sabe decir el coro universal de las

criaturas. Son alabanzas de sus labios y alabanzas,

sobre todo, de su alma estremecida sustancialmente

por tu amor. Ella canta tus magnificencias, oh Dios

138

inaccesible, que has bajado no sólo a su alma, sino

también a su carne, en la plenitud de tu divinidad.

Has bajado corporalmente y siente tu presencia

y, al mismo tiempo, cree en tu palabra y con ojos

iluminados del corazón sabe que eres Tú.

Te agradan esas alabanzas de un corazón

humilde y limpísimo, que no se envanece en sí

mismo, sino que se entrega a Ti y se pierde en Ti.

¡Señor, cómo quiero unir mis pobres alabanzas

con las de Ella y que su alma enseñe a la mía esa

íntima y total adoración!

—Enaltece a los humildes.

¡Tú, Dios mío, miras benignamente al pobre de

espíritu, que no encuentra en sí mismo cosa donde

apoyarse, que nada se atribuye a sí, sino la propia

miseria e inclinación al mal! Yo reconozco esta

verdad conceptualmente, pero no soy humilde de

corazón.

¿Qué es esto: que sé la verdad sobre mí mismo y,

sin embargo, estoy lleno de estima propia y busco la

estimación y aprecio de los demás?

Me turbo y entristezco fácilmente, si veo en los

otros desvío o indiferencia o tan sólo que nada

saben, ni están enterados de mí. Y mucho más

cualquier desprecio me hiere y apenas logro

disimularlo. Pues ten, Dios mío, misericordia de mí

y penétrame con el espíritu y con los sentimientos

de humildad.

139

Vacíame y despójame de esta importuna

obsesión de mí mismo y reduce mi yo a su plena

desnudez, para que sienta la necesidad que tiene de

Ti.

—A los hambrientos los colma de bienes.

A pesar de todo, Señor, siento dentro de mí el

hambre misteriosa.

A veces, las criaturas me asedian por todos lados

con sus encantos, me entretienen y llenan mis

sentidos. Entonces mi necesidad y mi hambre no se

extingue, pero se duerme o se adormece, como

cuando el ebrio cae en el sopor y en la inconsciencia

o cuando vive en el falso mundo de las fantasías,

que ha provocado el excesivo beber.

Pero yo tengo hambre, Señor. El entretenimiento

de las criaturas se va disipando y vuelvo de la

inconsciencia y del engaño y se me hace

extrañamente sensible el gran vacío y la absoluta

indigencia de mi interior. Ya sé que es hambre de

Ti, oh Verdad y Amor.

Haz que calle toda otra hambre material y que se

haga, en cambio, cada día más viva esta hambre y

esta necesidad de Ti. Y calma también, oh Dios

infinitamente bueno, toda hambre de tus criaturas.

Contempla y da gracias a Dios

140

23 de diciembre

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un

hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el

Señor le había hecho una gran misericordia, y la

felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al

niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La

madre intervino diciendo: “¡No! Se va a llamar

Juan”. Le replicaron: “Ninguno de tus parientes se

llama así”. Entonces preguntaban por señas al

padre cómo quería que se llamase. Él pidió una

tablilla y escribió: “Juan es su nombre”. Todos se

quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la

boca y la lengua y empezó a hablar bendiciendo a

Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió

la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los

que lo oían reflexionaban diciendo: “¿Qué va a ser

este niño?” Porque la mano de Dios estaba con él

(Lc 1, 57-66).

Ora

— Se enteraron de que el Señor le había hecho

una gran misericordia.

Lo que quiera que me suceda es, Señor,

misericordia tuya para conmigo. Y el que yo lo

conozca y reconozca así es una nueva misericordia.

Aun entonces cuando puedo razonablemente pensar

que me castigas por mis pecados, es un castigo de

141

misericordia. Estoy, Dios mío, abismado en el

Océano infinito de tus misericordias.

A veces abres mis ojos ciegos y me deslumbra la

luz misteriosa de tu Providencia. Entonces no ceso

de alabarte, porque eres bueno, porque tu

misericordia no se acaba nunca.

A veces mi insensatez y mis pasiones me

enturbian la vista y sólo veo tu mano bendita en esos

sucesos agradables que favorecen mi prosperidad en

este mundo. Y, si esos sucesos no llegan, me quejo

neciamente, desconfío de tu Providencia y niego o

pongo en duda tu misericordia. No comprendo por

qué dejas libre camino al mal y por qué consientes

que los tuyos sean atribulados de tantas maneras.

Señor, como quiera que lo hagas conmigo, no me

niegues nunca la misericordia de tu luz, para que mi

corazón no desfallezca y para que mis labios no

cesen nunca de darte gracias.

—Ninguno de tus parientes se llama así.

Cuántas veces, Señor, son motivos de puro

compromiso sin sustancia los que determinan mis

decisiones. Lo hago así, porque otros lo hacen o

porque siempre se ha hecho y por no desentonar del

ambiente que me rodea.

Soy perezoso para buscar lo que más hace al

caso o me falta audacia para remar contra corriente.

Tú tienes, Dios mío, tu plan y tu solución para

cada circunstancia, como tenías preparado el

nombre para aquel niño. Los demás querían un

142

nombre vulgar y acostumbrado, como el que

llevaban otros miembros de la familia. No

comprendían el porqué de innovaciones, que

rompían la rutina tradicional en tales casos.

Confieso, Dios mío, que es la pereza lo que me

impide ahondar en la verdad y en la realidad de cada

cosa y buscar en ella con desnuda sinceridad las

orientaciones que pueda señalarme tu Providencia

sapientísima.

Me es más cómodo repetir una respuesta banal,

que todos van repitiendo por la inercia de la

costumbre. Líbrame, Señor, de este necio y

engañoso salir del paso con cualquier expediente

rutinario. Y dame también valor para decir a cada

cosa su propio nombre y a cada problema su

auténtica solución, aunque no agrade a los que

recitan de memoria viejas fórmulas.

Dame, Señor, diligencia para investigar la verdad

y luz para conocerla y fortaleza contra las

costumbres vacías.

—La mano de Dios estaba con él.

Yo pienso ahora, Dios infinitamente bueno, en

cuántas ocasiones ha estado tu mano conmigo para

protegerme y conducirme, aunque yo no me diera

cuenta de ello.

Cuántos tropiezos has quitado a mi paso, en los

cuales la vida de mi cuerpo o también mi alma

hubiera sucumbido. De muchos tuve conciencia y

admiré tu misericordia y tu providencia; otros,

solamente Tú los conoces.

143

Dios mío, gracias de todo mi corazón. Gracias,

sobre todo, por aquellos que nunca te he agradecido

particularmente, por mi ignorancia.

Tu mano ha estado también conmigo en continua

y positiva bendición de gracias para traerme,

sostenerme y reducirme, oh Señor y misericordia

infinita. Yo no he sabido aprovechar esta bendición

de tu mano liberalísima. Yo no he querido sujetar

mis manos a la tuya en la cual está todo mi bien.

Contempla y da gracias a Dios

24 de diciembre

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, lleno

del Espíritu Santo profetizó diciendo:

“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha

visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una

fuerza de salvación en la casa de David, su siervo;

según lo había predicho desde antiguo por boca de

sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de

nuestros enemigos y de la mano de todos los que

nos odian; realizando la misericordia que tuvo con

nuestros padres, recordando su santa alianza y el

juramento que juró a nuestro padre Abraham. Para

concedernos que, libres de temor, arrancados de la

mano de los enemigos, le sirvamos en santidad y

justicia, en su presencia todos nuestros días. Y a ti,

144

niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás

delante del Señor, a preparar sus caminos,

anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de

sus pecados. Por la entrañable misericordia de

nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto,

para iluminar a los que viven en tinieblas y en

sombra de muerte; para guiar nuestros pasos en el

camino de la paz” (Lc 1, 67-79).

Ora

— Para que le sirvamos libres de temor.

Dame, Señor y Dios mío, tu santo amor; un amor

generoso y constante, que rompa con todas las

dificultades para ir a Ti. Un amor sin interés y sin

miedos Un amor de servicio, de humildad, de

confianza y de entrega.

Señor, deseo amarte; no por el gozo del amor,

sino para servirte sin vacilaciones y sin debilidades;

para no andar siempre con el miedo de caer y para

que no sea el miedo lo que me contenga.

El temor me contiene mal, cuando viene la

tentación, y por eso ando midiendo hasta dónde

puedo llegar, sin exponerme peligrosamente. Me

falta generosidad porque me falta el amor o porque

es tibio mi amor.

Tú quieres que yo te sirva con corazón grande,

como sirve el hijo; y no por miedo al látigo, como el

esclavo. Dios mío, concédeme el espíritu de hijo,

que me asegure en tu servicio y que acabe con todas

145

estas tacañerías. E infúndeme el aborrecimiento del

mundo, que me aparta de Ti.

—Irás delante del Señor a preparar sus caminos.

Esta es, Dios mío, la suprema aspiración de todo

apostolado: preparar los caminos para que llegues

Tú. Porque no hay ambición ninguna, que pueda

saciarse sin Ti. No habrá paz en ningún corazón, si

Tú no llegas. No hay salvación, sino la que traigas

Tú. Enséñame, Señor, que sólo esto puede ser la

meta de mis esfuerzos apostólicos. ¿De qué sirve

que yo llegue y me admitan o me admiren y

aplaudan mis intervenciones? ¿De qué sirve que los

otros depositen en mí su confianza y su cariño?

Eres Tú el que tiene que llegar. Tú eres el

esperado, aunque no sepan que te esperan a Ti. Que

no te suplante yo, Señor y Dios mío, en las ilusiones

y en el corazón de nadie. No es apóstol, ni profeta

quien busca el bienestar o la felicidad de sus

hermanos en este mundo, si con eso no habla de Ti,

Señor Jesús, y no prepara los caminos para tu

venida. Ven, Señor, aunque los caminos estén

cerrados. Ábrelos Tú mismo, a pesar de nuestros

necios y alborotados procedimientos, a pesar de

nuestras torcidas e hipócritas intenciones.

Contempla y da gracias a Dios

146

Mirad las estrellas

–Mirad las estrellas fulgentes brillar,

Sus luces anuncian que Dios ahí está,

La noche en silencio, la noche en su paz,

Murmura esperanzas cumpliéndose ya.

–Los ángeles santos, que vienen y van,

Preparan caminos por donde vendrá

El Hijo del Padre, el Verbo eternal,

Al mundo del hombre en carne mortal.

–Abrid vuestras puertas ciudades de paz,

Que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;

Abrid corazones, hermanos cantad,

Que vuestra esperanza cumplida será.

–Los justos sabían que al hambre de Dios

Vendría a colmarla el Dios del amor,

Su Vida en su vida, su Amor en su amor

Serían un día su gracia y su don.

–Ven pronto, Mesías, ven pronto Señor,

Los hombres hermanos esperan tu voz,

Tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.

Ven pronto, Mesías, sé Dios salvador. Amén.

147

NAVIDAD

En la plenitud de los tiempos vino la plenitud de

la divinidad

“Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro

Salvador, y su amor al hombre. Gracias sean dadas a

Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo

en medio de esta peregrinación, de este destierro, de

esta miseria.

Antes de que apareciese la humanidad de nuestro

Salvador, su bondad se hallaba también oculta,

aunque ésta ya existía, pues la misericordia del

Señor es eterna. ¿Pero cómo, a pesar de ser tan

inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba

prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que

muchos no creían en ella. Efectivamente, en

distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios

por lo profetas. Y decía: Yo tengo designios de paz

y no de aflicción. Pero ¿qué podía responder el

hombre que sólo experimentaba la aflicción e

ignoraba la paz? ¿Hasta cuándo vais a estar

diciendo: «Paz, paz», y no hay paz? A causa de lo

cual los mensajeros de paz lloraban amargamente,

diciendo: Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio? Pero

ahora los hombres tendrán que creer a sus propios

ojos, y que los testimonios de Dios se han vuelto

absolutamente creíbles. Pues para que ni una vista

perturbada puede dejar de verlo, puso su tienda al

sol. Pero de lo que se trata ahora no es de la

promesa de la paz, sino de su envío; no de la

148

dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de

su anuncio profético, sino de su presencia. Es como

si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno

de su misericordia; un saco que habría de

desfondarse en la pasión, para que se derramara

nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño, pero

lleno. Y que un niño se nos ha dado, pero en quien

habita toda la plenitud de la divinidad. Ya que,

cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su

aparición la plenitud de la divinidad. Vino en carne

mortal para que, al presentarse así ante quienes eran

carnales, en la aparición de su humanidad se

reconociese su bondad. Porque, cuando se pone de

manifiesto la humanidad de Dios, ya no puede

mantenerse oculta su bondad. ¿De qué manera podía

manifestar mejor su bondad que asumiendo mi

carne? La mía, no la de Adán, es decir, no la que

Adán tuvo antes del pecado.

¿Hay algo que pueda declarar más

inequívocamente la misericordia de Dios que el

hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay

más rebosante de piedad que la Palabra de Dios

convertida en tan poca cosa por nosotros? Señor,

¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser

humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí

los hombres lo grande que es el cuidado que Dios

tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa

y siente sobre ellos. No te preguntes, tú, que eres

hombre, porqué has sufrido, sino por lo que sufrió

él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te

tasó, y así su bondad se te hará evidente por su

149

humanidad. Cuanto más bueno se hizo en su

humanidad, tanto más grande se reveló en su

bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto

más querido me es ahora. Ha aparecido –dice el

Apóstol– la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su

amor al hombre. Grandes y manifiestos son, sin

duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de

bondad reveló quien se preocupó de añadir a la

humanidad el nombre Dios” (San Bernardo).

25 de diciembre

NATIVIDAD DEL SEÑOR

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, apareció un edicto del César

Augusto, para que se hiciera el censo de toda la

tierra. Este primer censo, tuvo lugar cuando

Quirino era gobernador de Siria. Y todos iban a

hacerse empadronar, cada uno a su ciudad. Subió

también José de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a

Judea, a la ciudad de David, que se llama Betlehem,

porque él era de la casa y linaje de David, para

hacerse inscribir con María su esposa, que estaba

encinta. Y resultó que mientras estaban allí, llegó

para ella el tiempo del parto. Y dio a luz a su hijo

primogénito; y lo envolvió en pañales, y lo acostó

en un pesebre, porque no había lugar para ellos en

la posada. Había en aquel contorno unos pastores

acampados al raso, que pasaban la noche

150

custodiando su rebaño, y he aquí que un ángel del

Señor se les apareció, y la gloria del Señor los

envolvió de luz, y los invadió un gran temor. El

ángel les dijo: "¡No temáis! porque os anuncio una

gran alegría que será para todo el pueblo: Hoy os

ha nacido en la ciudad de David un Salvador, el

Mesías, el Señor. Y esto os servirá de señal:

hallaréis un niño envuelto en pañales, y acostado en

un pesebre". Y de repente vino a unirse al ángel una

multitud del ejército del cielo, que se puso a alabar

a Dios diciendo: "Gloria a Dios en las alturas, y en

la tierra paz a los hombres que ama el Señor (Lc 2,

1-14).

Ora

En este día grande, de inmensa alegría, saborea

estas palabras de San Agustín:

«Un año más ha brillado para nosotros –y hemos

de celebrarlo– el Nacimiento de nuestro Señor y

Salvador Jesucristo. En Él la verdad ha brotado de la

tierra (Sal 84,12); el Día del día ha venido a nuestro

día: alegrémonos y regocijémonos en Él (Sal

117,24). La fe de los cristianos conoce lo que nos ha

aportado la humildad de tan gran excelsitud. De ello

se mantiene alejado el corazón de los impíos, pues

Dios escondió estas cosas a los sabios y prudentes y

las reveló a los pequeños (Mt 11,25).

«Posean, por tanto, los humildes la humildad de

Dios, para llegar también a la altura de Dios con tan

grande ayuda, cual jumento que soporta su

151

debilidad. Aquellos sabios y prudentes, en cambio,

cuando buscan lo excelso de Dios y no creen lo

humilde, al pasar por alto esto y, en consecuencia,

no alcanzar aquello debido a su vaciedad y ligereza,

a su hinchazón y orgullo, quedaron como colgados

entre el cielo y la tierra, en el espacio propio del

viento…

«Por tanto, celebremos el nacimiento del Señor

con la asistencia y el aire de fiesta que merece.

Exulten los varones, exulten las mujeres…Exultad,

jóvenes santos… Exultad, vírgenes santas…

Exultad, todos los justos… Ha nacido el

Justificador. Exultad, débiles y enfermos, ha nacido

el Salvador. Exultad, cautivos, ha nacido el

Redentor. Exultad, siervos, ha nacido el Señor.

Exultad, hombres libres: ha nacido el Libertador.

Exultad, todos los cristianos, ha nacido Cristo»

Y en otro sermón dice:

«Se llama día del Nacimiento del Señor a la

fecha en que la Sabiduría de Dios se manifestó

como Niño y la Palabra de Dios, sin palabras, emitió

la voz de la carne. La divinidad oculta fue anunciada

a los pastores por la voz de los ángeles e indicada a

los Magos por el testimonio del firmamento. Con

esta festividad anual celebramos, pues, el día en que

se cumplió la profecía: “La verdad ha brotado de la

tierra y la justicia ha mirado desde el cielo” (Sal

84,12). ¿En bien de quién vino con tanta humildad

tan grande excelsitud? Ciertamente, no vino para

bien suyo, sino nuestro, a condición que creamos.

152

¡Despierta, hombre; por ti, Dios se hizo hombre!…

Por ti, repito, Dios se hizo hombre. Estarías muerto

para la eternidad si Él no hubiera venido.

Celebremos con alegría la llegada de nuestra

salvación y redención» (Sermón 185).

Te diré mi amor, Rey mío,

Te diré mi amor, Rey mío,

en la quietud de la tarde,

cuando se cierran los ojos

y los corazones se abren.

Te diré mi amor, Rey mío,

con una mirada suave,

te lo diré contemplando

tu cuerpo que en pajas yace.

Te diré mi amor, Rey mío,

adorándote en la carne,

te lo diré con mis besos,

quizá con gotas de sangre.

Te diré mi amor, Rey mío,

con los hombres y los ángeles,

con el aliento del cielo

que espiran los animales.

Te diré mi amor, Rey mío,

con el amor de tu Madre,

con los labios de tu Esposa

y con la fe de tus mártires.

Te diré mi amor, Rey mío,

¡oh Dios del amor más grande!

¡Bendito en la Trinidad,

que has venido a nuestro valle!

Contempla y da gracias a Dios

153

26 de diciembre

San Esteban, protomártir

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: - No

os fiéis de la gente: porque os entregarán a los

tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán

comparecer ante gobernadores y reyes por mi

causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los

gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo

que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento

se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis

vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro

Padre hablará por vosotros.

Los hermanos entregarán a sus hermanos para

que los maten, los padres a los hijos, se rebelarán

los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os

odiarán por mi nombre: el que persevere hasta el

final, se salvará. (Mt10, 17-22).

Ora

Considera en tu oración estas palabras de San

Fulgencio de Ruspe que te dan el sentido de la

fiesta de hoy:

«Ayer celebramos el nacimiento temporal de

nuestro Rey eterno; hoy celebramos el triunfal

martirio de su soldado. Ayer nuestro Rey, revestido

con el manto de nuestra carne y, saliendo del recinto

154

del seno virginal, se dignó visitar el mundo; hoy el

soldado, saliendo del tabernáculo de su cuerpo,

triunfador, ha emigrado al cielo.

«Nuestro Rey, siendo la excelsitud misma, se

humilló por nosotros. Su venida no ha sido en vano,

pues ha aportado grandes dones a sus soldados, a los

que no sólo ha engrandecido abundantemente, sino

que también los ha fortalecido para luchar

invenciblemente. Ha traído el don de la caridad, por

la que los hombres se hacen partícipes de la

naturaleza divina…

«Así, pues, la misma caridad que Cristo trajo del

cielo a la tierra ha levantado a Esteban de la tierra al

cielo. La caridad que precedió en el Rey, ha brillado

a continuación en el soldado. Esteban, para merecer

la corona, que significa su nombre, tenía la caridad

como arma y por ella triunfaba en todas partes»

(Sermón 3,1-3).

Puedes también orar con el evangelio del día:

— Todos os odiarán.

Se quiere buscar, Dios mío, el puente que nos

ponga en contacto con el mundo. El buen deseo de

que el mundo nos admita y admita, Jesús, tu

Evangelio y tu Iglesia. Tú nos avisas de que el

mundo odiará tu nombre y, por tu nombre, nos

odiará a nosotros.

155

El mundo no tiene interés por tu doctrina de

sacrificio y de renunciamiento y no quiere saber

nada de la cruz. Tiene otros ideales y otros amores.

El mundo se queda en las cosas de aquí abajo y

además va inspirado, por el maligno, que es

enemigo tuyo y de las almas. Señor, yo quiero estar

contigo, aunque me odie el mundo.

Me alegraré si es verdaderamente el mundo

quien me odia, porque ésta será una señal de que no

soy del mundo, sino que soy tuyo. No es tu

Evangelio quien se tiene que acomodar a los

hombres del mundo, sino ellos se han de acomodar

a tu Evangelio y aceptarlo pura y sencillamente.

No permitas, Jesús, que yo recorte tu Evangelio

para que el mundo lo tenga por aceptable.

—El que persevere hasta el final, se salvará.

Concédeme la perseverancia, Señor, ya que

quieres que yo me salve. Ya que me has dado el

comenzar, dame también el continuar sin

desfallecimientos y el acabar santamente.

Ten misericordia de mi debilidad y de mi

inconstancia. Me canso del continuado esfuerzo y

de esta tensión permanente que es necesaria. Me

desanimo mucho más, cuando se presentan

dificultades imprevistas, cuando ni siquiera basta

para seguir adelante el esfuerzo ordinario de cada

día. Veo, Dios mío, cómo otros retroceden que

tuvieron comienzos generosos y que avanzaban con

alientos. No soy yo más fuerte que ellos, ni tengo

156

mejores cualidades, ni me encuentro en

circunstancias más favorables. Sólo en Ti confío,

Señor, y te suplico que no me abandone tu

misericordia. Me desmoraliza el ejemplo de otros y

tiemblo por mi propia perseverancia.

Quiero poner mis ojos en Ti, buen Maestro, que

llevaste tu cruz hasta consumar en ella tu sacrificio.

Que tu ejemplo me anime en las horas negras de mi

desaliento. Que la fidelidad de tu amor me estimule

a serte fiel hasta la muerte.

Contempla y da gracias a Dios

27 de diciembre. S. Juan Evangelista

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

El primer día de la semana, María Magdalena

echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el

otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: - Se

han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos

dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del

sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro

discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó

primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas

en el suelo: pero no entró. Llegó también Simón

Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las

vendas en el suelo y el sudario con que le habían

cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas,

157

sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró

también el otro discípulo, el que había llegado

primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta

entonces no habían entendido la Escritura: que él

había de resucitar de entre los muertos (Jn 20,2-8).

Ora

Te pueden ayudar estas palabras de S. Agustín:

«La Vida misma se ha manifestado en la carne,

para que, en esta manifestación, aquello que sólo

podía ser visto con el corazón fuera también visto

con los ojos, y de esta forma sanase los corazones.

Pues la Palabra se ve sólo con el corazón, pero la

carne se ve también con los ojos corporales. Éramos

capaces de ver la carne, pero no logramos ver la

Palabra. La Palabra se hizo carne, a la cual podemos

ver, para sanar en nosotros aquello que nos hace

capaces de ver la Palabra…

«Aquéllos vieron, nosotros no; y, sin embargo,

estamos en comunión con ellos, pues poseemos una

misma fe… “Os escribimos esto, para que nuestra

alegría sea completa”. La alegría completa es la que

se encuentra en una misma comunión, una misma

caridad, una misma unidad» (Tratado sobre la

primera Carta de San Juan 1,1-3).

Puedes orar también con el evangelio del día:

— Los dos corrían juntos.

Los impulsa, buen Jesús, el deseo y la esperanza

y el amor. Te han visto morir y oyen que vives.

158

La pena y el terror los tenían paralizados. Pero

ahora corren y se animan el uno al otro. Corren

juntos los que han vivido juntos contigo.

No llega uno antes porque te ama más, Señor,

sino porque es más joven. Te aman los dos. Te

aman todos los que corren hacia Ti. Te aman todos

los que han sufrido contigo.

Y los que te aman, Jesús, no pierden nunca del

todo la esperanza. Aunque no vean y aunque no

acaben de comprender, aunque la inteligencia se

resista a creer; pero el corazón se rebela contra

todas las razones de la inteligencia. Y, al fin, el

corazón triunfa contigo.

Ahora empiezan a descifrar el enigma de tu

muerte, que los tenía aturdidos, el sentido del dolor

y de la cruz. Ahora van a terminar de comprender el

misterio de ciertas palabras tuyas, que no habían

captado todavía.

Todos corremos, Señor, cuando la esperanza

amorosa nos espolea. Pero ¡qué difícil es el caminar

aun lentamente, cuando vamos por la vía dolorosa,

cargados de la cruz!

—Vio y creyó.

Vio el sepulcro vacío, creyó que las sencillas

mujeres habían dicho la verdad. Y se abrió, Señor;

su inteligencia al misterio de tu resurrección.

Es necesario ver y oír, pero no basta eso. Muchos

otros vieron y oyeron lo mismo que tus apóstoles

habían visto y oído. Es necesario correr y

159

esforzarse, como hicieron ellos, para comprobar la

verdad; pero tampoco bastan nuestros esfuerzos.

Es indispensable, Señor, tu revelación interior. Es

indispensable el don tuyo para creer. ¡Bendita sea tu

misericordia, que no te niegas al corazón que no se

niega a Ti! Sales al encuentro del que corre

sinceramente en busca de la verdad.

Me avisas, Dios mío, para que corra; mueves mi

voluntad para que me determine a correr y luego

sales misericordiosamente al encuentro de mi

corazón. Te habían visto muerto, buen Maestro; aún

no te habían visto vivo y resucitado, pero ya creían

que vivías.

Creían más, mucho más de lo que les decían sus

sentidos, porque además de la luz en sus ojos, Tú

ponías una luz misteriosa en su corazón. Creyeron y

se transformó su espíritu y la orientación de su vida.

No terminaba todo en la cruz y en el sepulcro, sino

en la gloria del resucitado. ¡Señor, sufrir y morir

contigo! Este es el camino.

Contempla y da gracias a Dios

28 de diciembre. Santos Inocentes

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Cuando se marcharon los Magos, el ángel del

Señor se apareció en sueños a José y le dijo: -

Levántate, coge al niño y a su madre y huye a

160

Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque

Herodes va a buscar al niño para matarlo.

José se levantó, cogió al niño y a su madre, de

noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de

Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el

profeta: - Llamé a mi hijo, para que saliera de

Egipto. Al verse burlado por los Magos, Herodes

montó en cólera y mandó matar a todos los niños de

dos años para abajo, en Belén y sus alrededores;

calculando el tiempo por lo que había averiguado

de los Magos. Entonces se cumplió el oráculo del

profeta Jeremías: «Un grito se oye en Ramá: llanto

y lamentos grandes: es Raquel que llora por sus

hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven.»

(Mt 2,13-18).

Ora

Considera en tu oración estas palabras de San

Quodvultdeus que te dan el sentido de la fiesta

de hoy:

«Nace un niño pequeño, que es un gran Rey. Los

magos son atraídos desde lejos; vienen a adorar al

que todavía yace en el pesebre, pero que reina al

mismo tiempo en el cielo y en la tierra. Cuando los

magos le anuncian a Herodes que ha nacido un Rey,

él se turba, y para no perder su reinado, lo quiere

matar. Si hubiera creído en Él, estaría seguro en la

tierra y reinaría sin fin en la otra vida.

161

«“¿Qué temes, Herodes, al oír que ha nacido un

Rey? Él no ha venido a expulsarte a ti, sino para

vencer al Maligno. Pero tú no entiendes estas cosas,

y por ello te turbas y te enfureces, y, para que no

escape el que buscas, te muestras cruel, dando

muerte a tantos niños. Ni el dolor de las madres que

gimen, ni el lamento de los padres por la muerte de

sus hijos, ni los quejidos y los gemidos de los niños

te hacen desistir de tu propósito. Matas el cuerpo de

los niños, porque el temor te ha matado a ti el

corazón”…

«Los niños sin saberlo, mueren por Cristo; los

padres hacen duelo por los mártires. Cristo ha hecho

dignos testigos suyos a los que todavía no podían

hablar. He aquí de qué manera reina el que ha

venido para reinar. He aquí que el libertador

concede libertad y el salvador da la salvación… ¡Oh

gran don de la gracia! ¿De quién son los

merecimientos para que triunfen así los niños?

Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo. Todavía

no pueden entablar batalla, valiéndose de sus

propios miembros, y ya consiguen la palma de la

victoria» (Sermón 2, sobre el Símbolo).

Puedes orar ahora con el evangelio del día:

— Cogió al niño y a su madre, de noche.

Hay prisa, Jesús, en ponerte a salvo. Sin aguardar

al día, en el silencio y en las sombras de la noche,

José se levanta a la voz del ángel. Como siempre

162

hay prisa o debe haberla en seguir tus indicaciones,

Dios mío. ¡Qué diferentes son mis vacilaciones y

mis excusas dilatorias! Rehúyo el sacrificio y

pierdo, Señor, las oportunidades que me brinda tu

gracia.

No reflexiono en que, cuando Tú me avisas, es

por mi bien y para librarme de peligros, en que yo

incautamente estaba dormido. No advierto que me

va mucho en que sea ahora y al momento; que los

problemas no se resuelven con sólo aplazarlos y

que, cuando Tú llamas ahora, es ahora precisamente

la ocasión para levantarme y seguir tu voz.

—Y mandó matar a todos los niños.

¡Qué crueldad tan insensata y tan inútil! ¡Oh pe-

queño Jesús, vida recién aparecida en el mundo, a la

cual tan pronto buscan para la muerte! ¡Qué pronto

empiezas a ser señal de contradicción!

Son segadas, apenas sin abrir, pequeñas flores

como víctimas de una grande y agitada ambición.

Es vana la astucia monstruosa de Herodes.

Porque fallan, Señor, los cálculos de los hombres,

cuando son contra Ti. Esos niñitos, sin malicia y en

la inconsciencia de sus pocos meses, florecieron a tu

amor, antes que pudieran ser marchitados por los

odios o por los amores impuros del mundo.

Como tantos inocentes que Tú rescatas, Señor,

para Ti cuando parece que los pierde el egoísmo o

la pasión torpe de los hombres. Sucumben al odio

163

ajeno, pero son ganados por tu amor.

¡Bienaventurados los que padecen persecución!

Contempla y da gracias a Dios

29 de diciembre

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Cuando llegó el tiempo de la purificación de

María según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a

Jerusalén para presentarlo al Señor (de acuerdo

con lo escrito en la ley del Señor: «todo

primogénito varón será consagrado al Señor», y

para entregar la oblación: como dice la ley del

Señor : «un par de tórtolas o dos pichones».

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado

Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba

el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en

él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo,

que no vería la muerte antes de ver al Mesías del

Señor. Impulsado por el Espíritu Santo fue al

templo. Cuando entraban con el Niño Jesús sus

padres para cumplir con él lo previsto por la ley,

Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios

diciendo:

«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a

tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu

Salvador, a quien has presentado ante todos los

pueblos: luz para a1umbrar a las naciones, y gloria

164

a tu pueblo, Israel.» Simeón los bendijo diciendo a

María, su madre: - Mira: Este está puesto para que

muchos en Israel caigan y se levanten; será como

una bandera discutida: así quedará clara la actitud

de muchos corazones. Y a ti, una espada te

traspasará el alma. (Lc 2,22-35).

Ora

Te puede ayudar a orar este comentario de

evangelio:

“Jesús, María y José se someten a la ley judaica.

La ley que ordenaba la presentación del primogénito

al Señor y la purificación de la madre no afectaban

ni a Jesucristo ni a la Virgen María, pero

obedecieron. Jesús es ofrecido en el templo de

manos de la Virgen María y de San José.

Inspirada por el Espíritu Santo, María conoce

perfectamente el gran misterio que nos relata el

Evangelio de hoy. Comprende el significado y el

valor del sacrificio que Ella realiza. Identificada en

absoluto con los sentimientos sacrificiales de su

divino Hijo, María lo ofrece al Padre con la misma

abnegación, con el mismo desprendimiento con que

se ofrece el propio Jesús. Sacrifica generosamente

con un total e incondicional fiat en sus labios y en

su corazón lo que Ella más quiere y ama, su Todo.

Lo hace en nombre y en representación nuestra y

para nuestra salvación.

Estamos ante uno de los momentos más

solemnes de la vida de la Virgen María, de la vida

165

de la humanidad, de la vida de todos y de cada uno

de nosotros. Es la primicia del Calvario. También

comienza para Ella su sacrificio. Su alma será

traspasada por la espada del dolor (Lc 2,25). Se

ofrece también Ella por nosotros, juntamente con su

Hijo. Ya se vislumbra el día en que, a los pies de la

cruz, completará con Jesús la oblación comenzada

hoy en el templo. El fiat de la Anunciación tuvo

muchos momentos de prolongación crucificada en

su vida” (Manuel Garrido Bonaño).

— Llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al

Señor.

En brazos de tu Madre, dulce Niño, vas ahora a

Jerusalén para cumplir con las prescripciones de la

Ley. Te llevan para ofrecerte exterior y ritualmente,

aunque Tú ya te has ofrecido en tu corazón, desde el

primer momento de tu existencia temporal.

En su nombre y en el tuyo, van tus padres a hacer

un ofrecimiento que Tú renovarás años después con

sangre en tu nombre y en el nuestro.

Jesús, Tú estás ofrecido al Señor como

primogénito de todas las criaturas; y para simbolizar

este ofrecimiento, se ofrecía a Dios las primicias de

cuanto tenía vida sobre la tierra. De todo corazón te

ofrece tu Madre para cooperar a la misión con que

has venido a nosotros.

¡Dios mío, que mis pensamientos no sean

formularios, que todas mis cosas y yo con ellas

estén siempre y sin retorno consagradas a Ti!

166

—No vería la muerte antes de ver al Mesías del

Señor.

Descúbrete a mis ojos, Jesús, y que yo te vea

antes de morir. Que te vea no con mis ojos del

cuerpo, que sería fugaz visión y se borraría pronto,

sino con los ojos iluminados de mi interior.

Que tu imagen esté limpia y viva y constante ante

los ojos de mi fe. No te lo pido, Señor, para mi

consuelo y para la satisfacción de mi espíritu, sino

para que Tú seas la meta de todas mis aspiraciones

y para que no haya ninguna otra visión que me

seduzca y que me arrastre.

Que yo te vea, Señor, antes de morir; no con esta

fe lánguida y borrosa, que no sacia mi corazón y no

transforma mi vida. Que te vea con la visión de los

santos; que te vea, para que me entregue sin

vacilaciones y sin inconstancias.

Aunque Tú exiges que me entregue para que te

pueda ver; que me entregue a oscuras para que me

ilumine la luz de tu rostro.

—Mis ojos han visto a tu Salvador.

Dios de misericordia y de bondad, que te has

compadecido de nosotros y has enviado a tu Hijo

para que nos traiga la salvación. ¡Jesús, Hijo de

Dios, venido en carne, que te presentas ante

nuestros ojos para que te veamos y nos traes

sensible y manifiestamente la salvación!

Mis ojos, que han visto tantas desgracias de otros

y mías, ven ahora la salvación que se nos ofrece.

167

¡Ven los ojos, para que se despierten los deseos y

acudamos a Ti, oh Jesús, oh Salvador! Eres

Salvador y eres la misma salvación de cuantos se

unen a Ti. ¡Cuánto tiempo tuvieron que esperar los

ojos del viejo Simeón hasta que pudieron verte! Y

los míos te ven, apenas se abren a la luz. Te vieron

los ojos del anciano y no quisieron ver ya ninguna

otra cosa; ¡ojos que habían sufrido tan largo tiempo

con las visiones de la tierra!

Yo abro los míos y espero ver cosas que me den

placer y me anuncien felicidad. Hasta que te vea de

verdad a Ti, Señor Jesús, y se apague toda

curiosidad de cosas transeúntes y perecederas

Contempla y da gracias a Dios

30 de diciembre

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija

de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy

anciana; de jovencita había vivido siete años

casada, y llevaba ochenta y cuatro de viuda; no se

apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios

con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel

momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a

todos los que aguardaban la liberación de Israel.

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la

Ley del Señor se volvieron a Galilea, a su ciudad de

Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y

168

se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios lo

acompañaba (Lc 2, 36-40).

Ora

Te puede ayudar a orar este comentario de San

Agustín al evangelio de hoy:

«Grandes fueron los méritos de Ana, aquella

viuda santa. Había vivido siete años con su marido;

muerto él, había llegado a la ancianidad, y en su

santa vejez esperaba la infancia del Salvador, para

verlo pequeño, ya entrada ella en años; para

reconocerlo, ya viejecita, y para ver entrar en el

mundo al Salvador, ella que estaba a punto de salir

de él… El anciano Simeón, cuya edad iba pareja con

la de Ana, había vivido también muchos años, y

había recibido la promesa de que no conocería la

muerte sin haber visto antes a Cristo, al Señor.

Comprended, hermanos cuán grande era el deseo de

ver a Cristo que tenían los santos antiguos. Sabían

que tenía que venir» (Sermón 370,1-2).

— No se apartaba del templo día y noche,

sirviendo a Dios.

Este es el elogio que se hace de esa buena mujer.

Su larga carrera en este mundo se sintetiza en eso,

como en suprema sabiduría: «Servía día y noche.»

Como alguna vez dirás Tú, Señor Jesús, de Ti

mismo que no habías venido a ser servido, sino a

servir. ¡Qué dichoso es el que hace otro tanto!

169

Pero ¿a quién servía la pobre anciana? Y ¿en qué

podía servir con sus tantos años? Sin pensar en sí

misma, estaba a disposición de los demás. Sus ya

escasas fuerzas, pero todas ellas y todo su tiempo lo

entregaba en generoso y abnegado servicio. No

pensaba en sus propias necesidades o en los

derechos de su edad, cuando más podría reclamar

los servicios de los otros que prestar los suyos.

Servía con un cuerpo agotado, pero con una

voluntad siempre dispuesta. ¡Qué difícil es, Dios

mío, este servir siempre!

En definitiva, te servía a Ti, Señor de todos,

puesto que no abandonaba el templo. Y, en tu casa y

por amor tuyo, servía a cuantos necesitaban de ella.

¡Qué lección para mi egoísmo, que se repliega y que

exige, pero que rara vez piensa en servir a los

demás!

El Niño que nos ha nacido de María es el

Salvador tan largamente esperado. Así lo proclama

Ana en el templo. La Palabra de Dios, que

permanece para siempre, se ha hecho carne, y sacia

las esperanzas de un pueblo. Este pueblo está

presente en los ojos y en las manos de Ana, la

profetisa, mujer viuda que ha gastado su vida en

ayunos y oraciones junto al templo. La oración de

súplica se transforma así en alabanza ante todos los

que esperaban la redención.

Contempla y da gracias a Dios

170

31 de diciembre

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En el principio ya existía la Palabra, y la

Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por

medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se

hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra

había vida, y la vida era la luz de los hombres. La

luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se

llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar

testimonio de la luz, para que por él todos vinieran

a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La

Palabra era la luz verdadera, que a1umbra a todo

hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el

mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la

conoció. Vino a su casa, y los suyos no la

recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da

poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.

Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal,

ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se

hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos

contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único

del Padre, lleno de gracia y de verdad. (Juan da

testimonio de él y grita diciendo: - Este es de quien

dije: «el que viene detrás de mí pasa delante de mí,

porque existía antes que yo». Pues de su plenitud

todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la

ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la

171

verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios

nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en

el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer (Jn

1, 1-18).

Ora

— En el principio ya existía la Palabra.

Hace cuatro días aparecí yo en el mundo y en la

vida. Y ya existía, Dios mío, todo este conjunto de

cosas que me rodean, que me seducen o que me

repelen y que me hacen girar locamente con choque

de encontrados movimientos. Un día aparecí yo, sin

darme cuenta del cuándo, ni del cómo. No pude

evitarlo en el momento de mi aparición; no pude

quererlo, ni temerlo, ni procurarlo, ni impedirlo

antes, porque' nada era. Todo se desenvolvía sin mí

y mi aparición no significó apenas nada perceptible

en el orden de los seres. Y ya entonces existías Tú,

Señor y Dios mío.

Existías antes que yo fuera y antes que fueran las

demás cosas que existen. Cuando nada existía y

cuando los tiempos no habían comenzado, oh Verbo

del Padre, desde entonces y desde antes y desde

siempre eres Tú. Cuando no había antes, ni después;

en tu inmoble y plena eternidad.

Con la multitud de seres que han ido

apareciendo no ha crecido tu grandeza, ni tu

beatitud. No eres más, ni menos. No hay evolución,

ni mudanza en Ti, como en mí —diminuto ser—que

tengo mi aurora y mi ocaso y que voy rodando sin

172

tino en los días de mi existencia. ¡Oh Verbo! ¡Oh

Vida! ¡Oh Ser!

— Por medio de la Palabra se hizo todo.

Oh sabiduría eterna, ilumina mis ojos. Que yo

sepa romper la cáscara y penetrar a través de los

seres y de los sucesos de la vida. Que yo descubra tu

acción y tu intervención en todas las cosas: no

solamente en la creación primerísima, que conozco

por la fe, sino también en la evolución posterior y en

el desarrollo de cuanto después viene sucediéndose.

Que vea tu mano poderosa y tu providencia

sapientísima, aun en las más pequeñas

menudencias, que me suceden cada día. Todo ha

sido hecho por Ti, Señor. Ilumina mis ojos y no se

conturbará tan fácilmente mi corazón.

Pierdo la paz, Dios mío, y me altero porque no

te veo a Ti. Veo la intervención, la buena o la mala

voluntad de las criaturas y lucho contra ellas y

resisto a lo que Tú quieres. Porque detrás de toda

acción de las criaturas está tu mano misteriosa.

Tú, sin embargo, lo haces con infinito amor y

buscas mi santidad y que me acerque a Ti. Buscas el

que yo me desprenda de las criaturas y entre en

contacto contigo.

—La luz brilla en la tiniebla.

Bendito seas, Señor, porque enciendes tu luz y

nos das ojos para verla. Seas mil veces bendito, en

173

la noche de mi corazón, porque he visto parpadear

siempre alguna estrella. A nadie dejas nunca en

absoluta oscuridad. Algún lucero en las alturas o

siquiera alguna diminuta luciérnaga en el campo le

hará recordar y desear tu luz indeficiente.

Siempre es posible verte, aunque eres el

Invisible. Siempre es posible llegar a Ti, porque Tú

haces llegar hasta nosotros algún pálido destello de

tu luz. Bendito seas, Señor, porque las tinieblas no

reinan definitivamente entre los hombres; porque

alguna luz reanima siempre la esperanza de

nuestros ojos.

En la noche del paganismo, en esta densa noche

de nuestra civilización tan ciega, aun en los

corazones más negros, siempre y en todas partes

brilla alguna luz que viene de Ti. Y las tinieblas,

por muy oscuras que sean, no pueden sofocarla del

todo. Bendita sea tu luz, Señor.

Contempla y da gracias a Dios

Domingo I de Navidad

Fiesta de la Sagrada Familia

Para comprender y meditar esta fiesta es muy

adecuada la alocución de Pablo VI en Nazaret el 3

de enero de 1964 sobre Nazaret:

«Nazaret es la escuela donde empieza a

entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se

174

inicia el conocimiento de su Evangelio. Aquí

aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a

penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta

sencilla, humilde y encantadora manifestación del

Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende

incluso, quizá de una manera casi insensible, a

imitar esta vida.

«Aquí se nos revela el método que nos hará

descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la

importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida

durante su estancia entre nosotros, y lo necesario

que es el conocimiento de los lugares, los tiempos,

las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas,

en una palabra, de todo aquello de lo que Jesús se

sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla,

todo tiene su sentido.

«Aquí, en esta escuela, comprendemos la

necesidad de una disciplina espiritual si queremos

seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos

de Cristo. ¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y

volver a esta humilde pero sublime escuela de

Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar,

junto a María, nuestra iniciación a la verdadera

ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la

verdad divina!

«Pero estamos aquí como peregrinos y debemos

renunciar al deseo de continuar en esta casa el

estudio, nunca terminado, del conocimiento del

Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin recoger

175

rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la

lección de Nazaret.

«Su primera lección es el silencio. Cómo

desearíamos que se renovara y fortaleciera en

nosotros el amor al silencio, este admirable e

indispensable hábito del espíritu, tan necesario para

nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido,

tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en

extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret,

enséñanos el recogimiento y la interioridad,

enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las

buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos

maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una

conveniente formación del estudio, de la

meditación, de una vida interior intensa, de la

oración personal que sólo Dios ve.

«Se nos ofrece además una lección de vida

familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la

familia, su comunión de amor, su sencilla y austera

belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e

irreemplazable que es su función en el plano social.

«Finalmente, aquí aprendemos también la

lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del

artesano: cómo deseamos comprender más en este

lugar la austera pero redentora ley del trabajo

humano y exaltarla debidamente; restablecer la

conciencia de su dignidad, de manera que fuera a

todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el

trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su

dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen

176

tan sólo de sus motivos económicos, sino también

de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un

fin más noble».

Ciclo A

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Cuando se marcharon los Magos, el ángel del

Señor se apareció en sueños a José y le dijo: -

Levántate, coge al niño y a su madre y huye a

Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque

Herodes va a buscar al niño para matarlo.

José se levantó, cogió al niño y a su madre de

noche; se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de

Herodes; así se cumplió lo que dijo el Señor por el

Profeta: «Llamé a mi hijo para que saliera de

Egipto.

Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se

apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le

dijo: -Levántate, coge al niño y a su madre y

vuélvete a Israel; ya han muerto los que atentaban

contra la vida del niño. Se levantó, cogió al niño y a

su madre y volvió a Israel. Pero al enterarse de que

Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su

padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en

sueños se retiró a Galilea y se estableció en un

pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que

dijeron los profetas, que se llamaría nazareno (Mt

2,3-15.19-23).

177

Ora

Coge al Niño y a su Madre y huye a Egipto. Una

paternidad perfectamente responsable en José y

María hizo de sus vidas una inmolación permanente

en favor de aquel Hijo divino, que el mimo Dios

había confiado a su responsabilidad de padres. Éste

fue el condicionamiento glorioso y definitivo de

toda su vida familiar.

— Cogió al niño y a su madre.

Esta es la gloria y la responsabilidad que has

cargado, Dios mío, sobre el bendito José. El es en la

tierra el instrumento de tu providencia para proteger

al Niño y a la Madre en todo peligro.

Como si Tú mismo no pudieras protegerlos por

misteriosos caminos. Pero te amoldas, Señor, a los

caminos humanos y quieres que tu Hijo esté sujeto a

las contingencias que sobrevienen a los hijos de los

hombres. No ahorras al Niño y a la Madre esas

peregrinaciones tempranas, repentinas y difíciles, el

ir de un país a otro en busca de pacífica seguridad.

No ahorras al corazón de José las graves

preocupaciones de la misión que has señalado a su

vida en este mundo. Son preocupaciones pesadas,

pero no angustiosas; porque nunca se angustia el

que sabe, Señor, que está en tus manos y sólo va

por los caminos que Tú le trazas.

¿Qué le importa vivir en Palestina o en Egipto o

deambular en peregrinación permanente, si va

siempre con el Niño y con su Madre?

178

¡Qué accidental y minúsculo es todo lo demás, si

esto no le falta! ¡Con qué seguridad y con qué paz

va su propio corazón, mientras procura la paz y la

seguridad de los que están bajo su custodia!

Dichoso el que, donde quiera que esté, vive siempre

su misteriosa compañía.

— Han muerto los que atentaban contra la vida del

niño.

Este es, Señor, el fin irreparable y brusco que en-

cuentran todas las ambiciones y aun todas las

actividades de los hombres. La muerte vino a

robarle a Herodes el trono, que él quería asegurar

con la muerte tuya.

Tú escapas, Jesús, a las astucias del tirano,

porque no había llegado la hora señalada por tu

Padre; pero él no escapa a la cita inapelable de la

muerte. Con ella se le acabó su arbitrariedad y su

insolente poder. Y empezó para él la justicia, de que

se había burlado siempre.

No te buscó como te buscaron los magos y no

encontró, como ellos, su salvación y tu vida.

Porque Tú te dejas encontrar por los que te

buscan con sencillo corazón y te alejas de los

corrompidos, que quieren eliminarte, para gozar sin

perturbaciones del placer que le arrancan a la vida.

Contempla y da gracias a Dios

179

Ciclo B

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Cuando llegó el tiempo de la purificación de

María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a

Jerusalén, para presentarlo al Señor (de acuerdo

con lo escrito en la ley del Señor. «Todo

primogénito varón será consagrado al Señor») y

para entregar la oblación (como dice la ley del

Señor: «un par de tórtolas o dos pichones»).

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado

Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba

el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en

él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo.

que no vería la muerte antes de ver al Mesías del

Señor. Impulsado por el Espíritu Santo, fue al

templo. Cuando entraban con el Niño Jesús sus

padres (para cumplir con él lo previsto por la ley),

Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios

diciendo: - Ahora, Señor, según tu promesa, puedes

dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han

visto a tu Salvador, a quien has presentado ante

todos los pueblos: luz para a1umbrar a las

naciones, y gloria de tu pueblo, Israel.

José y María, la madre de Jesús, estaban

admirados por lo que se decía del niño. Simeón los

bendijo diciendo a María, su madre: - Mira: Este

está puesto para que muchos en Israel caigan y se

levanten; será como una bandera discutida: así

180

quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a

ti una espada te traspasará el alma.

Había también una profetisa, Ana, hija de

Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy

anciana: de jovencita había vivido siete años

casada, y llevaba ochenta y cuatro de viuda; no se

apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios

con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel

momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a

todos los que aguardaban la liberación de Israel.

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la

Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad

de Nazaret. El niño iba creciendo y

robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la

gracia de Dios lo acompañaba (Lc 2,22-40).

Ora

El Niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría. En

la más estricta fidelidad amorosa a la Luz del Señor,

Jesús verifica su misión sacerdotal de glorificador

del Padre y salvador de los hombres. Este misterio

permanece guardado continuamente en el marco de

una absoluta fidelidad a la Ley del Señor.

Puedes orar como en las páginas 164-167.

Contempla y da gracias a Dios

181

Ciclo C

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Los padres de Jesús solían ir cada año a

Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús

cumplió doce años, subieron a la fiesta según la

costumbre, y cuando terminó, se volvieron; pero el

niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo

supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en

la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a

buscarlo entre los parientes y conocidos; al no

encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.

A los tres días, lo encontraron en el templo,

sentado en medio de los maestros, escuchándolos y

haciéndoles preguntas: todos los que le oían,

quedaban asombrados de su talento y de las

respuestas que daba.

Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su

madre: - Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira

que tu padre y yo te buscábamos angustiados. El les

contestó. -¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que

yo debía estar en la casa de mi Padre?

Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.

El bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su

autoridad. Su madre conservaba todo esto en su

corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en

estatura en gracia ante Dios y los hombres (Lc

2,41-52)

182

Ora

— Sin que lo supieran sus padres.

Los caminos de tu providencia, Dios mío, son

siempre seguros, pero muchas veces escapan a

todas nuestras previsiones.

No valen diligencias ni atención ninguna, cuando

Tú quieres ocultar tus misterios. A veces los

escondes en planos, donde no puede llegar la

criatura; y a veces te vales de los mismos

acontecimientos ordinarios de la vida, para que

inadvertidamente se realicen tus proyectos.

Tú no consultas el parecer o la voluntad de los

hombres, sino cuando se trata de las obras en que

Tú quieres la colaboración libre de cada uno.

Pero los caminos generales de tu providencia

siguen tan sólo el plan de tu voluntad santísima y a

mí me toca adorarlos siempre y darte gracias,

porque lo dispones todo con suavidad y eficacia

para el bien de los que te aman.

—¿Por qué nos has tratado así?

¡Cómo son escondidas y misteriosas tus

motivaciones, oh Jesús! Los hechos están patentes:

tus hechos, tus acciones, tus palabras. Pero el hondo

sentido de todo eso, ¿cómo podré penetrarlo, si Tú

no me lo enseñas?

No puedo conjeturarlo, por lo que comúnmente

sucede entre nosotros, porque tus perspectivas,

Señor, no son las nuestras.

183

Cuántos porqués en los cuales yo quisiera

sumergirme, lleno de veneración y de ansias y de

resignación humildísima.

¿Por qué, Jesús, por qué lo has hecho así? Aun

sin conocerlos, adoro tus motivos. Son eternos y

santos y de insondable sabiduría.

En cambio, ¿por qué lo he hecho yo así' contigo?

Son motivos rastreros y del momento, motivos

caprichosos, que me avergüenzan y que no explican

nada. ¿Por qué lo he hecho así? Y se levanta contra

mí tu pregunta, a la que no puedo responder.

— Ellos no comprendieron lo que quería decir.

Señor, ¿quién puede penetrar la profundidad

insondable de tus palabras? Están repletas de

misterios y de lecciones.

Cuando Tú hablas siquiera una sola palabra allá

en lo interior del corazón, no basta toda la vida para

desentrañarla suficientemente. Y, sin embargo,

cualquier palabra tuya, si se acoge con sencillez y

aunque sólo se entienda ligeramente, acalla el

hambre de la inteligencia y deja el corazón

embriagado con los ecos de tu voz.

¡Habla en mí esas palabras que Tú sabes decir y

callen todas las criaturas para que yo te oiga bien!

Habla, Señor, y pueda yo meditar largamente tus

enseñanzas.

¿Qué me importan las curiosidades humanas, que

me entretienen sin provecho y que se agotan antes

de colmar mis deseos? Curiosidades que me

184

inquietan, pero que no traen la paz y la plenitud a

mi ser. Habla, Señor.

— El bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su

autoridad.

Estabas, buen Jesús, sometido a ellos y dependías

de ellos. Como niño, eras débil e inexperto y

necesitado de orientación y apoyo. Ellos eran más

fuertes y conocían la vida y llevaban adelante el

hogar.

Estaban allí para cuidar de Ti, guardarte y

sustentarte. Estaban allí para tu servicio, oh pequeño

Jesús. Como los grandes deben estar al servicio de

los pequeños. Esta es la humilde misión de los

grandes: servir a los pequeños e inferiores. Y esa

misión es también un género de sumisión; la

sumisión de los que pueden más, de los que están

arriba.

Pero Tú estás abajo, Jesús, porque eres pequeño.

Tu sumisión ahora es la de estar abajo, la de estar

debajo. Tu sumisión es la de quien no puede sin

ellos, no sabe sin ellos, no te vales sin ellos. Tu

sumisión es la de los pequeños. ¡Oh misterio de

Jesús pequeñito y necesitado y sometido!

¡Qué conciencia tan viva de que el pequeño soy

yo y lo necesito todo, todo de Ti!

—Su Madre conservaba todo esto en su corazón.

Por mi ligereza de espíritu se me escapan, Dios

mío, los misterios de tu providencia y no veo cómo

tu mano va gobernando los sucesos de mi vida y del

mundo. Mis sentidos van captando los mil

185

acontecimientos de cada día, pero apenas caigo en

la cuenta del lazo que interiormente los une y del

sentido que los anima.

Me empeño muchas veces en leer en ellos las

intenciones de las criaturas y sus móviles ocultos,

pero no calo más adentro, allí donde está agitándose

el misterio de tu sabiduría y de tu amor.

No sé leer las lecciones que Tú das en todo, y,

cuando llego a leerlas, pronto las olvido, porque no

las guardo en mi corazón y las medito en silencio,

como hacía tu Madre.

Los sucesos son muchos y dispersan mi atención.

Pero lo interesante no es lo que escriben las criaturas

con sus torpes renglones, sino lo que entre ellos vas

escribiendo Tú mismo con misterioso sentido.

Contempla y da gracias a Dios

1 de enero

Bienaventurada Virgen Madre de Dios

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y

encontraron a María y a José y al niño acostado en

el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían

dicho de aquel niño.

Todos los que lo oían se admiraban de lo que

decían los pastores. Y María conservaba todas estas

186

cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se

volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que

habían visto y oído; todo como les habían dicho.

Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al

niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había

llamado el ángel antes de su concepción (Lc 2, 16-

21).

Ora

Puede ayudarte este comentario de la fiesta:

“Encontraron a María, a José y al Niño. Al

cumplirse los ocho días impusieron al niño por

nombre Jesús. Desde el primer momento de la

Encarnación encontramos realmente a Jesús, nuestra

paz y reconciliación, en María, con María, por la

Virgen María.

La entrada de Dios en nuestra historia es como

un encuentro entre la miseria de los hombres y la

misericordia gloriosa de Dios. Y la Virgen María es

un símbolo de la Iglesia. Como ella, la Virgen toma

la preciosa sangre sacrificial de Cristo y se la ofrece

a Dios sin descanso, todos los días y a todas las

horas; se la ofrece por la pobre, por la extraviada y

pecadora humanidad, que siempre está en guerra en

algún lugar y para quien pide la paz.

La Iglesia sabe que el Hijo de Dios vino al

mundo y derramó su sangre por la salvación de los

hombres. Por eso la salvación constituye para ella su

máxima y primordial preocupación. La Iglesia

quiere la paz entre los hombres y por eso acude con

187

su plegaria a la Madre del Príncipe de la paz, para

que la otorgue ampliamente a la humanidad.

También en las letanías lauretanas invoca la Iglesia

a la Virgen María como Reina de la paz” (Manuel

Garrido Bonaño).

Ahora puedes orar con el evangelio del día:

—Encontraron a María y a José y al Niño.

Dios mío, este encuentro vale más que la

aparición de los ángeles. Aunque los ángeles bajan

con música y con resplandores y aquí no hay más

que recogimiento y sencillez, pero los ángeles no

pretenden sino encaminar hasta aquí, hasta el

pesebre.

De tu rostro, Niño pequeñito, irradia una luz que

ilumina tu ser y que también ilumina el mío y los

caminos de la vida.

Benditos María y José, que están contigo, y

bendito Tú, Niño, que llenas el corazón de ellos y el

corazón de todo el que te ve y te reconoce en la

humildad del pesebre. Bendito Tú, que santificas el

pesebre y la pobreza y unges de divinos encantos la

sencillez de la vida.

Bendito el que sabe dejarlo todo para encontrarte

a Ti. Bendito el que en todo, en las estrellas, en los

ángeles, no encuentra sino impulsos para buscarte.

—Meditándolas en su corazón.

No me satisface, Señor, ni me aprovecha ser

espectador de tus misterios. No me basta escuchar

188

tus palabras con los oídos de la carne. Tengo que

mirar y oír con el corazón. ¿De qué me sirve la pura

curiosidad intelectual, que busca noticias y

milagros?

Conozco tus obras y tus milagros, tu nacimiento y

tu cruz; he oído todos tus discursos, tus

conversaciones y hasta las frases sueltas que

salieron de tus labios. Y no soy mejor que los que

nada de eso saben. No estoy, Dios mío, contento y

no puedo estarlo. ¿Qué más me falta? ¿No será eso:

escuchar y mirar con el corazón? Es decir,

largamente, ansiosamente, no como quien quiere

saber, sino como quien quiere vivir y encontrarse

contigo, para llegar a compenetrarse totalmente.

Como María, tu dulce Madre. Lo veía todo, lo oía

todo y todo lo guardaba en su corazón. Allí muy

despacio lo revivía para sí misma.

Señor, mi corazón quiere abrir así todos sus senos

y llenarse de Ti. Nada me interesan cavilaciones y

preocupaciones insustanciales. Vengan, una a una,

tus palabras de vida para guardarlas y meditarlas en

mi corazón.

Contempla y da gracias a Dios

189

Domingo II de Navidad

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

El evangelio de este día es el mismo del 31 de

diciembre. Puedes leerlo, meditarlo y orarlo en

las páginas 170-173.

Te pueden ayudar también estas palabras de San

Agustín:

«Como las tinieblas no acogieron la luz, era

preciso para los hombres el testimonio humano. No

podían ver el día, pero quizá podrían soportar la

lámpara. Ya que no estaban capacitados para ver el

día, soportarían en todo caso la lámpara. “Hubo un

hombre, enviado por Dios. Él vino para dar

testimonio de la luz”. ¿Quién vino, y de dónde vino,

para dar testimonio de la luz? ¿Cómo no era él la

luz, si en verdad era una lámpara? Ante todo

advierte que era lámpara. ¿Quieres ver lo que la

lámpara dice del día y el día de la lámpara?

“Vosotros, dijo el Señor, mandasteis una embajada a

Juan; quisisteis gozar por un instante de su luz; él

era la lámpara que ardía y brillaba” (Jn 5, 33.35).

«¿Que veía, pues, Juan el Evangelista, que

menospreciaba la lámpara? “No era él la Luz, pero

venía para dar testimonio de la luz”. ¿De qué luz?

“Él era la luz verdadera que ilumina a todo hombre

que viene a este mundo”. Si a todo hombre, también

a Juan. El que aún no se quería mostrar como día, se

190

había encendido su propia lámpara como testigo…

Era tenido por Cristo, pero él se confesaba hombre.

Era tenido por el Señor, pero él se reconocía siervo.

Haces bien, oh lámpara, en reconocer tu humildad,

para que no te apague el viento de la soberbia»

(Sermón 342, 2).

Contempla y da gracias a Dios

2 de enero. San Basilio y San Gregorio

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos

enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a

Juan a que le preguntaran: -¿Tú quién eres? Él

confesó sin reservas: - Yo no soy el Mesías. Le

preguntaron: - ¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías? El

dijo: - No lo soy. - ¿Eres tú el Profeta? Respondió: -

No. Y le dijeron: - ¿Quién eres? Para que podamos

dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué

dices de ti mismo? El contestó: - yo soy «la voz que

grita en el desierto: Allanad el camino del Señor»

(como dijo el Profeta Isaías). Entre los enviados

había fariseos y le preguntaron: -Entonces, ¿por

qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el

Profeta?

Juan les respondió: - yo bautizo con agua; en

medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que

viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que

no soy digno de desatar la correa de la sandalia.

191

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del

Jordán, donde estaba Juan bautizando (Jn 1, 19-

28).

Ora

En medio de vosotros hay uno que no

conocéis. San Agustín ha comentado muchas

veces este pasaje evangélico. Este texto que

escogemos lo predicó en Cartago hacia el año

400:

«Tanto destaca Juan por su excelencia, que fue

considerado no ya como precursor, sino como el

mismo Cristo. Si la lámpara hubiese estado apagada

o ennegrecida por el humo de la soberbia, cuando

llegaron a él los judíos para preguntarle: “¿Tú quién

eres? ¿Eres el Cristo, o Elías o un profeta?”, él

hubiese respondido: “lo soy”. Habría hallado el

momento oportuno para su jactancia cuando el error

de los hombres le atribuía un falso honor. ¿Acaso

hubiera tenido que esforzarse en convencerles de lo

que se anticipaban a decirle quienes le interrogaban?

«Pero él, como humilde, fue enviado a preparar

el camino al Excelso. Por eso era amigo del Esposo,

porque era siervo que reconocía al Señor… ¡Cuánto

se humilla quien era ensalzado tanto que lo

consideraban el Cristo! “No soy digno, dice, de

desatar la correa de su calzado”. Y Cristo dice de

Juan: “Nadie mayor que Juan Bautista”… Si ya Juan

era un hombre tan grande que no había mayor que él

ningún otro, quien es mayor que él es más que

192

hombre. Pero quien es más que hombre, se hizo

hombre por el hombre, y con razón florece sobre Él

la santificación del Padre» (Sermón 308 A).

Puedes también orar con el Evangelio del día:

—¿Tú quién eres?

¿Y quién soy yo, Señor? ¿Me conozco quizá a

mí mismo? ¿Podré responder a quien me haga la

misma pregunta? Van pasando lentos o rápidos los

días. Mi yo se prolonga y sigue marchando por los

caminos de la vida y no sé a qué he venido ni a

dónde voy. No sé siquiera quién soy yo, ni cuál es

el sentido de todo esto. Me conocen con un nombre

determinado, pero este nombre no puntualiza nada

definitivo sobre mí y solo sirve para concretar

unas vanas apariencias.

Me presento y me reciben como a alguien

conocido de atrás o yo mismo me doy a conocer y

digo que soy yo e indico tres fórmulas superficiales

y unas peripecias sin valor sobre mi vida.

Pero ¿quién soy yo, Dios mío, en mi más íntimo

ser? ¿Qué misterio es éste de mi propio yo para mí

mismo? Dímelo Tú, Señor, que me has formado en

el seno de mi madre y que me llamaste con mi

nombre sustancial antes que yo existiera. Tú

señalaste el cuándo y el cómo de mi existencia y

trazaste con tu dedo toda la trayectoria de mi vida.

¿Quién soy yo, Señor, y qué quieres de mí?

193

— Él confesó sin reservas.

Concédeme, Dios mío, que yo me enfrente con

la verdad de mi vida; que con sinceridad, con

fortaleza, con humildad admita lo que soy y no

quiera traspasar los límites de lo que realmente soy

y debo ser.

Que huya de toda hipocresía y disimulo y de

toda vana ambición. Que no me enreden, Dios mío,

los respetos humanos y que no me esconda tras

inútiles y mentirosas apariencias.

Que, como el Bautista, no niegue nunca lo que

soy, ni niegue lo que debo decir a los demás.

Sobre todo, que no me engañe a mí mismo, que

no me cieguen fáciles excusas y dorados pretextos.

Miro hacia atrás en mi vida, Dios de toda

verdad, y veo cuántas veces fueron falsas mis

palabras y qué falsa fue mi conducta y qué

falazmente he buscado la estimación y la necia

aprobación de los hombres.

Ni siquiera ante Ti y en tu presencia, Señor, he

caminado con la humilde verdad, que está libre de

artificiosas justificaciones.

Pues líbrame, te suplico, de tanta mentira y

líbrame también de los lazos mentirosos de este

mundo.

—Yo soy la voz que grita.

Yo tampoco quisiera ser otra cosa, Señor, sino

una simple voz, sin apariencia alguna, impalpable,

194

invisible. Un grito, que pone alerta, un puro

testimonio que te manifiesta a Ti. Una vibración del

aire, que se produce anunciando tu paso entre

nosotros.

No quiero atraer las miradas de los demás sobre

mi persona. Quiero desaparecer totalmente, como si

de mí no existiera nada más que eso: la voz. Quiero,

Señor, que todo mi ser se convierta en voz: no sólo

mis palabras, sino también mis obras y mi figura y

toda mi conducta. Que no exista tal persona, ni

nadie repare en ella, para que nadie se distraiga de

lo esencial que eres Tú, Dios mío.

Quiero ser una voz impersonal, aunque cargada

de sentido y de persuasión y de fuerza. Que sea

imposible no oírla. Y que quien la oiga, sienta que

se le han removido las entrañas.

Una voz que conduzca irremediablemente a Ti,

Señor Jesús, entre los ruidos ensordecedores de este

mundo. Entre tantas palabras necias y

desorientadoras, una voz que anuncie la verdad y la

paz.

—En medio de vosotros hay uno que no

conocéis.

Nuestros ojos, Señor, están tan ciegos como los

de aquel pueblo. No hace falta ver tu figura corporal

para reconocer tu presencia entre nosotros.

¡Son tantas las maravillas inexplicables, si Tú no

estás aquí en medio de las peripecias de cada día!

Buscamos e indagamos con solicitud. Andamos con

195

nuestras preguntas inquietas y anhelosas. ¡Y todo

sería tan fácil si te reconociéramos a Ti!

Mis gozos y mis tribulaciones me exaltan o me

hunden. Ando colgado de lo superficial que

perciben mis sentidos. Veo los que van y los que

vienen a mi lado. Escucho las voces, que azotan el

aire y producen ruido para despertar mi atención.

Y mi atención se para en lo episódico, en lo

vulgar de las apariencias que no me explican nada.

Ando inquieto y desconcertado, como si sospechase

algo escondido, algún misterio más allá de todo esto

puramente exterior. Y no adivino, Señor, tu

presencia invisible y tu acción misteriosa.

¡Oh, abre mis ojos para que te reconozcan!

Aparécete ante mí y explica este enigma que, si Tú

no estás tras él, no tiene solución.

Contempla y da gracias a Dios

3 de enero

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que viene

hacia él, exclama: - Este es el Cordero de Dios, que

quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien

yo dije: «Tras de mí viene un hombre que está por

delante de mí, porque existía antes que yo.» Yo no le

conocía; pero he salido a bautizar con agua, para

que sea manifestado a Israel.

196

Y Juan dio testimonio diciendo: -He

contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como

una paloma y se posó sobre él. Yo no le conocía;

pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: -

Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse

sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu

Santo. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que

éste es el Hijo de Dios (Jn 1, 29-34).

Ora

Sobre este evangelio comenta San Agustín:

«Jesús se acerca. ¿Y qué dice Juan? “He aquí el

Cordero de Dios”. Si es Cordero es inocente… Pero,

¿quién es inocente?… Todos venimos de aquella

semilla y vástago de que habla David, con sollozos

y gemidos: “Yo he sido concebido en la iniquidad y

en el pecado me alimentó mi madre en su seno”.

Cordero, pues, es solamente Aquel que no ha venido

en esas condiciones. No fue concebido en iniquidad,

ya que no fue concebido por obra mortal, ni lo

alimentó en la iniquidad su madre cuando lo tuvo en

su vientre, porque virgen lo concibió y virgen lo dio

a luz. Lo concibió por la fe y por la fe lo crió…

Tenía de Adán la carne, no el pecado. Sólo éste, que

no toma de nuestra masa el pecado, es el que borra

nuestros pecados» (Tratado sobre el Evg. San Juan.

4,10).

— Este es el Cordero de Dios.

De nada sirven ya, Cordero de Dios, los

sacrificios y las víctimas antiguas. Y de nada sirven

197

todas las satisfacciones que nosotros queramos

ofrecer al Padre. Nada tiene valor sin Ti.

Asume, buen Jesús, e incorpora a tu sacrificio

todos mis padecimientos, cuanto haga yo y cuanto

venga sobre mí. Que tu sacrificio sea el mío, por la

unión de mis sentimientos con los tuyos, porque Tú

te dignas aceptar y hacer tuyos mis humildes

sentimientos.

¡Cordero de Dios, por tu inmolación

continuamente renovada, espero yo alcanzar el

perdón de mis pecados y la misericordia del Padre!

Tú eres la única esperanza en esta hora tan atribula-

da y tan sacrificada del mundo.

Que no triunfe, Dios mío, la crueldad de los

lobos, sino la mansedumbre del Cordero. Que no

venzan los que derraman la sangre, sino la sangre

derramada.

Que pueda más la satisfacción de tu Hijo divino

que todos los pecados de los hombres. Mira, Padre

eterno, que en medio de nosotros está el Cordero de

Dios inmolado.

— Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que

éste es el Hijo de Dios.

Todo se cifra en eso, Señor, en verte a Ti. Sólo

así alcanzará mi vida personal su plenitud. Las

aspiraciones de mi inteligencia y de mi corazón

quedarán colmadas. Porque ando inquieto, Dios

mío, y con una extraña sed en las raíces mismas de

mi existencia.

198

Veo y consigo muchas cosas, pero todo parece

que se queda en la periferia y como en la corteza de

mi ser, sin calar hasta el núcleo originario de mi

vida. Y todo me decepciona muy pronto y me deja

más inquieto que antes.

Pero cuando te veo a Ti, Señor Jesús, aun así tan

de lejos como suelo verte, una indecible paz invade

mi espíritu, un sosiego hondísimo, sin apetencias de

ninguna otra cosa. Toda otra curiosidad o deseo me

parece infantil.

Yo quisiera verte, Señor, más de cerca y en más

íntimo contacto contigo, para que pueda dar un

pleno y convincente testimonio de Ti. Necesito

verte con mayor claridad. Necesito una fe luminosa,

como cuando ven mis ojos el sol a mediodía. Que

así queden los ojos de mi alma saturados de tu

visión inconfundible.

Y hablaré entonces con la seguridad de quien ha

visto y no con estas palabras frías, que no encienden

ningún corazón porque no salen de un corazón

encendido.

Contempla y da gracias a Dios

199

4 de enero

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus

discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: -

Este es el Cordero de Dios.

Los dos discípulos oyeron sus palabras y

siguieron a Jesús, se volvió y, al ver que lo seguían,

les pregunta: - ¿Qué buscáis? Ellos le contestaron:

- Rabí, que significa Maestro, ¿dónde vives? Él les

dijo: - Venid y lo veréis.

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se

quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la

tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de

los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús;

encuentra primero a su hermano Simón y le dice: -

Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).

Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le

dijo: - Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás

Cefás, que se traduce Pedro (Jn 1, 35-42).

Ora

Saborea, para rezarlo, este comentario que hace

San Juan Crisóstomo al evangelio de hoy:

«Jesús, volviéndose y viendo que le seguían, les

dijo: “¿qué buscáis?” Por aquí podemos aprender

que Dios no previene nuestra voluntad con sus

dones, sino que cuando nosotros comenzamos a

mostrar buena voluntad Él nos ofrece muchísimas

200

ocasiones para salvarnos... Jesús pregunta para

ganarse su confianza, al comenzar Él el diálogo y

para darles confianza y mostrarles que merecen ser

escuchados... Ellos dieron muestra de su interés no

sólo con seguirlo, sino también por las preguntas

que le dirigieron. Aunque no habían aprendido nada

de Él, ni le habían oído predicar siquiera, le

llamaron maestro, declarándose así discípulos suyos

y revelando la razón por la que le seguían. “¿Dónde

moras?” Lo que ellos querían era hablar con Él,

escucharle y aprender con sosiego.

«Cristo los llevó consigo, animándoles aún más a

seguirle al darles a entender que ya les había

acogido entre los suyos. Les dirigió la palabra como

a amigos, como si se tratara de viejos camaradas. El

evangelista escribe a continuación que

permanecieron con Él todo aquel día. Ni siguieron

ellos a Cristo, ni Éste les llamó por otra razón que

no fuera la de enseñarles su doctrina...

«“Hemos encontrado al Mesías, que quiere decir

el Cristo”. Manifiesta el poder de la palabra del

Maestro, que les había convencido de eso, y el

intenso deseo y el celo que desde hacía mucho

tiempo animaba a los discípulos. Esa frase es

expresión de un alma que ardientemente deseaba la

venida del Mesías y que exulta y se llena de alegría

cuando ve la esperanza convertida en realidad y se

apresura a anunciar a sus hermanos tan feliz noticia.

Era, además, un gesto de amor fraterno, de profunda

amistad, de generosidad desinteresada éste de

201

comunicarse entre los parientes los tesoros

espirituales.

«San Juan Bautista, tras haber dicho “he ahí al

Cordero que bautiza en el Espíritu”, dejó que sus

discípulos aprendieran más claramente de Él mismo

cuanto concernía a la verdad referente a Aquél. Lo

mismo hizo Andrés: considerándose incapaz de

explicar todo por sí mismo, llevó a su hermano hasta

el manantial de la luz con tanta insistencia y firmeza

que venció cualquier duda y todas las dificultades»

(Homilías sobre el evangelio de San Juan 18 y 19)

Ora también con el evangelio:

—¿Qué buscáis ?

¿Y qué van a buscar, Maestro?

Te desean y te buscan a Ti. ¡Oh, si yo te hubiese

buscado siempre! O me hubiera dejado encontrar,

cuando lleno de misericordia me buscabas Tú.

¡He buscado tantas cosas y las he deseado tan

vanamente! Mi corazón, Señor, ha salido por todos

los caminos; ¡y no te buscaba a Ti!

¡Cuántas decepciones y qué inútil fatiga! En vez

de encontrar lo que deseaba, mi perdición era aún

más irremediable.

Todo lo que puede seducir aquí abajo: ciencia,

fama, poder, amor, sobre todo amor. Lo busqué

todo, Señor. Encontré fragmentos dispersos y rotos,

que me entontecieron breves ratos.

Luego el vacío, la soledad, la nostalgia. Y la

sangre del pecado en mi alma. No te busqué,

202

Maestro, aunque oía de Ti y a veces el corazón me

latía fuerte. ¡Si yo le buscara!

Y me buscaste Tú a mí, Maestro piadosísimo. Yo

me daba cuenta y huía. ¡Tan grande era mi

insensatez! ¿Me has encontrado ya definitivamente,

Señor? ¿Te he encontrado ya, aun sin buscarte?

¡Benditos sean tus pies y tus ojos, que me han

buscado!

— Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?

Sí, ¿dónde vives, Maestro? No es la curiosidad

de conocer tu morada, aunque sería curiosidad tan

bendita. Me parece que verdaderamente no tienes

dónde reclinar tu cabeza. No es tu vivienda lo que

me interesa,

Maestro. Me interesas Tú. Te quiero a Ti. No

sabía cómo decírtelo y me fatigaba mi

impertinencia. Pero yo lo que quiero es estar

contigo: aquí o allí, eso es igual. Quiero que me

mires, que me hables al corazón, que tengas piedad

de mí, que te dignes escucharme y que mi compañía

no te sea enojosa.

¿Dónde vives, Maestro? Es decir, ¿dónde

podemos tener una cita y muchas citas, sin estorbos,

en soledad, donde mi corazón se explaye a solas y

donde el tuyo, buen Maestro, se comunique a mí y

me transforme y me ligue para siempre contigo?

No me digas dónde recibes a tus amigos; dime

dónde pueden acudir los desgraciados pecadores.

Ya sabes lo que soy yo. ¿Comprendes mi apuro y

mi perplejidad? Con los ojos bajos y llenos de

203

lágrimas, sofocado de vergüenza, me atrevo a

preguntarte: ¿dónde vives, Maestro?

—Venid y lo veréis.

¡Qué dulce invitación, buen Maestro! Apenas si

se atreven tímidamente a preguntarte y Tú les

invitas a ir contigo y a pasar unas horas contigo en

tu misma casa.

¡Qué felicidad siente el corazón cuando Tú le

hablas con la misma confianza! ¡Qué amable y

tranquilizadora es tu invitación para el alma!

Ya no es que me hablen de Ti, sino que me

hablas Tú mismo. Te avienes, Señor, a que pasemos

juntos nuestro tiempo. Y un breve tiempo contigo

conforta e ilumina para largos años.

Los ojos del alma se esclarecen misteriosamente

y ven en un momento lo que no habían descubierto

en prolongadas meditaciones. Me dices y me

enseñas mucho más de lo que yo hubiera sabido

preguntarte.

Yo no puedo pedirte, buen Maestro, pero lo

desea mi corazón con todas sus ansias. Lo desea y

Tú sabes que lo necesita. Dime, Señor, que vaya y

enséñame a ir y acompáñame en el camino.

¡Es tan grande mi ignorancia y mi impotencia,

son tantas las dificultades para que vaya y vea! Y,

sin embargo, en ir y en ver está cifrada toda mi

felicidad.

Contempla y da gracias a Dios

204

5 de enero

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, determinó Jesús salir para

Galilea; encuentra a Felipe y le dice:-Sígueme.

Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de

Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: -

Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los

Profetas lo hemos encontrado: a Jesús, hijo de José,

de Nazaret. Natanael le replicó: -¿De Nazaret

puede salir algo bueno? Felipe le contestó: - Ven y

verás. Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de

él: - Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no

hay engaño. Natanael le contesta: -¿De qué me

conoces?

Jesús le responde: - Antes de que Felipe te

llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.

Natanael respondió: -Rabí, tú eres el Hijo de Dios,

tú eres el Rey de Israel. Jesús le contestó: -¿Por

haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees?

Has de ver cosas mayores. Y le añadió: yo os

aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de

Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre (Jn 1,

43-51).

Ora

Comenta San Agustín:

«En lo que sigue se prueba cómo era este

Natanael. Conoced cómo era, pues el mismo Señor

es su testimonio. Por el testimonio de Juan fue dado

205

a conocer el soberano Señor y por el testimonio de

la Verdad se dio a conocer el bienaventurado

Natanael. La Verdad es ella misma su testimonio de

recomendación. Mas, porque los hombres no podían

comprender la Verdad, tenían que buscarla con la

antorcha o la lámpara; por eso, para mostrarnos al

Señor, fue enviado Juan.

«Oye ahora el testimonio que el Señor da de

Natanael…: “es un verdadero israelita; no hay

doblez en él”. ¡Magnífico testimonio! Ni de Andrés,

ni de Pedro, ni de Felipe se dice lo que de Natanael.

Sin embargo no es el primero de los discípulos. “No

hay doblez en él”, es decir, si es pecador, confiesa

que lo es; si se confesara justo, habría doblez en su

confesión. El Señor alaba en Natanael la confesión

de su pecado, pero no declara que no era pecador»

(Tract. in Jn. 7,16-18).

Ora con el evangelio del día:

— Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien

no hay engaño.

¡Qué difícil es, Dios mío, vivir con la sencillez y

la sinceridad de aquel verdadero israelita! Me quejo

de los engaños de los demás e incurro yo mismo en

semejantes engaños.

Tengo que andar con mil precauciones- para no

caer en las trampas que tienden a mis pies. Tengo

que aparentar confianza con todos y no tenerla

realmente con nadie.

206

Mi rostro ha de ser una máscara para ocultar mis

verdaderos sentimientos. Me canso y me hastío de

tanto fingir, de un proceder tan violento y

artificioso. ¿Pueden agradarte a Ti, Dios mío, estas

engañosas apariencias? ¿He de defenderme así de

los engaños de todos o debo proceder siempre con

la sencilla verdad, aunque sea víctima de los

astutos?

Tú recomendaste una vez, buen Maestro, juntar

la prudencia de la serpiente con la candidez de la

paloma. Enséñame Tú mismo en qué consiste esa

prudencia y cómo se puede compaginar con la

sinceridad de la vida.

Enséñame a caminar en verdad delante de Ti y a

buscar con limpieza tu santísima voluntad sobre

todos mis engaños y sobre el amor de toda criatura.

Porque Tú eres, Señor, la verdad y conduces en

la verdad a los que se entregan a Ti.

— Cuando estabas debajo de la higuera, te vi.

Tú viste, Maestro, a Natanael, debajo de la

higuera y penetraste en las preocupaciones de su

corazón.

Para Ti todo está patente. No necesitas

transponer distancias y paredes para que puedan ver

tus ojos. Ni tienes que valerte de deducciones y

conjeturas para saber los secretos de mi corazón.

Conoces lo que yo hice a la luz del sol y lo que

hice en la soledad y sin testigos y los motivos

207

ocultísimos de mi acción, que ni yo mismo he sido

capaz de mirar cara a cara.

Tú conoces, Señor, esto que no se aparta nunca

de mi conciencia y es como un fantasma que me

obsesiona. Y conoces también lo que en otro tiempo

me preocupó y ya se ha desvanecido de mi

memoria. Si alguna vez se levantaron las alas de un

noble ideal, Tú lo viste, Dios mío. Y viste también

cuántas veces me arrastré allá por dentro en

vergonzosas maquinaciones.

Con la frente hundida y confiado en tu inmensa

misericordia, en lo comprensivo de tu corazón, me

acerco a Ti, Maestro. Tú me viste. Tú me viste.

Contempla y da gracias a Dios

6 de enero

Epifanía del Señor

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey

Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se

presentaron en Jerusalén preguntando: -¿Dónde

está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque

hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.

Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo

Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a

los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que

nacer el Mesías.

208

Ellos le contestaron: - En Belén de Judá, porque

así lo ha escrito el Profeta: «y tú, Belén, tierra de

Judá, no eres ni mucho menos la última de las

ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será

el pastor de mi pueblo Israel.»

Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos,

para que le precisaran el tiempo en que había

aparecido la estrella, y los mandó a Belén,

diciéndoles: - Id y averiguad cuidadosamente qué

hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme,

para ir yo también a adorarlo. Ellos, después de oír

al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella

que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que

vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al

ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría.

Entraron en la casa, vieron al niño con María, su

madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después,

abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro,

incienso y mirra.

Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para

que no volvieran a Herodes, se marcharon a su

tierra por otro camino (Mt 2, 1-12).

Ora

San León Magno nos explica muy bien el sentido

espiritual de esta Solemnidad:

«Habiendo celebrado hace poco el fausto día en

que la Virgen santísima, conservando su virginidad,

dio al mundo al Salvador del género humano, la

celebración de la venerada festividad de la Epifanía

209

nos trae una prolongación de nuestro gozo, para que,

uniéndose los misterios de estas solemnidades

santísimas, no se entibie ni el vigor de nuestra

alegría ni el fervor de nuestra fe.

«Para la salvación de todos los hombres

convenía que la infancia del Mediador entre Dios y

los hombres se manifestase al mundo entero aun

cuando se hallaba encerrada en una pequeña aldea.

Aunque el Señor eligió al pueblo de Israel, y en ese

pueblo a una familia señalada, de la cual tomase

nuestra humanidad, con todo, no quiso que su

nacimiento estuviera oculto en la pequeñez de este

lugar en el que había nacido, sino que, como nació

para todos, quiso también comunicar a todos la

noticia de su nacimiento.

«Por eso apareció a los tres Magos de Oriente

una estrella de nueva luminosidad, más clara y más

brillante que las demás, y tal, que atraía los ojos y

corazones de cuantos la contemplaban, para mostrar

que no podía carecer de significación una cosa tan

maravillosa. El que había dado tal signo al mundo,

iluminó la inteligencia de los que la contemplaban;

hizo que le buscaran los que no lo conocían y quiso

Él mismo ser hallado por los que le buscaban.

«Tres hombres emprenden el camino guiados por

esta luz celestial. Fija la mirada en el astro que les

precede y siguiendo la ruta que les indica, son

conducidos por el esplendor de la gracia al

conocimiento de la verdad…

210

«Pero al anuncio de que un príncipe de los judíos

ha nacido, se alarma Herodes, suponiendo un

sucesor. Maquinando el asesinato del autor de la

salvación, promete hipócritamente su homenaje.

¡Feliz él si hubiese imitado la fe de los Magos y

hubiese puesto al servicio de la religión los planes

que proyectaba al servicio del engaño! ¡Oh ciega

impiedad de una estúpida emulación, piensas

entorpecer con tu furor el designio divino! El Señor

del mundo no busca un reino temporal, Él es quien

lo da eterno…

«Los Magos realizan sus deseos, y llegan,

conducidos por la estrella, hasta el Niño, el Señor

Jesucristo. En la carne adoran al Verbo; en la

infancia, a la Sabiduría; en la debilidad a la

Omnipotencia; en la realidad de un hombre, al

Señor de la majestad. Y, para manifestar

exteriormente el misterio que ellos creen y

entienden, atestiguan por los dones lo que ellos

creen en el corazón. A Dios le ofrecen el incienso; al

Hombre, la mirra y al Rey, el oro, sabiendo que

honran en la unidad las naturalezas divina y humana

(I Homilía para la solemnidad de Epifanía).

Medita ahora con el evangelio del día:

—¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha

nacido?

¡Niño pequeñito y escondido, que nadie sabe

dónde está! Pero lo saben los cielos y encienden tu

estrella. Has nacido Rey de los judíos y no se han

enterado en la corte real. Has nacido también Rey

211

de todos los hombres y vienen buscándote desde

lejos.

¿Qué misterio es éste, Jesús, de los que saben y

de los que no saben, de los que buscan con emoción

y de los que se inquietan con terror?

Pero, al fin, todos vendrán a enterarse: unos, por

el lenguaje de los cielos, y otros, por las preguntas

de los hombres. Tú quieres que yo te busque,

aunque Tú has venido a buscarme. No podría

buscarte yo, si Tú no me hubieras buscado antes.

¿Dónde estás, Jesús, que me hablan de Ti? ¡Y

cómo desea encontrarte mi corazón!

— Hemos visto salir su estrella.

¡Cuántas cosas me hablan de Ti, Señor! No sólo

las estrellas del cielo, sino otras que

misteriosamente se encienden en mi interior.

Me ponen en guardia, me dan la voz de alerta,

me hablan de Ti. Se excitan mis deseos, pero tengo

miedo de dejarlo todo para buscarte. No acabo de

lanzarme con generosidad a la jornada larga y

desconocida. Pero por larga que fuera, y por

trabajosa, al final te encontraría a Ti y compensarías

en infinito todas las molestias del camino.

Jesús, muchos ven tu estrella, pero son pocos los

que te ven a Ti, Señor de las estrellas y de su luz.

Ven tu estrella, pero no se dan cuenta de que es la

tuya y de que trae un mensaje de Ti. Y lo

importante no es la estrella, sino el mensaje. La

212

estrella llama, alienta y da esperanza; pero Tú sacias

la inteligencia y el corazón.

— Vieron al niño con María, su madre.

¡Dulce encuentro después de tan largas jornadas!

¿Cómo no les decepcionó, Jesús, la modestísima

vivienda, la pobreza y la humildad de cuanto te

rodeaba?

Pero tu luz los alumbró en su interior, mucho

más que la estrella en el camino para que no se

engañaran con las apariencias de fuera. A mí me

seducen las apariencias de las cosas; y, según ellas,

o me entusiasmo con esperanzas vanas o me

desilusiono con decepciones imprevistas. ¡Qué

torpe es mi fe! Necesito, Señor, tu luz dentro de mí;

necesito que Tú abras mis ojos para que descubran

las realidades misteriosas.

Los magos encuentran un pobre niño y saben

que eres Tú. Encuentran a una dulce joven, que te

estrecha en sus brazos.

Ven a la Madre y al Niño y ven mucho más de

lo que les dicen los ojos. Doblan sus rodillas y un

consuelo inefable les inunda el corazón.

— Abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos.

Te ofrecen, Jesús, sus dones como homenaje.

Es lo mejor que tienen en sus tesoros. Tú los

aceptas, como aceptaste también los pobres dones

que te ofrecieron los pastores. No son dones para

213

enriquecerte, sino símbolos que manifiestan los

sentimientos de sus corazones.

¡Cuántos dones han ido cayendo y se han ido

amontonando a tus pies, a lo largo de los siglos!

Todo es poco para Ti, que eres Señor de todo.

Todo es poco y nada valen, si los corazones no se

entregan.

¿Por qué me aflijo, si no puedo ofrecerte nada

de los bienes de este mundo? ¿Por qué no abro los

humildes tesoros de mi corazón y los derramo ante

Ti? Tampoco Tú viniste, a darnos bienes de la

tierra, sino las riquezas inexhaustas de tu divino

Corazón. ¡Señor, todo consiste en entregar el

corazón!

Contempla y da gracias a Dios

7 de enero.

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de que

habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea.

Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún,

junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí.

Así se cumplió lo que había dicho el Profeta Isaías:

«País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar,

al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El

pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz

214

grande; a los que habitaban en tierra y sombra de

muerte una luz les brilló.»

Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: -

Convertíos, porque está cerca el Reino de los

Cielos. Recorría toda Galilea, enseñando en las

sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino,

curando las enfermedades y dolencias del pueblo.

Su fama se extendió por toda Siria v le traían todos

los enfermos aquejados de toda clase de

enfermedades y dolores, poseídos, lunáticos y

paralíticos. Y él los curaba. Y le seguían multitudes

venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y

Trasjordania. (Mt 4, 12-17. 23-25).

Ora

Está cerca el Reino de los cielos. En los días que

siguen a la solemnidad de Epifanía la lectura

evangélica nos presenta diversas manifestaciones de

Jesucristo. El comienzo de su predicación en Galilea

ha sido visto por el Evangelista como el

cumplimiento de lo que dijo el profeta Isaías: «El

pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande;

a los que habitaban en sombra de muerte una luz les

brilló» (Is 9,1ss). Nosotros hemos de iluminar

también, como nos dice San León Magno:

«Sabemos que esto se ha realizado por el hecho

de que los tres Magos, llamados desde un país

lejano, fueron conducidos por una estrella para

conocer y adorar al Rey del cielo y de la tierra. La

docilidad de esta estrella nos invita a imitar su

obediencia y a hacernos también, en la medida de

215

nuestras posibilidades, los servidores de esta gracia

que llama a todos los hombres a Cristo. Cualquiera

que vive piadosamente y castamente en la Iglesia,

que saborea las cosas de lo alto y no las de la tierra,

es, en cierto modo, semejante a esta luz celeste.

Mientras conserva en sí mismo el resplandor de una

vida santa, muestra a muchos, como una estrella, el

camino que conduce a Dios. Animados por este

celo, debéis aplicaros, amadísimos, a ser útiles los

unos para con los otros, a fin de brillar como los

hijos de la luz en el reino de Dios, al que se llega

por la fe recta y las buenas obras» (Sobre la Epifanía

de Nuestro Señor Jesucristo, Homilía 3ª, 5).

— Convertíos, porque está cerca el Reino de los

Cielos.

Ahí está, buen Maestro, lo fundamental. Ahí está

lo indispensable y también lo dificilísimo. Pides una

renuncia absoluta a todo lo anterior, al tiempo y a lo

temporal, que ya no tiene sentido ni finalidad

ninguna en sí mismo. He de volver las espaldas

definitivamente a todo lo que antes solicitaba mi

atención y mis deseos. Deben acabarse para mí las

aspiraciones a cosas de este mundo. Esta es la

conversión, de que Tú hablabas. Una orientación

completamente nueva de toda mi existencia.

Tú vienes, Señor, con tu Evangelio, que es el

mensaje del Reino de Dios. Y yo he de entregarme a

él como a lo único ya válido e irreemplazable. Esto

es lo último, la meta y la consumación de todo, lo

escatológico.

216

Sin esto, mi vida quedaría frustrada, por muy

entretenida que fuese. Mis movimientos serían

agitaciones vanas, mis realizaciones serían todas

insustanciales y mis caminos no conducirían a

ninguna parte, sino que se hundirían en el vacío.

He de creer, es decir, he de entregarme

confiadamente, con plenitud y con alegría. Porque

tu Evangelio es lo nuevo y lo eterno, es el reino de

Dios sobre todas las realidades de mi existencia.

Contempla y da gracias a Dios

8 de enero

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, Jesús vio una multitud y le dio

lástima de ellos porque andaban como ovejas sin

pastor, y empezó a enseñarles muchas cosas.

Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos

a decirle: -Estamos en despoblado y ya es muy

tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas

de alrededor y se compren de comer. Él les replicó.

-Dadles vosotros de comer.

Ellos le preguntaron: -¿Vamos a ir a comprar

doscientos denarios de pan para darles de comer?

Él les dijo: - ¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.

Cuando lo averiguaron le dijeron: - Cinco y dos

peces. El les mandó que hicieran recostarse a la

gente sobre la hierba en grupos.

217

Ellos se acomodaron por grupos de ciento y de

cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos

peces alzó la mirada al cielo, pronunció la

bendición, partió los panes y se los dio a los

discípulos para que se los sirvieran. Y repartió

entre todos los dos peces. Comieron todos y se

saciaron; y recogieron las sobras: doce cestos de

pan y de peces. Los que comieron eran cinco mil

hombres (Mc 6, 34-44).

Ora

Jesús se manifiesta como profeta y taumaturgo

en la multiplicación de los panes y de los peces. El

poder salvador de Cristo se manifiesta en el

alimento de vida que da a todos los hombres, que

estamos como ovejas sin pastor. Por eso la

multiplicación de panes y peces es signo de la

sobreabundante vida divina que se nos da por

Cristo. Oigamos a San Agustín:

«Gran milagro es, amadísimos, hartar a la

muchedumbre con cinco panes y dos peces, gran

milagro, en verdad. Pero el hecho no es tan de

admirar si pensamos en el Hacedor. Quien

multiplica los panes entre las manos de los

repartidores, ¿no multiplica las semillas que

germinan en la tierra y de unos granos llena los

graneros? Lo que sucede es que como este portento

se renueva todos los años a nadie le sorprende; pero

no es la insignificancia del hecho el motivo de no

admirarlo, sino la frecuencia con que se repite.

218

«Al hacer estas cosas, habla el Señor a los

entendimientos, no tanto con palabras, como por

medio de obras… Él es el Pan que bajó del cielo; un

pan, sin embargo, que crece sin mengua. Se le puede

sumir, pero no se le puede consumir. Este Pan

estaba ya figurado en el maná. Porque ¿quién, sino

Cristo, es el Pan del cielo?... Para que comiera el

hombre el pan de los ángeles, el Señor de los

ángeles se hizo hombre. Pues bien, ya que se nos ha

dado una prenda tan valiosa, corramos a tomar

posesión de nuestra herencia» (Sermón 130).

Ora con el evangelio de hoy:

— Empezó a enseñarles muchas cosas.

Te compadeciste, Jesús, de aquella pobre gente,

de aquellas ovejas abandonadas y errantes, y las

acogiste con benignidad para ser Tú su buen Pastor.

Habías huido al monte en busca de la soledad.

Querías un poco de descanso para Ti y para tus

discípulos. Pero te perseguía la gente desgraciada y,

dando rodeos, lograron dar contigo.

Tuviste que renunciar a la soledad y a tus propias

conveniencias, en favor de los que necesitaban de

Ti. Con misericordia los acogiste. Yo me

impaciento, cuando perturban mi reposo o mis

planes. Yo no sé acoger a los importunos.

Y lo que necesitamos, Señor, unos y otros, es

acogimiento, oídos que se nos abran, corazón que

nos reciba gustosamente.

219

Luego cuando no necesiten de mí, me olvidarán

y me dejarán solo. No sabrán ellos acogerme,

cuando sea yo el necesitado. Pero Tú acogías

siempre, no vivías para Ti mismo. Yo debo acoger

con un corazón semejante al tuyo. Señor, no está la

cosa en lo que yo dé, sino en cómo acoja.

Concédeme la gracia de parecerme a Ti;

concédemela, en favor de los miserables, que

necesiten encontrar corazones como el tuyo.

—Dadles vosotros de comer.

No son ellos, Señor, no son tus discípulos; eres

Tú quien puede darles de comer. Ellos son pobres y

hambrientos también como los demás.

No tienen dinero para comprar alimentos y no

tienen tu maravilloso poder. ¿Qué podrán hacer

ellos? Eres siempre Tú, entonces lo mismo que

ahora. Me angustio, Jesús, ante tantas necesidades

y no me queda sino acudir a Ti. Yo seré, a lo sumo,

el instrumento tuyo y mientras Tú quieras

emplearme.

Cuando pueda ser algo, será de lo tuyo. Aunque

pasen las cosas por mis manos, pero vendrán de Ti.

No permitas, Señor, que se levante nunca en mí

ningún sentimiento de complacencia propia cuando

los demás se muestran agradecidos y creen que les

hago algún bien.

Que todos vean manifiestamente que sólo soy

un pobre intermediario, escasísimo y ruin, de tus

inagotables riquezas. No permitas tampoco que yo

220

ponga mis ojos y mi confianza en ninguna criatura,

como si de ella hubiera de venir el socorro en mi

propia aflicción.

Tú eres quien nos das a todos con benignidad y

empleas los instrumentos que te placen. Que mi

agradecimiento y el de todos sea siempre para Ti.

—Alzó la mirada al cielo, pronunció la

bendición, partió los panes .

Enséñame, Maestro, a mirar al cielo aun

entonces cuando se trata de las ocupaciones más

terrenas y materiales. Enséñame a esperarlo todo

de arriba y a dirigirlo todo a Dios, que está en lo

alto. Enséñame a santificar mis tareas más

humildes y a levantar mis ojos y mi corazón sobre

las cosas de este mundo. Y dígnate bendecir los

pasos que doy por él y las obras de mis manos.

Mis pasos serán vacilantes y torcidos y mis obras

serán torpes, si Tú no las bendices. Porque todo

fruto de bendición viene de Ti y no de los esfuerzos

que yo pueda hacer.

¡Cuántas veces me ha enseñado la experiencia el

fracaso de mis planes, que yo creía mejor estudiados

y la inutilidad de las obras que me parecían más

perfectas!

No había levantado mis ojos al cielo, no estaban

esas obras conectadas con lo alto y no había

descendido sobre ellas la bendición de Dios. Jesús,

no está la eficacia en una modernísima y aparatosa

organización humana, sino en que Tú quieras

221

bendecir lo que hacemos. Porque todo don bueno

viene de arriba.

Contempla y da gracias a Dios

9 de enero

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Después que se saciaron los cinco mil hombres,

Jesús en seguida apremió a los discípulos a que

subieran a la barca y se le adelantaran hacia la

orilla de Betsaida mientras él despedía a la gente. Y

después de despedirse se retiró al monte a orar.

Llegada la noche, la barca estaba en mitad del lago

y Jesús solo en tierra. Viendo el trabajo con que

remaban, porque tenían viento contrario, a eso de

la cuarta vela de la noche, va hacia ellos andando

sobre el lago, e hizo ademán de pasar de largo.

Ellos, viéndolo andar sobre el lago, pensaron que

era un fantasma y dieron un grito, porque al verlo

se habían sobresaltado. Pero él les dirige en

seguida la palabra y les dice: - Animo, soy yo, no

tengáis miedo. Entró en la barca con ellos y amainó

el viento. Ellos estaban en el colmo del estupor,

pues no habían comprendido cuando lo de los

panes, porque eran torpes para entender (Mc 6, 45-

52).

222

Ora

Vieron a Jesús andar sobre el lago. El episodio

manifiesta el poder de Cristo sobre las fuerzas de la

naturaleza y, manifestando ese poder, Jesucristo se

revela como Dios. Es al mismo tiempo un signo de

su poder salvador.

Todo esto es bello y admirable; pero no podemos

olvidar lo que dice también esta lectura: «Se retiró al

monte a orar» ¡Qué inefables son estas palabras! No

sabemos cómo era la oración de Jesús, pero deberían

ser unos coloquios inefables con el Padre. Aunque

Cristo nunca reveló su intimidad con el Padre, nos

comunicó su espíritu de oración al enseñarnos el

padre nuestro... ¡Qué gran misterio insondable el de

la oración de Jesucristo!... Orígenes dice:

«Si Jesús practica la oración ¿quién de nosotros

será negligente en ella? Dice, en efecto, San

Marcos: “Y a la mañana, mucho antes del amanecer,

se levantó, salió y se fue a un lugar desierto y allí

oraba” (Marcos 1,35). San Lucas: “Y acaeció que,

hallándose Él orando en cierto lugar, así que acabó,

le dirigió la palabra uno de sus discípulos” (Lc

11,1); y en otro lugar: “pasó la noche orando a

Dios” (Lc 6,12). Y San Juan describe la oración de

Cristo cuando dice: “Esto dijo Jesús y, levantando

sus ojos al cielo, añadió: Padre, llegó la hora;

glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique”»

(Jn 17,1) (Tratado sobre la oración 15).

223

— Va hacia ellos andando sobre el lago.

Con seguridad, como sobre tierra firme, caminas

sobre las aguas movibles del mar. Aunque sopla el

viento y las olas se encrespan, Tú no vacilas,

Maestro, porque llevas la consistencia en Ti mismo.

Las leyes de la naturaleza te obedecen y se

someten a Ti; y, aunque tu cuerpo es material y has

querido que se rija normalmente por las leyes de la

materia, sabes y puedes sustraerlo a ellas, cuando

así cumple a tus fines providenciales.

Y también eres Señor de las leyes psicológicas,

que condicionan y a veces coaccionan las

voluntades de los hombres. Te mueves seguro sobre

las voluntades sociales y sobre el oleaje del mar de

la vida. Dame la mano, buen Maestro, cuando mis

pies no puedan sostenerse, porque no pisen terreno

firme. Dame la mano, para que mi corazón no tema,

porque Tú ves que se abren las olas bajo mis

pisadas.

— Pensaron que era un fantasma.

Eras Tú, Señor, y tus discípulos no lo creían. Te

confundían con un fantasma de su imaginación y de

la noche. En la noche, cuando las cosas reales van

desapareciendo, la fantasía puebla el espacio con

sus imágenes.

A veces creo yo también que las realidades son

imaginaciones y a veces creo que las imaginaciones

son realidades. Y así sucede que vivo con

frecuencia en el engaño.

224

Vienes Tú, Señor, con tus tocamientos, con tus

luces y tus mociones y no sé reconocerte. Me

imagino que son caprichos míos o de los demás,

cuando realmente eres Tú que pasas. Y se me

escapa la oportunidad de tu presencia y de tu gracia.

Otras veces, al revés, doy a mis caprichos un

valor y una realidad que no tienen. Como si fueran

mociones tuyas, voy tras mis imaginaciones o tras la

vanidad de cualquier fantasma.

Dame, Señor, a conocer la verdad. Ilumina mis

ojos para que sepan que eres Tú y para que

distingan los espíritus, que no proceden de Ti.

Haz que yo reconozca la verdad y que viva en

ella sin ilusiones y sin temores.

— Soy yo, no tengáis miedo.

Los sucesos de la vida me perturban, Señor,

muchas veces como fantasmas. Se hace noche en

derredor mío y se hace también noche en mi

interior.

Mis ojos se ciegan y no ven la intervención de tu

providencia, no ven que eres Tú.

Dame la seguridad inconmovible de tu presencia

en todas las cosas. No estoy más seguro, cuando

pienso que lo estoy porque no veo ningún conflicto

en torno a mí, sino cuando Tú estás a mi lado.

Porque no es la ausencia del peligro lo que da se-

guridad y confianza, sino la certeza de que—en

tierra firme o en el mar agitado—vienes Tú

225

conmigo y ordenas con sabiduría y amor los

acontecimientos.

Contempla y da gracias a Dios

10 de enero

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, Jesús, con la fuerza del

Espíritu, volvió a Galilea y su fama se extendió por

toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos

lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado,

entró en la sinagoga, como era su costumbre los

sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le

entregaron el libro del profeta Isaías y

desenrollándolo encontró el pasaje donde estaba

escrito:

«El Espíritu del Señor está sobre mi, porque él

me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena

noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la

libertad y a los ciegos la vista. Para dar libertad a

los oprimidos, para anunciar el año de gracia del

Señor». Y enrollando el libro, lo devolvió al que le

servía y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos

fijos en él. Y él se puso a decirles: - Hoy se cumple

esta Escritura que acabáis de oír. Y todos le

expresaban su aprobación y se admiraban de las

palabras de gracia que salían de sus labios (Lc 4,

14-22).

226

Ora

Hoy se cumple esta Escritura. Una nueva

epifanía, una nueva manifestación del poder

salvador de Cristo. Muestra que se cumple en Él

aquella profecía de Isaías: «el Espíritu del Señor

sobre Mí»…

También hoy sigue siendo el Señor la respuesta

para todos los que sufren, para los desvalidos,

pobres y necesitados. Nosotros nos llamamos

cristianos porque fuimos ungidos en el bautismo y

en la confirmación. Por Cristo somos cristianos. Por

ser sus discípulos somos miembros de su Cuerpo

místico. Nuestra misión ante el mundo ha de ser,

pues, como la de Cristo: anunciar la Buena Nueva a

todos los hombres, pues todos están necesitados de

la gracia divina.

De Él viene todo cuanto necesitamos en lo

material y en lo espiritual. Todos somos pobres y

desvalidos ante Él. Y Él viene en nuestra ayuda,

pues es todo Amor y Misericordia.

Ora con el evangelio del día:

— El Espíritu del Señor está sobre mi.

Estás en este mundo, buen Maestro, como Hijo

del hombre y entre los hijos de los hombres.

Apareces con una carne como la nuestra, sujeta a

las mismas pesadas necesidades como en

cualquiera de nosotros.

Vienes ciertamente en carne, pero reposa sobre

Ti el Espíritu del Señor y no el espíritu de la carne.

227

Desde el primer momento, cuando el mismo

Espíritu formó tu santo cuerpo en el seno de tu

Madre. El Espíritu te conduce por todos tus caminos

y guía todas tus acciones, aun las que parecen más

humildes y materiales. No es la materia, ni la carne

quien triunfa, sino el Espíritu del Señor en la carne

y sobre la carne.

En Ti no se daba, Maestro, como en mí y en

todos los hijos de Adán, esa lucha entre el espíritu y

la materia. La materia era dócil y se dejaba llevar

sencillamente por los impulsos del espíritu.

Como yo quisiera, Señor, que la mía estuviera

siempre sujeta, aunque el espíritu tenga que

mortificarla en sus resistencias.

Humildemente me resigno a la contradicción,

Dios mío, pero te suplico que venza el espíritu

sostenido por Ti en tan difícil combate.

— Anunciar a los cautivos la libertad y a los

ciegos la vista.

Sí, esto es lo que ansío desde mis abismos más

recónditos: la libertad del corazón y la luz de mis

ojos. Esta es tu misión, Señor, para la cual has

recibido la unción del Espíritu.

Ven a iluminar mis sombras. Abre mis ojos

para que reciban plenamente la luz de arriba.

Mi fe, Dios mío, tiene más de venda que de

iluminación. Ya sé que no es deficiencia de la luz,

sino deficiencia de mis ojos. Pues toca mis ojos

228

para que se me descubran los horizontes, que ahora

apenas si sospecho.

Voy tanteando, con los brazos extendidos, para

no tropezar. Camino difícilmente, ¿cómo voy a

volar? Luz, Señor, luz para mis ojos. Y libertad

para mi corazón cautivo.

Tú que eres Señor, ¿sabes lo que es ser un

pobre esclavo? Sentir cadenas encima; esta

cautividad de la carne, entre los hierros de mis

pasiones, que tantas veces me hacen decir: no

puedo, no puedo.

¡Qué amargura, Dios mío! Y esta esclavitud —

dulce y agradable— en que el mundo me tiene

maniatado. Dulce esclavitud, que a veces se me

hace intolerable y que no me deja ir a Ti.

— Para anunciar el año de gracia del Señor.

Señor, el año de gracia que vienes a proclamar

no es un año de doce meses, sino un tiempo que

para cada hombre dura toda su vida y para el

conjunto de ellos se extiende por toda la historia del

mundo.

La gracia del Señor bajó a nosotros con tu

venida, buen Jesús. Y vino a mí con el comienzo de

mi existencia sobre la tierra.

Cuando yo no me daba cuenta de mí mismo, ya

estaba tu gracia operando sobre mí y conduciendo

mis ciegos pasos. Y más tarde, cuando yo me

oponía insensatamente a tu gracia, tu gracia seguía

laborando en mi favor para vencer mis resistencias y

atraerme el perdón y la misericordia.

229

Que no me falte nunca tu gracia, Señor, mientras

dura este tiempo de mi vida que tengo señalado.

Que no me falte en las horas más difíciles, cuando

mis desgracias son mayores por mi propia culpa.

Y, sobre todo, en el momento supremo y

definitivo, del que todo depende, ven, Jesús, a

proclamar sobre mí el año eterno de gracia del

Señor.

Contempla y da gracias a Dios

11 de enero

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo, estando Jesús en su pueblo se

presentó un leproso, al ver a Jesús cayó rostro a

tierra y le suplicó: - Señor, si quieres puedes

limpiarme. Y Jesús extendió la mano y lo tocó

diciendo: - Quiero, queda limpio. Y en seguida le

dejó la lepra. Jesús le recomendó que no lo dijera a

nadie, y añadió: - Ve a presentarte al sacerdote y

ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés

para darles testimonio.

Se hablaba de él cada vez más, y acudía mucha

gente a oírle y a que los curara de sus

enfermedades. Pero él solía retirarse a despoblado

para orar (Lc 5,12-16).

230

Ora

Al instante le dejó la lepra. La Iglesia, en este

tiempo de Epifanía, contempla otra nueva

manifestación de Cristo, que cura a un leproso y con

ello proclama su divinidad. Las multitudes acuden

para oírle y recibir la curación. Pero, subraya el

Evangelista: «el solía retirarse a despoblado para

orar». Qué maravillosos eran los diálogos de Cristo

con su Padre celestial. Él nos enseñó a orar con su

palabra y con su ejemplo.

Cristo vino a curarnos, sobre todo de la lepra del

pecado. ¡Tanto amó Dios al mundo, tanto me ama a

mí! En el Antiguo Testamento se consignan muchas

intervenciones de Dios con su pueblo elegido. En la

plenitud de los tiempos, se hace hombre su Hijo

Unigénito y aparece personalmente en medio de

nosotros. Ya no es difícil poder encontrarle. Ya no

es difícil tampoco dejarse hallar por Él. Basta sólo

querer. A los que aman a Dios todas las cosas les

ayudan a conseguir la salvación (cfr. Rom 8,28). Por

eso nada será tan ventajoso, tan beneficioso para

nosotros como ponernos ciegamente en manos de la

Providencia divina, sometiéndonos totalmente a su

divina voluntad. Toda nuestra vida, cada uno de sus

momentos, cooperan a nuestra salvación, conforme

a lo ordenado por la sabiduría y el amor divinos.

— Cayó rostro a tierra y le suplicó.

Señor, con la humildad y la reverencia más

profunda, hundido mi rostro en el polvo, te suplico

231

que inclines benignamente tus ojos y te dignes mirar

a la lepra de mi miseria.

Por de fuera, Dios mío, no excito la compasión

de los hombres, porque mi cuerpo no está castigado

con las llagas y con la podredumbre de la carne.

Pero, por dentro, Tú ves la carroña de mis

pecados y la materia hedionda que mana de mi

alma. Ten compasión, Jesús benignísimo, como la

tuviste en aquel tiempo de los desgraciados que se

acercaban a Ti.

Yo no puedo acercarme, ni me atrevo siquiera a

mirar la luz de tus ojos. Te hablo apenas desde la

confusión de mis desgracias. Te hablo descubriendo

y desnudando ante Ti mis pecados, que no puedo

negar. Ni yo puedo penetrar en los rincones oscuros

de mí mismo, en las fuentes ocultas y corrompidas

de mis inclinaciones.

Sólo Tú, Señor, llegas hasta el fondo, hasta la

raíz misma del mal y sólo Tú puedes compadecerte

y sólo Tú puedes curarme. Por eso, clamo a Ti y

confío en tu infinita misericordia.

—Si quieres, puedes limpiarme.

Mira mi cuerpo, Señor. Ni el arte humano, ni los

cuidados familiares pueden ya nada. Pero Tú, sí; Tú

lo puedes todo. La miseria y la deformidad de mi

carne, la tristeza de mi vida, el forzado alejamiento

de los seres queridos. Soy un impuro de la ley y ha

caído sobre mí la maldición.

232

Tú puedes. Cuando todo ha fracasado y me

hundo en este abismo sin fondo de mi impotencia.

Tú puedes. Puedes y eres ya la única esperanza con

que respiro. ¡Si también este aire llega a faltarme!

¡Ah! ¡Si quisieras, Señor, si quieres! ¿Por qué no

has de querer?

Sin embargo, la lepra no es una impureza, ni es

una maldición necesariamente. Puede ser sólo una

prueba. ¡Tan dura, pero una prueba. Puede ser tan

sólo una ocasión de merecimientos. Y quizá el

leproso no deba insistir demasiado.

¡Pero esta otra lepra de mi alma, que me degrada

ante Ti, que deforma en mí la obra de tu gracia, que

desarticula las potencias de toda operación superior!

Mi tibieza, mi insensata pasión. Me causo a mí

mismo repugnancia. ¡Si Tú quieres, Señor! ¡Ten

misericordia!

—Extendió la mano y lo tocó.

¡Carne leprosa y bienaventurada, a la cual ha

tocado la mano del Maestro! ¡Mano bendita del

Maestro, que no ha tenido asco de la lepra de un

desgraciado! ¡Qué bueno eres, Jesús! ¡Qué bien

compensados están los sufrimientos de muchos

años, con ese contacto tuyo! ¡Sentir sobre las

carnes podridas la mano del Maestro.

El leproso no había sabido nunca que iba a

llegarle este momento. Las impaciencias, los

dolores, las lágrimas y abatimiento de tantos días

233

florecieron repentinamente en una dulcedumbre

infinita y en una sonrisa del alma.

Ven y tócame. No tengas asco de mi lepra,

Señor. Ven y toca en mi interior, allí donde Tú

sabes que tengo la lepra. Que venga esa mano

milagrosa, esa mano pacificadora y purificadora.

Señor, se ha despertado en mí un ansia

desbordaba de sentir el refrigerio de tu caricia, de

escuchar de tus labios el «quiero, queda limpio».

Me parece que mi ansia está ya muy cerca de tu

mano. Por eso, porque estoy leproso.

Contempla y da gracias a Dios

12 de enero

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

En aquel tiempo fue Jesús con sus discípulos a

Judea, se quedó allí con ellos y bautizaba. También

Juan estaba bautizando en Enón, cerca de Salín,

porque había allí agua abundante; la gente acudía y

se bautizaba (a Juan todavía no le habían metido en

la cárcel).

Se originó entonces una discusión entre un judío

y los discípulos de Juan acerca de la purificación

ellos fueron a Juan y le dijeron: - Oye, Rabí, el que

estaba contigo en la otra orilla del Jordán, de quien

tú has dado testimonio, ése está bautizando y todo el

mundo acude a él.

234

Contestó Juan: -Nadie puede tomarse algo para

sí, si no se lo dan desde el cielo. Vosotros mismos

sois testigos de que yo dije: «Yo no soy el Mesías,

sino que me han enviado delante de él.» El que lleva

a la esposa es el esposo' en cambio, el amigo del

esposo, que asiste y lo oye, se alegra con la voz del

esposo. Pues esta alegría mía está colmada él tiene

que crecer y yo tengo que menguar (Jn 3,22-30)

Ora

El amigo del esposo se alegra con la voz del

esposo: «Él tiene que crecer y yo menguar». Juan

Bautista rinde un último homenaje a Jesús. Ha

cumplido su misión, ha preparado el camino del

Señor. Muchas veces ha comentado San Agustín

este pasaje evangélico:

«Todo lo que obra Dios en nosotros, lo obra

sabiendo lo que hace. Nadie es mejor que Él, nadie

más sabio, nadie más poderoso… Humillémonos,

pues, en cuanto hombres y no nos gloriemos más

que en el Señor, para que Él sea exaltado.

Disminuyámonos a nosotros mismos, para que

podamos crecer en Él. Fijaos en el hombre supremo

[Juan Bautista], mayor que el cual no ha surgido

otro entre los nacidos de mujer. ¿Qué dijo él de

Cristo? “Conviene que Él crezca y que yo, en

cambio, mengüe” (Jn 3,30). Crezca Dios, disminuya

el hombre. ¿Y cómo crece el que ya es perfecto?

¿Qué le falta a Dios para que pueda crecer? Dios

crece en ti, cuando tú lo conoces a Él. Considera,

235

pues, la humildad del hombre y la excelsitud de

Dios» (Sermón 293 D,5).

Ora con el evangelio de hoy:

—Todo el mundo acude a él.

¡Si esto fuera verdad siempre!

¡Si siempre todos corrieran a Ti, Maestro! ¡Si

fueran todos, si fuera yo y me quedara

definitivamente contigo!

¡Si no me llevara una curiosidad impertinente,

sino la necesidad y la verdad y el amor! Acudían

muchos, cuando comenzaste a bautizar.- Te veían,

te escuchaban, se dejaban bautizar por tus dis-

cípulos. Era un ir y venir y un entusiasmarse de mo-

mento y un olvidarse luego.

Estaban contigo un rato, hablaban después de Ti

algún tiempo y, en fin, se desvanecía todo. Tú

llamas a todos. ¿Qué desgracia es ésta que acuden

tan pocos? Ya hace muchos siglos que viniste y que

llamaste y que sigues llamando.

Todos van a Ti de algún modo, porque

realmente todos han oído y saben de Ti. Y, sin

embargo, no van sino muy pocos. Tan pocos que

apenas si se forma un pequeño rebaño.

También yo vine un día y- me fui y aquí estoy

de nuevo. Vengo a Ti, Jesús, para que me bautices,

me purifiques y me sujetes a Ti.

236

— Me han enviado delante de él.

Tú estás, Dios mío, en el comienzo de mis

caminos. Salgo de Ti con un encargo tuyo que yo he

de realizar, si quiero ser fiel a lo que significa mi

existencia. No estoy aquí por mi propio impulso, ni

en definitiva termina todo en mí, ni yo me clausuro

en mí mismo. Porque Tú estás también al fin de mis

caminos.

Salgo de Ti como una palabra que Tú dices

donde quiera que yo me presento. Es tu voz que va

resonando a mi paso, aunque yo no me percate de

ello. Mi existencia es un mensaje tuyo para quien

quiera descifrarlo. Esta es la más íntima sustancia

de mi ser. ¿Qué digo yo. Señor, a mis hermanos y

qué anuncia mi presencia? Concédeme una

fidelísima interpretación del mensaje que voy

portando. Concédeme que no haga de mi persona un

necio e inútil punto final. Que conmigo llegue a

todos los corazones la expectación de que Tú vienes

detrás. Cuando Tú llegues, Señor, se agotó todo lo

que yo tenía que hacer allí. Es lógico que yo

desaparezca y nadie piense más en mi persona.

— Él tiene que crecer y yo tengo que menguar.

Dame, Señor, que yo te busque sinceramente a

Ti y no cuide de mi provecho o estimación. Aleja

de mí ese falso celo que me hace creer que soy

imprescindible o de utilidad excepcional para

ayuda de los otros.

237

¿Por qué me empeño en ser yo y en que sea mi

intervención, como si no hubiera mejor camino

para tu obra? Tú debes crecer, Jesús, y tu nombre

debe extenderse y ser conocido y glorificado.

Mi nombre nada vale, mi obra de nada sirve. Yo

debo disminuir y que nadie me eche cuenta, ni se

fije en mi persona. Si me empeño en que los ojos

de los demás se fijen en mí, los aparto de tu

Persona, que es la única a quien conviene mirar.

Cuando Tú quieras tomarme por instrumento,

Señor, haz que el instrumento desaparezca y que

reparen sólo en Ti y vayan a Ti. Y cuando quieras

otro instrumento, que yo acepte con paz y con

humildad el ser retirado y el vivir desconocido.

Que yo me goce de que tu nombre se vaya

encumbrando y que nadie sepa que existo yo.

Que todos me abandonen, que yo no retenga a

nadie, que nadie deje de ir a Ti, que nadie crea

obligación suya el guardarme fidelidad.

Contempla y da gracias a Dios

238

Domingo I después de Epifanía

Bautismo del Señor

Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María

Lee y medita

Ciclo A

En aquel tiempo, fue Jesús desde Galilea al

Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.

Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: - Soy yo

el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a

mí? Jesús le contestó: - Déjalo ahora. Está bien que

cumplamos así todo lo que Dios quiere.

Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó

Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el

Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se

posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía:

- Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto (Mt 3,13-

17).

Ciclo B

En aquel tiempo proclamaba Juan: - Detrás de

mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco

ni agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he

bautizado con agua, pero él os bautizará con

Espíritu Santo.

Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de

Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán.

Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al

Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó

239

una voz del cielo: - Tú eres mi Hijo amado, mi

preferido (Mc 1,7-11).

Ciclo C

En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación

y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías;

él tomó la palabra y dijo a todos: - Yo os bautizo

con agua; pero viene el que puede más que yo, y no

merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os

bautizará con Espíritu Santo y fuego.

En un bautismo general, Jesús también se

bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el

Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino

una voz del cielo: -Tú eres mi Hijo, el amado, el

predilecto (Lc 3,15-16.21-22).

Ora

San Agustín ha comentado muchas veces esta

hermosa escena evangélica:

«La criatura bautiza al Creador, la lámpara al

Sol, y no por eso se enorgulleció quien bautizaba,

sino que se sometió al que iba a ser bautizado. A

Cristo que se le acercaba, le dijo: “Soy yo quien

debo ser bautizado por ti”. ¡Gran confesión! ¡Segura

profesión de la lámpara al amparo de la humildad!

Si ella se hubiese engrandecido ante el Sol,

rápidamente se hubiera apagado por el viento de la

soberbia.

«Esto es lo que el Señor previó y nos enseñó con

su bautismo. Él, tan grande quiso ser bautizado por

uno tan pequeño. Para decirlo en breves palabras: el

240

Salvador fue bautizado por el necesitado de

salvación. En su bautismo Jesús piensa en mí, se

acuerda de todos nosotros. Se entrega a la

nobilísima tarea de purificar las almas, se entrega a

Sí mismo por la salvación de todos los hombres»

(Sermón 292,4, en la fiesta de San Juan Bautista,

hacia el 405).

Puedes también orar con el evangelio:

— Se presentó a Juan para que lo bautizara.

¿Qué haces, buen Jesús, entre los pecadores y

penitentes? Estás entre la muchedumbre como uno

de tantos y te vas acercando al profeta para

escucharle y para recibir sus amonestaciones y su

bautismo, confundido entre otros. ¿Es ése, Señor, tu

sitio y tu oficio?

Tú has venido al mundo para santificarme y no

necesitas ser santificado. Has venido como maestro

y no para escuchar las enseñanzas y exhortaciones

de los hombres. ¿Qué haces ahí, Señor? Dígnate

descubrirme el misterio de tu humildad y de tu

penitencia. El bautismo que Juan predica y

administra es el de la penitencia necesaria para la

remisión de los pecados. ¿Dónde están, Jesús, tus

pecados?

Los fariseos se reputan justos y no van al

bautismo de Juan. Son maestros y se desdeñan de

oírle. Tú vas y le escuchas y te sometes a su

bautismo. ¿Por qué, Señor? Te has hecho como uno

de nosotros, haces lo que yo debo hacer y has

241

cargado con mis pecados, que necesitan tanta

penitencia.

—¿Y tú acudes a mí?

Vienes de lejos, gran Maestro. No vienes tan

sólo de Nazaret y del taller. Vienes de mucho más

allá.

Y no vienes sólo a Juan que ha sido santificado

desde el seno de su madre y no hay ninguno mayor

entre los nacidos de mujer. Vienes también a mí con

incomprensible dignación. ¿Tú vienes a mí, Señor?

Yo debería ir a Ti y ni siquiera soy digno de ir a Ti.

Yo necesito mil purificaciones antes de intentar

acercarme. ¿Y Tú vienes a mí?

Y yo no sé ir a Ti; y no puedo ir a Ti y no soy

digno de ir a Ti. Por tanto, Jesús, ven. Me admiro de

que vengas, viendo quién soy; pero, precisamente

viendo quién soy, te suplico que vengas.

Me admiro de que vengas, viendo quién eres; y

no me admiro, precisamente porque sé quién eres.

¿Tú vienes a mí, Señor? Oh, sí, ven. ¿Qué sería

de mí, si Tú no vinieras? Pon en mí la voluntad de ir

a los otros, por muy lejos que estén y muy alejados

de mí. Que no me empeñe en que sean ellos los que

vengan.

— Bajó el Espíritu Santo sobre él

Bajo sobre Ti, buen Jesús, el que estaba en Ti,

porque desde siempre procede de Ti. Bajó como

había bajado sobre tu Madre, en el momento de la

encarnación.

242

Entonces bajó para introducirte en el mundo y

ahora baja para señalar tus comienzos como

Maestro de los hombres. Baja en forma sensible

para que nosotros, hasta con nuestros sentidos,

podamos darnos cuenta de tu misión divina y de

que la doctrina, que vas a predicar, viene de arriba.

Baja cuando empiezas tu predicación, como baja

invisiblemente cada día sobre la Iglesia, que Tú has

fundado, y sobre los maestros que pusiste para que

perpetuasen tu misión y tu palabra.

Como bajas también, santo Espíritu, sobre las

almas, en operaciones invisibles y misteriosas, para

introducir en ellas la palabra y la gracia del Hijo.

Desciende sobre mí, oh Espíritu del Hijo, y

hazme dócil a tus inspiraciones. Santifica el interior

de mi alma y haz que yo me rija en todo por tus

impulsos.

Contempla y da gracias a Dios

243

ÍNDICE

PRESENTACIÓN ............................................................. 3

PRÁCTICA DE LA LECTIO DIVINA CON EL

EVANGELIO DE CADA DÍA ......................................... 5

ADVIENTO ..................................................................... 11

PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO ......................... 15

Domingo I de Adviento ..................................................... 17

Lunes I de Adviento .......................................................... 25

Martes I de Adviento ......................................................... 28

Miércoles I de Adviento .................................................... 31

Jueves I de Adviento ......................................................... 34

Viernes I de Adviento........................................................ 37

Sábado I de Adviento ........................................................ 39

INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA ............. 43

SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO ........................ 50

Domingo II de Adviento.................................................... 53

Lunes II de Adviento ......................................................... 62

Martes II de Adviento........................................................ 66

Miércoles II de Adviento ................................................... 68

Jueves II de Adviento ........................................................ 70

Viernes II de Adviento ...................................................... 72

Sábado II de Adviento ....................................................... 74

TERCERA SEMANA DE ADVIENTO ........................ 78

Domingo III de Adviento .................................................. 79

Lunes III de Adviento........................................................ 93

Martes III de Adviento ...................................................... 96

Miércoles III de Adviento ............................................... 100

Jueves III de Adviento ..................................................... 101

Viernes III de Adviento ................................................... 104

CUARTA SEMANA DE ADVIENTO ......................... 107

Domingo IV de Adviento ................................................ 109

244

FERIAS MAYORES DE ADVIENTO .....................121

17 de diciembre ............................................................123

18 de diciembre ............................................................126

19 de diciembre ............................................................127

20 de diciembre ............................................................132

21 de diciembre ............................................................134

22 de diciembre ............................................................137

23 de diciembre ............................................................140

24 de diciembre ............................................................143

NAVIDAD ...................................................................147

25 de diciembre. NATIVIDAD DEL SEÑOR .........149

26 de diciembre. San Esteban, protomártir...................153

27 de diciembre. S. Juan Evangelista ...........................156

28 de diciembre. Santos Inocentes ...............................159

29 de diciembre ............................................................163

30 de diciembre ............................................................167

31 de diciembre ............................................................170

Domingo I de Navidad ...............................................173

1 de enero.Bienaventurada Virgen Madre de Dios..185

Domingo II de Navidad ..............................................189

2 de enero. San Basilio y San Gregorio ........................190

3 de enero .....................................................................195

4 de enero .....................................................................199

5 de enero ....................................................................204

6 de enero. Epifanía del Señor ...................................207

7 de enero. ....................................................................213

8 de enero .....................................................................216

9 de enero .....................................................................221

10 de enero ...................................................................225

11 de enero ...................................................................229

12 de enero ...................................................................233

Domingo I después de Epifanía .................................238