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buena letra 327 encuentro Para Martí, un mensaje de excepción Rafael Almanza Compilación de Luis García Pascual Destinatario: José Martí Editora Abril La Habana 1999, 400 pp. T odos sabemos que la ciencia histórica no puede avanzar sin el estudio de los documentos, sin la filosofía y la ética del tes- timonio; y me pasma, sin embargo, cómo en Cuba, donde la historia sigue siendo el pan de cada día, o más bien su falta, continua- mos teniendo un desdén tan ridículo por los datos más o menos mediatos del tiempo, por no hablar de los inmediatos de la concien- cia. Para nosotros, en uno u otro bando, la historia no es otra cosa que ideología, la refle- xión de mi voluntad santamente interesada; no hay por qué atenerse a lo que se sabe, ni dudarlo, ni meterse en fatigosas búsquedas que nos frustran el ímpetu interpretativo, la facilidad erótica de las definitivas conclusio- nes y mi fe en mi monopolio de la verdad. No habiendo tenido paciencia en la historia, cómo vamos a pedirle al cubano paciencia en su ciencia: y ni ciencia ni historia, desde luego. Una malísima noticia para estos despa- chadores de la patria es el libro Destinatario: José Martí de Luis García Pascual. A este obrero vitalicio e incontaminado le ha correspondido la iluminación y el esfuer- zo de que han carecido los doctores. A él le debíamos la última edición del epistolario martiano, una obra monumental que incluía numerosos textos inéditos, el orden crono- lógico y el comentario de sus páginas, y que por desgracia ha quedado parcialmente inu- tilizada por la pandemia nacional de las erra- tas: ahora nos ofrece el resultado inverso y complementario: más de trescientas cartas y otros mensajes recibidos por Martí a lo largo de su vida y descubiertos por el investigador en archivos estatales y privados o compilados desde la bibliografía ya existente, y siempre amplificados con un aparato crítico minu- cioso y ejemplar que asimila más de un cen- tenar de noticias biográficas sobre los remi- tentes. Eso: un volumen sinfónico que trabaja como una biografía epistolar de Martí escrita por amigos y enemigos, y gra- cias a ellos, una prueba de la naturaleza implacable de su santidad (cuando se cano- nice a los no católicos este libro ingresará en el proceso); una exposición de la sicología histórica del cubano (la palabra «cariño» que se repite en los remitentes más insospe- chados), de su visión de la historia misma y de los curiosos y edificantes avatares de éste; una oda a la capacidad constructiva de aqué- llos que edificaron con Martí la democracia sagaz del Partido Revolucionario Cubano, cuyos textos populares y oficiales resplande- cen de civilidad y cultura; un fragmento de la vida nacional que parece una novela o una epopeya y es siempre una lección de reali- dad y de ética; un acervo de noticias que, por el solo acto de la sistematización, paren hipótesis, verdades comprobables y urgen- tes; una posibilidad de acercarnos al miste- rio del alma de Martí, de su coraje y entere- za frente a la vulgaridad, la agresión y el desconocimiento; una invitación a confiar en el destino de un país que ha sido funda- do de manera tan dolorosa y competente, todo eso, y más, ha salido de la acción humil- de y perfecta de un hombre que no ha hecho sino buscar, ordenar, precisar, con la paciencia que le da su fe en Martí y en la ver- dad. Nada menos. Ahora creen algunos que para salvar a un país hay que recortarle las alas: cercenarle a Martí. Esta impracticable tontería, que no deja de ser peligrosa, asomaba también en los remitentes del Apóstol. Él juntó el orden y el rigor del pensamiento y de la vida con el coraje y la decisión de actuar en el momen- to justo; la paciencia estratégica («en un día no se hacen repúblicas») con la impulsión táctica. Y ya dice alguno: eso es para los gran- des. Pero he aquí a García Pascual, haciendo a su escala, un siglo después, lo mismo. Un buena letra

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Para Martí, un mensajede excepciónRafael Almanza

Compilación de Luis García Pascual Destinatario: José MartíEditora AbrilLa Habana 1999, 400 pp.

Todos sabemos que la ciencia históricano puede avanzar sin el estudio de los

documentos, sin la filosofía y la ética del tes-timonio; y me pasma, sin embargo, cómo enCuba, donde la historia sigue siendo el pande cada día, o más bien su falta, continua-mos teniendo un desdén tan ridículo por losdatos más o menos mediatos del tiempo, porno hablar de los inmediatos de la concien-cia. Para nosotros, en uno u otro bando, lahistoria no es otra cosa que ideología, la refle-xión de mi voluntad santamente interesada;no hay por qué atenerse a lo que se sabe, nidudarlo, ni meterse en fatigosas búsquedasque nos frustran el ímpetu interpretativo, lafacilidad erótica de las definitivas conclusio-nes y mi fe en mi monopolio de la verdad. Nohabiendo tenido paciencia en la historia,cómo vamos a pedirle al cubano paciencia ensu ciencia: y ni ciencia ni historia, desdeluego. Una malísima noticia para estos despa-chadores de la patria es el libro Destinatario:José Martí de Luis García Pascual.

A este obrero vitalicio e incontaminado leha correspondido la iluminación y el esfuer-zo de que han carecido los doctores. A él ledebíamos la última edición del epistolariomartiano, una obra monumental que incluíanumerosos textos inéditos, el orden crono-lógico y el comentario de sus páginas, y quepor desgracia ha quedado parcialmente inu-tilizada por la pandemia nacional de las erra-tas: ahora nos ofrece el resultado inverso ycomplementario: más de trescientas cartas yotros mensajes recibidos por Martí a lo largode su vida y descubiertos por el investigador

en archivos estatales y privados o compiladosdesde la bibliografía ya existente, y siempreamplificados con un aparato crítico minu-cioso y ejemplar que asimila más de un cen-tenar de noticias biográficas sobre los remi-tentes. Eso: un volumen sinfónico quetrabaja como una biografía epistolar deMartí escrita por amigos y enemigos, y gra-cias a ellos, una prueba de la naturalezaimplacable de su santidad (cuando se cano-nice a los no católicos este libro ingresará enel proceso); una exposición de la sicologíahistórica del cubano (la palabra «cariño»que se repite en los remitentes más insospe-chados), de su visión de la historia misma yde los curiosos y edificantes avatares de éste;una oda a la capacidad constructiva de aqué-llos que edificaron con Martí la democraciasagaz del Partido Revolucionario Cubano,cuyos textos populares y oficiales resplande-cen de civilidad y cultura; un fragmento dela vida nacional que parece una novela o unaepopeya y es siempre una lección de reali-dad y de ética; un acervo de noticias que,por el solo acto de la sistematización, parenhipótesis, verdades comprobables y urgen-tes; una posibilidad de acercarnos al miste-rio del alma de Martí, de su coraje y entere-za frente a la vulgaridad, la agresión y eldesconocimiento; una invitación a confiaren el destino de un país que ha sido funda-do de manera tan dolorosa y competente,todo eso, y más, ha salido de la acción humil-de y perfecta de un hombre que no hahecho sino buscar, ordenar, precisar, con lapaciencia que le da su fe en Martí y en la ver-dad. Nada menos.

Ahora creen algunos que para salvar a unpaís hay que recortarle las alas: cercenarle aMartí. Esta impracticable tontería, que nodeja de ser peligrosa, asomaba también enlos remitentes del Apóstol. Él juntó el ordeny el rigor del pensamiento y de la vida con elcoraje y la decisión de actuar en el momen-to justo; la paciencia estratégica («en un díano se hacen repúblicas») con la impulsióntáctica. Y ya dice alguno: eso es para los gran-des. Pero he aquí a García Pascual, haciendoa su escala, un siglo después, lo mismo. Un

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obrero sin títulos que realiza, en su tiempolibre, investigaciones extenuantes e impres-cindibles para su país y el mundo. Su pacien-cia para obrar y para ser reconocido es unejemplo en este sitio de atropellos y vanido-sos; su energía de anciano avergüenza a losmás jóvenes. Imperturbable ante la indife-rencia de los bachilleres, pronto nos daránuevas y útiles obras. Atendiendo a estaobsesión arquitectónica suya por los mensa-jes martianos, me pregunto si, a ese deseoque le imagino de recibir una carta delMaestro (¡quién de nosotros no lo ha soña-do!), no habría respondido escribiéndole élmismo, remitente heroico, este mensajesilencioso e impersonal que ha ido acumu-lando tomo tras tomo. No en balde ha cerra-do el libro con la carta que Francisco GómezToro, semanas después de la muerte deMartí y cuando aún no lo sabía o lo creía, leescribe desde la misma mesa del Manifiestode Montecristi: «¡Maestro, usted vive aquí!¡abráceme desde allá!».

Que así sea. ■

El siglo de Eugenio FloritGuillermo Rodríguez Rivera

Ana Rosa NúñezRita MartínLesbia Orta VaronaHomenaje a Eugenio Florit: de lo eterno, lo mejorEdiciones UniversalMiami, Florida, 2000, 314 pp.

Cuando se fundó la revista ENCUENTRO,hace ahora cinco años, recuerdo que mi

primera colaboración fue un comentario auna nueva antología de Eugenio Florit. Nome fue dado conocer al poeta. A GastónBaquero —que abandonó Cuba en 1959,cuando yo era un adolescente— tuve la for-tuna de encontrarlo en Madrid en 1994, enun encuentro de poetas cubanos de «las dosorillas», que se efectuó ese año en la capital

de España y que se llamó «La Isla Entera». Sipara mí fue importante conocer al granpoeta que ya había leído, fue una revelacióndescubrir su persona.

No tuve esa fortuna con Eugenio Florit.Vivía en Estados Unidos desde los años cua-renta, cuando obtuvo una cátedra en la Uni-versidad de Columbia y donde, además, sus-tituyó al maestro Federico de Onís en ladirección de la extraordinaria Revista Hispá-nica Moderna, en la que tantos cubanos cono-cimos a fondo a los grandes poetas moder-nos de nuestra lengua. La única vez queestuve en Miami, hace ahora seis años, notenía idea de su dirección, aunque despuéssupe que vivía en la misma vecindad de West-chester, en la que yo me quedé en esos díasde mayo de 1995. Como había ocurrido conBaquero, no hubiera dudado en ir a verle,porque varios amigos y alumnos me habíandicho que don Eugenio era cordialísimo concualquier poeta cubano que lo visitara, noimportaba en qué sitio del mundo viviera.

Yo guardaba —guardo— la memoria delFlorit poeta: de textos imprescindibles de lapoesía cubana del siglo xx que él vivió casicompletamente. Pueden ser las cubanísimasdécimas de Trópico; o las señoriales Estrofas auna estatua, concebidas para el monumentoa Máximo Gómez que se levanta en el Male-cón, a la entrada misma de la Habana Vieja;o el antológico Martirio de san Sebastián, queno puede faltar en ninguna antología de lapoesía cubana moderna.

Conocí la poesía de Eugenio Florit siendocasi niño, por la antología Cincuenta años depoesía cubana, que Cintio Vitier seleccionópara el medio siglo de la república. Su jovenamigo, el poeta y profesor Roberto Fernán-dez Retamar, me hizo estudiar la obra de Flo-rit en la Universidad de la Habana, y luego yomismo he explicado, a muchos jóvenes, lasignificación del poeta de Reino para la pleni-tud de la poesía cubana. Me causa satisfacciónque sea uno de esos jóvenes que se sentaronuna vez en mi aula, Rita Martín, quien ahoraprologue el libro Homenaje a Eugenio Florit; delo eterno lo mejor, publicado por Ediciones Uni-versal, de Miami, el pasado año 2000.

Rita Martín ha realizado, asimismo, la edi-ción de este volumen, conjuntamente con

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Ana Rosa Núñez y Lesbia Orta Varona, ambastambién cubanas. Se trata, sin duda, de unlibro múltiple, que cumple diversos objetivos ycontrae también determinados compromisos.

Acaso lo más interesante del volumen seala amplia muestra de la reflexión ensayísticade Florit sobre múltiples temas de la literatu-ra cubana: el romanticismo en la poesía cuba-na, la presencia martiana en un texto delcolombiano José Asunción Silva, su visión deJuan Clemente Zenea y de la obra de Martípero, sobre todo, de los escritores cubanosque fueron sus coetáneos: Mariano Brull,Regino Pedroso, Nicolás Guillén, LydiaCabrera. En estas páginas, respiramos el irre-petible clima de una época en la que la lite-ratura cubana se abrió a las más exigentesbúsquedas de la modernidad. Allí «leemos»la «lectura» que hace Florit de esa singularísi-ma experiencia que ya ha quedado por dere-cho propio en la historia de nuestra cultura.Y creo que en ella se advierte la amplitud demiras del poeta, del auténtico hombre de cul-tura que fue Eugenio Florit para entender yvalorar obras que podían estar bien lejos de laque era su propia proyección estética.

De semejante interés podría resultar elconjunto de variadas visiones que los escrito-res, poetas, estudiosos cubanos que conocie-ron en vida al poeta (Jorge Mañach, ManuelNavarro Luna, Lino Novás Calvo, Juan Mari-nello, Félix Lizaso, Emilio Ballagas, entreotros) desfilan por las páginas de la compila-ción que contribuye así a ver al poeta en el ricoy diverso contexto de la época en la que letocó vivir. Pero no hay que olvidar los testimo-nios de maestros de toda la cultura hispánica(Alfonso Reyes, Juan Ramón Jiménez) que vie-ron a Eugenio Florit ya, como el barrunto deeso en lo que ya se ha convertido: un clásico dela poesía moderna en lengua española.

Interesantes son también las dos entrevis-tas a Florit que el volumen reproduce: el «Diá-logo con Florit» de Rafael Heliodoro Valle, yel «Con Florit» que firma la propia Rita Mar-tín: ambas ilustran los puntos de vista delpoeta en dos diferentes momentos de su largaexistencia. Menos interesante me parece lasección «Eugenio Florit, en sus propias pala-bras» en la que la coeditora Ana Rosa Núñez(lamentablemente desaparecida días después

que el propio Florit) realiza una suerte de«montaje» de diversos poemas del poeta, paraser leído como una suerte de texto único.Acaso hubiera enriquecido el volumen unamínima muestra que incluyera algunos de losgrandes poemas de Florit que ya son patrimo-nio de la poesía de Cuba y del idioma.

En la última sección se agrupan testimo-nios de los que estuvieron cerca de él en losúltimos decenios de su vida, y allí hay detodo: desde los hermosos folios escritos porUva de Aragón, Hilda Perera y Mario Para-jón, hasta alguna crónica que usa a Floritpara hacer política de menor cuantía, comola de Juan de Abreu que, sin otra explicación,sin el menor matiz, se refiere al «lamentableespectáculo de la cultura cubana» de las últi-mas décadas. El libro incluye, además, uninteresante material iconográfico.

A Florit me unen, a pesar de no haberloconocido, las memorias de dos amigos y maes-tros: la de José Zacarías Tallet, uno de mis poe-tas cubanos preferidos, de cuya amistad gocédespués de conocerlo en los años sesenta.Todavía guardo entre mis libros más queridosla Antología penúltima, que Florit editó allá porlos años setenta. Allí leí los textos de ese exce-lente poemario que es Hábito de esperanza,especialmente un antológico poema que sellama «Los poetas solos en Manhattan».

El autor del prólogo a esa antología eraJosé Olivio Jiménez, entrañable cubano aquien después tuve la oprotunidad de poderconocer en New York y de incluso visitar ensu casa madrileña, en las inmediaciones de laPlaza de Castilla. Debo confesar que Talletolvidó haberme prestado ese precioso volu-men y que, claro, preferí guardarlo. Confíoen que el amigo y autor de La semilla estérilme habrá perdonado por aprovecharme desu olvido. O acaso no lo olvidó, y prefiriódejármelo como secreta herencia, que lounía a él con Florit y que yo prometo legar ensu momento a algún nuevo poeta cubano.

Hace ya algunos años escribí un ensayo decierta extensión sobre las transformacionesde la poesía de la lengua española después delos años cuarenta. Apareció, por cierto, en elnúmero 3 de la revista Encuentro. Allí me acer-caba al que me parece el papel fundamentalde Eugenio Florit en el surgimiento de un

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nuevo prosaísmo en la poesía de la lenguaespañola, que empieza a conformarse a par-tir de esos años. Mencionaba entonces a tresimportantes poetas cubanos: el Virgilio Piñe-ra de La isla en peso; el Eliseo Diego de En laCalzada de Jesús del Monte, y el Eugenio Floritde «Conversación a mi padre». El texto querecién he mencionado, «Los poetas solos enManhattan»; confirma para mí la decisivacontribución en ese sentido, del poeta deDoble acento.

Son muchas las razones que todos loscubanos tenemos para venerar la memoria yel legado de Eugenio Florit. Cada cual puede—y debe— tener las suyas. Pero yo escojo dos:el aporte decisivo que hicieron a la poesía dela lengua varios de sus mejores poemas y lasabiduría de ese poeta ya mayor que, cuandootros empiezan a replegarse sobre el pasado ya escribir cómo aprendieron a escribir, hallóel modo de contribuir a la renovación de lapoesía de un país que lo tendrá siempre entrelos poetas que lo han enaltecido.

Sin que sea perfecto (¿hay algo que losea?), me parece una contribución a nuestramemoria de Florit el homenaje que generaeste libro de Rita Martín, Ana Rosa Núñez yLesbia Ortega Varona. ■

Historiografía e imaginario políticoMarifeli Pérez-Stable

Joan Casanovas Codina¡O pan, o plomo!Los trabajadores urbanos y el colonialismo españolen Cuba, 1850-1898Siglo xxi de España Editores, S.A.Madrid, 2000, 326 pp.

¡O PAN, O PLOMO! es un libro que gana—y ya lo consideraba de primera

línea— con la relectura. Hace un par deaños leí la edición publicada en 1998 por la

University of Pittsburgh Press y me habíapersuadido su bien fundamentado andamia-je. Cuando me senté con la edición de SigloXXI lo hice con el propósito de echarle unvistazo para refrescarme la memoria y pasar,sin más consideración, a redactar esta rese-ña. Pero no fue así.

Leer este libro en español le da otro pesodel que tiene en inglés. Joan Casanovas Codi-na forma parte de una nueva generación dehistoriadores que, mediante cuidadosas yextensas investigaciones, ha comenzado adesmenuzar las premisas teleológicas de lahistoriografía cubana, es decir, la que pone alpasado en función de la revolución de 1959 eimplícitamente apunta que ésta —de ciertamanera— le ha puesto «fin a la historia». Elemplazamiento a esta historiografía es, enprimer lugar, intelectual.

La evocación de la historia —con másinsistencia después que antes de 1959— esuna constante en la política cubana y, portanto, la comprensión del pasado rebasa eldebate historiográfico. La superación de esatara teleológica es indispensable para que lahistoriografía cubana se normalice y, másfundamental aún, para que nuestro imagina-rio político coadyuve a abrirle paso a un futu-ro que nos libere de una vez y por todas de lacarga onerosa de vivir cumpliendo con elpasado. ¡O pan, o plomo! fortalece ese esfuer-zo historiográfico normalizador y, por consi-guiente, Casanovas —si bien no deliberada-mente— también colabora a ese imaginarioliberador. Para los comprometidos con elreencuentro cabal de todos los cubanos setrata no sólo de armar un paradigma revisio-nista de la historia de Cuba —labor con pro-piedad de toda historiografía— sino tam-bién de desarrollar un discurso político quesea puntal de una Cuba democrática. Al revi-sar la historia, por tanto, estamos haciendopolítica y quizás por eso ¡O pan, o plomo!(re)leído en español —el idioma de ese pen-diente imaginario— me impresionó muchomás profundamente. Estos comentarios, porconsiguiente, se visten con esa doble arma-dura: subrayo lo más novedoso del libro parala historiografía cubana y además apunto loque de él se desprende para un imaginariodemocrático cubano.

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¡O pan, o plomo! aborda su tema central—los trabajadores urbanos en la Cuba colo-nial entre 1850 y 1898— con admirable pre-cisión y lo hace basándose en una concien-zuda investigación. Nos saca de la Cubarural, tan prominente en la historia del xixpor el azúcar, la esclavitud y las guerrasindependentistas y nos sitúa en la urbana,sobre todo en La Habana, sede de las prin-cipales fábricas de tabaco. No es, sin embar-go, una historia sólo de la capital: si bien en1859, el 77 por ciento de los tabacaleros(15,128 de los 19,608 obreros en el sector, p.37) residían allí, sólo la mitad (12,128 de24,066, p. 39) lo hacía en 1899. Las cifrasrevelan una importante dispersión a lolargo de la Isla, pero no reflejan el trasvasede miles de tabacaleros a Cayo Hueso y aTampa a partir de la década del 60 a causa,primero, del aumento de los aranceles deee.uu. y, luego, por la Guerra de los DiezAños. La Cuba extramuros, por ende, se fueconvirtiendo en una piedra angular de larealidad nacional.

Aunque Casanovas no descuida a esaCuba, su mérito principal es haberse volcadosobre la Isla en sí. Ya With All and For the Goodof All, el libro pionero de Gerald Poyo, habíaperfilado el emerger del nacionalismo popu-lista en las comunidades cubanas de los Esta-dos Unidos. Casanovas, sin embargo, retomael tema de Poyo y lo pone en pie sobre tierrafirme insular: en ¡O pan, o plomo! son lostabacaleros en la Isla la savia del populismonacionalista que fue configurándose y ejer-ciendo más peso en el independentismo delo que se le ha reconocido. Por ejemplo,Casanovas sugiere (aunque no sustenta) queel cambio súbito de José Martí respecto a lapena de muerte impuesta a los anarquistaspor los sucesos del Haymarket de Chicagoen 1886, se debió al apoyo del Círculo deTrabajadores de La Habana en favor de losocho (pp. 219-220). No hubiera sido extrañoque Martí reconsiderara su aprobación a lasentencia después de recibir los informes delas exitosas movilizaciones de personas (unasdos mil en un acto público) y de recursos(unos 1.500 dólares estadounidenses enmenos de mes y medio) que había efectuadoel Círculo (p. 212). Tal vez la mayor contri-

bución de ¡O pan, o plomo! sea ese foco a todaluz sobre la Isla misma.

Parecería lógico que lo que ocurría enCuba a fines del siglo xix fuera la brújulade la historiografía, pero ésta ha tendido aprestarle más atención a las guerras en loscampos de Cuba y a las actividades políticasde los exiliados en los Estados Unidos. Elque Martí desplegara sus esfuerzos inde-pendentistas desde los Estados Unidospuede explicar, en parte, esa fijación norte-ña de los historiadores. La lectura de Casa-novas, sin embargo, me hace pensar que,por ejemplo, la labor de Juan GualbertoGómez en favor de la independencia y de lamovilización cívica de los cubanos negros ymulatos desde la propia Cuba se mereceuna valoración mayor de la que ha recibido.Quizás porque el despotismo español lepermitiera pocos logros duraderos al refor-mismo criollo y éste fuera luego superadopor el llamado martiano a «la guerra nece-saria», el imaginario histórico cubano ensal-za las habilidades organizativas para la gue-rra por encima de las destrezas necesariaspara la política, es decir, para saber aquila-tar las posibilidades que una determinadasituación entraña por ejemplo, la Cuba des-pués del Zanjón. El principal acierto deCasanovas es, pues, presentarnos una histo-ria del movimiento obrero en las últimasdécadas de la colonia, mostrándonos sucompleja evolución del reformismo al anar-quismo —según el autor, mucho más influi-do por las condiciones cubanas que por lapresencia de los anarquistas españoles— y,finalmente, al independentismo. Los taba-caleros no abrazaron al independentismodesde un principio ni por un mero ideal dePatria, sino que se adhirieron a él luego deuna andadura encauzada por sus interesesde clase y sólo después de que habían ago-tado otros programas en consecución de losmismos.

¡O pan, o plomo! sacude fuertemente a lateleología historiográfica que representa aun movimiento obrero en evolución progre-siva e inevitable hasta desembocar en la revo-lución de 1959. Esta historiografía conviertea la clase obrera en una simple abstracción: suguión carece de toda tensión analítica pues le

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impone al pasado el «final» de 1959 y obvia,por lo tanto, las contingencias realizadas odesaprovechadas que fueron posibilitando—pero de ninguna manera para cumpli-mentar un designio histórico— el triunfode la revolución. En el guión de Casanovas,los tabacaleros tienen personalidad y vozpropias, evolucionan, hacen alianzas, orga-nizan manifestaciones callejeras, se van a lahuelga, ganan y pierden. Aunque la mayo-ría terminó sumándose al independentis-mo, éste no se impuso como línea pues elanarquismo era un movimiento clasista y ensus filas también militaban peninsulares. Lodistintivo de ese primer movimiento obrerocubano fue, precisamente, su carácter plu-ral: integró a criollos y españoles, negros yblancos, hombres y mujeres. Si bien el anar-quismo desdeñaba la política, la dirigenciade los tabacaleros demostró una y otra vezuna fina capacidad sobre el camino. En unaocasión, por ejemplo, dejaron perplejos asus homólogos españoles cuando organiza-ron una marcha de seis mil personas enagradecimiento a los abogados que habíanlogrado la libertad de unos anarquistas fal-samente acusados de asesinar a un líderobrero opuesto a las huelgas (pp. 250-251).«¿Qué hacían —se preguntaba El Productorde Barcelona— unos anarquistas vinculán-dose tan de cerca a un sector de la elite?».Hoy diríamos que política en el mejor sen-tido de la palabra.

La historiografía teleológica —que no essólo la de después de 1959 como, por ejem-plo, es evidente en la obra magistral de Her-minio Portell Vilá— exalta la tesis de que enCuba se libró una guerra de treinta añoscontra España (1868-1898). Los cubanos delsiglo xix —qué duda cabe— demostraronampliamente sus habilidades militares en laGuerra de los Diez Años y en la Guerra del95. No se trata de desvirtuar el heroísmomarcial sino de rescatar la valentía cívica quesabe cantar victorias parciales y que, porende, vigoriza la convivencia sobre la base dela pluralidad. ¡O pan, o plomo! no se adscribea la tesis de los treinta años y, por ello, es unlibro revisionista ante la historiografía teleo-lógica y necesario para insuflar de civismo anuestro imaginario político.

La década de los ochenta del xix abrigóposibilidades de reforma —en última instan-cia ampliamente frustradas— que, en gene-ral, el independentismo y su historiografíapasan por alto o desprecian altaneramente.Quizás se deba a que fue entonces cuandomás brilló el autonomismo, verdadero con-trincante del independentismo ya que éstecoexistía más fácilmente con el anexionis-mo. Además, contrario al separatismo en susdos vertientes, el autonomismo se mantuvosiempre férreo ante la preeminencia absolu-ta de la legalidad y rechazaba tajantementela proposición de que ningún fin por loableque fuera justificara el recurrir a las armas.Sin duda, también hay que saber cuándo lasposibilidades de diálogo se agotan irremisi-blemente y el sector ortodoxo del autono-mismo no supo hacerlo. Pero, aun con esehorizonte de fracaso, la tesis de los treintaaños simplifica y distorsiona lo que fue ladécada del ochenta y, por tanto, no valora loimbricado de la política cubana de entonces.Los tabacaleros, como los autonomistas, nosdejaron un legado cívico que hay que incor-porar como es debido a nuestra historiogra-fía y a nuestro imaginario político.

Al terminar la relectura de ¡O pan, oplomo!, me asaltó la comparación con Insur-gent Cuba: Race, Nation, and Revolution, 1868-1898, el excelente libro de la joven historia-dora cubanoamericana, Ada Ferrer. Ferrerdocumenta meticulosamente la propuestade que el Ejército Libertador forja —si biencon incontables e irresolutas tensiones queluego se pondrían atrozmente en evidenciapor la Guerra de 1912— una cubanidadmultirracial. Cierto, pero es que el movi-miento obrero anarquista nos ofrece otrametáfora: juntos, blancos, negros y mulatos(y mujeres, dicho sea de paso) convocaronhuelgas, organizaron manifestaciones ysufrieron la represión española. En la Gue-rra del 95, los mambises no pasaron de35,000; los tabacaleros, si incluimos a los deextramuros, fueron muchos miles más. Lacubanidad multirracial aflora también alcalor de un movimiento cívico. Casanovas,en fin, nos da un sinnúmero de pistas y hayque seguirlas para reforzar la doble armadu-ra que viste a esta reseña. ■

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Is anybody listeningto the message?Tony Évora

Gustavo Pérez FirmatVidas en vilo. La cultura cubanoamericanaEditorial ColibríMadrid, 2000, 206 pp.

Hay libros que se hacen arduos yotros que, como el que reseño, fluyen

admirablemente por su prosa transparente ysu bien organizado contenido. Le tocó ser eloctavo título publicado por la pequeña perocada vez más exigente editorial de VíctorBatista. Y como se sabe, el número 8 es mági-co en la cábala criolla, a pesar de ser un libroque se inclina hacia Norteamérica.

El autor, nacido en La Habana en 1949,parece hacerse eco de un verso de EugenioFlorit: «No hay que volver». Enraizado en elamerican way of life, Pérez Firmat, profesor deliteratura hispanoamericana en la Universi-dad de Columbia, Nueva York, nos asegura,montado sobre una seudo-rhumba tocadapor las blancas manos de Desi Arnaz, quepara muchos jóvenes cubanos, el destino losha puesto a bailar en usa. Pienso que auncuando existiera una remota probabilidadde regresar algún día a la Isla, la famosa frasedel general MacArthur no es para ellos.

El libro tiene otras vertientes y logra dar fede la contribución que cubanoamericanoscon talento han hecho y están haciendo a lacultura popular estadounidense. Para míresultó sorprendente el poder de observa-ción del autor al analizar algunos fenómenosculturales ocurridos en la diáspora literaria ymusical de Miami y Nueva York. Pérez Firmataprovecha, por ejemplo, el cambio de nom-bre en 1984 a Clouds of Miami de un grupomusical cubano llamado durante muchotiempo simplemente Clouds (Nubes), paraseñalar cómo el locativo marca el paso de ladesposesión a la reposesión. Cito: «Si al prin-cipio el nombre del grupo creaba la impre-

sión de un vaporoso desarraigo, el locativolos baja de las nubes para situarlos en unescenario concreto. La portada del primerálbum del grupo tras el cambio onomásticomostraba cúmulos de nubes sobre el hori-zonte miamense. La sensación de estar en elaire, de vivir en vilo, nunca desaparece deltodo, pero llega el día en que adquiere unnombre y una dirección».

Vidas en vilo se publicó primero en inglésen 1994 como Life on the hyphen, algo así comoViviendo en el guión. No se trata del guióncinematográfico sino del que separa las dosmarcadas idiosincrasias: Cuban-American.Como señala el propio autor-traductor, «unade las ideas rectrices de Vidas en vilo, precisa-mente, es que la cultura cubanoamericanasurge de un ímpetu traslaticio, de una voca-ción de traducción». Sin embargo, Pérez Fir-mat pasa pronto a una frase irónica, a pesarde la verdad que encierra: «Para muchos ciu-dadanos de la Cuba del Norte, el español esmenos extranjero que el inglés».

«Un cubanoamericano, en Norteamérica,es un Cuban-American; la rayita que une (ysepara) los dos gentilicios, ese puente quetambién es pantano, marca el lugar de con-tacto y contagio entre las dos culturas. Invisi-ble en español, la rayita no pierde su poten-cia hibridizante; Vidas en vilo está escrito,desde, hacia y sobre esa rayita».

Una de las tesis de este libro, bien for-mulado y mejor escrito, es que la culturacubanoamericana es en gran medida unlogro del considerable grupo de criollitosque salió de la Isla cuando eran aún muyjóvenes. Nacidos en Cuba pero made in theUSA, pertenecen a esa generación interme-dia de emigrados cuya niñez o tempranaadolescencia transcurrió en la Isla, pero quellegó a los estudios superiores o a la madu-rez en el Norte. Nacidos «allá», pero criados«aquí», y al no verse integrados plenamenteen ninguno de sus dos países, se sientenmarginales respecto a ambos.

Con razón afirmaba el musicólogo brasi-leño Arthur Ramos refiriéndose a los africa-nos secuestrados y llevados al Nuevo Mundo:«Cuantas veces el individuo es separado desu grupo cultural y puesto en contacto conotros grupos y otras culturas, tiende, en la

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segunda o tercera generación, a olvidar lasculturas primitivas y a asimilar las nuevas conque ha entrado en contacto».

El propio Gustavo Pérez Firmat es uncaso elocuente del éxito de los cubanoame-ricanos. Poeta, ensayista y narrador, hapublicado tres colecciones de poesía cuyostítulos ya son reveladores de ese fenómeno:Carolina Cuban (1987), Equivocaciones (1988)y Bilingual Blues (1995). Su obra crítica inclu-ye: Idle fictions (1982), Literature and liminality(1986), The Cuban condition (1989), Do theAmericas have a common literature? (1990), Lifeon the hyphen (1994) y My own private Cuba(1999). Es también autor de un libro dememorias: Next year in Cuba (1995), publica-do dos años después como El año que vieneestamos en Cuba. Después apareció Cincuentalecciones de exilio y desexilio (2000). Valga aña-dir que recién salido del horno Next year inCuba fue nominado para el distinguido pre-mio Pulitzer. Dos años más tarde, la revistaNewsweek incluyó a Pérez Firmat como unode «los 100 americanos a seguir en el nuevosiglo». Anything but love, su primera novela,apareció en el 2000.

Si bien es verdad que esta generaciónintermedia es marginal con respecto a ambospaíses, el natal y el adoptivo, el autor consi-dera que lo contrario es igualmente cierto:«Sólo esta generación no es marginal respec-to a ninguno de los dos... Aunque no se sien-tan totalmente cómodos en ninguna, soncapaces de valerse de los recursos que ambaspueden ofrecerles... Uncidos a la tradición,pero abocados a la traslación, la generacióndel medio comparte la nostalgia de suspadres y el desprendimiento de sus hijos.Para este grupo, volver es irse, pero irse esregresar. La cultura cubanoamericana, lo queme da por llamar la ‘Cuba del Norte’, se des-pliega en ese intervalo, en ese vacío, en esevilo donde partida y retorno se confunden».

Incisivo, mordaz, Pérez Firmat estima queel encomiable esfuerzo por recrear la «Cubade ayer» en la costas de Florida es a la vezadmirable y desgarrador. La reencarnaciónmiamense de tantos establecimientos y mar-cas es un mito que conforta; además, «se llegaal mundo asistido por un obstetra cubano yse le dice adiós en los salones de una fune-

raria cubana, y entre parto y partida no hayrazón para salirse del reparto». Esfuerzoadmirable porque intenta alzarse por enci-ma de la historia y de la geografía. Desgarra-dor porque está destinado al fracaso. «Pordeliberado y consistente que sea, el simula-cro de posesión no puede sostenerse indefi-nidamente. Llega un momento en que elemigrado deja de creer en la ficción de unexilio sin destierro», afirma Pérez Firmat.

En este sentido, el libro analiza la contri-bución de narradores del calibre de OscarHijuelos (nacido en Nueva York), CristinaGarcía, Virgil Suárez, Pablo Medina y Rober-to Fernández, así como los poemas de Ricar-do Pau-Llosa y José Kozer. Por estas páginasdiscurren además grandes talentos musicales:Gloria Estefan, Willy Chirino, Hansel y Raúl,gente que crearon el sonido de Miami, aun-que en los tres primeros capítulos el autorestudia la etapa pre-castrista para establecer elrumbo que tomarían los cubanoamericanos.Aprovecha sagazmente, por ejemplo, la duali-dad rítmico-melódica y la estirada bembacubano-americana de los primeros mambosde Pérez Prado para reafirmar sus conviccio-nes, añadiendo que «el mambo es una músi-ca de aceptación y resistencia, que renunciatanto al regreso como a la asimilación».

En 1951 salió al aire el programa televisi-vo I love Lucy, que llegaba a todos los confi-nes sociales de Estados Unidos: el santiague-ro Desi Arnaz y la estadounidense LucilleBall arrebataron a los telespectadores hastael último episodio rodado en 1960. A pesarde su acento, el personaje Ricky Ricardo queencarnaba Arnaz ha sido quizá el hispano demás impacto en Estados Unidos (superandola imagen del latin lover Rodolfo Valentino),a pesar de que la proyección de lo cubanosolía salir caricaturesca o al menos condes-cendiente. Pero no deja de sorprender queel programa más divertido de entonces, quereunía a toda la familia frente a la pequeñapantalla, se centraba en un matrimonio«intercultural» entre una caprichosa pelirro-ja y un conguero cubano con un precariodominio de la lengua inglesa.

En 1953 Castro atacaba el cuartel Monca-da; ese mismo año Jorrín arrasaba con elchachachá, llegando a destronar al mambo.334

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En 1954 Ernest Hemingway acababa de ganarel premio Nobel de literatura por El viejo y elmar (1952), la famosa novela sobre un pesca-dor de Cojímar (entre un enjambre de ofren-das, la medalla conmemorativa cuelga delaltar de Cachita en el Santuario de El Cobre).

Disfruté mucho leyendo las breves intro-ducciones con que Pérez Firmat abre cadacapítulo y revela aspectos de su sutil cubanía,siempre ecuánime y reservada. Por otraparte, es una lástima que el índice onomásti-co no aparezca completo y que los cabezalesde dichas páginas indiquen bibliografía (queno está incluida).

Como señalé al principio, Vidas en vilo es eloctavo título publicado por la Editorial Coli-brí, y puede adquirirse a través del 91 5604911. Para mí, el número 8 corresponde aOba, la deidad que encarna el interés intelec-tual en la cosmovisión afrocubana. Significati-vamente, Oba no se «asienta» sino que se reci-be a través de Ochún (Cachita), y entre sussímbolos está una llave para abrir las puertasde la casa al dinero y la fortuna. Un conocidopattakí la presenta como buena y comprensivae hija de Obatalá y Yemmú. Oba amabamucho a Changó, pero éste andaba muyenredado con Oyá, la voluptuosa mujer quele había robado a su hermano Oggún. Seacomo fuere, Changó y Oba contrajeron matri-monio. Oyá, por supuesto, ardía de celos;quería a Changó para ella sola y tramó unavenganza. Fingiéndose amiga de Oba comen-zó a llenarle la cabeza de pajaritos: «Ahoratodo va bien, pero créeme, pronto se irá conotra mujer y te dejará». «Pero, ¿qué puedohacer para mantenerlo a mi lado?», repetía laingenua Oba. «Hazle un amarre», le dijo Oyá:«A Changó le encanta el quimbombó. Córta-te una oreja y échala en el guiso. Cuando él lacoma jamás podrá abandonarte». Oba siguiólas malintencionadas instrucciones. Para quesu marido no se diera cuenta de lo que habíahecho se colocó un turbante que cubría elárea mutilada. Cuando Changó vio la orejaflotando en el caldo se enfureció: «¿Qué por-quería es ésta, Oba?». Resumen del melodra-ma patakkiano: Changó la rechazó y no volvióa vivir jamás en su casa.

Y éste es un libro que trata de los que hanperdido una oreja para adquirir otra. ■

Lo cubano como vocaciónLourdes Gil

Andrea O’Reilly HerrreraThe Pearl of the AntillesTempe, Arizona, Bilingual Press,2001, 353 pp.

Prefacio e introducción de Andrea O’Reilly Herrera, editoraReMembering Cuba: Legacy of a Diaspora Austin, University of Texas Press,2001, 325 pp.

En una entrevista que le hizo eloísaLezama Lima, Severo Sarduy contaba

que en sus viajes por la India había buscado«las ajorcas de los orishas, el olor a caña deazúcar y el garabato furioso del índigo en lashojas del flamboyant». Sin tener que trasla-darse a sitio tan remoto, todo exiliado com-prende por qué el autor de Maitreya quisorastrear las imágenes y sensaciones de sujuventud. Sin embargo, las búsquedas de locubano que emprende Andrea O’ReillyHerrera en estos libros resultan más miste-riosas, ya que el ámbito que intenta rearticu-lar es un mundo que nunca ha visto.

A diferencia de los otros escritores e inte-lectuales cubanos que orientan su escriturahacia nuevas indagaciones sobre la nación,O’Reilly Herrera nació en Estados Unidos, demadre cubana y padre irlandés. Con mayorprecisión que Yocandra, el personaje simbóli-co de La nada cotidiana, Andrea nace el 1 deenero de 1959. Es además, su perfecto antí-poda: si Patria —Yocandra es hija de la Revo-lución y personaje de ficción, Andrea es el serreal que ya nace como sujeto diaspórico. Ensu prefacio a ReMembering Cuba, O’ReillyHerrera cuenta cómo desde los siete añosrogaba a sus abuelos que le hablaran de Cuba.Más tarde, seguía a su abuelo por el jardín conuna grabadora. A la muerte de éste, tres tías-abuelas centenarias, testigos oculares de laguerra de Independencia, continuaron apla-cando su insaciable apetito por conocer las

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historias vividas a lo largo del siglo. Aún no sési la voluntad de cubanía de Andrea O’ReillyHerrera es una vocación o un designio; si escubana por deseo ancestral o por ósmosis.

Sería entonces oportuno preguntar quéCuba busca aquél que nunca la ha visto sinocon los ojos de la imaginación? Acaso se trans-miten y heredan la idea de nación, el espíritude la cubanidad? Estas interrogantes surgende la experiencia de toda diáspora y no sonexclusivas de la problemática cubana. Lasconjeturas sobre la identidad traslaticia de lospueblos errantes y sin nación constituye pre-cisamente uno de los temas más enigmáticosde la teorizaron diáspora global de los últimosveinte años. Su modelo clásico lo representa«el sueño de Israel», con el que se identificanmillones de judíos dispersos por el mundo.Como sabemos, la idea de Sion no permane-ce estática en el plano de la imaginación, sinoque se traduce en desmesuradas lealtades yen apoyo económico y político incondicionalhacia el Estado decretado en 1948. Nada mássemejante al fervor religioso que los fervorespatrióticos, y podría argumentarse si la cuba-nidad es, por momentos, una profesión de feo un culto cuasirreligioso.

Estos libros de Andrea O’Reilly Herrerasuscitan otra interrogante, que corresponde alos exiliados como Sarduy, que conocieron larealidad cubana y formaron parte de ella. Sila racionalidad dictamina que la imantacióninsular debía disminuir con el paso del tiem-po, ¿por qué esa alianza irrenunciable con locubano? Para quienes la idea de nación nodepende del tejido de la imaginación —comoen el caso del judío errante o de O’ReillyHerrera— Cuba persiste sustentada por eldeseo y el recuerdo; es la «patria sin tiempo»de Rilke. Kafka lo expresó de otro modo,cuando señaló que la literatura era para él loque para Moisés la Tierra Prometida. Le tur-baba que la sola idea de la tierra de promisióncondicionara, como realidad única, el reco-rrido total de la vida. «Que el sueño y la espe-ranza por la Tierra duren indefinidamente,cuando la visión de ésta ocupa apenas unosinstantes», escribió en Tagerbuchen.

He creído necesario este largo preámbu-lo, porque los libros de O’Reilly Herreraconfirman, en gran medida, el temor susten-

tado por Kafka: que el transcurso de la vidapuede quedar supeditado indefinidamente ala visión interiorizada de la tierra. Es un pen-samiento sobrecogedor. Porque cuandodecimos «la vida», estamos empleando uneufemismo; hablamos de millones de cuba-nos. Y estos libros atestiguan el proyectointemporal de la cubanía, su discurso deresistencia y afirmación. O’Reilly Herrerapresenta, a través de dos géneros literariosdistintos —novela, colección de testimo-nios— una cubanidad amalgamática e ina-barcable, donde las vidas individuales apare-cen subordinadas a la antropofagia de lahistoria, a esa sustancia inexacta y fluida quees la identidad nacional.

The Pearl of the Antilles es una novela cuyoplanteamiento diacrónico no siempre permi-te una relación lineal de las diversas épocasque abarca y que integra al plan estructuralde la narración cartas, recortes de periódicos,diarios íntimos, apuntes escolares de geogra-fía e historia. Las 150 páginas de cartas, porejemplo, recogen el período de mayor inco-municación entre la Isla y el exilio, que lanovela fija entre la crisis de octubre, en 1962y el éxodo del Mariel. Pero la compleja super-ficie textual no agobia al lector, sino todo locontrario. Le envuelve la lenta voluptuosidadde un lenguaje de pictóricas recreaciones delpaisaje cubano, y le asalta el reconocimientoinmediato de la escenografía, las modulacio-nes, las resonancias y los tintes de un mundoperdido, pero latente en las membranas denuestra memoria.

La topografía de la novela es la historiade varias familias enlazadas (Moro, Miramar,Amargo) y sigue el movimiento general delsiglo. El personaje de Margarita, sin cumplirdel todo las funciones de protagonista, cons-tituye el vínculo en el tiempo —desde unpasado cubano que comienza en la décadadel cuarenta hasta nuestros días —y el espa-cio— la Isla y la diáspora. Es Margarita la quesale precipitadamente al exilio y su hija Lilly,nacida en Estados Unidos, encarna las dis-yuntivas actuales de la diáspora. La negativade Margarita a hablar sobre Cuba desvinculaa Lilly del pasado familiar y su rudimentarioconocimiento del español agrava esta exclu-sión. El silencio de Margarita es una muralla

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de defensa sicológica; hablar es revivir yrecordar es padecer. El enmudecimiento dela madre, unido al desconocimiento delpasado cubano y a la impenetrabilidad de unlenguaje que no domina paralizan a Lilly,haciéndole sentir una especie de atrofia ensu desarrollo como ser humano. El hallazgoen una gaveta del diario de su abuela y deviejos álbumes con recortes de periódicos yfotografías precipitan a Lilly en un viaje ini-ciático por la cubanía. Los signos en españolle son indescifrables y su lectura se torna enla devoración omnisciente de imágenes ynombres de personas y sitios, que penetransu conciencia y estimulan su imaginación.Así, el viaje de madre e hija a Cuba, los rela-tos familiares y la totalidad de la narraciónquedan como posible lectura de Lilly; quizássoñados o imaginados por ella.

En ReMembering Cuba: Legacy of a Diaspora,Andrea O’Reilly Herrera reúne mas de 100testimonios de exiliados cubanos, precedi-dos por pinturas de Rafael Soriano, LuisCruz Azaceta, Carmen Herrera, LeandroSoto, María Brito y otros, así como por foto-grafías de Tony Mendoza y Anthony Reus.En el coro de voces hay adolescentes y ancia-nos, escritores y músicos, balseros y marieli-tos, ex presos y antiguos Peter Pans, médicosy amas de casa que van vertebrando el con-junto. Están representadas las varias oleadasmigratorias, aun desde antes de la Revolu-cion, y el llamado «insilio», ese exilio socio-sicológico dentro de la Isla. No obstante,para conocer los datos personales hay queleer cada texto; el propósito de O’ReillyHerrera es lograr una desjerarquizacion ydestacar las experiencias referentes aléxodo. Así, introduce los testimonios pormedio de una biografía reducida a fecha denacimiento, salida de Cuba y lugar de resi-dencia en Estados Unidos.

En su minuciosa introducción, la editoraexplica la metodología empleada y sus apo-yaturas teóricas (Edward Said, Stuart Hall,Mikhail Bakhtin, Jacques Derrida, AntonioBenítez Rojo). Aclara por qué la colecciónparece privilegiar las voces de los primerosexiliados, en su mayoría blancos, así como ala generación nacida en la década del cin-cuenta. Según O’Reilly Herrera, fueron los

grupos más dispuestos a cooperar con su pro-yecto. Miembros de otras generaciones o demigraciones más recientes se mostraron indi-ferentes o reacios a participar. Andrea lamen-ta también no haber logrado una representa-tividad más acorde con la composición yproporción racial de la población cubana.

Las reflexiones que prosiguen se ciernenen torno a los temas de la heterogeneidad dela experiencia exílica cubana; la conserva-ción, transmisión y transformación de la cul-tura nacional en el entorno norteamericano;las interpolaciones de la historia, la memoria,el lenguaje y la creación, y las funcionesimprecisas de éstas. Para O’Reilly Herrera,Cuba existe en dos planos paralelos, más alláde la división geográfica Isla-diáspora: comopaís real y como concepto de la imaginación.Esta doble naturaleza de lo cubano le reafir-ma a la autora una continuidad dentro yfuera de la historia y la política, de la territo-rialidad y el tiempo; una continuidad queparece trascender las ideologías, las genera-ciones y la separación física entre la Isla y ladiáspora. O’Reilly Herrera propone que laidentidad cubana, aún desprovista de para-digmas, inapresable y proteica, se imponepor sobre la dispersión y la fragmentaciónpropias de toda experiencia de exilio. ■

Un sincero y profundoelogio de la libertadRamón Alejandro

Orlando Gonález EstevaAmigo enigma. Los dibujos de Juan SorianoAve del Paraíso EdicionesMadrid, 2000, 477 pp.

Cuando orlando gonzález esteva meinvitó a participar en la presentación en

Miami de su libro Amigo enigma. Los dibujos deJuan Soriano, empezaron a surgir en mimente las diversas emociones y recuerdosque tanto los dibujos reproducidos en el

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libro como los poemas —en verso o en prosa—de González Esteva me habían provocadocuando los vi y leí por primera vez.

Recordé, primero, las recurrentes conver-saciones que tuve con Severo Sarduy, hace yatreinta años, sobre el entonces novedosotema de la identidad entre lo escrito y lodibujado, tal como se concebía en la antiguaChina. Y tomé conciencia de que en estelibro el denominador común entre el dibu-jante y el poeta es nada menos que la liber-tad: un sincero y profundo «elogio de laLibertad» resuena en ambas sensibilidades.

Recordé también cómo estando en Ciu-dad México para la presentación del libroCuerpos en bandeja, con texto de GonzálezEsteva y obras mías, me interné en un mag-nífico museo de pinturas donde, entre eltumulto de la épica revolucionaria y las enor-midades cosmogónicas de otras obras, halléuna deliciosa escena de intimidad intensa-mente humana, en la que unos niños y niñasse encontraban ensimismados en un juegui-to lleno de ambigüedades, bañados por laternura de una luz serena y voluptuosa, en laque ningún sentimiento de culpa venía aempañar el inefable gozo de las primerasmanifestaciones del cosquilleo erótico. Erauna pintura de Juan Soriano, refrescantecomo aquella definición que de este arte dioLeonardo da Vinci, al llamarlo «cosa menta-le». En efecto, las dos dimensiones reales dela tela, su alto y su ancho, se encontrabanenriquecidas por una tercera dimensión fic-ticia, producto del oficio y saber del artista.Era sólo en ese espacio mental, insisto, pura-mente virtual, donde existía aquella habita-ción y donde las apariencias no menos ficti-cias de los menores se entregaban, inocentes,a su embeleso. Es en cuadros como éstedonde cuaja tanta carga afectiva, donde cual-quier espectador puede reconocer, hurgandoen el fondo de su propia memoria, aquelsueño que un día le proporcionó el más omenos lejano despertar de sus sentidos.

Esta pintura, tan conmovedora en su sen-cillez y en su ausencia de retórica, tan alejadade las luchas sociales como de los solemnesceremoniales de los cultos precolombinos,las erupciones volcánicas y los aterradoresestremecimientos geológicos que evocaba la

mayoría de las obras expuestas en aquelmuseo, me permitió apreciar, de maneramás intensa y clara, el privilegio de la liber-tad individual a la que la modernidad hapermitido acceder. El dominio de lo propia-mente humano, el milagro de nuestra sensi-bilidad finalmente liberada por el humanis-mo, tanto de los terrores del más allá comodel miedo a la naturaleza y del poder abusi-vo de las sociedades absolutistas, basadas enla opresión del frágil e infinitamente respe-table ser humano.

Y recordé mi placer al comprobar cómoGonzález Esteva disponía con desparpajo delos dibujos de Soriano para volcar, sobre lapágina en blanco, sus propias percepcionesvírgenes, correspondientes a su primerainfancia, cotejándolos así con sentidos para-lelos, seguramente ocultos al propio Soriano,y enriqueciéndolos con nuevas resonanciaspoéticas, abriéndoles sentidos alternativos,haciéndolos accesibles, quizás, a una diversi-dad mayor de sensibilidades. Y volví sobreaquello que dice Las mil y una noches, que lavida no es un sueño sino muchísimos sueñosentrelazados, y pensé que este libro era unaencrucijada entretejida por esos sueños que,enlazándose, constituyen el tejido de la vida.

Y recordé también cómo una bella tardede verano en Normandía, leyendo La volun-tad de poder de Nietszche, con la irresponsa-bilidad de mis veinte años, di por azar contres páginas maravillosas en las que el filóso-fo poeta explicaba cómo la facultad crítica yla facultad creativa de un artista estaban enrelación inversamente proporcional, y cómoel desarrollo excesivo de una de ellas sepagaba ineluctiblemente con la atrofia de laotra. Y se me antojó que tanto Juan Sorianocomo Orlando González Esteva daban eneste libro prueba feliz de un desinterés totalpor su propio sentido crítico, para entregar-se sin miedo a su natural creatividad sin per-der en ningún momento la aspiración a unarigurosa excelencia formal. Y me acordé dela importancia que tuvo en mi desarrolloulterior, como artista, la lectura de esas pági-nas y cómo el mismo Nietszche dice, en otrode sus libros, que el artista tiene que ser pri-mero camello y luego león para, finalmente,llegar a ser niño. Camello, tiene que cargar

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primero con todo el peso de la cultura; león,tiene luego que rebelarse y rechazarla, querugir, incluso, contra ella, ya que sólo enton-ces podrá tener acceso a un estado de infan-cia y comenzar, plenamente, a crear.

En sus dibujos, Soriano muestra una sor-prendente indiferencia por su propia ima-gen, y juega a esbozar, con soberana liber-tad, todo lo que pasa por la ventana delalma. Spinoza decía que toda determinaciónes una negación. Así Soriano, olvidándose así mismo y arrojando por la borda toda más-cara y adquisición previa, ha sabido abordar,delante de cada nueva hoja de papel, elhallazgo de un nuevo Soriano, desconocidohasta entonces, en una encarnizada caceríade la diversidad infinita que cada uno denosotros alberga. Ambos, Soriano y GonzálezEsteva, deben haber sido hermanos gemelosen alguna vida anterior y haberse internadoen cada encrucijada del espíritu zambullén-dose en el vacío de la potencialidad infinitadel niño ante la inmensidad de la vida que lequeda por delante; afirmando, cada uno, porencima de toda determinación circunstan-cial, su libre entidad; renovando, con fluidezejemplar, las sucesivas formas revestidas;nadando despreocupadamente, como peces,en el misterioso río de Heráclito.

Porque Orlando González Esteva tam-bién muestra, con frecuencia, un raro donde pasar más allá del mundo físico a undominio infinitamente más sutil de la reali-dad; un don que le permite, luego de des-cribir con minuciosidad una situación o unespacio concretos —aunque percibidos,siempre, con la agudeza de un orfebre—, yde seducirnos e internarnos en ellos, efec-tuar una súbita ruptura de escala de esasituación o ese espacio para provocar unasacudida o despertar metafísico que nos pro-yecta a otra dimensión del espíritu y quetiende a dejarnos en un estado de delecta-ción contemplativa, esa suerte de estadocuya expresión mayor es aquélla en que sue-len sumir los textos místicos de las diversasreligiones. El autor acerca ese mismo estadoa través de un lenguaje profano a la vida y laensoñación contemporáneas.

En este libro de «ida y vuelta» —como loscantes que de España vinieron y a España

volvieron— de un pintor mexicano y unpoeta cubano, publicado en la península ibé-rica, el pagano y paganiniano Orlando Gon-zález Esteva nos da el oro viejo del Mediterrá-neo embadurnado con oñí, la miel de Oshún,haciendo aparecer en nuestras mentes el iri-sado «punto de caramelo» que las cocinerascriollas buscaron con el mismo exaltadoempeño que los caballeros de la mesa redon-da dedicaron a la conquista del Santo Grial,cifra del mítico equilibrio y de la armoníaentre el contenido y la forma, y nos da ese oroviejo en la alquimia de una cocina íntima yprofunda, con la borrachera de la libertadfecundando, en el goce peligroso de cada ins-tante, un presente ávido de imprevisibles, unfuturo rico en descubrimientos. ■

Martí y Cubaen Rafael RojasEmilio Ichikawa

Rafael Rojas Jose Martí: la invención de Cuba.Editorial ColibríEspaña, 2000, 145 pp.

Hace apenas un par de días, mientrasconversaba con el amigo Vicente Eche-

rri, le comenté que el nacionalismo cubano,contrariamente a los demás nacionalismos,parece sacar sus energías de algunas caren-cias fundamentales: ausencia de un tiporacial coherente (la «raza cósmica» no es enrigor una raza); falta de una reivindicaciónlingüística (hasta el nacionalismo más preca-rio presume de hablar un idioma propio);carencia de un texto sagrado.

Echerri, que aceptó con escepticismo lasdos primeras tesis, se resistió rotundamentea la tercera. Los libros de Martí, afirmó, hansido adorados por varias generaciones decubanos como palabra de apóstol.

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“Rafael Rojas propone olvidar a Martí para luego evocarlo de unmodo radicalmente distinto... leerlo con una mezcla de intuición yjuicio suficiente para liberar al compatriota abrumado por lo queél llama ‘la pesadumbre del mito’ ”.

Orlando González Esteva

Títulos publicados

Rafael RojasEl arte de la espera

Rafael FermosellePolítica y color en Cuba

La guerrita de 1912

Marifeli Pérez-StableLa revolución cubana

Roberto González EchevarríaLa prole de Celestina

Julián OrbónEn la esencia de los estilos

José M. HernándezPolítica y militarismo en la

independencia de Cuba (1868-1933)

Gustavo Pérez FirmatVidas en vilo

Rafael RojasJosé Martí: la invención de Cuba

Marta BizcarrondoAntonio Elorza

Cuba / España. El dilemaautonomista (1878-1898)

De próxima aparición

Alejandro de la FuenteRaza, desigualdad y política

(1900-2000)

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Y tiene razón. De ahí que intentar a estasalturas un libro sobre Martí, como haceRafael Rojas, implique riesgos enormes: losdel lugar común, el panegírico o la sensacio-nal diatriba. Conozco algunas de estas ver-siones muy cuestionables y facilistas de aque-llas objeciones al lugar común martianoexpuestas por Arturo de Carricarte en sulibro La cubanidad negativa del apóstol JoséMartí. (La Habana, 1934).

Antes de proponer analíticamente el textode Rojas, digamos primero algo acerca de lostítulos. El de mi nota bibliográfica no puedeser más ordinario: Martí y Cuba en Rafael Rojas.No hace falta innovar en este punto pues, aesta altura, es preciso comenzar a destacarque ambos valores se repiten en el conjuntode la obra de Rojas como ha ocurrido en elcaso de los grandes intelectuales de nuestracultura; ya sea Lezama o Mañach, pues enesto se encuentran las dos tradiciones traza-das por el mismo Rojas y Ernesto HernándezBusto en un pasado intercambio dialéctico enlas páginas de Encuentro en la red.

Cuba y Martí tienen dimensión totémicaen nuestra sensibilidad espiritual; y si algo loprueba inconfundiblemente, es la resisten-cia desesperada ante el hecho de los intelec-tuales de los primeros círculos.

En el título del libro de Rojas hay que des-tacar el uso de la palabra «invención»;menos popular pero homofuncional a esaotra tan conocida de «construcción». En elcontexto del relativismo epistémico contem-poráneo, más débil cada día por cierto,Rojas introduce a nivel de declaración titularun desplazamiento hacia lo que se conocecomo «gnoseología construccionista», queno se preocupa por el valor de la «cosa» o el«texto» en si (dos manifestaciones del Ser),sino por las implicaciones que éstos pudie-ran tener en términos de efectos veritativos.

Cumple pues la palabra «invención» condar al título una apariencia de actualidadepistémica. Sin embargo creo, junto al poetaOrlando González Esteva, que el libro deRojas rebasa cualquier esquematismo y seubica en un nivel clásico de interpretación,que llega a ser original (en privado hemosusado el impúdico calificativo de «genial»)gracias a la erudición y la capacidad asociati-

va del autor. (El filósofo Alexis Jardines,quien fue su profesor en La Habana, meconfesó que jamás había conocido un «pen-samiento analógico» tan vertiginoso).

Algunas críticas que acompañaron a estelibro en su aparición, con las que no estoy deacuerdo, aceptaron sin más este punto de la«invención». Así como las palabras de la con-traportada de esta edición, probablementeescritas por el propio Rojas, y con las que nome queda otro remedio que discrepar. Lalectura del libro de Rojas no deja ningúndeseo de olvidar a Martí, como alguien hapropuesto; por el contrario, los que haceunos años experimentaban el hastío queprovoca su manipulación constante por lapropaganda política, lo terminan de leercon ánimos renovados de lectura martiana.

La cuestión es simple: si en medio de unatradición cubana empeñada en citar y re-citar a Martí, Rojas se hubiera ubicadocómodamente en una posición de cuestor, sele podía aplicar a su ardid una vieja senten-cia judía: «El agón con tradición es cosa deepígonos»; cuando no aquella otra de Euge-nio de O’rs: «Lo que no es tradición, es pla-gio». Pero por suerte Rojas cita, interpreta,juzga, trata de demostrar; y, en medio detodos estos ejercicios logra, uno de los resul-tados más importantes en el campo de losestudios cubanos.

Rafael Rojas no deja espacio entre elmomento del olvido y la reasunción. Unacosa implica a la otra, por tanto se disuelve lanaturaleza de la acción primera.

En el ensayo «Fugas de la modernidad» sepresenta a Jose Martí como «un poeta exilia-do de la ciudad moderna»; viaje solamenteposible a quienes de hecho viven en ella. Poresta razón el ciudadano efectivo respondecon una fuga de naturaleza discursiva. El esca-pe se produce a través de la palabra. Pero lomás interesante en este ensayo es que a Rojasno le interesa el texto, no se trata de un estu-dio de crítica literaria sin más; es un estudiode la modernidad a través de su expresiónliteraria. Y esto va más allá de la declaraciónformal que cualquier estudioso puede hacer.

El objetivo de estas fugas de la moderni-dad se da hacia su mismo proyecto republica-no, más cargado de moral que de principios 341

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de administración. El senequismo que Martíejerce con la distinción del buen escritor, esel sitio donde más cómodamente se han sen-tido los pensadores latinoamericanos.

En el ensayo «La honda de David» sepuede encontrar una de las frases mas emble-máticas de la cubanidad; una que pone enduda el que Martí escapara definitivamente alas prácticas cotidianas del buen vecino crio-llo. Esto, por cierto, no hace más que huma-nizarlo. Me refiero a lo que apunta Rojascomo lo último que escribió Martí, una notaal general Máximo Gómez en la que ofrece:«no estaré tranquilo hasta no verlo llegar austed… le llevo bien cuidado el jolongo».

Es una expresión emblemática del pater-nalismo del desamparo cubano; una mezclarealmente insólita. Habría que disponer detiempo para hacer una exégesis de esa fraseque ha distinguido Rojas; al menos yo encuen-tro en ella explicaciones para eventos tan disí-miles como la «ayuda internacionalista» a paí-ses más ricos que Cuba o las propias llamadastelefónicas a la Isla desde el exilio donde unono hace más que recibir consejos de genteque supuestamente debe recibir ayuda.

Pero este ensayo habla además de lanación y de su autopercepción destinal, ade-más de que propone indirectamente una lec-tura más cultural, menos política y militar,de la tesis de la «manzana madura» y el pro-blema de la anexión.

En las páginas de este libro el anexionis-mo puede ser calibrado de una manera yamás madura. No son los años en que el jovengraduado de filosofía acudía presuroso a laspáginas de La gaceta de Cuba para aclarar,apelando a José Antonio Saco, que él no eraun neo-anexionista. Desleal acusación que,por cierto, presentó en esas páginas otrogran amigo mío, Mario Rodríguez Pantoja,por entonces muy joven también.

Hoy como ayer, claro está, Rojas distamucho de ser un anexionista; pero el escri-tor prolífico, el historiador maduro, no tieneque defenderse de nada. No lo necesita.

Por cierto, vale aclarar que en opinióndel Dr. Armando Hart el neo-anexionismoera una corriente de incorporación de Cubaa los ee.uu. supuestamente defendida porun grupo de jóvenes intelectuales postmo-

dernistas; ellos serian neoanexionistas, aun-que no lo supieran. Pues se trata de un razo-namiento muy parecido al de alguna genteen Miami; según éstas, existirían aquí comu-nistas fabianos; es decir, uno es comunistaaunque no se de cuenta.

En la línea de lo que podemos llamarimpresionismo historiográfico y político seencuentra también el ensayo «Las entrañasdel monstruo», donde Rojas sigue urgandoen un tema ya conocido entre sus inquietu-des: la percepción martiana de los ee.uu.Aquí incorpora, sin embargo, una importanteexégesis de carácter filosófico y nos remite alas fuentes de la sensibilidad intelectual que lepermitió a Martí vivir en una relación dualcon el norte. New York olvida todo en unashoras, decía Martí, extrayendo una ley estableentre la experiencia efímera; otra dualidadque Rojas no nos deja pasar por alto.

José Martí: la invención de Cuba, se hace unlibro verdaderamente libro con tres ensayosque vertebran un análisis de la modernidada traves de la escritura: «De la palabra alsilencio», La república escrita» y «Los librosimposibles»; éste es con seguridad, el ensayomás hermoso y sugerente que ha salido de laimaginación de un escritor cubano en losúltimos años. No se puede avanzar un párra-fo sin detenerse uno a tomar alguna nota, aconsultar otra página. Y debe confesarse: apesar de todo lo que se ha dicho del sobreu-so martiano, en ese texto aparecen interpre-taciones novedosas de la obra original, peroigual llamadas de atención sobre pasajes queno había visto seleccionados ni referidos porningún otro autor. ¿De verdad se ha leídotanto a José Martí?

Nada voy a decir de estos ensayos porquesé que mis palabras serán una caricatura delleerlo.

Restan otros dos trabajos, más indepen-dientes dentro del cuerpo bibliográfico perocentrados en la experiencia intelectual yexistencial de Rojas. Sacrificios paralelos,que miran a Cuba en el espejo de Latinoa-mérica (se entenderá algún día que Cuba eslatinoamericana también), y viceversa; y final-mente el que con cierta ingenuidad titula ellibro y que a tanta gente ha descolocado: «Lainvención de Cuba».342

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Hay, en efecto, una mitología nacional.Moreno Fraginals nos enseñó, por ejemplo,que en el Elogio a Fernando VII Varela se«inventa» un paisaje cubano que probable-mente no era más que una generalizacióndel microclima del Seminario de San Carlos.Pero después de esto no se encuentramucho más; como tampoco en la declara-ción titular de Rojas.

Este libro está atravesado por un afán deveracidad y laboriosidad que recuerda elmejor clasicismo; el respeto intelectual y laresponsabilidad cívica con que mira superacualquier facil relativismo. El lector encon-trará en él, como Rojas ha encontrado enMartí, una entrega amable al tema y elrechazo a cualquier maquiavelismo. ■

Cuentos para contarEmilio Ichikawa

Vicente EcherriHistorias de otra RevoluciónEdiciones UniversalMiami, 1998, 90 pp.

Existe hoy entre autores cubanos unamanera de escribir ensayos que se crispa

en citas, referencias y alusiones autorales. Yaque no se trata, creo yo, de falsa erudición osimple amaneramiento de diletantes, tal veztenga que ver con el pudor, incluso con cier-ta sana inseguridad de estudiosos que anhe-lan que le tomen en serio, que consideren asu texto como resultado de un esfuerzoarduo, ya que no de una intuición brillante.

También entre algunos narradores primael objetivo de «hacer literatura» sobre el de«contar». A veces hasta se imponen una«estética». Un personaje, por ejemplo una«jinetera», un «taxista» o un ordinario «bus-cavidas», puede resultar un escritor frustradoy por alguna razón (narrativa) encontrar unlibro en su camino; argumento que fuerza

una descarga del autor sobre el objetivo dela literatura, el libro en cuestión, el arte y lafilosofía. Este hecho puede ser sujeto tam-bién a comprensión; y se justifica en diferen-tes grados según vamos analizando un autory otro. Ya que todo el mundo no es ReinaldoArenas o Carlos Victoria, Reinaldo Monteroo Abilio Estévez, podemos imaginar la alti-tud de este desastre: «…como Juanita erapequeñita, se encaramó en un libro de suamante caliente para alcanzar la jeringa. Uli-ses, decía, en el ancho lomo. Ni Joyce niEsteban Dedalus imaginaron que alguna vezen La Habana…». Y empieza aquí una des-carga de nunca acabar donde no pasa ni sedescubre nada; que sin haber llegado toda-vía a ser entretenida intenta ser inteligente.

Definitivamente en las antípodas de loanterior están los cuentos de Vicente Echerrirecogidos en el volumen Historias de la otraRevolución (Edic. Universal, Miami, 1998).Son cuentos de contar; de esos que unopuede leer en voz alta mientras los oyentespermanecen en silencio esperando el finalpara ver que es lo que va a pasar, para ente-rarse de cómo termina la cosa. Son cuentosamables que se dejan leer «novelísticamen-te», a lo Dickens, y que se empatan en un algocomún, temático pero también argumental.

Estos cuentos forman con «Los añosduros» de Jesús Díaz y «Condenados de conda-do» de Norberto Fuentes una suerte de fami-lia mal llevada; como suele decirse también:una unidad en la diferencia. Comparten unmismo concepto de la heroicidad revolucio-naria, pero lo dotan de un contenido dife-rente. La revolución que refiere Echerri espara quien se formó en las escuelas castris-tas, efectivamente, una «revolución otra».No se trata, veo ahora, de una «contrarrevo-lución»; está en juego la misma lógica histó-rica, pero en sentido contrario. Es muy ilus-trativo que el propio Norberto Fuentes en sulibro Dulces guerreros cubanos haya sugeridoque Fidel Castro considerara la posibilidadde ofrecer a su propio ejército, en calidad deparadigma heroico, la resistencia subterrá-nea de un alzado en medio de un cañaveralincendiado. Desde el punto de vista delComandante en Jefe, en el caso de este«antihéroe» no se trata simplemente de un 343

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«contrarrevolucionario» sino de un «héroe»en todo el sentido de la palabra que perte-nece a la revolución otra.

A través de nueve cuentos, titulados,excepto el segundo («El asalto»), con elnombre comun de un personaje que destacaen la narracion («El pionero», «El profeta»,«El americanito», «El enviado», «El verdu-go», «El mártir», «El héroe», «El muerto»),Vicente Echerri capta los móviles básicos quellevan a los seres concretos, en un puebloconcreto a participar de la «historia»; esdecir, de la «revolución» y mas específica-mente en el «ejército». Esto es algo que lasociología histórica se ha propuesto decisiva-mente: un individualismo metodológico, elenfoque micrológico.

El héroe revolucionario, de la revolución«esta» o la «otra», es más el fruto de la impa-ciencia que del afán jurídico de justicia o laidea filosófica de libertad. Así, a partir degrandes móviles, se reconstruye la historia,pero difícilmente se hace. Sólo el jefe que nocombate puede especular, cuando no mentir,sobre los tarros de miel heroica que la histo-ria vierte sobre los campos de batalla. Las his-torias de la revolución cubana son protagoni-zadas por estudiantes y guajiros celosos quese protegen y matan entre los marabuzalesespinosos de la sabana insular. La casualidadsuele ser acreedora de la trascendencia. Y essobre todo la literatura, el arte en general,quien tiene acceso a estas fuerzas básicas delo social histórico; de ahí que uno de losmovimientos de autorrenovación que conmás recurrencia se da en el ámbito del pen-samiento social tenga que ver con la estetiza-ción. Lo que hoy se llama en algunas univer-sidades «materialismo cultural», «historias devida», «antropologia cultural», etc., es básica-mente una aproximación asintótica entre lasciencias sociales y la literatura, entendiendoa ésta como «el arte de contar».

Uno de los héroes de Vicente Echerriencontró a la guerra sencillamente «másdivertida» y al ejército más libre, ésos fueronsus grandes motivos revolucionarios: «La gue-rra implicaba, además, vivir al margen delorden y las convenciones sociales en un ambi-to de violencia donde sólo imperaba el cora-je. Él lo tenía». Por si fuera poco, en términos

de conveniencia personal, en la sierra seestaba mas seguro que en la misma ciudad yse disfrutaba el plus moral que da enfrentaral ejército regular de una dictadura.

Lástima que, como decía Hegel, todo lorevolucionario acaba por convertirse en con-servador y Gustavo, todo un pionero en losrumbos de la rebeldía, comenzó a aburrirseen el ejército vencedor; un ejército que se ple-gaba a otra dictadura naciente que comenza-ba a confundir el odio con el coraje y la furiacon la diversión. No, ya aquéllo no era alegríasino abuso. Y el héroe se alzó de nuevo.

Al no tratar de «explicar» una Revoluciónmayúscula y centrarse en una narración delos efectos de este evento en un puebloentrañable, Vicente Echerri accede a lasmínimas (por eso definitivas) causales de lahistoria. Nos habla de «líderes locales» de larevolución, vecinos con prestigio, iniciativa yganas, la materia prima sobre la que se cin-cela al cacique. Trabaja con protagonistasque distingue por estar emparentados con«los Soto», con ésta o aquella familia; no cla-sifica a partir de ideologías y esta perspectivamicrológica, afectivista y genealógica le per-mite una reconstrucción creíble del sucedi-do histórico. Las expropiaciones y demásformas de castigo, el enfrentamiento entrevecinos, la división de las familias, estabanmuy lejos de obedecer a un programa racio-nal de edificación social; eran el fruto delnegativismo, del proyecto «anti», de pasio-nes básicas como la envidia. La revoluciónno se hizo leyendo «La historia me absolverá»;se hizo anhelando, codiciando: «En tornosuyo, como siempre ocurre, debió haberretonado la envidia que, como es usual tam-bién, las personas generosas ignoran. Losenvidiosos se hacinaban ahora a la sombradel poder».

Las revoluciones acaban cuando se insti-tucionalizan, cuando triunfan. En la historiade Rusia, por ejemplo, resulta más emble-mático como gesto rebelde la revolución de1905 que la bolchevique de 1917; una revo-lución desprestigiada por su propio afán deperpetuarse. Cuando decimos «dominaciónrevolucionaria» caemos en el contrasentido;igual que cuando nos enteramos que un jefeexguerrillero recibe a sus invitados en un344

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resplandeciente «Palacio de la revolución».Decirle «palacio» a una guarida de «revolu-cionarios» es algo tan insólito como hablarde una «barricada de la aristocracia» o,como dice un simpático amigo, referirse a la«burguesía irredenta».

La revolución cubana de 1959 ha sabidoacaparar a tiempo toda la simbología y retó-ricas de la rebeldía. Sus propagandistas usur-paron la «misión» antimperialista bajogarantía y protección de los propios nortea-mericanos, hurtaron la defensa a los pobresdesde las tribunas lujosas, igual que se deja-ron el pelo largo para prohibir a los Beatlesy acosar a los hippies. Más que «otra revolu-ción», quizás Vicente Echerri nos este mos-trando un mundo al revés: «Algún tiempodespués volvió a casa en compañía de un parde amigos suyos que, al igual que él, traían lacabeza rapada porque, según decían, era unmodo de protestar contra un régimen quetodavía entonces se asociaba con la gente depelo largo».

Echerri nos introduce también, a su mane-ra literaria, en temas centrales de la conviven-cia en el ámbito de la revolución, en hechosya rutinarios e institucionalizados, como la«delación», la «mentira», la «simulación», la«teatralidad», esa manera tan diestra desuperponer lo ficcional a lo real donde loquimérico resulta más efectivo como expe-riencia. No habrá concocimiento cabal deuna revolución que se ha hecho en las tribu-nas, la radio y la televisión sin una «dramato-logía» de la política. Un héroe (en el relato«El héroe») lo percibe en una conversacióncon el guerrero mayor de la hagiografía tra-dicional criolla, la madre: «Lo que mas leadmiraba era la simetría que se había estable-cido, sin yo quererlo, entre la muerte violen-ta que primero había visto en el cine y la esce-na que después presenciara en el parque».

Resta además la intucion artística del rolhistórico que juega la desdicha acumulada;en el cuento «El muerto» se describe unentierro sobre otro entierro, la muerte queyace sobre otras tantas muertes. Se trata delsedimento, la reincidencia en eventos que sehacen nuevos a fuerza de repetirse: unos exi-lios sobre otros exilios, unos desengañosencima de otros, «errores», marchas, actos

de repudio que se juntan sin remedio defi-nitivo: «La podredumbre sobre la que yacíaera, sin duda, de otra persona que habíanenterrado antes que el y que había comen-zado a descomponerse allí mismo».

Y por último está ese humor extraordina-rio, no imperceptible pero sí difícil y escu-rridizo; resulta que Echerri logra el efectorelajante allí donde parece que no cabe yaotra cosa que lo trágico, incluso lo apocalíp-tico. No es frecuente en la actual literaturacubana este relajamiento sutil, fino, en eltono predominante de un morbo épico. Sepuede disfrutar, o padecer, en el relato «Elprofeta», donde se le da un tratamiento muyoriginal a un verboso personaje llamado,fatalmente, Nehemias.

La mayoría de los cuentos que reúneVicente Echerri en Historia de la otra Revolu-ción concluyen de manera sentenciosa. Seabre y cierra el eje narrativo. Se hace unapausa y, cuando todo parece haber concluido,viene el puntillazo, el «descabello», como sedice en tauromaquia. Una oración corta quefulmina la inercia. Eso hay que verlo. ■

Nuevos nadadores cubanosGemán Guerra

Michi Straufeld, edición y prólogoNuevos narradores cubanosEdiciones SiruelaMadrid, 2000, 341 pp.

El cubano, desde la inconsciencia fun-dacional de la nación, siempre ha balan-

ceado entre sus manos la racionalidad y lacasualidad de occidente, oponiéndolas y fun-diéndolas a las dualidades y casualidades de lacultura oriental. Criollos con árboles genealó-gicos que tienen sus raíces bien plantadas alas orillas del Duero, del Sena y del Congo,han traducido el ying y el yang, lo blanco y lonegro, el lago y la montaña, y los han conver-tido en dos patrias, dos capitales, dos guerras, 345

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dos caras y dos máscaras, dos diásporas, dosmujeres, dos hombres, dos príncipes, toda laesperanza suelta y una noche larga.

Dos mareas nos ahogan hoy: el mar, esemar palpable que nos encierra en nuestracondición isla, regalando sus gargantasabiertas y cobrando cuerpos al fondo delestrecho; y un nuevo mar de antologías queavisados editores han venido inflamandopara soltar entre los ruedos de la moda aCuba y su literatura, su música, su pintura, sumisterio tropical y trágico.

Ediciones Siruela acaba de presentar enMadrid el ejemplar 126 de la colecciónLibros de Tiempo, y nos ha puesto entre lasmanos a los Nuevos narradores cubanos, unvolumen de 340 páginas que recoge los nom-bres de 25 cuentistas, muchachos nacidosentre 1959 y 1972 y que conforman la nuevaola narrativa que, desde todas las latitudesdel planeta, han ido alzando sus voces ydando nuevos bríos literarios a la últimadécada de este siglo cubano.

En Crónica de la inocencia perdida: La cuen-tística cubana contemporánea, un magníficoensayo-conferencia de Luis Manuel García,publicado en la revista Encuentro de la Cultu-ra Cubana en su número primero, en el vera-no de 1996, el autor resume en siete páginasde extrema lucidez, la trayectoria de lanarrativa cubana bajo los años marcados porel compás de la Revolución y vislumbra conojo certero a los «ultimísimos, narradores que sedan a conocer en los noventa» y que hoy nosocupan en esta antología. No puedo argu-mentar que aquel ensayo de García trajoestos cuentos de ahora, pero sería de lecturasaludable para luego hurgar en la médula deesta nueva cuentística:

… se dan a conocer en los noventa, buceanen una materia narrativa de reciente adquisi-ción: la marginalidad, insinuándose con ellos(aún incipiente) una narrativa escrita desdecierta contracultura emergente. (…) en losnarradores de los 90 el desasimiento es unproceso natural: su herejía es circunstancial,casi (…) cromosomática. La inocencia, que enlas obras más recientes de los narradores delos 80 han devenido conciencia crítica, es yaescepticismo en los ultimísimos.

En ese mismo número de Encuentro,Rolando Sánchez Mejías nos dice en uno desus ensayos que «Contar una historia requie-re de cierta habilidad. Pienso que esta habi-lidad participa lo mismo de una astucia retó-rica que de una facultad especial para que elnarrador se sostenga dentro de lo real». Tra-duciendo a Sánchez Mejías me aventurosobre el tema de la forma más sencilla posi-ble y digo que contar un cuento requierasólo de dos presupuestos: Decir y escribir. Eneste volumen de nuevos narradores se puedepasar por todas las variantes de mi hipótesis:ideas geniales muy mal escritas, narracionesdonde desborda el dominio de la escriturapero que no dicen nada y, gracias a dioses yorishas, un puñado de magníficos cuentosque son el cuerpo real de la antología; cuen-tos que me empujan a otro par de párrafos.El tiempo será el último juez para con los tex-tos que sobran en el libro y el ejercicio de lacrítica negativa ya tiene sus atletas y cheerlea-ders bailoteando sobre la gloria del Caimán.

Unos pocos hombres arman la columnaque resistirá el embate de los años. RolandoSánchez Mejías, aferrado a su conceptualis-mo, nos entrega unas extrañísimas Historiasdel Olmo, tan existenciales y cortas que meatrevo a copiar el primer cuento, tituladoViaje a China: «Olmo se abrocha los zapatos,va a China, vuelve de China y se desabrochalos zapatos». Félix Lizárraga con Las aguasdel abismo, un cuento donde lo formal se con-vierte en hermetismo y magia blanca. Rober-to Uría en la piel de Leslie Caron, AlbertoGuerra Naranjo y Adelaida Fernández deJuan. Las ruinas del alma de los hombres ylas ruinas de La Habana nos llevan a lostúneles de lo «surreal maravilloso» de lamano y la palabra de José Antonio Ponte.Una lluvia de zozobras en Fallen Angels deJoel Cano. Un poema para Alicia de Karla Suá-rez, El retrato de Pedro de Jesús. La reja,donde Waldo Pérez Cino se disfraza con lamejor prosa de Eliseo Diego y El viejo, el ase-sino y yo de Ena Lucía Portela. Aquí terminami lista, uno más y se hubiera repetido elapostólico mito de Alegría de Pío.

Si El lobo, el bosque y el hombre nuevo deSenel Paz mereció ser Fresa y chocolate bajo laintuición de Gutiérrez Alea, los ángeles caí-346

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dos de Joel Cano también merecen unaenorme pantalla. Si Fallen Angels merece serfilmado, entonces Corazón partido bajo otracircunstancia, el cuento de Alberto GuerraNaranjo, me deja ante la incertidumbre deno saber si lo leí, si lo vi en uno de esos nue-vos cines de realidad virtual donde los senti-dos alterados te llevan hasta el final de todoslos pasos que comenten los actores y sudas,te erotizas y si tienes que morir en un com-bate mueres; o la incertidumbre de no sabersi lo viví, puesto que el cuento cumple con laprofecía de los olores que persiguen y elaliento etílico del viejo violador es el únicoaroma que traduce esta nariz que lleva atodos lados.

Nos dice Guerra Naranjo en esta escenaque ya pudimos haber visto en Pasolini o enDavid Cronenberg:

… el hombre barbado, totalmente borracho,extraña la ausencia de mujer bajo su cuerpo,tantea, la encuentra, la vuelve a acomodar y lapenetra, balbucea palabras inconclusas, mal-dice la vida, se incorpora también a las vueltasque agobian a su víctima, como si en la pene-tración una extraña descarga pudiera transmi-tir ese mareo, (…) y se duerme otra vez, y otravez volverá la mujer a intentar la escapada, yotra vez el jalón hacia abajo del cuerpo, y otravez esa méntula en las mismas entrañas, otravez, y otra vez, y otra vez, nueve, diez, catorceveces durante la noche.

Una violación se puede perdonar pero nose olvida, la memoria del suceso queda comouna estalactita dividiendo los hemisferios delcerebro, y todos hemos sido violados, diez,catorce, cuatrocientas veces durante cuatrodécadas; se ha violado la tierra y han borra-do nuestros sueños, los de nuestros padres yhermanos que ahora crecen. La herejía escromosomática porque la desesperanza esgenética, hay un cáncer abierto que ha toma-do el tamaño y la forma de la Isla, y ahí estánlos escritores pudriendo sus palabras,armando contra la adversidad del viento unade las más importantes literaturas del pre-sente. Con la barriga vacía no se puede escri-bir y nada mejor que una buena computa-dora y la Torre Eiffel posada en tu ventana

para un magnífico cuento, pero el desasosie-go —el cubano, el telúrico, el de ahora— esla matriz de la creación y del talento que nosviene asaltando.

Cuentos preñados por la desesperaciónrompedora de iconos que alienta en lospechos de estos nuevos escritores. Los tiem-pos del verde olivo heroico terminaronentre las manos engarrotadas de ManuelCofiño y Eduardo Heras León. Los nuevosprotagonistas de esta última narrativa cuba-na, amparados en los eternos paradigmas dela condición del hombre, son la cotidianadesesperación del poco pan, el tiempo dete-nido, las ruinas de los espacios urbanos, losamagos de esperanza, los niños pidiendochicles y monedas a los turistas, los mismosniños que quieren crecer para ser extranje-ros, los extranjeros, la masa compacta deunos cuerpos que dentro de una guagua via-jan sin destino posible, los que se van y losque se quedan con los ojos colgados en elhorizonte.

En este punto se hace necesario volversobre el texto de Luis Manuel García, que alargumentar conclusiones nos dice:

Perdidos el asombro y la inocencia, madura ladistancia histórica que permite calibrar loscómo y los por qué de su circunstancia histó-rico-social, alcanzando un dominio de susrecursos técnicos, plena de diversidad yteniendo a la mano una de las materias primashistóricas y socioculturales más ricas y contra-dictorias del planeta, la narrativa cubana con-temporánea constituye hoy, (…) el corpus másinteresante y prometedor de la literatura con-temporánea en el continente.

Intentaron condicionar todos los hábitosdesde la crudeza de potentes y concretosmecanismos represivos que siguen enarbo-lando las enseñas nacionales, todavía sedebaten por estimular y hacer llegar a lasmasas un modelo cultural enquistado en laexperiencia de otros pueblos que padecie-ron casi un siglo de totalitarismo socialista.En el afán de masificar la cultura y de armaruna nueva sociedad, en la búsqueda de una«vida plena» para el «hombre nuevo», sólohan logrado armar un rebaño impregnado 347

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hasta los huesos por la desesperación y eldesconcierto. El lugar del hombre nuevo loha venido a ocupar el hombre de la rebeldíasuicida y las nuevas gestas y epopeyas sondichas desde el centro de una balsa sola.

Estos muchachos que ahora cantan, queahora cuentan, nacidos bajo el signo de lasrotaciones infinitas alrededor de un centroque se extingue, destinatarios del mito delsilencio y la medalla, animales de feria, yaestán aquí, desnudos y gritando con palabrasabiertas contra una escenografía roída por untiempo unipolar y por la razón humana. ■

De lémures y economíasGerardo Fernández Fe

José Manuel PrietoLivadiaMondadoriBarcelona, 1999, 318 pp.

Recientemente una revista francesa sehacía eco del alarmante proceso de ero-

sión en las costas de la península de Crimea.Basado en estudios geológiristas, han agota-do los cimientos de la península; y con ellostambién Livadia, a tal punto que como pri-mero de los preparativos para la recienteCumbre de Jefes de Estado de los países delMar Negro, al gobierno de Ucrania no lesbastaron sus arcas ante los costosos trabajosde vigorización y reforzamiento.

También entre viajes, dinero y juegospolíticos se mueve esta otra Livadia. Ademásde erosión; pues, así como la simbólicapenínsula se deshace, este texto, como noqueriéndolo, pone en entredicho más de unestrato ideológico (canon estético, divisamoral o doctrina política) de estos tiemposque nos han tocado vivir. Como en los textoscanónicos de su género (¿su género?), pri-meramente en Livadia resalta la etología delos personajes del viaje: el viajero mismo, la

dueña del hostal, la mujer deseada, el barco,la frontera, —«membranas estatales»— y elMal, o lo que es lo mismo: el peligro, ya seatormenta, rufianes (cosacos zaporozhets) o lafrase passportny kontrol gritada en medio deun tren que avanza. Sólo que no se trata aquídel simple viaje de placer o, como dijeraBrodsky, de «una forma espacial de autofir-mación» (algo así como un viaje hemingwa-yano), sino más bien de la imbricación entre:

a) un ser nacido para un coto cerrado: uncubanob) un escritorc) un hombre al que le gusta el dineroDe ahí la explosión… Alguien escribió

que entre los más notables escritores cuba-nos de este siglo (Lezama, Piñera, Sarduy,Cabrera Infante, Arenas…), sólo Carpentierrepresentaba el verdadero «ciudadano» delmundo, el único capaz (o dotado) de desli-garse de la florida isla: también de la Floriday de la Isla, como es el caso ahora de JoséManuel Prieto.

Por eso lo de erosión de estratos simbóli-cos, pues nada ha estado más lejos de nuestrocanon nacional que el cosmopolitismo dealgunas de nuestras mentes —definitivamen-te situación incómoda, a veces pasto de la crí-tica, de la incomprensión o de cierta concep-ción de «lo ajeno», lo que no entra… Canoncomo regla, como catálogo; también comocañón. Si al escoger atmósferas y escenariosrusos, Prieto se sale del canon de nuestranarrativa, de soslayo, como una tangente,quizás también como tras unos goggles quefacilitan la visión durante la noche, el autorve (lo deja ver) luces esenciales para nuestroSer nacional. Ve luces: y con él, nosotros.

Partamos de esa pasión brodskyana proSan Petersburgo que ya José Manuel Prietohabía dejado entrever. Ciudad de mar, deafluentes y deltas, de marinos, de vida públi-ca, de entradas y salidas, de comercio; puertaque da a Occidente… Dos cuentos que leanteceden dan muestra del juego entreenquistamiento y explosión en el espírituruso: My brave face, quizás verdadero embriónde Livadia, zona de estepas, de viajes en tren,de violencia, de amor… y Nunca antes habíasvisto el rojo: explosión de vanidad y luces cita-dinas. A Prieto le toca el tradicional cosmo-348

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politismo ruso, producto de un ancilar espí-ritu y política de feudo. De ahí este (otro)modo del Ser ruso como explosión: eléxodo, la imitación, la vanalidad, el tráfico.

Como los rusos, también nosotros hemosestado mirando a Occidente durante muchotiempo. Y esto a Prieto también le toca. Naci-do en un lugar igualmente feudal, receñido,el caso cubano no puede esconder su explo-sión, su ser trivial e intrascendente, suéxodo, su mercadeo, su espíritu económico,a pesar del desacuerdo de nuestros PadresFundadores y de nuestras cabezas rectoras.No se trata aquí de jocosidad, de bulliciosolariego, de mulata ni de choteo: manidasresistencias nacionales; sino del —otrora yactual— constante martilleo cubano entreviaje, prosperidad económica y proyecto devida (lo que en Livadia es mariposa exótica,mujer o escritura misma); se trata de búsque-da (término ambivalente en estos tiempos)de vivencia (hecho que, según el Larousse, elindividuo incorpora a su personalidad) y dela más cruda sobrevivencia.

Se trata, en fin —en esta novela dondeno hay neurosis, sino estallido, desacato—de un pragmatismo que hace al protagonis-ta preguntarse: «¿Qué estaba haciendo allí,acostado sobre aquella cama baja, en la casade una desconocida? ¿No debía estarhaciendo algo, logrando algo, acumulandoalgo?» Pueblo, provincia, país: cama baja,como para tantos otros, han devenidopunto de enquistamiento para este persona-je: definitivamente «ciudadano del mundo».Por eso, insisto, lo del viaje, no como simple«forma espacial de autoafirmación», sinocomo explosión; y más allá, el tráfico, el con-trabando mismo como hipérbole y funcio-nalidad de ese viaje.

También Rimbaud se debate entre viaje,comercio y escritura. Han sido precisamentelos responsables de un timorata hagiografíarimbaudiana los primeros en exclamar ¿cómoes posible? ante la humana duplicidad de suobjeto de estudio: suerte de Jekyll & Hydeque los Poderes (la Iglesia, la Escuela, labuena Moral) han preferido ocultar. En lamisma época en que Rimbaud organiza unaexpedición con 2000 fusiles para el reyMenelik II, futuro emperador de Etiopía, y

en las mismas tierras en las que el tálero delSanto Imperio Germánico es nombradoabou gnouchto o padre de la satisfacción, Rim-baud recibe una carta del ingeniero suizoAlfred Ilg, el 16 de septiembre de 1889, en laque lo increpa de este modo: «Cualquieradiría que la fiebre de vendedera de Bré-mond es epidémica, y usted está enfermohasta el cuello. Vender blocs de notas a per-sonas que no saben escribir y que ni siquieraconocen los usos secretos de semejantes ins-trumentos, es verdaderamente el colmo».

Pero Rimbaud no descansa: conocerá aldetalle el mercado del café, el del oro, mar-fil, perfumes, pieles y hasta plumas de aves-truz, con la misma insistente pragmática conla que en los primero libros de viaje se dabacuenta del clavo de la isla de Ambón, de lacanela d Ceilán o del jenjibre de la China; lamisma despiadada pragmática de AméricoVespucio en carta a Lorenzo de Médicis, en1501, según la transcribe el personaje-narra-dor de Livadia, «la boca haciéndosele agua»ante una carga de «sándalo rojo y blanco,madera de áloe, alcanfor, ámbar, cañas,mucha laca, mumia, añil y atutia, opio, áloehepático, canela en rama y muchas otras dro-gas que sería cosa larga de detallar…». ■

Leer el teatro cubanoCarlos Espinosa Domínguez

Esther Sánchez-Grey AlbaTeatro Cubano Moderno. DramaturgosEdic. UniversalMiami, 2001, 206 pp.

De todas las manifestaciones artísticasproducidas por los cubanos de la diás-

pora, el teatro es, me atrevo a afirmar, lamenos estudiada y, por eso mismo, la que seconoce menos y no siempre de manera ade-cuada. En ello influye su propia naturalezaefímera ya que, a diferencia de la literatura, 349

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el cine, la música o las artes plásticas, nodeja huellas una vez que concluye. ¿Quéqueda de una puesta en escena, una vez quefinaliza la temporada y la obra es bajada decartel? Casi nada: un programa de mano, uncartel, algunas fotos, una o dos reseñas críti-cas, tal vez la grabación de una de las repre-sentaciones en vídeo. Todo ello insuficientepara tener una idea aproximada de lo quefue ese acto único e irrepetible que es elhecho escénico.

La historia del teatro cubano en el exilio,que aún está por recopilar y escribir, seremonta más atrás de lo que muchos creen yde lo que otros, para provecho propio, pre-tenden hacer ver. Ya desde los tempranosaños sesenta surgieron en Nueva York yMiami los primeros grupos y se estrenaronlas primeras obras, algunas de ellas escritasya en esta orilla. Se iniciaba así un procesoque se ha mantenido activo hasta hoy y que,

desde la década de los ochenta, está cono-ciendo su etapa más rica y fecunda. Algo deesa historia se ha ido conociendo en los últi-mos años, debido al esfuerzo de críticos einvestigadores como José A. Escarpanter,Matías Montes Huidobro, Lillian Manzor y elrecientemente fallecido Juan Carlos Martí-nez, la mayoría de los cuales desarrollan sulabor desde la cátedra universitaria. Graciasa ellos, poco a poco va emergiendo un icebergdel cual, no obstante, una parte considera-ble permanece aún bajo el agua.

Una aportación valiosa en este sentido, eseste libro en el que Esther Sánchez-GreyAlba ha recopilado dieciocho trabajos críti-cos que, a excepción de uno, dedicado a larevista teatral Prometeo, tienen como temacentral de estudio la producción dramatúr-gica cubana del siglo xx. En el primero delos textos, la profesora e investigadora seocupa de la obra de José Antonio Ramos

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(1885-1946), el primer nombre significativode nuestra dramaturgia en la pasada centu-ria; en el último, analiza la obra del cubano-americano Nilo Cruz (1959), representantede la última promoción de autores surgidosen el exilio. A lo largo de las doscientas pági-nas, Esther Sánchez-Grey Alba va estudiandoatentamente a dramaturgos hoy olvidadoscomo Ramón Sánchez Varona, Marcelo Sali-nas y Luis A. Baralt; a otros de importanciaincuestionable como Virgilio Piñera; parallegar, finalmente, a creadores como Leopol-do Hernández, Julio Matas, Matías MontesHuidobro, José Corrales, Iván Acosta yPedro Monge Rafuls, quienes han escrito yestrenado toda su producción o parte de ellafuera de la Isla. La autora admite, no obs-tante, que su libro «no pretende ser una his-toria del teatro cubano, ni siquiera una anto-logía, porque ello implicaría un criterio deselección que no ha habido». Y aunque reco-noce que de haberlo seguido los nombresque aquí aparecen hubieran sido incluidos,«pudiera decirse con razón que faltan algu-nos que debieron aparecer». En efecto, elamplio y representativo panorama quecubre el volumen se hubiese completado yenriquecido notablemente con la incorpora-ción de trabajos sobre Manuel Martín, Dolo-res Prida, Manuel Pereiras, Raúl de Cárde-nas, Eduardo Manet, Héctor Santiago yMaría Irene Fornés.

Esther Sánchez-Grey Alba ha realizadouna lectura tan atenta como amorosa de laobra de todos esos autores. Para ello tuvoque recurrir, en varios casos, a copias de losoriginales, dado que muchos de los textospermanecen inéditos e incluso sin estrenar.De ese modo, pone en manos del lector unavaliosa documentación acerca de unas obrascuya existencia, de otra manera, no conoce-ríamos. Desarrolla un discurso analíticoordenado, claro, despojado de tecnicismossuperfluos, que presta especial atención aaspectos como el tema, la estructura, la con-cepción de los personajes, así como lo quecada autor aporta a la creación de una dra-maturgia nacional y de «lo cubano» en elteatro, término que ella entiende «no comoestereotipos prefigurados sino como lo esen-cial y auténtico, que es lo permanente». ■

La casa colonial cubanaIleana Pérez Drago

Llilian LlanesFotografía: Jean-Luc de LaguarigueCasas de la Vieja CubaEditorial NereaGuipúzcoa, 1999, 199 pp.

Acabo de regresar de la habana y meencuentro con el libro Casas de la vieja

Cuba, de Llilian Llanes. Pienso entonces enlo que he visto en los últimos días, una mez-cla de Sarajevo y Cartagena de Indias.

El avance de la rehabilitación del Cen-tro Histórico en la franja Catedral-PlazaVieja y Avenida del Puerto-calle San Igna-cio es sorprendente. En los últimos seisaños ha sido acelerada la recuperación deesta zona a la par que el deterioro del resto.Pero al menos la Habana Vieja tiene espe-ranza, algo de lo que carecen Centro Haba-na y otros barrios también valorados de laCiudad.

La excepcional dinámica, liderada por laOficina del Historiador de la Ciudad de LaHabana, es consecuencia directa de losmedios que generan las empresas creadasdentro y fuera de su estructura y parte decuyos beneficios se invierten directamenteen la recuperación del Centro Histórico.

Numerosos hoteles, hostales, restauran-tes y cafés, casi tan consecutivos como enEspaña, hacen de este tramo de ciudad unoasis para el turista, complementado con lacalle Obispo. Y digo para el turista, no por-que los cubanos tengan prohibida explícita-mente la entrada, sino porque la monedaexigida es el dólar norteamericano a preciosde globalización.

Volviendo al libro, la autora nos ha acer-cado en anteriores publicaciones a temas dela arquitectura y la construcción en Cuba,con interesantes datos para los especialistas.(Apuntes para la historia de los constructorescubanos, 1986 y La transformación de La Haba-na a través de la arquitectura,1993). 351

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Esta vez se trata de un libro panorámicosobre la casa colonial insertada en el contextosocioeconómico que la determina. Adecua-do para el público general, nos ofrece datossobre la Isla de Cuba, las costumbres de suspobladores y la evolución de la arquitecturadoméstica, principalmente de la aristocracia,aunque también hace referencia a la vivien-da campesina y de clase media.

El lector podrá disfrutar de un textoameno, apoyado por curiosas citas de viaje-ros y personajes de la época. La sensibilidaddel fotógrafo penetra los interiores de la casacubana y nos deja apreciar además del espa-cio arquitectónico, la decoración y el mobi-liario de dormitorios, salones y comedores.

Aunque ofrece un panorama de toda laIsla, La Habana tiene una relevante presenciaen este libro. Por su importancia conocida, lacapital siempre tuvo un desarrollo arquitec-tónico y urbanístico desproporcionado conrespecto a las restantes ciudades del país. Noobstante, las variaciones que se introducenen los detalles de la decoración de las casasprovincianas, así como en algunos aspectosde su espacialidad y en la adaptación a los ele-mentos topográficos concretos, son la princi-pal muestra de su propio valor.

Casas de la vieja Cuba es un libro reco-mendable para el que desee tener una visióngeneral de la evolución de la arquitecturadoméstica en la época colonial. ■

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