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JOSÉ LEZAMA LIMA

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JOSÉ LEZAMA

LIMA

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JORGE LUIS ARCOS*

J SÉ L AMA LIM (Fragmento)

Caso aparte resulta [José] Lezama [Lima] , la filosofía, la aprehensión integral del ser, descomunal incorporación de la cultura y que encontró finalmente en la razón

universal a su sistema poético del mundo, poética su vía de acceso a una suerte de a su concepción de la cultura como una sabiduría unitiva, tanto en ella como en los

segunda naturaleza, a su validación cog- poetas antes mencionados desde presu­noscitiva de la imago. La poesía de Leza- puestos católicos evidentes. Precisamente ma significa la aventura poética más abso- su catolicidad esencial, más su naturaleza

luta emprendida en el ámbito del idioma. poética, les impedía desdeñar el mundo de Hay que recurrir a los grandes poetas de la las apariencias . Si para ellos el centro de la

contemporaneidad para encontrarle pari- realidad es trascendente, sólo podrían guales: Rilke, Celan, Pound, Eliot, Perse, y revelarlo a través de las apariencias, como aún así su poesía continúa siendo una ex- aportándole más ser a la propia realidad , periencia única, irrepetible. Una poesía tan como tambíen supo ver Octavio Paz en la volcada hacia el conocimiento, hacia la poesía de Vitier. Pero es en la poesía de penetración del ser de la realidad, tenía Lezama donde ese exceso de realidad se

que establecer determinadas correspon- torna más inaudito. Su afán de unión o dencias con el conocimiento filosófico y igualación con Dios o con un principio crea­teológico. Lezama ha sido calificado de dor, genésico, es tan poderoso, que Le­poeta teólogo. Pero en general , tanto la zama parece recrear, o crear de nuevo, poesía del autor de Muerte de Narciso, co - toda la realidad. Su poder incorporativo no mo la de Vitier y García Marruz se nutren conoció límites. Y el "cubrefuego" de su

de un acendrado pensamiento aunque imagen, dador de una potencia de conoci­siempre desde una raíz poética. Por eso miento, de un apoderamiento de zonas les fue tan cercana la lección de María desconocidas de la realidad, de un poder Zambrano, quien buscaba, aunque desde cristalizador de cuerpos, materias, sustan-

Los poetas de Origenes. seleCCión. prólogo. bibliografía y notas de Jorge LUIS Arcos. Fondo de Cultura Económica. México. 2002. 454 pp.

cias como no había acaecido antes en la poesía de la lengua.

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NÚMERO 118 JULIO-AGOSTO DE 2010' $39.00

PLAZA DE LA CIUDADELA 4, CENTRO HISTÓRICO

DE LA CIUDAD DE MÉXICO, CP 06040.

TELÉFONO 4155 0830, EXTENSIONES 3851 Y 3858

CORREO ELECTRÓNICO

[email protected] CERTIFICADO DE LICITUD DE TITULO NÚM. 6270

CERTIFICADO DE LICITUD DE CONTENIDO NÚM. 4380

CONSE.JO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES PIU!lllDEllTA CONSUELO sAlZAR

DIRECTOR GENERAL DE BIBLIOTECAS FERNANDO ÁLVAREZ DEL CASTILLO

REVISTA BIBLIOTECA DE MÉXICO DlIIEC10R FUNDADOR JAIME GARCIA TERRÉS t DIRECTOR: EDUARDO LIZALDE

EDITOR: JOSÉ ANTONIO MONTERO

SECRETARIO DE REDACCiÓN: JOSÉ DE LA COLINA

CONSE.IEROS FUNDADORES: JUAN ALMELA,

FERNANDO ALVAREZ DEL CASTILLO, MIGUEL

CAPISTRÁN. ADOLFO ECHEVERRIA. vlCTOR TOLEDO

y RAFAEL VARGAS

:::::!,-:_::W:",:' MIGUEL GARCIA RUIZ 4U($' ...... lriwl I11II&I: MARlNAGRAF MARTADONls

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JULIO CORTÁZAR*

PARA LLEGAR A JOSÉ LEZAMA LIMA

(Fragmentos)

En diez dias . interrumpiéndome

para respirar y darle su leche a

mi gato Teodoro W. Adorno , he

leído Paradiso , cerra ndo (¿ce­rrando?) el itinerario que hace

muchos años iniciara con la lec­

tura de algunos de sus cap ítulos

ca idos en la rev ista Origenes como otros tantos objetos de

Tlbn o de Uqbar. No soy un críti­

co : algún día , que sospecho leja­

no, esta suma prodigiosa encon­

trara su Maurice Blanchot, por­

que de esa raza debera ser el

hombre que se adentre a su lar­

vario fabuloso. Me propongo so­lamente señalar una ignorancia

vergonzosa y romper por ade-

de esa ignorancia; leer a Le - tismo, y Lezama no sólo es her-

zama es una de las tareas mas

arduas y con frecuencia mas irri­

tantes que puedan darse. La

perseverancia que exigen escri­

tores de frontera como Raymond

Roussel , Hermann Broch o el

maestro cubano es infrecuente

incluso entre "especialistas", y

de ahí que en el club sobren los

sillones. Borges y Paz (vuelvo a

citarlos para colgar el blanco en

lo mas alto del arbol de nuestras

tierras) le llevan a Lezama la

ventaja de que son escritores

meridianos, casi diría apolíneos

desde el punto de vista del per­

fecto ajuste expresivo, del siste-

lantado una lanza contra los ma - ma coherente de su espíritu. Sus

lentendidos que la seguiran

cuando Latinoamérica oiga por

fin la voz de José Lezama Lima .

De la ignorancia no me asom­

bro ; también yo desconocía a

Lezama doce años atras, y fue

preciso que Ricardo Vigón, en

Paris, me hablara de Oppiano Licario que acababa de publicar­

se en Orígenes y que ahora cie­

rra (si es que algo puede cerrar­lo) Paradiso. Dudo de que en

esos doce años la obra de Le­

zama haya alcanzado la presen­

cia activa que en un plazo equi­valente fueron logrando la de un

Jorge Luis Borges o la de un

Octavio Paz, a cuya altura esta

dificultades y aun sus oscurida­

des (Apolo puede ser también

nocturno, bajar al abismo para

matar a la serpiente Pitón) res­

ponden a la dialéctica que evoca Le cimetiére marin:

... Mais rendre la lumiere

Suppose d 'ombre une mome moitie.

Extremos puntos de tensión de

un arco de raíz mediterranea,

ceden lo mejor de su fuerza sin

los tres enigmas previos que

haran del lector de Lezama un

Edipo perpetuo. Y si digo que ello

constituye una ventaja de aqué­

llos sobre éste, me refiero casi sin la mas mínima duda. Raza - éticamente a los lectores que

nes de dificultad instrumental y detestan los trabajos de Edipo,

esencial son una primera causa que optan por la maxima cosecha

• Julio Cortazar, La vuelta al día en ochenta mundos, siglo XXI editores , México, 1969, 224 pp.

con el mínimo de riesgo. En la Argentina , en todo caso, se tien­

de a hurtarle el cuerpo al herme-

2 Biblioteca de Méxic

mético en sentido literal por cuan­

to lo mejor de su obra propone

una aprehensión de esencias por

vía de lo mítico y lo esotérico en

todas sus formas históricas, psí­

quicas y literarias vertiginosa­

mente combinadas dentro de un

sistema poético en el que con fre­

cuencia un sillón Luis xv sirve de

asiento al dios Anubis , sino que

ademas es formalmente herméti­

co, tanto por un candor que lo

lleva a suponer que la mas hete­

róclita de sus series metafóricas

sera perfectamente entendida

por los demas, como porque su

expresión es de un barroquismo

original (de origen , por oposición

a un barroquismo lúcidamente

mis en page como el de un Alejo

Carpentier). Se ve, pues, lo difícil

que resulta entrar en el club

cuando tantas dificultades se van

sumando para trabar el goce de

una lectura, salvo si .el goce

comienza con las dificultades

mismas, puesto que yo empecé

por leer a Lezama como quien

trata de resolver la cifra de me­

ssunkaSebr A.icefdok. segnitta­

murtn, etcétera, que finalmente

se aclara en: Descends dans le cratére du Yocul de Sneffels .. . ; se diría que la prisa y el senti­

miento de culpa que suscita la

proliferación bibliográfica llevan

al lector contemporáneo a des­cartar, muchas veces irónica­

mente, todo trovar clus. A ello se

suman los falsos ascetismos y

las solemnes anteojeras de la especialización mal entendida,

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contra la que se alza hoy en buena hora una actitud como la

lectores: ¿dónde empieza la no­vela , dónde cesa el poema, qué

estructuralista . Todavía un Goe- significa esa antropología imbri­the alcanzaba a fundir al filósofo cada en una mántica que es tam­y al poeta, ya querellados en su bién un folklore tropical que es siglo, por obra de una avasalla- también una crónica de familia? dora intuición unitiva ; hasta Se habla mucho en nuestros días Thomas Mann (hablo ahora de de ciencias diagonales, pero el novelistas) pareció que esa coe- lector diagonal se tomará su xistencia se mantenía viva en autor y lectores, pero es un he­cho que ya la obra de un Robert Musil, para ceñirse al campo de expresión germánica, se vio pri­vado del eco universal que hubie­ra debido encontrar. Aunque se trate de un mismo lector, éste tiende hoya adoptar una actitud especializada según lo que esté leyendo, resistiéndose a veces

de manera subconsciente a toda

obra que le proponga aguas mez­cladas, novelas que entran en el poema o metafísicas que nacen con el codo apoyado en un mos­trador de bar o en una almohada de quehacer amoroso. Acepta moderadamente la carga extrali­teraria de cualquier novela, pero siempre que el género conserve sus prerrogativas básicas (que nadie conoce bien, dicho sea de paso, pero ésta es otra cuestión). Paradiso, novela que es también un tratado hermético, una poética y la poesía que de ella resulta, encontrará dificultosamente a sus

tiempo en aparecer y Paradiso, tajo al sesgo en esencias y pre­sencias , conocerá la resistencia que le opone el haz de las ideas recibidas. Pero el tajo ya está dado; como en la historia china del perfecto verdugo, el decapita­do sigue en pie sin saber que apenas estornude su cabeza ro -dará por el suelo.

Si la dificultad instrumental es la primera razón de que se igno­re tanto a Lezama, las circuns­

tancias de nuestro subdesarrollo político e histórico son la segun­da. Desde 1960 el miedo, la hi­pocresía y la mala conciencia se aliaron para separar a Cuba y a sus intelectuales y artistas del resto de Latinoamérica . Los ya conocidos, Guillén , Carpentier, Wilfredo Lam, salvaron y salvan la barrera por la vía de un presti­gio internacional anterior a la re­volución cubana , que obliga a ocuparse de ellos cuando llega el momento. Lezama, ya enton­ces inexcusablemente al mar-

3 Bibliot eca de México

JOSÉ LEZAMA LIMA

(1910-1976)

Se abre este número de la

revista con una memoria y

breve homenaje a Lezama

Lima, de cuyo nacimiento

se cumple el centenario.

Turbulenta ·y compleja la

extensa obra del cubano,

que concebida como se sa­

be sin contemplaciones pa­

ra ninguna clase de lector y

tardíamente, con la natural

resistencia del contexto crí­

tico intolerante en el que le

tocó vivir durante las dos úl -

timas décadas de su vida ,

terminó después de su

muerte por convertirse en

uno de los mayores astros

de la gran literatura cubana

y latinoamericana del siglo

xx. El texto de Julio Cortázar,

Para llegar a Lezama Lima, que fragmentariamente aquí

se publica en primer térmi­

no, pertenece al libro La vuelta al día en ochenta mundos (1969). Creo es

fundamental ese larguísimo

ensayo del argentino. que

se violentaba entonces por

la sordera que en esos años

había en Cuba frente a la

obra de tantos artistas y poetas cubanos "que se ven

forzados a vivir y a trabajar

en un aislamiento del que. lo

menos que puede decirse. es qye da asco y vergüen-5- {son palabras del autor de Rayuela en esos años).

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gen de las tablas valorativas de los magisters peruanos ο mexi­canos ο argentinos, ha quedado del otro lado de la barrera hasta υπ ρυπΙο θΠ que incluso aquellos

abundan θΠ su prosa Υ que, por contraste con la sutileza Υ la hon­dura del contenido, suscitan θΠ el lector superfιcialmente refιnado

υπ movimiento de escandalo e

para πο seguirlo θΠ su implacable sυmersίόπ θΠ aguas profundas. ΕΙ hecho incontrovertible de que Lezama parezca decidido a πο escribir jamas correctamente υπ

que han oido su nombre Υ qui- impaciencia que casi nunca es nombre ΡΓορίο ingles, frances ο sieran leer Tratados en La Ha- capaz de superar. Si a eso se ruso, Υ de que sus citas θΠ idio­bana, Ana/ecta de/ re/o}, La fije- suma que las ediciones de los lί- mas extranjeros esten constela­za, La eΧΡresiόn americana ο bros de Lezama suelen estar das de fantasias ortograficas, Paradiso, πο pueden πί podran muy mal cuidadas tipografica- induciria a υπ intelectual riopla­conseguir ejemplares. Tanto θl mente, Υ que Paradiso diste de tense tίpico a νθΓ θΠ θl υπ πο

como muchos otros poetas Υ ser una eχceΡcίόπ, πο puede ex- menos tίpico autodidacto de pais artistas cubanos se νθΠ forzados traiiar que a las perplejidades de subdesarrollado, 10 que es muy a νίνίΓ Υ a trabajar θΠ υπ aisla- fondo se sume la impaciencia exacto, Υ a encontrar θΠ eso una miento del que 10 menos que puede decirse es que da asco Υ vergϋeΠΖa . Desde luego, 10 que importa es cerrar el paso al

que producen las extravagancias jυstίfιcacίόπ para πο penetrar θΠ ortografιcas ο gramaticales don- su verdadera dίmeπsίόπ, 10 que de trastabillan los ojos del dόmί- es muy lamentable. Desde luego Πθ que casi todos Ilevamos den- θΠΙΓθ los argentinos idiosincrasi-

comunismo totalitario. ιΡara- tro. Cuando hace aiios comence diso? Nada que merezca ese a mostrar ο a leer pasajes de nombre puede νθπίΓ de seme­jante infierno. Duerma usted tranquilo, la ΟΕΑ vela su sueiio.

Lezama a personas que πο 10 conocian, el asombro que provo­caba su vίsίόπ de la realidad Υ la

Queda, quiza, una tercera Υ osadia de las imagenes que la mas agazapada raΖόπ del torvo comunicaban, se veia casi siem­silencio que θπνυθlνθ la obra de pre mitigado por una amable ίΓΟ­Lezama; voy a hablar de ella sin nia, por una sonrisa de perdona­pudor alguno precisamente por- vidas. Νο tarde θΠ darme cuenta que las escasas criticas cubanas que conozco de esa obra πο han querido mencionarla, Υ θΠ cam­bio conozco su fuerza negativa θΠ manos de tantos fariseos de nuestras letras. Me ΓθfιθΓo a las incorrecciones formales que

de que entraba allί θΠ accίόπ υπ

rapido mecanismo de defensa, Υ que los amenazados de absoluto se apresuraban a magnifιcar las tachas formales como υπ pretex­to acaso inconsciente para que­darse de este lado de Lezama,

4 Biblioteca de Mexico

cos la cοrreccίόn formal θΠ el escribir como θΠ el vestir es siempre una garantίa de serie­dad, Υ cualquiera que anuncie que la tierra es redonda con υπ "estilo" aceptable merecera mas respeto que υπ cronopio con una papa θΠ la boca pero cOn mucho que decir atras de la papa. Si hablo de la Argentina es porque la COnOZcO υπ pOCO, pero tambien cuando estuve θΠ Cuba me θΠ­contre con jόveπes intelectuales que se sonreian ίrόnίcamente al recordar cόmο Lezama suele pronunciar caprichosamente el nombre de algύn poeta extranje-

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ro; la diferencia empezaba en el

momento en que esos jóvenes,

puestos a decir algo sobre el

poeta en cuestión, se quedaban

en la buena fonética mientras

que Lezama, en cinco minutos de

hablar de él, los dejaba a todos

mirando para el techo. El subde-

sarrollo tiene uno de sus índices

en lo quisquillosos que somos

para todo lo que toca la corteza

cultural, las apariencias y chapa

en la puerta de la cultura. Sabe­

mos que Dylan se dice Dílan y no

Dáilan como lo dijimos la primera

vez (y nos miraron irónicos o nos

corrigieren o nos olimos que algo

andaba mal); sabemos exacta­

mente cómo hay que pronunciar

Caen y Laon y Sean O'Casey y

Gloucester. Está muy bien, lo

mismo que tener las uñas limpias

y usar desodorantes. Lo otro em­

pieza después, o no empieza.

Para muchos de los que con una

sonrisa le perdonan la vida a Le­

zama, no empieza ni antes ni

después, pero las uñas, se lo

juro, perfectas.

A la ironía defensiva que se

apoya en falencias de superficie

se suma la que ha de provocar

en muchos la insólita ingenuidad

que aflora en tantos momentos

de la narrativa de Lezama. En el

fondo es por amor a esa ingenui­

dad que hablo aquí de él; más

allá de todo canon escolar, sé de

su penetrante eficacia; mientras

tantos buscan, Parsifal encuen­

tra, mientras tantos hablan,

Mishkin sabe. El barroquismo de

complejas raíces que va dando

en nuestra América productos

tan disímiles y tan hermanos a la

vez como la expresión de Vallejo,

Neruda, Asturias y Carpentier

(no hagamos cuestión de géne­

ros sino de fondos), en el caso

especialísimo de Lezama se tiñe

de un aura para la que sólo en -

cuentro esa palabra aproximado-

ra: ingenuidad. Una ingenuidad

americana, insular en sentido

directo y lato, una inocencia

americana. Una ingenua inocen­

cia americana abriendo eleática-

mente, órficamente los ojos en el

comienzo mismo de la creación,

Lezama Adán previo a la culpa,

Lezama Noé idéntico al que en

los cuadros flamencos asiste

aplicadamente al desfile de los

animales: dos mariposas, dos

caballos, dos leopardos, dos hor­

migas, dos delfines... Un primiti­

vo que todo lo sabe, un sorbon-

nard cumplido pero americano

en la medida en que los albatros

disecados del saber del Ecle-

siastés no lo han vuelto a wiser

arid a sadder man sino que su

ciencia es palingenesia, lo sabi­

do es original, jubiloso, nace

como el agua con Tales y el

fuego con Empédocles. Entre el

saber de Lezama y el de un

europeo (o sus homólogos rio-

platenses, mucho menos ameri­

canos en el sentido al que apun­

to) hay la diferencia que va de la

inocencia a la culpa. Todo escri­

tor europeo es "esclavo de su

bautismo", si cabe parafrasear a

Rimbaud; lo quiera o no, su deci­

sión de escribir comporta cargar

con una inmensa y casi pavorosa

tradición; la acepte o luche con­

tra ella, esa tradición lo habita, es

su familiar o su íncubo. ¿Por qué

escribir, si de alguna manera ya

todo ha sido escrito? Gide obser­

vó sardónicamente que como

nadie escucha, hay que volver a

decirlo todo, pero una sospecha

de culpa y de superfluidad mue­

ve al intelectual europeo a la más

extrema vigilancia de su oficio y

de sus medios, única manera de

no rehacer caminos demasiado

andados. De ahí el entusiasmo

que producen las novedades, el

asalto en masa a la nueva reba­

nada de lo invisible que alguien

ha conseguido corporizar en un

libro; basta pensar en el simbo­

lismo, el surrealismo, el "nouve-

au román": por fin algo verdade­

ramente nuevo que no se habían

sospechado ni Ronsard, ni Sten­

dhal, ni Proust. Por un tiempo se

puede dejar dormir el sentimien-

(VIENTWEM

ite I

Pero sobre todo es i

portante destacar en la ap,

sionada defensa de Cortá'^

zar esas líneas sobre el

enorme desafío que se pn

sentaba, entonces y aho

al leer al instrumentalment

intrincado y crítico autor dej

Paradiso, a cuya complica­

ción se agregaba el huracán

de erratas que las primeras

ediciones de sus libros pa­

decieron en su isla; died

Cortázar:

"... Leer a Lezama

una de las tareas más

duas y con frecuencia más|

irritantes que puedan dar­

se", pero más adelante

pone con lucidez y convi^

ción que esa tarea terriblej

vale la pena para descu

a un hombre de genio.

Léase el texto de C

tazar, como el de Octavi

Paz en 1978 o el de Julio

Ortega en 1981, para apre­

ciar las justas dimensiones

que los grandes y agudos

escritores y críticos logra­

ron descubrir a tiempo ei

las páginas del enorme

oscuro caribeño. Hay qu

leer también los luminosos

fragmentos poéticos y pro­

sísticos del propio Lezama

que aquí se publican.

Cerramos el número con

otros materiales sobre Al­

bert Camus, de cuya muer­

te se cumple medio siglo,

incluido un texto de Jean

Paul Sartre, su grande cole­

ga y maestro, con el que

tuvo al fin de su vida doloro-

sas diferencias.

E. L.

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B i b l i o t e c a d e M é x i c o

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Reinaldo González, Reynaldo Arenas, José Lezama Lima y Emmanuel Carballo en la puerta de Trocadero 162

to de culpa ; hasta los epígonos llegan a creer que están hacien­do algo nuevo. Después, despa­

cio, se vuelve a ser europeo y cada escritor amanece con su albatros colgado del pescuezo.

Entre tanto Lezama en su isla amanece con una alegría de prea­damita sin corbata de pájaro, y no

se siente culpable de ninguna tra­dición directa. Las asume todas, desde los hígados etruscos hasta Leopold Bloom sonándose en un pañuelo sucio, pero sin compro­miso histórico, sin ser un escritor francés o austriaco; él es un cuba­no con un mero puñado de cultu­ra propia a la espalda y el resto es conocimiento puro y libre, no res­ponsabilidad de carrera. Puede escribir lo que le dé la gana sin decirse que ya Rabelais, que ya Marcial. .. No es un eslabón de la

de esa inocente libertad, de esa libre inocencia. Por momentos, leyendo Paradiso, se tiene una

impresión extraplanetaria ; ¿cómo es posible ignorar o desafiar a tal punto los tabúes del saber, los no escribirás así de nuestros manda­mientos profesionales vergonzan­tes? Cuando asoma el inocente

americano, el buen salvaje que atesora los dijes sin sospechar que no valen nada o que ya no se estilan, entonces pueden ocurrir dos cosas con Lezama. Una, la que cuenta: lo genial irrumpe sin los complejos de inferioridad que tanto nos agobian en Latinoa­mérica, con la fuerza primordial

del robador del fuego. La otra, que hace sonreír a los acomplejados, a los impecablemente cultos, es el lado aduanero Rousseau, el lado papelón a lo Mishkin, el hombre

cadena, no está obligado a hacer que en Paradiso, después de un más o mejor o diferente, no nece­sita justificarse como escritor. Tanto su increíble sobreabundan­cia como sus carencias proceden

pasaje extraordinario, pone punto y aparte y dice con la tranquilidad más absoluta: "¿Qué hacia mien­tras transcurría el relato de sus

6

ancestros familiares, el joven Ricardo Fronesis?"

Si estoy escribiendo estas pá­

ginas es porque sé que párrafos como el citado pesarán más en la ponderación de los dómines que la prodigiosa invención con que

Paradiso vuelve a proponerse el mundo. Y si cito la frase sobre el

joven Fronesis es porque también me molestan esa y muchísimas otras cursilerías, pero sólo en la medida en que puede molestarme una mosca posada en un Picasso o un maullido de mi gato Teodoro

mientras estoy escuchando mú­sica de Xenakis. La impotencia frente a lo intrincado de una obra disfraza su retirada con los pretex­tos más superficiales -puesto que de la superficie no ha pasado-. Así, conocí a un señor que jamás escuchaba discos de música clási­ca porque, según él, el chirrido de la púa le impedía gozar de la obra en su total perfección; sentado tan exigente criterio, se pasaba el día escuchando una de tangos y be-

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leras que daba miedo. Cada vez

que cito un pasaje de Lezama y cosecho una sonrisa y un cambio

de tema , pienso en ese señor: los incapaces de acceder a Paradiso

se defenderán siempre asi, y para ellos todo será ruido de púa , mos­

ca y maullido. En Rayuela defini y ataqué al lector-hembra, al inca­paz de la verdadera batalla amo­

rosa con una obra que sea como el ángel para Jacob. Si se dudara

de la legitimidad de mi ofensiva,

baste entender el doble sistema posible de lectura de la novela, y de ahi pasaron al poI/ice verso

después de asegurar patética­mente que la habian leido "de las dos maneras que indica el autor",

cuando lo que proponía el pobre

autor era una opción y jamás hubiera tenido la vanidad de pre­

tender que en nuestros tiempos se leyera dos veces un mismo libro.

¿Qué esperar entonces del lector­hembra frente a Paradiso que,

como decía el personaje de Lewis

Carroll , sería capaz de poner a prueba la paciencia de una ostra?

Pero no hay paciencia allí donde empieza por no haber humildad y esperanza, donde una cultura

condicionada , prefabricada, adula­da por los escritores que cabría lla­

mar funcionales , con rebeliones y heterodoxias cuidadosamente

delimitadas por los marqueses de Queensberry de la profesión , rechaza toda obra que va verda­

deramente a contrapelo. Capaz de hacer frente a cualquier dificultad literaria en el plano intelectual o

sentimental siempre que se ajuste a las leyes del juego de Occidente,

dispuesta a jugar los más arduos ajedreces proustianos o joycianos que comporten piezas conocidas y estrategias adivinables, retrocede

indignada e irónica apenas se la invita a conocer un territorio ex­tragenérico, batirse con una len­gua y una acción que responden a un sistema narrativo que no nace

de los libros sino de largas leccio­

nes de abismo; y he aquí que por fin he podido colocar la razón de

mi epigrafe, y es tiempo de seguir

a otra cosa. ¿Una novela, Paradiso? Si , en

cuanto hay un hilo semiconduc­tor - la vida de José Cemi- al que van o del que sa len los múl­tip les episodios y relatos cone­xos o inconexos. Pero ya de en­

trada ese "argumento " tiene características curiosas. No sé si Lezama vio que el desarrollo ini ­

cial del tema llevaría a pensar

con gran regocijo en Tristram Shandy, pues si bien José Cemi

ya está vivo al comienzo del relato y en cambio Tristram, que cuenta su propia vida , ni siquie­

ra ha nacido a mitad del libro , es evidente que el protagonista en

torno al cual se organiza Para ­

diso queda en la penumbra mientras el libro avanza tomán­

dose todo el tiempo necesario para narrar la vida de los abue­los, los padres y los tíos de José

Cemí. Más importante es obser­var que falta en Paradiso lo que

yo llamaría el reverso continuo ,

la urdimbre que "hace" una novela por más fragmentarios

que puedan parecer sus episo­dios. No es un reparo, puesto

que lo esencial del libro no de­pende para nada de que sea o

no sea una novela como la que podría esperarse; mi propia lec­tura de Paradiso , como de todo

lo que conozco de Lezama, par­tió de no esperar algo determi­

nado, de no exigir novela , y en­tonces la adhesión a su conteni­

do se fue dando sin tensiones inútiles, sin esa protesta petulan­te que nace de abrir un armario

para sacar la mermelada y en­contrarse en cambio con tres chalecos de fantasía . A Lezama

hay que leerlo con una entrega previa al fatum , así como subi­mos al avión sin preguntar por el color de los ojos o el estado del hígado del piloto; lo que irrita a la inteligencia crítica en su sala de

pesas y medidas es connatural a toda crítica intelígente en su ca -verna de Alí Babá.

7 Biblioteca de MeKico

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SE VERO S AR DU Y*

CARTA DE LEZAMA (1981)

tizo. Como un prisma con frecuencia le doy vuel-

21 de julio 1969 tas a una de sus más significativas afirmaciones: "El mundo sólo se mueve por el malentendido uni-

Sr. Severo Sarduy versal, por el malentendido todo el mundo se pone En París : de acuerdo. Porque si, por desgracia, todo el

mundo se comprendiera, no podría entenderse

Querido amigo: Recibí sus letras en las que me convoca a la fiesta de la piña barroca de Sceaux, según su bella estampa. Pero todo viaje es para mí muy problemático pues como no me acostum­bré a viajar en mi juventud , ya en mi madurez toda traslación adquiere un ritmo histérico, de ultrapre­

ocupaciones banales , insistencias y majaderías. Ya el saltimbanquismo me atrae muy poco, pues, en realidad , quisiera estar un año por París y por Madrid , descansando y reponiéndome, ya que en los últimos años mi salud si no precaria ha sido inestable. Si pudiera hacer el viaje con mi esposa, creo que todo se desenvolvería con un ritmo andantino. Todo se me presenta como un barullo, como nubes acabalgadas, pero después el rayo de la gracia va operando, hasta que el día se con­figura . Usted , sin duda alguna , comprenderá mucho de mis estados de ánimo.

Volvamos a nuestros carneritos. Usted me con­sulta sobre la aparición de la obra en uno o dos tomos. Si los dos aparecieran en el mismo mo­

mento en las librerías , no me disgustaría, sino pre­feriría que fuese en un solo tomo, pues si entre tomo y tomo mediara un tiempo, aunque fuese breve, la unidad de la obra se resentiría en esa espera. Todo intermedio abriría una laguna en el centro de la obra. También comprendo que las ra­zones de la casa editorial para publicar la obra en uno o dos tomos, deben de tener sólida funda­mentación . Usted , con el cariño que en todo mo­mento ha acompañado al Paradíso , y que es una de mis alegrías , sabrá encontrar la diagonal de la fuerza , la mejor solución.

Ya estoy enamoriscado del tono conjunto de Baudelaire, que ustedes van a dar. Espero su regalía , que por sí solo hará una pascua o un bau-

'Los novelistas como críticos (Tomo 11 ), Norma Klahn y Wilfrido H. Corral (compiladores), Fondo de Cultura Económica, México, 1991 , 720 pp.

jamás." Qué certeza para acercarse a nuestros días,

pues si no fuera por la enajenación , la vida actual

no lograría alcanzar su lagos. Al suprimirse la ena­jenación , la vida se convertiría en una llanura de nieve, de la misma manera que ya san Agustín

exigía que existiesen herejes y mucho después Gracián con amarga tolerancia acepta "que este mundo se concierta de desconciertos". Por eso Baudelaire tuvo que pedir ayuda al demonio de la lucidez, especie de .. de la enajenación.

Cariños de J. Lezama Lima

11

.. la piña barroca de Sceaux .. " es más que una

metáfora lezamesca de mi carta de invitación -las ediciones Seuil , donde se publicó Paradíso , en la colección que hoy animo, habían invitado a Leza­ma para la salida del libro en París-; es una reali­dad de la repostería local. En esa naturaleza muerta cuidadosamente dorada y asimétrica , co­mo los bodegones españoles , que es la escritura de Lezama , pero donde los manjares y frutas de la península han sido sustituidos por la chisporrote­ante cornucopia insular, donde el quimbombó y el caimito, la guayaba y el mango desdibujan la geo­metría puntual y atenuada de las manzanas, im­pera la calidad de lo "abrillantado", de lo confitado. El almíbar, alquimia simplona del azúcar nacional , lo dora y alcorza todo , empacando frutas y paste­les en una empalagosa capa de escarcha que con el calor y los días se enturbia y adensa como un espeso cristal. Pero este rasgo acaramelado no es más que el sello de una conquista o apropiación más vasta, en que Lezama reconoce el brío de la gesta mambisa, los indicios de la independencia,

8 Biblioteca de Mexico

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un atisbo de subversión : " ... la arrogancia de la cocina española y la voluptuosidad y las sorpresas de la cubana , que parece española pero que se rebela en 1868".'

No excluyo que las actuales frutas heladas, ple­nas de sus jugos intactos apenas cuajado el sor­bete y tapadas con sus propios penachos, que con trofeos aún sangrantes y menores, de caza fores­tal , amenizan las calles de Sceaux, reanuden , de algún modo, la tradición festiva y barroca del Castillo, que Colbert confió a Claude Perrault y que Le Brun, asistido por Coysevox y Girardon, iba a aligerar con sus flamígeros carros de la Aurora y una decoración de plafones insistente en sus metáforas monárquicas. La Fedra de Racine, referencia constante de Lezama, se representó en la inauguración; más tarde, para una visita del soberano y de Madame de Maintenon, el poeta cortesano compuso el Idilio de Sceaux, celebra­ción aplicada de las victorias del Rey-Sol.

El banquete que intenté ofrecer al maestro' estaba pues tan esmaltado por los prodigios su­burbanos de la gastronomía como por las conno­taciones textuales de una época -el clasicismo del rigor métrico, el barroco de la imagen raciniana­que adquirió en él al categoría de era, esos perio­dos de la imaginación en que el hombre vive a ple­nitud una gran poesía '

. como no me acostumbré a viajar en mi juven­tud .. . " Está, la vida de Lezama, sellada por lo que fue también el centro de su sistema político y títu­lo de su obra clave: La fijeza. Y aún más: el encie­rro, una persistente inmovilidad, fobia de todo des­plazamiento: "toda traslación adquiere un ritmo histérico". Ese todo que se le "presenta como un barullo, como nubes acabalgadas", en una imagen escenográfica de ópera estridente, es la posibili­dad de moverse, el potens -para utilizar su expre­sión- de la deriva, como si el cuerpo estuviera fija­do, por ataduras de inflexibilidad genética, a ciu-

' Paradiso , Era, México, 1968, cap. 1, p. 17. 2 A esto se refiere la "Página sobre Lezama ft que. con el manuscrito de una carta a su hermana Eloísa , constituye la contratapa de las "Cartas (1939-1976)", Orígenes, Madrid, 1979. La carta que aquí comento no forma parte del volumen y es inédita. 3 Aunque la presencia de los clásicos franceses, y entre ellos la del propio Racine, impide que este periodo se incluya, si nos atenemos a la estricta definición del término, entre las eras imaginarias:

.. El convencimiento de que la imagen se expresaba tanto en eras imaginarias. en periodos históricos, que sin ofrecer grandes poetas vivían a plenitud una gran poesía. Desde VirgiHo hasta la aparición del Dante no surgen grandes poetas; sin embargo, es una época de gran poesia. Es el periodo de los merovingios y Europa entera se llena de conjuros y prodigios. El hombre del pueblo está convencido de que Cario Magno ha conquistado Zaragoza cuando tenía 220 años, como los hombres del Antiguo Testamento, empiezan las peregrinaciones y la construcción en piedra de los grandes símbolos. [La imagen como fundamento poético der mundo, por Lol6 de la TorMente, en Bohemia (¿hacia 1960). El sUbrayado es mío.]

dad familiar, círculo intermedio entre la legendaria casa materna y la "fiesta innombrable" de la isla natal.

Los biógrafos de Lezama no hablan de viajes. Armando Álvarez Bravo señala , no obstante, en 1949, una corta estancia en México donde Le­zama "en contacto con la tierra firme, con el pai­saje americano, amplía sus conceptos sobre este cosmos , del que sólo conocía un aspecto, las islas" .' Luego, en 1950, "realiza un nuevo y breve viaje, esta vez a Jamaica. Basándose en él y en la anterior excursión , empieza a fraguar una teoría sobre la expresión americana". Creo que a partir de entonces -a menos que Eloísa Lezama Lima pueda modificar esta interpretación-, el área inti­midante, la región enemiga de todo desplaza­miento se va estrechando, reduciendo al territorio asegurador que en su quehacer cotidiano baliza la Madre, espacio marcado por su atención, como si la respiración dificultosa de Lezama le impidiera alejarse de la medida de ese otro soplo, de un ritmo ideal de contacto con el espacio y el aire, garantía a la vez de supervivencia y sosiego.

Aunque en poemas como El arco invisible de Viña/es dejó constancia de sus travesías por la isla interrumpiendo el puro regodeo fonético de su poesía con detalles tan realistas y minuciosos que llegan a armar como un relato -el muchacho ven­dedor de estalactitas, la botella llena de cocuyos donde guarda los 10 céntimos que gana por cada

• Lezama Uma. Los grandes todos, Arca, Montevideo, 1968, presen· tación y entrevistas por Armando Á1varez Bravo.

9 Biblioteca de México

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piedra y que coloca debajo de la almohada; su

hermano, saltimbanqui picassista ; la madre, que abanica la puerta para alejar a una lagartija ; la her­mana que pasa sin hacer ruido, para no despertar, antes de ir a visitar a su soldado: estampa de la familia guajira que rememora en su dibujo las de Abela o Víctor Manuel-, Lezama no fue, ni siquie­ra, uno de esos viajeros insulares adictos -como los de mi propia familia- al tren número uno, el que recorría , a velocidades irrisorias, o indias, las seis provincias, con paros vecinales que abarrota­ban los andenes.

Frecuentó, eso sí , en Bauta, cerca de La Haba­na,' la parroquia de Ángel Gaztelu, presbítero miembro de la redacción de Orígenes, en banque­tes dominicales, criollos florilegios de sobremesa con sonetos siesteros, y también en las bodas y bautizos de sus amigos, fiel , como al ritmo de las estaciones, al regreso cíclico de las conmemora­ciones y rituales cristianos.'

Sin embargo, la voluptuosidad de saber, la mag­nitud de similitudes, de conexiones y referencias que hilvana este hombre inmóvil son tales, que asombran, ya en los años treinta , a los primeros viajeros con que va discutiendo su teología insular y trazando las bases de su sistema poético a par­tir de la imagen como fundamento del mundo: Juan Ramón Jiménez, "con usted, amigo Lezama, tan despierto, tan ávido, tan lleno, se puede seguir

~ Como lo evoca, con el acierto que s610 otro miembro de Orígenes podria lograr, Lorenzo Garcia Vega en Los años de "Orígenes", Monte Av i!a. Caracas. 1979. 6 En esta misma carta, al dar la metáfora de la alegria que le causa­ría recibir las obras completas de Baudelaire, Lezama evoca "una pascua o un bautizo",

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hablando de poesía siempre"; María Zambrano, que escribe entonces su Cuba secreta , verdadero decálogo de Orígenes; el doctor Pittaluga, de quien Lezama dice lo que más tarde la condes­cendiente sucesión de viajeros invitados por la Revolución acuñará como la imagen del propio Lezama: "fue un caballero y un sabio ... Era un estilo viviente, sabía citar un clásico o fumarse un tabaco en una forma incomparable"; Luis Cer­nuda, Wallace Stevens, Karl Vossler ...

Pero como si a la fijeza física, al encierro insu­lar y doméstico correspondiera , por una ley de identidad de antípodas, la suprema agilidad, la ful­guración de las asociaciones, la cultura de Lezama lo abarca, con ese vistazo del león que es uno de los atributos del Buda al nacer, al mismo tiempo, todo. Una simple página puede ensartar, como en un espejismo semántico, el pitagorismo improvisado y asimétrico, Le Corbusier, un cofre alemán de relieves barrocos, un cuadro de Brue -ghel , una mayólica con una limosnera argelina, un pandero, el rococó Luis xv, Quentin La Tour, el Concilio de Trento, un carcaj escarlata , el Greco, Swedenborg, Boehme, Baudry, autor de un bis­cuit, para atenernos a las referencias explícitas, pues la extensión de las connotaciones y bifurca­ciones abarcaría la totalidad enciclopédica.

Siempre que me encontré en algún sitio descrito por Lezama lo reconocí a partir de su descripción, a tal punto es precisa lo que muy bien puede llamar­se su videncia . Un monasterio tibetano, en el Hi­malaya, la sucesión verde y marchita de las arroce­ras ceilanesas, una cabeza antonina del Museo de las Termas o la roseta de Notre Dame junto a la horizontal del río. Toda una metafísica es la per­cepción justa -una de las pautas búdicas, según el discurso inaugural de Sarnath, en que Sakiamuni señaló a gacelas y discípulos la vía- se podría deri­var de la agudeza visual lezamiana, de su desplie­gue y focalización de la vista antes de la mirada, como si sólo la ausencia y lejanía del objeto real -cuya imagen mental contemplamos- permitiera su efecto de realidad en el texto; toda una ciencia de los signos: anular, obliterar, tachar el referente en la distancia para que, en la pureza y desnudez del sig­nificado, nos dé acceso a la majestad del signifi­cante, a la compacidad de la letra. De all í, quizás, el rigor de Lezama en su fijeza, la persistencia, casi moral , de su inmovilidad, como si las cosas, una vez percibidas en su literalidad, fueran a desvane­cerse, como si la roseta de Notre Dame, contem­plada de cerca, fuera a reducir a "un pitagorismo improvisado y asimétrico" , el rigor incandescente de sus cifras, la razón ardiente de los números, como si más allá de la cosa mentale todas las cosas se degradaran y del ser, exterior a la imagen , no hubie-

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ra más que simulacros o residuos de ser. 7

Lezama gustaba citar esta frase de Pascal: "Es bueno ver y no ver, éste es precisamente el esta­do de la naturaleza."

La poesía es potencia de conocimiento .

. ritmo andantino." Hay, en el surgimiento de este diminutivo, una epifanía de la lengua cubana. Ninguna de las versiones del castellano en Amé­rica ha sido más devota de lo minúsculo, de lo di­minuto, como si las palabras torcidas o miniaturi­zadas se prestaran de inmediato a un abarca­miento total de la escucha, sonoro jardín japonés. El cariño -que es el afecto más cubano- linda con la pulsión de achicar; la reducción divierte y fasci­na, acerca. El cubano siempre tuvo una aversión innata a lo monumental, que el choteo, esa jarana o irrisión inesperada, esa irrupción de lo paródico y levemente grotesco, manifiesta en la primera oportunidad. Cuántas frases de rancia oratoria, o de un lirismo neblinoso y grosero, han quedado ridiculizadas por una trompetilla, como enfrenta­das con sus dobles siniestros, con las imposturas

pintarrajeadas de su presunción. Juan Goytisolo señalaba cómo, al contrario de

lodos los países a lo largo de la historia , que han considerado a sus guerras, cualesquiera que fue­ran sus estragos reales, como catástrofes incon­mensurables o prefiguraciones apocalípticas, Cu­ba había bautizado a una de las suyas de "guerra

1 La carta que comento es del21 de julio de 1969. Unos días después. el 12 de agosto, Lezama escribe a su hermana Eloísa hablando esta vez de una invitación de la UNESCO que le hiciera César Femández Moreno poco después de la de Seuil, en que insiste en esta imposibi~ lidad de todo desplazamiento y acorta drásticamente su posible estan­cia en ésta: en mi carta dice: "quisiera estar un año por París y por Madrid. descansando y reponiéndome": en la de Eloisa, Lezama Lima dice: "pienso estar una semana en París y un mes en Madrid:'

Como te dije por teléfono. la UNESCO me ha invitado a París para su conversa torio sobre Gandhi. Me siento tan desolado, indolen­te y abúlico, que lo que en otras épocas hubiera sido motivo de gran alegría, ahora lo es de hondas preocupaciones. El sentirse solo, sin familia , sin respaldo, te va debilitando en tal forma que pierdes el entusiasmo y la decisión. María Luisa me embulla y creo, si Dios quiere, que el viaje lo haremos, pero estos últimos diez años han sido de tan hondas preocupaciones, que todo se nos ha problematizado y confundido. Si hago el viaje, pienso estar una semana en París y un mes en Madrid .

A una pregunta sobre los viajes, del Centro de Investigaciones Literarias de La Habana , Lezama responde:

Es que hay viajes mas espléndidos: los que un hombre puede in­tentar por los corredores de su casa , yéndose del dormitorio al baño, desfilando entre parques y librerías. ¿Para qué tomar en cuenta los medios de transporte? Pienso en los aviones, donde los viajeros caminan sólo de proa a popa: eso no es viajar. El viaje es apenas un movimiento de la imaginación. El viaje es recono­cer, reconocerse. es la pérdida de la niñez y la admisión de la madurez. Goethe y Proust. esos hombres de inmensa diversidad. no viajaron casi nunca. La ¡mago era su navio. Yo también: casi nunca he salido de La Habana . Admito dos razones: a cada sali· da . empeoran mis bronquios. y además. en el centro de todo viaje ha flotado siempre el recuerdo de la muerte de mi padre. Gide ha dicho que toda travesía es un pregusto de la muerte. una antici­pación del fin . Yo no viajo: por eso resucito. [~Inlerrogando a Le­zama Lima ". en Recopifación de textos sobre J.L.L. Casa de las Américas, La Habana, 1970.]

chiquita". Subrayó también el gráfico impacto cari­

catural de la frase que sanciona toda fortuna des­moronada, prestigio desmentido o público es­carnio del héroe de ayer: "iSe le cayó el altarito!"

Podía leerse, también, la página de Lezama, a la escucha de estas oscilaciones, como una partitura de bruscos acordes mínimos, esos estrechamientos y torsiones de la desinencia que esmaltan la lengua cubana con su fiesta de miniaturas, como aceitadas maquinarias barrocas siempre prestas a desplegar su desfile de enanos socarrones, levantando los pies, sonando sus chaquetines de monedas.

.. como nubes acabalgadas , pero después el rayo de la gracia va operando ... " Escenografía barroca , esplendente pedagogía del Concilio de Trento que apela sin reservas a lo más eficaz, a lo más explícitamente teatral para deslumbrar a los fieles, para reunirlos en el cono luminoso que filtra una Lucerna borrominesca , o bajo los ángeles re­molineantes de un plafón de Pozzo, en un mismo movimiento ascendente y helicoidal. Todo por lle­gar a lo más verosímil, a lo más palpable: al mis­terio encarnado. Todo por convencer.

.. Usted, sin duda alguna, comprenderá mucho de mis estados de ánimo. " Ojalá que mi vida, aun­que sin el telas que animó la suya, llegue a confi­gurar las suficientes simetrías y paralelismos , las necesarias coincidencias y complicidades con la de Lezama, como para justificar esta "empatía".

"Volvamos a nuestros carneritos." Si mi descifra­miento es justo del "dibujo mismo de la letra rizada

11 Bibliotec a de México

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y caprichosa , como el borde orlado del clavel, flor suya preferida, en aquella escritura que no parecía necesitar de los signos de admiración ni de interro­gación para dejar señal de una apertura incontesta­ble, de una diferente vehemencia",· no reconozco esta expresión como frase idiomática cubana ni recuerdo haberla oído en mi infancia. Tiene, sin embargo, el tono de lo verosímil idiolectal. Pero qui­zá sólo se trate de una formalidad de precedencia; una frase idiomática, el saber anónimo de todos, no es más que la repetición , la imagen acuñada, monedada y gastada por el uso, de lo que un día fue, gracias a una leve alteración del lenguaje nor­mativo, el hallazgo de un poeta. Y viceversa .

"Todo intermedio abriría una laguna en el centro de la obra ." Curiosa premonición, en lo temporal , de lo que será, en Oppiano Licario , la estructura formal : todo el relato gira en torno a una "laguna" , a una ausencia textual ; esa Súmula , clave pitagó­rica y suma gnoseológica del mundo, a la cual nunca tenemos acceso, y que un ciclón y un perro, igualmente infernales y oportunos, dispersan para siempre. Una página en blanco, signo ilegible y lacunario de la pérdida, interrumpe -o centra- la inconclusa suite de Paradiso.9

" ... hará una pascua o un bautizo. " Además de lo ya comentado -la fidelidad de Lezama al festejo de los rituales cristianos, su sentido católico y crio­llo de la celebración- cabe recordar la identidad del destino poético de José Cemí con el del Cristo como hijo. Ello es legible desde las primeras líne­as de Paradiso: Cemí pierde la respiración -el libro se desplaza desde esta arritmia hasta la recuperación total del soplo: el ritmo hesicástico de la poesía- ante los criados de la familia, metá­foras de la Trinidad; define su vida , a partir de la devoción a la Madre, como una encarnación o un misterio, y finalmente es reconocido, por Oppiano Licario, gracias a sus iniciales: J. C. 'o

"El mundo sólo se mueve por el malentendido uni­versal, por el malentendido todo el mundo se pone

• Fina Garcia Marruz, "Estación de gloria", en op. cit., p. 278. i Queda así para siempre borrado el libro que establece un relación cósmica entre las excepciones de la naturaleza y las de la forma , la Súmula, de la cual, arrancado al perro, Cemi rescata sólo un poema que para nosotros se configura como un blanco en la página -posi­blemente Lezama pensó añadirlo al final de la redacción-; igualmen­te queda incompleto el libro que va a cerrar, con Paradiso, la funda­mentación insular por al imagen, la palabra genltora. Deriva en el rio, espejeo en el agua, fluir sin fin , dispersión de la ceniza: cuerpo borra­do de los fundadores. ISevero Sarduy, ct. ' Opplano Ucalio: el libro que no podla concluir", en Vuelta, 18 de mayo de 1978, p. 32, Y tam­bién en Point otContact, invierno, 1981, p. 123.) " Julio Ortega, "Aproximaciones a Paradiso", Imagen, 1-15 de enero de 1969, núm. 40, suplemento, pp. 9-16. Recogido en CIP- cit., Casa de las Américas.

de acuerdo. Porque si, por desgracia, todo el mun­do se comprendiera, no podría entenderse jamás." No he encontrado, en la misma edición de las obras completas de Baudelaire que envié a Leza­ma, la cita exacta. Pero esa paradoja suscita una lectura reactivada a la luz del psicoanálisis actl,lal; la perennidad de la obra, como el prisma a que le da vueltas Lezama para engarzar la frase, no se­ría más que esa posibilidad, siempre renovada, de otra lectura, de otra refracción en la nítida arista, en lo traslúcido de la otra cara, para que el rayo de la escritura, en apariencia incoloro y unido, se abra en el haz divergente del iris.

El lenguaje estructurado, informativo, ese que con sus nudos y nexos nos constituye y precede, sería un gran Otro falsamente eficaz, soporte que­bradizo del entendimiento y la comunicación , Si nos atuviéramos a ese simulacro utilitario, a su falaz garantía, no nos entenderíamos jamás. Sólo las faltas, los defectos, los olvidos, los lapsus de ese código permiten que aflore, a la superficie compacta y como marmórea del lenguaje, la insi­nuación del sujeto, un vislumbre de verdadera

comunicación . De allí la escucha, como distraída y ausente del analista, que no presta atención al fárrago inoportuno del discurso constituido, a lo que el analizante cree decir, sino al segundo, en el umbral de lo perceptible, en que ese discurso bas­cula, se desdice, se interrumpe, vacila, cae.

En el fondo, el locutor-auditor ideal de Chomsky es lo que Lacan llama en otra parte el sujeto -supues­to- saber, el sujeto supuesto saber completamente la lengua, el sujeto supuesto saber siempre lo que dice, y este personaje, único, invariable, impecable, del que se debe decir que se sueña, no existe. Entonces, se ganaría algo en la consideración cien­tífica del lenguaje si se partiera de esto que. Lacan formula muy sencillamente, y que es una especie de verdad primera -se necesita cierto tiempo para de -cirio pero es una verdad primera- y es que el malen­

tendido es la esencia de la comunicación. El error de

cierto número de ciencias que son legítimamente

ciencias es empero imaginar que lo bien entendido

es la esencia de la comunicación. "

" ... una llanura de nieve." n Entre las constancias de la poesía cubana, pacientemente repertoriadas por Cintio Vitier, está, en una previsible paradoja, el frio, lo helado, la nieve, esa constelación de valor y sen­tido se metaforiza en "incoincidencia con la realidad, ausencia de destino, insuficiencia para la comunión

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I humana profunda, atmósfera de resentimiento y de

rencor, vida oculta, desamparo, desolación".'^

"... ya san Agustín exigía que existiesen here­

jes..." Actitud, en el esplendor de su paradoja,

muy católica: el pecado forma parte del plan divi­

no; el dibujo necesita, para destacar sus contor­

nos y relieves -según la doxa medieval-, de la

sombra. Si san Agustín, citado por Claudel, profie­

re el etíam peccafa -aun el pecado sirve a la glo­

ria de Dios y a la redención del mundo-, citado por

Lezama parece más concernido aún por el mal,

posible reminiscencia de la herejía que le dio fun­

damento: el dualismo maniqueo, que del Mal hace

un principio tan activo como el Bien y ve, hasta en

la menor imagen de lo manifiesto, un combate de

esos antagónicos. Como san Agustín, que vaticina

que con la toma de Roma la Antigüedad concluye,

que le ha tocado vivir el crepúsculo de un saber y

hasta vacila ante el paganismo, así Lezama, en el

desasosiego de los últimos años, no deja de evo­

car la resaca de la babarie, al ver aniquilada de

golpe la sociedad católica en que ha vivido y que

-aunque a contracorriente: escribió al margen de

el la- sustenta su lenguaje y su fe.

La herejía que san Agustín exige y rechaza es

la de Pelagio, asceta nacido en Gran Bretaña, fija­

do en Roma, que a su paso por África en 411

intenta un diálogo con él. Como muchos refugia­

dos italianos sigue a Palestina.

Los pelagianos, transformando el cñstianismo

en pura moral, sostuvieron que lo esencial para el

hombre era la búsqueda de la virtud, y que éste

podía alcanzarla -ya que no hay mal en s í - gra­

cias a su sola voluntad. Llegaron a conceder tan

poca importancia al pecado original que postula­

ron la inutilidad del bautizo. San Agustín afirmaba,

al contrario, que el hombre no puede salvarse sin

la intervención de Dios, sin la gracia. De allí quizás

que siglos más tarde lo invocaran contra los jesuí­

tas los adeptos de Port Royal. Éstos no creyeron,

como los maniqueos, en un mal absoluto a cuyo

combate debe de consagrarse el hombre; no dife­

rían, sin embargo, radicalmente de ellos: sostuvie­

ron que el mal era tan fuerte que el hombre no

podía liberarse de él sin la gracia.

Una probable historia de Occidente podría tejer­

se a partir de esta controversia. Hasta entonces el

cristianismo, como el pensamiento de la Antigüe -

dad, se sustentaba de exterioridades, de leyes, de

principios y obediencias. A partir del momento en

que interviene la gracia, se plantea también una

interrogación sobre el motor último de toda posible

'· Cintio Vitier, Lo cubano en la Poesía. Universidad Central de las Villas. 1958, p. 486.

acción: el yo, el sujeto, o la fuerza exterior de la

gracia. Comienza la vasta y tortuosa historia de la

interioridad.

Una vertiente del pensamiento de la Edad Media,

y Descartes, derivan pues de san Agustín; santo

Tomás, al contrario, se inscribe en un regreso y

recuperación de la Antigüedad. En el mismo en

que, explícitamente, surgirán Ulises y Paradiso"

"...este mundo se concierta de desconciertos", cie­

rra aquí, la célebre frase de El criticón, la tríada que,

uniendo lo más distante y en apariencia disímil,

Lezama, en el rayo del saber oblicuo, enmarca y

dibuja. Trivium de la enajenación: alrededor de

Lezama, desde la época de la carta y hasta su

muerte, todo parecerá simulación y suave risa,

farsa discreta y general. Pero precisamente, gra­

cias al consenso colectivo de la apariencia, al

malentendido y el desconcierto promulgados, casi

carnavalescamente, al rango de verdad, al discurso

inflado y vacuo aceptado como norma y código

moral, la sociedad del simulacro funciona, sobrevi­

ve, prospera incluso, como si en esa caída el hom­

bre contemplara una imagen indolente y sin te/os

de su historia, una manifestación, aunque grotesca,

tan válida como las otras, de su posibilidad.

"Por eso Baudelaire tuvo que pedir ayuda al de -

monio de la lucidez, especie de... [¿compendio?]

de la enajenación." No descifro con exactitud la

palabra que sigue a espec/e de, quizá sea "com­

pendio" pero el rasgo inicial y el que sigue a la

letra d son discutibles. Prefiero, de todos modos,

que esta lectura de Lezama termine apelando, a

partir de lo ausente como en Oppiano Licario, a

convergencia y complicidad del lector. El texto ger­

mina más allá de la muerte, aunque sea en la vaci­

lación de una letra, en el teorema de su sombra.

Son ya pocos los años que me quedan para sentir el

terrible encontronazo del más allá. Pero a todo

sobreviví, y he de sobrevivir también a la muerte.

Heidegger sostiene que el hombre es un ser para la

muerte; todo poeta, sin embargo, crea la resurrec­

ción, entona ante la muerte un hurra victorioso. Y si

alguno piensa que exagero, quedará preso de los

desastres, del demonio y de los círculos infernales."

Voces 2: Lezama Lima, edición de Rafael Humberto Moreno-

Duran, Montesinos, Barcelona, 1981 , pp. 33 -41 .

Henri Marrou. "Le pélagianisme". en Jean Deniélou y Henri Man-ou. Nouvelle Histoire de l'église. I. Des originies a Grégoire le Grand. Seuil, Paris, 1963. pp. 450-459. " "Interrogando a Lezama Lima", Centro de Investigaciones Litera­rias, en op cit.. Casa de las Americas. La Habana, 1970.

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DIÁLO G O POÉTICO

OCTAVIO PAZ*

REFUTACiÓN DE LOS ESPEJOS

Nunca nos vimos, yo le enviaba mis libros y él los suyos, nos escribíamos a veces, nos tratamos

siempre de usted. Leí su nombre por primera vez, hace más de cin­

cuenta años, en Espuela de plata, hoja de poesía.

¿A quién espoleaba esa espuela? Caballito de palo, caballo de ajedrez, caballito del diablo, veloz zumbido azul montado por un jinete que

segaba jardines de tinta con un largo silbido. El jinete desmontó y, alzando el yelmo de yedra , descubrió un rostro hecho de catorce letras: yo vi , entre los chopos líquidos de las eles y los

montes magnéticos de las emes, rodeado de vocales -sólo faltaba la u, caracol de la melancolía, ciervo enamorado de la luna-

a José Lezama Lima, apoyado en su vara poli­glota, pastor de imágenes.

Me mostró un pobre cemento de corazón de león

y me dijo: a un puente, un gran puente, no se le ve.

Desde entonces cruzo puentes que van de aquí a allá, de nunca a siempre,

desde entonces, ingeniero de aire, construyo el puente inacabable entre lo inaudible y lo invisible.

Nos tratábamos de usted pero ahora, al leer en xerox el manuscrito de Fragmentos a su imán, lo tuteo .

Tú no me oyes ya, tú eres silencio más allá de sentido y sin sentido, tú estás más acá de silencio y de ruido,

no obstante, puesto que has escrito: sólo existen el bien y la ausencia, tú existes y te tuteo .

Si el Agua ígnea demuestra que la imagen exis­tió antes que el hombre, tú eres ya tu Imagen.

Has vuelto a ser lo que fuiste antes de ser José Lezama Lima: el bien y la ausencia en una sola imagen.

Tú dices que lo lúdico es lo agónico y yo digo que lo lúdico es lo lúcido y por eso,

José Lezama Lima. Fragmentos a su imán . poema-prólogo de Oc -tavio Paz. Ediciones Era. S. A .. México. 1978. 168 pp.

en este juego de las apariciones y las desapari­

ciones que jugamos sobre la tierra , en este ensayo general del Fin del Mundo que es

nuestro siglo, te veo: estás sentado en una silla hecha de una sola

nube de metal polisemia arrancado a la avaricia del

diccionario, y tus ojos contemplan tu poema -¿o es tu poema

el que contempla las visiones de tus ojos?

-sea lo uno o lo otro, te veo: teatro de las meta­morfosis, cámara de las transformaciones , templo

del triple Hermes. Por tu cuerpo corren las sustancias enamoradas

de su forma , giran los elementos en busca de su

imagen, perpetuas revoluciones del lenguaje que sólo

habita la forma que inventa para devorarla y seguir

girando. Sí, tú eres la gran boa de la poesía de nuestra

lengua que al enroscarse en sí misma se incendia y al incendiarse asciende como el carro de lla­

mas del profeta y al tocar el ombligo del cielo

se precipita como el joven Faetonte, el avión ful­minado del Sueño de Sor Juana.

Sí, tú eres el pájaro que perfecciona el dicciona­

rio y que, plantado sobre la piedra de las etimolo­gías,

canta -¿y qué dice su canto? Dice: cuacuá cua­cuá -lo lúcido es lo lúdico y lo lúdico es lo agónico.

Sí, tú eres, como el gato de la bruja de Michelet, el lugarteniente de los participios en la noche llena de esdrújulos.

Sí, tú eres el guardián del Spermatikos Lagos y lo preservas, como tu maestro Carpócrates, de la tiranía del cosmócrata.

Los espejos repiten al mundo pero tus ojos lo cambian: tus ojos son la crítica de los espejos: creo en tus ojos.

Aunque no esperas a nadie, insistes en que al -

guien tiene que llegar. ¿alguien o algo, quién o qué?

14 Biblioteca de M exico

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Preguntas al muro y el muro no responde y tú ras­cas al muro hasta que sangra y muestra su vacío:

ya tienes la compañía insuperable, el pequeño hueco donde cabes tú con tus Obras Completas y tus fantasmas.

Ese agujero no es el espejo que devuelve tu ima­gen; es el espejo que te vuelve Imagen,

aquel o aquello que fuiste antes de ser José Lezama Lima, pastor entre jardines de eles y colinas de emes.

Ya entraste en el espejo que camina hacia noso­tros , el espejo vacío de la poesía ,

contradicción de las contradicciones, ya estás en la casa de las semejanzas,

ya eres, a los pies del Uno, sin cesar de ser otro, idéntico a ti mismo.

Es el ciervo que ve en las respuestas del río

a la sierpe, el deslizarse naturaleza

con escamas que convocan el ritmo inaugural.

Nombrar y hacer el nombre en la ceguera palpatoria.

La voz ordenando con la máscara a los reyes de

Grecia,

la sangre que no se acostumbra a la tenaza noctumal

y vuelve a la primigenia esfera en remolino.

El sacerdote, dormido en la terraza,

despierta en cada palabra que flecha

a la perdiz caída en su espejo de metal.

El movimiento de la palabra

en el instante del desprendimiento que comienza

a desfilar en la cantidad resistente,

José Lezama Lima: qué pocos son capaces de pe- en la posible ciudad creada

dir, como tu amigo Víctor Manuel, un regalo para regalarlo.

Yo lo he imitado y te pedí un manojo de frases: te las regalo para que te reconozcas

-no en el que escribió esas frases sí no en aquel­tú-mismo en que ellas te han convertido.

México, D. F. , a 29 de abril de 1978

JOSÉ LEZAMA LIMA

OCTAVIO PAZ

En el chisporroteo del remolino

el guerrero japonés pregunta por su silencio,

le responden, en el descenso a los infiernos,

los huesos orinados con sangre

de la furiosa divinidad mexicana.

El mazapán con las franjas del presagio

se iguala con la placenta de la vaca sagrada.

El Pabellón de la vacuidad oprime una brisa alta

y la convierte en un caracol sangriento.

En Rio el carnaval tira de la soga

y aparecemos en la sala recién iluminada.

En la Isla de San Luis la conversación,

serpiente que penetra en el costado como la lanza,

hace visibles los faroles de la ciudad tibetana

y llueve, como un árbol , en los oídos.

El murciélago trinitario,

extraño sosiego en la tau insular,

con su bigote lindo humeando.

Todo aquí y allí en acecho.

para los moradores increados, pero ya respirantes.

Las danzas llegaron con sus disfraces

al centro del bosque, pero ya el fuego

había desarraigado el horizonte.

La ciudad dormida evapora su lenguaje,

el incendio rodaba como agua

por los peldaños de los brazos .

La nueva ordenanza indescifrable

levantó la cabeza del náufrago que hablaba.

Sólo el incendio espejeaba

el tamaño silencioso del naufragio.

Marzo y 1971

15 Biblioteca de México

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JOSÉ LEZAMA LIMA*

POEMAS

1 6 Aibliot".,c;I dp Mpxieo

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~L Dibujo de Wilfredo Lam

DE: FRAGMENTOS A SU IMAN

DISCORDIAS

De la contradicción de las contradicciones ,

la contradicción de la poesía,

obtener con un poco de humo

la respuesta resistente de la piedra

y volver a la transparencia del agua

que busca el caos sereno del océano

dividido entre una continuidad que interroga

y una ínterrupción que responde,

como un hueco que se llena de larvas

y allí reposa después una langosta.

Su ojos trazan el carbunclo del círculo,

las miasmas langostas con ojos de fanal ,

conservando la mitad en el vacío

y con la otra arañando en sus tropiezos

el frenesí del fauno comentado.

Contradicción primera: caminar descalzo

sobre las hojas entrecruzadas,

que tapan las madrigueras donde el sol

se borra como la cansada espada,

que corta una hoguera recién sembrada.

Contradicción segunda: sembrar las hogueras.

Última contradicción : entrar

en el espejo que camina hacia nosotros,

donde se encuentran las espaldas,

y en la semejanza empiezan

los ojos sobre los ojos de las hojas,

la contradicción de las contradicciones.

La contradicción de la poesía,

se borra a sí misma y avanza

con cómicos ojos de langosta.

Cada palabra destruye su apoyatura

y traza un puente romano secular.

Gira en torno como un delfín

caricioso y aparece

indistinto como una proa fálica .

Restriega los labios que dicen

la orden de retirada .

Estalla y los perros del trineo

mascan las farolas en los árboles.

De la contradicción de las contradicciones,

la contradicción de la poesía ,

borra las letras y después respíralas

al amanecer cuando la luz te borra .

Diciembre y 1971

(1937) Dibujo de Amelia Peláez

17 Biblioteca de México

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MARíA ZAMBRANO

María se nos ha hecho tan transparente

que la vemos al mismo tiempo

en Suiza , en Roma o en La Habana.

Acompañada de Araceli

no le teme al fuego ni al hielo.

Tiene los gatos frígidos

y los gatos térmicos,

aquellos fantasmas elásticos de Baudelaire

la miran tan despaciosamente

que María temerosa comienza a escribir.

La he oído conversar desde Platón hasta Husserl

en días alternos y opuestos por el vértice ,

y terminar cantando un corrido mexicano.

Las olitas jónicas del Mediterráneo,

los gatos que utilizaban la palabra como,

que según los eg ipcios unía todas las cosas

como una metáfora inmutable,

le hablaban al oído

mientras Araceli trazaba un circulo mágico

con doce gatos zodiacales,

y cada uno esperaba su momento

para salmodiar El libro de los muertos.

María es ya para mí

como una sibi la

a la cual tenuemente nos acercamos,

creyendo oír el centro de la tierra

y el cie lo de empíreo,

que está más allá del cie lo visible.

Vivirla , sentirla llegar como una nube,

es como tomar una copa de vino

y hundirnos en su légamo.

Ella todavía puede despedirse

abrazada con Araceli ,

pero siempre retorna como una luz temblorosa .

Marzo y 1975

Grabado de Diago (1945)

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DE: ENEMIGO RUMOR

AH, QUE TÚ ESCAPES

Ah , que tú escapes en el instante

en el que ya habías alcanzado tu definición mejor. Ah , mi amiga , que tú no quieras creer las preguntas de esa estrella recién cortada , que va mojando sus puntas en otra estrella

enemiga. Ah , si pudiera ser cierto que a la hora del baño , cuando en una misma agua discursiva se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos : antílopes, serpientes de pasos breves , de pasos

evaporados, parecen entre sueños, sin ansias levantar los más extensos cabellos y el agua más recordada . Ah , mi amiga , si en el puro mármol de los adioses hubieras dejado la estatua que nos podía

acompañar, pues el viento, el viento gracioso, se extiende como un gato para dejarse definir.

UNA OSCURA PRADERA ME CONVIDA

Una oscura pradera me convida, sus manteles estables y ceñidos, giran en mí, en mi balcón se aduermen. Dominan su extensión , su indefinida cúpula de alabastro se recrea . Sobre las aguas del espejo, breve la voz en mitad de cien caminos , mi memoria prepara su sorpresa : gamo en el cielo, rocío, llamarada. Sin sentir que me llaman penetro en la pradera despacioso, ufano en nuevo laberinto derretido. Allí se ven, ilustres restos, cien cabezas, cornetas, mil funciones abren su cielo, su girasol callando, Extraña la sorpresa en este cielo, donde sin querer vuelven pisadas y suenan las voces en su centro henchido, Una oscura pradera va pasando, Entre los dos, viento o fino papel, el viento, herido viento de esta muerte mágica, una y despedida. Un pájaro y otro ya no tiemblan.

• José Lezama Urna, Poesía completa , Instituto del libro, La Habana. Cuba, 1970, 468 pp.

%V JOSE LEZAMA LIMA POES/A COMPLE::TA

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DE: LA FIJEZA

PENSAMIENTOS EN LA HABANA

Porque habito un susurro como un velamen , una tierra donde el hielo es una reminiscencia ,

el fuego no puede izar un pájaro y quemarlo en una conversación de estilo calmo . Aunque ese estilo no me dicte un sollozo y un brinco tenue me deje vivir malhumorado, no he de reconocer la inútil marcha de una máscara flotando donde yo no pueda, donde yo no pueda transportar el picapedrero o el

picaporte

a los museos donde se empapelan los asesinatos mientras los visitadores señalan la ardilla que con el rabo se ajusta las medias. Si un estilo anterior sacude el árbol, decide el sollozo de dos cabellos y exclama: my soul is not in an ashtray.

Cualquier recuerdo que sea transportado, recibido como una galantina de los obesos

embajadores de antaño, no nos hará vivir como la silla rota de la existencia solitaria que anota la marea y estornuda en otoño, y el tamaño de una carcajada, rota por decir que sus recuerdos están

recordados, y sus estilos los fragmentos de una serpiente

19 Biblioteca de México

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que queremos soldar sin preocuparnos de la intensidad de sus ojos. Si alguien nos recuerda que nuestros estilos están ya recordados; que por nuestras narices no escogita un aire sutil , sino que el Eolo de las fuentes elaboradas por los que decidieron que el ser habitase en el hombre, sin que ninguno de nosotros dejase caer la saliva de una decisión bailable, aunque presumimos como los demás hombres que nuestras narices lanzan un aire sutil. Como sueñan humillarnos, repitiendo día y noche con el ritmo de la tortuga que oculta el tiempo en su espaldar: ustedes no decidieron que el ser habitase en el

hombre; vuestro Dios es la luna contemplando como una balaustrada al ser entrando en el hombre. Como quieren humillarnos le decimos fhe chief of fhe fribe descended the sfaircase.

Ellos tienen unas vitrinas y usan unos zapatos. En esas vitrinas alternan el maniquí con el

quebrantahuesos disecado, y todo lo que ha pasado por la frente del hastío del búfalo solitario. Si no miramos la vitrina, charlan de nuestra insuficiente desnudez que no vale una

estatuilla de Nápoles. Si la atravesamos y no rompemos los cristales, no subrayan con gracia que nuestro hastío puede

Pintura de René Portocarrero

20

quebrar el fuego y nos hablan del modelo viviente y de la parábola

del quebrantahuesos. Ellos que cargan con sus maniquíes a todos los

puertos y que hunden en sus baúles un chirriar de vultúridos disecados. Ellos no quieren saber que trepamos por las

raíces húmedas del helecho -donde hay dos hombres frente a una mesa; a la

derecha, la jarra y el pan acariciado-, y que aunque mastiquemos su estilo, we don 'f choose our shoes in a show-window. El caballo relincha cuando hay un bulto que se interpone como un buey de peluche, que impide que el río le pegue en el costado y se bese con las espuelas regaladas por una sonrosada adúltera neoyorquina. El caballo no relincha de noche; los cristales que exhala por su nariz, una escarcha tibia, de papel; la digestión de las espuelas después de recorrer sus músculos encristalados por un sudor de sartén. El buey de peluche y el caballo oyen el violin , pero el fruto no cae reventado en su lomo frotado con un almíbar que no es nunca el alquitrán. El caballo resbala por el musgo donde hay una mesa que exhibe las espuelas, pero la oreja erizada de la bestia no descifra .

La calma con música traspiés y ebrios caballos de circo enrevesados, donde la aguja muerde porque no hay un leopardo y la crecida del acordeón elabora una malla de tafetán gastado. Aunque el hombre no salte, suenan bultos divididos en cada estación indivisible, porque el violín salta como un ojo. Las inmóviles jarras remueven un eco cartilaginoso: el vientre azul del pastor se muestra en una bandeja de ostiones. En ese eco del hueso y de la carne, brotan unos

bufidos cubiertos por un disfraz de telaraña, para el deleite al que se le abre una boca, como la flauta de bambú elaborada por los garzones pedigüeños. Piden una cóncava oscuridad donde dormir, rajando insensibles el estilo del vientre de su madre. Pero mientras afilan un suspiro de telaraña dentro de una jarra de mano en mano, e/ rasguño en /a tiorba no descifra.

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Indicaba unas molduras que mi carne prefiere a las almendras. Unas molduras ricas y agujereadas por la mano que las envuelve y le riega los insectos que la han de acompañar. y esa espera , esperada en la madera por su absorción que no detiene el jinete . mientras no unas máscaras , los hachazos que no llegan a las molduras , que no esperan como un hacha o una máscara, sino como el hombre que espera en una casa de

hojas. Pero al trazar las grietas de la moldura y al perejil y al canario haciendo gloria , rétranger nous demande le ga(l;on maudit.

El mismo almizclero conocía la entrada , el hilo de tres secretos se continuaba hasta llegar a la terraza sin ver el incendio del palacio grotesco. ¿Una puerta se derrumba porque el ebrio sin las botas puestas le abandona su sueño? Un sudor fangoso caía de los fustes y las columnas se deshacían en un suspiro que rodaba sus piedras hasta el arroyo. Las azoteas y las barcazas resguardan el líquido calmo y el aire escogido; las azoteas amigas de los trompos y las barcazas que anclan en un monte truncado, ruedan confundidas por una galantería disecada

que sorprende a la hilandería y al reverso del ojo enmascarados

tiritando juntos.

Pensar que unos ballesteros disparan a una urna cineraria y que de la urna saltan unos pálidos cantando, porque nuestros recuerdos están ya recordados y rumiamos con una dignidad muy atolondrada unas molduras salidas de la siesta picoteada del

cazador. Para saber si la canción es nuestra o de la noche, quieren darnos un hacha elaborada en las fuentes

de Eolo. Quieren que saltemos de esa urna y quieren también vernos desnudos. Quieren que esa muerte que nos han regalado sea la fuente de nuestro nacimiento, y que nuestro oscuro tejer y deshacerse esté recordado por el hilo de la pretendida. Sabemos que el canario y el perejil hacen gloria y que la primera flauta se hizo de una rama robada.

Nos recorremos y ya detenidos señalamos la urna y a las palomas

Dibujo de Mariano

grabadas en el aire escogido. Nos recorremos y la nueva sorpresa nos da los amigos y el nacimiento de una dialéctica: mientras dos diedros giran mordisqueándose. el agua paseando por los canales de los huesos lleva nuestro cuerpo hacia el flujo calmoso de la tierra que no está navegada, donde un alga despierta digiere incansablemente

a un pájaro dormido.

Nos da los amigos que una luz redescubre y la plaza donde conversan sin ser despertados. De aquella urna maliciosamente donada, saltaban parejas, contrastes y la fiebre injertada en los cuerpos de imán del paje loco sutilizando el suplicio lamido. Mi vergüenza , los cuernos de imán untados de

luna fría , pero el desprecio paría una cifra y ya sin conciencia columpiaba una rama. Pero después de ofrecer sus respetos, cuando bicéfalos, mañosos correctos golpean con martillos algosos el androide tenorino, el jefe de la tribu descendió la escalinata.

Los abalorios que nos han regalado han fortalecido nuestra propia miseria, pero como nos sabemos desnudos el ser se posará en nuestros pasos cruzados. y mientras nos pintarrajeaban para que saltásemos de la urna cineraria,

21 Biblioteca de México

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sabiamos que como siempre el viento rizaba las aguas y unos pasos seguian con fruición nuestra

propia miseria. Los pasos huian con las primeras preguntas del

sueño. Pero el perro mordido por luz y por sombra , por rabo y cabeza; de luz tenebrosa que no logra grabarlo y de sombra apestosa; la luz no lo afina ni lo nutre la sombra; y así muerde la luz y el fruto , la madera y la sombra , la mansión y el hijo, rompiendo el zumbido cuando los pasos se alejan y él toca en el pórtico. Pobre rio bobo que no encuentra salida, ni las puertas y hojas hinchando su música. Escogió, doble contra sencillo, los terrones malditos, pero yo no escojo mis zapatos en una vitrina.

Al perderse el contorno en la hoja el gusano revisaba oliscón su vieja morada; al morder las aguas llegadas al rio definido, el colibri tocaba las viejas molduras. El vial in de hielo amortajado en la reminiscencia . El pájaro mosca destrenza una música y ata una

música . Nuestros bosques no obligan el hombre a perderse, el bosque es para nosotros una serafina en la

reminiscencia . Cada hombre desnudo que viene por el rio , en la corriente o el huevo hialino, nada en el aire si suspende el aliento y extiende indefinidamente las piernas. La boca de la carne de nuestras maderas quema las gotas rizadas. El aire escogido es como un hacha para la carne de nuestras maderas, y el colibrí las traspasa.

Mi espalda se irrita surcada por las orugas que mastican un mimbre trocado en pez centurión, pero yo continúo trabajando la madera, como una uña despierta, como una serafina que ata y destrenza en la

reminiscencia. El bosque soplado desprende el colibrí del instante y las viejas molduras. Nuestra madera es un buey de peluche; el estado ciudad es hoy el estado y un bosque

pequeño. El huésped sopla el caballo y las lluvias también . El caballo para su belfo y su cola por la serafina

del bosque; el hombre desnudo entona su propia miseria, el pájaro mosca lo mancha y traspasa. Mi alma no está en un cenicero.

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Dibujo de Rene Portocarrero

DE: POEMAS NO PUBLICADOS EN LIBRO

ODA A JULlÁN DEL CASAL

Déjenlo, verdeante, que se vuelva; permitid le que salga de la fiesta a la terraza donde están dormidos. A los dormidos los cuidará quejoso, fijándose como se agrupa la mañana helada. La errante chispa de su verde errante, trazará círculos frente a los dormidos de la terraza , la seda de su solapa escurre el agua repasada del tritón y otro tritón sobre su espalda en polvo. Dejadlo que se vuelva, mitad ciruelo y mitad piña laqueada por la frente.

Déjenlo que acompañe sin hablar, permitid le, blandamente, que se vuelva hacia el frutero donde están los osos con el plato de nieve, o el reno de la escribania, con su manilla de ámbar

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por la espalda . Su tos alegre espolvorea la máscara de combatientes japoneses. Dentro de un dragón de hilos de oro, camina ligero con los pedidos de la lluvia, hasta la Concha de oro del Teatro Tacón, donde rígida la corista colocará sus flores en el pico del cisne, como la mulata de los tres gritos en el vodevi l y los neoclásicos senos martillados por la pedanteria de Clesinger. Todo pasó cuando ya fue pasado, pero también pasó la aurora con su punto de nieve.

Si lo tocan , chirrían sus arenas; si lo mueven , el arco iris rompe sus cenizas. Inmóvil en la brisa , sujetado por el brillo de las arañas verdes. Es un vaho que se dobla en las ventanas. Trae la carta funeral del ópalo . Trae el pañuelo de opopónax yagua quejumbrosa a la visita sin sentarse apenas , con muchos

quédese, quédese, que se acercan para llorar en su sonido como los sillones de mimbre de las ruinas del ingenio, en cuyas ruinas se quedó para siempre el ancla de su infantil chaqueta marinera.

Pregunta y no espera la respuesta , lo tiran de la manga con trifolias de ceniza. Están frías las amadas florecillas . Frías están sus manos que no acaban, aprieta las manos con sus manos frías. Sus manos no están frías , frío es el sudor que lo detiene en su visita a la corista . Le entrega las flores y el maniquí se rompe en las baldosas rotas del acantilado. Sus manos frías avivan las arañas ebrias , que van a deglutir el maniquí playero .

Cuidado, sus manos pueden avivar la araña fría y el maniquí de las coristas . Cuidado, él sigue oyendo como evapora la propia tierra maternal , compás para el espacio coralino. Su tos alegre sigue ordenando el ritmo de nuestra crecida vegetal , al extenderse dormido.

Las formas en que utilizaste tus disfraces, hubieran logrado influenciar a Baudelaire. El espejo que unió a la condesa de Fernandina con Napoleón Tercero, no te arrancó las mismas flores que le llevaste a la corista,

pues allí viste el eleph negro en lo alto del surtidor. Cronista de la boda de Luna de Copas con la Sota de Bastos. tuviste que brindar con champagne gelé por los sudores frias de tu med ianoche de agonizante. Los dormidos en la terraza , que tú tan sólo los tocabas quejumbrosamente, escup ian sobre el tazón que tú le llevabas a los

cisnes.

No respetaban que tú le habías encristalado la terraza

y llevado el menguante de la liebre al espejo . Tus disfraces, como el almirante samurai, que tapó la escuadra enemiga con un abanico , o el monje que no sabe qué espera en El Escorial, hubieran producido otro escalofrío en Baudelaire. Sus sombríos rasguños , exagramas chinos en tu

sangre, se igualaban con la influencia que tu vida hubiera dejado en Baudelaire, como lograste alucinar al Sileno

con ojos de sapo y diamante frontal.

Los fantasmas resinosos, los gatos que dormían en el bolsillo de tu chaleco estrellado, se embriagaban con tus ojos verdes . Desde entonces, el mayor gato, el peligroso

genuflexo, no ha vuelto a ser acariciado. Cuando el gato termine la madeja , le gustará jugar con tu cerquillo, como las estrías de la tortuga nos dan la hoja precisa de nuestro fin . Tu calidad cariciosa,

Dibujo de Rene Portocarrero

23 Biblioteca de México

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que colocaba un sofá de mimbre en una estampa japonesa,

el sofá volante, como los paños de fondo de los relatos hagiográficos, que vino para ayudarte a morir. El mail coach con trompetas , acudido para despertar a los dormidos de la

terraza , rompía tu escaso sueño en la madrugada, pues entre la medianoche y el despertar hacías tus injertos de azalea con araña fría , que engendraban los sollozos de la Venus

Anadyomena y el brazalete robado por el pico del alción.

Sea maldito el que se equivoque y te quiera ofender, riéndose de tus disfraces o de lo que escribiste en La Caricatura , con tan buena suerte que nadie ha podido encontrar lo que escribiste para burlarte y poder comprar la máscara japonesa. Cómo se deben haber reído los ángeles, cuando saludabas estupefacto a la marquesa Polavieja, que avanzaba hacia ti para palmearte frente al espejo. Qué horror, debes haber soltado un lagarto sobre la trifolia de una taza de té.

Haces después de muerto las mismas iniciales, ahora en el mojado escudo de cobre de la noche, que comprobaban al tacto la trigueñita de los doce años y el padre enloquecido colgado de un árbol. Sigues trazando círculos en torno a los que se pasean por la terraza, la chispa errante de tu errante verde. Todos sabemos ya que no era tuyo el falso terciopelo de la magia verde , los pasos contados sobre alfombras, la daga que divide las barajas, para unirlas de nuevo con tizne de císnes. No era tampoco tuya la separación, que la tribu de malvados te atribuye, entre el espejo y el lago. Eres el huevo de cristal, donde el amarillo está reemplazado por el verde errante de tus ojos verdes. Invencionaste un color solemne, guardamos ese verde entre dos hojas. El verde de la muerte.

Ninguna estrofa de Baudelaire, puede igualar el sonido de tu tos alegre. Podemos retocar, pero en definitiva lo que queda,

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es la forma en que hemos sido retocados. ¿Por quién? Respondan la chispa errante de tus ojos verdes y el sonido de tu tos alegre. Los frascos de perfume que entreabriste, ahora te hacen salir de ellos como un homúnculo, . ente de imagen creado por la evaporación, corteza del árbol donde Adonai huyó del jabalí para alcanzar la resurrección de las estaciones. El frío de tus manos, es nuestra franja de la muerte, tiene la misma hilacha de la manga verde oro del disfraz para morir, es el frío de todas nuestras manos. A pesar del frío de nuestra inicial timidez y del sorprendido en nuestro miedo final , llevaste nuestra luciérnaga verde al valle de

Proserpina.

La misión que te fue encomendada, descender a las profundidades con nuestra chispa

verde, la quisiste cumplir de inmediato y por eso

escribiste: ansias de aniquilarme sólo siento. Pues todo poeta se apresura sin saberlo para cumplir las órdenes indescifrables de Adonai. Ahora ya sabemos el esplendor de esa sentencia

tuya , quisiste levar el verde de tus ojos verdes a la terraza de los dormidos invisibles.

Ilustración de René Portocarrero

(1949)

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Por eso aqui y alli , con los excavadores de la identidad,

entre los reseñadores y los sombrosos, abres el quitasol de un inmenso Eros. Nuestro escandaloso cariño te persigue y por eso sonríes entre los muertos.

La muerte de Baudelaire, balbuceando incesantemente: Sagrado nombre, Sagrado nom­bre, tiene la misma calidad de tu muerte, pues habiendo vivido como un delfin muerto de

sueño, alcanzaste a morir muerto de risa . Tu muerte podía haber influenciado a Baudelaire. Aquel que entre nosotros dijo: ansias de aniquilarme sólo siento, fue tapado por la risa como una lava.

qué compañía la chispa errante de su errante verde ,

mitad ciruelo y mitad piña laqueada por la frente.

RETRATO DE DON FRANCISCO DE QUEVEDO

Sin dientes, pero con dientes como sierra y a la noche no cierra el negro terciopelo que lo entierra entre el clavel y el clavón crujiente.

Bailados sueños y las jácaras molientes sacan el vozarrón Santiago de la tierra . Noctámbulo tizón traza en vuelo ardientes elipses en Nápoles donde el agua yerra.

Muérdago en semilla hinchado por la brisa En esas ruinas, cubierto por la muerte, risota en el infierno, el tiburón quemado ahora reaparece el cigarrillo que entre tus dedos escamas suelta, tonsurado yerto.

se quemaba, la chispa con la que descendiste al lento oscuro de la terraza helada. Permitid que se vuelva, ya nos mira ,

En el fin de los fines ¿qué es esto? Roto maíz entuerto en el faisán barniza y en la horca se salva encaramado.

25 Biblioteca de México

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"Sólo lo difícil es estimulante" escribió José Lezama Lima (1910-1976) al inicio de uno de sus libros; y, en efecto, pocas obras más difíciles y más estimu­lantes hay en la literatura latinoa­

mericana como la suya propia. Obra compleja, oscura y brillante, cuya desmesurada empresa cuestiona las nociones estableci­das del acto literario para propo­nerse el diseño insólito de una li­teratura capaz de reformular nuestra misma experiencia de lo real. Pocas veces la literatura nuestra ha emprendido una aventura poética como esta que Lezama Lima se propuso. Em­presa radical, que dicta sus pro­pias reglas, que se muestra en el proceso mismo de su riesgo, que da cuenta de su acopio como de sus disoluciones, que procede a una reconstrucción del mundo natural , y que, al final, funda un universo verbal cuya ambición de sentido es rehacer nuestra per­cepción. Y, sin embargo, no es ésta una obra programática: el riesgo es su signo, y la zozobra le resulta connatural. Lezama Lima se nos aparece hoy, culminado el ciclo de su trabajo, como un arte­sano del sentido: como Borges, pero más allá de Borges, fue un

• José Lezama Lima, El reino de la imagen, selección, prólogo y cronología de Julio Ortega, Biblioteca Ayacucho, Caracas, Ve­nezuela, 1981 , 630 pp.

JULIO ORTEGA*

PRÓLOGO A EL REINO DE LA

IMAGEN

\ .

(Fragmentos)

escritor dotado por un espacio propio, por un ámbito fecundo, pródigo en registros y en su capacidad de conversión verbal. O sea, fue un escritor que produ­cía una obra, no uno que se de­bía al acabado de un libro. Fue el autor de amplios frescos, de tra­bajos poéticos que teorizaban sobre una práctica siempre ina­cabada. Fue, por eso, un autor de una obra que no podría haber culminado; que era, por su propia naturaleza, a la vez inacabable e imperfectible.'

De allí la calidad, manual, ar­tesanal de su trabajo, que supo­ne el taller fecundo de su obra; de una obra cuyos tomos fue pro­duciendo no como quería Ma­lIarmé para sustituir al mundo sino, más bien, para reinterpre­tarlo, para reconocer su sentido y celebrar los laberintos de ese re­conocimiento. Es por eso que al leer cualquier página de Lezama vemos al escritor escribiendo, no al escritor reescribiendo; es decir, Lezama no solamente se entrega a la fluencia circular de sus rit­mos, a la sintaxis abierta y a ve-

, Una excelente interpretación del sentido de la obra de Lezama es la que propone Cintio Vitier, a partir de la poesía, en el capítulo "Crecida de la ambición creadora. La poesía de José Lezama Lima y el intento de una teleologla insular" , de su libro Lo cubano en la poesía, Santa Clara, Universidad Central de Las Villas, 1958, pp. 369-97; asi mismo lo es la memorable presentación de Julio Cortázar "Para llegar a Lezama Lima", en su La vuena al dla en ochenta mundos, México, siglo XXI, pp. 135-155. Ambos trabajos están reunidos en Pedro Simón, ed., Recopilación de textos sobre José Lezama Lima, La Ha­bana, Casa de las Américas, 1970.

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ces distraída de su prosodia in­corporadora , a la figuración pre­lógica de su discurso que es un acto haciéndose en el texto; sino que, además, Lezama emplea el lenguaje como si el lenguaje no hubiese sido aún escrito; esto es, como si entre las palabras y las cosas no hubiese sido todavía establecida una propiedad refe­rencial y un orden discursivo del nombre en el mundo. Lo cual quiere decir que las palabras son más que el nombre: son el nom­bre y su resonancia original, la energía material y primaria que la poesía libera para reconstruir la interacción de la imagen en un espacio de exploración y revela­ción. De allí el riesgo: nada pue­de ser prometido al inicio del texto; y de allí la zozobra: ~ablar con los nombres para decir no la cosa sino la imagen como even­to, puede culminar en un naufra­gio del lenguaje, en un espacio donde el sentido entrevisto pue­de no ganar una forma. De estos riesgos extremos y de estas zo­zobras fecundas está hecha, todo, la poesía de Lezama; pero toda su obra está recorrida por este drama del texto, que así se sitúa más allá de la eficacia o de la bondad de un recurso literario, más allá de la "palabra justa" y del "acabado de la forma", Se sitúa en el origen mismo de los textos: en el acto por el cual el lenguaje es un espacio originario; no sólo un instrumento sino tam-

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bien una materia poderosa y enigmática capaz de rehacernos y de devolvernos al sentido.2

Escribir escribiendo: nada es previo o posterior, todo se decide en esa incesante y proliferante actividad, un poco maniática, un tanto ritual, cuya celebración es una forma de la dicha pero tam­bién una ironía y una agonía. Escribir no para desrealizar luego de discernir, como en Borges; no para acumular la intensidad de la transparencia vivida, como en Octavio Paz; no para habitar y decir la excepción, su brillo y nos­talgia, como en Cortázar. Escribir, más bien, para que el lenguaje 5 Es pertinente esta conclusión de Guillermo Sucre: ΈΙ hermetismo de Lezama es un modo de ser. No depende de una sintaxis, compleja o no. mucho menos del ocultamiento delibera­do de una clave que, en sí misma, ya sea cla­ra. Es cierto que Lezama concibe su sistema poético regido por la razón. Esto no debe en­tenderse mal. Frente a los términos de la esco­lástica; ente de razón fundado en lo real, lo cual darla en poesía: ente de razón fundado en lo imaginario, él prefiere otra posibilidad: ta poesía como ente de razón fundado en lo irre­al. Por ello Lezama gusta citar una fórmula de Pascal: Un arte incomprensible, pero razona­ble. Sin ser menos lúcida, su opción es evi­dentemente más radical: aventura no sólo en lo imaginario como imaginable, como virtuali­dad, sino también en lo inexistente, lo no crea­d o . . V é a s e "Lezama Lima: el logos de la ima­ginación", en su La máscara, ta transparencia, Caracas,, Monte Ávila. 1975. pp. 181-206.

ocurra como la incesante pre-figu-ración, y, desde allí, como la nueva percepción de una hiperfi-guración. Acto del origen y acto del final, el acto poético acontece como el primer día y es por eso fundacional; pero también ocurre como la revelación cumplida y es, por eso, paradisíaco. Naturalmen­te, entre ambos extremos, entre esas tensiones, las palabras abundan buscando despertar una forma, un proceso dinámico, un cuerpo verbal vivo. Muchas ve­ces, en su poesía Lezama diseña el camino de esa búsqueda, camino ardido y sumerso, y quizá el poema entero, el poema como origen y revelación es sólo el paradigma, el sueño totalizado de este camino de fragmentos y esta ruta de figuraciones. De allí que desde esta aventura en el origen, en las figuraciones del poema, Lezama debió moverse hacia las organizaciones más discursivas del texto de la novela. No sin an­tes haber pasado por el ensayo, por la teoría del poema y del co­nocimiento poético, una de cuyas configuraciones, por cierto, es su libertad americana.

En el acto del poema, así, acontece el lenguaje como un es­pacio exploratorio. Pero su pecu­liar aventura no busca un proceso de esclarecimiento revelador, sino que descubre no pocas veces, más bien, un espacio de desco­nocimiento. Y este es, segura­mente, el rasgo por el cual Le­zama difiere más de sus contem­poráneos: la poesía no sólo nos descubre, también nos encubre. Es el lenguaje pre-lógico, tanto como su figuración autónoma, no referencial, lo que nos conduce a esta noción de un desconocer, a este descenso a las potencialida­des y virtualidades, desde donde la imagen emprende su vía meta­fórica, su razón originaria, para encarnar como nuevo lenguaje del mundo, como decir posible.3

'• Saúl Yurkievich advierte que "La poesía devuelve a la memoria germinal, anterior a la reproductiva. Para Lezama Lima la reminis­cencia se apoca y empobrece al pasar del germen a la forma, de la visión a la escritura Propone y practica el camino inverso: el retroceso de la menos forma factible al esta­do germinativo, el abandono de los cuerpos para reintegrarlos a su misterio prenatal." Véase "José Lezama Lima: el eros relacio-nable o la imagen omnímoda y omnívora, en su La confabulación con la palabra, Madrid. Taurus, 1978. pp 116-125.

2 7 Biblioteca de México

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JOSÉ LEZAMA LIMA

A PARTIR DE LA POESÍA*

(Fragmentos)

Es para mí el primer asombro de la poesía, que sumergida en el mundo prelógico, no sea nunca ilógica. Como buscando la poe­sía una nueva causalidad, se aferra enloquecedoramente a esa causalidad. Se sabe que hay un camino, para la poesía, que sirve para atravesar ese desfila­dero, pero nadie sabe cuál es ese camino que está al borde de la boca de la ballena; se sabe que hay otro camino, que es el que no se debe seguir, donde el caballo en la encrucijada resopla, como si sintiese el fuego en los cascos, pero sabemos también que ese camino sembrado de higueras, cepilla las virutas del perro de aguas cuando comien­za su lucha con el caimán en las profundidades del légamo remo­vido.

Si divididos por el espíritu de las nieblas o un sueño inconclu­so, tratamos de precisar cuando asumimos la poesía, su primer peldaño, se nos regalaría la ima­gen de una primera irrupción en la otra causalidad, la de la poesía, la cual puede ser brusca y ondulante, o persuasiva y terrible, pero ya una vez en esa región, la de la otra causalidad, se gana des­pués una prolongada duración que va creando sus nudos y metáforas causales. Si decimos, por ejemplo, el cangrejo usa lazo azul y lo guarda en la maleta, lo pri­mero, lo más difícil es, pudiéramos decir, subir a esa frase, trepar al momentáneo y candoroso asombro que nos produce. Si el fulminante del asombro restalla y lejos de ser rechazados en nuestro afán de cabalgar esa frase, la podemos mantener cubierta con la presión de nuestras rodillas, comienza entonces a trascender, a evaporar otra consecuencia o duración del tiempo del poema. El asombro, primero, de poder ascender a otra región. Después, de mantenemos en esa región, donde

* Op. cit.

vamos ya de asombro en asom­bro, pero como de natural respi­ración, a una causalidad que es un continuo de incorporar y devol­ver, de poder estar en el espacio que se contrae y se expande, separados tan sólo por esa deli­cadeza que separa a la anémona de la marina.

Tenemos, pues, que el cangre­jo de lazo azul nos hizo ganar otra región. Si después lo guardó en una maleta, nos hizo ganar una morada, es decir, una causa­lidad metafórica. Pero he ahí que cualquier viajante de comercio puede guardar su lazo azul en una maleta, pero le falta ese pri­mer asombro que inicia otra cau­salidad en la región, pues pasmo aquella corbata azul, en el viajan­te de vulgaridad cotidiana, se de­sinfla sin tocar la poesía.

Así, la poesía queda como la duración entre la progresión de la causalidad metafórica y el conti­nuo de la imagen. Aunque la poesía sobre su causalidad metafórica, se integra y se des­

truye, y apenas arribada a la fuente del sentido, el con­trasentido golpea al caudal en su progresión. Si la cau­salidad al llegar a su final no se rinde al continuo de la imagen, aquella fantasía en el sentido platónico no puede realizar la permanencia de sus fiestas.

Guiados por la precisión de la poesía, colocamos como una espera inaudita, que nos mantiene en vilo, como con ojos de insectos. Durante cerca de doce siglos antes de Cristo, hasta el siglo pasado, en las enloquecedoras precisiones demostradas por los arqueólogos, los epítetos homéricos, Terento, la de las grandes murallas, o la áurea Mícenas, estaban como en acecho flotante, semejante a la holoturia atravesada por el amanecer. Hasta que la alucinación de Schlieman descansó en la contemplación de una tumba rectangu­lar en Micenas, con los restos de diecinueve personas, entre ellas dos niños pequeños, no encontró su arraigo

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al epíteto homérico: "Los rostros de los hombres esta­ban cubiertos con máscaras de oro, y sobre el pecho tenían petos de oro. De las mujeres, dos tenían bandas de oro sobre la frente, y otra una magnífica diadema de oro. Los dos niños estaban envueítos en /aminas de oro. Junto a los hombres estaban tendidos en el suelo sus espadas, puñales, copas para beber, de oro y de plata y otros utensilios. Las mujeres tenían a su lado sus cajas de tocador de oro, alfileres de diversos meta­les preciosos, y sus vestidos estaban adornados con discos de oro decorados con abejas, jibias, rosetas y espirales de oro..." Treinta y cuatro siglos para compro­bar la veracidad de un epíteto...

Comenzaban así a hervir los prodigios, desde la suerte del Almirante misterioso, para nosotros los ame­ricanos, que sorprende en la cabellera de las indias, como unas sedas de caballo. Aquí lo sutil se hace fuer­te, lo acerado ahilado viste como una resistencia ace­rada, refugiándose en la convocatoria para lo secular eterno. Sorprende después un perro grande, pero sin habla, que lleva en su boca una madera, donde el Almirante jura que cree ver letras. La imitación de lo desconocido es por el costado americano más inme­diata y deseosa. Lo desconocido es casi nuestra única tradición. Apenas una situación o palabras, se nos con­vierten en desconocido, nos punza y arrebata. La atracción de vencer las columnas en su limitación, o las leyes del contomo, está en nuestros orígenes, pues parece como si el misterioso Almirante, siguiese desde el puente nocturno, el traspaso entre la sexta y la sép­tima morada, donde ya no hay puertas, según los mís­ticos, y existe como la aventura de la regalía en el mis­terio. Sorprende además, la diferencia extrema en el pequeño círculo mágico. Un árbol que tiene ramas

) cañas, y otra rama que tiene lentiscos. Los peces

tienen formas de gallos, azules, amarillos, colorados. Toda esa riqueza de formas produce espera y descan­so. En medio de esa diversidad, el hombre se nutre de una espera, que tiene algo del arco y de la flecha apo­rética.

Aun la muerte entre nosotros parece que ordena, y el caso de Martí, tan viviente antes como después de su muerte, tiene antecedentes en la tierra de los hechi­zos. En 1530, en el Castillo de la Fuerza, coinciden el que va a enloquecer buscando la juventud, Juan Ponce de León, y el que ya adivina que la tierra no lo va a contener, si el camino del río dialoga con las som­brías hojas de la medianoche. Hernando de Soto, hechizado de su época, perenne habitador de un cas­tillo, regalador de la misma sobreabundancia. El bus­cador de la juvencia, queda en asombro viendo cómo el otro le regala riquezas, le burla su desconfianza, con el indescifrable gesto bueno, sólo leíble en la tierra de los prodigios y del eterno renacer. Le envía a su muje con dinero, pues ya el otro sabe que la tierra no le podrá dar la paz, aunque bailen sobre su podredum­bre, y los caballos hagan suerte para despistar a los Indios, que saben el secreto, y que apenas alejados los españoles, comenzarán a desenterrar al hechizado. Como en cuanto "sintió unas calenturas, que el primer día se mostró lenta y el tercero rigurosísima", según nos dice el Inca Garcilaso, sintió que su mal era de muerte, apenas pudo hacerse de papel para dictar el testamento. Tres años siguieron a su muerte, en que amigos y su esposa Inés de Bobadilla, lo seguían bus­cando, dejando señales en los árboles y "cartas escri­tas metidas en un hueco de ellos con la relación de lo que habían hecho y pensaban hacer el verano siguien­te". Desenterrado, sepulto en el río, continuaban desde las sombras las visitas del hechizado. El solo conocí-

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miento de su muerte, tres años después de estar en la tierra de fondo de río, mata a su esposa, que había mandado con juventud y riqueza, al buscador de la juvencia, para decirle que estaba en el Castillo de la Fuerza. Ya el hechizado había estado en el entierro y en la casa de la muerte de los nobles curacas, repar­tiendo "la almorzada de perlas", como se decía al reparto hecho con las dos manos, para hacer cuentas de rosario, a pesar de que eran gruesas como garban­zos gordos, según decía el cronista. Llega así el hechi­zado a la casa de la muerte. Gigantes con cara de dia­mantes defendían la entrada de las maravillas. Luego, interminables ejércitos en los relieves, con hachas de pedemal, que descargaban la muerte centelleando. La quinta fila de arqueros con flechas de pedemal y cuen­co de venado labrado en cuatro esquinas. Después, las picas de cobre. Y Hemando de Soto, que se ade­lanta para entrar en la casa de la muerte. Y el ejército, en el relieve de la casa de la muerte, disparando ince­santemente, y el batallador que se desploma. Pero está más allá de ser guardado en la tierra, de ser meci­do en el río, sobrevive tres años después de muerto, vuelve muerto para recoger a su esposa y volver a pasearse en su castillo.

No sólo los hechizos, enviándonos sus meteoros y sus cometas, sino a veces situaciones excepcionales, que se mantienen en unidad de espacio, logran pene­trar en el invisible poético, dándole como un centro de gravedad a su permanencia. En el período de la res­tauración Meijii, en el Japón, doscientos niños de las mejores familias japonesas fueron enviados al Vaticano. Aquella unidad coral de garzones penetraron en los pasillos seculares con sus colores, con su piel, con su habla como el chillido de las gaviotas. Debió de ser una sorpresa mayor que la de los misioneros llega­dos al oriente. ¿Cuál habrá sido la reacción de la roma­nidad ante aquel envío de lo más delicioso del feuda­lismo de los shaguns? ¿Al regresar a su país, qué impresión llevarían los garzones japoneses de aquella majestuosa valoración teocrática? ¿ Qué copias engen­draron, en lo que eran pintores, la Academia y la Creación? Ellos que copiaron con tanta delicadeza y fidelidad las estampas chinas, diferenciándose, no obs­tante de sus modelos, en formas significativas y muy visibles, por la colocación en la misma estampa, de un sapo domesticado por la magia taoísta o una pesada hoja de helecho que se mueve gemebunda.

Era una forma de invasión y reconocimiento hasta en­tonces desconocida. No eran los misioneros, los mer­caderes o los guerreros iracundos, los que llevaban la responsabilidad secreta de la visitación: Por las calles de la romanidad se veían aquellos muchachos extraí­dos de la flor del feudalismo japonés. Por otra parte, qué valor incomparable en esas familias, de permitir un

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viaje que podía tener sus riegos secretos. Y al mismo tiempo, qué confianza en la delicadeza de sus custo­dios que cuidaban las travesuras y las moscas del dia­blo. Uno solo que se hubiera perdido o mostrado su desagrado, habría traído consecuencias no previsibles.

\ . En sombrías hileras de cruces, veintitrés sacerdQtes

franciscanos, misioneros en el Japón, al mismo tiempo del canto y de la gloria, penetran en la muerte. Con sus uniformes, que la altura abrillanta como un metal terro­so, con sus salmos apenas musitados, con sus rostros nobles que la flaccidez de la muerte ladea, irrumpen, como una milicia que penetra por las murallas transpa­rentadas, con la misma unidad, en el mismo coro, por el mismo boquete de la muerte. El mismo resplandor de veintitrés hombres, que al unísono repiten el gesto del Crucificado mayor, marcha paralelizado en la esce­na entregada a la infamia, pues veintitrés lanzas bus­can los costados, las risotadas no de una ronda, sino de un regimiento, con la algazara y tumulto de meren­dero sombrío, los jefes a caballo, las máscaras y los rabos diabólicos, los guardias que agigantan sus pasos para extender una herida, para vigilar impasiblemente una agonía, los indiferentes que se retiran como espe­

rando el final del cansancio de la gloria y de la infamia. Pero ni siquiera tienen la tradición de la cruz, y el aspa vertical tiene casi una triple extensión que la horizontal, y para herir en el costado tienen que usar unas lanzas tan largas que parece que van a tocar una llama más que agrandar una herida. En lo alto, como una uma de aire dorado, fuerte, lista a la formación de sonidos, lo invisible que se llena como de la otra milicia, que viene como a preparar la recepción de los veintitrés hombres que llegan, ya en su transparencia, para agrandar la rueda de un resplandor mayor.

No solamente esos coros que han penetrado con algazara coloreada en la ciudad desconocida, o majes­tuosamente en lo invisible, sino que el hombre ha esbozado gestos, situaciones, fugas y sobresaJtos, que unas veces exhalados por inexplicables exigencias, y otras por violencia de un destino indescifrable, lo rode­an como si hubiese una zona de trabajo y expectativas, alejados de la mera carga individual, donde coinciden los acarreos corales, muchedumbres, cogidas por idénticos destinos, marchando congeladas dentro de las mismas finalidades. En un salón, podemos estable­cer la división de los que fuman y los que desdeñan la hoja encendida; en la cámara de la muerte, asisten los que parlotean y los que se adormecen. En una trave­sía, los que contemplan la estela, o los que bajan a val­sar. Se acercan en sus potros los campesinos a un tor­neo de gallos, unos llegan silbando, otros cetrinos silenciosos, mascullan la borraja. Fulgurantes agrupa­ciones, que en un instante o en cualquier unidad de tiempo, establecen como una clave, una familia, una semejanza en lo errante o inadvertido. Claves que no

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existen en una demorada casa temporal, sino impues­

tas por una circunstancia, un agrupamiento aparente­

mente caprichoso o fatal, pero que establece una divi­

sión por gestos o actitudes, por acudimientos o inhibi­

ciones, tan importantes, dentro de ese breve reducto

temporal, como una reorganización por lo económico,

por las exigencias del trabajo, o por los linajes que se

fundan o se suceden. Nada más lejos de poder con­

tentamos con la creencia de que son agrupamientos

banales o dictados por el capricho. Muy pronto, en el

ejemplo de los que en la travesía contemplan la estela,

se cambian miradas, se acercan. Si continúan en la

medianoche en la contemplación de esos dualismos

engendrados por invisibles Nikés, ya se ciñen las

manos. Treinta años más tarde, ese hecho tiene una

asombrosa y patética resonancia, se evoca con júbilo

o con socarronería, mientras unas meninas jugando a

los yaquis disimulan sus risitas con dientes de leche.

En el otro ejemplo, el guajiro silbante que se acerca al

galleo, un colono oloroso a nicotina está en su diestra.

El Sultancillo, al que le tiró su escarcela llena de doblas

isabelinas, tumba y arrebata. De ahí sacó el silbante

una promesa de primeros labrantíos. Después, moja

los corazoncitos con la hija plañidera del rico home. Lo

vemos después hincharse con un cucharón en la mela­

za. "Tiene tres ingenios", dicen ahora los copistas fra­

casados. Pero en el día de su muerte, cabeceando

como una góndola, se ve llegar a un natural guajolote

de mala brillantina, principal Tomás Risitas, pasándose

la estrella de su espuela por los labios, para estimular

una canción con lo de adentro.

En asombro o bulto que desconcierta un instante del

vivir, a veces se reproduce coralmente en idéntica

situación y tiempo. Lo que fue hecho excepcional, de

larga cauda, pasa a un todo, llevando por la energía

proporcional a la misma intencionalidad, riesgo o fre­

nesí, que mantiene esa coincidencia durante un tiem­

po, que es al mismo tiempo contorno y sucesión del

hecho. Intencionalidad y tiempo quedan en esas oca­

siones tan bien soldados, que forman dentro del tiem­

po, como cuantidad sucesiva, un remolino aparte y

como congelado para la visión. Que esos hechos son

orgánicos dentro del mundo que los motiva y engarza,

lo revela su característica más valiosa, es decir, que

vuelven, que se reintegran, que son necesidad afano­

sa de reintegrarse y reincidir dentro de la ciudad.

Surgidos esos hechos, cuando alcanza la plenitud en

su presentación, adquieren una trágica eficacia, por el

rendimiento fabuloso que se exige de las personas que

coinciden en él, por el paréntesis que ofrecen entre una

incitación potencial y una extinción, que es una sus­

pensión. Volverá a reincidir ese hecho privilegiado,

pero deshecho el encantamiento que encuadraba esa

coralidad en una misma unidad de tiempo, rompe el

mecanismo interno de sus compuertas, que ruedan o

se sobreviven con el tatuaje de aquella situación.

Cautiverio que atrajo todas las luces en su marcha,

pero que el tiempo de la dispersión fue extinguiendo

sus luces y sus redobles, quedando como un proce­

sional de pesadilla.

Nosotros entresacamos de esos coros en la imagen,

con un tiempo que llevan en su centro: la espera a los

pies de la muralla, el adolescente errante, la retirada

(Anabasis o la Grand Armée) y el destierro.

¿Por qué escogemos como entidad coral imaginaria

los que esperan a los pies de las murallas, y no la ciu­

dad sitiada? Porque los sitiados se acogen a la perma­

nencia o a la muerte. El fin de una ciudad sitiada es el

fuego o la irrupción de los moradores bárbaros. Vemos

cómo el gran Príamo, conducido en el carro por

Hermes, se acerca al Aquileo, "le abrazó las rodillas,

besó aquellas manos terribles, que habían dado muer­

te a tantos hijos suyos". Viene a buscar a su hijo muer­

to y él mismo arriesga la vida. Pero el que espera a los

pies de las murallas, corre el riesgo de que su espera

se trueque en otra entidad imaginaria: la retirada, el

coro en fuga bajo el cierzo. A través de su hijo muerto,

el que domaba los potros, Príamo, establece un demo­

rado contacto con Aquileo. "Príamo Dardánida admiró

la estatura y el aspecto de Aquileo, pues el héroe pare­

cía un dios; y a su vez, Aquileo admiró a Príamo

Dardánida, contemplando su noble rostro y escuchan­

do su palabra." El rescate de Héctor y la tregua de once

días lograda por Hermes, es una larga pinta de luz en­

tre los aqueos y los teucros. Dos entradas de Hermes,

dos banquetes fúnebres, tiempo entre dos auroras. Es

decir, la comunicación entre las dos fuerzas se hace

imprevisible, el rescate del cuerpo de Héctor, por ejem­

plo. Y esto monstruoso: los donativos que acepta

Aquileo, a espaldas de Agamenón, por la devolución

del cadáver. El mismo Hermes que guía a Príamo

hasta la tienda del Aquileo, resguarda la fuga después

de la conducta reprobable del Aquileo. El dios guía en

una acción noble y en una acción reprobable, pues en

realidad el pasaje no tenía por qué hacerse a base de

la nobleza de Príamo y de la mezquindad del Aquileo,

que tasa su acción y aconseja la discreción con

Agamenón y la astucia para burlar sus propias tropas.

Después que el Aquileo queda dueño del campo, se le

ve mezquino en esa acción de indudable grandeza. Su

cortesía tiene un precio, su gesto no está solamente

llevado por la suprema caballerosidad. Desde el princi­

pio de La llíada, se observa entre los que esperan a los

pies de las murallas, la tendencia a la subdivisión, o al

menos a la existencia de dos fuerzas, la de Agamenón

Atrida, y el héroe, el que trae el origen misterioso y la

protección de Dios. Apolo tiene que mantenerse lan­

zando sus bengalas para avisar los excesos del Atrida.

La gula por la Criseida y Briseida dividen al Agamenón

31 B i b l i o t e c a d e M é x i c o

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y al Pélida. El campamento sitiador sucumbe al que

hiere de lejos, saetas tras saetas se ven caer a los

héroes, víctimas de un maleficio. A pesar de la diferen­

cia entre Agamenón Atrida y el Aquileo Pélida ¿qué los

une? La condición excepcional, impuesta por la tensión

entre los sitiados y los sitiadores. Hay una relación

entre Héctor, Patroclo y el Aquileo, donde ya no puede

figurar el Atrida, que establece en la situación excep­

cional, la solución igualmente excepcional. Situación

que se enrarece cada vez más entre los que esperan

a los pies de las murallas, pues Agamenón utiliza a

Patroclo cada vez que la ocasión es propicia contra el

Pélida. Hay un designio indescifrable, pero que no obs­

tante actúa como si estuviese perfectamente descifra­

do. Después de la estallante cólera del Aquileo, viene

la mansa entrega de Briseida al comando dirigido por

Patroclo, del linaje de Zeus. En el canto final, la llega­

da del cortejo de Hermes y de Príamo, encuentra al

Pélida dispuesto a todas las soluciones, aun a la acep­

tación de las dádivas. La intervención de la única clari­

dad posible en medio de los que esperan a los pies de

las murallas. Si no hubiese un desciframiento que es

como un puente entre el "hiere de lejos", y el hecho que

se deshace en la interpretación divinal, el canto caería.

Pero ahí se ofrece visible y externo, y al mismo tiempo,

lejano y misterioso, un campo donde lo circular de los

sitiados, la espiral abierta de los sitiadores, la manera

de atraer y descifrar un encuentro entre los dioses, por

un lado Afrodita, la chipriota diosa y por el otro la diosa

de ojos de lechuza. Aquiles, que tiene la mitad de su

sangre del lado de lo divino, prorrumpe en gritos poten­

tes contra la enemistad de los dioses, celoso de ese

extremo del héroe pasado a los efímeros.

Vico cree que las palabras sagradas, las sacerdo­

tales, eran las que se transmitían entre los etruscos.

Pero para nosotros el pueblo etrusco era esencial­

mente teocrático. Fue el más evidente caso de un

pueblo surgido en el misterio de las primeras inaugu­

raciones del dios, el monarca, el sacerdote y el pueblo

unidos en forma indiferenciada. El convencimiento

que tenía el pueblo de que el dios, el monarca y el

sacerdote eran la misma persona, le prestaba a cada

una de sus experiencias o de sus gestos, la participa­

ción en un mundo sagrado. Por eso la división que

Vico hace, entre los primitivos romanos, de las quaes-

tionem nominis y las quaestionem definitíonis, pen­

sando que estas últimas eran "las ideas que se des­

pertaban en la mente humana al proferir la palabra",

eran, en esa dimensión etrusca, la misma cosa. Pues

en aquel pueblo, el nombre y la reminiscencia, eco

animista de cada palabra, cobraban un relieve de un

solo perfil. Vico podía creer en la transmisión sacerdo­

tal, pero se le hacía muy difícil la concepción del pue­

blo de sacerdotes, las innovaciones hechas por el

pueblo entero. Vico, por ejemplo, se decide a colocar

los dragones en el camino de los triunfos de Hércules.

Después de haber dominado al león y a la hidra, viene

su victoria en la Hesperia sobre el dragón. Pero el sur­

gimiento del dragón en la tradición occidental, nos

parece difícil y paradojal, pues en la primitiva cultura

china, las primeras dinastías son llamadas de los

cinco dragones, y entre sus primeros reyes, del perío­

do mítico, Fou Hi, Chin Noum y Hoang Ti, con una

antigüedad de 2697 años antes de Cristo. Vico no

podía comprender el hechizo entero de la ciudad, de

la marcha del campesinado penetrando en lo irreal, en

lo imposible. ¿Cómo pudieron llegar esas fábulas grie­

gas a los japoneses, se pregunta Vico, o a la China

donde existe una Orden de Caballeros del Hábito del

Dragón? La respuesta brinca de concluyente: porque

Fou Hi, que corresponde a lo que pudiéramos llamar

un equivalente del período cadmeo, lleva la letra y el

número, y al mismo tiempo es el primer rey de drago­

nes de la cultura china. Si existen cinco dinastías de

dragones, con la mantenida presunción de que éstos

son invencibles, pues no podían tener la menor noticia

de los triunfos de Hércules, que llevaba al dragón a

una flaccidez vencida. Entre el dragón que lucha con

Hércules, y los dragones de las primeras dinastías chi­

nas, debe de mediar la extensión cronológica que va

desde la tortuga agrietada para la adivinación, en la

China arcaica, y la lira de concha de tortuga, pulsada

para la adivinación, en la China arcaica, y la lira de

concha de tortuga, pulsada por Orfeo. Si a esto añadi­

mos que el dragón verde es el característico en la

China del Este tenemos que llegar a la conclusión que

era en extremo difícil esa influencia de la Grecia mito­

lógica sobre una lejanía casi irreconciliable. Vico no

pudo conocer esa otra naturaleza del pueblo como

penetración de un coro en los designios.

No basta que la imagen actúe sobre lo temporal his­

tórico, para que se engendre una era imaginaria, es

decir, para que el reino poético se instaure. Ni es tan

sólo que la causalidad metafórica llegue a hacerse

viviente por personas donde la tabulación unió lo real

con lo invisible como los reyes pastores o sagrados, el

Monarca como encarnación viviente del Uno (que en

la cultura china arcaica es el agua, el norte y el color

negro), o un Julio César, un Eduardo el Confesor, un

San Luis, o un Alfonso χ el Sabio, sino que esas eras imaginarias tienen que surgir en grandes fondos tem­porales, ya milenios, ya situaciones excepcionales, que se hacen arquetípicas, que se congelan, donde la imagen las puede apresar al repetirse. En los milenios, exigidos por una cultura, donde la imagen actúa sobre determinadas circunstancias excepcionales al conver­tirse el hecho en una viviente causalidad metafórica, es donde se sitúan esas eras imaginarias. La historia de la poesía no puede ser otra cosa que el estudio y expresión de las eras imaginarias.

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JOSÉ LEZAM A LI MA

EL ROMANTICISMO Y EL HECHO AMERICANO*

(Fragmentos)

En algún cuadro de Orozco, pintado con noble ter- ros jurisdiccionales de las órdenes quedaron cumpli­

nura , aparece un padre franciscano tratando de dos, y entonces fueron las comunidades , en Cataluña

levantar por los brazos a un indio, que viene a ren- o en Zaragoza , los que se vieron obligados a defender

dirle la cornucopia de los diezmos debidos. Libe- en una forrna sangrienta sus prerrogativas y resguar­

rados de las exigencias del poder central , por tierras dos contra el poder central. Asi cuando Antonio Pérez

americanas podian manifestar con pureza un recto se declaró en rebeld ia contra el poder centra l. se aco­

espíritu evangélico. En Santo Domingo, los dornini- ge al fuero zaragozano, para librarse de las acechan­

cos que mantenían la tradición del padre Victoria; en zas de Felipe 11, pero para acercarlo a Madrid exige el

Cuba, y después ante Carlos v, el padre de las fuero de la inquisición, que utiliza sus tizones para

Casas; en México , los padres franciscanos. Y lo que arrancar confesión de asesinato, sin lograrlo . Cuando

es más sorprendente, las colonias jesuitas del Pa- el desdén de Aquisgrán el papa Pío VII se entristeció ,

raguay, donde la compañía liberada, desde los pero no ordenó guerra santa . Cuando la invasión fran­

Hapsburgo, para tener un apoyo austriaco frente a cesa , el clero español tocó a rebato, llegando la cruel­

las intentonas del nacíonalismo de la Reforma , reali- dad del canónigo Calvo a limites tan excesivos, que

za experiencias para lograr la Jerusalén terrestre en las Juntas de liberación llegaron a destituirlo. De esa

relación con la celeste. A medida que la colonización manera el clero español se oponía a la supresión de la

se integra y el poder central se muestra más absor- Inquisición, que fue la primera medida de José Bo­

bente, el conflicto surge y se exacerba, al extremo de naparte en la gobernación de España, yalliberalismo.

llevar el clero católico, en la Argentina y México, al Napoleón se dio cuenta de inmediato lo que significa­

separatismo , tratando de unir las esencias espiritua- ba su derrota en España , "rebajó mi moral en Europa",

les de la nación con las esencias evangélicas. comentaba en los días finales de Santa Elena . Cuan-

El proceso de ese hecho tiene una visible raiz his- do la vuelta de su destierro, el Papa , dándole una pal­

tórica . En la Edad Media, desde la época de Fernando madita a Luciano, lo despidió diciéndole: "Puesto que

111 el Santo y Alfonso x el Sabio, el clero luchó tenaz- va usted a París. haga las paces entre él y yo. Yo es­mente por mantener sus fueros y el respeto de su toy en Roma ; él no tendrá nunca queja de mi. " El clero

jurisdicción . Cada pueblo, un templo, fue la divisa de americano tomó distinto partido en relación con el

las primeras comunidades españolas. Un nuevo ma- poder central. Casi todas las cátedras episcopales

pa, esencial y profundo, que tenía sus raices en lo eran provistas oídos los virreyes, la monarquía metro­

popular yen lo evangélico. Al adoptar la compañía su politana y las altas autoridades eclesiásticas. El mis­

política de acercamiento a los Austrias, en la época de mo beato Claret, en sus años de obispado en Santia­

Carlos V y del austríaco Fernando el Católico, el man- go, se jura fiel de Isabel 11 , sin que le rocen los proble­

tenimiento de esos fueros fue relegado, pues ya los mas del separatismo. Pero el clero municipal, estable­

jesuitas eran poder, política que tenía cierta justifica- ce sus relaciones con los agricultores y con los peque­

ción histórica, pues había que marchar en milicia con- ños terratenientes, no establece contacto con el poder

tra la Reforma y aun contra la suspensión a que se central y se sabe hostil en relación con la jerarquía, ya

obligaba la vacilante actitud del Papado en relación que ésta , radicada en ciudades de más importancia,

con la orden, y a las suspicacias de la autorídad roma- establece relaciones con autoridades subordinadas a

na después de las rectorías de Loyola, de Díego Laí- lo hispánico. Aparecen entonces, a príncipios del siglo

nez y de San Francisco de Borja, exigiendo que el XIX, los curas independentistas de México y de las Jun­

priorato general de la orden estuviese en manos de tas de Buenos Aires, los curas constituyentes de Cá­

extranjeros. Con la fundación de la Inquisición, los fue- diz, como el padre Varela. Hay en ellos algo del abate

• o p. cir. Sieyés, del abate Marchena y de Blanco White. Toman parte en la Revolución francesa, se convierten , des-

33 Bibliotec a de México

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pués de abjurar, de nuevo al catolicismo, después de

haber traducido a Lucrecio y a Voltaire, o se acogen al

liberalismo inglés. Consecuencia : ganancia del catoli­

cismo, amplitud de su compás, con su gran revolu­

ción, su absurdidad inagotable en lo poético, y la cons­

tante prueba del ejercicio de su libertad . Todo lo que

haya sido contrario a esa actitud del catolicismo, es

tan sólo vicisitud histórica, suceso, pero no cualifica­

ción de su dogmática.

A fines del siglo XVII I, aquel señor barroco, que veía­

mos en las fiestas pascuales, ir de su granja, rodea­

do de aromas y de paños de primor, al vistoso zóca­

lo , donde repasa la filigrana del sagrario, al tiempo

que establece el chisporroteo del torito y la revuelta

tequila pone en la indiada el reojo de su frenesí.

¿Qué ha pasado? Su ilustrísima ha presidido con

disimulado quebranto, el predicamento de un curita

juvenil , afiebrado, muy frecuente en la exaltación y el

párrafo numeroso. Su patemidad mayor ha contem­

plado el tumulto del pueblo al paso de un predicador

dado a tesis heresiarca, a machacar con probanzas

y distingos, sobre apariciones y contrapruebas. Para oír al joven investido ha acudido hasta el virrey, pues

la festividad es de rango mayor, se trata de predicar

en unas fiestas guadalupanas. Y el tonsurado, que

causa tal revuelo verbal , fray Servando Teresa de Mier, se ha lanzado, según el arzobispado, en peli­

grosas temeridades. Afirmaba el predicador que la imagen pintada de la guadalupana estaba en la capa

de Santo Tomás, y no en la del indio Juan Diego. El

pueblo se mostraba en ricas albricias, en júbilo indi-

34

simulable, el arzobispo cambiaba posturas y se mor­

día labios, y el virrey lanzaba a vuelo prudencial su

mirada entre la alegría desatada del pueblo y la cóle­

ra atada y como reconcentrada del arzobispo. Se

encarcela a fray Servando, se retracta éste, pero el

frenesí del arzobispo lo envía a Cádiz, y allí lo sigue

vigilante, y fray Servando, como un precursor de

Fabricio del Dombo, comienza la ringlera de sus

fugas y sus saltos de frontera .

¿Por qué ese ensañamiento en su ilustrísima el

arzobispo? ¿Qué se agitaba en el fondo de aquellas

teologales controversias? Fray Servando al pintar la

imagen guadalupana en el manto de Santo Tomás,

de acuerdo con la legendaria prédica de los evange­

lios que éste había hecho, desvalorizaba la influencia

española sobre el indio por medio del espíritu evan­

gélico. Había una tácita protesta antihispánica en su

colonización , y el arzobispo, oliscón de la gravedad

de la hereje interpretación, le salía al paso, lo enreja­

ba y lo vigilaba ; sabiendo el peligro de aquella prédi­

ca y sus intenciones, fray Servando, bajo apariencia teologal , sentía como americano, .y en el paso del

señor barroco al desterrado romántico, se veía obli­

gado a desplazarse por el primer escenario del ame­

ricano en rebeldía, España, Francia, Inglaterra e

Italia. Al fin la querella entre el arzobispo frenético y

el cura rebelde va a encontrar su forma racíné , se

arraiga en el separatismo. De la persecución religio­

sa va a pasar a la persecución política, y estando en Londres, al tener noticias del alzamiento del cura

Hidalgo, escribe folletos justificando el ideario sepa­

ratista. Rodando por los calabozos, amigándose con

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el liberalismo de Jovellanos, combatiendo contra la

invasión francesa, o desembarcando con los conju­

rados de Mina , al fin encuentra con la proclamación

de la independencia de su pais, la plenitud de su

rebeldía, la forma que su madurez necesitaba para

que su vida alcanzara el sentido de su proyección

histórica. En fray Servando, en esa transición del ba rroco al

romanticismo, sorprendemos ocultas sorpresas muy

americanas. Cree romper con la tradición , cuando la

agranda . Así , cuando cree separarse de lo hispánico ,

lo reencuentra en él, agrandado . Reformar dentro del

ordenamiento previo, no romper, sino retomar el hilo,

eso que es hispánico, fray Servando lo espuma y

acrece, lo lleva a la temeridad. El catolicismo se

recuesta y se hace tronal ; huidizo, rehusa el des­

campado, pues nuestro tronado mexicano, lo lleva a

calabozos, a conspiraciones novedosas, a tenaces

reconciliaciones romanas, a dictados proféticos, a

inmensas piras funerales. El calabozo no lo lleva a la

ruptura con la secularidad, sino por el contrario a

agrandarla , para que el calabozo sea el gran ojo de

buey que levanta los destinos. Primera señal ameri­

cana: ha convertido, como en la lección de los grie­

gos, al enemigo en auxiliar. Si el arzobispo frenetiza­

do lo persigue , logra con su cadeneta de calabozos ,

aclararse en la totalidad de la independencia me­

xicana. Su proyección de futuridad es tan ecuánime

y perfecta , que cuando ganamos su vida con sentido

retrospectivo, desde el hoy hacia el boquerón del

calabozo romántico, parece como lector de destinos ,

arúspice de lo mejor de cada momento. Creador, en

medio de la tradición que desfallece, se obliga a la

síntesis de ruptura y secularidad , apartarse de la tra­

dición que se resguarda para rehallar la tradición que

se expande, juega y recorre destinos.

En Bayona, la curiosidad americana lo lleva a pe­

netrar en una sinagoga . Inmediatamente, sobre esa

curiosidad comenzarán a caer los dones. Como buen

americano se regala en el simpathos. Sorprende que

hablan un español meticuloso, tienen el orgullo de

que los semitas que Adriano envió a España, son de

la gran tribu de Judá. Al terminar el Rabino, lo rode­

an para que opine sobre el sermón. La onda larga de

su simpatía no retrocede ante refutar al predicador, y

como lo hace tan bien le ofrecen en matrimonio "una

bella y rica Raquel , y en francés Fineta". Termina

revisándole sus sermones a los rabinos, y en que

éstos le llamen Jajá, que significa sabio. Otro signo

americano; entrar en templo ajeno por curiosidad,

ganarlo por la simpatía y llevarlos después al sabo­

reo de nuestra omnisciente libertad .

En ese liberalismo de esfera armilar y de pisapa­

peles, pintado por Gaya, Jovellanos, que en la poe­

sía es el pastor Jovino , se siente tocado por su sim­patía. El día del triunfo de Jovellanos, la noticia se

recibe a las siete de la mañana, en el convento

donde está preso fray Servando, y ya a las once,

éste para ganarlo por los más finos modos , fi nge un

sueño, en que el pastor Jovino. el sesudo ministro

Jovellanos, estudia su causa, lo liberta y le muestra

un semblante muy benévolo:

El nevado Arlanzón que me aprisiona.

El fuego mismo helara de Narciso.

Soy naufrago infeliz que una borrasca.

La más oscura que exhaló el abismo,

Arrojó hasta las playas de la Hesperia.

Donde en vano el remedio solicito.

El pastor Jovino sonríe la gracia de los versos de ci r­

cunstancia, disculpando el ripio prosaico del último

verso, descifra fácilmente la apetencia del sueno, y

ordena la libertad de Fray Servando. Buen signo

america no, la fineza del solicita r con misterio, como

en ese marcado antecedente, como un sueño que la

ajena fina atención se ve obligado a descifrar.

Reabsorbe el fragmento no dañado de la tradición

católica, se acerca como un pez por el sueño, aunque

llega con respeto, se sorprende ante el cenizoso

corralón hispánico literario del principio del XIX. iSi

aún los románticos parecen ingenieros de minas, y

las poetisas desterradas histéricas que hacen las

compras matinales para las comidas del señor minis­

tro solterón! La jactancia querenciosa lo interrumpe, y

sin nada de la sombría vanidad, tiene la alegría que

L

35 Biblioteca de México

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estira sus piernas y se recorre. La vanidad americana

es amigotera y como en requiebro. Fray Servando

sorprende el convento dominico desconchado, hela­

das las palabras por los corredores, sin pimienta de

cita oportuna, pura mortandad engarabitada y ríspida,

y anota en sus memorias: "iY al infeliz que, como yo,

trae las bellas letras de su casa , y por consiguiente se

luce, pegan como en un real de enemigos hasta que

lo encierran o destierran!" Rifoso ademán que recorre

desde el refrán hasta el reojo del espejo de ultramari­

nos, pues las consecuencias de esa vanidad amisto­

sa y llevadera terminan en bonachona punta de

refrán. El que escama para el lucimiento, salta para

ahorcado, o luce que te enyesarán, o la más sibilina

de luzco y traduzco. En esas mezclas de alegre rebe­

lión para encontrar el buen refrán , cómo no recordar

el criollísimo de José María de Heredia, para que el

sol alce su frente al encanto de su fama o el yo alza­

ré el mundo de José Martí. Ambas son formas del pre­

tender para ayudar, ambas criollísimas.

Cuando el mando de Jovellanos, como americano

que malicia rápido y traspasa, se da cuenta de la tie­

sura de los nuevos. "Logré hablar al ministro, porque

también llevaba recomendación para el portero", nos

dice en sus memorias. Conocimiento del que toma sus

precauciones para las cien puertas tebanas y sabe la

fuerza del recurso menor. Intuición de esa tiesura de

los nuevos por inevitable minoridad o alarde superior

que rehúsa la mirada fija , que penetra con natu­

ralidad en el momento de la recepción

oportuna. Esa recomendación para

el ministro y para el portero, reve­la un instinto fresco para preci­

sar el ordinario pequeño en el

hombre, que desconfía del

recién llegado, pero sucumbe

ante el apaciguamiento del

menor más cercano. Reco­

mendaciones del barbero, del

que nos sirve la sopa , del veci­no de la azotea, de la seguridad

majadera de lo diminuto, que se

alza por encima de la tranquila valo­ración normal, y que el americano

hecho a la recepción de la pano­

plia de las contingencias, valora

como su llave de penetración que

le encristala el muro para que el

instante necesario de la sombra al lIe-

gar a su casa, se realice con plenitud y

nos avise con querencia.

como un arúspice consultivo en el Palacio de la Presi­

dencia de México, en la amistad de Guadalupe

Victoria. Pero le llega el momento de rendir, se incor­

pora y silabea: "Se dice que soy hereje, se asegura

que soy masón y se anuncia que soy centralista . Todo

es , compatriotas carísimos, una cadena de atroces

imposturas. Ni mis escritos ni mis palabras ni mis

actos podrán jamás proponerse como calumnias de

tanto tamaño; más como se haga mucha mención del

ruidoso sermón de Guadalupe que prediqué muchos

años ha y se afecte extrañeza por qué no digo misa ni

hago vida ascética, como religioso dominico, y tal vez a esto se le quiera dar el carácter de otros tantos apo­

yos de dichas quimeras." Y pasa de las palabras a los

hechos que a todos obligan. Demuestra que no decía

misa, enseñando la mano despedazada; que no esta­

ba en el claustro por haberse secularizado en Roma.

Que no era masón, porque la masonería era un parti­

do. Y que él no predicó contra el milagro de la Gua­

dalupe, sino que la predicación del Evangelio en

América se debió a Santo Tomás, cosa que defende­

ría hasta morir.

Fray Servando fue el primer escapado, con la

necesaria fuerza para llegar al final que todo lo acla­

ra, del señorío barroco, del señor que transcurre en

voluptuoso diálogo con el paisaje. Fue el perseguido,

que hace de la persecución un modo de integrarse.

Desprendido, por una aparente sutileza que entraña­

ba el secreto de la historia americana en su dimen-

sión de futuridad, de la opulencia barroca

para llegar al romanticismo de principios

del siglo XIX, al fin realiza un hecho,

toca la isla afortunada, la in­

dependencia de su país. El paisaje

del señor barroco, navegando con varia fortuna, se había

volatilizado con lentitud que

pocos asimilaban. Fray Ser-

vando es el primero que se de­

cide a ser el perseguido, porque

ha intuido que otro paisaje na-

ciente, viene en su búsqueda, el que

ya no contaba con el gran arco

que unía el barroco hispánico y

su enriquecimiento en el barro­

co americano, sino el que intu­

ye la opulencia de un nuevo

destino, la imagen, la isla, que

surge de los portulanos de lo

desconocido, creando un hecho,

el surgimiento de las libertades de

su propio paisaje, liberado ya del

compromiso con un diálogo man­

tenido con un espectador que era

Después de haber rendido su vida en

los calabozos, en los disfraces de la perse­

cución , en la madrugada de las fronteras, le

llegan sus días, en que es instalado Dibujo de Fernando Vicente

una sombra.

36 Biblioteca de México

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J ose Lezama Lima

El ERA

JOSÉ LEZAMA LIMA

PARADISO* Capítulo IX

(Fragmentos)

Al inaugurarse la mañana, Upsalón** ya había encendido su tráfago temprano. Arreglos en las tarjetas, modificaciones de horarios, listas con los nombres equivocados, cambios de aula a última hora para la clase de profesores bienquistos, todas esas minucias que atormentan a la burocra­cia los días de trabajo excepcional , habían comen­zado a rodar. Desde las ocho a las diez de la mañana, los estudiantes candorosos de provincia copiaban en sus libretas las horas de clase. Sa­ludaban a las muchachas que habían sido sus compañeras en todos los días del bachillerato. Si alguno conocía a otros estudiantes de años supe­riores, se mezclaba con ellos muy orondo, risueño

• José lezama Lima. Paradiso, ilustraciones de René Portocarrero. edición revisada por el autor y cuidada por Julio Cortázar y Carios Monsilláis, Ediciones Era, México, 1970. 496 pp. ... La Universidad

en su disfraz de suficiencia gradual. Los de último año pertenecían a una hierofanía especial: única­mente sus parientes, primos de provincia , podían mezclarse con ellos. Intercambiaban risotadas que eran el asombro de los otros compañeros bi -soños. -Mi primo esta noche vendrá conmigo al baile de los novatos -dijo al regresar al grupo, fro­tándose las manos. -Yo iría con este mismo traje, mí tía de Camagüey me lo regaló -dijo una de las muchachas, se miró de arriba abajo con mirada graciosa, después hizo una reverencia como si recogiese flores en la falda.

La escalera de piedra es el rostro de Upsalón, es también su cola y su tronco. Teniendo entrada por el hospítal, que evita la fatiga de la ascensión, todos los estudiantes prefieren esa prueba de re­encuentros, saludos y recuerdos. Tiene algo de mercado árabe, de plaza tolosana, de feria de Bag-

37 Biblioteca de México

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dad; es la entrada a un horno, a una transmuta­ción , en donde ya no permanece en su fiel la inde­cisión voluptuosa adolescentaria. Se conoce a un amigo, se hace el amor, adquiere su perfil el has­tío, la vaciedad. Se transcurria o se conspiraba, se rechazaba el horror vacui o se acariciaba el tedium vitae , pero es innegable que estamos en presencia de un ser que se esquina, mira opues­tas direcciones y al final se echa a andar con fir­meza, pero sin predisposición, tal vez sin sentido. No tiene clases por la tarde, pero sin vencer su indecisión se viste para ir a la biblioteca de Up­salón, donde esperará a que el que se sienta a su lado comience a conversar con él. El diálogo no se ha entablado, pero la tarde ha sido vencida. No son aquellos dias de finales de bachillerato en que se sentaba en el extremo de un banco, en el relle­no del malecón, colgaba un brazo del soporte de hierro y sentía que la noche húmeda lo penetraba y lo tundía . Oye a los que están hablando en un banco del patio en Upsalón, al grupo que todos los días va a la biblioteca, al que se precipita sobre el profesor para hacerle preguntas banales, sin saber que cada vez que se pone en marcha para esa forzada salutación, se gana una enemistad o un comentario que lo abochornaría si lo oyese.

En la segunda parte de la mañana, desde las diez en adelante, la fluencia ha ido tomando nue­vas derivaciones, ya los estudiantes no suben la

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escalera de piedra hablando, ni se dirigen a la tablilla de avisos en los distintos decanatos, para tomar con precisión en sus cuadernos los horarios de clase. Algunos ya habían regresado a sus casas con visible temor; habían oliscado que en cualquier momento la francachela de protestas podía estallar. Otros, que ya sabían perfectamen­te todo lo que podia pasar, se fueron situando en la plaza frente a la escalinata. De pronto, ya con los sables desenfundados, llegó la caballería, mo­vilizándose como si fuera a tomar posiciones. Miraban de reojo los grupos estudiantiles, que ocupaban el lado de la plaza frente a la escalera de piedra. Cuchicheaban los estudiantes, forman­do islotes como si recibieran una consigna. Llegó al grupo una figura apolínea , de perfil voluptuoso, sin ocultar las líneas de una voluntad que muy pronto transmitía su electricidad. Por donde quie­ra que pasaba se le consultaba, daba instruccio­nes. La caballería se ocultaba en el lado opuesto al ocupado por los estudiantes. Usaban unas ca­pas carmelitas, color de rata vieja, brillantes por la humedad en sus iridiscencias, como la caparazón de las cucarachas. Hacían vibrar sus espadas en el aire, saltando un alacrán por la sangre que pasaba al acero. Su sombrero de caballería lo sujetaban con una correa , para que la violencia de la arremetida no los dejase en el grotesco militar de la testa al descubierto. La violencia o el cara­coleo de los potros justificaba 1<Il correa que le res­taba toda benevolencia a la papada. El que hacía de Apolo, comandaba estudiantes y no guerreros, por eso la aparición de ese dios, y no de un gue­rrero, tenía que ser un dios en la luz, no vindicati­vo, no obscuro, no ctónico. Estaba atento a las vibraciones de la luz, a los cambios malévolos de la brisa, su acecho del momento en que la caba­llería aseguró la hebilla de la correa que sujetaba el sombrero terminado en punta. Pareció dentro de su acecho buscar como un signo. Tan pronto como vio que la estrella de la espuela se hundía en los ijares de los caballos, dio la señal. Inme­diatamente los estudiantes comenzaron a gritar muerte para los tiranos, muerte también para los más ratoneros vasallos babilónicos. Unos, de los islotes arremolinados, sacaron la bandera con la estrella y sus azules de profundidad. De otro islo­te, al que las radiaciones parecían dar vueltas co­mo un trompo endomingado, extrajeron una cor­neta, que centró el aguijón de una luz que se re­fractaba en sus contingencias, a donde también acudía la vibración que como astilla de peces sol­taban los machetes al subir por el aire para deci­dir que la vara vuelva a ser serpiente. El que' ha.cla de Apalo parecía contar de antemano con ,las em­palizadas invisibles que se iban a movilizar para

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detener a la caballería en los infiernos. Las espue­las picaron para quemar el galope, pero las impro­visadas empalizadas burlescas se abrieron , para darle manotazos a los belfos que comenzaron a sangrar al ser cortados por los bocados de plata . Las guaguas comenzaron a llenar la plaza , chi lla­ban sus tripulantes como si ardiesen , lanzaban protestas del timbre, buches del escape petrolero, enormes carteras del tamaño de una tortuga, que cortaban como navajas tibias. Rompieron por las calles que fluían a las plazas, carretas pintadas que ofrecían su temeridad de colores a los cascos equinales, que se estremecían al sentir el asom­bro de la pulpa aplanada por la presión de la mar­cha maldita . La pella que cuidaba la doradilla de los buñuelos , se volcó sobre los ojos de los enca­puchados. Una puerta de los balcones de la plaza, al abrirse en el susto de la gritería escurrió el agua del canario que cayó en los rostros de los malditos como orine del desprecio, transmutación infinita de la cólera de un ave en su jaula dorada. La ma­ñana, al saltar del amarillo al verde del berro, can­taba para ensordecer a los jinetes que le daban tajos a la carreta de frutas y a la jaula del canario .

El que hacía de jefe de la caballería ocupó el centro de la plaza , destacó al jinete de un caballo gris refractado bajo el agua, para que persiguiese al estudiante que volaba como impulsado por el ritmo de la flauta. A medida que la caballería se extendía por la plaza , parecían ganar alas sus ta-

Iones de divinidad victoriosa al interpretar las reducciones de la luz. Un jinete de bestia negra llevó su espada a la mejilla de un estudiante que se aturdió y vino a caer debajo del caballo som­brío . El parecido a Apolo corrió en su ayuda, per­seguido por el caba llo color gris bajo el agua . Tiró de sus pies, mientras los que parecían de su guar­dia llovían piedras sobre el caba llo negro y el gri­soso espía , partiéndole los cartones de su frente con un escudo sin relieve. El Apolo volante no se detuvo un instante después de su rescate , pues comenzó a lanzarle apóstrofes a los estudiantes que habían huido tan pronto la caballería picó espuelas . Volvían el rostro y ya entonces cobra­ban verdadero pavor, veían en la lejanía las ancas de los caballos negros y la mirada del vengador que caía sobre ellos, arrancándole pedazos de la camisa con listones rosados , sangre ya raspada.

Así los grupos, entre alaridos y toques de cla­xons, se fueron deslizando de la plaza a la calle de San Lázaro, donde se impulsarían por esa aveni­da que lanzaba a los conspiradores desde la esca­lera de piedra hasta las aguas de la bahía , frente al Palacio presidencial , palmerales y cuadrados coralinos, con los patines de los garzones que pa­recían cortar la mañana en lascas y después soplarlas como si fuesen un papalote. La plaza de Upsalón tenía algo del cuadrado medieval , de la vecinería en el entorno de las canciones del calen­dario: cohetes de verbena y redoblantes de

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Semana Santa. Fiestas de la Pasión en el San Juan y fiestas del diciembre para la Epifanía, esplendor de un nacimiento en lo que tiene que morir para renacer. El cuadrado de una plaza tiene algo del cuadrado ptolemeico, todo sucede en sus cuatro ángulos y cada ventana una estrellita fija con sus ojeras de riñonada. Las constelaciones se recuestan en el lado superior del cuadrado como en un barandal. Algunas noches, al recostarse la cabeza de Jehová en ese lado, parece que el barandal cruje y al fin se ahonda en fragmentos apocalipticos.

Dos cuadras después de haber salido de la plaza, algunos estudiantes se dirigieron al parque pequeño, donde de noche descansaban las sir­vientas de sus trabajos en alguna casa cercana y los enamorados comenzaban a cansarse en un Eros indiscreto. En la mañana, bañados por una luz intensa, que se apoyaba en el verde raspado de los bancos, donde las fibras de la madera se enarcaban por encima del verde impuesto, los estudiantes volaban gritando en la transparencia de una luz que parecía entrar en las casas con la regalía de su cabellera .

Aprovechándose del pedestal saliente de algu­na columna, o extrayendo de algún café una silla crujidora, algunos estudiantes querían que sobre el tumulto el verbo de la justicia poética prevale­ciese. Como los delfines y la cipriota diosa sur­giendo de la onda, con el fondo resguardado por una opulenta concha manchada por hojillas de líquenes, los adolescentes puestos bajo la advo­cación de la eimarmené, en el arrebato y en el espanto inmediato, hacían esfuerzos de giganto­mas por elevarse con la palabra por encima de la gritería. De los caballos negros, opulentos de an­cas, brotaba fuego, iluminando aún más la trans­parencia con la candelada. Las detonaciones im­pedían la llegada del verbo con alas, el que hacía de Apolo, de perfil melodioso, había señalado los distintos lugares en la distancia donde los estu­diantes deberían alzarse con la palabra. Como si escalasen rocas se esforzaban en ser oídos, pero el brillo de la detonación y en ese fulgurar la cara del caballo con su ojo hinchado por la pedrea, ponía un punto final de pesadilla en el cobre de los arengadores.

La caballería parecía confundirse por ese entre­cruzamiento de playa, avenida y parque. No podía precisar con eficacia a cuál de los grupos había que perseguir. El encapotado mayor que los co­mandaba se confundía en la dispersión de los ca­minos, mientras los estudiantes en la formación de sus islotes repentinos parecían bañarse como en una piscina. En ocasiones un solo jinete perseguía a un estudiante que se aislaba por instantes, reci-

bía refuerzos de piedras y laterías, estaba ya en la otra acera, describía espirales y abochornaba al malvado, que terminaba frenetizado pegando un planazo en una ventana, que soltaba una persia­na anclada en la frente del centauro desinflado. IEl

\,

primer turbión que se precipitó hacia el parque, los confundió aún más; por allí siguió la caballería, cuando la alharaca les tironeó el pescuezo, el grueso de los estudiantes saltaba por la avenida, marchando más deprisa, mascullando sus maldi­ciones con más pozo profundo y libertad.

Entre tantos laberintos, la dispersión iba debili­tando la caballería. Su conjunto ya no operaba en su nota coral , sino cada soldado volvía persi­guiendo a uno solo de los estudiantes, terminando conque el caballo sudoroso se echaba a reír de las saltantes burlas de los estudiantes. Parecía que comenzaban a amigarse con los estudiantes, pues a pesar de los planazos que recibían en las ancas, sonaban sus belfos con la alegría con que tomaban agua por la mañana. La transparencia de la mañana los hacía reidores al sentir las alas regaladas . Al relincho épico de la inicial acometi­da, había sucedido un relincho quejumbroso, que los hacía reidores como si las espuelas les produ­jesen cosquillas y afán de lanzar a los encapota­dos de sus cabalgaduras. El relincho marcial al apagarse en el eco, era devuelto como una risota­da amistosa. La risotada terminaría en un rabo encintado.

Los grupos estudiantiles que se habían ladeado hacia el parque, por diversas calles se iban incor­porando de nuevo al aluvión que bajaba por la avenida de San Lázaro, de aceras muy anchas con mucho tráfico desde las primeras horas de la mañana, con público escalonado que después se iba quedando por Galiano, Belascoaín e Infanta, ya para ir a las tiendas o a las distintas iglesias, o hacer las dos cosas sucesivamente, después de oír la misa, de rogar curaciones, suertes amorosas o buenas notas para sus hijos en los exámenes. Se iban deslizando de vidriera en vidriera, gustan­do los reflejos de una tela, o simplemente, y esto es lo más angustioso, pasando veinte veces por delante de cualquier insignificancia, mero capricho o necesidad a medias, que no se puede hacer suya, y que por lo mísmo subraya su brillo, hasta que la estrella se va amortiguando en nuestras apetencias y queda por nuestra subconsciencia como estrella invisible, pero que después resurge en el estudiante y en el soldado, en unos para matar y en otros para dejarse matar. Si trazáramos un círculo momentáneo en torno de aquellos tran­seúntes matinales, los que salen para sus traba­jos, o para fabricar un poco de ocio en sus tijeras caseras, penetramos en el secreto de los seres

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que están en el contorno, estudiantes y soldados,

envueltos en torbellinos de piedra y en los reflejos

de los planazos sobre aquellos cuerpos que can­

tan en la gloria. Las inmensas frustraciones here­

dadas en la coincidencia de la visión de aquel ins­

tante, que presenta como simultáneo en lo exte­

rior, lo que es sucesivo en un yo interior casi su­

mergido debajo de las piedras de una ruina, moti­

va esa coincidencia en los contornos de un círcu­

lo que está segregando esos dos productos: el

que sale a buscar la muerte y el que sale a rega­

lar la muerte. Los que no participan de esos en­

cuentros, eran la causa secreta de esos dualismos

de odios entre seres que no se conocen, y donde

el dispensador de la vida y el dador de la muerte

coinciden en la elaboración de una gota de ópalo

donde han pasado trituradas y maceradas, retorci­

das como las cactáceas, muchas raíces que en

sus prolongaciones se encontraron con algún

acantilado que las quemó con su sol.

Al llegar al parque Maceo ya los estudiantes

habían recibido nuevos contingentes de alumnos

de bachillerato, de las normales, escuelas de

comercio; en conjunto serían unos mil estudian­

tes, que afluían en el sitio donde la situación se iba

a hacer más difícil. La caballería había logrado

rehacerse y cerca de allí estaba una estación de

policía. Pero entonces acudió el veloz como

Apolo, de perfil melodioso, dando voces de que

recurvaran al mar. El que hacía de jefe de la caba­

llería reunió de nuevo a sus huestes que conver­

gieron por los belfos de las bestias. Se veía como

un grotesco rosetón de anca de caballos. Les tem­

blaba todo el cuerpo, después coreaban el aire

con sus dos patas traseras, se sentían persegui­

dos por demonios mosquitos invisibles. Un tribilín

sin domicilio conocido, entraba y salía por las

patas de los caballos. Alguno de los jinetes quiso

con su espadín apuntalar al perrillo, pero fue bur­

lado y raspó el adoquinado, exacerbando chispas

que le rozaron los mejillones.

Los gendarmes de la estación salieron rubri­

cando con tiros la persecución, pero ya los estu­

diantes tenían la salida al mar. Entrando y disper­

sándose por las calles travesañas a San Lázaro,

los estudiantes se hicieron casi invisibles a sus

perseguidores. Quedaba el peligro supremo del

castillo de la Punta, pero el que remedaba las apa­

riciones de Apolo, dio la consigna de que sin for­

mar un grupo mayor fueran por Refugio, hasta

entrar por uno de los costados de Palacio. Hasta

ese momento José Cerní había marchado solo

desde que los grupos estacionados frente a Up-

salón habían partido con sus aleluyas y sus maldi­

ciones. Se ponía el cuenco de la mano, como un

caracol, sobre el borde de los labios y lanzaba sus

condenaciones. Aunque había sentido la mágica

imantación de la plaza, de los grupos arremolina­

dos en el parque, de la retirada envolvente hacia

el mar, estaba como en duermevela entre la reali­

dad y el hechizo de aquella mañana. Pero intuía

que se iba adentrando en un túnel, en una situa­

ción en extremo peligrosa, donde por primera vez

sentiría la ausencia de la mano de su padre.

Antes de llegar a Palacio, los estudiantes se

fueron situando en los portales del macizo cua­

drado de la cigarrería Bock, que ocupaba una

rotunda manzana. Al llegar a la esquina de la ciga­

rrería, Cerní pudo ver que en el parque, rodeado

de su grupo de ayudantes en la refriega, el que

tenía como la luz de Apolo, lanzaba una soga para

atrapar el bronce que estaba sobre el pedestal.

Una y otra vez lanzaba la soga, hasta que al fin la

atrapó por el cuello y comenzó a guindarse de la

soga para desprender la falsa estatua. Entonces

fue cuando de todas partes empezaron a salir ron­

das de policías, acompañados de soldados con

armas largas. Las descargas eran en ráfagas y

Cerní permanecía en su esquina como atolondra­

do por la sorpresa. No sabía adonde dirigirse,

pues el ruido incesante de los disparos, impedía

precisar cuál sería la zona de más relativa seguri­

dad. Entonces sintió que una mano cogía la suya,

lo tironeó hasta la próxima columna, así fueron

saltando de resguardo en columna, cada vez que

se hacía una calma en las detonaciones. Detrás

del que lo tironeaba, iba otro en su seguimiento,

un poco mayor, que asombraba por su calma en la

refriega. Así retrocedieron por Refugio, corriendo

como gamos perseguidos por serpientes. Al llegar

a Prado, un poco remansados ya, el que tiraba el

brazo, se volvió hacia él, riéndose. Era Ricardo

Fronesis, que lo había reconocido tan pronto se

había generalizado el tiroteo y que había corrido

en su ayuda. Cerní no pudo expresar en otra

forma su alegría que abrazando a Fronesis, po­

niéndose rojo como la puerta de un horno. Le pre­

sentó al que venía en su seguimiento, Eugenio

Foción, mayor que Fronesis y que Cerní; repre­

sentaba unos veinticinco años, muy flaco, con el

pelo dorado y agresivo como un halcón, era de los

tres el que estaba más sereno. La caminata, los

peligros de la marcha, la cercanía de los disparos,

no habían logrado alterarlo. Le dio la mano a Cerní

con cierta indiferencia, pero éste observó que era

una indiferencia que no rechazaba, porque había

comenzado por no mostrar una fácil aceptación.

Se oían en la lejanía los disparos, pero cada vez

espaciándose más, al mismo tiempo que los estu­

diantes convergían al Prado y allí se iban disper­

sando. Cerní con sus dos amigos, Fronesis y

Foción, tomaron por la calle Colón, para despedirse

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al llegar a la esquina de la calle de Trocadero . Mientras cumplimentaban el término de la tumultuo­sa caminata, Fronesis para iniciar la conversación , pues Cemí mostraba un si lencio tímido , dijo que se había matriculado en Derecho y Filosofía y Letras, que su tia Leticia le había dicho que él lo haría en Derecho, lo que hacía que tuviesen asignaturas comunes, así es que se verían con mucha frecuen­cia. Foción, continuó informando Fronesis, no era estudiante, trabajaba en la oficina de un abogado, y procuraba ser estudioso. Estaba siempre en sus ratos de ocio en Upsalón y con los que allí estudia­ban . ¿Por qué? Ya lo sabría en los días sucesivos, cuando se encontrasen de nuevo en la plaza de la colina . El tiempo muy breve en que Fronesis aludió a Foción, mantuvo éste entreabierta una sonrisa no muy anchurosa, pero donde cabía la burla secreta y la alegría manifestada. Las leyes del apathos de los estoicos funcionaron de inmediato, no, no le cayó nada bien Foción a Cemí. Después de darse las manos de despedida, un rato largo Cemí mantuvo el recuerdo de su sonrisa, ofrecida con un artificio que se hacía naturaleza, por la facilidad con que se man­tenía en su apariencia vivaz.

Cemí llegó a su casa con el peso de una intran­quilidad que se remansaba , más que con la angus­tia de una crisis nerviosa de quien ha atravesado una obscuridad, una zona pel igrosa. La presencia de Fronesis, el conocimiento de Foción, lo habían sobresa ltado, pues cuando la revuelta parecía que había llegado a su final , surgía la nueva situación. Al toque en la puerta de su casa había acudido Rialta , que lo esperaba sentada muy cerca de la puerta , ansiosa por ver llegar a su hijo. Con ese olfato típicamente maternal , se había dado perfecta cuenta de que su hijo acudía a la inauguración de las clases en Upsalón y que el curso comenzaría con algazaras y protestas, pues los estudiantes cada día iban penetrando con más ardor en la inquietud protestaria del resto del país. Cuando lo vio llegar se sintió alegre, pues siempre que las madres ven que un hijo parte para un sitio de peli­gro, se atormentan pensando que fuera de su cui-

dado le pasará a su hiJO lo peor. La alegria de su equivocación maternal se hacía visible en Rialta . -Tenía ganas ya de que llegaras, he oído decir que ha habido disturbios en Upsalón y he estado toda la mañana rezando para que no fuera a suceder algo desagradable. Ya sabes que cuando te agitas, el asma te ataca con más violencia. Mi hijo -Rialta se emocionó al decir esto-, perdí a tu padre cuando tenía treinta años, ahora tengo cuarenta y pensar que te pueda suceder algo que ponga en peligro tu vida, ahora que percibo que vas ocupando el lugar de él, pues la muerte habla en ocasiones y sé como madre que todo lo que tu padre no pudo realizar, tú lo vas haciendo a través de los años, pues en una familia no puede suceder una desgracia de tal mag­nitud, sin que esa oquedad cumpla una extraña sig­nificación, sin que esa ausencia vuelva por su res­cate. No es que yo te aconseje que evites el peligro, pues sé que un adolescente tiene que hacer muchas experiencias y no puede rechazar ciertos riesgos que en definitiva enriquecen su gravedad en la vida. Y sé también que esas experiencias hay que hacerlas como una totalidad y no en la disper­sión de los puntos de un granero. Un adolescente astuto produce un hombre intranquilo. El egoísmo de los padres hace que muchas veces quisieran que sus hijos adolescentes fueran sus contemporá­neos, más que la sucesión , la continuidad de ellos a través de las generaciones, o lo que es aún peor, se dejan arrastrar por sus hijos, y ya éstos están perdidos, pues ninguno de los dos está en su lugar, ninguno representa la fluidez de lo temporal; uno, los padres, porque se dejaron arrastrar; otro, los hijos, que al no tener qué escoger, se perdían al estar en obscuridad en el estómago de un animal mayor. Después, al paso del tiempo, cuando llegan a ver a sus hijos serenos, maduros dentro de su cir­cunstancia, no pueden pensar que fueron esos ries­gos, esos peligros, la causa de su serenidad poste­rior, y que sus consejos egoístas, cuando ya sus hijos son mayores, son un fermento inconcluso, una espina que se va pudriendo en el subconsciente de todas las noches.

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JEAN-PAUL S ARTRE"

ALBERT CAMUS**

Hace seis meses, ayer apenas, nos preguntábamos todavía: "¿Qué va a hacer Camus?". Cir­cunstancialmente, desgarrado por contradicciones que es menester respetar, había elegido el silencio. Pero era una de esas raras perso­nas a quienes se puede esperar, puesto que eligen despacio y se

mantienen fieles a su elección . Ya hablaría, llegado el momento. Ni siquiera nos habríamos atrevido a conjeturar lo que diría entonces. Simplemente, pensábamos que debía de estar cambiando con el mundo, como todos nosotros; esto bastaba para que su presen­cia síguiera viva.

Nos habíamos distanciado, él y yo. Un distanciamiento no signi­fica gran cosa, aunque haya de ser definitivo; a lo sumo una ma­nera diferente de convivir, sin per­derse de vista , en un mundo tan pequeño y angosto como el que nos ha cabido en suerte. Eso no me impedía pensar en él, sentir su mirada fija sobre la página del libro o del diario que él leía, y pre­guntarme: "¿Qué dirá de esto? ¿Qué dirá de esto, ahora?". Su sílencio que, según las circuns­tancias y mi propio humor, juzga­ba yo unas veces demasiado pru­dente, y otras, doloroso, era una característica de cada día, como el calor o la luz, aunque humana.

Jean-Paul Sartre. Literatura y arte, traduc~ ción de Maria Seuderi, Situations IV, Editorial Losada, Buenos Aires , 1966. 348 pp.

•• [Articulo publicado después de la muerte de Camus. (N. del E.)]

Se vivía de acuerdo o en contra de su pensamiento, tal como nos lo revelan sus libros -sobre todo La caída , acaso el más hermoso y el menos comprendido-, pero siempre a través de su pensa­miento. Era ésta una aventura singular de nuestra cultura, un movimiento cuyas fases y cuyo

término intentábamos adivinar. Ca mus encarnaba en este siglo, y contra la historia, al heredero actual del antiguo linaje de mora­listas cuyas obras constituyen quizá, lo más original de las letras francesas. Su humanismo obsti­nado, estrecho y puro, austero y sensual , sostenía una lucha in­cierta contra los acontecimientos densos y deformes de la época. Por otra parte, la terquedad mis­ma de sus rechazos reafirmaba , en el corazón de nuestro tiempo, la existencia del hecho moral, contra los maquiavélicos, contra el becerro de oro del realismo. Camus era, por así decirlo, esa afirmación inquebrantable. A po­co que se leyera y reflexionara, se daba con los valores humanos que llevaba apretados en el pu­ño: enjuiciaba el acto político. Había que convertirlo o combatir­lo; en una palabra, era indispen­sable para esa tensión que cons­títuye la vida del espíritu. Hasta su silencio de los últimos años

práctica . Lo adivinábamos, y adi­vinábamos también los conflictos íntimos que callaba; porque la moral , considerada en sí misma, exige a la vez rebeldía y repudio. Esperábamos: había que espe­rar, había que saber. Hiciera lo que hiciese en lo sucesivo, y de­cidiera lo que decidiese, ya no podía dejar de ser una de las fuerzas principales de nuestro ámbito cultural , ní de representar a su modo la historía de Francia y

tenía un aspecto positivo. Car- de este siglo. Pero quizá había­tesiano del absurdo, se negaba a mas conocido y comprendido su abandonar el suelo firme de la re - itinerario. Lo había hecho todo flexión moral, para aventurarse -una obra cabal- y, como siem­por los caminos inciertos de la pre ocurre, todo quedaba por

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hacer. El mismo lo decía: 'Tengo mi obra por delante". Ahora, se acabó. El escándalo singular de esta muerte es la abolición del orden humano, por irrupción de lo inhumano.

También el orden humano es sólo un desorden; es injusto y precario: hay dentro de él quien mata y quien muere de hambre. Pero al menos ha sido fundado por los hombres, y son hombres quienes lo mantienen o comba­ten. De acuerdo con este orden, Camus tenía que vivir: ese hom­bre en marcha nos obligaba a interrogarnos; él mismo era un

interrogante que buscaba res­puesta. Vivía en la mitad de una larga vida ; por nosotros, por él, por los hombres que imponen el orden y por quienes lo rechazan , era imperativo que saliera del silencio, que decidiera, que sa-

terísticas de una obra y las cir­

cunstancias del momento histó­rico han exigido tan a las claras que un escritor viva .

Llamo escándalo al accidente que mató a Camus, porque hace aparecer, en el seno del mundo humano, lo absurdo de nuestras exigencias más profundas. A los veinte años, atacado de pronto por una enfermedad que trastor­naba su vida, Ca mus descubrió el absurdo: negación estúpida del hombre. Se fue acostumbrando a él , pensó su condición insoporta­ble, salió del paso. Podría creer­se, no obstante, que sólo sus pri­meras obras dicen la verdad de su vida, ya que este enfermo que recobró la salud había de ser aplastado por una muerte impre­visible y venida de fuera. El ab­

surdo sería , pues, esa pregunta que ya nadie le hace, y que él ya no hace a nadie; este silencio que ni siquiera es ya un silencio, que ya no es absolutamente nada.

Yo no lo creo así. Lo inhuma­no, en cuanto se manifiesta, de­viene parte de lo humano. Toda vida que se detiene -aun la de un hombre tan joven- es a la vez un disco que se rompe y una vida completa. Todos los que lo amaron encuentran en su muer­te algo intolerablemente absur­do. Pero habrá que aprender a considerar esta obra mutilada como una obra total. En la medi­da en que el humanismo de Ca­mus contiene una actitud huma­na ante la muerte que había de sorprenderlo, en la medida en que su búsqueda orgullosa de la felicidad suponía y reclamaba la necesidad inhumana de morir,

cara conclusiones. Otros mue- reconocemos en esta obra y en ren viejos; otros, rezagados la vida que no es separable de siempre, pueden morir en cual- ella, el intento puro y victorioso quier momento sin que el senti- de un hombre que luchó por res­do de su vida -de la vida- resul- catar cada instante de su exis­te cambiado. Pero nosotros, de- tencia al dominio de su muerte sorientados y vacilantes, necesi- futura. tamos que nuestros hombres mejores lleguen hasta la salida del túnel. Pocas veces las carac-

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France-Observateur, núm. 505, 7 de

enero de 1960.

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Camus

L'étranger Albert Camus

Q.uand 1:. \Onncnc: ;JI encOlC retenlt, que:: la ponc du bo~ .. '("11 ouvcrtc. c'o,t le i1lcna

" de l. SllIe qUl ~, montt- ,'el') mm . le ilen e. et ecHe ~inguhcr( K'm.1l10n quc ;':11 ('uc lo..,... que ¡'al con!ltatc que.- le Jcunc jouma.hw: ¡\-aH detountc IC't )"('UI\: . Je o';ti P"L" rcgardc du (61C' de Manc. Je n'cn ;11 pa~ etl le (cml" p:IIrcc que le pl"t'SidclH m' .. dit dalU une fonnc bll.ll'T't

qut' j'auDi\ la (~U~· IRnch« iur unc:t.t)lacc: publique au nom du l.euple rnn~1 ..

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JEAN-PAUL SARTRE*

EXPLICACiÓN DE L'ÉTRANGER

Apenas salido de la prensa, L'Étranger de Albert Camus obtuvo el éxito más grande. Se repetía que era "el mejor libro desde el armisticio". Entre la producción literaria de la época esa novela era ella misma una extranjera. Nos llegaba del otro lado de la línea, del otro lado del mar; nos hablaba del sol, en esta desabrida primavera sin carbón , no como de una maravilla exótica, sino con la familia-

, ridad cansada de quienes han gozado demasiado de él; no se preocupaba de sepultar una vez más y con sus propias manos al viejo régimen ni de im­buimos la sensación de nuestra indignidad; al leerla se recordaba que había habido en otro tiem­po obras que pretendían valer por sí mismas y no probar nada. Pero, como contrapartida de ese ca­rácter gratuito, la novela era bastante ambigua: ¿cómo había que entender a ese personaje que, al día siguiente de la muerte de su madre, "se ba­ñaba, iniciaba una aventura amorosa irregular e iba a reír ante una película cómica", que mataba a un árabe "a causa del sol" y que, la víspera de su ejecución, afirmando que "había sido dichoso y lo seguía siendo", deseaba muchos espectadores al­rededor del cadalso para que "lo acogieran con gritos de odio"? Unos decían: "Es un tonto, un po-

bre tipo"; otros, mejor inspirados: "Es un inocente" . Pero quedaba por comprender el sentido de esa inocencia.

El señor Camus, en El mito de Sisifa , aparecido algunos meses después, nos ha dado el comenta­rio exacto de su obra : su personaje no era bueno ni malo, moral ni inmoral. Estas categorías no le convienen ; forma parte de una especie muy singu­lar a la que el autor reserva el nombre de absurda. Pero esta palabra adquiere bajo la pluma del señor Camus dos significados muy diferentes: lo absurdo es a la vez un estado de hecho y la conciencia lúci­da que ciertas personas adquieren de ese estado. Es "absurdo" el hombre que de una absurdidad fundamental saca sin desfallecimiento las conclu­siones que se imponen. Hay en ello la misma tras­lación de sentido que cuando se llama "swing" a una juventud que baila el swing. ¿Qué es, pues, lo absurdo como estado de hecho, como dato origi­nal? Nada menos que la relación del hombre con el mundo. La absurdidad primera pone de mani­fiesto ante todo un divorcio: el divorcio entre las aspiraciones del hombre hacia la unidad y el dua­lismo insuperable del espíritu y de la naturaleza, entre el impulso del hombre hacia lo eterno y el

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carácter finito de su existencia , entre la "preocupa­ción" que es su esencia misma y la vanidad de sus esfuerzos. La muerte, el pluralismo irreductible de las verdades y de los seres , la ininteligibilidad de lo

real , el azar, son los polos de lo absurdo. En ver­dad , no son estos temas muy nuevos y el señor Camus no los presenta como tales. Fueron enu­merados, desde el siglo XV III , por cierta especie de razón seca, somera y contemplativa que es pro­piamente francesa; sirvieron de lugares comunes al pesimismo clásico . ¿No es Pascal quien insiste en "la desdicha natural de nuestra condición débil y mortal y tan miserable que nada puede consolar­nos cuando pensamos en ella de cerca?". ¿No es él quien le señala su lugar a la razón? ¿No apro­baría sin reservas esta frase de Camus: "El mundo no es ni enteramente racional ni tan irracional"? ¿No nos demuestra que la "costumbre" y la "diver­sión" ocultan al hombre "su nada, su abandono, su insuficiencia , su impotencia, su vacío"? Por el esti­lo helado de El mito de Sísifo, por el tema de sus ensayos, el señor Camus se coloca en la gran tra­dición de esos moralistas franceses a los que Andler llama con razón los precursores de Nietzsche; en cuanto a las dudas que plantea con respecto al alcance de nuestra razón, se hallan en

.. Jean-Paul Sartre , El hombre y las cosas, Situations 1, traducción: Luis Echávarri , Editorial Losada , Buenos Aires, 1960, 248 pp.

la tradición más reciente de la epistemología fran­cesa. Si se piensa en el nominalismo científico, en

Poincaré, Duhem y Meyerson, se comprenderá mejor el reproche que nuestro autor le hace a la ciencia moderna: "Me habláis de un sistema plane­tario invisible en el que los electrones gravitan alre­dedor de un núcleo. Me explicáis ese mundo con

una imagen. Me doy cuenta entonces de que habéis venido a parar a la poesía. '" Es lo que expresa por su parte y casi al mismo tiempo un autor que bebe en las mismas fuentes cuando escribe: "(La física) emplea indiferentemente modelos mecánicos, dinámicos o también psicoló­

gicos, como si liberada de pretensiones ontológi­cas, se hiciera indiferente a las antinomias clásicas del mecanismo o del dinamismo que suponen una naturaleza en sí misma".' El señor Camus tiene la coquetería de citar textos de Jaspers, Heidegger y Kierkegaard que, por lo demás, no parece com­prender siempre bien. Pero sus verdaderos maes­tros están en otra parte: el giro de sus razona­mientos, la claridad de sus ideas, el corte de su estilo ensayista y cierto género de siniestro solar, ordenado, ceremonioso y desolado, todo anuncia un clásico, un mediterráneo. En él todo, inclusive su método ("El equilibrio de evídencia y lirismo es

, El mito de Sísifo, página 25 de la edición castellana de Editorial Losada.

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, Merleau-Ponty: La structure du comportement (La Renaissance du Livre, 1942), pág. 1

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lo único que puede permitirnos asentir al mismo tiempo a la emoción y la claridad")' recuerda a las antiguas "geometrías apasionadas de Pascal y de Rousseau y lo aproxima a Maurras, por ejemplo, ese otro mediterráneo del que difiere , no obstante, en tantos respectos, mucho más que a un fenome­nólogo alemán o un existencia lista danés.

Pero el señor Camus, sin duda alguna, nos con­cedería de buena gana todo eso. En su opinión , su originalidad consiste en ir hasta el fin de sus ideas. Para él no se trata, en efecto, de coleccionar máxi­mas pesimistas. Es cierto que lo absurdo no está en el hombre ni en el mundo, si se los toma aparte; pero como la característica esencial del hombre es "estar en el mundo", lo absurdo, para terminar, se identifica por completo con la condición humana. Por lo tanto, no es ante todo el objeto de una sim­ple noción: es una iluminación desolada la que nos revela. "Levantarse, tomar el tranvía, cuatro horas de oficina o de fábrica, la comida, el sueño lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado con el mismo ritmo ...... y luego, de pronto, los decorados

se desploman y alcanzamos una lucidez sin espe­ranza. Entonces, si sabemos rechazar la ayuda engañosa de las religiones o de las filosofías exis­tenciales, nos atenemos a algunas evidencias esenciales: el mundo es un caos, una "divina equi­valencia que nace de la anarquía"; no hay día si­guiente, puesto que se muere. " ... en un universo privado repentínamente de ilusiones y de luces el hombre se siente extraño. Es un exilio sin remedio, pues está privado de los recuentos de una patria perdida o de la esperanza de una tierra prometida'" Es que, en efecto, el hombre no es el mundo: "Si yo fuese un árbol entre los árboles ... , esta vida tendría un sentido, o más bien, este problema no lo tendria , pues yo formaría parte de este mundo. Yo sería

este mundo, al que me opongo ahora, con toda mi , conciencia ... Esta razón tan irrisoria es la que me

opone a toda la creación .'" Así se explica ya en parte el título de nuestra novela: el extranjero es el hombre frente al mundo. El señor Camus muy bien habría podido elegir también para titular a su obra el nombre de una obra de Georges Gissing: Né en

exil (Nacido en el exilio) . El extranjero es también el hombre entre los hombres. "Hay días en que ... se encuentra extraña a la mujer que se había amado.'" Soy en fin yo mismo con relación a mí mismo, es decir el hombre de la naturaleza con relación al espíritu: "El extraño que, en ciertos segundos, viene a nuestro encuentro en un espejo.'"

J El mito de Slsifo, página 14 de la edición castellana de la Editorial Losada . • Ibld., pág. 20. , Ibld ., pág. 15. t El mito de Sísifo, página 47 de la edición castellana de Losada. , Ibld ., pág. 21 . • Ibld., pág. 21 .

Pero no es solamente esto: es una pasión de lo absurdo. El hombre absurdo no se suicidará; quiere vivir, sin renunciar a ninguna de sus incertidumbres, sin porvenir, sin esperanza , sin ilusión, y también sin resignación . El hombre absurdo se afirma en la re­belión . Mira a la muerte con una atención apasiona­da y esa fascinación lo libera: conoce la "divina irres­ponsabilidad" del condenado a muerte. Todo está permitido, pues Dios no existe y se muere. Todas las experiencias son equivalentes, sólo que conviene adquirir la mayor cantidad posible de ellas. "El pre­sente y la sucesión de los presentes ante un alma sin cesar consciente es el ideal del hombre absur­do.'" Todos los valores se derrumban ante esta "éti­ca de la cantidad"; el hombre absurdo, arrojado a este mundo, rebelde, irresponsable, "nada tiene que justificar". Es inocente . Inocente como esos primiti­vos de que habla Somerset Maugham, antes de la llegada del pastor que les enseña el Bien y el Mal, lo permitido y lo prohibido. Inocente como el príncipe Muichkin, quien "vive en un presente perpetuo mati­zado con sonrisas e indiferencia". Un inocente en todos los sentidos de la palabra, un "idiota" también, si queréis. Y esta vez comprendemos plenamente el título de la novela de Camus. El extraño que quiere describir es justamente uno de esos terribles ino­centes que constituyen el escándalo de una socie­dad porque no aceptan las reglas de su juego. Vive

• Ibid ., pág. 56

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entre los extraños, pero para ellos es también un

extraño. Por eso le amarán algunos, como Marie, su

querida, quien siente afecto por él porque es "raro"; y otros lo detestarán por eso, como esa multitud de sedentarios cuyo odio siente de pronto. Y nosotros mismos, que al abrir el libro no estamos familiariza­

dos todavía con la sensación de lo absurdo, tratare­mos inútilmente de juzgarle de acuerdo con nues­tras normas acostumbradas: también para nosotros es un extraño.

Así, el choque que habéis sentido al abrir el li­

bro y leer "Pensé que era un domingo más, que mamá estaba ya enterrada , que iba a reanudar mi trabajo y que, en suma, nada había cambiado" 'o

era deseado: es el resultado de vuestro prilller en­cuentro con lo absurdo. Pero esperábais sin duda que al continuar la lectura de la obra veríais que se disipaba vuestro malestar, que todo se aclara­

ba poco a poco, se fundaba en razón, se explica­ba. Vuestra esperanza ha sufrido una decepción: L'Étranger no es un libro que explica: el hombre absurdo no explica , describe. Tampoco es un libro que demuestra. El señor Camus se limita a propo­ner y no se preocupa de justificar lo que es, por principio, injustificable. El mito de Sísifo nos va a

enseñar la manera como hay que acoger la nove­la de nuestro autor. En él encontramos, en efecto, la teoría de la novela absurda. Aunque lo absurdo de la condición humana sea su único tema, no es

una novela de tesis , no emana de un pensamien­to "satisfecho" y que tiende a suministrar sus do-

" L'É/ranger, pag o 36.

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cumentos justificativos; es, al contrario , el produc­to de un pensamiento "limitado, mortal y rebelde".

Demuestra por sí misma la inutilidad de la razón razonadora : "El hecho de que (los grandes nove­listas) hayan preferido escribir en imágenes más bien que con razonamientos revela cierto pensa­miento que les es común, convencidos de la inutí­lidad de todo principio de explicación y del mensa­je docente de la apariencia sensible ."" Así el mero hecho de entregar su mensaje en forma noveles­ca revela en el señor Camus una humildad orgu­

llosa. No se trata de resignación, sino del recono­cimiento rebelde de los límites del pensamiento humano. Es cierto que ha considerado su deber dar de su mensaje novelesco una traducción filo­sófica que es precisamente el "Mito de Sísifo" y más adelante veremos qué es lo que hay que pen­sar de ese doblaje. Pero la existencia de esta tra­ducción no altera , en todo caso, el carácter gratui­to de la novela. En efecto, el creador absurdo ha perdido inclusive la ilusión de que su obra es ne­cesaria . Quiere, al contrario, que percibamos per­petuamente su contingencia. Desea que se escri­ba en exergo: "Habría podido no existir", como Gide quería que se escribiese al final de Les Faux­

monnayeurs: "Se podría continuarla." Habría podi­do no existir: como esa piedra , como ese curso de agua, como ese rostro; es un presente que se da, sencillamente, como todos los presentes del mun­

do. No tiene ni siquiera esa necesidad subjetiva que los artistas reclaman de buena gana para sus

" El mi/o de Sisifo, pág. 81 .

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obras cuando dicen: "No podía dejar de escribirla , pues tenía que librarme de ella. " Volvemos a encontrar aquí , pasado por la criba del sol clásico, un tema del terrorismo superrealista: la obra de arte no es sino una hoja arrancada de una vida. La expresa , ciertamente , pero habría podido no expresarla. Y, por otra parte, todo es equivalente : escribir Los poseídos o beber un café con leche. El señor Camus no exige, por lo tanto, del lector esa solicitud atenta que exigen los escritores que "han sacrificado su vida a su arte", L'Étranger es una hoja de su vida, Y como la vida más absurda debe ser la vida más estéril, su novela quiere ser de una esterilidad magnífica, El arte es una gene­rosidad inútil. No nos asustemos demasiado: bajo las paradojas del señor Camus vuelvo a encontrar algunas observaciones muy juiciosas de Kant con respecto a la "finalidad sin fin" de lo bello, De to­das maneras, L'Étranger está ahí, arrancado de una vida , injustificado, estéril , instantáneo, aban­donado ya por su autor, y abandonado por otros

vida de uno de esos santos de lo absurdo que enumera en El mito de Sísifo y que gozan de su favor particular: el Don Juan , el Comediante , el Conquistador, el Creador. No es eso lo que ha he -cho y, hasta para el lector familiarizado con las teorías de lo absurdo, Meursault, el protagonista de L'Étranger, resulta ambiguo , Por supuesto, se nos asegura que es absurdo y la lucidez implaca­ble constituye su característica principal. Además , en más de un punto está construido de manera que proporciona una ilustración concertada de las teorías expuestas en El mito de Sisifo, Por ejem­plo, el señor Camus escribe en esta última obra : "Un hombre es más un hombre por las cosas que calla que por las cosas que dice," Y Meursault es un ejemplo de ese silencio viril , de esa renuncia a contentarse con palabras: "(Le han preguntado) si había observado que yo estaba ensimismado y ha reconocido únicamente que yo no hablaba para no decir nada,"" Y precisamente, dos líneas antes, el mismo testigo de descargo ha declarado que

presentes, Así es como debemos tomarlo: como Meursault "era un hombre", "(Le han preguntado) una comunión brusca de dos hombres, el autor y qué entendia por eso y ha declarado que todo el el lector, en lo absurdo, más allá de las razones,

Eso nos indica más o menos la manera como debemos considerar al protagonista de L'Étranger, Si el señor Camus hubiese querido escribir una novela de tesis no le habría sido difícil mostrar a un funcionario alardeando de superioridad en el seno de su familia y luego, de pronto, presa de la

mundo sabía lo que quería decir," Asimismo el se­ñor Camus se explica largamente sobre el amor en El mito de Sísifo: "No llamamos amor -dice- a lo que nos liga a ciertos seres sino por referencia a una manera de ver colectiva y de la que son res­ponsables los libros y las leyendas,"" Y, paralela­mente, leemos en L'Étranger. "Ella quiso saber

intuición de lo absurdo, resistiéndose un momento entonces si yo le amaba, Contesté " que eso na­y decidiéndose por fin a vivir la absurdidad funda- da significa , pero que sin duda yo no le amaba,"" mental de su situación, El lector se hubiese con- Desde ese punto de vista la cuestión que se plan­vencido al mismo tiempo que el personaje y por tea en la audiencia y en la mente del lector alre­las mismas razones, O bien nos habría trazado la dedor de la pregunta: "¿Meursault amaba a su

madre?" es doblemente absurda, Ante todo, como dice el abogado: "¿Se le acusa de haber ocultado a su madre o de haber matado a un hombre?" Pero sobre todo la palabra "amar" carece de sen­tido, Sin duda Meursault ha encerrado a su madre en el asilo porque no tenía dinero y porque "ya nada tenían que decirse", Sin duda también , no íba a verla con frecuencia, "porque eso le ocupa­ba su domingo, sin contar el esfuerzo para ir a la parada del ómnibus, tomar los boletos y hacer dos horas de camino", " ¿Pero qué significa eso? ¿No pertenece todo al presente, todo a sus estados de ánimo presentes? Lo que se llama un sentimiento no es sino la unidad abstracta y la significación de impresiones discontinuas, Yo no pienso siempre en quienes amo, pero pretendo que los amo hasta cuando no pienso en ellos, y sería capaz de com-

" L'É/rangar, pago 121 , n El mito de Sís;(o, pág . 63 . .. L'É/ranger, pág, 59, .. Ibld" pág, 12,

49 Biblioteca de Mixleo

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prometer mi tranquilidad en nombre de un senti­miento abstracto, en ausencia de toda emoción real e instantánea. Meursault piensa y obra de ma­nera distinta: no quiere conocer esos grandes sen­timientos continuos y semejantes; para él no exis­te el amor, ni tampoco los amores. Sólo cuenta lo presente, lo concreto. Va a ver a su madre cuando siente el deseo de hacerlo, eso es todo. Si ese deseo existe, será lo bastante fuerte para hacerle tomar el ómnibus, puesto que tal otro deseo con­creto tendrá bastante fuerza para hacer correr a ese indolente y para hacerle saltar a un camión en marcha. Pero siempre llama a su madre con la palabra tierna e infantil de "mamá" y no pierde una ocasión de comprenderla y de identificarse con ella. "Del amor sólo conozco esa mezcla del de­seo, ternura e inteligencia que me une a tal ser."1. Se ve , por lo tanto , que no se debería descuidar el aspecto teórico del carácter de Meursault. Asimismo, muchas de sus aventuras tienen como razón principal poner de relieve talo cual aspecto de la absurdidad fundamental. Por ejemplo, como hemos visto, El mito de Sísifo alaba "la divina dis­ponibilidad del condenado a muerte ante el que se

" El mito de Sisi(o. pág. 63.

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abren la puertas de la prisión cierta madrugada", " y para que gocemos de esa madrugada y de esa disponibilidad es para lo que el señor Camus ha condenado a su protagonista a la pena capital. "¿Cómo no había visto yo -le hace decir- que nada era más importante que una ejecución.. y que, en un sentido, era inclusive la única cosa ver­daderamente interesante para un hombre?" Se podrían multiplicar los ejemplos y las citas. Sin embargo, este hombre lúcido, indiferente, tacitur­no, no está enteramente hecho para las necesida­des de la causa. Sin duda el carácter, una vez esbozado, se ha terminado por sí solo; el perso­naje tenía sin duda una pesadez propia. Lo cierto es que su absurdidad no nos parece conquistada, sino dada: es así y nada más. Tendrá su ilumina­ción en la última página, pero ha vivido siempre según las normas del señor Camus. Si hubiera una gracia de lo absurdo habría que decir que él posee esa gracia. No parece plantearse ninguna de las cuestiones que se agitan en El mito de Sisifo; tampoco se ve que se haya rebelado antes de ser condenado a muerte. Era feliz, se dejaba llevar y su dicha no parece haber conocido ni siquiera esa mordedura secreta que el señor Ca­mus señala en muchas ocasiones en su ensayo y que proviene de la presencia cegadora de la muerte. Su indiferencia misma se parece con mu­cha frecuencia a la indolencia, como en ese do­mingo en que se queda en casa por simple pere­za y en que confiesa que se ha "aburrido un poco". Así, hasta para una mirada absurda, el personaje tiene una opacidad propia. No es el Don Juan, ni el Don Quijote de la absurdidad, y con frecuencia hasta se podría creer que es su Sancho Panza. Está ahí, existe , y no podemos comprenderlo ni juzgarlo plenamente; vive, en fin, y sólo su densi­dad novelesca puede justificarlo para nosotros.

Sin embargo, no habría que ver en L'Étranger una obra enteramente gratuita. El señor Camus distingue, lo hemos dicho, entre el sentimiento y la noción de lo absoluto. Dice a este respecto: "Co­mo las grandes obras, los sentimientos profundos declaran siempre más de lo que dicen consciente­mente ... Los grandes sentimientos pasean consi­go su universo, espléndido o miserable."" Y añade un poco más adelante: "La sensación de lo absur­do no es lo mismo que la noción de lo absurdo. La fundamenta y nada más. No se resume en ella sino durante el breve instante en que juzga al uni­verso."" Se podría decir que El mito de Sísifo aspi­ra a darnos esa noción y que L'Étranger quiere inspirarnos ese sentimiento. El orden de aparición

" Ibid .• pág. 53. " El mito de Slsi(o. pág . 18. " Ibid .• pág. 31 .

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de las dos obras parece confirmar esta hipótesis . L'Étranger, que se publicó primeramente , nos sumerge sin comentarios en el "clima" de lo absur­do; luego viene el ensayo para aclarar el paisaje. Ahora bien , lo absurdo es el divorcio , el desacuñe. L'Étranger será por lo tanto , una novela del desa­cuñe, del divorcio, del extrañamiento. De ahí su construcción hábil ; por una parte el flujo cotidiano y amorfo de la realidad vivida ; por otra parte la recomposición edificante de esa realidad , por la razón humana y el razonamiento. Se trata de que

el lector, puesto al principio en presencia de la rea­lidad pura, la vuelva a encontrar, sin reconocerla , en su transposición racional. De ahí nacerá la sen­sación de lo absurdo, es decir, de la impotencia en que nos hallamos de pensar con nuestros con­ceptos, con nuestras palabras, los acontecimien­tos del mundo. Meursault encierra a su madre, toma una querida, comete un crimen . Estos dife­rentes hechos serán relatados en su proceso por los testigos y agrupados y explicados por el fiscal. Meursault tendrá la impresión de que se habla de

otra persona. Todo está construido para producir de pronto la explosión de Marie, quien habiendo hecho en la barra de los testigos un relato com­puesto según las reglas humanas, estalla en sollo­zos y dice "que no era eso, que había otra cosa , que la obligaban a decir lo contrario de lo que pen­saba". Esos juegos de espejo son utilizados co­rrientemente desde Les Faux-monnayeurs. No es­tá en eso la originalidad del señor Camus. Pero el problema que debe resolver le va a imponer una forma original : para que sintamos el desacuñe entre las conclusiones del fiscal y las verdaderas circunstancias del homicidio, para que conserve­mos al cerrar el libro la impresión de una justicia absurda que jamás podrá comprender ni siquiera alcanzar los hechos que se propone castigar, es necesario que primeramente nos hayamos puesto en contacto con la realidad o con una de esas cir­cunstancias. Pero para establecer ese contacto el señor Camus, como el fiscal , sólo dispone de pa­labras y conceptos; tiene que describir con pala­bras, reuniendo pensamientos, el mundo anterior a las palabras. La primera parte de L'Étranger po­dría titularse, como un libro reciente, Traducido del sí/encio. Nos encontramos aquí con un mal común a muchos escritores contemporáneos y cuyas pri­meras manifestaciones veo en Jules Renard; yo lo llamaré: la obsesión del silencio. El señor Paulhan vería en ello ciertamente un efecto del terrorismo literario. Ha tomado mil formas, desde la escritura automática de los superrealistas hasta el famoso "teatro del silencio" de J. J. Bemard. Es que el si -lencio, como dice Heidegger, es el modo auténtico de la palabra . Sólo calla quien puede hablar. El

señor Camus habla mucho y en El mito de Sisifo inclusive charla . Y sin embargo nos confía su amor al silencio. Cita la frase de Kierkegaard : "El más

seguro de los mutismos no consiste en callar, sino en hablar"" y añade por su cuenta que "un hom­bre es más un hombre por las cosas que calla que por las cosas que dice". Así , en L'Étranger se ha propuesto callarse. ¿Pero cómo se puede callar con palabras? ¿Cómo se puede expresar con con­ceptos la sucesión impensable y desordenada de los presentes? Esta empresa implica el recurso a una técnica nueva.

¿Qué técnica es ésa? Me habían dicho: "Es Kafka escrito por Hemingway." Confieso que no he encontrado a Kafka . Las consideraciones del se­ñor Camus son todas terrestres. Kafka es el no­velista de la trascendencia imposible; el universo está para él cargado con signos que no compren­demos; hay un revés del decorado. Para el señor Camus el drama humano es, al contrario, la ausencia de toda trascendencia : "Yo no sé si este mundo tiene un sentido que está fuera de mi al­cance. Pero sé que no conozco ese sentido y que por el momento me es imposible conocerlo. ¿Qué significa para mí una significación fuera de mi con­dición? Yo no puedo comprender más que en tér­minos humanos. Lo que toco, lo que me resiste, eso es lo que comprendo." Para él no se trata , por lo tanto, de encontrar disposiciones de palabras que hagan suponer un orden inhumano e indesci­frable: lo inhumano es simplemente el desorden, lo mecánico. En él nada hay de sospechoso, de in­quietante, de sugerido. L'Étranger nos ofrece una sucesión de opiniones luminosas. Si desconcier-

M El mito de Sísifo. pág. 29. Piénsese también en la teorla del len· guaje de Brice Parain y en su concepción del silencio.

51 Blbllotec.. da M6xlco

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tan es únicamente por su número y por la falta de un lazo que las una. Las mañanas, los crepúscu­los claros, las tardes implacables son sus horas favoritas; el ve rano perpetuo de Argel es su esta­ción preferida. La noche apenas tiene lugar en su

unive rso. Si habla de ell a es en estos términos: "Me desperté con estrellas en el rostro. Los ruidos del campo sub ian hasta mí. Olores de noches, de tíerra y de sal refrescaban mis sienes. La maravi­llosa paz de este estío dormido entraba en mí como una marea."21 Quien ha escrito estas líneas

está todo lo lejos posible de las angustias de un Kafka. Se halla muy tranquilo en el centro del

desorden ; la ceguedad obstinada de la naturaleza le irrita sin duda , pero le tranquiliza. Su elemento irracional no es sir.o un negativo: el hombre absur­do es un humanista, no conoce más que los bie­

nes de este mundo. La comparación con Hemingway parece más pro­

vechosa. El parentesco de los dos estilos es evi­dente. En uno y otro texto aparecen las mismas fra­ses cortas; cada una de ellas se niega a aprovechar el impulso adquirido por las precedentes, cada una

es un comenzar de nuevo. Cada una es como una toma de vista de un gesto, de un objeto. A cada gesto nuevo, a cada objeto nuevo corresponde una frase nueva. Sin embargo, no quedo satisfecho: la

existencia de una técnica de relato "americana" le ha sido, sin duda alguna, útil al señor Camus. Dudo de que haya influido en él propiamente hablando.

Hasta en Oeath in the Afternoon, que no es una novela, Hemingway conserva ese modo entrecorta­do de narración que hace salir a cada frase de la nada mediante una especie de espasmo respirato­rio; su estilo es él mismo. Sabemos ya que el señor Camus tiene otro estilo, un estilo de ceremonia.

Pero, además, en L'Étrangermismo, alza a veces el tono; la frase adquiere entonces un caudal más amplio y continuo: "El grito de los vendedores de

diarios en el aire ya menos tenso, los últimos pája­ros en el jardín público, el pregón de los vendedores de sándwiches, el quejido de los tranvías en los altos recodos de la ciudad y ese rumor del cielo antes que la noche caiga sobre el puerto, todo eso recomponía para mí un itinerario de ciego que cono­cía mucho antes de ingresar en la cárcel."" A través del relato jadeante de Meursault disciemo en trans­parencia una prosa poética más caudalosa que lo sostiene y que debe de ser el modo de expresión personal del señor Camus. Si L'Étranger muestra

ofrecían el que le parecía más conveniente para su propósito. Dudo de que lo utilice en sus próximas obras.

Examinemos más de cerca la trama del relato y nos daremos cuenta mejor de sus procedimientos.

"También los hombres segregan lo inhumano -escribe el señor Camus-. En ciertas horas de luci­dez, el aspecto mecánico de sus gestos, su panto­mima carente de sentido vuelven estúpido cuanto

los rodea."" He aquí, por lo tanto, lo que hay que expresar ante todo: L'Étranger debe ponernos ex abrupto "en estado de malestar ante la inhumani­dad del hombre". ¿Pero cuáles son las ocasiones

singulares que pueden provocar en nosotros ese malestar? El mito de Sísifo nos da un ejemplo de ellas: "Un hombre habla por teléfono detrás de un tabique de vidrio; no se le oye, pero se ve su mími­

ca sin sentido: uno se pregunta por qué vive. "" Quedamos informados, casi demasiado, pues el

ejemplo revela cierto prejuicio del autor. En efecto, el gesto del hombre que telefonea y al que no oís no es sino relativamente absurdo: es que pertene­

ce a un circuito truncado. Abrid la puerta , aplicad el

oído al auricular y el circuito queda restablecido, la

actividad humana vuelve a adquirir su sentido. Habría que decir, por lo tanto, si se obrara de buena fe, que no hay sino absurdos relativos y sólo con referencia a "racionales absolutos". Pero no se trata

de buena fe, sino de arte: el procedimiento del señor Camus es muy rebuscado: entre los perso­

najes de que habla y el lector va a intercalar un tabi­que de vidrio. ¿Qué hay más inepto, en efecto, que hombres detrás de un vidrio? Éste parece dejar que pase todo y sólo intercepta una cosa: el sentido de

sus gestos. Falta elegir el vidrio: será la conciencia del Extraño. Es, en efecto, transparente; vemos todo lo que ella ve. Sólo que se la ha construido de

tal modo que es transparente para las cosas y opaca para los significados.

"Desde ese momento todo sucedió muy rápida­mente. Los hombres avanzaron hacia el ataúd con un paño. El sacerdote, sus acompañantes, el di­rector y yo salimos. Delante de la puerta se ha­llaba una dama a la que yo no conocía: 'El señor Meursault', dijo el director. No percibí el nombre de la dama y comprendí solamente que era enferme­ra delegada. Inclinó sin una sonrisa su rostro hue­soso y largo. Luego nos alineamos para dejar que pasara el cadáver. "25

Unos hombres bailan tras un vidrio. Entre ellos y huellas tan visibles de la técnica americana es por- el lector han interpuesto una conciencia, casi nada, que se trata de un préstamo deliberado. El señor una pura translucidez, una pasividad pura que Camus ha elegido entre los instrumentos que se le registra todos los hechos. Pero se ha realizado la

" El mito de Sisifo, pág. 21 . " L'Étranger, pág. 158. " tbid ., pág, 21 . " L'Étranger, pág. 128. Véanse también pág . 81-82, 158-159, etc. " L'Étranger, pág . 23.

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jugarreta: precisamente porque es pasiva , la con­ciencia no registra sino los hechos. El lector no se ha dado cuenta de esa interposición. ¿Pero cuál es el postulado que implica este género de relato? En suma, de lo que era organización melódica se ha hecho una adición de elementos invariantes; se pretende que la sucesión de los movimientos es rigurosamente idéntica al acto tomado como totali­dad. ¿No nos las tenemos que haber aquí con el postulado analítico, que pretende que toda realidad es reducible a una suma de elementos? Ahora bien , si el análísis es el instrumento de la ciencia , es tam­bién el instrumento del humorismo. Si quiero des­cribir un partido de rugby y escribo: "Vi a unos adul­tos en calzoncillos que se peleaban y se arrojaban a tierra para hacer pasar una pelota de cuero entre dos postes de madera," hago la suma de lo que he visto, pero deliberadamente no tengo en cuenta su sentido: hago humorismo. El relato del señor Ca­mus es analítico y humorístico. Miente -como todo artista- porque pretende restituir la experiencia desnuda y filtra socarronamente todas las relacio­nes significativas, que pertenecen tambíén a la experiencia. Es lo que hizo en otro tiempo Hume

cuando declaró que no descubría en la experiencia sino impresiones aisladas. Es lo que hacen todavía al presente los neorrealistas americanos cuando niegan que haya entre los fenómenos algo más que relaciones externas. Contra ellos la filosofía con­temporánea ha establecido que los significados eran también datos inmediatos. Pero esto nos lle­varía demasiado lejos. Bástenos señalar que el uni­verso del hombre absurdo es el mundo analítico de los neorrealistas. El procedimiento ha hecho sus pruebas literariamente: es el de L'ingénu o de Mi -

cromégas; es el de Gulliver, pues el siglo XVIII tuvo también sus extranjeros, en general "buenos salva­jes" que, transportados a una civilización descono­cida, percibían los hechos antes de comprender su sentido. ¿El efecto de ese cambio de lugar no con­sistía, precisamente, en provocar en el lector la sen­sación de lo absurdo? El señor Camus parece recordarlo en muchas ocasiones, sobre todo cuan­do nos muestra a su protagonista reflexionando sobre los motívos de su encarcelamiento.'"

Ahora bien , es este procedimiento analítico el que explica el empleo de la técnica americana en

• L'É/rangar, págs. 103, 104.

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L'ftranger. La presencia de la muerte al final de nuestro camino ha disipado en humo nuestro por­venir, nuestra vida "no tiene mañana", es una suce­sión de presentes. ¿Qué quiere decir eso sino que el hombre absurdo aplica al tiempo su espírítu de análisis? Allí donde Bergson veía una organización que no se puede descomponer, el hombre absurdo no ve sino una serie de instantes. Es la pluralidad de los instantes incomunicables la que finalmente dará cuenta de la pluralidad de los seres. Lo que nuestro autor toma prestado a Hemingway es, por lo tanto, la discontinuidad de sus frases cortadas que se calca en la discontinuidad del tiempo. Ahora comprendemos mejor el corte de su narración: cada frase es un presente. Pero no un presente indeciso que hace sombra y se prolonga un poco sobre el presente que le sigue. La frase es clara , sin rebabas, cerrada en sí misma; está separada de la frase siguiente por una nada, como el instante de Descartes está separado del instante que le sigue. Entre cada frase y la siguiente el mundo se acaba y renace: la palabra, desde el momento en que se eleva, es una creación ex nihilo; una frase de L'Étranger es una ísla . Y nosotros caemos en cas­cada de frase en frase, de nada en nada. Para acentuar la soledad de cada unidad frásica es para lo que el señor Camus ha decidido hacer su relato en el tiempo de pretérito perfecto. El pretérito inde­finido es el tiempo de la continuidad: "Paseó duran­te largo tiempo". Estas palabras nos remiten a un pluscuamperfecto, a un futuro; la realidad de la frase es el verbo, es el acto, con su carácter transi­tivo, con su trascendencia. "Se ha paseado durante largo tiempo" disimula la verbalidad del verbo; el verbo queda roto, dividido en dos: a un lado encon­tramos un participio pasado que ha perdido toda

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trascendencia , inerte como una cosa; y al otro lado el verbo "ser" que no tiene más que el sentido de una cópula, que une al participio con el sustantivo como al atributo con el sujeto; el carácter transitivo del verbo ha desaparecido y la frase se ha coagu­lado; su realidad , ahora, es el nombre. En vez de lanzarse como un puente entre el pasado y el por­venir, no es ya sino una pequeña sustancia aislada que se basta a sí misma. Si , por añadidura, se tiene cuidado de reducirla todo lo posible a la proposición principal, su estructura interna adquiere una senci­llez perfecta y gana otro tanto en cohesión. Es ver­daderamente un insecable, un átomo de tiempo. Naturalmente, no se organizan las frases entre si; se las yuxtapone únicamente; en particular se evi­tan todas las relaciones causales, que introducirían en el relato una especie de embrión de explicación y pondrían entre los instantes un orden diferente de la sucesión pura. Se escribe: "Un momento des­pués ella me ha preguntado si la amaba. Yo le he contestado que eso no quería decir nada, pero que me parecía que no. Ella ha parecido triste . Pero mientras preparaba el almuerzo y a propósito de

nada ha vuelto a reír de tal manera que la he besa­do. Es en ese momento cuando los ruidos de una disputa han estallado en casa de Raymond ."27 Sub­rayamos dos frases que disimulan de la manera más cuidadosa posible un nexo causal bajo la pura apariencia de la sucesión. Cuando es absoluta­mente necesario aludir en una frase a la frase ante­rior se utilizan las palabras y ', "pero", "después" y "fue en ese momento cuando", que no evocan sino la disyunción, la oposición o la adición pura. Las relaciones de estas unidades temporales son exter­nas, como las que el neorrealismo establece entre las cosas; lo real aparece sin ser traído y desapa­rece sin ser destruido, el mundo se hunde y renace a cada pulsión temporal. Pero no vayamos a creer que se produce por sí mismo: es inerte. Toda activi­dad por su parte tendería a sustituir con poderes temibles el tranquilizador desorden del azar. Un naturalista del siglo XIX habría escrito: "Un puente saltaba sobre el río". El señor Camus rechaza ese antropomorfismo y dirá: "Sobre el río había un puente". Así la cosa nos entrega inmediatamente su pasividad. Está ahí, simplemente; indiferenciada: "Había cuatro hombres negros en la habitación ... Delante de la puerta se hallaba una dama que yo no conocía ... Delante de la puerta estaba el co­che... Junto a ella se hallaba el ordenador de pagos ... " Se decía de Renard que terminaría escri­biendo: "La gallina pone". El señor Camus y muchos autores contemporáneos escribirían: "Hay la gallina y ella pone". Es que les gustan las cosas

" L'Étranger, pág. 51 . " Ib id, pág. 23.

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por ellas mismas, no quieren diluirlas en la corrien­te de la duración. "Hay agua": he aqui un trocito de eternidad , pasivo, impenetrable , incomunicable ,

rutilante: iqué goce sensual si se lo puede tocar! Para el hombre absurdo es el único bien de este mundo. Por eso el novelista prefiere a un relato organizado ese centelleo de pequeños fulgores sin mañana, cada uno de los cuales es una voluptuosi­

dad; por eso el señas Camus, al escribir L'Étranger,

puede creer que calla : su frase no pertenece al uni­verso del discurso; no tiene ramificaciones, ni pro­

longaciones, ni estructura interior; podria definirse, como la Sílfide de Valéry:

Ni vista ni conocida:

el tiempo de un seno desnudo

entre dos camisas.

y se la mide muy exactamente por el tiempo de una intuición silenciosa .

En estas condiciones se puede hablar de un todo que sería la novela del señor Camus. Todas las fra­

ses de su libro son equivalentes, como son equiva­

lentes todas las experiencias del hombre absurdo; cada una se plantea por sí misma y remite a las otras a la nada; pero por lo mismo, salvo en los raros

momentos en que el autor, infiel a su principio, hace

poesía, ninguna se destaca sobre el fondo de las

otras. Los diálogos mismos forman parte integral del relato; el diálogo, en efecto, es el momento de la

explicación , de la significación; darle un lugar privile­giado sería admitir que las significaciones existen . El señor Ca mus lo pule , lo resume, lo reproduce con

frecuencia en estilo indirecto, le niega todo privi legio tipográfico, de modo que las frases pronunciadas aparecen como acontecimientos semejantes a los otros, espejean durante un instante y desaparecen. como un relámpago de calor, como un sonido, como un olor. Por eso, cuando se inicia la lectura del libro

no parece que uno se encuentra en presencia de una novela , sino más bien de una melopea monóto­na, del canto gangoso de un árabe. Se puede creer entonces que el libro se parecerá a uno de esos

aires de que habla Courteline , que "se van y nunca vuelven" y que se interrumpen de pronto sin que se sepa por qué. Pero poco a poco la obra se organiza

por sí sola bajo los ojos del lector y revela la sólida infraestructura que la sostiene. No hay un detalle inútil , uno solo que no sea tomado de nuevo más

adelante y lanzado a la contienda; y cuando cerra­mos el libro comprendemos que no podía comenzar de otro modo, que no podía tener otro fin ; en este

mundo que se nos quiere dar como absurdo y del

que se ha extirpado cuidadosamente la causalidad , el menor incidente tiene importancia , no hay uno solo que no contribuya a conducir al protagonista

hacia el crimen y la pena de muerte. L'Étranger es una obra clásica, una obra de orden , compuesta a propósito de lo absurdo y contra lo absurdo. ¿Es

enteramente lo que deseaba el autor? No lo sé; la que doy es la opinión del lector.

¿ y cómo se puede clasificar esta obra seca y

neta , tan compuesta bajo su desorden aparente, tan "humana", tan poco secreta tan luego como se posee la clave? No podríamos llamarla un relato:

el relato explica y coordina al mismo tiempo que narra , sustituye con el orden causal el encadena­miento cronológico. El señor Camus la llama "no­

vela" . Sin embargo , la novela exige una duración continua , un devenir, la presencia manifiesta de la irreversibilidad del tiempo. No sin vacilar daría yo ese nombre a esta sucesión de presentes inertes que deja entrever por debajo la economía mecáni­

ca de una pieza armada o en ese caso sería , a la manera de Zadig y de Candide , una novela corta de moralista , con un discreto sabor de sátira y retratos irónicos" que, a pesar del aporte de los existencialistas alemanes y de los novelistas nor­teamericanos , sigue pareciéndose mucho, en rea­lidad, a un cuento de Voltaire.

Febrero de 1943

:zt Los del rufián. el juez de instrucción , el fisca1. etcétera.

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MAURICE BLANCHOT*

EL MITO DE SíSIFO

Un autor para el que la tarea de escribir es tanto un instrumento de meditación como un medio de expresión, se dirige necesaria­mente hacia los más antiguos mi­tos; tiene que pensar en Pro­meteo, en Orfeo, a veces también en Sísifo. Es curioso el que este héroe del tormento infundado ocupe un lugar relativamente me­diocre en la literatura; tal vez por­que su historia es un poco breve, ¿fue condenado porque traicionó a los dioses, porque había enca­denado a la muerte, o porque amó a la vida hasta el punto de sacrificarle la trascendencia?

La leyenda deja estas dudas en el aire y sólo se ocupa de su castigo; le encontramos en los infiernos, condenado al horror de un trabajo sin redención , siempre idéntico, siempre gratuito desde el momento en que terrnina. Se le contempla cuando empuja con toda la fuerza de su agotado cuerpo la enorme piedra que amenaza con aplastarle; luego, arrastrado por el peñasco que cae, desciende hasta el mundo inferior, de donde intentará subir constantemente. Este extraño héroe está unido a una realidad irrazonable. Carga con la singula­ridad de un destino que le conde­na a agotarse en vano; no sólo a causa de éste parece maldito, se halla también a merced de una paradoja que le obliga a ser fuer­te, a consumir su fuerza yana hacer nada. Cada vez que se encuentra al pie de la montaña es

Maurice Blanchot. Falsos pasos. Pre-tex­tos, traducción: Ana Aibar Guerra, Valencia, España, 1977, 336 pp.

IALBEJ1T EL MITO ¡CAMUS DE SISIFO

L~ EL HOMBRE

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I 1

I

un hombre intacto, con toda su fuerza, y cuando, cerca de la ci­ma, se le escapa el peñasco, es apenas un hombre que ha consu­mido todo lo que era en una tarea nula. Sísifo, en este sentido, en­carna un mito bastante oprimen­te. En un mundo en el que todo gasto de energía debe desembo­car en una acción real que la con­serve, Sísifo es imagen de lo que se pierde, de un intercambio eter­namente deficitario, de una ba­lanza en perpetuo desequilibrio. Representa una acción que es lo contrario de la acción. Simboliza, por su trabajo, lo opuesto al tra­bajo. Es lo útil-inútil, o sea, a los ojos de un mundo profano, lo insensato y lo sagrado.

En su ensayo sobre Le Mythe de Sisyphe, Albert Camus ha intentado, bajo la máscara del héroe, describir y captar a su nivel más sincero el sentimiento del absurdo, que le parece inse­parable de la sensibilidad y el pensamiento contemporáneos. La intención de esta obra es de considerable magnitud, puesto que no se contenta con analizar un problema en el que el hombre

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actual se reconoce con una complacencia y orgullo incons­cientes , sino que intenta también unirlo a este problema por unas cadenas que no puede romper. Los que lean esta obra como un intento de explicación de nuestro tiempo, como un esfuerzo por reunir dentro de una misma perspectiva modos de pensar y sentir dispares, encontrarán en ella análisis que les iluminarán; pero hay que señalar que la obra de Camus contiene algo aún más serio y exigente. No se em -plea el absurdo como medio de ver claro , hay que enfrentarse a él y sostenerlo en una experien­cia que, de no llevarse hasta el final, se convierte en ridícula. Esta obra debe ser considerada como algo más que notable a nivel literario a causa de la inti­midad de las experiencias en que parece haberse formado.

El sentimiento del absurdo es incomprensible, se experimenta con evidencia en las situaciones más vulgares, pero el análisis que intenta expresarlo sólo en -cuentra vestigios insignificantes. El hombre que piensa repentina­mente que está envejeciendo, que las expresiones "mañana", "más tarde", ya no tienen sentido para él, se siente rozado por el absurdo; si observa un rostro, una piedra, un trozo de cielo, que se salen de sus imágenes habituales, se siente herido por un sentimiento de rareza irredu­cible, tiene la impresión del sin sentido que nos provocan no los estados excepcionales de nues­tro pensamiento, sino la simple

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coherencia lógica de nuestros mecanismos mentales: lo racio­nal , desde una cierta perspecti­va , es también lo absurdo . Los ejemplos de esta situación sui generis pueden encontrarse tan­to en el arte de vivir como en el simple arte, en los "instantes" que iluminan la vida cotidiana y en la monotonía de una existen­cia a la que nada altera . Pero el espíritu posee en grado sumo el privilegio de iluminar el absurdo, y lo hace de un modo simplista , abrumador, inexorable, tal que ningún argumento sutil puede enmascarar. Volviéndose hacia el mundo, lo ve de un modo que la razón no puede comprender; volviéndose hacia el hombre, lo descubre infinitamente ávido de esa explicación que no puede alcanzar. Aquí, una realidad que puede ser descrita , expresada por medio de leyes, utilizada, pero nunca aclarada ni concebi­da en su totalidad . Allá, un ser que aspira sin cesar a la clari­dad, que invoca, ante la diversi­dad con que se encuentra, a una unidad que se oculta . Esto es el absurdo. Depende del hombre y del mundo. Se halla en la rela­ción que une a un ser cuya voca­ción es la búsqueda de la verdad con un universo para el que ésta carece de sentido. Deriva cons­tantemente de la eterna confron­tación de lo absoluto, objeto del deseo del hombre, con lo relati­vo, respuesta del mundo a ese deseo.

Estos razonamientos pertene­cen a cualquier época, su senci­llez es tal que parecen carentes de fuerza. Pero en este punto aparece la originalidad del ab­surdo: míentras que las religio­nes, para justificar su invocación a una unidad que la existencia rídiculiza, proponen la fe en otra existencia que satisfaga esa invocación, y las filosofías han construido, por encima del mun­do que se desploma y escapa,

el espíritu del absurdo, por el internado en estos desiertos, contrario , acepta tal cual la con- reconociéndolos como el domi­tradicción que le es dada de an- nio del pensamiento. De Husserl temano, se encierra en ella , la a Kierkegaard , de Heidegger a agudiza, toma conciencia y, lejos Jaspers y Chestov, señala toda de buscar una escapatoria a tra- una familia de pensamientos , vés de ensoñaciones, intenta cuya influencia en nosotros es vivirla como la única pasión que evidente que han puesto al des­puede satisfacerle. Según una cubierto alguno de los rostros de imagen de la que filósofos y es- la reflexión sobre el absurdo. crítores se han servido alternati- Sería insuficiente decir que es­vamente, el pensamiento, una tos filósofos han cerrado el cami­vez descorrido el velo de las no a la razón , no es solamente el apariencias, se encuentra re- universo razonable lo que han pentinamente en la soledad de convertido en ruinas, sino que una región remota donde no hay han tomado como reino esas puntos de orientación, ni razón mismas ruinas, el exilio como de ser, ni esperanza alguna de patria , y, en la contradicción , la escapatoria: pero de esta impo- paradoja, el vacío, la angustia, sibilidad el pensamiento hace su han comprometido la realidad destino, exaltándose en él y des- del hombre en una aventura que garrándose. Albert Camus ob- la convierte en enigma y pregun­serva que la mayoría de los filó- ta o Además, incluso los grandes

un mundo esencial que subsiste, sofos de nuestra época se han escritores contemporáneos se

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de la pasión , que opone al espí­ritu , que quiere entender el mun­do que no puede ser entendido, pasión que expresa y funda ,el absurdo, las doctrinas dan un salto ilegítimo, evadiéndose, Es­te salto , que tiene al absurdo por trampolín , es llamado por Ca­mus suicidio filosófico,

Albert Camus

Un sucinto examen de los filó­sofos contemporáneos presenta el interés de acercarnos al pro­blema que estamos tratando; hemos llamado absurdo a esa situación humana que aspira apasionadamente a la claridad y a la unidad, en un universo en el que esta aspiración siempre ter­mina en decepción; al que acep­ta dicha situación como único punto de partida , irrefrenable evidencia , se le impone la regla de no intentar escapar de ella

empleando cualquier truco, de conservarla en todo rigor, puesto que no puede evadirse de un modo válido , y de vivirla tenien­do plena conciencia de todo lo que exige, Desde el momento en que, con todas mis fuerzas, me

han agotado en la creación de obras que son espejos del absurdo: Sade, Melville , Dos­toievski , Proust, Kafka , Joyce,

uno, en tanto que único posible, preciso glorificar la excepción , a un universo donde mi presen­silenciar a la razón , que es la cia carece de sentido, es preciso norma, y salvarla haciéndole to- que renuncie totalmente a la es -mar conciencia de su fracaso peranza. Desde el momento en

Malraux, Faulkner y otros mu - como se reclaman de la opinión que, hacia y contra todo, man­chos novelistas que han dado al de que la razón es apta para tengo mi voluntad de ver claro, sinsentido la garantía de un arte razonablemente acoplado al absurdo.

Es sencillo captar en un breve esbozo algunos de los temas del absurdo, pero lo es menos el mantenerlos en todas sus exi-

captar la irrazonable diversidad del mundo y construyen un nue­vo modo de inteligibilidad en el que el no-sentido se reduce a una simple categoría del pensa­miento. En ambos casos, el ab­surdo ha sido eludido, ya sea

gencias e ir hasta el extremo de dando como respuesta a la ra­lo que proponen . Según Albert zón su propia pregunta sobre el Camus, las filosofías existencia­les, que con tanta fuerza han reconocido la realidad de lo que no tiene sentido, no la toman co­mo punto de partida más que para desprenderse de ella y en­contrar el principio de una expli­cación . Tan pronto, partiendo del hecho de que existe lo imposible en el universo, deducen que es

mundo incomprensible, o bien interpretando la ininteligibilidad del mundo como verdad de una significación superior. La razón acepta el juego de interrogar en vano, y halla en esta derrota la vía que la lleva a la trascenden­cia. El mundo convierte su irra­cionalidad concreta en prototipo de una nueva racionalidad. Des-

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aun sabiendo que la oscuridad no disminuirá jamás, es preciso que renuncie totalmente al repo­so. Desde el momento en que sólo puedo impugnarlo todo sin otorgar a nada, ni siquiera a esta impugnación, un valor absoluto, es preciso que renuncie a todo, incluso a ese acto de rechazarlo todo. Ausencia total de esperan­za, insatisfacción consciente , lucha sin fin , tales son las tres exigencias de la lógica del ab­surdo' que definen el carácter de la experiencia consistente en vivir sin recurso. ¿Esto es todo?, podría serlo, pero Camus aún saca otras consecuencias de la condición en la que investiga.

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considera que todo está bien . Este universo sin dueño no le parece ni estéril ni vano.. Hay que concebir a un Sisifo feliz." ¿Feliz? Si el libro de Camus no merece ser juzgado como una obra corriente , es preciso consi­derarla a igual nivel , porque en algunos momentos su lectura se nos hace pesada e indignante; se debe a que él mismo no es completamente fiel a su norma, convirtiendo el absurdo no en el que desordena y rompe todo , si­no en algo susceptible de ser organizado , incluso capaz de organizarlo todo . En su obra , el absurdo aparece como una es­pecie de desenlace, una solu­ción , una salvación . El hombre que ha analizado lo extraño de

dos certezas no son más que traducciones frági les , dudosas. simplistas , expresadas en len­guaje discursivo, de una situa­ción que precisamente consiste en que no puede ser aclarada, ni siquiera descrita con autentici­dad. Lo único que puede hacer la razón para acercarse a ella es poner en duda constantemente sus propios métodos de acerca­miento. Si se admite, cosa de la que Camus no parece haberse dado cuenta , que el dominio del absurdo es el del no-saber, se comprenderá que la razón no puede ocuparse de él más que a condición de envilecerlo y utili­zarlo; indudablemente, la razón es capaz de comprobar por si misma este abuso y de autode-

Mantiene, en primer lugar, que el suicidio es un falso desenlace del absurdo; salir de la vida por­que no tiene sentido es aceptar la derrota y poner fin a un desti­no irrazonable, en lugar de man­tenerlo como una constante re­belión . La muerte nos es dada como un posible inevitable que en cada instante nos entrega al mañana. El hombre absurdo, vuelto hacia la nada como hacia el absurdo más evidente , se siente lo bastante ajeno a su vida como para aceptarla , reco­rrerla e incluso acrecentarla ; vi­ve porque es absurdo el hacerlo, y desea vivir lo máximo posible, el mayor tiempo posible . Abraza el presente y la sucesión de pre­sentes, siendo en todo momento plenamente consciente de ello ; acepta como una suerte la dura­ción que le mantiene cara al mundo. A excepción de la única fatalidad de la muerte, de todo,

su condición , advirtiendo su me- nunciarse como depositaria canismo y suscribiéndola con infiel. Y es precisamente esta lucidez y sinceridad , se convier- capacidad de cuestionarse, de te, desde el momento en que denunciarse constante e infati­deduce de ella una norma de gablemente, la que le da una

alegria o felicidad, se halla libe- vida, en un impostor, alguien que rado. ha perdido la visión : se salva

"Así -escribe Camus- deduz- con lo que le pierde , tomando co del absurdo tres consecuen- como clave el hecho de no te­cias, que son mi rebelión, mi nerla , manteniendo fuera de las líbertad y mi pasión . Con el úni- terribles garras del absurdo al co medio de la conciencia , con­vierto en norma de vida lo que era invitación a la muerte, y rechazo el suicidio. " En su ensa­yo, demuestra cuál es el estilo de vida que responde a estas ra­zones. Don Juan, el actor y el aventurero representan el absur­do: "Son príncipes sin reino, pero tienen la ventaja sobre los demás de que saben que todo

absurdo mismo. No debe pensarse que este

abandono, esta contradicción , sean fácilmente evitables; for­man parte de lo que Camus lla­ma la búsqueda del absurdo. Incluso si se tuviera conciencia de que hay un modo de evitarlo, éste se convertiría en el acto, en la trampa en la que nunca se ha­bía pensado caer, encontrándo-

apariencia de autenticidad por la que aumenta su legítima preten­sión de ocuparse del absurdo . La acusación que es capaz de lanzar contra sí misma le permi­te comprometerse en una pirue­ta sin fin consistente en perderse constantemente y después reen­contrarse; cada vez que cae , se levanta; cada vez su caída la restituye a sí misma. La autenti­cidad de su "perderse" podrá ser negada hasta que la razón no haya demostrado que, por sí misma, por sus propios medios , puede autodestruirse , convertir­se en locura. Suponiendo que la

reino es ilusorio. Saben, y en se cazado de la forma más mi - razón , mediante una impugna­ello radica toda su grandeza, serable, seriamente herido. Hay ción verdadera , pudiese conver­que es ocioso hablar de sus mal- que deducir de Mythe de Sisy - tirse en extravío, éste no repre­vadas intenciones o de los res- phe que esta búsqueda no pro- sentaria un desenlace. Habría caldos de la desilusión." Igual - porciona posiblemente ninguna que aspirar a un más allá de la mente, Sísifo es también cons­ciente: conoce la vanidad de lo que le aplasta , pertenece al pe­ñasco y éste le pertenece, pues­to que ha sido capaz de com­prender su abrumadora ligereza. A su tormento se añade una si­lenciosa alegría . "También él

ventaja , si lo que se persigue es organizarse cómodamente a ni­vel intelectual. Camus reconoce con facilidad: "Tengo dos certe­zas, mi ansia de absoluto y de unidad, y la irreductibilidad del mundo a cualquier principio ra­cional y razonable." Pero estas

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locura, a una nueva posibilidad en la locura que fuese también impugnada, denunciada por una razón que se ha vuelto loca, pero que ha permanecido fiel a sí misma en la locura. Y sobre esta posibilidad aún no se podría decir: esto es el absurdo.

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ALBERT CAMUS *

EL TESTIGO DE LA LIBERTAD

V ivimos en una época en que los hombres, por ideologías medio­cres y feroces , se acostumbran a

tener vergüenza de todo . Ver­güenza de sí mismos, vergü enza de ser feli ces , de amar o de crear.

Una época en que Radne se ruboriza ría de Berenice y Rem­brandt, para hacerse perdonar el

haber pintado La ronda nocturna ,

correría a hacer penitenda. Los

escritores y los artistas de hoy tie­nen sentido de cu lpa y está de moda entre nosotros hacernos perdonar nuestra profesión. La verdad es que se

nos ayuda a ello con bastante interés. De todos los rincones de nuestra sodedad política se levan­ta una gran protesta en contra nuestra que nos obliga a justificarnos . Debemos justificarnos de

ser inútiles al mismo tiempo que de servir, por nuestra misma inutilidad , a malas causas. Y cuan­do respondemos que es muy difícil quedar limpios de acusaciones tan contradictorias , se nos dice

que no es posible justificarse a los ojos de todos, pero que podemos obtener el generoso perdón de algunos, tomando su partido, que es, por otra parte , el único verdadero, según ellos. Si este tipo de argumento falla , se le dice entonces al artista: "Observe la miseria del mundo. ¿Qué hace usted por ella?" A este chantaje cínico , el artista podría contestar: "¿La miseria del mundo? No la aumen­

to. ¿Quién de ustedes puede decir otro tanto?" Pero no es menos cierto que ninguno de nosotros, si es exigente consigo mismo, puede permanecer indiferente al llamamiento de una humanidad desesperada. Es preciso, pues, sentirse culpable a todo trance . Esto nos arrastra al confesionario laico, el peor de todos .

• Albert Camus, Moral y política, traducción: Rafael Aragó, Editorial Alianza-Losada. Madrid , 1984, 144 pp .

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(Alocución pronunciada en Pleyel, en noviembre de 1948, durante un encuentro internacional de escritores, y publicado por La Gauche, el 20 de

diciembre de 1948.)

y sin embargo, el problema no es tan senci llo. La elección que se nos pide no puede hacerse

por sí misma , está determinada por otras elecciones, hechas anteriormente. Y la primera elec­

ción que hace un artista es, pre­

cisamente , la de ser artista. Y si ha elegido ser artista , lo ha hecho

considerando lo que él mismo es

y a causa de una cierta idea que se forma del arte. Y si esas razo­nes le han parecido lo suficiente­mente buenas como para justifi­

ca r su elección existe la posibi lidad de que sigan siendo suficientemente buenas para ayudarlo a definir su posición frente a la historia. Esto es, al menos, lo que pienso, y quisiera singularizarme un

poco, esta noche, haciendo hincapié, ya que hablaremos aquí con libertad, a título individual , no sobre un remordimiento que no tengo, sino sobre los dos sentimientos que frente a la miseria

del mundo, e incluso a causa de ella, abrigo con respecto a nuestra profesión, es decir, el agrade­cimiento y el orgullo. Ya que hay que justificarse, quisiera decir por qué hay una justificadón en ejer­cer una profesión que, dentro de los límites de nuestras fuerzas y de nuestro talento , y en medio de un mundo endurecido por el odio, nos permite a cada uno de nosotros decir tranquilamente que no es el enemigo mortal de nadie. Pero esto exige

una explicación y no puedo darla si no hablo un poco del mundo en que vivimos y de lo que noso­tros , artistas y escritores, nos consagramos a hacer en él.

El mundo que nos rodea es desdichado y se nos pide hacer algo para cambiarlo. ¿Pero cuál es esa desdicha? A primera vista , se define fácilmen­te: se ha matado mucho en el mundo en estos últi­mos años y algunos prevén que se seguirá matan­do. Un número tan elevado de muertos termina

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por enrarecer la atmósfera. Naturalmente esto no es nuevo. La historia oficial ha sido siempre la his­toria de los grandes criminales . Y no es de hoy que Caín mate a Abel , pero es de hoy que Caín mata a Abel en nombre de la lógica y reclama des­pués la Legión de Honor. Daré un ejemplo para que se me entienda mejor.

Durante las grandes huelgas de 1947, los perió­dicos anunciaron que el verdugo de París aban­donaría también su trabajo. No se ha reparado lo suficiente , en mi opinión, en la decisión de nuestro compatriota. Sus reivindicaciones eran claras. Pe­día naturalmente una prima por cada ejecución, lo que está en las normas de toda empresa. Pero , sobre todo, reclamaba enérgicamente el rango de jefe de negociado. Quería, en efecto, recibir del Estado, al que tenía conciencia de servir eficaz­mente, la única consagración , el único honor tan­gible que una nación moderna puede ofrecer a sus buenos servidores, es decir, un estatuto adminis­trativo. Así se extinguía , bajo el peso de la historia , una de nuestras últimas profesiones liberales. Sí, efectivamente, bajo el peso de la historia. En los tiempos bárbaros, una aureola terrible mantenía al verdugo alejado del mundo. Era el que, por oficio,

civilización en la que el crimen y la violencia son ya doctrinas y están en trance de convertirse en instituciones, los verdugos tienen todo el derecho de ingresar en los cuadros administrativos. A decir verdad , nosotros, los franceses , estamos un poco atrasados. Repartidos por el mundo, los verdugos están ya instalados en los sillones ministenales. Sólo que han reemplazado el hacha por el sello.

Cuando la muerte se convierte en un asunto administrativo y de estadísticas es que, en efecto, las cosas del mundo van mal. Pero si la muerte se hace abstracta es que la vida también lo es. Y la vida de cada uno no puede ser sino abstracta a partir del momento en que se la somete a una ideo­logía. Desgraciadamente estamos en la época de las ideologías, y de las ideologías totalitarias, es decir, lo bastante seguras de sí mismas, de su razón imbécil o de su mezquina verdad , como pa­ra creer que la salvación del mundo reside sólo en su propia dominación. Y querer dominar a alguien o algo es desear la esterilidad , el silencio o la muerte de ese alguien . Para comprobarla, basta con mirar a nuestro alrededor.

No hay vida sin diálogo. Y en la mayor parte del mundo, el diálogo se sustituye hoy por la polémi-

atentaba contra el misterio de la vida y de la carne. ca . El siglo xx es el siglo de la polémica y del insul­Era, y lo sabía, objeto de horror. Y ese horror con- too La polémica ocupa, entre las naciones y los sagra al mismo tiempo el precio de la vida huma- individuos, e incluso a nivel de las disciplinas anta­na. Hoyes sólo objeto de pudor. Y, en esas condi- ño desinteresadas, el lugar que ocupa tradicional­ciones, encuentro que tiene razón, al no querer mente el diálogo reflexivo. Miles de voces, día y ser más el pariente pobre al que se esconde en la noche, cada una por su lado, en un monólogo cocina porque no tiene las uñas limpias. En una tumultuoso, vierten sobre los pueblos un torrente

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de palabras engañosas, ataques, defensas, exal­taciones. Pero, ¿cuál es el mecanismo de la polé­

mica? Consiste en considerar al adversario como enemigo, en simplificarlo, en consecuencia , y en negarse a verlo . No sé de qué color tiene los ojos aquel a quien insulto, ni sé si sonrie , ni de qué manera . Convertidos en casi ciegos gracias a la polémica, ya no vivimos entre los hombres, sino en un mundo de siluetas.

No hay vida sin persuasión. Y la historia de hoy sólo conoce la intimidación. Los hombres viven, y solamente pueden vivir, con la idea de que tienen algo en común, que les permitirá volver a encon­trarse . Pero nosotros hemos descubierto que hay hombres a los que no se persuade. Era y es impo­sible que una víctima de los campos de concen­tración explique a quienes lo degradan que no deben hacerlo. Porque estos últimos ya no repre­sentan a hombres, sino a una idea arrasada por la fiebre de la más inflexible de las voluntades. El que quiere dominar es sordo. Frente a él hay que pelear o morir. Por eso, los hombres de hoy viven en el terror. En el Libro de los muertos se lee que el egipcio justo, para merecer el perdón, debía poder decir: "No he atemorizado a nadie." En esas condiciones, el día del juicio final buscaremos en vano a nuestros grandes contemporáneos en la fila de los bienaventurados.

No es de extrañar que esas siluetas, sordas y ciegas , aterrorizadas, alimentadas con tickets , y cuya vida entera se resume en una ficha policial , pueden ser después tratadas como abstracciones anónimas. Es interesante comprobar que los regí­menes surgidos de esas ideologías son, precisa­mente, los que, por sistema, proceden al desarrai-

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go de las poblaciones paseándolas por Europa como símbolos exangües que sólo cobran una vi­da irrisoria en las cifras de las estadísticas. Desde que esas hermosas filosofías entraron en la histo­ria , enormes masas de hombres, cada uno de los cuales , no obstante, tenía antaño una manera de estrechar la mano, están definitivamente sepulta­dos bajo las dos iniciales de las personas despla­zadas, que un mundo muy lógico inventó para ellas.

Sí, todo esto es lógico. Cuando se quiere unifi­car el mundo entero en nombre de una teoría , no hay otro camino que hacer este mundo tan des­carnado, ciego y sordo como la teoría misma. No hay otro camino que cortar las raíces que vinculan al hombre a la naturaleza. Y no es una casualidad que no se encuentren paisajes en la gran literatu­ra europea desde Dostoievski. No es una casuali­dad que los libros más significativos de hoy, en lugar de interesarse por los matices del corazón y parlas verdades del amor, sólo se apasionan por los jueces, los procesos y la mecánica de las acu­saciones, y que en lugar de abrir las ventanas a la belleza del mundo, las cierran cuidadosamente a la angustia de los solitarios. No es una casualidad que el filósofo que inspira hoy todo el pensamien­to europeo es el mismo que escribió que única­mente la ciudad moderna permite al espíritu tomar conciencia de sí mismo y que llegó a decir que la naturaleza es abstracta y que sólo la razón es con­creta . Este es, en efecto, el punto de vista de Hegel y es el punto de partida de una inmensa aventura de la inteligencia, que termina por matar todo. En el gran espectáculo de la naturaleza, esos espíritus ebrios sólo se ven a sí mismos. Es la ceguera definitiva.

¿Para qué ir más lejos? Quienes conocen las ciudades destruidas de Europa saben de lo que estoy hablando. Esas ciudades ofrecen la imagen de este mundo descarnado, reseco de orgullo, donde, a lo largo de un monótono apocalipsis, an­dan errantes los fantasmas a la búsqueda de una amistad perdida, con la naturaleza y con los seres. El gran drama del hombre de Occidente es que entre él y su acontecimiento histórico ya no se interponen las fuerzas de la naturaleza ni las de la amistad. Con las raíces cortadas y los brazos resecos, el hombre se confunde ya con las horcas que le tienen destinadas. Pero, al menos, en el colmo del despropósito, nada debe impedirnos denunciar el engaño de este siglo que aparenta correr tras el imperio de la razón, cuando sólo bus­ca las razones para amar que perdió. Y nuestros escritores, que terminan todos por apelar a ese sucedáneo desdichado y descarnado del amor que se llama moral, lo saben bien. Los hombres

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de hoy pueden , tal vez, dominar todo en ellos , y

ésa es su grandeza. Pero hay, al menos, algo que

la mayoría de estos hombres no podrá jamás vol­

ver a encontrar: la fuerza para amar que les arre­

bataron . Por eso tienen vergüenza . Y es justo que

los artistas compartan esta vergüenza porque contribuyeron a ella. Pero que sepan decir, al

menos, que tienen vergüenza de sí mismos y no

de su profesión .

Pues todo lo que constituye la dignidad del arte

se opone a un mundo asi y lo rechaza . La obra de

arte, por el solo hecho de existir, niega las con­

quistas de la ideología . Uno de los sentidos de la

historia del mañana es la lucha, ya iniciada, entre

los conquistadores y los artistas . Ambos se propo­

nen, sin embargo, el mismo fin. La acción política

y la creación son las dos caras de una misma

rebelión contra los desórdenes del mundo. En los

dos casos se quiere dar al mundo su unidad. Y

durante mucho tiempo la causa del artista y la del

innovador político se confundieron. La ambición

de Bonaparte fue la misma que la de Goethe. Pero

Bonaparte nos dejó el tambor en los liceos y Goe­

the las Elegías romanas. Mas desde que las ideo­

logías de la eficacia , apoyadas en la técnica, inter­

vinieron, desde que por un sutil movimiento, el

revolucionario se convirtió en conquistador, las

dos corrientes de pensamiento divergen . Pues lo que busca el conquistador de la derecha o de la

izquierda, no es la unidad, que es ante todo la

armonía de los contrarios , sino la tota lidad, que

consiste en aplastar las diferencias. El artista dis­tingue allí donde el conquistador nivela. El artista

que vive y crea desde la carne y la pasión sabe que nada es simple y que el otro existe . El con­

quistador quiere que el otro no exista , su mundo

es un mundo de amos y de esclavos. este mismo

mundo donde vivimos . El mundo del artista es el

mundo de la discusión viva y de la comprensión .

No conozco una sola gran obra que se haya cons­

truido sólo sobre el odio, pero si conocemos los

imperios del odio. En una época en que el con­

qu istador, por la lógica misma de su actitud . se

convierte en ejecutor y politico. el artista esta obli­

gado a ser refractario . Frente a la sociedad políti ­

ca contemporánea, la única actitud coherente del

artista , o si no debe renunciar al arte, es el recha­

zo sin concesión . No puede ser, aunque lo quiera ,

cómplice de los que emplean el lenguaje o los

medios de las ideologías contemporáneas .

Por todo esto , es inútil y ridiculo pedirnos justifi­

cación y compromiso. Comprometidos , lo esta­

mos, aunque involuntariamente . Y, para term inar,

no es la lucha la que nos hace artistas, sino el arte

el que nos obliga a ser luchadores. Por su función

misma , el artista es el testigo de la li bertad y es

ésta una justificación que suele pagar cara . Por su

función misma esta enredado en la más inextrica­

ble espesura de la historia, alli donde se ahoga la

propia carne del hombre. Por ser el mundo como

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es , estamos comprometidos con él, queramos o no queramos, y somos por naturaleza enemigos de los idolos abstractos que en él hoy triunfan , ya sean naciona les o partidistas. No en nombre de la moral y de la vi rtud, como se intenta hacer creer con un engaño adicional. No somos virtuosos, y no lo lamentamos, al ver el aspecto antropométri­co que toma la virtud en nuestros reformadores. En nombre de la pasión del hombre, y por lo que existe de único en él, siempre rechazaremos esas empresas que se arropan con lo que hay de más miserable en la razón.

Pero esto determina, al mismo tiempo, nuestra

tas testimonian en favor de lo que en el hombre se niega a morir. iEnemigos de nadie, excepto de los verdugos l Y esto es lo que siempre los destinará , eternos girondinos, a las amenazas y a los golpes de nuestros jacobinos de puños de lustrina . Des­pués de todo , esta mala posición, por su misma incomodidad , constituye su grandeza . Llegará el dia en que todos los reconocerán y, respetuosos de nuestras diferencias, los más valiosos de noso­tros dejarán de desgarrarse como lo hacen. Re­conocerán que su vocación más profunda es defender hasta sus últimas consecuencias el derecho de sus adversarios a tener otra opinión.

solidaridad con todo el mundo, y como tenemos Proclamarán, de acuerdo con su condición , que es que defender el derecho de cada persona a la so - mejor equivocarse sin matar a nadie y dejando ledad, jamás seremos unos solitarios. Tenemos que hablar a los demás que tener razón en medio del apresurarnos, y no podemos trabajar solos. Tolstoi silencio y de los cadáveres. Intentarán demostrar pudo escribir, sobre una guerra que no habia que si las revoluciones pueden triunfar por la vio­hecho, la más hermosa novela de todas las literatu- lencia, no pueden mantenerse sin el diálogo. Y ras. Nuestras guerras no nos dejan tiempo para sabrán entonces que esa singular vocación les escribir sobre nada que no sea ellas mismas, y al crea la más perturbadora de las fraternidades , la mismo tiempo, matan a Péguy y a miles de jóvenes de los combates dudosos y de las grandezas ame­poetas. Por eso, creo que, por encima de nuestras nazadas, la que a través de todas las épocas de la diferencias, que pueden ser grandes, la reunión de inteligencia no dejó jamás de luchar para afirmar todos estos hombres esta noche tiene sentido. Más contra las abstracciones de la historia lo que reba­allá de las fronteras , a veces sin saberlo, todos tra- sa a toda historia: la carne, ya sea sufriente, o bajan juntos en los mil rostros de una misma obra dichosa . Toda la Europa de hoy, erguida en su que se levantará frente a la creación totalitaria . soberbia , les grita que esa empresa es irrisoria y Todos juntos, sí, y con ellos , esos miles de hombres vana. Pero todos nosotros estamos en el mundo que tratan de erigir las formas silenciosas de sus para demostrar lo contrario. creaciones en el tumulto de las ciudades. Y con ellos , incluso los que no están aquí, pero que por la fuerza de las cosas se nos unirán algún día. Y tam­bién esos otros que creen poder trabajar para la ideología totalitaria con los medios de su arte, mien­tras que en el seno mismo de su obra la pujanza del arte destruye la propaganda, reivindica la unidad de la que e/los son los verdaderos servidores y los destina, a nuestra obligada fraternidad , al mismo tiempo que a la desconfianza de los que, provisio­nalmente, los emplean.

Los verdaderos artistas no son buenos vence­dores políticos, pues son incapaces de aceptar despreocupadamente -iah! yo lo sé bien- la muerte del adversario . Están de parte de la vida , no de la muerte. Son los testigos de la carne, no de la ley. Por su vocación , están condenados a la comprensión de lo que consideran su enemigo. Esto no significa , por el contrario, que sean inca­paces de juzgar el bien y el mal. Pero, ante ei peor criminal , su aptitud para vivir la vida de otros les permite reconocer la constante justificación de los hombres: el dolor. Esto es lo que siempre nos impedirá pronunciar el vereQicto absoluto y, en consecuencia , ratificar el castigo absoluto. En este mundo nuestro de la condena a muerte, los artis-

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La (Del lat. iIIe) arto deter. Formas de singu­lar en femenino. Dichosa (De dicha1) 1. adj. feliz. 2. adj . Que incluye o trae consigo dicha. Dichosa virtud. Soledad dichosa. PA­LABRA (Del lat. paraba/a) 1. f. Segmento del discurso unificado habitualmente por el aéento, el significado y pausas potenciales inicial y final. 2. f. Representación gráfica de la palabra hablada. 3. f. Facultad de hablar. 4. f. Aptitud oratoria. sábado (Del lat. bíblico sabbatum, este del gr. aá~~QTov , este del hebr. sabbat, y este del acadio sa­battum, descanso) 1. m. Sexto día de la semana, séptimo de la semana litúrgica. 9 (Del lat. novem) 1 . adj . Ocho más uno. de (Del lat. de) 1. prep. Denota posesión o per­tenencia. la (Del lat. iIIe) 1. arto deter. Formas de singular en femenino. noche (Del lat. nox, noctis). 1. f. Tiempo en Que falta la claridad del día. por (Del lat. pro, infl. por peno prep. Denota el medio de eie­cutar algo. Canal (Del lat. car .... tación de televisión y radio. 22 de signos o cifras con Que se r número veintidós.

El Conaculta a rraves de la Biblioteca de Mexico "Jose Vasconcelos" en colaboración con el Fondo Nacional para la CulTUra 'f las Anes se complacen en invitarle a la exposición

Viajar dentro de la casa escultura y cotidianidad Javier del Cueto

BIBLIOTECA DE MÉXICO Saja de exposiciones I

Del4 de agosto al 26 de septiembre de '2.010

Plaza de la Ciudadela 4 Centro Histórico Metro Baldera s

41 55 08 JO ext. 3859

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Vive /o Cultura

podrían aplicársele las palabras

Luis de Góngora: "Pregonero y relator

~u.i:lln1tril3,n y contemplen."

de

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