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1 Lo medios n la d mocra a aya a ¿H u d In era a ... di ti Juan El espectro La mediocrada Típicamente, el cumplimiento del ideal democrático depende de la capacidad de los esta- dos para mantener en equilibrio los siguientes elementos: a) un gobierno que garantice un régimen :de libertades tanto en el ámbito de la actividad económica privada como dc las li- bertades públicas; b) una economía de mercado con un cierto grado de regulación pública; y c) una esfera pública en la que confluyen y se expresan los mecanismos de deliberación y participación de la sociedad civil. Para que el funcionamiento del sistema sea verdadera- mente democrático, es imprescindible que la esfera pública sea relativamente autónoma, a fin de que pueda formarse una ciudadanía responsable, debidamente informada y capaz de elaborar opiniones juiciosas sobre la actuación de los diversos poderes, evitando así la im- posición ideológica de éstos, sean religiosos, políticos o económicos. Desde hace mucho tiempo, la prensa viene cumpliendo una función decisiva en la con- formación de una esfera pública autónoma, haciendo posible el debate sobre las cuestiones de interés general mediante el ejercicio de la independencia y la libertad de juicio. Sólo así es posible el control democrático de la clase política y de los agentes económicos por parte de la ciudadanía. En los tiempos del capitalismo libcral, las empresas de la comunicación eran empresas de corte familiar cuyo principal capital estaba asociado a una tradición de independencia informativa que venía dada por su relativa especialización en el campo de la información y la no mediatización por otros intereses. El modelo de partido político que 1 El autor agradece los comentarios y sugerencias realizados por Fennín Bouza, Elisa Chuliá, Javier Ca- llejo, Rafael Díaz-Salazar, José Antonio Olmeda, Félix Ortega, José Luis Sánchez Noriega y Antón R. Castromil a una primera versión de este capítulo. Juan Jesús González y Miguel Requena, Tres décadas de Cambio Social en España, 2ª edición, Alianza Editorial, Madrid, 2008.PP.345-381

Juan Jesús González y Miguel Requena, Tres décadas de ...webs.ucm.es/info/socvi/BOUZA/NUEVA1/AgPoMe/textos_APM/1/jjgon.pdf · En un mundo lP'rlfOH-'" atomizados y dispersos,

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1 Lo medios n la d mocra •a aya a

¿H ~u d In era a ... di ti

Juan

El espectro La mediocrada

Típicamente, el cumplimiento del ideal democrático depende de la capacidad de los esta­dos para mantener en equilibrio los siguientes elementos: a) un gobierno que garantice un régimen :de libertades tanto en el ámbito de la actividad económica privada como dc las li­bertades públicas; b) una economía de mercado con un cierto grado de regulación pública; y c) una esfera pública en la que confluyen y se expresan los mecanismos de deliberación y participación de la sociedad civil. Para que el funcionamiento del sistema sea verdadera­mente democrático, es imprescindible que la esfera pública sea relativamente autónoma, a fin de que pueda formarse una ciudadanía responsable, debidamente informada y capaz de elaborar opiniones juiciosas sobre la actuación de los diversos poderes, evitando así la im­posición ideológica de éstos, sean religiosos, políticos o económicos.

Desde hace mucho tiempo, la prensa viene cumpliendo una función decisiva en la con­formación de una esfera pública autónoma, haciendo posible el debate sobre las cuestiones de interés general mediante el ejercicio de la independencia y la libertad de juicio. Sólo así es posible el control democrático de la clase política y de los agentes económicos por parte de la ciudadanía. En los tiempos del capitalismo libcral, las empresas de la comunicación eran empresas de corte familiar cuyo principal capital estaba asociado a una tradición de independencia informativa que venía dada por su relativa especialización en el campo de la información y la no mediatización por otros intereses. El modelo de partido político que

1 El autor agradece los comentarios y sugerencias realizados por Fennín Bouza, Elisa Chuliá, Javier Ca­llejo, Rafael Díaz-Salazar, José Antonio Olmeda, Félix Ortega, José Luis Sánchez Noriega y Antón R. Castromil a una primera versión de este capítulo.

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del gran capitalismo

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si

predominaba por entonces, conocido partido de masas, por hacer prensa de partido un de formación ideológica al servicio de un proyecto políti­

co casos, empresas sociedad civil que

el proceso democrático o

(:,empresas familiares municación, ostentaban la titularidad prestigio, fueron ciendo en grandes gmpos multimedia en C.¡uc el periódico de prestigio, caso

existir, es tan sólo una parte una industria cultural en la que se inserta y a la que sirve de Por su parte, el Estado liberal paso al Estado de bienestar de posguerra, que ha una gran diversidad de funciones, las fun­

ideológico-culturales, con su correspondiente dotación de Con su desarrollo, el nuevo ha acabado por engullir los de masas, hasta convertirlos en partidos cartel, término que designa la progresiva tendencia de los partidos a convertirse en agencias paraestatales o en del aparato del con todas sus consecuencias sobre el proceso democrático (Katz y Mair 2004). Así las cosas, la prensa partido ha perdido su razón de ser, por cuanto los partidos ya no wn la expresión de la civil (no, al menos, su más genuina); y los partidos se debaten entre el control de los medios estatales cuando están en el gobier­no) y el apoyo de los grupos multimedia, el cual depende, a su vez, del respaldo político que dichos grupos puedan conseguir en la defensa de sus intereses corporativos.

En su efecto acumulado, estos procesos conforman una dinámica de concentración de poderes (y no sólo de poder económico) que hace cada vez más borrosas las fronteras entre unos y otros. Por un lado, los grupos multimedia requieren cantidades ingentes de capital, 10 que los vincula a la banca y a las grandes corporaciones, difuminando las fronteras entre la economía y la esfera pública. En su desarrollo ilimitado, estos modernos emporios mul­timedia a tener no sólo 'sus propias radios y sino también sus

audiovisuales y sus propias redes comerciales. La interrelación y la de¡Jer¡denC!!a de intereses se estrechan en la medida en que la publicidad co­

la fuente principal de financiación de medios, en virtud de la cual los principales anunciantes protegen sus intereses ante amenaza derivada de la libfe información 2.

Por otro lado, los partidos dependen de los grupos multimedia tanto, al menos, como éstos dependen de aquéllos, lo que difumina, a su vez, las fronteras entre la esfera pública y los gobiernos, debido a la existencia de toda una maraña de regulaciones que permiten a los gobiernos moldear la configuración de los multimedia, así como utilizar la creciente publi­cidad institucional como mecanismo de influencia y persuasión (en paralelo con lo que ha­

2 El periodista Javier OrÜz proporciona numerosos ejemplos. «En Mundo], una empresa energétíca y unos grandes almacenes, que estaban a punto de finnar al alimón un contrato de patrocinio de una serie de coleccionables, nos dijeron que se echaban atrás. La primera, porque habíamos sacado una noticia sobre contaminación que contrariaba sus intereses. La segunda, porque el reportaje que habíamos publicado so­bre la apertura de un nuevo centro comercial suyo había disgustado a algunos de sus directivos. En tiem­pos de Liberación, Telefónica nos retiró una campaña publicitaria porque habíamos dado cuenta de que la compañía tenía detemúnados problemas laborales» (Ortiz 2002: 80-81).

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proyectos que requieren el la opi­aquellas iniciativas que dicho

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y dieron lugar a novelas ge OrwelL En su más actual, la concentración medios en manos de unas po­cas grandes estaría contribuyendo a la desvirluación de la democracia, al 'Sustituir el debate parlamentario por el espectáculo y al reemplazar los mecanis­mos de político-electoral por la servidumbre de los políticos, más preo­cupados el favor de los medios que el electores, y dedicados a trabajar principalmente para la prensa, en lugar de hacerlo para sociedad civil 4. En un mundo

lP'rlfOH-'" atomizados y dispersos, los poLíticos al servicio de sus

Una segunda variante de este unas audiencias diseñadas por los

encontrarían así terreno poner a y de las corporaciones que

de razonamiento supone a los al servicio de teóricos representantes de una pública

acrítica y moralmente devaluada, en la que el dominio de los medios se con-con el gobierno de los mediocres, en virtud de un mecanismo perverso (sondeocracia)

que alimenta una política de ficción (videopolitica) (Sartori 2000). En sociedades comple­jas, dominadas por una pluralidad de intereses en conflicto, es poco probable, sin embargo, que prospere cualquiera de las dos opciones anteriores. Esto no quiere decir que no haya lugar a la manipulación y a la dominación del público por parte de las elites mediáticas, si por tal entendemos <<una situación en la que las elites inducen a los ciudadanos a mantener opiniones que no mantendrían si tuvieran acceso a la mejor información y análisis disponi­

(Zaller 1.992: 313). Según este siquiera haría falta que los ciudadanos tuvie­ran acceso directo a «la mejor y análisis»: bastaría con que evaluar cuál las propuestas, o de los proponentes, está más cerca de sus puntos de vista e intere­ses. «El verdadero problema es garantizar la existencia de una competición vigorosa entre

opuestas» (ibíd.: 331 A menudo, se ha tendido a suponer que los medios actúan sobre un eminente­

mente pasivo que se limita a recibir mensajes a modo de tabula rasa o pantalla en blanco. En el mejor de los casos, el público, o una parte de él, optaría por el silencio antes que en­frentarse a la corriente dominante de la opinión pública -así designada por los medios, cuando menos-, tal como establece la conocida teoría de la espiral del silencio (Noelle­

3 «La mecánica es relativamente simple: determinados medios influyentes ponen en circulación con aire de espontaneidad una idea, los políticos se hacen eco de ella rápidamente, la prensa se hace eco del eco de los políticos, los informativos lo reflejan, las tertulias lo comentan y, en cosa de nada, ya está en marcha el damor popular deseado» (Ortiz 2002: 4 «Paralela a la democratización del acontecimiento [ ...] se produce la espectacularización del mismo. Se impone a los acontecimientos la totalitaria ley de! espectáculo. Debemos recordar que la televisión no en­tró en e! Parlamento británico hasta 1989, después de que se hubiera rechazado en numerosas ocasiones. La argumentación esgrimida era que si la televisión entraba en el Parlamento éste se iba a convertir en un plató de televisión» (Rodrigo 2005:

Juan Jesús González y Miguel Requena, Tres décadas de Cambio Social en España, 2ª edición, Alianza Editorial, Madrid, 2008.PP.345-381

a poco fijemos que las audiencias hacen mensajes y opiniones vertidos los medios, enseguida se ob- para e: serva la extraordinaria diversidad de usos y estrategias por parte de las audiencias a la la mee de con las propuestas comunicativas de los medios, así como de descodificar sus Un mensajes 2005; Gams"i¡ Callejo

Conviene, la in1eracc;,ón en-los medios y público menos activo o instrumental el tipo audiencia

de que se trate. En la interacción, los medios realizan una labor de mediación (los medios median) entre el Estado, el mercado y la sociedad civil, que da lugar a una agenda temática y a repertorio (fe argumentos, en tanto que la audiencia decide, por su si exponer-- Deml se o no a la de los y si o no la en cuestión. el

de entre la propuesta y propia personal En principio, cada una las esferas mencionadas (el Estado, el mercado y la sociedad

civil) tiene autonomía y una lógica propia" En la esfera del Estado, el protagonismo corres­ponde a los partidos políticos, que actúan con arreglo a la lógica de la competición políti­co-electoraL En la esfera del mercado, las empresas compiten, a su vez, por la captación de A fin

recor;consumidores" En la esfera de la sociedad civil, la ciudadanía actúa con arreglo a una lógi­ca asociativa orientada a la discusión y la participación pública" Cada una de estas esferas ción I

tiene, también en principio, capacidad para generar una agenda propia, dado el alcance senta'

conseguido por los gabinetes de prensa, que se han extendido por toda la sociedad civiL El desig

problema es que estas agendas han de superar el filtro de los medios, lo que coloca a éstos taría

en un «lugar y mediador haciendo (u ocultando) a los diversos agentes e instituciones sociales». En la práctica, los medios hacen «algo más que mediam, por cuanto pueden erigirse en representantes de las otras esferas y llegar a «reemplazarlas» (Ortega y Humanes 2000: 53). Ahora bien, que los medios tengan éxito a la hora de conse­guir este «lugar central y meqiador» depende, por lo pronto, del patrón de opinión pública existente en cada país, tal como veremos más adelante" 0

00

De momento, dedicaremos el próximo apartado a presentar un modelo para el estudio papel de los medios en la democracia avanzada, modelo que representa no sólo una ten­

dencia constatable de las democracias avanzadas sino también un ideal normativo de transi­ción desde una democracia de partidos hacia una democracia de audiencia, en virtud de la c~al la esfera política protagonizada por los partidos y la esfera pública protagonizada por los medios serian cada vez más autónomas" El modelo de democracia de audiencia supone, por contraste con la democracia de partidos, una esfera pública con dos características: unos medios públicos relativamente autónomos del gobierno, capaces, por tanto, de actuar En

como un verdadero servicio público y no como un servicio gubernamental (al servicio del «Has ciónpúblico y no al servicio del gobierno), y unos medios privados relativamente autónomos de primlos partidos políticos, capaces de establecer un ámbito de arbitraje y regulación del conflic­riodito político. Sólo así se puede garantizar la existencia de una audiencia debidamente infor­Hizo

mada y capaz de elaborar opiniones fundadas sobre la agenda del momento" BJait

Conviene advertir, sin embargo, que la democracia de audiencia no tiene por qué ser ne­ porí¡cesariamente el destino final de la democracia de partidos, sino que, de acuerdo con lo ex­ Carlí puesto hasta aquí, el espectro de la mediocracia se cierne como una amenaza sobre las de­ lidac mocracias avanzadas centradas en los medios" De ahí la importancia del patrón de opinión G Er pública predominante en cada caso, al que dedicaremos un apartado más adelante, por deci:

5

Juan Jesús González y Miguel Requena, Tres décadas de Cambio Social en España, 2ª edición, Alianza Editorial, Madrid, 2008.PP.345-381

que

lora sus sus implicaciones, dedicare­

mos sendos en­ el capítulo lela (prensa de

tica 1cr- Dempcrada de partidos y democrada de audiencia 1 el

dad «La batalla por la comunicación es la forma que hoy parece tomar la (antigua) lucha de clases» (Bouza 2000: 11res­

líti­A fin de comprender el papel de los medios en la democracia avanzada, vamos a comenzar l de

)gi­ recordando los postulados de Manin (l sobre la de la representa­

~ras ción democrática en las democracias contemporáneas. De acuerdo con este autor, la repre­

nce sentación democrática estaría experimentando una transición cntre dos tipos ideales que

. El designa como «democracia de partidos» y «democracia de audiencia». Dicha transición es­

;tos taría afectando, cuando menos, a los siguientes rasgos o principios constitutivos del orden democrático:ltes

por as» • La elección y el grado de de los representantes: mientras en la democracia

lse­ de partidos los representantes se reclutan entre los activistas y los funcionarios del partido, la democracia de audiencia prima la relevancia mediática de los candidatos, Ika dando protagonismo a los expertos en medios y a los candidatos de mayor habilidad

,.dio mediática 5. En la democracia partidos, el representante es un simple delegado del

:en­ partido, el ocupa un lugar central y mediador entre representantes y representa­

I1SI­ dos, en tanto que la democracia de audiencia pone en primer al representante, el cual se vale de la citada relación de confianza personal con los representados para ga­da nar autonomía personal respecto al partido 6.por

me, :as: nar 5 En un amplio reportaje sobre Tony Blair, el autor relata lo sucedido en una entrevista con este dirigente:

del «Hasta ese momento, el director de comunicación, Alastair Campbell, había estado presente en la habita­ción sin decir nada. Pero cuando e! periodista, de la revista neoyorquina Vanity Fair, pretendió interrogar al ; de primer ministro británico sobre su fe cristiana, Campbell respondió como perro pavloviano. Ladró al pe­lic­riodista, y a su jefe, dejando claro que de eso no se hablaba. Lo curioso es que Blair apenas parpadeó. for-Hizo exactamente lo que le pidió Campbell». El autor de! reportaje concluye así: «El mero hecho de que Blair aceptara sin rechistar la prohibición que le impuso Campbell de hablar de la religión, la cosa más im­

ne­ portante de su vida, por el efecto perjudicial que podría tener en su carrera política lo dice casi todO». John ex­ Carlin: «Un líder con exceso de convicciones», El Pais Domingo (01/05/05). Sobre la «gestión de la visibi­de­ lidad» de los políticos, véase Thompson 1998: 180 ss. ión 6 En la misma línea de argumentación, otros autores señalan un desplazamiento del proceso de toma de por decisiones desde los órganos representativos de los partidos hacia el círculo restringido de asesores de ima­

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• Las bases sociales de la política: mientras en la demacrada partidos «las divisiones electorales reflejan divisiones de clases», eOil ~o que «la rcpfcscntación se primariamente en UD reflejo de la estructura : 255 la democracia de audiencia propicia una «personalizacióm> de la política que pone en primer plano las relaciones de «confianza» en los (ibíd.: 267 Y mientras b en tre representantes y representados era una expresión de «identidad y destino social» (ibíd.: 256), la audiencia favorece mática de la política, en virtud la cual los electores se comportan como «una au­diencia que qll'c se escenario po¡¡tico» 7

(ibíd.: 273). de opinión en la «todas la

pública están estructuradas siguiendo divisiones partidistas», como lo prueba la cxis­asociaciones partidarias, p¡·ensa de etc. (ibíd,: la

«los canales de comunicación son en su mayor parte políticamente no partidistas», lo que propicia una cierta uniformización de los mensajes vertidos por los medios, así como una cierta transversalidad de las preferencias ciudadanas (con relativa indepen­dencia de sus preferencias electorales) 8.

¿Dónde situar el caso español, a la vista de estas coordenadas? No se observa, para em­pezar, en la democracia española modificación sustancial alguna en lo que se refiere a los

gen que rodean al candidato. «El control personal del carisma mediático que puede ser estratégicamente desplegado (por el círculo de asesores) reemplaza progresivamente la legitimación por procedimientos democráticos y el discurso orientado a educar a la opinión pública. De esta manera el carisma mediático se convierte en un recurso independiente y frecuentemente dominante» (Meyer 2002: 63). 7 A primera vista, el argumento de Manin parece suponer una tendencia uniformizadora de la audiencia que entra en colisión con la visión de otros autores como Castclls, para ,quien la aparición del mundo mul­timedia amenaza, más bien, con profundizar en la segmentacIón de las audiencias. «El poder unificador de la televisión de masas (de la que sólo una elite cultural se escapó en el pasado) se reemplaza ahora por la diferenciaciÓn social estratificada, que lleva a la coexistencia de medios de comunicación de masas perso­nalizados y una red de comunicación electrónica interactiva de comunas autoseleccionadas» (2005: 447). 8 PartiCUlar relevancia atribuye Mallin a los sondeos, como mecanismo de interacción entre representantes y representados, por cuanto tienen la virtud de «reducir los costes de expresión política individual» (ibíd.: 279 ss.), si no fuera -añadimos por nuestra parte- por el uso que de ellos hacen los medios (González 1998). Como dice el citado Ortiz: «Supongo que los lectores de periódicos repararán en la facilidad con la que los resultados de Jos sondeos parecen confinnar siempre la línea editorial del medio que los publica. Las empresas demoscópieas se encargan de que sea así, redactando las preguntas de modo que inciten a responder de manera adecuada a los intereses de quien paga el trabajo. A veces basta con que las personas que hacen las entrevistas anuncien al potencial respondedor para qué medio se hace el sondeo: si dicen que es para El País, un porcentaje notable de los simpatizantes del PP rehúsan contestar; si anuncian que es para El Mundo, son los votantes del PSOE los refractarios. Lo cual sesga ya la muestra en el sentido adecuado. Llegado el caso, y cuando todos los medios utilizados han resultado inútiles para que el sondeo diga lo que se desea, el medio puede optar incluso por no publicarlo (esto ha llegado a suceder)>> (ibíd.: 115). Por su parte, Sartori critica la «sondeo-dependencia» con el siguiente argumento: «la mayoría de las opiniones recogidas por los sondeos es: débil [ ... ]; volátil [ ... ]; y sobre todo produce un efecto reflectante, un rebote de lo que sostienen los medios de comunicación» (2000: 77-78).

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los representantes: los partidos entre sus propios activistas y funcionarios. Ni siquiera el de! PSOE por instaurar vH..vc..nn,,",, pnmanas en su seno producido cambioé:

de selección de cualquier caso, refluentes a mantener este tipo). Sí

de los partido:: autonomía de las si es a esto a lo que siguiendo una larga de zación que la presión mediática no ha hecho que agudizar (Maravall 2003). Por lo que hace al primero de democráticos la debe ser, por tanto, matizada: no se observan, en el caso español, modificaciones sustanciales en la línea apun­tada por Manin en que se refiere al criterio de de representantes, pero sí en lo que afecta a su aW-UH.UHua.

Más nítida es la al segundo de los enunciados, por cuanto no se aprecian modificaciones sustanciales de las bases sociales de la política, sino., más bien, v,.,.aU1LHU«U~ en particular de las íla clase social (véase el lo que ase­gura la continuidad de los sociopolíticos, al tiempo que nos afir­mar que el caso español no democracia de audiencia si por tal entendemos

segmentada a la manera como están segmentadas las audiencias (véase En la medida en quc las audiencias de la prensa y, en menor de la

radio están segmentadas por el estatus social, cabría suponer una correlación entre el ni­vel de acceso a la información y el nivel de participación político-electoral. Puesto que esta participación es cada vez más exigente en materia informativa, debido a la creciente complejidad de los procesos políticos, cabría suponer incluso que la participación estu­viese reservada a los ciudadanos mejor informados, los únicos con recursos cognitivos suficientes para discriminar en el proceloso mundo de la «política mediatizada» (es de-

la política hecha a la medida de los medios). Ésta es, de hecho, una interpretación iTPC'll,pnl·p del caso de Estados Unidos, la participación electoral muy influida por el estatus, en paralelo con el consumo informativo 9. Pero poco de esto se ha podido registrar en el caso español, y, si lo la tendencia general parccc ser de sentido

por cuanto la abstención se desplazado ligeramente los niveles estatus hacia los altos 1

De los tres principios enunciados, el que más nos importa aquí es el último: el patrón de opinión pública, que, según Manin, estaría evolucionando desde unas coordenadas partidis­tas hacia la configuración -sin que Manin utilice el término-- de una esfera pública rela­tivamente autónoma de los partidos. La cuestión es tanto más importante por cuanto no se trata sólo de un ideal normativo, sino de una tendencia constatable: «La consecuencia del proceso de modernización de los medios se traduce, en muchos países, en el avance de un periodismo políticamente neutral que atrae la atención de una audiencia a nivel nacional y que guarda celosamente su independencia Y al hacerlo puede hablar con más autoridad y credibilidad que antes [ ... ] Hasta tal que si las instituciones informativas de un país COllClllCnlarJ con esta descripción, este está bien orientado en el camino hacia la demo­cracia centrada en los medios» (Swanson 1995: 14).

y Sobre el caso norteamericano, véase Kerbo y González 2003.

Juan Jesús González y Miguel Requena, Tres décadas de Cambio Social en España, 2ª edición, Alianza Editorial, Madrid, 2008.PP.345-381

Se advcrtirá -scñala este autor- la radical diferencia que entre este espectáculo abierto al público pero gratuito, y los otros modclos El espectáculo dc la Cortc francesa, aunque fuera estaba sin embargo cerrado al público, que qucdaba excluido de él: de ahí la radical separación entre las esfcras pública y privada. Y el espectáculo deportivo inglés, aunque esté abierto al público, no es político sino comercial, mercantil y profesional, pues no es gratuito sino que hay que pagarlo, como sucede con los bicncs lo que también el mismo resultado de mantener separadas las esferas pública y

Sólo el cspectáculo latino cs a la vcz político, abierto al público y gratuito, como los bienes públí­cos (¡bíd.:

necesidad lr que las radio-televisiones

de propaganda del que en debates electorales entre candidatos por

económico de la televisión pública no se con la '-'aAH.W.U

que no hay consejos audiovisuales independientes de partidos y en nes de controlar a los e) que las concesiones de licencias de suelen estar

Q.U.UH,:tU'''' de

Bustamante

y f) en la oferta audiovisual no satisface los que cabría esperar (Fernández y Santana 2000; Sampedro

11).

10 Maravall admite explícitamentc quc la oposición parlamentaria sigue la estrategia de los medios, «cn vcz de dirigirla». Pcro si los medios consiguen imponer su estrategia a la oposición, ¿por no habrían de hacerlo cuando esta oposición asume tareas de gobierno? 11 A Jo que habría que añadir que la función de servicio público se ha debilitado por el efecto combinado de la competencia de los medios privados y de la globalización de la información, que hace cada vcz más dificil mantener el perfil nacional de las noticias y, con ello, defender algún rasgo, por difuso que sea, de identidad nacional (Mancini 2002).

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)ero el caso:asdemocracias podemos tomar como referencia Hallin y Mancini (2004) que clasifica temas mediáticos syslerlLs) según tres grandes tipos: el modelo liberal (anglosajón),

r su el o y norte .Europa ji rncditerrá nos neo de atiende cuatro o mCílSlOne,: :nsa principales: la circulación de prensa, el de profcsionalización de Jos periodistas, la

politización de los medios y el grado de intervención estatal sobre ellos (ibíd.: 21 ss.). mucho su . que H,d.iín y Mancíni España

ms- modelo mediterráneo por cuatro razones

nes • Por una relativamente baja circulación de prensa 12, resultado combinado de, ; en una débil y, otro, lustor1a m- ca frecuentementc interrumpida por de falta de libertades y/o por recortes y

restricciones a las mismas (ibíd.: 89 ss.). Asimismo, se trataría de prensa principal­Lión mente dirigida a las elites políticas y culturales, lo que dejaría al grueso de la pobla­:lis­ ción a merced de los medios audiovisuales y de la prensa gratuita. pn­ En segundo lugar, la lucha por las libertades en la que tradicionalmente se han visto l5). envueltos los medios habría traído consigo el alineamiento político de éstos, que com­

petirían entre sí no sólo por razones comerciales, sino también como resultado de su o al propia politización . 106 ss.). En último término, este alineamiento político de los :ico, medios los apartaría de su primigenia misión informativa y los conduciría hacia tareas : las de adoctrinamiento propias de un aparato ideológico. tico • En tercer lugar, y en parte consecuencia de lo anterior, Jos periodistas verían mermada los su autonomía profesional y verían aumentado el riesgo de instrumentalización por

:a y parte no sólo de los intereses corporativos del medio para el que trabajan, sino tam­,bli­ bién de las presiones de los partidos políticos 13.

Por último, el modelo mediterráneo estaría caracterizado por el intervencionismo esta­tal, 10 que implicaría, en el caso español, dosis más o menos altas de arbitrariedad gu­

lue bernamental en el uso de los medios públicos, así como en la concesión de licencias 14. ma len

Este carácter intervencionista del modelo mediterráneo lleva en ocasiones a Hallin yes­

Maneini a poner un excesivo énfasis en la «instrumentalización» de los medios como una lte­10­

:tar 12 Según el «Infomle Anual de la Comunicación», España presentaba en 1999 un índice 104,7 de difusión

los de prensa diaria, claramente por debajo del índice medio de la UE-15: 214,8 (el índice mide el número de

ITO ejemplares difundidos por mil habitantes). Muy por encima de la media se situaban los países nórdicos (Suecia y Finlandia, por encima de 400) y algo por encima se situaban Alemania y Reino Unido (en torno a 300). España, junto a Italia (103,6), se situaba por detrás de Francia (149,4) y por delante de Portugal

<en (69,5) y de Grecia (63,9), que cerraban la clasificación (Díaz Nosty 2001: 73). Asimismo, España e Italia ían presentaban un parecido nivel de desigualdad entre las regioncs del norte y del sur (con un rango que, en

el caso español, iba desde un índicc 187 en Navarra hasta un índice 51 en Castilla-La Mancha) (ibíd.: 85). Ido 13 Hallin y Mancini citan la «Encuesta sobre periodismo y sociedad española» (1995), dirigida por Félix lás Ortega, en la que el 69,3% de los periodistas entrevistados se mostraban en desacuerdo con la frase «los

de periodistas son independientes del poder político» (Ortega y Humanes 2000: 168). 14 V éanse Fernández y Santana (2000), Tijeras (2005), etc.

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, pero q la n. aljdLJd se" mú:; ¡ lay qtW tener en cuenta que, en el decurso de la democracia cspañola, los medios se han convertido en indu:,tri(¡ en lanío que ,os ,se han

litado como consecuencia de la fragmentación territorial de la política española y de su Ir" lo qUi; los cau;¡ v( má:,

los medios para promover y legitimar sus estrategias. En cualquier caso, el efecto combinado de una escasa !cctura de prensa 17, la politizaclón

de medios, la instrumentalización de periodistas y el intervencionismo estatal darían como resultado una situación más o menos típica de democracia de partidos, tal como la entiende Manin,c':pero lejos ideal de democracia de audiencia que propone este mi~mo autor, caracterizado por una clara demarcación entre la esfera política de los partidos y la esfera de la opinión pi)blíca IR.

El patrón de opinión pública

El modelo de democracia de audiencia supone, por contraste con la democracia de parti­dos, una esfera pública con dos características: unos medios privados relativamente autóno­mos de los partidos políticos, capaces de establecer un ámbito de arbitraje y regulación del conflicto político, y unos medios públicos relativamente autónomos del gobierno, capaces, a su vez, de actuar como un verdadero servicio público y no como un servicio guberna­mentaL Ésta es la mejor manera de mantener una audiencia debidamente informada y ca­paz de elaborar opiniones fundadas sobre la agenda del momento.

De los muchos problemas que la democracia heredó del régimen franquista, el problema de los medios, entendido como la dificultad para configurar un patrón de opinión pública que se

1\ Hallín y Mancini argumentan como si la instrumentalizaciórt de los periodistas y la instrumentalización de los medios fuesen una misma cosa, cuando justamente lo que aquí sugerimos es que podría darse el caso de que los medios eludiesen la instrumentalización de los partidos, al tiempo que instrumentalizan a los periodistas. 16. Un ejemplo lo tenemos en la página web del PSOE, en la que, en el momento de redactar estas páginas, la mayor parte de la oferta son noticias de prensa y agencias, lo que parece dar por buena la idea de que, en la sociedad mediática, sólo tiene existencia lo que está certificado por los medios. Nada de propuestas ni de ofertas propias, las cuales han dejado paso a la «tienda» del PSOE, donde se pueden adquirir desde camisetas a artículos de decoración. 17 Por comparación con otros países, pero también por contraste con un alto consumo televisivo (Hallin y MancÍni 2004: 25). 18 Cabía la posibilidad de que esta caracterización del patrón de opinión pública estuviera asociada a pro­blemas de credibilidad y falta de confianza por parte del público respecto de los medios, si bien la infor­mación disponible no es concluyente en este sentido. Pues, por un lado, las series del CIS relativas a con­fianza en las instituciones insisten en colocar a la prensa, en términos de confianza. en zona de aprobado alto (en torno al seis, en una escala de Oa 10), claramente por delante de otras instituciones como la Igle­sia, los paliidos o los sindicatos (Del Pino 2004: 109). En tanto que, por otro, los propios informes de la profesión periodística plantean la existencia de una crisis de confianza: «Credibilidad menguante», Infor­me Anual de la Profesión Periodística, Asociación de la Prensa de Madrid, http://instituciona1.apma­drid.es/laapmlpub_anuacestadistico_presentacion.aspx

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vez que se uIla altcmanciéi en el entrante ha acompañado su llegada de sentidas promesas de regeneración democrática que incluyen cam­bios más o menos en uso oe los promesas ar~ompañadas por lo general de quejas no menos sentidas de buena parte del público y, en parlicu]ar, del público académico sobre la haja calidad de la democracia y, más concretamente, la falta de transparen­cia eu:mdo la al servicio de

Como no podía ser de otra manera, también la llegada al gobierno del Partido Socialista estuvo seguida de este lipo de tanto más ineludibles por cuanto las

promesas de regeneración de Aznar terminaron por ser una de las mayores frustraciones de su paso por el vez que cotas difí·· cilmente superables degradación y despilfarro 19. En esta última ocasión, el compromiso de Rodríguez Zapatero se concretó en la redacción de un dictamen a cargo de un grupo de expertos, más conocido como «Comité de Sabios», que ha sido el encargado de establecer la filosofía general y las coordenadas de la reciente Ley de la Radio y la Televisión de Titu­laridad Estatal.

Si bien el citado comité no consiguió reunir el consenso de todos sus miembros, elaboró un informe (<<Informe para la reforma de los medios de comunicación públicos») que recomendaba reforzar el carácter de servicio público de RTVE, para lo cual el Estado debe­ría, por lo pronto, asumir la deuda de RTVE (que asciende a más de 6.000 millones de euros), así como aumentar la financiación del ente público, a fin de liberar a la televisión pública de las servidumbres de una televisión comercial que debe competir por la captación de publicidad, y liberar, de paso, a la audiencia del bombardeo publicitario característico de una televisión comercial.

Por otra parte, el informe recomendaba dar entrada en el Consejo de Administración de RTVE a miembros de los sindicatos más representativos de RTVE, así como a integrantes del fuhlro Consejo Audiovisual Espaí'la, organismo autónomo que tendría por misión, tal como recomienda el Comité de Sabios, la regulación en materia audiovisual en la línea ini­ciada en algunas Comunidades Autónomas. De esta forula, la elección del director general de RTVE (una de las funciones del Consejo de Administración) ya no dependería sólo de la correlación de fuerzas parlamentarias, y el Consejo dejaría de ser una mera correa de trans­misión de los partidos políticos.

19 Durante la etapa popular, la deuda de RTVE se multiplicó de manera exponencial (en contra de una pauta bastante generalizada de rigor presupuestario en multitud de ámbitos), al tiempo que aumentaba el dirigismo informativo del ente público, como lo prueba el aumento incesante de preguntas relativas a la falta de pluralismo y de imparcialidad informativa en la Comisión de control de RTVE. Estas preguntas pasaron de representar un 24% de preguntas e ínterpelaciones parlamentarias durante el mandato de la pri­mera directora general del ente, Mónica Ridruejo, al 45% durante el mandato de José Antonio Sánchez, último director nombrado por Aznar. El dirigismo informativo alcanzó niveles surrealistas con la práctica desaparición de la familia real de la información de sociedad de TVE. La explicación de esta situación por parte del citado José Antonio Sánchez en la Comisión de control fue la siguiente: «No hace falta prohibir [ ... ] ¿Dónde tiene que estar la familia real? En los telediarios, que es donde habrá observado su señoría que salen» (Gómez Montano 2006: 150).

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Es pronto todavía para hacernos una idca cabal del alcance dc tales propuestas y la adaptación que de ellas hechD Par1anrGnto la cití:ua Ley la Rad y la de Titularidad Estatal (Bustamante 2006: 237 ss.). De momcnto, dichas propuestas son úti­les por cuanto ponen de relicve algunas de las peculiaridadcs y deficiencias del patrón dc opinión pública que se ido en a largo los últnnos tr(~ií1la años y que, precisamente por su persistencia, nos hablan de hábitos y vicios profundamente arraigados en la clase política española y, en particular, de su tendencia a anteponer intere­ses de partido intereses sistema a la ¡dad la den'ocraej,L reclc¡;1e eon senso de los partidos políticos acerca del nombramiento del nuevo consejo directivo de la Corporación RTVE parece devolver la institución a los tiempos del consenso con que se InIClO del Estatuto la pero el clima político reinank; reco~ mienda cautela antes deenjuiciar la nucva experiencia.

Comenzaremos por recordar 1m: pasos han a la situación actual y, concretamente, la transición del monopolio televisivo al sistema de compí> tencia público-privado, en el que el sector público tiene una doble característica: a) es un sector gubernamental, más que público, por cuanto no tanto al servicio del público como del gobierno; y b) es un sector fragmentado, por cuanto el Estado de las Autono­mías ha permitido replicar el modelo ad nauseam, multiplicando así sus defectos hasta la caricatura.

A riesgo de simplificar, cabría decir que, desde la perspectiva de los medios públicos, la transición política se saldó, por un lado, con la liquidación de buena parte de la antigua ca­dena de prensa del Movimiento, que se había convertido en un lastre demasiado oneroso en tiempos de crisis económica y mudanza ideológica, y, por otro, con la conformación de un modelo de control gubernamental del monopolio televisivo. Si bien el desorden organizati­vo de la VCD permitió albergar, durante algún tiempo, la ilusión de un medio abierto y plural, la llegada del Partido Socialista al gobierno despejó enseguida cualquier duda al res­pecto. La televisión estaba considerada un recurso político demasiado importante como para dejarlo al albur de la agenda parlamentaria.

A la altura de 1980, la VCD y el PSOE pactaron un Estatuto de RTVE, vigente hasta 2006, que, si bien postulaba los ideales de un servicio público autónomo y plural, dejaba en la práctica en manos del gobierno la posibilidad de controlarlo. Hasta ese momento (en la ~poca en que Rafael Anson y Fernando Arias Salgado fueron directores), el ente público es­tuvo asediado no sólo por acusaciones más o menos habituales de manipulación, sino tam­bién por acusaciones de corrupción y despilfarro, tal como quedó probado en una célebre auditoría del Ministerio de Hacienda (Fernández y Santana 2000: 94 ss.). Con estas premi­sas, VCD y PSOE estrenaron el nuevo Estatuto del ente pactando el nombramiento del nue­vo director general, Fernando Castedo, pero el acuerdo no sentó precedente. Castedo contó con la confianza del gobierno de Adolfo Suárez, pero no con la del gobierno de Calvo So­tela (sucesor de Suárez tras el golpe del 23-F), que le hizo objeto de reiteradas acusaciones. Castedo trató de defenderse de ellas cesando al director de informativos, Iñaki Gabilondo (cuyos telediarios «eran, sin duda, los más independientes y con mayor audiencia que había emitido TVE»; ibid.: 11 ), pero terminó por abandonar y ceder a las presiones del gobier­no, que no volvió a pactar nombramiento alguno.

La práctica autodisolución de la VCD y la consiguiente mayoría absoluta del PSOE, la más abultada de la democracia, dejaron al gobierno socialista amplio margen para acabar

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la con las ambigüedades. Los socialistas heredaron de la lón una larga relación problcm<1s. pero. él diferencia íti­de

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encontraron más o menos se resolvieron sino que

ía privatización de Medio:; nte que habí;; re­ C10l1. vez en el gobierno, )n­ una red alternativa al estahlishlllclll lllcdiático cxistente por pelO expectativa : la se frustró, en porque los propios trabajadores de esos medios no quisieron arriesgarse se a ,fiutogestionar las empresas, tal como el gobierno, y en parte

co- porque la. empresa resultaba cada vez más especialmente en la coyuntura de depresión los primeros años de la

ión El segundo problema heredado fue la privatización la televisión, que el anterior go­pe­ bierno de la UeD había llcgado a considerar un requisito del desarrollo democrático, pero un que gobierno socialista con más cautela, bloqueando posibilidad

lCO durante sus dos primeras legislaturas. De hecho, no fue hasta es de los no­ años ochenta cuando el Partido decidió poner fin al monopolio tele~.¡sivo, tal l la como veremos más adelante. A modo de compensación, el gobierno socialista el ca­

mino a los canales autonómicos, con la consiguiente proliferación de entes radio-televisi­, la vos que no han servido en la práctica más que para multiplicar los defectos del modelo gu­ca­ bernamental que se pretendía superar, al tiempo que hacían cada vez más dificil mantener ·en el perfil nacional de la agenda pública. un Con todo, el problema más grave no fue otro que el progresivo divorcio entre la política

ati­ informativa del gobierno, representada por la televisión pública, y los medios privados, D y como lo prueba la sucesión de conflictos entre el gobierno y los medios más afines. Es ver­·es­ dad que en los años ochenta se sucedieron los problemas de todo tipo, como que el gobier­mo no vetase la participación de algunos políticos en programas de debate que se hecho

populares (y que el gobierno terminó suprimiendo) o que el gobierno respondiese a las de­lsta mandas de transparencia informativa en materia de financiación de partidos con la amena­.en za de investigar de paso la financiación de los medios (ibíd.: 286 ss) Con todo, el principal da problema era que el gobierno veía en la labor de los medios una amenaza a la legitimidad es­ democrática obtenida en las urnas, como si el contraste entre la expresión de las audiencias lm­ y el veredicto de los electores fuese una anomalía disfuncional necesitada de ajuste y co­bre rrección, temor que llegó a la paranoia a medida que se acercaban los primeros escándalos nl­ por corrupción de finales de los ochenta. En vez de hacer autocrítica, el gobierno cerró ue­ filas, perdiendo así cualquier posibilidad de salir airoso ante la opinión pública (Jiménez ntó 1995). So- Alguien tan poco sospechoso como Javier Pradera, conocido entre otras cosas por su es­les. trecha relación con Felipe González en esos años, ha llegado a afirmar que la relación entre Ido gobiemo y medios pasó «de la gran maleabilidad de UCD a la rigidez del PSOE: si durante bía la etapa centrista parecía a veces que eran Jos periódicos los que marcaban el ritmo de la re­er- forma política, a partir de 1982 bastaba con que la prensa pronosticara una decisión o exi­

giese una medida para que éstas no se produjeran. Esos diferentes comportamientos reflejan , la concepciones contrapuestas: mientras que para la UCD la prensa era la boca de la opinión bar pública, para los socialistas parece su falsificadora o urdidora. La contraposición entre opi­

lo que en tantos otros asuntos,

en otros ámhitos, en y resolución, los temas

De esos problemas. unicación Social del cadc-

por 1<1 izquierda OpOSI­

v'\.:con en dichos mcdios

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político Y

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nión y po,' '.sa resislciIcia gn: a que los medios disputen poder político el derecho a la agenda» (Pradera 1993. v,:l1ci

Hay que tener en por otra parte, que la contestación social subió dc tOllO en fianz segunda mitad :OS ochenta. En diciembre de j

general convocada los 20 de re!" por entre amplios sectores la población, cada más con gestión. No es casual El que la huelga inaugurase un año de vértigo en términos de opinión pública: 1989 no fue gobié sólo año electoral, coyuntura qUl.': los gobiernos para j'ltfoducir des en materia de vez que el término impide: dichas lHJ\'e­

afectcn al proceso electoral), sino que también el año de irrupción de Mundo, porP portavoz destacado del malestar creciente de las nuevas medias urbanas y de los jó- de Si

con 1989 será sobre todo como año liberalIZación de televisió,-¡: üas una (

varios años amagando con diversas iniciativas, el gobierno ya no pudo demorar por más prete tiempo la regulación de un tema tan sensible 21. Convienc recordar que la sociedad española polér vivía por cntonces una coyuntura de euforia económica y que:, una vez conseguida la inte­ cone· gración europea, proliferaban los grupos económicos, no sólo nacionales, interesados en perm participar del negocio televisivo. Conviene recordar también que, según datos del EGM, las T( audiencias de los diversos medios se habían estabilizado en los años ochenta: no sólo el dc le monopolio televisivo había tocado techo techo que se acercó a los 24 millones de es­ del pectadores en la segunda mitad de los ochenta; véase el apéndice), sino que también la (la 1 audiencia de radio se estancó en esos años en torno a los 15 milloncs de oyentes e incluso se Si

la prensa diaria se mantuvo estable en la segunda mitad de los ochenta (ligeramente por en­ bata] cima de los 8 millones de lectores 22). En suma, el panorama de los medios no reflejaba el en 11 dinamismo de la economía ni mucho menos el de la sociedad civil. desd

Tras sondear a los grupos mediáticos mejor situados para acceder a una licencia de tele­ públ visión, el gobierno promovió una ley regulatoria que establecía, entre otras condiciones, las idón siguientes: que la concesión se haría por periodos de di~z años, que la publicidad no podía exceder del 10% del tiempo de emisión y que el 40% de la programación debía ser produc­ '] «L ción nacional. A fin de limitar el riesgo de concentración empresarial, se establecía como

es qutope máximo de participación accionarial el 25%, que se reducía al 15% en aquellos casos

426 : en Que el accionista dispusiera de otro 1 en otros medios, lo que fue interpretado por el po!íti

igual 20 Éxito que, dicho sea de paso, obedeció en parte al monopolio televisivo, por cuanto permitió que una es in sola acción de un piquete provocase un apagón televisivo la medianoche anterior al día de huelga, que­ por ( brando de forma automática la n0l111alidad ciudadana. judic 21 Según Pablo Sebastián, que fuera director de El Independiente a finales de los años ochenta, los contac­ la ex tos para la adjudicación de canales televisivos se remontan al referéndum de la OTAN: «En 1986, Asensio na di [principal directivo de] grupo Zeta] nos dijo que acababa de estar con Felipe González y que le había pro­ y su: metido un canal de televisión [oo.] La batalla de las televisiones fue e! primer punto de inflexión grave de jovel las connivencias del poder con las intrigas periodísticas» (Femández 2007: 221-222). pezó 22 Para hacemos una idea comparativa de lo que esto representaba, baste decir que a principios de los años rant, ochenta la prensa diaria tiraba en España unos tres millones de ejemplares, una cifra similar a la que se ti­ insó! raba a principios de los años treinta (cuando había mucha menos población). Si comparamos con Europa, (Sán la lectura de prensa en España representaba en los años ochenta un tercio de la media europea (Femández que I

2007: 26). Pocos datos ilustran mejor la herencia de! franqllismo que los relativos a la lectura de prensa. su Jl

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la

más

ntc­; en , las marcó un de inflexión en la dinámica J el se transformaron en pocos años: es- a una dura competencia entre las tres cadenas

11 la (la 1 de TVE y las dos cadenas de nueva creación: Antena 3 y a la que uso se sumaron los canales autonómicos. Por otro la operación una en­ batalla por el control de los medios que se trasladó a la radio a la prensa, como veremos

situados suscitada por la concesión de Cana]

concesionarios el carácter de servicio público, lo que denunciar el carúcter político de la

las audiencias aumentaroll se

a en apartados, de tal suerte que los medios en su conjunto desde entonces en una espiral de polarización política que ha hecho

relativamente autónoma idóneo para el desarrollo de la del escándalm> 23.

Ulla partidos, al tiempo que se creaba el caldo de

23 «La política dcl cscándalo cs el a1l11a elegida para luchar y competir en la política informacional No es que los medios sean el Cuarto Poder: son más bien el campo de las luchas por cl podeD> (Castells 2003: 426 ss.). Sohre los escándalos de finales de los ochenta y primeros noventa, así como sus consecuencias políticas y electorales, véanse Jiménez (1995), Pérez-Díaz (1996, cap. 3) y Mal'aval! cap. Al igual que ocurriera cn otros países como Francia, la «política del escándalo» que surge en el caso español es inseparable de la aparición de una nueva generación de jueces y magistrados, típicamcnte representada por el juez Garzón, que inaugura una relación hasta entonces inédita entre las más altas instancias de la judicatura y los medios. «La llegada de Baltasar Garzón a la Audiencia Nacional [1988] coincidía con la explosión mediática más importante de este país Durante los años ochenta, apenas media doce­na de medios mantenían un redactor destacado en la Audiencia Nacional. Con Garzón cristalizó el cambio y surgió la figura pública del "juez estrella" Desde el principio de su andadura como instructor, el joven Garzón trabó amistad con algunos de los más comprometidos reporteros de Madrid Lo que em­pezó siendo un soporte [oO.] con el paso de los años se convirtió en una estrategia de supervivencia Du­rante dieciséis años Garzón ha aparecido públicamente en casi cuarenta mil ocasiones Un récord insólito que jalona la construcción del último héroe mediático inventado por la democracia españ.ola» (Sánchez Soler 2006: Este impacto mediático del «juez estrella» por excelencia contrasta con lo que este mismo autor considera la «cuenta de resultados» de Garzón: «el volumen de asuntos resueltos por su juzgado ronda en tomo al 16% [oo.] Una cifra similar a la de sus compañeros instructores» (ibíd.: 66).

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Más cadenas teJcVi de '''''''"''''vHÁ quedó de dos cadenas comerci,llcs que competían

por la captación de ¡cidad 24, gencrando una dinámica de degradación y empobreci­miento de la oferta televisiva que arrastró a la 1 de TVE y las autonómicas, dejando en soli­

. a la 2 TVE como pdra seguir el carácter de RTVF 19()7: 207 ss.

Vista en la se nos aparece como una la configuración de una estera pública propiamente dicha, oportunidad no perdida sino traicionada por decisiones políticas de sucesivos gobiernos, ya fueran socialistas (como acabamos de ver) o (como veremos más adelante). En consecuencia, el pano­rama de los medios en España sólo parece del modelo de

U"H~~"~, sino que parece avanzar la namentalizado y polarizado.

Conviene, en este tener una cabal de las implicaciones que conlleva un pa­trón de opinión pública de estas características. Pues, en su efecto acumulado, la secuencia histórica que acabamos de enunciar (y que desarrollaremos en sucesivos apartados) implica la ausencia de una esfera pública que permita la adecuada identificación y el diagnóstico

aquellas cuestiones que deberían considerarse verdaderos problemas nacionales. Cual­quier posibilidad de establecer una agenda temática de los problemas del país queda sepul­tada, por tanto, bajo el ruido mediático de quienes intentan imponer su propia voz a toda costa. En lugar de argumentación y debate, la opinión pública se ha ido acostumbrando a la contraposición ritual de proclamas y acusaciones que no apelan tanto a la capacidad de deliberación racional de la audiencia como a su identificación afectiva e ideológica con alguno de los bandos en contienda.

En consecuencia, la argumentación racional y el debate de ideas son sustituidos por un periodismo de trinchera cuya agresividad sólo es comparable a su laxitud y permisividad, dada su falta de compromiso con las reglas más elementales de imparcialidad informativa y contrastación de las fuentes. No es sólo que opinión e Información se entremezclen hasta confundirse o que los periodistas más acreditados eludan sistemáticamente los requisitos básicos de justificación de la noticia y presentación de pruebas, sino que utilizan su presti­gio para erigirse en referentes morales y arrogarse la capacidad de absolver o condenar a cu<dquier otro agente social que ponga en cuestión su innegociable protagonismo en la es­fera pública. Su autopercibida superioridad cognitiva sólo es comparable a su desmedida auto indulgencia, que exime al acreditado periodista de la más elemental obligación de rec­tificación y disculpa en caso de flagrante error informativo o de calunmia manifiesta. Así las cosas, esta específica forma de periodismo termina por convertirse en (<una versión se­cular del carisma religioso», que convierte a la elite periodística en una casta de nuevos sa­cerdotes al servicio de causas que transcienden su ámbito legítimo de competencia (Ortega 2006: 21). De ahí que la elite periodística esté siempre tentada, en nuestro caso, de abando­nar el modesto papel de notario de la realidad que típicamente le corresponde para conver­tirse en «la voz del oráculo» . 37), donde el campo de posibilidades parece más acor­de a su capacidad expresiva. No es de extrañar, por consiguiente, que las apelaciones a la

24 Sobre las relaciones entre televisión comercial, publicidad y consumismo, véase Ginsborg (2006).

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guarda se ha ido

vez menos con las típicas no sólo como compromiso informativo sino también como capacidad para contribuir a la formación opinión por parte de la audiencia, implacablemente desplazadas, como bien ha señalado Díaz Nosty, por la única función con sentido en ausencia de una verdadera es-

medios,

pública: la de partido de uno u otro bando (Díaz 2006: De "hí la información política que a la española

rada de invectivas y descalificaciones que sólo para encuadrar la política corno un deporte agónico e inútil, desprovisto de finalidad que no sea alimentar la espiral del cinismo (Humanes 2006),

Dado que la mayor parte de la democracia española ha transcurrido dominada por el Socialista, sería fácil ilustrar esta situación mediante el contraste entre unos

públicos al servicio del gobierno socialista y unos medios privados al servicio de una opo­sición política dispuesta a pagar cualquier precio con tal de desplazar al Partido Socialista del gobierno. No obstante, en sucesivos apartados vamos a seguir una estrategia alternativa, tratando de mostrar en qué medida los medios que han surgido por afinidad al gobierno socialista tampoco han conseguido escapar de la polarización que informa el caso español.

El éxito de El País y la emergencia del planeta Prisa: de prensa de referencia a industria culturaL 25

De acuerdo con la tipología de Hallin y Mancini quc nos sirve de referencia, el modelo me­diátíco mediterráneo se caracteriza, entre otras cosas, por un escasa circulación de prensa en general, al tiempo que por la existencia de una prensa de referencia expresamente dirigi­

25 «El señor García pone el despertador a las seis de la mañana, Mientras desayuna escucha por la radio a lñaki Gabilondo y su programa Hoy por hoy en la cadena la más poderosa de España. De camino al trabajo, compra El País en el kiosco, el diario más influyente, sin duda, y de paso, se lleva el diario As para saber cómo le va a su equipo de fútbol favorito. En el trabajo lec el rotativo económico Cinco Días. A la hora de comer, nuestro personaje se acerca a una tienda y aprovecha para llevar a su hija un libro de texto de la editorial Santillana, y la revista Cinemanía. Ya en casa ve los informativos de CNN+ y se entretiene con la película de Canal Plus, producida por Sogecine. Antes de irse a la cama, un poco de lectura con la última obra de Arturo Pérez-Reverte, el mayor escritor de best-sellers, de la editorial Alfaguara. Dulces sueños, Libros, música, televisión, periódicos, películas .. , Quizá el señor García no lo sepa, pero detrás de todo lo que ha visto, leído y oído está Jesús de Palanca, presidente de Prisa, la mayor empresa de comuni­cación de este país», Rafael Pascual, «Por qué Polanco es ahora tan poderoso», Capital (05/05/04). Tras el retomo del PSOE al gobierno, tal como veremos más adelante, el nuevo gobierno socialista concedió a Prisa un canal de TV en abierto, Cuatro, y el citado Iñaki Gabilondo pasó a ser el conductor de los infor­mativos del nuevo canal.

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da ~as elites y medios audiovisuales y la prensa gratuita

que dejarla en ella. En Asimismo, las peculiares trayectorias mediterráneos contribui­través edo al alineamiento político de los medios, con el consiguiente riesgo de polarización ideo-los año Cada una estas mu.ndodualización la opinión dividida

ilustradas, muy exigentes en de consumo inCormativo con un nivel acceso Echeva prefere reglOm

movióescenario privilegiado de la polarización. turista:Se entiende por prensa de referencia cabeceras de prensa diaria que, debido a su im­al Pan plantación y prestigio, cumplen una función de liderazgo en la creación de opinión pública. Diarictrata del nivel de estatus en el mundo de la comunicación y se le supone, por dro 1la máxima capacidad de influencia sobre la opinión pública, al menos en el ámbito deseolde la información de contenido político y socioeconómico. Según un especialista, «en Es­con elpaña consideramos diarios de referencia a País, El Mundo, ABe y La Vanguardia» (Reig mació1998: 154). De los cuatro, los dos últimos responden al modelo de empresa familiar surgi­parecldo con el capitalismo liberal que se adaptaron con o menos convicción o pragmatismo

Enal régimen de Franco y que consiguieron sobrevivir a todas las vicisitudes del siglo xx. Los primeros surgieron, en cambio, en el clima de libertad de expresión propio de la transi­

del mción (a decir verdad, El Mundo surge posteriormente, en Jos años ochenta, pero, en lo que así p(aquí nos interesa, puede considerarse heredero de otro periódico emblemático de la transi­cultulción: Diario 16).

Al principio de la transición, el panorama mediático estaba muy concentrado en los me­dios de titularidad pública, sometidos a control gubernamental, en particular la RTVE y la se a

cadena de diarios Movimiento, apenas contrapesados por un par de cadenas privadas 3 TVde radio (la SER y la COPE, esta última tutelada por la Conferencia Episcopal) y un par de su caperiódicos anteriores al franquismo (ABC y La Vanguardia). Durante el franquismo, la cen­

Esura había sido ejercida de manera férrea hasta mediados los años sesenta, momento a par­do dtir cual comenzó a reblandecerse (la Ley Fraga de 1966 abolió la censura previa), pero

la arbitrariedad gubernativa siguió haciendo estragos en la incipiente libertad prensa (Chuliá 2001: 203-209). Con la transición, la censura desaparece y el panorama mediático

forrrse diversifica, el Estado se deshace de la prensa del Movimiento y la competencia entre ra­abscdios y entre periódicos se anima extraordinariamente. elOlComo adelantamos, los periódicos que tenían una trayectoria previa al franquismo,

como ABC y La Vanguardia, representan un modelo de capitalismo familiar que consigue sobrevivir a las vicisitudes del siglo xx, en virtud su mayor o menor capacidad de adap­ 26 E

tación o acomodación a las exigencias del franquismo. En el caso de La Vanguardia, vincu­ la ce lado desde sus orígenes (finales del siglo XIX) a la familia Godó, se trata de un periódico tillaJ

roenque osciló entre liberales y conservadores y que, en los años treinta, llegó a alcanzar tiradas 27 ede 250 mil ejemplares (Reig 1998: 91). Desde entonces, ha sido el diario de mayor difusión inte

plante;} e!

relativamente alto a la prensa de información general y a tido, como certeramente ha señalado Díaz Nosty, a una televisiva, al tiemp9 que muy pobre desde el punto de proporciona Nosty 2005).

en el segundo: riesgo de medios, ]0 que recomienda detenernos pO!

y un gran público somc­mediática abrumadoramente

de los nutrientes culturales que nos ceníx,ITcmos

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urgi­[smo Los En este un canal de televisión, objetivo largamente

acariciado por la prensa alcanzado por Prisa cuando la primera liberalización

como veremos más periódicos emblemáticos

a la creación de descontento creciente de amplios sectores con el socialista. Pero así como el éxito de

grupo

que medio la adjudicación de Canal Plus, a finales de los pero no así por el punto en la configuración de ia industria cultural. Esto distingue también la suerte corrida por dos cabeceras decanas de la prensa

me- catalana y madrileña: La y

y se a Tele 5 de la mano grupo Correo, dando

adas había conseguido entrar inicialmente en posición

tr 3 perdió el control en beneficio del grupo Zeta, lo que ha limitado considerablemente

cen­ su capacidad de

par­ panorama se completa con la entrada del grupo Planeta 26 en el accionaria-

Jero do de Antena 3 tras el fracaso de la operación mediática del de José

~nsa María Amar y el intento de involucrar a la compañía Telefónica en la de un grupo multimedia afin al Partido Popularo La que incluía un de plata­

~ ra- forma digital Digital) en competencia con el de Prisa (Canal con la absorción de Vía por Canal Satélite y con el reemplazo de Telefónica por Planeta en

mo, el núcleo duro del de Antena 3 27 0

gue

26 El grupo Planeta era, antes de tomar control de Antena 3 TV y Onda Cero radio (ambas controladas por lCU- la compañía Telefónica), el segundo grupo editorial español, ligeramente por detrás del grupo Timón-San­

tillana (Prisa), pero muy por delante del tercer gran grupo editorial (Anaya), que facturaba aproximada­Ldas mente la mitad de Planeta. ;ión 27 Con el de Planeta ya son tres los intentos de control de Antena 3 por parte de un grupo catalán (tras los

intentos previos de los grupos Godó y Zeta).

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En suma, la comparación de las cuatro cabeceras de referencia del mundo periodísüco español arroja un resultado desigual, tanto por lo que se al volumen de sus audien­cias como él su capacidad pa":1 coaligarsc 8 medios que amplifican extraordi­nariamente el de sus mensajes. euante Lay que en para empezar, el éxito temprano de El Pais, que ostenta liderazgo indiscutible desde naies de la transición (198] -1982), triplicando el tamaño de la audiencia de sus tres inme­diatos seguidores La Vanguardia y Diario J durante de los ochenta. advertir, Dbstante, nos movemos de niveles modestos de lectura: el periódico más leído, El ronda por entonces el millón y medio de lectores, lo que, unido a la audiencia de los otros tres periódicos citados, apenas rebasa tres mi­llones de lectores, una audiencia total de de prensa diaria 110 rebasó diez 1990 el apéndice). En palabra:), ía audiencia de la prensa de referencia representaba apenas un tercio del total de lectores de prensa diaria (véase el gráfico 12.1 apéndice), en tanto que el total de lectores de prensa diaria representaba apenas un tercio la audiencia potencial total (que aparece como «universo» en el gráfi­co 12.3 mismo apéndice). situación de claro liderazgo de El País se hace más flui­da con la irrupción de El Mundo a finales de los años ochenta y la dura competencia con El País en los primeros años noventa, coincidiendo con la escandalera y la crispación de finales de la etapa socialista.

Pero además de resultados desiguales en volumen de audiencias, la comparación las cuatro cabeceras de referencia del mundo periodístico español arroja resultados desiguales también en cuanto a su capacidad de hacer llegar sus mensajes a través de otros medios, por cuanto dos de cabeceras (El Pais y ABe) están coaligadas a un canal de televisión que hace las veces de caja de resonancia de las opiniones emitidas por el periódico. Hay que tener en cuenta, no obstante, que el grupo Prisa y el grupo Vocento son el resultado de dos estrategias empresariales alternativas. Mientras que el primero es el resultado de una estricta división trabajo en el seno grupo, a partir de la consolidación de su cabecera principal (El Pais) y de su diversificación posterior (radio, televisión de pago y, finalmente, televi­sión en abierto), el grupo Vocento agrupa una docena de cabeceras regionales y provincia­les, al tiempo que ha debido negociar las condiciones de su entrada en ABe y Tele 5, 10 que limitfl sensiblemente la capacidad de coordinación imperativa en el seno del grupo 28. Este dato es fundamental para entender la capacidad de circulación de la información, incluidas opiniones e imágenes, en la sociedad mediática de hoy. Desde esta perspectiva, la emergen­cia del grupo multimedia Prisa, a partir del éxito de El Pais, se configura como el paradig­ma de moderna industria culturaL

Del éxito de El País se han dado muchas interpretaciones, que van desde la de quienes lo convierten en un paradigma de profesionalidad hasta la de quienes identifican la suerte del periódico con la de la democracia española, sin que la de quienes la identifican con la

28 En sus memorias de la COPE, Jiménez Losantos hace sucesivas referencias a la obsesión de Aznar por promover un grupo multimedia de acuerdo con el modelo de Prisa. Así, por ejemplo: «La idea de la fusión por absorción de la COPE en el grupo supermultimedia de Telefónica (Antena 3 TV, Onda Cero, Vía Digi­tal y todos los que se fueran incorporando) era simplemente otra versión -una más- de la sempiterna idea aznarista de crear un grupo semejante al de Polanco -incluida, en primer y casi único lugar, la fiera disciplina política y la obediencia ciega a sus designios ...» (Jiménez Losantos 2006: 159).

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que El País acuñó de,;(;¡ con el hay

tal como han en la biografia oficial de centro en política y en asuntos [socioculturales]»

(Seoane y Cabe preguntarse, en este cuál es la fuerza social que mejor representa esta orientación ideológica. Con nos hemos referido al prota­gonismo 'de una de trayectoria más o menos y más o menos pragmática en su relación con el que ha tenido un destacado en la historia los medios, Dicha burguesía está representada por el viejo liberalismo monárquico de ABC, el pragmático de La el liberalismo modernizante del grupo Co­rreo, en cuanto expresiones preferentes de las burguesías madrileiía 29, catalana y vasca,. respectivamente.

Desde esta perspectiva, el de El habría consistido en hacerse líder ideológico, al que portavoz, de aquellos sectores sociales que han tenido el mayor protagonis­mo desde la transición: la «nueva clase» de cuadros y profesionales que, típicamente, com­bina preferencias por el conservadurismo en materia económica junto con una mayor libe­ralidad en materia sociocultural y que se identifica, por ende, con la línea editorial de El País citada más arriba 30. Cabría contraponer, siguiendo el argumento, el éxito de El País, en cuanto representación genuina de la «nueva clase» 31, con el relativo fracaso o, cuando menos, anquilosamiento de los medios asociados a la burguesía tradicional, que no ha sido capaz de proveerse de un soporte ideológico de impacto comparable a El Pais.

Así las cosas, el éxito de Prisa suele interpretarse como un signo del alto gra­do de modernización y progreso de la sociedad española, en general, y de sus clases medias ilustradas, en particular. Y lo es tanto más si tenemos en cuenta que en España fracasó el modelo Berlusconi de asalto a los medios comunicación con fines explícitos de instru­mentalización política (Ginsborg representado en nuestro caso por Mario Conde, que llegó a invertir 70.000 millones de pesetas en el control de los medios más diversos (desde Antena 3 hasta El Mundo) pero que no consiguió violentar el Estado de derecho (Sánchez Noriega 2002: 306 ss.; Jiménez 2005). Ahora bien, no conviene olvidar que este proceso discurre en buena medida por los cauces del modelo mediterráneo apuntado por Hallin y Mancini. A continuación, trataremos de ilustrar en qué medida el nuevo paradigma de la industria cultural, ejemplificado por Prisa (editora de País), se ajusta a los contor­

29 Conviene advertir que ABe es líder en Andalucía, donde ha dispuesto históricamente de una edición es­pecial. 30 De ahí el énfasis de El País en un estilo de vida contrapuesto a la experiencia conservadora y provincia­na de las viejas clases medias. Nada mejor que las colaboraciones de Paco Umbral y Fernando Savater, en una primera época del periódico, o, más recientemente, las de Juan José Millás y Maruja Torres para ilus­trar esta distintiva liberalidad en materia sociocultural. 31 La literatura sociológica sobre la «nueva clase» es ingente. A efectos de nuestro argumento, baste refe­rirnos a Gouldner (1985) y Brint (1994).

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nos dicho modelo. Comenzaremos por referirnos a la manera como se neamientos lo cual conviene la grupo

diante una de 15 LHHR'H'_0

Y representantes de una muy moderada», lo que docena de ellos llegasen a ser ministros con Suárez (Seoane y Sueiro editorial estuvo íñiCíalmente a Manuel Fraga, pero ni

promotor de la ley °de 1966 que la censura previa en un pn­mer grado de libertad de que el proyecto traspasase espesa maraña administrativa del tardofranquismo, por lo que el periódico no vio la luz hasta la primavera de 1976 vez muerto Franco). Su primer director Juan Luís Cebrián, que jefe de servicios informativos de TVE en la época de Pío Cabanillas como ministro de Información el cese de éste, que puso aperturista de Arias Navarro en las del franquismo. Con la de Fraga en el primer gobierno postfranquista de Arias Navarro, la estrella política declinó y Cebrián se distanció del proyecto fraguista.

En el dilema de atender las demandas y expectativas sociales derivadas de la transición o mantenerse leal al espíritu fundacional de los promotores de El País, Cebrián optó por lo primero, con el consiguiente divorcio entre la dirección del periódico y la mayor parte de los accionistas, que intentaban poner límites a la actuación de aquélla. Por fortuna para Cebrián, Jesús de Polanco, propietario de la editorial Santillana y principal accionista de Prisa, se fue haciendo poco a poco con el control del accionariado hasta salvar la crisis a su favor . 88 ss.). Entre tanto, el periódico una apuesta, en este caso por José María Areilza, que parecía salir más que Fraga de la nefasta experiencia de gobierno Arias Navarro, pero esta segunda apuesta sólo sirvió, a la postre, para U'~H"'JV-ner al periódico con el elegido del Rey para a Arias Navarro, que fue Adolfo rez, en perJUicIO Areilza. Esta secuencia es para entender, primero, los pro­bh~mas de El Pais para convertirse en el periódico gubernamental de la UCD (a lo que parecía predestinado en caso de que el favorecido hubiese sido Areilza) y, finalmente, el encuentro estratégico entre El País y el PSOE, imprevisible desde las premisas iniciales.

De hecho, El País nunca estuvo en sintonía con Suárez. Desde un principio, Cebrián expresó su temor de que el eventual triunfo de UCD en las primeras elecciones democráti­cas no respondiera al verdadero centro sociológico del país, pues, ya fuera Fraga o Suárez, «todos son lo mismo: franquistas más o menos redivivos», En consecuencia, Cebrián no dudaba en reclamar «una alternativa de izquierda, una fuerza socialista unida y poderosa, cuyo proyecto sea algo más que una democracia fonual, que asuma un nuevo modelo de sociedad» (ibíd.: 143-144). Hay que tener en cuenta que, al año de su lanzamiento (coinci­diendo con primeras elecciones democráticas, Pais ya había rebasado los cien mil ejemplares de tirada, aunque iba todavía por detrás de los decanos de la prensa madrile~ ña (ABC) y catalana (La Vanguardia), y que, al tercer año (coincidiendo con las segundas elecciones generales y primeras municipales, 1 El se pondría por delante de ABC, con cerca de ciento cincuenta mil ejemplares, lo que, dada la adscripción catalana de La

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Vanguardia, lo convertía ya en el primer diario en cuanto a difusión nacional (ibíd.: 264). otra acuerdo condn sondeo del ICO, d lector de País de esa

ve! época tenía un perfil muy joven. bastante feminizado para 10 que era habitual C'1tonces y de alto nivel de estudios. Es decir, clases medias ilustradas jóvenes y escoradas a la Izquierda

:era del espectro político-ideoJ('¡gico, con un lle- Pero el idilio con el PSOE no estuvo exento de dificultades. Durante algún tiempo, El

País no ocuItó que, al menos determinadas se sentido más a gusto con nen un partido radical a la italiana que nunca llegó a prosperar en España. De manera quel de por un lado, HLÍs prestó un servicio Impagable para que Felipe González Impusiese su ~cto liderazgo y consiguiese des··marxistización otro no dejó de lbía expresar reparos ante la tibieza reformadora del PSOE. De ahí la reivindicación Ce­

brián, a la de 1980, de: un partido bisagra que viniese a el hueco entre la aña VCD y el PSOE, evitando así a las clases medias ilustradas el engorroso dilema de tener 'era que elegir entre un falso centrismo, con un «denso componente confesional y democris­ido tiano» (además con «imborrables vinculaciones con la oligarquía capitalista»), y una , de izquierda «dedicada a proteger los intereses corporativos específicos de la clase obrera» lrro (ibid.: 182) 32.

rno Curiosamente, esta suspicacia de El País con el PSOE aumentaría tras la llegada de este dó último al gobierno y el cariz intervencionista de su política informativa, todo lo cual lleva­

ría a Cebrián a denunciar, a mediados dc los años ochenta, la «patrimonialización del Esta­ión do por parte del Partido Socialista» (ibíd.: 312), junto a otros excesos del socialismo, in­por vectivas que tenían tanta más resonancia por cuanto el resto de los medios se dedicaba, porlrte su parte, a denunciar a El País por su carácter gubernamental y por haberse convertido en ara el soporte más firme del nuevo régimen que a su juicio se estaba instalando en España.

Eran, como se recordará, los momentos más dulces de la etapa socialista, cuando el PSOE [SU carecía todavía de una verdadera oposición política. Empero, la liberalización del medio te­por levisivo a finales de los ochenta resultó crucial en el proceso de acercamiento estratégico de entre El Pais y el gobierno socialista, por cuanto aquella primera concesión gubernamental

po­ de canales privados de televisión permitió al grupo Prisa el usufructo del único canal de mi~ pago disponible en ese momento (Canal Plus). Puesto que Prisa ya se había hecho con el 'ro­ control de la cadena SER a mediados de los ochenta 33, la concesión de Canal Plus supuso lue -c;, la diversificación audiovisual del nuevo holding y el despliegue de una estrategia corporati­,el va con la que El País se jugaba su propia independencia.

La concesión de Canal Plus estuvo rodeada de polémica, toda vez que la ley promulga­ián da al efecto exigía a los concesionarios el carácter de servicio público, lo que no casaba íti­ bien con un canal de pago. La polémica llegaría al Tribunal Constitucional, que tardó años 'ez, en pronunciarse, aumentando la confusión y encrespando las protestas de los grupos que, no como el grupo Zeta, se sentían perjudicados por la concesión, al quedar fuera del reparto, sa, los cuales aprovecharon para denunciar el carácter político de la operación, al servicio del de

.CI­

len 32 Esta proclama de Cebrián habría hecho las delicias de los teóricos de la «nueva clase» que comenzaban le­a surgir por entonces. las 33 El control completo culminaría en 1992, cuando el gobierno socialista decidió vender el 25% de partici­

le, pación estatal en el accionariado de la empresa de radiodifusión a Prisa (Sinova 1995: 83). La

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cuenta socialista debilitado por los v,,,~auualV" Aznar: del cable, pero que por más Satélite desde entonces como «Jesús del se a pesar de un una exl informe del Tribunal de Defensa de la Competencia que reconocía en ella «tanto

G restrictivas de la competencia como al reneJa.

Machado 1999: 1 01). Dur Así las cosas, se entiende mejor el contraste entre aquellas antisocialistas nación

mediados de los años ochenta a las que hicimos referencia y la estrategia informativa de El nes mi País en la fase declinante del gobierno socialista. Tal como reconoce la historia autorizada bilidac de El País que nos sirve de referencia, «prácticamente nunca reveló El País un escándalo conce< de corrupción que afectase a los gobiernos socialistas y desde luego nunca los amplificó» con és (Seoane y Sueiro 2004: 402). Esta secuencia de acontecimientos es fundamental para en­ lamist tender la dinámica de polarización ideológica característica del modelo mediático medite­ Aznar rráneo, de tal manera que la polarización no es sólo resultado de una dinámica histórica de la • previa (salida de la dictadura, en nuestro caso), sino también de decisiones políticas y eco­ el gol nómicas adoptadas a lo largo del periodo democrático. Por si faltaba algo, el intento (in­ hasta fructuoso) de acoso y derribo del grupo Prisa promovido por José María Aznar a poco de direct llegar al gobierno (más conocido como caso Sogecable 36), con el objetivo explícito de aca­ etarra bar con el «último baluarte del felipismo», no sirvió más que para cerrar la alianza estraté­ Po gica de El País con el PSOE, sellando de manera irreversible el común destino de ambos 37. puest

autor las c(34 Recordemos que en la foto de la candidatura de Canal Plus aparecían, junto a Polanco y Cebrián, el De a!presidente del Real Madrid, Ramón Mendoza, y los representantes de la gran banca avalista de la opera­

ción: Sánchez Asiaín (Banco de Bilbao), Pedro de Toledo (Banco de Vizcaya) y Carlos March, banqueros a pal próxirpos a la dirigencia socialista. Sobre la polémica suscitada por la concesión, Fernández y Santana se ce (200<1: 336 ss.). encu 35 La operación contó con la complicidad del grupo Godó, que cedió el control de Antena 3 Radio en las il beneficio de Prisa. El lector puede encontrar un relato de la operación en Fernández y Santana (2000: posi' 266 ss.). elec1 36 Todos estos episodios están relatados en la biografía autorizada de Prisa (Seoane y Sueiro 2004) y en fornFernández y Santana (2000). Relatos alternativos, pero menos documentados, puede encontrarse en Cacho

afor(1999) y en Tijeras (2005). 37 El siguiente testimonio permite matizar esta afirmación: «Siempre que ha estallado un conflicto impor­tante, fuera el de la definición marxista del partido, el de la permanencia de España en la OTAN, el de la colal lucha con los sindicatos o el de la elección de candidato para la presidencia del gobierno, el diario El País aquíha puesto a sus hombres a trabajar para asegurar que la socialdemocracia liberal, centrista, atlantista si­ men guiera teniendo la hegemonía en el seno del Partido Socialista. En alguna ocasión, han perdido, como ocu­ 38 V rrió con Bonell frente a Almunia, pero supieron reponerse pronto y decidieron ir marcando los parámetros nar> en los que se tendría que mover el candidato elegido. A su debido tiempo fueron decisivos para la caída 39 p del primero, cuando se formuló la denuncia sobre las corruptas actividades de algunos de sus antiguos con

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el Canal

369 el

Con estas premisas, no es preciso extenderse sobre la incómoda cohabitación del grupoontrol 35 Prisa con los gobiernos de Aznar ni sobre la torpeza dc éstos (cspecialmente el primero,

cuando la y caso a la hma de rdacionar:,c con aquél. Pero mc­:ceder rece la pena detenerse en el desenlace final del aznarato, por cuanto representa el momentoDstru­culmimmte en la de] venl,d que, el de vista laIlerno cuenta de resultados, el grupo Prisa difícilmente podía tener queja de los ocho años ación A>:nar: y la SF:R habían su al Satélite Digital había salido victorioso de la batalla digital, pero todo ello de un una extraordinaria beligerancia entre Prisa y el que puso en entredicho el propio Libro de Estilo de El Pais, así como la ecuanimidad que cabe esperar de la prensa de refe­:ado» renCIa"

Durante la de elecciones generales 2004 País se preparaba con resig­as de nación para recibir al sucesor Aznar, con el que esperaba, cuando menos, tener relacio­de El nes más cordiales que con propio Aznar. ASÍ, El Pary se esforzó por atribuir respOl'lsa­izada bilidad de los errores de los ocho años de gobierno del gobierno del PP a su presidente 38,ldalo concediendo el beneficio dc la duda al candidato Rajoy. Todo apuntaba a que la relaciónficó» con éste iba a estar libre de las tensiones y excesos hasta que la irrupción del terrorismo is­a en­lamista en la recta final de la campaña dio la oportunidad a Prisa de ajustar cuentas con ~dite­Aznar. En la confusión de los primeros momentos, los medios de Prisa, como el conjuntoórica

eco- de la sociedad, secundaron un movimiento más o menos espontáneo de cierre de filas con el gobierno, tal como es habitual en coyunturas críticas, dándose la circunstancia, inédita

I (in­hasta entonces 39, de que el presidente del gobierno mantuviese una conversación telefónica :0 de

aca- directa con el director de País a fin dc certificar la versión del gobierno sobrc la autoría etarra de los atentados. raté­

Por parte del gobierno, el encuadre de la situación no podía ser más claro ni coherente: os 37.

puesto que la lucha contra el terrorismo etarra constituía un capital indiscutible del Pp, la autoría etarra no dejaba a los votantes indecisos otra salida que el mencionado cierre de fi­

in, el las con el gobierno, bajo la bandera de la unidad de los demócratas y la condena terrorista. pera­ De ahí la insistencia en la pista etarra. El problema es que esta pista comenzó a difuminarse lIeros a partir del viernes cuando la manifestación multitudinaria convocada por el gobiernoltana se convirtió en canal de comunicación de versiones contradictorias, abriendo la puerta al

encuadre alternativo ofrecido por el grupo Prisa a lo largo del fin de semana. Puesto que 10 cn

las informaciones que iban apareciendo encajaban mal en la versión del gobierno, cabía la 000: posibilidad de que el gobierno estuviese tratando de engañar a la opinión pública con fines

yen electorales. Al fin y al cabo, el gobierno del PP tenía ya una abultada lista de episodios in­acho formativos de dudosa gestión que podían interpretarse como precedentes más o menos des­

afortunados de manipulación (el seguimiento informativo de la huelga general de junio de por­le la

colaboradores. La prudencia que se había mantenido en asuntos mucho más graves en el pasado se tomóPaís aquí ira furibunda. Borrell, se decía, tenía que asumir su responsabilidad y dimitir. Y así lo hizo, efectiva­1 si­mente» (Santesmases 2002). DCU­38 Véase, por ejemplo, la serie de artículos que el periódico publicó como balance de «Ocho años de Az­:tros

aída nar», a lo largo de la campaña elcctoral.

~uos 39 Aznar presumía de haber conseguido mayOlía absoluta en las elecciones generales de 2000 sin haber concedido entrevista alguna a El País.

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victorioso 2005).

A de conclusión <

N o es intención de este capítulo de una vez por todas a la que nos ha servido de ¿se encamina la diencia? La es demasiado ambiciosa para ser un texto de estas características, y su respuesta cabal gación. Pretendemos aquí tan sólo establecer un marco

hacia una democracia de de forma inequívoca en

todo un programa de investi­algunas de las cuestiones

que habría que antes de responder a la Ahora bien, respuestas que podemos ir y, en particular, hay dos que

podemos avanzar a la luz del caso español. En ambos casos, la respuesta es negativa. ¿En qué sentido podemos decir que el caso español representa una democracia de audiencia? Comenzando por 10 más fácil, podemos afirmar que el caso español no representa una de­mocracia de audiencia si por tal entendemos una democracia segmentada a la manera como están segmentadas las audiencias. En la medida en que las audiencias de la prensa y, en menor medida, de la radio están influidas por el estatus social, cabría suponer una correla­ción entre el de acceso a la información (mucho mayor en el caso de la prensa que en el de la televisión) y el de participación politico-<electoral. Puesto que esta participa­ción es cada vez más en materia informativa, a la creciente complejidad de los procesos cabría suponer incluso que la estuviese reservada a ciudadanos informados, los únicos con recursos cognitivos suficientes para mane~ jarse el) el proceloso de la «política mediatizada» (es la política hecha a la medida de los medios). Nada de esto se ha podido constatar en el caso español, y, si lo ha habido, la tendencia parece ser de sentido contrario (debido a una relación más bien inversa entre nivel de estudios y participación electoral).

¿Cabría hablar, al menos, de un cambio sustantivo en el patrón de opinión pública? Pue­de que sí, pero no en el sentido de la democracia de audiencia. Lejos de avanzar hacia una esfera de opinión pública relativamente autónoma de los partidos, lo que resulta de obser­var el caso es una mezcla de partitocracia y mediocracia, dada la dependencia' mu­tua entre partidos y medios, vinculación que se convierte, en ocasiones, en subordinación de la política a los intereses mediáticos 40.

40 La pasada legíslatura es una buena ilustración de hasta dónde puede llegar esta subordinación, como Jo prueba la pugna entre los grupos mediáticos más próximos al PP por imponerle una determinada agenda, en un momento en que la dirección de este partido ha pasado por todo tipo de ambigüedades y vacilacio-

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la cuyos rasgos mas son: a) el medios, con el consiguiente riesgo de poJ~rización ideológica; b) la merma de autonomía profesional de los periodistas, eon el consiguiente riesgo de ínstrumentalización política; y e) el intervencioni,mw, con el riesgo de El problema es que el efecto combinado de estos riesgos puede ser demoledor para la con­figuración una esfera opinión pública relativamente autónoma de los partidos y para la con ello, la de partidm: tipi ficada por Manin.

Es verdad que los medios de comunicación han cumplido un servicio impagable a la de-española, a la hora de los políticos y a los agentes sociales y

económicos, así como de mantener una opipión pública informada y vigilante ante los eventuales abusos de unos y otros. Pero no 10 es menos que en el despliegue de un sistema mediátíco caracterizado por el de los estamos asistiendo a una fase en la que éstos ya no se conforman con ser altavoces de los partidos afines, sino que intentan imponerles su agenda política. De tal suerte que, en lugar de confoffilar una esfera de opinión pública relativamente autónoma de los partidos, con capacidad para arbi­trar y regular el conflicto político, los medios son factores de polarización y parte activa de ese mismo conflictoo

Con frecuencia, el ruido mediático producido por esta situación se interpreta como sín­toma de una vigorosa democracia de audiencia, cuando el ruido no es tanto sinónimo de su vigor como de su profunda perversión. Es verdad que, por primera vez en la democracia española, el gobierno de tumo ha decidido acometer la reforma de la televisión pública, y que eso podía ser el principio de un nuevo círculo virtuoso, pero la experiencia dice que los hábitos y las tradiciones en materia tan idiosincrásica como es el patrón de opinión pública son muy resistentes al cambio.

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nes. Nada tan elocuente, desde este punto de vista, que la perseverancia de medios como El Mundo o la COPE por tratar de mantener a toda costa el encuadre del gobierno de José María Aznar sobre la autoría etarra del JI-M, a fin de sustentar una opción estratégica del PP basada en la des legitimación del gobierno salido de aquellas elecciones,

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1.

Comenzaremos este apartado final presentando la evolución de las audiencias, tanto de prensa como de radio y televisión, desde la transición hasta 2004, y terminaremos presen­

f­ tando el perfil sociológico de dichas audiencias, a fin de ilustrar su variación según el tipo l-

de medio. Tal como venimos diciendo, la prensa de referencia debe su capacidad de in­fluencia no tanto a su impacto directo sobre el gran público como a su capacidad para lle­

y gar a un segmento muy determinado del público, las clases medias ilustradas, que integran el mundo de los profesionales y expertos y constituyen, por ende, un sector socialmente minoritario pero muy influyente a la hora de crear opinión pública.

Idealmente, podemos suponer un proceso de génesis de la opinión pública que arranca de la prensa de referencia y se expande a través de las radios y televisiones, las cuales hacen las veces, como ya dijimos, de altavoces o cajas de resonancia de las noticias y opiniones vertidas por aquélla. Ahora bien, las audiencias están segmentadas en función del tipo de soporte, de tal manera que mientras que la prensa de referencia tiene un perfil directamente influido por el nivel de estatus (a mayor estatus, mayor lectura de este tipo de prensa), el perfil de las grandes televisiones está ligeramente invertido res­pecto del de aquélla (a menor nivel de estatus, mayor exposición a la televisión), tal como veremos enseguida.

Comenzaremos presentando la evolución de las audiencias desde 1976, en sus tres apar­tados: prensa de referencia, radio generalista y principales canales de televisión. A con­tinuación, presentaremos por separado los perfiles de la audiencia de cada uno de estos soportes, en términos de nivel de estatus, entendiendo por tal una combinación del nivel de

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cualificación de las ocupaciones y el nivcl de estudios 41. Los están tomados del Estu­dio General de Medios (EGl\1, en adelante

Por 10 que se refiere a la prensa, la serie del EGM empieza en 1977, toda vez que C"C,,,,,~,j de los diarios de referencia (El País y Diario 16) aparecen en 1 lo que impide calcular los promedios anuales de lectores para ese año. En gcneraL b serie se mueve dcntro de unos niveles de lectura de prensa bajos en comparación con los países del entorno. En 1977 (año de las primeras elecciones democráticas), el promedio de lectores de prensa diaria conside­rada en su totalidad (incluyendo la prensa deportiva) no llega a los ocho millones de k:cto­res, según el EGM 4.1. Hay que tener en cuenta, además, que el número de lectores desciende en los dos añossiguientes (los años «desencanto»), hasta registrar los 6 millones de lec­tores en 1979, fenómeno que afecta a la prensa referencia (claramente, a La Vím· guardia y Diario tal corno se puede apreciar en el gráfico, y algo menos a El País Entre 1979 y 1983, se produce un aumento apreciable de la lectura de prensa, que llega a los casi 9 millones de lectores, del que se beneficia casi toda la prensa de referencia y, en parti­cular, El País, que el millón de lectores en 1981 (año del frustrado golpe de Estado del 23-F) y que está a punto de doblar esa cifra durante el primer año de gobierno socialista (1983). A partir de ese momento, la lectura de prensa se estabiliza durante los años ochenta, bajo el liderazgo indiscutible de El País, que se consagra como la «referencia dominante», repuntando de nuevo hacia el final de los ochenta y la primera mitad de los noventa (la lec­tura de prensa rebasa los 10 millones de lectores en 1990 y se acerca a los 13 millones en 1996). También la prensa de referencia se estabiliza durante los años ochenta, salvo la irrup­ción de El Mundo, que aparece en 1988 y consigue rebasar el millón de ejemplares en 1994, al calor de los escándalos que proliferaron al final de la etapa socialista. A partir de ahí, la competencia por el liderazgo de la prensa de referencia se agudiza.

Tras la llegada del PP al gobierno, en 1996, la lectura de prensa vuelve a estabilizarse, incluida la prensa de referencia, estabilidad que viene a coincidir con la estabilidad de los gobiernos de Aznar. Mediada su segunda legislatura (hacia 2002), se altera la paz so­cial que había presidido la gestión de Aznar hasta ese momento y se radicaliza la discu­sión política con motivo de la guerra de lrak, lo que se traduce en un nuevo despegue de la lectura de prensa, en general, y de prensa de referencia, en particular, que bate récord en 2004, año electoral con el que ponemos fin, por el momento, a las series del EGM.

J-os datos del EGM relativos a la radio arrancan de 1976.Js, el año de la aprobación del proyecto de Reforma Política, y presentan cierto paralelismo con los de la prensa, si bien la

41 Esta variable da lugar a una distribución del público en virtud de la cual un 7,1% de los entrevistados pertenecen al nivel alto de estatus, un 14,2% al nivel medio-alto, un 40,3% al nivel medio-medio, un 30,3% al nivel medio-bajo y un 8,1% al nivel bajo. 42 El autor agradece a la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación, propietaria del EGM, el acceso a la infonnación; a ODEC, el tratamiento de los datos, y, de manera personal, a Luis Pis­toni, su generosa y amigable gestión para que todo ello fuera posible. 43 La evolución del «total de lectores de diarios» que aparece en el gráfico 12.1 (<<Audiencia prensa de referencia») toma como referencia el eje derecho de dicho gráfico. 44 Lamentablemente, no disponemos de los datos de ABe para este periodo, por cuanto dicho periódico estuvo fuera del EGM hasta 1984. 45 No hay datos, en cambio, para 1977, el año de las primeras elecciones.

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cto­ durante en beneficio de la SER. Al igual que ocurre con la prensa, en los primeros arIos noventa (final de la etapa socia­

lec­ '"'lista) se agudiza la competencia radiofónica, como de la irrupción de Onda llán- Cero y de la COPE (tras la Antena 3 Radio, a la que ya

hicimos la llegada del PP al y Onda Cero pierden fue­lle y el liderazgo de la SER se hace indiscutible.

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del fUENTE: EGM. Los datos del «Total de lectores de diarios» toman como referencia el eje derecho. Los demás, el iz­Pis­quierdo.

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lico 46 De la SER tenemos el dato aislado del primcr año (1976), que indica una posición clara de ventaja so­bre la COPE, pero probablemente por detrás de la de RNE, de la que no tenemos datos hasta 1982. De la SER tenemos serie completa desde 1986.

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FUENTE: EGM. Los datos del «Total oyentes de radio» toman como referencia el eje derecho. Los demás, el izquierdo.

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FUENTE: EGM.

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El gráfico como la del q es!"" '¡ación de audiencia

Dicho universo se según la del EGM j 20,5 millones al principio de nuestro periodo de referencia (1976) y rehasa Jos 30 millones hacia 1990. Dado el carácter

de la la evolución de la audiencia tclevisiva en su conjunto (total de la del universo. dado el de

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televisión imperó mucho la evolución la audiencia TVE estuvo muy próxima, a su vez, a la evolución del tOlal de la audiencia, hasta la aparición de los canales privados de televisión, de que tenemos anuales desde 1990.

000 A de ese momento, la audiencia televisiva se diversifica, por un como conse­cuencia de la entre T\TE y las privadas otro, de la

canales de que disponemos de 1995. lOO de la etapa privada

razgo la 1 de TVE, y poco más tarde 5 se suma también a la pugna por el liderazgo, tras la entrada del grupo Correo en su accionariado (1996). La pugna por el liderazgo televisivo se agudizó en los últimos años de Aznar hasta que la 1 de TVE perdió el liderazgo en 2004 47 •

JO Una vez la evolución de las audiencias, se trata ahora de observar su so­

ciológico diferenciado, lo que da lugar a una cierta segmentadón entre unas audiencias y otras según el Pues así como la audiencia de prensa está muy influida por el nivel de estatus (la audiencia aumenta con el estatus), el perfil de la audiencia televisiva presenta en ocasiones un perfil invertido respecto de aquél. Entre ambas, la radio generalista presenta un

Tdo. perfil influido por el nivel de estatus, pero en menor medida que la prensa de referencia. El estudio del perfil de las audiencias toma como referencia el año 2004. En ese mo­

mento, el periódico líder, como acabamos de ver, era El País, con una cuota de lectores del 5,8% sobre un mercado potencial de 36,4 millones de lectores, de acuerdo con la estima­ción del EGM para ese año. A continuación, le siguen El Mundo (3,4%), ABe (2,5%) y La Vanguardia (2%). Ahora bien, estas cuotas alcanzan niveles del 18,5%, 10,2%, 8,4% Y 5,4%, respectivamente, entre los lectores del nivel alto de estatus (con ocupaciones de pro­fesionales y técnicos y/o niveles universitarios de estudios). Por el contrario, oscilan ente el 1,3% Y el 0,2% en el nivel bajo de estatus (con ocupaciones no cualificadas y/o sin estu­dios), tal como puede observarse en el gráfico siguiente. El efecto positivo del nivel de es­tatus es determinante, por tanto, a la hora de configurar el perfil de esta audiencia.

Las cuotas de audiencia de la radio de información general son considerablemente ma­yores que las de la prensa de referencia: 14,4% en el caso de la SER (líder de la radio), 5,9% en el de Onda Cero y 4,7% en el de la COPE (siempre referidas a 2004 48). Se trata de un soporte en el que la influencia del estatus es mucho menor, lo que hace de la radio un medio socialmente más transversal que la prensa de referencia y, en consecuencia, de ma­yor alcance social.

47 El gráfico incluye también los datos relativos a la audiencia de los canales autonómicos, que se ha man­tenido estable durante la última década en torno a los 10 millones, así como los dc Canal Plus, que aparen­ta también estabilidad durante la última década en torno a los 2,5 millones. Hay quc advertir, no obstante, que la estabilidad de Canal Plus es engañosa, por cuanto los datos del EGM no ineluyen a Canal Satélite Digital, que se ha convertido cn el principal soporte de Canal Plus. 48 RNE estaba fuera del EGM en 2004.

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Con todo, la mayor transversalidad social se observa entre las grandes televisiones, las cuales presentan unas audiencias masivas (con cuotas superiores al 40%), al tiempo que poco o nada influidas por el nivel de estatus. Cuando éste tiene algún efecto, es inverso (la audiencia aumenta a medida quc disminuye el nivel de e status ), como ocurre con la 1 de TVE, al tratarse de una audiencia envejecida y con bajo nivel de estudios. Aunque se aparta claramente de esta pauta, hemos incluido en este mismo gráfico a Canal Plus: en este caso, el nivel de estatus vuelve a tener un efecto positivo sobre la audiencia, debido a su carácter de televisión de pago.

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