Juan Pablo II - Orar Con Los Salmos[1]

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  • Orar con los Salmos segn Juan Pablo II

    Juan Pablo II durante varias audiencias de los

    mircoles desde finales de marzo de 2001 hasta

    principios de octubre de 2002- nos ha ofrecido

    una serie de meditaciones acerca de cmo orar

    con los salmos con el fin de que podamos

    enriquecer nuestra oracin.

    Procedencia: Catholic.nethttp://es.catholic.net

    Autor: Juan Pablo IIFuente original; http://www.vatican.va

  • I N D I C E

    INDICECaptulo 1: Juan Pablo II: Cmo rezar con los SalmosCaptulo 2: Juan Pablo II: Cmo salpicar el da con la oracinCaptulo 3: Juan Pablo II: El hombre tiene sed de DiosCaptulo 4: Juan Pablo II: La dimensin csmica de la oracinCaptulo 5: Juan Pablo II: Oracin para comenzar con serenidadCaptulo 6: Juan Pablo II: La visin cristiana del poderCaptulo 7: Juan Pablo II: La tempestad y el arco irisCaptulo 8: Juan Pablo II: Condiciones para encontrar a DiosCaptulo 9: Juan Pablo II: El secreto de la serenidadCaptulo 10: Juan Pablo II: El Seor, rey del universoCaptulo 11: Juan Pablo II: El mal no tiene la ltima palabraCaptulo 12: Juan Pablo II: El pecado y el perdn, experienciaCaptulo 13: Dios, Seor carioso del mundo y de la historiaCaptulo 14: La vida del cristiano, una alabanza al amorCaptulo 15: La oracin, una cuestin de amorCaptulo 16: Juan Pablo II: La irresistible sed de DiosCaptulo 17: La creacin, otro libro sagrado que habla de DiosCaptulo 18: El fin de la historia no es el abismoCaptulo 19: La naturaleza: signo de la accin de DiosCaptulo 20: Juan Pablo II: La oracin cuando Dios parece callaCaptulo 21: Profesin de fe pronunciada por labios de mujerCaptulo 22: Juan Pablo II: Dios no duerme ni est alejadoCaptulo 23: La salvacin de Dios debe ser testimoniadaCaptulo 24: La ultima palabra de Dios, el amor y el perdnCaptulo 25: Juan Pablo II comenta el MiserereCaptulo 26: El juicio de Dios, liberacin de su amadoCaptulo 27: Dios crea, acta en la historia, y se revelaCaptulo 28: El bien y el mal se comprenden a la luz de DiosCaptulo 29: Juan Pablo II: Dios, un Padre cariosoCaptulo 30: Qu es el hombre para que te acuerdes de l?Captulo 31: Juan Pablo II: Dios, rey poderoso y cariosoCaptulo 32: La vida del hombre, una alabanza al CreadorCaptulo 33: Sobre el Tedeum del Antiguo TestamentoCaptulo 34: La vida, una peregrinacin hacia DiosCaptulo 35: La civilizacin del amor, anhelo de la humanidadCaptulo 36: Paradoja de Dios, reinar humillndoseCaptulo 37: La fe en Dios, roca en la vidaCaptulo 38: La vida de hombre y mujer, una alabanza a Dios

  • Captulo 1: Juan Pablo II: Cmo rezar con los Salmos

    1. En la carta apostlica Novo millennio ineunte he manifestado mi deseo de que la Iglesia se caracterice cada vez ms por el arte de la oracin, aprendindola siempre de manera renovada de los labios del divino Maestro n. 32. Este compromiso debe ser vivido especialmente en la Liturgia, fuente y culmen de la vida eclesial. En esta lnea es importante prestar una mayor atencin pastoral a la promocin de la Liturgia de las Horas, como oracin de todo el Pueblo de Dios n. 34. De hecho, si bien los sacerdotes y los religiosos tienen un preciso deber de celebrarla, se propone vivamente tambin a los laicos. Este fue el objetivo que se plante hace ya 30 aos, mi venerado predecesor, Pablo VI, con la constitucin Laudis canticum en la que determinaba el modelo vigente de esta oracin, con el deseo de que los Salmos y los Cnticos, que dan ritmo a la Liturgia de las Horas, fueran comprendidos con amor renovado por el Pueblo de Dios (AAS 63 [1971], 532).

    Es un dato alentador el que muchos laicos, tanto en las parroquias como en las agregaciones eclesiales, hayan aprendido a valorarla. Ahora bien, es una oracin que para ser plenamente gustada requiere una adecuada formacin catequtica y bblica.

    Con este objetivo comenzamos hoy una serie de catequesis sobre los Salmos y los Cnticos propuestos en la oracin matutina de las Laudes. Deseo de este modo alentar y ayudar a todos a rezar con las mismas palabras utilizadas por Jess y presentes desde hace milenios en la oracin de Israel y en la de la Iglesia.

    2. Podramos introducirnos en la comprensin de los salmos a travs de diferentes caminos. El primero podra consistir en presentar su estructura literaria, sus autores, su formacin, el contexto en el que surgieron. Sera sugerente, adems, una lectura que pusiera de manifiesto su carcter potico, que alcanza en ocasiones niveles de intuicin lrica y de expresin simblica sumamente elevados. Sera no menos interesante recorrer los salmos considerando los diferentes sentimientos del espritu humano que manifiestan: alegra, reconocimiento, accin de gracias, amor, ternura, entusiasmo; as como intenso sufrimiento, recriminacin, peticin de ayuda y de justicia, que se convierten en ocasiones en rabia e imprecacin. En lo salmos el ser humano se encuentran totalmente a s mismo.

    Nuestra lectura buscar sobre todo hacer que emerja el significado religioso de los Salmos, mostrando cmo, a pesar de estar escritos hace muchos aos para creyentes judos, pueden ser asumidos en la oracin de los discpulos de Cristo. Para ello nos dejaremos ayudar por los resultados de la exgesis, pero al mismo tiempo nos sentaremos en la escuela de la Tradicin, en especial, nos pondremos a la escucha de los Padres de la Iglesia.

    3. Estos ltimos, de hecho, con profunda intuicin espiritual, han sabido discernir y presentar a Cristo, en la plenitud de su misterio, como la gran clave de lectura de los Salmos. Los Padres estaban totalmente convencidos de ello: en los Salmos se habla de Cristo. De hecho, Jess resucitado se aplic a s mismo los Salmos, cuando dijo a sus discpulos: Es necesario que se cumpla todo lo que est escrito en la Ley de Moiss, en los Profetas y en los Salmos acerca de m (Lucas 24, 44). Los Padres aaden que los Salmos se dirigen a Cristo o incluso que es el mismo Cristo quien habla en ellos. Al decir esto, no pensaban slo en la persona individual de Jess, sino en el Christus totus, el Cristo total, formado por Cristo cabeza y por sus miembros.

    Para el cristiano nace as la posibilidad de leer el Salterio a la luz de todo el misterio de Cristo. Precisamente de esta ptica emerge tambin su dimensin eclesial, que es puesta de manifiesto por el canto en coro de los Salmos. As se puede comprender cmo los Salmos han podido ser asumidos, desde los primeros siglos, como la oracin del Pueblo de Dios. Si bien en algunos perodos histricos surgi una tendencia a preferir otro tipo de oraciones, a los monjes se les debe el mrito de haber mantenido en alto la llama del Salterio en la Iglesia. Uno de ellos, san Romualdo, fundador de los Camaldulenses, en la aurora del segundo milenio cristiano, llegaba a afirmar que --como explica su bigrafo Bruno de Querfurt-- los Salmos son el nico camino para experimentar una oracin autnticamente profunda: Una via in psalmis (Passio Sanctorum Benedicti et Johannes ac sociorum eorundem: MPH VI, 1893, 427).

  • 4. Con esta afirmacin, a primera vista excesiva, en realidad no haca ms que anclarse a la mejor tradicin de los primeros siglos cristianos, cuando el Salterio se convirti en el libro por excelencia de la oracin eclesial. Fue una eleccin acertada frente a las tendencias herticas que acechaban continuamente a la unidad de la fe y de comunin. Es interesante en este sentido la estupenda carta que escribi san Atanasio a Marcelino, en la primera mitad del siglo IV, cuando la hereja arriana se expanda atentando contra la fe en la divinidad de Cristo. Frente a los herejes que atraan a la gente con cantos y oraciones que gratificaban sus sentimientos religiosos, el gran Padre de la Iglesia se dedic con todas sus fuerzas a ensear el Salterio transmitido por la Escritura (cf. PG 27,12 ss.). De este modo, se sum al Padrenuestro, oracin del Seor por antonomasia, la costumbre que pronto se convertira en universal entre los bautizados de rezar con los Salmos.

    5. Gracias tambin a la oracin comunitaria de los Salmos, la conciencia cristiana ha recordado y comprendido que es imposible dirigirse a Dios que habita en los cielos sin una autntica comunin de vida con los hermanos y hermanas que viven en la tierra. Es ms, al integrarse vitalmente en la tradicin de oracin de los judos, los cristianos aprenden a rezar narrando las magnalia Dei, es decir, las grandes maravillas realizadas por Dios, ya sea en la creacin del mundo y de la humanidad, ya sea en la historia de Israel y de la Iglesia. Esta forma de oracin, tomada de la Escritura, no excluye ciertamente expresiones ms libres, que no slo continuarn enriqueciendo la oracin personal, sino incluso la misma oracin litrgica, como sucede con los himnos. El libro del Salterio sigue siendo, de todos modos, la fuente ideal de la oracin cristiana, y en l seguir inspirndose la Iglesia en el nuevo milenio.

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    Captulo 2: Juan Pablo II: Cmo salpicar el da con la oracin

    1. Antes de emprender el comentario de los diferentes salmos y cnticos de alabanza, hoy vamos a terminar la reflexin introductiva comenzada con la catequesis pasada. Y lo hacemos tomando pie de un aspecto muy apreciado por la tradicin espiritual: al cantar los salmos, el cristiano experimenta una especie de sintona entre el Espritu, presente en las Escrituras, y el Espritu que habita en l por la gracia bautismal. Ms que rezar con sus propias palabras, se hace eco de esos gemidos inefables de que habla san Pablo (cf. Romanos 8, 26), con los que el Espritu del Seor lleva a los creyentes a unirse a la invocacin caracterstica de Jess: Abb, Padre! (Romanos 8, 15; Glatas 4, 6).

    Los antiguos monjes estaban tan seguros de esta verdad, que no se preocupaban por cantar los salmos en su propio idioma materno, pues les era suficiente la conciencia de ser, en cierto sentido, rganos del Espritu Santo. Estaban convencidos de que su fe permita liberar de los versos de los salmos una particular energa del Espritu Santo. La misma conviccin se manifiesta en la caracterstica utilizacin de los salmos, llamada oracin jaculatoria --que procede de la palabra latina iaculum, es decir dardo-- para indicar brevsimas expresiones de los salmos que podan ser lanzadas como puntas encendidas, por ejemplo, contra las tentaciones. Juan Casiano, un escritor que vivi entre los siglos IV y V, recuerda que algunos monjes descubrieron la extraordinaria eficacia del brevsimo incipit del salmo 69: Dios mo, ven en mi auxilio; Seor, date prisa en socorrerme, que desde entonces se convirti en el portal de entrada de la Liturgia de las Horas (cf. Conlationes, 10,10: CPL 512,298 s. s.).

    2. Junto a la presencia del Espritu Santo, otra dimensin importante es la de la accin sacerdotal que Cristo desempea en esta oracin, asociando consigo a la Iglesia, su esposa. En este sentido, refirindose precisamente a la Liturgia de las Horas, el Concilio Vaticano II ensea: El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jess, [] une a s la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza. Porque esta funcin sacerdotal se prolonga a travs de su Iglesia, que, sin cesar, alaba al Seor e intercede por la salvacin de todo el mundo no slo celebrando la Eucarista, sino tambin de otras maneras, principalmente recitando el Oficio divino (Sacrosanctum Concilium, 83).

    De modo que la Liturgia de las Horas tiene tambin el carcter de oracin pblica, en la que la Iglesia est particularmente involucrada. Es iluminador entonces redescubrir cmo la Iglesia ha definido progresivamente este compromiso especfico de oracin salpicada a travs de las diferentes fases del da. Es necesario para ello remontarse a los primeros tiempos de la comunidad apostlica, cuando todava

  • estaba en vigor una relacin cercana entre la oracin cristiana y las as llamadas oraciones legales --es decir, prescritas por la Ley de Moiss--, que tenan lugar a determinadas horas del da en el Templo de Jerusaln. Por el libro de los Hechos de los Apstoles sabemos que los apstoles acudan al Templo todos los das con perseverancia y con un mismo espritu (2, 46), y que suban al Templo para la oracin de la hora nona (3,1). Por otra parte, sabemos tambin que las oraciones legales por excelencia eran precisamente las de la maana y la noche.

    3. Con el pasar del tiempo, los discpulos de Jess encontraron algunos salmos particularmente apropiados para determinados momentos de la jornada, de la semana o del ao, percibiendo en ellos un sentido profundo relacionado con el misterio cristiano. Un autorizado testigo de este proceso es san Cipriano, quien a la mitad del siglo III escribe: Es necesario rezar al inicio del da para celebrar en la oracin de la maana la resurreccin del Seor. Esto corresponde con lo que indicaba el Espritu Santo en los salmos con las palabras: "Atiende a la voz de mi clamor, oh mi Rey y mi Dios. Porque a ti te suplico. Seor, ya de maana oyes mi voz; de maana te presento mi splica, y me quedo a la espera" (Salmo 5, 3-4). [] Despus, cuando el sol se pone al acabar del da, es necesario ponerse de nuevo a rezar. De hecho, dado que Cristo es el verdadero sol y el verdadero da, al pedir con la oracin que volvamos a ser iluminados en el momento en el que terminan el sol y el da del mundo, invocamos a Cristo para que regrese a traernos la gracia de la luz eterna (De oratione dominica, 35: PL 39,655).

    4. La tradicin cristiana no se limit a perpetuar la juda, sino que trajo algunas innovaciones que caracterizaron la experiencia de oracin vivida por los discpulos de Jess. Adems de recitar en la maana y en la tarde el Padrenuestro, los cristianos escogieron con libertad los salmos para celebrar su oracin cotidiana. A travs de la historia, este proceso sugiri utilizar determinados salmos para algunos momentos de fe particularmente significativos. Entre ellos, en primer lugar se encontraba la oracin de la vigilia, que preparaba para el Da del Seor, el domingo, en el que se celebraba la Pascua de Resurreccin.

    Algo tpicamente cristiano fue despus el aadir al final de todo salmo e himno la doxologa trinitaria, Gloria al Padre, al Hijo y al Espritu Santo. De este modo, todo salmo e himno fue iluminado por la plenitud de Dios.

    5. La oracin cristiana nace, se nutre y desarrolla en torno al acontecimiento por excelencia de la fe, el Misterio pascual de Cristo. As, por la maana y en la noche, al amanecer y al atardecer, se recordaba la Pascua, el paso del Seor de la muerte a la vida. El smbolo de Cristo luz del mundo es representado por la lmpara durante la oracin de las Vsperas, llamada tambin por este motivo lucernario. Las horas del da recuerdan, a su vez, la narracin de la pasin del Seor, y la hora tercia la venida del Espritu Santo en Pentecosts. La oracin de la noche, por ltimo, tiene un carcter escatolgico, pues evoca la recomendacin hecha por Jess en espera de su regreso (cf. Marcos 13, 35-37).

    Al ritmar de este modo su oracin, los cristianos respondieron al mandato del Seor de rezar sin cesar (cf. Lucas 18,1; 21,36; 1 Tesalonicenses 5, 17; Efesios 6, 18), sin olvidar que toda la vida tiene que convertirse en cierto sentido en oracin. En este sentido, Orgenes escribe: Reza sin pausa quien une la oracin con las obras y las obras con la oracin (Sobre la oracin, XII,2: PG 11,452C).

    Este horizonte, en su conjunto, constituye el hbitat natural de la recitacin de los Salmos. Si son sentidos y vividos de este modo, la doxologa trinitaria que corona todo salmo se convierte, para cada creyente en Cristo, en un volver a bucear, siguiendo la ola del espritu y en comunin con todo el pueblo de Dios, en el ocano de vida y paz en el que ha sido sumergido con el Bautismo, es decir, en el misterio del Padre, del Hijo y del Espritu Santo.

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  • Captulo 3: Juan Pablo II: El hombre tiene sed de Dios

    El Salmo 62 (63), en el que hoy reflexionamos, es el Salmo del amor mstico, que celebra la adhesin total a Dios, partiendo de un anhelo casi fsico hasta alcanzar su plenitud en un abrazo ntimo y perenne. La oracin se hace deseo, sed y hambre, pues involucra al alma y al cuerpo.

    Como escribe santa Teresa de vila sed me parece a m quiere decir deseo de una cosa que nos hace gran falta, que si del todo nos falta nos mata (Camino de perfeccin, c. XIX). La liturgia nos propone las dos primeras estrofas del Salmo, que estn centradas precisamente en los smbolos de la sed y del hambre, mientras que la tercera estrofa presenta un horizonte oscuro, el del juicio divino sobre el mal, en contraste con la luminosidad y la dulzura del resto del Salmo.

    Comenzamos entonces nuestra meditacin con el primer canto, el de la sed de Dios. (cf. versculos 2-4). Es el alba, el sol est surgiendo en el cielo despejado de Tierra Santa y el orante

    comienza su jornada dirigindose al templo para buscar la luz de Dios. Tiene necesidad de ese encuentro con el Seor de manera casi instintiva, parecera fsica. Como la tierra rida est muerta hasta que no es regada por la lluvia, y al igual que las grietas del terreno parecen una boca sedienta, as el fiel anhela a Dios para llenarse de l y para poder as existir en comunin con l.

    El profeta Jeremas haba proclamado: el Seor es manantial de agua viva y haba reprendido al pueblo por haber construido cisternas agrietadas que no contienen el agua (2, 13). Jess mismo exclamar en voz alta: Si alguno tiene sed, venga a m, y beba el que crea en m (Juan 7, 37-38). En plena tarde de un da soleado y silencioso, promete a la mujer samaritana: el que beba del agua que yo le d, no tendr sed jams, sino que el agua que yo le d se convertir en l en fuente de agua que brota para vida eterna (Juan 4, 14).

    La oracin del Salmo 62 se entrecruza, en este tema, con el canto de otro Salmo estupendo, el 41 (42): Como jadea la cierva, tras las corrientes de agua, as jadea mi alma, en pos de ti, mi Dios. Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo (versculos 2-3). En el idioma del Antiguo Testamento, el hebreo, el alma es expresada con el trmino nefesh, que en algunos textos designa la garganta y en otros muchos se amplia hasta indicar todo el ser de la persona. Tomado en estas dimensiones, el trmino ayuda a comprender hasta qu punto es esencial y profunda la necesidad de Dios; sin l desfallece la respiracin y la misma vida. Por este motivo, el salmista llega a poner en segundo plano la existencia fsica, en caso de que decaiga la unin con Dios: Tu gracia vale ms que la vida (Salmo 62, 4). Tambin el Salmo 72 (73) repetir al Seor: Quin hay para m en el cielo? Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra. Mi carne y mi corazn se consumen: Roca de mi corazn, mi porcin, Dios por siempre! [] Para m, mi bien es estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Seor (versculos 25-28).

    Despus del canto de la sed, las palabras del salmista entonan el canto del hambre (cf. Sal 62, 6-9). Probablemente, con las imgenes del gran banquete y de la saciedad, el orante recuerda uno de los sacrificios que se celebraban en el templo de Sin: el as llamado de comunin, es decir, un banquete sagrado en el que los fieles coman las carnes de las vctimas inmoladas. Otra necesidad fundamental de la vida se usa aqu como smbolo de la comunin con Dios: el hambre es saciada cuando se escucha la Palabra divina y se encuentra al Seor. De hecho, no slo vive de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Seor (Deuteronomio 8, 3; cf. Mateo 4, 4). Y al llegar a este punto el pensamiento cristiano corre hacia aquel banquete que Cristo ofreci la ultima noche de su vida terrena, cuyo valor profundo haba explicado ya en el discurso de Cafarnam: Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en m, y yo en l (Juan 6, 55-56).

    A travs de la comida mstica de la comunin con Dios, el alma se aprieta contra Dios, como declara el salmista. Una vez ms, la palabra alma evoca a todo el ser humano. No es una casualidad si habla de un abrazo, de un apretn casi fsico: Dios y el hombre ya estn en plena comunin y de los labios de la criatura slo puede salir la alabanza gozosa y grata. Incluso cuando se est en la noche obscura, se siente

  • la proteccin de las alas de Dios, como el arca de la alianza el alma est cubierta por las alas de los querubines. Entonces aflora la expresin esttica de la alegra: yo exulto a la sombra de tus alas. El miedo se disipa, el abrazo no aprieta algo vaco sino al mismo Dios, nuestra mano se cruza con la fuerza de su diestra (cf. Salmo 62, 8-9).

    Al leer este Salmo a la luz del misterio pascual, la sed y el hambre que nos llevan hacia Dios son saciadas en Cristo crucificado y resucitado, del que nos llega, a travs del don del Espritu Santo y de los Sacramentos, la nueva vida y el alimento que la sustenta..

    Nos lo recuerda san Juan Crisstomo, quien al comentar la observacin de Juan: de su costado sali sangre y agua (cf. Juan 19, 34), afirma: aquella sangre y aquella agua son smbolos del Bautismo, y de los Misterios, es decir, de la Eucarista. Y concluye: Veis cmo Cristo se une con su esposa? Veis con qu comida nos nutre a todos nosotros? Nos alimentamos con la misma comida que nos ha formado. De hecho, as como la mujer alimenta a aquel que ha generado con su propia sangre y leche, as tambin Cristo alimenta continuamente con su propia sangre a aquel que l mismo ha engendrado (Homila III dirigida a los nefitos, 16-19 passim: SC 50 bis, 160-162).

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    Captulo 4: Juan Pablo II: La dimensin csmica de la oracin

    1. Criaturas todas del Seor, bendecid al Seor, ensalzadlo con himnos por los siglos (Daniel 3, 57). Una dimensin csmica impregna este Cntico tomado del libro de Daniel, que la Liturgia de las Horas propone para las Laudes del domingo en la primera y tercera semana. De hecho, esta estupenda oracin se aplica muy bien al Dies Domini, el Da del Seor, que en Cristo resucitado nos permite contemplar el culmen del designio de Dios sobre el cosmos y la historia. En l, alfa y omega, principio y fin de la historia (cf. Apocalipsis 22, 13), alcanza su sentido pleno la misma creacin, pues, como recuerda Juan en el prlogo del Evangelio, todo ha sido hecho por l (Juan 1, 3). En la resurreccin de Cristo culmina la historia de la salvacin, abriendo la vicisitud humana al don del Espritu y al de la adopcin filial, en espera del regreso del Esposo divino, que entregar el mundo a Dios Padre (cf. 1Corintios 15, 24).

    2. En este pasaje de letanas, se repasan todas las cosas. La mirada apunta hacia el sol, la luna, las estrellas; alcanza la inmensa extensin de las aguas; se eleva hacia los montes, contempla las ms diferentes situaciones atmosfricas, pasa del fro al calor, de la luz a las tinieblas; considera el mundo mineral y vegetal; se detiene en las diferentes especies animales. El llamamiento se hace despus universal: interpela a los ngeles de Dios, alcanza a todos los hijos del hombre, y en particular al pueblo de Dios, Israel, sus sacerdotes y justos. Es un inmenso coro, una sinfona en la que las diferentes voces elevan su canto a Dios, Creador del universo y Seor de la historia. Recitado a la luz de la revelacin cristiana, el Cntico se dirige al Dios trinitario, como nos invita a hacerlo la liturgia, aadiendo una frmula trinitaria: Bendigamos al Padre, y al Hijo con el Espritu Santo.

    3. En el cntico, en cierto sentido, se refleja el alma religiosa universal, que percibe en el mundo la huella de Dios, y se alza en la contemplacin del Creador. Pero en el contexto del libro de Daniel, el himno se presenta como agradecimiento pronunciado por tres jvenes israelitas --Ananas, Azaras y Misael--, condenados a morir quemados en un horno por haberse negado a adorar la estatua de oro de Nabucodonosor. Milagrosamente fueron preservados de las llamas. En el teln de fondo de este acontecimiento se encuentra la historia especial de salvacin en la que Dios escoge a Israel como a su pueblo y establece con l una alianza. Los tres jvenes israelitas quieren precisamente permanecer fieles a esta alianza, aunque esto suponga el martirio en el horno ardiente. Su fidelidad se encuentra con la fidelidad de Dios, que enva a un ngel para alejar de ellos las llamas (cf. Daniel 3, 49).

    De este modo, el Cntico se pone en la lnea de los cantos de alabanza por haber evitado un peligro, presentes en el Antiguo Testamento. Entre ellos es famoso el canto de victoria referido en el captulo 15 del xodo, donde los antiguos judos expresan su reconocimiento al Seor por aquella noche en la que hubieran quedado inevitablemente arrollados por el ejrcito del faran si el Seor no les hubiera abierto un camino entre las aguas, echando al mar al caballo y al jinete (xodo 15, 1).

  • 4. No es casualidad el que en la solemne vigilia pascual, la liturgia nos haga repetir todos los aos el himno cantado por los israelitas en el xodo. Aquel camino abierto para ellos anunciaba profticamente el nuevo camino que Cristo resucitado inaugur para la humanidad en la noche santa de su resurreccin de los muertos. Nuestro paso simblico a travs de las aguas bautismales nos permite volver a vivir una experiencia anloga de paso de la muerte a la vida, gracias a la victoria sobre la muerte de Jess para beneficio de todos nosotros.

    Al repetir en la liturgia dominical de las Laudes el Cntico de los tres jvenes israelitas, nosotros, discpulos de Cristo, queremos ponernos en la misma onda de gratitud por las grandes obras realizadas por Dios, ya sea en su creacin ya sea sobre todo en el misterio pascual.

    De hecho, el cristiano percibe una relacin entre la liberacin de los tres jvenes, de los que se habla en el Cntico, y la resurreccin de Jess. Los Hechos de los Apstoles ven en sta ltima la respuesta a la oracin del creyente que, como el salmista, canta con confianza: No abandonars mi alma en el Infierno ni permitirs que tu santo experimente la corrupcin (Hechos 2, 27; Salmo 15, 10).

    El hecho de relacionar este Cntico con la Resurreccin es algo muy tradicional. Hay antiqusimos testimonios de la presencia de este himno en la oracin del Da del Seor, la Pascua semanal de los cristianos. Las catacumbas romanas conservan vestigios iconogrficos en los que se pueden ver a tres jvenes que rezan inclumes entre las llamadas, testimoniando as la eficacia de la oracin y la certeza en la intervencin del Seor.

    5. Bendito eres en la bveda del cielo: a ti honor y alabanza por los siglos (Daniel 3, 56). Al cantar este himno en la maana del domingo, el cristiano se siente agradecido no slo por el don de la creacin, sino tambin por el hecho de ser destinatario del cuidado paterno de Dios, que en Cristo le ha elevado a la dignidad de hijo.

    Un cuidado paterno que permite ver con ojos nuevos a la misma creacin y permite gozar de su belleza, en la que se entrev, como distintivo, el amor de Dios. Con estos sentimientos Francisco de Ass contemplaba la creacin y elevaba su alabanza a Dios, manantial ltimo de toda belleza. Espontneamente la imaginacin considera que experimentar el eco de este texto bblico cuando, en San Damin, despus de haber alcanzado las cumbres del sufrimiento e el cuerpo y en el espritu, compuso el Cntico al hermano sol (cf. Fuentes franciscanas, 263).

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    Captulo 5: Juan Pablo II: Oracin para comenzar con serenidad

    1. Por la maana escuchars mi voz, por la maana te expongo mi causa, y me quedo aguardando. Con estas palabras, el Salmo 5 se presenta como una oracin de la maana y, por tanto, se sita perfectamente en el contexto de las Laudes, el canto del fiel al inicio del da. El tono de fondo de esta splica est ms bien marcado por la tensin y el ansia, por los peligros y las amarguras que estn por suceder. Pero no desfallece la confianza en Dios, siempre dispuesto a sostener a su fiel para que no tropiece en el camino de la vida. Slo la Iglesia tiene una confianza as (Jernimo, Tractatus LIX in psalmos, 5,27: PL 26,829). Y san Agustn, refirindose al ttulo que se halla al inicio del salmo y que en su versin latina dice: Para aquella que recibe la herencia, explica: Se trata, por tanto, de la Iglesia que recibe en herencia la vida eterna por medio

    de nuestro Seor Jesucristo, de modo que posee al mismo Dios, adhiere a l, y encuentra en l su felicidad, segn lo que est escrito: "Bienaventurados los mansos, porque ellos poseern en herencia la tierra" (Mateo 5, 4) (Enarr. in Ps., 5: CCL 38,1,2-3).

  • Tu, Dios 2. Como sucede con frecuencia en los Salmos de splica dirigidos al Seor para ser liberados del mal, en este Salmo entran en escena tres personas. Ante todo aparece Dios (versculos 2-7), el T, por excelencia del Salmo, al que el orante se dirige con confianza. Ante las pesadillas de la jornada agotadora y quiz peligrosa, emerge una certeza: el Seor es un Dios coherente, riguroso con la injusticia, ajeno a todo compromiso con el mal: T no eres un Dios que ame la maldad (versculo 5). Una larga lista de personas malvadas --el malhechor, el mentiroso, el sanguinario y traicionero--desfila ante la mirada del Seor. l es el Dios santo y justo que se pone de parte de quien recorre los caminos de la verdad y del amor, oponindose a quien escoge las sendas que llevan al reino de las sombras (cf. Proverbios 2,18). El fiel, entonces, no se siente solo y abandonado cuando afronta la ciudad, penetrando en la sociedad y en la madeja de las vicisitudes cotidianas.

    Yo, el orante 3. En los versculos 8 y 9 de nuestra oracin matutina el segundo personaje, el orante, se presenta a como un Yo, revelando que toda su persona est dedicada a Dios y a su gran misericordia. Est seguro de que las puertas del templo, es decir el lugar de la comunin y de la intimidad divina, cerradas a los impos, se abren de par en par ante l. Entra para experimentar la seguridad de la proteccin divina, mientras afuera el mal se enfurece y celebra sus triunfos aparentes y efmeros. De la oracin matutina en el templo el fiel recibe la carga interior para afrontar un mundo con frecuencia hostil. El Seor mismo le tomar de su mano y le guiar por las calles de la ciudad, es ms, le allanar el camino, como dice el Salmista, con una imagen sencilla pero sugerente.

    En el original hebreo esta confianza serena se funda en dos trminos (hsed y sedaqh): "misericordia o fidelidad", por una parte, y "justicia o salvacin", por otra. Son las palabras tpicas para celebrar la alianza que une al Seor con su pueblo y con cada uno de sus fieles.

    Ellos, los enemigos 4. As se perfila, por ltimo, en el horizonte la figura oscura del tercer actor de este drama cotidiano: son los enemigos, los malvados, que ya estaban en el fondo de los versculos precedentes. Despus del T de Dios y del Yo del orante, ahora viene un Ellos que indica una masa hostil, smbolo del mal en el mundo (versculos 10-11). Su fisonoma est caracterizada un elemento fundamental de la comunicacin social, la palabra. Cuatro elementos --boca, corazn, garganta, lengua-- expresan la radicalidad de la maldad de sus decisiones. Su boca est llena de falsedad si corazn maquina constantemente perfidias, su garganta es como un sepulcro abierto, dispuesta a querer solo la muerte, su lengua es seductora, pero llena de veneno mortfero (Santiago 3, 8).

    5. Despus de este retrato spero y realista del perverso que atenta contra el justo, el salmista invoca la condena divina en un versculo (versculo 11), que la liturgia cristiana omite, queriendo de este modo conformarse a la revelacin del Nuevo Testamento del amor misericordioso, que ofrece tambin al malvado la posibilidad de la conversin. La oracin del salmista experimenta al llegar a ese momento un final lleno de luz y de paz (versculos 12-13), despus del oscuro perfil del pecador que acaba de disear. Una oleada de serenidad y de alegra envuelve a quien es fiel al Seor. La jornada que ahora se abre ante el creyente, aunque est marcada por cansancio y ansia, tendr ante s el sol de la bendicin divina. El salmista, que conoce en profundidad el corazn y el estilo de Dios, no tiene dudas: T, Seor, bendices al justo, y como un escudo lo rodea tu favor (v. 13).

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    Captulo 6: Juan Pablo II: La visin cristiana del poder

    1.Bendito eres, Seor, Dios de nuestro padre Israel (1 Crnicas 29, 10). Este intenso cntico de alabanza, que el primer libro de las Crnicas pone en los labios de David, nos hace revivir la explosin de alegra con la que la comunidad de la antigua alianza salud los grandes preparativos de la construccin del templo, fruto de un compromiso comn del rey y de todos los que se haban prodigado con l. Casi haban hecho carreras de generosidad, pues no era una demora destinada para un hombre, sino para el Seor Dios (1 Crnicas 29,1).

  • Al volver a leer, despus de siglos aquel evento, el cronista intuye los sentimientos de David y de todo el pueblo, su alegra y su admiracin por todos los que haban dado su contribucin. El pueblo se alegr por estas ofrendas voluntarias; porque de todo corazn la haban ofrecido espontneamente al Seor (1 Crnicas 29, 9).

    2. Este es el contexto en el que nace el cntico. Slo se detiene brevemente en la satisfaccin humana, para concentrarse inmediatamente en la gloria de Dios: Tuyos son, Seor, la grandeza y el poder t eres rey y soberano de todo. La gran tentacin que est siempre al acecho, cuando se realizan obras por el Seor, es la de ponerse en el centro a s mismos, sintindose casi como acreedores de Dios. David, sin embargo, atribuye todo al Seor. No es el hombre, con su inteligencia y su fuerza, el artfice de lo que se ha realizado, sino el mismo Dios.

    David expresa de este modo la profunda verdad de que todo es gracia. En cierto sentido, cuando todo lo que se ha puesto a disposicin del templo no es ms que la restitucin, y adems de manera exigua, de lo que Israel haba recibido en el inestimable don de la alianza establecida por Dios con los Padres. En este sentido, David atribuye al Seor el mrito de todo lo que ha constituido su fortuna, ya se en el campo militar, poltico o econmico. Todo viene de Dios!

    3. De aqu nace el empuje contemplativo de estos versos. Parece que al autor del Cntico no le bastan las palabras para confesar la grandeza y la potencia de Dios. l ve ante todo la especial paternidad mostrada a Israel, nuestro padre. Y este es el primer ttulo que exige alabanza ahora y por siempre.

    En la recitacin cristiana de estas palabras no podemos dejar de recordar que esta paternidad se ha revelado plenamente en el encarnacin del Hijo de Dios. l y slo l puede dirigirse a Dios llamndolo en el sentido propio y afectuoso, Abb (Marcos 14, 36). Al mismo tiempo, a travs del don del Espritu, se nos da la participacin en su filiacin, que nos hace hijos en el Hijo. La bendicin del antiguo Israel a Dios Padre alcanza para nosotros la intensidad que Jess nos manifest al ensearnos a llamar a Dios Padre nuestro.

    4. La mirada del autor bblico se alarga, despus, de la historia de la salvacin a todo el cosmos, para contemplar la grandeza de Dios creador: Tuyo es cuanto hay en cielo y tierra. Y luego, aade, En tu mano est el poder y la fuerza, t engrandeces y confortas a todos.

    Al igual que en el Salmo 8, el orante de nuestro Cntico alza la cabeza hacia la inmensa extensin de los cielos, dirige despus la mirada hacia la grandeza de la tierra, y ve todo sometido al dominio del Creador. Cmo es posible expresar la gloria de Dios? Las palabras se agolpan, en una especie de apremio mstico: grandeza, potencia, gloria, majestad, esplendor; y, ms an, fuerza y potencia. Todo lo que el hombre experimenta como bello y grande debe ser referido a Aqul que se encuentra en el origen de todo y que lo gobierna todo. El hombre sabe que todo lo que posee es don de Dios, como subraya David al continuar el Cntico: quin soy yo y quin es mi pueblo para que podamos ofrecerle estos donativos? Porque todo viene de ti, y de tu mano te lo damos (1 Crnicas 29, 14).

    5. Este teln de fondo de la realidad como don de Dios nos ayuda conjugar los sentimientos de alabanza y de reconocimiento del Cntico con la autntica espiritualidad de ofrecimiento que la liturgia cristiana nos hace vivir sobre todo en la celebracin eucarstica. Es cuanto emerge en la doble oracin con la que sacerdote ofrece el pan y el vino destinados a convertirse en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Recibe , Seor, estas ofrendas que de tu generosidad hemos recibido, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, te las presentamos para que se conviertan en comida de salvacin.

  • 6. El Cntico hace una ltima aplicacin de esta visin de Dios al ver la experiencia humana de la riqueza y del poder. Estas dos dimensiones haban surgido mientras David predispona lo necesario para construir el templo. Poda sentir l mismo una tentacin universal: actuar como si fuera rbitro absoluto de todo lo que se posee, hacer de ello motivo de orgullo y de abuso para los dems. La oracin en este Cntico vuelve a poner al hombre a su dimensin de pobre que recibe todo.

    Por tanto, los reyes de esta tierra no son ms que imagen de la realeza divina: Tuyo es el reino, Seor. Los potentados no pueden olvidar el origen de sus bienes: De ti viene la riqueza y la gloria. Los poderesoso deben saber reconocer a Dios, el manantial de toda grandeza y poder. El cristiano est llamado a leer estas expresiones, contemplando con exultacin a Cristo resucitado, glorificado por Dios, por encima de todo principado, potestad, potencia y dominacin (Efesios 1, 21). Cristo es el verdadero Rey del universo

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    Captulo 7: Juan Pablo II: La tempestad y el arco iris

    1. Algunos estudiosos consideran el Salmo 28, que acabamos de escuchar, como uno de los textos ms antiguos del Salterio. Poderosa es la imagen que lo articula en su desarrollo potico y orante: nos encontramos, de hecho, ante el avance progresivo de una tempestad. Est salpicado, en su original hebreo, por una palabra, qol, que significa al mismo tiempo voz y trueno. Por ello, algunos comentaristas llaman a este texto el Salmo de los siete truenos, por el nmero de veces en las que resuena este vocablo.

    En efecto, se puede decir que el Salmista concibe el trueno como un smbolo de la voz divina, que con su misterio trascendente e inalcanzable irrumpe en la realidad creada hasta conmocionarla y atemorizarla, pero que en su ntimo significado es palabra de paz y de armona. El pensamiento se dirige en ese momento al captulo XII del cuarto Evangelio, donde la voz que responde a Jess desde el cielo es percibida por la muchedumbre como un trueno (cf. Juan 12, 28-29).

    Al proponer el Salmo 28 en la oracin de las Laudes, la Liturgia de las Horas nos invita a asumir una actitud de profunda y confiada adoracin de la Majestad divina.

    2. El cantor bblico nos conduce a dos momentos y lugares. En el centro (versculos 3 a 9), tiene lugar la representacin de la tempestad, que se desencadena a partir de la inmensidad de las aguas del Mediterrneo. Las aguas marinas para los ojos del hombre de la Biblia encarnan el caos que atenta contra la belleza y el esplendor de la creacin, hasta destruirla y abatirla. Por tanto, en la observacin de la furiosa tempestad, se descubre la inmensa potencia de Dios. El orante ve cmo se dirige el huracn hacia el norte para abatirse sobre la tierra firme. Los cedros altsimos del Monte Lbano y del monte Sarin, llamado en ocasiones Hermn, se retuercen con los rayos y parecen saltar bajo los truenos como animales atemorizados. Los truenos se acercan cada vez ms, atravesando toda la Tierra Santa y bajando hasta el sur, hasta las estepas desiertas de Cads.

    3. Despus de esta escena de movimiento y tensin intensos, se nos invita a contemplar, en pleno contraste, otra escena representada a inicios y al final del Salmo (versculos 1-2 y 9b-11). Al sobresalto y el miedo se contrapone ahora la glorificacin en actitud de adoracin de Dios en el templo de Sin.

    Se da una especie de canal que comunica el santuario de Jerusaln con el santuario celeste: en estos dos mbitos sagrados hay paz y se eleva la alabanza a la gloria divina. Al ruido ensordecedor de los truenos le sigue la armona del canto litrgico, al terror le sustituye la certeza de la proteccin divina. Dios aparece ahora sentado por encima del aguacero, como rey eterno (versculo 10), es decir, como el Seor y el Soberano supremo de toda la creacin.

  • 4. Frente a estas dos escenas opuestas, el orante es invitado a vivir una doble experiencia. Ante todo, debe descubrir que el misterio de Dios, expresado en el smbolo de la tempestad, no puede ser capturado ni dominado por el hombre. Como canta el profeta Isaas, el Seor, como rayo o tempestad, irrumpe en la historia sembrando el pnico entre los perversos y los opresores. Ante su juicio, los adversarios soberbios son desarraigados como rboles golpeados por un huracn o como cedros sesgados por los dardos divinos (cf. Isaas 14,7-8).

    Desde esta perspectiva, se hace evidente aquello que un pensador moderno (Rudolph Otto) calific como el carcter tremendum de Dios, es decir, su trascendencia inefable y su presencia de juez justo en la historia de la humanidad. sta se engaa en vano al creer que puede oponerse a su soberana potencia. Tambin Mara exaltar en el Magnificat este aspecto de la accin de Dios: Despleg el poder de su brazo y dispers a los soberbios de corazn, derrib a los potentados de sus tronos (Lucas 1, 51-52a).

    5. El Salmo nos presenta, sin embargo, otro aspecto del rostro de Dios, que se descubre en la intimidad de la oracin y en la celebracin de la liturgia. Es, segn el pensador mencionado, el carcter fascinosum de Dios, es decir la fascinacin que emana de su gracia, el misterio del amor que se difunde en el fiel, la seguridad serena de la bendicin reservada al justo. Incluso ante el caos del mal, ante las tempestades de la historia, y ante la misma clera de la justicia divina, el orante se siente en paz, envuelto en un manto de proteccin que la Providencia ofrece a quien alaba a Dios y sigue sus caminos. Gracias a la oracin se experimenta que el autntico deseo del Seor consiste en dar paz.

    En el templo se ha resanado nuestra inquietud y cancelado nuestro terror; participamos en la liturgia celeste con todos los hijos de Dios, ngeles y santos. Y, tras la tempestad, semejante al diluvio destructor de la maldad humana, se alza ahora el arco iris de la bendicin divina, que recuerda la alianza perpetua entre Dios y toda alma viviente, toda carne que existe sobre la tierra (Gnesis 9, 16).

    Este es primordialmente el mensaje que emerge en la relectura cristiana del Salmo. Si los siete truenos de nuestro Salmo representan la voz de Dios en el cosmos, la expresin ms elevada de esta voz es aquella en la que el Padre, en la teofana del Bautismo de Jess, ha revelado su identidad ms profunda como Hijo predilecto (Marcos 1, 11).

    Escribe san Basilio: "La voz del Seor sobre las aguas" se hizo eco ms msticamente cuando una voz desde lo alto del bautismo de Jess dijo: Este es mi Hijo amado. Entonces, de hecho, el Seor aleteaba sobre las aguas, santificndolas con el bautismo. El Dios de la gloria tron desde lo alto con la fuerte voz de su testimonio... Y puedes entender por "trueno" esa mutacin que, despus del bautismo, se realiza a travs de la gran "voz" del Evangelio (Homilas sobre los Salmos: PG 30,359).

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    Captulo 8: Juan Pablo II: Condiciones para encontrar a Dios

    1. El antiguo canto del Pueblo de Dios, que acabamos de escuchar, resonaba en el templo de Jerusaln. Para poder comprender con claridad el hilo conductor que atraviesa este himno, es necesario tener bien presentes tres presupuestos fundamentales. El primero se refiere a la verdad de la creacin: Dios cre al mundo y es su Seor. El segundo se refiere al juicio al que somete a las criaturas: tenemos que comparecer ante su presencia y ser interrogados por lo que hemos hecho. El tercero es el misterio de la venida de Dios: l viene en el cosmos y en la historia, y desea tener libre acceso para establecer con los hombres una relacin de profunda comunin. Esto es lo que ha escrito un comentarista moderno: Estas son tres formas elementales de la experiencia de Dios y de la relacin con Dios; nosotros vivimos por obra de Dios, ante Dios, y podemos vivir con Dios (Gerhard Ebeling, Sui Salmi, Brescia 1973, p. 97).

    2. A estos tres presupuestos les corresponden las tres partes del Salmo 23, que ahora trataremos de profundizar, considerndolas como tres paneles de un trptico de poesa y oracin. La primera es una

  • breve aclamacin al Creador, a quien pertenece la tierra y sus habitantes (versculos 1 y 2). Es una especie de profesin de fe en el Seor del cosmos y de la historia. La creacin, segn la antigua visin del mundo, es concebida como una obra arquitectnica: Dios pone los fundamentos de la tierra sobre el mar, smbolo de las aguas caticas y destructoras, signo de las limitaciones de las criaturas, condicionadas por la nada y el mal. La realidad creada est suspendida en este abismo y es conservada en el ser y en la vida por la obra creadora y providente de Dios.

    3. Tras el horizonte csmico, la perspectiva del salmista se concentra en el microcosmos de Sin, el monte del Seor. Aqu aparece el segundo cuadro del Salmo (versculos 3 a 6). Nos encontramos ante el templo de Jerusaln. La procesin de fieles dirige a los custodios de la puerta santa una pregunta de entrada: Quin puede subir al monte del Seor? Quin puede estar en el recinto sacro?. Los sacerdotes, como sucede tambin en algn otro texto bblico llamado por los expertos liturgia de entrada (cf. Sal 14; Is 33,14-16; Mi 6,6-8), responden haciendo la lista de condiciones para poder acceder a la comunin con el Seor en el culto. No se trata de normas meramente rituales y exteriores que hay que observar, sino ms bien de compromisos morales y existenciales que hay que practicar. Es casi un examen de conciencia o un acto penitencial que precede la celebracin litrgica.

    4. Los sacerdotes presentan tres exigencias. Ante todo hay que tener manos inocentes y puro corazn. Manos y corazn evocan la accin y la intencin, es decir, todo el ser del hombre que debe ser radicalmente orientado hacia Dios y su ley. La segunda exigencia es la de no decir mentiras, que en el lenguaje bblico no slo hace referencia a la sinceridad, sino tambin a la lucha contra la idolatra, pues los dolos son falsos dioses, es decir, mentira. Se confirma as el mandamiento del Declogo, la pureza de la religin y del culto. Por ltimo, aparece la tercera condicin que hace referencia a las relaciones con el prjimo: no jurar contra el prjimo en falso. La palabra, como es sabido, en una civilizacin oral como la del antiguo Israel, no poda ser instrumento de engao, sino que por el contrario era smbolo de las relaciones sociales inspiradas en la justicia y la rectitud.

    5. Llegamos as al tercer cuadro que describe indirectamente la entrada festiva de los fieles en el templo para encontrarse con el Seor (versculos 7 a 10). En un sugerente juego de llamamientos, preguntas y respuestas, Dios se revela progresivamente con tres de sus ttulos solemnes: Rey de la gloria, Seor fuerte y poderoso, Seor de los ejrcitos. Se personifican los portones del templo de Sin invitndoles a alzar sus dinteles para acoger al Seor que toma posesin de su casa.

    El escenario triunfal, descrito por el Salmo en este tercer cuadro potico, ha sido utilizado por la liturgia cristiana de Oriente y de Occidente para recordar tanto el victorioso descenso de Cristo a los infiernos, del que habla la Primera Carta de Pedro (cf. 3,19), como la gloriosa ascensin al cielo del Seor resucitado (cf. Hechos de los Apstoles, 1, 9-10). El mismo Salmo es cantado todava hoy en coros alternados por la liturgia bizantina, durante la noche de Pascua, tal y como era utilizada por la liturgia romana, al final de la procesin de Ramos, en el segundo Domingo de Pasin. La solemne liturgia de apertura de la Puerta Santa, durante la inauguracin del Ao jubilar, nos permiti revivir con intensa conmocin interior los mismos sentimientos que experiment el salmista al cruzar el umbral del antiguo Templo de Sin.

    6. El ltimo ttulo, Seor de los ejrcitos, a diferencia de lo que podra parecer en un primer momento, no tiene un carcter marcial, aunque no excluye la referencia a las milicias de Israel. Tiene ms bien un valor csmico: el Seor, que ahora est a punto de salir al encuentro de la humanidad dentro del espacio restringido del santuario de Sin, es el Creador que tiene como ejrcito todas las estrellas del cielo, es decir, todas las criaturas del universo que le obedecen. En el libro del profeta Baruc, se lee: brillan los astros en su puesto de guardia llenos de alegra, l los llama y dicen: "Aqu estamos!", y brillan alegres para su Hacedor (3, 34-35). El Dios infinito, omnipotente y eterno, se adapta a la criatura humana, se acerca a ella para salirle al encuentro, para escucharla y entrar en comunin con ella. Y la liturgia es la expresin de este encuentro en la fe, en el dilogo y en el amor.

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  • Captulo 9: Juan Pablo II: El secreto de la serenidad

    1. Distribuido en 22 versculos, al igual que el nmero de letras del alfabeto hebreo, el Salmo 32 es un canto de alabanza al Seor del universo y de la historia. Un estremecimiento de alegra lo penetra desde el inicio: Aclamad, justos, al Seor, que merece la alabanza de los buenos. Dad gracias al Seor con la ctara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cntico nuevo, acompaando los vtores con bordones (versculos 1-3). Esta aclamacin (ternah) est acompaada, por tanto, por la msica y es expresin de una voz interior

    de fe y de esperanza, de felicidad y de confianza. El cntico es nuevo no slo porque renueva la certeza de la presencia divina en la creacin y en las vicisitudes humanas, sino tambin porque anticipa la alabanza perfecta que se entonar en el da de la salvacin definitiva, cuando el Reino de Dios alcance su realizacin gloriosa.

    Un cntico nuevo Precisamente san Basilio piensa en la plenitud final en Cristo, al explicar as este pasaje: Normalmente se dice que es "nuevo" algo inusitado o que existe desde hace poco. Si tu piensas en la manera sorprendente y superior a toda imaginacin de la encarnacin del Seor, necesariamente entonars un cntico nuevo e inslito. Y si recorres con la mente la regeneracin y la renovacin de toda la humanidad, envejecida por el pecado, y anuncias los misterios de la resurreccin, entonces entonars un cntico nuevo e inslito (Homila sobre el Salmo 32, 2: PG 29, 327B). En definitiva, segn san Basilio, la invitacin del salmista, que dice: Cantad a Dios un cntico nuevo, para los creyentes en Cristo significa: No honris a Dios segn la costumbre antigua de la "letra", sino en la novedad del "espritu". Quien no comprende la Ley desde un punto de vista exterior, sino que reconoce en ella el "espritu", canta un cntico nuevo (Ibdem).

    La palabra creadora 2. El himno, en su pasaje central, est articulado en tres partes que conforman una especie de triloga de alabanza. En la primera (versculos 6-9), se celebra la palabra creadora de Dios. La arquitectura admirable del universo, como un templo csmico, no ha surgido ni crecido a travs de la lucha entre dioses, como sugeran ciertas cosmogonas en el antiguo Oriente Prximo, sino ms bien sobre la base de la eficaz palabra divina. Tal y como ensea la primera pgina del Gnesis (captulo 1): Dijo Dios... Y todo fue hecho. El salmista repite: Tema al Seor la tierra entera, tiemblen ante El los habitantes del orbe: porque l lo dijo, y existi, l lo mand y surgi (versculo 9).

    El orante da particular importancia al control de las aguas marinas, pues en la Biblia son signo del caos y del mal. A pesar de sus lmites, el mundo es conservado en el ser por el Creador que, como recuerda el libro de Job, ordena al mar que se detenga en la playa: Llegars hasta aqu, no ms all --le dije--, aqu se romper el orgullo de tus olas! (Job 38, 11).

    Soberano de la historia 3. El Seor es tambin el soberano de la historia humana, como se afirma en la segunda parte del Salmo 32, en los versculos 10-15. Con una vigorosa anttesis se oponen los proyectos de las potencias terrenas y el designio admirable que Dios traza en la historia. Los programas humanos, cuando quieren ser alternativos, introducen injusticia, mal, violencia, erigindose contra el proyecto divino de justicia y salvacin. Y, a pesar de los xitos transitorios y aparentes, se reducen a simples maquinaciones, destinadas a la disolucin y al fracaso. En el libro bblico de los Proverbios, se declara sintticamente: Muchos proyectos hay en el corazn del hombre, pero slo el plan del Seor se realiza (Proverbios 19, 21). Del mismo modo, el salmista nos recuerda que Dios desde el cielo, su morada trascendente, sigue todos los caminos de la humanidad, incluso aquellos que son locos y absurdos, e intuye todos los secretos del corazn humano.

    Dondequiera que vayas, hagas lo que hagas, en las tinieblas o en plena luz del da, el ojo de Dios te mira, comenta san Basilio (Homila sobre el Salmo 32, 8 PG 29,343A). Bienaventurado ser el pueblo que, acogiendo la revelacin divina, seguir sus indicaciones de vida, procediendo por sus sendas en el camino de la historia. Al final slo queda una cosa: el plan del Seor subsiste por siempre, los proyectos de su corazn, de edad en edad (v. 11).

  • Seoro de Dios sobre poderosos y dbiles 4. La tercera y ltima parte del Salmo (versculos 16-22) retoma desde dos nuevos puntos de vista el tema del seoro nico de Dios sobre las vicisitudes humanas. Por una parte, invita ante todo a los poderosos a no hacerse ilusiones sobre la fuerza militar de los ejrcitos y de la caballera. Despus, invita a los fieles, con frecuencia oprimidos, hambrientos y ante el umbral de la muerte, a esperar en el Seor que no les dejar caer en el abismo de la destruccin. De este modo, se revela la funcin catequstica de este Salmo. Se transforma en un llamamiento a la fe en un Dios que no es indiferente a la arrogancia de los poderosos y que se siente cercano a la debilidad de la humanidad, levantndola y apoyndola si confa en l, si le eleva su splica de alabanza.

    La humildad de aquellos que sirven a Dios --sigue explicando san Basilio-- muestra la confianza que tienen en su misericordia. De hecho, quien no confa en sus grandes empresas ni espera ser justificado por sus obras, tiene como nica esperanza de salvacin la misericordia de Dios (Homila sobre el Salmo 32,10 PG 29,347A).

    5. El Salmo concluye con una antfona que ha pasado a formar parte del conocido himno Te Deum: Que tu misericordia, Seor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti (versculo 22). La Gracia divina y la esperanza humana se encuentran y se abrazan. Es ms, la fidelidad amorosa de Dios (segn el significado de la palabra hebrea original que utiliza, hsed), como un manto, nos envuelve, nos calienta y protege, ofrecindonos serenidad y dndonos un fundamento seguro a nuestra fe y esperanza.

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    Captulo 10: Juan Pablo II: El Seor, rey del universo

    1. El Seor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra. Esta aclamacin inicial es repetida con tonos diferentes en el Salmo 46, que acabamos de escuchar. Se presenta como un himno al seor soberano del universo y de la historia. Dios es el rey del mundo... Dios reina sobre las naciones. (versculos 8-9).

    Este himno al Seor, rey del mundo y de la humanidad, al igual que otras composiciones semejantes del Salterio (cf. Salmo 92; 95-98), supone una atmsfera de celebracin litrgica. Nos encontramos, por tanto, en el corazn espiritual de la alabanza de Israel, que se eleva al cielo partiendo del templo, el lugar en el que el Dios infinito y eterno se revela y encuentra a su pueblo.

    2. Seguiremos este canto de alabanza gloriosa en sus momentos fundamentales, como dos olas que avanzan hacia la playa del mar. Difieren en la manera de considerar la relacin entre Israel y las naciones. En la primera parte del Salmo, la relacin es de dominio: Dios nos somete los pueblos / y nos sojuzga las naciones (versculo 4); en la segunda parte, sin embargo, es de asociacin: Los prncipes de los gentiles se renen con el pueblo del Dios de Abraham (v. 10). Se constata, por tanto, un progreso importante.

    Dios sublime... En la primera parte (cf. versculos 2-6) se dice: Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de jbilo (versculo 2). El centro de este aplauso festivo es la figura grandiosa del Seor supremo, a la que se atribuyen ttulos gloriosos: sublime y terrible (versculo 3). Exaltan la transcendencia divina, la primaca absoluta en el ser, la omnipotencia. Tambin Cristo resucitado exclamar: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra (Mateo 28, 18).

    3. En el seoro universal de Dios sobre todos los pueblos de la tierra (cf. versculo 4) el orante descubre su presencia particular en Israel, el pueblo de la eleccin divina, el predilecto, la herencia ms preciosa y querida por el Seor (cf. versculo 5). Israel se siente, por tanto, objeto de un amor particular de Dios que se ha manifestado con la victoria sobre las naciones hostiles. Durante la batalla, la presencia del arca de la alianza entre las tropas de Israel les aseguraba la ayuda de Dios; despus de la victoria, el arca se suba al monte Sin (cf. Salmo 67, 19) y todos proclamaban: Dios asciende entre aclamaciones; el Seor, al son de trompetas (Salmo 46, 6).

  • ...Dios cercano a sus criaturas 4. El segundo momento del Salmo (cf. versculos 7-10) se abre con otra ola de alabanza y de canto festivo: tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad. (versculos 7-8). Tambin ahora se alaba al Seor, sentado en su trono en la plenitud de su realeza (cf. versculo 9). Este trono es definido santo, pues es inalcanzable por el hombre limitado y pecador. Pero tambin es un trono celeste el arca de la alianza, presente en el rea ms sagrada del templo de Sin. De este modo, el Dios lejano y trascendente, santo e infinito, se acerca a sus criaturas, adaptndose al espacio y al tiempo (cf. 1 Reyes 8, 27.30).

    Dios de todos 5. El Salmo concluye con una nota sorprendente por su apertura universal: Los prncipes de los gentiles se renen con el pueblo del Dios de Abraham (versculo 10). Se remonta a Abraham, el patriarca que se encuentra en el origen no slo de Israel sino tambin de otras naciones. Al pueblo elegido, que desciende de l, se le confa la misin de hacer converger en el Seor todas las gentes y todas las culturas, pues l es el Dios de toda la humanidad. De oriente a occidente se reunirn entonces en Sin para encontrar a este rey de paz y de amor, de unidad y fraternidad (cf. Mateo 8, 11). Como esperaba el profeta Isaas, los pueblos hostiles entre s recibirn la invitacin a tirar las armas y vivir juntos bajo la nica soberana divina, bajo un gobierno regido por la justicia y la paz (Isaas 2, 2-5). Los ojos de todos estarn fijos en la nueva Jerusaln, donde el Seor asciende para revelarse en la gloria de su divinidad. Ser una muchedumbre inmensa, que nadie podra contar, de toda nacin, razas, pueblos y lenguas... Todos gritarn con fuerte voz: "La salvacin es de nuestro Dios, que est sentado en el trono, y del Cordero" (Apocalipsis 7, 9.10).

    6. La Carta a los Efesios ve la realizacin de esta profeca en el misterio de Cristo redentor, cuando afirma, al dirigirse a los cristianos que no provienen del judasmo: As que, recordad cmo en otro tiempo vosotros, los gentiles segn la carne... estabais a la sazn lejos de Cristo, excluidos de la ciudadana de Israel y extraos a las alianzas de la Promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Mas ahora, en Cristo Jess, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque l es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad (Efesios 2, 11-14).

    En Cristo, por tanto, la realeza de Dios, cantada por nuestro Salmo, se ha realizado en la tierra en relacin con todos los pueblos. Una homila annima del siglo VIII comenta as este misterio: Hasta la venida del Mesas, esperanza de las naciones, los pueblos gentiles no adoraban a Dios y no saban que l exista. Hasta que el Mesas no les rescat, Dios no reinaba sobre las naciones por medio de su obediencia y de su culto. Ahora, sin embargo, Dios reina sobre ellos con su palabra y su espritu, pues les ha salvado del engao y les ha hecho sus amigos (Palestino annimo, Homila rabe-cristiana del siglo VIII, Roma 1994, p. 100).

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    Captulo 11: Juan Pablo II: El mal no tiene la ltima palabra

    1. El Salmo que se acaba de proclamar es un canto en honor de Sin, la ciudad de nuestro Dios (Salmo 47,3), que entonces era sede del templo del Seor y lugar de su presencia en medio de la humanidad. La fe cristiana lo aplica ahora a la Jerusaln de lo alto, que es nuestra madre (Glatas 4, 26).

    La tonalidad litrgica de este himno, la evocacin de una procesin festiva (cf. versculos 13-14), la visin pacfica de Jerusaln, que refleja la salvacin divina, hacen del Salmo 47 una oracin para comenzar el da y hacer de l un canto de alabanza, aunque haya nubes que oscurezcan el horizonte.

    Para comprender el sentido del Salmo, nos pueden servir de ayuda tres aclamaciones que aparecen al inicio, en medio y al final, como ofrecindonos la clave espiritual de la composicin e introducindonos

  • as en su clima interior. Estas son las tres invocaciones: Grande es el Seor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios (v. 2); Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo (v. 10); Este es el Seor, nuestro Dios. l nos guiar por siempre jams (v. 15).

    2. Estas tres aclamaciones, que exaltan al Seor, as como la ciudad de nuestro Dios (v. 2), enmarcan dos grandes partes del Salmo. La primera es una gozosa celebracin de la ciudad santa, la Sin victoriosa contra los asaltos de los enemigos, serena bajo el manto de la proteccin divina (cf. versculos 3-8). Se ofrece una especie de letana de definiciones de esta ciudad: es una altura admirable que se yergue como un faro de luz, una fuente de alegra para todos los pueblos de la tierra, el nico y autntico Olimpo en el que el cielo y la tierra se encuentran. Utilizando una expresin del profeta Ezequiel es la ciudad del Emanuel, pues Dios est all, presente en ella (cf. Ezequiel 48, 35). Pero en torno a Jerusaln se estn agolpando las tropas de un asedio, casi un smbolo del mal que atenta contra el esplendor de la ciudad. El enfrentamiento tiene un resultado obvio y casi inmediato.

    3. Los potentes de la tierra, de hecho, asaltando la ciudad santa, provocan al mismo tiempo a su Rey, el Seor. El salmista muestra cmo se disuelve el orgullo de un ejrcito potente con la imagen sugerente de los dolores de parto: All los agarr un temblor y dolores como de parto (v. 7). La arrogancia se transforma en fragilidad y debilidad, la potencia en cada y fracaso.

    Este mismo concepto es expresado con otra imagen: el ejrcito atacante es comparado con una armada naval invencible sobre la que sopla un terrible viento de Oriente (cf. v. 8). Queda, por tanto, una certeza para quien est bajo la sombra de la proteccin divina: no es el mal quien tiene la ltima palabra, sino el bien; Dios triunfa sobre las potencias hostiles, incluso cuando parecen grandiosas e invencibles.

    4. Entonces, el fiel celebra precisamente en el templo su accin de gracias a Dios liberador. Eleva un himno al amor misericordioso del Seor, expresado con el trmino hebreo hsed, tpico de la teologa de la alianza. Llegamos as a la segunda parte del Salmo (cf. versculos 10-14). Tras el gran canto de alabanza al Dios fiel, justo y salvador (cf. versculos 10-12), tiene lugar una especie de procesin en torno al templo y a la ciudad santa (cf. versculos 13-14). Se cuentan los torreones, signo de la segura proteccin de Dios, se observan las fortificaciones, expresin de la estabilidad ofrecida a Sin por su Fundador. Los muros de Jerusaln hablan y sus piedras recuerdan los hechos que deben ser transmitidos a la prxima generacin (v. 14) con la narracin que harn los padres a sus hijos (cf. Salmo 77,3-7). Sin es el espacio de una cadena ininterrumpida de acciones salvadoras del Seor, que son anunciadas en la catequesis y celebradas en la liturgia, para que los creyentes mantengan la esperanza en la intervencin liberadora de Dios.

    5. En el versculo conclusivo se presenta una de las ms elevadas definiciones del Seor como pastor de su pueblo: l nos guiar (v. 15). El Dios de Sin es el Dios del xodo, de la libertad, de la cercana al pueblo esclavo de Egipto y peregrino en el desierto. Ahora que Israel se ha instalado en la tierra prometida, sabe que el Seor no le abandona: Jerusaln es el signo de su cercana y el templo es el lugar de su esperanza.

    Al releer estas expresiones, el cristiano se eleva a la contemplacin de Cristo, nuevo y viviente templo de Dios (cf. Juan 2, 21), y se dirige a la Jerusaln celeste, que ya no tiene necesidad de un templo ni de una luz exterior, pues el Seor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su Santuario... la ilumina la gloria de Dios, y su lmpara es el Cordero (Apocalipsis 21, 22-23). San Agustn nos invita a hacer esta relectura espiritual convencido de que en los libros de la Biblia no hay nada que afecte slo a la ciudad terrena, pues todo lo que se dice de ella simboliza algo que puede ser referido tambin por alegora a la Jerusaln celeste (Ciudad de Dios, XVII, 3, 2). Le hace eco san Paulino de Nola, que precisamente al comentar las palabras de nuestro Salmo exhorta a rezar para que podamos ser piedras vivas en los muros de la Jerusaln celeste y libre (Carta 28, 2 a Severo). Y contemplando la firmeza y solidez de esta ciudad, el mismo Padre de la Iglesia sigue diciendo: De hecho, quien habita esta ciudad se revela como el Uno en tres personas... Cristo ha sido constituido no slo su fundamento, sino tambin su torren y puerta... Por tanto, si se funda sobre l la casa de nuestra alma y se eleva sobre l una construccin digna de un fundamento tan grande, entonces la puerta de entrada en su ciudad ser para nosotros precisamente Aquel que nos guiar en los siglos y nos colocar en el lugar de su grey.

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  • Captulo 12: Juan Pablo II: El pecado y el perdn, experiencia

    1. Hemos escuchado el Miserere, una de las oraciones ms clebres del Salterio, el Salmo penitencial ms intenso y repetido, el canto del pecado y del perdn, la meditacin ms profunda sobre la culpa y su gracia. La Liturgia de las Horas nos lo hace repetir en las Laudes de todos los viernes. Desde hace siglos y siglos se eleva hacia el cielo desde muchos corazones de fieles judos y cristianos como un suspiro de arrepentimiento y de esperanza dirigido a Dios misericordioso.

    La tradicin juda ha puesto el Salmo en labios de David, quien fue invitado a hacer penitencia por las palabras severas del profeta Natn (cf. versculos 1-2; 2Samuel 11-12), que le reprochaba el adulterio cometido con Betsab y el asesinato de su marido Uras. El Salmo, sin embargo, se enriquece en los siglos sucesivos con la oracin de otros muchos pecadores que recuperan los temas del corazn nuevo y del Espritu de Dios infundido en el hombre redimido, segn la enseanza de los profetas Jeremas y Ezequiel (cf. v. 12; Jeremas 31,31-34; Ezequiel 11,19; 36, 24-28).

    2. El Salmo 50 presenta dos horizontes. Ante todo, aparece la regin tenebrosa del pecado (cf. versculos 3-11), en la que se sita el hombre desde el inicio de su existencia: Mira, en la culpa nac, pecador me concibi mi madre (versculo 7). Si bien esta declaracin no puede ser asumida como una formulacin explcita de la doctrina del pecado original tal y como ha sido delineada por la teologa cristiana, no cabe duda de que es coherente: expresa de hecho la dimensin profunda de la debilidad moral innata en el hombre. El Salmo se presenta en esta primera parte como un anlisis ante Dios del pecado. Utiliza tres trminos hebreos para definir esta triste realidad que procede de la libertad humana mal utilizada.

    3. El primer vocablo hatt significa literalmente no dar en el blanco: el pecado es una aberracin que nos aleja de Dios, meta fundamental de nuestras relaciones, y por consiguiente tambin nos aleja del prjimo. El segundo trmino hebreo es awn, que hace referencia a la imagen de torcer, curvar. El pecado es, por tanto, una desviacin tortuosa del camino recto; es la inversin, la distorsin, al deformacin del bien y del mal, en el sentido declarado por Isaas: Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad (Isaas 5, 20). Precisamente por este motivo, en la Biblia la conversin es indicada como un regresar (en hebreo shb) al camino recto, haciendo una correccin de ruta.

    La tercera palabra con la que el Salmista habla del pecado es pesh. Expresa la rebelin del sbdito contra su soberano, y por tanto constituye un desafo abierto dirigido a Dios y a su proyecto para la historia humana.

    4. Si por el contrario el hombre confiesa su pecado, la justicia salvfica de Dios se demuestra dispuesta a purificarlo radicalmente. De este modo, se pasa a la segunda parte espiritual del Salmo, la luminosa de la gracia (cf. versculos 12-19). A travs de la confesin de las culpas se abre de hecho para el orante un horizonte de luz en el que Dios acta. El Seor no obra slo negativamente, eliminando el pecado, sino que vuelve a crear la humanidad pecadora a travs de su Espritu vivificante: infunde en el hombre un corazn nuevo y puro, es decir, una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de una fe lmpida y de un culto agradable a Dios.

    Orgenes habla en este sentido de una terapia divina, que el Seor realiza a travs de su palabra mediante la obra sanadora de Cristo: Al igual que Dios predispuso los remedios para el cuerpo de las hierbas teraputicas sabiamente mezcladas, as tambin prepar para el alma medicinas con las palabras infusas, esparcindolas en las divinas Escrituras... Dios dio tambin otra actividad mdica de la que es primer exponente el Salvador, quien dice de s: "No tienen necesidad de mdico los sanos; sino los enfermos". l es el mdico por excelencia capaz de curar toda debilidad, toda enfermedad (Omelie sui Salmi --Homilas sobre los Salmos--, Florencia 1991, pginas 247-249).

    5. La riqueza del Salmo 50 merecera una exgesis detallada en todas sus partes. Es lo que haremos cuando vuelva a resonar en las Laudes de los diferentes viernes. La mirada de conjunto, que ahora hemos

  • dirigido a esta gran splica bblica, nos revela ya algunos componentes fundamentales de una espiritualidad que debe reflejarse en la existencia cotidiana de los fieles. Ante todo se da un sentido sumamente vivo del pecado, percibido como una decisin libre, de connotaciones negativas a nivel moral y teologal: contra ti, contra ti slo pequ, comet la maldad que aborreces (versculo 6).

    No menos vivo es el sentimiento de la posibilidad de conversin que aparece despus en el Salmo: el pecador, sinceramente arrepentido (cf. versculo 5), se presenta en toda su miseria y desnudez ante Dios, suplicndole que lo le rechace de su presencia (cf. versculo 13).

    Por ltimo, en el Miserere, se da una arraigada conviccin del perdn divino que borra, lava, limpia al pecador (cf. versculos 3-4) y llega incluso a transformarlo en una nueva criatura de espritu, lengua, labios, corazn transfigurados (cf. versculos 14-19). Aunque nuestros pecados fueran negros como la noche --afirmaba santa Faustina Kowalska--, la misericordia divina es ms fuerte que nuestra miseria. Slo hace falta una cosa: que el pecador abra al menos un poco la puerta de su corazn... el resto lo har Dios... Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia termina (M. Winowska, Licona dellAmore misericordioso. Il messaggio di suor Faustina --Icono del Amor misericordioso. El mensaje de sor Faustina--, Roma 1981, p. 271).

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    Captulo 13: Dios, Seor carioso del mundo y de la historia

    1. La tradicin de Israel ha dado al himno de alabanza que acabamos de proclamar el ttulo de Salmo para la todh, es decir, para la accin de gracias en el canto litrgico, por lo que se presta muy bien a ser entonado en las Laudes matutinas. En los pocos versculos de este gozoso himno se pueden identificar tres elementos significativos, capaces de hacer fructuosa su recitacin por parte de la comunidad cristiana orante.

    2. Ante todo aparece el intenso llamamiento a la oracin, claramente descrita en dimensin litrgica. Basta hacer la lista de los verbos en imperativo que salpican el Salmo y que aparecen acompaados por indicaciones de carcter ritual: Aclamad..., servid al Seor con alegra entrad en su presencia con vtores. Sabed que el Seor es Dios... Entrad por sus puertas con accin de gracias, por sus atrios con himnos, dndole gracias y bendiciendo su nombre (versculos 2-4). Una serie de invitaciones no slo a penetrar en el rea sagrada del templo a travs de las puertas y los patios (cf. Salmo 14, 1; 23, 3.7-10), sino tambin a ensalzar a Dios de manera festiva.

    Es una especie de hilo conductor de alabanza que no se rompe nunca, expresndose en una continua profesin de fe y de amor. Una alabanza que desde la tierra se eleva hacia Dios, pero que al mismo tiempo alimenta el espritu del creyente.

    3. Quisiera hacer una segunda y breve observacin sobre el inicio mismo del canto, en el que el Salmista hace un llamamiento a toda la tierra a aclamar al Seor (cf. v. 1). Ciertamente el Salmo centrar despus su atencin en el pueblo elegido, pero el horizonte abarcado por la alabanza es universal, como con frecuencia sucede en el Salterio, en particular en los as llamados himnos al Seor rey (cf. Salmos 95-98). El mundo y la historia no estn en manos del azar, del caos, o de una necesidad ciega. Son gobernados por un Dios misterioso, s, pero al mismo tiempo es un Dios que desea que la humanidad viva establemente segn relaciones justas y autnticas. l afianz el orbe, y no se mover; l gobierna a los pueblos rectamente... regir el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad (Salmo 95, 10.13).

    4. Por este motivo, todos estamos en las manos de Dios, Seor y Rey, y todos le alabamos, con la confianza de que no nos dejar caer de sus manos de Creador y Padre. Desde esta perspectiva, se puede apreciar mejor el tercer elemento significativo del Salmo. En el centro de la alabanza que el Salmista pone en nuestros labios se encuentra de hecho una especie de profesin de fe, expresada a travs de una serie de atributos que definen la realidad ntima de Dios. Este credo esencial contiene las siguientes afirmaciones: el Seor es Dios: el Seor es nuestro creador, nosotros somos su pueblo, el Seor es bueno, su amor es eterno, su fidelidad no tiene lmites (cf. versculos 3-5).

  • 5. Ante todo nos encontramos frente a una renovada confesin de fe en el nico Dios, como pide el primer mandamiento del Declogo: Yo soy el Seor, tu Dios... No habr para ti otros dioses delante de m (xodo 20, 2.3). Y, como se repite con frecuencia en la Biblia: Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazn que el Seor es el nico Dios all arriba en el cielo, y aqu abajo en la tierra; no hay otro.

    Se proclama despus la fe en el Dios creador, manantial del ser y de la vida. Sigue despus la afirmacin expresada a travs de la as llamada frmula de la alianza, de la certeza que tiene Israel de la eleccin divina: somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebao (v. 3). Es una certeza que hacen propia los fieles del nuevo Pueblo de Dios, con la conciencia de constituir el rebao que el Pastor supremo de las almas las lleva a los prados eternos del cielo (cf. IPedro 2, 25).

    6. Despus de la proclamacin del Dios nico, creador y fuente de la alianza, el retrato del Seor ensalzado por nuestro Salmo contina con la meditacin en tres cualidades divinas con frecuencia exaltadas en el Salterio: la bondad, el amor misericordioso (hsed), la fidelidad. Son las tres virtudes que caracterizan la alianza de Dios con su pueblo; expresan un lazo que no se romper nunca, a travs de las generaciones y a pesar del ro fangoso de pecado, de rebelin y de infidelidad humanas. Con serena confianza en el amor divino que no desfallecer nunca, el pueblo de Dios se encamina en la historia con sus tentaciones y debilidades diarias.

    Y esta confianza se convierte en un canto que no siempre puede expresarse con palabras, como observa san Agustn: Cuanto ms aumente la caridad, ms te dars cuenta de lo que decas y no decas. De hecho, antes de saborear ciertas cosas, creas que podas utilizar palabras para hablar de Dios; sin embargo, cuando has comenzado a sentir su gusto, te das cuenta de que no eres capaz de explicar adecuadamente lo que experimentas. Pero si te das cuenta de que no sabes expresar con palabras lo que sientes, tendrs por eso que callarte y no cantar sus alabanzas?... Por ningn motivo. No seas tan ingrato. A l se le debe el honor, el respeto, y la alabanza ms grande... Escucha el Salmo: "Aclama al Seor, tierra entera!". Comprenders la exultacin de toda la tierra si t mismo exultas con el Seor (Comentarios a los Salmos, Esposizioni sui Salmi III/1, Roma 1993, p. 459).

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    Captulo 14: La vida del cristiano, una alabanza al amor

    1. Este Salmo 116, el ms breve de todos, est compuesto en el original hebreo por tan slo diecisiete palabras, de las cuales nueve son particularmente relevantes. Se trata de una pequea doxologa, es decir, un canto esencial de alabanza, que podra servir como broche final para himnos de oracin ms amplios. As se haca, de hecho, en algunas ocasiones en la liturgia, como acontece con nuestro Gloria al Padre, que pronunciamos al concluir la recitacin de cada Salmo.

    En verdad, estas pocas palabras de oracin se revelan significativas y profundas para exaltar la alianza entre el Seor y su pueblo, dentro de una perspectiva universal. Desde este punto de vista, el primer versculo del Salmo es utilizado por el apstol Pablo para invitar a todos los pueblos del mundo a glorificar a Dios. Escribe a los cristianos de Roma: Los gentiles glorifican a Dios por su misericordia, como dice la Escritura: "Alabad, gentiles todos, al Seor y cntenle himnos todos los pueblos" (Romanos 15, 9.11).

    2. El breve himno que estamos meditando comienza, por tanto, como sucede con frecuencia con este tipo de Salmos, con una invitacin a la alabanza , que no es dirigida slo a Israel, sino a todos los pueblos de la tierra. Un aleluya debe surgir de los corazones de todos los justos que buscan y aman a Dios con corazn sincero. Una vez ms, el Salterio refleja una visin de amplios horizontes, alimentada probablemente por la experiencia vivida por Israel durante el exilio en Babilonia en el siglo VI a. C. El pueblo judo encontr entonces otras naciones y culturas y experiment la necesidad de anunciar su propia fe a aqullos entre los que viva. En el Salterio se da la consciencia de que el bien florece en muchos terrenos y puede ser orientado hacia el nico Seor y Creador.

  • Podemos, por eso, hablar de un ecumenismo de la oracin, que abarca en un abrazo a pueblos diferentes por su origen, historia y cultura. Nos encontramos en misma lnea de la gran visin de Isaas que describe al final de los das la afluencia de todas las gentes hacia el monte del templo del Seor. Caern, entonces, de las manos las espadas y las lanzas; es ms, se convertirn en arados y hoces, para que la humanidad viva en paz, cantando su alabanza al nico Seor de todos, escuchando su palabra y observando su ley (cf. Isaas 2,1-5).

    3. Israel, el pueblo de la eleccin, tiene en este horizonte universal una misin que cumplir. Tiene que proclamar dos grandes virtudes divinas, que ha experimentado viviendo la alianza con el Seor (cf. versculo 2). Estas dos virtudes, que son como los rasgos fundamentales del rostro divino, el binomio de Dios, como deca San Gregorio de Niza (cf. Sobre los ttulos de los Salmos --Sui titoli dei Salmi--, Roma 1994, p. 183), se expresan con trminos hebreos que, en las traducciones, no logran brillar con toda la riqueza de su significado.

    El primero es hsed, un trmino utilizado en varias ocasiones en el Salterio sobre el que ya me detuve en otra ocasin. Indica la trama de los sentimientos profundos que tienen lugar entre dos personas, ligadas por un vnculo autntico y constante. Abarca, por tanto, valores como el amor, la fidelidad, la misericordia, la bondad, la ternura. Entre nosotros y Dios se da, por tanto, una relacin que no es fra, como la que tiene lugar entre un emperador y su sbdito, sino palpitante, como la que se da entre dos amigos, entre dos esposos, o entre padres e hijos.

    4. El segundo trmino es emt y es casi sinnimo del primero. Tambin es sumamente privilegiado por el Salterio, que lo repite casi la mitad de las veces en las que resuena en el resto del Antiguo Testamento.

    El trmino de por s expresa la verdad, es decir, el carcter genuino de una relacin, su autenticidad y lealtad, que se mantiene a pesar de los obstculos las pruebas; es la fidelidad pura y gozosa que no conoce doblez. No por casualidad el Salmista declara que dura por siempre (versculo 2). El amor fiel de Dios no desfallecer y no nos abandonar a nosotros mismos, a la oscuridad de la falta de sentido, de un destino ciego, del vaco y de la muerte.

    Dios nos ama con un amor incondicional, que no conoce cansancio ni se apaga nunca. Este es el mensaje de nuestro Salmo, tan breve casi como una jaculatoria, pero intenso como un gran cntico.

    5. Las palabras que nos sugiere son como un eco del cntico que resuena en la Jerusaln celestial, donde una muchedumbre inmensa de toda lengua, pueblo y nacin, canta la gloria divina ante el trono de Dios y ante el Cordero (cf. Apocalipsis 7, 9). La Iglesia peregrina se une a este cntico con infinitas expresiones de alabanza, moduladas con frecuencia por el genio potico y el arte musical, Pensemos, por poner un ejemplo, en el Te Deum del que generaciones enteras de cristianos se han servido a travs de los siglos para cantar alabanzas y accin de gracias: Te Deum laudamus, te Dominum confitemur, te aeternum Patrem omnis terra veneratur. Por su parte, el pequeo Salmo que hoy estamos meditando es una eficaz sntesis de la perenne liturgia de alabanza de la que se hace eco la Iglesia en el mundo, unindose a la alabanza perfecta que Cristo mismo dirige al Padre.

    Alabemos, por tanto, al Seor! Alabmosle sin cansarnos. Pero antes de expresar nuestra alabanza con palabras, debe manifestarse con la vida. Seremos muy poco crebles si invitramos a los pueblos a dar gloria al Seor con nuestro salmo y no tomramos en serio la advertencia de Jess: Brille vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que est en los cielos (Mateo 5, 16). Cantando el Salmo 116, como sucede con todos los Salmos que aclaman al Seor, la Iglesia, Pueblo de Dios, se esfuerza por convertirse ella misma en un cntico de alabanza. . El cntico que acabamos de escuchar est tomado de la primera parte de un extenso y bello himno que se encuentra engarzado en la traduccin griega del libro de Daniel. Lo cantan tres jvenes judos arrojados a un horno por haberse negado a adorar la estatua del rey babilonio Nabucodonosor. Otro pasaje del mismo canto es propuesto por la Liturgia de las Horas y por las Laudes del domingo en la primera y en la tercera semana del Salterio litrgico.

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  • Captulo 15: La oracin, una cuestin de amor

    1. El cntico que acabamos de escuchar (Salmo 116) est tomado de la primera parte de un extenso y bello himno que se encuentra engarzado en la traduccin griega del libro de Daniel. Lo cantan tres jvenes judos arrojados a un horno por haberse negado a adorar la estatua del rey babilonio Nabucodonosor. Otro pasaje del mismo canto es propuesto por la Liturgia de las Horas y por las Laudes del domingo en la primera y en la tercera semana del Salterio litrgico.

    El libro de Daniel, como es conocido, refleja los fermentos, las esperanzas y las expectativas apocalpticas del pueblo elegido, que en

    la poca de los Macabeos (siglo II a.c.) se encontraba en lucha para poder vivir segn la Ley que le haba dado Dios.

    Desde el horno, los tres jvenes preservados milagrosamente de las llamas cantan un himno de bendicin a Dios. Este himno es como una letana, repetitiva y a la vez nueva: sus invocaciones suben hasta Dios como figuras espirales de humo de incienso, recorriendo el espacio con formas semejantes pero nunca iguales. La oracin no tiene miedo de la repeticin, como el enamorado no duda en declarar infinitas veces a la amada todo su cario. Insistir en las mismas cuestiones es signo de intensidad y de los mltiples matices propios de los sentimientos, de los impulsos interiores, y de los afectos.

    2. Hemos escuchado la proclamacin del inicio de este himno csmico, contenido en el captulo tercer de Daniel, en los versculos 52-57. Es la introduccin que precede al grandioso desfile de las criaturas involucradas en la alabanza. Una mirada panormica de todo el canto en su desarrollo en forma de letana nos permite descubrir una sucesin de componentes que constituyen la trama de todo el himno. Comienza con seis invocaciones dirigidas directamente a Dios; a las que les sigue un llamamiento universal a las criaturas todas del Seor para que abran sus labios a la bendicin (cf. versculo 57).

    Esta es la parte que consideramos hoy y que la liturgia propone para las Laudes del domingo de la segunda semana. Sucesivamente el canto se desarrollar convocando a todas las criaturas del cielo y de la tierra a alabar y cantar las grandezas de su Seor.

    3. Nuestro pasaje inicial ser retomando en otra ocasin por la liturgia, en las Laudes del domingo de la cuarta semana. Por este motivo, escogeremos por el momento slo algunos de sus elementos para nuestra reflexin. El primer lugar, cabe sealar la invitacin a entonar una bendicin: Bendito eres Seor..., que se convertir al final en Bendecid...!. En la Biblia, existen dos formas de bendicin, que se entrecruzan. Por un lado, est la que desciende de Dios: el Seor bendice a su pueblo (cf. Nmeros 6, 24-27). Es una bendicin eficaz, manantial de fecundidad, felicidad y prosperidad. Por otro lado, est la bendicin que sube desde la tierra hasta el cielo. El hombre, beneficiado por la generosidad divina, bendice a Dios, alabndole, dndole gracias, exaltndole: Bendice al Seor, alma ma (Salmo 102, 1; 103, 1).

    La bendicin divina pasa con frecuencia por mediacin de los sacerdotes a travs de imposicin de las manos (cf. Nmeros 6, 22-23.27; Sircide 50, 20-21); la bendicin humana, sin embargo, se expresa en el himno litrgico que se eleva al Seor desde la asamblea de los fieles.

    4. Otro elemento que consideramos dentro del pasaje que ahora se propone a nuestra meditacin est constituido por la antfona. Podemos imaginarnos al solista, en el templo lleno de gente, entonando la bendicin: Bendito eres Seor y haciendo la lista de las diferentes maravillas divinas, mientras la asamblea de los fieles repeta constantemente la frmula Digno de alabanza y gloria por los siglos. Es lo mismo que suceda con el Salmo 135, conocido como el Gran Hallel, es decir, la gran alabanza, donde el pueblo repeta: Eterna es su misericordia, mientras un solista enumeraba los diferentes actos de salvacin realizados por el Seor a favor de su pueblo.

    El objeto de la alabanza de nuestro salmo es ante todo el nombre glorioso y santo de Dios, cuya proclamacin resuena en el templo que a su vez tambin es santo y glorioso. Los sacerdotes y el pueblo, mientras contemplan en la fe a Dios que se sienta sobre el trono de su reino, perciben su mirada que sondea los abismos y de esta conciencia mana la alabanza del corazn: Bendito... bendito....

  • Dios, que se sienta sobre querubines y que tiene como morada la bveda del