Juliá- Elogio de Historia en Tiempo de Memoria

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    BibliotecaClsica

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    MARCIAL PONS HISTORIA

    CONSEJO EDITORIAL

    Antonio M. BernalPablo Fernndez AlbaladejoEloy Fernndez Clemente

    Juan Pablo FusiJos Luis Garca DelgadoSantos JuliRamn ParadaCarlos Pascual del Pino

    Manuel Prez LedesmaJuan PimentelBorja de RiquerPedro Ruiz TorresRamn Villares

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    ELOGIO DE HISTORIAEN TIEMPO DE MEMORIA

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    SANTOS JULI

    ELOGIO DE HISTORIA

    EN TIEMPO DE MEMORIA

    Fundacin Alfonso Martn EscuderoMarcial Pons Historia

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    Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizacin escrita de los titulares delCopyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccin total o parcialde esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografa y el

    tratamiento informtico, y la distribucin de ejemplares de ella mediante alquiler oprstamo pblicos.

    Santos Juli

    Fundacin Alfonso Martn EscuderoAvenida de Brasil, 30 - 28020 Madrid 91 597 05 [email protected]

    Marcial Pons, Ediciones de Historia, S. A.San Sotero, 6 - 28037 Madrid 91 304 33 [email protected]

    ISBN:

    Diseo de la cubierta: Manuel Estrada. Diseo Grfico

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    NDICE

    Pg.

    PRESENTACIN Y AGRADECIMIENTOS ............................... 9

    1. HISTORIADOR POR AZAR................................................... 13

    2. EN TRANSICIN, O CUANDO LA MEMORIA LLEVA LA AMNISTA ...................................................................... 19

    3. ENTRE HISTORIADORES PBLICOS................................ 43

    4. EL MEJOR MOMENTO DE LA HISTORIA SOCIAL ........ 65

    5. LA HISTORIA EN CRISIS................................................. 79

    6. O PLURALISMO Y NUEVOS TERRITORIOS?.............. 89

    7. UN SIGLO DE ESPAA, ENSAYOS DE INTERPRETA-

    CIN.......................................................................................... 105

    8. VCTIMAS, INTELECTUALES Y, DE NUEVO, AZAA... 117

    9. LA MEMORIA COTIZA AL ALZA........................................ 131

    10. Y LOS POLTICOS RECUPERAN LA MEMORIA ........... 143

    11. MEMORIA HISTRICA COMO IDEOLOGA POLTICA. 179

    12. FEDERICO GARCA LORCA, MUERTE Y MEMORIA... 205

    13. ESBOZO DE MEMORIA DE UNA GENERACIN ......... 217

    14. EL HISTORIADOR, ARTESANO EN SU TALLER ........... 229

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    El texto que sigue es una considerable ampliacin de unaconferencia que pronunci en el X Congreso de la Asociacin deHistoria Contempornea, celebrado en la Universidad de Can-tabria los das 16 a 18 de septiembre de 2010. Quiero agradecer,

    antes de nada, a la junta directiva de la Asociacin, y muy par-ticularmente a los profesores Carlos Forcadell, ngeles Barrio yJavier Moreno, la invitacin a un miembro de la generacin queOrtega llamara superviviente para dibujar ante sus colegas unaespecie de autorretrato profesional y contarles su experiencia,larga ya, de treinta y cinco aos, como historiador. Si desdeel primer momento sent que no poda negarme a esta cordialinvitacin fue, aparte de expresar mi agradecimiento por tan

    inesperado y honroso encargo, porque a todo el mundo le llega,como sin querer, el momento de preguntarse qu ha sido de lostrabajos de sus das. Una pregunta que he demorado hasta hoy,pero que se ha vuelto ms punzante cuando compruebo que unmundo que me resultaba familiar, y pareca slido, se ha disueltoen el aire, que se ha producido como una especie de quiebraentre aquel ayer, cuando me inici en el oficio de la historia, yeste hoy, que es de otras generaciones, de otras gentes con otras

    preguntas, con diferentes preocupaciones y respuestas y en elque yo tambin siento, como Tony Judt, que algo va mal. Podaser conveniente, en efecto, reflexionar un rato en voz alta antesde decidir si no es buen momento de echar la persiana, cerrar

    PRESENTACIN Y AGRADECIMIENTOS

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    el taller y tomar la jubilacin, que hoy mismo, a los setenta aos

    de mi nacimiento, comienza para m como lo que es, segn elDRAE:una disposicin que, por razn de vejez, largos servicioso imposibilidad, y generalmente con derecho a pensin, cese unfuncionario civil en el ejercicio de su carrera o destino: descan-sar, slo leer, pasear y volver a escuchar las msicas y los cantesde tiempos irremediablemente pasados.

    Y en este momento, cuando ya se anuncia la retirada, no hepodido evitar la tentacin de emprender este viaje al pasado, a

    mi pasado, con el elogio de historia en tiempo de memoria quepretendo desarrollar en ests pginas. Elogio quiere decir que noadoptar la figura del guerrero que sale en defensa de su damacontra los peligros que supuestamente la acechan; tampoco quevaya a medir sus excelencias frente a otra de las muchas vasde traer el pasado al presente, como es la memoria: ni defensorque va a una guerra ni caballero que disputa un torneo, ya megustara, si pudiera, adoptar el aire y la voz de un juglar. No es

    mi propsito, pues, establecer una jerarqua, menos an unaoposicin, ni levantar una empalizada entre historia y memoria.Lo nico que pretendo es contar el tramo de mi vida profesionaldedicado a un oficio que, al llenarme de historia, me ha depa-rado momentos muy gratificantes, primero, por lo que es en smismo, una fuente de inagotable curiosidad por gentes y cosasde ese pas extrao o extranjero que es el pasado, y el placer decontarlas; adems, por la innumerable cantidad de ocasionesde encuentro y debate con otros colegas, desde un lejano dade 1979 en que, atendiendo la invitacin de Manuel Tun deLara, acud al X Coloquio de Pau, hasta este mismo momentoen que celebramos otro X Congreso, el de nuestra Asociacin. Ypronunciar este elogio, que se refiere tambin a la autonoma y ala vigencia de este oficio, acompaado de unas reflexiones sobreun tiempo, el que va del fin de la Dictadura hasta hoy, en quela historia ha compartido y comparte necesariamente la miradahacia el pasado con otras muchas formas de representacin: la

    novela, el teatro, el documental, la fotografa, el cine, las seriesde televisin, los museos, las exposiciones y, muy especialmentepor lo que me atae en este acto, la memoria. Todos, de unamanera u otra, formamos parte de lo que Jaume Vicens, en su

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    Presentacin y agradecimientos 11

    Noticia de Catalua, llamaba la gran familia de observadores

    de los hechos del pasado.Para esta versin ampliada, he mantenido a ratos la evoca-cin personal de mi experiencia como historiador, como mehaban encargado los organizadores del congreso, pero he aa-dido unas reflexiones sobre los avatares de nuestro oficio desdelos tiempos de la hegemona de lo social hasta la invasin de locultural, unos trabajos sobre las polticas pblicas de la memoriadesarrolladas durante los ltimos treinta y cinco aos, desde la

    Ley de Amnista a la Ley llamada de la Memoria Histrica, yuna de mis intervenciones, a propsito de la exhumacin de losrestos de Federico Garca Lorca, en uno de los debates sobrememoria que han tenido lugar en fechas recientes. Ha queda-do as un hbrido en el que lo profesional autobiogrfico viajasobre un fondo de corrientes de historia y de debates sobre laspolticas hacia el pasado y el lugar de la memoria. No estoy muyseguro del resultado, pero eso no es bice para agradecer a Car-los Pascual y a Ramn Parada el inters que han mostrado por lapublicacin de estas pginas, que van dedicadas a los queridoscolegas y amigos de la Asociacin de Historia Contemporneaque recibieron este elogio de historia con un conmovedor afectoen un da para m inolvidable.

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    Metidos, pues, en este viaje, comenzar por recordar que nocurs estudios ni tengo ningn grado acadmico en la materiaque en estas pginas ser objeto de mi elogio. Mi dedicacin ala historia 1fue producto de un tardo azar: en octubre de 1973

    llevaba unos meses como director-gerente de un hermoso colegiode preescolar, EGB y bachillerato en el Aljafare de Sevilla cuan-do tropec con un anuncio de convocatoria de becas para Es-tados Unidos. Present mi solicitud, la comisin Fulbright, queadministraba aquellas becas llamadas de las bases, me convoca una entrevista y, contra toda lgica y para mi gran sorpresa,movidos sus miembros quiz por lo atpico de mi candidaturay el calor que puse en la defensa de mi solicitud cerca ya de

    los treinta y cinco aos de edad, me sera imposible solicitar enninguna otra ocasin una beca para dedicarme a la investigacin,les dije, me la concedieron. Por segunda vez me dispuse aabandonar Sevilla, adonde haba ido a parar desde Vigo, con mispadres y hermanos, a principios de septiembre de 1946, uno msde los millones de trastornos sufridos por familias espaolas aconsecuencia de la rebelin militar, la guerra civil y la represin

    1 Historia significa en adelante anlisis o relatos escritos por historiadoressobre hechos del pasado. Para evitar equvocos, cuando me refiera a hechos suce-didos en el pasado, utilizar, como sustantivo, la voz pasado.

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    HISTORIADOR POR AZAR

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    el campus de la Universidad de Stanford tropec con la pesada

    torre de la Hoover Institution on War, Revolution and Peace,institucin muy conservadora que cuenta en sus depsitos conuna estupenda coleccin de libros, folletos, revistas y peridicosdel tiempo de la Repblica y la Guerra Civil, legado de aquelgeneroso y cordial, y no por eso menos acrrimo anticomunista,enviado de United Press a Espaa, que fue Burnett Bolloten.Dej de lado, sin abandonar del todo, el proyecto para el quela comisin Fulbright me haba becado y solicit en la Hoover,

    y me asignaron, uno de los cubculos dispuestos para investi-gadores en la planta baja de la misma torre. En aquel estrechoy silencioso lugar pas cerca de dos aos sumergido en unabibliografa hasta entonces desconocida para m: socialismo ycomunismo europeos, revolucin rusa, revolucin china 3, mar-xismo y, avanzando hasta ocupar todo el terreno, Repblica,socialismo y comunismo espaoles, Leviatn, Claridad, Comu-nismo,algo de El Socialistay deMundo Obrero,en fin, papeles,

    revistas, peridicos, de los aos treinta, un tiempo por el queandaba yo intrigado desde el da en que don Ramn Carandeme recomendara, en uno de nuestros largos paseos por Sevilla,la lectura de las obras de un personaje del que hasta entoncesapenas haba odo hablar, excepto en trminos denigratorios,pero que andando el tiempo influir grandemente en mi visiny en mi manera de escribir sobre la Espaa de la Repblica y dela Guerra Civil, Manuel Azaa.

    Del apacible campus de Stanford me traje el esqueleto delprimero de mis libros dedicados al socialismo espaol y a laRepblica, que llen de la carne que faltaba en la HemerotecaMunicipal de Madrid, mientras completaba la licenciatura ensociologa presentndome por libre en la Complutense. Laeditorial Siglo XXI, para la que aos antes haba traducido del

    3 Sobre la revolucin y la China de Mao haba publicado yo en 1971 un libritopara la coleccin Problemas candentes de la historia, de Crculo de Amigos dela Historia, por encargo de Daniel Romero, que titulLa China Popular,devueltopor la censura como La China Roja,y tachado todo lo relativo a la larga marcha,que debi de sonar a los censores demasiado pico.

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    francs varios captulos de una Historia de la Filosofa,editada

    por la Pliade, me lo public, tras pasar de nuevo por las manosy bajo la mirada de Fernando Claudn, en octubre de 1977, diezaos despus de nuestro encuentro en Pars 4. Y de esa mane-ra, si a la vuelta de Pars en 1968 haba dado por concluida latransicin, iniciada aos antes en Sevilla, de Karl Rahner y susEscritos de Teologaa Max Weber y su Economa y sociedad,osea, del ltimo telogo que mantuvo por unos aos los rescoldosde una evanescente fe cristiana al socilogo que me abri los

    ojos al desencantamiento del mundo, en aquel cubculo de laHoover, en Stanford, realic la transicin virtual del socilogode las revoluciones que yo hubiera querido ser, al historiadorque realmente empec a ser; de Weber y otros fundadores dela sociologa histrica a Largo Caballero y dems dirigentes delsocialismo espaol de los aos treinta: un radical descenso, comoes notorio, hasta alcanzar mi verdadero nivel de competencia.La suerte fue que, sumergido en una amplia bibliografa sobre

    socialismo y comunismo de Alemania y Francia, y tambin deGran Bretaa e Italia, pude enfocar mi trabajo sobre socialismoy comunismo espaoles a la luz de otras experiencias europeasde entreguerras, lo que me proporcion conceptos y perspectivasa los que probablemente no habra tenido acceso si me hubieraquedado en Espaa, y marc, porque as vinieron las cosas, miforma de trabajar en el futuro: mirando desde fuera para mejorentender lo ocurrido dentro.

    En la decisin de emprender el camino hacia nuestro inme-diato pasado, adems de una clara conciencia de lo limitado demi capacidad y lo escaso de mis recursos para la teora sociolgi-ca y para las grandes comparaciones, fue determinante la posibi-lidad de disponer, sin agobios de tiempo, de aquella coleccin defolletos y peridicos sobre Repblica y Guerra Civil depositadaen la Hoover Institution y de los ricos fondos de la biblioteca dela Universidad de Stanford. Me incorporaba as, cuando ya haba

    4 Los captulos traducidos fueron de Historia de la Filosofa,vol. 1, El pensa-miento prefilosfico y oriental,y vol. 2,La filosofa griega,Madrid, Siglo XXI, 1971y 1972. El libroLa izquierda del PSOE, 1935-1936apareci en octubre de 1977.

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    rebasado lo que Ortega consideraba la mitad del camino de la

    vida, al ltimo lugar en la larga fila de espaoles que han sentidocomo un fardo y como un acicate la necesidad de comprenderqu nos haba ocurrido en Espaa, qu haba sido de aquel po-tente movimiento obrero y campesino, de aquellos profesionalese intelectuales que haban llenado de vitalidad, arte y ciencialas tres primeras dcadas del siglo, de aquella oleada de repu-blicanismo que sumergi a la monarqua borbnica y de aquelpueblo republicano sobre los que se haba sostenido la primera

    democracia espaola del siglo XX; por qu fracas la revolucinsocial y fue derrotada la Repblica, por qu un pas que tantoprometa en torno a 1930 acab diez aos despus, precisamenteel ao en que yo nac, en aquella miseria que las gentes de migeneracin recibimos en mala hora como legado. En la lejana yla quietud de Stanford, y con la posibilidad a mano de compararcon otros pases europeos la trayectoria y el destino final de lospartidos obreros y republicanos espaoles, comenc a buscarrespuestas a esas preguntas mientras en Espaa, cumplindosepor fin el tan esperado y tanto tiempo demorado hecho biolgi-co, agonizaba y mora el general Francisco Franco, que siemprehaba estado all, como el rinoceronte.

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    Recuerdo bien que de regreso en Madrid, al trmino de lanica prrroga posible de mi beca, me sorprendi la celebra-cin, en abril de 1976, de un congreso de la Unin Generalde Trabajadores: decididamente, la Espaa que haba dejado

    en el verano de 1974 entraba en la primavera de 1976 en unrpido proceso de cambio poltico, perceptible en la calle, enla conquista de espacios pblicos por grupos, asociaciones ypartidos hasta entonces clandestinos, en mtines y encuentrosde plataformas polticas ilegales pero que ahora actuaban a caradescubierta, en manifestaciones y carreras por la libertad, laamnista y los estatutos de autonoma; en programas y manifies-tos de las entonces llamadas instancias unitarias; en huelgas

    y concentraciones reprimidas por la polica o la guardia civilcon su habitual brutalidad, sin ahorrar disparos ni palizas; enasambleas de movimientos ciudadanos, de barrio, feministas. Einmediatamente, desde la cada del gobierno Arias, esa sensacinnica, irrepetible, de vivir todava en un pasado que pugna porno desaparecer y un futuro que est ya ah, presente, pero queno acaba de llegar.

    Los partidos polticos ya podan celebrar reuniones, convocar

    mtines, organizar congresos sin temor a que, a la salida, vinieranlos de la poltico-social a llevarse a comisara a alguno de los ora-dores o a los dirigentes ms destacados, como haba ocurrido enenero, cuando Simn Snchez Montero volvi a la crcel despus

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    EN TRANSICIN, O CUANDOLA MEMORIA LLEV A LA AMNISTA

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    de impartir, junto a Joaqun Ruiz-Gimnez, una conferencia en

    la Universidad Complutense; o, a finales de marzo, cuando Ma-nuel Fraga presuma, como ministro de la Gobernacin, de quela calle era suya. Quedaba, desde luego, el Partido Comunista,del que todos los peridicos daban noticia, con sus dirigentesconocidos y respetados por el resto de la oposicin, como elmismo Snchez Montero o Manuel Azcrate, tomando parteactiva en los debates y en las resoluciones adoptadas, primeropor Coordinacin Democrtica y luego por la Plataforma de

    Organismos Unitarios, pero cuyo secretario general, SantiagoCarrillo, permaneca clandestino en Madrid, hasta que decidijugarse su futuro personal, y el futuro de su partido, a una solacarta, sin retorno posible: aparecer en pblico. La detencindur unos das, hasta que el gobierno, mostrando en la prcticaque el Decreto-Ley de Amnista de 30 de julio iba en serio, lopuso en libertad bajo una ligera fianza en vsperas del ao nuevocon el argumento de que no haba cargos contra l.

    No los haba? El Alczar,diario de la extrema derecha, con-sumada la detencin y puesta en libertad del secretario generaldel PCE, pretendi que el pasado no poda pasar y public,cubriendo la primera plana, una cruz sobre los nombres de losasesinados en Paracuellos, acusando a Santiago Carrillo comodirecto responsable de esos asesinatos por haber sido consejerode Orden Pblico en la Junta de Defensa de Madrid en el otoode 1936. Carrillo respondi a las acusaciones repitiendo que suparticipacin en este asunto era una especulacin poltica.Y aadi: No he querido contestar a estas acusaciones, pues,aparte de desmentirlas, tendra que desenterrar a los doscientosy pico mil muertos que han sido ejecutados despus de quefinalizase la guerra civil. Tendra tambin que desenterrar a losasesinados en la zona franquista durante la guerra, para acabarrecordando lo que ya haba explicado a la revista Guadianahacaunos meses: que una guerra civil es una cosa terrible, y en lanuestra hubo represin y hubo crmenes en ambos lados. Pocos

    das despus, tambin ABC se refiri a las responsabilidadescontradas durante nuestra guerra civil [por Santiago Carrillo]como uno de los responsables del genocidio de Paracuellos ycomenz una serie de reportajes con los testimonios de algunos

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    supervivientes de la matanza. Sus delitos, escribi Luca de Tena,

    estn prescritos, pero no olvidados, y a la vista de ello solici-taba canjear sus penas por un billete de ida sin vuelta a Mosc.En una situacin como aqulla, remataba un editorial de El Pas,las frecuentes referencias a los sucesos ms atroces y sangrientosocurridos durante la guerra civil tenan la evidente finalidad deconvertirlas en motivaciones operantes 1.

    Seguramente lo consiguieron: el mes de enero de 1977 pasa la historia como el de la semana ms sangrienta de todo el pro-

    ceso de transicin. El gobierno haba logrado un mes antes, conel referndum sobre la Ley para la Reforma Poltica, mantenersu iniciativa y disolver en la prctica el aparato institucional dela representacin orgnica de la Dictadura. Ese singular triun-fo haba reforzado su posicin, lo que le permiti suprimir elTribunal de Orden Pblico y preparar el desmantelamiento delresto del aparato poltico-burocrtico del rgimen franquista,muy especialmente, el Movimiento Nacional y la Organizacin

    Sindical, feudos de la ultraderecha; e iniciar, por el otro lado,una negociacin formal con las fuerzas de la oposicin, reunidasen la Plataforma de Organismos Democrticos y representadaspor la llamada Comisin de los Nueve (o de los Diez, cuandose incorporaba el representante de los sindicatos). El momentopoltico se caracterizaba, pues, por un claro retroceso de losinvolucionistas, un afianzamiento del gobierno, obligado ya porley a convocar elecciones generales, y un avance de la oposicin

    democrtica que, de la presin en la calle, pasaba, desde co-mienzos del nuevo ao, a la mesa de negociacin. Sin embargo,las reglas que regiran el nuevo sistema poltico estaban todavaen discusin y en lo que se refera al orden pblico no habandesaparecido las del antiguo. Por otra parte, la oposicin de unsector del ejrcito a las reformas en marcha haba quedado clara

    1 Carrillo no se considera responsable de la matanza de Paracuellos, El Pas,4 de enero de 1977; Ricardo Rambal, superviviente de Paracuellos, ABC,16 deenero de 1977; editorial, La libertad bajo fianza de Carrillo, y Torcuato LUCA DETENA, Un regalo para Carrillo, ABC,31 de diciembre de 1976; en fin, editorial,La memoria histrica, El Pas,7 de enero de 1977.

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    con la dimisin del general de Santiago como vicepresidente

    del gobierno en septiembre del ao anterior en protesta por elproyecto de reforma sindical y con el unnime voto contra la Leypara la Reforma Poltica del estamento militar representado enlas Cortes dos meses despus.

    Fue sa la coyuntura elegida por los grupos de la extremaderecha, que se quedaban fuera del sistema en gestacin, paragolpear con fuerza con objeto de extender un clima de pnicogeneralizado en el que pudiera legitimarse un parn a todo el

    proceso y hacer bueno el mal augurio anunciado en esas mismasfechas por Giovanni Sartori: Espaa muy bien puede volver,en un futuro no muy distante, a la pauta o a la senda por la queentr en los aos treinta, es decir, a un experimento caticoy excesivamente breve de sistema poltico pluripartidista y su-mamente polarizado 2. Si se quera provocar a los militares, seera el momento propicio. Tal vez lo nico que faltaba era causaruna grave conmocin del orden pblico para que los militaresse decidieran por fin a salir a la calle a cumplir su funcin tra-dicional de garantes ltimos de la seguridad; as se haca en elpasado y esta gente no vea motivo alguno para que no se hicieraas tambin en el presente. Lo que ms poda temer, y aborrecer,entonces una buena mayora de espaoles era el retorno al climaanterior a la guerra civil. Si en las manifestaciones comenzaban acaer jvenes con un tiro en la espalda y si se produca un escar-miento de esos comunistas que, ante el creciente malestar de losmilitares, avanzaban cada da sus posiciones hasta ser admitidos

    en la mesa de negociacin, tal vez poda recuperarse todava lacalle, obligar a las gente a meterse en sus casas y conseguir quetodo volviera al viejo orden militarizado.

    La provocacin comenz, pues, en la calle, en la GranVa, en pleno centro de Madrid, con el asesinato un tiro enla espalda de un joven en una manifestacin pro-amnista,siempre la amnista, que ahora se reclamaba completa, total,pues del Decreto-Ley de julio pasado haban quedado exclui-

    2 GiovanniSARTORI, Parties and party systems. A framework for analysis,Cam-bridge, Cambridge University Press, 1976, pp. 155 y 165.

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    dos los delitos y faltas de intencionalidad poltica que hubieran

    puesto en peligro o lesionado la vida o la integridad fsica delas personas 3. Los autores estaban vinculados a una de lasorganizaciones de la extrema derecha, Fuerza Nueva, matriz dediversos grupos terroristas y, especialmente, de los Guerrillerosde Cristo Rey. Al da siguiente, en una manifestacin de protestapor ese asesinato, un bote de humo lanzado por la polica acabcon la vida de una joven estudiante, circunstancia que aprove-charon terroristas con la misma adscripcin y relacionados con

    la Organizacin Sindical para reproducir la brutal escena, tantasveces repetida en la guerra civil, llevando contra la pared a ochoabogados y un conserje de un despacho laboralista vinculado aComisiones Obreras y al Partido Comunista. Cuatro abogados yel conserje murieron a consecuencia del fusilamiento, los demsquedaron tendidos en el suelo, gravsimamente heridos.

    El recurso al terror, para que sea un arma eficaz, adems, decontar con apoyos sociales o con complicidades en las fuerzasde seguridad, tiene que lograr el propsito de intimidacin ydebilitamiento de las instituciones inherente a sus atentados.En enero de 1977, los terroristas lograron exactamente lo con-trario. El atentado, que la misma prensa de la derecha irredentaatribuy a servicios secretos soviticos, con la tpica preguntade a quin aprovecha, levant una oleada de solidaridad con elPartido Comunista que dio, por su parte, pruebas de disciplinay contencin al encauzar pacfica y ordenadamente a la multitudcongregada en la plaza de las Salesas y en las calles adyacentes

    para asistir al entierro de los abogados asesinados. Era la prime-ra manifestacin multitudinaria presidida por banderas rojas ysaludada con puos en alto, pero acompaada en silencio y sinque nadie expresara voces de venganza, en un clima de profundatristeza. El entierro de sus militantes asesinados, con su fuertecontenido emocional, fue vivido por el Partido Comunista comosmbolo de la poltica de reconciliacin nacional que haba pro-pugnado desde los aos cincuenta y que los asesinatos de sus

    3 Real Decreto-Ley 10/1976, de 30 de julio, sobre Amnista, art. 1,BOE,4 deagosto.

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    militantes pretendan arruinar. Si decenas de miles de personas

    no hubieran decidido acompaar en aquella tarde plmbea a loscadveres de los abogados y del conserje asesinados, no habraquedado de manifiesto la voluntad de una gran mayora de espa-oles no ya de continuar adelante con el proceso de negociacin,sino de acelerarlo legalizando a todos los que en l participaban.La conquista de la legalidad por el Partido Comunista que to-dos, excepto ellos mismos, haban dejado para despus de laselecciones, avanz la tarde de aquel entierro ms que en los dos

    aos anteriores.Con esta evocacin de uno de los momentos ms duros delo que llamamos Transicin slo pretendo recordar que aqulfue un tiempo en que el pasado se nos meta en el presente portodas las rendijas posibles y hasta, en muchas ocasiones, poramplias ventanas que seguan abiertas de par en par: no es quetuviramos que recordar el pasado; es que vivamos con el pa-sado pegado a la espalda. Por eso, es ms digna de nota, o, pordecirlo como lo siento, ms admirable por lo que indica sobreel temple de tantas gentes de aquel tiempo, sobre la audacia quemostraron y el riesgo que corrieron tantos hombres y mujeres,jvenes y mayores, la avalancha de publicaciones que inundescaparates y mesas de novedades de libreras de una inmensa yvariopinta bibliografa sobre cuestiones de historia y de polti-ca, y de revistas que dedicaban grandes espacios a recuperar lamemoria, como ya entonces se deca 4, la otra memoria, la de losvencidos y exiliados, que regresaban entre muestras de cario y

    de entusiasmo, o de protesta y rechazo, y la de la oposicin a laDictadura, que ahora aprovechaba las parcelas o zonas de liber-tad conquistadas para darse a conocer y presentar en pblico supasado y sus proyectos de futuro.

    El apetito de saber despert pronto y encontr rpidamentecanales de los que alimentarse y por los que expresarse. Laavidez por la historia contempornea, a la que se refera JosMara Jover en marzo de 1975, se vio reflejada en la multiplica-

    4 Por ejemplo, Vicent VENTURA, No perder la memoria histrica, El Pas,8 de agosto de 1979.

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    cin de publicaciones, libros de bolsillo, colecciones y revistas de

    divulgacin histrica que acercaron el trabajo de los historia-dores a una temtica que va siendo cada vez en mayor medidala del espaol que va por la calle5. Por slo citar unos ejemplosentre mil posibles: en noviembre de 1976,Destinoinici la pu-blicacin de su magnfica serie Catalua bajo el franquismo,que todava impresiona hoy por la variedad de colaboradores yla riqueza de contenidos; peroIntervi,que fue, junto a El Pas,el otro fenmeno hegemnico de los mass media espaoles

    durante la transicin6

    , no esper mucho para iniciar una largaserie de reportajes sobre fosas, con testimonios de familiares yfotografas de los lugares donde los rebeldes contra la Rep-blica llevaron a matar y a enterrar a sus vctimas, de las que seofrecan unas cifras astronmicas bajo ttulos no desprovistos desensacionalismo como: Otro Valle de los Cados sin cruz. LaBarranca, fosa comn para 2.000 riojanos, Matanza de rojosen Canarias, Granada: Las matanzas no se olvidan, Matan-

    zas franquistas en Sevilla: Los 100.000 fusilados del 18 de julio,El pueblo desentierra a sus muertos. Casas de Don Pedro, 39aos despus de la matanza, Un vendaval de sangre y terror.En Galicia aquel verano del 36, Slo dejaron los huesos. Alba-tera, ensayo general para el exterminio, Borrachera de sangre.Matanzas fascistas en La Rioja, Valladolid, 1936. Madrugadasde sangre. El Pasinformaba de la presentacin al pblico, enla librera Antonio Machado de Madrid, de la maqueta de un

    monumento dedicado a los guerrilleros asesinados en el PozoFumeres, en Infiesto. El Viejo Topodedic su primer nmeroextra a una completa diseccin del franquismo y de Franco,con una entrevista a Carlos Castilla del Pino en la que puso en

    5 Jos Mara JOVER, Corrientes historiogrficas en la Espaa contempor-nea, Boletn Informativo de la Fundacin Juan March,marzo de 1975, recogidoen Historiadores espaoles de nuestro siglo,Madrid, Real Academia de la Historia,1999, p. 278.

    6 En opinin de Manuel VZQUEZMONTALBN, Crnica sentimental de la tran-sicin[1985], Barcelona, 2005, p. 126. Durante estos aos, Intervialcanz unadifusin en torno a 750.000 ejemplares, convirtindose en la revista de informacingeneral ms difundida.

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    circulacin la teora, luego tantas veces repetida, del castrado

    castrador7

    . Regresaban tambin las voces y las publicaciones delos aos treinta, en documentales comoLa vieja memoria(1977),de Jaime Camino, o Por qu perdimos la guerra(1978), de DiegoAbad de Santilln y Luis Galindo, y en ediciones facsmiles,entre las que sobresalan las que formaron esa imprescindible,para todos nosotros, Biblioteca del 36, con las colecciones deOctubre, Leviatn, Nueva Cultura, El Mono Azuly Hora de Es-paa.Por no hablar, aunque conviene mencionarlo, del autntico

    boomde folletos a quince, veinte o treinta duros publicados porMaana Editorial, con las colecciones Herramientasy El MartilloPilny con tiradas que en ocasiones alcanzaron cientos de milesde ejemplares; o la editorial Avance, con su coleccin Poltica,dedicada a contar la historia de los partidos antes de que fueranlegalizados; o, en fin, aquellos Qu es? Qu fue?de La GayaCiencia, en uno de los cuales dej Juan Benet un sombro tes-timonio sobre la vigencia de la memoria de la guerra entre los

    espaoles de su tiempo a los que vea dispuestos a enfrentarsede nuevo por las armas, y Jos Luis Aranguren, sus impresionessobre qu haban sido los fascismos.

    Era, en verdad, un momento de voracidad lectora, comoacaba de recordar Reyes Mate, que tiene buenas razones parasaberlo, por haber animado y dirigido alguno de esos empeoseditoriales 8. Las revistas de las que fui lector puntual cada se-mana y cada mes desde mediados de los aos sesenta, Triunfoy

    Cuadernos para el dilogo,publicaban balances sobre temas dela reciente historia poltica, econmica y cultural de Espaa, ylas nuevas revistas de divulgacin histrica experimentaron enaquellos aos una especie de edad de oro, con amplios espa-cios, debates y correspondencia dedicados al pasado reciente,pronto seguidas de publicaciones acadmicas que comenzaban

    7 Monumento a las vctimas del pozo Fumeres. Asesinados en Asturias en laposguerra, El Pas,28 de octubre de 1976. Federico GRAU, Psicopatologa de undictador, entrevista a Carlos Castilla del Pino, El Viejo Topo, Extra/1, s. f. [perofirmada en Crdoba, 5 de noviembre de 1977], pp. 18-22.

    8 Reyes MATE, Informe bio-bibliogrfico,Anthropos,228 (2010), p. 31.

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    a presentar nmeros monogrficos sobre la Repblica, la Gue-

    rra Civil y la Dictadura, por no hablar de los premios literariosque iban en su mayora a autores que haban sido censuradosy perseguidos por la Dictadura. En alguna ocasin he dicho,bromeando pero en serio, que un cmic de la transicin cultu-ral en Espaa tendra que incluir vietas de un antiguo capitnde la legin que haba entrado en Barcelona, al frente de susvictoriosas tropas, en enero de 1939, convertido con los aosen poderoso editor, concediendo en 1979 su millonario premio

    a un comunista cataln al haserlosmillonarios, se borran decomunistas, dicen que deca que haba conocido las crcelesde Franco y que lo haba buscado, el premio, con ahnco y loaceptaba con alivio 9.

    S, en efecto, un bullicio de lecturas de todo tipo y de la msvariada procedencia, del que dej testimonio Raymond Carrcuando, en un comentario sobre La cultura bajo el franquismo,editado por Jos Mara Castellet en 1977, escribi que Espaa

    est experimentando en este momento un proceso de auto-examen, obsesivo en su intensidad, que se manifiesta en unapltora de encuestas de opinin y en una avalancha de libros10.De manera que lo que yo haba sentido en la lejana de Stanford,la necesidad de conocer el pasado para comprender, ya que notransformar, el mundo, mi mundo, se multiplicaba en Madrid,metidos todos en un proceso poltico que nadie saba por qucaminos habra de discurrir ni con qu obstculos habra de

    tropezar. Queramos saber y era difcil no dejarse arrastrar por lacorriente: en aquellos primeros pasos tras la muerte de Franco,mientras el pasado se resista a desaparecer, se abra ante noso-tros un futuro que en el lenguaje y en la prctica poltica de la

    9 Los premios Planeta de 1976 a 1979 se concedieron a Jess Torbado, porEn el da de hoy;a Jorge Semprn, por Autobiografa de Federico Snchez;a JuanMars, porLa muchacha de las bragas de oro;y a Manuel Vzquez Montalbn, porEn los mares del Sur. Sobre la ansiedad de ste y los comentarios de Lara, RafaelBORRS, La guerra de los planetas. Memoria de un editor, Barcelona, Ediciones B,2005, pp. 334-335.

    10 Raymond CARR, La ruptura del dique, en El rostro cambiante de Clo,Madrid, Biblioteca Nueva-Fundacin Jos Ortega y Gasset, 2005, p. 264.

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    izquierda se entenda como una conquista de la democracia para

    avanzar, cuando las famosas condiciones objetivas lo posibilita-ran, en el cambio de las estructuras econmicas y sociales, o sea,iniciar la marcha a alguna forma de socialismo compatible con lademocracia, una perspectiva que haba dominado los encuentrosde comunistas y catlicos desde los aos sesenta y de las que hanquedado abundantes huellas en Cuadernos para el dilogo,lugarde encuentro de quienes aspiraban, a falta de mayores precisio-nes estratgicas, a un necesario y urgente cambio de estructuras.

    Eso mismo, en ocasiones, se llamaba revolucin, por ms que lamayora de quienes hablaban este lenguaje no entendieran conel vocablo una llamada a las armas y condenaran sin indulgen-cia aunque si se trataba de vascos, con cierta comprensin yhasta ofrecindoles cobijo a quienes recurran a la bomba y ala pistola. Para los partidos de izquierda, las tomas de palaciosde invierno no eran concebibles en las sociedades burguesas deEuropa, donde socialistas y comunistas haban incorporado de-

    finitivamente la idea kautskiana de una progresiva transicin delcapitalismo al socialismo por el largo camino de la democracia,precedente histrico de lo que con otros adornos retricos sellam eurocomunismo en el mundo comunista y socialismo enlibertad tambin socialismo mediterrneo o socialismo delsur en el socialista, reacios ambos a identificarse como social-demcratas, vocablo entonces nefando, eptome de vergonzosaentrega al capital.

    Esta avalancha de publicaciones, esta avidez por la historiacontempornea, esta voracidad lectora, corrieron parejas enaquellos primeros meses de 1977 con la creciente exigencia deuna amnista total que, de la calle, de los encierros en parroquiasy de las huelgas de hambre, pas tambin a la mesa de negocia-cin desde la primera reunin del gobierno con cuatro miembrosde la Comisin de los Nueve, designados por la Plataforma deOrganismos Democrticos, a la que se haban incorporado prc-ticamente todos los grupos, partidos y sindicatos de la oposicin.

    Reclamada durante los seis meses del gobierno de Arias/Fragapor una movilizacin ciudadana sin precedente, y aprobadaen las primeras semanas del gobierno de Adolfo Surez porDecreto-Ley de 30 de julio de 1976, la primera amnista haba

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    abarcado los delitos de intencionalidad poltica que no hubie-

    ran puesto en peligro o lesionado la integridad fsica y la vida delas personas, es decir, a los presos polticos de la Dictadura,que apartir de entonces conquistaron nuevos espacios pblicos. De los373 reclusos a 1 de junio de 1976 por delitos de intencionalidadpoltica, 287 fueron amnistiados con excarcelacin; 43 fueronamnistiados pero retenidos por otras causas, y no fueron amnis-tiados otros 43 reclusos, entre los que se encontraba un resto depresos de ETAy de varios grupos terroristas 11. Celebrada como

    la ms amplia de las posibles, pero no la mejor de las deseables,el decreto dej pendientes de amnista a los reclusos procesadoso condenados por haber puesto en peligro o lesionado la vida ola integridad de las personas, o sea, a los miembros de organiza-ciones terroristas que hubieran colaborado o cometido atentadoscon resultado de lesiones o muerte.

    Con este decreto, adems, de responder a las incesantesmovilizaciones populares, el gobierno puso en marcha la nueva

    estrategia de abrir el campo de la poltica a la accin de losdistintos grupos y partidos de la oposicin, que de inmediatomultiplicaron la reivindicacin de una amnista total, general ocompleta, que comprendiera tambin a los procesados o conde-nados por delitos de intencionalidad poltica aunque hubieranpuesto en peligro o lesionado la integridad fsica o la vida delas personas. De esta exigencia de amnista total y de la legali-zacin de todos los partidos fueron a hablar con el presidentedel gobierno, el 11 de enero de 1977, cuatro delegados de laComisin de los Nueve, entre ellos, Julio Juregui, representantedel Partido Nacionalista Vasco, quien, de acuerdo con el restode la comisin, plante la oportunidad y necesidad de una am-nista de todos los hechos y delitos de intencionalidad polticaocurridos entre el 18 de julio de 1936 y el 15 de diciembre de1976. Se necesitaba dijo Juregui un gran acto solemneque perdonara y olvidara todos los crmenes y barbaridades co-

    11 Memoria elevada al Gobierno de S. M. ... por el fiscal del Reino, Madrid,Reus, 1977, pp. 58-59, que da reiteradamente por error como fecha del decretoel 30 de junio.

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    metidas por los dos bandos de la guerra civil, antes de ella, en

    ella y despus de ella, hasta nuestros das. Este gran perdny olvido en un acto protagonizado por el rey en nombre de lapaz y de la reconciliacin habra sido el primer ttulo de honory gloria del comienzo de un reinado.

    Con su exigencia de amnista general, la Comisin de losNueve no haca ms que continuar una larga tradicin nacidaen los encuentros de las fuerzas polticas del exilio con gruposy partidos de la disidencia y de la oposicin del interior. Am-

    nista general para los presos y exiliados polticos, extensivaa todas las responsabilidades derivadas de la guerra civil, enambos bandos contendientes fue una proposicin que el Par-tido Comunista de Espaa incorpor como punto tercero delprograma aprobado en su sexto congreso, celebrado en Pragaen los ltimos das de diciembre de 1959 y primeros de enerode 1960. Amnista general, todas las responsabilidades, ambosbandos: ste era el lenguaje de la principal fuerza poltica de la

    oposicin a la Dictadura diecisis aos antes de que el procesode transicin se pusiera en marcha y de que Julio Juregui, quehaba sido diputado del PNV por Vizcaya en las Cortes de 1936,las ltimas de la Repblica, reclamara del gobierno, en nombrede toda la oposicin, una amnista por la que se hubiera perdo-nado y olvidado a los que mataron al presidente Companys y alpresidente Carrero; a Garca Lorca y a Muoz Seca; al ministrode la Gobernacin Salazar-Alonso y al ministro de la Goberna-

    cin Zugazagoitia; a las vctimas de Paracuellos y a los muertosde Badajoz; al general Fanjul y al general Pita, a todos los quecometieron crmenes y barbaridades en ambos bandos 12.

    Lo que el documento del PCE expresaba en 1959 y lo que elPNV ratificaba en 1977 no era resultado de una improvisacin,ni de un desistimiento provocado por un olvido, menos ande una cesin ante los ruidos de sables o los poderes fcticos;era el resultado del cambio en la representacin de la guerra

    civil que fue haciendo su camino en el exilio desde los aos

    12 JulioJUREGUI, La amnista y la violencia, El Pas,18 de mayo de 1977.

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    cuarenta, y de su confluencia con la nueva mirada dirigida hacia

    el pasado por la generacin de los nios de la guerra cuandollegaron a la mayora de edad poltica hacia mediados de losaos cincuenta. A raz de los acontecimientos de febrero de1956 en la Universidad de Madrid, cobr fuerza en la polticadel PCE la necesidad de concebir una perspectiva poltica sinvenganzas ni segundas vueltas, o como ya lo haba expresadoDolores Ibarruri un ao antes, en el decimonoveno aniversariodel comienzo de la guerra civil: la poltica de atraer al campo

    de la democracia a aquellos que estn deseando abandonar lasbanderas franquistas, sin preguntarles cmo pensaban ayer, sinocmo piensan hoy y qu quieren para Espaa 13. Es claro queesa nueva poltica guardaba alguna relacin con el hecho deque una nueva generacin de espaoles, entre los que podancontarse muchos hijos de vencedores, comenzaba a expresarsu disidencia y oposicin contra el orden social y el sistemapoltico establecido por la fuerza de las armas y de la religincatlica tras la guerra civil, socavando su pretendida legitimidadderivada de la victoria en una guerra santa, una cruzada. Eraa esos jvenes, y a los mayores que haban tomado partido porellos, firmando algn manifiesto o alguna peticin de clemenciadirigida a los gobiernos de Franco tras las detenciones de 1956,a los que se encaminaba la nueva poltica que los comunistasespaoles bautizaron, siguiendo el ejemplo de los comunistasitalianos, como de reconciliacin nacional.

    No fueron slo los comunistas. En 1957, el gobierno de la

    Repblica en el exilio adopt un Anteproyecto de Estatutolegal para restablecer la normalidad jurdica, aprobado por elConsejo Federal Espaol del Movimiento Europeo en Pars, enfebrero de 1951, que en su punto segundo estableca una Am-nista de todos los delitos perpetrados por mvil poltico y socialdesde el 18 de julio de 1936 hasta el da de la firma de la dispo-sicin. Aos antes, de amnista sin venganzas ni represaliashaba hablado tambin la delegacin del Partido Socialista que

    13 Citada por Carme MOLINERO, La poltica de reconciliacin nacional,Ayer,66 (2007), pp. 205-206.

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    se entrevist con la delegacin de la Confederacin de Fuerzas

    Monrquicas en 1948. A la amnista poltica se refera la decla-racin conjunta firmada por Estados Unidos, Gran Bretaa yFrancia el 4 de marzo de 1946 cuando, tras haber expresado laintencin de las tres potencias de no intervenir en los asuntosinternos de Espaa, mostraba su confianza en que los dirigentesespaoles, patriotas y liberales, encontraran pronto los mediosde conseguir pacficamente la retirada de Franco y la abolicinde la Falange. En fin, y por no hacer esta relacin interminable,

    una amplia amnista para todos los espaoles figuraba comoltimo de los trece puntos que Juan Negrn, presidente del go-bierno de la Repblica, proclam como fines de guerra el 1 demayo de 1938; y de una amnista general en ambos lados y unintercambio general de prisioneros habl, en circunstanciasmuy diferentes, el presidente de la Repblica, Manuel Azaa,a John Leche, encargado de negocios de Gran Bretaa, en supenltimo intento de provocar una mediacin internacional que

    pusiera fin a la guerra en Espaa14

    .De modo que una amnista general, que cubriera todos losdelitos polticos y sociales derivados del golpe de Estado de18 de julio de 1936 y de la guerra civil que fue su inmediataconsecuencia, era algo que la oposicin a la Dictadura se lotena dicho desde la guerra misma, que se repiti cuando losaliados aplastaron a las potencias del Eje, que los comunistassituaron como elemento central de su poltica, que el gobier-no de la Repblica en el exilio adopt formalmente y que unsector de la democracia cristiana, formado por exministros yexdignatarios del rgimen, comenz a reclamar desde el fin delConcilio Vaticano II, a costa de frecuentes enfrentamientos conla Conferencia Episcopal, que se neg siempre, aun en vsperasde la muerte del dictador, a firmar ningn papel y ni siquiera acumplir una funcin mediadora en nada que implicara amnista;los obispos se dieron por satisfechos con unas tmidas gestio-

    14 Encuentro con John Leche, 29 de julio de 1938, en Manuel AZAA,Obras Completas,edicin de SantosJULI, Madrid, Centro de Estudios Polticos yConstitucionales, 2007, vol. 6, p. 183.

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    nes ante las autoridades del Estado en solicitud de una amplia

    gracia de indulto, segn el espritu del Ao Santo15

    . Tampocola propugnaron nunca los franquistas, con el mismo Franco ala cabeza, ni los jerarcas del rgimen que formaron el primergobierno de la Monarqua y celebraron la memoria del dictadorconcediendo un indulto general, pero rechazando la posibilidadde proclamar una amnista, en los primeros das de diciembre de1975. Hubo que esperar a la cada de Carlos Arias, para que elsiguiente gobierno, presidido por Surez, diera el primer paso a

    finales de julio de 1976.En los ltimos das de ese mismo ao se habl mucho acercade la inminente promulgacin de la amnista general, se multi-plicaron encierros y manifestaciones, pero al final pas el dade ao nuevo sin que nada ocurriera. El gobierno de Surezslo accedi a ampliar los supuestos de la decretada en juliosuprimiendo en marzo de 1977 la clusula puesto en peligro,y procediendo a extraar a los condenados en el proceso de

    Burgos de 1970. En consecuencia, los partidos de la oposicin,metidos ya en la dinmica electoral, trasladaron su expectativade amnista general a las Cortes que salieran de esas elecciones:de comunistas a nacionalistas vascos, pasando por socialistas ydemcrata-cristianos, no qued nadie sin afirmar que la prime-ra tarea a la que deban enfrentarse las Cortes, igual que habaocurrido como resultado de las elecciones de 1936 16, sera la depromulgar una amnista general en los trminos que Juregui

    haba presentado a Surez en nombre de la Comisin de losNueve. Lo expres el mismo Juregui cuando, un mes antes delas elecciones, afirm que si ni el gobierno ni el Rey resuelven

    15 Es elocuente a este respecto Justicia y Paz al Arzobispo de Madrid,Cuadernos para el dilogo,enero-febrero de 1975. Comisin permanente, Comuni-cado final, 26 de enero de 1975, en Jess IRIBARREN,Documentos de la ConferenciaEpiscopal Espaola, 1965-1983,Madrid, BAC, 1984, p. 343.

    16 Tal fue el argumento utilizado por el PNV en las conversaciones de Chi-berta para justificar que de todos modos, con o sin amnista general previa, ellosacudiran a las elecciones. Santiago DEPABLO, Ludger MEESy Jos A. RODRGUEZRANZ, El pndulo patritico. Historia del Partido Nacionalista Vasco, Barcelona,Crtica, vol. II, p. 342.

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    rpidamente el problema de la amnista, faltan pocas semanas

    para que las Cortes que salgan de las elecciones del prximo15 de junio aprueben, como primera ley, la ley de Amnista. Serla obra y el mrito de los representantes del pueblo.

    Y as fue: obra y mrito de los representantes del pueblo.En las declaraciones polticas de carcter general pronunciadaspor los portavoces de los grupos parlamentarios en la sesin delCongreso de 27 de julio de 1977, el representante de la minoravasca, Xavier Arzalluz, se refiri a la necesidad de todo nuevo

    rgimen de hacer todo lo posible para borrar las secuelas delos regmenes anteriores; en este sentido, aadi, es necesarioel olvido, el cese del dilogo de sordos, de las imputaciones mu-tuas, y no hay otra manera de que termine sino a partir de unaamnista total, de una amnista amplia, poltica, laboral, peroamplia, para que ese olvido permita la confianza de todos en queha comenzado una nueva poca. Tal era la conviccin entoncesgeneralizada, que una nueva poca comenzaba y, por eso, losparlamentarios vascos haban depositado, el primer da que en-traron en la Cmara, un escrito en el que anunciaban la presenta-cin, tan pronto como reglamentariamente fuera posible, de unaproposicin de ley que promulgue una amnista general aplica-ble a todos los delitos de intencionalidad poltica, sea cual fueresu naturaleza, cometidos con anterioridad al da 15 de junio de1977. Solicitaban, adems, que la Cmara, mientras no fuerareglamentariamente posible presentar esa proposicin, instaraal gobierno para que procediera a ordenar de modo inmediato

    la excarcelacin de la totalidad de presos, por la comisin dedelitos de intencionalidad poltica y autorizara la vuelta segurade todos los exiliados y extraados que se encontraban fuera delterritorio espaol por idnticas motivaciones 17.

    Por la demora en la constitucin definitiva de las Cmaras, elgrupo parlamentario de catalanes y vascos reiter la urgencia dela promulgacin de la amnista, presentando, el 14 de septiembrede 1977, un proyecto de decreto-ley de amnista con un prem-

    17 Diario de Sesiones de las Cortes. Congreso de los Diputados (en adelante,DSCD), 27 de julio de 1977, pp. 83-84.

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    bulo que refleja bien el clima poltico del momento: la voluntad

    popular, segn los diputados catalanes y vascos, haba expresadoen las elecciones su inequvoca decisin de restaurar la va demo-crtica abriendo una nueva etapa de paz y convivencia que conolvido y superacin de todo agravio pretrito y con el esfuerzo,colaboracin y trabajo de todos, lleve a la consolidacin de unEstado democrtico. En consecuencia, era obligado que unaverdadera amnista de todos y para todos sea la insoslayablepremisa que en estos momentos histricos conduzca a tan ansia-

    dos logros. Y en su virtud, el artculo 1 del proyecto declarabaamnistiadas todas las infracciones penales y administrativas deintencionalidad poltica, as como las infracciones comunes deigual gnero conexas con las mismas, sea cual fuere el resultadoque hubieren producido, cometidas hasta el 13 de septiembre de1977. No especificaban ms los diputados catalanes y vascos,aunque en el artculo 3 aadan a la amnista las infraccionespenales cometidas en razn de la objecin de conciencia 18.

    Dos meses antes de la presentacin de este proyecto dedecreto-ley, el Partido Comunista haba presentado, el 15 dejulio de 1977, una Proposicin de ley de Amnista General enla que interpretaba los resultados de las elecciones celebradasun mes antes como confirmacin de la aspiracin ms profunda-mente sentida por el pueblo espaol de superar definitivamentela divisin de los ciudadanos espaoles en vencedores y vencidosde la Guerra Civil. Para dar cumplimiento a esa aspiracin erapreciso, segn el PCE, institucionalizar la reconciliacin nacio-nal superando los restos de una legitimidad que surgi de laGuerra Civil y que hoy el pueblo espaol desea enterrar de unavez para siempre. Forma jurdica de la reconciliacin sera lapromulgacin de una ley de amnista general, a la que habra deaadirse la igualacin de los derechos activos y pasivos de losinvlidos, de los mutilados y de las viudas de la guerra civil, ascomo de los herederos legales de los mismos independientemen-

    18 Proyecto de decreto-ley de amnista, 13 de septiembre de 1977, Archivodel Congreso de Diputados, Serie General, leg. 2.329, nm. 4. Agradezco a Mer-cedes Cabrera su ayuda para la consulta de estos documentos.

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    te del lado en que lucharon durante la guerra civil de 1936-39.

    Los comunistas aadan tambin a su proposicin la necesidadde restituir en sus puestos y con todos sus derechos a los fun-cionarios pblicos depurados y destituidos por su fidelidad alpoder constituido, la reintegracin en sus puestos de los milesde trabajadores despedidos por haber defendido la causa de lalibertad sindical y haber luchado por los derechos de sus com-paeros y, en fin, los delitos que afectaban directamente a lasmujeres y que constituan una clara muestra de discriminacin

    jurdica que era preciso superar19

    .El Partido Socialista sum tambin la suya a estas iniciativascon una proposicin de ley de amnista total. En ella no seevocaba para nada la guerra civil ni se aluda a la reconciliacin,nicamente al clamor popular, renovado en la larga lucha por elrestablecimiento de la democracia y la restauracin de las liber-tades pblicas, que obligaba a no demorar ms la concesin deuna amnista a todos los actos considerados como infraccionespenales por la legislacin vigente, o la anterior a partir del 18de julio de 1936, ejecutados, de cualquier forma, con intencio-nalidad poltica de instauracin de la democracia en Espaay restauracin de las libertades pblicas de todos sus pueblos[...] sea cualquiera el resultado producido. Es evidente en estaredaccin que los socialistas limitaban la amnista a los actosde intencionalidad poltica, sea cual fuese su resultado (o sea,incluidos tambin los que hubieran tenido el resultado de muer-te) nicamente si el mvil haba sido instaurar la democracia o

    restaurar las libertades de los pueblos de Espaa. Este ltimodetalle no pas por alto al grupo de UCD, que present tambinsu proyecto con fecha de 3 de octubre, cuando, despus de ex-presar su coincidencia con la minora vasco-catalana, matizabalos efectos de la amnista en aquellos supuestos en que los actosrealizados revelasen nimo de lucro o un deliberado propsitode obstruir el proceso mismo que haba conducido a la presentesituacin democrtica. Y por no dejar suelto ningn cabo, el gru-

    19 Proposicin de ley de amnista general, Madrid, 14 de julio de 1977,Archivo del Congreso de Diputados, Serie General, leg. 2.329, nm. 2.

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    po del gobierno especificaba, como punto 4 de su propuesta, que

    tambin quedara extinguida cualquier responsabilidad penalen que pudieran haber incurrido las autoridades, funcionarios yagentes del orden pblico, con motivo u ocasin de la investiga-cin y persecucin de los delitos que quedaban amnistiados enlos apartados anteriores, o sea, los de intencionalidad poltica yde opinin siempre que no respondiesen a un deliberado pro-psito de desestabilizar el proceso democrtico 20.

    ste fue el trmite parlamentario de la proposicin de

    ley de amnista presentada conjuntamente el 7 de octubre de1977 en el Congreso, sin exposicin de motivos alguna, porlos grupos parlamentarios de UCD, Socialistas del Congreso,Comunista, de la Minora Vasco-Catalana, Mixto y Socialistasde Catalua, debatida el da 14 y promulgada el 15 de octubrede 1977 21. Destinada en su origen a los presos de ETA pro-cesados o condenados por delitos contra la integridad fsicao la vida de las personas, alcanz tambin a los funcionarios

    que hubieran cometido faltas o delitos con motivo u ocasinde la investigacin y persecucin de los actos incluidos en laley y, ms en general, contra el ejercicio de los derechos de laspersonas. Esa fue la forma jurdica de entender la amnistade todos para todos reclamada por la minora vasco-catalanay por la poltica de reconciliacin que desde haca veinte aoshaba adoptado el Partido Comunista, con su explcita rei-vindicacin de la amnista para ambos bandos, como decala resolucin del congreso de Praga, o para todos los de unlado y los de otro, una amnista que hiciera cruz y raya sobrela guerra civil de una vez para siempre, como dijo SantiagoCarrillo en un mitin celebrado en Madrid pocos das antes dela promulgacin de la ley 22.

    20 Las proposiciones de ley del grupo socialista y del grupo de UCD llevanfecha de 20 de septiembre y 2 de octubre, respectivamente: Archivo del Congresode Diputados, Serie General, leg. 2.329, nms. 5 y 16.

    21 Boletn Oficial de las Cortes (en adelante,BOC), 11 de octubre de 1977,pp. 203-204, para el proyecto, yDSCD, 14 de octubre de 1977, para el debate.

    22 Sin el rey ya habra empezado el tiroteo. Mitin de Carrillo en Madrid, ElPas,2 de octubre de 1977.

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    En realidad, y teniendo en cuenta el proceso que condujo a

    la ley y el texto finalmente promulgado, la amnista de 15 de oc-tubre de 1977 iba dirigida especficamente a un resto de presosde ETA que no haban podido beneficiarse de las anteriores me-didas de indulto o de amnista por haber sido procesados o estarcondenados por delitos y faltas de intencionalidad poltica quehaban lesionado la vida o la integridad fsica de las personas.Quiero pedir desde aqu calma al pueblo vasco, y atreverme amanifestar que la amnista es total para nuestro pueblo, dijo

    Txiki Benegas, hablando en nombre del grupo socialista. Loera por dos motivos, primero, porque inclua todos los actosde intencionalidad poltica, cualquiera que fuese su resultadosiempre que el mvil hubiera sido el restablecimiento de liber-tades pblicas o la reivindicacin de autonoma, circunstanciasque concurren en todos los militantes vascos susceptibles de seramnistiados. Todos los militantes quera decir tambin quieneshoy sufren prisin en las crceles de Basauri y Martutene porhechos cometidos con posterioridad al 15 de junio [de 1977];palabras que de inmediato fueron ratificadas por Xavier Arza-lluz, cuando se felicitaba de que en este texto, efectivamente,ningn vasco quedar en la crcel o en el exilio. Arzalluz, elms tenaz defensor, junto a Carrillo, de extender la amnista alos de un lado y los del otro, pensaba que la amnista no era unacto que concerna a la poltica, atae a una situacin difcil,en la que de alguna manera hay que cortar de un tajo un nudogordiano, porque haba que recordar, y Arzalluz deseaba que

    fuera por ltima vez, que all, en el Congreso, vindose las ca-ras, estaban reunidas personas que haban militado en camposdiferentes, que hasta nos hemos odiado y hemos luchado unoscontra otros. Y esto que pasa en este hemiciclo, donde se sientangentes que han padecido largos aos de crcel y exilio junto aotros que han compartido responsabilidades de gobiernos quecausaron esos exilios y esas crceles es la imagen de la realidadde nuestra sociedad. Conclusin: olvidemos, pues, todo 23.

    23 Todas las citas de este y el siguiente prrafo, en DSCD,14 de octubre de1977.

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    No se trataba nicamente de los militantes vascos. La re-

    trica que acompa y movi el largo proceso de reivindicacinde amnista general, desde sus primeras formulaciones en losprogramas aprobados en congresos y encuentros de los diferen-tes grupos de oposicin a la dictadura hasta la propuesta de laComisin de los Nueve al gobierno de Adolfo Surez, extendi,entre los que defendieron el proyecto de ley en la histrica sesinde 14 de octubre en el Congreso de Diputados, y en la opininpblica, la conviccin de que con aquella amnista se cerraba

    la guerra civil y se echaban los cimientos de una nueva era deconcordia y de paz o, por decirlo con las palabras empleadasrepetidas veces en aquel debate, de superacin del pasado, deculminacin del proceso de reconciliacin de los espaoles, enla que insistieron diputados de todos los grupos parlamentarios.La amnista, dijo Marcelino Camacho, es una poltica nacionaly democrtica, la nica consecuente que puede cerrar ese pasa-do de guerras civiles y de cruzadas. Queremos abrir la va a la

    paz y a la libertad. Queremos cerrar una etapa; queremos abrirotra, nosotros, precisamente, los comunistas, que tantas heridastenemos, que tanto hemos sufrido. En este sentido, la amnistafue un triunfo de la memoria, pues fue la memoria de la guerracivil y de la dictadura, de las divisiones que nos separaron yenfrentaron en el pasado, como dijo el portavoz de UCD, loque a ella condujo. Fue este acuerdo de clausurar un pasadoque constantemente se traa a la memoria lo que dio lugar alprimer pacto de la Transicin, un pacto sobre el pasado que, endefinitiva, impeda utilizarlo como un instrumento en las luchaspolticas del presente.

    O mejor, cuando en adelante se evoc ese pasado fue parapromover polticas pblicas destinadas a superar las consecuen-cias que se derivaron en la pasada contienda, como se deca enel Real Decreto-Ley 6/1978, de 6 de marzo, que regulaba lasituacin de los militares que tomaron parte en la guerra civil.A este decreto se aadieron otros dos: de 16 de noviembre 1978,

    por el que se concedan pensiones a los familiares de los espa-oles muertos como consecuencia de la guerra 1936-1939 [sic],y de 21 de diciembre del mismo ao, que reconoca beneficioseconmicos a los que sufrieron lesiones y mutilaciones en la

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    Guerra Civil Espaola 24. En Barcelona, el 19 de diciembre, la

    Lliga de Catalunya de Vidues i Mutilats de la Guerra Espanyolaconvoc un acto, que result altamente emotivo, en el co-legio de los Salesianos de Sarria, con asistencia de ms de dosmil personas y las representaciones de la Liga de Mutilados delPas Valenciano y de Viudas de Guerra de Bilbao y Asturias.El presidente de la Liga catalana, Francecs Piuachs, expressu esperanza de que definitivamente las dos Espaas quedaransuperadas y todos los participantes mostraron su satisfaccin por

    haber conseguido que no hubiera diferencias entre los mutiladosy viudas de uno y otro bando de la guerra civil 25.La serie de decretos sobre mutilados excombatientes y

    familiares de la zona republicana se complet con las dos pri-meras leyes reparadoras de la democracia: la Ley 5/1979, de 18de septiembre, sobre reconocimiento de pensiones, asistenciamdico-farmacutica y asistencia social a favor de las viudas,hijos y dems familiares de los espaoles fallecidos como conse-

    cuencia o con ocasin de la pasada guerra civil, y la Ley 35/1980,de 26 de junio, sobre pensiones a los mutilados excombatien-tes de la zona republicana. La tramitacin de esta segunda leyfue larga y de trabajosa negociacin por las implicaciones enel aumento del gasto, como afirm Emrito Bono, del grupoparlamentario comunista, autor de la proposicin de ley. Es

    24 Real Decreto-Ley 6/1978, de 6 de marzo, por el que se regula la situacin delos militares que tomaron parte en la guerra civil, BOE,7 de marzo, p. 5384; RealDecreto-Ley 35/1978, de 16 de noviembre, por el que se conceden pensiones a losfamiliares de los espaoles fallecidos como consecuencia de la guerra, BOE,18 denoviembre, pp. 26245-26246; Real Decreto-Ley 43/1978, de 21 de diciembre, porel que se reconocen beneficios econmicos a los que sufrieron lesiones y mutila-ciones en la Guerra Civil Espaola,BOE,22 de diciembre, pp. 28932-28933; RealDecreto-Ley 46/1978, de 21 de diciembre, por el que se regulan las pensiones demutilacin de los militares profesionales no integrados en el Cuerpo de CaballerosMutilados,BOE,23 de diciembre, pp. 29030-29031.

    25 Reconocimiento oficial a las viudas y mutilados de guerra y Tres milviudas y mutilados celebran su reconocimiento oficial; La Vanguardiay El Pas,19 de diciembre de 1978; intervencin de Modesto Fraile, en representacin delgobierno, en el debate sobre la proposicin de Ley de pensiones a mutilados delEjrcito de la Repblica, presentada por el grupo comunista, DSCD,21 de diciem-bre de 1978, p. 5932.

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    prcticamente imposible, dijo Bono, que la ley pueda compensar

    tanto sufrimiento, tanto vejamen, a que ha estado sometidoeste entraable sector de la poblacin, que lo dio todo pormantener la legalidad democrtica de aquel momento. Pero almenos, sigui diciendo, servir para hacer real, aunque un pocotarde, la concordia, la reconciliacin entre todos los espaoles,al establecer que todos los mutilados de un bando o de otrosean tratados exactamente igual, tanto desde el punto de vistaeconmico, como en los problemas de la afiliacin a la Seguridad

    Social y a los problemas vinculados con prerrogativas de carcterhonorfico. El elogio de la concordia, la reconciliacin, el finde la guerra, se convirti en parte del ritual en los debates detramitacin de estas leyes: el ministro de Hacienda celebr elpaso adicional e importante que con la aprobacin de esta leyse daba en el cierre de lo que fueron las heridas de la guerracivil y la exposicin de motivos de la ley aduca la necesidadde superar las diferencias que dividieron a los espaoles duran-te la pasada contienda, cualquiera que fuera el ejrcito en quelucharon, para justificar a regln seguido la igualdad de tratoa aquellos ciudadanos que, habiendo quedado mutilados comoconsecuencia de la guerra civil mil novecientos treinta y seis-milnovecientos treinta y nueve, no tuviesen an suficientementereconocidos sus justos derechos. Aunque en alguna ocasin seha ridiculizado la cuanta de estas pensiones por el burdo proce-dimiento de transformar en euros las pesetas de 1979, lo ciertoes que la promulgacin de estas dos leyes supuso un incremento

    del gasto en pensiones de 45.000 millones de pesetas en 1980 yde cerca de 60.000 millones en 1981 26.

    26 Ley 5/1979, de 18 de septiembre,BOE,28 de septiembre, pp. 22605-22606,y Ley 35/1980, de 26 de junio, BOE, nm. 165, 10 de julio, pp. 1573-1576. Cifrasdel ministro de Hacienda, Jaime Garca Aoveros, en el debate de la ley, DSCD,26 de marzo de 1980, p. 5165.

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    Una avidez por la reciente historia, una voracidad lectora,una memoria que condujo a la amnista y una poltica pblica deigualacin de derechos de quienes combatieron por la Repblicay de sus familiares: tal fue el clima poltico en el que comenzaron

    a aparecer los primeros trabajos de historia sobre Repblica,Guerra Civil y Dictadura. Por lo que a mi se refiere, los amigosque llevaban la editorial Siglo XXI, Javier Absolo y NachoQuintana, me propusieron escribir algo sobre el Frente Popularpara la estupenda y muy til coleccin de bolsillo que fue Estu-dios de Historia Contempornea, una ms de las iniciativas deaquellos aos para divulgar a buen precio en libros de bolsillonuestro inmediato pasado. Me ayudaron adems, a sobrevivir

    a la vuelta de Stanford encargndome la traduccin de varioslibros de Perry Anderson, Ralph Miliband y Gran Therborn 1,mientras se concretaba la oportunidad de incorporarme al ICEde la UNED que diriga Carlos Moya, para quien haba traba-jado yo unos aos antes, en 1972, en una muy completa investi-gacin sobre la situacin de la medicina en Espaa, y de quienhaba aprendido algunas cosas fundamentales, especialmente a

    1 De Anderson, traduje Transiciones de la antigedad al feudalismo,1978, y ElEstado absolutista,1979; de Miliband, Marxismo y poltica,1978, y de Therborn,Ciencia, clase y sociedad. Sobre la formacin de la sociologa y del materialismohistrico,1980.

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    leer a Max Weber y a identificar las seas de Leviatn. Y en sas

    estaba, escribiendo sobre los orgenes del Frente Popular en Es-paa y traduciendo a Perry Anderson, cuando me ofrecieron, dela Sociedad de Estudios y Publicaciones del Banco Urquijo, poruna cariosa cabezonera de don Ramn Carande, otra beca!,que me permiti pasar en Oxford el curso 1978-1979, acogidopor el Iberian Center de St Antonys College, dirigido entoncespor Juan Pablo Fusi. All, durante un invierno cargado de nievesy de huelgas interminables que arrastraron en su estela el decli-

    ve del Partido Laborista y la irresistible ascensin de MargaretThatcher al poder, pas largas horas de las maanas y algunasde las tardes en ese lugar cercano al paraso que es la BodleianLibrary, revisando informes y estudios filantrpicos sobre lainvasin de las ciudades inglesas por los satanic dark mills, suimpacto en los artesanos que llegaban con sus familias, sonro-sados y con buena salud, a las nuevas fbricas y que a las pocassemanas aparecan plidos y famlicos, medio derrumbados por

    unas interminables jornadas de trabajo malamente soportadaspor el consumo de ginebra.Durante los primeros meses en Oxford vacil todava!

    entre preparar una tesis doctoral en sociologa sobre el encuen-tro de Karl Marx y de su mecenas y amigo Friedrich Engelscon la clase obrera de la revolucin industrial, o una tesis enhistoria sobre las huelgas en el Madrid de la Repblica. Con loprimero, pretenda responder a una pregunta relacionada conmi antiguo inters por la sociologa de las revoluciones: a la vistade lo que ocurra en las ciudades britnicas con la introduccinde grandes fbricas, a qu o a quines se refera Marx cuandohablaba de proletariado como sujeto de la futura revolucin?Con lo segundo, pretenda continuar mis trabajos sobre la Es-paa de los aos treinta y responder a mi propia demanda de unnuevo objeto de investigacin para la Repblica analizando laestructura de clases de la ciudad como marco, ya que no comodeterminante, de sus luchas sociales. Y de la misma manera que

    antes, desde Stanford, conocer la prctica poltica y el discursoterico del gran partido socialdemcrata alemn y de la SFIOme ayud a interpretar lo que haba ocurrido en Espaa con elPSOE tras su breve experiencia de poder y su desastrosa estra-

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    tegia de oposicin en los aos de Repblica, decid ahora, desde

    Oxford, mirar a Madrid con la misma perspectiva salvadas to-das las distancias imaginables que Engels haba adoptado paraadentrarse por el Manchester de la revolucin industrial, ver laciudad desde los slumshacia la city,del extrarradio a la Puertadel Sol, para entender el denso y conflictivo trayecto recorridopor sus obreros y patronos desde la fiesta popular de 1931 a lahuelga general revolucionaria de 1934.

    Y en sas estaba cuando por fin llam el cartero: Mari Car-

    men Ruiz de Elvira, subdirectora del ICE de la UNED en elque Carlos Moya animaba un palmar, me convocaba para lafirma de un contrato de ayudante y me sugera que prepararaun informe sobre la experiencia britnica en educacin univer-sitaria a distancia, all llamada abierta, para lo que solicit unavisita por las excelentes instalaciones de la Open University enMilton Keynes y mantuve varias entrevistas con profesores y res-ponsables de produccin de sus materiales didcticos. Cuando

    regres de nuevo a Madrid iba ya muy avanzado el ao 1979,momento lleno de incitaciones para cualquier historiador decontempornea, y yo me senta incorporado al oficio, con doslibros publicados en Siglo XXI y con la clida acogida que mehaba dispensado Manuel Tun de Lara en el dcimo y ltimocoloquio de Pau al que acud, desde Oxford, con la propuesta,algo petulante, de un nuevo objeto de investigacin para laRepblica, que consista en no considerarla, al modo que haba

    sido habitual en buena parte de la historiografa angloamericana,como mero prtico de la guerra, sino devolverle un valor propiopasando de la atencin preferente a cuestiones polticas al estu-dio de la sociedad y de las luchas de clases 2.

    Hasta ese momento, mi visin de la historia y de la sociedadse haba edificado sobre mucho trato con Marx, el materialis-mo histrico y el grupo de historiadores marxistas britnico,

    2 Segunda Repblica: por otro objeto de investigacin, en Manuel TUNDE LARA (ed.), Historiografa espaola contempornea. X Coloquio del Centro deInvestigaciones Hispnicas de la Universidad de Pau. Balance y resumen, Madrid,Siglo XXI, 1980, pp. 295-313.

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    una fuerte aficin por Max Weber y la sociologa histrica, un

    proyecto abandonado de sociologa de las revoluciones, unalicenciatura en sociologa por la Complutense y un especialinters por los movimientos socialistas y revolucionarios delprimer tercio del siglo XX: todo lo cual sin ocupar nunca unpuesto de trabajo en ninguna institucin acadmica. Ahora, s;ahora, con los cuarenta aos a la vuelta de la esquina, me cayen suerte una posicin estable y un sueldo fijo que mepermita dedicar al proyecto sobre Madrid en la Repblica las

    horas de hemeroteca y archivo que fuera menester. La ayudantay, casi enseguida, la divisin de investigacin del ICE, me lasproporcionaron con holgura 3, no sin antes poner punto final amis lecturas sobre el Marx de la revolucin industrial y publicarlos primeros y ltimos resultados de aquel trabajo en una de lasrevistas animadas por la inteligencia, la irona y el humor delinolvidable tndem formado por Ludolfo Paramio y Jorge M.Reverte, En Teora. En ese artculo sostuve que el proletariadodel que Marx hablaba y al que confiaba la misin de acabar conla explotacin del hombre por el hombre e iniciar la verdaderahistoria de la humanidad era en realidad la clase obrera de larevolucin industrial, una clase singular, fruto de la proletari-zacin de artesanos y destinada a desaparecer a medida que seimplantara la gran industria 4. Confirm con este artculo unaaficin a combinar el anlisis de las teoras o los lenguajesque pretenden dar cuenta de la accin con la indagacin en laaccin misma, pero, a partir de ese momento, dediqu todo el

    tiempo que me dejaba libre el empleo en el ICE a terminar lainvestigacin sobre las luchas de clase en el Madrid de la Re-pblica. Bien estaba tener un pie en la Universidad, como enuno de los mejores consejos que jams escuch al modo delos que en mis aos de bachillerato lea de vez en cuando en las

    3 Sin descuidar unas investigaciones sociolgicas sobre alumnado y licenciadosde la UNED que, en la muy grata compaa de Marisa Garca de Cortzar, dieroncomo resultado:Los primeros licenciados de la UNEDyAlumnos y licenciados de laUNED, 1980-1981,Madrid, UNED, 1981 y 1982.

    4 Marx y la clase obrera de la revolucin industrial, En Teora,8-9 (octubrede 1981-marzo de 1982), pp. 97-135.

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    Seleccionesdel Readers Digest me haba recomendado Ma-

    nuel Prez Ledesma en nuestro primer encuentro de Pau; peroel paso siguiente, tener dentro los dos pies y la cabeza, requerapresentar una tesis doctoral.

    Por qu eleg finalmente una tesis centrada de nuevo enla Repblica? La verdad es que entonces ni siquiera me lo pre-gunt y, ahora que lo pienso, lo que me viene al recuerdo es:primero, porque se ampliaron progresivamente las posibilidadesde documentar cada vez con ms rigor lo que en los primeros

    trabajos era casi una bsqueda a tientas y frecuentemente slouna hiptesis o una intuicin; segundo, porque se extendi unacreciente demanda de conocimiento por rememoracin del re-ciente pasado y pudimos sentir, palpar casi, un inters social encontinuo aumento por los resultados de los trabajos de quienesandbamos dedicados a nuestro reciente pasado de Repblica,Guerra y Dictadura; tercero, porque esa demanda y ese intersdieron lugar a un considerable nmero de cursos y ciclos de con-

    ferencias a los que siempre asista un pblico mayoritariamentejoven o mayor, mucho menos de edades intermedias, que llenabagrandes salas y auditorios; y, cuarto, porque se multiplicaronlas ocasiones de debatir en encuentros, coloquios y congresos,entre colegas movidos por idnticos intereses, interpretacionesprocedentes de diversos horizontes ideolgicos, en un clima enque, sin llegar a un consenso sobre el pasado, ni pretenderlo, secomparta un terreno comn que permiti a cada uno sentirseparte de un esfuerzo colectivo por desbrozar nuevos caminosde comprensin e interpretacin de nuestra reciente historia; enresumen, un perodo de rica intersubjetividad, elemento clavepara avanzar en la objetividad que en ningn caso tiene por quser neutralidad valorativa5. Bastarn aqu unas notas sobre cadauno de estos puntos, dichas sin nimo alguno nostlgico de loque podra sonar como una elega por aquellos buenos tiempospasados que ya nunca volvern.

    5 Para este punto, Thomas L. HASKELL, Objectivity is not neutrality: rethoricvs. practice in Peter Novicks That Noble Dream, History and Theory,29 (1990),pp. 129-157.

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    Ante todo, la experiencia nica de frecuentar archivos y bi-

    bliotecas, hasta entonces poco transitados, a la bsqueda de do-cumentacin en la que fundamentar nuestros trabajos. Recuerdobien mi primera y tmida entrada en el Servicio Histrico Militar,en Madrid, quiz en 1980, buscando documentos de la zonaroja confiscados por los ejrcitos de ocupacin a los partidosde izquierda y a los sindicatos, actas de casas del pueblo, plenosde la CNT, afiliados a partidos republicanos. Si la comparabacon la sufrida por Gabriel Jackson veinte aos antes, en el otoo

    de 1960, me poda haber dado con un canto en los dientes. Paraacceder a las cajas y legajos por los que mostr inters necesi-taba el aval de dos militares, pero casi inmediatamente, ante migesto de desolacin por no tener a mano ningn militar a quienpedirlo, el coronel o quiz un comandante, no s que melos exiga me dijo que l mismo me firmara uno de ellos y que elotro podra firmarlo el teniente a cargo de la sala. Llam, pues,al teniente, que cumpli la orden o indicacin de firmar el aval,

    recogi mi pedido, llam a un soldado, que se cuadr ante l,y le orden que lo trajera. As que, despus de todo, no era tanfiero el len como me lo haban pintado: Gabriel Jackson tuvoque ir tres o cuatro veces por all a ver si la autorizacin haballegado y al final result que al ministro le haba faltado tiempo,en cuatro meses, para firmarla 6. Pero si lo comparo con lo queme ocurri veinte aos despus en vila, la recepcin, la aten-cin, la rapidez en la entrega, las posibilidades de reproduccin,

    todo, en fin, haba cambiado. En vila ya no hay jefes que pi-dan avales, ni oficiales de ordeno y mando, ni soldados que secuadren; all lo que hay son militares civilinizados,por decirlocon un brbaro anglicismo, o sea que actan como civiles, muycompetentes, por cierto, infinitamente ms rpidos en el envode las fotocopias que los encargados de ese mismo servicio enel Archivo Histrico Nacional. Y no digamos en aquella vetusta

    6 Gabriel JACKSONpublic sus peripecias en Espaa a principios de los aossesenta en Historians Quest(1969), del que luego apareci una versin ampliadacomoMemoria de un historiador,Madrid, Temas de Hoy, 2001, donde narra esta yotras sabrosas experiencias.

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    Seccin de la Guerra Civil, cuando lo era del mismo Archivo

    Histrico Nacional, en Salamanca, donde un viejo ordenanzasalido de alguna novela galdosiana te traa, arrastrando pesa-damente los pies, la caja que un poco al tuntn habas solici-tado y en la que echabas el anzuelo a ver qu pescabas, con laurgencia de que a las dos menos cuarto ya te estaban diciendovuelva usted maana. En ms de una ocasin me sent obligado,para no perder la tarde, a llevarme, metidas entre el jersey y lacamisa, actas de las casas de pueblo que a la maana siguiente

    eran repuestas religiosamente en el lugar en que la pesca habaresultado fructfera sin que nadie hubiera echado en falta su muytemporal ausencia.

    Esas experiencias, y las de otros archivos en los que slo aduras penas lograbas que pusieran a tu disposicin los docu-mentos que te interesaban o que facilitaran su reproduccin,alimentaban el coraje y la decisin de seguir adelante. Haba mu-cho que ver y no pocos obstculos que superar: el de la biblio-

    tecaria que se negaba a permitir la fotocopia de las estadsticasde la matrcula industrial de Madrid con el argumento de quetanta fotocopia estaba matando la investigacin; el del directorgeneral de Registros y del Notariado que te enviaba el recado deque en el archivo bajo sus rdenes no haba ningn expedientede Azaa y luego publicaba un libro con los papeles que habacolocado a buen recaudo en su despacho; el del Ministerio deAsuntos Exteriores, donde slo podas ver tres expedientes encada sesin de trabajo, y cruzabas los dedos para que al menosen uno de ellos hubiera algo que te interesara; o el de la bibliote-ca del Ministerio de Trabajo donde te decan que tal o cual librose lo haba llevado don Fulano de Tal y no lo haba devuelto nise esperaba que algn da lo devolviera. En fin, para qu seguir.Son experiencias formativas del carcter, al modo de una educa-cin sentimental, en nuestro trato con archivos y bibliotecas.

    Con lo que bamos apaando pudimos lo digo tambinen plural porque fue una experiencia colectiva atender una

    demanda de publicaciones y el inters de un pblico siemprecreciente desde los primeros compases de la Transicin. Lo heescrito en varias ocasiones pero no me duelen prendas al insis-tir en lo mismo, dado que tambin insisten los que afirman, de

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    odas ms que de sabidas, lo contrario: aqul no fue un tiem-

    po de bibliotecas o archivos cerrados a cal y canto aunquealgunos, especialmente del Movimiento, se quemaron parasiempre 7y otros, como los de la Guardia Civil o las audienciasterritoriales militares, resultaban inaccesibles ni de silencioo amnesia sobre nuestro ms inmediato pasado; aqul fue untiempo de historia y de memoria, que actuaban en un sentido yen una direccin que ya haba estado presente en los mltiplescontactos de la oposicin contra la dictadura y los disidentes de

    la dictadura: desde Prieto y Gil Robles hasta Carrillo y Surez,pasando por Dionisio Ridruejo y Enrique Tierno o por Ruiz-Gi-mnez y Simn Snchez Montero, gentes que venan del rgimeny gentes que venan de la oposicin se encontraron, hablaron,escribieron y pactaron, bajo el impulso de unas memorias, delas que han quedado mltiples huellas en sus discursos y en lospapeles firmados. Fueron memorias, o evocaciones del pasado,que movan a los actores polticos hacia la bsqueda de pactos

    y que explican en buena medida el hecho de que el procesoconstituyente que discurra bajo nuestra mirada partiera, comoha destacado Francisco Rubio Llorente, de una idea pactista 8,una idea que vena trabajando a los sectores ms politizadosde la sociedad espaola desde mediados de los aos cincuenta,como mostraba lo que Jos Mara de la Pea, joven socialista enla guerra y director del Archivo General de Indias de Sevilla,se preguntaba, un da de enero de 1961, ante un muy atento

    Gabriel Jackson: si Italia pudo conseguir la democracia par-lamentaria, y que los partidos demcrata-cristianos y socialistascompartieran el poder, por qu no podemos hacer nosotros lomismo algn da en Espaa 9. Podamos hacerlo, sin duda; el

    7 SalvadorSNCHEZTERN, siguiendo rdenes estrictas del ministerio, pro-cedi a destruir los archivos de la Jefatura Provincial del Movimiento de Barcelona,con las miles y miles de fichas de personas, en las que constaba su historial polticoy filiacin. Su argumento es revelador: Aquellos archivos olan a un pasado re-moto:De Franco a la Generalitat,Barcelona, Planeta, 1988, p. 261.

    8 FranciscoRUBIOLLORENTE,Diccionario del sistema poltico espaol,Madrid,Akal, 1984, p. 120.

    9 JACKSON,Memoria, op. cit.,p. 173.

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    problema era que nos decidiramos a hacerlo, y a este respecto,

    poco podamos aprender de nuestra muy asendereada historiaconstitucional, marcada por aquel continuo tejer y destejer deConstituciones que lamentaba don Juan Valera y que ms que depacto eran de parte, sin excluir la ltima de nuestras Constitu-ciones, la de la Repblica espaola, elaborada a la medida de lacoalicin republicano-socialista que la haba trado y que habaconseguido una aplastante mayora cercana al 90 por 100 delos escaos en las elecciones a Cortes Constituyentes de junio

    de 1931. Era menester mirar afuera, como por lo dems fuecostumbre de la generacin de los hijos de la guerra, al constitu-cionalismo europeo de posguerra, de donde vino a los ponentesde la Comisin Constitucional algo ms que la inspiracin paraculminar en breve plazo el proyecto de Constitucin 10.

    En ese sentido, se podra decir tambin que, metidos ya enlos tiempos de transicin, la reaccin crtica ante los relatosrecibidos, procedentes tanto de vencedores, como de vencidos,

    evocada por Jorge Semprn en la autobiografa de su heterni-mo Federico Snchez, nos hizo sentir la misma necesidad dehistorizar los problemas de la guerra civil, lo cual no significencerrarlos a doble llave en las mazmorras del pasado, sino ela-borarlos crticamente. La memoria del pasado que finalmentepudo abrirse paso en aquellos aos actu en amplios sectoresde la sociedad como una llamada a la reflexin colectiva y aldebate abierto sobre nuestra guerra civil, para averiguar cmo

    se produjo e impedir que, en el futuro, las mismas o parecidascausas pongan en obra aquellas sangrientas formas, comoescriba al comenzar el ao 1977 el editorialista de El Pas 11.Cuando se afirmaba que era preciso recuperar la memoria lo que

    10 Para La recepcin del constitucionalismo italiano en la Constitucinespaola d