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ECHAR AL OLVIDO Memoria y amnistía en la transición SANTOS JULIÁ na de las grandes cuestiones de nuestro tiempo ha tenido como ob- jeto el pasado, qué hacer con el pa- sado. No es pregunta ociosa ni casual, si- no obligada por la exigencia de construir unos Estados que no podían encontrar en su historia reciente las raíces de su legiti- midad; una pregunta obligada por las cri- sis de las dictaduras en Europa del Sur y en América Latina, el fin del comunismo en Europa del Este y la evidencia siempre lacerante del holocausto en Alemania o del colaboracionismo de Vichy en Fran- cia. Con esos pasados se han podido ha- cer muchas cosas, desde reinventarlos co- mo mitos o aprender sus lecciones hasta someter a juicio público a quienes se re- putaran culpables de todos los crímenes: purgas y depuraciones, juicios y cárcel, comisiones de la verdad, amnistías y per- dones mutuos, de todo ha habido en los últimos años con el propósito de arreglar las cuentas pendientes con el pasado 1 . Y en España, ¿qué respuesta hemos dado a la pregunta sobre nuestro pasado de guerra civil y dictadura? Porque aquí hemos debido enfrentarnos, por una par- te, a un acontecimien to lejano en el tiem- po, pero todavía vivo en la memoria indi- vidual de muchos protagonistas o testigos y en la colectiva de sus hijos: la guerra ci- vil; por otra, a un largo tiempo de dicta- dura, con su secuela de violaciones de de- rechos fundamentales. La particularidad del caso español, lo que impide compa- rarlo sin más al hundimiento de otras dic- taduras o de los regímenes comunis tas y a lo sucedido en Italia, Alemania y Francia al ser liberadas por los ejércitos aliados, es que aquí el pasado todavía presente cuan- do comenzaba la transición era no sólo de dictadura sino, más lejos en el tiempo, de guerra civil de la que la dictadura fue consecuencia y prolongación . El cierre de ese pasado ya lejano de guerra civil y a la vez tan reciente de dic- tadura y el comienzo de un proceso cons- tituyente se ha presentado durante años como modélico: la amnistía decretada por el Parlamento en octubre de 1977 fue ce- lebrada como un pacto de reconciliación entre los bandos enfrentados en la guerra civil. Posteriorm ente, las críticas a los pre- suntos déficits de la democracia española tendieron a cargar las responsabilidades sobre el consenso que se atribuyó a un pacto de olvido y de silencio entendido en el más literal sentido de la expresión y extendido en sus efectos a toda la socie- dad: los españoles habríamos sufrido, ate- nazados por el miedo, o reacios a adoptar políticas de riesgo, una amnesia colectiva que nos impidió hablar del pasado; la consecuencia: una democracia deficitaria, una ciudadanía pasiva, una cultura políti- ca a la que malamente se puede definir como democrática. Durante los últimos años ha prolife- rado, en efecto, la denuncia genérica de la transición por haberse montado artificio- samente sobre la amnesia. “Se está impo- niendo un silencio consentido”, ha escrito Joaquín Leguina; la sociedad española pa- dece un fenómeno de amnesia colectiva, afirman Nicolás Sartorius y Javier Alfaya, lamentando además que “un espeso silen- cio” haya caído sobre el periodo de la dic- tadura, del que “se habla poco y se escribe menos”. Y es significativo que esta impo- sibilidad de hablar, esta amnesia, sean evocados también de manera persistente por quienes se asoman a los primeros años de la dictadura, escriben un libro e incorporan como lema publicitario la li- beración de una “tiranía del silencio”. Las editoriales aprovechan el tirón de los li- bros sobre los años de posguerra para pre- sumir de dar voz a quienes “la historia oficial había silenciado”. La amnistía se presenta como un pacto de silencio que nos habría llevado “a una transición am- nésica” y a borrar de la historia a “los que protagonizaron los hechos históricos”. Tan atrapados estaríamos por el olvido y el silencio que se ha titulado El despertar de la amnesia un reportaje sobre noveda- des editoriales dedicadas a la represión durante el primer franquismo 2 . La imagen de una sociedad amnésica, temerosa de enfrentarse con su pasado, se ha convertido también en un tópico entre publicistas extranjeros. Un corresponsal del Times en Madrid escribía en julio de 1996 que los españoles tenían que leer a historiadores británicos para enterarse de lo que había ocurrido en España porque, a los 60 años de su fin, vivían “atenazados por el tabú de la guerra civil”. Punto de vista muy similar al que exponía en Esprit Thierry Maurice cuando atribuía a los nuevos dirigentes del régimen franquista artífices de la transición la imposición de una “estrategia del olvido” que, con la to- lerancia de la oposición, habría conduci- do a un proceso de “desmemori zación co- lectiva”. Según Timothy Garton Ash, los que no miran al pasado, como Rusia, no consolidan la democracia; y aquellos que la consolidan es porque previamente lo han mirado y han arreglado las cuentas con él, como Alemania del Este. España sería la gran excepción, un caso anómalo. Y como esas excepciones no pueden darse porque la correlación entre mirar al pasa- U 14 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA Nº129 1 Para diferentes respuestas, Timothy Garton Ash, ‘La verdad sobre las dictaduras’, Historia y Políti- ca, 1 (abril 1999), págs. 25-47. 2 Joaquín Leguina y Antonio Ubierna, Años de hierro y esperanza, Madrid, Espasa, 2000, págs. 14-15; Nicolás Sartorius y Javier Alfaya, La memoría insumi- sa. Sobre la dictadura de Franco, Espasa, Madrid,1999, págs. 21-23. Dulce Chacón, El Cultural, 10 octubre 2002 y publicidad de La voz dormida, en El País, 18 de octubre de 2002; Javier Valenzuela, ‘El despertar de la amnesia’, Babelia, 2 de noviembre de 2002.

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