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DOSSIER 55 I GLESIA -E STADO Un siglo de desencuentros 56. Error de cálculo Javier Redondo 62. Cruzada. El aval a los sublevados Hilari Raguer 68. Una dictadura bajo palio Juan María Laboa 76. Encaje de bolillos José Manuel López Vidal Madrid, 1957, una fotografía de Ramón Masats que pertenece a la colección del autor. Por exceso o por defecto, las relaciones entre la Iglesia y el Estado en España siempre han estado larvadas de tensión. La II República dejó medrar a un anticlericalismo destructivo, que fue la coartada del clero para bautizar el golpe militar de Franco como Cruzada. La Transición produjo un pacto temporal entre ambos poderes, que hoy se revela como un modelo agotado. Cuatro especialistas abordan para el Dossier los momentos decisivos de este largo pulso entre los poderes terrenal y espiritual en nuestro país LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

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Por exceso o por defecto, las relaciones entre la Iglesia y el Estadoen España siempre han estado larvadas de tensión. La II Repúblicadejó medrar a un anticlericalismo destructivo, que fue la coartadadel clero para bautizar el golpe militar de Franco como Cruzada.La Transición produjo un pacto temporal entre ambos poderes,que hoy se revela como un modelo agotado. Cuatro especialistasabordan para el Dossier los momentos decisivos de este largopulso entre los poderes terrenal y espiritual en nuestro país

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DOSSIER

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IGLESIA-ESTADOUn siglo de desencuentros

56. Error de cálculo

Javier Redondo62. Cruzada. El aval

a los sublevados

Hilari Raguer

68. Una dictadura

bajo palio

Juan María Laboa

76. Encaje de bolillos

José Manuel LópezVidal

Madrid, 1957, una

fotografía de Ramón

Masats que pertenece a

la colección del autor.

Por exceso o por defecto, las relaciones entre la Iglesia y el Estadoen España siempre han estado larvadas de tensión. La II Repúblicadejó medrar a un anticlericalismo destructivo, que fue la coartadadel clero para bautizar el golpe militar de Franco como Cruzada.La Transición produjo un pacto temporal entre ambos poderes,que hoy se revela como un modelo agotado. Cuatro especialistas

abordan para el Dossier los momentos decisivos de este largopulso entre los poderes terrenal y espiritual en nuestro país

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ERROR DECÁLCULO

El anticlericalismo que afloró a la superficie tras la caída de la Monarquía,en 1931, lastró la posibilidad de que las relaciones entre la Iglesia y el

Estado discurrieran por la senda de la normalidad. Javier Redondo estudiala tensión entre ambas instituciones durante la II República

Alejandro Lerroux, republicanopor antonomasia y fundador delPartido Radical en 1908, no re-cuerda bien cuándo recibió

aquella carta. Pudo ser el 5 o el 6 mayode 1931, recién proclamada la II Repúbli-ca. Le escribía una prima hermana de supadre a quien no tenía el gusto de cono-cer. No en vano, llevaba cincuenta añosenclaustrada en las Góngoras –debía serya la superiora– y él había emprendido ha-cía tiempo el camino del anticlericalismo,postura que fue suavizando progresiva-mente. En la premonitoria misiva, Con-cepción Lerroux pedía a su sobrino “res-peto para la Iglesia, protección para losconventos y piedad para los religiosos”.

El flamante ministro de Estado com-prendió los miedos de su tía, pero no pu-do evitar sentirse molesto, casi ofendido.Seguro que ella tenía muy presente la Se-mana Trágica de 1909, cuando los anar-quistas se dedicaron a quemar iglesias yconventos. No era la primera vez que laIglesia concitaba el odio de las masas nisería la última. Pero el nuevo régimen, di-jo en su respuesta, “no había traído la mi-sión de atentar contra la religión, ni deperseguir a sus ministros”. Mientras, enlas calles se extendía el rumor, acaso cal-culado, de que se preparaba la revolución.

Pocos días más tarde, Lerroux, de ca-mino a Ginebra, no ocultaba su inquietudpor lo que en Madrid sucedía, ni su son-rojo por las palabras tranquilizadoras,pronto devaluadas, que le había transmi-tido a la religiosa. El 10 de mayo se cele-bró la sesión inaugural del Círculo Mo-nárquico de Madrid. Los fieles a Alfon-so XIII se reunieron en la calle de Alcalápara diseñar la estrategia electoral de ca-ra a los comicios constituyentes. Cuandosonó la Marcha Real, se desató la violen-cia –las versiones más complacientes con

la desproporcionada reacción de la mul-titud entienden como provocación quelos monárquicos conectaran el gramófo-no y lo acercaran a las ventanas–. La mul-titud trató de tomar el edificio, y luego,acusando en falso al director de ABC dehaber matado a un manifestante, se diri-gió hacia la sede del periódico. A partir deahí, el caos se adueñó de la capital. Por lanoche, en la Puerta del Sol, se oyeron al-gunos mueras dirigidos hacia el cardenalSegura, el rostro menos amable del clero.

Quema de iglesiasEn menos de veinticuatro horas, las iras sehabían canalizado hacia la Iglesia. Al día si-guiente, más de cien edificios religiososfueron asaltados y quemados en distintasciudades de España. Aunque no existe nin-guna prueba de que la primera gran re-vuelta popular ocurrida durante la Repú-blica fuese orquestada, existen numerosostestimonios que dudan de su espontanei-dad, además de indicios nada desdeñables:la CNT venía amenazando con una huelgageneral si el Gobierno permitía la reuniónmonárquica y en Málaga fueron detenidos23 miembros del PCE. El propio MiguelMaura, ministro de Gobernación, aseguróque el capitán Arturo Menéndez le habíapuesto al tanto con antelación de las pi-rómanas intenciones de los insurrectos, yAzaña anotó en sus diarios, un año y me-dio más tarde, que Maura lo sabía.

JAVIER REDONDO, profesor de CienciaPolítica, Universidad Carlos III.

El Artículo 26 de la Constitución prohibía alas órdenes religiosas ejercer la enseñanza, el

comercio y la industria.

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IGLESIA-ESTADO, UN SIGLO DE DESENCUENTROS

Caricatura que presenta a Alejandro Lerroux como defensor de los valores tradicionales frente a los republicanos radicales, como Manuel Azaña.

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El régimen puso en ese preciso instantede manifiesto toda su endeblez, o, mejordicho, su principal contradicción interna.La izquierda quiso patrimonializar la Re-pública, pero a la vez tenía dos almas: laliberal y burguesa, por un lado; y la so-cialista y sindicalista, de estirpe revolu-cionaria, por otro. Respecto a las rela-ciones entre la Iglesia y el Estado, losunos, descendientes intelectuales de la

Institución Libre de Enseñanza –fundadaen marzo de 1876, no era anticatólica si-no modernizante–, abogaban por la neu-tralidad religiosa del poder; los otros,eran visceralmente anticlericales. Los pri-meros querían acabar con los privilegiosde la Iglesia, los segundos pretendían des-terrar el catolicismo de España.

La jerarquía eclesiástica creyó poderrespirar tranquila mientras al frente del

Gobierno permaneciera Alcalá-Zamora,liberal conservador, ex monárquico y ca-tólico declarado, ferviente defensor deuna República de orden. Por eso la Igle-sia acató, aunque con reservas, el régi-men del 14 de abril. El Vaticano asumiócon naturalidad que se decretara la li-bertad religiosa, uno de los cuatro pun-tos de los que constaba el Pacto de SanSebastián, sellado en agosto de 1930.

Una vieja aspiraciónLa libertad religiosa –junto con la separa-ción total entre Iglesia y Estado– ha sidouna de las aspiraciones clásicas del repu-blicanismo y del liberalismo radical. La glo-riosa revolución de 1868 supuso una rup-tura histórica en este sentido, ya que laConstitución de 1869, de efímera vigencia,la introdujo tímida y confusamente por pri-mera vez. Reconocía a los extranjeros nocatólicos el derecho a profesar su credo,permiso que extendía a los españoles. Porotro lado, reconocía igualmente la libertadde creencias. De todos modos, el Estadoseguiría sufragando a la Iglesia. Posterior-mente, la I República no se andaría por lasramas y en su proyecto constitucional con-sagraría la libertad de cultos, separaría sin

Dos católicos en el Gobierno de la República

Los dos procedían de las filas monár-quicas y su presencia en el Gobierno era

la más firme garantía de que el régimen evi-taría, al menos en sus inicios, adentrarse enel laberinto de la revolución. Durante 1930,en casa de Maura se celebraban las reunio-nes en las que se tejía el programa repu-blicano. Cómo no, la cuestión religiosa des-pertaba los más enconados debates. SegúnMaura, excepto él y Alcalá-Zamora, paratodos los miembros del Comité Revolu-cionario, la República “era sinónimo de lai-cismo integral y, dada la realidad española,ello equivalía a la persecución religiosa”.En todo caso, ambos niegan rotundamenteque las disputas obedecieran a la militan-cia masónica de los demás ministros (sibien, Alcalá-Zamora concluye que la ma-sonería “ayudó muy poco, perturbó bastantey dañó mucho a la República”). Las desa-venencias anteriores se pusieron de mani-fiesto el día 11 de mayo de 1931, cuando“la demagogia de Azaña” convenció ala mayoría del Gobierno, que impidió a laGuardia Civil frenar a los revoltosos. Para

Alcalá-Zamora, ese día la República man-chó su crédito, “hasta entonces diáfano e ili-mitado”. A partir de entonces, las relacio-nes entre los partidos se “envenenaron”. Só-lo Prieto y el ministro de Gobernación pa-recían tener conciencia de lo que se estabajugando el régimen en aquellos días. Se pro-dujo así el primer conato dimisionario deMaura. Entre monseñor Tedeschini, Alca-lá-Zamora y otros impidieron que se con-sumara. La segunda amenaza de desercióndel sector católico del Gobierno la prota-gonizó Alcalá-Zamora, precisamente por-que Maura había decidido expulsar de Es-paña al obispo de Vitoria, Mateo Múgica,sin consultarle, dice que para prevenir nue-vos incidentes entre anticlericales y carlis-tas. Y es que no fue fácil para ninguno delos dos nadar entre dos aguas. Los prela-dos españoles –Segura era, a juicio de am-bos, el de “más estrecha visión”– se oponíanpor sistema a cualquier decisión guberna-mental en materia religiosa, y mientras, lospartidos republicanos se mostraron dema-siado radicales. Los debates sobre la apro-

bación del artículo 26 de la Constituciónpusieron de manifiesto que su permanen-cia en el Gobierno era contra natura. Nin-guno de los dos puso pegas al artículo 3,que decretaba la libertad religiosa. Sin em-bargo, el tono anticlerical, incluso ofensi-vo de los discursos –el diputado de Iz-quierda Radical, Luis de Tapia, pidió “tri-bunas públicas” para presenciar las quemasde conventos– y los propósitos de los cons-tituyentes precipitaron su salida del Ga-binete. Para Alcalá-Zamora, con Lerrouxausente del Congreso porque solía acostar-se temprano, el garante de que se proyec-taran sobre la Constitución los acuerdos pre-vios era Fernando de los Ríos, pero su cal-culada ambigüedad lo echó todo a perder.Luego Albornoz prendió la mecha. Y Aza-ña dio la puntilla. A partir de ese momen-to, Alcalá-Zamora, que posteriormente se-ría nombrado presidente de la República,concluyó que la cuestión religiosa se habíadirimido de una manera “sectaria”, y que sufunción institucional quedaba reducida apaliar, sin demasiado éxito, ese sectarismo.

La multitud contempla el incendio de la Residencia de los Jesuitas en la calle de la Flor deMadrid, durante los disturbios anticlericales de mayo de 1931.

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matices la Iglesia del Estado y prohibiría lassubvenciones estatales. En 1876, la Res-tauración retornó a la situación prerrevo-lucionaria. Más tarde, la dictadura de Pri-mo de Rivera fue muy bien acogida por losobispos. Para el republicanismo quedó de-finitivamente claro que la trinidad Monar-quía-Ejército-Iglesia era indisociable y per-niciosa para la salud democrática.

Una vez resuelto el tipo de régimen, elGobierno provisional de la II República de-bía afrontar dos reformas delicadas: la mi-litar y la religiosa. Particularmente en estesegundo caso faltó tacto, se tomaron me-dias arbitrarias y se tuvo demasiada man-ga ancha con los violentos. Todo ello con-virtió la cuestión religiosa en el principaleje de confrontación política, en un factordecisivo de inestabilidad y en uno de losdesencadenantes de la Guerra Civil.

Pero ¿por qué las relaciones Iglesia-Estado se deterioraron tan pronto cuan-do el punto de partida parecía satisfacera las dos partes? Alcalá-Zamora se habíamostrado enseguida optimista por la res-puesta de la jerarquía eclesiástica ante lanueva situación política, y recordó que elnuncio Tedeschini, con quien manteníauna buena relación, justificaba las tibiasreclamaciones de la Iglesia, pero asegu-raba que “Ambasciatore no porta pena”,porque la separación de la Iglesia y el Es-tado se iba a producir de forma amisto-sa. El diario católico El Debate aceptó elrégimen y hasta los más conspicuos pre-lados monárquicos, como el cardenal Se-gura, se pronunciaron con prudencia,aunque también con ambigüedad, lo queinquietó los espíritus republicanos. El car-denal Pacelli (futuro Pío XII) dio ordena los católicos de que respetaran los po-deres constituidos y les propuso que seagrupasen políticamente para defenderel orden religioso. Surge entonces, de lamano de Ángel Herrera Oria y Gil Robles,Acción Nacional.

Inicios conciliadoresEn el Gobierno, la opción conciliadora seimpuso durante los primeros días. Alca-lá-Zamora, Maura, Lerroux y el propioFernando de los Ríos aplacaron los áni-mos de Prieto, Largo Caballero y Álvarode Albornoz. Muy poco tiempo después,Azaña –que pecaba de identificar comoextremistas a quienes más mostraban sudisposición al entendimiento, como el ar-zobispo de Tarragona, Vidal i Barraquer–decantaría la balanza hacia el anticlerica-

lismo militante. También en la Iglesia seimpuso finalmente la opción integrista.Las fuerzas centrífugas dominaron sobrelas centrípetas en los dos terrenos.

Al tiempo que el Gobierno decidía im-pedir la presencia del Episcopado en elConsejo de Instrucción Pública y decre-taba que la educación religiosa dejaba deser obligatoria, el cardenal Segura des-pertó los recelos de los republicanos conuna polémica pastoral. Estamos en las vís-peras de los funestos acontecimientos deldía 11 de mayo, que iban a marcar defi-nitivamente el devenir del régimen. Lue-go, el cardenal abandonó España porquese sentía desprotegido; en breve, pre-

tendió regresar y fue detenido; el Go-bierno expulsó al polémico Mateo Mú-gica, obispo de Vitoria, a quien había de-tenido el 14 de agosto, acusándole de fo-mentar la insurrección de los católicos;se cerraron los diarios ABC y El Debate;los obispos protestaron contra todas es-tas medidas y el Vaticano, creyendo queel Gobierno había roto unilateralmente elConcordato de 1851, negó el plácet co-mo embajador a Luis Zulueta, diputadoindependiente que se había pronuncia-do en las Cortes contra la “exageración”anticlerical. La discordia estaba sembra-da y, para los más sagaces, la llama de laGuerra Civil, prendida.

ERROR DE CÁLCULOIGLESIA-ESTADO, UN SIGLO DE DESENCUENTROS

La publicación satírica El Estraperlo publicó esta caricatura furibundamente anticlerical quebromea sobre las relaciones entre Alcalá-Zamora y la iglesia católica.

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A pesar de las dificultades, el sector mo-derado del Gobierno buscaba una nuevafórmula de entendimiento que sustitu-yera al Concordato de 1851, clínicamen-te muerto. El acuerdo final alcanzado enel Gabinete incluía conceder a la Iglesiaun estatuto como asociación jurídica es-pecial y le permitía seguir impartiendodocencia. Sin embargo, la calle conti-nuaba agitando el fantasma del anticle-ricalismo y los debates constituyentesprecipitaron la ruptura definitiva.

Los posibles acuerdos quedaron en aguade borrajas cuando se aprobó el artículo 26de la Constitución. Las Cortes, en plenaefervescencia, aprobaron raquíticamente–votó a favor menos de la mitad de la Cá-mara– y con el abrumador silencio de losdiputados ausentes el polémico artículo,que apartaba a las órdenes religiosas de laenseñanza, les prohibía ejercer el comer-cio y la industria y limitaba sus bienes. Eltexto suponía condenar por asfixia a las ór-denes religiosas, a la vez que el Gobier-no se reservaba el poder de disolver aqué-llas cuyas actividades constituyeran “un pe-ligro para la seguridad del Estado”.

Las consecuencias para la República fue-ron nefastas y el Ejecutivo sufrió su prime-ra crisis: ni Alcalá-Zamora ni Maura forma-ban parte de él cuando se aprobó el artí-culo 26, uno de los “sepultureros” de la Re-pública, tal como lo definió Salvardor deMadariaga. Y lo que es peor, el régimenadoptó definitivamente un perfil político.El día que Azaña pronunció su más famosodiscurso, en el que afirmaba que España ha-bía dejado de ser católica, no sólo incurríaen un error sociológico sino político.

La República perdió moderación, creóuna bolsa de enemigos permanentes y su-cumbió al atractivo embrujo de la provo-cación, dado que las leyes de desarrolloconstitucional seguían hurgando en la he-rida de los católicos. En enero de 1932, sedisolvió la Compañía de Jesús. A finalesde mes, se secularizaron los cementerios;a comienzos de febrero, se aprobó la Leyde Divorcio y, en junio, la de MatrimonioCivil. Ese año se suspendieron las proce-siones de Semana Santa en Sevilla –el añoanterior, el Gobierno había declarado la-borables el Jueves y el Viernes Santos–.Las cofradías no estaban dispuestas a ser-vir de reclamo turístico. Sólo la procesión

de la Estrella decidió salir: unos exaltadosapedrearon al Cristo de las Aguas y colo-caron dos petardos a la Virgen. La cues-tión religiosa se había convertido tambiénen una cuestión de orden público.

El respiro de 1933En 1933 se aprobó la Ley de Confesionesy Congregaciones religiosas, que desa-rrollaba el artículo 26 de la Constitución,sometía a la Iglesia al control y vigilanciadel Estado en todos los ámbitos y la pri-vaba de la educación. Los obispos publi-caron una pastoral en la que instaban asus fieles a no enviar a sus hijos a las es-cuelas públicas; mientras, Vidal i Barra-quer e Isidro Gomá (sustituto de Segura)

se mantenían en la idea de que había quedefender a la Iglesia desde dentro de lasinstituciones. El Papa publicó una encí-clica condenando la ley y el sector más in-tegrista llamó a la “cruzada religiosa” pa-ra defender a la Iglesia de los ataques in-discriminados.

La victoria de las derechas en las elec-ciones de 1933 constituyó un alivio parala Iglesia. Los sucesivos gobiernos radica-les o radical-cedistas no derogaron las le-yes vigentes, pero hicieron la vista gordaen cuanto a su aplicación. Incluso trata-ron de restituir las subvenciones estatalespor diferentes vías. Esto permitió que Pi-ta Romero fuese nombrado, en 1935, em-bajador español en el Vaticano, tras un lar-go período en el que la silla había per-manecido vacía. No obstante, la Santa Se-de evitó firmar un nuevo Concordato. Enmitad de la legislatura, la Revolución de1934 provocó una nueva oleada anticleri-cal que se saldó con varios religiososmuertos. La revolución asturiana consti-tuyó el punto culminante del proceso deradicalización de la clase obrera, abierta-mente anticlerical.

Cuando el 18 de julio de 1936 se pro-duce el levantamiento militar, los insu-rrectos se guardaron de mentar a Dios ensus proclamas. Los sublevados se refirie-ron a la necesidad de restaurar el ordeny de salvar a la Patria, pero no mencio-naron a la religión. De todos modos, enel transcurso de la contienda, la Iglesiaoptó por el bando nacional.

En definitiva, los vientos del progresodebían conducir al Estado por el cami-no de la laicidad, pero el “apasiona-miento anticlerical” de los gobernantesrepublicanos, como dice Salvador de Ma-dariaga, impidió que las relaciones en-tre la Iglesia y el Estado discurrieran connormalidad. Es decir, el error no radica-ba en impulsar determinadas medidas,sino en hacerlo de manera abrupta y eninsistir en las que eran del todo pres-cindibles. El historiador liberal conclu-ye: “Así derrochó sus energías la joven yentusiasta República, en un ataque fron-tal contra la Iglesia que vino a reforzara éste su enemigo tradicional con todoel vigor de la oposición”. �

Una religiosa en el momento de depositar su voto en un colegio electoral. El triunfo de laderecha en noviembre de 1933 fue muy bien acogido por la jerarquía católica.

“La joven y entusiasta República derrochósus energías en un ataque frontalcontra la Iglesia”, escribió Madariaga

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Franco, representado como un cruzado medieval, en una iconografía alentada y avalada por una gran parte del episcopado español.

El aval a los sublevadosCRUZADA

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La Iglesia española fue mucho más entusiasta que Pío XI ante el estallido dela Guerra Civil. A la luz de la nueva documentación que se acaba dedesclasificar en los archivos del Vaticano, Hilari Raguer desvela lamanipulación de los mensajes del Pontífice por parte del bando franquista

Los obispos españoles, como mu-cha gente de derechas, deseabanun golpe militar que pusiera final gobierno del Frente Popular.

No habían participado en la conspiraciónque dirigía Mola, pero se adhirieron conentusiasmo al levantamiento militar. Encambio, el Vaticano fue más prudente ymenos belicoso. En julio de 1936, el nun-cio Tedeschini ya había sido relevado, pe-ro el sustituto no había llegado aún. Ac-tuaba como encargado de negocios mon-señor Silvio Sericano, que en los prime-ros meses de guerra mantuvo relacionesformales con el Gobierno republicano.En los Archivos Secretos Vaticanos quese acaban de abrir a los investigadores, sepueden ver las protestas formales de Se-ricano por los asesinatos de sacerdotese incendios y profanaciones de iglesias,y las respuestas del Gobierno. El 4 deseptiembre el ministro de Estado, Álva-rez del Vayo, comunica a Sericano, igualque a los demás embajadores, el gobier-no de Largo Caballero que acaba de for-marse, y el 6 Sericano le acusa recibo.También, como a todas las embajadas, lespide el ministro de Estado la identifica-ción de su coche o coches, para que noles sean requisados, o para devolvérse-los si lo han sido. El encargado de ne-gocios no se fue de Madrid hasta el 4 denoviembre, y entonces se hizo cargo dela nunciatura el canciller, el sacerdote vas-co Ariz Elcarte, que con la protección delGobierno logró que fuera respetada du-rante toda la guerra.

A pesar de la terrible persecución reli-giosa desencadenada en la España repu-blicana, y de que en la otra se favorecía ala Iglesia, el Vaticano tardó casi dos añosen reconocer plenamente al gobierno deBurgos. En agosto del 36, admitió como“agente oficioso” de la Junta de Defen-sa a Antonio Magaz y en diciembre nom-bró al cardenal Gomá “encargado ofi-

cioso provisional” junto a Franco. La re-lación fue elevada a nivel de encargadosde negocios en junio del 37 (Pablo deChurruca y Dotres) y en septiembre delmismo año (Antoniutti, que antes habíasido enviado como delegado apostóli-co en el País Vasco con el pretexto de larepatriación de los niños vascos). Sólo el16 de mayo del 38 fue nombrado nuncioGaetano Cicognani y, el 30 de junio, pre-sentó Yanguas Messía las cartas creden-ciales como embajador.

Si la Santa Sede fue tan reticente enel reconocimiento de los rebeldes lo fuepor varias razones: lo incierto del resul-tado, las noticias que llegaban de la re-presión en la zona llamada nacional –so-bre todo, el fusilamiento de sacerdotesvascos– y el temor de que el nuevo ré-gimen se pareciera a los de Hitler yMussolini, con quienes Pío XI, a pesar delos Concordatos vigentes, tenía seriosproblemas. La posición que podríamoscalificar de “tercerista” del Papa se ex-presó en la llamada “Pascua de las tres

encíclicas” (marzo de 1937): publicó ca-si simultáneamente una encíclica contrael comunismo, otra contra el nazismo yotra sobre la persecución en México.

El discurso de CastelgandolfoHasta el 14 de septiembre, no se produjola primera reacción pública del Papa antela guerra. Cuando se supo en Roma quePío XI recibiría en audiencia, en su resi-dencia veraniega de Castelgandolfo a unnumeroso grupo de prófugos españolescundió la expectación entre el clero es-pañol de Roma. El discurso empezó conuna sentida lamentación por las víctimasy de condena del comunismo –y esto eslo que la propaganda franquista no cesa-ría de vocear durante muchos años–. Elo-gió el “esplendor de virtudes cristianas ysacerdotales, de heroísmos y de martirios;verdaderos martirios en todo el sagradoy glorioso significado de la palabra”. Pero,en vez de sacar la consecuencia de que lacausa de los insurrectos era una guerrasanta o cruzada, como ya proclamaban al-gunos obispos y generales, Pío XI expre-só acto seguido su horror por aquella lu-cha fratricida: “la guerra civil, la guerra en-tre los hijos del mismo pueblo, de la mis-ma madre patria”. Por si fuera poco, al fi-nal, el Papa dijo las siguientes cautelosaspalabras, que entrañaban un fuerte inte-rrogante sobre los supuestos cruzados:

“Por encima de toda consideración po-lítica y mundana, nuestra bendición se di-rige de modo especial a cuantos han asu-mido la difícil y peligrosa misión de de-fender y restaurar los derechos y el honorde Dios y de la religión, que es tanto co-mo decir los derechos y la dignidad de lasconciencias, condición primera y la basemás sólida de todo bienestar humano ycivil. Misión, decíamos, difícil y peligrosa,también porque muy fácilmente el es-fuerzo y la dificultad de la defensa la ha-cen excesiva y no plenamente justificable,además de que no menos fácilmente in-tereses no rectos e intenciones egoísticaso de partido se introducen para enturbiar

HILARI RAGUER es autor de La pólvora y elincienso. La Iglesia y la Guerra Civil española.

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La defensa de la religión católica sepresentaría como una de las metas del golpe

militar del 18 de julio contra la República.

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y alterar toda la moralidad de la acción ytoda la responsabilidad”.

Pero lo más duro para los partidariosde la “guerra santa” fue sin duda la exhor-tación del Papa a amar a los enemigos:

“Nunca hemos podido ni podemos du-dar ni un instante sobre lo que nos toca ha-cer a nosotros y a vosotros: amar a estosqueridos hijos y hermanos vuestros, amar-los con un amor particular hecho de com-pasión y de misericordia, amarlos y, no pu-diendo hacer otra cosa, rezar por ellos”.

En la zona llamada nacional, el discur-so de Pío XI fue divulgado ampliamente,pero sólo los párrafos que parecían rati-ficar la condición de cruzada, suprimien-do la segunda parte. Entre el episcopa-do español, la palabra del Papa, conocidasegún esta versión propagandística, de-sató una cascada de cartas pastorales a fa-vor de Franco.

La posición del episcopado españolquedó sobre todo plasmada en su cartacolectiva, redactada por el cardenal Go-má y datada el 1 de julio de 1937. Con-tra lo que suelen decir muchos que la ala-ban o la critican sin haberla leído, la car-ta colectiva no declara que la guerra ci-vil sea una “cruzada”, sino que expresa-mente dice que no lo es.

“No es éste nuestro caso”“Siendo la guerra uno de los azotes mástremendos de la humanidad, es a veces elremedio heroico, único, para centrar lascosas en el quicio de la justicia y volverlasal reinado de la paz. Por esto la Iglesia, aunsiendo hija del Príncipe de la Paz, bendi-ce los emblemas de la guerra, ha fundadoórdenes militares y ha organizado cruza-das contra los enemigos de la fe. No es és-te nuestro caso. La Iglesia no ha querido

esta guerra ni la buscó”. Gomá, Pla y De-niel y otros obispos, en cartas pastoralesanteriores y en discursos o sermones, ha-bían afirmado el carácter de guerra reli-giosa y de “cruzada”, que según ellos te-nía la contienda, pero en la carta colecti-va Gomá no creyó oportuno darle esta de-nominación, seguramente pensando queno sería grata al Vaticano, cuya ratificaciónansiaba. En cambio, la califica de “plebis-cito armado”. A pesar de que globalmen-te la carta colectiva está redactada en apo-yo del alzamiento, deja claro que no quie-re ni puede ser un respaldo incondicionalde un régimen que está aún in fieri:

“Cuanto a lo futuro, no podemos pre-decir lo que ocurrirá al final de la lucha.Sí que afirmamos que la guerra no se haemprendido para levantar un Estado au-tócrata sobre una nación humillada, sinopara que resurja el espíritu nacional con

Persecución religiosa

La persecución que sufrió la Iglesia en elperíodo de 1936-39 fue la más san-

grienta de toda su historia. Había sopor-tado violencias en 1835, 1869 y 1909. Engran parte del territorio republicano basta-ba, sobre todo en los primeros meses, quealguien fuera identificado como sacerdote oreligioso, para que se le ejecutara sin pro-ceso alguno.

Según Antonio Montero, autor de la in-vestigación más fiable –Historia de la perse-cución religiosa en España (1936-1939), Ma-drid, 1961– los ejecutados, citados por sus

nombres, fueron 13 obispos, 4.184 sacer-dotes, 2.365 religiosos y 283 religiosas. Es-ta colosal matanza se produjo entre julio de1936 y mayo de 1937, si bien una gran par-te de estos asesinatos tuvo lugar durante losmeses de agosto y septiembre de 1936. Apartir de este mes, y con la creación de losTribunales Populares, los sacerdotes y re-ligiosos fueron generalmente condenados apenas de reclusión.

Uno de los bulos que circuló en aquellosdías, y que más exacerbó el odio antirreli-gioso, fue que desde tal iglesia o convento

se había disparado contra el pueblo o que,en determinados hospitales, los religiososenvenenaban a los enfermos o heridos re-publicanos. Eso explica, en parte, que en lamayoría de las ciudades y los pueblos don-de el alzamiento fue sofocado, se iniciarala revolución con el incendio y saqueo deiglesias y conventos. Entre todas estas ma-tanzas, hay alguna especialmente más atrozy deleznable si cabe: el asesinato de los her-manos de San Juan de Dios, del SanatorioMarítimo de Calafell, sacrificados por ha-berse negado a abandonar a sus enfermos.

Pío XI. El episcopado español cribó susmensajes sobre la guerra fratricida en España.

El cardenal Gomá no calificó de cruzada a lacontienda, sino todo lo contrario.

El cardenal Vidal i Barraquer deseó la victoriade Franco, pero quería impedir las represalias.

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la pujanza y la libertad cristiana de lostiempos viejos. Confiamos en la pruden-cia de los hombres de gobierno, que noquerrán aceptar moldes extranjeros parala configuración del Estado español fu-turo, sino que tendrán en cuenta las exi-gencias de la vida íntima nacional y la tra-yectoria marcada por los siglos pasados”.

Lo más grave del documento es la ab-solución a la represión franquista:

“Toda guerra tiene sus excesos; los ha-brá tenido, sin duda, el movimiento na-cional; nadie se defiende con total sere-nidad de las locas arremetidas de un ene-migo sin entrañas. Reprobando en nom-bre de la justicia y de la caridad cristianatodo exceso que se hubiese cometido,por error o por gente subalterna y quemetódicamente ha abultado la informa-ción extranjera, decimos que el juicio querectificamos no responde a la verdad, yafirmamos que va una distancia enorme,infranqueable, entre los principios de jus-ticia de su administración y de la formade aplicarla de una y otra parte”.

Los bombardeos de civilesEl episcopado español, tan sensible a lapersecución de su clero, no tuvo piedadde las víctimas de los terribles bombar-deos de la aviación alemana e italiana, enlos que se ensayaron nuevas armas y mé-todos que se aplicarían en la SegundaGuerra Mundial. El canónigo vasco Al-berto Onaindia, que se hallaba en Guer-nica el día del famoso bombardeo in-mortalizado por Picasso, escribió inme-diatamente a Gomá una carta patéticadescribiendo lo ocurrido y pidiéndoleuna intervención humanitaria:

“Señor Cardenal, interpretando el sen-tir del pueblo más cristiano del mundo, ennombre de mis hermanos en el sacerdo-cio, en nombre de la religión que repre-sentamos, le ruego interponga su media-ción para que la guerra se lleve por los cau-ces legales, si esto se puede llamar legal[...]. Matar niños, matar mujeres, perse-guirlas al huir, quemar vivas a cientos depersonas, sembrar el luto con escombrosy ceniza, todo esto no soy capaz de des-cribirlo y menos de calificarlo debida-mente. ¿Quemarán Bilbao los hombres res-ponsables de tantas ruinas? Ha prometidoarrasarla el encargado de Radio Sevilla”.

La respuesta de Gomá fue: “Me permi-to responder a su angustiosa carta con unsimple consejo: que se rinda Bilbao, quehoy no tiene más solución”.

Un informe de Antoniutti a Pacelli del6 de febrero de 1938, que puede verseentre los que se acaban de abrir a los his-toriadores, explica que al lamentarse delos bombardeos al Caudillo, éste le con-testó que en Barcelona había más de 200objetivos militares, y que la mayoría delas víctimas se debía a que las bombas ha-cían estallar depósitos de municiones.

La Santa Sede, por medio de L’Osser-vatore Romano, condenó públicamentelos bombardeos de Barcelona en marzode 1938 como matanzas innecesarias, ca-rentes de justificación militar, pero la Igle-sia española guardó silencio. Aquellos

bombardeos querían aterrorizar a la po-blación. Así lo decía expresamente un te-legrama de Mussolini, que ordenaba te-rrorizzare le retrovie.

Entrado ya 1938, cuando la guerra sehace más sangrienta que nunca por la Ba-talla del Ebro y los bombardeos, algunoshombres de la llamada “tercera España”,o sea los que estaban en el extranjero por-que no cabían en ninguna de las otras dos,emprenden una campaña a favor de unaintervención internacional que ponga fina la contienda con una paz negociada. Esel Comité por la Paz de París, organizadopor Jacques Maritain, Alfredo Mendizábal

EL AVAL DE LOS SUBLEVADOS, CRUZADAIGLESIA-ESTADO, UN SIGLO DE DESENCUENTROS

Cartel de propaganda republicana, en el que se denuncian los bombardeos de los nacionalessobre la población civil, en el País Vasco, en 1937.

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y Joan Baptista Roca Caball. Paralelamen-te, el cardenal Vidal i Barraquer, desde suexilio, escribe a Franco, a Negrín y a losprincipales jefes de gobierno europeo,con la misma intención. El Vaticano, seapor convicción humanitaria o para que nose pueda decir que está al margen de es-te propósito de paz, lo alienta de modoindirecto y discreto. Estos pacifistas pien-san que si Franco alcanza una victoria to-tal, sin ningún freno internacional, son detemer represalias masivas –que es lo quesucedió–. Esta campaña enfureció a Fran-co, porque lo que él quería era una vic-toria total que le diera el poder absolu-to, y era precisamente por esto por lo queestaba alargando artificialmente la guerra,que con la ayuda de Alemania e Italia po-día y debía haber terminado mucho an-tes. Entonces Franco, tal como había he-cho un año antes con la carta colectiva,recabó, también en este asunto, el apo-yo de los obispos, que se lanzaron en ma-sa a una campaña de escritos y declara-ciones condenando los esfuerzos de paz.La propaganda franquista recogió todas

estas declaraciones episcopales belicistasy las divulgó profusamente.

El colmo de la campaña episcopal con-tra la paz fue la intervención del cardenalGomá en el Congreso Eucarístico Inter-nacional de Budapest, a fines de mayo de1938. Más que de la Eucaristía, Gomá ha-bló de España y de la guerra santa que selibraba contra el comunismo, repitien-do que no había más posibilidad de pazque el triunfo total de Franco.

Traidores y apóstatasLos que entonces trabajaban por la pazfueron tachados desde la España fran-quista de traidores a la patria y apósta-tas de la Iglesia, pero el tiempo les ha da-do la razón. El cardenal Vidal i Barraquer,aunque en sus informes a la Santa Sedese mostraba deseoso de la victoria de losinsurrectos y opinaba que cualquier pro-yecto de paz debería ser “a base de Fran-co”, pensaba que sin una intervención delas grandes potencias Franco tendría lasmanos libres para unas represalias in-discriminadas, que es lo que realmente

sucedió. Si aquella campaña por la me-diación internacional hubiera prospera-do, ni la represión después de la guerrahubiera podido ser tan feroz, ni por con-siguiente la reconciliación hubiera sidodespués tan laboriosa.

El trabajo, la libertad o incluso la vidadependían de un aval o de un certifica-do de un sacerdote, pero unas circularesdel arzobispo de Santiago disponen:

“Absténganse, pues, los párrocos de darcertificados de buena conducta religiosa alos afiliadas a sociedades marxistas por eltiempo que estuvieron afiliados o en con-comitancia con tales sociedades que sonanticristianas; y aun de los demás, tampo-co expidan certificados, si éstos han de sur-tir efectos ante las autoridades civiles o mi-litares, esperando ellos, los párrocos, quelas mismas autoridades civiles o militares,se los pidan de palabra o por escrito; y en-tonces certificarán en conciencia, sin mi-ramiento alguno, sin tender a considera-ciones humanas de ninguna clase”.

Varios obispos hicieron suyas las cir-culares del de Santiago. El de Lugo, ade-más, dispone que las certificaciones “sereferirán siempre a determinado tiempo”,porque dice que hay personas que cum-plieron en tiempo de la monarquía, peroque durante la república dejaron de ha-cerlo, “o que en los últimos años no re-cibieron los sacramentos, ni ayudaron alsostenimiento del culto y clero, y desdehace algunos meses se comportan comosi fueran católicos fervorosos”.

Acabaremos con unas dramáticas pala-bras del ministro republicano y católicovasco Manuel de Irujo. Escribía al cardenalVidal i Barraquer el 4 de julio de 1938, re-cordando cómo había denunciado ante elGobierno de la República la persecuciónreligiosa, salvado a sacerdotes y a otras per-sonas amenazadas, liberado a sacerdotespresos, procurado restablecer el culto pú-blico, asistiendo al obispo de Teruel pre-so y hasta ofreciéndolo al Vaticano a con-dición de que permaneciera en Roma has-ta el fin de la guerra. En todo esto habíafracasado, y no por culpa del gobierno, si-no por la falta de cooperación de las au-toridades eclesiásticas. Por eso terminaba:

“Tenga presente que en las dos zonas sehan hecho mártires; que la sangre de losmártires, en religión como en política, essiempre fecunda; que la Iglesia, sea por loque fuere, figurará como mártir en la zo-na republicana y formando en el piquetede ejecución en la zona franquista”. �

El arzobispo de Santiago de Compostela y otros dignatarios eclesiásticos saludan brazo en altoa la tropa en un acto militar durante la Guerra Civil.

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El general Franco recibió de la Iglesia el privilegio de entrar bajo palio en los templos para las celebraciones religiosas solemnes. (EFE)

Una dictadura

BAJO PALIO

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IGLESIA-ESTADO, UN SIGLO DE DESENCUENTROS

La Iglesia española comenzó su andadura bajo el franquismo otorgando alRégimen todas las bendiciones, pero el idilio se fue evaporando con elcambio de los tiempos y el distanciamiento de Roma. Juan MaríaLaboa busca las razones del paulatino pero inexorable alejamiento

Terminada la guerra, la voluntadde conquistar religiosamente alpueblo impregnó la actuaciónde la Iglesia. Se valoraba el nú-

mero, las misas de campaña y los actosmasivos, con el deseo de mostrar que lasmasas seguían siendo católicas o que vol-vían a ser católicas. “Hay que recristiani-zar a esa parte del pueblo que ha sidopervertida, envenenada por doctrinas decorrupción”, afirmó Franco a la DirecciónCentral de la Acción Católica, en abril de1940. Muchos cristianos vivieron la eufo-ria de la restauración y de la afirmaciónde sus valores tradicionales.

Ha quedado en el lenguaje habitual eltérmino “nacional-catolicismo” para des-cribir el carácter de las relaciones de la re-ligión y el Estado durante ese período. Elnacional-catolicismo basó su contenidoen la convicción de que la esencia de lanacionalidad española era el catolicismo,sobre todo el concretado históricamen-te en el siglo XVI. De este presupuesto,se derivaba un confesionalismo católicototal, la fusión de los sistemas político yeclesial, el control de la Iglesia sobre lasociedad, la moral y la ideología, y, de he-cho, la consideración de la Iglesia comoorganismo estatal. En su desarrollo, tuvoun espíritu antimoderno y un talante dereconquista.

La incorporación de la Iglesia al apara-to de Estado se manifestó aún más con elnombramiento de algunos obispos entrelos procuradores, cuya designación que-daba a la libre voluntad de Franco.

Sin embargo, en los primeros tiempos,la trayectoria de la Falange preocupó confrecuencia en los ambientes eclesiásticos.La prohibición del gobierno de Franco,en mayo de 1937, de divulgar la encíclicade Pío XI Mit brennender Sorge hizo te-mer que se iba a producir una estructu-ración totalitaria del régimen, sometido

a ideologías extranjeras ajenas al cristia-nismo. Por esta razón, en 1938, la SantaSede no se animó a renovar el Concor-dato de 1851, temiendo la infiltración ger-mana en España, especialmente, a travésde la Falange.

La situación se resolvió al día siguientede la victoria aliada. La Iglesia consiguióuna preponderancia que perduraría in-discutida durante años. La necesidad deuna legitimidad de nuevo cuño para el sis-tema político franquista se hizo ineludi-ble una vez vencido el Eje, y nadie me-jor que la Iglesia podía avalarlo ante losvencedores norteamericanos y europeos.

La enseñanza en su nivel primario y se-cundario quedó en buena parte en ma-nos de la Iglesia; la Universidad difícil-mente pudo enseñar doctrinas contrariasal cristianismo; una rígida censura polí-tica y religiosa vigiló los escritos y el cine;capellanes castrenses en el ejército, sa-cerdotes en los hospitales, consiliarios en

los sindicatos únicos, obispos en el Par-lamento, dieron a la Iglesia una presen-cia determinante en los órganos del pen-samiento, del trabajo y de la legislación.No en vano, en las Leyes Fundamentalesdel Reino se especificaba que “la naciónespañola considera como timbre de ho-nor el acatamiento a la ley de Dios, segúnla doctrina de la Santa Iglesia Católica,apostólica y romana, única verdadera y feinseparable de la conciencia nacional, queinspirará su legislación”.

Evidentemente, todas estas facilidadesotorgadas a la Iglesia, así como el seriocompromiso de la ley fundamental, no fue-ron obstáculo para que, cuando se consi-deró preciso, se pusiese freno a la jerarquíaeclesiástica como tal o a determinadosobispos en concreto. De todas maneras, laluna de miel duró quince largos años, por-que las coincidencias fueron importantes,los planteamientos políticos parecidos, yla sensibilidad social se mantuvo atenuada,al tiempo que los contestatarios intraecle-siásticos fueron casi inexistentes.

Ya desde 1941 el Gobierno se compro-metió a concluir cuanto antes con la San-ta Sede un nuevo Concordato, inspiradoen su deseo de restaurar el sentido cató-lico de la gloriosa tradición nacional. Mien-tras tanto, se obligó a observar las dispo-siciones contenidas en los cuatro prime-ros artículos del Concordato de 1851.

Reorganización internaEl asesinato de unos ocho mil sacerdotesy religiosos durante los primeros mesesde la Guerra Civil y el cierre de los semi-narios descoyuntaron la organizacióneclesiástica tradicional, que tuvo que re-organizarse lentamente, gracias, sobre to-do, a los numerosos jóvenes que fueroningresando en los seminarios y novicia-dos, a medida que abrían sus puertas.

La Acción Católica tuvo un desarrolloextraordinario, llegando a todos los pue-blos y aldeas, encuadrando a los jóvenesmás representativos y activos. La revista

JUAN MARÍA LABOA, historiador, es autor deHistoria de los Papas.

Postal de propaganda nacional que muestra ala Virgen del Pilar asociada a la bandera y alejército de los sublevados.

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Ecclesia comentaba: “Una gran parte delpueblo español ha sido sistemáticamen-te descristianizada. Es necesario recris-tianizarla, para no volver a caer en la mis-ma espantosa tragedia. El instrumentoprovidencial para ayudar a la Iglesia y alEstado en esta ingente obra de recristia-nización es la Acción Católica”. En estesentido, conviene tener en cuenta, tam-bién, el papel, más o menos consciente,que tuvo la Acción Católica en la forma-ción de una élite política que actuó en losaños siguientes.

Otros instrumentos de formación cris-tiana fueron los cursillos de cristiandad,nacidos en Mallorca, pero que en pocotiempo se extendieron por toda la nación;los ejercicios espirituales realizados ma-sivamente en parroquias, colegios y fá-bricas; la tramoya que acompañaba a lacoronación de imágenes y a la construc-ción de monumentos al Corazón de Jesúsen los montes cercanos a las ciudades, ac-tuaciones que constituyeron otras tantasmanifestaciones del deseo de recristiani-zar la sociedad. A partir de 1947, los mo-vimientos apostólicos obreros, de mane-ra especial la JOC, la HOAC y las Her-mandades del Trabajo, iniciaron una pre-sencia sistemática en el mundo obrero.

La presencia de la Iglesia en la educa-ción fue muy importante, de manera es-pecial, hasta 1971, cuando el buen nivel

pedagógico de los numerosos nuevos ins-titutos y su gratuidad equilibró el núme-ro de estudiantes existentes en uno y otrocampo. Deusto, la Universidad de Nava-rra, ICADE e ICAI, el Instituto Biológicode Sarriá, ESADE de Barcelona, el CEU deMadrid y la llamada Universidad MaríaCristina de El Escorial constituían los po-cos centros de rango universitario en ma-nos de organizaciones católicas. A las pe-ticiones de un mayor acceso a la ense-ñanza universitaria, el gobierno respon-día que todas las universidades eran designo católico y, de hecho, en todas ellasse enseñaba religión y actuaban los ca-pellanes, aunque con muy desigual éxito.

El Concordato de 1953¿Por qué el Concordato llegó tan tarde,catorce años después de acabada la gue-rra, cuando las relaciones político-ecle-siásticas no habían sufrido ninguna difi-cultad importante?

En 1941, el Estado había asumido lasustentación económica de las necesida-des más importantes de la Iglesia: re-construcción de iglesias, seminarios, sa-lario de los sacerdotes, ayudas a las reli-giosas y a los intereses misioneros. Por suparte, la Iglesia, en el mismo año, con-cedió al Gobierno español el derecho depresentación de obispos, según el cual,más que nombrar candidatos no procli-

ves a la Santa Sede, podía vetar a los que,en muchos casos, podían ser los mejorespara una diócesis determinada.

La razón del retraso pudo deberse a queel Vaticano aguardó hasta que parecieseclaro que su pacto era con la España an-ticomunista y no con la España fascista.

En 1952, se celebró en Barcelona, conasistencia masiva de peregrinos de todaslas naciones, el Congreso Eucarístico In-ternacional, al que asistieron 12 carde-nales y 300 obispos. El Concordato entreEspaña y la Santa Sede se firmó el 25 deagosto de 1953. Con la firma del Con-cordato, parecía que la Iglesia legitimabael régimen español ante la comunidad in-ternacional y ante los ciudadanos espa-ñoles. Un mes más tarde, como fruto,también, del inicio de la guerra fría, seprodujo la firma de dos convenios, de de-fensa mutua y de ayuda económica y téc-nica, entre España y Estados Unidos.

El Concordato se iniciaba con la afir-mación de que “la religión católica, apos-tólica, romana, sigue siendo la única dela nación española y gozará de los dere-chos y de las prerrogativas que le co-rresponden en conformidad con la ley di-vina y el Derecho canónico”. Entre otrasmuchas concesiones, el Estado recono-ció, pues, su confesionalidad y admitióque las instituciones culturales, desde laescuela primaria hasta la universidad, fue-ran católicas, es decir, admitió íntegra-

Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Barcelona, en 1952, al que asistieron docecardenales, trescientos obispos y miles de peregrinos.

Cartel español de propaganda católica, en elque se identifica la religiosidad con ladefensa de la patria.

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mente la tesis católica de que la confe-sionalidad de la enseñanza se desprendíade la confesionalidad del Estado.

Uno de los aspectos prácticos más im-portantes del tratado fue la aceptaciónnormativa de la ortodoxia católica en laenseñanza, al tiempo que impuso la reli-gión como materia obligatoria y recono-ció la libertad de la Iglesia para organizary dirigir escuelas. Aceptó también la com-petencia exclusiva de la Iglesia para el ma-trimonio entre cristianos, quedando elmatrimonio civil como subsidiario.

El Concordato fue considerado per-fecto: la puesta en práctica de las tesis de-fendidas por el Derecho canónico. De al-guna manera, podría afirmarse que seaceptaba la “potestad indirecta” de la Igle-sia sobre la sociedad y de que se reco-nocía la vieja aspiración eclesial de ser so-ciedad perfecta.

Al año siguiente, el 25 de julio de 1954,en la ofrenda nacional que hizo Franco alApóstol Santiago, respondía el cardenalQuiroga a las palabras del jefe del Estado:“Yo os felicito, Excelencia, por haber sidoelegido por Dios para reafirmar nuestraunidad católica y para asentar en Espa-ña este sistema de relaciones entre la Igle-sia y el Estado”.

Paradójicamente, este Concordato nosupuso el comienzo de una nueva etapasino el punto más alto de las buenas re-laciones mutuas que comenzaron pocodespués a experimentar sus primeras di-ficultades. Esta Iglesia, que parece haberconseguido todo lo que se proponía, co-menzó a interceder y a exigir en favor deotros sectores de la población: las aspi-raciones de las regiones, de los obreros,de los marginados, de los intelectuales,no atendidas por el régimen político, co-menzaron a ser aceptadas y defendidaspor la Iglesia, única institución con podery presencia en la sociedad española fue-ra de las instituciones políticas.

Entre el Concordato y el Vaticano IIEn mitad de la larga dictadura, se inicióen la Iglesia española una prolongadatransición. Fue quedando atrás la psico-logía de la posguerra y España comenzóa asomarse, aunque tímidamente, al con-cierto de las naciones. La emigración es-pañola, los numerosos sacerdotes for-mados en el extranjero y el turismo de-terminaron actitudes sociales y políticasnuevas. Aparecieron los primeros brotesserios de conflictividad en el mundo uni-

versitario y laboral, en los cuales estuvie-ron presentes los movimientos especia-lizados de Acción Católica. Este períodocomenzó con el Concordato y se cerrócon el Vaticano II, cuya doctrina puso encuestión las bases del régimen político.Los católicos comenzaron a impacientar-se, a demostrar su disconformidad en di-versos puntos. Durante estos años, la Igle-sia se mostró más neutral, más pruden-te, menos entusiasmada con la situación.

Hubo diversas causas que motivaroneste cambio. La primera fue el talante delos sacerdotes más jóvenes, menos con-dicionados por lo sucedido durante la Re-pública y por la Guerra Civil, formados, amenudo, en Roma, París o Alemania y conmayor aprecio por la democracia. Cadadía fueron adquiriendo mayor importan-

cia la Hermandad Obrera de Acción Ca-tólica (HOAC) y la Juventud Obrera Ca-tólica (JOC), mal vistos en ambientes ofi-ciales, ya que se les consideraba comouna réplica peligrosa al sindicalismo ofi-cial, pero aceptados con entusiasmo porseminaristas y sacerdotes. Este aposto-lado obrero adquirió un estilo de auten-ticidad que marcó la actuación de bue-na parte de la Iglesia. Habría que recor-dar también SOC, USO, AST, VOS. ORT,FOC, todos movimientos de origen cris-tiano con una participación digna de te-nerse en cuenta en la historia del movi-miento obrero.

El mismo Franco atacó a estos movi-mientos, en un famoso discurso pronun-ciado el 21 de mayo de 1962 en Garabitas,ante 14.000 ex combatientes. En medio

UNA DICTADURA BAJO PALIOIGLESIA-ESTADO, UN SIGLO DE DESENCUENTROS

Ilustración española de los años cuarenta, que refleja la completa identificación entre la Iglesiay la militarizada sociedad de la posguerra.

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de los crecientes conflictos laborales sefraguó un nuevo sindicalismo de clase, encuyo surgimiento y expansión tuvierondestacada participación los militantesobreros católicos junto a sindicalistas so-cialistas, comunistas y anarquistas.

En noviembre de 1959, se aprobó unnuevo estatuto para la Acción Católica.Manifestaba una nueva concepción y unnuevo planteamiento del apostolado se-glar: más abierto a las realidades tempo-rales, más acorde con los tiempos ya pre-sentes en el horizonte. Se potenciaron losmovimientos especializados de obreros,de universitarios, de independientes...,que ya habían entrado en contacto con larealidad de los diferentes grupos socia-les. La dinámica misionera que animaba

a estas organizaciones impulsó a sus di-rigentes a tomar posturas corporativas allado de los obreros, de los universitarios,de cuantos se preparaban y exigían másjusticia y mayores cotas de libertad y de-mocracia. Bastantes obispos, entre loscuales se encontraban Morcillo y Guerra,consideraron que estas asociaciones seextralimitaban y hacían política más queapostolado, por lo que tomaron algunasmedidas drásticas que desembocaron enuna gravísima crisis de la Acción Católica,cuya estructura, en gran parte, se res-quebrajó o se disolvió.

Una acusación constante a la Iglesia du-rante los años del franquismo ha sido nosólo su concomitancia con el poder sinosu instalación con armas y bagajes en el

poder. El influjo, la presencia, la actuaciónde la Iglesia en todas las capas de la so-ciedad ha sido enorme, pero a lo que másse aludía era a su influjo directo en los mi-nisterios, en las universidades, en la eco-nomía. En una palabra, se trataba de la Aso-ciación Católica Nacional de Propagandis-tas y de los miembros del Opus Dei. Losprimeros, a partir de 1945 y durante do-ce años, mantuvieron en sus manos un nú-mero importante de ministerios y puestospolíticos, buscando realizar una “políticade católicos y en cuanto católicos”, mien-tras que los segundos llegaron al poder en1957, con la pretensión de una reconver-sión del franquismo, aportando una prác-tica tecnocrática modernizada y de capi-talismo avanzado, con el intento de ar-monizar un régimen autoritario burguéscon una modernización conservadora.

Fuera del poder, marginados o en laclandestinidad, se encontraban otros gru-pos católicos organizados, por ejemplo,el Frente de Liberación Popular y, sobretodo, los grupos demócratacristianos dediversa especie. Alguno, como el enca-bezado por Manuel Giménez Fernández,se mantuvo claramente en la oposición,y otros, como el que rodeaba a Ruiz-Gi-ménez, fueron evolucionando en sus po-siciones y fundaron Cuadernos para elDiálogo, una revista audaz en su tiempo.No se pueden olvidar los partidos genui-namente demócratacristianos, es decir,el PNV y la UCD, que seguían proscritos,con sus miembros en la clandestinidad oel exilio.

Los años posconciliaresLa celebración del Concilio cogió a losobispos españoles y a buena parte del cle-ro a contrapié. Marcharon con unas ideasy unas propuestas que no fueron acogi-

El papa Juan XXIII durante la apertura del Concilio Vaticano II, cuyas conclusiones liberalesfueron vistas con desconfianza por sectores del episcopado español y el régimen franquista.

CRONOLOGÍA

Isidro GomáTarragona, 1869-Toledo, 1940En 1933, sucedió al cardenal Segura co-mo arzobispo de Toledo, donde, a diferen-cia de su predecesor, procuró evitar rocescon las autoridades republicanas. Tras lasublevación, prestósu apoyo al alza-miento y tuvo unaactitud ardiente afavor de los naciona-les. En 1937, redac-tó la célebre Cartacolectiva del Episco-pado español.

Fernando Quiroga PalaciosOrense, 1900-Madrid, 1971Estudió en la Universidad Pontificia deSantiago de Compostela y se ordenó sacer-dote en 1922. En 1945, fue nombradoobispo de Mondoñedo y, cuatro años des-pués, trasladado a lasede arzobispal deSantiago. En 1953,fue hecho cardenal.Fue el primer presi-dente de la Confe-rencia Episcopal es-pañola, entre 1966y 1969.

Alberto Martín-ArtajoMadrid, 1905-1979Tras la Guerra Civil, fue presidente de Ac-ción Católica española. En 1945, Francole nombró ministro de Exteriores por su fi-liación democristiana. Bajo su gestión, seestableció el Concor-dato con el Vaticanode 1953 y el ingresode España en laONU, en 1955. Pos-teriormente, ocupócargos en EditorialCatólica y el Bancode España.

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das por la Asamblea y el talante de la ma-yoría conciliar sorprendió, irritó y des-concertó a gran parte de los obispos es-pañoles que tuvieron, de hecho, una par-ticipación mediocre y a contracorriente.Al final del concilio, resultó evidente quela Iglesia española debía renovarse enprofundidad: ”Hemos de confesar quenos hemos adormecido, a veces, en laconfianza de nuestra unidad católica, am-parada por leyes y por tradiciones secu-lares. Los tiempos cambian. Es necesariovigorizar nuestra vida religiosa dentro delespíritu renovador del concilio”, escri-bieron los obispos al volver a España.

España vivió durante este largo dece-nio una época apasionante de cambio, derenovación, de búsqueda de nuevos ca-minos. No se trató de un cambio lineal si-no que tuvo altibajos, oposición y reti-cencias, tanto dentro de la Iglesia comofuera. La aplicación del Concilio en Es-paña fue más consciente y más compro-metida de lo que había sido su prepara-ción, dando lugar a un progresivo con-flicto con el Estado, que no acababa deentender la situación, y con las mismasbases eclesiales que se dividieron y en-frentaron con frecuencia.

La participación masiva de las organi-zaciones obreras católicas en las luchas so-ciales originó constantes enfrentamientoscon las autoridades civiles, quienes acu-saron con frecuencia a aquéllas de con-nivencia con el marxismo. La asimilación“catolicismo-patria” inició su quiebra, tan-to por la evolución de la mentalidad ca-tólica como por el pluralismo cada día máspresente en la sociedad española.

La revalorización y mayor presencia delos laicos en las actividades eclesiales rom-pió la tradicional uniformidad, sobre to-do con la multiplicación de las pequeñas

comunidades, que repercutió fuerte-mente en la base eclesial. Los movimien-tos de la Acción Católica, por su propiodinamismo, pusieron en tela de juicio elcuadro nacional-católico existente, aun-que las autoridades eclesiásticas, que losapoyaban, no tuvieran intención de re-visar ese cuadro tradicional, de forma quelos conflictos internos se multiplicaron.

En los primeros sesenta, 300 sacerdotesvascos redactaron un escrito de protestaque manifestaba su disconformidad conel Régimen y, cuatro años más tarde, cua-trocientos sacerdotes catalanes repitieronel gesto. Poco después, el abad de Montse-rrat declaró que, de hecho, el régimen es-pañol no era católico. Poco a poco se mul-tiplicaron los gestos de este género.

En estos años, muchas fuerzas católi-cas se independizaron de la tutela epis-copal, escorándose hacia la izquierda, enuna clara politización que se tradujoen oposición al Régimen, en diálogo conel marxismo y en el convencimiento deque era posible compatibilizar su praxiscon la fe cristiana. Pensemos en AlfonsoCarlos Comín, creyente y practicantecoherente, que alcanzó puestos de relie-ve en el organigrama del Partido Comu-nista. Otros muchos, menos marcadospor opciones políticas, representaron uncatolicismo que apoyaba una cultura másabierta y dialogante: Zaragueta y Asín,Laín, Aranguren, Jiménez Lozano, GarcíaEscudero, Lamberto Echeverría, Díez Ale-gría, Zubiri, Marías y tantos otros traba-jaron por un cristianismo capaz de estarpresente en un mundo moderno, auto-crítico y plural. El libro de Aranguren Ca-tolicismo y protestantismo como formasde existencia (1952) señaló el primer pa-so en esta evolución.

En busca de salidasLas Conversaciones Católicas Internacio-nales de San Sebastián y las Conversacio-nes de Gredos de los años cincuenta tu-vieron esta finalidad. Probablemente, re-sultaron prematuras y por eso fueronprohibidas, pero indicaron que existíanpersonas que ya en esos años buscabanotras salidas a la situación. Marías, defen-sor de lo que podríamos denominar “uncatolicismo liberal”, escribió que, si este ti-po de encuentros hubiera perdurado, laIglesia española habría podido ahorrarseuna gran parte de su crisis posterior.

Por otra parte, se afianzó una corrien-te integrista resentida y ofensiva, que con-sideró muchas de las propuestas doctri-nales y pastorales del Concilio contrarias

UNA DICTADURA BAJO PALIOIGLESIA-ESTADO, UN SIGLO DE DESENCUENTROS

Este folleto sobre las “apasionantes preguntas”

que se hacía la juventud de los años sesentamuestra la vigilancia que ejercía la Iglesia.

Joaquín Ruiz-GiménezHoyo de Manzanares, 1912Embajador de España en el Vaticano de1948 a 1951 y ministro de Educacióndesde 1951 hasta 1956, cuando fue ce-sado a causa de los disturbios universita-rios de ese año. Ale-jado del Régimen,creó y dirigió la re-vista opositora Cua-dernos para el Diálo-go. Transitó desdeposiciones democris-tianas a socialdemó-cratas.

José Guerra CamposAmes (La Coruña), 1920-Barcelona, 1997Durante la Guerra Civil, combatió en las fi-las de Franco. Graduado en Teología en1945, fue consultor del Episcopado Espa-ñol en el Concilio Vaticano II. Participó enlas sesiones del Con-cilio de 1964 y1965, con interven-ción especial sobre elateísmo marxista.Presidente de la Co-misión Asesora deProgramas Religiososde RTVE hasta 1973.

Vicente Enrique TarancónBurriana, 1907-Madrid, 1994Obispo de Solsona en 1945 y secretariodel Episcopado español en 1956, fuenombrado arzobispo de Toledo y cardenalen 1969, en un carrera fulgurante que lellevó a ser primadode España de 1969a 1971 y presidentede la ConferenciaEpiscopal de 1971 a1981, años en losque su contribucióna la Transición fuedecisiva.

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a la tradición religiosa española. Éstos ybuena parte de los sacerdotes españo-les consideraron que resultaba inicuo yperverso separarse del franquismo aquien tanto debía la Iglesia.

En medio de las dos actitudes, un epis-copado de edad avanzada, en su mayo-ría, fue siendo sustituido por unos obis-pos más jóvenes, que no habían vivido laGuerra Civil y que se sentían identifica-dos con el Vaticano II. Es decir, la Santa

Sede cambió en pocos años el episco-pado, favoreciendo y aceptando la re-nuncia de los obispos de mayor edad ynombrando obispos bastante más jóve-nes, nombrando, sobre todo, numerososauxiliares que, por no necesitar de laaprobación estatal, podía elegir libre-mente según sus criterios. Un poco an-tes, Pablo VI escribió una carta a Francoen la que le pedía la renuncia del privi-legio de la presentación de obispos queel Concordato le había otorgado. Francorechazó la petición y el Papa tuvo que ele-

gir un modo peculiar y no contempladoen el Concordato: la elección de obisposauxiliares. De este modo, el talante de losobispos cambió en pocos años. El nom-bramiento de Tarancón para la diócesis deMadrid por deseo expreso de Pablo VI se-ñaló la confianza que en él tenía el Papa ysu mandato de que liderara la Iglesia enese momento de cambio.

Durante estos años ocurrió en Españaun fenómeno que, a menudo, se ha ex-

perimentado en otras situaciones pare-cidas. La Iglesia ejerció una función tri-bunicia que no le correspondía, pero quesurgía espontánea e inevitablemente. Alestar prohibidos los partidos políticos ylos sindicatos y al contar la Iglesia con or-ganizaciones, medios y posibilidades,ejercía, movida por su tarea apostólica,por el interés general y por la fuerza delos hechos, funciones que, en otras si-tuaciones políticas, ejercen los partidosy grupos de presión. Durante estos años,se dio en España el hecho paradójico de

que fueron organizaciones eclesiásticaslas que actuaban de inspiradoras y apor-taban la cobertura a las actividades de losgrupos opositores.

En 1970, los 21 grupos de que consta-ba el Apostolado Seglar totalizaban323.185 miembros, es decir, más que losmiembros de Falange, los partidos ylos grupos clandestinos juntos. Así se ex-plica que la Iglesia pudiera convertirse enuna fuerza de promoción y apoyo de de-rechos y libertades. Pastorales, homilías,encierros en iglesias, incluso un sonadoencierro en la nunciatura, provocaron en-frentamientos con el gobierno, multas yreclusión de los sacerdotes, de maneraespecial en la que se convirtió en famosacárcel de Zamora. En dos ocasiones se lle-go al peligro de ruptura con la Santa Se-de. De una unión sin fisuras se pasó a unaconfrontación abierta, con el deseo porparte de la Iglesia de lograr el mutuo res-peto desde la distancia.

Con palabras del historiador Tuñón deLara: “La Iglesia, como sociedad que reú-ne a todos los católicos, no deja de ser unespejo donde se refleja, aunque sea frac-cionariamente, la sociedad española; co-mo estructura interna de poder, vive ten-siones internas entre inmovilistas y reno-vadores; como inserta en la sociedad, vi-ve en lucha ideológica, sufre impactosideológicos de una y otra parte; como so-ciedad religiosa, la fe se expresa de maneradiversa entre sus miembros en cuanto a lamanera de encarnar su cristianismo”.

Crisis a diversas bandasEn realidad, la situación de la Iglesia seagravó, de forma que pareció entrar enuna crisis profunda tanto interna comoen su relación con el Estado y con la so-ciedad.

En 1969, se realizó entre el clero dioce-sano español una completa encuesta, a laque respondieron 17.000 sacerdotes. Laencuesta reflejó un clero problematizado,no siempre identificado con las respues-tas que la teología daba a los problemasmodernos, crítico con la institución ecle-siástica, en gran parte de izquierdas. Apa-recía, también, la enorme separación ideo-lógica entre jóvenes y mayores. Aparecíancon nitidez dos teologías distintas, dos ma-neras de entender la autoridad, dos visio-nes del mundo y de la sociedad.

Una parte importante de los católicosno acababa de comprender algunos cam-bios conciliares y no aceptó la ruptura de

Un sacerdote bendice a los perros de la Guardia Civil en el día de San Antón, ante la iglesia deSan Francisco el Grande, de Madrid.

Al morir Franco, aparecieron los dostalantes existentes en la Iglesia española,representados por González y Tarancón

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las buenas relaciones existentes con elGobierno. Algunos miles de sacerdotes,entre ellos los de mayor edad, se reunie-ron para señalar su rechazo del nuevo ta-lante eclesial. No se trataba, fundamen-talmente, de una actitud política, pero nocabe duda de que su apego a modos y tra-diciones eclesiales, puestas en cuestión,conllevaba su devoción a Franco y cuan-to significaba. De hecho, sus reunionesy sus publicaciones contaron con el apo-yo gubernamental, con todas las armas depropaganda y de comunicación del Esta-do. Por otra parte, la mayoría de los obis-pos y buena parte de los sacerdotes bus-caba una Iglesia renovada, más libre y au-tónoma con relación al Estado.

Una insólita asambleaEstas dos posturas se enfrentaron en laAsamblea Conjunta de obispos y sacer-dotes celebrada en septiembre de 1971en Madrid, una reunión insólita en la his-toria eclesiástica, que representaba a obis-pos y sacerdotes de España. Todo el apa-rato gubernativo se ensañó con la reu-nión y con los documentos aprobadosallí, también condenados por la Iglesiamás conservadora. La número 34 de laspropuestas aprobadas: “Reconocemoshumildemente y pedimos perdón por-que no siempre supimos ser verdaderosministros de reconciliación en el seno denuestro pueblo, dividido por una gue-rra entre hermanos”, constituyó un ver-dadero aldabonazo para la clase políti-ca, al tiempo que señalaba el talante dela mayoría de los clérigos. Muchos con-sideraron que estas conclusiones erosio-naban el sistema cívico-eclesial surgidode la guerra, y por ello descalificaron elespíritu de la Asamblea. En realidad, es-ta minoría abundante, apoyada por el Go-bierno, no sólo defendía incansable-mente el statu quo político eclesial sinoque, también, desconfiaban o rechazabanel espíritu conciliar. Con motivo de lamuerte de Carrero Blanco, se manifestócon claridad el rechazo clamoroso delcardenal Tarancón y de la Iglesia que élsignificaba, a la que reprochaba debili-tar el régimen político al que tanto debía.

En esta larga y compleja evolución delos creyentes españoles tuvo mucho quever la personalidad de Pablo VI, mal aco-gido desde el primer momento por losadictos al Régimen, pero providencial pa-ra el catolicismo español. Desde el pri-mer momento, distinguió las glorias his-

tóricas y la vitalidad presente de la Igle-sia española del régimen político. Conaquéllas fue expresivo y generoso, coneste absolutamente parco. Fue cons-ciente de que la Iglesia española debíademostrar su autonomía de todo condi-cionamiento político y su defensa de losderechos humanos y de los valores de-mocráticos. Para Franco, su elección fue“un jarro de agua fría” y para los prima-tes del Régimen, incluso los tecnócratasmás piadosos, resultó difícil de digerir sudirección de la Iglesia española. Él no du-dó en ningún momento y su actuacióncon esta Iglesia, comenzando por su pe-tición de una inteligente valentía en lapromoción social y de la voluntad deci-dida de una activa reconciliación, ayudóeficazmente a la Transición española.

Algunas reacciones y actuaciones de losúltimos gobiernos de Franco podrían in-ducirnos a pensar que eran de elemen-tos anticlericales de derechas. Desarro-llaron un antivaticanismo de brocha gor-da integrista, torpedearon la ConferenciaEpiscopal, difamaron a Tarancón y sus co-laboradores, apoyaron a Guerra Camposy movilizaron revistas, semanarios, sa-cerdotes y beatas en un intento torpe, pe-ro que dejó secuelas, incluso en los ám-

bitos más impensables. La novedad de lasituación estaba en que tanto Carrero co-mo Arias Navarro eran católicos practi-cantes. Estaban identificados con un mo-delo de Iglesia y una praxis del cristianis-mo que no podía no chocar con cuantosignificaba Pablo VI y el Vaticano II. Que-daron desconcertados y amargados conel convencimiento de que la Iglesia lestraicionaba y les dejaba en la estacada.Dentro de las filas del clero, no pocospensaban lo mismo. La Iglesia salió deltrance purificada, más dividida y debili-tada, pero deseosa de estar presente y decolaborar en la nueva etapa que comen-zaba, tal como se comprometió Tarancónen la famosa homilía de los Jerónimos el27 de noviembre de 1975.

A la muerte de Franco, aparecieron losdos talantes existentes en la sociedad yen la Iglesia española en las dos ceremo-nias religiosas oficiales de aquellos días.El cardenal Marcelo González, represen-tante de la Iglesia más conservadora, ofi-ció el funeral de Franco, y el cardenal Ta-rancón, símbolo de la Iglesia más reno-vadora, celebró la misa del Espíritu San-to en presencia del Rey y de los repre-sentantes de los Estados democráticosmás importantes de Occidente. �

UNA DICTADURA BAJO PALIOIGLESIA-ESTADO, UN SIGLO DE DESENCUENTROS

La muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975, puso de relieve que, al igual que en lasociedad, en la Iglesia había dos talantes y dos actitudes políticas distintas.

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Encaje de

BOLILLOS

Sin la contribución de la Iglesia, laTransición no hubiera sido po-sible”. Lo dice el arzobispo dePamplona, Fernando Sebastián.

Y lo sabe de buena tinta, porque lo vivióen primera persona. Era, entonces, unode los más cercanos e influyentes cola-boradores del cardenal Tarancón, al que

muchos llaman precisamente “el carde-nal de la Transición”.

Y monseñor Sebastián explica así el pa-pel decisivo que entonces jugó la Igle-sia española: “La Conferencia episcopaly la Iglesia en su conjunto tienen una con-tribución muy importante en el adveni-miento de la democracia, en la Transición.La influencia que el cardenal Tarancón ylos obispos que trabajaban con él paraorientar la vida de la Iglesia y, sobre todo,

las actitudes sociales de los católicos se-gún las enseñanzas del Concilio Vatica-no II, fueron decisivas para que grandessectores de los católicos españoles acep-taran la democracia”.

Por eso, al prelado navarro le duele es-pecialmente que “en el momento actualno se tenga suficientemente en cuentala decisiva contribución de la Iglesia es-pañola al advenimiento de la democra-cia en aquellos años. Ahora parece que

JOSÉ MANUEL VIDAL es corresponsal religiosodel diario El Mundo.

La Iglesia favoreció decididamente la Transición. Vueltas las aguasdemocráticas a su cauce, entró en una pugna diplomática con el Estadopor los espinosos asuntos de la financiación y la educación religiosa. JOSÉ

MANUEL VIDAL sintetiza las tensas relaciones de las tres últimas décadas

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fue la izquierda la que trajo la democra-cia y no es verdad; la democracia la tra-jo una serie de personas desde dentrodel franquismo, y desde fuera del ám-bito de las instituciones políticas, la de-mocracia la impulsó y la facilitó enor-memente la actitud de la Iglesia y de lamayoría de los obispos, con el amparodoctrinal del Concilio Vaticano II y elapoyo del papa Pablo VI”.

El Concilio Vaticano II (1962-1965) ha-bía supuesto un fuerte impacto en laconciencia eclesial española y un co-rrectivo al papel legitimador de la reli-gión católica en un Estado dictatorial. ElConcilio dejó a la intemperie a la jerar-quía católica española que, sin embargo,lo asumió en su conjunto, lo aplicó a fon-do y, siempre mirando a Roma, cambióde rumbo de una forma drástica y radi-cal. Tanto en ideas como en personas. Yya antes de la transición política, de re-pente se produjo la transición religio-sa. Una transición rápida y profunda a lavez. Lo que otras Iglesias europeas rea-lizaron en cuarenta años (de 1930 a1970), la Iglesia española lo hizo en diez(de 1965 a 1975).

A pesar de su ejemplar papel en laTransición, la Iglesia aprovechó la co-yuntura para firmar los acuerdos que re-gulaban los asuntos jurídicos, económi-

cos, de enseñanza y de asistencia reli-giosa a las fuerzas armadas, apenas dosmeses después de la aprobación de laConstitución, concretamente el 3 de ene-ro de 1979. Unos acuerdos Iglesia-Esta-do que, para unos, son un dechado deequilibrio y, para otros, un compendiode privilegios. Unos Acuerdos con cláu-sula final, que exige el acuerdo entre elEstado y la Iglesia para resolver las dudasque puedan plantear su aplicación. Es de-cir, que si una de las partes no cede, laotra no puede hacer nada.

Han pasado veintisiete años y ahí si-guen los Acuerdos. Aunque los sucesivosgobiernos socialistas (primero de Gon-zález y, ahora, de Zapatero) echan chis-pas contra ellos, no se atreven a denun-ciarlos. Porque ambas instituciones tie-

nen intereses comunes y se necesitan:la Iglesia parta mantener su estatus es-pecial y el Gobierno para sentirse “legi-timado”. Dos instituciones condenadas,pues, a entenderse. Con los altibajos ycon los roces consiguientes. Sobre todo,cuando en España mandan los socialistas.

La rosa y la cruzA partir de 1983, como consecuencia deltriunfo socialista en las elecciones gene-rales de 1982, la jerarquía eclesiástica es-pañola se confronta con el Gobierno endos campos de batalla: la legislación so-bre el aborto y el estatuto de la enseñanzalibre, con coletazos en educación, fami-lia, matrimonio y sexualidad. Y eso que,de 1981 a 1987, estuvo al frente del epis-copado Gabino Díaz Merchán, el arzo-

IGLESIA-ESTADO, UN SIGLO DE DESENCUENTROS

Aspecto de la misa que ofició

Benedicto XVI en Valencia elpasado verano, junto a laCiudad de las Artes delarquitecto Calatrava.

El cardenal Tarancón charla

con Adolfo Suárez y Santiago

Carrillo en Madrid, tras lasprimeras eleccionesdemocráticas.

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bispo de Oviedo y continuador de la lí-nea dialogante del cardenal Tarancón.

Pero, en Roma, los vientos habíancambiado. Y en España no tardarían. Dehecho, la visita de Juan Pablo II a Espa-ña en 1982 sólo sirvió para reforzar la po-sición de los grupos neoconservadoresy oficializar en España lo que, en la jer-ga clerical, dio en llamarse “involucióneclesial”, es decir, la marcha atrás en laaplicación del Concilio. Una dinámicaque se aceleró a fondo con la llegada ala cúpula eclesial española del cardenalÁngel Suquía.

Freno y marcha atrásEl propio cardenal Suquía, convertido enpresidente del Episcopado por designa-ción del “dedo” de Roma en 1987, lo con-fiesa abiertamente: “Soy consciente deque la Iglesia española necesita un cam-bio. Hace quince años, nuestra confe-rencia asumió un cambio al pasar de Mor-cillo a Tarancón. Con ello se adaptaba alcambio que entonces había experimen-tado la Iglesia. Ahora, otra vez ha cam-biado la Iglesia en su conjunto, pero nola Iglesia española. Hay así una distoníaque no es buena. Los años de monseñorDíaz Merchán no son sino la continuaciónde los de monseñor Tarancón. Han sidobuenos para este período, pero ahora esnecesario un cambio”.

Y el encargado de llevar a la prácticael cambio romano fue el nuncio Mario Ta-gliaferri. Este hombre menudo y ascéti-co, que llega a España el 20 de junio de1985, trae en su cartera diplomática unaorden precisa y tajante: meter en cinturaa las filas eclesiales españolas, demasiadoprogresistas y “taranconianas” para el gus-to de Roma. Y la cumple a rajatabla.

Las sombras del catolicismo español

Casi el 80 por ciento de los españolesse define como católico cuando se pre-

gunta por su identidad religiosa, pero supráctica es muy baja. Sólo uno de cada cin-co asiste con más o menos regularidad amisa. En muy pocos años, los templos hanquedado semivacíos y la edad media dequienes mantienen la práctica semanalde ir a misa se dispara. Hoy, sólo uno decada cinco jóvenes entra en un templo almenos una vez al mes. El sociólogo JavierElzo, responsable desde hace más de vein-

te años de numerosos estudios sobre la ma-teria, cree que las causas de ese alejamien-to son múltiples, pero destaca la falta desocialización familiar –los muchachos quehoy tienen de 15 a 24 años son los prime-ros que no han recibido una formación cris-tiana en casa–, la casi total ausencia de in-formación religiosa en los espacios y losmedios que son sus referencias y la susti-tución de los valores y doctrina emanadosde la Iglesia por otros seudorreligiosos.

La esperanza, para la Iglesia española, ra-

dica en la creciente presencia de inmigran-tes latinoamericanos con fuertes señas deidentidad religiosa y el hecho de que al-gunos expertos aseguran que el proceso se-cularizador se está frenando o a punto de to-car fondo. Eso sí, se ha acabado el tiempodel cristianismo de cristiandad y se abre pa-so un cristianismo en minoría, con una re-levancia cultural menor, pero nada desde-ñable. Porque los españoles se alejan de laIglesia, pero siguen celebrando mayorita-riamente sus ceremonias en ella.

Felipe González con Juan Pablo II, durante la visita del Papa a España de 1982. A partir de esemomento, la Iglesia española se desplazó hacia posiciones más involucionistas.

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Su plan para “meter en cintura” a laIglesia posconciliar de España descansaen cuatro pivotes principales: acallar lasvoces de los teólogos y de las revistas dís-colas, copar la cúpula de la Conferencia,remodelar el mapa episcopal español ypotenciar a los nuevos movimientos neo-conservadores. Tras reducir al silencio alos teólogos progresistas y potenciar a losmovimientos neoconservadores (OpusDei, Comunión y Liberación, Neocate-cumenales, Focolares...), se lanza a laconquista de la Conferencia Episcopal,

utilizando como su peón al arzobispo deMadrid, cardenal Suquía, al que consigueaupar a la presidencia de la cúpula delepiscopado de 1987 a 1993.

Lo demás, el cambiar el mapa episco-pal español, era un juego de niños pa-ra Tagliaferri, no en vano el Derecho ca-nónico concede a los nuncios todos lospoderes para elegir a los obispos quequieran. Tagliaferri sólo nombra obisposa clérigos mediocres, que brillan por su“seguridad doctrinal y por su docilidady sumisión a las consignas de Roma”.

Tanto es así que el ya jubilado cardenalTarancón llega a decir: “Los obispos es-pañoles tienen tortícolis de tanto mirara Roma”.

Pero dos cosas fallan en la estrategia delembajador del Papa. La primera es queSuquía impone una dinámica de con-frontación con los socialistas que no be-neficia en nada a la Iglesia. Más aún, per-judica enormemente a sus exhaustas ar-cas y a su presencia social. Al mismo tiem-po y quizás como reacción, el Programa2000 de los socialistas en el poder, en unbreve y precipitado capítulo dedicado ala Iglesia, sentencia que “no encuentra sulugar en la democracia”, algo que resultahasta hiriente por injusto para la jerarquíay para los muchos cristianos comprome-tidos que se encuentran totalmente a gus-to en el régimen democrático.

Además, los obispos se sienten tan“controlados” que al final se amotinan. La“rebelión” de los obispos españoles con-tra el “amo romano” se produjo en laelección del presidente de la Conferen-cia Episcopal, el 21 de febrero de 1993.Quince obispos le fallaron al nuncio. Y elresultado de las votaciones fue favora-ble a Yanes en contra de Carles.

Yanes, a la quinta, la vencidaLe llamaban el Raimond Poulidor delepiscopado español. Como el ciclista fran-cés, siempre quedaba segundo. Desdeque en 1981 optó, por vez primera, a lapresidencia del Episcopado. Entonces te-nía como contrincante a Gabino DíazMerchán, el taranconiano arzobispo deOviedo. Perdió Elías Yanes. Fue el primerintento de acceder a la presidencia. Si-guieron otros tres. Finalmente, a la quin-ta fue la vencida.

El nuncio apostólico en España, MarioTagliaferri, el Vaticano y el cardenal ÁngelSuquía sufrieron un duro revés con laelección de Yanes. Su candidato, el arzo-bispo de Barcelona, Ricard Maria Carles,no consiguió acceder a la presidencia dela Conferencia Episcopal. Y, para más in-ri, en la vicepresidencia, estaba otro extaranconiano, Fernando Sebastián, en-tonces arzobispo coadjutor de Granada.

La elección de Yanes y Sebastián re-presenta, de hecho, una desautorizaciónpara la línea continuista promovida porTagliaferri y Suquía. El sector más abier-to, que había trabajado con cautela y si-gilo ante las elecciones, lograba el tándemidóneo para dar un golpe de timón en la

Los retos más urgentes

La Iglesia española tiene una serie deasignaturas pendientes. Tanto hacia

dentro como hacia fuera. Hacia el interior,tendría que abrirse y aceptar todo el es-pectro de sensibilidades eclesiales. Ten-dría que dejar de alimentar casi en exclu-siva la mística de la sumisión y de la uni-formidad, para buscar la comunión, quese traduce en pluralismo. Tendría que de-jar de privilegiar a los movimientos neo-conservadores y aceptar, en la praxis, a losmovimientos de centro y de izquierda.Porque también ellos son Iglesia. la Igle-sia tendría que dejar de ser una Iglesia pa-ra sus incondicionales y convertirse en unaIglesia de todos y para todos.

Hacia fuera, para recuperar el “capitalsimbólico” que llegó a alcanzar en los añosdel tardofranquismo y de la transición, laIglesia necesita soltar el lastre y la imagende una Iglesia anacrónica, conservadora, au-toritaria y de derechas. Porque la proximi-dad de posturas con el Partido Popular(nunca expresada abiertamente, pero pues-ta de manifiesto constantemente por obis-pos tan significados como los cardenalesRouco y Cañizares) ha hecho calar en elpueblo la imagen de una Iglesia “partidis-ta”. Cristianismo de presencia (levadura enla masa) y no de mediación (con partidosque actúan como su “mano larga”).

J. M. Vidal

José María Aznar con Elías Yanes, que fue elegido presidente de la Conferencia Episcopal en1993. Yanes frenó el continuismo promovido por Suquía y Tagliaferri, el nuncio del Vaticano.

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Conferencia. Hacía seis años, los mode-rados habían perdido en quinta vueltapor acudir desorganizados, como luegoreconocieron.

La primera etapa de Yanes al frente delepiscopado se caracterizó fundamental-mente por el “diálogo”. Con todas las ins-tancias, tanto políticas como eclesiales.Incluso con las mediáticas. Nunca comoen su etapa tuvieron tanto acceso los me-dios de comunicación a la Casa de la Igle-sia. Ayudado en esta tarea (y en otras) porsu fiel amigo, monseñor José Sánchez, se-cretario y portavoz de los obispos, la Con-ferencia Episcopal se decantó por una es-trategia de relación con los medios de co-municación confiada, cercana y fluida. Yeso les hizo ganar muchas batallas de an-temano.

De hecho ambos fueron reelegidos.Quizás porque apostaron por un lideraz-go “colegiado y dialogante”. En 1996, ElíasYanes resultó reelegido presidente de laConferencia Episcopal hasta 1999, por 53de los 73 votos emitidos. Lo mismo ocu-rrió con el vicepresidente, Fernando Se-bastián, con 44 de los 68 votos. Una se-gunda etapa marcada por las mismas co-ordenadas de diálogo, especialmente con

el Gobierno socialista. En definitiva, Yanesimprimió a la Iglesia española, durante susdos mandatos, un giro de ciento ochentagrados, pasando de la imposición a la pro-posición del mensaje cristiano y del en-frentamiento al diálogo.

Rouco alcanza la cumbreAupado por el “lobby episcopal valencia-no” y por el sector más conservador, An-tonio María Rouco consiguió, en 1999, laPresidencia del Episcopado por mayoríaabsoluta en segunda votación, con 44 vo-tos de 80 posibles, seguido muy de lejospor Fernando Sebastián, con 26 votos.Con el relevo de Yanes por Rouco se pro-duce un cambio generacional (AntonioMaría Rouco Varela tiene 62 años, frentea los 71 de Elías Yanes) y de tendencia. Seapagan los ecos de los taranconianos mo-derados y se reinicia la etapa de los con-servadores a ultranza. La vicepresidenciala conseguía, por fin, el cardenal de Bar-celona, monseñor Carles.

Por vez primera desde hacía veinticin-co años (desde la época de Tarancón yBueno Monreal), la cúpula episcopal su-be de rango (dos cardenales sustituyen ados arzobispos) y, por otra parte, miramás hacia Roma, ya que si todos los obis-pos españoles están en perfecta sinto-nía con el Vaticano, los dos elegidos eranlos hombres de máxima confianza del Pa-pa Wojtyla en España.

Paisano de Manuel Fraga y amigo deAznar, Mayor Oreja, Mariano Rajoy y Al-berto Ruiz-Gallardón, los obispos creenque el arzobispo de Madrid puede ren-tabilizar esa amistad resolviendo, cuan-to antes, dos de los temas que más preo-cupan a la Iglesia: la asignatura de Reli-gión y la financiación.

Pero durante su primer mandato, Rou-co no consiguió ninguno de sus objetivosy tres años después, en 2002, consiguióla reelección pero con una dura contes-tación interna. Uno de cada tres obisposvotó en su contra y lo castigó por escán-dalos como los de Gescartera, los profe-sores de religión, los abusos sexuales delclero, el caso del cura gay o la pastoralcontra el terrorismo, que muchos obis-pos tacharon de “antinacionalista”.

La era BlázquezEn 2005, Rouco se presenta a la segun-da reelección, pero fracasa y, en la cú-pula del Episcopado, se produce un cla-ro cambio de ciclo. Con un claro rele-vo generacional. Se va la generación deRouco, Sebastián y Yanes y llega al timónde la Iglesia española la de Blázquez yCañizares. El obispo de Bilbao, como fla-mante presidente –gracias al apoyo denacionalistas, moderados y progresis-tas–, y el arzobispo de Toledo como vi-cepresidente.

Era la primera vez que un simple obis-

ENCAJE DE BOLILLOSIGLESIA-ESTADO, UN SIGLO DE DESENCUENTROS

José Luis Rodríguez Zapatero saluda al cardenal Suquía, durante la visita de Benedicto XVI aEspaña, que no se saldó con un rapapolvo del Papa a los socialistas, como se había pronosticado.

Monseñor Rouco Varela se puso al frente delEpiscopado español en 1999, apoyado porlos sectores más conservadores.

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po accedía a la cabeza de la Iglesia es-pañola. Y eso que todos los pronósticosdaban como segura la reelección deRouco Varela para un tercer mandato. Eldedo de Roma le señalaba y parecía quelos obispos se iban a decantar por “nohacer mudanzas en tiempos de desola-ción”. Pero, esta vez, hicieron gala de la“santa libertad de los hijos de Dios” yel cardenal de Madrid se quedó a un so-lo voto del objetivo.

Rouco consiguió 51 votos en segundavotación. Pero necesitaba 52 votos, es de-cir, los dos tercios de los 77 obispos elec-tores para lograr un tercer mandato eigualar el récord del carismático cardenalde la Transición, Vicente Enrique Taran-cón. Se quedó con la miel en los labios.

El caso es que, consumado el rechazodel hasta entonces líder indiscutible delEpiscopado español, la sorpresa se com-pletó con la elección de Ricardo Blázquez,que ganó con 40 votos frente a los 37 desu más directo rival, el arzobispo de To-ledo y líder del sector más conservador,Antonio Cañizares.

¿Cuáles fueron las causas de este vuel-co espectacular en la cúpula de la Igle-sia española? Hace ya unos años se veníafraguando un frente antiRouco, formado

por los prelados nacionalistas, los últimosde Tarancón y los descontentos.

Peligrosa politizaciónLos nacionalistas le reprochaban su exce-sivo celo españolista y su escasa sintoníacon lo autonómico, a pesar de ser gallego.Los últimos de Tarancón, los progresistas,le achacaban su excesiva querencia porla derecha eclesial y el haberse echado enmanos de los movimientos neoconserva-dores (Opus Dei, Comunión y Liberación,Legionarios y Kikos). Por último, a ellos seunió un grupo de obispos moderados des-contento por el excesivo control que Rou-co mantenía sobre la Iglesia española, es-pecialmente con los nombramientos deobispos. Hay más de veinte promovidos

por él a la mitra en los últimos diez años.Por último, al cardenal de Madrid tam-

bién le pasó factura su excesiva sintoníacon el Gobierno de Aznar. Eso contribuyóa proyectar, según algunos obispos, “unaimagen de la Iglesia demasiado escoraday matrimoniada con el PP, con el consi-guiente descrédito para la institución”.

Rouco fracasó incluso en el contencio-so de la asignatura de Religión. Quisoconseguirlo todo y, de hecho, logró que,en la última legislatura, Aznar le diese a

la materia de Religión un rango funda-mental en la escuela pública. Pero se ol-vidó de pactar ese acuerdo con el PSOE.De tal forma que, cuando llegaron los so-cialistas al poder, lo primero que hicieronfue devolver la asignatura a su situaciónanterior.

Doctrinalmente, Blázquez no cambiónada. La Iglesia, bajo su mandato, no seha movido ni un ápice de sus postuladosdoctrinales. La única diferencia con supredecesor es de talante. Un talante másabierto, más dialogante, menos dado a laimposición. Y de mayor sintonía con losnacionalistas y con los socialistas. Un ta-lante que ya ha dado sus frutos. Blázquezha conseguido un nuevo modelo de fi-nanciación eclesial, que sube el porcen-taje del IRPF para la Iglesia del 0,5 al 0,7por ciento y está negociando una salida“airosa” para la materia de Religión. Unosresultados que no fue capaz de conseguirninguno de sus predecesores. �

Blázquez ha logrado un nuevo modelode financiación y negocia una salida“airosa” para la asignatura de Religión

El papa Benedicto XVI saluda a los fieles desde su papamóvil, durante la visita que efectuó aValencia a principios de verano.

DÍAZ SALAZAR, R., Iglesia, dictadura ydemocracia, Madrid, Ediciones HOAC, 1981.

LABOA, J. M., Historia de los Papas, Madrid, LaEsfera de los Libros, 2005.MARTÍN VELASCO, J., El malestar religioso denuestra cultura, Madrid, Ed. Paulinas, 1993.PAYNE, S. G., El catolicismo español, Madrid,Planeta, 2006.RAGUER, H., La pólvora y el incienso. La Iglesia yla Guerra Civil española, Barcelona, Península,2001.VIDAL, J. M., Benedicto XVI, el Papa enigma,Madrid, Temas de Hoy, 2005.

PARA SABER MÁS

Ricardo Blázquez sucedió a Rouco en 2005 ymantiene un talante más dialogante, más ensintonía con nacionalistas y socialistas.

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