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CARLOS PARÍS Ponencia en las “IV Jornadas sobre la cultura de la República española (La guerra)” celebradas en la Universidad Autónoma de Madrid del 18-21 de abril de 2006 Publicada en el libro “ La República y la cultura”, Coordinado por Julio Rodríguez Puértolas. Ed Akal, Madrid, 2009, pp. 379-387 La sublevación contra el gobierno de la II República, que dará lugar a la guerra civil, se produce en un momento de esplendor de la cultura española. Dicho florecimiento cultural y la labor en pro de la transformación y ascenso de la educación pública, emprendida por la República, remediando el largo abandono que había padecido la escuela en nuestro país, fue el objeto de mi anterior intervención en estas jornadas. Que el triunfo franquista tras los casi tres años de contienda supuso el hundimiento de semejante desarrollo es algo evidente. Las generaciones que nos formamos bajo la dictadura nos vimos obligadas a un esfuerzo singular de recuperación de la memoria oficialmente borrada. Y a la tarea de su desenterramiento. Un desenterramiento que, hoy día, se prosigue, aún más dramáticamente, no ya en pos de creaciones culturales, sino de cadáveres humanos. Pero aquel momento- los años de vida de la II República española y su brillo intelectual- presenta, también, una espectáculo de intensa lucha de clases, en que los sectores populares, el proletariado industrial y campesino, de larga combatividad en nuestro país, pelean por su emancipación. Y en que toda la crisis de la economía y de la democracia misma recorre Europa, desembocando en los movimientos fascistas o parafascistas como salida. Ello dará a la guerra civil española un alcance que, desde el marco inicial de nuestros estrictos conflictos históricos, como señala Santos Juliá, ( 1 ) se levantará a un alcance que transciende nuestras fronteras, convirtiendo al escenario español en representación prematura de lo que será la II guerra mundial del siglo XX. Y convertirá a los combatientes por la República en aquellos que “se levantaron antes del alba”, según la bella y épica calificación de Artur London. Mas allá de nuestras fronteras Esta dimensión anticipatoria de nuestra guerra como explosión del conflicto que latía en el seno de la sociedad en aquella época, así como el heroísmo y el fervor suscitados en la contienda, hará que los ciudadanos y ciudadanas de todo el mundo, especialmente del más próximo a España. y, entre ellos, los intelectuales y artistas tomen posición ante nuestro enfrentamiento bélico. Son muchas, casi incontables. las páginas de la época dedicadas a la guerra civil española. Y destacadas figuras de la cultura combatieron en ella. Así los franceses A. Malraux, y Simone Weil, participaron en la lucha a favor de la República, y dejaron plasmado su recuerdo en la conocida novela L´Espoir de Malraux y en algunas páginas de Simone. También Saint Exupery ha legado un conmovedor recuerdo de su visita al frente. Son notablemente lúcidas las alusiones de Sartre en “Los caminos de la libertad”, exaltando al combatiente español en vísperas de su partida para el frente, así como la despectiva condena del escritor francés a la traición de las democracias occidentales en Munich. A pesar de los esfuerzos del franquismo por atraer a los católicos franceses, solo tuvieron éxito sus intentos con Paul Claudel. Simone Weil, fervorosa cristiana. estuvo en las trincheras republicanas,

La Cultura Durante La República y La Guerra Civil-1

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Carlos París, La cultura durante la República española y la Guerra Civil

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  • CARLOS PARS

    Ponencia en las IV Jornadas sobre la cultura de la Repblica espaola (La guerra) celebradas en la Universidad Autnoma de Madrid del 18-21 de abril de 2006

    Publicada en el libro La Repblica y la cultura, Coordinado por Julio Rodrguez Purtolas. Ed Akal, Madrid, 2009, pp. 379-387

    La sublevacin contra el gobierno de la II Repblica, que dar lugar a la guerra civil, se produce en un momento de esplendor de la cultura espaola. Dicho florecimiento cultural y la labor en pro de la transformacin y ascenso de la educacin pblica, emprendida por la Repblica, remediando el largo abandono que haba padecido la escuela en nuestro pas, fue el objeto de mi anterior intervencin en estas jornadas. Que el triunfo franquista tras los casi tres aos de contienda supuso el hundimiento de semejante desarrollo es algo evidente. Las generaciones que nos formamos bajo la dictadura nos vimos obligadas a un esfuerzo singular de recuperacin de la memoria oficialmente borrada. Y a la tarea de su desenterramiento. Un desenterramiento que, hoy da, se prosigue, an ms dramticamente, no ya en pos de creaciones culturales, sino de cadveres humanos.

    Pero aquel momento- los aos de vida de la II Repblica espaola y su brillo intelectual- presenta, tambin, una espectculo de intensa lucha de clases, en que los sectores populares, el proletariado industrial y campesino, de larga combatividad en nuestro pas, pelean por su emancipacin. Y en que toda la crisis de la economa y de la democracia misma recorre Europa, desembocando en los movimientos fascistas o parafascistas como salida. Ello dar a la guerra civil espaola un alcance que, desde el marco inicial de nuestros estrictos conflictos histricos, como seala Santos Juli, ( 1 ) se levantar a un alcance que transciende nuestras fronteras, convirtiendo al escenario espaol en representacin prematura de lo que ser la II guerra mundial del siglo XX. Y convertir a los combatientes por la Repblica en aquellos que se levantaron antes del alba, segn la bella y pica calificacin de Artur London.

    Mas all de nuestras fronteras

    Esta dimensin anticipatoria de nuestra guerra como explosin del conflicto que lata en el seno de la sociedad en aquella poca, as como el herosmo y el fervor suscitados en la contienda, har que los ciudadanos y ciudadanas de todo el mundo, especialmente del ms prximo a Espaa. y, entre ellos, los intelectuales y artistas tomen posicin ante nuestro enfrentamiento blico. Son muchas, casi incontables. las pginas de la poca dedicadas a la guerra civil espaola. Y destacadas figuras de la cultura combatieron en ella. As los franceses A. Malraux, y Simone Weil, participaron en la lucha a favor de la Repblica, y dejaron plasmado su recuerdo en la conocida novela LEspoir de Malraux y en algunas pginas de Simone. Tambin Saint Exupery ha legado un conmovedor recuerdo de su visita al frente. Son notablemente lcidas las alusiones de Sartre en Los caminos de la libertad, exaltando al combatiente espaol en vsperas de su partida para el frente, as como la despectiva condena del escritor francs a la traicin de las democracias occidentales en Munich. A pesar de los esfuerzos del franquismo por atraer a los catlicos franceses, solo tuvieron xito sus intentos con Paul Claudel. Simone Weil, fervorosa cristiana. estuvo en las trincheras republicanas,

  • como acabo de indicar, en Aragn, Bernanos se horroriz en Los cementerios bajo la luna ante las masacres de los sublevados y el filsofo escolstico Maritain abog por un arreglo del conflicto.

    Entre los escritores anglosajones sobresalen por su notoriedad las figuras de Orwell y Hemingway. El primero de ellos, batindose en el frente de Aragn y participando en las luchas de Barcelona, en las filas del POUM, recuerdos que fijar en su libro Homenaje a Catalua. El segundo fue autor de una de las novelas ms difundidas sobre nuestra guerra y llevada al cine: Por quien doblan las campanas. Pero tambin combatieron el poeta Spencer a favor de los republicanos , y, en el otro sector, el sublevado, Roy Campbell, que pele en una unidad de requets y escribi su libro El fusil florecido

    He sealado unos pocos aunque importantes testimonios, entre los innumerables que se podran aducir. Y especialmente prximos a la visin de la tragedia de Espaa no se puede olvidar a Neruda y a Cesar Vallejo.

    Los idelogos de la sublevacin

    Pero cul fue la actitud de los intelectuales espaoles, la de nuestra intelligentsia, ante la sublevacin y la guerra civil? Si pensamos en el hundimiento de la cultura espaola, a que antes he aludido, producido por el triunfo franquista, sera lgico pensar que la intelectualidad espaola se situara, con clarividencia previsora, unnimemente en el lado de la Repblica, que haba potenciado el desarrollo de nuestra cultura y nuestra educacin. Pero no fue sta exactamente la situacin.

    Por una parte, la mitologa fascista con su halo retrico haba atrado a algunos escritores como Ernesto Jimnez Caballero, Eugenio Montes, Rafael Snchez Mazas, ste ltimo preso en la zona republicana. A ellos se unieron figuras como Pedro Lan, Antonio Tovar, Gonzalo Torrente Ballester, o el poeta Dionisio Ridruejo. El grupo que Umbral ha calificado irnicamente como los laines . Un grupo que posteriormente, en la dcada de los cincuenta, incmodo con la cerrazn de la dictadura, ira abandonando la fervorosa militancia inicial, para evolucionar hacia posturas liberales. Y el voluble Eugenio DOrs, que haba roto lazos con la Mancomunitat y el movimiento cataln, se instal cmodamente en el mundo de los sublevados, alcanzando a convertirse en gran figura intelectual de la dictadura. En el pequeo Goethe junto al pequeo Napolen encarnado por Franco, como l mismo, segn se cuenta, ironiz. Y, naturalmente, el sector catlico conservador y contrario a la Repblica con mediocridades, como Pemn, ocup un lugar destacado en el nuevo Estado que se formaba, dirigiendo con Ibez Martn como Ministro, la nueva y reaccionaria poltica educativa, tras el fugaz paso por la cartera de Pedro Sainz Rodrguez . Fugaz, pero memorable, pues segn he odo, cuenta se permiti calificar a Franco de Napolen de casa de huspedes.

    La universidad camina al exilio

    Pero lo importante, a efectos de esta comunicacin en las Jornadas, no es atender a este intento de equipamiento cultural de los sublevados, aunque esta realidad y su evolucin sea digna de estudio, sino a lo que ocurri en la zona fiel a la Republica, que cubra la parte ms importante del territorio espaol con Madrid, Barcelona, Valencia y en que se encontraban asentadas la mayora de las figuras destacadas en nuestra cultura. Un

  • acontecimiento de importantes dimensiones fue la salida de toda una plyade de profesores e investigadores, algunos polticamente comprometidos con los movimientos de izquierda, otros cuya sola lealtad a la Repblica les forz a salir de Espaa. Entre ellos en el campo de la historia Claudio Snchez Albornoz y Amrico Castro, en la crtica y ensayo literario, Snchez Barbudo o Francisco Ayala, en las ciencias fsicas Cabrera o Duperier, Emilio Mira Lpez en Psicologa, en el terreno jurdico Jimnez de Asa, Luis Recasens Siches, Wenceslao Roces, traductor de El Capital. En matemticas Flores de Lemos, que se encontraba trabajando en los EEUU, volvi a Espaa para luchar en el frente y permaneci tras la guerra, aunque apartado de la Universidad, como otro importante matemtico Gallego Daz, tambin significado en las izquierdas. En el mundo del pensamiento filosfico emigraron figuras como Juan David Garca Bacca, Jos Gaos, Eduardo Nicol, Xirau, Mara Zambrano. A ellas hay que aadir los nombres de Adolfo Snchez Vzquez y Ferrater Mora, que, entonces jvenes miembros de la ltima generacin, participaron en la contienda en el frente de batalla y se unieron a esta emigracin para desarrollar su importante contribucin a la filosofa en el exilio mejicano de Adolfo o de Ferrater en los EEUU. Fue todo un movimiento que dej en gran parte desierta la Universidad espaola, abriendo un espacio que fue aprovechado por mediocres figuras conservadoras obscurecidas en la etapa republicana. Pero que, en cambio, supuso una aportacin decisiva para los pases de acogida, especialmente los iberoamericanos, en cuyo desarrollo cultural el exilio dej indeleble huella. Personalmente recuerdo la emocin con que hace aos me declaraba Leopoldo Zea, que haba tenido a Gaos como maestro.

    Los grandes maestros

    Tal fue la peripecia de importantes profesores, investigadores, cientficos que, desde sus diversos campos, servan al desarrollo de nuestra cultura y nuestra Universidad y que, nacidos a principios de siglo o a fines del XIX, se encontraban en la iniciacin de su madurez al estallar la guerra civil. Pero qu fue de los grandes maestros que en las generaciones del noventa y ocho y en la novecentista o generacin de 1913 se haban dirigido a la sociedad espaola tratando de orientar su destino? Las figuras ms destacadas de dichas generaciones, que ya en el momento de la sublevacin haban alcanzado un alto grado de notoriedad tanto en Espaa como ms all de nuestras fronteras y estaban rodeadas de un gran respeto en la opinin pblica.

    La actitud de Unamuno se configur, a tono con su carcter, rotunda y claramente, y es bien conocida. En un principio se pronunci a favor del alzamiento. Pero, al comprobar su barbarie, rectific pblica y arriesgadamente, enfrentndose con Milln Astray en el acto del 12 de octubre en el Paraninfo de la Universidad. Lo que no poda suponer el bueno de Don Miguel es que, largo tiempo despus, las palabras por l pronunciadas en aquella ocasin, venceris pero no convenceris, iban a ser secuestradas y utilizadas en Salamanca con intencin opuesta a aquella con que se produjeron, tratando en dicha manipulacin de defender el expolio de documentos apropiados por los vencedores en la guerra civil. Los ltimos meses de la vida de Unamuno, rechazado por la sociedad que le rodeaba, favorable al golpe, fueron de aislamiento y en ellos redact, debatindose con su eterna angustia, las pginas tituladas Sobre el resentimiento trgico de la existencia, llenas de amargura y que no s si fue oportuno dar a luz.

    Ramiro de Maeztu, que, buen conocedor de Marx en su primera etapa, haba evolucionado hacia actitudes derechistas con el grupo de la Revista Accin Espaola

  • fue fusilado en la zona republicana, Entre las otras personalidades del noventa y ocho supervivientes en el momento de iniciarse la contienda, es de destacar la ejemplaridad de Antonio Machado solidario hasta la mdula con la legalidad de la Repblica y con el pueblo en armas.

    Y Baroja? Quiz se pregunte el lector de estas lneas. El escritor vasco form parte del grupo que volvi las espaldas a la defensa de la Repblica junto a Azorn, Maran, Ortega, Prez de Ayala. El quinteto que Jordi Gracia califica como liberales desarbolados, y cuya peripecia ha sido documentada y analizada en los ltimos tiempos por diversos estudiosos, como Andrs Trapiello, el mismo Jordi Gracia, que acabo de nombrar y Jos Carlos Mainer. ( 2 )

    El giro de Ortega es exactamente inverso al de Unamuno. Primeramente firma un escrito de adhesin a la Repblica, despus se desdice de l. El escrito a que aludo es un documento de lealtad al gobierno legtimo, fechado el 30 de julio de 1936. Junto a Ortega, rubrican el manifiesto Maran, Prez de Ayala, Ramn Menndez Pidal, Antonio Marichalar, Antonio Machado, Juan Ramn Jimnez. Redact el manifiesto y gestion las firmas la Alianza de Intelectuales Antifascistas constituida en el da siguiente a la rebelin- el glorioso alzamiento segn la terminologa franquista- y de la cual formaban parte Jos Bergamn, Mara Zambrano, Arturo Serrano Plaja, Rafael Alberti, Luis Cernuda. Pero, despus, Maran, Ortega Prez de Ayala y Ramn Menndez Pidal, desautorizan sus propias firmas, alegando coaccin, sin avergonzarse de tal confesin de cobarda, (3).

    . Especialmente escandalosas al respecto son las afirmaciones de Ortega. Mientras en Madrid los comunistas y sus afines obligaban bajo las ms graves amenazas, a escritores y profesores a firmar manifiestos, a hablar por radio, etc., cmodamente sentados en sus despachos o en sus clubs, exentos de toda presin, algunos de los escritores ingleses firmaban otro manifiesto donde se garantizaba que esos comunistas y sus afines eran los defensores de la libertad(4). Tal perversa tergiversacin de la realidad, cmica si no fuera trgica, es escrita por Ortega en el Eplogo para ingleses de su Rebelin de las masas. Ni todos los que solicitaron su firma, como Mara Zambrano, que parece ser, como discpula suya, intervino en la gestin, eran militantes comunistas y ,en ello, Ortega parece seguir la pauta del franquismo, cuando calificaba de comunistas a todos sus enemigos. Ni, evidentemente, los comunistas se encontraban tan cmodamente apoltronados en hipotticos clubs, sino que se jugaban la vida defendiendo a la Repblica. La varita mgica de la prosa orteguiana consigue una insidiosa transformacin de la realidad, digna de El retablo de las maravillas.

    Pero, adems, semejante inversin de la tragedia es presentada, desdeosa y pretenciosamente, como un ejercicio de responsabilidad, cuando en la misma pgina quiere dar una leccin a los intelectuales de la poca. Desde hace muchos aos me ocupo en hacer notar la frivolidad y la irresponsabilidad latentes en el intelectual europeo, que he denunciado como un factor de primera magnitud entre las causas del presente desorden. Al parecer la responsabilidad consistira en apoyar un golpe contra un gobierno legtimo.

    Y los sublevados realizaron con xito toda una serie de maniobras para atraer a su campo propagandstico a las figuras de Maran, Baroja, Azorn, Prez de Ayala. Que pronto empezaron a hacer declaraciones y firmar artculos adhirindose al bando

  • sublevado. Y llegaron al extremo de propugnar la necesidad de derrotar por completo, sin concesiones, a las fuerzas republicanas, como nico final admisible de la contienda.

    La defeccin de un sector

    Cmo se explica esta defeccin, de la cual ciertamente no participaron todos los que podemos designar como liberales? Otros liberales navegaron sin perder la arboladura en aquella tormenta. El intento de responder a la pregunta que acaba de surgir inevitable abre un importante campo de reflexin.

    En primer lugar es de notar el valor revelador de las situaciones lmite. No es cierto, como pretenda Rommel, que la guerra sea el acto culminante de la existencia humana. Por el contrario, representan las guerras, junto a la inmolacin de vctimas y el destrozo material, un fracaso de la convivencia y la solidaridad humanas, que pueden encontrar realizaciones opuestas al encuentro blico y mucho ms altas que l. Pero s es verdad que la conmocin blica, una vez desencadenada, como caso paradigmtico de las situaciones lmite- tan estudiadas por la filosofa existencial de Jaspers- saca a luz profundidades ocultas en los subterrneos de nuestro ser. Desvela nuestra autenticidad. Hace aflorar aquello que lata en nuestro hondn anmico, soterrado bajo la facilidad de la vida cotidiana . Ponen a prueba, las situaciones lmite, la firmeza de nuestras convicciones y de nuestros sentimientos. Se convierten en piedra de toque de nuestra tica. En la violencia mxima que acompaa a la guerra con la presencia masiva y la amenaza individual de la muerte, con el sufrimiento, irrumpe lo ms vil y tambin lo ms noble del ser humano. Y la tensin que produce, con su cortejo de vivencias, es capaz de convertirse en fuente de creacin.

    Naturalmente todo ello no slo est modulado sino radicalmente transformado en funcin del sentido que posee una guerra. Puede ser producto de meros intereses miserables, de carcter mezquino, como la reciente invasin de Irak o resultar del choque de magnos proyectos histricos y de opuestas concepciones de la vida. Y este ltimo fue el caso de la guerra civil espaola. Se ha dicho, a veces, con acentos retricos, y no enteramente exactos, que era la ltima guerra romntica.

    Y, ciertamente, aunque tras la sublevacin latan los fuertes intereses econmicos del capitalismo, y la aspiracin de los militares sublevados por convertir a Espaa en un cuartel, es verdad, tambin, que su estallido moviliz ideologas y credos que arrastraron masas enteras a un combate heroico. Y conmocion las fibras ms profundas de los ideales enfrentados. De una parte la mitologa tradicionalista y fascista, de otro, el afn de justicia, el pan de mis hermanos como oy gritar Sainto Exupry en las trincheras republicanas, en aquellos duelo de invocaciones, en que se desafiaban los servicios de propaganda de unos y otros. Y esta vibracin gener importantes creaciones culturales. Especialmente altas en el bando leal, tanto desde el punto de vista de los ideales, como de la categora esttica de la creacin. Recordemos una vez ms en este bando los carteles de la guerra civil obra entre mltiples artistas de Bardasano, de Arnau, o la poesa suscitada por la contienda .

    Y ello nos conduce a una nueva reflexin cul fue el autntico fondo de la guerra civil espaola? Me he referido en el nivel superestructural, al contraste de ideologas, pero, decisivamente, bajo la oposicin ideolgica constituy la guerra del 36 al 39 una lucha de clases armada. Rotos los mecanismos democrticos, fue el proletariado obrero y

  • campesino el que asumi la parte decisiva en el enfrentamiento con la sublevacin. Dirigido especialmente por el movimiento anarquista- que planteaba la realizacin inmediata de la revolucin colectivista- y por los comunistas -que cifraban su objetivo primordial en la defensa de la Repblica. Se asisti, entonces, a la irrupcin del pueblo en armas en el panorama de la vida espaola e internacional. Al levantamiento de un improvisado ejrcito popular. Y, en l, hombres salidos del pueblo como Lister o El Campesino se convirtieron en generales, junto a los mandos fieles a la Repblica y a comunistas con preparacin cientfica, cual Tagea.

    Representaba tal protagonismo un desafo para el mundo de los intelectuales, integrado mayoritariamente, casi totalmente, por personas de las clases medias o altas. Y tambin para los sectores que confiaban el progreso de Espaa al mero desarrollo de la democracia y sus mecanismos. La Repblica ha sido definida muchas veces como Repblica de los intelectuales. Pero, desde el triunfo del Frente Popular, los partidos obreros ascendan al poder Y esta visin del pueblo en armas defendiendo la legalidad republicana, pero, al par, anunciando la revolucin se converta, asimismo, en un reto para las democracias occidentales de carcter burgus. La crisis de la democracia era un lugar comn en los aos treinta, haba desembocado en las revoluciones socialistas y en la reaccin fascista ante ellas. Y en este momento las masas asuman la parte principal en el combate contra el fascismo. Cmo conducirse ante este desafo?

    El intelectual aislado del movimiento obrero y campesino

    Al llegar a este punto, resulta necesario subrayar un importante rasgo de nuestra vida intelectual y poltica desde la mitad del siglo XIX hasta el momento que estamos evocando, y que abre el horizonte adecuado para situar los hechos que contemplamos. Es la situacin a la cual ya me he referido en mi intervencin del pasado ao en estas Jornadas, al comentar la educacin y la cultura en Espaa durante los aos de la Repblica anteriores a la guerra civil. Se trata de un anlisis sobre el cual resulta necesario volver. Espaa haba logrado el florecimiento intelectual a que me he referido al principio de este anlisis. Sobre su suelo haba brotado tambin paralelamente un combativo movimiento obrero y campesino. Pero ambos desarrollos haban estado decisivamente incomunicados.

    No pretendo que el intelectual espaol estuviera encerrado en su torre de marfil. Por el contrario, desde Larra, tiende la vista sobre la sociedad que le rodea. Trata de criticarla y despertarla. La generacin del noventa y ocho vibra en el dolor de Espaa, la de Ortega se propone situar nuestra sociedad a la altura de los tiempos y, an ms ampliamente, el pensador madrileo aspira a afrontar la crisis de la cultura occidental. La Institucin Libre de Enseanza pretenda la renovacin del pas a travs del desarrollo de la educacin y de la ciencia.

    En este marco el intelectual se vea posedo por la misin de ser maestro de nuestra sociedad o profeta, en la terminologa orteguiana. Pero, sobre este resurgir intelectual espaol y sus aspiraciones reformadoras gravitaba una tradicin idealista, desde el krausismo, y operaba la que suelo designar como ilusin intelectualista de la Ilustracin. La limitacin de horizontes del intelectual, que, desde el ejercicio de su prctica propia, convierte las ideas puras y su difusin en el instrumento de la transformacin social. La stira de Marx sobre el sujeto que se ahog, por pensar que para flotar bastaba con desterrar la idea de gravedad de su cerebro, encuentra trgica

  • aplicacin aqu, en el naufragio de intelectuales en medio de la tempestad levantada. Y la misma figura de Azaa, a pesar de sus mritos como escritor, pensador y orador, y de su compromiso, al haber descendido a la arena poltica, no escapara a esta crtica, tal como expuse el pasado ao.

    Cuando estalla la revolucin rusa, se haba producido una amplia penetracin del marxismo en este pas, la cual, impregnaba no slo a las mximas figuras que dirigieron la revolucin, sino tambin a gran parte de la intelligentsia. La revolucin china haba sido dirigida por un gran intelectual, profundizador del marxismo, como Mao. En diversos pases europeos, Alemania, Austria, Italia, Reino Unido haban surgido importantes pensadores que alimentaban su pensamiento en la obra de Marx y Engels. En Espaa, en cambio, la difusin de la obra de Marx- Engels haba sido muy escasa hasta que en la II Repblica alcanza trminos masivos. Y no es cuestin slo del alejamiento de la obra de Marx, la obnubilacin para percibir la lucha de clases y el desconocimiento de los mecanismos econmicos que mueven la historia, situaba en un remoto planeta a algunos de nuestros ms ilustres intelectuales, a pesar de su pretensin directiva de la sociedad espaola. Nada ms expresivo que el modo en que Ortega alude al ascenso de las masas a lujos antes, para ellas, prohibidos, al publicar su Rebelin de las masas en plena crisis econmica, en 1930, aunque la redaccin original fuera de 1926. Y esta es la situacin, cuando en Espaa el pueblo se levanta en armas tratando de crear el mejor futuro. Y as asistimos a la reaccin ante este espectculo que oscila entre el terror y la incomprensin. No es esto, no es esto podran volver a gritar.

    Los intelectuales unidos al pueblo. La cultura revolucionaria

    Como antes he indicado, las situaciones lmite conmueven las fibras ms profundas de nuestro ser y sacan a luz nuestra sensibilidad ms profunda. Si algunos intelectuales se retiraron ante la visin del proletariado obrero y campesino empuando el fusil, otros vieron la grandeza de esta gesta popular y se sumaron a ella con entusiasmo.

    Recordemos un texto de Mara Zambrano, justamente discpula de Ortega, en carta a Rosa Chacel. Despus de haber lamentado la dispora de intelectuales espaoles, afirma- con un grito, pues escribe la frase entre interjecciones- : !Yo me quedo aqu! Y prosigue, aludiendo a su marido: Alfonso hecho una maravilla de Comisario Poltico en el frente de Levante () luchando por la sagrada independencia de la Patria, como dice l. Como digo yo, como dice nuestro Presidente Negrn, como es. No hay ms en este momento que la Patria, que Espaa exista, en nuestra sangre, en nuestros huesos, en nuestro pensamiento, en nuestras cenizas. Que exista. Leste la Oda a la Patria de Cernuda? Es una maravilla y Luis tambin (5).

    Notemos, de pasada, el entusiasmo con que se habla de Espaa, que es oportuno recordar en estos tiempos, en que vergonzantemente se evita el nombre de Espaa sustituyndolo por la ridiculez del de Estado Espaol, cual si Espaa hubiera sido una invencin del franquismo. Y recordemos que los partes de guerra republicanos hablaban de sus tropas como las fuerzas espaolas, frente a las franquistas calificadas de invasoras. No dej de aflorar en ocasiones el recuerdo de la guerra de Independencia, tambin profundamente popular.

    Y el ntegro Machado, fiel a la Repblica hasta la muerte, dir por boca de Juan de Mairena: La patria es en Espaa un sentimiento esencialmente popular, del cual

  • suelen jactarse los seoritos. En los trances ms duros, los seoritos la invocan y la venden, el pueblo la compra con su sangre y no la menta siquiera. Si algn da tuvierais que tomar parte en una lucha de clases, no vacilis en poneros al lado del pueblo, que es el lado de Espaa, aunque las banderas populares ostenten los lemas ms abstractos. Si el pueblo canta la Marsellesa, la canta en espaol. Si algn da grita: Viva Rusia!, pensad que la Rusia de este grito del pueblo, si es en guerra civil, puede ser mucho ms espaola que la Espaa de sus adversarios (6).

    El mismo Juan Ramn, a pesar de su lema a la minora siempre, se sumerge con entusiasmo en la vigorosa oleada popular en un texto publicado en Guerra en Espaa : Si soy individualista como buen andaluz y buen espaol es por comprensin de mi pueblo. No exaltar nunca lo menos popular de mi pueblo, lo que aprende y copia tristemente de la vulgaridad de nuestras clases, sino lo ms sensitivo y lo ms noble de su corazn y su cabeza. Y, hoy ms que nunca, testigo palpitante de su vida y de su muerte, estoy convencido de que el pueblo es la mejor parte, la semilla ms pura y la verdadera esperanza de Espaa. Es necesario estar ciego o querer estarlo para no verlo as. (7)

    Y, si pensamos, ahora, en la ltima generacin llegada al escenario cultural, es preciso decir que la mayor parte de la generacin del veintisiete ardi en el entusiasmo ante el herosmo de la lucha popular y sus altas aspiraciones. Lo que no comprendi gran parte del pensamiento lo sinti y cant la poesa y lo plasm el arte plstico, Y surgi de las entraas del pueblo, de la solidaridad de intelectuales y proletarios una cultura nueva y viva. Que abandonaba el invernadero de la cultura tradicional- que he comentado en mi libro El rapto de la cultura- para asentarse en la tierra abierta y comn de la solidaridad. Una cultura popular que no era la degradada cultura popular de los tiempos estables, criticada por Gramsci, sino una cultura revolucionaria. Forjada en el fuego del combate y la revolucin.

    A ella responden entre otros los poemas de Miguel Hernndez, de Machado, de Neruda. De Cesar Vallejo. Y en el terreno plstico la inmortal Guernika, junto a la obra de los grandes cartelistas, Bardasano, Arnau, Lloveras, Morales, Parrilla, Pedrero, Caavate, Briones, Hernanz, Oliver, Cluselles, Prieto, Amster, Ontan, Girn, Cantos, Pedraza, Wila, Espert, Tono, Garay, Monlen, Augusto, Ballester, Yturzaeta, Martn, Carnicero, Babiano, Fergui, Bagara, Garrn, Abril, Puras, Isacar, Huertas

    Y es de notar en esta obra plstica la exaltacin no slo del herosmo blico sino de la cultura. As la importancia de la alfabetizacin. Ensea a leer a tu compaero, El que sabe leer puede ser mejor soldado, El analfabetismo ciega el espritu- Soldado instryete, Guerra al analfabetismo son lemas proclamados en algunos de los carteles (8). Lo que no haban hecho los gobiernos conservadores, olvidando al pueblo se pretende ahora, convirtiendo las trincheras en escuelas, bajo el fuego. An ms ampliamente, se afirma que la cultura es un arma ms para combatir al fascismo (9) como reza otro de los carteles. Y es fuente de salud La claridad de la inteligencia es la salud podemos leer tambin en otra de estas obras.

    Fue aquel, pues, un momento de esplendor de la cultura espaola, de un innovador esplendor, en que la cultura, ms all de sus convencionales crculos, se una al pueblo y al bro de la revolucin anhelada. Recordarlo y exaltarlo es un acto de justicia histrica. Pero no para rendirle un homenaje pstumo, sino para ver, en la evocacin de aquella

  • breve y conmovedora etapa, el anuncio de la tarea que debemos proseguir en la III Repblica y en la creacin de un mundo nuevo.

    Notas