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REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 59 Salvador Elizondo es, sin duda, el autor más inclasifica- ble de la narrativa mexicana. En su obra se condensan las rupturas y los movimientos más señeros de las van- guardias aparecidas en la segunda mitad del siglo XX. Se trata de un arte narrativo que contiene una amplia gama de procedimientos, tan hipotéticos como inconclusos, que da paso a una visión intimista, casi táctica, de la rea- lidad.Tal distintivo no aportaría gran cosa si sólo consis- tiera en una absorción casual, fruto nada más de emer- gencias estéticas. Si algo debe asentarse para valorar la producción elizondiana son sus concepciones siempre imprevistas de composición dramática, su idea de mon- taje (en el sentido de establecer una o varias escenogra- fías, dispuestas para desarrollar una trama, además de establecer lo antes posible una declaración de principios), así como unas cuantas sensaciones e ideas útiles para re- forzar un solo propósito. Pero la tendencia a darle ampli- tud a las percepciones es quizá la verdad escondida de una escritura que no se agota o que se ampara en la nece- sidad de ejercerla de continuo, dado su rasgo de levedad y sugerente anomalía. Desde la aparición de Farabeuf, su libro más emble- mático, en 1965, Salvador Elizondo proyectó una idea de escritura que pondría de relieve la subjetividad de la vida interior, ya con la convicción de que las aficiones ocultas, así como el sueño, la memoria, la crueldad, el éxtasis y la fantasía propias eran superiores al mundo exterior. Contrario a percibir los sucesos de una reali- dad siempre inabarcable, Elizondo se afanó por confe- rirles mayor peso a esos devaneos íntimos que pocos autores se atreven a confesar de viva voz o a exhibir en una escritura. Las paradojas, las audacias imaginarias, los artilugios estéticos, las extrañas técnicas para descubrir o manipular, son también procedimientos que exigen una paulatina purificación intelectual y expresiva. Parecie- ra que lo oculto o, si se quiere, lo más inexplorado de La escritura obsesiva de Salvador Elizondo Daniel Sada Salvador Elizondo es una de las figuras fundamentales de la literatura mexicana moderna. Mucho de lo que hoy se escribe en nuestro país sería impensable sin su influencia. Daniel Sada recorre la obra del autor de Farabeuf con el rigor y la minucio- sidad que su obra exige.

La escritura obsesiva de Salvador Elizondonosotrosmismos,fueseelsíntomaunívocodelconoci-miento sensible. Al resaltar la propensión a la vida in-terior, vale hacer énfasis en que

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Salvador Elizondo es, sin duda, el autor más inclasifica-ble de la narrativa mexicana. En su obra se condensanlas rupturas y los movimientos más señeros de las van-guardias aparecidas en la segundamitad del siglo XX. Setrata de un arte narrativo que contiene una amplia gamade procedimientos, tan hipotéticos como inconclusos,que da paso a una visión intimista, casi táctica, de la rea-lidad.Tal distintivo no aportaría gran cosa si sólo consis-tiera en una absorción casual, fruto nada más de emer-gencias estéticas. Si algo debe asentarse para valorar laproducción elizondiana son sus concepciones siempreimprevistas de composición dramática, su idea demon-taje (en el sentido de establecer una o varias escenogra-fías, dispuestas para desarrollar una trama, además deestablecer lo antes posible unadeclaracióndeprincipios),así como unas cuantas sensaciones e ideas útiles para re-forzar un solo propósito. Pero la tendencia a darle ampli-tud a las percepciones es quizá la verdad escondida de

una escritura que no se agota o que se ampara en la nece-sidad de ejercerla de continuo, dado su rasgo de levedady sugerente anomalía.

Desde la aparición de Farabeuf, su libromás emble-mático, en 1965, Salvador Elizondo proyectó una ideade escritura que pondría de relieve la subjetividad de lavida interior, ya con la convicción de que las aficionesocultas, así como el sueño, la memoria, la crueldad, eléxtasis y la fantasía propias eran superiores al mundoexterior. Contrario a percibir los sucesos de una reali-dad siempre inabarcable, Elizondo se afanó por confe-rirles mayor peso a esos devaneos íntimos que pocosautores se atreven a confesar de viva voz o a exhibir enuna escritura. Las paradojas, las audacias imaginarias, losartilugios estéticos, las extrañas técnicas para descubriromanipular, son tambiénprocedimientosque exigenunapaulatina purificación intelectual y expresiva. Parecie-ra que lo oculto o, si se quiere, lo más inexplorado de

La escrituraobsesiva deSalvadorElizondo

Daniel Sada

Salvador Elizondo es una de las figuras fundamentales de laliteratura mexicana moderna. Mucho de lo que hoy se escribeen nuestro país sería impensable sin su influencia. Daniel Sadarecorre la obra del autor de Farabeuf con el rigor y la minucio-sidad que su obra exige.

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nosotros mismos, fuese el síntoma unívoco del conoci-miento sensible. Al resaltar la propensión a la vida in-terior, vale hacer énfasis en que nos hallamos ante unespíritu agitado. El estudio, el análisis, la reflexión y losjuegos imaginarios de Elizondo son el sustento indis-cernible de su labor creativa. La intromisión en un temaes el preámbulo de una cuantía de hallazgos a la que estáexpuesta una mente curiosa, pero también es el cotejode algo previamente concebido. La vida interior seríavacua si no tuviese el beneficio de una organizaciónconstante. Para Salvador Elizondo toda invención tendráque recaer en sueños y fantasías, y el sueño será enten-dido no sólo como producto final emanado de la psique,sino como una visión del mundo y de la escritura. Elsueño es otra aportación de los recuerdos, tiene la fa-cultad de propiciar acomodos atemporales en la memo-ria, a la vez que se le puede fragmentar cuantas veces sequiera. La multiplicidad de sensaciones puede edificarun sueño, pero también desestructurarlo o transfigurar-lo. En este sentido el sueño es más real que la contem-plación, ya que no exige una fidelidad a ultranza. Porfortuna, la vida interior —cuando es de verdad intros-pectiva— no está supeditada a ninguna suerte de prag-matismo; no hay indiscreción en el atrevimiento y sepuede explorar en asuntos inconfesables.También cuen-ta con la ventaja de no agenciarse moldes de nada: lostemas y los personajes pueden evaporarse (o abando-narse) porque no están circunscritos a ningún leitmotivinflexible. De ahí que si no fuese por el sueño y las posi-bilidades de la imaginación, sólo habría una manera dever la realidad y una manera de escribir sobre ella, bajouna limitación “realista” y crasa, amparada en descrip-ciones rígidas. Y es que para Salvador Elizondo la lite-ratura es “el sueño que sueña la verdad”.

Para poder introducirnos en el laboratorio de esteautor singular, es pertinente dividir su obra en tres fases:

sus andamiajes ficticios, ensayísticos y periodísticos. Elpropósito de esta antología es hacer una selección de lasnarraciones cortas, propiamente ficticias, y para ello mehe valido de cinco de sus libros: Narda o el verano (1966);El retrato de Zoe y otras mentiras (1969); El grafógra-fo (1972); Camera lucida (1983) y Elsinore: un cuader-no (1988). Incluí este último libro porque me parecióque no tiene las exigencias del cuento ni de la novela, esuna rareza ubicua. También tuve el cuidado de selec-cionar aquellos relatos que mayormente responden alas constantes del mundo elizondiano, es decir, a lasentrañas mismas del artificio, puesto que su atracciónhacia autores como Joyce, Valéry o Mallarmé se debe alenorme grado de artificio visible en sus escritos. La lite-ratura, en este sentido, pugna por establecer, de facto,una mentira exuberante, que gana por igual brillo u oscu-ridad. Ya ha quedado atrás la idea de que la narrativadebe reflejar a la sociedad, y si acaso está latente esepostulado verista, ya sabremos que nunca hay unaentera fidelidad acorde a lo que vemos y oímos.Queda lo subjetivo: la interpretación o la percepción,lo que hace en verdad posible cualquier asomo almundo exterior, habida cuenta de que hasta en sus tex-tos periodísticos Elizondo insiste en que se trata de unavisión personal y afectiva. Conforme uno va leyendolos libros de Salvador Elizondo se percata de la incor-poración casi sutil de una carga poética en todo a cuan-to hace referencia, como si el análisis o la mera contem-plación de los eventos reales estuvieran impregnados deemotividad o estuvieran atenidos a una visión sensible.De hecho, desde sus primeros libros, Salvador Elizon-do supo que la escritura (la que él pretendía consoli-dar) debería ser una mezcla de parodia y lirismo a tra-vés de una mesurada purgación interna.

Tal vez Narda o el verano represente el ejemplo máspalpable, en apariencia, de lo que sería una escritura con-suetudinaria, algo formulaica. En las cinco historias dellibro hay un narrador que ante todo desea mostrar eldecurso de una trama sin hacer especulaciones ni con lospersonajes ni con el tema. Sin embargo, el síntoma esengañoso. En los tres relatos que seleccioné aparece,ciertamente informulada o de modo muy tibio, la ideade montaje que más tarde el autor se habría de imponeren definitiva. “En la playa”, “La puerta” y “Narda o elverano” son prueba contundente de que el lugar de loshechos (la escenografía) es tan importante como la anéc-dota misma. Los repentinos estados de ánimo que gene-ran las circunstancias irrumpen, ex profeso, para vulnerarel desarrollo natural de la historia. Existe una intencio-nalidad que dilucida finalmente otra cosa: un indiciosecreto que acaso sea sólo una sensación, tal vez un gra-cejo, o la pequeña sorpresa que deviene de una paradoja,como son los grados de asombro que nos produce estarante un cuadro o una fotografía o, incluso, la inmovili-

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SOBRE SALVADOR ELIZONDO

dad de una escena cualquiera de la vida real. Así vemosque un hombre gordo es asesinado luego de una exte-nuante persecución; que unamujer loca decide abrir unapuerta, bajo el supuesto de que al hacerlo pasará a otroestado de realidad; que dos jóvenes comparten a lamis-mamujer en unas vacaciones en Italia. Estas evidenciasparecieran ser la tipificaciónmás elocuente de los asun-tos ordinarios, perohe aquí queuna capade extrañeza losrecubre de principio a fin, esa extrañeza que demanda-ba Edgar Allan Poe para toda narración. En el caso deElizondo se trata de un estado de ánimo adicional, másemotivo que analítico, que representa el germen de unapoética, lo que más tarde se convertiría en su referentemás ostensible. La poesía que subyace en los relatos deNarda o el veranono es otra que la precisión a la que obli-ga la combinatoria cadenciosa entre frases cortas y fraseslargas, incluidas las frases incidentales y las frases exple-tivas. El sentido de musicalidad le permite tener uncontrol impecable de nitidez y economía expresivas. Alrespecto hay que recalar en una de las constantes másfuertes que Salvador Elizondo, desde un principio, seobligó amanifestar: su obsesión por el orden, un ordensubjetivo pero siempre leal a las convicciones que setienen sobre lo que significa el arte en relación con la vida,siendo que la vida se escribe y se lee a diario. La vida reales la que palpita en la escritura y en ella, a fin de cuen-tas, todo adquiere armonía.

Si valoramos estos primeros atisbos de Elizondo enel arte de escribir, sabremos que hay una propensión adesentrañar qué tanto de artificio tiene la realidad yqué tanto de osadía puede haber en ese artificio. Deacuerdo a esta premisa, podríamos decir que sólo en“Narda o el verano” el narrador se obstina en hacernossentir que estámostrandouna realidad ynouna interpre-tación de la misma. La realidad, en todo caso, obedecemás a una mecánica que a una afectación del ingenio.

En El retrato de Zoe y otras mentiras todas estas pre-rrogativas estéticas adquieren sumáxima proyección. Enmi opinión este libro es el más elizondiano de todos. Noolvidemos que le anteceden Farabnuf, Autobiografía pre-coz y Narda o el verano. De los quince textos (relatos,minificciones, pequeños planteamientos, teorías efímeraso ideas al viso) escogí once.Y es que en este segundo volu-men de cuentos el autor se desinhibe, se aventura sobrelo que antes fuemero disimulo, puesto que parece deci-dido a proponerle un reto al lector. En principio Elizon-do nos hace saber que todos los cuentos del libro sonmentiras, que no existe la mínima posibilidad de iden-tificar ni lugares familiares ni personas conocidas. Porprimera vez el universo narrativo es inusitado, casi a pro-pósito, es un corpus que abunda en extrapolaciones tancontundentes como que puede haber espejos por todaspartes, así como mujeres dementes que aparecen y seevaporan y vuelven a aparecer, o bien una voz anónima

que resuena en todos los escritos. Así los temas van desdeuna composición escolar (“La mariposa”), una investi-gación apócrifa sobre la naturaleza interior de la realidad(“Teoría del disfraz”), una especulación espuria sobre lamitología urbana (“Teoría del Candingas”), y una piezasupuestamente autobiográfica intitulada “De cómo di-namité el Colegio de Señoritas”. En otro de los cuentos,“El ángel azul”, el narrador interrumpe en numerosasocasiones su discurso para dirigirse al lector llamándole,por ejemplo: “malhadado” y haciéndole ver que el cuen-to empieza por el final y que de todosmodos se trata deuna historia absurda. Cierto que esta doble intencióndiscursiva tiene por objetomostrarle al lector un juego,omás que eso, una invitación al juego. Prevalece, desdeluego, una repulsa o una adicción; si lo segundo se im-pone, estamos ante un artilugio humorístico, violatoriode las convenciones literarias más habituales, y a la vezante la posibilidad de dejarnos seducir por entero.

El retrato de Zoe y otras mentiras es una escritura quese ejerce en los límites de la fantasía y la realidad; es unalínea delgada que puede romperse en cualquiermomen-to y vulnerar la verosimilitud.De cualquiermanera quese aprecie este acercamiento a la mentira, o distancia-míento de la verdad, sabremos que en este libro tienenmás peso los efectos que las causas, ya que la experien-cia, emocional o intelectual, no intenta localizar un basa-mento lógico. Los misterios no tienen por qué mostrarsiquiera una clave explicativa, de nada sirve que un lectorintente encontrar en el arte una suerte de aclaración.

Los cuentos de Salvador Elizondo ofrecen una rup-tura frecuente con las convenciones literarias, de ahí quemuchos de ellos sean una refutación a los cánones impe-rantes. Enmi opinión, el cuento es el géneromás anqui-losado de todos. Hay fórmulas, quemás bien pareceríanleyes, lo suficientemente severas que no permiten reali-zar, demodo sesgado, alguna audacia, y hay exégetas que

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reprobarán atentar contra las tradiciones. La fórmulaplanteamiento-desarrollo-desenlace todavía prevalececomo la estructura idónea para las narraciones cortas;lo mismo ocurre con los finales sorpresa o con los quepostulan una reflexión respecto a lo que se va a desarro-llar. También existen las supuestas novedades donde seespecula sobre el final de la historia: uno hipotético yotro real, para que el lector escoja con cuál se queda. Sinembargo, todas estas argucias se han reciclado hasta elhartazgo y, por desgracia, se han convertido en un lastreliterario, bajo la apariencia de un territorio perpetuo deexperimentación y exposición incesante de nuevas fórmu-las.Muy pocos autores de cuento son los que han osadorenovar el género y lo cierto es que cada vez interesa me-nos. Partiendode esta evidencia, baste asentar que Salva-dor Elizondo siempre evitó las fórmulas, a veces de unmodo rotundo, otras tantas al esquivar algún preceptoañejo, y otras más al desestructurar el tiempo natural dela narración. En El retrato de Zoe y otras mentiras cadatexto tiene una estructura diferente, no es posible detec-tar alguna receta; sin embargo, la constante visible a lolargo del libro es que el autor se va apartando con tientodelmundo real, con lamira en habitar unmundo inven-tado que se hace cada vezmás coherente. Zoe, por ejem-plo, sólo existe en lamente del narrador, fuera del tiempoy del espacio: “sólo sé de ella lo que ya no sigue siendo”.Mediante el olvido, lento pero progresivo, Zoe adquie-re —tal vez— la magia de vivir como una abstraccióny el cuento representa el intento por definir esa abstrac-ción. En éste como en otros cuentos, y desde distintasópticas, Elizondo aduce que el olvido es la estrategia (pa-radójica) que refuerza lamentira. En tantomás se olvidamás semiente. En “Los testigos” se abordan, grosso modo,

las posibilidades, acaso descoyuntadas, acaso lumino-sas, a las que puede conducir la demencia, como seríala evocación feliz de un pasado amoroso. Una mujer seobserva a sí misma en un retrato y lo coteja con unafotografía, también de ella misma. Le gusta más la foto-grafía porque siente que el retrato exagera, que no esella. El texto oscila de la tercera persona a la primera, delpasado al presente. Queda de manifiesto que hay unaindecisión del autor y del personaje en lo concernientea identificar y a creer que se encontrará por ahí una clave,quizá una verdad diminuta. El texto regresa al presentenarrativo para referir el esfuerzo que la mujer realiza alpretender capturar el instante de la fotografía. Queda,entonces, fija la escenografía (elmontaje) de esa tarde enque lamujer se observa a sí misma y se recalca la tempo-ralidad fugaz en que ella se reconoce como es en realidad.

Los cuentos deEl retrato de Zoe y otras mentiras abun-dan en flashbacks; cambios de tiempo; cambios de na-rrador; dobles prosodias que luego se enlazan; desdo-blamientos de personajes, como si cada uno de ellostuviera doble identidad; extrañas escenografías; deseosemanados de un estado de gracia o una indefinida pro-pensión espiritual; ideas onociones útiles para consolidaruna teoría; cierto afán de simbolismo y ciertas evocacio-nes pasajeras. Aquí hay una variedad desbordante derecursos literarios y de percepción sensible; son intentossobre intentos, pero nada que llegue a las últimas con-secuencias. Elizondo, en efecto, no pretende más quedemostrar en qué consiste lamecánica de algo inacabado,un pequeño universo sustentado por indeterminacio-nes, por mentiras, también vistas como acercamientos,y es que allí reside elmagma de su arte narrativo, aquelloque es amorfo, como el sueño, que no tiene posible re-dondez ni imprecación.

En El grafógrafo, libro publicado en 1972, SalvadorElizondo alcanza el grado más extremo de su escritura.Ya toda la ficción tiene como asidero la mente y la me-moria, además de que el autor se esmera por apretar lostextos hasta hacer de la austeridad el estigma supremode economía expresiva. Se fortalecen las obsesiones, detal suerte que el narrador se propone ejercer una escritu-raminorativa, comodirían los retóricos. Ya a estas alturasde su carrera literaria ha incorporado un nuevo elemen-to a su ars: el concepto de “metamorfosis”. Ahora le atraetodo aquello que contenga una técnica o, para decirloen otras palabras, una entelequia que proponga un pro-cedimiento absolutamente estricto. La tentativa pri-mordial consiste en componer y descomponer para re-componer una teoría, unmétodo, un razonamiento, unaobsesión. Pareciera que el autor se obstina en volcar suespíritu en una especie de instructivo fortuito. Su plumaes un pincel que dibuja y desdibuja a placer, a sabien-das de que en todo este regocijo creativo hay un guiónapócrifo que debe respetar. Por primera vez Elizondo

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conjuga dos temperamentos: uno que remite a la infan-cia y otro a la madurez. La espontaneidad tiene que seruna fuerza (infantil) descomunal y la madurez (el cálcu-lo, la lógica) sólo la contraparte de esa fuerza. AhoraElizondo tratará de operar a base de restricciones: des-nudar, limpiar, corregir; intentará excluir —porque ahoraescribe como si obedeciera las imposturas de un ma-nual técnico— su gusto, su personalidad, su sensibili-dad, para adaptarse a preceptos ajenos, desconocidos.En los textos de El grafógrafo el autor por primera vezincorpora términos biológicos, zoológicos, genéticos quemezcla con términos filosóficos, psicológicos, así comolatinismos inusuales. Se habla de la metamorfosis de lasalamandra y del ajolote, cuyo desarrollo no es biológi-co sino mítico. También el autor trata de verse desde unlugar remoto, podría ser un recuerdo o un sueño queen la medida que transcurre va adquiriendo realidad:Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribirque escribo y también puedo verme ver que escribo... Elautor parece extrañarse de sí mismo. Se sorprende alverse como si fuese otro que hace exactamente lo que élha hecho y quiere hacer. No obstante, algo ha cambia-do. Ahora el autor se impregna de la figura del pintor ydel científico, de ahí que surja la duda acerca de si elautor que se ve escribir sea el mismo que escribe. Eneste juego de identidades, es de suponer que un autorque trata de concatenar ciencia con imaginación final-mente encuentre un punto de equilibrio en la escritura.Lo cierto es que esa cualidad se trasluce en casi todos lostextos de El grafógrafo. Desde luego, hay varios aborda-jes para apreciar este libro en todos sus alcances, perono todos corresponden a una visión enteramente litera-ria. Tal vez al utilizar métodos científicos, psicológicosy pictóricos, Elizondo haya pretendido proponerle al

lector otros procedimientos de composición estética,pero sea lo que fuere, el libro intenta desprenderse detoda idea preconcebida de literatura, apuesta por unanoción indefinida del arte y se proyecta a todas lucescomo una entidad independiente de toda vicisitudrelativa a la ficción.

Si observamos la producción literaria de SalvadorElizondo a través de los años, notaremos que tuvo unascenso súbito desde la publicación de Farabeuf (1965)hasta El grafógrafo (1972). En ese lapso de siete añosescribió dos novelas, tres libros de cuentos y abundantematerial ensayístico y periodístico, además de suAutobio-grafía precoz. Luego de 1972 hay otro lapso de nueveaños en el que no aparece ninguna publicación suya.Mantiene su presencia pública como autor en el ejerci-cio periodístico y, en su intimidad, prosigue la incesan-te tarea de escribir sus diarios. También se desempeñacomo maestro en la Universidad Nacional Autónoma deMéxico y como asesor literario en el Centro Mexicanode Escritores, al lado de Juan Rulfo. Es en 1981 cuandopublica una insólita obra de teatro intituladaMiscast o hallegado la señoramarquesa.Esta publicación no tuvo, pordesgracia, mayor resonancia, pese a que fue montadapor el explosivo Juan José Gurrola. La obra posee muchasde las constantes elizondianas, tanto en su ficción comoen sus ensayos, pero aquí hay un ingrediente humorís-tico asaz estentóreo que los mismos adeptos del autorno supieron calibrar. La “libertad” es ante todo el sello deidentidad más visible del autor y es a partir de esa pre-misa mediante la cual se dilucidan sus audacias; tam-bién debió entenderse que Elizondo siempre se habíamanejado en los límites de la escritura, por lo que fue yes asunto palmario percatarse de que su obra ha estadosignada por un riesgo perpetuo.

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Es hasta 1983 cuando aparece Camera lucida, unlibro misceláneo que contiene ensayos y ficciones yque aspira a ser un entramado sobre la nada, con simi-lar cometido al de Mallarmé: la nada como pretensiónsuprema del arte. De hecho, existe en Elizondo la tenta-tiva de una purificación intelectual, tentativa que sirvepara practicar todo aquello que tiende a repetirse, comoson el déjà vu y el lugar común o catacresis. Cabe aclararque al respecto Gustave Flaubert señaló algo que paramuchos escritores aún es alarmante: “No hay que igno-rarlo, hay que tratarlo”. Y es verdad que, al aplicarle unpequeño giro semántico, el lugar común se convierte—para nuestra sorpresa— en toda una revelación. Así,desde otra perspectiva, en Camera lucida se impone, denueva cuenta, el juego, ahora con las palabras, con lasimágenes y las técnicas. Es un proceso de sutil destilaciónde las ideas y el lenguaje.Basta practicar la repeticiónparaque las palabras queden desprovistas de sentido, para queconsecuentemente la escritura haga las veces de unamá-quina. Así aparecen variasmáquinas que tienen nombrestan inusitados como: “anapoyesis” “anapoyetrón” o “cro-nostatoscopio”. Los artefactos operan como si procesaranlas subjetividades del autor; son en esencia sus obsesio-nes y sus ideas. Lo curioso es que detrás de cadamáquinahay un Profesor, he aquí sus nombres: Profesor ÉmileAubanel, Profesor Pierre, Profesor Moriarty. Las aspi-raciones de estos personajes tienen que ver, básicamen-te, con fórmulas matemáticas, en el sentido de aplicaren el nivel práctico un “obstinado rigor” lo que se tradu-

ce en repetir, ver de nuevo, rehacer... Hay también en ellibro otro elemento decisivo: la máquina de Moriartyes lamente del escritor. Es “la luz que regresa”. Es la cáma-ra cuya pantalla materializa escenas del pasado. Es lametáfora extrema. El escritor puede ver a través de estacámara a su lector, mismo que lee Camera lucida en unlugar enigmático, el cual sería, quizá, “desde la veran-dah”. Este libro, publicado a principios de los ochentas,fue la consolidación literaria de Salvador Elizondo, enél se amalgaman todas sus obsesiones y se ensanchan susanhelos de “arte absoluto = arte imposible”. Hay tantasideas insólitas en este volumen, que bien merecería es-cribirse otro librode similarmagnitudpara explicarlo. Laescritura se ha dimensionado de tal suerte que proyec-ta un sinnúmero de posibilidades conceptuales de todaíndole, incluso mucho más allá de la significación delas palabras.

Elsinore: un cuaderno, es el último libro de ficciónque Salvador Elizondo publicó en vida. Aparecido en1988, pronto se convirtió en un clásico de la literaturamexicana. Varios especialistas opinan que es el mejorde su producción, acaso porque el autor abre su prosaal coloquialismo en consonancia con sus constantes deantaño: allí se vislumbran las rémoras del sueño y de lamemoria; allí se yuxtaponen las aficiones más señerasdel autor: el cine, la fotografía, la técnica demontaje, larecuperación agolpada de los recuerdos oníricos, tenien-do como basamento el tiempo que vivió el autor en losEstados Unidos como interno en una escuela militar.Si algo hace atractiva esta historia es la carga de inocen-cia,morbo y humor que reviste su prosa. Una y otra vezlo coloquial incide en la azarosa remembranza, sobretodo cuando recupera el inglés que se hablaba en aquelentorno. Pareciera que Elizondo, al penetrar en su ejer-cicio memorioso, aligerara su percepción, despojándo-la de teorías y concepciones. La escritura alcanza unanitidez proverbial, al grado de transformarse en un em-beleso incesante, donde el humor y la candidez delinean,por cuanto los hacen sintomáticos, los efectos de unaespontaneidad colmada de la más germina pasión y delos sentimientos más directos.

Para valorar toda la fuerza que proyecta la obra deSalvador Elizondo es menester dilucidar, por principiode cuentas, que se trata de un enorme artificio. Si esaintención cobró dimensiones insospechadas se debe alímpetu de una sensibilidad en constante evolución. Sialgo hay que entender de esta hazaña literaria es quejamás un espíritu creador debe conformarse con atis-bar en unos cuantos hallazgos, ya que la imaginación seexpande en tanto se nutre de conocimiento.

Daniel Sada, Prólogo al libro: Salvador Elizondo, La escritura obsesiva, RMVERLAG, S.L., Madrid, 2008, 312 pp., de reciente circulación enMéxico.

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