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118 Jot Down Smart 119 Jot Down Smart Un dibujo (izda.) creado por Katuki Saguyaki para una de sus camisetas, después retiradas del mercado por orden judicial. Pese a contar con la imagen de un dinosaurio, se consideró un plagio de una obra anterior (dcha.) por incorporar mozos y toros, los elementos característicos de los Sanfermines. LOS LECTORES SE ENTUSIASMABAN CON AQUEL MUÑECOTE MEDIO IRLANDÉS MEDIO chino, calvo y ataviado con un holgado camisón. Sus historietas se publicaban cada domingo en el suplemento World Funny, propiedad de Joseph Pulitzer, que empezó a imprimir en color ante la devoción que despertaba el personaje. Era el protagonista de una serie llamada Hogan’s Alley, poblada de seres de los bajos fondos neoyorquinos. Se llamaba Mickey Dugan, pero todos le conocían como The Yellow Kid, en referencia a su colorido atuendo. Al aroma del éxito, en 1896 el magnate William Randolph Hearst —la competencia— maniobró. Fichó a toda la plantilla del suplemento de su rival, incluido el «padre» del audaz personaje: el dibujante Richard Felton Outcault. Con ellos lanzó el suplemento American Humorist, donde se trasladó a The Yellow Kid. Pulitzer, rabioso, estimó que los derechos le pertenecían por cesión, y le llevó a los tri- bunales. Y aquí es donde se produce un nacimiento gemelar: el de la «prensa amarilla» y el de la disputa de los creadores por los «derechos de paternidad» de sus criaturas. La justicia estableció que la serie Hogan’s Alley efectivamente pertenecía a la publicación de Pulitzer donde originalmente había sido creada, pero The Yellow Kid era propiedad de su creador, que legítimamente podía continuar dibujándolo donde estimara. Arrancó entonces la guerra sucia. Pulitzer contrató a otro dibujante para que replicara al personaje, que durante un tiempo apareció en ambas cabeceras simultáneamente. The Yellow Kid, además, bautizó el fenómeno: aquel choque entre magnates, edi- tores y derechos del autor alumbró el nacimiento de un tipo concreto de prensa y de un conicto permanente. La disputa sobre si los personajes de una obra pertenecen al empresario que la co- mercializa o al artista que los concibió ha protagonizado numerosísimas batallas en la comunidad artística. Se trata de uno de los debates capitales donde entran Por Bárbara Ayuso KUKUXUMUSU VS. KATUKI SAGUYAKI LA GUERRA DE LAS PULGAS: en juego los límites de la propiedad intelectual, la industrial y la libertad creativa. En nuestro país el último de estos episodios se vivió el pasado mes de marzo, cuando el Juzgado Mercantil n.º 1 de Pamplona resolvió el bronco litigio entre el fundador de Kukuxumusu, Mikel Urmeneta, y su actual director, el em- presario Ricardo Bermejo, quien tomó el control accionarial de la empresa en 2014. Tras varios enfrentamientos, en 2015 Bermejo decidió unilateralmente prescindir del artista pamplonés como director creativo de la marca que este había creado. Urmeneta fundó la nueva empresa Katuki Saguyaki junto a otros dibujantes como Txema Sanz, Belatz, Marko y Asisko, responsables, con él, de la práctica totalidad de las creaciones de Kukuxumusu. A través de la nueva empresa inventaron y comercializaron nuevos diseños y dibujos. No lo consideró así Kukuxumusu, que interpuso una demanda alegando que esas creaciones plagiaban los dibujos ya existentes y cuyos derechos (repro- ducción, distribución, comunicación pública y transformación) posee Ber- mejo. Urmeneta y el resto de dibujantes arman que, si bien cedieron más de quince mil dibujos a Kukuxumusu para que los explotara de por vida, su nueva labor en Katuki Saguyaki no incurría en ningún tipo de vulneración. Por un lado, porque ellos eran los creadores de dichos personajes (con el emblemático toro Mister Testis, utilizado incluso an- tes del nacimiento de la rma y comer- cializado paralelamente a Kukuxumusu en innidad de ocasiones) y no podían retirarles su paternidad. Ellos habían cedido los derechos de un volumen con- creto de dibujos —según Kukuxumusu la demanda nalmente solo afectó a tres mil registros—, pero no de las criaturas especícas. Por otro, proclaman que las alegadas «copias» no se deben al plagio, sino a algo mucho más sencillo: están dibujados por las mismas personas y reproducen sus estilos. Las similitu- des no solo eran lógicas, sino, además, legítimas, porque forman parte de sus trazos característicos. En tiempo récord tras el juicio, la juez dic- tó sentencia a favor del actual director de Kukuxumusu con un fallo en apariencia contundente; algo que, como veremos, no ha impedido que sea criticado por su motivación confusa e incongruente. En su resolución, el juzgado impide que Urmeneta y el resto de ilustradores con- tinúen dibujando, en Katuki Saguyaki, sus personajes habituales con su estilo habitual, y les obliga a retirar del mercado los modelos lanzados en su campaña de San Fermín 2016. El asunto está envuelto de un notable ruido mediático, donde se entremezclan la alambrada historia previa entre Ber- mejo y Urmeneta y un colosal saco de polémicas. Pero, lejos de lo que se antoje en supercie, la resolución judicial no es sobre una mera disputa nanciera o empresarial entre dos partes. Lo que ha dirimido el tribunal trasciende los límites del caso mucho más allá de lo mercantil o puramente contractual. No es una disputa privada entre un empresario que compra y un autor que vende. La sentencia podría

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Un dibujo (izda.) creado por Katuki Saguyaki para una de sus camisetas, después retiradas del mercado por orden judicial. Pese a contar con la imagen de un dinosaurio, se consideró un plagio de una obra anterior (dcha.) por incorporar mozos y toros, los elementos característicos de los Sanfermines.

LOS LECTORES SE ENTUSIASMABAN CON AQUEL MUÑECOTE MEDIO IRLANDÉS MEDIO chino, calvo y ataviado con un holgado camisón. Sus historietas se publicaban cada domingo en el suplemento World Funny, propiedad de Joseph Pulitzer, que empezó a imprimir en color ante la devoción que despertaba el personaje. Era el protagonista de una serie llamada Hogan’s Alley, poblada de seres de los bajos fondos neoyorquinos. Se llamaba Mickey Dugan, pero todos le conocían como The Yellow Kid, en referencia a su colorido atuendo. Al aroma del éxito, en 1896 el magnate William Randolph Hearst —la competencia— maniobró. Fichó a toda la plantilla del suplemento de su rival, incluido el «padre» del audaz personaje: el dibujante Richard Felton Outcault. Con ellos lanzó el suplemento American Humorist, donde se trasladó a The Yellow Kid.

Pulitzer, rabioso, estimó que los derechos le pertenecían por cesión, y le llevó a los tri-bunales. Y aquí es donde se produce un nacimiento gemelar: el de la «prensa amarilla» y el de la disputa de los creadores por los «derechos de paternidad» de sus criaturas. La justicia estableció que la serie Hogan’s Alley efectivamente pertenecía a la publicación de Pulitzer donde originalmente había sido creada, pero The Yellow Kid era propiedad de su creador, que legítimamente podía continuar dibujándolo donde estimara.

Arrancó entonces la guerra sucia. Pulitzer contrató a otro dibujante para que replicara al personaje, que durante un tiempo apareció en ambas cabeceras simultáneamente. The Yellow Kid, además, bautizó el fenómeno: aquel choque entre magnates, edi-tores y derechos del autor alumbró el nacimiento de un tipo concreto de prensa y de un conflicto permanente.

La disputa sobre si los personajes de una obra pertenecen al empresario que la co-mercializa o al artista que los concibió ha protagonizado numerosísimas batallas en la comunidad artística. Se trata de uno de los debates capitales donde entran

Por Bárbara Ayuso

KUKUXUMUSU VS. KATUKI SAGUYAKI

LA GUERRA DE LAS PULGAS:

en juego los límites de la propiedad intelectual, la industrial y la libertad creativa. En nuestro país el último de estos episodios se vivió el pasado mes de marzo, cuando el Juzgado Mercantil n.º 1 de Pamplona resolvió el bronco litigio entre el fundador de Kukuxumusu, Mikel Urmeneta, y su actual director, el em-presario Ricardo Bermejo, quien tomó el control accionarial de la empresa en 2014. Tras varios enfrentamientos, en 2015 Bermejo decidió unilateralmente prescindir del artista pamplonés como director creativo de la marca que este había creado. Urmeneta fundó la nueva empresa Katuki Saguyaki junto a otros dibujantes como Txema Sanz, Belatz, Marko y Asisko, responsables, con él, de la práctica totalidad de las creaciones de Kukuxumusu. A través de la nueva empresa inventaron y comercializaron nuevos diseños y dibujos.

No lo consideró así Kukuxumusu, que interpuso una demanda alegando que esas creaciones plagiaban los dibujos ya existentes y cuyos derechos (repro-

ducción, distribución, comunicación pública y transformación) posee Ber-mejo. Urmeneta y el resto de dibujantes afirman que, si bien cedieron más de quince mil dibujos a Kukuxumusu para que los explotara de por vida, su nueva labor en Katuki Saguyaki no incurría en ningún tipo de vulneración. Por un lado, porque ellos eran los creadores de dichos personajes (con el emblemático toro Mister Testis, utilizado incluso an-tes del nacimiento de la firma y comer-cializado paralelamente a Kukuxumusu en infinidad de ocasiones) y no podían retirarles su paternidad. Ellos habían cedido los derechos de un volumen con-creto de dibujos —según Kukuxumusu la demanda finalmente solo afectó a tres mil registros—, pero no de las criaturas específicas. Por otro, proclaman que las alegadas «copias» no se deben al plagio, sino a algo mucho más sencillo: están dibujados por las mismas personas y reproducen sus estilos. Las similitu-des no solo eran lógicas, sino, además, legítimas, porque forman parte de sus trazos característicos.

En tiempo récord tras el juicio, la juez dic-tó sentencia a favor del actual director de Kukuxumusu con un fallo en apariencia contundente; algo que, como veremos, no ha impedido que sea criticado por su motivación confusa e incongruente. En su resolución, el juzgado impide que Urmeneta y el resto de ilustradores con-tinúen dibujando, en Katuki Saguyaki, sus personajes habituales con su estilo habitual, y les obliga a retirar del mercado los modelos lanzados en su campaña de San Fermín 2016.

El asunto está envuelto de un notable ruido mediático, donde se entremezclan la alambrada historia previa entre Ber-mejo y Urmeneta y un colosal saco de polémicas. Pero, lejos de lo que se antoje en superficie, la resolución judicial no es sobre una mera disputa financiera o empresarial entre dos partes. Lo que ha dirimido el tribunal trasciende los límites del caso mucho más allá de lo mercantil o puramente contractual. No es una disputa privada entre un empresario que compra y un autor que vende. La sentencia podría

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Este dibujo de los Gigantes y Cabezudos de Pamplona (izda.) se consideró un plagio de otro (dcha.). Ambos representan el mismo tema (unas figuras de naturaleza histórica y tradicional, de dominio público) y están realizados por el mismo autor, Txema Sanz.

Durante el juicio se reconoció que un oso como el apoyado en el madroño (dcha.) podría dibujarse siempre que contara otra historia. «Si esto es válido para un oso, lo es para una oveja, un pollo, o un toro» (izda.).

tomarse como un precedente jurídico a la hora de interpretar la propiedad in-telectual y los derechos de dibujantes, artistas plásticos, diseñadores gráficos e ilustradores de todo el país. Centrémonos en los asuntos que afectan a la creatividad y los derechos de propiedad intelectual, que ya han puesto en alerta a muchos creadores que se declaran impactados por la resolución.

Un «universo» en disputa

El verdadero meollo es el término «uni-verso Kukuxumusu». En primera instan-cia, ni siquiera a quién pertenece, sino qué es. Y qué no. De hecho, la definición de este «universo» pretendidamente objeto de protección era vaga y cambiante en la demanda, y Kukuxumusu tuvo que concretarla durante el procedimiento (circunscribiéndose entonces al conjunto de dibujos concretos cedidos durante veintiséis años a Kukuxumusu para su explotación). La demanda y la senten-cia se apoyan en esa denominación para asegurar que el dibujante pamplonés, con su nueva marca, estaba realizando «transformaciones» ilícitas de los dibujos. Pero ni la demanda ni el informe pericial en el que se apoya se atreven a delimitar dicho universo. Como señala el jurista Juan José Areta (de Areta y Asociados), «todo el procedimiento descansa sobre

algo que parece definible pero que nadie define», y que ni siquiera aparecía en los contratos de cesión entre las partes.

«Lo que se cedieron son dibujos concretos, jamás personajes. En ellos no existe un estilo de dibujo homogéneo porque son obra de diversos dibujantes, y los dibujos reflejan infinidad de estilos. No existe ese pretendido “universo”, solo es una formulación interesadamente ambigua y tramposa», argumenta Urmeneta. De hecho, de haber cedido los derechos sobre Mister Testis, la oveja Beelorzia o los Gi-gantes y Cabezudos en concreto, existiría una especificación firmada: se habría de-finido a la criatura con sus características básicas y se habría cedido el derecho a usarla en cualquier formato, percibiendo el autor un porcentaje por él cada vez que se utilizase, de acuerdo a la ley. Pero no es así. En el contrato se hace referencia a los dibujos, no a los personajes.

Por eso, en opinión de Areta, la resolu-ción judicial exhibe una incongruen-cia evidente. Si la disputa no se trata de personajes, la discusión se debería haber referido única y exclusivamente a si los demandados han reproducido, distribuido, comunicado públicamente o transformado alguno de los concretos dibujos cedidos. Pero la sentencia parece referirse también a personajes concretos:

Tras varios enfrentamientos, en 2015 Bermejo decidió unilateralmente prescindir del artista pamplonés como director creativo de la marca que este había creado

«Cesar o abstenerse de iniciar (a) la re-producción de los Dibujos del Universo Kukuxumusu, es decir, los dibujos cuyos derechos económicos de propiedad in-telectual fueron cedidos a Kukuxumusu en virtud de los Contratos… cualesquiera que fuera la escena, situación o peripecia en que esos Dibujos puedan aparecer representados…».

Esa alusión a las «peripecias» es pro-fundamente relevante. ¿Cómo puede un dibujo recrearse en una nueva escena o peripecia? Un personaje sí puede apa-recer en una nueva escena o peripecia, un dibujo no. «Si J. K. Rowling hubiera cedido sus derechos sobre su primera novela de Harry Potter (una obra litera-ria concreta), una sentencia como esta habría imposibilitado a la autora publicar ninguna otra novela más con Harry Potter como personaje sin el consentimiento de la empresa editora», explica. «¿Tintín en el Tíbet es un plagio o transformación de Tíntin en el país de los soviets?», preguntó Miguel Troncoso, abogado de la defensa, a la perito de los demandantes durante el juicio, abundando en esta misma cuestión. La doctora Pilar Bonet respondió que no, dejando claro que la propiedad de los personajes continuaría en poder de Hergé.

Algo que implícitamente también re-conoció el propio Ricardo Bermejo

cuando se llevó el ejemplo a un caso práctico: en el juicio se mostró uno de los dibujos cedidos a Kukuxumusu, en el que aparecía un oso. El empresario reconoció que el autor del oso podía dibujarlo en otra situación, contando otra historia. «Si esto es válido para un oso, lo es para una oveja, un pollo, o un toro. Según eso yo podría seguir di-bujándolos siempre que contasen otra historia», aduce Urmeneta. Areta avala esta interpretación de que Mister Testis podría ser representado en una «nueva peripecia vital y mágica», y no violaría ningún derecho de Kukuxumusu, ya que no es una transformación de uno de esos tres mil registros cedidos.

Sin embargo, la perito —en cuyo dicta-men se sustenta el fallo— sí aseguró, en aparente contradicción con lo afirmado en el juicio sobre Tintín, que los dibujos que estaban haciendo y comercializando en Katuki Saguyaki no eran originales ni incorporaban «elementos creativos» relevantes respecto de los dibujos del «universo Kukuxumusu», sino que es-taban transformando dibujos antiguos. ¿Por qué? Porque su tema son los Sanfer-mines, usan técnicas propias del dibujo del cómic (en trazo y dibujo) y componen abigarradas escenas, la mayoría de las veces de frente, aunque a veces usan planos picados, según la sentencia.

«Todo esto es inadmisible desde el punto de vista del derecho de propiedad intelec-tual», subraya Juan José Areta. «Ni esos temas, ni esas técnicas, ni esas composi-ciones pueden ser objeto de cesión por su vaguedad y generalidad», apunta. La reso-lución judicial se apoya en que Urmeneta hizo uso del derecho de transformación indebidamente, pero eso no concuerda con el análisis del jurista, que estima que el fallo hace una interpretación extensiva de los derechos cedidos a Bermejo, en contra de lo dispuesto en la Ley de la Pro-piedad Intelectual, que ha de interpretarse siempre de forma que, en caso de duda, se favorezca al creador. «El derecho de transformación sobre unos dibujos solo se despliega si el dibujo —no sus personajes— es esencialmente el mismo. Y no lo es por el simple hecho de que aparezca un per-sonaje que aparece en otro dibujo previo. Por eso Harry Potter y la cámara secreta no es un caso de transformación de Harry Potter y la piedra filosofal, sino una obra totalmente original», afirma. Urmeneta asegura que el término «transformación» de los contratos se contempló siempre en Kukuxumusu como la posibilidad de adaptar los dibujos cedidos a distintos soportes, lo que siempre se hacía con el consentimiento del autor. Esta sería, para él, la única interpretación posible del de-recho de transformación coherente con la historia y la filosofía de la empresa. Por

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Mikel Urmeneta creó muchos de sus personajes antes de fundar Kukuxumusu y los ha comercializado como autor de forma continuada durante 28 años, paralelamente a los dibujos que realizaba para la marca, ya que nunca cedió a Kukuxumusu los derechos sobre sus personajes

Los artistas de Katuki Saguyaki ven claras muestras de violación de los derechos morales del autor por parte de Kukuxumusu en multitud de dibujos. Sirva como ejemplo este (izda.), que hace referencia a la violencia de género, cuya intencionalidad queda destruida al convertir el dibujo (dcha.) en un homenaje a Bud Spencer. Sobre esto último, el autor escribió esto en una carta a los medios: «Tampoco han dudado en manipular mis dibujos y añadir

frases sin mi autorización para nuevas colecciones o para su uso en diferentes redes sociales. Para muestra un botón: El 28 de junio publicaron en Facebook y Twitter una reseña sobre la muerte del actor Bud Spencer, y la acompañaban con un dibujo mío. En él se ve cómo un bulldog agarra a una perrita por el cuello. Pues bien, es sólo una parte de un dibujo que yo hice contra la violencia machista que se llama show your teeth (enseña

tus dientes), y que muestra como una perrita de raza poodle muerde en la cola a un bulldog para defender a la perrita beagle que está siendo golpeada (se puede ver el dibujo completo publicado el 30 de agosto del 2013 en su facebook). Si esto no es un uso inmoral de un dibujo mío, no sé ya que lo es. Parece ser que la promesa de respetar los dibujos que nos hizo el Sr. Bermejo era únicamente si permanecíamos en la marca. Si no, todo vale».

su parte, el catedrático Juan José Martín añade que la cesión de los derechos de explotación sobre los tres mil registros en disputa no impide a Urmeneta con-tinuar creando dibujos con arreglo a su estilo porque «lo contrario supondría una inaceptable restricción de la libertad de creación artística constitucionalmente garantizada en el artículo 20.1.b) de la Constitución Española».

El ilustrador Pablo Amargo considera que la sentencia es polémica porque hay un aspecto sujeto a interpretación de quien la ha redactado con una mirada mercantil. «Si nos paramos a pensar, es fácilmente imaginable que en esos tres mil registros cedidos se haya dibujado prácticamente de todo: no solo los toros de los Sanfermines, también hay lobos, ovejas coches, dinosaurios, calaveras, motos, moscas, tortugas…», reflexiona. «De este modo, si bien la sentencia no impide que Urmeneta dibuje como di-buja, resulta imposible no pensar que se darán coincidencias iconográficas en los nuevos dibujos con alguna de

recuerdos de muchos de los creadores españoles que presenciaron el episodio de la editorial Bruguera durante su época dorada. Por norma, la multifactoría se quedaba con los derechos de los persona-jes de los dibujantes a través de contratos forzosamente leoninos, provocando que muchos de ellos —como Francisco Ibá-ñez— la llevaran a juicio para tratar de recuperar las autorías de sus personajes. En su caso, lo consiguió. Otros como Guillermo Cifré, Carlos Conti, Josep Escobar, Eugenio Giner o José Peñarroya se embarcaron en proyectos como la revista Tío Vivo para poder gestionar ellos mismos sus creaciones.

«Para que te reconozcan tus derechos como autor hay que recurrir a esos pro-cesos de desgastes económicos que son los tribunales, que en general suelen acabar dando la razón al autor siempre, porque en la teoría la Ley de Propiedad Intelectual actual está muy bien», valora el dibujante Francesc Capdevila, Max. «En la práctica no tanto, porque las em-presas, apoyándose en su poderío y en

las ilustraciones cedidas en la etapa de Kukuxumusu y, por tanto, susceptibles de ser interpretadas como transformación. Es imposible que dibuje una oveja, un perro o un ovni sin que fácilmente pueda interpretarse como una transformación de una antigua oveja, perro u ovni». Para el premio nacional de ilustración, la sen-tencia desemboca en una consecuencia clara: «Es como si se tratasen todos los dibujos como personajes. Plasmados, además, con todos los elementos gráficos propios del estilo del autor, cosificando un estilo gráfico como si fuese parte de la mercancía y que la prueba pericial desglosa en la sentencia: líneas negras, colores planos, las cuencas de los ojos, los puntos de vista frontales, las líneas cinéticas... La sentencia dice no impedir el estilo, pero parece claro que el estilo es lo que lleva a interpretar los nuevos dibujos como transformación», afirma.

Los creadores, en alarma

El caso de Kukuxumusu o «guerra de las pulgas» ha despertado los peores

que los autores somos tristes autónomos que apenas llegamos a final de mes... se apoyan en eso para hacer y deshacer», remacha. El primer galardonado por el Premio Nacional de Cómic se confiesa impactado por la resolución del juzgado navarro. «Me parece todo un poco in-dignante y delirante desde el punto de vista de cualquier creador, porque en este momento se trata de los dibujos, pero esta sentencia se puede aplicar a cualquier trabajo creativo. Es peliagudo, peligroso y bastante demencial, porque a cualquier autor se le puede desposeer de su manera de hacer. Eso es lo único que no puede ceder, perder o vender», considera.

Urmeneta sostiene el mismo argumento: prohibirle representar los Sanfermines o ciertos trazos no solo castra su imagina-ción y su libertad creativa impidiéndole ser fiel a su estilo, sino que podría tener un alcance mayor. «Por la cantidad de es-tilos utilizados en tal cantidad de dibujos diferentes de ese universo Kukuxumusu, cualquier artista puede ser acusado de plagio por parte de Bermejo», razona. Lo

ilustra con un caso paradigmático: el de los ojos de algunos de sus personajes, que tradicionalmente ha dibujado con círculo grande y un punto en medio. «La ambi-güedad de la sentencia deja a Bermejo la posibilidad de demandar a cualquier artista que haga el dibujo de un animal cualquiera por ese detalle característico. Simplemente por crear los ojos así, me-tiendo la ilustración de ese artista en el saco de una transformación del universo Kukuxumusu», argumenta. Kukuxumusu lo niega: «Nadie le impide ni le prohíbe seguir dibujando con su estilo. Lo que no puede es utilizar los dibujos cuyos derechos fueron previamente vendidos», aseguraron tras el juicio. Además, el abo-gado de Bermejo declaró en el juicio que al ser Urmeneta y compañía «artistas de acreditada trayectoria» podían perfecta-mente crear otro estilo.

Las asociaciones de creadores concuer-dan con contundencia con el dibujante y han cerrado filas en torno a él, tildando la sentencia de decepcionante y contra-dictoria. «No se debe obstaculizar injus-

tamente al ilustrador su labor creativa, o intentar privar de la libertad de uso de su estilo o personalidad», sostienen desde la Federación de Asociaciones de Ilustradores Profesionales (FADIP). Por su parte, la Asociación Profesional de Ilustradores de Euskadi considera que este capítulo evidencia la despro-tección de los derechos de los autores. Defienden que los dibujantes de Katuki Saguyaki pueden continuar con su labor creativa actual, porque «por encima de cualquier contrato mercantil referente a la explotación de su obra, los dere-chos del creador quedarán siempre en propiedad del mismo y esto engloba su estilo, autoría y personalidad. Y por ello tienen derecho a seguir trabajando con su misma línea, caracterizada por ingre-dientes fruto de sus ideas y estilo». En parecidos términos se expresan VEGAP

—Visual Entidad de Gestión de Artistas Plásticos— y otras muchas.

Por su parte, Amargo precisa que el caso afecta únicamente a las relaciones co-merciales entre Kukuxumusu y Urme-

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Ingrid Bergman, 1953. Fotografía: Bert Hardy / Getty

neta, y en su opinión «no desprotege ni tampoco viola el derecho moral de los ilustradores. Solo espero que empiecen a ser muy cuidadosos y se lean muy bien los contratos que firman con las empre-sas y con las editoriales», ya que el caso saca a la luz las «lagunas contractuales». Aun así, confiesa que le ha producido «cierto malestar y un sentimiento de solidaridad corporativa con Urmeneta» porque «si se coloca un dibujo sobre otro de Kukuxumusu y Saguyaki, no coinciden, son obras distintas, aunque la iconografía y la gráfica puedan ser semejantes. Y es lógico, más que nada porque la mano y la mirada son las mismas. Y es eso lo que ha suscitado perplejidad», explica.

Otros ilustradores como Antonio Fraguas (Forges), Ana Juan o Mariscal se han pro-nunciado a favor de lo expuesto por Ur-meneta en defensa de su libertad creativa, así como otras figuras de la cultura como el premio príncipe de Asturias Juan Luis Arsuaga. El periodista Juan Cruz considera que la sentencia condena a Urmeneta «a ser otro». Otros dibujantes, sin embargo, han declinado opinar sobre el tema. «A mí, si me dicen que no puedo reproducir mis dibujos pasados, es como si me dijeran que mi universo personal ya no es mío. Porque somos autores, y el hecho de crear es parte indisoluble de nuestra persona. No es un trabajo cualquiera, es un empeño personal en el que ponemos todo lo que sabemos, todo lo que tenemos, todo lo que hemos aprendido. Que te desposean de eso es muy jodido, es como si te anularan como persona prácticamente», razona Max. Ri-cardo Bermejo, por su parte, considera que es «perverso» que Urmeneta sostenga que la sentencia penaliza la creatividad y favorece lo mercantil: «Este medio está muy atomizado, mucha gente trabaja en su casa, ni siquiera se le hace un contrato, y por eso Urmeneta está encontrando apoyo, porque son personas sin mucha defensa, autónomos, y las empresas a veces abusan de ellos», destacó en una entrevista con Europa Press, dado que ha declinado hacer declaraciones a este medio.

El caso también arroja dudas sobre otros aspectos: «¿Hasta qué punto una obra de

creación se puede comercializar como un saco de patatas? ¿O como una camiseta impresa? Hay objetos de comercio que se venden, yo mismo lo he hecho, pero hay una frontera filosófica que debería cui-darse. No es lo mismo el saco de patatas que un dibujo en una camiseta, aunque ambas cosas sean productos de venta en comercios», plantea Francesc Capdevila.

La algarada mediática continuará y la batalla legal también. Por el momento, Katuki Saguyaki ha interpuesto un re-curso de apelación contra la resolución judicial, al considerar que la sentencia viola varios artículos de la Ley de Pro-piedad Intelectual, su ratio legis, y el derecho fundamental a la producción y creación artística, consagrado en el Art. 20 de la Constitución Española. En la apelación, además de aportarse sen-tencias de las Audiencias Provinciales de Madrid y Barcelona que contradicen la apelada, se incluyen las declaraciones de Ricardo Bermejo en las que reconoce que Mister Testis es efectivamente una creación de Urmeneta y propiedad suya. Los dibujantes de Katuki afirman que, en esencia, los términos de la sentencia «por deliberadamente confusos y farra-gosos conducen en la práctica a impedir que los apelantes puedan, simple y lla-namente, seguir dibujando». Asimismo, se preguntan: «¿Puede un autor ignorar su propia creación pasada y hacer abs-tracción de ella de cara a su creación futura? Por definición, esto es imposible, salvo que el autor sufra de amnesia o se le practique una lobotomía».

En el fondo, permanece latente la cues-tión: ¿Hasta qué punto puede obligarse a un autor a que prescinda de los ele-mentos que lo definen como tal y que forman parte de su impronta? Para Mikel Urmeneta eso sería «kafkiano», como si «a Dalí le hubieran prohibido hacer obras surrealistas o más concretamente sus cuerpos blandos, sus relojes…». Su aspiración se alinea más con Kant, que afirmaba que «una obra de arte no pue-de separarse de su autor», sea esta del color que sea. Amarilla, como The Ye-llow Kid, o azul, como Mister Testis.