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I La Historia al servicio de... Jean Meyer venando el consejo de redacción de /.í/c;r decidió dedicarle un dossier al tema de la historioj^rafía actual y de sus compromisos con los Estados y las socieda- des, se encontró que dicho tema tenía nutridos expedientes en Alemania(s), Armenia, Corea(s), Chile, China, España, Estados Unidos, Francia, Israel, Ita- lia, Japón, México, Palestina, Polonia, Rusia, Rumania, Turquía y Ucrania; al grado que decidimos abrir una crónica permanente sobre el tema en los núme- ros por venir. Por lo pronto, la presente introducción tratará de la añeja relación servicial entre historia. Estado y nación, así como de la novedad "memorial" que hace de la historia "la memoria de la nación"; del historiador, un testigo citado por los tribunales, cuando no un juez al servicio de esa causa; y, por lo mismo, de la nueva relación armada entre la historia y la ley, de la intervención directa de los poderes legislativos en la definición y sanción de lo (]ue es "his- tóricamente correcto". N.ACIÓN, NACIONALISMO E HISTORIOGRAFÍA Hace tiempo que existe una historia operativa que "forja patria", al servicio de la construcción del Estado-nación, o del "fomento y consolidación de la identi- dad nacional". La nación es una construcción histórica y por lo mismo le solicita a la Historia ser su sirvienta, de la misma manera que la Iglesia le pedía a la fi- losofía ser la mucama de la teología. Nuestros predecesores han jugado un papel importante en la formación de la identidad nacional moderna y en su transmisión. En los Estados-naciones más antiguos y consolidados se tomó una

La Historia al servicio dealeph.academica.mx/jspui/bitstream/56789/8254/1/DOCT...y de división de las memorias se reprodujo, después de la caída del Muro de Berlín y de la LRSS,

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  • I

    La Historia al servicio de...

    Jean Meyer

    venando el consejo de redacción de /.í/c;r decidió dedicarle un dossier al tema de la historioj^rafía actual y de sus compromisos con los Estados y las socieda- des, se encontró que dicho tema tenía nutridos expedientes en Alemania(s), Armenia, Corea(s), Chile, China, España, Estados Unidos, Francia, Israel, Ita- lia, Japón, México, Palestina, Polonia, Rusia, Rumania, Turquía y Ucrania; al grado que decidimos abrir una crónica permanente sobre el tema en los núme- ros por venir. Por lo pronto, la presente introducción tratará de la añeja relación servicial entre historia. Estado y nación, así como de la novedad "memorial" que hace de la historia "la memoria de la nación"; del historiador, un testigo citado por los tribunales, cuando no un juez al servicio de esa causa; y, por lo mismo, de la nueva relación armada entre la historia y la ley, de la intervención directa de los poderes legislativos en la definición y sanción de lo (]ue es "his- tóricamente correcto".

    N.ACIÓN, NACIONALISMO E HISTORIOGRAFÍA

    Hace tiempo que existe una historia operativa que "forja patria", al servicio de la construcción del Estado-nación, o del "fomento y consolidación de la identi- dad nacional". La nación es una construcción histórica y por lo mismo le solicita a la Historia ser su sirvienta, de la misma manera que la Iglesia le pedía a la fi- losofía ser la mucama de la teología. Nuestros predecesores han jugado un papel importante en la formación de la identidad nacional moderna y en su transmisión. En los Estados-naciones más antiguos y consolidados se tomó una

  • I i

    cierta distancia frente a ese "servicio", especialmente en Europa occidental,

    después de la Segunda Guerra Mundial, a la hora de las reconciliaciones y de

    la construcción europea. Pero en el resto del mundo la mayoría de los Estados

    exige al historiador continuar en la producción e imposición de la "identidad

    nacional"; y las minorías nacionales que se oponen a un Estado en el cual no se

    reconocen suben la apuesta historiográfica.

    La descolonización, la desintegración de la Unión Soviética y de Yugoslavia,

    la creación de las autonomías en España, los procesos de devolución y multicul-

    turalismo en el Reino Unido, todo conspira para que los historiadores sean re-

    clutados al servicio de la patria y hagan "historia patria".

    ¿Qué diría Edmundo O'Gorman, quien hace veinte años nos puso en guar-

    dia.'' "Somos víctimas de una verdadera e insensata obsesión y así de tan mano-

    seada identidad se nos dice, ¡imagínense el disparate!, que es urgente defen-

    derla, que se nos la quiere hurtar, pero sobre todo se nos dice, como si se tratara

    de un tesoro escondido, que la gran tarea de politólogos, historiadores e intelec-

    tuales latinoamericanos de todos los plumajes consiste en entregarnos a la bús-

    queda de nuestra identidad (...) Pero lo grave en esa grita y algaraza es que no

    sólo hay broma; hay el gato encerrado de un muy serio problema que, peren-

    torio, reclama nuestra atención."'

    En Comment etre autochtone. Du pur Athénien au Franjáis AHO«/(París, Seuil,

    2003), Marcel Detienne se lanza contra la historia nacional y la complicidad de

    los historiadores que creen, como Maurice Barres, que para fundar una nación

    "se necesita un panteón y una enseñanza de la historia"; denuncia la garantía

    "científica" que damos a la celebración ponzoñosa del sentimiento nacional.

    Parece que seguiremos elaborando y dando de beber esas pociones "mágicas".

    Antonio Muñoz Molina habla de "estado de delirio" en el caso de la histo-

    riografía actual y de los libros de texto en las escuelas de las "autonomías" en

    España:

    El delirio contamina todos los saberes y con frecuencia termina por sustituirlos del

    todo. Hay una geografía delirante (...) en virtud de la cual cada comunidad autóno-

    Edmundo Ü'Gorman. "Latinoamérica: así no". Nexos, núm. 12.5, marzo de 1988, p.1.5.

  • I I

    ma es una isla rodeada de un gran espacio en blanco y sin nombre o se dilata para

    abarcar territorios soñados. E\ País Vasco abarca en los mapas de los textos escola-

    res Navarra y una parte de Francia, ('ataluña se extiende hacia el Norte y a lo largo

    del Le\ante y por las islas del Mediterráneo (...) Kl delirio afecta lo mismo al pa-

    sado que al presente, por no hablar del porvenir (...) En la escuela les han enseñado

    una historia mitológica inspirada en folletines truculentos del siglo XIX. Los tebeos

    de Asterix y las columnas de astrología son más rigurosos que la mayor parte de sus

    libros de texto, pero tienen efectos menos tóxicos sobre las conciencias.

    Cita el caso de un historiador al cual una editorial de prestigio le encargó

    un libro sobre la caída de Barcelona en 1939; como mencionaba en su manus-

    crito que las tropas de Franco fueron recibidas en Barcelona por una muche-

    dumbre entusiasta, le dijeron que el libro no podía publicarse, "no porque

    cuente mentiras, sino porque las verdades que cuenta no se ajustan al delirio

    oficial sobre el pasado, segiín el cual la Cíuerra Civil española fue una guerra

    de España contra Cataluña y ningún catalán fue cómplice de los zafios invaso-

    res, igual que ningiln vasco llevó la boina roja de los requeres en el ejercito de

    FT2Lnco'\E/Pa/X 11 de enero de 2007, p.13-14).

    En términos no menos enérgicos, 89 años antes, al pronunciar su lectura

    inaugural en la universidad de Estrasburgo, en una Alsacia que acababa de vol-

    ver a ser francesa, Lucien Febvre reprochaba a muchos historiadores franceses

    su "caporalización intelectual" durante la guerra de 1914-1918, su belicismo

    germanófobo cuando confundían las clases con la lucha en las trincheras, peca-

    do compartido por sus colegas alemanes. Febvre publicó este discurso en la

    Revuede Synthese h,x]o el título "L'histoire dans le monde en ruines". El hombre

    era valiente en el clima del momento, dominado por la exaltación nacional a la

    hora de la victoria, después de tanta tragedia; él mismo había participado en la

    guerra como combatiente, igual que su amigo Marc Bloch. Patriota, no repro-

    chaba el patriotismo de sus colegas sino su error intelectual al transformarse en

    propagandistas. Acuñó esta fórmula lapidaria: "L'histoire qui sert, c'est une his-

    toire serve", la historia que sir\e es una historia sierva. De otra manera, Ernest

    Renán había dicho algo semejante, poco después de la derrota francesa de

    1870-1871: "El oh ido, y yo diría también que el error histórico, son un factor

  • I I

    esencial en la formación de una nación y es por ello que el progreso de los estu-

    dios históricos se vuelve un peligro para la nacionalidad."

    Quizá no para la nacionalidad, pero sí para la "no\ ela nacional", para la his-

    toria mítica. Esa historia mítica -o selectiva- que enseña el odio al "enemigo

    hereditario" ha hecho, sigue haciendo, mucho daño: católicos contra protestan-

    tes en Irlanda del Norte; palestinos y árabes contra israelíes; pakistaníes contra

    indios; simitas contra shiitas; serbios contra croatas, bosnios o albaneses; musul-

    manes contra "cruzados" cristianos... La lista sería interminable. Los historia-

    dores, los que escriben, los que enseñan Historia, preparan la guerra con sus

    guerras de identidad y de memoria, dándole la razón a Paul V'aléry, cjuien seña-

    laba que la Historia podía volver a las naciones vanas, amargas, vengativas.

    Sin embargo, la historiografía puede jugar y ha jugado el papel contrario: ha

    trabajado y podrá trabajar por la reconciliación de los pueblos, como los histo-

    riadores y los maestros alemanes y franceses después de 194.S, con la memoria

    encima de tres guerras en 74 años. En enero de 2007 André Azoulay y Hubert

    \'édrine, miembros del Grupo de Alto Nivel de la ONU sobre la Alianza de (-i-

    \ ilizaciones, propusieron la elaboración de "Un Libro Blanco para Oriente Pró-

    ximo", un libro de historia para reconciliar a palestinos e israelíes:

    (orcemos (|ue es vital ([iie oigmi pronunciar palabras (|uc aborden de forma objeti-

    \a sus respeeti\as responsabilidades en la tragedia y el fracaso actuales (...) La su-

    peración de ese umbral psicológico e histórico puede cambiar la situación, ser el

    primer paso en el camino, llevar por fin a una paz que abra la \ía a la reconciliación.

    El análisis frío y objetivo de estos 60 años puede ayudar a exorcizar los miedos (...)

    I A) que proponemos es (|ue Naciones l'nidas impulse este ejercicio de verdad "pe-

    dagógica y política" sobre la historia entrecruzada de los dos pueblos, tal como ellos

    la han vivido, en forma de im Libro Blanco (1/Monrk, 16 de enero de 2007).

    Es necesaria, pues, la separación de la Historia y el Estado. Pero el Zeltge'ist,

    el ambiente del momento, no es muy favorable a esa operación cuando triimfa

    "el deber de memoria" y truenan las guerras de las memorias opuestas.

  • I I

    DEL SíNDROME DE ALZHEIMER A LA HIPERMNHSIA

    Hay una educación, lo (|uc se llama el uso público de la historia, que se transmite

    en las aulas, pero también hay muchas otras vías, desde los festivales conmemorati-

    vos, los discursos de los políticos, los montajes de celebraciones y películas, (|ue

    generan unas concepciones en la gente y acaban instalándose como prejuicios. ^'

    es difícilísimo cjue la gente admita la discusión sobre esto."

    Especialmente cuando los historiadores se tornan en perros guardianes de

    los "prejuicios". La memoria es peligrosamente prejuiciosa.

    Fierre Nora, el reconocido director del gran y largo proyecto Les Lieiix de

    mémoire (París, Gallimard, 7 vohmienes en 1993), ha señalado con insistencia el

    peligro representado por "las marcas de la memoria" y vuelve sobre el tema

    en el presente dossier. Señaló anteriormente que F^^ancia fue la primera en em-

    barcarse en lo que él llama "memorialismo", quizá porque sus memorias de la

    Segunda Guerra Mundial están muy divididas. Esa situación de memorialismo

    y de división de las memorias se reprodujo, después de la caída del Muro de

    Berlín y de la LRSS, en todo el antiguo "blocjue soviético"; luego, la "recupera-

    ción de la memoria" ocurrió en América Latina con la caída de las dictaduras,

    en África del Sur con el final del régimen racista y en España con el adveni-

    miento de la democracia y el triunfo de las autonomías.

    El tema de la memoria tardó en aparecer en la reflexión de los historiadores.

    En la obra colectiva Faire de rHistoire (VíW'K, (íallimard, 1974; en la misma Bi-

    bliothéque des Histories, dirigida por Fierre Nora) nadie habla de la Memoria.

    Unos años después observamos, perplejos e inevitablemente cómplices, la

    ideologización de la "memoria colecti\a", de las memorias particulares de re-

    giones, grupos, grandes y chicos; surge entonces im discurso inquisitorial que

    exige que el historiador se ponga a su ser\ icio; se impone una presentación más

    y más judicial de la historia en forma de proceso.¿Qué pasa con la pretensión de

    la historia de ser una ciencia social que utiliza la memoria como un documento

    - Joseph Fontana, catedrático emérito de la uni\crsidad Pompen Fabra en Barcelona, miembro de nues- tro comité editorial, entrevistado en El P/iís. 2H de enero de 2(X17. en la página 10 de la sección "DominKo".

  • I más y al mismo tiempo la critica y jamás se somete a ella? Nietzsche se burlaba de la historia de los anticuarios que hacen de la vida un museo, llenando las ca- lles con monumentos de bronce, por su incapacidad de olvidar...

    Vivimos bajo el sif^no anticuario de la conmemoración. En México cada año lleva su carga de centenarios, bicentenarios y sesquicentenarios: 2006 fue el año de Juárez, del bicentcnario de su nacimiento; 2007 celebra los l.SO años de la Constitución de 1857; 2008 será el año del bicentcnario del princi- pio del fm de la Nueva España, con el secuestro de la Corona española por Napoleón, y ya todos trabajan para la celebración en 2010 del bicentcnario del levantamiento del cura Hidalgo y del centenario del principio de la Re- volución mexicana. El calendario de los diez próximos años está lleno de obligaciones para los ciudadanos y para los historiadores-ciudadanos mexica- nos. La situación no es diferente en el resto del continente americano, en Eluropa, en Rusia. ¿En Asia y en África corre el mismo frenesí? Según Nora, esto corresponde "al paso de un sistema a otro, de un modelo histórico y na- cional a un modelo de tipo memorial"."^

    Ese cambio modifica la función cívica y social de la conmemoración. Antes se seguía un calendario fijo y antiguo de "fiestas nacionales", como el 14 de julio (1789), el 11 de noviembre (1918) y el 8 de mayo (1945) en Francia, o el 16 de septiembre (1810), el 20 de noviembre (1910) y el 5 de mayo (1862) en México. Ahora políticos, artistas, intelectuales, historiadores, militantes de tal o cual causa buscan todos los aniversarios posibles, y eso se ha \iielto una verda- dera industria. Nos la pasamos preparando conmemoraciones que forman la actualidad literaria, artística, académica y científica: el año de Mozart, de Frcud, de (íoya... I^as exposiciones, los congresos universitarios, las publicaciones de libros, todo depende de la conmemoración en turno, para bien y para mal. Esto proporciona recursos, puede servir a financiar investigaciones oportunas, des- pierta el interés por temas que lo merecen. Pero...

    Los historiadores han reaccionado. Por ejemplo, Nora, desde 1993, en la

    conclusión del último tomo de la serie Les ¡.ieiix de mémoire. íímmanuel Terray, c]uc acaba de publicar Face fíux abtis de mémoire (París, Actes Sud, 2006) para

    ' «Sous le signe de la cDmmémoration». l^ IVIíal. 200(1, núm.l \Z. p. 210.

  • I I

    denunciar los deslices ideológicos, la judicialización de la memoria y la penali-

    zación consecuente que amenaza al historiador impolítico. Jean-Pierre Rioux,

    por su parte, protesta en La Franeeperdla tnémoire. Commenf unpays démhsionne

    de son histoire (París, Perrin, 2006), donde nos ofrece una cronología del fenóme-

    no en Francia entre 1975 y 200.5, para explicar cómo la memoria se encuentra

    invadida, plagada de "valores parásitos", "lo memorial", "lo identitario", "lo

    plural", "lo comunitario", y se pregunta cómo enseñar a los niños y a los estu-

    diantes una Historia con H alta, válida para todos. Concluye que "demasiada

    memoria mata la memoria" y encierra la vida social en las \ cndas de la momia.

    El "deber de memoria" es el nuevo imperativo categórico t|ue lleva a llorar,

    pedir perdón y acusar, demandar, exigir. Rioux señala el riesgo de enterrarse

    en las trincheras del pasado, en falsos grandes debates mediáticos y politizados,

    tan pronto como los gobiernos y congresos los formalizan a fuerza de leyes y

    decretos que definen la buena memoria, memoria por lo mismo obligatoria,

    que no admite las dudas y los matices del historiador.'*

    Además, como historiador, uno está obligado a poner en duda la validez de

    la palabra, del concepto "memoria". La memoria es de los vivos; existe la me-

    moria de los veteranos de la revolución (francesa, mexicana, rusa, china, cuba-

    na), existe en su cerebro y muere con ellos. Después viene la memoria colec-

    tiva de esa re\olución, memoria que no es individual ni está viva. Julio

    Llamazares, inspirado por Marianne Hirsch y Elina Liikanen, propone hablar

    de "posmemoria", puesto cjue el tiempo de la memoria pasó. Dice que la

    posmemoria corresponde a los que conocimos los hechos a través de nuestros

    antepasados, a través de un proceso de deperdición, destilación, transforma-

    ción. Nos apropiamos de su memoria, la recortamos, la completamos, la inter-

    pretamos y la transformamos mediante nuestra imaginación y a la medida de

    nuestras necesidades. Esa memoria heredada y transformada es otra."'

    Dos casos que ejemplifican el problema, por la cantidad de documentos

    que engendran cada día, son los de España y Francia. España es teatro, desde

    "* l'aul Ricoeur. en su calidad de filósofo, nos ayuda sobremanera a reflexionar en IM Mémoire. I'hisloire. loiiMi. París. Seuil, 2(HM).

    ^ "La posmemoria", h.ll'iiis. Z9 de noxienihre de 2(K)6. p.l3.

    9

  • I hace más de diez años, de una guerra de memorias a propósito de la Guerra Ci-

    vil y del régimen franquista ulterior, acompañada de discusiones serias entre

    los historiadores serios que no se ponen incondicionalmente al servicio de una

    de las memorias. La llegada al poder del Partido Popular dio el banderazo para

    esa carrera que empez(3 lentamente y se aceleró de manera impresionante des-

    pués de la derrota del mismo PP en las elecciones de 2004, tras los atentados

    del 11 de marzo. El año 2006, con la conmemoración del 70 ani\ ersario del gol-

    pe de Estado nacionalista que inició la Guerra VÁ\i\, no contribuyó a calmar las

    pasiones. El 17 de marzo el Consejo de Europa condenó el franquismo e instó

    a España a honrar a sus \íctimas. Los representantes de43 países propusieron

    el 18 de julio como día internacional de rechazo al franquismo. El 5 de julio el

    Padamento europeo -el 60 % de sus diputados- condenó el régimen de Fran-

    co. Hacía años cjue el Partido Socialista Obrero Español prometía una Ley de

    Memoria sobre el tema, pero no podía dejar pasar el 70 aniversario sin haber

    hecho algo; el 8 de septiembre mandó finalmente a las C'ortcs un proyecto inti-

    tulado "Ley por la cual se reconocen y amplían derechos y se establecen me-

    didas a favor de (¡uienes padecieron persecución y violencia durante la guerra

    civil y la dictadura". El proyecto fue inmediatamente denunciado por el Partido

    F'opular como "revanchista" y por los partidos ERC e lU como "amnistía encu-

    bierta". Sin embargo, con todo y la división del Congreso, la ley superó el 15 de

    diciembre de 2006 el primer trámite. A \er qué pasa.

    "Qué tranciuiiizador resultaría que la expresión 'memoria histórica" no se

    refiriese al arrebato emocional que embarga a España, pero también a otros

    países, por el que se llega a este aberrante contrasentido: individuos cjue no

    han cometido crimen alguno han de pedir perdón a indi\iduos que no han sido

    víctima de ningún crimen."'" José María Ridao lamenta que no se trate de una

    reflexión desinteresada, pero no descomprometida, realizada desde ópticas

    diversas, para e\itar, como decía Tucídides, que el odio sea eterno. Por eso

    '■ "Memori;! de dos homhres". El P/iís.X^ de diciembre de 2006, p.l8. Jean Meyer. "Mémoires ct histoirc. La naiiveile {jucrre tivile espaf^nole", Espiil. ¿(KHI, nüm. 6/7, p. 6.S-77. "I.os papeles de .Salamanta", Ifliir. niím. 23, p. 125-1,W. Nuria Tesón, "Las esquelas de las dos Españas". h.l l'nís. 10 de septienibre de

    2006, p, 20-2L estudia cómo la polémica por la ley de memoria propicia la puhlicación en los diarios de necrológicas de víctimas de la (hierra Ci\il, de los dos bandos.

    10

  • I • **

    I Olegario González de Cardenal, de la universidad Pontificia de Salamanca, se

    pregunta si la memoria es ¿alma o arma? V señala los estragos que lleva consigo

    la absolutización de uno de los tres tiempos: pasado, presente o futuro. Cuando

    el pasado ejerce una función hegemónica hasta absorber todo el espacio inte-

    rior, vuelve imposible el crecimiento, por(|ue cierra los caminos para un vivir

    nuevo y corrompe la \ erdadera memoria, convirtiéndola en prisión destructora

    de la propia historiad

    Francia ha sido especialista en la guerra de las memorias, por lo menos des-

    de su revolución; lo vimos muy bien en 1989 cuando, en el Bicentenario, PVan-

    yois Furet y Michei \'ovelle, dos grandes especialistas de la Re\olución

    francesa, se enfrentaron en la pantalla sobre el problema del terror jacobino, y

    cuando otros historiadores pelearon rudamente para decidir si la represión de la

    Vandea insurgente y contrarrevolucionaria, con sus 250 mil muertos-hombres,

    mujeres y niños- merecía ser calificada de "genocidio franco-francés" o no. La

    actitud de los franceses bajo la ocupación alemana (1940-1944) y la guerra de

    Argelia (1954-1962) -calificada como "guerra" apenas en 1999 por la ley del 10

    de junio, votada por el Parlamento- son algunos de los campos de batalla en

    los cuales el historiador está llamado a intervenir, a veces por los tribunales.

    Fn Francia, de manera original, el poder legislativo ha sido lui actor de pri-

    mera importancia. Fl 1,3 de julio de 1990 votó la ley Jean-C^laude Ciayssot

    penalizando la negación de los crímenes contra la himianidad, para poder así

    llevar eventualmente frente a los jueces a Jean Marie Le Pen, líder del partido

    de ultra derecha el Frente Nacional, por su afirmación de que en el marco de

    la Segimda Cíuerra Mundial "los hornos crematorios son im detalle". Fl 26 de

    jimio de 1995 esa ley permitió al tribunal de gninríe iiisuitire úc París condenar

    -a una multa de un simbólico franco- al historiador inglés Bernard Lewis,

    reconocido especialista del imperio otomano; el tribunal consideró que había

    atentado contra la deontología del oficio de historiador por falta de objetividad

    y por haber sustituido, sin pruebas, la calificación de "holocausto", presente en

    las primeras versiones de sus libros, por la fórmula "el genocidio es la \ersión

    Armenia de la historia", a propósito del exterminio de más de un millón de

    ' "La Mcmriria, ¿alma o arma."", 1:11'iiís. Z de (K.'nihrc 2(H)(). p. 15.

    11

  • I -^

    armenios en 1915 {Le Monde, 16 de noviembre de 1993 y 1 de enero de 1994,

    para la "negación". Para el juicio, "Les Arméniens, le juge et rhistorien". en

    LHistoire, octubre de 1998). Debe anotarse que el proceso pesó menos que la

    carta colectiva de intelectuales franceses, entre los cuales se contaba el historia-

    dor Jean-Pierre Vernant, así como la intervención de historiadores americanos

    conocedores del tema; de notar también las críticas de Fierre Nora, Rene

    Réniond y Madeieine Rebérioux contra el juicio: estos famosos historiadores no

    ponen en duda la realidad del exterminio de más de un millón de armenios,

    tampoco la responsabilidad de los dirigentes otomanos; lo que no aceptan es

    la intervención de un tribunal y del Parlamento.

    I.A LKV, I.A jrs TICIA V LA HIS'IORIA

    El 29 de enero de 2001 el Parlamento legisló: "Francia reconoce públicamente

    el genocidio armenio de 1915". VA Z\ de mayo de 2001 votó la Ley Taubira

    (por el nombre de la senadora de Guayana) que proclama la trata de esclavos y

    la esclavitud como crímenes contra la humanidad. El 23 de febrero de 2005

    aprobó la ley sobre el "Reconocimiento de la Nación a favor de los franceses re-

    patriados" (a saber, los (¡ue tuvieron que salir violentamente de Argelia a la

    hora de su independencia en 1962, tantos los criollos como los argelinos iden-

    tificados con Francia, en particular los "harkis", hombres de la contraguerrilla).

    El artículo 4 de dicha ley pro\ocó el despertar tardío de los historiadores,

    porque reza así: se pide "que la investigación universitaria dedique a la historia

    de la presencia francesa ultramar, especialmente en África del Norte, el lugar

    que merece (...) que los programas escolares reconozcan el papel positivo de

    dicha presencia". Ardió Troya.

    Una primera petición contra la ley fue publicada en la prensa el 25 de marzo

    de 2005; sus redactores eran seis buenos historiadores, entre los cuales se con-

    taban algunos especialistas del periodo colonial como Claude Liauzu y Gilbert

    Meynier. Se intitulaba "(>olonización: no a la enseñanza de una historia oficial".

    Los maestros de historia de los colegios y liceos compartieron esta reacción al

    considerar que la nueva ley era el equivalente de una "historia oficial", incom-

    patible con la ética tanto del investigador como del docente.

    12

  • I El asunto tomó dimensiones internacionales cuando provocó reacciones

    indignadas en Argelia contra una ley que "glorifica el acto colonial", "consagra una visión retrógrada de la historia", intenta justificar "la barbarie del hecho colonial borrando los actos más odiosos" (7 de mayo, declaración del partido FLN). El gran tratado de amistad que los presidentes Chirac y Buteflika espe- raban firmar en 2005 no lo fue: con motivo del 60 aniversario de la insurgencia del 8 de mayo de 1945 y de la terrible represión consecutiva (se habla de entre 10 mil y 45 mil muertos), el presidente argelino dijo que el "reino" colonial francés había sido "genocida" con sus "hornos". De mayo en adelante, la pren- sa francesa ha estado llena de dicha polémica, sorda a la voz de la razón de un Gilbert Meynier, quien escribe: "El historiador no se reconoce en el mani- queísmo, sea el de la 'nostalgia' electoralista vulgar de la ley del 2Í de febrero, sea el de los simplismos simétricos que soplan en las trompetas agresivas del re- sentimiento" (Le Monde, 12 de mayo de 2005, p.l5).

    El presidente Chirac, buen maestro de escuela, intervino en varias ocasio- nes; por ejemplo, en una visita oficial a Madagascar habló del carácter "inacep- table de las represiones engendradas por las derivas del sistema colonial", evocando la represión de 1947 en la gran isla (L^ Fígaro y Le Monde, 22 y 23 de julio de 2005). Pero cuando el secretario de Relaciones Exteriores, interrogado sobre la polémica, contestó que les tocaba a los historiadores zanjar el proble- ma, varios investigadores le contestaron que "los historiadores frente a la histo- ria colonial no son los consejeros del príncipe. Su prioridad es preservar la inde- pendencia de su oficio (...) No les toca pronunciar una 'fatwa' sobre lo bueno y lo malo de la colonización" (Claude Liauzu, Gilbert Meynier, Raphaelle Branche y Sylvie Thénaut en Le Monde, 20 de septiembre de 2005, p. 17).

    Si uno sigue el calendario, vale la pena señalar que el 2 de diciembre de 2005 varias naciones europeas celebraron el bicentenario de la batalla de Aus- terlitz, brillante victoria napoleónica. En el lugar mismo, en Moravia, miles de soldados rusos, austríacos, alemanes y checos, en uniformes de la época, partici- paron en una representación de la batalla; los únicos ausentes fueron los fran- ceses. ¿Por qué, ellos tan conmemorativos, habrán optado por la abstención.'' Una de las leyes del deber de memoria, la ley Taubira (2001), al condenar la es- clavitud como crimen contra la humanidad, condenaba de manera postuma al

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  • I I

    vencedor de Austerlitz, quien había restablecido la esclavitud abolida por la

    Convención...

    El 9 de diciembre el presidente Chirac anunció solemnemente la creación

    de una "comisión pluralista para evaluar la acción del Parlamento en e! terre-

    no de la memoria y de la historia" y dijo que "no le toca a la ley escribir la his-

    toria", una historia calificada como "clave en la cohesión de una Nación". Pocos

    días después estalló el caso Olivier Petré-Grenouilleau: a fines de 2004 ese his-

    toriador había publicado un libro demasiado serio para el gran público. Les

    Tniitcs négiieres, sobre el comercio internacional de los esclavos africanos, tanto

    por los europeos como por los africanos y los árabes. La calidad del trabajo le va-

    lió el Premio de Historia del Senado, el 10 de junio de 2005, sin que nadie pro-

    testara. Hasta ([ue, al leer una entrevista de O. R Cí. Uoitnialdii Di/nanrhe, 12 de

    junio de 2005), un "colecti\'o de antillanos, guayaneses y reimioneses" lo de-

    mandó en justicia por "negación de genocidio", con base en la Ley l'aubira.

    O. P. G. había declarado que por más odiosas c]uc hayan sido la trata y la eschu i-

    tud no se podían asimilar al genocidio de los judíos, puesto que no tenían como

    meta el extermino de los negros sino su explotación al máximo.

    Demasiado es demasiado. El 12 de diciembre de 2005, 19 historiadores de

    peso publicaron la petición "¡Libertad para la Historia!":

    La Historia! no es moral, la Historia no es memoria, ni el Parlamento, ni la Justicia

    tienen competencia para decidir la Historia, por lo tanto pedimos la abro}z;ación de

    todas las leyes "indignas" votadas desde 1990, porque han restringido la libertad

    del historiador, le han dicho bajo pena de sanciones lo c|uc debe buscar y lo (|ue

    debe encontrar, le han prescrito métodos y puesto límites."

    El 15 de diciembre Edgar Morin encabezó otra petición con la misma de-

    manda. El 4 de enero de 2006 el presidente Chirac exigió la reforma de la ley

    del 2i de febrero de 2005 "porque divide a los franceses". El 30 de enero de

    " J. I'. A/.cma, Klisabcth Badinter, J. J. Bcckcr, Fran(,

  • I i

    2006 el presidente recibió al Comité para la memoria de la esclavitud y anunció

    que cada 10 de mayo Francia celebraría la adopción de la ley Taubira y la aboli-

    ción de la esclavitud. En noviembre de 2006 el Padamento votó la ley presenta-

    da por el Partido Socialista que penaliza la negación del genocidio armenio con

    penas de hasta cinco años de cárcel. Obviamente el reclamo de los historiadores

    no ha sido escuchado.

    Marc Bloch decía que el historiador debía trabajar como lejuged'instnicñon,

    es decir, como el juez encargado de investigar para formar el expediente; como

    un detective, como el "istor" de Herodoto, investigador, sabueso, no como el

    juez que da la sentencia, absuelve y condena. El historiador, segiln Marc Bloch

    y muchos otros, no puede ponerse al servicio del Dicho, del Dictado

  • I liberado de manera anticipada después de 13 meses de cárcel. Varios historia- dores de prestigio, en desacuerdo total con las tesis de Irving, lamentaron la condena, con el argumento de que los libros deben combatirse con libros y no con leyes y sentencias.

    Historiadores en la banca de los acusados, pero historiadores también citados a comparecer en calidad de testigos de la acusación o de la defensa. Ese espectáculo, impensable hace unos años, es ahora común. P2n 1998 Robert Paxton, brillante historiador norteamericano, especialista en el gobierno de Vichy (quien colaboró con el ocupante nazi de 1940 a 1944), participó en el desfile de historiadores en el proceso de Maurice Papón, acusado de haber trabajado en la deportación de judíos del suroeste de Francia. Parece que la so- ciedad, una parte de ella, convoca al historiador como experto, "especialista", "científico", para juzgar y castigar, antes que para entender.

    ¿Es o será realmente ése el "papel social" del historiador.? Marc Bloch, el mismo que comparaba al historiador con c\ juge d'instruction, estimaba: "Du- rante mucho tiempo el historiador tuvo fama de ser algo así como un juez en los infiernos, encargado de retribuir a los muertos con alabanza o condena" {Apohgiepour ¡ 'Histoire, ou le métier d'historien) y concluía que tal no era su ofi- cio. Recuperar la memoria del mal es una necesidad, pero no se le puede con- vertir en materia de ley ni en asunto de los tribunales; tampoco puede transformarse al historiador en juez. Quizá por eso dos centenares de historia- dores italianos rechazaron, en enero de 2007, que se declare delito negar el Holocausto, como pretende un proyecto de ley del gobierno de izquierda: será ini'itil o, aún peor, contraproducente, dicen. h\ tomar esa posición, siguen la argumentación del emérito Rene Rémond en su ensayo "L'Histoire et la Loi", publicado en junio de 2006 en la revista mensual Etudes.

    Historia y política han tenido siempre relaciones complicadas y a veces tor- mentosas. Sabio al servicio de la patria, maestro nacional, constructor y defensor de la identidad, el historiador, según Ernest Lavisse o Justo Sierra, Treitschke o Pokrovski, es todo eso, y la enseñanza histórica tenía que ser para ellos cien- tífica, cívica y moral. E^rnest Renán, ya citado, subraya nuestra ambivalencia; nos piden forjar y mantener la unidad de un pueblo, pero la historia puede arruinar los mitos nacionales o alimentar divergencias y odios. Por lo tanto es

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  • I I

    inevitable que los políticos, tanto en una democracia como en una dictadura -templada o totalitaria-, intenten siempre poner la historia a su servicio. La instrumentalización del pasado es de todos los tiempos y de todos los países. La novedad es la intervención de los poderes legislativo y judicial en la defini- ción de la "verdad" histórica. En España, como en Francia, en Polonia y en África del Sur, ese problema ha suscitado verdaderos movimientos de opinión, ha llenado las páginas de los periódicos, ha sacudido la academia y, finalmente, se ha transformado en cuestión política que preocupa a todos los partidos, obli- ga a los jefes de gobierno y a los presidentes, a la Suprema Chorre y al Consejo Constitucional, al Consejo de Europa y a las Naciones Unidas, a asumir luia postura.

    ¿Es un bien o un mal, una confiscación de la Historia, su reducción al esta- tuto de sier\a, una amenaza para la libertad científica.'' Quizás el peligro no sea tan grave, y la novedad sea más formal que real. Lo cierto es que se abrió la vía a la confusión de los papeles y de las responsabilidades, que tanta mirada apa- sionada al pasado puede esconder una crisis de futuro, que "cuando la memoria se convierte en un simulacro colectivo su efecto empieza a ser más alarmante. Su primacía desaloja a la historia del debate público, porque la historia es mu- cho menos maleable, y con frecuencia puede desmentir las buenas noticias so- bre el pasado que a todos nos gusta regalarnos".'* (^

    ' Antonio Muñoz Molina. "Notas esccpticas de un tepublicano". Ell'/iis. 24 de abril de 2IK)6. p.l.S.

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