La Historia Postsocial018

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la historia potsocial, el estructuralismo y el postestruccturalismo

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  • Reservados todos los derechos. Est prohibido reproducir o iranssrM-r estu publica-cin, total o parcialmente, por cualquier medio, sin la autorizacin expresa de Editorial Universidad de Granada, bajo las sanciones establecidas en las Leyes.

    LOS AUTORES. UNIVERSIDAD DE GRANADA. PRENSAS UNIVERSITARIAS DE ZARAGOZA.

    POR UNA HISTORIA GLOBAL. ISBN: 978-84-338-4784-3. Depsito legal: GR.2.789-2007. ISBN: 978-84-7733-967-0. Edita; Editorial Universidad de Granada.

    Campus Universitario de Cartuja. Granada, y Prensas Universitarias de Zaragoza. Edificio de Geolgicas C/. Pedro Cerbunn, T2 50009 Zaragoza.

    Diseo de cubierta: Josemara Medina. Fotocomposicin: Natale's S.L. Granada. Imprime: Imprenta CoraerciaL Motril. Granada.

    Printed iu Spain Impreso en Espea

    TERESA MARA ORTEGA LPEZ (Ed.)

    POR UNA HISTORIA GLOBAL. EL DEBATE HISTORIOGRFICO EN LOS

    LTIMOS TIEMPOS

    FRANCISCO ACOSTA RAMREZ, ANA AGUADO, MIGUEL NGEL CABRERA, ANTONIO D . CMARA,

    FRANCISCO COBO ROMERO, MIGUEL NGEL DEL ARCO BLANCO, MiQUEL . MARN GELABERT, DARINA MARTYKNOV,

    TERESA MARA ORTEGA LPEZ, ANTONIO ORTEGA SANTOS, IGNACIO PER MARTN, M.^ PILAR SALOMN CHLIZ

    G R A N A D A 2007

  • 44. Antonio Morales Moya, Algunas consideraciones sobro hi sitiiai ion actual (le ios estudios histricos, La(s) otra(s) hisioria(s), ao 1,1, 1987, pgs. 39 y ss.

    45. Josep Fontana, La historia despus delfn de lu historia, Barcelona, Critica, 1992, pgs. 85 y 145. Esta idea tambin la deja expresada en Actualidad de Fierre Vilar, actualidad del marxismo, en Arn Cohn, Rosa Congost, Pablo. F. Luna, Fie-rre Vilar: una historia total, una historia en construccin. Granada, Universidad de Granada y Universitat de Valencia, 2006, pgs. 17-25.

    46. Julio Prez Serrano, Perspectivas para una nueva historia regional tiempos de globalizacin. Escuela de Historia, ao 4, vol. 1, 4 (2005). |

    Al

    LA HISTORIA POSTSOCIAL: MS ALL D E L IMAGINARIO MODERNO

    MIGUEL NGEL CABRERA*

    I II los ltimos aos ha ido tomatido cuerpo, en el camp ijt estudios histricos y en otras disciplinas afnes, una >'. ;i perspectiva terica. Esto es, una nueva forma de concebir

    plicar la conducta de los actores histricos y la formacin l.t.s relaciones e instituciones humanas. No se trata de un

    . 1 . rpo terico plenamente desarrollado y formulado de ma-it^ i.i sistemtica, sino ms bien de un conjunto de elementos t Mil liecuencia fragmentarios y dispersos en multitud de obras

    i tilicas, discusiones, nuevas interpretaciones, sugerencias de . Ilinacin conceptual, etc.. No obstante, el nmero y peso f Miliiativo de los elementos ya acumulados son suficientes Mil) para que se pueda hablar de la aparicin de una nueva '

  • de la disciplina histrica y a enriquecer y renovar el debate historiogrfico.

    La nueva perspectiva terica tiene su origen en la insatis-faccin de algunos autores con respecto al modelo explicativo de la historia social y su supuesto primordial de que la subjeti-vidad y la prctica de los actores histricos estn causalmentc determinadas por sus condiciones materiales de existencia. Se-gn dicho modelo, la esfera socioeconmica de la interaccin humana constituye una estructura objetiva, en el sentido de que est gobernada por un mecanismo impersonal de funcionamien-to y de cambio que es independiente de e irmiune a cualquier intervencin intencional humana. Esta circunstancia hace que los fenmenos que componen dicha esfera posean significados intrnsecos y tengan, por tanto, la capacidad de provocar en las personas un tipo determinado de reaccin o de actitud. Es decir, la capacidad de generar o causar acciones significativas. El con-cepto de causalidad social constituye, pues, la piedra angular de . la teora de la accin humana de la historia social. |

    Desde este punto de vista, la esfera cultural, la actividad poltica y las instituciones son reflejos o expresiones de la esfera j socioeconmica y es la posicin social que las personas ocupan | en dicha esfera la que define su identidad y sus intereses y, por I tanto, la que induce causalmente su conducta. Es este anclaje social de las identidades y los intereses lo que lleva a los his-toriadores sociales a distinguir entre conductas normales y con-ductas anmalas y a atribuir stas ltimas a la falsa conciencia o percepcin ideolgicamente distorsionada y manipulada de la j realidad objetiva. Si un grupo humano no se comporta como sera tericamente previsible en razn de sus condiciones materiales de existencia, nos encontraramos ante una excepcin histrica que habra que explicar. Obreros que no muestran una actitud anti-capitalista, campesinos que defienden el orden feudal o mujeres que aceptan su subordinacin son, a los ojos de la historia social, algunos ejemplos de ello. Dado que las excepciones son bastante frecuentes si no predominantes, la historia social se ha visto aquejada continuamente por lo que Margaret Somers denomina grficamente como epistemologa de la ausencia'. Es decir, por la necesidad de tratar de explicar por qu los actores histricos no se comportan como tericamente deberan hacerlo. De modo que buena parte del esfuerzo investigador se dirige a buscar la explicacin no de los fenmenos presentes, sinp de los supues-

    4 5 ite ausentes. Supuestos como los enumerados han formado 0 durante dct;adas del sentido comn terico de multitud de

    ii.i.iotcs y estn en la base de una parte considerable de la iiMiin realizada durante ese tiempo,

    i i( paradigma terico original fue siendo renovado a medida *\.n\s de ciertas limitaciones explicativas y que se

    haii-r inteligibles algunos fenmenos nuevos. Esa renovacin . ii.> en una flexibilizacin y complejizacin de la conexin

    I filtre estructura social y esfera subjetiva o cultural. En I

  • 4 4 MIt.ni I NGEL CABRERA

    nes siguen siendo considenuios como i a i c . i lmi i i i c determinadas por la propia realidad. Aunque se trate de una determinacin en ltima instancia, al estar simblicamente mediada, la historia cultural mantiene la conviccin de que identidades e intereses estn implcitos en los referentes materiales que les sirven de base. Y, por tanto, que aunque los actores histricos disfrutan de un amplio margen de libertad para crear y actuar, siempre lo liacen dentro de los lmites objetivos impuestos por las circuns-tancias materiales.

    En los ltimos aos, sin embargo, ha aparecido una serie de obras que no se limitan a reformular, en un sentido culturalista o individualista, el paradigma objetivista, sino que sugieren o defienden abiertamente la necesidad de revisar los supuestos tericos primordiales sobre los que se asienta dicho paradig-ma^. Esas obras contienen nuevas interpretaciones de fenme-nos histricos relevantes como las revoluciones liberales, el movimiento obrero, el feminismo o el Estado del bienestar, discusiones y propuestas tericas y revelaciones empricas que contribuyen claramente a socavar los cimientos del paradigma de l a historia social y a conformar una nueva perspectiva terica. Dado que esta ltima ha surgido de la reaccin crtica contra la historia social y con el propsito de superar las insuficiencias explicativas de sta, algunos autores se han servido del trmino historia postsocial para designarla^ Aunque conviene precisar

  • una circunstancia que la historia cultural ya haba subrayado, al sostener que la realidad opera no por s misma, sino a travs de su percepcin cultural. La historia postsocial ha dado, sin embargo, un paso ms en este movimiento de revisin crtica de la nocin de causalidad social, al introducir un nuevo supuesto t(;rico de importancia crucial: que las categoras mediante los cuales se aprehende la realidad no son representaciones culturales o sim-blicas de la misma, sino que constituyen entidades histricas de naturaleza especfica. A stas aluden conceptos como los de discurso, imaginario o metanarrativa, de uso habitual entre los autores de orientacin postsocial.

    Recordemos que para la historia social y cultural, el hecho de que los fenmenos reales posean significados intrnsecos implica que los conceptos en que se formulan esos significados constituyen representaciones lingsticas de dichos fenmenos y tienen, por tanto, su origen un ellos. Las categoras med ante las cuales se conceptualiza la realidad no son ms que un medio a travs del cual sta es cultural o subjetivamente comprendida y expresada. Si, por ejemplo, la pobreza es conceptualizada como una situacin injusta, la categora de injusticia no hace ms que designar la esencia o el significado objetivo de la pobreza. De igual modo que categoras como las de naturaleza humana, derechos naturales, trabajador, mercado, sociedad, clase, raza o sexualidad habran surgido, desde este punto de vista, simple-mente para designar entidades o fenmenos reales previamente existentes. Lo que sugiere la investigacin histrica postsocial, sin embargo, es que las categoras mediante las cuales se concep-tualiza la realidad no nacen de una operacin de representacin conceptual de este tipo, sino que tienen otro origen. La primera cuestin que habra que tener en cuenta, a este respecto, es que dichas categoras emergen no como resultado de la existencia de los fenmenos reales a los que hacen referencia, sino ms bien de la interaccin entre esos fenmenos y otras categoras previamente existentes. Es en esta interaccin, y no en los refe-rentes mismos, donde se ha de buscar el origen de toda nueva categora. Cuando las personas conceptual izan los hechos que componen su mundo, no se limitan a dar cuimta de ellos a partir de cero, sino que lo hacen siempre en funcin de algn tipo de marco conceptual previo. Las categoras nacen, por tanto, no de na operacin de representacin, sino ms bien de un procefp

    4 7 l

    genealgico, es decir, de la transformacin prctica de otras ciitegora; anteriores.

    Esto es lo que parece haber ocurrido, por ejemplo, con las categoras caractersticas del perodo moderno. Durante mucho tt'inpo, se ha dado por supuesto que tales categoras son re-ptesentaciones conceptuales de entidades y fenmenos reales. As ha ocurrido, por ejemplo, en el caso de categoras como iaiuraleza humana, progreso y sociedad, cuyo origen se atribua ftj descubrimiento o desvelamiento de las correspondientes enti-indes o fmmenos reales la naturaleza intrnseca de los seres humanos, el sentido de; la historia o la existencia de sistemas Siniales, respectivamente. Lo que la investigacin histrica m\\, sin embargo, es que tales categoras no nacieron a partir de la realidad humana o corao resultado ele un avance 'ti el conocimiento de sta, sino ms bien de la transformacin dilerencial de la visin providencialista del mundo prevaleciente i m anterioridad. Una transformacin inducida por la necesidad dr tener que dar cuenta, de nuevos fenmenos histricos. Como m- muestra en los trabajos de Charles Taylor y David Bell", ms que nacei: de acto de descubrimiento y designacin de ciertos ft nmenos reales, tales categoras sen el resultado del proceso l secularizacin de los asuntos humanos que tuvo lugar en el mimdo occidental a partir del siglo X V I L

    Segn Taylor, la categora de naturaleza humana o individuo naci como consecuencia de la necesidad de dotar de nuevos pimcipios ontolgicos a las relaciones e instituciones humanas ii is el resquebrajamiento de los principios anteriores, de carc-i i i religioso, provocado por las guerras de religin Para ello se piocedi a la distincin y separacin entre la esfera humana icirestre y la esfera propiamente religiosa y a la seculariza-

    c in parcial de la primera. La voluni:ad divina continu siendo 0nsiderada como el primer princi]3o, pero la vida terrenal roinenz a ser vista como una proyeccin de la razn y de liis atributos naturales de los seres humanos. Sin embargo, la categora de naturaleza humana no apareci porque la esencia {k lo humano hubiera sido por f in descubierta, sino como r,sultado del intento i)rctico de dotar de sentido a la nueva Mil nacin creada por el colapso del consenso religioso mediante las propias categoras providencialistas. La categora de naturaleza lunriaiui no es ms que el reverso conceptual de la categora de piuvideucia divina. La uucin de ma esfera humana secular fue

  • 48 MIGUEL NGEL CABRERA

    pcnsable porque exista y liie puesta en juego la nocin previa de voluntad divina. Dentro de una visin providencialista del mundo, si algo no es divino, entonces necesariamente es huma-no. La categora de naturalc/. inunana se define por oposicin a lo divino y, por tanto, est genealgicamente implcita en la nocin de voluntad divina. Li tiuiebra del consenso religioso simplemente hizo posible que dicha categora emergiera y se situara en primer plano.

    Y lo mismo se podra decir de la categora de sociedad. sta no es ms que el reverso ;;onceptual de la de individuo y a ella est genealgicamente encadenada. Fue la existencia previa de la categora de individuo lo que hizo concebible una esfera situada ms all e independiente de la accin intencional del individuo. Durante los ltimos dos siglos se ha dado por sentado que la sociedad, entendida como una estructura objetiva, existe. Era bien conocido, por supuesto, que esa nocin de sociedad haba aparecido a comienzos del siglo XIX, pero este hecho se interpretaba como un episodio de progreso cientfico. Ese habra sido simplemente el momento en que se descubri la existencia de ia sociedad y se acu un nuevo concepto para designarla. En los ltimos aos, sin embargo, este supuesto ha sido puesto seriamente en cuestin, al ponerse de manifiesto que la aparicin de la categora de sociedad no es ms que una nueva fase tm el proceso de secularizacin de los asuntos humanos iniciado en los albores de la modernidad. Dicha categora no naci como resultado de una atenta y metdica observacin de la interaccin humana, sino ms bien de una discontinuidad discursiva similar a la que haba dado nacimiento a la categora de individuo. Por tanto, que sociedad o lo social no es ms que una de las formas en que, a partir de un cierto momento de la historia occidental, la sociabilidad humana comenz a ser concebida y, por tanto, experimentada y tratada^ Lo que ocurri fue que a partir de un cierto momento, el orden espontneo generado por la accin humana al que comenzaron a referirse algunos tericos del siglo X V I I I , como los filsofos morales escoceses y los fisi-cratas comenz a ser concebido como un sistema autnomo que condicionaba a la propia accin humana^. El orden espon-tneo devino entonces estructura social objetiva, al tiempo que lo social pasaba a ser concebido como un deminio especco de la realidad humana susceptible de conocimiento cientfici y dv intervencin cxj)cMu!,

    ^ IIIsrORIA POSTSOCIAL: MS ALL DEL IMAOlN/VRlOMODIiRNO 4** |

    fe VA hecho de que las categoras mediante las cuales se con-Iftlptualiza la realidad tengan un origen genealgico es lo que i ' H f de ellas entidades histricas de naturaleza especfica. En el

    u l u l o de que no son ni meras representaciones conceptuales de llfeilmenos y situaciones reales ni creaciones intelectuales huma-li'i n)condic;ionadas. Por el contrario, esas categoras no son ms qui' componentes de una cierta concepcin general del mundo iiiiiginario, por utilizar el trmino utilizado por Taylor y del

    tambin se han servido autores como Patrick Joyce y Mary i'

  • y, por otro, el marco conceptual que subyace a las mismas y que las ha hecho pensables. Unas y otras son entidades lingsticas, pero su naturaleza es cualitativamente distinta. Las primeras son entidades subjetivas, de la> que los agentes son plenamente conscientes y a las que pueden manejar a voluntad. Los marcos conceptuales o imaginarios, por el contrario, son entidades im-plcitas y generalmente inconscientes, que trascienden y estn ms all de cualquier control intencional. Por ejemplo, una cosa sor las ideas de libertad, igualdad y justicia que las personas tienen o profesan y otra bien distinta las categoras de libertad, igualdad y justicia que subyacen a esas ideas y hacen posible el surgimiento de stas.

    Esta es una distincin que nos obliga a reconsiderar por completo la teora de la produccin de significados, fundamento de la teora de la accin humana. Si las categoras no son repre-sentaciones conceptuales, sino componentes de un imaginario, entonces los significados que se atribuyen a la realidad tienen un origen diferente al supuesto con anterioridad por los historiadores. Esos significados no slo no estn implcitos en los fenmenos reales, sino que se constituyen como tales en el proceso mismo de su aprehensin conceptual. Lo que un fenmeno real signifi-ca para las personas que lo perciben no depende del fenmeno mismo, sino de las categoras mediante las cuales esas pers(mas lo conceptualizan. Si el lenguaje, en su dimensin conceptual, no es meramente un medio para designar, transmitir o hacer conscientes los significados de la realidad, entonces el lenguaje contribuye activamente a la conformacin de tales significados y de la. correspondiente imagen subjetiva de esa realidad. Cuando las personas utilizan palabras para designar hechos o cosas reales, el lenguaje es un medio neutral de comunicacin. Pero desde el momento en que las personas hacen uso de conceptos y, de ese modo, confieren un cierto significado moral, esttico, polti co, histrico o cualquiera que sea a esos hechos y cosas, el lenguaje comienza a operar como un factor activo en la produccin de significados. Y si esto es as, arguyen los autores postsociales, entonces se debera dejar de concebir a los significados como expresiones de las propiedades objetivas de los referentes reales y comenzar a tomarlos ms bien como propiedades que esos re-ferentes adquieren cuando son aprehendidos mediante una cierta matriz categorial o imaginario. La pobreza no es, por s misma, injusta; slo lo es si le la conceptualiza mediante la categora

    Uv injusticia. En una situacin histrica en que esta categora pjlK exista, ia pobreza poseera otro significado o simplemente tfftiecera d3 relevancia moral o poltica.

    l a existencia de los imaginarios y de su mediacin activa m la constitucin de los significados lleva a los autores post-n lales, por tanto, a hacer una segunda distincin crucial para

    i I .mlisis histrico. Una distincin entre realidad y objetivi-i l i i i l.a historia social, al dar por supuesto que los fenmenos i .ik'.s poseen significados objetivos es decir, la capacidad de provocar una reaccin especfica en las personas que entran en . oiitacto con ellos, tenda a equiparar realidad y objetividad. I >' ;.dc una perspectiva postsocial, sin embargo, la objetividad lio fs una propiedad de la realidad, sino una propiedad que sta iilqtiiere al ser conceptualizada mediante un patrn discursivo. I o'i fenmenos reales tienen una existencia previa a su con-i ' piualizacin, pero no los objetos a que esos fenmenos dan !n>..ir. La raza, el lugar de nacimiento, la homosexualidad, la i*M asez de alimentos, el alza de los precios, el trabajo infantil o la violencia contra las mujeres, aunque existen como fen-tiunos reales, devienen objetos esto es, factores histricos i> levantes slo una vez que comienzan a ser discursivamente uiculados mediante categoras como raza, nacin, sexualidad, il' lechos naturales o igualdad. La historia postsocial pone en iliula que existan objetos naturales, pues un mismo hecho real puede dar lugar a objetos diferentes, es decir, tener diferentes 'n i f icados dependiendo de las circunstancias discursivas

    y. en consecuencia, suscitar reacciones muy diversas. La esplotacin econmica, la esclavitud y las relaciones sexuales (on menores, por ejemplo, han sido conceptualizadas como he-los injustos y moralmente condenables? en contextos histricos ni Huidos por el imaginario igualitario moderno. Pero ste no ha N i d o el caso en contextos histricos no modernos.

    Es por todo ello que los autores postsociales se muestren lan sospechosos de la nocin de experiencia, tanto en su versin in.s convencional como en la de la historia cultural. Pues dicha noein implica la existencia de una realidad objetiva, de la que las personas toman conciencia. Sin embargo, arguyen los autores pt)stsociales, si la realidad no est compuesta de objetos precons-tituidos, entonces lo que las personas hacen no es experimentar la realidad, sino ms bien construirla significativamente. La experiencia que las personas tienen del mundo y del lugar que

  • M I G U E L , NulI (AHRIiRA

    ocupan en l toma siempre vida en el espacio de enunciacin delimitado por la mediacin discursiva. Y si esto es as, enton-ces la experiencia no puede seguir siendo tomada como un dato primario en la explicacin histrica. A l contrario, la experiencia, como dice Joan Scott, es algo que debe ser explicadol Hay que explicar, en cada caso, por qu las personas han experimentado su situacin vital de la manera en que lo han hecho. En lugar de dar por supuesto que la forma en que sta ha sido experimentada es la nica posible, es necesario esclarecer por qu ha sido expe-rimentada de ese.modo. Y para hacerlo es preciso tener en cuenta al patrn categoriai o imaginario operante en cada caso. El que los obreros experiraenten su situacin laboral como explotacin depende de que la perciban a travs de categoras como derechos de los productores o emancipacin de clase. El que las mujeres experimenten su exclusin del sufragio o la violencia masculina como algo intolerable, depende igualmente de que las perciban a travs de categoras como la de derechos humanos. En ausencia de esas categoras, la explotacin laboral, la (jxclusin del su-fragio y la violencia masculina como tales seguiran, sin duda, teniendo una exist

  • VIKUl'L NGEL C \URliRA

    Esto es lo que pareee haber oeurrido, por ejemplo, en la poca moderna. Fue la aparicin de la categora de naturaleza humana la que hizo posible que las personas comenzaran a identificar-se y a sentir y, por tanto, a comportarse como individuos racionales y autnomos dotados de derechos naturales. Y lo mismo podra decirse de la posterior identidad de clase. Como giista repetir a Joan Scott, fue preciso que la categora de clase existiera para que las personas, pudieran empezar a identificarse y a actuar como una clase y no a la inversa'.

    Ello no quiere decir que las identidades carezcan de base material o que sta no sea un ingrediente imprescindible del proceso de formacin de toda identidad. Una identidad no puede suigir si no existe algn tipo de referente material en que ]3ueda fundarse. Lo que la historia postsocial afirma es que los refe-rentes materiales no llevan implcitas las formas de identidad a que dan lugar, sino que esos referentes slo llegan a convertirse en objetos de identidad sin son articulados como tales por una cierta matriz discursiva. Los objetos de identidad no preceden a las identidades, sino que se constituyen al mismo tiempo que stas y como resultado de la misma operacin de mediacin l in-gstica. De ah que la historia postsocial ponga en cuestin que las personas adquieran su identidad a travs de un proceso de toma de conciencia, como los historiadores han supuesto durante largo tiempo. Y ello porque, como he dicho, la identidad no es una propiedad que los referent

  • MIOUUL AN(ilil, ( ABKFiRA

    y los obreros continan profesando algn oro tipo de identidad, generalmente la identidad individualista de pueblo. a|

    El carcter discursivamente contingente de las identidades es lo que explica, asimismo, que condiciones materiales similares puedan dar lugar a formas de identidad difijrentes o que identi-dades similares emerjan en contextos materiales dismiles. As, por ejemplo, se da el caso de pases altamente industrializados y con una clase obrera numerosa y claramente delimitada en los que apenas llega a arraigar la identidad de clase como en Estados Unidos. Mientras que, por el contrario, en pases con una clase obrera ms dbil, heterognea y fragmentada desde el punto de vista de sus condiciones materiales, la identidad de clase puede alcanzar un notable desarrollo. Y es que, como ha suijrayado Zachary Lockman en su trabajo sobre el movimiento obrero egipcio, el que la identidad de clase surja no depende de la existencia material de la clase, sino de que su miembros entren en contacto con el concepto de clase'^. Por consiguiente, en lugar de dar por supuesto que las personas poseen una cierta identidad en razn de su origen social, la investigacin histrica debe partir de las formas de identidad realm(;nte presentes y re-construir el proceso de articulacin discursiva a travs del cual stas se han constituido. Slo de sta manera se podr explicar de manera satisfactoria la formacin de las identidades y sujetos de accin colectiva.

    La segunda implicacin que se deriva del referido postula-do es que, cuando se trata de las identidades, los historiadores no deben darlas j)or supuestas en razn de la existencia d(; sus referentes, como si entre ambos existiera un nexo necesario y natural. Por el contrario, se ha de ir ms all de los referentes y prestar atencin a la mediacin discursiva que las ha h^cho posibles. Es por ello que la genealoga histrica de las catego-ras de clasificacin identitaria se ha convertido en los ltimos tiempos en un objeto relevante de estudio. Pues esa genealoga ha probado ser una de las variables cruciales en la explicacin de la formacin de las identidades. De manera concreta, ss ha de iadagar cmo han llegado a establecerse los criterios de di-ferenciacin que subyacen a toda identidad. De hecho, se podra decir el objeto del anlisis histrico no debe ser propiamente la identidad, sino la diferencia. Ms que tratar de los sujetos his-tricos c l a s e obrera, mujer, campesinos o burguesa , e(irao ^ i eMos e',tu\u histricamente dados, los historiaduies debe-

    ^HISTORIA POSTSOCIAL; MAS ALIA Dll IMAolNAlOU Muur.ivi^ u

    Hm ocuparse de esclarecer de qu manera lleg a establecerse ui lcr io de diferenciacin de las personas que acot a tales

    grupos humanos como sujetos. Isla nueva concepcin de la identidad podra ilustrarse con

    mii i i e io sos ejemplos. Keith Baker argumenta, por citar uno, que ffsH mucho que hayamos tendido a pensar e:n las divisiones socia-t* de la Francia de finales del siglo X V I I I como predestinadas - invertirse en identidades polticas, no es ese el caso Lo que i' l i i i a legalmente a las mujeres de ciertos derechos y esferas de * t i \, al considerarlos como exclusivamente masculinos. Fue WM ciuitradiccin entre discurso universalista y exclusin legal l> que empuj a las mujeres a converdrse en agentes colectivos V a luchar por la emancipacin femenina''*.

    Hay un '.;aso en el que la investigacin del papel de la me-diavuui discursiva en la constitucin de la identidad ha avanza-

  • do especialmente durante los ltimos aos, el del moA'imiento obrero. Como resultado de esa investigacin ha ido dibujndose un cuadro de la gnesis de la identidad obrera muy distinto del ofrecido por la historia social, y mucho ms consistente que ste desde el punto de vista emprico. En la visin convencional, el movimiento obrero apareca como el efecto causal de la existencia de la clase obrera y de la proletarizadri de la mano de obra. Inicialmente, esa clase obreja fue identificada con los trabaja-dores industriales y, posteriormente, con los viejos arteianos en vas de proletarizacin, al tiempo que la imagen de una clase obrera homognea daba paso a otra que pona el acento en su heterogeneidad. Finalmente, el marco terico de interpretacin experiment notables transformaciones. Para la historia social clsica, el mo\o obrero naci como resultado de la reaccin de sus miembros frente a sus condiciones de trabajo y de vida. Para la historia cultural, la identidad obrera no se constituy nicamente en la esfera de la produccin y en el lugar de traba-jo, sino que fragu como tal en otros espacios de sociabilidad obrera, de carcter cultural, poltico o ritual'^

    El punto esencial, sin embargo, es que en ambos casos se da por supuesto que el movimiento obrero es un efecto causal de la clase obrera. Sin embargo, la investigacin histrica reciente arroja serias dudas sobre ese supuesto. Que la clase obrera del tipo que sea es la que proporciona sus miembros al mo^dmiento obrero es una obviedad emprica que no se presta a discusin alguna. Lo que resulta dudoso es que dicha clase constituya el origen causal del movimiento obrero. Para empezar, porque lo que se observa no es tanto que la aparicin de un nuevo tipo de trabajadores proletarizados se comporte de una manera diferente, sino ms bien que trabajadores de un tipo similar comenzaron a identificarse, organizarse y comportarse de manera diferente a partir de un cierto momento, dando lugar as a la aparicin del movimiento obrero. Pero, sobre todo, porque lo que se observa (2S que la nueva forma de identidad y de conducta no surgi como resultado de un processo de reflexin prctica de los tra-bajadores sobre sus condiciones materiales de trabajo y de vida. El movimiento obrero surgi como consecuencia de que, a partir de un cierto momento, esas condiciones comenzaron a tener un significado distinto a los ojos de los trabajadores. Y esto ocu-rri cuando les trabajadores entraron en contacto con la nueva i;oncepcin m.Hlerna del mundo y comenzaron a interpretar su

    MUI laboral y vital a travs de ella. No fue la clase, sino 5' ili.icin de las categiiras del iniag nario moderno, lo que i ' " 'M.f la aparicin del movimiento obrero como forma de

    lindad y agente colectivo. En particular, lo que se constata, al * . I \1 atentamente la cronologa de los cambios en la identidad . 1 1 es que no fue cuestin de que los obreros reaccionaran a . iiiil)ios en sus condiciones materiales de existencia; sino ms

    II .[lie estas condiciones pasaron a ser interpretadas mediante i f . lentes conceptuales. Lo que explica que el movimiento > apareciera al mismo tiempo en pases con situaciones 1... eonmicas y niveles de industrializacin y de proletari-

    i..n muy desiguales. orno hEiU estudiado, por ejemplo, Wliam Sewell y Margaret

    Mi. i s , las nuevas formas de identidad, de organizacin y de i . . !i. I de los trabajadores franceses y britnicos que emergieron .1 |ii miera mitad del siglo X I X no fueron una consecuencia de

    ' . II iiisbrmaciones socioeconmicas que en el caso francs lii. t n escasas'*. Ms bien fueron el resultado de que los tra-

    M III.IIes de ambos pases reconceptualizaron su posicin social i i i..11 al a travs de categoras como las de libertad, derechos i illa les , trabajo o pueblo soberano. Fue al aplicar estas eatego-

    .. I . y otras como las de igualdad, explotacin, emancipacin mas tarde, revolucin que los obreros confirieron nuevos i I Meados a sus condiciones laborales, idearon nuevas expec-

    I i i i ' l vitales, definieron y legitimaron nuevas demandas y, en 'III. 1. se reconstruyeron como sujetos y agentes.

    A medida que entraban en contacto con esas categoras, los M (hiladores pasaron a concebirse a s mismos como sujetos con d-1 e l l o s naturales y como ciudadanos productivos y a exigir, en . -h ... iiencia, que se les reconocieran legalmente esos derechos y I I |.i.piedad del producto de su trabajo, para as poder llevar una

    iti 1 leordc; con los nuevos criterios de dignidad humana. Si ser s liK tivo o til a la nacin era el requisito para ser ciudadano,

    'iiees los trabajadores deban disfrutar de una ciudadana ple-. 1 l a nueva identidad obrera naci, por tanto, como resultado

    I ! 1 interpelacin que las categoras identitarias del imaginario i n i . d e i n o dirigieron a los obreros. Y de ah que el objetivo del I I iiner movimiento obrero fuera extender los derechos y realizar i ' i Kpeetitivas de armona social inherentes al discurso liberal. ! liheialismo no fue el vocabulario en que los trabajadores

    p i e s a r o n su identidad y sus interesis, como se haba credo,

  • m MIGUCI. ANO El, CABRERA

    sino el discurso que permiti que esa identidad y esos intereses se constituyeran como tales. En una etapa posterior, y a medida que fue penetrando la categ;ora de sociedad, algunos grupos de obreros comenzaron a identificarse como clase social y a exign, en consonancia con ello, una modificacin de las relaciones de propiedad.

    ., IV I Como resaltado de la rcconsideracin crtica del paradigma

    de la historia social y de la reinterpretacin de fenmenos y pro-cesos histricos como los mencionados, ha ido tomando cuerpo una nueva teora de la accin humana. Es decir, una nueva forma de concebir y explicar la conducta signiicativa de los actores histricos. A este respecto, los autores postsociales se distancian tanto de las explicaciones hechas en trminos de eleccin racio-nal historia tradicional como de las basadas en la nocin de,; causalidad social historia social. Si los sujetos no son indi--? viduos dotados de una racionalidad natural y si la esfera humana] material no posee significados objetivos, entonces ninguna dej ambas instancias puede constituir la base causal de las acciones

    >humanas. Por el contrario, si es la mediacin de un cierto patrn categorial o imaginario el C[ue confiere significado al contexto material y el que forja a los; sujetos, entonces es tambin dicha mediacin la (lue establece las condiciones de posibilidad de las acciones significativas que esos sujetos emprenden. En general, cada imaginario entraa un cierto rgimen de racionalidad prc-tica que define qu conductas son las lgicas y normales y que programa de accin es el adecuado en cada situacin histrica. En particular, al dar sentido a sus circunstancias vitales mediante un cierto imaginario, las personas forjan las creencias, intencio-nes, deseos, expectativas y frustraciones que motivan, justifican y legitiman su prctica. Por consiguiente, desde una perspectiva terica postsocial, la media(n lingstica constituye un factor causal primordial de las acciones humanas y ha de ser consi-derada, en el anlisis histrico, como la variable crucial en la explicacin de esas acciones y, por extensin, de las relaciones e instituciones humanas resultantes de ellas.

    As pues, la tesis terica central de la historiu \u s t s o c i a l i,'s que his acciones de los actores histricas no est.in d r t c r n i i

    >K1A t'OSTSOCIAL: MS ALL DliL I M A G I N A R I O MODERNO 61

    ' i'ot sus condicionis materiales de existencia, sino por el i . i i ' ado que esas condiciones han adquirido al ser concep-. ulas mediante los supuestos y categoras de una cierta

    |u ion general del mundo de naturaleza lingstica. Esta . n i ra en conflicto con los modelos tericos precedentes y, i i i i r u l a r , con la nocin de causalidad social, tan arraigada ; niiido comn de los historiadores y dems estudiosos

    ' I .u Cin humana. Sin embargo, si los contextos sociales no n significados objetivos, arguyen los autores postsociales,

    i es las acciones inducidas por dichos contextos no estn ir.nncnte determinadas. Toda accin es, por supuesto, una u. -.la ri la presin, el estmulo o los requerimientos de la

    I id c o m o bien sostienen los historiadores sociales frente 1 i i i . i o r i a tradicional. Pero se trata de una respuesta que ;i-iiipie discursivamente mediada. La historia postsocial no

    . > I hecho empricamente obvio de que existe una conexin la realidad y la conciencia que se tiene de ella y de que,

    ' M\\. ha , de que la historia postsocial prescinda de la realidad . I tal cr: la explicacin de la accin humana, sino de que con-

    i,i a dicha realidad nicamente como el marco material de H ^ l n , no como su fundamento causal. La realidad material H.m lmites a la accin humana, pero lmites materiales, no ' i i \ o s o estructurales Por lo tanto, el contexto o la posicin Mv e o n o n i i c o s puede determinar I is respuestas puramente

    i i i \ a s materiales de las per.sona; , pero no las l e s p i i e s l a s

  • 6t MIGUEL NGEL CABRERA

    significativas esto es, aiuellas que entraan algn tipo de interpretacin, creencia, motivacin o expectativa.

    La nueva tesis terica parece venir avalada, por continuar con los mismos ejemplos, por la investigacin histrica sobre las revoluciones liberales y el movimiento obrsro. Como he sugerido ya, segn los autores postsociales, las revoluciones liberales fueron el resultado no de un enfrentamiento entre grupos sociaes, sino del ascenso de un nuevo imaginario'^ Y, por tanto, la accin de los revolucionarios se explica no por su condicin social, sino por el nuevo significado que sta adquiri a la luz de ese ima-ginario. Fue la mediacin de ste la que trajo a la vida la serie de convicciones, descontentos y expectativas que los laaz a la accin revolucionaria. El Tercer Estado no se hubiera rebelado contra el Antiguo Rgimen si sus miembros no hubieran sido previamente interpelados por categoras como las de naturaleza humana, derechos naturales, autonoma individual y utilidad-pro-piedad. Fue esa interpelacin la que les llev a ver su posicin social con nuevos ojos y les indujo a adoptar su programa de accin. Fue la mediacin de esas categoras la que convirti en xuia contradiccin la disonancia entre la condicin de productores de riqueza y la carencia de derechos polticos y la que gener el correspondiente conflicto una contradiccin y un conflic-to que no existieron, ni podan existir, mientras prevaleci el imaginario feudal. En el caso de los varones de clase media o burgueses, esa interpelacin les llev a concebirse como la encarnacin plena del individuo racional dada su condicin de personas productivas, propietarias y autnomas y, por tanto, como la encarnacin del pueblo soberano. Fue esta circunstancia la que los empuj a la accin revolucionaria y la que los convirti en el grupo dominante del nuevo sistema poltico liberal. Como ha puntualizado perspicazmente Patrick Joyce, el liberalismo no es la ideologa dominante de la clase burguesa, sino el discurso que permiti a la burguesa convertirse en clase dominante'l

    En el caso de o tros grupos del Tercer Estado, fue tambin la interpelacin del discurso liberal lo que los llev a comertirse en actores polticos y a luchar como lo hicieron. Primero, contra el orden estamental y, posteriormente, contra la clase media, a h o r a a r m a d o s con una versin democrtica de d i c h o discurso. Nn me resisto a citar una vez ms ei trabajC' de Sewell soine los S.MI-. i nli.iirs, p i cs contiene un ejemplo basvtunic c;,t> laiec.;dor"''.

    HISTORIA I'OSTSOCIAL: MS ALL DEL MAOINARIO MODERNO 63

    0 que Sev/ell muestra es que no fue la escasez de alimentos, OI s misma, lo que llev al movimiento sans-culotts a alzarse i ' it ra ella, sino el significado que esa escasez pas a tener a

    ta lu/ de la nueva conce])cin general del mundo popularizada r .1 la Revolucin. El significado de ser una grave violacin 1 los derechos naturales de los seres humanos. Fue este nue- significado el que llev a los sans-culottes a denunciar el

    . iparamiento de alimentos y reclamar el establecimiento de nximo de precios. Es decir, el que los llev a emprender

    iHi I lucha poltica, y no simplemente un motn de subsistencias, Miito hubiera sido el caso poco tiempo antes. Pues la solucin 1 la crisis de subsistencias no se busca ya, como en el Antiguo

    I iiimen, en la intervencin paternalista coyuntural del Estado, m t i en el reconocimiento legal del derecho a la vida.

    No deseo ser reiterativo, pero como han estudiado algunos de i autores citados Joyce, Lockman, Seiwell, Somers, tambin I I accin del movimiento obrero se explica mejor si se la pone

    11 i.;lacin no con las condiciones materiales de existencia o la pusici.n en las relaciones de produccin de sus miembros, sino .>n la articulacin significativa de stas mediante una panoplia .l categoras caractersticas. Categoras como las de derechos nuurales, dignidad, trabajo til, explotacin, emancipacin hu-tn.ma y clase. Y no slo eso. Dicha accin depende, adems, de i i puticular definicin de tales categoras. Un concepto como

    flotacin, como ha seialado Joyce, significa cosas distintas i momentos y lugares diferentessegn se la defina como jilotacin poltica o econmica, por ejemplo y, por tanto,

    ni.hice prcticas diferentes^". Es tambin el caso de la categora i. trabajo. C o^mo ha estudiado Richard Biernacki, condiciones de i'iodnccin similares en la industria de la seda en Gran Bretaa

    N le mana dieron lugar a reivindicaciones laborales diferentes y hsimtas formas de orgaidzacin y de protesta obreras en razn

    i I tiiferente concepto de trabajo en que se basan los obreros de m y otro pas. Mientras los obreros alemanes consideran que rsplotacin de la mano de obra se produce en la esfera de 1 pioduccin, mediante la extraccin de plusvala, los obreros

    iu.'k ses localizan la explotacin en la esfera de la circulacin ! mercancas y en el sobreprecio obtenido por los patronos. Y

    'h- .ihi que la accin de protesta de unos y otros se dirigiera, 1"divamente, contra el sistema de propiedad y contra el sis-

    ( ru . t de circulacin de nu rcancas-^'.

  • 64 MIGUEL N(51!l, CABRERA

    La actual reorientacin historiogrfica parece venir igualmente avalada por las implicaciones tericas que se derivan de la crisis de la modernidad y la consiguiente desnaturalizacin de las ca-tegoras modernas. Esa crisis est sacando a la luz la existencia de procesos histricos que haban pasado desapercibidos y que la teora de la historia no puede pasar por alto. Me refiero a la potente influencia ejercida por la mediacin lingstica en la gestacin y desarrollo de la sociedad contempornea y de sus instituciones caiactersticas. Pues aunque la referida crisis ha puesto de manifiesto que las categoras de individuo y sociedad no son representaciones conceptuales de entidades realmente existentes, sino construcciones significativas, no cabe duda al-guna de que esas categoras han determinado profundamente la prctica humana durante ms de dos siglos. Dichas categoras han tenido efectos prcticos desde el momento de su aparicin y desde entonces infinidad de personas han pensado, se han identificado, han sentido y se han comportado como si fueran individuos autnomos o sujetos sociales. Las consecu;ncias tericas que se desprenden de esta circunstancia son de enorme calado, amn de obligarnos a redefinir por completo los trmi-nos del debate historiogrfico. Por lo que se trata de un asunto al que, en mi opinin, los historiadores deberan prestar una cuidadosa atencin.

    Si la concepcin moderna del mundo humano ha resultado ser un imaginario o discurso, y no una representacin, entonces el poder de las categoras modernas para determinar las acciones de las personas no puede seguir siendo atribuido a su naturaleza representacional. Es decir, esas acciones no pueden seguir sien-do consideradas como causalmente determinadas por entidades reales como la naturaleza humana y la estructura social, pues tales entidades no existen. Si las categoras modernas no son expresiones de entidades objetivas, entonces su poder para de-terminar la prctica humana no se debe a que sean un medio a travs del cual esas entidades operan y se proyectan en acciones humanas. Ms bien habra que concluir que las propias catego-ras poseen la capacidad de determinar, a travs de su mediacin significativa, las prcticas huinanas que remiten a ellas. Si las personas se han comportado como lo han hecho no es orque sean individuos autnomos o funciones de u la ostnutuia ; otiaK

    KSroRlA POSTSOCIAL: MS ALL DEL IMAGINARIO MODERNO 65

    porque han aprehendido y dado sentido a su muido y a su ai en l a travs de categoras como las de naturaleza huma-

    < sociedad. Y, por tanto, es en esta mediacin significativa, en unas supuestas naturaleza humana y estructura social,

    ".=!. hemos de buscar la explicacin de las correspondientes deas, relaciones e instituciones humanas. Es por ello que la

    I lie la modernidad ha contribuido a reforzar la concepcin . tsoeial del lenguaje como patrn de significados y ha impul-

    .1 algunos investigadores a tomar en cuenta a la mediacin > Misiica en la explicacin de la conducta humana. Pues dicha . t . h a puesto de manifiesto que el lenguaje no ha operado !i|ileinente como un medio de transmisin de los significados 1 mundo, sino como un constructor activo de stos,

    i'eeordemos que para ia historia tradicional, las instituciones i as nacieron de un a^to intencional humano, cuyo propsito

    lear un orden que estuviera en consonancia con la naturaleza M! ma y permitiera que sta se realizara en toda su plenitud, i habra sido el origen de fenmenos caractersticamente i i nos como la economa de mercado y el sistema poltico

    .e^tati^'o. Los historiadores sociales, por su parte, consi-i ei que ei origen de la forma moderna de vida se encuentra ' I surgimiento de un nuevo tipo de sociedad en particular

    iscenso del capitalismo y de la burguesa, de los que las i luiciones modernas no son ms que un producto ideolgico.

    una perspectiva postsocial, por contra, las instituciones i.mas fueron, como he dicho, el resultado de la mediacin

    Miiieativa del imaginario moderno y de la consiguiente re-Miccin de las relaciones humanas sobre nuevas bases

    i ' lo 'Jcas. Fue esa mediacin, ai proporcionar a las personas nueva concepcin de la interaccin humana, la que llev a . a idear e implantar nuevas instituciones que estuvieran en

    1 oiiancia con esa concepcin. Tampoco durante el perodo " i i MU), la manera en que las personas se han comportado y mido que ha tenido su prctica han sido una respuesta a la i.ui de la realidad sino ms bien una respuesta a la imagen

    1 realidad resultante de su aprehensin mediante los supuestos i tepon'as de un imaginario. ' orno expone Taylor, la economa de mercado, la opinin

    lii a, la soberana popular y la democracia no son ms que iliado de una reorganizacin de l a vida econmica, social

    "liiica a lartir del s u p testo de que los seres humanos son

  • 66 N'tCiUia ANdl-t r.MRERA

    agentes racionales y autnomos y portadores de un conjunto de derechos naturaltjs^^. Una vez que los seres humanos comenzaron a ser concebidos; como dotados de propiedades y propensiones naturales, todas las esferas de la interaccin humana pasaron a ser concebidas como el resultado del juego libre de esos agentes autnomos e intencionales. La economa de mercado, por ejemplo, fue la manera en que las relaciones econmicas y comerciales fueron objetivadas mediante la categora de naturaleza humana, que implica que cuando los seres humanos actan en el terreno eccmmico lo hacen como agentes calculadores y maximizadores movidos por su inters particular. Una vez que las relaciones econmicas fueron objetivadas de ese modo eomo el resultado espontneo del juego libre de agentes racionales, pasaron a ser practicadas, institucionalizadas y reguladas legalmente como tales. De igual modo que cuando los seres humanos comenzaron a ser concebidos como portadores de derechos naturales, ello llev a objetivarlos como opinin pblica y pueblo soberano y a definir e institucionalizar el sistema poltico como un contrato entre ciudadanos libres. A medida que esas objetivaciones iban arraigando, emergan nuevas formas de prctica y se establecan las correspondientes instituciones, cuerpos legales y reglas mora-les. El libre mercado de mercancas y de trabajo, el derecho de propiedad, las elecciones, las asambleas representativas, el voto y las libertades de expresin, de prensa y religiosa fueron otros tantos efectos prcticos de esa objetivacin de los seres humanos y de su interaccin a travs de categoras como las referidas.

    Y lo mismo se podra decir de la mediacin de la categora de sociedad. El supuesto de que la esfera material de la interaccin humana constituye un sistema objetivo y autorregulado llev a que los sujetos y acontecimientos humanos fueran considerados como entidades sociales, generando de ese modo un conjunto especfico de prcticas e instituciones. Fue el ascenso de lo social a partir del siglo X I X lo que sent las bases para la aparicin de nuevos fenmenos histricos como la identidad de clase, el movimiento obrero socialista, l L IMAniNARIO MODERNO 67

    perspectiva postsocial, lo que parece haber ocurrido fue ms bien que, a partir de un cierto momento, las condiciones y los cambios socioeconmicos comenzaron a ser conce])tualizados de manera diferente. Fueron discursivamente rearticulados mediante la categora de sociedad. Como consecuencia de ello, la miseria y los infortunios que aquejaban a las personas dejaron de ser explicados en trminos de responsabilidad individual y pasaron a concebirse como problemas sociales. Y as, fenmenos como la desigualdad econmica, la pobreza y el hambre pasaron a ser objetivadas como ima cuestin social que requera un trata-miento planificado y colectivo. La pobreza, por ejemplo, era el resultado, desde la ptica individualista, del fracaso personal y su solucin era la caridad y la reeducacin de los pobres. Con el ascenso de lo social, la pobreza devino un efecto del funcio-namiento defectuoso del sistema social que deba ser corregido a llaves de una intervencin experta guiada por el conocimiento cientfico". Y el mismo proceso de re-objetivacin experiment el hambre en las dcadas finales del siglo X I X , como ha estudiado minuciosamente James Vernon para el caso britnico^". En todos esos casos, fue la articulacin significativa de viejos y nuevos lenmenos reales lo que provoc la aparicin de un conjunto de prcticas e instituciones inditas que constituyen componentes primordiales del mundo contemporneo.

    El ascenso de lo social alcanz su punto culminante en la creacin del Estado del bienestar, cuyo objetivo era precisamente resolver la cuestin social. No fueron el desarrollo de la sociedad capitalista y la lucha de clases como tradicionalmente se ha iostcnido, sino la re articulacin de los problemas humanos t (mo problemas sociales, lo que dio origen al Estado del bien-estar. Esta rearticulacin significativa implic que la solucin a esos problemas requera un cambio en la organizacin de la estructura social. Si la sociedad es un sistema, y no un mero juego espontneo de individuos autnomos, entonces las condiciones de existencia de las personas pueden y deben ser reguladas mctliante la manipulacin cientfica del sistema social, medan-le la reforma social. Los conocimientos y los criterios tcnicos necesarios para acometer esa manipulacin cientfica del cuer-

    social son proporcionados por la ciencia social, cuyo papel como gua de la accin poltica fue rpidamente reconocido e mstitucionalmente recompensado. La funcin de los cientficos y expertos! sociales era la de desentraar las leyes internas o me-

  • canismos objetivos que gobiernan la interaccin humana, con el l l n de que la sociedad pudiera adoptar las medidas de ingeniera social necesarias para corregir las disfunciones del sistema so-cial y neutralizar sus efectos nocivos sobre la vida humana. En este proyecto de ingeniera social, se atribuye un papel esencial al Estado, pues ste es la encarnacin institucional de la auto-consciencia y la voluntad del propio cuerpo sociaP^ Esta son las premisas ontolgicas que subyacen al Estado del bienestar en sus diversas materializaciones, que van desde las formas ms dbiles de intervencionismo a los proyectos de socializacin integral de la vida humana que acompaan a la Revolucin Rusa de 1917. En todos los casos, el imaginario socialista oper como una liierza generativa primordial en la configuracin de las prcticas e instituciones humanas.

    La desnaturalizacin de las categoras modernas tiene otras implicaciones, de las que me limitar a mencionar tan slo dos. La primera es de orden epistemolgico y tiene que ver con el declive del etnocentrismo. A l dar por supuesto que el individuo y la sociedad existan, los estudiosos se han sentido autorizados a utilizar dichas nociones como conceptos analticos universales y a aplicarlos incluso cuando estudiaban situaciones premodernas o distintas de la moderna occidental. Frente a ello se han alzado cada vez ms voces en los tiltimos aos, como las de los deno-minados historiadores posteoloniales, la de antroplogas como Saba Mahmood y la de cientficos polticos como Patrick Chabal y Jean-Pascal Daloz^ '^. Esas voces insisten en que el abandono de los conceptos de individuo y de clase social es un requisito imprescindible si se quieren c;omprender y explicar adecuadamente las formas de identidad y de conducta propias de contextos no moderno-occidentales.

    La segunda implicacin atae a los trminos deJ debate historiogrfico. ste ha consistido, durante dcadas, en una confrontacin entre subjetivismo y objetivismo, en una suerte de dilema entre condicionamiento social y libertad individual. La historia social reaccion contra la nocin de sujeto natural incondicionado de la historia tradicional y la remplaz con la nocin de sujeto social. Posteriormente, como dije, la historia cultural invirti este movimiento terico y restableci parcial-mente el papel de la creatividad humana, al otorgar a la esfera cultural una autonoma relativa. Finalmente;, en tiempos rnientes, el llamado revisionismo se lia aprovechado del de>dilam enio del

    paradigma materialista y propugna la reinstauracin de la noci de sujeto racional. Dentro de este universo terico dicotmico, i anlisis histrico ha estado abocado a indagar y determinar cu es la relacin entre una y otra instancia, entre accin humana contexto social y, en particular, cul es el grado de dependenc: de la primera con respecto a la segunda. Este ha sido el sentic comn terico en que las discusones de los iiistoriadores h estado atrapadas durante ms de un siglo.

    Sin embargo, si individuo y sociedad han resultado ser r entidades naturales, sino construcciones significativas, entonc< ello implica que ninguna de las dos debera ser tomada con base de una teora de la accin humana y que, en consecuei cia, se habran de abandonar los trminos en que se ha venic desarrollando el debate historiogrfico. A partir de ahora, cuestin a esclarecer no es la de a cul de esas dos instancia lo individual o lo social, hay que otorgar la primaca caus |Hies tales instancias no tienen ima existencia objetiva. Lo qi se ha, de esclarecer, ms bien, es qu condiciones discursivas l i ! mediado para que los contextos materiales de la vida huma) hayan dado lugar a ciertas formas de identidad entre ellas, 1 de individuo y sujeto social, con sus correspondientes form de racionalidad prctica. Pues, de no hacerlo as, el debate bi toriogrfico sera ms bien estril y apenas servira para hac avanzar el conocimiento, sino ms bien para continuar reprod ciendo al propio imaginario moderno. Que es lo que, visto dcS' la atalaya de la crisis de la modernidad, parece que han esta* haciendo los historiadores. Cuando stos refledonan y discut tericamente en trminos de individuo versus sociedad lo q realmente hacen no es discutir sobre la realidad, sino reprodu y movilizar la lgica interna y la tensin diferencial inherente dicho imaginario. Ha sido este ltimo, y no la irealidad empric el que ha establecido los trminos y, por tanto, los lmites c deba,te historiogrfico contempcrneo.

    Lv reorientacin terica auspiciada por la historia posts cial entraa la necesidad de redefinir el objeto de estudio de investigacin histrica. De ello depende, desde la perspecti postsocial, que se puedan superar las insuficiencias explicati\ de la historia social y de que avancemos en la comprensin explicacin de la conducta de los actores histricos. Pues si 1 significados, las identidades y las acciones de esos actores son efectos de la presin causal de la realidad, sino ms bien

  • 70 M I I T I I I I \ i i , i I U l R I t l A resultado de la conceptualizaein de esa realidad mediante un patrn lingstico de significados, entonces efectivamente habra que redefinir el objetivo de la investigacin. Este no debera ser ya el de recuperar ias creencias e intenciones de los agentes y reconstruir su universo intelectual, como para la historia tra-dicional. Tampoco debera ser, como para la historia social, el de reconstruir el contexto y la posicin sociales de los agentes, como si stos fueran plataformas objetivas de su accin. Con el advenimiento de) paradigma postsocial y su cuestionamiento crtico tanto de la explicacin intencional como de la social, el objetivo prioritario de la investigacin histrica pasa a ser el de desentraar el patrn discursivo vigente en cada situacin, aneli-zar los trminos en que ste ha mediado en la relacin entre las personas y su mundo y dar cuenta de los efectos prcticos de esa mediacin. Es esto lo que permitira a los historiadores explicar las acciones significativas de las personas y las instituciones a que stas han dado lugar y hacer inteligibles los procesos y cambios histricos, Este nuevo orden del da de la investiga-cin histrica requiere, como he subrayado, que se preste una especial atencin a la genealoga o formacin histrica de las categoras, con sus correspondieites regmenes de racionalidad y de diferenciacin identitaria. Para llevar a cabo este nuevo orden del da, es necesario que los historiadores dejen de tomar la concepcin moderna del mundo como una representacin terica y de utilizar sus categoras como conceptos analticos. Es necesario que hagan un esfuej'zo por situar a la investigacin histrica ms all de los lmites tericos que le ha impuesto el imaginario moderno.

    NOTAS

    * Profesor de la Universidad de La Laguna. Este ensayo es una sntesis de trabajos ya publicados, ]IOT lo que contiene no

    pocas repeticiones de idiias, argumentos y ejemplos. Confo en que esas repeticiones quedei excusadas por mi afn de contribuir a extender y estmular la reflexin y el debat sobre un tema que considero importante.

    1. Margaret Somers, Class Formation and Capitalism. A Second Look at a Classic, European Journal of Sociology, 'SI, 1 (1996), pg. 180.

    2. Aqu me estoy refiriendo a la obra de historiadores como Keith Bake.', Patrick Joyce, Mary Poovey, Joan Scott, \,'illiam Sewell y Jimes Vernon, as como a l;i ce algunos historiadores postcoloniales, a la de socilogas histrSricas como M;u;>,:iift R . Sonicrs, a la de cientficos polticos como I; ncsio 1 aflau, Ch.mtal

    f.A l U l U R l A P O S T S O C l . M M . \ \ I , , ! I 1 l i i M U O M O I H R N O 71

    Moiitic y Patiick Chabal y a la do annoplonas como Saba Mahmood. La nmina i? pulirla ampliar con los noiu )rcs de algunos Itisioriadores y socilogos de inspi-rachiu loucautiana (como Mitilicll Ucan, Thoms Osborne, Giovanna Procacci o Nikolas Rose)

    3, Mstil donde yo s, el trmino "historia postsocial" fue utilizado por V/., en el sentido que aqu se le da, por ei historiador britnico Patrick Joyci incluy en el ttulo de uno de sus Cursos en la Universidad de Manchester.

    4. Charles Taylor, Imaginarios sociales modernos, Barcelona. Paids, 2006, tHf I y David Bell, Nation et patrie, socit e civilisation. Transformations du 1 ; VWfibulaire sosial fran9ais, 1700-1789 , en Laureiice Kaufmann y Jacques Guilhau-

    ' ttiou (dirs.), L'invention de la socit. Nominalisme politique et scicnce sociale au V I llh- sicle, Parss, EHESS, 2C03, pg, 99-120. S Keith M. Baker, Enlightenment and the institution of society; notes for a

    1 (lili vplual hisiory en Sudipta Flaviraj y Sunil Khilnani (eds). Civil i'ociety. History iiiiil l'iissibilities, Cambridge, Cambridge Universit;- Press, 2001, pgs, 84-104 y Da-vii l lU-ll, Nation et patrie, socit et civilisation,,., op. cit. Sobre la genealoga de lii t iicgora de sociedad puede vjrse, asimismo, Miguel A. Cabrera, La crisis de lo MM i. i l y su repsrcusin sobre los estudios histricos, Pasado y memoria. Revista de lliM.iria Contempornea, 2, 200,?, pgs. 273-286 y Miguel ngel Cabrera y Alvaro '..uiiaiia Acua, De la historia social a la historia de lo social, Ayer, 62 (2006), j .a fs 165-192.

    . Sobre este proceso histrico, ver Marcel Cauchet, De Tavnement de l'in-thvulu a la dcouverte de la soc t, Annales, ESC, 34 (1979), pg, 454 y Claude t n i i i l i c i , L'invention de la socit civile. Lectures anglo-cossaises: Mandeville, Smith, Ifryjison, Pan;., PUF, 1993.

    7. Peter Wagner, 'An entirely new object of consciousness, af volition, of OiiMij'.lit'. The coming into being and (almost) passing away of 'society' as a scientific >ti|, en Neus Carbonell y Meri Torras l i l i s ), Feminismo literarios, Madrid, Arco Libros, 199', pgs, 77-112.

    Joan W, Scott, Una respuesta a las crticas. Historia Social, 4 (1989), p.K- 129,

    10. Mary Poovey, The social constitution of "class": toward a history of clas-iluatory thinking, en Wai Chee Dimock y Michael T Gilmore (eds.), Rtthinking class. I iicniiy sludies and social formations, Nueva York, ([^ olumbia University Press, 1994, j U ! " . , 15-18 y 45-48.

    11. Margaret R, Somers, N;irrativity, narrative identity, and social acin: rethinking 1 if',li!ih working-class formation. Social Science Histcry, 16, 4 (1992), pg, 606,

    12. Zachary Lockman, Imagining the workinj class: culture, naiionalism, and i l,iss formation in Egypt, 1899-1S14, Poelics Today, 15, 2 (1994), p;js, 157-190.

    13. Keith M, Baker, Inventitg the French Revolution. Essays on F.-ench political luliinv in the eighteenth century, Nueva York, Cambridge University Press, 1990, pg. 6.

    14. Joan W. Scott, Only paradoxes to ojfer. Frenth feminists and the Rights of Man, l'iitibridgc, Mass., Harvard University Press, 1996.

    15. Una excelente muestra de historia cultural del movimiento obrero puede vi'i.sc en Manuel Prez LedcHiuu, l.a truiacin de lu clase obrera. Una creauin

  • cultural, en Manuel Prez Ledcsma y Rafael Cruz (eds.), Cultura y inmlizucin en la Espaa contempornea, Madrid, Alianza Ed., 19S7, pgs. 201-233.

    16. William H. Sewell, Trabajo y revolucin en Francia, El lenguaje del movimiento obrero desde el Antiguo Rgimen hasta 1848, Madrid, Taurus, 1992, cap. 9 y Margaret R. Somers, Narrativity, narrative identity, and social action, art. cit Elementos de esta explicacin se encuentran tambin, por ejemplo, en Pairick Joyce, Visions of the people. Industrial Engla.td and the question of class, 1848-191-i, Cambridge, Cambridge Univer-sity Press, 1991. En este punto me baso, adems, n la investigacin en curso de Jess de Felipe Redondo sobre los orgenes del movimiemo obrero espaol. Agradezco al autor que me permitiera leer y citar esa investigacin.

    17. Esta os sustancialmente la tesis que mantiene, por ejemplo, Keith Baker en Inventing the French Revolution, cp. cit..

    18. Patrick Joyce (ed.), Cluss, Oxford, Oxford University Presii, 1995, pg. 183.

    19. William H. Sewell, The sans-culotte rhetoric of subsistence, en Keith M. Baker (ed.), The French Revolutior and the creation of modern politicai culture, vol. 4, The Terror, Oxford, Pergamon, !994, pgs. 249-269.

    20. Patrick Joyce, Visions o/the people, op. cit., pg. 16. 21. Richard Biernacki, The fabrication of labor. Germany and Britain, 1640-

    1914, Berkeley y Los ngeles, University of California Press, 1995 y Labor as a imagined commodity, Politics and Society, 29, 2 (2001), pgs. 173-205.

    22. Chatios Taylor, Imaginarios sociales modernos, op. cit., caps 5, 6, 8 y 9. 23. Citar a Giovanna Procacici, Gouverner la misre. La question sociale en

    Frunce, I789-\S'\S, Pars, Seuil, 1993 y Sociology and Its Poor, Politics and Society, 17, 2 (1989), pgs. 163-87.

    24. James Vernon, The etMcs of hunger anc! the assembly of society: the techno-politics of the school meal in modern Britain, American Historical Review, 110, 3 (2005), pags. 693-725. Sobrj el ascenso de lo uocial en general, jmeden verse Bruce Curts, Surveying the social: techniques, practices, power, Histoire Social/ Social History, 25, 69 (2002), pgs. 83-108 y Jacques Donzelot, L'invention du social, Pars, Seuil, 1994.

    25. Vase, al respecto, Nikoas Rose, Powers offreedom. Reframingpolitical thought, Cambridge, Cambridge Uriversity Press, 19S9, cap. 3.

    26. Con respecto a los prim-sros, pueden verse, por ejemplo, los trabajos de autores como Parta Chatterjee, Dipe sh Chakrabarty y (jyan Prakash. Sab.i Mahmood, Politics of piety. The Islamic revival and the feminis! subject, Princeto.i, Princeton University Press, 2004, en especial cap. 1, y FeminEt theory, embodiment, and the docile agent: sonie reflections on the Egyptian Islamii; revival. Cultura' Anthropol-ogy, 16, 2 (2001), pgs. 202-236 y Patrick Chabal y Jean-Pascal Daloz, Culture troubles. Politics and the interpreta-ion of meaning, Chicago, University of Chicago Press, 2006.

    SEGUNDA PARTE. PRCTICAS HISTORIOGRFICAS TRAS L A

    CRISIS DE L A HISTORIA TOTAL