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ESPAÑA EN EL ESPEJO: LA REVOLUCIÓN POLÍTICA Y LA GUERRA DE 1808-1814 EN LAS FUENTES BRITÁNICAS Trabajo de investigación realizado por Daniel Yépez Piedra y dirigido por el profesor Esteban Canales Gili Programa de Doctorado d’Història comparada, social, política i cultural. Departament d’Història Moderna i Contemporània. Universitat Autònoma de Barcelona. Febrero/Junio 2006.

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ESPAÑA EN EL ESPEJO: LA REVOLUCIÓN POLÍTICA Y LA GUERRA DE 1808-1814 EN LAS

FUENTES BRITÁNICAS Trabajo de investigación realizado por Daniel Yépez Piedra y dirigido por el profesor Esteban Canales Gili Programa de Doctorado d’Història comparada, social, política i cultural. Departament d’Història Moderna i Contemporània. Universitat Autònoma de Barcelona. Febrero/Junio 2006.

ESPAÑA EN EL ESPEJO: LA REVOLUCIÓN POLÍTICA Y LA GUERRA DE 1808-1814 EN LAS FUENTES BRITÁNICAS

1. Presentación e Introducción. ……………………………………. PP. 3 – 11. 2. Las percepciones británicas de la Revolución española: entre la causa

española y el temor revolucionario. ………………….……………... PP.12 – 25.

3. Los británicos ante un nuevo órgano de poder en la España antinapoleónica. La Junta Central.

3.1 Caracterización de las Juntas: proceso de creación. ……… PP.26 – 29. 3.2 Caracterización de las Juntas: Tarea de gobierno y búsqueda de apoyos

internos y externos. …………………………………...…….. PP.29 – 34. 3.3 La necesidad de un gobierno central: la Junta Central. …..… PP.35 – 43. 3.4 Las Juntas y su ineficaz gestión de la guerra. Ejércitos provinciales y

necesidad de un mando único. ………………….………….. PP. 43 – 49.

4. El Consejo de Regencia. 4.1 Breves consideraciones introductorias. ………….…..……. PP. 50 – 51. 4.2 La opción de la Regencia. La constitución del primer Consejo de

Regencia. ………….…………………………….…………. PP. 51 – 56. 4.3 Los diferentes Consejos de Regencia: de un poder activo a un poder

subordinado a las Cortes. ………………………………….. PP. 56 – 68. 5. Las Cortes.

5.1 El grand affaire: la convocatoria de las Cortes……..…….... PP. 69 – 77. 5.2 Las primeras sesiones de las Cortes Extraordinarias. ……… PP.77 – 88. 5.3 La continuación de las sesiones: la Constitución de Cádiz. PP.88 – 102. 5.4 Las Cortes y el esfuerzo bélico. ……………...………….. PP.102 – 112. 5.5 La Política religiosa de las Cortes. ……...………………. PP. 112 – 117. 5.6 El periodo de las Cortes ordinarias. ………...…………... PP. 117 – 121.

6. El final de la Revolución: más allá de 1814. ………………….. PP. 122 – 136.

7. Conclusiones. ……………………………………………...….. PP. 137 – 142.

8. Bibliografía. ……………………………..…………………….. PP.143 – 153.

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ESPAÑA EN EL ESPEJO: LA REVOLUCIÓN POLÍTICA Y LA GUERRA DE 1808-1814 EN LAS FUENTES BRITÁNICAS

1. PRESENTACIÓN E INTRODUCCIÓN

El presente texto pretende analizar la visión que se tuvo en el Reino Unido de la revolución española entre 1808 y 1814, coincidente con la Guerra de Independencia. El tema se inscribe en mi investigación sobre la imagen de España a través de las narraciones británicas de la Guerra Peninsular.

España entre 1808 y 1814 vivió sus agitados inicios de la época contemporánea,

en los que coinciden una guerra contra el avance napoleónico y la revolución que la inició y que acompañó al desarrollo de los movimientos bélicos. Tanto los británicos como los españoles tuvieron que enfrentarse a esta doble coyuntura de guerra y revolución.

Esta coincidencia determinó el modo de aproximarse de los diferentes

observadores y comentaristas británicos a la realidad española. Tuvieron sus propias ideas y su propio orden de prioridades que no siempre encajó con lo que estaban haciendo los españoles. La queja de dar prioridad a los cambios políticos frente a centrar sus esfuerzos en la guerra apareció en diferentes momentos a lo largo de esos seis años. Este orden equivocado de sus prioridades, a su entender, fue visto como una de las causas principales de su fracaso final, y se convirtió en el principal argumento caracterizador en su particular visión del comportamiento político de los españoles durante esos años, de las decisiones que se tomaban y la forma en que ejercieron el poder.

Sin embargo, la perspectiva de nuestro análisis no se puede cerrar en 1814,

porque debemos encajar todos estos fenómenos en procesos históricos de larga duración, yuxtapuestos en diferentes niveles. No sólo me estoy refiriendo a la consideración de la Guerra de la Independencia como la primera fase de la revolución liberal española, que no deja de ser una construcción historiográfica y un proceso que ni participante ni observadores fueron conscientes de ellos.

Estoy aludiendo a la existencia de diferentes imágenes de España integradas en

el imaginario colectivo británico. En el siglo XVI se había desarrollado la imagen de la España de la Leyenda Negra, que a inicios del siglo XIX no estaba del todo olvidada. Más aún, los viajeros ilustrados la matizaron incidiendo en algunos aspectos como la superstición o realzando otros como el retraso económico. Pues bien, en las décadas anteriores a la guerra, empezaron a aparecer aquellos aspectos que más tarde conformarían la otra imagen de España que se instaló en Gran Bretaña: la imagen

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romántica. El impulso recibido durante la guerra, muy vinculado al apoyo a la lucha que habían iniciado los españoles por su libertad e independencia, fue decisivo.

Estas dos imágenes antagónicas de España coexistieron a lo largo de siglo XIX,

viviendo la imagen romántica un momento de esplendor hasta los años cincuenta. Ambas imágenes eran las referencias culturales e ideológicas con las que llegaban los viajeros europeos, y del resto del continente europeo, a España. Su perduración en el tiempo fue clara al ser rescatadas por toda la publicística que se generó en Gran Bretaña alrededor del debate que suscitó la Guerra Civil española, tal como ha estudiado Enrique Moradiellos. Pero en aquellos momentos se estaba gestando otra imagen de España, aquella de la supuesta peculiaridad del país respecto al resto de Europa.1

Por otro lado, y ya centrados en los prolegómenos de nuestro estudio, tenemos que señalar que intentar hacer la visión del propio país a partir de las observaciones y comentarios de personas de otro país que estuvieron presentes en él representa un juego de espejos y moverse por un terreno nada fácil. Las visiones de un mismo fenómeno no acostumbran a ser coincidentes y la doble cara de los acontecimientos que ocurrieron durante estos poco más de seis años acaba complicando nuestro panorama.

Nuestro marco cronológico son las fechas de la Guerra de la Independencia

española. Parece más adecuada la terminología británica de Peninsular War para ese conflicto, porque no se olvida de otro de los países afectados, Portugal, y esa concepción no disminuye la importancia de dos de los contendientes, Gran Bretaña y el Imperio napoleónico, cuyas disputas por la hegemonía se iba a dirimir también en esa guerra. Por lo tanto, estalló una guerra nueva, hubo un cambio en las alianzas y los soldados lucharon en un nuevo escenario bélico, pero sus inicios los tenemos que encontrar en las guerras napoleónicas, guerras en las que debemos recordar que España no se había mantenido al margen.

Estamos ante un caso complejo porque necesitará el análisis de la nueva relación

que se estableció entre dos antiguos enemigos, y ahora aliados temporales, entre Gran Bretaña y los españoles. Si pretendemos tener una panorámica general de la guerra, podemos afirmar que son necesarias visiones que se acerquen a las fuentes de todas las procedencias, incluyendo las francesas o portuguesas, no del todo conocidas en España.

Y aún más, una guerra con tantas implicaciones internacionales como ésta nos

tendría que hacer más abiertos a la disponibilidad de fuentes de muy diferente procedencia geográfica. Las aportaciones que nos podrían proporcionar las fuentes alemanas, polacas o italianas sobre la guerra no se tendrían que desdeñar en un análisis global de aquellos años. 1 Sobre la confluencia de estas dos imágenes durante la Guerra Civil, me remito a Enrique Moradiellos, “The British Image of Spain and the Civil War,” en IJIS, vol.15 (1), 2002, pp. 4-13.

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La presente investigación pretende contribuir al mejor conocimiento de la

contienda española y de la revolución política que la acompañó utilizando para ello una parte fundamental de estas múltiples facetas, la que proporcionan las fuentes británicas. Optar por investigar desde una perspectiva británica la guerra y la revolución es toda una declaración de intenciones porque supone alejarse de los caminos más tradicionales y acercarse a nuevas vías impulsadas desde la perspectiva comparada. Esta opción metodológica no es nueva, porque ambas historiografías han dejado parcialmente atrás anteriores prejuicios y se han acercado a las fuentes que les podía ofrecer la otra. Charles J. Esdaile por el lado británico o Alicia Laspra por el lado español son buenos ejemplos de ello. Ahora sólo tenemos que seguir trabajando para acabar de construir un espacio común que lleve a un mejor entendimiento por los dos lados, tal como ha sugerido recientemente P. Dwyer. 2

Hablar de fuentes británicas supone incluir en ellas las irlandesas, pues Irlanda

formaba parte de Gran Bretaña desde 1801. Pero esa procedencia no implica visiones diferentes de las fuentes inglesas y escocesas, más allá de buscar similitudes o de resaltar el factor católico, elemento común a españoles e irlandeses. Las fuentes archivísticas y documentales son muy variadas y han sido más o menos utilizadas en función de su grado de adecuación a las necesidades de esta investigación. 3

Entre las fuentes archivísticas, encontramos en primer lugar los fondos

documentales depositados en el Public Record Office, es decir, toda la documentación oficial generada por la gestión de gobierno del gabinete británico. En esta investigación utilizaremos los Foreign Office Papers, que incluyen toda la documentación oficial enviada a diferentes miembros del gobierno británico por los diferentes embajadores y representantes extraordinarios en España y por toda la red de agentes de agentes civiles y militares que se extendió por distintos puntos de la geografía española durante la guerra.

2 P. Dwyer, “New Avenues for Research in Napoleonic Europe” en European History Quarterly, Vol. 33(1), (2003), pp. 101-124. La extensa bibliografía de Charles J. Esdaile impide hacer una relación de todas sus obras. Por eso citaremos The Peninsular War. A New History, London, Penguin Books, 2002, de la existe una traducción castellana, La guerra de la Independencia. Una nueva historia, Serie Mayor, Crítica, Barcelona, 2004; The Duke of Wellington and the Command of the Spanish Army, 1812-14, Londres, McMillan Press, 1990. De Alicia Laspra señalaría sus obras sobre la relación entre Inglaterra y la Junta asturiana: Intervencionismo y Revolución. Asturias y Gran Bretaña durante la Guerra de Independencia (1808-1813), Oviedo, Real Instituto de Estudios Asturianos-CSIC, 1992; y Las Relaciones entre la Junta General del Principado de Asturias y el Reino Unido en la Guerra de Independencia. Repertorio Documental, Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, 1999. 3 Una primera aproximación a estas fuentes la podemos realizar en Alicia Laspra, “Fuentes Documentales para el Estudio de la Guerra de la Independencia en el Public Record Office y otros archivos británicos,” en Actas del Congreso Internacional Fuentes Documentales para el Estudio de la Guerra de la Independencia, organizado por la AEGI Pamplona 1-3 Febrero 2001, Pamplona, Ediciones Eunate, 2002, pp. 265- 297

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Las fuentes archivísticas públicas se tienen que combinar con las privadas, con los papeles personales de distintos personajes, políticos o no, y que tuvieron cada uno una relación directa o más temporal con los asuntos españoles.

La serie documental privada más importante utilizada en esta investigación es

sin duda los Holland House Papers que se encuentran en la sección de manuscritos de la British Library, en la ciudad de Londres. En estos papeles encontramos toda la documentación, destacando la correspondencia, de los terceros Lords y Lady Holland, Lord Henry Richard Vassall Fox y Lady Elizabeth Holland. Lord Holland era el sobrino de Charles J. Fox, quien había muerto en 1807, y su heredero político al frente de la influyente corriente foxita. Lord Holland había estado ya dos veces en España y tenía vínculos muy íntimos con ese país. En 1808 se convirtió en la voz más reputada en los asuntos españoles, volviendo a visitar el país entre octubre del 1808 y agosto del 1809. Desde su posición privilegiada en la Cámara de los Lores presionó al gobierno para que se apoyase la causa española. También encontramos toda la documentación de su amigo personal y médico de la familia, el Doctor John Allen, personaje erudito que le acompañó en ese viaje y al que siempre se le ha dejado en un segundo plano.

De forma secundaria también he utilizado los Doyle Papers, que se encuentran

en la Bodleian Library de Oxford, y el manuscrito titulado “On the proceedings of the Cortes of Spain from the 24th of September to the 15th November of 1810,” escrito por Lord John Russell. Se trata de un texto que leyó ante la Speculative Society de Edimburgo en una de sus sesiones de 1811. 4

La investigación nos podría haber conducido a visitar fondos documentales

privados existentes en otros archivos británicos, pero una parte de ese trabajo puede ser sustituido con la atención prestada a las fuentes primarias publicadas. Estamos ante un fenómeno mucho más extendido que en España, ya que ha habido un gran afán por recuperar la correspondencia, las anotaciones en los diarios y otros textos personales y privados, materiales que son organizados, más o menos contextualizados y publicados en un intento de dejar constancia del personaje en cuestión. A veces, se convierten en obras poco homogéneas que transcriben sólo una parte de su documentación archivística, pero que en algunos casos es suficiente para acercarnos a su relación personal con la guerra en España sin importar si el personaje en cuestión estuvo durante esos seis años en la Península. Hemos de señalar que estas obras suplen la falta de memorias autobiográficas de algunos personajes. 5

4 Bodleian Library (Oxford): Duke Humfrey’s Library, Mss English Historic 40346 e.241. Aquí se halla el original de este manuscrito. 5 Excepciones son Henry Edward Holland, 4th Lord Holland (ed.); Foreign Reminiscences. By Henry Richard Lord Holland. Second Edition, London, Longman, Brown and Green, 1851; Lord Stvordale (ed.); Further Memoirs of the Whig Party 1807-1821 with some Miscellaneous Reminiscences, by Henry Richard Vassall, Third Lord Holland. London, John Murray, 1905; Recollections and Suggestions by John Lord Russell, London, 1875, etc.

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Son múltiples los ejemplos, y en muchos casos hay varias ediciones, o nuevas

obras que recopilan nuevos materiales y amplían la disponibilidad de fuentes directas de un personaje. Éste puede ser el caso de Francis Horner, un joven diputado whig, muy próximo al círculo de la Holland House y un defensor inicial acérrimo de la causa española para atemperar sus ánimos hacia España mientras ganaba protagonismo político en la Cámara de los Comunes. 6

Otro ejemplo es el del político radical John Cartwright, quien llegó a hacer una

serie de propuestas políticas para España.7 Ni Cartwright ni Horner ni muchos que se interesaron por los asuntos españoles visitaron el país, y su contacto más cercano fue con los representantes de las diferentes Juntas provinciales que fueron enviados a pedir ayuda, o con el personal diplomático que posteriormente se desplazó a Inglaterra como forma de plasmar la alianza y la consiguiente reapertura de las relaciones diplomáticas.

Dentro del grupo de las fuentes publicadas podemos encontrar el caso de la

reproducción de la documentación oficial. Supone dar una muestra más de la personalidad del protagonista del libro, sirviendo de complemento a toda su documentación privada. Un ejemplo es la documentación publicada de Richard Wellesley, Marqués Wellesley, como enviado extraordinario británico ante la Junta Central en 1809. 8

Esta obra de un único volumen es un ejemplo excepcional, pero no único, ya que

abundan los casos de las grandes series documentales, con escritos oficiales y privados y correspondencia pública y personal de los grandes nombres de la política británica, militares incluidos. Reproducen documentación que encontramos en diversos archivos hasta convertirse en publicaciones de obligatoria consulta como primer paso en la investigación. El caso de Wellington es conocido, porque no se ha reducido a una única serie documental, sino que su larga carrera política y militar y la gran cantidad de documentación han permitido la publicación de diferentes series documentales. En esta investigación nos centraremos en la primera de ellas, los Wellington’s Despatches, muy centrada en su carrera militar en los diferentes escenarios en que luchó. 9

6 Leonard Horner (ed.); Memoirs and Correspondence of Francis Horner, M. P. Second Edition, Murray, London, 1853; Bourne, Kenneth Bourne and B. Taylor (eds.); The Horner Papers. Selection from the Letters and Miscellaneous Writings of Francis Horner, M. P., 1795-1817, Edinburgh University Press, 1994. 7 F. D. Cartwright (ed), The Life and Correspondence Major Cartwright, Reprint of Economics Classics, Augustus M. Kelley Publishers, New York, 1969 8 Montgomery Martin (ed.), The Dispatches and Correspondence of the Marques Wellesley, K. G., during his lordship’s mission to Spain as ambassador extraordinary to the Supreme Junta in 1809, London, John Murray, 1838. Los originales de los documentos reproducidos están en el Public Record Office. 9 Lieut. Col. J. Gurwood, (ed.); The Dispatches of Field Marshall The Duke of Wellington During His Various Campaigns in India, Denmark, Portugal, Spain, the Low Countries and France, from 1799 to 1818 compiled from official and authentic documents by Lieutenant Colonel Gurwood, 13 vols, London: John Murray, 1838. Los relativos a la Peninsular War ocupan de los volúmenes 4 al 12.

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Un segundo grupo dentro de las fuentes publicadas son los registros

parlamentarios de las dos cámaras de Westminster, recogidos en la colección Parliamentary Debates. No sólo están presentes los debates parlamentarios en ambas cámaras, muy vivos tras el fracaso de la campaña del Teniente General Sir John Moore o tras la retirada que se produjo tras la victoria de la batalla de Talavera; figura también parte de la documentación oficial entre el gobierno y los agentes civiles y militares, el embajador británico en Madrid, John Hookham Frere, y el propio Moore, documentos que la oposición, tras atacar al gobierno por esa derrota, consiguió que se hiciesen públicos. Estamos, por lo tanto, ante una fuente política de primer orden porque confluyen en ella las opiniones tanto del gobierno como de la oposición parlamentaria. A través suyo podemos observar cómo la oposición dejó de utilizar el tema español para atacar la política del gobierno una vez que los británicos volvieron a adoptar una actitud ofensiva.

Un tercer grupo dentro de las fuentes publicadas son los relatos de viajes en los

que visitantes británicos que vinieron a la Península por muy diferentes motivos cuentan sus experiencias, sus comentarios y observaciones de la realidad que encontraron y con la que tuvieron que relacionarse. España había sido un destino secundario en los circuitos del Grand Tour ilustrado,10 pero las circunstancias bélicas favorecieron la llegada de nuevos visitantes porque los destinos tradicionales (Francia, las tierras alemanas, gran parte de las tierras italianas posteriormente) estaban cerrados a los visitantes británicos. En Gran Bretaña, además, los viajes formativos del Gran Tour estaban dando paso a viajes en que se buscaba lo exótico, lo novedoso o lo tradicional frente a un mundo en rápido cambio. Representaba una nueva sensibilidad de carácter romántico, que se había desarrollando antes del estallido de la guerra, pero que encontró en España otra de sus fuentes de expresión. Tales viajes aportan informaciones para conocer la situación española en el momento histórico en que estuvieron aquí.

La Península Ibérica se convirtió tanto en el objetivo de esos viajeros como en

una etapa previa y necesaria antes de dirigirse hacia otros destinos, principalmente el Mediterráneo. Éste fue el caso de Lord Byron y el de su acompañante John Cam Hobhouse, Lord Broughton. Hicieron una visita muy rápida, entrando por Badajoz desde territorio portugués y visitando Sevilla y Cádiz. Pero ninguno de los dos hizo muchas referencias políticas, lo que, junto a la rapidez de su vista, resta valor para nuestra investigación. 11

10 Sobre el Grand Tour me remito a Jeremy Black, The British abroad. The Grand Tour in the Eighteenth Century, Sutton Publishing, Stroud, Gloucestershire, United Kingdom, 2003. 11 Para esta visita me remito a: lady Dorchester (ed.) Lord Broughton, Recollections of a Long Life, With additional extracts from his private diaries. 4 vols, London, 1909, especialmente, pp. 6-12; “From Lord Byron to his mother, Mrs. Catherine Gordon Byron, Gibraltar, August 11th, 1809” en Byron. A Self-Portrait. Letters and Diaries, 1798 to 1824. With Hitherto Unpublished Letters in two volumes by Peter Quennell. London, John Murray, 1950, vol. I, pp. 52-56; “From Lord Byron to Francis Hodgson,

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Pero los relatos de otros viajeros se centraron en su experiencia en la Península,

encontrando ejemplos en los distintos momentos de los 6 años de guerra y revolución. En 1808 Charles Richard Vaughan acompañó en calidad de secretario de Charles Stuart, representante británico que asistió a la creación de la Junta Central. La experiencia en España la plasmó en un relato y en un panfleto titulado “Narrative of the siege of Saragossa,” que resultó ser todo un éxito editorial. 12 Este relato nos remite a su primera experiencia en la Península, aunque no fue la única, porque desde 1810 ocupó diversos cargos en la embajada británica. Para conocer ese periodo tenemos que acercarnos a la documentación oficial, o a la documentación personal, los Vaughan Papers, depositados en el All Souls College, de Oxford, cuyo acceso es muy restringido. 13

nuestros objetivos, sin quitar valor a la obra del agente comercial angloamericano.

La presencia de visitantes británicos en 1809 se multiplicó en España. Blanca

Krauel Heredia se refiere a ellos en su estudio sobre la visión de Andalucía en los viajeros británicos entre 1760 y 1845.14 Para el periodo de la guerra de la Independencia, la autora utiliza fundamentalmente las obras de William Jacob, sir John Carr y Robert Semple.15 En esta investigación utilizamos las dos primeras obras, porque se adecuan más a

W. Jacob fue un diputado conservador que quiso vivir en primera persona lo que

ocurría en España y nos proporciona una imagen muy viva de la misma. Su obra es importante porque recorrió las tierras andaluzas en los meses previos a la ocupación francesa, visitando la Sevilla de otoño de 1809 con todo su movimiento político y estando presente en las primeras semanas del Cádiz sitiado en 1810. Su obra no es el

Gibraltar, August 6, 1809”, en Leslie A. Marchand (ed.), Byron’s Letters and Journals. John Murray, London, 1974, Vol. 1, pp. 216-217. Una explicación la encontramos en Phillip H. Churchman, “Lord Byron’s Experiences in the Spanish Peninsula in 1809,” Bulletin Hispanique, Tome 111, 1909, pp. 55-171. Byron es un personaje cuya relación con España durante la Guerra tiene que ser revisada. 12 El relato del 1808 está publicado en castellano: M. Rodríguez Alonso (ed.), Ch. R. Vaughan, Viaje por España 1808, Cantoblanco (Madrid), Col de Bolsillo, Nº5, Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, 1987. Incluye una copia de “Narrative of the Siege of Saragossa”. 13 Sobre su documentación en Oxford, véase P. de Azcárate, “Memoria sobre los Vaughan Papers”, BRAH, NºCXLI, (1957), pp. 721-744, y M. A. Ochoa Brun, “Catálogo de los Vaughan Papers de la Biblioteca de ‘All Souls College’, de Oxford relativos a España”, BRAH, Nº CXLIX, (1961), pp. 62-122. 14 Blanca Krauel Heredia, Viajeros británicos en Andalucía: de Christopher Hervey a Richard Ford (1760-1845), Publicaciones de la Universidad de Málaga, 1986. Sobre la guerra de Independencia, es interesante el artículo de la misma autora, “El último refugio de las libertades españolas. Testimonios ingleses sobre Andalucía en 1809” en Archivo Hispalense, nº222, (1990), pp. 95-125. 15 William Jacob: Travels in the South of Spain, in Letters Written A.D. 1809 and 1810. London, J. Johnson, 1811; Sir John Carr, Descriptive travels in the Southern and Eastern Parts of Spain and the Balearic Isles in the Year 1809, London, 1811; Robert Semple; A Second Journey in Spain in the Spring of 1809. C. and R. Baldwin. London, 1809. Del primero existe traducción castellana en Rocío Plaza Orellana (ed.), William Jacob, Viajes por el Sur. Cartas escritas entre 1809 y 1810, Portada Editorial, Memorias para una historia social de Andalucía, nº2, Dos Hermanas, 2002.

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típico libro de viajes porque en realidad reproducía las cartas que enviaba a un remitente imagin

orque su ámbito geográfico es más am valencianas, catalanas y las islas Baleares. Sin embargo, no tiene ta

uí consideramos principales, como el diario que Lady Holland escribió en que reflejó su experie

n Cádiz a la visita de Wellington, por ejemplo. Clive y Bridgeman definitivamente abandonaron a Russel

su viaje por España, todavía parcialmente ocupada por las tropas napoleónicas. Nos dejó alguna

ario explicando sus visiones y comentarios de la realidad. Sir John Carr sí era viajero profesional y esto se refleja en su obra, más centrada

en la anécdota que en el análisis, aunque la obra destaca pplio al visitar tierras ntas referencias políticas como la obra de Jacob. Sin embargo discrepamos de la autora en su selección de obras. Entendemos que

no aborde la obra de Lord Blayney,16 ese militar capturado tras un ataque infructuoso en las cercanías de Fuengirola. Ser prisionero de los franceses condicionó sus comentarios. El tipo de obras que utiliza en su investigación hace que no use obras que aq

ncia en España entre 1808 y 1809 junto a su familia y el doctor John Allen. 17 George Bridgeman, junto a Hobert Clive y Lord John Russell, visitaron España

en 1813. De forma privada se publicaron las cartas que envió a casa.18 En un principio el destino de su viaje era Sicilia y las tierras otomanas y el paso por tierras españolas iba a ser rápido. Finalmente permanecieron casi un año en España, asistiendo e

l, quien prefirió permanecer en España, y embarcaron hacia Sicilia. Lord John Russell es un personaje destacado. El futuro primer ministro

acompañó a los Holland entre 1808 y 1809, asistió a las primeras sesiones de las Cortes en 1810, recorrió España en 1812 y en 1813, acompañando a Edward H. Locker. Llegó a visitar a su hermano, Lord William Russell en los cuarteles generales de Wellington en Vera del Bidasoa. Russell tuvo que volver a Inglaterra tras que su padre comprase su elección como diputado por la pequeña circunscripción de Tavistock. Locker continuó

s impresiones interesantes de la segunda parte de su viaje por tierras españolas. 19

16 Andrew-Thomas Blayney, Lord Blayney; Narrative of a forced journey through Spain and France as a prisoner of war in the years 1810 to 1814, London, 2 vols. E. Kerby, 1814. Existe una traducción castellana de la parte referente a su paso por España; Antonio Muñoz Pérez (ed.): España en 1810. Memorias de un prisionero de guerra inglés. Colección Histórica Ilustrada, París, 1960. 17 Earl of Ilchester (ed.), The Spanish Journal of Elizabeth Lady Holland. Longmans, London 1910. Un análisis de esta obra lo encontramos en Antonio J. Calvo Maturana; “Elisabeth Holland: portavoz de los silenciados y cómplice de un tópico,” en Cuadernos de Historia Moderna, nº29, pp. 65-90. Este diario se complementa con el resto de su diario publicado en una edición anterior en Earl of Ilchester (ed.), The Journal of Elizabeth Lady Holland. Two Volumes (1st:1791-1799; 2nd: 1800-1814), Longmans, Green, and Co, London, 1908. De estos volúmenes quedaban excluidos sus experiencias viajeras. 18 George A. F. H. Bridgeman (afterwards Earl of Bradford), Letters from Portugal, Spain, Sicily, and Malta, in 1812, 1813 and 1814. London. Privately printed at the Chiswick Press, 1875. Bridgeman era primo de Russell y Clive un amigo íntimo. 19 Edward Hawke Locker; Paisajes de España. Entre lo pintoresco y lo sublime. Edición e introducción de Consol Freixa, Libros de buen Andar, nº46, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1998

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En el estudio de la Peninsular War hay un tipo de obras fundamentales, aunque poco útiles para las características de esta investigación, que hay que comentar. Nos estamos refiriendo las memorias, diarios y recopilaciones de cartas de aquellos oficiales y soldados que lucharon en la Península, que pueden sumar más de un centenar y que en muchos casos permanecen inéditas o en primeras ediciones. Es un tipo de fuente poco utilizada por la historiografía española,20 mientras ha sido más explotado en el caso británic

icos,23 o los médicos militares24. Este tipo de fuentes cubren a veces toda la carrera militar del protagonista, excediendo el marco temporal y geográfico de nuestro interés. 25

o, a veces como complemento de otro tipo de fuentes. Estas obras se convierten en material imprescindible para el estudio de la visión

de los británicos de la España de la Guerra de Independencia, sobre todo, desde un punto de vista social, religioso, cultural, y por supuesto, militar, aunque también se puede encontrar en ellas alguna referencia política. Los ejemplos que podríamos citar son múltiples y cubren todo el espectro militar, desde soldados rasos hasta oficiales, 21 que querían dejar testimonio de su paso por la guerra, incluyendo los servicios de inteligencia,22 los servicios juríd

20 Un ejemplo es Carlos Santacara; Navarra 1813. El país que vieron los soldados británicos de Wellington, Altafaylla Multar Taldea, Tafalla (Navarra), 1998. 21 Entre otros muchos ejemplos, podemos citar: S. A. Cassels (ed); Peninsular Portrait (1811-1814). The Letters of Captain William Bragge, Thirds King’s Own Dragoons. Oxford University Press, 1963; Thomas Pakenham, Pakenham Letters. 1800 to 1815, Privately Printed, 1914; Roger Norman Buckley (ed.), The Napoleonic War Journal of Captain Henry Browne, 1807-1816. Publications of the Army Records Society, Vol.3, Bodley Head, London, 1987; etc. 22 Julia V. Page (ed.): Intelligence Officer in the Peninsula. Letters and Diaries of Major the Hon. Edward Charles Cocks, 1786-1812. Foreword by David Chandler. Spellmount, Tunbridge, Kent, UK, 1986. Hippocrene Books, New York, N. Y., USA, 1986. 23 Sir George Larpent (ed.), The Private Journal of Judge-Advocate Larpent, attached to the Head-Quarters of Lord Wellington during the Peninsular War, from 1812 to its close. Introduction by Ian C. Robertson, Spellmount Library of Military History, Spellmount Limited, Staplehurst, Kent, United Kingdom, 2000. 24 S. D. Broughton, Letters from Portugal, Spain and France, written during the campaigns of 1812, 1813 and 1814, addressed to a friend in England, describing the leading features of the provinces passed through, and the state of society, manners, habits and of the people. London, 1815. 25 Walter Henry, Trifles from my Port-Folio or Recollections of Scenes and Small Adventures during twenty-nine years’ military service in the Peninsular War and invasion of France, the East Indies, Campaign in Nepal, St Helena during the detention and until the death of Napoleon, and Upper and Lower Canada. By a Staff Surgeon. 2 Vols, Quebec and London, 1839. Las guerras napoleónicas y su estancia en la isla de Santa Elena como uno de los médicos que custodiaban a Napoleón ocupa el primer volumen de estas memorias.

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2. LAS PERCEPCIONES BRITÁNICAS DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA:

con España y Gran Bretaña. Mientras los hechos de 1808 fueron fundamentales para España, para Gran Bretañ

cas con España, aliado de Francia, y estaba siguiendo con detenimiento la entrada de tropas francesas en dirección a Portugal y los p

un cambio repentino en la guerra, que rompiese el control francés sobre el continente. Todavía menos se esperaba que este cambio se produjese en la Península Ibérica

ENTRE LA CAUSA ESPAÑOLA Y EL TEMOR REVOLUCIONARIO

Una guerra con tantas implicaciones internacionales como la Guerra de la Independencia exige un tratamiento detenido de todos los puntos de vista, es decir, disponer de visiones comparadas que maticen y completen a la vez las visiones propias. La cronología desigual de los diferentes países se convierte en un factor decisivo, porque lo que se resulta ser en un hecho fundador de una nueva etapa sólo es una fecha más en un proceso histórico más largo. Esto sucedió en 1808

a fue solamente una fecha más en las guerras napoleónicas. Gran Bretaña había estado en guerra contra Francia desde 1793. Las hostilidades

se interrumpieron tras la firma de la Paz de Amiens (1802) para reanudarse al año siguiente. A inicios de 1808, Gran Bretaña, gobernada por el rey Jorge III, que padecía una grave enfermedad, y con el duque de Portland como su primer ministro, se encontraba sola en su lucha contra la Francia napoleónica, y sus aliados habían sido militarmente vencidos, imponiendo Francia sus condiciones. El último ejemplo era Portugal, que había decidido no respetar el bloqueo continental decretado por Napoleón. El país luso estaba siendo ocupado por tropas francoespañolas tras firmar ambos países su ocupación y posterior reparto por el Tratado de Fontainebleau (1807). Gran Bretaña había roto oficialmente sus relaciones diplomáti

rimeros recelos de la población española.

La población británica estaba soportando una larga guerra que duraba ya varios años, y no parecía que pudiese ganar. Siempre estaba presente el temor, infundado o no, de una próxima invasión francesa que su gobierno no conseguiría parar. El cansancio y el agotamiento predominaban en los ánimos de la gente. La guerra drenaba sus recursos económicos y humanos, sin conseguir resultados aparentes. Nadie esperaba que se produjese

.

Cuando llegaron las primeras noticias del alzamiento español y de la resistencia frente a lo que era ya una invasión de los franceses, esas noticias causaron un enorme impacto en la opinión pública británica. Hubo muestras evidentes de alegría y de apoyo entusiasta que se hizo público en las más diversas reuniones y en la prensa. La opinión pública se empezó a interesar por ese país y comenzó a devorar cuantas publicaciones hacían referencia aparecidas al calor de esos acontecimientos. Muchos comenzaron a

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pensar que la Península Ibérica ofrecía una oportunidad que se tenía que aprovechar. Era un escenario privilegiado en una zona estratégica en el sur del continente que se podía convertir en un nuevo frente en la lucha contra los franceses. La prensa empezó a ublicar artículos y editoriales en los que describían el alcance de la insurrección y

urgían

a ayudar a los españoles y se describía el cibimiento cordial dado a los representantes de diferentes partes de España que

llegaro

su pasado spañol y se presentó como inglés a todos los niveles. Eso añade interés y dificultad al

análisis

n rano, que era además un traidor. Era un motivo que entraba más en lo sentimental,

aunque

pal gobierno británico a conceder la ayuda pedida por los españoles. 26

Justo en esos días se gestaba una idea que hizo fortuna entre aquellos británicos

que sintieron interés por los hechos de España y por su lucha. Me estoy refiriendo a lo que podemos denominar como “causa española”, o Spanish cause, en su terminología inglesa. Esas primeras muestras de apoyo entusiasta se trasladaron a la prensa, donde aparecieron artículos en los que se instabare

n a Londres en busca de esa ayuda.

Comenzaba así una implicación británica con los asuntos españoles que duró prácticamente durante toda la primera parte del siglo XIX, hasta la consolidación definitiva del régimen liberal en 1840. La guerra suponía un cambio evidente porque si bien había antecedentes a lo largo del siglo XVIII del interés británico por España, éste se multiplicó en 1808, y a la vez conectó con la admiración que siempre los españoles habían demostrado hacia la sociedad británica, hacia su situación política y cultural. El mejor ejemplo fue José Mª Blanco White, clérigo sevillano que en 1810 se refugió en Inglaterra, donde comenzó la empresa editorial de “El Español,” en que propugnaba las ideas políticas británicas como fuente a la que los españoles tendrían que acudir. Este escritor se convirtió en un personaje difícil de adscribir porque rechazóe

de su persona y de su obra, y sirve de unión entre ambos países.27

Inicialmente esa causa por la cual estaban dispuestos a implicarse de forma íntima y directa, era vista como una causa justa, excelsa, legítima, en defensa del soberano cautivo de un país que se había visto sometida al yugo y los designios de uti

nunca olvidaron la realidad política y militar de la guerra que había estallado.

Esa causa española se convirtió en un motivo generador de lealtades que fueron más allá de ese momento inicial. Muchos británicos visitaron España a lo largo de esos años, atraídos por esa lucha, fascinados por un país bastante desconocido, y

26 A. Laspra; Las Relaciones entre la Junta General del Principado de Asturias y el Reino Unido en la Guerra de Independencia. Repertorio Documental, Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, nºs 13 y 16, pp. 36-38 y 40-41 respectivamente, 1999. Corresponden a los editoriales publicados en “The Times” el 9 de junio y 10 de junio de 1808. Coinciden con la llegada de los emisarios de la Junta de Asturias a Londres en busca de auxilio para su resistencia contra los franceses. 27 Para este personaje, me remito a M. Moreno Alonso; Blanco White: la obsesión de España, Eds Alfar, Sevilla,1998.

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normalmente alejado de las rutas tradicionales del Grand Tour, pero que la guerra en el centro del continente había desplazado a las zonas periféricas. Tampoco los militares se mantuvieron al margen de esa causa. Esta situación fue el germen del renovado interés por España tras la guerra, ya que las experiencias de la guerra quedaron guardadas en el imaginario colectivo británico, recordado de forma casi permanente en las obras que hablaban del periodo. Todo coincidía con una nueva concepción de los viajes, ya que en aquellos tiempos se estaba consolidando un nuevo tipo de viaje, el romántico, y estaba siendo abandonado el viaje ilustrado, más erudito. La guerra no fue el factor catalizador, pero es

Eso sucedió a inicios de 1809 tras conocerse los resultados y consecuencias desastrosas de la ca

España, que se reflejaron tanto en la prensa como en el Parlam to. Esa sensación aumentó tras conocerse los resultados de la campaña de Talave

que se encontraron. Sólo unos pocos siguieron defendiendo esa causa como una lucha viable,

e era Portugal, y porque obligaba a tener abierto un frente de forma permanente a las tropas napole

e cambio no se explica sin la presencia masiva británica en la Península. Los británicos siempre tuvieron presente a la causa española, tanto en los

momentos más eufóricos al recibirse las noticias del levantamiento, de la extensión de la insurrección y de la generalización y organización de la resistencia, como en los momentos más tristes, en los que ese entusiasmo había desaparecido casi por completo.

mpaña del general Sir John Moore. En los meses que hubo entre estos dos hechos, la causa española fue una causa

popular, ya que había atraído la atención de gente de todos los sectores. Pero la decepción y la sensación de fracaso pronto se instalaron en la sociedad británica, porque se habían embarcado en otra guerra, y muchos dejaron de prestarle atención para volver su atención a los asuntos internos. Este cambio de actitud tuvo repercusiones políticas y anímicas, al sentirse la población británica traicionada y aparecer las primeras demandas de la salida de las tropas de

enra de ese mismo año. Muchos británicos reconocieron que habían creído en esa causa, pero que se

sentían decepcionados o traicionados con la actuación de los españoles, con el recibimiento frío de su población o la poca cooperación de las tropas españolas con

y defendiendo a los españoles reconociendo sus limitaciones y sus errores. Estas pocas excepciones fueron importantes al mantener vivo el interés por los

asuntos españoles, aunque fuese en instancias muy reducidas, y sin la audiencia que habían tenido en 1808. Pero la evolución de la guerra favoreció ese interés, porque Gran Bretaña nunca abandonó al incómodo aliado español. Nunca abandonó la Península porque permaneciendo en ella mantenía su base en el continente, qu

ónicas, que no conseguían controlar todo el territorio español.

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Esta causa significaba una lucha, una guerra, pero los británicos no pudieron obviar el inicio de todo, una insurrección, una revolución. Se había producido un cambio súbito en la situación española, con el vacío de poder y con la aparición de un nuevo

excesos, temor a los desórdenes sociales, temor a un sistema de gobierno que anulase el poder d

ensaba que los acontecimientos le superaron.28 Vaughan valoró estos hechos como puntuales. Los interpretó como consecuencia del sentimiento antifran

odía cometer. Sin em argo el comportamiento lo relacionaba también con el excesivo poder de los represe

órgano de poder, las Juntas. Asistían, por lo tanto, al inicio de la guerra, y también al desarrollo de todo un proceso revolucionario.

Una situación revolucionaria representaba un problema para los británicos.

Buena parte de la opinión pública británica tenía demasiado presente la Revolución Francesa y el temor revolucionario que había recorrido Inglaterra durante esos años. Temían cualquier exceso revolucionario, y dieron muestras de sus reservas frente al cambio súbito que se había producido entre mayo y junio de 1808. Temor a esos

e las clases acomodadas eran facetas que componían ese temor. Esos excesos podían además desacreditar el carácter respetable con el que habían cubierto esa causa.

Fue un temor que se desarrolló con la misma revolución, y que los británicos no

dudaron en señalar desde el primer momento. En esos primeros meses Charles R. Vaughan, expresó claramente ese temor ante la revolución española al recelar de una movilización popular desmesurada. A lo largo de todo su relato, señaló los excesos revolucionarios que hubo entre mayo y junio del año 1808, como el hostigamiento y asesinato de la colonia francesa de distintas poblaciones o de aquellas autoridades locales que no declararon la guerra contra los franceses, como el marqués de Solano en Cádiz, acusado de godoyista y de próximo a los franceses, y finalmente asesinado. William Jacob, dedicó toda una carta a hablar de Solano, de su valía como gobernador de la plaza de Cádiz y su buena relación con las familias de comerciantes gaditanos, y de su asesinato, porque p

cés que recorrió el país, o como la ejemplificación del carácter español. Pero esos hechos estaban ahí.29

Y no fue el único ejemplo. Otro de los viajeros que visitó España en 1809, Sir

John Carr, a su paso por Valencia describió con todo lujo de detalles el asesinato de la colonia francesa, como una muestra de la furia popular y los excesos que p

bntantes del clero, porque responsabilizó a un canónigo como el instigador de esas

muertes y protagonista de un enfrentamiento con la Junta de la ciudad. 30

28 William Jacob; Travels in the South of Spain… pp. 25-30. 29 Ch. R. Vaughan, op. cit., pp. 146-148. Aunque no los presencia directamente, Vaughan da validez a sus fuentes que le explican esos hechos. 30 Sir John Carr, Descriptive travels in the Southern and Eastern Parts of Spain and the Balearic Isles in the Year 1809, London, 1811, pp. 255-268.

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La opción de los observadores británicos siempre fue la de un cambio gradualista, reconociendo la necesidad de reformas en España aunque sin que subvirtiesen el orden social y político que defendían. Apoyaban así los posibles cambios políticos, sociales, o religiosos que se pudiesen iniciar con esta revolución, como medio de acab

servadores británicos a los españoles, que se fue repitiendo de forma casi constante a lo largo de esos años. Pensaban que se habían equivocado en su orden de priorid

ón con los españoles, ese temor revolucionario acompañó las visiones de los británicos sobre la España de esos seis años de guerra y revolución. Iba reapareciendo en mo

” aunque defendían la monarquía absoluta y la Inquisición, que encajaban muy poco en su sistema de valores y en sus concepciones política

ueron, por lo tanto, unos años de compromiso y de colaboración, de opinión y crítica,

ar con todos los abusos existentes en la sociedad española. La excepción clara era el caso de los radicales, y toda la oposición extraparlamentaria, que abogaron por amplios cambios en ambos países.

El otro gran temor británico era comprobar si los españoles anteponían los

cambios políticos a la guerra contra el usurpador napoleónico, que para ellos había sido la revolución. La confirmación de ese temor llevó a una de las principales críticas que hicieron los ob

ades, que la guerra tenía que centrar sus esfuerzos, y que las reformas se tenían que centrar en el terreno militar y en el modo de gobierno para facilitar la actuación de los ejércitos.

Aunque mitigado por las muchas voces que abogaron por la cooperación y la

colaboraci

mentos puntuales, en los que se repetía la ausencia de aires democráticos o revolucionarios en las medidas que se tomaban o por el contrario, la radicalidad de las mismas.

Esta sensación se reforzó con las constantes comparaciones con el caso francés.

Los españoles siempre dejaron claro que su caso no tenía nada que ver con el francés, y que las circunstancias confirmarían esa afirmación. Los británicos fueron escépticos porque a su juicio el peligro de la radicalización siempre estaba presente y era posible la comparación con la Francia revolucionaria. Un ejemplo de este planteamiento fue denominar a los liberales como jacobinos mientras que a los serviles o realistas se les llamaba el “partido de la oposición,

s. Otro ejemplo fue la comparación que se estableció desde primer momento entre la Constitución de Cádiz y la Constitución francesa de 1791. Estos puntos serán desarrollados en próximos capítulos.

F de ensalzar a los españoles sin sus defectos. Fueron unos años en que ese temor

revolucionario se mantuvo, aunque también se rechazó la posterior restauración absolutista.

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El apoyo a la lucha por las libertades en España trascendió las diferencias políticas en Gran Bretaña. Fue un fenómeno de larga duración que no se redujo a los años de la guerra, aunque más allá de 1814 adquirió un nuevo carácter. Le favoreció que esa causa se vinculase a las otras causas que defendían algunos de los políticos británic

ue la causa de la libertad en España tardó en consolidarse, ya que por las circunstancias de la guerra

ones de los británicos de la lucha de los españoles no tenemos que excluir a ninguno de los sectores políticos británicos, aunque sus ac

tudes muy variadas, que fueron del apoyo más entusiasta a una actitud más expectante y a la de frialdad de algunos diputad

os, tales como la lucha contra la esclavitud, por la reforma parlamentaria y electoral en la propia Gran Bretaña o por la emancipación de los católicos. Ya en los años veinte esta causa se popularizó aún más al vincularse a las otras causas europeas, la griega o de los patriotas italianos, por ejemplo.

Pero esa causa tuvo unos inicios en la Guerra de la Independencia española, o en

su terminología británica, en la Peninsular War. Fueron unos inicios difíciles, porq

se pasó de un entusiasmo sin parangón a una pérdida de interés, sólo defendida por algunos de sus principales valedores, aunque luego consiguiendo recuperar prestigio al apasionar a nuevos defensores. Tuvo un impacto inicial en personas de muy diferente sensibilidad política e ideológica, cada uno con una relación distinta con España.31

En una visión del impacto en las opini

titudes cambien a lo largo del tiempo. Pero no tenemos que olvidar las excepciones personales en el seno de cada grupo político, porque ni estos eran homogéneos ni existía una disciplina de partido. Whigs, tories y radicales tuvieron diferentes acercamientos a la causa española.

Comenzar por los whigs32 este repaso podría ser un error, ya que el primer

ministro de 1808, el duque de Portland, era tory, y los whigs eran un grupo político desorientado, con una política algo contradictoria, sin un político que les uniese a todos tras la muerte de su gran líder, Charles J. Fox. En 1808 la opinión mayoritaria era pacifista, ya que pensaban que la guerra contra Napoleón no parecía tener salida, y optaban a que se llegase a algún tipo de tratado de paz con el emperador. Tras la llegada de las noticias de la insurrección española, hubo acti

os que no veían conveniente aprovechar la oportunidad española. Sin embargo, muchos de ellos no dudaron en reconocer la valía de los españoles, y en apoyar que el

31 Es necesario remitirse al artículo de Manuel Moreno Alonso, “Los amigos liberales ingleses” en Emilio La Parra y Germán Ramírez (eds.); El Primer Liberalismo: España y Europa, una perspectiva comparada. Foro de Debate, Valencia, 25-27 de octubre de 2001, Biblioteca Valenciana, Valencia, 2003, pp. 187 – 211. En esta comunicación se confirman algunas de las ideas expuestas, y se detallan otros ejemplos. Pero no proporciona referencias exactas de sus fuentes, y comete errores impensables como tildar a los whigs de radicales. 32 Una primera visión, muy sucinta, sobre los whigs y la Peninsular War, la encontramos en Godfrey Davies, “The Whigs and the Peninsular War,” en Transactions of the Royal Historical Society, 4th Series, Vol. II, 113, 1919, pp. 113-131.

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gobierno británico ayudase a los españoles. Estas diferencias también se trasladaron a la forma de ayudar a los españoles que contemplaban.

Los asuntos de España pusieron de relieve grandes diferencias en el seno de los

whigs a lo largo de los seis años de guerra. En su seno se encontraban los principales valedores de la causa española durante esos años, pero también aquellos que desde la frialdad ron a una actitud reticente al comprobar los resultados de las primer

España y atacaron varias veces al gobierno por los resultados de las diferentes campañas, llegando a present

d británica, pero también el pesimi o que se instaló en ella y el alejamiento de los whigs respecto a esa causa. No obstant

inicial pasaas campañas militares británicas en la Península, y la situación de los españoles.

Por último, quedó el grupo más vinculado a Samuel Whitbread, que nunca compartió ese entusiasmo y rechazaba cualquier posibilidad de una intervención directa en la Península. No calló su posición, haciéndola pública en un texto titulado “Letter to Lord Holland”, publicada en junio de 1808.

Entre 1809 y casi el final de la guerra, entre los whigs no predominó el

optimismo ni hacia la causa de España ni hacia la guerra. A. Urgorri, en la obra sobre la campaña de del Teniente General Sir John Moore, consideró que los whigs estaban demasiado influidos por la figura de Fox, admirador confeso de Napoleón, y que pensaban que la resistencia española no merecía ser ayudada.33 No podemos negar que los whigs representaron una voz crítica respecto a la intervención en

ar mociones para rechazar la actuación del gobierno en las campañas de La Coruña y de Talavera. Posteriormente, al ver que no conseguían erosionar con esos temas al gobierno, decidieron atacar a Wellington con la excusa de falta de iniciativa y de actitud ofensiva. Esa actitud quedó apagada más allá de 1813, ya que comenzaron los éxitos militares que imposibilitaban atacar al gobierno por ese tema.

Ejemplos whigs de una opinión cambiante respecto a la causa española, fueron

dos de sus líderes más importantes, Lord Grenville y Lord Grey. El primero se interesó por la causa española y apoyó el envío de la expedición, aunque tenía la convicción que los españoles iban a ser derrotados fácilmente por las tropas de Napoleón. Por su parte, Lord Grey representaba el ejemplo del interés de la socieda

sme, Grey también fue la voz más reputada de los whigs en política exterior, supo

cuando atacar al gobierno por la guerra mientras no acababa de dar por perdidos a los españoles, o cuando reconocer los éxitos militares de Wellington y centrarse en otras preocupaciones internas. Justamente, como otros whigs se volvió a preocupar por la situación de los españoles tras la restauración absolutista. 34

33 A. Urgorri (ed.). en J. C. Moore; Relato de la Campaña del Ejército Británico en España al mando de su Excelencia Sir John Moore, La Coruña, Publicaciones de la Excma. Diputación Provincial de La Coruña, 1987, pp. 43-44. 34 Sobre la persona de Grey, nos tenemos que remitir a su biografía, E. A. Smith, Lord Grey, 1764-1845. Clarendon Press, Oxford, 1990.

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Sin embargo los whigs nunca tuvieron una actitud unánime. Entre ellos hubo valedores de la causa española, que atacaron al gobierno, no para conseguir la salida británica de España, sino para reforzar el compromiso de su país con la causa española. Entre estos, encontramos a quien fue el principal apoyo que tuvieron los españoles en Gran Bretaña, no sólo durante la guerra sino durante las cuatro décadas siguientes. Ese compromiso le permitió ser también una voz crítica pero constructiva. Su sola figura nos permite matizar la afirmación de una supuesta falta de apoyo de los whigs. Me estoy refiriendo a Lord Henry Richard Vassall Fox, tercer Lord Holland. Se trataba del sobrino de Charles J. Fox, y de su heredero político al frente de la influyente corriente foxita. Lord Holland había estado ya dos veces en España y tenía vínculos muy íntimos con ese país. En 1808 se convirtió en la voz más reputada en los asuntos españoles, volviendo a visitar el país entre octubre del 1808 y agosto del 1809, acompañado de su familia

a importancia de esta figura no se quedaba aquí, porque los Holland fueron los huéspe

en las que los temas políticos, culturales o literarios se entremezclaban con todo tipo de veladas

no de esos jóvenes fue Francis Horner, un prometedor diputado whig, que había e

, es decir, de su esposa, Lady Elizabeth Holland, y de sus hijos. Entre sus otros acompañantes se encontraban el Doctor John Allen, fiel acompañante y asimismo apasionado por la lucha de España, y un jovencísimo Lord John Russell. Por su parte, Holland siempre presionó al gobierno en la Cámara de los Lores para que se apoyase la causa española. 35

Ldes de unas destacadas reuniones en su mansión, en las que participaban lo más

granado de la sociedad británica, independientemente de sus ideas políticas, ya que el interés de Holland hizo que asistiesen todos aquellos personajes que tenían alguna idea que exponer, y en las que también acostumbraban a participar destacados invitados extranjeros.

Estas reuniones en la Holland House eran verdaderas reuniones sociales

sociales. En esas reuniones por supuesto participaron los miembros de su círculo más íntimo. No era un círculo cerrado porque el carácter del lord y de sus otros miembros permitió la entrada de nuevos miembros, sobre todo jóvenes brillantes con aspiraciones políticas y que se sentían atraídos por el conjunto de ideas que defendía Holland, en especial su concepción de la libertad extendida a todos los campos.

Ustudiado en Edimburgo, y que fue introducido en el círculo de Holland por el

Doctor John Allen. Ambos estaban vinculados al grupo que promovía la publicación periódica británica con mayor tirada en aquellos momentos, la Edinburgh Review.

35 M. Moreno Alonso, La forja del liberalismo en España. Los amigos españoles de Lord Holland (1793-1840), Madrid, Publicaciones del Congreso de Diputados, Serie IV, Monografías, nº27, 1997, pp. 99-128. Lord Holland se convirtió así en el principal valedor de la reforma liberal y del proceso constitucional en España en el Reino Unido en las décadas posteriores. El diario de ese tercer viaje lo escribe Earl of Ilchester (ed.), Lady Elizabeth Holland, The Spanish Journal of Elizabeth Lady Holland. Longmans, London 1910.

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Horner fue uno de esos jóvenes que se sintieron atraídos por Holland, quien influyó para que ese diputado se convirtiese en un fervoroso defensor de la causa española en 1808.

biar de opinión respecto a la guerra y a las mociones pacifistas de Whitbread en 1808, cuando llegaron las noticias de la insu

sa de los intereses de un monarca despótico:

mer rulers, those rights which they have preserved from the violation of foreign arms.”

a su amigo John Loch:

aislamiento político en 1809. Había pasado de un claro entusiasmo por la causa española a sufrir la falta de interés por esa causa a lo largo de 1809. Vivía así las consecuencias de su enfrentamiento con aquellos whigs más desconfiados con el apoyo a la causa española. El desánimo se instaló en su personalidad, aunque acusó al

Esa atracción hizo que cambiase de opinión respecto al tema de la guerra, ya que

si bien a inicios de 1808 había apoyado en el Parlamento una moción de uno de los líderes whigs, Samuel Whitbread, a favor de entablar negociaciones de paz, su apoyo a la insurrección española le convirtió en un claro defensor de la guerra, alejándose de la línea principal marcada por algunos de los líderes whigs.

F. Horner no fue el único diputado whig en cam

rrección española y de la oportunidad que representaba. Un ejemplo es William Roscoe, diputado por el borough de Liverpool, que había sido elegido al estar muy bien conectado con los sectores comerciales de la ciudad. Hizo ese cambio, y apoyó a la causa española, aunque esperaba que cualquier compromiso británico no fuese a favor de la defen

“My wishes, however, go with them. They are struggling, if not for civil or

political freedom, for national independence; and if they should accomplish it by their valour, it is yet to be hoped that they will not resign, unconditionally, into the hands of their for

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El entusiasmo de Horner, por su parte, no era ingenuo, ya que a pesar de su

juventud, contemplaba la posibilidad del fracaso de esa causa como algo probable, pero que no evitaba el compromiso británico con ella. Así lo expresaba

“But, whatever the results may be, I cannot but rejoice that a people, who bear

such a name as the Spaniards, should make a struggle, at least, for their independence; their example cannot be otherwise than beneficial, even if they should entirely fail, to their posterity at some future day, and to all the rest of mankind.” 37

Este diputado siempre mantuvo unas opiniones independientes y eso provocó su

36 Henry Roscoe (ed.), The Life of William Roscoe, by his son, Henry Roscoe. In 2 Volumes. London, Cadell and Blackwood, 1833, p. 441. 37 “Letter: CXIII: From Francis Horner to James Loch, Temple, June 13th, 1808,” en Memoirs and Correspondence of Francis Horner, M. P. Edited by his brother Leonard Horner, Second Edition, Murray, London, 1853, pp. 450-452.

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gobierno británico de decepcionar las peticiones de ayuda de los españoles. Él mismo tuvo que retractarse de parte de esas acusaciones al conocer la pasividad de los españoles en esa lucha. Amigos suyos de la universidad como Francis Jeffrey fueron los primer

onarca absoluto, renovaron su interés por España de forma puntual. Se preocupó por Quintana o por Argüelles, aunque su delicad

ecto al compromiso, ya que pensaron que los británicos tenían que defender sus intereses, que estuvieron centrados durante parte de la guerra en el control de Port

asmo generalizado que se vivía en Londres, con constan es recepciones y banquetes a favor de esa causa o de los representantes que habían

os en conocer ese cambio de actitud. 38 El aislamiento político, consecuencia del fracaso inicial de la causa por la que

había apostado decididamente, lo suplió con el mantenimiento de la correspondencia con sus amigos de la universidad y con Jeremy Bentham, a quien conoció en 1805 y que le hizo interesarse por la reforma de la judicatura escocesa. Ese aislamiento se rompió con la llegada de los Holland y Allen en agosto de 1809. El tema español se quedó en un segundo plano, aunque Horner no dejó de apoyarlo, pero sin la insistencia de los Holland. Menciones a la mediación británica entre las Cortes y las colonias sublevadas, o las consecuencias de la restauración del m

a salud le hizo alejarse de la política. La actitud hacia España de Horner constituyó una notable excepción en el

conjunto de los whigs, sobre todo, a partir de las consecuencias de las primeras campañas militares. Estos no contaban con el conocimiento directo que podían tener otras personas, como el diputado conservador William Jacob. Los tories apoyaron la causa española, tanto por convencimiento como por oportunismo. Era una oportunidad bélica que se tenía que aprovechar. Los posteriores primeros ministros, Perceval y Liverpool, no dudaron en seguir esa política al haber sido una apuesta personal del gobierno del duque de Portland, aunque adoptaron una posición más alejada, más indirecta resp

ugal. Aquellos tories que más abiertamente expresaron su entusiasmo por la causa

española no ocupaban un cargo político relevante. Quienes ocupaban un cargo oficial tuvieron que mantener una actitud inicial distante, y no hacer grandes declaraciones hasta que el gobierno no adoptase una posición oficial. Pero los ministros del gobierno también participaron del entusi

t llegado buscando ayuda. George Canning, el secretario de Exteriores del gobierno de Portland, fue el

miembro de ese gobierno que más abiertamente se dejó llevar por ese entusiasmo. Pensaba que el gobierno saldría reforzado. Superó la crisis de la Convención de Cintra,

38 “From Francis Horner to Francis Jeffrey, Lincoln’s Inn, 21st January 1809”, en The Horner Papers. Selection from the Letters and Miscellaneous Writings of Francis Horner, M. P., 1795-1817. Edited by Kenneth Bourne and William Banks Taylor, Edinburgh University Press, 1994, pp. 502 – 504.

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pero vio como las consecuencias de la campaña de La Coruña le afectaban personalmente. Ese final suponía una interrupción temporal de los planes de Napoleón, pero también un baño de realidad para los británicos tras las excesivas esperanzas puestas en la insurrección española. El gobierno podía quedar debilitado. La oposición parlam taria centró sus ataques en John Hookham Frere, el embajador británico en España

or España entre finales de 1809 e inicios de 1810 tenía argumentos para señalar los errores de los españo

a los whigs, pero muchos de ellos defendían una opción gradualista y los radicales propugnaban un amplio

icio de negociaciones de paz ya que no había indicios que indicasen una rápida victoria sobre Napoleón. Suponía un abandono táctico de la causa e

en, amigo personal de Canning. William Jacob representó una excepción, porque se acercó al país atraído por la

lucha que allí se estaba desarrollando. Rechazó la actitud mayoritaria reticente de los whigs, al igual que los literatos antes señalados. Aunque tras su viaje p

les, no dudó de la necesidad del compromiso con los españoles. Los radicales fueron el grupo que mantuvo una actitud más homogénea respecto

a la causa española, aunque también era la opinión más minoritaria, cuyas publicaciones y asociaciones seguían estando estrechamente vigiladas. A través del apoyo decidido a la causa española, los radicales pudieron desarrollar su voluntad de cambio en su propio país poniendo el ejemplo español. Esperaban que la materialización de las esperanzas de cambio suscitadas en España sirviese para influir y servir de ejemplo en Gran Bretaña, y rechazar cualquier posición inmovilista. Esto les podría acercar

programa reformista o eran decididamente revolucionarios. Los radicales más destacados de aquellos momentos hicieron público su apoyo a

la causa española, aunque su interés posterior fue muy diferente. William Cobbett fijó su posición a través de su publicación, el Political Register. La incredulidad inicial dio paso al apoyo decidido al pueblo español, aunque protestó vigorosamente contra cualquier intento de convertir la guerra en un simple intento de restaurar en el trono a Fernando VII. Criticó abiertamente la actitud del gobierno británico al legitimar al monarca absoluto en su trono y el modo de ese gobierno de conducir la guerra. Los resultados de las dos primeras campañas peninsulares hicieron que dejase en un segundo plano el tema español y centrase su atención en los temas de política interna, cuya discusión pensaba que quedaba postergada con la excusa de la guerra. En 1810 abrazó el pacifismo y exigió el in

spañola. 39 El caso de Jeremy Bentham es especial, porque su interés por la causa española

vino posteriormente, ya en el Trienio. En 1808 no pudo no verse influido por las noticias que llegaban de España. Él se había acercado de nuevo a las ideas radicales y

39 Para profundizar sobre la figura de W. Cobbett, me remito a G. D. H. Cole, The Life of William Cobbett, W. Collins Sons, 1925.

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sabía que tanto James Mill como su editor ginebrino, Étienne Dumont eran entusiastas partidarios de la causa española. Pero su interés personal estaba centrado en otros temas. Por esas fechas, había conocido al antiguo vicepresidente de los EEUU, Aaron Burr, quien le había descrito su plan, algo alocado, de viajar a México y fundar allí un estado independiente. Bentham estaba contemplando esa posibilidad. El primer paso era viajar a esa colonia. Buscó la ayuda de Lord Holland, que por esas fechas ya se encontraba en España. Le pidió que intercediese ante Jovellanos para conseguir los permisos necesarios para viajar a esa parte de la Monarquía española. El plan quedó abandonado finalmente antes que obtuviese una respuesta final, aunque Holland le llegó a recomendar que viajase a Sevilla para conseguir una respuesta segura. Pero el tema español no desapareció del todo, ya que entabló amistad con José Mª Blanco-White, quien le informaba de los asuntos de España y le reconocía el interés de su obra en ese país. 40

dres. Llegó a disponer de sus escritos para su utilización, aunque las propuestas del radical británico eran bastante inasumibles para ese enviado en aquellos momen

. Se preocupó por el tema colonial, por las amenazas a la libertad, y por la Constitución de Cádiz, que esperaba que fuese profusamente leída y distribuida por todo el país.

Otro de los líderes radicales que se interesó por los asuntos españoles fue el

Mayor John Cartwright. Este político entendió que los acontecimientos que habían ocurrido en España no sólo iniciaban la lucha por una causa que declaraba justa y en beneficio de toda la humanidad, sino que abría la oportunidad a los españoles de recuperar y reafirmar sus libertades a la vez que quitaba importancia a la preocupación por el monarca y su posición. Llegó a proponer todo un nuevo y detallado régimen político en una carta que envió al vizconde de Matarrosa, enviado asturiano recién llegado a Lon

tos. 41 Cartwright siguió interesado por los temas españoles, aunque también los

subordinó a la guerra, que afectaba más directamente a los británicos, o la situación de la política interna británica, muy inestable hasta que Liverpool fue nombrado primer ministro en 1812

40 “From Jeremy Bentham to Baron Holland, Queen’s Aquare, Place Westminster, 13th November, 1808” en J. R. Dinwiddy (ed.), The Collected Works of Jeremy Bentham. The Correspondence of Jeremy Bentham. Vol. 7: January 1802 – December 1808, Clarendon Press, Oxford, 1988 pp. 565 – 573; “From Lord Holland to Jeremy Bentham, Seville, 18th February 1809”, “De Gaspar Melchor de Jovellanos para Jeremy Bentham, Sevilla, 27 junio 1809”; “From Lord Holland to Jeremy Bentham, 6th September 1809,” “From José Blanco White to Jeremy Bentham, 24 October 1810, 25 October 1810”, en J. R. Dinwiddy (ed.), The Collected Works of Jeremy Bentham. The Correspondence of Jeremy Bentham. Vol. 8: January 1809 – December 1816, Clarendon Press, Oxford, 1988, pp.16-17, pp. 34, 43, 73-75 respectivamente. J. R. Dinwiddy, “Bentham’s Transition to Radicalism”, en Journal of the History of Ideas, Vol. XXXVI, Nº4 October. December 1975. pp. 683 – 700. 41 “From Major Cartwright to the Viscount Materosa, Enfield, June 15, 1808”, en F. D. Cartwright (ed.), The Life and Correspondence Major Cartwright, Reprint of Economics Classics, Augustus M. Kelley Publishers, New York, 1969, V1, pp. 359 – 366. El original es de 1826.

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Sin embargo, no todos los líderes radicales se mostraron abiertamente favorables a la causa española. No compartieron ese optimismo Francis Burdett, o los editores del diario Independent Whig, donde se acuñó el término de “Spanish fever.”

El sector de los literatos fue uno de los grupos sociales que más decidamente

expresó su pasión por la causa española por encima de sus ideas políticas. Buena parte de los escritores románticos apoyaron la causa española.42 Uno de esos escritores que más defendió la causa española desde primer momento fue Robert Southey, poeta e hispanófilo y políticamente tory, que había visitado el país en 1795. Tras esa visita publicó el consiguiente libro de viajes, titulado Letters written during a short residence in Spain and Portugal, que en 1808 se volvió a editar con nuevos materiales. Reflejó el tema hispano en otras obras, en especial, en poemas épicos que gozaron de una notable popularidad. Ese apoyo no evitaba que fuera crítico con determinadas decisiones de su gobierno respecto a la guerra, o con la actitud de los españoles, en especial su intolerancia.

No fue el único ejemplo. Otros románticos como Walter Scott, reaccionaron

contra aquellos whigs que se oponían a la guerra. Fue, junto al editor John Murray, uno de los fundadores de la revista Quarterly Review, que se tenía que convertir en el órgano de expresión de los tories. El motivo era el rechazo a la guerra en la Edinburgh Review, el principal órgano de prensa de los whigs. Los editores de esa revista whig, F. Jeffrey y Henry Brougham, sin embargo, habían apoyado la causa española y lo hicieron de forma explícita en uno de sus artículos más famosos, titulado “Don Cevallos”, publicado en octubre de 1808. Estos dos mismos editores también se encargaron de presentar la lucha española como una lucha por las libertades de un pueblo, que nada tenía que ver con las aspiraciones jacobinas que algunos radicales veían o esperaban que hubiese. Era su particular forma de convertir en respetable la lucha española.

Otro de los literatos que se preocupó por España fue Samuel T. Coleridge, quien

representaba el cambio de actitud hacia ese país. Presentó a los españoles como hombres valerosos que defendían su territorio de un enemigo más numeroso. Coleridge, W. Wordsworth, Southey o Henry Crabb Robinson, el corresponsal del The Times en la ciudad de La Coruña a finales de 1808 y hasta la retirada de Moore, defendieron esa causa en sus reuniones, a pesar de sus diferencias políticas.

Hemos intentado en este capítulo trazar la visión de los británicos de la

revolución española, centrándonos en las dos ideas que siempre recorrieron sus mentes en estos años, es decir, una causa justa y legítima y el temor a la radicalización de la 42 Alicia Laspra está realizando una investigación acerca sobre el impacto de la Peninsular War en la literatura que nos permita ahondar en ese tema. Nos podemos remitir también a un artículo antiguo, con algunas afirmaciones que tienen que ser matizadas: Erasmo Buceta; “El Entusiasmo por España en algunos románticos ingleses,” en Revista de Filología Española, Tomo X, Cuaderno 1º, Enero – Marzo 1923, pp. 11-25.

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misma. Muchos de estos personajes, no obstante, no tuvieron un conocimiento directo, a excepción de Holland. Esa experiencia cambió sus visiones, ya que parte del conocimiento que tenían era de fuentes secundarias, ya fuesen personales o escritas.

Por eso tenemos que volver a 1808, para seguir con nuestro estudio. Tenemos

que volver al momento álgido de popularidad de la insurrección española, cuando habían llegado las noticias de la resistencia española y los representantes de las Juntas españolas habían desembarcado en los puertos británicos en busca de ayuda monetaria. Era el momento en que España era el tema preferido de todas las reuniones sociales y políticas londinenses. Pero faltaba la respuesta oficial del gobierno. Su primera muestra del compromiso británico con los españoles se produjo en la Cámara de los Comunes. El gobierno sabía de la presión favorable a esa ayuda ya que conocía el sentimiento de apoyo generalizado que había en la sociedad. Pero le sorprendió que fuese un diputado whig, Richard B. Sheridan, antiguo colaborador de Fox, quien fuese el primero en pedir en el Parlamento en un discurso del día 15 de junio el compromiso del gobierno con esa causa. Contrastó con la frialdad de algunos diputados whigs, o con la opinión de algunos líderes como Grey, que pensaban que se había precipitado en ese discurso. 43

El gobierno quedó en una posición comprometida, aunque no quiso dar la

sensación que cedía a la presión. Reconocía el apoyo generalizado y las posibilidades tácticas y estratégicas que podía ofrecer, aunque antes habría que convertir a España, un antiguo enemigo, en aliado. Canning, no estaba presente en la cámara cuando Sheridan pronunció su discurso, sino que estaba en su casa en una reunión junto a los delegados asturianos. Fue llamado rápidamente porque el gobierno tenía que dar una respuesta a esa petición. Volvió a la Cámara de los Comunes, donde pronunció su famosa declaración en que expuso que apoyarían “the noble struggle which a part of the Spanish nation is now making to resist the unexampled atrocity of France, and to preserve the independence of their country,” 44 y le darían toda la ayuda posible que necesitase. Esa demanda contaba con el apoyo decidido de casi toda la cámara. Comenzaba así la implicación británica en España, en la Península Ibérica.

43 Debates in the House of Commons on the Affairs of Spain, 15 June 1808”, en Parliamentary Debates, vol. XI, pp. 886-898. 44 “Canning's speech in the House of Commons, 15 June 1808, on the Spanish rising”, en English Historical Documents, London, Vol. XI, 1971, p. 911.

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3. LOS BRITÁNICOS ANTE UN NUEVO ÓRGANO DE PODER EN LA ESPAÑA ANTINAPOLEÓNICA. LA JUNTA CENTRAL.45

Este capítulo pretende analizar la visión de las Juntas que se obtiene a través de

los comentarios y observaciones de los británicos presentes en el país. La historiografía española ha ofrecido diversas interpretaciones de las Juntas. Se ha superado el debate entre el carácter rupturista, defendido por Miguel Artola en Los orígenes de la España Contemporánea, o continuista de estas instituciones, defendido por Ángel Martínez de Velasco, La Formación de la Junta Central. La historiografía actual tiende a señalar la ambigüedad de la revolución española que matiza la visión de las Juntas. Como señalan Jean René Aymes y Antoni Moliner, existe un importante consenso en torno a considerar las Juntas como poderes revolucionarios, soberanos y autónomos. Se desarrollaron en un momento de vacío de poder en el cual la autoridad volvió al pueblo. Pero rápidamente pasaron a ser controladas por los sectores privilegiados.46 La historiografía española también ha hecho un acertado viraje en sus objetos de estudio, no dando prioridad absoluta a la Junta Central, sino estudiando también las Juntas locales y provinciales.

La historiografía británica quedó bastante al margen de este debate, porque al

igual que la historiografía francesa pecó de preocuparse más por los asuntos militares y posteriormente por la alta política. Su convencimiento de la necesidad de encajar todas las Juntas en la guerra y presentarlas como una primera muestra del proceso revolucionario con el que fue coincidente, ha sido reciente.

3.1 Caracterización de las Juntas: Proceso de creación.

Los meses de mayo y junio de 1808 fueron muy rápidos. Los británicos se vieron inmersos en la celeridad de acontecimientos que ocurrían en España. Tras que Sheridan formulase su famoso discurso y que Canning hiciese público el compromiso británico con los españoles que resistían al avance napoleónico, llegaron a la Península los primeros agentes británicos civiles y militares que prepararían la llegada de la ayuda y el posible desembarco de tropas y empezarían a recabar la información necesaria para su gobierno. Los que estaban mejor informados sabían que las estructuras políticas y administrativas españolas habían caído, dando paso a una situación de vacío de poder y de actuación desorganizada. Esa situación había desembocado en la aparición de unos

45 Este capítulo amplia lo expuesto en mi artículo “La visión de las Juntas de la Guerra de la Independencia en las fuentes británicas,” en Hispania Nova. (Revista electrónica de Historia Contemporánea) Nº4, 2004. [http://www.hispanianova.rediris.es/4indexhtm]. 46 Sobre la historiografía española me remito principlamente a M. Artola, Los orígenes de la España Contemporánea, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1959; Á. Martínez de Velasco, La Formación de la Junta Central, Pamplona, Eunsa, 1972; J-R. Aymes, “Las nuevas autoridades: Las Juntas. Orientaciones historiográficas y datos recientes,” L. M. Enciso (ed.), Actas del Congreso Internacional El Dos de Mayo y sus precedentes, Madrid, (1992), pp. 567-586; A. Moliner, Revolución Burguesa y movimiento juntero en España, Lleida, Milenio, 1997.

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nuevos organismos que se habían autoafirmado como poseedores del poder político de forma provisional: las Juntas, primero locales y luego provinciales. Estos ingleses tendrían que relacionarse y negociar con estas Juntas, organismos que estaban canalizando el doble proceso bélico y político.

Estas personas nos dejaron una profusa documentación a través de la cual se

puede construir una imagen no demasiado positiva de estas instituciones. En sus comentarios y opiniones, tanto privados como los realizados en documentos oficiales, valoraron más sus defectos que sus posibles aciertos. Acusaron a los miembros de las Juntas de anteponer el ejercicio de poder político al esfuerzo bélico necesario para derrotar a los franceses. Estas visiones iban más allá al tener los ingleses sus propias propuestas con relación a las Juntas, propuestas que giraron en torno a dos temas principales, la creación de un verdadero gobierno central y la creación de un mando único de los ejércitos españoles.

Cuando los primeros británicos desembarcaron en España se encontraron con el

desarrollo de todo el fenómeno juntero. Se habían creado las primeras Juntas a nivel local, pero la inercia llevó a la necesidad de vincularse unas poblaciones con otras en Juntas que abarcasen más territorio y más recursos. Esa situación dio paso a las primeras Juntas provinciales, que se convirtieron en los interlocutores de los británicos, y que controlaron las Juntas locales. Charles R. Vaughan comentaba el caso gallego donde “todas las ciudades gallegas crearon su Junta casi al mismo tiempo, pero la autoridad suprema la asumió la Junta establecida en la Coruña el 30 de Mayo, constituida por un delegado de los ‘regidors’ de cada gobierno municipal de las siete provincias de Galicia.”47

Estos agentes británicos se relacionaron en todo momento con todas estas Juntas

e intentaron caracterizar las Juntas españolas como gobiernos provinciales, compuestos por demasiados miembros, muchos de ellos poco capacitados para las tareas de gobierno. Era una caracterización pobre, porque no reflejaba toda su diversidad, pero que se mantuvo a lo largo del tiempo.

Los británicos dejaron en una posición secundaria a las Juntas locales. Pero se

tuvieron que relacionar con esas Juntas en diferentes situaciones. Una de las Juntas locales que más relación tuvo al inicio de la guerra con los británicos, fue la Junta de La Coruña, al tratarse de un importante puerto en el que desembarcaron varias personalidades destacadas, como Lord Henry Holland y todos sus acompañantes o representantes diplomáticos como el mismo Vaughan o John H. Frere y su secretario, sir George Jackson. Estas visitas fueron recibidas muy cordialmente por las autoridades locales. Las tropas de Baird desembarcaron allí, y reembarcaron en enero de 1809

47 Charles R. Vaughan, op. cit., pp. 74-75.

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conjuntamente con las tropas de Moore tras la batalla de La Coruña. Todo ocurría tras una terrible retirada en la que se repitieron las acusaciones hacia las autoridades españolas de no ayudar a las tropas británicas. Sólo ponían la excepción del pueblo de ese puerto que había colaborado en la defensa de la ciudad.

Arsenio García Fuertes puso el ejemplo de Astorga y el paso de las tropas

británicas, en especial tras la llegada de las tropas de Sir David Baird, que tras desembarcar en La Coruña al obtener el permiso de la Junta provincial, se dirigieron a tierras castellanas para unirse a las tropas de Moore que habían entrado desde Portugal por Salamanca. Una vez iniciada la retirada de todas las tropas británicas, la ciudad volvió a hospedarlas antes de continuar su camino hacia los puertos gallegos. Este autor analizó los problemas que suponía para una pequeña ciudad hospedar tropas extranjeras, las relaciones de esta Junta local, trasformada ya en Junta de defensa y armamento de la ciudad, con las autoridades militares británicas, los problemas en los suministros, las diferencias entre el comandante británico y La Romana. 48

En la campaña de 1809 las Juntas locales extremeñas tuvieron una importancia

destacada, ya que Sir Arthur Wellesley tuvo que negociar con ellas para conseguir los suministros, ya fuesen alimentarios o medios de transporte, necesarios para sus tropas. El comandante británico llegó a reconocer de forma sorprendente en aquellos momentos los problemas que causaban el paso de las tropas de un ejército por un territorio:

“A certain degree of inconvenience must be felt by the inhabitants of every town

near which an army is stationed, and I did every thing in my power to alleviate that which you would feel from the neighbourhood of the British army.”49

Algunas Juntas provinciales tenían sus particularidades. El cónsul general de

Asturias, John Hunter, quiso señalar la excepcionalidad del caso de la Junta de Asturias. Según él, la Junta no era “una asamblea formada a raíz de la revolución, como ha sucedido en casi todas las demás provincias, sino que es una asamblea,” reunida “siguiendo las constituciones del Principado.”50

Las generalizaciones de las visiones de los británicos crearon una imagen de

gobiernos desunidos y poco solidarios con las provincias vecinas. Su reclamación de un gobierno central entonces se convertía en más recurrente. Se encontraban frente a 48 Arsenio García Fuertes: “La Junta de Defensa y Armamento de Astorga y el ejército auxiliar británico del General Sir John Moore en la campaña de 1808,” en José A. Armillas Vicente (ed.), La Guerra de la Independencia. Estudios, AEGI – Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2 vols, 2001, pp. 821- 845. 49 “From Lieutenant General The Hon. Sir A. Wellesley, K. B. to the Junta of Plasencia, Miajadas, 18th July, 1809” en Lieut. Col J. Gurwood (ed.); The Dispatches of Field Marshall The Duke of Wellington During His Various Campaigns in India, Denmark, Portugal, Spain, the Low Countries and France, from 1799 to 1818, (A partir de aquí WD), London, John Murray, 1838, Vol. 4, pp. 491-492.” 50 “Hunter to Canning, Gijón, 22 Agosto 1808”, en A. Laspra, Las Relaciones entre la Junta General del Principado de Asturias…, 1999, Nº 239, pp. 258-260.

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gobiernos provinciales o municipales con una actuación inicial, aunque válida, demasiado independiente, derivada de la situación de vacío de poder, poco considerada por estos observadores. Así, el general James Leith, agente militar británico en Asturias, expuso que “no hay una autoridad centralizada, cada junta es soberana e independiente de las demás y tampoco parece que estén inclinada a reconocer la autoridad del Consejo de Castilla.”51

Los ingleses también prestaron atención al personal político que las formó,

comprobando que había una cierta continuidad entre las anteriores instituciones y las Juntas. Los momentos más revolucionarios habían dado paso a los momentos de control de las clases privilegiadas, dejando poco espacio a la participación de nuevos grupos sociales, como las clases medias urbanas burguesas o miembros procedentes de las clases profesionales.

Charles R. Vaughan asistió junto a Charles Stuart a varias reuniones de la Junta

provincial de Galicia. Señalaba que “las 7 personas que la constituían, aunque sin ninguna experiencia en los asuntos políticos, no eran aventureros que se hubiesen lanzado adelante en un momento de conmoción popular, sino que eran caballeros no menos respetables por su posición social y fortuna que por los cargos públicos que anteriormente habían desempeñado.” Entre sus miembros, estaba el obispo de Orense, quien consideraba que era el representante más hábil que tenían los gallegos. 52

Esta continuidad se comprueba también si atendemos a los miembros de cada

Junta o a los miembros escogidos por cada Junta para representarlas ante al Junta Central. El mismo secretario de la legación británica, atravesando el Bierzo, adelantó al carruaje del “señor Valdés”, quien “había sido ministro de Marina durante el último gobierno e iba entonces de camino para la reunión de la Junta Central como diputado por León.” Su elección, sin embargo, fue rechazada por las autoridades municipales de las localidades, como Villafranca del Bierzo, que atravesó en su camino hacia Aranjuez, por su condición de castellano.53

3.2 Caracterización de las Juntas: Tarea de gobierno y búsqueda de apoyos internos y externos.

Al poco de tener contactos con la realidad de las Juntas, los observadores

británicos percibieron que estas instituciones desarrollaban una amplia tarea de gobierno, al asumir las competencias de los viejos ayuntamientos y otras estructuras administrativas del Antiguo Régimen, que se vieron superadas por los acontecimientos. 51 “Despacho del general James Leith a Castlereagh. Informe detallado acerca del Principado, Gijón, 13 de Septiembre 1808”, en íbidem, Nº 317, p. 356. 52 Charles R. Vaughan, op. cit, p. 82. 53 Charles R. Vaughan, op. cit, p. 113. Este diputado fue luego uno de los diputados detenidos en Tordesillas por el capitán general de la Cuesta.

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A su llegada a Galicia, Vaughan comprobó que la Junta de La Coruña había abolido ciertas cargas sobre la población. Como todas las Juntas, tenía que combinar la política cotidiana con el esfuerzo extraordinario que suponía afrontar una guerra.

Las resistencias más duras con las que las Juntas se encontraron fueron las de los

capitanes generales, cuyo cargo fue casi el único que mantuvo poder más allá de mayo y junio del 1808. Vaughan asistió a la resolución de la crisis de la Junta de León con el capitán general Cuesta, quien había disuelto esta Junta y encarcelado en Tordesillas a los representantes elegidos por ella para formar parte de la Junta Central, los diputados Antonio Valdés y el vizconde de Quintanilla. Este episodio representa además el debate sobre la sumisión del poder militar al civil, subyacente en toda esta discusión.54

En esa situación tan complicada los miembros de las Juntas vieron como una

necesidad el obtener apoyos internos y externos que diesen su beneplácito a las decisiones que estaban tomando y les ayudasen en su lucha contra los franceses. La búsqueda de apoyos internos era de máxima utilidad porque podrían dar la sensación de unidad de la sociedad española. La Junta local de La Coruña consiguió ser nombrada Junta Provincial de Galicia. Fue decisivo conseguir el apoyo del arzobispo de Santiago de Compostela. Accedió a que la Junta provincial residiese en La Coruña y a que la Junta de su ciudad, sobre la cual ejercía una influencia directa, quedase bajo el control de la Junta Provincial de Galicia. Vaughan explicaba la toma de esta decisión porque el arzobispo intentaba ocultar así su elección por influencia de Godoy en un momento en el cual el sentimiento antigodoyista estaba en plena vigencia. Esta Junta provincial intentó consolidar sus apoyos políticos, sociales y eclesiásticos y establecer contactos con las otras Juntas provinciales, con las colonias y con las potencias extranjeras.

Pero, la unidad en torno a ellas de toda la sociedad parecía imposible. Contaron

con el rechazo, puntual o constante, de buena parte de los militares de carrera, que intentaron controlar en varias ocasiones las Juntas, como sucedió en Asturias. El Marqués de la Romana nunca se sintió cómodo con la Junta Suprema asturiana, y el 2 de mayo del 1809 dio un golpe de fuerza, deponiendo la Junta y sustituyéndola por una nueva Junta de Armamento y Observación del Principado.55 También, las Juntas contaron con la indiferencia, cuando no con la oposición, de parte de las antiguas clases privilegiadas. Rechazaban las decisiones que estaban tomando. Estas actitudes aumentaron cuando se creó la Junta Central y se comprobó que continuaba con las políticas iniciadas por las Juntas.

54 Charles R. Vaughan; op. cit, pp. 155-157. 55 Alicia, Laspra; Intervencionismo y Revolución..., pp. 248-252. El caso asturiano también se puede seguir a través del libro de F. Carantoña, La Guerra de la Independencia en Asturias, Madrid, Biblioteca Julio Somoza, Temas de Investigación Asturiana, 1984.

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En el exterior buscaron contactar con el Reino Unido. Las Juntas de Asturias, Galicia y Sevilla enviaron representantes a Londres y demostraron que no estaban dispuestos a colaborar entre ellas, aunque los británicos presionaron para que esto sucediese. A falta de un organismo central, Canning tuvo que reconocer las Juntas como interlocutores válidos en las negociaciones que permitirían la intervención británica en España. La Junta asturiana envió como representantes a Londres al joven Vizconde de Matarrosa, futuro Conde de Toreno, y a Andrés Ángel de la Vega Infanzón, que siempre destacó por su anglofilia. Galicia envió como representante a Manuel F. Sangro. Las Juntas de Granada y de Sevilla utilizaron la cercanía de Gibraltar para contactar con el gobierno británico a través de su gobernador, Sir Hew Dalrymple. La Junta sevillana envió, además, a dos miembros de la alta jerarquía militar, el almirante Juan Ruiz de Apodaca, que se convirtió en el primer embajador español, y el mariscal Adrián Jácome.56

Estos representantes llegaron en busca de ayuda y fueron recibidos en medio de

grandes celebraciones y de inusitadas muestras de apoyo. Muchos británicos reflejaron el paso de estos representantes españoles por Londres. Los primeros en llegar fueron los representantes asturianos, que habían sido transportados por una fragata británica. Lord Holland los recibió en su casa sin dudarlo, aunque reconoció que las autoridades británicas no los empezaron a tomar en serio hasta la llegada de los representantes:

“It was brought thither at the end of May, or beginning of June, 1808, from the

Asturias by Matarosa and Don Andres de la Vega: the first, a young nobleman afterwards better known by the name of Count Torreno; the latter, a provincial lawyer, who united to considerable sagacity and unblemished integrity, great sobriety of judgement and a character capable of inspiring and of feeling confidence. He afterwards laboured to counteract the effects of that suspicion which both in and out of Cortes was estranging the Spaniards from their allies; but he died of the yellow fever at Cadiz before he acquired all the fame he deserved, and before the healing qualities of his calamities which the return of King Ferdinand so unexpectedly produced. His modest character and inferior rank, the extreme youth of Matarosa, and the comparative insignificance of the province of Asturias, made our Government hesitate till the arrival of the Galician and Andalusian deputies, men not equal in capacity, but of higher rank by birth or station.”

Holland reconoció la importancia de Apodaca como el representante llegado a

Londres con más nivel, aunque era una figura prepotente:

56 El caso asturiano se puede seguir en los dos ya citados libros de A. Laspra. El caso sevillano se puede estudiar a través de M. Moreno Alonso, La Junta Suprema de Sevilla, Sevilla, Col El Mapa y el Calendario, Nº 16, Eds. Alfar, 2001.

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“Admiral Apodaca, though, selected to screen him from the resentment of the multitude for having signed a proclamation favourable to the French and not for any proof of zeal against them, had a very prepossessing appearance, and a manner which announced more knowledge of the world and talents of business than he really possessed.” 57

El primer conde de Malmesbury en 1808 era un político ya retirado, aunque su

experiencia diplomática le hacía tener contactos que le mantenían informados. Había sido secretario de la legación británica presidida por Sir James Gray, ante la Corte de Carlos III, entre 1768 y 1770. Malmesbury llegó a conocer a los dos comisionados asturianos. Pensó que eran unos personajes poco importantes, en consecuencia de la supuesta escasa relevancia que Asturias tenía en el conjunto de la monarquía española:

“These two deputies, Materasa and Don Diego de Vega, left Gijon in an open

boat, and were taken up at sea by one of our frigates. I dined with them immediately after their arrival at Burlington House, for they were received with open arms. I at once saw what they were – Materasa (a Viscount) a young Asturian Hidalgo, and Don Diego de Vega, an Asturian Attorney, both I dare say, well-meaning and well-thinking, but of no consequence; in fact, Asturias is a province that is of as little consequence with reference to the Kingdom of Spain, as Glamorganshire is to England; and it was injudicious, and a want of consideration, and I will add also of experience and information, to look upon these two persons as types of the sentiments of the whole nation.” 58

Malmesbury afirmaba que el trato con esos representantes de tanta poca

importancia privó a los británicos de relacionarse con enviados de mayor peso, aunque consideraba que no los hubo hasta la llegada del Almirante Apodaca, o la de Pedro Cevallos ya en 1809. Malmesbury señalaba por último que los británicos dieron a los españoles todo lo que pidieron, a pesar de algunas voces que solicitaron prudencia.

Las Juntas andaluzas utilizaron la cercanía de Gibraltar para contactar con el

gobierno británico a través de su gobernador, Sir Hew Dalrymple. Pero se les había anticipado el General F. Castaños, capitán general del Campo de Gibraltar cuando estalló la insurrección. Dalrymple estuvo siempre atento a lo que sucedía en España y mantuvo durante varias semanas toda una correspondencia confidencial con ese general español, relación que se convierte en oficial tras la insurrección y la creación de las Juntas.

57 Lord H. Holland, Further Memoirs of the Whig Party 1807-1821 with some Miscellaneous Reminiscences, by Henry Richard Vassall, Third Lord Holland. Edited by Lord Stvordale. London, John Murray, 1905, pp. 12-13. 58 Third Earl of Malmesbury, (ed.); Diaries and correspondence of James Harris, First Earl of Malmesbury. 4 Vols. London; Richard Bentley, 1844, p. 407.

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Gracias a esta situación, Gibraltar inició una nueva relación con los españoles que fue más allá de la guerra. Pasó de ser una plaza británica encajonada en un extremo de la Península a un lugar de refugio y de ayuda. Dalrymple no sólo se decidió a ayudar a los españoles una vez conocidas sus noticias, sino que envió a diferentes agentes para mantener el contacto con las diferentes Juntas provinciales. Nombró al mayor William Cox su representante en Sevilla. Cox informó siempre con todo detalle de lo que sucedía en Sevilla, incluyendo el triunfalismo que se instaló en los españoles tras la batalla de Bailén. Dalrymple se convirtió en el británico mejor informado en la Península, y en la fuente más fidedigna que pudo tener el gobierno británico, en especial, secretario del War Office, lord Castlereagh. 59

Tras W. Cox llegaron otros agentes civiles y militares británicos destinados a

diferentes puntos de la geografía española para conseguir información sobre el terreno y poder informar en todo momento a las autoridades de su país. Dalrymple también envió su primer agente militar. El general S. F. Whittingham estaba en Gibraltar haciendo una escala previa a su siguiente destino, Sicilia, donde había sido adscrito a los cuarteles generales de las tropas británicas en la isla. Allí conoció el estallido de la lucha española. No dudó en presentarse como voluntario para ser intermediario entre Dalrymple y las autoridades españolas y finalmente fue nombrado agregado militar en los ejércitos de Castaños. Este general comenzaba así su vinculación con los españoles que a lo largo de la guerra le llevó a formar parte del servicio español, dirigir diferentes cuerpos de ejército y formar una brigada propia en Mallorca.60

Todos estos agentes enviaron informes constantemente a Londres y tuvieron una

correspondencia amplia con toda una serie de personalidades destacadas, que conforman un cuerpo documental esencial para el estudio de la Guerra de la Independencia. Toda esta documentación está llena de críticas referentes a los miembros de las Juntas, a sus actividades y su poca capacidad de actuación y maniobra debido a su excesivo número. Estas críticas fueron recogidas por las autoridades británicas.

La primera crítica concreta se refiere a su actuación desunida, que exacerbaba

las diferencias existentes entre unas zonas y otras del país. Desde primer momento, los observadores británicos les acusaron de anteponer los intereses locales de la Junta en cuestión a la causa general y sembrar la discordia entre las propias Juntas. Estos observadores veían que había situaciones en las que se obstaculizaba que las tropas de

59 Tanto la actuación de Dalrymple como la correspondencia de Cox aparecen en Sir Adolphus J. Dalrymple (ed.); Memory written by General Sir Hew Dalrymple, Bart of his proceedings as connected with the affairs of Spain and the commencement of the Peninsular War. London, 1830. 60 Para la figura de Whittingham me remito a sus propias memorias, Major-General Ferdinand Whittingham (ed.); A Memoir of the Service of Lieutenant-General Sir Samuel Ford Whittingham K.C. B, K. C. H, G. C. F, Colonel of the 71st Highland Light Infantry, Derived chiefly from his own letters and from those of distinguished contemporaries. London, Green and Co, 1868. Una visión española sobre ese general en Leopoldo Stampa Piñeiro: “El General Whittingham: La Lucha Olvidada (1808-1814)”, en Revista de Historia Militar, Nº83, 1997. pp. 115-147.

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una determinada Junta provincial actuasen fuera de sus fronteras. Era una consecuencia de que el poder hubiese recaído en la aristocracia provincial, que para los británicos era una clase social arrogante, orgullosa, poco preparada para los asuntos de gobierno y que repentinamente había adquirido un poder que no sabía ejercer correctamente.

Relacionada con la desunión, encontramos la falta de colaboración entre las

Juntas vecinas. Cada una de ellas había acumulado sus propios recursos, había creado sus propios ejércitos e impedía que los de una provincia pudiese actuar en otra. Vaughan expresa abiertamente esta crítica, porque llega a tener implicaciones personales. Le disgustó que las armas, municiones y cantidades de dinero donadas por el gobierno británico se quedasen en la costa y no penetrasen en el interior. Vaughan no toleró estos extremos, pero fue una situación muy común. En varias ocasiones, los envíos británicos para la Junta de León y los ejércitos de Blake se quedaban almacenados en el puerto de Gijón y eran aprovechados por esta provincia. Vaughan calificó esta política de “estrecha y egoísta” y se alegraba de que esta política “no estaba de acuerdo en manera alguna con los sentimientos del ejército ni del pueblo.” Sólo esperaba que un posible gobierno central acabase con estas actitudes.61

Más allá de estas críticas, Vaughan se lamentó de los recelos que se crearon

entre provincias, que reforzaban las diferencias y rompían los posibles puentes de unión entre Juntas. Diferencias que se trasladaban incluso al campo militar, ya que cada Junta tenía su ejército, y “cada provincia nombraba a su propio general y lo investía de un mando independiente.” 62

La Junta de Sevilla es un buen ejemplo de estas críticas, tanto por su

importancia, como por su relación directa con los británicos. El agente británico, W. Cox, se quejó amargamente de que esa Junta en vez de buscar los objetivos de la causa común estuviese defendiendo sus intereses particulares como los que prevalecían:

“The Supreme Junta of Seville has lately manifested very different views, and I

am sorry to say, they seem almost to have lost sight of the common cause, and to be wholly addicted to their particular interests. Instead of directing their efforts to the restoration of their legitimate sovereign, and the established from of national Government, they are seeking the means of fixing the permanency of their own, and endeavouring to separate its interests from those of other parts.” 63

61 Ch. R. Vaughan; op. cit, p. 154. 62 Ch. R. Vaughan; op. cit, p. 81. 63 “From Major W. Cox to Sir Hew Dalrymple, Seville, 10th September, 1808”, en Memory written by General Sir Hew Dalrymple, … pp. 204-208.

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3.3 La necesidad de un gobierno central: la Junta Central

Una consecuencia de la situación de vacío de poder de mayo y junio de 1808 fue la desaparición de cualquier forma de gobierno central, porque la Junta que había dejado Fernando VII antes de partir hacia Bayona se quedó sin poder efectivo. Los consejos de la monarquía no se habían disuelto, pero en ningún momento hicieron movimientos para recuperar su poder. Al contrario, se quedaron parados aceptando tácitamente el control francés.

Españoles y observadores británicos coincidieron en la necesidad de un gobierno

central. Los británicos consideraron que tenía que ser una prioridad mientras veían que los españoles no acababan de dar los pasos necesarios para constituir este poder central. Según Sir Hew Dalrymple, existía la voluntad y se habían propuesto varias fórmulas, pero no se habían decidido por ninguna:

“The necessity of a head to direct the affairs of the nation at large, and to rule

and govern in the name of the whole kingdom, has long been apparent to all who were capable of reflecting seriously on the state of this country. Several plans have been proposed, and many publications have appeared on the subject; some proposing to establish a military form of Government; others to assemble the Cortes, according to the Constitution of the country; and others, to appoint, at once, a viceroy, or Lieutenant of the Kingdom.” 64

Justamente la Junta de Sevilla se había autointitulado como la “Junta Suprema

de España e Indias”, sin tener el reconocimiento expreso de muchas de las Juntas provinciales, en especial, las otras Juntas provinciales andaluzas. Los británicos nunca creyeron en ese poder, que consideraron ilusorio, y después limitado al conocer los problemas con la Junta de Granada sobre las tropas que iba a dirigir Castaños.

El proceso que desembocó en la constitución de esta autoridad central partió de

las Juntas, aunque el primer paso pertinente se dio en el norte de España. Charles Stuart y Ch. R. Vaughan conocieron y asistieron al proceso lleno de dificultades lleno de dificultades de unión de las Juntas provinciales de Galicia, Asturias, Castilla y León. Los británicos favorecieron este proceso porque lo veían como un paso para conseguir un interlocutor válido para toda España y como un paso previo para la constitución de una Junta Central con representantes de las otras Juntas provinciales. Finalmente, la reunión de Lugo sólo representó la unión de las Juntas de Castilla, León y Galicia,

64 “From Sir Hew Dalrymple to Lord Viscount Castlereagh, Seville, 6th August 1808”, en Íbidem… pp. 187 – 189.

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porque Asturias abandonó finalmente el proyecto. 65 No fueron los únicos problemas ya que estalló la lucha personal entre el capitán general Cuesta y el general Blake. 66

La forma elegida fue finalmente una Junta Central, que uniese y controlase las

juntas provinciales, reunida por primera vez en Aranjuez el 25 de Septiembre del 1808, aunque en primera instancia se había barajado la posibilidad que la reunión tuviese lugar en la ciudad de Ocaña. Se había acordado que cada junta provincial enviase dos representantes para su constitución. Stuart y Vaughan asistieron a todo este proceso.

Esta forma de gobierno central se mantuvo hasta inicios de 1810, cuando las

circunstancias bélicas y la inoperatividad política desembocaron en su crisis definitiva y forzaron a plantearse la creación de un Consejo de Regencia. Precisamente fue la opción que se barajó y que con mejores ojos vieron los británicos. No era una opción impopular en la España de 1808, pero el gran problema era encontrar a un regente o a un grupo de regentes que contasen con el reconocimiento de todas las provincias. Vaughan pasó por la ciudad de Valladolid de camino hacia Madrid. Los nobles de esa ciudad mostraron una actitud poco benevolente hacia las Juntas y apostaron abiertamente por una Regencia. Estos “esperaban con gran ansiedad la formación del gobierno central” y estaban “impacientes por que el poder asumido por las Juntas fuera anulado.” Si el poder se mantenía en sus manos, “parecía más probable que sirviese para promover que para controlar los recelos que existían entre las distintas provincias.” 67

Menos opciones pensaban que tenía el Consejo de Castilla, particularmente por

la inoperatividad mostrada en las primeras semanas de la lucha y el poco respeto que parte de las provincias mostraron por una institución que había hecho llamadas a la calma en un momento en que la insurrección contra los franceses se estaba extendiendo por todo el país. Vaughan señaló que representantes de la nobleza le habían expresado que preferían que el poder descansase en ese organismo antes que en unas instituciones vistas como asambleas populares.68 En Sevilla W. Cox reconocía que la autoridad de ese consejo, que parecía haberse recuperado en Madrid, podía ser rechazada por algunas autoridades provinciales y dificultaría la creación de la Junta general:

“The Council of Castile, it appears, has resumed their power and authority at

Madrid, and is issuing orders and decrees as the Supreme Tribunal of the nation. This will, most probably, give rise to very serious disputes. Their authority may be acknowledged by some of the provinces, but will most certainly oppose by many, and, 65 Ch. R. Vaughan, op. cit., p.103. También en “From Vaughan to Holland, Corunna, August, 14th 1808, Lugo, September, 1st, 1808”, en The Spanish Journal of Elizabeth Lady Holland, pp. 396-401 y pp. 401-402. Son las cartas en las que Vaughan informa a Lord Holland de esta reunión. 66 Las relaciones entre Juntas y militares y el caso del capitán general Cuesta y el proceso de unión de las Juntas septentrionales se expone en F. Carantoña, “Poder e ideología en la Guerra de Independencia”, Ayer, nº 45, (2002), pp. 293-300. 67 Ch. R. Vaughan, op. cit, p. 123. 68 Íbidem, p. 143.

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amongst others, most decidedly by this. I very much fear the consequences of this variety of sentiment, which is so likely to prove an obstacle to the formation of the General Junta, and to produce those jealousies and divisions which are so much to be dreaded.” 69

Más allá de esos momentos, ese consejo de la monarquía española quedó

totalmente inoperativo, y sus funciones de gobierno las adquirió la Junta Central. Esa situación explica la sorpresa de los Holland al conocer en Sevilla en marzo de 1809 el proyecto de Jovellanos de reconstituir el Consejo. Finalmente fue restaurado, siendo su presidente el duque del Infantado el 18 de marzo. Los Holland nunca entendieron el movimiento de su amigo íntimo, a pesar que el ilustrado asturiano explicó varias veces y con detalles sus razones:

“He told me that it was an error to suppose that Council had any pernicious

tendency against civil liberty: that previous to the formation of the Junta Central it had usurped powers it did not possess legally, but that the Cortes had always been a favourite object in it; that it was indispensable to have a tribunal of dernier report, and useful for the internal administration of affairs to have a supreme authority to superintend its political economy.”70

Los británicos mantuvieron una actitud ambivalente ante esa nueva institución,

porque no encajaba con el modelo que ellos habían pensado. Se movieron en esos primeros meses entre la duda permanente y el posibilismo al conseguir el interlocutor querido, aunque la decepción y la crítica insistente rápidamente se instalaron en sus comentarios.

A lo largo de 1808 y 1809 diferentes observadores británicos asistieron a las

reuniones de la Junta Central, describieron sus decisiones y personal político, recogieron las crecientes críticas contra la actuación de esa institución y desarrollaron las suyas propias. En un primer momento, tanto Stuart como Vaughan, los representantes británicos que asistieron a sus primeras reuniones, fueron pragmáticos al conseguir que los españoles tuviesen una voz unificada. Informaron, a través de los despachos diplomáticos del primero, o del relato de su estancia en España, de estos primeros momentos. Señalaron que en un principio cada Junta quería mantener su propia personalidad en el seno de la Junta Central. Pero ese posibilismo no duró mucho.

A Aranjuez había llegado John H. Frere, diplomático británico que había sido

nombrado ministro plenipotenciario ante la Corte española como muestra de la

69 “From Major William Cox to Sir Hew Dalrymple, Seville, 18th August 1808,” Memory written by General Sir Hew Dalrymple… pp. 190 – 191. 70 The Spanish Journal of Elizabeth Lady Holland…, pp. 298 – 299. La confirmación de esa restauración está en las páginas 302-303.

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normalización de las relaciones diplomáticas entre dos países que se habían convertido en aliados inesperados. Ese ministro tuvo que presenciar la descoordinación de la Junta Central con los generales españoles, que no consiguieron frenar el avance francés, dirigido por el propio emperador. También tuvo que negociar en todo momento con las autoridades españolas para conseguir los suministros que necesitaban las tropas del comandante Sir John Moore, que en noviembre habían entrado por Ciudad Rodrigo para actuar como fuerza auxiliar de los españoles. Frere tuvo que acompañar a la Junta Central en su huida de Aranjuez por la entrada de las tropas napoleónicas en Madrid.

Frere nunca guardó una opinión favorable de esa institución, aunque siempre

trabajó, mientras se mantuvo en el cargo, por mejorar las relaciones con esa institución, pero esos errores se repitieron en la campaña de Talavera. En aquellos momentos ya había abandonado el cargo, porque Richard Wellesley, el marqués Wellesley, había sido nombrado nuevo embajador extraordinario en España y él tuvo que hacer frente a las carencias de las tropas británicas que no pudieron ser suplidas debido a la incapacidad mostrada por la Junta Central.

Las opiniones británicas más contrastadas y elaboradas acerca de la Junta

Central y de su actuación no proceden de ese momento inicial. Hay que buscarlas en la Sevilla de 1809, donde intentó reconstituir su poder y reiniciar su tarea de gobierno, con la instalación en esa ciudad de todos los departamentos de gobierno. Valgan de ejemplo los casos de Lord Holland y William Jacob, que conocieron esta institución en momentos diferentes, el primero en la primera mitad del año de 1809 y el segundo en los últimos meses de ese año.

Ambos personajes conocieron su funcionamiento interno o sus miembros e

hicieron críticas complementarias. No fueron los únicos británicos que asistieron a sus reuniones, porque allí coincidían con los representantes diplomáticos de su propio país. Otros viajeros británicos de paso por Sevilla sólo hablaron de la institución sin asistir a sus reuniones. Holland, observando sus reuniones en el Alcázar sevillano, pensó que sus miembros estaban demasiado preocupados por los temas formales y no prestaban la misma atención a asuntos más urgentes como la guerra.

Holland pensaba que la elección de la gran mayoría de miembros había sido

acertada, porque muchos de ellos contaban con experiencia en el gobierno o en la administración. Pero predominaban personas de la carrera judicial o de la abogacía, cuyo respeto por las formas entorpecía su correcto y rápido funcionamiento, impidiendo la actividad que pedían las circunstancias que estaban viviendo:

“They had, indeed, among them some ex-ministers and magistrates of great

integrity, enlightened views, and distinguished talents. Among these, Don Gaspar Melchor de Jovellanos was the most eminent; but even they, from the caution of their

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time of life, and from the habits of magistracy, were somewhat too scrupulously observant of technical rules inapplicable to the exigency of circumstances, and too readily alarmed at those vigorous measures of innovation which a state of revolution and civil war demands.” 71

Esa crítica era generalizada, y no hacía excepciones, ni siquiera a su viejo amigo

suyo, Gaspar Melchor de Jovellanos, aunque Holland no dudó en ningún momento de la importancia de la presencia de Jovellanos en el seno de la Junta Central. A través de Lady Holland, sabemos que pensaba que su carácter reservado y pensativo ayudó a impedir el estancamiento de la Junta Central, con medidas como la discusión del decreto de libertad de prensa o la convocatoria de Cortes, que se implicó personalmente y que le enfrentó con aquellos miembros de la Junta Central que no veían su reunión como un tema urgente. Así resumía toda su labor:

“Jovellanos has recommended some salutatory and some judicious measures to

the Junta; his moderation and firmness at his juncture is very striking, and he may easily derive a greater degree of influence from it over his terrified colleagues than he acquired in their days of prosperity. He has advised great publicity towards the people, and publication of all the postas as they arrive.”72

No fueron las únicas consideraciones que los visitantes británicos hicieron sobre

los miembros de la Junta Central. El viajero profesional Sir John Carr, sólo proporcionó sus nombres y la provincia de procedencia. Añadía que casi ninguno de estos miembros poseía talento para gobernar.73

Los miembros de la Junta Central ofrecían una serie de dudas, presentes en su

valoración de los elegidos para ocupar los diferentes departamentos ministeriales, señalando que no hubo problema en elegir para algunos de esos cargos a miembros de la Junta Central como Garay. Tenía que reconocer que esta elección era correcta por tratarse de nombres con suficiente experiencia política:

“Their choice of ministers did them credit. The venerable Saavedra was among

them, and Hermida, a still older man, who was minister of grace and justice, though both prejudiced and capricious, was a man of knowledge, courage and capacity. Garay, who though member of the Junta, presided over the foreign affairs, combined zeal and discernment with more knowledge of the world and amenity of manner than is usual in Spanish politicians.”74

71 Lord Henry V. Holland, Foreign Reminiscences, pp. 143 – 144. 72 The Spanish Journal of Elizabeth Lady Holland … pp. 278 – 279, y 313 – 314. 73 Sir John Carr, Descriptive travels in the Southern and Eastern …, pp. 85-86. 74 Lord Henry V. Holland, Foreign Reminiscences, p. 144.

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W. Jacob coincidió en señalar el respeto que merecía la figura de Jovellanos al intentar impulsar toda una nueva legislación, detenida por Floridablanca, y tras su muerte, por aquellos que apoyaban sus opciones. Esta consideración contrastaba con la descripción que hacía del Conde de Tilly o del Marqués de Villel, que consideraba que eran los vocales menos preparados de la Junta Central.

Este diputado británico también describió a los miembros del gobierno más

destacados en septiembre de 1809. Presentó a Garay como un ministro diligente, centrado en los asuntos públicos, pero resignado, ya que había tenido que escapar de Madrid junto a su familia. Al ministro de Finanzas, Saavedra, lo presentaba como una persona íntegra y capacitada. 75

La difícil relación que se estableció entre las Juntas provinciales y la Junta

Central fue otra causa con la que se intentaba explicar esta falta de vigor y de decisión en el momento de tomar las decisiones. Inicialmente la Central podía contar con el respeto de las Juntas provinciales (y locales) al ser la unión de representantes de ellas al buscar una actuación coordinada. Pero éstas no esperaban que se formalizase como gobierno y que iniciase un proceso de control de las Juntas, con decretos como el nuevo Reglamento de enero de 1809 en virtud del cual las Juntas provinciales se convertían en Juntas Superiores Provinciales de Observación y Defensa.

En plena guerra, los británicos vivieron las consecuencias del enfrentamiento

que había entre estas dos instancias. La no llegada de suministros, pese a las órdenes dictadas por la Junta Central, era ejemplo de ello. El organismo central nunca acabó de controlar las Juntas provinciales porque éstas mantuvieron parte de la autonomía que habían ostentado al inicio de la insurrección. Obligaban a sus representantes a consultar parte de las decisiones, retrasando las que se tenían que tomar.

Jacob escribía en unos momentos de gran crítica hacia la Junta Central, cuando

se rumoreaba que la Junta de Sevilla quería recuperar su poder y derrocar a la Junta Central. Jacob se refería a la intentona del Conde de Montijo y de Palafox, demostrando que no hubo implicación británica en ese golpe de fuerza fallido.

Más adelante, y cuando estaba recorriendo tierras andaluzas, presenció otro

ejemplo de las reticencias que el poder de la Junta Central suscitaba en una Junta provincial, en este caso la de Granada. Consecuencia de ese enfrentamiento era la apatía de la gente hacia esa lucha, extinguiendo la voluntad existente de resistir al inicio de la guerra. Jacob presenta con estas palabras el caso granadino:

75 W. Jacob, op. cit., pp. 61– 65.

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“The Captain-general of this province has had his authority divided since the revolution, by the formation of the Provincial Junta, which was elected by the popular voice from among the most energetic opposed of the French. This Junta roused the feelings of the inhabitants, called forth their exertions, and directed them with judgment and integrity; but the election of the Central Junta, which extinguished their power, or left them only the semblance of it, has tended to damp their energies, and lull the people into that state of apathy and despondency which it is the best preparative for French subjugation.”76

Jacob recordaba que estas instituciones provinciales tuvieron que ceder parte del

poder que habían ejercido autónomamente durante varios meses, e intentar mitigar las posibles tensiones y rivalidades provinciales:

“It was difficult to reconcile the interests of different provinces, and to conquer

the jealousies mutually entertained; it was not to be expected that each provincial juntas, each exercising within its district the full power of sovereignty, and held together merely in the name of Ferdinand, could be brought to relinquish the authority they had exercised, and exercised with energy, and quietly resign it into the hands of another set of men, to whom they were entire strangers, and of whose views they were doubtful.”77

Este viajero británico señaló de forma curiosa que la desconfianza de las Juntas

provinciales hacia la nueva institución que se iba a constituir hizo que eligieran a los peores representantes posibles. La excepción para Jacob fue la Junta de Valencia, que envió representantes capacitados a la Junta Central, con órdenes claras y concisas. Otros representantes tuvieron órdenes menos claras, lo que les permitió ser más flexibles y no tener que consultar todas las decisiones con la Junta a la que pertenecían. No entendía porqué unas Juntas que habían mostrado una gran energía en unos momentos determinados habían elegido unos representantes cuya actuación le parecía negligente y deficiente.

W. Jacob concluía su visión general de la Junta Central, afirmando que ese

sistema de gobierno era el peor que se podía esperar, porque era una mezcla de modelos distintos, con todos los inconvenientes de los diferentes tipos de gobierno, y sin ninguna de sus ventajas:

“The present system unites the evils of the three forms into which governments

are usually divided, without possessing the advantages of either, and in one desolating view, presents the debility of a worn-out despotism, without its secrecy or is union; the insolence and intrigues of an aristocracy, without its wisdom or refinement; and the 76 W Jacob, op. cit., p. 292. 77 W. Jacob, op. cit., p. 66.

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faction and indecision of a democracy, without the animated energy of popular feeling.” 78

Lord Holland, en sus recuerdos, añadía que uno de sus principales problemas fue

que nunca acabaron de trazar los límites de su autoridad: “The Junta had been hastily chosen, and was composed of materials not happily

assorted to one another. The members were driven from Aranjuez before they were well installed in their seats, before they had clearly defined their authority, and before they had traced the system of government they intended to establish.”79

Los comentaristas británicos no pudieron eludir recoger en sus visiones las

críticas que se habían instalado en la sociedad española contra la Junta Central, por su carácter inoperante e ineficiente, materializando las dudas que había generado entre algunos grupos desde un primer momento. Se trataba de un gobierno especialmente discutido, y no exclusivamente en Sevilla, la capital de los patriotas españoles en 1809.

Henry W. Wynn era un joven diplomático que pertenecía a una familia próxima

a uno de los líderes whigs, Lord Grenville, y que estuvo en Cádiz a inicios de 1809. Era una etapa previa que le había conducido a visitar también Lisboa y Sevilla. Su destino era visitar el Mediterráneo Oriental. En el camino de vuelta volvió a visitar la Península en 1812. En una carta a su madre fechada el 23 de abril de 1809 describía el descontento generalizado en Cádiz hacia la Junta Central:

“The number of discontents is very great, and the Central Junta seems more

occupied in publishing Proclamations declaring it to be High Treason to speak ill of them, than in providing for the public safety.”80

W. Jacob, a su vez, desembarcó en el puerto de Cádiz en septiembre de 1809,

cuando la Junta Central vivía un momento continuado de desprestigio y de impopularidad:

“The complaints of the inactivity, selfishness, inability, and intriguing spirit of

the members of the Junta are universal: they have lately laid restrictions on the press, and have suppressed the best paper in Spain, the Patriotico Seminario of Seville, which has greatly increased their unpopularity.” 81

78 William Jacob, op. cit., pp. 69 – 70. 79 Lord Henry V. Holland, Foreign Reminiscences, p. 143. 80 “From Henry Williams Wynn to Lady Williams Wynn, Cadiz, April 23rd, 1809,” en Correspondence of Charlotte Grenville, Lady Williams Wynn and her three Sons: Sir Watkin Williams Wynn, Bart., Rt. Hon. Charles Williams Wynn, and Sir Henry Williams Wynn, G.C.H., K.C.B. Edited by Rachel Leighton. London, John Murray, 1920, pp. 145 – 146 81 William Jacob; op. cit, p. 32.

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Jacob, sin haber asistido a ninguna de sus reuniones, pero conociendo el

ambiente contrario existente en Cádiz, y teniendo en cuenta sus propias informaciones, se aventuró a señalar el punto de partida de todos sus errores, su propia concepción como institución:

“…a number too great for an executive and too small for a legislative power, yet

combining both, it is natural to suppose that the Junta would participate in those habits which the state of society, to which they were accustomed, unavoidably engendered, and were consequently ill qualified to advance the mighty undertaking they were chosen to accomplish…” 82

3.4 Las Juntas y su ineficaz gestión de la guerra. Ejércitos provinciales y necesidad de un mando único.

La caída de las estructuras de gobierno provocó que las tropas españolas

repartidas por el territorio español se quedasen sin un referente claro que les diese las órdenes a seguir y con sus tropas de elite, dirigidas por el marqués de la Romana, comprometidas por la alianza con Francia en Dinamarca. Las Juntas, igual que sucedió con los asuntos políticos y administrativos, decidieron organizar la resistencia militar en sus regiones. A estas Juntas “se les pidió que formasen un ejército a base de tropas regulares que había acuarteladas en su provincia; sin industrias que pudieran aprovisionar a los nuevos reclutamientos, sin armas y sin ropa, y en un territorio absolutamente incapaz de procurar subsistencia para una fuerza que había de ser considerable cuando se reuniera toda.”83 Se crearon ejércitos independientes, poco vinculados entre sí, y cada uno con su propio general y sujeto a una Junta provincial. Este estado de cosas no era el más adecuado para afrontar una guerra, según el punto de vista británico, y redundaba en una gestión ineficaz del esfuerzo militar.

Esta situación provocó rivalidades internas entre ejércitos provinciales, y sus

respectivos generales, muchos de ellos con fuertes personalidades. Los ingleses criticaron en diferentes ocasiones su falta de unidad y disciplina y que las Juntas se hubiesen aprovechado de las unidades del ejército español que habían quedado en sus respectivos territorios y que utilizaban para su defensa exclusiva. Los observadores británicos les aconsejaban que desarrollasen una estrategia militar que uniese a los diferentes ejércitos provinciales en un mismo empeño militar. Los generales españoles y las Juntas rechazaron las indicaciones británicas.

Los británicos no claudicaron en ese tema, porque pensaban que era un tema de

máxima importancia, y esperaban que la constitución de un poder central en España 82 Íbidem, p. 33. 83 Ch. R. Vaughan; op. cit, p. 83.

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cambiase la situación, reorganizase el esfuerzo bélico y que las nuevas autoridades centrales le diesen una nueva dirección a la guerra. Anhelaban, además, que diese las condiciones para una efectiva colaboración entre los dos aliados.

Pero el desarrollo y resultados de las campañas que se emprendieron en 1808 y

1809 vinieron a decepcionar sus expectativas y a confirmar los peores presagios de aquellos que pensaban que no se podía colaborar con los españoles y que los británicos tenían que actuar en la Península por su propia iniciativa.

Los británicos supieron que la Junta Central tenía diversas funciones, pero

rechazaron que los españoles no diesen prioridad a los asuntos militares. Esa institución tenía que dirigir una guerra, preocupándose por temas tan esenciales como el aprovisionamiento de las tropas o el reclutamiento de nuevos regimientos. Los británicos siempre defendieron que esa institución fracasó en esas funciones, por todos los problemas que hubo mientras sus tropas estuvieron en territorio español y por las carencias de las tropas españolas. Muchos apuntaron a un problema de autoridad, que explicaría sus relaciones difíciles con los militares, tanto capitanes generales como los comandantes de tropas, y con las Juntas provinciales y locales. Estas difíciles relaciones influyeron en el fracaso en el terreno militar de la Junta Central.

También repercutió en la valoración que los británicos hicieron de su aliado. La

primera intervención británica en la Península se había producido en Portugal, con la liberación de un país que se convirtió en su principal base en el continente y con la capitulación de las tropas napoleónicas de ese país.

La siguiente campaña fue la entrada de las tropas del Teniente General Sir John

Moore por Ciudad Rodrigo en noviembre de 1808, que acabó con la batalla de La Coruña y el reembarco de las tropas británicas en enero de 1809. Las órdenes de Moore eran claras. El secretario de Guerra, Castlereagh se las recordaba:

“In entering upon service in Spain, you will keep in mind that the British army is

sent by his majesty as an auxiliary force to support the Spanish nation against the attempts of Buonaparte to effect their subjugation. You will use your utmost exertions to assist the Spanish armies in subduing or expelling the enemy from the Peninsula.”84

Los británicos se sintieron decepcionados y engañados, influyendo en la pérdida

de popularidad de la causa española en Gran Bretaña a medida que llegaban soldados británicos y contaban las penalidades sufridas en España. Las tropas británicas que habían avanzado por la Meseta en pleno invierno castellano no se encontraron ni con un entusiasmo popular español por su lucha, ni con unas autoridades que les estaban 84 “Copy of a Letter from Viscount Castlereagh to lieutenant-general sir John Moore, 14 November 1808” en Parliamentary Debates, (a partir de aquí, PD), vol. XIII, pp. CCCXII-CCCXIV.

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proporcionando los recursos que habían prometido. Esta campaña provocó un gran debate público y motivó una moción

parlamentaria de la oposición contra la actuación del gobierno. En su debate salieron a relucir las responsabilidades de las autoridades españolas. La oposición exigió una investigación parlamentaria y consiguió que se publicase de forma oficial mucha de la documentación de aquellos momentos, como las cartas de Moore con Canning o Castlereagh. Aunque la moción fue rechazada finalmente, el gobierno quedó debilitado tras esa derrota. 85

Los británicos esperaron que la campaña de 1809 fuese diferente, porque aunque

la situación de las tropas españolas era miserable, ellos regresaron a España con una mayor cantidad de información que proporcionada toda por agentes dispuestos por todo el país, y sabiendo qué hacer si las promesas de las autoridades españolas de conseguir todo tipo de recursos no se materializaban. Se planteaban de modo diferente la campaña, porque si en 1808 entraron como tropas auxiliares, ahora entraban con iniciativa propia, sin vincularse a la estrategia española, y sólo buscando pactar la cooperación con los diferentes generales españoles.

En la campaña de Talavera, sin embargo, la Junta Central volvió a no cumplir

sus promesas de proporcionar todos los víveres y medios de transporte que demandaron las tropas de Sir A. Wellesley, que creían necesarios para desarrollar la cooperación pactada con las tropas de los diferentes generales españoles. Aunque las tropas angloespañolas ganaron la batalla de Talavera, las tropas británicas tuvieron que iniciar una lenta retirada a territorio extremeño para cruzar finalmente la frontera portuguesa. 86

El nuevo embajador extraordinario británico, Richard Wellesley, el marqués

Wellesley, comenzó a actuar frente a la Junta Central justo cuando llegaron las noticias de la victoria de su hermano Arthur en la batalla de Talavera. Pero también le empezaron a llegar noticias de los problemas que las tropas británicas tenían y cómo la Junta Central no conseguía resolverlos dada la no aplicación de las órdenes que dictaba para ello.

En los apenas tres meses que ocupó este cargo el marqués de Wellesley repitió

en diferentes ocasiones estas quejas, tanto a Martín de Garay, su interlocutor principal en la Junta Central, como a George Canning, el secretario británico de Exteriores, en los despachos que enviaba desde Sevilla. Pongamos como ejemplo estas palabras que dirigía el representante británico a Garay: 85 Este debate en “Mr Ponsomby on Campaign in Spain, House of Commons, Friday, February, 24” en PD, vol. XII, pp. 1057-1119. 86 Una perspectiva española de esta campaña y su impacto en las relaciones entre ambos aliados en J. Sañudo, y L. Stampa; La crisis de una alianza: la campaña del Tajo en 1809, Ministerio de Defensa, Madrid, 1996.

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“No magazines or regular depôts of provisions have been established, under

persons properly qualified to superintend the collection and distribution of provisions, and to make regular returns of their proceedings to their British general, as well as to the Spanish Government. No regular and stated means of transport and movement have been attached to the army or to magazines, for the purpose of moving supplies from place to place; nor have any persons been regularly appointed to conduct and superintend convoys, under the direction of the general commanding of the army.

No system of sufficient efficiency has been adopted for drawing forth from the

rich and abundant provinces the resources which might have been applied, by a connected chain of magazines under due regulation, to relieve the local deficiency of those countries in which the army might be compelled to act.” 87

Estas palabras las escribía apenas tres semanas tras la batalla de Talavera, pero

estas deficiencias había provocado la retirada británica al no poder continuar el avance hacia Madrid. Dada la situación, el enviado británico siempre justificó los movimientos de su hermano. Con este bagaje, además, ocupaba el nuevo cargo que se le había ofrecido, sustituir a Canning al frente del Foreign Office. Este personaje, sin embargo, siempre defendió el compromiso británico en la Península, y con España, porque reconocía la importancia que tenía en la lucha contra Napoleón.

El primer escollo que tuvo que salvar fue otra sucesión de mociones de la

oposición en torno a la campaña de Talavera al iniciarse la sesión parlamentaria de 1810. En varias ocasiones la oposición intentó desacreditar la actuación del gobierno en España, y el gobierno intentó que las responsabilidades finales de la retirada recayesen en los españoles, en sus autoridades políticas. En primer lugar, en las discusiones del vote of thanks a Wellington por la batalla de Talavera en ambas cámaras parlamentarias se puso en duda el carácter victorioso de la campaña, y se acusó a Wellington de incumplir sus órdenes de tener la defensa de Portugal como su objetivo primero. El gobierno replicó que esas órdenes sí le autorizaban a intervenir en territorio español una vez que estuviesen aseguradas las posiciones en territorio portugués.

El gobierno consiguió rechazar las tres mociones88 que la oposición presentó,

87 “From Marquess Wellesley to Martin de Garay, Seville, August 21st, 1809,” en Montgomery Martin (ed.), The Dispatches and Correspondence of the Marques Wellesley, K. G., during his lordship’s mission to Spain as ambassador extraordinary to the Supreme Junta in 1809, London, John Murray, 1838, pp. 46-48. Para la estancia de Richard Wellesley en Sevilla, me remito también a John K. Severn, en A Wellesley Affair. Richard Marquess Wellesley and the conduct of Anglo-Spanish Diplomacy, 1809 – 1812, University Presses of Florida, Tallahassee (Florida, Estados Unidos), 1981, especialmente pp. 71 – 87. 88 “Vote of thanks to Lord Wellington- Battle of Talavera, House of Lords, January 25th, 1810, January 26th, 1810,” en PD, Vol. XV, pp. 106 – 109, pp. 130 – 154; Thanks to Lord Wellington and the Army at Talavera, House of Commons, en PD, Vol. XV, pp. 277-302. “The Marquis of Lansdown’s Motion relative to the Campaign in Spain, House of Lords, June 8th, 1810”, en PD, Vol. XVII, pp. 473-503.

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aunque tuvo que reconocer el fracaso de la cooperación con los generales españoles, así como el estado lamentable de las tropas españolas, carentes de armas, de disciplina y de todo tipo de recursos. Pero siempre mantuvo que el espíritu de resistencia persistía en España y que era obligación de Gran Bretaña intervenir en ese lugar del continente.

Esta búsqueda de responsabilidades en los españoles de los resultados de las

campañas británicas era un elemento persistente a lo largo de esas tres mociones, y que el gobierno defendió en todo momento como la principal causa del fracaso. Incluso en momentos en que la oposición no presentaba ninguna moción al respecto y sólo criticaba en el Parlamento las campañas españolas, este elemento salía a relucir. El Marqués Wellesley replicó a Lord Grenville en la House of Lords al cuestionar la actuación británica en la Península que a través de la documentación oficial se comprobaba:

“… the dissensions, the intrigues and the corruption of Spanish officers, and the

weakness and incapacity of the Spanish government have been the real sources and springs, as well as the proximate causes of all misfortunes which have recently afflicted the Spanish nation.” 89

La actuación de las Juntas, y de la Junta Central, en el terreno militar generó un

conjunto de críticas, que aumentaban con el paso de los meses. Los observadores británicos quedaron perplejos ante la actitud española hacia sus propuestas, rechazadas en un intento de limitar la presión británica sobre ellos a pesar de ser vistas como coherentes dado el momento bélico que vivían. Todo coincidió temporalmente con el aumento de los recelos españoles hacia su aliado británico. Quedó claro para las dos partes que su alianza temporal contra Francia iba a ser incómoda, y que iba a conllevar multitud de negociaciones y de cesiones por ambos lados. A los británicos les irritó que los españoles quisieran imponer su posición de fuerza, negándose por ejemplo, a inicios de 1809, a permitir un desembarco de tropas británicas en Cádiz. 90

Estas visiones influyeron decisivamente en sus críticas, sobre todo, porque

cuando siempre defendieron que los españoles estaban equivocando sus prioridades, y que las luchas políticas, incluyendo los intentos por controlar a los generales, oscurecían el objetivo último que tenía que ser la victoria en la guerra. Wellington, desengañado por su experiencia con las autoridades españolas, así lo expresaba:

89 “Lord Grenville on the Campaign in Spain, House of Lords, March 30th, 1810”, PD, Vol. XVI, p. 380. 90 Sobre esta alianza incómoda, se puede profundizar en Ch. Esdaile, The Duke of Wellington and the Command of the Spanish Army, 1812-14, Londres, McMillan Press, 1990. De forma más resumido, me remito al mismo autor, “Relaciones Hispano-Británicas en la Guerra de la Independencia”, en La Guerra de Independencia (1808-1814). Perspectivas desde Europa. Actas de las Terceras Jornadas sobre la Batalla de Bailén y la España contemporánea. Jaén, Col. Martínez de Mazas, Serie Estudios, Universidad de Jaén, 2002, pp. 121 – 136.

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“I am much afraid, from what I have seen of the proceedings of the Central Junta, that in the distribution of their forces they do not consider military defence and military operations, so much as they do political intrigue and the attainment of trifling political objects. They wish to strengthen the army of Venegas, not because it is necessary or desirable on military grounds; but because they think the army, as an instrument of mischief, is safer in his hands than in those of another.” 91

Estas palabras de Wellington enlazan con la que fue la principal crítica que los

observadores y militares británicos hicieron a los españoles, a una resolución que ninguna de las autoridades españolas se decidía a tomar. La elección de un comandante en jefe de las tropas españolas se consideró en varias ocasiones, y sonaron los nombres de diferentes generales. Pero los ingleses creyeron que la Junta Central quería evitar un excesivo protagonismo de los militares y mantener el control del poder civil sobre las decisiones militares. Temían que un general como Cuesta diese un golpe de fuerza y acabase con su poder, posibilidad que era todo un rumor en la Sevilla de 1809.

El único paso que dio la Junta Central en la dirección deseada por los británicos

no recibió de éstos demasiada atención. Fue el intento de formar una Junta Central Militar para que asumiese el control de los ejércitos españoles. La principal razón es que fue un intento baldío, ya que como tal sólo se reunió una vez, el 30 de septiembre de 1808 en Aranjuez, tratando ampliamente los aspectos organizativos del ejército. Formaron parte personalidades enfrentadas entre sí como el marqués de Castelar, el conde de Montijo y Gabriel Ciscar. Ésta ultima persona fue la única que se dedicó de lleno a este tema, llegándose a convertir en el único miembro activo tras acompañar a la Junta Central en su traslado a Sevilla. Nombrado gobernador de Cartagena en marzo de 1809, desaparece el rastro de la Junta Militar. 92

Wellington no fue ni el único ni el primer británico, ya fuese agente civil o

militar, en recomendar el nombramiento de un comandante en jefe, o en su defecto, una mejor colaboración entre los diferentes generales españoles. Vaughan o Holland ya contemplaron la adopción de esa medida. Otros pensaron en posibles alternativas. El General Charles W. Doyle era un agente militar británico que había llegado a España en los inicios de la guerra, y que finalmente entró en el servicio español. En su tiempo como agente militar actuó en la zona oriental de la Península e hizo algunas recomendaciones que llegó a enviar a la Junta Central. En enero de 1809 recomendó el

91 “From Sir Arthur Wellesley to Richard, Marquess Wellesley, September 1st, 1809,” WD, Vol. V, p. 463. 92 Para más información sobre la Junta Central Militar, me remito a Emilio La Parra, “La Central y la formación de un nuevo ejército. La Junta Central Militar (1808-1809)” en P. Fernández Albaladejo y M. Ortega López (ed.), Antiguo Régimen y liberalismo. Homenaje a Miguel Artola, vol.3 (Política y Cultura), Madrid, Alianza Editorial - Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, 1995, pp. 275-284.

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nombramiento de un jefe único para los ejércitos provinciales de Valencia, Aragón y Cataluña. Fue otra de esas recomendaciones británicas que no fue escuchada. 93

Los británicos, tanto aquellos que en algún momento estuvieron en España como

aquellos que veían la evolución de la guerra desde Gran Bretaña, se preguntaron siempre por la actuación de la Junta Central como organismo que dirigía la guerra. El Marqués Wellesley, gracias a su experiencia directa en Sevilla, tenía su propia opinión. Comparaba la situación española en el momento justo de la entrada de las tropas de Moore y de Wellington. Moore se encontró que los miembros de la Junta Central no habían consolidado su poder y los ejércitos estaban totalmente desorganizados. La situación con la que se tenía que haber encontrado Wellington era diferente, aunque los resultados finales de la campaña fuesen poco favorables. El secretario de Exteriores recordaba:

“The Central Government had long been established and their authority was

generally recognized. The part of the country through which his march lay abounded in resources in every description, nor was it fair to entertain a doubt, of the power of the Spanish government, to render them available.” 94

Pero para los británicos quedaba claro que la Junta Central nunca había

conseguido tener una estrategia clara, dirigir la guerra de forma coherente y facilitar la cooperación con ellos. Responsabilizaron a esa institución de la marcha de la guerra, de los enfrentamientos entre provincias, de los resultados de los diferentes cuerpos de ejército en el lado patriota, de la falta de recursos y de la poca movilización de sus recursos humanos. Se sentían traicionados porque ellos habían creído en la colaboración con las tropas españolas, pero no habían encontrado unas autoridades españolas, tanto políticas como militares, dispuestas a colaborar de forma efectiva. Estas críticas enturbiaron más las relaciones entre los dos aliados.

93 Bodleian Library, Oxford, Reino Unido, MSS North 49609, Papers of Doyle Family, Mss North d.65, “Reflections on the Part General Doyle to be laid before Central Junta, 9th January 1809.” 94 “Vote of thanks to Lord Wellington - Battle of Talavera, House of Lords, January 26th, 1810, PD, Vol. XV, p. 147.

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4. EL CONSEJO DE REGENCIA

4.1 Breves consideraciones introductorias

La figura del Consejo de Regencia como institución que ejerció el poder durante la guerra de la Independencia queda oscurecida entre la novedad que supuso la Junta Central y la importancia que tuvieron las Cortes, sobre todo, en su periodo gaditano. Los acontecimientos no favorecieron su consolidación como poder autónomo más allá de los primeros meses de 1810, en los que no coincidió temporalmente con las Cortes. Quedó relegada a una posición secundaria e inició todo un proceso de subordinación al perder parte de las facultades ejecutivas con las que había sido dotada, que las Cortes decidieron ejercer. El enfrentamiento que se derivó y la reacción de las Cortes determinaron su situación posterior.

Otro factor clave que tenemos que tener en cuenta en el momento de acercarnos

a la figura de este consejo es su falta de unidad, ya que hubo cuatro Regencias, muy distintas entre sí, con distintas orientaciones, con distintos regentes al cargo y con una relación cada vez menos libre respecto a las Cortes. Las actitudes personalistas, la falta de iniciativa y su estancamiento fueron hechos que se repitieron en determinados momentos.

Todas estas cuestiones fueron apreciadas por los observadores británicos o

españoles y han sido trasladadas a la historiografía que las ha recogido y mantenido. Representan una visión limitada de la propia actuación de estos Consejos de Regencia. Comparada con la Junta Central o las Cortes, la Regencia ha recibido mucha menor atención de parte de los historiadores, que se han centrado en su relación con las Cortes.

Aunque el análisis de esta relación es necesario, presenta el inconveniente de

que se realizan desde el punto de vista de las Cortes. Faltan monografías que utilicen el punto de vista del propio Consejo, que analicen las actitudes de los regentes y su tarea al frente del gobierno, o sus intentos, si los hubo, por reequilibrar esa relación. 95

Encontramos reseñables excepciones en la obra de Emilio La Parra sobre el

regente Gabriel Ciscar96, la monografía sobre el obispo de Orense de A. Martínez Coello97, la obra de Manuel Moreno Alonso sobre Francisco de Saavedra,98 o la

95 Javier Maestrojuán Catalán, “Bibliografía de la Guerra de la Independencia española,” en Hispania nova, Nº2, (http://hispanianova.rediris.es/general/articulo/018.htm), a pesar de su utilidad y gran cantidad de datos, en ningún momento comenta ningún dato acerca de la bibliografía de la Regencia. 96 Emilio La Parra López; El Regente Gabriel Ciscar. Ciencia y revolución en la España romántica; Prólogo de Antonio Mestre, Compañía Literaria, Madrid, 1995 97 A. Martínez Coello, El Obispo de Orense, Ayuntamiento de Orense, 1987. 98 Manuel Moreno Alonso, Memorias inéditas de un ministro ilustrado, Editorial Castillejo, Sevilla, 1992.

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reciente biografía del Cardenal Borbón.99 Todas estas obras analizan la vida de estos personajes, difiriendo en su interés por su obra como regentes.

Esta situación ha tenido su reflejo en toda la historiografía no española, ya que la

Regencia parecía una institución ensombrecida por dos luces demasiados potentes, una que la precedía, la Junta Central, y otra con la que fue coetánea, las Cortes. También ha contribuido a mantenerla en un segundo plano la menor atención que los historiadores extranjeros han prestado a la situación interna española, centrando su atención en los movimientos bélicos.

Esa circunstancia no tiene que alejarnos de nuestro objetivo. Podemos

acercarnos a esa institución en toda su complejidad a partir de las fuentes británicas. Podemos construir su imagen a partir de las visiones británicas de sus acciones, de sus protagonistas, y de la ya anunciada difícil relación con las Cortes.

4.2 La opción de la Regencia. La constitución del primer Consejo de Regencia

Los británicos nunca se sintieron cómodos con la Junta Central como forma en que el poder ejecutivo era detentado en España. La opción que siempre defendieron fue una Regencia, ya fuese unipersonal o formada por un grupo de personas, una institución que ejerciese el poder central y ejecutivo, que vinculase la gestión del gobierno con el liderazgo durante la guerra.

Estos observadores no hicieron nada más que recoger una idea que había

aparecido en el momento de las Juntas provinciales, cuando buscaban una fórmula de gobierno central, y que reapareció en repetidas ocasiones en los meses de gobierno de la Junta Central. La queja contra las Juntas provinciales primero, y después contra la Junta Central, hacía que se presentase a la Regencia como una opción viable, unificadora, que acabase con las divisiones territoriales y con todos los problemas de esos meses.

El fracaso de la Junta Central, evidenciado por el avance de las tropas

napoleónicas por tierras andaluzas, abrió definitivamente las puertas a su sustitución por una Regencia. Tanto los españoles como los observadores británicos estaban dispuestos a considerar esa opción, presionando para que esa decisión fuera tomada de modo irreversible. La Junta Central se había refugiado en Cádiz, pero su autoridad era discutida por todos y su impopularidad impedía que pudiese seguir ejerciendo sus funciones.

Ésa fue la situación que se encontraron los dos principales observadores que

utilizaremos para estos momentos. Por un lado, tenemos a Bartholomew Frere, hermano 99 Carlos M. Rodríguez López–Brea; Don Luís de Borbón: el cardenal de los liberales (1777 – 1823), Toledo, 2002.

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de John H. Frere y ministro británico interino tras la marcha del embajador especial, Richard Wellesley y a la espera de la llegada del nuevo ministro plenipotenciario, Henry Wellesley. Por otro lado, encontramos a William Jacob, que estuvo en los momentos iniciales del sitio francés de Cádiz. B. Frere siguió a la Junta Central en su huída de Sevilla, mientras que Jacob regresaba de su viaje por tierras andaluzas.

Ambos sabían que la opción de la Regencia estaba presente y ellos no la

descartaban, sino que la apoyaban de forma discreta. B. Frere presenció más directamente los momentos más delicados, cuando la crisis definitiva de la Junta Central a hizo moverse varios políticos y militares españoles buscando una solución. La creación de un Consejo de Regencia era la solución lógica que encontraron. Algunas voces apostaban abiertamente por esa opción, otras buscaban un acuerdo con los miembros de la Junta Central y otras buscaban el apoyo británico. El ministro británico, sin embargo, mantuvo su posición de distanciamiento y señaló que la colaboración británica no se iba a ver afectada por ese cambio, pero que inmiscuirse en los asuntos españoles era atacar la autoridad de la institución que aún gobernaba. 100

Dada la situación delicada que vivían los españoles, el ministro interino temía

que desapareciese en España la autoridad central antes de poder constituir su sustituta, y que reapareciese la importancia que las autoridades locales y provinciales habían tenido a inicios de la insurrección. Era el temor a una actuación desunida y descoordinada. La primera señal la detectaron en la rápida pérdida de autoridad de la Junta Central y en el intento de actuar autónomamente de la Junta de Sevilla, aunque tenían en cuenta que pretendían organizar la defensa de la ciudad. Posteriormente, el papel relevante que adquirió la Junta de Cádiz durante las discusiones para la formación del primer Consejo de Regencia sólo confirmó ese temor, y abrió una disputa por el control de las instituciones centrales que se instalaron en Cádiz.

Los británicos intentaron no promocionar esas actuaciones parciales. No

atendieron las reivindicaciones que diferentes Juntas provinciales les hicieron a lo largo de 1810, en especial en sus primeros meses. Querían que todas esas demandas pasasen por el mismo canal español, y no facilitar la actuación desorganizada de sus aliados. En las diferentes circulares que Richard, Marqués de Wellesley envió como secretario del Foreign Office al representante británico recordó que esas peticiones locales no iban a ser atendidas y que así se lo transmitiese a la autoridad central. Pero ellos mismos hacían excepciones, pues atendieron las peticiones que recibieron de las Juntas gallega y asturiana debido a estar alejadas de la sede de gobierno y a su proximidad con Gran Bretaña. 101

100 PRO FO 72/92: From B. Frere to the Marquis Wellesley, Cadiz, January, 29th, 1810. 101 PRO FO 72/93: From Richard Marquis Wellesley to Henry Wellesley, Foreign Office, June 12th, 1810.

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En pocos días se trasladó el centro político patriota de Sevilla a Cádiz, lo que siguió la marcha de todos los agentes y diplomáticos extranjeros. Estos últimos conocieron la salida desesperada de los miembros de la Junta Central de Sevilla, su huida a Cádiz, la detención de varios de sus miembros durante el camino, en concreto, el presidente y vicepresidente de la misma en Jerez de la Frontera, los tumultos producidos en Sevilla por esa marcha o las decisiones que tomó su Junta local para preparar la defensa de la ciudad ante el progresivo avance de las tropas napoleónicas.

Este cambio introdujo nuevas variables en la discusión política, ya que mientras

la Junta Central residió en Sevilla, su Junta local no desafió la autoridad de ese poder central. En Cádiz todo era diferente. Su junta local quería que quedasen delimitados los ámbitos de actuación entre esa institución y la que venía de Sevilla. La caída del poder de la Junta Central también se había hecho sentir en Cádiz, ya que el gobernador de la plaza, el general Venegas, había dimitido al haber sido nombrado por esa autoridad central. Era una ciudad que debía preparar su defensa, pero estaba en plena tensión.

Las resistencias que podían plantear las autoridades locales gaditanas, se añadían

a las que se podían plantear en otras provincias. La autoridad del nuevo poder ejecutivo tendría que ser reconocida en las otras provincias y en las colonias. Pero el principal obstáculo lo presentaban algunos miembros de la Junta Central reticentes a dar ese paso, a pesar de que esa institución no tenía un poder efectivo en aquellos momentos, ya que pretendían recuperar la autoridad perdida.

Tanto B. Frere como W. Jacob coincidieron con varios miembros de la Junta

Central con los que discutieron la posibilidad de la instalación de una Regencia. Entre los pocos diputados que reconocían abiertamente la necesidad de se cambio, estaba Jovellanos. Ambos reconocían su valía y lo acertado de sus afirmaciones. W. Jacob reconocía su papel en el momento de derrotar las reticencias planteadas por estos miembros que aún se aferraban a un poder ya perdido:

“It is principally owing to the intelligence, the patriotism, and disinterestedness

of Jovellanos, that these difficulties have been surmounted.”102 Jovellanos tuvo que evitar, además, un enfrentamiento en el seno de los

patriotas. B. Frere lo encontró en el Puerto de Santa María, donde le señaló que antes tenían que salvar dos peligros: que en Sevilla no reconociesen ese cambio al aferrarse a lo que había acontecido en los últimos días, y que los miembros de la Junta Central repensasen su posición, quisiesen recuperar el poder perdido y provocar un enfrentamiento con la población. W. Jacob tenía en cuenta también esos obstáculos, pero pensaba que el apoyo del ministro B. Frere sería decisivo para realizar ese cambio.

102 W. Jacob, op. cit., p. 380.

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Pero el ministro británico quiso mantener su posición distante, aunque reconoció

abiertamente a la Junta de Cádiz que la mejor opción era la creación de una Regencia. No quiso intervenir directamente en las discusiones que se generaron en torno al tema, aunque conoció las propuestas que se planteaban. Entre ellos, el único que suscitaba algunas reticencias entre los miembros de la Junta Central estaba el marqués de la Romana. Entre los nombres barajados, no estaba Castaños, de quién se pensaba que iba a ser más útil en la defensa de Sevilla o de Cádiz. Pero se alegró cuando Castaños se ofreció a ser el intermediario entre la capital andaluza y lo que ocurría en Cádiz.

Jovellanos y los que apoyaban la creación de un Consejo de Regencia

consiguieron convencer a los miembros más reticentes de la Junta Central y a la Junta de Cádiz para facilitar su instalación final. Entre los compromisos que adoptó ese nuevo consejo, figuraba el de respetar la convocatoria a Cortes para el mes de marzo. A los observadores británicos no les sorprendió este acuerdo, aunque tampoco comentaron que fueron los propios miembros de la Junta Central los que escogieron a ese primer consejo. Esto sucedía mientras la ciudad se preparaba para defenderse del sitio francés, contemplando la posibilidad que tropas británicas entrasen para defender la ciudad. 103

El 30 de enero de 1810 se producía la noticia, la elección de los cinco regentes

que formarían parte de ese primer consejo, que a partir del siguiente día detentaría el poder ejecutivo en el seno de los patriotas. Los elegidos finalmente eran el general Francisco J. Castaños, Pedro de Quevedo, obispo de Orense, Francisco de Saavedra, Antonio Escaño y Esteban Fernández de León. Éste último regente ocupaba el lugar que algunas voces pensaban que debería haber ocupado el marqués de la Romana, pero hubo un acuerdo generalizado para que uno de los regentes vinculase el consejo directamente con las colonias americanas. Pero este candidato no era el más adecuado, al no haber nacido en territorio americano. Él mismo dimitió, aunque Castaños desde su posición de presidente del consejo debió presionar para que se produjera ese cambio. Finalmente fue elegido Miguel de Lardizábal y Uribe como su sustituto.

Estos nombramientos fueron seguidos muy de cerca por los observadores

británicos, porque representaba un cambio evidente en el poder central, porque esa opción de regencia de cinco personas encajaba en sus planes para la constitución de una regencia en España, y porque se pensaba que se abría una etapa nueva llena de posibilidades en el bando de los patriotas, en especial, en el manejo de la guerra.

Esos cinco personajes no eran unos desconocidos para los observadores

británicos, que reconocían su relevancia en la sociedad española y su experiencia política o administrativa. W. Jacob los describió. Apenas dijo nada de Castaños en esos

103 PRO FO 72/92: From B. Frere to the Marquis Wellesley, Cadiz, January 30th, February 1st, 2nd, 1810.

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momentos, pues lo había conocido personalmente cuando transitó por tierras gaditanas. Estaba en Gibraltar y se acercó a Algeciras donde finalizaba el general su reclusión. La derrota en la batalla de Tudela le había hecho perder el mando de sus tropas y la confianza de la Junta Central. Jacob encontró a Castaños preparando su marcha hacia Sevilla, llamado por la Junta local para defender la ciudad del avance francés y para ostentar el cargo de capitán general de Andalucía. El general recuperaba su protagonismo, ya que las circunstancias giraron a su favor. 104

El Castaños de 1810 era algo diferente, se había convertido en presidente de la

Regencia, cargo al que sumaba el de capitán general de Andalucía. Ese Castaños militar había añadido, por lo tanto, una nueva faceta a su persona: el Castaños político. Participó activamente en las reuniones del Consejo de Regencia al ser su presidente, mantuvo una línea ideológica cambiante pero sin comprometerse expresamente con la línea más dura expresada por el obispo de Orense, mantuvo unas relaciones privilegiadas con el nuevo embajador, Henry Wellesley, y con el comandante de las tropas británicas desplazadas para la defensa de Cádiz, sir Thomas Graham.

W. Jacob sí habló de los otros regentes, porque no les había prestado tanta

atención anteriormente en sus páginas. Jacob se centró, en primer lugar, en la figura de Pedro de Quevedo, el obispo de Orense. Se equivocó al considerarlo el presidente del consejo, pero señaló acertadamente la influencia que iba a ejercer. Lo presentaba como un personaje benévolo, íntegro, defensor ardoroso de la causa de Fernando VII, y reconoció que su elección fue la que mayor satisfacción y unanimidad causó:

“ This conduct, followed up by a series of actions, all directed to the same end,

the independence of his country, pointed him out as one of the most proper persons that could be selected; and the appointment has given the most general satisfaction.”105

Un tercer regente era Francisco Saavedra, el antiguo presidente de la Junta de

Sevilla. Una de las condiciones con las que se eligió a los regentes era que no hubiesen sido miembros de la Junta Central. Pero no decían nada sobre haber ocupado cargos de responsabilidad en el gobierno mientras esa institución ostentó el poder ejecutivo. Lord Holland, W. Jacob y otros visitantes británicos lo pudieron conocer en 1809 en Sevilla, mientras ocupó el ministerio de Hacienda. Pero eso no lo imposibilitó para ser designado regente. W. Jacob lo presentó como un personaje hábil, que ya había demostrado sus capacidades como gobernante, y pensaba que era una elección acertada al anteponer ante todo el bien público:

“Saavedra, notwithstanding his age, still displays his firmness and his

patriotism; and the last days of the existence of the late government at Seville, gave the 104 W. Jacob, op. cit., pp. 353-357. 105 W. Jacob, op. cit, p. 382.

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best proofs of his disinterestedness. Instead of securing his valuable private property, by sending it this city for safety, his time was occupied in calming the populace, in preserving the public records, and the public treasure. And as there was a scarcity of vessels, that which he had hired for the embarkation of his own effects, was devoted to the purpose of embarking the public property.” 106

Antonio Escaño era una figura más desconocida, de la que Jacob apenas recordó

que había sido ministro de Marina. Era un personaje con muy pocas conexiones en la ciudad de Cádiz, lo que lo convertía en un regente incómodo.

En la elección del quinto regente podría haber pesado la opinión de la Junta de

Cádiz, quien presionó para el nombramiento de algún representante americano o con conexiones evidentes con las colonias. Apoyaban a Lardizábal por haber llegado de las colonias como representante a Cortes, y por pensar que se opondría a la libertad comercial con las colonias que la población colonial deseaba, pero que la Junta gaditana no:

“This man’s pretensions are principally founded on the circumstances of his

having been selected in America as a deputy to the Cortes; and being favoured by the people of Cadiz, who suppose he will resist all attempts to give to America that freedom of commerce which they dread, he has been nominated rather to conciliate them than from any known character, either for talents or patriotism.”107

Su definitiva instalación en el poder no fue plácida, porque aunque los regentes

habían superado las reticencias de los antiguos miembros de la Junta Central, tendrían que afrontar otros problemas pendientes. La Junta de Cádiz les iba a disputar el terreno en el que se iban a mover desde primer momento, y todo se desarrollaría en una ciudad sitiada. A inicios de febrero de 1810 los franceses se presentaban en la bahía de Cádiz, ocupando las poblaciones más cercanas e iniciando los bombardeos. El sitio de la ciudad comenzaba así.

4.3 Los diferentes Consejos de Regencia: de un poder activo a un poder subordinado a las Cortes.

La Junta Central y el Consejo de Regencia como instituciones que detentan el

poder ejecutivo en la España resistente fueron diferentes por las circunstancias históricas en que se formaron y desarrollaron, aunque la principal diferencia que podríamos señalar entre ambas instituciones radicaba en la falta de unidad en el consejo, si lo comparamos con la Junta Central. Hubo cuatro Consejos de Regencia distintos, con distintos regentes, orientaciones ideológicas y relaciones con las otras instituciones. 106 Íbidem. 107 W. Jacob, op. cit., p. 383.

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Las consecuencias de esa situación, tales como la inestabilidad política, una

actividad inconstante, el intervencionismo de las Cortes, y otros factores fueron señalados en las visiones de los observadores y comentaristas británicos.

Pero más determinante fue la decepción que mostraron una vez que

comprobaron la tarea de gobierno que desarrollaron o la posición subordinada en que quedaron finalmente. Al igual que la Junta Central, dieron a la nueva institución un amplio voto de confianza, porque había sido una fórmula defendida por ellos desde un principio. Su trayectoria hizo que perdiesen las esperanzas en que se convirtiese en la institución que deseaban que se consolidase en España. En ambas instituciones estaban ante un caso de la desvirtuación de potencialidades que tenían decisiones tan importantes como la creación de un poder central, y su sustitución posterior por una fórmula más adecuada.

Esa decepción llegó a límites inauditos con el segundo Consejo de Regencia, por

el marcado carácter anglófobo de su presidente, el general J. Blake. Dio paso a una nueva actitud británica. El ministro británico decidió interferir en los asuntos españoles para presionar por su cambio y participó de forma informal en el debate sobre el nombre de los nuevos regentes, haciendo valer aquellas amistades o relaciones que había entablado en Cádiz, especialmente, con aquellos diputados más sensibles a las posiciones británicas.

Todos estos consejos de Regencia estuvieron formados por varias personas,

aunque la posibilidad de una regencia unipersonal fue valorada en varios momentos. Los británicos apoyaron la opción más adecuada a sus intereses, aunque no les convencía ninguna de las posibilidades. Si se quería que un miembro de la familia real ocupase ese cargo, el único candidato posible era el Cardenal Borbón, Arzobispo de Toledo. Nunca tuvo demasiados partidarios, aunque fue finalmente presidente del cuarto consejo de regencia.

Otras opciones tenían más partidarios. La posibilidad de que fuera un militar

destacado se abandonó pronto, porque suponía otorgar demasiado poder a un personaje que podía parar los cambios iniciados. Entonces aparecieron los candidatos extranjeros. La opción francesa del duque de Orléans fue desechada por sus numerosas implicaciones, ya que se trataba de un candidato francés y Borbón, que podría anteponer sus intereses personales y dinásticos a los de España. Los diversos candidatos italianos fueron descartados por el poco apoyo que suscitaron.

La candidata portuguesa, la infanta Maria Carlota, la Princesa de Brasil, fue la

que motivó más apoyos entre los españoles, ganando paulatinamente más partidarios, en especial entre los realistas de las Cortes. El embajador portugués apoyó abiertamente

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esa opción. Sin embargo, el ministro británico rechazaba esa candidatura. Temía que la regente desatendiese los asuntos españoles y utilizase las tropas españolas para defender Portugal. No quería que fuese una vía que los portugueses utilizasen para matizar el control político británico sobre Portugal.

El primer Consejo de Regencia tuvo una muy clara orientación conservadora,

con algunos de sus miembros favorables al mantenimiento del Antiguo Régimen, de la monarquía absoluta y del poder de la Iglesia en la sociedad española sin reforma alguna. Pero fue el consejo de regencia de la guerra de la Independencia con una actuación más autónoma, que más libremente pudo ejercer sus funciones ejecutivas y de gobierno, sin las intromisiones de terceros, en especial de las Cortes.

Pero en los momentos de su instalación se planteaba un conflicto de

competencias y de espacio con la Junta local de Cádiz. W Jacob percibió este enfrentamiento. Planteó una junta local celosa por mantener sus prerrogativas, en especial su control sobre el comercio americano, mientras que la Regencia tendría unas miras más amplias. Las acciones de ese consejo pensarían más en el bien general de todo el país en el momento delicado que vivían:

“In their contemplation, Cadiz is only important as the point where, in most

security, they can contrive their plans for the liberation of the rest of Spain; where they can best maintain their intercourse with England and most effectually draw those pecuniary supplies which America is expected to furnish in aid of the common cause. They are not imbued with that spirit of monopoly which looks only to immediate and local gain; and do not conceive that the inhabitants of America will submit longer to those restrictions which they have hitherto only borne, because they have been amused with delusive hopes that they would soon be removed.” 108

Jacob apostaba por un acuerdo entre ambas instituciones, aunque era difícil,

porque la Junta de Cádiz se había dado cuenta del poder que había conseguido en los últimos días. Esta junta no quería actuar de forma coordinada con la Regencia, añadiendo un factor de tensión más a la situación que se vivía en Cádiz.

Jacob ya adivinaba que las finanzas y la presencia de Alburquerque en Cádiz

serían causas de la profundización de este conflicto. El reconocimiento formal de la Junta de la autoridad de la Regencia no acababa de resolver el problema. La Junta gaditana quería mantener su autonomía fiscal y controlando los recursos que llegaban de América. A su vez, la presencia de Alburquerque en Cádiz incomodaba a la Junta porque defendía a Venegas, el gobernador de la plaza, y acusaba a Alburquerque de no haber defendido a la ciudad.

108 W. Jacob, op. cit., pp. 389-390.

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En ese ambiente desembarcó H. Wellesley en Cádiz el uno de marzo de 1810.

109 Había marchado de Inglaterra en un momento crítico, ya que buena parte de la opinión pública pensaba que la causa española estaba perdida y que los británicos se tenían que centrar en la defensa de la base portuguesa. El nuevo ministro británico desembarcaba sabiendo que tenía libertad de actuación, que podría cruzar los límites que imponía su posición diplomática en sus negociaciones con los españoles, ya que la presencia de su hermano mayor al frente del Foreign Office lo libraría de cualquier censura.

de energía, esa misma falta de resolución a la hora de tomar decisiones. Afirmaba que:

t of the Spanish Nation to deliver itself from the Tyranny of a Foreign Usurpation.” 110

y colocaba a Blake, su segundo, al mando de las tropas dispuestas en la isla de León.

Su actividad en el primer mes fue extraordinaria, centrándose en la defensa de la

ciudad y en las relaciones de las autoridades españolas y las tropas británicas. Aunque tuvo una buena primera impresión de la Regencia, le preocupó que encontrase parecidos con la Junta Central. Hallaba muestras de esa misma falta

“…yet it is impossible not to perceive that they have many of the same defects

which so strongly characterised the proceedings of the Supreme Junta, and which have hitherto baffled every effor

El ministro británico tuvo una actitud cambiante hacia el consejo de regencia

durante esas primeras semanas. Por un lado, pudo percibir que esa institución tenía una amplia responsabilidad en las diferencias que existían en el bando de los patriotas. La Regencia, instalada en la isla de León, sostenía un acuerdo frágil con la Junta de Cádiz. La Regencia había recibido el apoyo del duque de Alburquerque, que había sustituido a Castaños como capitán general de Andalucía. Por su parte, la Regencia apoyó a este militar en las acusaciones a la Junta gaditana de obstruir las mejoras en el ejército y en el suministro de las tropas que defendían la ciudad. La Junta se sentía respaldada por el pueblo, mientras que las otras autoridades eran sumamente impopulares. Alburquerque precipitó finalmente otra crisis al presentar su dimisión a la Regencia, que aceptó. Era una forma de evitar un conflicto perpetuo con la Junta de Cádiz. Castaños recuperaba el mando de las tropas en Cádiz,

H. Wellesley fue testigo de esas diferencias y de su resolución. Siempre pensó la

necesidad de un liderazgo más eficiente, y tras observar las posteriores actuaciones de la

109 PRO FO 72/94: From Henry Wellesley to the Marquis Wellesley, Cadiz, March 1st, March 8th, 1810. H. Wellesley desembarcó en el puerto de Cádiz, donde fue recibido de forma cordial, y la Regencia lo recibió en una audiencia formal. Nada más desembarcar comenzó sus trabajos, conociendo la realidad de Cádiz, que había sufrido una serie de cambios en los últimos meses. 110 PRO FO 72/94: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Cadiz, March, 12th 1810.

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Regencia pensaba que estaba ante la institución que podría desarrollar ese liderazgo. Sus aci

arly paid, more attention is paid to their discipline, new clothing had been distributed to the greater part of

porque los españoles buscaban una contrapartida, la firma de nuevos préstam s. El estallido de las revoluciones coloniales acabó de complicar esas relacio

Fracasó también en su intento de una reunión estamental, porque el esquema de un gran congre

es provinciales. Esperaban, además, que no se iniciase una legislación radical, que complicase la visión de los asuntos españoles ante las cámaras parlam

on una actuación menos independiente. Comenzaba así el proceso de subordinación de la regencia a las Cortes, y su pérdida de prerrogativas a favor de esa asambl

ertos se centraban en el terreno militar: “Great attention is now paid to the supply of the Armies with money and arms,

particularly that of the Marquis of Romana, to whom a large supply in money was sent off to day by the way of Lisbon. Considerable improvement has likewise taken place in the condition of the troops within the Isla of Leon. They are now regul

the whole will be completed with in a short period of time.” 111 Lo llegó a considerar un gobierno efectivo, cuyos resultados no eran mejores

debido a las circunstancias históricas. Pero esa visión cambió por los problemas que le plantearon los regentes, en especial, el rechazo a los acuerdos comerciales que esperaba negociar. Ese tema podía llegar a poner en peligro la alianza que sostenían ambas monarquías,

ones. Este primer Consejo de Regencia intentó evitar que se celebrasen las Cortes,

aunque se había comprometido a respetar su convocatoria, que ya se había difundido.

so defendido por Jovellanos y el comité que había reunido se impuso finalmente. Por su parte, los británicos esperaban que las Cortes ayudasen a reforzar el poder

central, siempre puesto en cuestión, desde su punto de vista, por los diferentes generales y por las distintas autoridad

entarias británicas. El ministro británico sabía que sus deseos seguramente no coincidirían con lo

que plantearían los diputados respecto al Consejo de Regencia. Sabía que uno de los temas que primero plantearían en las sesiones de las Cortes sería su sustitución, y cuando se produjo, no le cogió desprevenido. Las Cortes confirmaron sus prerrogativas, pero también exigieron el juramento de todos los regentes de respeto a todas las decisiones de esa cámara, pero uno de los regentes, el obispo de Orense, se negó. Eso dio un motivo para que las Cortes buscasen la sustitución de ese consejo de Regencia por otro c

ea.

111 PRO FO 72/94. From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Cadiz, April, 5th, 1810.

60

Una primera moción se presentó el 5 de octubre, y destacó la oposición vehemente de Capmany, que recordaba que las Cortes habían confirmado recientemente el poder de la Regencia, y ahora pretendían cambiarla. Creía que el país no depositaría su conf

al. Su elección tuvo lugar en la primera sesión secreta en la que participaron una serie de diputados que habían llegado de Vale

on los patriotas a pesar de haber jurado inicialmente el Estatuto de Bayona. Sus apoyos no consiguieron que se hiciese una excepción y su candidatura fue desesti

mbro de la Junta Central. No se tuvieron en cuenta ni sus servicios militares ni su rechazo a la actuación seguida por esa institución. Así rec

sisted upon, and the name of the Marquis of Romana, together with the names of all those who belonged to the Central Junta, were struck off the list

ianza en las Cortes que cambiaban de opinión con tanta facilidad. 112 El tema no quedó cerrado ahí. H. Wellesley siguió muy atento todo el proceso de

elección de los nuevos regentes y lo detalló en sus despachos. Los requisitos que se pusieron a los primeros candidatos fueron no haber jurado o firmado el Estatuto de Bayona y no haber sido miembro de la Junta Centr

ncia y Murcia, y se produjo el 26 de octubre. El proceso de elección fue largo, porque los candidatos iniciales eran más de

100, y respondían a muy diferentes intenciones. Entre los candidatos que se rechazaron finalmente figuraban nombres como el Duque del Infantado, de quien no dudaban su compromiso c

mada. Otro de los candidatos desestimados fue el Marqués de la Romana. Su

candidatura se rechazó por haber sido mie

ordaba la actuación de ese militar: “The Marquis of Romana was objected to, as having been a member of the

Central Junta. His services in bringing away the army from Denmark, were strongly urged in his favour and it was observed, that he had constantly opposed the measures of the Central Junta, and had in several instances, protested against them, and had proposed himself to be a friend to the measure of assembling the Cortes. On these grounds his name was suffered to continue on the list, until other members of the Central Junta were proposed, when the inconvenience of departing from the resolution previously adopted, was in

of Candidates.” 113 La lista quedó reducida a unos 30 nombres y el ministro británico señaló que

abundaban los nombres poco conocidos. Los regentes que formaron ese segundo consejo de regencia fueron finalmente el General Blake, Gabriel Císcar, gobernador de

112 PRO FO 72/97: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Isla de Leon, October 5th, 1810. 113 PRO FO 72/98: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Isla de Leon, November 2nd, 1810. En aquellos momentos este candidato se encontraba tras la línea de Torres Vedras, junto a las tropas de Wellington, donde murió el 23 de enero de 1812.

61

Cartagena, y Pedro Agar, director de la Academia de Marina. Los dos últimos no estaban presentes en su nombramiento. Por eso, se eligió a dos personas que ostentarían su cargo de forma temporal: José Puig, uno de los miembros del Consejo de Estado, y el Marqués del Palacio. Éste último se negó a tomar el juramento requerido para ser regente

érica. Pero l e le interesaba realmente era señalar que esta elección reflejaba la no existen

to the election of the new Government, neither do the character of the persons upon the choice has fallen, appear to indicate any such feeling

o. No era un tema menor, como tampoco lo era la existencia de un amplio sector que quería que el cardenal Borbón fuese nombrado presidente de ese Consejo de Regenc

utivo y las Cortes. Esperaba que iniciasen las reformas militares e impulsasen el encuentro de soluciones a los temas pendie

e las autoridades españolas que incomodaban la posición de los británicos. Holland se mostró muy crítico con la actitud de Blake y en sus memorias así lo presentaba:

, y fue sustituido por el Marqués de Castellar. En el despacho del día 2 de noviembre, H. Wellesley intentó hacer una pequeña

descripción de estos tres nuevos regentes, reconociendo el buen recibimiento que había tenido su elección, su compromiso inicial con la causa española y la supuesta ausencia de los defectos que habían caracterizado a anteriores gobiernos. Blake representaba la esencia de ese compromiso, reconocía que Ciscar era una persona con talento pero que su nombramiento se debía a la llegada de los diputados levantinos, y que Algar representaba la conexión con las colonias al poseer destacadas influencias con Am

o qucia de veleidades demasiado revolucionarias o democráticas en las Cortes: “These seems to have been no appearance of a democratical spirit in the

discussions which took place previous

on the part of the Cortes.” 114 H. Wellesley señaló que socialmente el sector de los grandes de España se veía

perdedor en esta elección, al no poder haber conseguido que uno de sus representantes fuese elegid

ia. El ministro británico apoyó inicialmente la elección de estos nuevos regentes,

porque pensaba que los anteriores habían perdido todo el impulso inicial, y porque así se conseguiría una mayor unidad de actuación entre el ejec

ntes, como la cuestión comercial o el tema colonial. Su opinión cambió radicalmente tras tener que negociar todos los temas

pendientes con ese consejo, porque se encontró con un presidente del consejo que impulsaba las posiciones contrarias a los británicos en Cádiz, que tenían una buena acogida entre las Cortes y en la población gaditana. Las relaciones entre ambos aliados empeoraron por esta actitud d

114 Íbidem.

62

“He fomented in Spaniards the ill-timed jealousy of their allies, which long

impeded and nearly counteracted all success against the common enemy.”115

comandadas por oficiales británicos. 116 Se ampliaba, además, las desconfianzas mutuas

español. Sus posiciones también influyeron en las difíciles relaciones entre el general Graham

ectante respecto a las Cortes, porque se temía que pudiese iniciar una deriva radical y que la Regencia no pudiesen ejercer de contrapoder para corregir ese nue

o en las Cortes. En esas reuniones planteó toda una serie de sugerencias para reforzar el poder de la R

es que reflejaban la intranquilidad que había en Cádiz, al reconocer que su

El ministro británico, por su parte, tuvo que informar del reflejo de estas

actitudes, así como de los obstáculos existentes a que tropas españolas fueran

. La personalidad de Blake favoreció los recelos de los españoles hacia los

británicos. El ministro británico se sentía muy preocupado por los prejuicios de ese militar, y no acababa de calibrar la importancia de su origen irlandés en esas actitudes. Pensaba que su origen tendría que facilitar la relación, cuando pasaba todo lo contrario. Esas desconfianzas tuvieron sus mayores repercusiones en el campo militar. Blake se opuso fervorosamente a ceder el mando de las provincias limítrofes con Portugal a Wellington, quien durante la campaña de 1811 estaba pensando entrar en territorio

y el general La Peña y la falta de entendimiento durante la batalla de Barrosa. El ministro británico también entendió que el poder político residía en las

Cortes, ya que éstas habían conseguido controlar la actuación de la Regencia. Aunque las Cortes representaban la pluralidad de voces que podía haber en España, pensaba que los regentes tendrían que tener más libertad de actuación. H. Wellesley adoptaba, a la vez, una actitud exp

vo camino. Esta situación hizo que volviese a superar sus límites como ministro y que

interfiriese directamente en los asuntos internos españoles para conseguir el cambio de la Regencia. Su oportunidad llegó a finales de 1811, cuando aparecieron rumores de cambio de regentes y el ministro británico decidió participar informal pero activamente en las discusiones sobre su composición. Destacaron sus contactos con Andrés A. de la Vega, destacado anglófilo, recientemente llegado a Cádiz para asumir su escañ

egencia, confiriéndole poder ilimitado y fuera del control de las Cortes. El ministro británico quería acabar con una regencia hostil y se encontró con

unas Cort

115 Lord Holland, Foreign Reminiscences, p. 154. 116 PRO FO 72/109 From Sir Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Isla de Leon, February 1st, 1811.

63

autoridad se reducía a esa ciudad y sus decretos no eran aplicados en el resto del país libre. 1

or las Cortes, ya que era el único método de asegurarse su sustitución, y que la nueva regencia fuese investida con toda la autorid

e enero de 1812. Los elegidos eran el duque del Infantado, el general Enrique José O’Donnell, el almirante Juan Mª Villavicencio, Joaquín Mosquera e Ignacio

una buena primera impresión al encontrarse con una institución dispuesta a colaborar, a tener u

uy similar a sus o iniones de los dos anteriores Consejos de Regencia. Su impresión inicial venía confirm

e already been adopted, with a view to compelling officers to stay with their regiments and to attend top the comfort and dis

17 En esas conversaciones también exponía su rechazo a la continuación de Blake,

posibilidad que sí contemplaban algunos de los diputados con los que conversaba. Creía necesaria su salida para la mejora de las relaciones entre los dos aliados. No le preocupaba tanto que volviese a ser elegido p

ad y reconocimiento de las Cortes. 118 Muchos nombres sonaron, e incluso H. Wellesley propuso a Andrés A. de la

Vega, como regente, aunque esa opción fue descartada. Otro de los candidatos que propuso fue el duque del Infantado, una opción que generaba un amplio consenso entre los españoles. El tercer Consejo de Regencia se aprobaba finalmente en la sesión de las Cortes del 22 d

Ribas. Henry Wellesley aceptó el modelo de la Regencia a cinco, y pensaba que iba a

haber una mayor cuota de representación americana. Se aventuró a pronosticar que Infantado y O’Donnell iban a marcar el sentido de la Regencia y que esa decisión iba a ser muy comentada y posiblemente aplaudida en Cádiz. El ya embajador británico tuvo

na relación más íntima con los británicos para conseguir el éxito de su causa. 119 La evolución de la opinión del enviado británico siguió un recorrido mpada por la energía que habían mostrado en sus primeras decisiones: “The New Regents have commenced their administration with very appearance

of determination to introduce the necessary reforms into the several Departments of the Government, particularly the Department of War and Finance, the Minister of which are immediately to be changed. Some regulations hav

cipline of the Troops under their command.”120 El ministro británico tenía que esperar para saber si su impresión inicial era

equivocada, o si era un espejismo, y su actividad quedaba estancada, sin encararse con

117 PRO FO 72/114: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Cadiz, October 28th, 1811. 118 PRO FO 72/114: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Cadiz, November18th, 1811. 119 PRO FO 72/129: From Sir Henry Wellesley to Richard Marques Wellesley, Cadiz, January 22nd, 1812. 120 PRO FO 72/129: From Sir Henry Wellesley to Richard Marques Wellesley, Cadiz, February 3rd, 1812.

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los problemas principales. No podía negar que era una regencia popular, aunque señalaba que Ribas y Mosquera eran personajes bastante desconocidos. H. Wellesley se sintió preocupado por la evolución de ese nuevo consejo de regencia, porque él mismo lo habí

tanciase. H. Wellesley se oponía a esa me ida, pero los regentes recordaban que era una medida tomada por el anterior Consej

onoció que a pesar de haber sido por amplia mayoría en las Cortes, fue una votación impopular en Cádiz, y que se trataba de una elección de la que no esperab

Era un gobierno sin poder efectivo, lo que se comprobó en las negociaciones que

a impulsado y esperaba que no se quedase en un simple cambio de gobernantes. H. Wellesley siempre pensó que había utilizado correctamente sus influencias, y

que habían sido las Cortes quienes habían elegido finalmente a los regentes. Eso encerraba un peligro en sí mismo, porque los liberales habían preferido un cambio de regentes antes que los realistas movilizasen más apoyos a favor de su candidata portuguesa. La actividad de los departamentos del gobierno se multiplicó, pero la sucesión de derrotas en el frente mediterráneo complicó la tarea de la Regencia. Otras decisiones como el mantenimiento del envío de tropas a las colonias americanas para reprimir las rebeliones independistas a pesar que en España se estaba librando una guerra, hicieron que el representante británico se dis

do de Regencia y que ellos iban a respetar. 121 Más allá de esas medidas puntuales, el ya embajador122 comprobó que ese

impulso inicial no se materializaba en cambios significativos, más allá de algunos nombramientos militares. Los grandes temas seguían pendientes y se mantenían los obstáculos en las negociaciones en el tema comercial, vinculándolo a la concesión de nuevos subsidios. No fue un consejo de regencia estable porque nunca consiguió evitar el control de las Cortes, y porque O’Donnell dimitió en septiembre, siendo substituido por Juan Pérez Villamil. Suponía un pequeño fracaso para el embajador porque había apostado siempre por la presencia de O’Donnell en la Regencia. Sobre este nuevo nombramiento, rec

a nada. 123 Esa dimisión coincidió con el planteamiento de la necesidad de nuevos regentes.

Ciertos diputados buscaron el consejo del embajador y él tuvo que reconocer que de los regentes existentes, sólo Infantado estaba desarrollando sus tareas de modo eficiente.

121 PRO FO 72/129: From Sir Henry Wellesley to Richard Marques Wellesley, Cadiz, March 10th, 1812. En este despacho, el agente británico en Galicia, Sir Howard Douglas le informaba de los preparativos militares que se estaban realizando en esa provincial para enviar tropas a las colonias americanas. 122 PRO FO 72/129: From Henry Wellesley to Richard Marques Wellesley, Cadiz, March 10th, 1812; From Sir Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Cadiz, March 22nd, 1812. Henry Wellesley recibió la confirmación de su nombramiento de embajador, que había sido aprobado inicialmente a finales de 1811 y la sustitución de su hermano por Castlereagh al frente del Foreign Office. 123 PRO FO 72/132: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, October 1st, 1812. Criticó la salida de O’Donnell porque era un militar que podía facilitar la colaboración de los españoles con Wellington. En la campaña de 1813 fue uno de los generales españoles con los que el comandante británico tuvo en mejor consideración.

65

desembocaron en la aceptación de Wellington como comandante en jefe de las tropas españolas. Aunque participaron en las negociaciones, fueron las Cortes las que tuvieron la últim a.

ían llevar al éxito de aquellos que abogaban por la Regencia de la Princesa de Brasil. 124

icios de cada uno de los consejos, y que después se tendrían que confirm r o no.

quisición, pero el embajador británico creyó que fue su forma de asegurar su puesto.

a palabra en ese tem Sir H. Wellesley siempre pensó que el principal error de los españoles había sido

su incapacidad para encontrar las personas adecuadas para ocupar los puestos de gobierno y ponerse al frente de cada uno de los departamentos ministeriales. Las principales consecuencias eran la pérdida del tiempo en cuestiones triviales y la inestabilidad, que se materializaba en los constantes cambios de gobierno y de miembros del Consejo de Regencia. A inicios de 1813 reconocía que existían graves diferencias entre el Legislativo y el Ejecutivo, que partían de una falta de conexión entre ambos poderes en pie de igualdad, del descontento de la opinión pública hacia las decisiones de los políticos, y de la dificultad de acordar una serie de medidas que contasen con el apoyo de todas los partidos de la Cámara. Esas dificultades podr

Sir H. Wellesley creyó que era necesario otro cambio en el seno de la Regencia,

ya que el consejo existente no había cumplido con las expectativas. Pero esta vez no participó activamente en su cambio. Asistió a la presentación por A. Argüelles de una moción en las Cortes para su sustitución. Se eligió el 8 de marzo de 1813 a Luís de Borbón, el cardenal de Toledo, que actuaría de presidente, y dos de los miembros del segundo Consejo de Regencia, que eran en esos momentos miembros del Consejo de Estado: Pedro Agar y Gabriel Císcar. Se rechazó, por su parte, la elección de dos regentes más entre los diputados a Cortes. Sir H. Wellesley valoró positivamente la presencia de un miembro de la familia real española.125 Era una posibilidad contemplada desde un inicio, pero que no se había materializado hasta esos momentos. Esperaba que ese nuevo consejo realizase los ansiados cambios en la dirección del gobierno, y en la relación de los poderes. Pero eran esperanzas similares a las que había tenido en los in

a Ese cuarto Consejo de Regencia fue el consejo de regencia más próximo a los

liberales. Representaba la culminación del proceso de control de ese organismo por el Legislativo. Se mantuvo hasta el 10 de mayo de 1814, y en su periodo tuvo que afrontar el final de la guerra, el cambio de Cortes, de extraordinarias a ordinarias, el traslado de la sede de gobierno a Madrid y los problemas que suscitaron la aplicación de la legislación aprobada por esas Cortes. El cardenal Borbón apoyó la aplicación del decreto de disolución de la In

124 PRO FO 72/143: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, February 18th, 1813. 125 PRO FO 72/143 From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, March 8th, 1813.

66

Este cambio no había desagradado al embajador, aunque siempre lo mantuvo en alerta. Wellington se mostró más reacio al cambio, porque pensaba que la inestabilidad política perjudicaba la marcha de la guerra. El comandante británico, aunque no quería ser identificado con las posiciones de los realistas, no había callado sus críticas al sistema gaditano, pero vivía una situación delicada. El mayor punto de fricción fue el incumplimiento de los acuerdos suscritos por Wellington tras asumir la jefatura de los ejércitos españoles. En Cádiz el embajador siempre defendió esos acuerdos, siendo el principal tema de problemas con las autoridades españolas. 126

Estos desacuerdos continuaron a lo largo de 1813. La Regencia pretendió

renegociar los términos de estos acuerdos. Para rebajar la tensión, Wellington decidió negociar antes que dimitir, aceptando que los generales españoles enviasen por duplicado sus comunicaciones tanto al ministro de guerra como a los cuarteles generales de Wellington. La Regencia quería controlar la marcha de las operaciones y evitar la influencia del comandante sobre el ejecutivo. Le recordaba que ese acuerdo había sido firmado con la administración anterior. Wellington llegó a dimitir, y la regencia aceptó inicialmente la dimisión.

El gobierno británico conocía los problemas de Wellington con la Regencia a

través de los despachos de Sir H. Wellesley. Bathurst decidió interferir en los asuntos españoles, y ordenó al embajador negociar el derrocamiento de ese consejo de Regencia, aunque ello supusiese el acercamiento a los serviles. Esas órdenes fueron pospuestas porque ante el final de las Cortes extraordinarias y decidieron los británicos esperar a unas Cortes ordinarias, donde supieron de la mayoría servil. 127

A finales del verano de 1813, reaparecieron los intentos españoles de cambiar a

la Regencia, ahora con el apoyo británico. Ese cambio nunca se produjo, pero reflejaba el claro enfrentamiento que había en el seno de los españoles, y que los británicos no podían mantenerse al margen porque en esos momentos se jugaban demasiado en la Península. Coincidía con un marcado ambiente antibritánico, no ya sólo en Cádiz, sino por todo el país. Y eso era una novedad. Las tropas británicas encontraron poca colaboración de las autoridades españolas en los distritos pirenaicos a los que se había trasladado las principales operaciones bien entrado 1813.

Estas tensiones quedaron apaciguadas desde inicios de 1814, aunque ambas

partes eran conscientes de su deterioro. Sir H. Wellesley había defendido los acuerdos de las Cortes con su hermano, quien había tenido una actitud poco conciliatoria, con demandas crecientes y de obligado cumplimiento, que no habían hecho más que enrarecer las relaciones entre los aliados.

126 Para profundizar más sobre este tema, me remito a las páginas 130-135 de este texto. 127 Charles J. Esdaile, The Duke of Wellington and the command of the Spanish …, pp. 148-153.

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La Regencia, las Cortes y el resto de las autoridades españolas se trasladaron definitivamente a Madrid a inicios de 1814. La ciudad quedaba restaurada como sede del gobierno, pero las divisiones entre liberales y realistas se volvían a repetir. Los liberales querían mantener su fuerza en esa ciudad, pero el embajador fue sondeado por diputados realistas que planeaban otra vez cambiar el Consejo de Regencia. El embajador británico se abstuvo de interferir en los asuntos españoles, aunque pedía que los nuevos regentes estuvieran libres de los prejuicios que habían dificultado la marcha de la alianza. Entre los nombres que se le comentaron estuvieron el antiguo ministro de exteriores, Labrador, opción que rechazó porque sabía que las Cortes no aceptarían su nombramiento y porque podía crear disensiones en el seno de los aliados, o antiguos regentes como Castaños, opción que el embajador estaba dispuesto a apoyar. 128

El tema quedaba abierto, porque las preocupaciones de los españoles se

dirigieron al final de la guerra, a los mensajeros que había enviado el rey y a su esperado regreso. Continuó la dependencia respecto a las Cortes, la acusación de su vinculación a los liberales, hasta el final de la experiencia revolucionaria. Iba a ser otras de las instituciones derogadas por el monarca absoluto restaurado, como se verá en su capítulo correspondiente.

128 PRO FO 72/159: From Sir Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, January 11th , 1814.

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5. LAS CORTES

Uno de los ejes argumentales que recorrió todo el periodo fue sin duda el tema de las Cortes, el tema de la reunión de una asamblea con representantes de todo el país. La posibilidad de la reunión de las Cortes ya se planteó en los inicios de la revolución y de la guerra, centró el debate político en 1809 mientras se estaban realizando sus trabajos previos, y entre 1810 y 1814, periodo en el que las Cortes estuvieron reunidas su importancia en el campo institucional fue indiscutible. A continuación, analizaremos con más detalle la perspectiva británica de las mismas. 5.1 El grand affaire: la convocatoria de las Cortes.

La Monarquía borbónica había convocado las últimas Cortes en 1789. Una nueva convocatoria de las Cortes se volvió a plantear nada más estallar la guerra. La Junta Central dio los primeros pasos para su reunión, nombrando un comité que estudió el número de diputados que se iban a reunir o si lo iba a hacer en dos cámaras, siguiendo los antiguos usos de las Cortes castellanas, o sólo en una. Su último decreto fue precisamente el de la convocatoria de las Cortes, tras asegurarse que su sustituto, el Consejo de Regencia, la iba a respetar.

Su reunión definitiva en septiembre de 1810 interesó considerablemente a los

británicos, y muchos de los que se encontraban por esas fechas en Cádiz, y hasta el final de sus sesiones en esa ciudad, no pudieron resistir la tentación de asistir a algunas de sus reuniones públicas. Pero antes de analizar las sesiones de las Cortes tenemos que revisar los meses previos, retroceder hasta 1809, para examinar la actitud de los británicos en el periodo preparatorio de esas Cortes. Las reuniones en Sevilla de la comisión nombrada para establecer los parámetros de su reunión, o la elección de los diputados fueron los aspectos principales.

Si hubo un británico interesado por todo el tema de las Cortes, ése fue Lord

Holland, quién fue testigo de primera mano de estas reuniones al estar varios meses en Sevilla.129 Ese interés se puede percibir a través de su correspondencia con Gaspar Melchor de Jovellanos. Ambos personajes se conocían de los anteriores viajes del lord inglés por tierras españolas, y habían mantenido una intensa correspondencia que continuó hasta la muerte del ilustrado español en 1811.

Sin embargo, necesitaremos acudir a otras fuentes para complementar todo el

proceso de convocatoria de las Cortes, como los comentarios de su mujer, Lady Elizabeth Holland en su Spanish Journal, las visiones del diputado William Jacob sobre 129 Para seguir la participación de lord Holland en el debate sevillano acerca de las Cortes, me remito a M. Moreno Alonso, La forja del liberalismo en España.,… pp. 129 – 238.

69

las reuniones de la comisión preparatoria, o los comentarios que Lord John Russell hizo al asistir a las primeras sesiones de las Cortes en su manuscrito presentado a la Speculative Society de la ciudad de Edimburgo.130

El tema de las Cortes ya había sido planteado en Aranjuez durante las primeras

sesiones de la Junta Central, causando una gran disputa entre Jovellanos y Floridablanca. El segundo se opuso a la moción del primero y recibió el apoyo de la mayoría de los miembros de esa institución, por pensar que era precipitada su reunión.

Los Holland tardaron en conocer la propuesta del ilustrado asturiano y no

supieron de los detalles de esa disputa hasta abril de 1809, en plena discusión del decreto de convocatoria de las Cortes. Ya en Sevilla Jovellanos y los que apoyaban la convocatoria de las Cortes tuvieron que vencer otras resistencias, planteadas por Riquelme y otros miembros hostiles a esa convocatoria. Calvo, por su parte, mantuvo una actitud más enigmática. 131

Mientras, en Gran Bretaña algunos personajes vinculados a la Holland House,

defendieron la necesidad de convocar las Cortes. El joven político whig, Francis Horner, expresó su apoyo a esa convocatoria como único método de superar las envidias provinciales, y la única oportunidad para asegurar la libertad en España:

“The only wise plan is a general Cortes; such a one was summoned by Philip

the 5th for the first time, and has since met by a sort of Committee of the Commons. A general Cortes of all the Estates, and the hereditary right of Ferdinand the Seventh will be the only chance for permanent regulated freedom to Spain.” 132

Posteriormente, Lord Holland, en una carta a Jovellanos, escrita después de los

alborotos del mes de febrero de 1809 en Cádiz por la actuación de Villel en la ciudad, indicó la necesidad de la libertad de imprenta y de un congreso de diputados con sesiones públicas como la única forma de evitar los alborotos populares y encauzar por la vía correcta sus supuestos ánimos exaltados. 133

Holland mostró su satisfacción al conocer la decisión de plantear un decreto por

el que se iniciaron los trabajos previos a la convocatoria final y reunión definitiva de las

130 Se trataba de una de las múltiples sociedades existentes en la ciudad escocesa, de carácter secreto, muy centrada en los temas jurídicos. 131 Así lo reconoce Lady Holland, en su Spanish Journal, pp. 322 – 323. 132 “From Francis Horner to James Loch, 1st July 1808,” en The Horner Papers. ..., pp. 485-486. 133 En “De Lord Holland a Jovellanos, Sevilla, 24 febrero de 1808”, en José Miguel Caso González (ed.); G. M. de Jovellanos. Obras Completas. Tomo V. Correspondencia, Vol. 4º, Octubre 1808 – 1811, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII – Ayuntamiento de Gijón, 1990, nº1777, pp. 61 – 62. Todas las cartas que se enviaron estos dos personajes también fueron recogidas en Julio Somoza (ed.), Cartas de Jovellanos y Lord Vassall Holland sobre la Guerra de la Independencia, (1808 – 1811), Madrid, Imp. De Hijos de Gómez Fuentenebro, 2 vols., 1911.

70

Cortes. Este decreto, pensado por Quintana y Garay, contó con el apoyo de otros miembros de la Junta Central, como Jovellanos, que abandonó su plan de recuperar el Consejo de Castilla. Los Holland atribuyeron parte de ese decreto a su persona una vez que el decreto se publicó en el mes de mayo.

Pero su presencia en Sevilla durante esos meses les hizo conocer las suspicacias

de los miembros de la Junta hacia los militares, pensando que cualquier victoria importante les legitimaría para acceder al poder. Quintana consideró que la convocatoria a Cortes podía ser un obstáculo que dificultase esa posibilidad, aunque perdió parte de su interés por el tema posteriormente ya que la reunión de las Cortes se iba a aplazar en varias veces y sus trabajos previos iban a durar más de un año.

El entusiasmo de los Holland por esa convocatoria contrastaba con una actitud

más reservada de Sir George Jackson, el secretario de la legación británica, quién en su diario decidió no comentar ese decreto al considerar que los temas militares eran más apremiantes y que las autoridades españolas se tendrían que centrar en ellos:

“The Junta has issued a proclamation convoking the Cortes for the end of the

next year, and appointing a committee, composed by five members of the Junta, to consider the form in which they are to be assembled, and the objects they are to take into consideration. This I think requires no comment.” 134

Ese poco entusiasmo parecía ser compartido por el propio embajador, John H.

Frere. Al menos, así se lo transmitió Quintana a Lady Holland, y ésta a Frere. El embajador le reconoció esa sensación, aunque la vinculó con la situación en Inglaterra:

“I told Frere that he was accused of being unfriendly to the Cortes; he admitted

that he objected to their mode of proceeding, and certain it is this clamour for reform in England has revived all his old anti-Jacobin terrors.” 135

Lord Holland no se dejó influir por esas actitudes y participó activamente en el

debate en torno a ese tema, desde que sólo fue un rumor que tardó en confirmarse hasta a iniciarse los debates de la comisión preparatoria. Pensaba que esa convocatoria era tan importante como las armas que tenían que asegurar la independencia de su segunda patria, porque daría un motivo a los españoles que luchaban al asegurar la libertad e independencia de los españoles. Sus ideas se las expresó a Jovellanos, e iban más allá de la simple necesidad de convocar esa institución. Sus opiniones denotaban un destacado conocimiento de la realidad y pasado jurídico, político e institucional español.

134The Diaries and Letters of Sir George Jackson … Vol. 2, p. 436. 135 Lady Holland, The Spanish Journal, p. 328.

71

Holland pensaba que las Cortes no podían ser convocadas sin realizar una serie de cambios, adaptándolas a la nueva realidad española. Afirmaba a Jovellanos que “las Cortes, adaptadas a las luces del siglo y a un cierto punto a la mudanzas que ha hecho el tiempo en la relación entre ciudades y ciudades, y entre provincias y provincias; y sobre todo, aumentadas en el número de sus vocales, me parece todo lo que se necesita por ahora, prescindiendo tal vez, de la libertad de la imprenta, esto es, la cual no incluyo más que la supresión de la censura por anticipación, esto es, lo que llamamos nosotros un imprimatur.” 136

El dejar apartado el tema de la libertad de imprenta no era un tema secundario,

ya que Holland siempre había dado una gran importancia para asegurar la libertad de opinión y de discusión pública. Pero se convirtió puntualmente en un tema secundario. Primero todos aquellos partidarios de las Cortes tenían que mostrar su compromiso hacia las Cortes como algo irrenunciable y por eso era necesario que comenzasen todos los debates acerca de su reunión. Una vez que regresó a Londres, Holland retomó el tema de la necesidad de la libertad de la discusión pública. Señaló esta falta, la dilatación en el proceso de convocar las Cortes y la falta de reformas importantes como las razones de la desaparición del entusiasmo por la causa española en Gran Bretaña. 137

Holland, en otra de sus cartas a Jovellanos, y tras conocer el golpe de fuerza del

Marqués de la Romana en Asturias, describió las Cortes como el grande affaire y defendió que eran el único método para asegurar un gobierno con una amplia base popular como para evitar el intervencionismo militar. 138

Este lord británico conoció el decreto de convocatoria de las Cortes en Cádiz. Lo

valoró como la mejor victoria, aunque entonces apareció su curiosidad y realizó toda una serie de preguntas a Jovellanos, que el comité designado tendrían que resolver:

“¿Qué ciudades, qué provincias, qué distritos han de tener votos? ¿Qué ha de

ser el principio sobre el cual se da el derecho de tener voto, esto es, diputado, a una ciudad o provincia? Y ¿cuál será el modo en que se han de tomar los sufragios de los vecinos? ¿Cuántos diputados ha de tener cada provincia y cuántos vocales ha de ser compuesta la diputación total del reino? Además de esto, ¿cómo ha de ser representada la nobleza? ¿Cómo el clero? Los de la Junta, ¿han de ser vocales ex-oficio, o quién? Los consejeros de Castilla, ¿han de asistir con voto o sin él? ¿Cuántas cámaras, una o

136 De “Lord Holland a Jovellanos, Cádiz, 5 de mayo de 1809,” en José Miguel Caso González (ed.), Obras Completas, p. 129. 137 “De lord Holland a Jovellanos, Holland House, 31 de agosto de 1809,” José Miguel Caso González, (ed), op. cit, pp. 276 – 277. Holland se olvidaba de contemplar el factor militar. 138 “De Lord Holland a Jovellanos”, Cádiz, 19 de mayo de 1809, en José Miguel Caso González (ed) op. cit., pp. 148 – 149.

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dos? Y resueltas estas dificultades, ¿cómo se han de proponer las leyes, cómo conducir las discusiones?” 139

Holland fue conociendo más detalles de ese decreto y de la comisión nombrada a

su efecto, y le sorprendió la presencia de Riquelme, porque se temía que podía comprometer sus trabajos, al ser una de las voces que más se opusieron a su reunión. Se temía que pusiese trabas a la elección de un número holgado de diputados, a su elección directa y que provocase la total nulidad de sus funciones. Holland pensaba que las Cortes tenían que partir de los antiguos usos, pero se tenía que permitir una elección directa de los diputados para convertir a las Cortes en verdaderamente representativas y legitimar así sus decisiones. 140

Es estos debates, el tema de los usos fue esencial, aunque también su adaptación

a la nueva realidad, ya que las pensadas Cortes estamentales podía acabar convirtiéndose en unas Cortes muy distintas en el momento de reunirse. Holland seguía pensando en representantes por estamentos o por ciudades, y en la prerrogativa real de conceder nuevos representantes, cuando finalmente se optó por la representación por provincias, introduciendo un elemento territorial no esperado.

Pero esa convocatoria tenía unas repercusiones más amplias, porque podían

solucionar a una serie de problemas que se arrastraban desde un principio de la revolución. Holland pensaba que entre los motivos para convocar las Cortes, “uno de los principales en el día es para concentrar el gobierno, para tener una voluntad que por su autoridad pueda influir en toda la Península, y me parece no sería buen acierto, antes bien, lo contrario por tal efecto, convidar a las varias ciudades y provincias discutan sobre el influjo relativo y comparativo que sus distritos hayan de tener en la representación general.” 141

El interés de Holland, sin embargo, fue mucho más allá. Nunca escondió que el

modelo británico podía ser una de las pautas para el proceso de convocatoria de las Cortas, e intentó influir para que el debate se dirigiese hacia ese campo, aunque reconocía que su modelo parlamentario no se podía trasplantar sin más. Pero sí podía ayudar a adaptar los antiguos usos de las Cortes hispánicas a la nueva realidad de la Monarquía.

139 “De Lord Holland a Jovellanos”, Cádiz, 24 de mayo de 1809, en José Miguel Caso González, (ed), op. cit. p. 163. Los Holland se habían desplazado con sus acompañantes a esa ciudad para encontrar un navío que los transportase a Inglaterra. 140 “De lord Holland a Jovellanos, Cádiz, 31 de mayo de 1809”, en José Miguel Caso González, (ed), op. cit. pp. 176 – 179. 141 “De Lord Holland a Jovellanos, Cádiz, 14 de junio de 1809”, José Miguel Caso González, (ed), op. cit. pp. 213 – 215.

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Aparte de sus relaciones personales cultivadas a través de sus contactos personales en Sevilla y Cádiz y de su correspondencia con importantes personalidades españolas, su otro método para influir fue a través de la publicación de textos, en concreto, uno titulado, Suggestions on the Cortes (o su título en español, Insinuaciones sobre las Cortes.) El texto no lo escribió el lord, sino su acompañante y médico personal, el Doctor John Allen, aunque ayudó en su impresión. Su traductor al español fue Andrés Ángel de la Vega.

Ese panfleto fue publicado y rápidamente traducido a mediados de 1809,

teniendo una notable repercusión al ser un texto muy leído comentado. William Jacob, al visitar la ciudad de Granada a inicios de 1810, describió como se utilizaba en las discusiones para elección de diputados por esa provincia:

“A pamphlet written in England, and translated into Spanish, has been much

read; it is attributed to Lord Holland, and for the attachment it discovers to the true interests of Spain, his Lordship, whether he be the author or not, is spoken of by all intelligent men in terms of the warmest rapture.” 142

Jovellanos y otros españoles no desdeñaron las sugerencias que presentaba.

Aunque el texto tuvo buen recibimiento inicial, eso no evitó que hubiese críticas. Jovellanos, por una parte, alabó su precisión y el conocimiento que destilaban sus líneas, pero le pedía que revisase algunos puntos, en especial sus propuestas sobre el método de las elecciones y sobre la representación de las colonias. 143

Otros españoles también dieron su opinión sobre ese texto al propio lord

Holland, como el duque del Infantado, quien conoció el texto, valoró sus propuestas, pero reconoció que el tema de las Cortes causaba grandes divisiones entre los españoles. No obstante, apoyó finalmente la reunión de las Cortes. 144

Manuel Moreno Alonso, tanto en su estudio de la relación de los liberales

españoles como en un artículo titulado “Las Insinuaciones sobre las Cortes de John Allen”, ha explicado el contenido de este texto.145 A lo largo de los treinta y un puntos del texto, el Doctor John Allen apoyaba la formación de las Cortes, porque su principal función era servir al bien público y eliminar los abusos cometidos al ejecutar la ley, objetivos que no podían ser olvidados a pesar de los delicados momentos bélicos que vivían. Creía que la Junta Central tenía todo el derecho a convocar las Cortes, 142 William Jacob, op. cit., p. 294. 143 “De Jovellanos a lord Holland, Sevilla, 8 de junio de 1809”, en José Miguel Caso González, (ed), op. cit. pp. 199 – 200. 144 British Library, Holland House Papers, Add. Mss 51622, De Infantado a Holland, Sevilla 29 de agosto de 1809, y 10 de diciembre de 1809. 145 Manuel Moreno Alonso, La forja del liberalismo…, pp. 159-186 y del mismo autor, “Las Insinuaciones sobre las Cortes de John Allen” en Revista de las Cortes Generales, 33, 1994, pp. 238 – 310. Incluye un estudio introductorio del autor.

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redistribuir el número de diputados y plantear las elecciones que le seguirían. Su texto se convertía además en un posible diseño de las Cortes que se iban a reunir, siempre encajado en la tradición constitucional británica.

Fórmulas como las discusiones públicas en ambas cámaras, las consultas a la

opinión pública, o el impedir que una Cámara interfiriese en la actuación de la otra, iban dirigidas al objetivo común de fomentar un gobierno libre. Una representación amplia, que contase con las voces de todos los intereses locales, conseguiría evitar una uniformidad absoluta y permitiría que en los debates sobre las cuestiones fundamentales se escuchasen todos los puntos de vista. Por último, Allen se oponía a una elección de los diputados exclusivamente basada en la demografía. Esto último lo tenemos que vincular a su respeto por las fórmulas tradicionales, incluida una amplia representación de los antiguos estamentos privilegiados.

Una pieza fundamental del periodo previo a la reunión fue la comisión

encargada para preparar las reuniones de las Cortes. Jovellanos fue el presidente de esa comisión, y desde ella aportó nuevas ideas para que las Cortes no fuesen una simple copia de las anteriores Cortes pero que tampoco rompiesen la tradición a pesar de realizar las necesarias adaptaciones por el paso del tiempo. Uno de los temas más discutidos en el seno de esa comisión fue la elección de los diputados, al enfrentarse aquellos que defendían un reparto de los diputados a elegir a partir de la base demográfica a los que defendían la representación más de corte tradicional. Otro de los temas destacados fue si esas Cortes podrían tener la potestad para reformar las leyes de la Monarquía. Todo quedaba encajado en el debate de la adaptación o no de las Cortes a la nueva realidad, con la modernización de sus funciones como cuerpo legislativo aunque sin perder el horizonte de la tradición. No siempre la Junta Central tomó en consideración todas sus propuestas, porque el Comité, muy influido por Jovellanos, había optado por unas Cortes bicamerales, mientras que en su decreto apoyó una opción más rupturista, la reunión de una gran asamblea legislativa.

Entre los otros miembros de ese comité, encontramos a Agustín Argüelles. Jacob

lo conoció en la Sevilla del otoño de 1809, cuando los trabajos de esa comisión estaban en pleno desarrollo. Jacob se temía, no obstante, que las Cortes nunca se iban a reunir porque supondría la aniquilación del poder de la Junta Central:

“Like all the ablest men in Spain, he [Argüelles] is anxious for the convocation

of the Cortes, and is now officiating without salary, as secretary to a committee, appointed for the purpose of regulating the number of deputies, the places from which they are to be sent, the mode of election, and the formalities to be observed in that expected assembly of the Spanish nation. The researches of the committee into the ancient records have been very diligent; and, in addition to the precedents collected,

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they have invited, to the investigation of the subject, many of the most intelligent public bodies in the kingdom.

With all the appearance of preparation, it is generally believed that the Junta

will do all in their power to prevent the Cortes from assembling. They know that, as soon as the convocation takes place, their power will be annihilated; and they feel unwilling to return to that obscurity from which nature never designed them to emerge.” 146

Jacob mostró el interés que había suscitado la convocatoria de las Cortes en toda

la sociedad española, más allá de los centros de decisión política. Reflejó ese interés a su paso por dos importantes ciudades andaluzas, Granada y Málaga. Pero no fue el único. Holland pudo percibir este interés en Badajoz durante su camino de vuelta a Lisboa en el inicio del verano de 1809, ciudad a la que había decidido viajar con sus acompañantes para tomar allí un navío que les llevase a Inglaterra. En aquella ciudad no sólo escuchó las quejas crecientes contra la actuación de la Junta Central, sino que admitió a Jovellanos que “aquí no se habla de otra cosa sino de las Cortes.” 147

Al regresar a Londres, Holland mantuvo su atención respecto al tema de las

Cortes, aunque los sucesivos retrasos lo intranquilizaron, y más aún cuando reconocía abiertamente que los españoles no tenían ni comandante en jefe ni gobierno. Pensaba que esas faltas permitían que las críticas aumentasen y emergiesen nuevos problemas. En Gran Bretaña provocaba incluso la pérdida total de interés por España, aunque Holland se mantuvo como su defensor acérrimo, señalando esos temas como los necesarios para acabar con la situación tan delicada que atravesaba España. 148

El último decreto de la Junta Central convocaba las Cortes para el 1 de marzo de

1810, aunque sólo se había convocado a los representantes de las ciudades, no a los de la nobleza y el clero. El primer Consejo de Regencia se comprometió a mantener esa reunión, aunque no publicó un nuevo decreto de convocatoria hasta el 18 de junio. Las Cortes quedaron convocadas para agosto, aunque finalmente se reunieron el 24 de septiembre. Esa primera sesión supuso la apertura de una nueva etapa en el tema de las Cortes.

Hasta esa primera reunión, el tema quedó parcialmente paralizado. Pero la

situación había cambiado. Cádiz estaba sitiado y la Regencia detentaba el Poder Ejecutivo. Jovellanos mostró sus dudas sobre la voluntad de la Regencia de seguir

146 W. Jacob, op. cit., pp. 141-142. 147 De Lord Holland a Jovellanos, Badajoz, 5 de julio de 1809”, José Miguel Caso González, (ed), op. cit, pp. 241 – 242. 148 “De Holland a Jovellanos, Holland House, 6 y 8 de septiembre de 1809”, en José Miguel Caso González, (ed), op. cit, pp. 280 – 285.

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adelante con la convocatoria y pensaba que si se reunían al final, los temas políticos tenían que ser combinados con la discusión de la defensa militar del país. 149 5.2 Las primeras sesiones de las Cortes Extraordinarias.

La primera reunión de las Cortes fue un acontecimiento importante, del que contamos con varios observadores directos británicos de esos días. Uno fue Lord John Russell, quien viajó a Cádiz en 1810 para visitar a su hermano George W. Russell, militar que formaba parte de los cuarteles generales de sir T. Graham, el comandante en jefe de las tropas británicas en Cádiz. Allí asistió a las primeras reuniones de las Cortes.

Russell reflejó sus impresiones en un manuscrito titulado “On the proceedings

of the Cortes of Spain from the 24th of September to the 15th November of 1810”. Se trata de un texto que leyó ante la Speculative Society de Edimburgo en una de sus sesiones de 1811.150 En ese documento Russell afirmaba que la exigencia de una asamblea con representantes de todo el país apareció con el inicio de la revolución, pero en 1810 toda una serie de errores cometidos por las autoridades españolas decidió la convocatoria y fue el método que halló la Regencia para acabar con la competencia de la Junta de Cádiz en el ejercicio de la autoridad:

“There was a party of well-informed of the higher and middling classes of

society who had hailed the period of Revolution as the dawn of Liberty, and who had demanded from the beginning a meeting of the Representatives of the Nation. The accumulations of misfortunes give them stronger arguments and increased numbers, and the Regency rendered weak by their own ineptitude; and by the rival authority of the Junta of Cadiz, consented to call an immediate meeting of the Cortes.” 151

Quizás no era la visión más adecuada de lo sucedido. Una visión más acertada

de las semanas previas a la reunión definitiva la obtenemos en los despachos del ministro británico, Henry Wellesley. El ministro británico estuvo atento a la actitud de la Regencia respecto a este tema. Por su decreto del 20 de junio, las Cortes quedaban convocadas formalmente. Más tarde, conoció la oposición de uno de los regentes a esa medida. Castaños le reconoció que el obispo de Orense se había opuesto a esa convocatoria porque se temía que un espíritu revolucionario se introdujera en las Cortes y se reprodujesen los peligros que habían llevado a la disolución de Francia. 152

149 “De Jovellanos a lord Holland, Muros, 18 de julio de 1810”, en José Miguel Caso González, (ed), op. cit, pp. 398 – 400. Por aquellas fechas, Jovellanos se dirigía a Asturias tras las acusaciones vertidas hacia su persona por su pertenencia a la Junta Central. 150 Bodleian Library (Oxford): Duke Humfrey’s Library, Mss English Historic 40346 e.241. 151 Íbidem, pp. 6-7. 152 PRO FO 72/96: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Cadiz, July 11th, 1810. Informa además que un reconstituido Consejo de Castilla votó esa medida, quedando en empate entre los que defendían la representación planteada, y los que defendían a la elección de los miembros según los tres brazos de las Cortes castellanas, y que no imperase el factor demográfico.

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El ministro mantuvo una actitud expectante ante esa reunión, porque sabía que

era el único lugar en que podría obtener una respuesta definitiva a sus demandas. Intuyó además la influencia decisiva que iba a ejercer su población sobre las Cortes, que se temía que no favorecerían los intereses británicos.

El mejor ejemplo era el del deseado acuerdo comercial, posiblemente apoyado

por algunos diputados americanos, pero al que se opondrían los diputados peninsulares, en especial aquellos más vinculados con el comercio gaditano y americano. Eso le hizo dudar que las Cortes pudiesen aprobar ese acuerdo comercial:

“I am apprehensive that no favourable result can be looked for from a

discussion of this measure in the Cortes. Some few of the American deputies would probably be in favour of its adoption but there are others whose connections are entirely within this city and who would consequently oppose it with all the obstinacy which might be expected to follow the conviction that it would invade in its consequences the ruin of Cadiz. It may expected likewise that as the Cortes are to assemble in the neighbourhood of Cadiz, that its inhabitants will possess a considerable influence in the deliberations of that assembly particularly in all questions involving their immediate interests, and I doubt whether a majority of deputies will be found so entirely free from prejudice as to be convinced of the general benefits arising out of this measure, I am disposed to think that the powerful influence of this city will be successfully exerted to defeat it as often as it shall be proposed for discussion in the Cortes.”153

Su permanencia en Cádiz durante todo este periodo lo convierte así en la fuente

británica más directa y continuada respecto a las Cortes, a sus sesiones y decisiones, hecho que veremos en el siguiente apartado.

A estos comentaristas, tenemos que unir las visiones de otros británicos que

estuvieron en Cádiz asistiendo a las primeras sesiones de las Cortes, que sintieron una especial atracción por esa novedad española. Podríamos añadir otro de los informantes de los Holland, R. Campbell, un comerciante americano de origen escocés que conoció en Cádiz en mayo de 1809 y que les habría ofrecido su casa mientras permanecían en esa ciudad. Otro británico que se encontró por esas fechas en Cádiz fue sir Robert Adair, amigo de la familia de Holland y que regresaba a Gran Bretaña tras completar su misión diplomática en el Imperio Otomano.

Todos estos británicos se mostraban expectantes ante esta primera sesión. Sabían

que había muchas esperanzas depositadas en esas Cortes, y les atorgaban un papel

153 PRO FO 72/96: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Cadiz, July 30th, 1810.

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esencial en la lucha contra el dominio napoleónico. Pero muchos temas quedaban pendientes y sólo el desarrollo diario de las sesiones confirmaría o no sus intuiciones. Aunque esperaban que la guerra centrara sus debates, nadie descartaba que otros asuntos políticos estuvieran presentes en los debates, aunque de modo secundario. Ante esos temas, muchos de ellos pensaban en el ejemplo francés, y se temían que cualquier impulso revolucionario radicalizase demasiado la voluntad reformista evidente de los elegidos, o que los que se oponían a cualquier cambio obstaculizasen hasta tal punto que sus discusiones no llegasen a buen término y las Cortes viesen anuladas sus funciones.

Todos intentaron comprender el tipo de asamblea que se reunía en Cádiz, ya que

tanto los decretos que convocaban las Cortes como la elección de los diputados apuntaban a un cambio. No se iban a reunir dos cámaras, ni los diputados iban a quedar agrupados por estamentos, sino que se iba a reunir una gran asamblea, con diputados elegidos de forma indirecta, representantes de las diferentes provincias.

H. Wellesley tardó mucho en comprender cómo se iban a reunir finalmente esas

Cortes. Tardó en entender que las Cortes se iban a reunir de un modo distinto al modo tradicional de las Cortes castellanas. A medida que llegaron los primeros diputados y que entendió el método indirecto para su elección, comprendió que ya se partía de una novedad, no necesariamente negativa, en la reunión de las Cortes. A mediados de agosto en Cádiz el ministro plenipotenciario afirmaba que las Cortes comenzarían sus reuniones sólo con unos noventa diputados, y señalaba las provincias de las que se esperaban que llegasen con seguridad sus representantes: Galicia, Extremadura, Murcia, Valencia, Cataluña, algunos diputados de La Mancha, Guadalajara, Aragón, Asturias, y del distrito de Cádiz. Para aquellos distritos que no pudiesen enviar un representante por estar ocupados por el enemigo, se había creado la figura del diputado interino, diputado sustituto. Se elegiría a una persona originaria de esos distritos y que se hubiese refugiado en Cádiz o en otras ciudades.

Otro tema que interesó a Henry Wellesley fue la representación de las colonias.

Por esas fechas, había circulado en Cádiz una petición para que se llegase a un acuerdo similar, que se permitiese la elección de representantes entre la población colonial congregada en Cádiz, y que ejerciesen el cargo de diputado hasta la llegada de los titulares del cargo. La Regencia no estaba dispuesta a aceptar esa petición, porque se temía que los escogidos fueran candidatos profranceses camuflados. La figura del sustituto no era tampoco bien vista por el ministro británico porque preferiría que las provincias ocupadas escogiesen sus representantes una vez que acabase la ocupación francesa. 154

154 PRO FO 72/96: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Cadiz, August 15th, 1810.

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Russell también analizó el proceso de elección de los diputados en el manuscrito anteriormente citado, aunque olvidando parcialmente que se había producido en plena guerra. Recordaba que había sido a través de un método indirecto que restaba representatividad, pero no legitimidad a los diputados elegidos. Más problemas le causaba la elección de los diputados que representaban a las colonias o la figura de los suplentes. No eran temas menores porque iban a influir decisivamente en el carácter de las decisiones que se iban a tomar en las Cortes. En una carta dirigida a Lord Holland reconocía sus dudas sobre la figura de los diputados suplentes, porque pensaba que no era el mejor método para que las circunscripciones que no habían enviado a sus representantes estuvieran presentes en las Cortes. 155

Por su parte, H. Wellesley también expuso sus dudas sobre la elección de los

diputados suplentes, y que ésta se realizase entre la población gaditana, aunque fuesen originarios de la provincia o colonia que representaban. Temía que influiría sobre la actuación de las Cortes, aunque señaló que fue una medida muy popular en Cádiz. No dudaba que esa ciudad se aseguraba así una gran influencia sobre la Asamblea:

“The Government determined finally upon the measure of electing to the Cortes,

Provincial Deputies for the Provinces in the hands of the Enemy and for the Colonies. These elections were conducted in a manner which gave great satisfaction to the public, and the number requisite to enable the Cortes to meet being thus completed, it was determined not to delay the opening of the Session beyond the 24th inst. which was the day originally fixed for it by the Council of Regency in the Proclamation issued for that purpose.” 156

Sin embargo, Russell creía que los diputados allí reunidos eran la mejor

representación de la composición social del país teniendo en cuenta las circunstancias bélicas que atravesaban:

“The members chosen were in a tolerably fair proportion to the classes of

society, with the exception of priests and grandees. The Priests were nearly twenty, the Grandees only two. It may be objected that an Assembly thus composed cannot be considered as a fair representation of Spain, but considering the circumstances under which they met, it was the fairest which could be obtained.” 157

Sin embargo, la poca representación de la alta nobleza y del clero en los inicios

de los Cortes era un factor que no iba a pasar desapercibido a otros observadores británicos, que lo tendrían en cuenta tanto en las primeras sesiones de las Cortes como 155 BL, Add Mss 51677, From Russell to lord Holland, Isla de Leon, Cadiz, September 25th, 1810. 156 PRO FO 72/97, From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Real Isla de Leon, September 26th, 1810. 157 Bodleian Library (Oxford): Duke Humfrey’s Library, Mss English Historic 40346 e.241 (On the proceedings of the Cortes …), pp. 10-11.

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en sus reuniones posteriores. Era visto como un factor potencialmente desestabilizador, ya que las Cortes podrían tomar una senda hacia la radicalización que no era de su agrado.

Uno de los informadores de lord Holland en las primeras sesiones señaló

también en sus cartas esa falta de representación. Ponía el ejemplo del duque del Infantado, quien había intentado ser elegido por los refugiados procedentes de Madrid, elección que perdió finalmente ante un relator del Consejo de Castilla:

“The elections have fallen upon persons distinguished for talents, probity and

patriotism; this I know to be the case with respect those deputies which have been chosen here, and I have reason to believe that it is generally so. There is but one Grandee in the Cortes – Villafranca - who was chosen by the Ayuntamiento of Murcia. Infantado would have been chosen by the Emigrants from Madrid here. He had the greatest number of suffrages; but being only one of three, who were balloted for agreeably to the mode of election prescribed in the enclosed paper, the lot fell upon a Relator of the Council of Castile, a very able and upright lawyer.” 158

Campbell expuso a los Holland sus impresiones sobre los inicios de las Cortes,

las primeras sesiones, el tipo de diputados que habían sido elegidos, incluyendo aquellos como Capmany o Argüelles que comenzaron a distinguirse como los oradores más importantes, o las primeras decisiones. Lady Holland, a pesar de estar bien informada, no entendía las razones que explicaban la exclusión de estos dos estamentos de las Cortes y que no se les diera el papel político que deberían de jugar si se atendiese al orden social español. Pensaba además que eso podía traer consecuencias que se girarían en contra de los propios diputados, y provocaba una brecha en el bando patriota:

“I know very little upon these matters, but it strikes me that they have been

guilty of great impolicy in excluding the Grandees from their body, as it must make them feel irritated at the slight. Were I one of that class, shut up upon that dreary causeway, my sole occupation would be quit them and join any party where my territorial influence would be considered; for these Grandees, with scarce any exception, fled with the Patriots, and sacrificed their all to what they considered was the common cause, but which to their consternation and mortification they now find was only the cause of a few; not to say that it would be some satisfaction to assist in overthrowing the patriotic Junta, created upon principles far different from the former practice when the Cortes used in ancient time to be assembled. By this scheme of

158 “From Mr R. Campbell to Lord Holland, Cadiz, September 26th, 1810,” publicada en Earl of Ilchester (ed.); The Journal of Elizabeth Lady Holland, Longmans, Green, and Co, London, 1908, p. 299.

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exclusion they create in the heart of the little community a strong interest against themselves.” 159

Todas las visiones posteriores de la historiografía señalan tanto esta menor

representación de la alta nobleza y de la alta jerarquía eclesiástica, como la sobrerrepresentación del sector de profesionales liberales y funcionarios, personas con experiencia en el campo de la administración, y que vieron en esta convocatoria su oportunidad para acceder al poder político. Formaban un grupo heterogéneo, pero tenían este elemento que les podía unir. Pero su reparto varió en el tiempo por la llegada de nuevos diputados, y por las nuevas mayorías que se irían configurando a lo largo de los cuatro años en que las Cortes funcionaron. 160

Pero, tenemos que volver a los momentos anteriores a la reunión de las Cortes.

H. Wellesley comprobó cómo la reunión prevista para agosto finalmente se retrasó varias semanas, aunque la fecha del 24 de septiembre le parecía que ya era la definitiva a pesar de la falta de muchos diputados por llegar. Encontró además que a medida que pasaban los días aparecían nuevos temas que las Cortes tenían que discutir, como la sustitución de los regentes y la voluntad de algunos diputados de que la Princesa de Brasil fuese nombrada regente de España, opción que el ministro británico rechazaba frontalmente. H. Wellesley no dejaba la puerta cerrada a apoyar un cambio de gobierno, para que contase con la confianza de las Cortes, pero no quería contemplar la opción portuguesa. Otros de los temas a discutir en las primeras sesiones serían los siguientes:

“Among other measures of importance upon which the Deputies already

assembled at Cadiz appear to be agreed, are those of affording a greater liberty of press, and of establishing a paper currency, and I am assured, that both these important measures will be the subjects of early deliberation.”161

Por su parte, Russell pensaba que las Cortes tenían unas responsabilidades

primeras muy amplias; unas políticas, ya que tendrían que evitar los peligros del despotismo, de la oligarquía y de la democracia, y establecer las bases para un nuevo régimen político; y otras militares, ya que tenían un enemigo poderoso que ocupaba buena parte del país. Russell, sin embargo, daba preponderancia a los objetivos militares sobre los políticos:

159 The Journal of Elizabeth Lady Holland … pp. 270-271. 160 Hay muchas obras que han estudiado la tipología de los diputados en Cádiz. Para una visión resumida, me remito a Manuel Pérez Ledesma, “Las Cortes de Cádiz y la sociedad española”, en Miguel Artola (ed.), Las Cortes de Cádiz, Marcial Pons Historia, Madrid, 2003, pp. 167 – 206. 161 PRO FO 72/97: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Cadiz, September 17th, 1810.

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“One of the first duties of the Cortes was to provide means for the expulsion of a foe who so nearly threatened the very existence of the nation they had met to protect.” 162

En las diferentes fuentes que podemos utilizar seguimos la misma sucesión de

los hechos: la misa inicial, oficiada por uno de los regentes, el obispo de Orense; el juramento de fidelidad de los diputados al rey y al país que iban a servir; el discurso inicial del Consejo de Regencia, que se puso a la disposición de las Cortes; la elección del cargo de presidente de la Cámara o el reconocimiento explícito de Fernando VII como monarca legítimo español. En los siguientes sesiones se eligió al vicepresidente y secretario de la Cámara y a los diferentes Comités de Finanzas, Guerra y de gobierno interno de la propia Cámara.

Esa primera sesión había sido pública, habiendo continuas interrupciones por

parte del público. Fue un detalle que no se les escapó a los observadores británicos. Tampoco se les escapó la inexperiencia de muchos diputados en el debate público y en la oratoria. No obstante, otros observadores como R. Campbell quedaron más impresionados con el respeto que siempre imperó en esa primera sesión. Así se lo explicó a lord Holland:

“Your Lordship will be of opinion that it was a spectacle highly interesting to

see a body of men thus suddenly assembled and unaccustomed to public business, discussing objects of the greatest magnitude with calmness and dignity and with as much confidence that they were laying the foundations of the independence, liberty and happiness of their country as if there was not a Frenchman on this side of the Pyrenees tho’ they were then deliberating with a French army in sight and almost within reach of their batteries.”163

Fue, por lo tanto, una sesión muy intensa, pero que no acabó ahí. Ese mismo día

se aprobó la moción que sancionaba la soberanía nacional y la responsabilidad del Poder Ejecutivo, ministros incluidos, ante el Legislativo. H. Wellesley no calibró bien la importancia de este decreto, aunque sí intuyó que las Cortes daban un primer paso para someter el Consejo de la Regencia bajo su autoridad.

H. Wellesley afirmaba que con esos decretos, las Cortes habían invadido

competencias del propio Ejecutivo, y se habían asegurado que ninguna autoridad superior las disolvería, ya que esa decisión recaería en última instancia en esa misma Cámara. La supuesta separación de poderes quedaba así desvirtuada:

162 Lord John Russell, On the proceedings of the Cortes …, p. 14. 163 “From Mr R. Campbell to Lord Holland, Cadiz, September 26th, 1810,” publicada en The Journal of Elizabeth Lady Holland … p. 299.

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“It would also appear, that by the assumption of the Sovereign Power, the Cortes can only be dissolved by their own act, which is certainly an invasion of the rights of the Executive authority the power of assembling and of dissolving the Cortes of having hitherto belonged to that authority alone.” 164

Pero tenía otra lectura positiva, pues al residir la soberanía en esa cámara, se

cerraban las puertas al acceso al trono a otros pretendientes, y se reconocía que sólo había un legítimo soberano, Fernando VII. En nombre de él, eran las Cortes que administraban sus prerrogativas y recogían su soberanía.

A pesar del decreto de soberanía nacional y de todo lo que implicó, pensaba que

en las decisiones tomadas no había ningún sentimiento revolucionario subyacente, aunque se le había escapado que suponía todo un cambio inesperado en el cuerpo jurídico y legal español. Era otro acto más de la revolución que se había iniciado en 1808 y que en esas Cortes iba a tener una etapa fundamental. El ministro británico intentó explicar de forma poco convincente que ese decreto se adecuaba a los antiguos usos de la Monarquía. Intentó compensar la visión de ese decreto con la confianza que había depositada en las Cortes, y que esperaba que sus sesiones ganasen con la llegada de nuevos diputados:

“Upon the whole, with the exception of the decree by which the rank of the

executive power is placed below that of the Cortes, their proceedings are extremely creditable to them, and justify a confident expectation that the most important consequences will be derived from this meeting. It has certainly already produced more men of talent, energy, and useful knowledge that the country was generally supposed to possess, and it is to be recollected than the Deputies of those provinces which were principally relied upon for men of capacity are not yet arrived.” 165

Esa primera sesión ya planteó el conflicto entre las Cortes y el Consejo de

Regencia y el intento de la asamblea por controlar ese consejo. Las Cortes habían exigido al Consejo el juramento de obediencia a sus decisiones, juramento al que se negó el obispo de Orense. La Regencia, además, exigió que las Cortes determinasen sus poderes. Estos temas causaron amargos debates en las primeras sesiones de las Cortes. La moción aprobada finalmente recogía que los poderes de la Regencia serían similares a las del rey, aunque serían responsables de sus actos y no contarían con la inviolabilidad del monarca. Ese conflicto dio pie a las Cortes a aprobar la primera moción de cambio de los regentes.

164 PRO FO 72/97: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Real Isla de Leon, September 26th, 1810. 165 Íbidem. John K. Severn, en A Wellesley Affair. Richard Marquess Wellesley,… utiliza la documentación del Marquess Wellesley depositada en la British Library, en la que podemos hallar copias de los despachos que su hermano Henry, ministro británico en Cádiz, le envía y que hallamos una primera copia en el Public Record Office.

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Cada uno de nuestros observadores siguió con atención a las distintas mociones

que se aprobaron. Russell se fijó en una moción presentada por Capmany, por la cual quedaba prohibido la ostentación de un cargo público a aquellas personas que habían dejado de ser diputados hasta que no hubiese pasado un año tras dejar de ser diputado. Aunque la moción fue aprobada casi de forma unánime, Russell creía que tenía efectos perjudiciales ya que, en primer lugar, impedía la participación en la administración de personas con experiencia legislativa, y, en segundo lugar, impedía que los ministros pudiesen entrar como diputados tras abandonar su cargo. Aunque se trataba de una medida temporal y podía evitar un excesivo protagonismo de algunos nombres en la vida política, se perdía toda la experiencia política que podían aportar y no aseguraba la consecución de un Legislativo independiente.166

También se fijaron en la aprobación de una moción para el estudio del

establecimiento de la libertad de prensa, con más límites que la establecida en el decreto de la Junta Central. El tema quedó relegado al estudio de un comité nombrado para ese tema, pero lo que más interesó fue la argumentación que hubo en ese debate. Muñoz Torrero y Argüelles defendieron esta moción de forma vehemente, recordando que los debates de las Cortes tenían que ser públicos y ser impresos al día siguiente en la prensa. Eso permitiría el fomento de la discusión pública. Pero ellos mismos se contradecían al establecer desde un primer momento sesiones privadas, en las que no podía asistir público y en las que se acostumbraría a discutir los temas políticos más espinosos. Esas sesiones privadas empezaron pocos días después de la apertura de las Cortes, con la discusión sobre la presencia incómoda en Cádiz del duque de Orléans o la intención de sustituir a la Regencia existente. H. Wellesley tuvo que utilizar sus mejores dotes diplomáticas para conocer lo que se debatía en esas sesiones, encontrando la colaboración de diputados como Capmany que le comentaban esos debates de forma informal. 167

Estas primeras sesiones continuaron centrándose en toda una serie de problemas

pendientes a los que los españoles tenían que hacer frente. El tema americano fue un tema cuya posición conciliatoria inicial se volvió en rechazo de cualquier propuesta que proviniese de los diputados americanos y en el atasco de un tema que nunca se resolvió por la generalización de las rebeliones coloniales y la independencia de los Estados americanos. Russell no entendió cómo se esperó hasta el 15 de octubre para aprobar un decreto que afectase exclusivamente a un tema tan importante, y no se reconociesen

166 Lord John Russell, On the proceedings…, pp. 22-25. H. Wellesley también expuso esa medida en su despacho del 4 de octubre, aunque el plazo temporal que presentó Capmany en su moción era de dos años. (PRO FO 72/97. From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Isla de Leon, October 5th, 1810.) 167 PRO FO 72/97 From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Real Isla de Leon, September 28th, 1810. Lord John Russell, On the proceedings…, pp. 31-34. Russell resumió mucho ese debate, apoyando las posiciones de Muñoz Torrero, recordando que habían sido ya publicados en la prensa.

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explícitamente los derechos de las poblaciones coloniales ni la ayuda que podría prestar a una España en guerra.

Las fuentes diplomáticas nos sirven una visión continuada de esos momentos,

pero acudimos a las impresiones más generales que Russell nos proporciona en la parte final de su escrito. El joven viajero recordaba que había dado una visión de los procedimientos de las Cortes durante sus primeras sesiones, pero que era necesario algo de perspectiva para interpretarlos. Russell describió así la actitud de los diputados que basculaban entre la defensa de los intereses personales y el bien general, y creyó que la aristocracia necesitaría tener una representación más amplia, aunque en aquellos momentos creía que no era necesaria una segunda cámara en la que quedasen representados sus intereses:

“If the Spanish nation should ever establish a free Constitution, a House of

Peers would probably be necessary but at present such a body would impede and weaken their efforts.” 168

Pero Russell señaló otro defecto como el más importante. Comparando las

Cortes con la House of Commons británica, creía que la falta de grupos más o menos articulados retrasaba las discusiones y dificultaban la aprobación de los decretos. La no vinculación directa de los diputados hacía que predominasen las actitudes individuales, y que los debates se alargasen innecesariamente:

“A simple word, dropped in debate, was sufficient to raise an hundred orators;

time was wasted… In the midst of the most important debates, a new and sudden proposal would sometimes turn all their attentions to a subject entirely different, or childishly trifling.” 169

Sus otras críticas se dirigieron a unos debates en que más que rebatir los

argumentos del oponente se trataba de destruir al antagonista, y a la existencia de debates secretos, que impedía la discusión pública. Otros observadores habían señalado que las Cortes habían centrado más su tiempo en cuestionar el gobierno que en adoptar medidas necesarias para la guerra. Russell matizaba esta crítica, admitiendo que esa doble vertiente de las Cortes existía, pero recordando además que se habían convocado desde un principio para reformar las leyes fundamentales del país, consiguiendo así la unión de todo el pueblo bajo su reunión:

“But we should always keep in mind that the instrument, by which the Cortes

hopes to expel their foreign invaders, is the same with that by which they seek security

168 Lord John Russell, On the proceedings…, p. 37. Russell sólo hacía una recomendación, pero justamente fue una de las principales críticas británicas a la legislación gaditana. 169 Íbidem, p. 38.

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against an arbitrary king. They conceive that for both purposes. There is neither force so powerful, nor resistance as invincible as that of an united people.” 170

Russell se mostraba convencido de la necesidad de este doble objetivo. Russell,

a pesar de las críticas y de los defectos señalados en su visión de las primeras sesiones, se quiso mostrar esperanzado en el final de este manuscrito. De forma inesperada España se había convertido en el país europeo que luchaba por su libertad y su independencia frente al yugo napoleónico. Las Cortes no habían hecho nada más que responder a esta demanda, consiguiendo unir a todo el pueblo en esa lucha. Más allá de los errores que había señalado tenía esperanzas en el futuro de esa institución al frente de esa lucha:

“I think we must agree that the Cortes, notwithstanding their defects is well

adapted to restore the independence, and create the Liberties of Spain. We have seem them proceeding by show but well judged measures to give vigour

to the Executive, to economize their means, and to communicate the justice, freedom and knowledge to their constitution. The people had invested them with the strength of a Government by consent, and they will bestow on the people in return new motives for action, new blessings to defend. They will recollect their resistance in one simultaneous effort, one uniform continued force.” 171

Estas esperanzas no eran exclusivas de Russell, porque reflejaron las

expectativas que esa reunión había creado tanto entre los españoles como en aquellos británicos más interesados por la causa española, como en aquellos que comprobaron en primera persona todo el interés que generó. Entonces vendría el momento en que estas esperanzas se verían o no decepcionadas.

La respuesta a esto último no se tardaría mucho en tener, porque la opinión

esperanzada de Russell contrastaba con las opiniones más realistas de Sir H. Wellesley. Tras tres meses de sesiones, las Cortes se habían entretenido en temas secundarios o estrictamente políticos, mientras que las decisiones bélicas o financieras para la obtención de recursos no habían tenido resultados prácticos, en un momento, diciembre de 1810, en que eran más que necesarios:

“The Cortes have now been assembled nearly three months without having

formed any regular plan, either for the improvement of the financial resources of the Country or for the augmentation of the Army, and these measures have been neglected, at a time when in consequence of the success of the His Majesty’s Armies in Portugal, and the necessity, to which the Army is reduced, of sending to that quarter all the 170 Íbidem, p. 43. 171 Íbidem, pp. 46-47.

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reinforcements which he can command, it is impossible for him to undertake any active operation against those parts of the Peninsula which are not immediately occupied by his own Troops.”172 5.3 La continuación de las sesiones: la Constitución de Cádiz.

Las primeras sesiones de las Cortes habían sido decisivas y habían permitido entrever la importancia creciente de esa institución en el entramado político español, adquiriendo según los británicos una posición de superioridad que supondría un factor de inestabilidad política. Las Cortes continuaron sus trabajos legislativos, incluido el control sobre el ejecutivo y la toma de decisiones que superaban sus iniciales competencias. Se sucedieron sesiones públicas y sesiones cerradas al público, sesiones en las que se discutían los temas importantes, cuyo contenido conseguía conocer Henry Wellesley.

A lo largo de las semanas los diputados comenzaron a unirse, creándose los

grandes grupos a los cuales podemos adscribir la gran mayoría de los diputados a Cortes. Estos grupos se formaron en torno a la defensa de unos pocos principios, aunque no los podemos considerar como los primeros partidos políticos de la España contemporánea. Al contrario, tuvieron mucha importancia en el seno de esos grupos aquellas personalidades que lideraron esos grupos. Capmany, Mexía, A. Argüelles ejercieron una influencia decisiva entre los diputados afines a sus ideas.

En primer lugar, se aglutinaron los liberales que querían desarrollar un programa

amplio de reformas, y luego, y por contraste, los serviles se reunieron como el grupo que defendía el orden tradicional y equiparaban a liberales a afrancesados o a jacobinos. Pero en el seno de los serviles encontramos a diputados con un talante reformista y a otros más reaccionarios. Por último, hemos de señalar la existencia de los diputados americanos, un grupo bastante homogéneo, que más allá de las diferencias entre serviles y liberales, estuvieron más marcados por las insurrecciones independentistas que se desarrollaron en las colonias. Aunque esta división es funcional, también tenemos que señalar que hubo diputados cuya adscripción es muy difícil de dar. 173

H. Wellesley fue una de las voces que describió en varias ocasiones estas

divisiones. 174 Debido al número de diputados y al juego parlamentario de las mayorías

172 PRO FO 72/98: From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Isla de Leon, December 10th, 1810. 173 Para acercarse a la actuación de los diputados americanos en las Cortes me remito a: Mª Teresa Berruezo, La participación americana en las Cortes de Cádiz, 1810-1814. Centro de Estudios Constitucionales, Col. Pensamiento español contemporáneo Nº7 Madrid, 1986; Marie Laure Rieu-Millan, Los diputados americanos en las Cortes de Cádiz, igualdad o independencia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Biblioteca de América nº3, Madrid, 1990. 174 Destacan dos despachos: PRO FO 72/145. From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, July 26th and September 7th, 1813. En el primer despacho comprobamos la actitud que tenía cada

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y minorías, los diputados americanos eran los que decidían las votaciones, aunque eran presionados desde las galerías para que sus votos fuesen hacia los liberales. Tanto estos últimos como los serviles veían con total desprecio las reivindicaciones de estos diputados americanos.

Los diputados serviles rechazaron estas intromisiones extraparlamentarias. Sir

H. Wellesley presenta este grupo montado alrededor del rechazo al sistema previsto y desarrollado a partir de la Constitución, aunque habría dos corrientes en su seno:

“It is imputed to the Serviles, that they are desirous of restoring everything to its

former state under the Monarchy, of re-establishing the Inquisition, and of perpetuating the abuses which it is the object of the new Constitution reform. This may be a correct statement of the views of some few of the members who compose this Party, but the majority of them are far from objecting to moderate reform, although their alarm at the progress which revolutionary principles are making at Cadiz may lead them to oppose systematically all the measures of their adversaries.” 175

Por su parte, Lord Holland, a pesar de ser uno de sus principales valedores,

lamentó que los liberales dedicasen sus esfuerzos a tomar resoluciones que iban dirigidas a erosionar el poder de la Iglesia y de la nobleza, en vez de buscar su concurso común en el esfuerzo bélico de los patriotas, y a desarrollar toda una legislación poco coherente con el momento que atravesaban:

“…when the Cortes did meet, some deputies were more intent in destroying the

power of the Church, and suppressing the privileges of the nobility, than on resisting the common enemy; and others were more jealous of such designs, as aiming at a revolution in the internal government than averse to the abuses, or even to the foreigners who threatened their national independence.” 176

Dejando a un lado a estos grupos, a los ojos de cualquier observador podía

asegurarse que las Cortes cumplían con los objetivos por los que se había reunido en un principio, a pesar de la ya señalada intromisión en el Poder Ejecutivo. Por un lado, seguían el desarrollo de la guerra, decretaban el alzamiento de nuevos regimientos, tomaban medidas para conseguir nuevos recursos y provisiones, aunque todo ello sin demasiada fortuna.

Por otro lado, las Cortes se habían planteado seriamente la reforma, o mejor

dicho, la actualización, de sus leyes fundamentales, vigentes o anuladas por el poder grupo ante la posibilidad del traslado del gobierno de Cádiz a Madrid. Los liberales y americanos se opusieron por diversas razones, mientras que los serviles fueron los patrocinadores de esta medida. 175 PRO FO 72/145. From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, September, 7th, 1813. 176 Holland, Foreign Reminiscences, p. 146.

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monárquico en los pasados siglos, según el diputado que hablase. La aprobación de un cuerpo jurídico que determinase la relación entre el gobierno, el rey y sus súbditos iba a representar su principal labor legislativa. Estos trabajos culminaron con la aprobación de la Constitución de Cádiz y su proclamación oficial el 19 de marzo de 1812.

Este texto constitucional representó la culminación de la obra legislativa de las

Cortes y con el tiempo se convirtió en todo un símbolo, incluso para los radicales británicos. Pero en marzo de 1812 las Cortes llevaban abiertas alrededor de un año y medio y el interés por sus debates y por asistir a sus sesiones se había relativizado. Cualquier visitante británico que llegaba a la ciudad, viniendo directamente o de paso, pretendía asistir a algunas de las sesiones.177 No hubo muchos británicos que asistiesen a la aprobación de la Constitución, y el propio embajador, uno de los pocos que asistió a la ceremonia de aprobación, dedicó muy pocas palabras a ese asunto. Era un asunto que le no había interesado tanto como la apertura de las Cortes, seguramente porque pensaba que se habían centrado las Cortes en debates y asuntos que no eran pertinentes en aquellos momentos. Así describió la aprobación:

“On the 18th instant the new Constitution was signed by the Deputies in Cortes,

and on the following day it was proclaimed with great ceremony, the members of the Regency and of the Cortes walking in procession to the Cathedral, where mass was performed. In the evening the Town was illuminated.” 178

Las primeras visiones e interpretaciones de ese texto constitucional no fueron

generalmente positivas, al señalar que se trataba de un texto legal excesivamente influido por la sociedad gaditana, vista como excepcional en el conjunto social español. Este alejamiento respecto al pueblo era un punto que señalaban de forma tímida, porque había grandes reticencias a considerar al pueblo como agente político activo. Era el resultado del temor propio de los británicos a todo aquello que supusiese revolucionario y al excesivo protagonismo popular, que se fuese más allá de los esquemas considerados como aceptables.

Tampoco se olvidó el debate ya apuntado sobre cuál debía ser la prioridad

política de esas Cortes, al considerar que su legislación no era la más necesaria debido al momento bélico que vivían. La equivocación en las pautas seguidas por las Cortes, y el poco encaje que tendría ese texto constitucional en la sociedad española explicaría los

177 Un ejemplo es Edward H. Locker quien en 1811 pudo asistir a algunas sesiones, aunque el viaje que relata en su libro lo hizo en el otoño de 1813. Consol Freixa (ed.), Edward Hawke Locker; Paisajes de España. Entre lo pintoresco y lo sublime. Libros de buen Andar, nº46, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1998, pp. 149 – 150. 178 PRO FO 72/129. From Sir Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, March 22nd, 1812.Castlereagh era el nuevo secretario del Foreign Office, en sustitución del hermano mayor de H. Wellesley y Wellington, Richard Marquess Wellesley, quien había fracasado en su intento de acceder al cargo de primer ministro tras el asesinato de Spencer Perceval.

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hechos de 1814, el amplio rechazo popular y las pocas voces que se alzaron tras su derogación.

Esas razones explican también la amplia decepción entre aquellos británicos que

habían creído en el proceso de cambio iniciado en 1808. La decepción de Lord Holland ante ese texto constitucional, fue coincidente con el rechazo al mismo de Wellington, militar menos atraído por la causa española y más preocupado por toda la serie de problemas que las autoridades españolas le habían planteado, dificultando su actuación militar. Estas coincidencias aparecieron a pesar de sus evidentes diferencias ideológicas. Lord Holland era uno de los líderes más influyentes entre los whigs aunque sin un peso político específico, y Wellington era un militar con unas claras simpatías tories. Esto lo podremos contrastar en algunos ejemplos.

Lord Holland expresó en varias ocasiones y ante diversos interlocutores, tanto

británicos como españoles, su disconformidad con parte de la línea ideológica que seguía la Constitución de Cádiz, porque pensaba que los diputados gaditanos se habían apartado tanto de la posible adecuación a las normas jurídicas tradicionales españolas como del modelo político e institucional británico para fijarse en los modelos revolucionarios franceses con el peligro de radicalización que podía conllevar. El modelo constitucional británico les debía haber proporcionado soluciones a los problemas políticos españoles y un ejemplo para establecer un régimen de libertades sin romper las jerarquías.

Gracias a la difusión del panfleto del doctor John Allen, Insinuaciones sobre las

Cortes, patrocinado por él mismo, y a sus contactos personales, Holland sabía de las simpatías que el ejemplo británico suscitaba entre los españoles, y por eso se sintió algo contrariado al fijarse en el modelo que proponían los liberales españoles, más cuando salían de unas Cortes que él había presionado para que se reuniesen.

Holland y otros de sus contemporáneos vieron las semejanzas del texto

constitucional gaditano con la Constitución francesa de 1791, al igual que los serviles. El embajador británico también compartió esta opinión sobre la filiación de esa Constitución por temas como la relación entre los Poderes o tener como base la soberanía nacional. No estaba de acuerdo con los diputados de las Cortes cuando señalan que la Constitución recogía las leyes fundamentales de los reinos peninsulares:

“The Committee of the Cortes upon presenting their plan of a new Constitution

asserted that it contained nothing which was not to be found in the ancient and fundamental laws of Navarre, Aragon and Castille. It is, evident, however, that the

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Spanish Constitution has been modelled much more upon the plan of the French Constitution of 1791.” 179

H. Wellesley creía que nada de esas antiguas leyes podía ser encontrado en el

texto constitucional, ya que habían sido sustituidas todas esas leyes fundamentales por la teoría del gobierno representativo y se había prestado muy poca atención al carácter nacional o a sus prejuicios:

“The whole spirit of the ancient legislation of Spain consisted in the peculiar

codes of laws of the different Provinces and Cities, and of the nobility. These have been swept away by the Constitution, and a new system introduced founded upon theories of representative government, very little attention having been aid to the national characteristics and prejudices.”180

B. Hamnett presenta esa Constitución como un intento de descubrir una

alternativa viable y durable a la monarquía absoluta, a sus instituciones y sus prácticas políticas, que habían entrado en colapso en 1808.181 Hamnett recoge los parecidos, normalmente vistos como errores por los coetáneos del texto, tales como la posición en que quedó el rey, la preponderancia del Legislativo o la falta de una vinculación directa entre los representantes y la población representada. Pero tenemos que señalar también sus importantes diferencias en el tema religioso, las mayores prerrogativas del rey o el mantenimiento de la nobleza. El autor señala que la proximidad geográfica y una misma experiencia similar respecto al Absolutismo harían que la influencia de la Revolución Francesa se sintiese en España. Pero esa Constitución no era una copia, sino que se remitía a sus propios problemas y experiencias, y consideraba que la propia tradición política española, con elementos de historicismo, escolasticismo e ilustración, en la que se habían formado esos diputados, influyó en el texto constitucional. 182

Todos estos elementos reflejaban la originalidad española hacia un nuevo

constitucionalismo, que pretendía construir una Monarquía católica, representativa y parlamentaria, diferente a la Monarquía católica hispana absolutista. Todos esos observadores que buscaron la comparación con la Constitución francesa del 1791, no tenían en cuenta tanto estos elementos originales españoles como que las ideas que vehiculaba esa Constitución habían perdido vigencia frente a otros modelos constitucionales franceses. La Constitución de Cádiz reflejaba sus postulados pero reformulados y adaptados al lenguaje político del liberalismo doceañista.

179 PRO FO 72/145. From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, September 7th, 1813. 180 Íbidem. 181 Brian R. Hamnett, “Spanish Constitutionalism and the Impact of the French Revolution, 1808-1814,” en H. T. Mason and W. Doyle (eds.), The Impact of the French Revolution on European Consciousness, Alan Sutton, Gloucester, 1989, p. 65. 182 Brian R. Hamnett, op. cit, pp. 66-68 y 77-78. Otros autores hablan de iusnaturalismo escolástico.

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La comparación con el caso francés es necesaria, ya que ambas formaron parte de un gran ciclo revolucionario que no acabó hasta las revoluciones de 1848. Sin embargo el caso francés fue excepcional en el conjunto europeo, y tuvo varias fases que complican las comparaciones muy esquemáticas. La influencia existió porque era un acontecimiento histórico de referencia para evitar los radicalismos que según muchos de esos diputados, liberales incluidos, cayeron los revolucionarios franceses.

El propio Hamnett no olvida que uno de los grandes miedos en Cádiz era que

estallase una revolución social, aunque con sus reformas los liberales buscaban construir lo que nunca obtuvieron, una base social que les apoyase fuera de Cádiz. Por eso, los liberales tomaron medidas para clarificar los derechos de propiedad, con la entronización de la propiedad privada y la abolición de señoríos y mayorazgos, y para el establecimiento de un estado unitario y centralizado, que se reflejó en la propia Constitución. El autor argumenta que era la consecuencia de una voluntad más reformista que revolucionaria, pero el cambio en las relaciones económicas, y a pesar de los mínimos cambios sociales que a simple vista pudiesen suponer, y el refuerzo del papel del estado frente a los estamentos o provincias con privilegios, eran medidas verdaderamente revolucionarias.183 Estas medidas en el terreno económico fueron vistas con mucha cautela. Holland llegó a creer que no era necesario plantear el debate sobre los derechos señoriales, aunque reconocía que la abolición de los vínculos y de los mayorazgos podía beneficiar a la aristocracia al acceder a la propiedad plena de la tierra, pese a que no se consiguiese construir un verdadero mercado de la tierra. 184

Uno de los personajes a los que con más confianza Holland expresó sus críticas

fue, sin duda, Andrés Ángel de la Vega, un destacado anglófilo que en 1813 fue presidente de las Cortes.185 Lord Holland le reconoció de modo egoísta que no se había leído enteramente el texto constitucional, pero su visión denota que lo había estudiado con más profundidad de lo que quería aparentar y que podía seguir siendo una opinión bien informada en lo que respectaba a España. En un primer lugar, consideró que fue un texto en el que predominaban las grandes ideas, las grandes declaraciones, pero que tenían muy pocas posibilidades de su puesta en práctica. En resumen, a ese texto le faltaba el carácter pragmático que caracterizaba las leyes británicas:

“As far as my eye has glanced over the constitution I have perceived many

principles excellent to act upon but utterly unnecessary and therefore imprudent to decree, many proofs of the good intentions and zeal of its authors and much well founded apprehension of the arts and evils of Monarchical tyranny and encroachment, but I own I saw a very considerable want of practical wisdom and a great neglect of the 183 Brian R. Hamnett, op. cit, p. 73. 184 BL, Holland House Papers, Add. Mss 51645. “From Holland to Blanco White, beginnings 1813.” 185 Sobre la actuación de este diputado asturiano, me remito a: Manuel Rodríguez Alonso, “Don Andrés de la Vega Infanzón, diputado asturiano en las Cortes de Cádiz,” en Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 84-85, 1986, pp. 145 – 182.

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lessons of experience which would I am convinced have been attentively consulted, had the calm and temperate judgement of Don Andres been the only sudden by which the frames of these laws had steered on that occasion.” 186

Holland realizó críticas más concretas al ordenamiento jurídico y político que se

derivaba de esa Constitución. La realización de las elecciones de forma indirecta lo consideró un método que impedía la conexión entre el representante y los representados. Pero la falta de una segunda cámara legislativa, como en Gran Bretaña, fue el elemento institucional que más criticó, porque esa falta provocaba la falta un espacio para el juego político de la aristocracia y de los miembros eclesiásticos, que los integraría en el nuevo régimen. Holland insistió en repetidas ocasiones en lo necesario que era esta segunda cámara para representar estos intereses, aunque en la carta a De la Vega fuese muy escueto:

“As a plan or model of Government, the want of a second House of Chamber,

and the want of any direct elections (by which alone the immediate connexions between the people and their representatives can be maintained) seem to me the most obvious omissions.” 187

En la defensa de esa segunda cámara legislativa, Lord Holland coincidió con

Lord Wellington. Aunque en los años de la Guerra de la Independencia sus preocupaciones principales eran las militares, se vio obligado a desarrollar sus dotes políticas al tener que negociar constantemente con las autoridades españolas y tener que respetar unas leyes que no eran las suyas. Aunque se mostró siempre muy crítico con los liberales, pensando que anteponían las reformas a la guerra, también se mostró escrupuloso en el cumplimiento del deber y de las tareas encomendadas. Eso no evitó que hiciera pública sus críticas y recomendaciones a las más altas instancias españolas.

Wellington criticó que las Cortes se hubieran apropiado de parte de las

prerrogativas ejecutivas de la Regencia y que hubiera subordinado a su poder ellas, y apostó por el nombramiento de una Regencia unipersonal, asistida por un consejo que actuaría como gobierno. En una carta también enviada a Andrés Ángel de la Vega, señaló que era necesaria una redefinición de la relación entre ambas instancias, y que

186 BL, Holland House Papers, Add. Mss 51626. Copy of a Letter to Don Andres Angel de la Vega, Holland House, October 12th, 1812. 187 Íbidem. Tampoco hemos de olvidar que Lord Holland era miembro de una de las familias aristocráticas británicas más renombradas, uno de los últimos ejemplos de la Great Whiggery, es decir, las familias de esta aristocracia que habían apoyado tradicionalmente a los whigs. Un cierto punto de solidaridad con sus iguales en España podríamos encontrar en sus afirmaciones, pensando que en este sistema él quedaría seguramente aislado del sistema político. Pero también hemos de señalar que como muchos británicos, Holland era muy crítico con la despreocupación mostrada en las últimas décadas por parte de la aristocracia española. Holland defendió el modelo británico, y esto implicaba la existencia de esta segunda Cámara.

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esto se podría conseguir con la creación de un Consejo de Estado que vinculase a ambos organismos.

En esa misma carta expresó la necesidad de la creación de una Cámara Alta

donde quedasen representados los intereses de los propietarios porque esa Constitución los descuidaba ampliamente, y era necesaria su participación en el sistema político:

“Such a guard can only be afforded by the establishment of an assembly of the

great landed proprietors, such as our House of Lords, having concurrent powers of legislation with the Cortes; and you may depend upon it that there is no man in Spain, be his property ever so small, who is not interested in the establishment of such an assembly.” 188

Wellington proponía una solución. Para que los propietarios tuvieran una

correcta representación en el poder legislativo, se podía convertir el Consejo de Estado en esa segunda cámara que se pedía:

“You should, therefore, either turn the Council of State into a House of Lords, or

make a House of Lord of the Grandees, giving them concurrent powers of legislation with the Cortes; and you should leave the patronage now in the hands of the Council of State in the hands of the Crown.”189

Críticas parecidas a las de Wellington y Holland respecto a la falta de una

correcta participación en el sistema político y representación de la aristocracia y de la Iglesia, las hizo Edward H. Locker, el secretario del Almirantazgo de la flota británica mediterránea, que viajó por España en el otoño de 1813 acompañado de Lord John Russell, tras abandonar definitivamente a sus compañeros de viaje, Clive y Bridgeman.

Locker estaba visitando la ciudad de Toledo y realizó un paralelismo entre el

pasado comunero castellano y la situación de aquellos momentos. Recordaba “que el gran cuerpo de nobles y clero constituye el verdadero punto de equilibrio entre el rey y el pueblo.” Pedía que esa afirmación no fuese olvidada por los españoles y entonces se darían cuenta de que “si las Cortes insisten en apartar al soberano del poder ejecutivo del Estado y en excluir a los estamentos superiores de sus justos privilegios, están sacrificando la posibilidad de tener una Constitución y pueden caer en una anarquía

188 “From Wellington to Andres de la Vega Infanzon, Freneda, 29th January, 1813,” WD, Vol. X, p. 65. El presidente de las Cortes le responde en “From Don Andres A. de la Vega to the duke of Ciudad Rodrigo, Cadiz, 28th April, 1813,” en The second Duke of Wellington (ed.); Supplementary Despatches, Correspondence and Memoranda of Field Marshall Arthur Duke of Wellington, (a partir de aquí, abreviado como WSD), 1861. Vol. VIII, pp. 177-186. El editor reconoce haber encontrado una copia de esta carta en los papeles de Liverpool, actualmente depositados en la British Library. 189 Íbidem. En ningún momento se plantea que eso pudiese restar representatividad al sistema, porque su modelo es la House of Lords británica.

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incontrolada.” Locker criticaba el modelo institucional español y, a la vez, implícitamente defendía el modelo británico. 190

Lord Holland, expuso también sus críticas sobre esa Constitución al duque de

Infantado en una carta de 1813, seguramente sin conocer ampliamente el pensamiento contrario del noble español sobre ese texto constitucional. El lord inglés no entendía el disgusto del noble español por el nombramiento de Wellington como comandante en jefe de las tropas españolas, y aprovechó para señalar los errores de ese texto constitucional:

“…no puedo menos que lamentar una y muchas veces 1º la falta de otra

cámara, compuesta de Grandes, Obispos y Togados, y excluyendo por consiguiente de la primera los representantes de los clérigos y Togados. 2º La necia inhabilitación de los miembros de Cortes para los empleos públicos; 3º La aún más necia inhabilitación de los miembros de unas Cortes para serlo en las siguientes; y 4º la absoluta falta de representación directa, a causa de no ser la elección hecha directamente por el pueblo que es una de las más excelentes cualidades de una constitución popular.”191

Holland, escribiendo en 1813, consideró que la Constitución era la mejor prueba

de que se necesitaba un cambio en la orientación de su legislación. Holland se mostró esta vez más profundo en sus reflexiones, porque abogó por la creación de un grupo moderado que amortiguase las diferencias entre liberales y serviles, que se hiciese con las riendas de su gobierno interior y tuviese respeto por los derechos de las colonias. Este partido tendría que estar formado por propietarios y hombres con experiencia política. Sus objetivos serían:

“1º Acomodar la Constitución sin violentar del todos sus principios, a las

circunstancias del tiempo presente, y a las disposiciones del pueblo; 2º la conservación de todas las reformas que se han hecho, como son, la libertad de la imprenta, la abolición de los señoríos, y de la Inquisición; 3º el restar en ejecución y protección de estas leyes quanto puede humillar o disgustar a un gran número de ciudadanos cuyos intereses han sido injuriados, o cuyas preocupaciones se han escandalizado, a que en cierto modo no podemos negar los dictados de útiles y necesarios.” 192

Queda una tercera fuente que conoció directamente el articulado constitucional

desde primer momento por encontrarse en Cádiz. El embajador Sir Henry Wellesley no sólo asistió a la proclamación de la Constitución, sino que procuró estar informado de

190 Locker, E. H., op. cit., pp. 119-120. 191 BL. Holland House Papers, Add. MSS 51622, From Lord Holland to Infantado, Holland House, after 21st June 1813. La relación entre Holland e Infantado databa de los viajes del lord inglés por España, pero se habían vuelto más estrechas mientras el duque fue embajador español en Gran Bretaña, en 1811, cuando fue un invitado recurrente en las reuniones que se celebraban en la Holland House. 192 Íbidem.

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los debates que habían llevado a su aprobación. Pero lamentablemente en sus despachos al Foreign Office no nos proporciona ninguna valoración de ese texto, pero eso no tiene por qué desanimarnos en el momento de utilizar sus escritos para la valoración de la Constitución de Cádiz.

No tenemos que olvidar un hecho: ocupó el cargo de embajador entre 1812 y

1821. Por lo tanto, esa fuente diplomática cubre nuestro periodo de estudio y lo supera ampliamente. Sus escritos oficiales abarcan, por lo tanto, su puesta en práctica, su rechazo, y los años posteriores. Conoció las dificultades prácticas que conllevó su aplicación como plan de gobierno. Sir H. Wellesley aspiraba a conseguir una Regencia que fuese favorable a los intereses británicos y siempre buscó la complicidad de aquellos diputados más destacados por sus posturas anglófilas. A finales de 1812, aspiraba a sustituir la Regencia de Blake, y aprovechó la voluntad de otros diputados gaditanos de producir un cambio de gobierno. Su principal interlocutor en sus conversaciones fue Andrés Ángel de la Vega, quien para el embajador podría ser un buen candidato a regente. Pensó que las Cortes podrían hacer una excepción con ese artículo de la Constitución que impedía a un diputado a Cortes ocupar un cargo público. 193 Ya hemos visto que Holland criticó ese mismo artículo.

Wellesley lo volvió a criticar en otro despacho. Pensaba que entre los diputados

a Cortes había hombres muy capaces para ocupar puestos de responsabilidad en la Administración, y rechazaba ese artículo, porque excluía de forma inútil a estas personas del servicio público:

“A good administration might be selected from amongst the members of the

Cortes, were it not for the absurd Decree which precludes a member of the Cortes for holding any other public employment. The ablest men in the Country thus excluded from any share in public affairs, excepting as public speakers.”194

A lo largo de 1813 el embajador comprobó los problemas que suponía tener un

texto constitucional tan rígido, que dificultaba su aplicación o que las diferentes medidas que se tomaban se ajustasen a sus artículos. La abolición de la Inquisición no tenía que entrar en contradicción con el carácter confesional católico del Estado, y la sustitución de los regentes del tercer Consejo de Regencia se hizo aplicando el artículo 109, por el cual se nombraban como regentes temporales a los tres miembros más antiguos del Consejo de Estado. Por último, conocía los problemas de los Jefes Políticos provinciales para aplicar en sus respectivos distritos los preceptos constitucionales.

193 PRO FO 72/132. From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, September 17th, 1812. 194 PRO FO 72/132. From Sir H. Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, 19 November 1812. Destaca este despacho por el carácter privado del mismo.

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Sin embargo, las opiniones más elaboradas sobre el sistema político español instalado en Cádiz y su obra legislativa, quedaron reflejadas en un largo despacho privado y confidencial enviado a Castlereagh el 7 de septiembre. En ese despacho el embajador calificó la Constitución que con tanto empeño los liberales habían luchado como un intento de una Asamblea de hacerse con las riendas efectivas del gobierno, controlando a la Regencia y al gobierno:

“His new Constitution cannot be considered in any other light than as attempt to

govern Spain by one large Representative Assembly, without any intermediate between it and the Throne, and over the measures of which Assembly, in the absence of the King, the Executive Government or Regency has no control whatever.” 195

La principal consecuencia de esa actitud era para H. Wellesley la pérdida de la

capacidad de maniobra del monarca, o en ese momento, de la Regencia, que no podían disolver o convocar libremente las Cortes, asamblea que por su parte se reuniría según unos intervalos establecidos en la Constitución. Contaban los liberales con el apoyo del público de las galerías que asistía a las sesiones, y de una prensa movilizada a favor suyo, que ejercía una creciente presión sobre la Regencia o los diputados serviles. La Regencia, a su vez, no contaba con todas las prerrogativas concedidas por la Constitución al monarca, al negarle el derecho de veto.

El tema del veto era un tema importante, ya que daba la posibilidad del rey de

retrasar, pero no de anular, la aplicación de una ley. Este único control sobre la legislación de las Cortes era visto como insuficiente, y dejaba al rey en una posición difícil. Se convertía en un simple instrumento que reproduciría la voluntad de las Cortes, estando en permanente conflicto con ellas. Así veía el embajador británico este derecho:

“The Royal Veto in the new Constitution of Spain has been adopted from the

French Constitution of 1791, and it gives the Crown a power only of suspending a measure decreed by the Cortes, not of annulling it. The King may refuse his assent to the Decrees of the Cortes, but if the latter pursuit in bringing forward the same measure for the Royal assent for two successive years after their first refusal, the King is deemed to have given his sanction.” 196

H. Wellesley seguía describiendo el entramado institucional que se contemplaba

en la Constitución, señalando que el gobierno representativo se había llevado a las

195 PRO FO 72/142: Castlereagh to Henry Wellesley, Foreign Office, July, 22nd, 1813. Castlereagh pidió información al embajador sobre el sistema de gobierno español y su realidad política. Su respuesta en: PRO FO 72/145. From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, September 7th, 1813. 196 PRO FO 72/145: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, September 7th, 1813.

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provincias, con la creación de las diputaciones y del cargo de Jefe Político, y a los ayuntamientos con los nuevos ayuntamientos constitucionales:

“The Representative System has been carried by the new Constitution into the

Principal Government of the Interior. Every Province now has its Provincial Deputation, and every Town its Constitutional Ayuntamiento, elected in the same manner as the Deputies to Cortes. There is besides every Province a new Agent of the Government called ‘Jefe Politico,’ in addition to the Intendente of the old Government.”197

Los dos elementos que vehiculaban el sentido de la Constitución eran la

soberanía nacional, concepto de soberanía presentado como vago y malicioso, y el de una estricta división de poderes, que impedía una fluida relación entre ellos y la existencia de una serie de equilibrios para el poder de las Cortes. Todo llevaba al planteamiento de un conflicto continuo entre la Corona y las Cortes, que trataba a su vez de exaltar los ánimos de una parte de la población para asegurar su predominio político. Ambos eran vistos como principios revolucionarios, cuando no democráticos.

Estas últimas calificaciones preocupaban enormemente al embajador por sus

repercusiones. No sólo eran la confirmación de la radicalización de las reformas que habían llevado a cabo los españoles, y el alejamiento de las buenas intenciones esgrimidas en un principio. H. Wellesley sabía perfectamente de la existencia de un sentimiento adverso contra los británicos en Cádiz, que no correspondía con el sentimiento de gratitud que las tropas británicas encontraban a su paso por las ciudades españolas. En la aparición de estas suspicacias habían influido las acusaciones de un supuesto excesivo intervencionismo político del embajador británico en los asuntos gaditanos, resentimientos personales de algunos de los diputados, el tema americano debido a la acusación de que los británicos ayudaban a los rebeldes americanos, y el jacobinismo impulsado por ciertos literatos y otras personas que, a pesar de la censura y de las prohibiciones, consiguieron hacerse con publicaciones francesas durante el periodo de la Revolución. Estas personas habrían estado esperando a que llegase el momento adecuado para publicitar los principios procedentes de Francia.

Este espíritu antibritánico se limitaba a la ciudad de Cáliz. Fuera de esa ciudad y

de su zona de influencia más directa, era mayoritaria la opinión que agradecía los esfuerzos de Gran Bretaña en el cambio de la situación que había experimentado España tras la última campaña militar, aún en progresión:

“This Anti-English spirit has certainly not extended itself beyond Cadiz; on the

contrary, the Reports which I receive from the interior had me to believe that the best

197 Íbidem.

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possible spirit prevails with respect Great Britain. Wherever a contrary sentiment has occasionally manifested itself, it has generally been to be traced to the intrigues of some public agent employed by the Government. The bulk of the Nation, however, is well convinced that the prosperous turn which affairs have taken in Spain is due to the efforts of Great Britain, and that the final success of the contest depends upon a continuance of her exertions.” 198

Esta separación entre las Cortes y el resto del país, reflejado en su legislación,

resumía una de las principales críticas de Sir Henry Wellesley. Buscó también formas posibles que pudiesen cambiar el sistema allí configurado. Como Holland y Wellington, pensó que la nobleza y el clero debían tener un papel político más activo en un intento de limitar a los principios considerados como democráticos. Él mismo albergaba dudas de esa solución:

“The influence, however, of the Nobility and Clergy is Spain is scarcely equal to

resist Democratical Influence of the new Constitution. The Nobility has no power assigned to them in the State. They have been long since separated by their Sovereigns from their Tenantry and united about the Court, in the folly wickedness, and dissipation of which they are considered to have been participators. Many of the most conspicuous lent themselves at first to the usurper, and none have distinguished themselves since, either in the Armies, or by their acquirements and superior knowledge in civil life.” 199

Pero sir H. Wellesley parecía olvidar que representantes de ambos antiguos

estamentos participaban del sistema político, eran miembros de las Cortes, tanto con simpatías liberales como serviles. Lamentaba que no se diese ningún papel político a la nobleza y que se hubiera perdido la oportunidad de considerarla un poder intermediario entre la Corona y las Cortes. Creía a su vez necesario el refuerzo del Poder Ejecutivo, pero sabía que cualquier modificación constitucional iba a tardar un tiempo al conocer el artículo que impedía cualquier cambio en ocho años.

Estas tres fuentes, es decir las visiones de Lord Holland, de Wellington y de Sir

Henry Wellesley, nos permiten construir una primera visión sobre la Constitución de Cádiz, aunque el debate quede cerrado a la correspondencia privada o a las altas esferas diplomáticas. Conociendo esto, podemos matizar a I. Fernández Sarasola quien afirmaba que la prensa británica fue el primer foro en el que se cuestionó la Constitución de Cádiz entre 1814 y 1813.200 Las tres voces anteriormente comentadas nos permiten afirmar que ese cuestionamiento, privado, era anterior, y que aunque no

198 Íbidem. Un momento concreto de crecimiento de este sentimiento antibritánico fue tras el asalto de San Sebastián, fase final del sitio aliado a esa ciudad vasca. Las memorias militares nos confirman este sentimiento de hospitalidad y gratitud hacia las tropas británicas en las campañas de 1812 y 1813. 199 Íbidem. 200 Ignacio Fernández Sarasola, “La Constitución Española de 1812 y su proyección en Europa e Iberoamérica,” Fundamentos, Nº2, 2000, pp. 354 – 466. (En especial, pp. 416 – 423)

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participasen directamente en el debate, sus aportaciones sí están ahí y las tenemos que inserir en su contexto correcto. Señalaron además críticas o aspectos favorables que las críticas posteriores también apuntaron sin que ello quisiese decir que hubiese algún tipo de contacto entre ellos.

Pero no tenemos que rechazar sus valoraciones al describir el debate que hubo

en la prensa británica a partir de 1814, que intentaba buscar las causas del fracaso español, y señaló a esa Constitución como una de las principales causas. En 1813 había habido la primera traducción al inglés de esa Constitución, y se había vuelto a publicar en 1820. La vuelta a la vigencia durante el Trienio Constitucional avivó el debate en torno al texto constitucional.

I. Fernández Sarasola, en el mencionado artículo, nos describe las

interpretaciones de las posturas monárquico-constitucionales, monárquico-parlamentarias y utilitaristas en su análisis de la Constitución gaditana. Las tres posturas críticas con el sistema gaditano quedaron reflejadas en la prensa. La postura monárquico-constitucional quedó expuesta en el Quarterly Review, de clara tendencia tory, en que se acusaba de imitar al ejemplo revolucionario francés, se señalaban defectos como la posición del rey o la ausencia de una segunda cámara, aunque se proponía un modelo de gobierno que en Gran Bretaña ya no existía debido al cambio paulatino en las relaciones de sus propias instituciones.

La interpretación monárquico-parlamentaria se desarrolló a través de los

artículos de la principal revista whig, la Edinburgh Review. Establecía su crítica no a partir del sistema de checks and balances, sino a partir de un modelo construido desde su propia experiencia política, un modelo constitucional en vías de parlamentarización. En diversas ocasiones estos artículos señalaron tanto sus aspectos positivos como las amplias prerrogativas que el monarca mantenía, y justificaron que las circunstancias de la revolución española explicaban la proclamación de la soberanía nacional o el predominio de las Cortes de Cádiz sobre los otros poderes. Pero también apuntaron críticas ya anteriormente indicadas, que coincidieron con aquellos puntos que distanciaban más la Constitución del modelo británico: la falta de una segunda cámara, la exclusión de las clases privilegiadas o el papel del Consejo de Estado.

Todas estas apreciaciones las vinculaban al error principal que señalaron desde

el primer comentario del texto constitucional. En su número de septiembre de 1814 reconocieron las bondades iniciales de los liberales y de parte de las reformas que planteaban. Sin embargo, señalaron que los liberales habían abordado los asuntos políticos desde un punto de partida demasiado teórico y habían iniciado cambios radicales en un momento en que tendrían que haber sido más moderados en sus pretensiones.

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Pero la opinión radical desarrolló la crítica más severa a esa Constitución, ya fuese a través de las obras de su filósofo más influyente, Jeremy Bentham, o a través de los artículos aparecidos en la Westminster Review. Esta crítica fue la más tardía y se hizo eco de los cambios que los liberales españoles refugiados en Inglaterra empezaron a contemplar como necesarios tras la experiencia del Trienio.

Bentham rechazó que se tomase como referencia el modelo británico. Pensaba

que era el norteamericano en el que podría ofrecer soluciones más adecuadas. Alabó el carácter unicameral del texto y la responsabilidad de todas las autoridades públicas. Sus críticas más importantes se centraron en el trato a las colonias y a su representación en el Legislativo, así como en las limitaciones de la cámara parlamentaria frente al Ejecutivo (diputados no reelegibles, reducido periodo de sesiones). Pero, a su juicio, lo peor del texto era la imposibilidad de reformar el texto constitucional por un periodo de ocho años, tal como había quedado establecido en el artículo 375.

Las críticas de Bentham también se reflejaron en la Westminster Review, que a

su vez desarrolló otras como el excesivo número de artículos, que restaba flexibilidad y carácter funcional a la Constitución. También consideraron como propias otras críticas ya señaladas como la falta de libertad religiosa, las elecciones indirectas o la falta de una conexión entre votantes y representantes.

Acabó así una visión diferente de la Constitución de Cádiz, no del todo inédita

pero sí a la que aporto nuevos elementos procedentes de las fuentes británicas. Esta visión tendríamos que encajar en el debate historiográfico que existe en la historiografía española en torno a esa Constitución, y a toda la nueva cultura política que suscitó.

5.4 Las Cortes y el esfuerzo bélico.

Las Cortes se reunieron en un momento delicado de la guerra, y esta perspectiva no la tenemos que olvidar. Los franceses sitiaban Cádiz y querían asegurar sus posiciones en el resto del país. Su presencia militar se extendía por toda España menos por la costa oriental, aunque su control efectivo se reducía a los entornos urbanos de algunas ciudades importantes como Madrid o Barcelona. Mientras en Portugal, las tropas de Masséna no iban a conseguir derrotar las tropas aliadas de Wellington, protegidas tras la línea de Torres Vedras. Esa actitud defensiva se mantendría durante varios meses.

Los británicos mantenían sólo parcialmente la base portuguesa y no olvidaban

los resultados desastrosos de la campaña de Moore o los conflictos con las tropas y autoridades españolas en la campaña de Talavera. Los españoles se habían convertido en unos aliados incómodos tanto política como militarmente al sucederse las críticas abiertas tanto a los oficiales españoles como a la situación precaria de sus tropas. Se

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mezclaban sentimientos contrarios hacia las guerrillas debido a su dudosa efectividad pero también a las consecuencias que acarreaban la población civil, y sentimientos de admiración por la valentía que en algunas veces, mostraron los soldados españoles.

Ya hemos visto en el capítulo de las Juntas su visión de su esfuerzo bélico y

algunas de las recomendaciones que daban en el terreno militar a las autoridades militares. Los británicos creyeron siempre que esas autoridades condujeron la guerra de forma errática, y que el Consejo de Regencia y las Cortes no iban a cambiar esa actuación.

Esa crítica adquirió una nueva vertiente con el desarrollo de las sesiones de las

Cortes. En general, los británicos consideraron que los españoles dedicaban más tiempo a impulsar una revolución que a mantener una guerra contra el invasor napoleónico. Se centraban más en los cambios políticos e institucionales que en armar nuevos regimientos o establecer una cooperación efectiva con sus tropas. No negaban el derecho a estos cambios, pero la opinión generalizada era que el momento bélico no era el momento idóneo. Esta diferencia de prioridades dificultó sus relaciones e influyó en la valoración de las decisiones que tomaban los españoles. Sin embargo, sus críticas venían acompañadas de sus propias propuestas o sugerencias.

Esta visión influyó en la consideración que les merecieron las medidas que

tomaban las Cortes, o que refrendaban tras ser planteadas por los regentes si era el caso, referentes a la guerra. Eran medidas necesarias, aunque tomadas tardíamente, porque ellos las habían propuesto anteriormente, o resultaban decepcionantes. Siempre buscaron las responsabilidades en las actuaciones de los españoles, y nunca se plantearon hacer cualquier autocrítica de forma abierta.

La tardanza no era comprendida por los observadores británicos. No entendían el

porqué de ese rechazo a sus propuestas si las consideraban ajustadas al momento bélico, sin que interfiriese en el desarrollo de las instituciones españolas. Eso hacía que los políticos españoles perdiesen todo el crédito que pudiesen tener ante los ojos de esos observadores.

Los británicos siempre defendieron que una mayor colaboración entre su país y

los españoles favorecería su posición en la guerra, aunque a medida que ésta avanzaba, cada vez se vieron más convencidos que la cooperación con las tropas españolas era muy difícil y que siempre tendrían que vencer las resistencias que presentaban las autoridades españolas. Más desconcierto les causaba que actuasen estas autoridades de forma precipitada, muchas veces sin un plan preconcebido, y con unos ejércitos sin unas órdenes claras.

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Al inicio de la guerra los británicos habían sugerido el envío de una guarnición británica a la ciudad de Cádiz, pero tanto las autoridades locales como la Junta Central se negaron. En febrero 1809 la flota británica estaba anclada en la bahía dispuesta a desembarcar. Uno de los oficiales británicos de esas tropas, fue el General R. Mackenzie, uno de los contactos que Lord Holland tenía en el seno del ejército británico. Este oficial en una carta expresó de una forma sencilla y clara un sentimiento muy compartido por muchos británicos, que habían creído en la causa española, pero que ahora se sentían desilusionados por el comportamiento de sus dirigentes:

“Though my attachment to the cause of Spain continues the same, yet I confess

my enthusiasm in favour of the Spaniards has greatly abated.” 201 El rechazo final a ese desembarco hizo que esas tropas tuviesen que volver a

Lisboa. Mackenzie expresó en otra carta enviada poco antes de partir hacia Portugal al mismo interlocutor, presente en aquellas fechas ya en Sevilla, su disgusto ante la actuación de las autoridades españolas. Merecían todo su desprecio, no así la población española o su causa, de la que se mostraba aún como una gran defensor. 202

Avanzada la guerra, las autoridades gaditanas fueron las que pidieron el envío de

tropas británicas a la ciudad para defender la ciudad de la proximidad de los franceses. Todo ocurría en los intensos días de finales de enero e inicios de febrero de 1810. Bartholomew Frere, asistió a los últimos días de la Junta Central, a los tumultos contra ella en Cádiz y a su sustitución por un Consejo de Regencia y recibió la petición del envío de tropas británicas a Cádiz. Este ministro presentaba esa medida como un ejemplo de la creciente confianza de los españoles en los británicos, pero olvidaba que era un momento desesperado para los españoles y que necesitaban toda la ayuda para defender una plaza tan importante. 203

Las primeras tropas llegaron de Gibraltar, cuyo gobernador no dudó en enviar

las tropas pedidas. Estas tropas revisaron las defensas de la ciudad e iniciaron los trabajos para reforzarlas. El estancamiento de las tropas napoleónicas en Sevilla les proporcionó un tiempo precioso para sus trabajos.

Posteriormente, llegaron las tropas comandadas por Sir Thomas Graham, quien

en los meses en los que estuvo en Cádiz entabló una buena relación con el General Castaños, el regente con mayor peso en las decisiones militares. Graham siempre mostró una cierta decepción por la actitud de los españoles, por la falta de

201 BL, Holland House Papers, Add. Mss. 51625: From R. Mackenzie to Lord Holland, Cadiz, 18th February, 1809. 202 BL, Holland House Papers, Add. Mss. 51625; From R. Mackenzie to Lord Holland, Cadiz, 3rd March, 1809. 203 PRO FO 72/92: From B. Frere to the Marquis Wellesley, Cadiz, January, 29th, 1810; From B. Frere to General Colin Campbell, Cadiz, January 28th, 1810.

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entendimiento con ellos que se comprobó en el tema de las defensas de la ciudad o en los resultados de las acciones posteriores que realizaron tropas españolas y británicas en las cercanías de Tarifa.

Por otra parte, quedaba establecida de forma más o menos oficial una cierta

colaboración de Wellington con algunos oficiales españoles como el Marqués de la Romana, cuyas tropas estaban en Portugal. Las autoridades españolas decidieron enviar de forma definitiva a un militar español, al General Miguel R. Álava, a los cuarteles generales británicos. Esto se producía en junio de 1810, manteniéndose Álava allí hasta el final de la guerra. Ese militar estaba encargado de mantener el contacto entre las autoridades españolas en Cádiz y los cuarteles generales británicos. Se abrió así un canal de comunicación constante. Pero Álava fue mucho más allá en sus funciones. Luchó al lado de las tropas británicas y entabló una sólida amistad con Wellington que perduró toda la vida. Fue, sin duda, el militar español mejor valorado por el comandante británico, y se ganó el respeto de los otros oficiales británicos. 204

Los meses previos a las Cortes fueron fundamentales porque quedaron apartadas

momentáneamente las suspicacias de los españoles, que llegaron a aceptar la salida de parte de sus tropas de Ceuta, fortaleza a la llegarían tropas británicas para sustituirlas. Actuaciones como ésta evitaron el problema de la descoordinación. Los británicos optaron por no presionar demasiado a pesar de que esa medida concreta había sido sugerida ya en 1808. Pensaban, además, que sus sugerencias eran escuchadas.

Pero una de sus principales recomendaciones, el nombramiento de un

comandante en jefe de las tropas españolas, seguía sin ser atendida. Este problema permaneció largo tiempo sin resolver a pesar del carácter prioritario que tenía según los británicos.

En sus sesiones las Cortes decretaron el alzamiento de nuevos regimientos y el

reclutamiento de nuevos soldados. A pesar de las desavenencias de algunos generales españoles, tanto la Regencia como las Cortes reconocían el valor de aquellos militares británicos como el General Samuel F. Whittingham o del Charles W. Doyle, que se habían puesto al servicio español. En noviembre de 1810 la actuación del General Whittingham al frente de un cuerpo de caballería español fue reconocida por las Cortes en una moción de agradecimiento. El ministro británico pensaba que la actuación de

204 No podemos ahondar aquí en la figura de este interesante militar vitoriano, que fue el militar español mejor valorado entre los británicos a pesar de no comandar ningún cuerpo de ejército como otros generales más conocidos. En 1815 Álava estuvo presente en los cuarteles generales de Wellington en la batalla de Waterloo. La solidez de esta inesperada amistad se comprueba por el interés por Wellington por la figura de Álava en 1814 tras ser detenido por asuntos relacionados con la restauración de las instituciones de Antiguo Régimen, y en 1824, al protegerlo tras escapar de la persecución que siguió al Trienio Liberal al haber cotado la incapacidad del monarca. Wellington fue su valedor ante la sociedad inglesa, teniendo relaciones con las familias aristocráticas más destacadas.

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estos generales era positiva porque podía servir de ejemplo a otras unidades españolas para su mejora:

“General Whittingham has introduced into the Spanish Cavalry a system of

Discipline, which if adopted to the other corps, cannot fail to render them equal, if not superior, to the Cavalry of the Enemy, and there is every reason to hope that his effort will be equally successful in the attainment of the still more important object, which with a view to the improvement of the Spanish Army he is now about to undertake.” 205

H. Wellesley siempre apoyó la participación de estos militares y el compromiso

que mostraron por la causa española. Esta vinculación hacia los españoles se materializó también en la organización de nuevos regimientos. Roche y Whittingham crearon sus propias divisiones, que entrenaron en Mallorca con la ayuda de otros oficiales británicos, y actuó como parte de las tropas españolas que colaboraron en las diversas expediciones anglosicilianas que desembarcaron en la costa mediterránea entre 1812 y 1813. Tanto el embajador británico como Wellington no dudaban en proporcionar parte de los recursos británicos dados a los españoles para pagar y armar a estas nuevas divisiones, porque pensaban que los resultados en el campo de batalla iban a ser beneficiosos. Whittingham tuvo a su favor la buena predisposición de las autoridades gaditanas a aprobar los proyectos para nuevas divisiones que presentó tras vencer las resistencias primeras.

El principal argumento que esgrimió era la necesidad de acabar con los errores

introducidos en el campo militar por las Juntas y que se habían arrastrado durante la guerra. Whittingham tuvo que superar el rechazo de uno de los regentes, el general Blake, que se negaba a aceptar que más divisiones españolas estuviesen bajo el mando de oficiales británicos. 206 Una vez en Mallorca, aún tuvo que superar las reticencias del capitán general de la isla, un anciano general Cuesta que ocupaba el cargo tras ser retirado del mando de tropa. Sólo su muerte tranquilizó las cosas en la isla, en la que Whittingham pudo continuar con el entrenamiento de esas nuevas tropas. 207

Whittingham tuvo que superar las reticencias españolas a pesar de tratarse de un

oficial británico que desde primer momento estaba en contacto con las tropas españolas. La impopularidad británica entre la población española le causaba preocupación, aunque las relaciones entre los dos aliados no acababan de deteriorarse. Por su parte, el brigadier Doyle creó en 1811 un cuerpo de unos 2000 soldados españoles que sirvieron

205 PRO FO 72/98 From Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Isla de Leon, November 26th, 1810. 206 PRO FO 72/109: From Samuel F. Whittingham to Henry Wellesley, Isla de Leon, January 12th, 1811; From Sir Henry Wellesley to Richard Marquess Wellesley, Isla de Leon, February 1st, 1811. 207 Para el tema de la división que organizó en Mallorca, me remito a sus propias memorias, A Memoir of the Service of Lieutenant-General Sir Samuel Ford Whittingham,... pp. 134 – 172.

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en Cádiz, y que al ser pagados y uniformados por los británicos, los españoles lo aceptaron de buen agrado.

La verdadera prueba de fuego fue el nombramiento de Wellington como

comandante en jefe de las tropas españolas, ya que tenía que evitar que las acusaciones de excesivo intervencionismo británico en los asuntos internos españoles, seguir dando prioridad a la guerra y mantener en unos límites aceptables la anglofobia de algunos personajes o las suspicacias de gran parte de la población gaditana. Muchos españoles veían en las sugerencias británicas segundas intenciones, en especial, las militares. Recodaban los casos de Gibraltar o su papel en las colonias sublevadas, y temían perder la autonomía que conservaban. No querían escapar del yugo napoleónico para caer bajo una influencia excesiva de Gran Bretaña. El caso de Portugal estaba ahí, y los españoles se mostraron muy celosos de que la intervención británica pudiese acabar con las reformas que estaban llevando a cabo o con la libertad de actuación durante la guerra. Los más anglófobos señalaron que las exigencias británicas eran un paso más en su estrategia de hundir a España en el contexto internacional, a pesar de ser aliados.

Los británicos insistieron mucho en todas sus propuestas militares porque creían

que España las tenían que adoptar necesariamente si quería presentar una resistencia efectiva a los franceses, que fuese más allá de los ataques de la guerrilla, y conseguir el objetivo último de la expulsión de su territorio. Y el último paso era este nombramiento, aunque las autoridades británicas, en especial, H. Wellesley tardaron en pedirlo abiertamente, al tener antes que vencer buena parte de los recelos.

El tema enlazaba con otra de las necesidades militares que pensaban que urgía

realizar en España, y que esperaban realizar: la reforma militar, que implicase la reorganización de los diferentes cuerpos de ejército, la mejora de la disciplina de las tropas, una paga regular y un constante aprovisionamiento de todas las tropas aliadas. La delicada situación financiera británica explicaba la exigencia que España aumentase su contribución material a la guerra, aunque Gran Bretaña no dejó de nunca de enviar más o menos regularmente recursos financieros para apoyar a los españoles.

Las diversas autoridades españolas no se habían decidido a apoyar a un general

español determinado y nombrarlo comandante en jefe de todas las tropas españolas. La única solución que vieron es que Wellington fuese nombrado para ese cargo, dirigiendo así a todos los ejércitos aliados en la Península.

Un primer paso se dio en 1811. Las tropas británicas habían conseguido expulsar

a las tropas de Masséna de Portugal, y se preparaban para actuar en territorio español. H. Wellesley pidió que se confiara de forma temporal a su hermano, Wellington, el

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mando militar de las provincias limítrofes con Portugal.208 Seguiría una completa reorganización del sistema militar y el nombramiento de nuevos oficiales. Wellington conocía los movimientos de su hermano en Cádiz y esperaba una respuesta concreta, aunque siempre se mostró cauto hacia esa demanda, y coincidiendo con las últimas órdenes que el secretario de guerra, Liverpool había enviado, procuró limitar sus movimientos en España a las provincias fronterizas con Portugal.

La primera negativa provino de Bardaxí, aunque dejó la puerta abierta a la

opinión de las Cortes. El ministro plenipotenciario sabía que el rechazo iba a ser completo por la oposición a cualquier disposición de ese tipo de Blake. Aunque las Cortes podrían ir en contra de una decisión de los regentes, comprobó cómo Blake animó las posiciones antibritánicas en Cádiz con rumores como la posesión permanente de esas provincias, la sustitución de los oficiales españoles o que los soldados españoles quedasen sujetos a la disciplina británica.

H. Wellesley no aparcó esa demanda completamente. La frustración por el

rechazo ante una medida vista como inteligente no era un sentimiento nuevo, pero no menos intenso. Desde su posición tuvo que ser comedido e informar del rechazo. La incredulidad de este rechazo, sin embargo, la encontramos en otras personas, como por ejemplo un militar llamado Edward Pakenham, miembro de una familia muy vinculada a los Wellesley. No entendió por qué los españoles desestimaban las sugerencias británicas, acusando directamente a los políticos españoles:

“Perseverance may do much, but we have lost the very most favourable

opportunities, and the Spanish Government have in no way entered our views; only think of the wretched people declining to make Lord Wellington Commander in Chief, even in the Provinces in which he should be employed; but little is to be hoped from such short-sighted and ignorantly-vain politicians.” 209

H. Wellesley, y su hermano Richard coincidían en la necesidad de la reforma

militar de los ejércitos españoles, cuyo colofón era el nombramiento de su hermano como comandante en jefe. 210 De forma muy discreta, el primero empezó a intensificar sus contactos con diversos personajes españoles, buscando los objetivos políticos que le interesaban. La premisa de no interferir en los asuntos internos españoles que todos los representantes diplomáticos británicos llevaban incluida en sus órdenes, quedaba sin valor una vez más. El ministro británico buscó el apoyo de los diputados anglófilos para

208 PRO FO 72/110: From Henry Wellesley to E. de Bardaxí, Cadiz, March 15th, 1811. “From Henry Wellesley to Wellington, Cadiz, March 11th, 1811,” WSD, Vol. VII, p. 80. 209 “From E. M. Pakenham to his friend Tom, Pedrogoa, August 20th, 1811” en Pakenham Letters. 1800 to 1815, Privately Printed, John and Edward Bumpus, 1914, p. 121. 210Para ampliar la relación de Wellington con los ejércitos españoles, con su nombramiento de comandante en jefe, me tengo que remitir a Ch. Esdaile, The Duke of Wellington and the Command of the Spanish Army, 1812-14, Londres, McMillan Press, 1990.

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conseguir la dimisión de la Regencia de Blake, que se caracterizaba por su anglofobia. Pensaba que un nuevo Consejo de Regencia sería más proclive a sus intereses.

La campaña de 1812 jugó a su favor. La imagen de Wellington entre los

españoles mejoró de forma sensible al iniciar una campaña victoriosa con las recuperaciones de las plazas de Ciudad Rodrigo y Salamanca, y con la entrada en Madrid en el mes de agosto. Allí se ganó la admiración de parte de los diputados al proclamar la Constitución de Cádiz en la capital recién liberada. Wellington nunca creyó demasiado en la revolución española, o en lo que se aprobaba en Cádiz, pero esa proclamación fue bien recibida en Cádiz.

El comandante británico posteriormente siempre expuso que tenía unos

recuerdos muy vagos de su entrada en la capital española, pero el recibimiento tan glorioso, y el trato tan hospitalario que la población madrileña dispensó a las tropas británicas, provocó que esos soldados y oficiales quedasen impresionados con ese recibimiento. Muchos de ellos reflejaron ese recibimiento tan triunfal. Las autoridades de la ciudad habían salido del recinto amurallado para encontrar a Wellington y darle la bienvenida a la ciudad, mientras gran cantidad de población salió de la ciudad al encuentro de las tropas. El resto de la población recibió a esa tropa de forma entusiasta, aclamando a sus liberadores y celebrando la victoria. Tan apasionado recibimiento contrastaba con las suspicacias ya señaladas en la ciudad de Cádiz. 211

El prestigio militar de Wellington y la presión de su hermano embajador no

fueron suficientes para conseguir el ansiado nombramiento. Wellington necesitaba las tropas españolas para que las tropas aliadas fueran numéricamente superiores a las napoleónicas, aunque sabía que los españoles se negaban a ser alistados en el ejército británico. Wellington estaba dispuesto a olvidar esa pretensión y actuar sin el mando supremo, buscando acuerdos amplios con los diferentes generales españoles.

Pero no contaron con un cambio político que hubo en Cádiz, que al embajador

no le pasó desapercibido. Andrés A. de la Vega fue elegido presidente de las Cortes en septiembre de 1812 y se mostró determinado a conseguir el apoyo de los liberales para ese nombramiento. Obtuvo su apoyo con el pretexto de que su designación protegería los cambios realizados, y la moción para su nombramiento como comandante en jefe se votó de forma casi unánime en la sesión del 19 de septiembre de 1812. Esta casi total unanimidad confirmaba la necesidad de un cambio en el esfuerzo bélico español.

211 Descripciones de la entrada de las tropas británicas en la ciudad de Madrid la encontramos en diversas memorias militares británicas: Roger N. Buckley (ed.); The Napoleonic War Journal of Captain Henry Browne, 1807-1816. Publications of the Army Records Society, Vol.3, Bodley Head, London, 1987, pp. 176-179; G. Hennell, A Gentlemen Volunteer: The Letters of George Hennell from the Peninsular War, London, 1979, pp. 44-48; etc.

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Semejante aprobación suponía el mayor éxito de las relaciones del embajador con Andrés A. de la Vega. El presidente de las Cortes se había mostrado el máximo defensor de las posiciones probritánicas en las Cortes, y valoraba las opiniones del embajador sobre la situación interna española. Comentaron ambos los cambios de gobierno y otras sugerencias políticas, incluido este nombramiento. 212

Ese nombramiento iba a tener amplias repercusiones políticas y militares.

Representó la máxima cota del intervencionismo británico que permitieron los españoles en sus asuntos internos, y suponía además un triunfo para las posiciones más probritánicas, más minoritarias en Cádiz. Pero también abría las puertas a la reforma militar y a que Wellington pudiese disponer de las tropas españolas para su estrategia.

La adopción final de este decreto remitía a varios elementos. En una reciente

conversación Charles Esdaile defendió la necesidad de releer el texto, porque su complejidad hacía que se escondiesen más lecturas de las ya apuntadas. Afirmó que los españoles buscarían en este compromiso una forma de evitar que Wellington se retirase otra vez a territorio portugués. Esta nueva línea conectaría con otros apuntes que ya había realizado anteriormente al señalar que sólo había recibido el mando de los ejércitos en campo de batalla, ya que la autoridad última militar era la Regencia, que la ejercía en nombre del rey.

Otro factor a tener en cuenta era un cierto antimilitarismo de los liberales, que

también tenía su reflejo popular ya que la población mostraba ampliamente su rechazo a ser reclutados e integrados en el ejército. A nivel político, los liberales siempre temieron que cualquier comandante español tuviese el suficiente poder militar como para dar un golpe de fuerza, acabar con las reformas y decantar el poder hacia los serviles. También les acusaban de detener la reforma militar porque se podía convertir en su instrumento para acceder al poder. Esto sucedía en un Cádiz donde la intriga se convirtió en un elemento de la política cotidiana, muy utilizado por los serviles. Esta situación explica las razones por las cuales Wellington fue finalmente nombrado gracias a ser extranjero y no intervenir en las luchas políticas, con un mayoritario apoyo de los liberales. 213

El nombramiento fue muy bien recibido entre los británicos presentes en Cádiz

en esos días. Henry Williams Wynn, al regresar de su viaje por las tierras del Imperio Otomano, hizo escala en Cádiz. Había decidido no regresar directamente a Inglaterra y pasar varios meses en España. Desembarcó cuando se conocía la noticia del nombramiento y apuntaba la existencia de un grupo importante que apostaba por su

212 PRO FO 72/132: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, September 20th, 1812; From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, September 20th, 1812. 213 Estas explicaciones han sido apuntadas por Ch. Esdaile en “Wellington and the Military Collapse of Spain. 1808-1814”, International History Review, 9 (febrero 1989), p. 62.

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nominación como regente, posibilidad que no descartaba aunque no tenía en cuenta los riesgos que podía comportar. Así lo contaba a su madre:

“I like this place more than either the times I was here before, it is gratifying to

see the joy of the people at being relieved from the bombardment of two years and a half, the last part of which was very serious. I must do them the justice to say that they seem to feel the obligation to the English and to Lord Wellington in particular. He has just been appointed Generalissimo of all the Spanish Armies, and there is a very strong party for making him sole Regent. The first is a great point to have been carried and will be attended with great advantage.” 214

Sin embargo, Wellington recibió este nombramiento de modo muy frío porque

no le gustaban parte de las condiciones puestas por las autoridades españoles, como el envío de sus planes a Cádiz para que fueran aprobados y la imposibilidad de reorganizar las tropas. Intentó ganar tiempo señalando que no podía aceptar hasta no recibir la autorización de su gobierno. Además, el pronunciamiento de Ballesteros en Granada, quien se opuso a ese nombramiento, le hacía desconfiar de una parte de los generales españoles. Este militar fue detenido y conducido a la fortaleza de Ceuta.

Esta situación explicó que Wellington viajase a Cádiz a finales del año 1812,

tras el fracaso del sitio de Burgos y la retirada que acabó la campaña militar de ese año, y permaneciese allí varios días. Negoció las concesiones que acompañaban a su nombramiento y llegó a hablar ante las Cortes aceptando ese cargo. Wellington consiguió tener un control casi absoluto sobre el ejército español, sobre su reorganización interna y el nombramiento de oficiales, así como el control del presupuesto bélico y de los subsidios militares británicos dados a los ejércitos españoles. Por último, logró que las autoridades provinciales quedasen en parte bajo control militar al responder los jefes políticos ante los capitanes generales. Estas amplias prerrogativas tuvieron sus contrapartidas, ya que se complicaron las relaciones entre ambos aliados, y cambió la opinión de algunos diputados liberales como Flórez Estrada, quien pensaba que la subordinación del poder civil al militar contravenía la Constitución. 215

Wellington ostentó el cargo hasta el final de la guerra, y fue decisivo para la

campaña de 1813, al proporcionar a los ejércitos aliados unas tropas adicionales aunque con pocos recursos. Estas ventajas quedan matizadas con todos los inconvenientes que se encontró. Tuvo que reorganizar las tropas españolas en cuatro cuerpos de ejército

214“From Henry Williams Wynn to Lady Williams Wynn, Cadiz, September 29th, 1812,” en Correspondence of Charlotte Grenville, Lady Williams Wynn …, p. 162. 215 Para explicar la presencia de Wellington en Cádiz, me remito a Ch. Esdaile, The Duke of Wellington and the Command of the Spanish Army, 1812-14,… especialmente pp. 85-107. Una visión británica contemporánea sobre la visita de Wellington, la encontramos en George A. F. H. Bridgeman, Letters from Portugal, Spain, Sicily, and Malta, in 1812, 1813 and 1814. London, 1875. pp. 59-69.

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principales, como primer paso de su reforma militar, y encontrar a aquellos oficiales españoles que no le fueran especialmente hostiles. Se multiplicaron las quejas de falta de víveres y dinero, aunque Wellington no tenía en cuenta que parte del territorio español estaba devastado tras varios años de guerra. A ello se añadían los problemas de reclutamiento porque los nuevos soldados españoles no querían servir en el ejército británico. Estos elementos fueron obstáculos para la reforma que planteaba y retrasaron el inicio de la campaña hasta bien entrada la primavera. Otros problemas se mantuvieron durante el resto de la campaña, como la falta de disciplina de las tropas ya que muchos soldados procedían de las guerrillas y hacía muy poco que se habían formado como tropa regular.

Pero los mayores problemas vinieron de las autoridades españolas y del

incumplimiento de lo pactado en Cádiz. Las autoridades gaditanas interfirieron en el nombramiento de los oficiales españoles, al querer retirar del mando de tropas a oficiales como Girón, con simpatías serviles, o cambiar de destino a Castaños. Girón y Freyre fueron uno de los pocos oficiales españoles que utilizó durante toda la campaña. Tales problemas provocaron un amargo enfrentamiento entre las dos partes, y Wellington pensó en dimitir a mediados de año y durante las acciones de los Pirineos. El final de la campaña estuvo lleno de conflictos en los distritos fronterizos que complicaron la situación de Wellington. El gobierno británico llegó a contemplar la posibilidad de derrocar a las autoridades españolas, aunque Wellington se opuso a tal grado de intervencionismo. Esperaba que las Cortes se reuniesen en Madrid y que la nueva mayoría parlamentaria fuera más favorable a los intereses británicos.

Una medida para nombrar a una persona que centralizase la dirección de los

ejércitos españoles era necesaria, pero Wellington comprobó toda la problemática que provocó ese nombramiento. El que tenía que haber sido el mayor éxito del intervencionismo británico en la política española, se convirtió en el mayor obstáculo para las cordiales relaciones entre los dos aliados, que sólo mejoraron en 1814 una vez reanudada la campaña. Las tropas aliadas ya luchaban en territorio francés y Wellington había optado porque las tropas españolas no cruzasen los Pirineos y volviesen a sus acuertelamientos para evitar los pillajes sobre la población civil. Mantuvo el cargo hasta el final de la guerra, dimitiendo una vez que Fernando VII había regresado a Madrid.

5.5 La Política religiosa de las Cortes.

Muchos soldados y oficiales que lucharon durante la Guerra Peninsular conocían muy poco de España y Portugal, y lo poco que conocían era que se trataba de dos monarquías oficialmente católicas, llenas de una población con prácticas religiosas más propias de la superstición o de las religiones politeístas, y con una Iglesia Católica con

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un enorme peso sobre la vida de sus habitantes.216 Otros observadores británicos conocieron más profundamente la importancia de la religión y la institución católica en la vida diaria de los españoles y su relación con todos los acontecimientos que se vivieron.

La jerarquía católica tuvo en todo momento una actitud expectante, porque temía

que las nuevas autoridades públicas quisiesen erosionar su poder político y económico, al igual que hacían las autoridades josefinas. Estuvo presente en las Juntas y en las Cortes para defender sus intereses como institución.

La aprobación de la Constitución podía haber supuesto un problema a la Iglesia

porque no quedaba asegurada su representación política específica, pero la declaración de España como un Estado confesional católico y la prohibición de cualquier otra confesión religiosa hizo matizar su oposición, pero siempre estaba ahí latente. Los observadores británicos no dieron importancia a ese artículo, porque no cambiaba el estado de las cosas. Holland quedó decepcionado por esa declaración ya que era un destacado defensor de la libertad religiosa, tanto en España como en su país. Era otro de los errores de esa Constitución, que suponía no llevar la libertad al tema religioso.

Las Cortes siguieron con otra política que incomodaba a la Iglesia, ya que

pretendían conseguir recursos para el Estado con la desamortización de tierras de la Iglesia, pero las ventas fueron muy reducidas. Las Cortes no hacían más que seguir una política de corte ilustrada ya iniciada por Carlos III tras la expulsión de los jesuitas.

Sin embargo, el gran enfrentamiento entre la jerarquía eclesiástica y la

legislación gaditana se produjo en 1813 con el decreto que derogaba el Tribunal de Inquisición. A inicios de 1813 un comité reunido por las Cortes dictaminaba que la Constitución protegía la religión de cualquier ataque y que la existencia del Tribunal de la Inquisición era contraria a ese texto constitucional. Las Cortes votaron favorablemente ese dictamen, que sancionaba la incompatibilidad de la Inquisición con el ordenamiento constitucional y abría las puertas a la creación de otro tribunal que defendiese la religión, pero que estuviese conforme a ese ordenamiento. 217

La votación definitiva del decreto de disolución de ese tribunal eclesiástico y la

obligatoriedad de leer ese decreto en todas las parroquias acabó de plantear el conflicto con las autoridades eclesiásticas. Los primeros sacerdotes que se negaron a leer ese decreto en sus parroquias fueron los de la ciudad de Cádiz. En aquella ciudad ese conflicto tuvo sus repercusiones políticas, ya que el gobernador de la plaza, favorable al 216 Karen Greene Darden; “Heresy Triumphs in a Catholic Cause: British Army and Religion in the Peninsular War, 1807 – 1814”, en Consortium on Revolutionary Europe, Selected papers, 1998, pp. 431 – 442. 217 PRO FO 72/143: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, January 20th, 1813; From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, January 28th, 1813.

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mantenimiento de la Inquisición, había sido sustituido por otro gobernador, más próximo a las posiciones de los liberales y hostil abiertamente a ese tribunal. 218

H. Wellesley señaló que la desobediencia de parte del clero contra ese decreto

era un conflicto que complicaba la situación en el bando de los patriotas. Pero las posiciones del clero no eran unánimes porque uno de los nuevos regentes, el Cardenal Borbón, nada más jurar el cargo, se presentó dispuesto a hacer respetar el decreto.

El embajador tardó en pronunciarse al respecto de ese decreto, pero en ningún

caso quiso intervenir, como le pidió el nuncio papal, para que presionara para retirar ese decreto. Reconoció que ese decreto y el conflicto que se planteó tenían más importancia de la que se podía considerar, y que en el interior del país la Inquisición tenía un amplio grupo de partidarios debido a la influencia eclesiástica:

“It is certain that the Inquisition has many partisans in the interior, and indeed

such is the influence of the Clergy in the different towns and villages, that it may be doubted whether will not be seen with regret by a majority of the Inhabitants; but whether it be popular or not, there can be no doubt that the Pope’s name is held in the greatest remuneration, and that any insult offered to the person oh his representative would excite the utmost disgust.” 219

El embajador se mostraba inquieto por las posibles consecuencias de ese

conflicto y sabía que ese tema no se cerraría tan fácilmente. Importantes autoridades eclesiásticas como el arzobispo de Santiago de Compostela o diversos obispos refugiados en le isla de Mallorca se habían opuesto al decreto y pedían al resto del clero que también se opusiesen. El embajador no acabó de decidir si esa derogación era necesaria, pero creyó que las medidas que se tomaban contra aquellos miembros del clero que se negaban a aplicar ese decreto eran inapropiadas, porque ahondaría ese conflicto. Así lo expresaba:

“I cannot perceive any necessity for these violent measures, which although they

may be viewed with satisfaction by the Inhabitants of Cadiz and by a particular party in the Cortes, are likely to be received in the Interior as fresh indications of that revolutionary spirit which has characterized some of the proceedings of the authorities here.” 220

Este conflicto tendríamos que encajarlo además en las disputas entre los liberales

y los serviles por consolidar la legislación gaditana y por tener los liberales controlados todos los frentes, incluso el militar, con repercusiones en su relación con Wellington.

218 PRO FO 72/143: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, March 7th, 1813. 219 PRO FO 72/144: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, May 8th, 1813. 220 PRO FO 72/144: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, May 25th, 1813.

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Lord John Russell estuvo en Madrid a mediados de 1813. Allí vio como la

población quería que el poder político regresase a la capital, y como se extendía la oposición a la abolición de este tribunal eclesiástico. Russell no se opondría a esa abolición, pero sí a sus formas, porque pensaba que se podría haber hecho de forma más tranquila, sin obligar a leer en las parroquias ese decreto y sin crear todo el rechazo que se sumaba al desacuerdo que estaba provocando toda la legislación gaditana:

“Their folly and ignorance have turned the whole country against the Cortes.

The clergy and the army are against them from personal feelings, or rather professional feelings. The mistake made by the Cortes in writing a proclamation to be read in the churches, instead of abolishing the Inquisition silently and quietly has roused the clergy to exert their talents of persuasion in the country, particularly in the villages.” 221

G. Bridgeman estuvo en España en los primeros meses de 1813. Asistió al

rechazo de los serviles a ese decreto, y a como se organizaban en las otras provincias para las futuras elecciones a Cortes ordinarias en la provincia de Granada. Los representantes de la Iglesia ejercían una influencia decisiva para que los representantes serviles fuesen elegidos con la esperanza de conseguir la restauración de la Inquisición. Bridgeman lamentaba que si ésta se producía se iban a dar fenómenos violentos:

“I cannot inform you whether the event has been satisfactory or no to the

patriots in this particular instance, but I grieve to say, speaking generally of Spain, the clergy are making immense efforts, and have gained great power again over the minds of the weak and beatos (devotees), and there is much reason to fear that if they will re-establish that dreadful tribunal of the Inquisition. If they should succeed, this poor unhappy country, after all it has suffered, must unavoidably experience the scenes of a bloody revolution; for the body of the nation abhor the Inquisition, and as it has once been abolished, they will never tamely submit to its re-establishment.” 222

Una de las provincias en las que más resistencias hubo a la aplicación de ese

decreto fue Galicia, cuyos problemas llegaron a las Cortes, en las que se planteó la posibilidad de represalias. Se acusó al capitán general de la provincia de no hacer cumplir la ley y pensó en su cambio, incumpliendo los acuerdos con Wellington, quien como comandante en jefe era el único que tenía la potestad para hacerlo:

“Very unpleasant accounts have lately been received here of the state of the

public mind in the Province of Galicia. It appears that the people have manifested great discontent at the intemperate proceedings of the Cortes against the members of the

221 BL, Holland House Papers, Add. Mss. 51677: From Lord John Russell to Lord Holland, Madrid, July 16th, 1813. 222 George A. F. H. Bridgeman, op. cit, p. 100.

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Clergy who objected to reading in the Churches the Decree for the Abolition of the Inquisition; and General Santocildes, who commands in Galicia, has stated his inability to carry the decree into effect in the manner prescribed by the Cortes.”223

Esa situación en Galicia contrastaba con la de Cádiz, donde esa disolución era

una medida popular, que hizo que los liberales recibiesen más apoyos de su población. Pero también reflejaba su gran alejamiento respecto al resto del país, con opiniones más divididas y, en muchos casos, contrarias a ese decreto. El embajador quería mantenerse al margen de ese conflicto, pero gracias a su correspondencia con Wellington confirmaba el rechazo que había levantado en el interior del país.

La disolución de la Inquisición fue vista por los observadores británicos como

un ejemplo de la línea seguida por la legislación gaditana, un ejemplo del ataque descarado contra la Iglesia como poder político y económico, un ataque innecesario en un momento en que se necesitaba la unidad.

Wellington pensaba que con esos ataques se buscaban los liberales un poderoso

enemigo. Frances Shelley describió así lo que Wellington pensaba del tema, tal como lo dijo en una cena en su casa en 1816:

“The Duke maintained that the Liberales were ruined by abolishing the

Inquisition. He said that the people were devoted to it. He mentioned that, when he was in Spain, he made the following remark to some of the Reformers: « Quoi, vous voulez me donner un autre ennemi à combattre! J’aurai tous les curés de la Castille contre moi. L’Inquisition se meurt d’elle-même. Voyez le Portugal; nous ne l’avons pas aboli là, et cependant elle n’existe plus. Ce sera de même ici. Si vous l’abolissez, elle existera toujours. »” 224

Por lo tanto, esa abolición de la Inquisición contó con todo el apoyo de los

británicos, que rechazaron cualquier intento de recuperar esa institución, causó diferencias de opiniones sobre la forma en que se había hecho. 225 Holland coincidiría en parecidos términos con Wellington al pensar que la Inquisición desaparecería por si sola, y que no era necesario decretar su disolución. Tenía su propio plan que evitaría las quejas suscitadas por su derogación que propondría a Andrés Ángel de la Vega:

223 PRO FO 72/ 144: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, June 23rd, 1813. 224 Richard Edgecumbe (ed.), The Diary of Frances Lady Shelley, 1787-1817. London, John Murray, 1912. Vol. I, p. 199. Wellington va más allá en sus comentarios durante esa cena, considerando el pueblo español como reacio a la libertad y propenso a la servidumbre. 225 Los británicos mostraron un especial interés por este tema, y no podían creer que diputados en las Cortes defendiesen el mantenimiento de esa institución. Por ejemplo, un diputado llamado Sir Gilbert Heathcote, en pleno debate previo a la instalación del gobierno de Liverpool, señaló respecto a España: “But the Spanish Cortes, they, instead of deliberating measures for the welfare of the nation, were employed in re-establishing that detestable court, the Inquisition”. En “The Prince Regent’s Speech on Opening the Session”, PD, Vol. XXIV, p. 106.

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“Of the discretion of attacking the Holly Tribunal openly you however, and not

we are the judges; yet surely by forbearing to restore it where it has been holding from it all assistance and supplies of money, the Government might allow it to die a natural death even if they feel scruples in despatching it by a more summary method.

A general Law forbidding all tribunals to take evidence in secret and furnishing

every individual in criminal cases with legal means of being confronted with his accusers would disarm the inquisition of half its terms. Such a regulation would shock no prejudice and would nevertheless destroy the chief practical grievance though not all the original vice of that odious institution.” 226

Holland se mostraba aquí demasiado optimista al escribir en 1812, porque su

propuesta era poco realizable, y tampoco evitaría las protestas y las negativas de parte del clero a cumplir con lo decretado. Este clero podía entender que esa medida supondría la progresiva desaparición de una institución de control social y político de la que defendían su mantenimiento íntegro.

La decisión final de disolver la Inquisición agradaba a Holland, no así el modo

en que se hizo, ya que ese decreto creaba más problemas de los que resolvía. Y tampoco ahondaba en una política religiosa más tolerante, porque se planteaba la creación de una institución que velaría por los mismos temas que el tribunal disuelto. Suponía una nueva decepción respecto a la legislación gaditana, aunque eso no acababa con su creencia en la causa de los españoles.

5.6. El periodo de las Cortes ordinarias

La elección de los diputados de las primeras Cortes ordinarias, según lo establecido en la Constitución de Cádiz, y la reunión de esas Cortes tenían que constituir la consolidación de los cambios producidos en Cádiz y el cierre definitivo de la revolución. Pero esto último fue imposible porque el conflicto abierto entre liberales y serviles lo impidió, retrasándola hasta la vuelta definitiva del rey.

En el periodo final de las Cortes extraordinarias, coincidiendo con la elección de

los diputados, se planteó el tema del traslado de las Cortes y del resto de instituciones de gobierno de Cádiz a Madrid. Los liberales no querían que se produjese ese trasladado porque sabían que iban a perder parte del apoyo social del que gozaban en Cádiz, mientras que los serviles estaban ansiosos por trasladar la sede del gobierno y señalaban que en la capital ya se habían reunido alrededor de cincuenta nuevos diputados.

226 B. L. Holland House Papers Add. MSS 51626, Copy of a Letter to Don Andres Angel de la Vega, Holland House, October 12th, 1812.

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Los liberales conocían los resultados de algunas elecciones, que favorecían a los serviles, y eran víctimas de sus propias contradicciones. Habían construido un sistema político que iba en contra de sus líderes más destacados. Ninguno de los diputados de las Cortes Extraordinarias podía ser elegido diputado para las nuevas Cortes, y también les afectaba la prohibición de ocupar un cargo público hasta un año después de haber dejado de ser diputados. Uno de los pocos líderes liberales que sí podía ser elegido para las Cortes era J. Canga Argüelles. Pero por ahora, y con apoyo de los diputados americanos, habían conseguido rechazar el traslado de la sede de gobierno por una exigua mayoría. 227

Estos dos impedimentos eran de rango constitucional y H. Wellesley dudaba que

pudiesen ser derogados con el respeto escrupuloso que tenían los liberales hacia el texto constitucional. Las Cortes Extraordinarias iban a quedar disueltas el día 14, quedando una Diputación Permanente, con mayoría de diputados serviles. El cambio de fuerzas en las Cortes podía llevar consigo nuevas decisiones como una nueva regencia unipersonal, ya que entre los serviles había muchos partidarios de la Princesa de Brasil, o la mayoría servil podría presentar de nuevo una moción para el traslado del gobierno para conseguir que los liberales dejasen de utilizar a la opinión pública gaditana.

Las circunstancias precipitaron la decisión definitiva. Una vez que las Cortes

fueron disueltas, se agravó la epidemia de fiebre amarilla que asolaba la ciudad de Cádiz. La Regencia optó por trasladar todas las instituciones fuera de la ciudad. Las Cortes protestaron porque creían competencia de las Cortes aprobar esto. Los diputados que aún no habían abandonado la ciudad se reunieron de urgencia, pero finalmente las Cortes ordinarias recién reunidas aprobaron la salida de la ciudad. H. Wellesley señaló que los liberales perdieron con esta crisis, porque los serviles actuaron más comedidamente y salieron reforzados de ella. 228

En medio de las discusiones sobre el cambio de gobierno o de la sede de su

residencia, continuaron los ataques que intentaban erosionar el poder de Wellington como comandante en jefe, que se encargaba el embajador de parar y anular. Su relación con los españoles fue cada vez más difícil al tener que salvar, por ejemplo, las acusaciones contra los británicos que aparecieron tras el sitio de San Sebastián.

El embajador, por su parte, cada vez mantenía contactos más secretos con las

autoridades españolas y su correspondencia con Castlereagh pasó a ser dominada por despachos secretos y confidenciales que hacían referencia a la situación política española. Esa situación se mantuvo inestable en los primeros momentos tras la reunión de las Cortes ordinarias, cuyas reuniones quedaron suspendidas definitivamente. Su

227 PRO FO 72/145 From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, August 19th, 1813. 228 PRO FO 72/146: From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, September 29th, 1813.

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reapertura se iba a producir finalmente en Madrid, y allí los liberales sabían que no tenían tanta influencia como en Cádiz. H. Wellesley les acusó de querer movilizar a la población en favor suyo, para sostener al gobierno que les favorecía. También les consideraba “partido jacobino,” en un intento de resaltar su radicalidad:

“Every effort is making by the Jacobin Party, to sustain the present Government.

Several of its leaders in the late Cortes have repaired to the Capital furnished with considerable sums of money to be employed in gaining over the mob and I am not without anxiety on account of the activity of this Party which, if it is allowed time to gain an ascendancy over the People, will endeavour to play the same game at Madrid which had been found to succeed so well at Cadiz.” 229

La inestabilidad política se mantuvo con la llegada del Consejo de Regencia a

Madrid, con la voluntad de los liberales de cambiar el gobierno, y con la llegada del duque de San Carlos a Madrid con los acuerdos firmados entre Napoleón y Fernando VII para el fin de la guerra y para facilitar el regreso del monarca al país. H. Wellesley sabía de los decretos de las Cortes que declaraban nulo cualquier acto de Fernando VII mientras estuviese preso. Se añadía la voluntad de los serviles, que pretendían cambiar tanto el gobierno como la Regencia, optando por una Regencia unipersonal, y buscaron el apoyo del embajador británico. Sir H. Wellesley describía así las actuaciones de esos dos grupos en aquellos momentos:

“The Jacobin Party is however making every possible exertion to sustain itself

and the Regency, and with a view of checking any violence on the part of the people who have occasionally manifested their dislike of some of the leaders of the Jacobins, General Villacampa, an officer entirely devoted to the Government, has been appointed Governor of Madrid and the troops upon which he can most depend have been selected for its garrison. (…) The opposite party, in the mean while, is confident in their strength and has expressed their resolution to change the Government. They profess it to be their first object to give satisfaction to the British Government and to Lord Wellington, and then to establish a new Administration upon such principles as shall secure the future good understanding between the two nations.” 230

En medio de esta inestabilidad política se reabrieron las Cortes ordinarias el 15

de enero. Sir Henry Wellesley asistió a las primeras sesiones de esas Cortes. El embajador comprobó que la ya anticipada mayoría servil quedaba confirmada, y que podían elegir a un presidente y otros cargos de esa cámara de ese signo político. Pero el embajador señaló que la actuación de los serviles había sido incorrecta, ya que se habían

229 PRO FO 72/146. From Sir Henry Wellesley to Lord Viscount Castlereagh, Cadiz, December 7th, 1813. 230 PRO FO 72/159. From Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, January 11th, 1814.

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perdido en detalles sin importancia, proporcionando unos motivos de ataque a los liberales. 231

Esas Cortes, sin embargo, quedaron ocupadas por otros temas y no desarrollaron

sus tareas legislativas. El regreso del rey, anticipado por la llegada de San Carlos y de Palafox posteriormente, era el tema que centraba el debate político por todas las implicaciones que tenía (aceptación del nuevo orden constitucional que suponía la pérdida de sus poderes absolutos y llegada a un país arruinado tras seis años de guerra) y por el conflicto que podía estallar si esta aceptación no se producía. Los serviles, además, podía utilizar su figura.

Los liberales no se esperaron encontrar el apoyo de algunos diputados serviles

para pactar las condiciones del regreso del rey. Esas condiciones no resolvían nada, al contrario, ese tema enrarecía aún más si cabía el ambiente político español, las relaciones entre la Regencia y los diputados a Cortes.

Sir H. Wellesley decidió en esos momentos volver a adoptar una posición de

neutralidad respecto a la situación política española, de no comprometerse ni con liberales ni con los serviles. Ni apoyó los intentos por cambiar el gobierno de los liberales ni los obstáculos que algunos diputados serviles querían poner. Sólo interfería si se ponía en cuestión el mando militar de Wellington. Ese no intervencionismo deliberado no significaba que dejase de cultivar las relaciones personales con ciertos políticos españoles, como José Luyando, persona que ocupaba de forma interina el cargo de ministro de Estado. Con este ministro tuvo siempre una buena sintonía mientras ocupó ese cargo.

Avanzadas las sesiones, el embajador señaló que las discusiones estaban

subiendo de tono en las Cortes, llegando a impedir al presidente el ejercicio constitucional de sus funciones, por la interrupción del público situado en las galerías. En las Cortes se reflejaba todo el descontento social que recorría el país contra una Regencia controlada por los liberales, contra los nuevos impuestos directos o contra los nuevos cargos políticos ocupados por los liberales, permitiendo que anteriores autoridades josefinas mantuviesen su cargo:

“The Regency is so unpopular in the interior, that much of the public discontent

may be imputed to its continuance in office, and to the consequent employment in the Provinces of persons devoted to the Jacobin Party, and it a remarkable fact that most of those who were distinguished for their attachment to the French, have now united themselves to the Jacobins.”232

231 PRO FO 72/159. From Sir Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, January 21st, 1814. 232 PRO FO 72/159: From Sir Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, March 18th, 1814.

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El regreso del rey también preocupaba a este embajador. En sus despachos al secretario del Foreign Office, Lord Castlereagh, se mostraba intranquilo y recomendaba que el rey jurase la Constitución y buscase el entendimiento entre serviles y liberales con el nombramiento para el gobierno de las personas más capacitadas de cada de uno de los bandos. Era la mejor opción para un país al final de una guerra. Pero se podía aventurar a pensar que el rey no actuaría así, y eso explicaba los primeros movimientos de los liberales para evitar que el rey se negase a ello. 233

233 PRO FO 72/16: From Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, March 25th, 1814.

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6. EL FINAL DE LA REVOLUCIÓN. MÁS ALLÁ DE 1814

El retorno del rey de su cautiverio francés era un acto deseado por todos, y por eso dominó el debate político desde inicios de 1814. Unos deseaban que con su regreso se diese el último paso para la consolidación del nuevo ordenamiento jurídico y legal que se había construido en esos años. Otros deseaban que negase su beneplácito y que fuese la persona que uniese a los que se oponían a todos los cambios en el orden constitucional que se habían producido y liderase la vuelta al ordenamiento anterior, ya fuese parcialmente reformado o no. Estas posiciones estaban claramente fijadas en las Cortes.

Ese conflicto era previo al retorno efectivo del rey, y Sir H. Wellesley lo había

visto plantearse, desarrollarse y llegar a un punto en el que ya no se podía desactivar. Su regreso tenía que suponer su resolución con el apoyo del soberano a uno de los dos bandos enfrentados. El rey finalmente decidió dar su apoyo decidido a la causa servil, desafiando el sistema político que los liberales exigían que sancionase. Así lo reflejó en los despachos que envió al Foreign Office en los que detalló el desarrollo de ahora conflicto entre el rey y las Cortes, que no tardaron en considerar que peligraba su reunión. Pero si atendemos a otras opiniones, podemos detectar y afirmar que ese conflicto también estaba presente fuera de Cádiz, y mucho antes de 1814.

Los liberales gaditanos tardaron en mostrar su preocupación por los pocos

apoyos sociales que habían conseguido reunir con su legislación. Su reforma agraria no benefició a la gran masa campesina, lo que impidió tener apoyos en el campo, reduciendo sus apoyos a las clases urbanas medias y profesionales liberales. No se habían pretendido tampoco grandes cambios sociales, aunque su legislación erosionase el poder de la aristocracia y de la Iglesia.

El poder participar en política se presentaba no como la principal aspiración de

muchas personas, sino como algo secundario para ellas. La voluntad de cambio político no podía competir con otras necesidades más terrenales.

Por su parte, los británicos nunca pensaban en cambios sociales o económicos ni

en súbitos cambios políticos. Sus opciones gradualistas tampoco encajaban con lo que había sucedido en España. Sí percibieron, en cambio, el poco interés que suscitaba la legislación gaditana fuera de Cádiz. H. Wellesley lo comprendió a través de los informes que le llegaban del interior. Excepcionalmente, no obstante, podemos acudir a otra fuente, a las memorias de uno de esos militares que estaban luchando en España.

Robert Ballard Long era un oficial que mandó en la Península una brigada de

caballería. Participó en la campaña de 1812 en los ejércitos de Wellington, quedando estacionado tras la entrada en Madrid varias semanas en el valle del Tajo. Allí pudo

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conocer el impacto de la Constitución de Cádiz entre una población local alejada de Cádiz. Este militar fue hospedado en una de las casas más importantes de la población y entabló una cierta relación con el amo de la casa. Éste le reconocía haber leído ese texto constitucional, pero no le veía entusiasmado. Tenía la sensación que las promesas de libertad habían quedado diluidas, y que los sectores poderosos no compartían los preceptos allí redactados:

“With respect to the effect to be produced by the promises of liberty held forth in

their new constitution, and by its publication, I have been rather surprised at the little emotion betrayed on this occasion. My present host, who is a sensible man, has elucidated the subject by a simple explanation, viz. that the more powerful part of the nation who can read and understand the propositions, do not relish them, feudal servility being more consonant to their wishes; that the lower orders are so ignorant that they know not the meaning of the world liberty, and if it was susceptible of explanation to their understandings, so confirmed are their habits of slavery and submission to their superiors, that they would be incapable of casting them off. For which reason says he, You will see Spaniards opening their breasts with courageous indignation to the menacing bayonets of the Enemy, unappalled and regardless of life, and those same men crouch to the earth with terror and servility before a countryman of superior rank and power.” 234

Esas palabras sobre los españoles impactaron a Long. Si bien, resaltaba que los

españoles nunca se dejarían conquistar, a pesar de la dominación territorial o control militar, no acabó de entender porqué ese mismo español que había luchado contra los franceses sin temor a la muerte, no pondría resistencia a la opresión, o mejor dicho al control, al que le podrían someter los estamentos privilegiados.

Esta impopularidad de la legislación gaditana fue un elemento que en otras

fuentes no se señalaba, al contrario, se reflejaba la popularidad de la misma. Pero tenemos que ser prudentes con estas visiones. Un ejemplo son las anotaciones autobiográficas de Sir John Bowring. No es un personaje elegido al azar, ya que se convirtió en un arduo defensor de la causa española, se interesó por la literatura española y fue el editor de las obras de Jeremy Bentham que trajo personalmente traducidas durante el Trienio. Su vida continuó como político radical y embajador.

En 1813 visitó por primera vez territorio español, al desembarcar en los puertos

vascos como representante de una de las compañías comerciales británicas que llevaban suministros a las tropas británicas. Recorrió buena parte del país, llegando a afirmar que España estaba empezando a vivir las consecuencias positivas de la legislación reformista que había iniciado: 234 Peninsular Cavalry General (1811-13). The Correspondence of Lieutenant-General Robert Ballard Long. Edited with a Memoir by T. H. McGuffie. George G. Harrap and Co, London, 1951, p. 226.

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“Every town and important village had then its piedra de la Constitucion, which

it was hoped would prove more enduring than l’arbre de la liberté in France. There was much to gratify the friends of progress. Schools for popular instruction were everywhere started, multitudes of newspapers were published, and a free press gave the desirable influence to all the master-minds of Spain. The democratic constitution of 1812, which established universal male suffrage, appeared a great success.” 235

Incluso, llegó a señalar algunos de sus errores. Percibió las sensibles diferencias

provinciales que existían entre una zona y otra del país, y consideró que la centralización y la uniformización era un error al tenerse que derogar las libertades locales:

“It appeared to me that the great error committed by the patriots was the

attempt at centralization. The preservation of the local liberties would have been most welcome, but those liberties were all sacrificed.” 236

Bowring señalaba como en España las tradiciones regionales estaban muy vivas

en la gente, y la Constitución no había respetados estas tradiciones. El caso de los vascos era el más vivo pero no el único. Bowring pensaba que los vascos se hubiesen sentido más unidos al nuevo régimen constitucional si éste hubiese respetado sus tradiciones políticas, sus pactos con el rey, o la consideración de todos los vascos nobles por nacimiento.237

El problema de las observaciones de Bowring es su alejamiento en el tiempo.

Mientras que Long las escribía en 1812, Bowring las redactaba muchos años después, y el paso del tiempo podía variar sus percepciones o adornar aquellos momentos que vivió, porque esa supuesta popularidad de la Constitución en las provincias vascas no encaja con las otras visiones. Por su parte, las palabras de Long seguirían la línea marcada por el embajador en sus despachos, de impopularidad de esa legislación y de no coincidencia con aquello que pensaba la mayoría de la población. Esos dos motivos no habrían desparecido en 1814 y coincidirían con parte de las justificaciones que dio el rey para disolver las Cortes y derogar la legislación gaditana.

235 Lewin B. Bowring. (ed.), Autobiographical recollections of Sir John Bowring, London, 1877, p. 101. 236 Íbidem. 237 Para ampliar sobre esta interesante figura, sobre sus otros viajes a España o su carrera política, me tengo que remitir a G. F. Barle, An Old Radical and His Brood. A portrait of Sir John Bowring and his family, based mainly on the correspondence of Bowring and his son, Frederick Bowring. Janus Publishing Co, London, 1994; R. Hitchscock, “John Bowring, Hispanist and translator of Spanish Poetry” en J. Younings (ed.) Sir John Bowring, 1792-1872: Aspects of his Life and Career, Exeter, 1993, pp. 43-53. G. F. Bartle, “John Bowring: A Study of the relationship between Jeremy Bentham and the editor of his ‘Collected Works,’ en Bulletin of the Institute of Historical Research, University of London, XXXVI, Nº93, 1993, pp. 27-35.

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El regreso del rey tenía que poner un punto y final simbólico a la guerra, y resolver el conflicto planteado. El embajador británico, Sir H. Wellesley, siguió muy de cerca sus pasos y no se le pasaron inadvertidos algunos detalles. La comitiva del rey había entrado por Cataluña y no por Irún, desde donde pudiera haber seguido una ruta más directa hacia Madrid.

La situación en la capital quedaba a la espera de los pasos dados por el rey,

aunque los liberales ya habían comenzado a barajar todas las posibilidades. La posibilidad de un enfrentamiento abierto podía convertirse en una realidad. El General Samuel F. Whittingham, señalaba que esas disputas podían degenerar rápidamente en una guerra civil:

“I fear much that disputes will occur between the King and the Cortes, which

may lead to a civil war: or at least to differences, which the Corsican may know too well how to avail himself of. All will depend upon the class of men in whom the King may place his confidence, God grant that he may choose well.”238

Si H. Wellesley recomendaba que el rey debía prestar juramento a la

Constitución, aunque no nos aclaró si expresó esta opinión a alguna de las autoridades españoles, a aquellos como José Palafox más próximos al rey. Se sintió más preocupado al conocer la noticia que generales británicos estaban junto a las tropas que acompañaban al rey por su periplo por tierras españolas.

Fernando VII, había decidido no ir directamente a Madrid. Desde Barcelona

siguió su camino hasta Zaragoza. En esa ciudad el rey conoció a Whittingham. El oficial británico explicó su encuentro en una carta a un familiar. La entrada en la capital aragonesa fue triunfal, y dejó muy clara su actitud hacia las Cortes. Su rechazo era completo, aunque siempre se justificaría diciendo que había hecho ese viaje para conocer la opinión real de sus súbditos sobre el texto constitucional. Whittingham señalaba que no hizo ninguna declaración favorable a ese texto y que esos comentarios no hacían más que aumentar su popularidad entre el pueblo:

“But if the marks of joy and exultation were strong beyond measure at the

King’s return the expressions of dislike and detestation of the Constitution were not less general and strong; and His Majesty, from his entrance into Aragon till his arrival at Madrid, never heard any language that could induce him for a moment to believe that the Constitution had merited the approbation of his subjects.”239

238 Samuel F. Whittingham, A Memoir of the Services…, p. 229. 239 S. F. Whittingham, op. cit, p. 230. [“Major-General Whittingham to his Brother-in-law, Richard Hart Davis, M.P. by Bristol, Madrid, 21st May, 1814.”]

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Al contrario, Whittingham señalaba que las Cortes habían atacado todos los estamentos de las clases respetables del país, y que habían dado muestra de su desconocimiento especialmente en el terreno fiscal al introducir una contribución única, parecida a la income tax británica con la que este general no estaría muy conforme, y que iba a tener unos efectos devastadores sobre los campesinos:

“In the fury of their republican zeal, the rulers of the Cortes has attacked,

openly in the most violent manner, the nobility, the clergy, and the army; and consequently had made the whole of these respectable classes their enemies. They had also, in the plenitude of their financial ignorance, done away with all the old duties, and revenues of Spain; and established, in stead, what they called ‘la contribución única y directa’; a tax exactly similar to our income tax. You will recollect with what reluctance this tax was admitted in England, although England from her commerce, interior and exterior, has so larger a circulating medium, that disbursements must be to her, compared with Spain, of little burden! You will easily, therefore, conceive the effect of such a tax on the Spanish peasantry, and to an extent sufficient to meet the whole expenditure of government.” 240

Fernando VII siempre alabó esas tropas por su disciplina y su disposición. Al

embajador, sin embargó, no le gustó que militares británicos intervienesen en los asuntos internos españoles, y la presencia de Whittingham en la entrada del rey en Zaragoza le incomodó. El propio embajador decidió negociar directamente con el rey y se dirigió hacia Valencia en los primeros días de abril, ciudad hacia la que también se dirigía el rey. Fue testigo del efusivo recibimiento que la población valenciana dispuso a la llegada del rey el día 16.

En esa ciudad el embajador fue recibido por el rey en que reconoció los

esfuerzos realizados por los británicos durante la guerra. A Valencia también se acercaron el Ministro de Estado, Luyando, y el presidente del Consejo de Regencia, el Cardenal Borbón. El rey les manifestó su disposición a no respetar ni la Constitución, ni las decisiones del Consejo de Regencia ni los decretos de las Cortes que exigían el juramento de la Constitución.

En Valencia se estaba gestando el golpe de Estado que iba a acabar con el

régimen liberal, ya que el rey buscó la complicidad del pueblo y el apoyo directo de generales como Elío, que reforzaban a aquellos personajes como el duque de San Carlos que formaban parte de su círculo más íntimo. Esa actitud desafiante legitimaba a las Cortes a adoptar las medidas defensivas necesarias.

240 Íbidem, pp. 231-232.

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Pero, los generales que apoyaban al rey pensaban que las Cortes no les podrían presentar ninguna oposición efectiva. La situación era muy comprometedora, porque la tensión entre ambos bandos había estallado plenamente, y había dejado en una posición difícil, si no aislada, a sir H. Wellesley. Su poder de influencia era casi nulo, ya que Fernando VII y sus apoyos, aunque lo habían tratado cordialmente, lo tenían casi por un enemigo, por alguien adverso a los pasos que estaban dando. Sir H Wellesley siguió la línea de no comprometerse con ninguno de los dos bandos, siempre muy atento a los movimientos del rey. Sin embargo, al ser una situación tan extremadamente complicada, necesitó pedir urgentemente el envío de instrucciones del gobierno.241

Una de las justificaciones que dio el monarca para actuar de este modo fue el

amplio rechazo a la Constitución y a todo el nuevo régimen. Tras su entrada en tierras españolas, se había mostrado favorable a jurar ese texto, pero al conocer el rechazo que suscitaba entre el pueblo su deber como monarca era derrocar las Cortes y derogar la Constitución. Cuando regresó a Madrid, el duque de San Carlos le aseguró que las Cortes serían finalmente convocadas, con una representación adecuada de la nobleza y del clero, para consolidar la nueva situación política:

“The Duke of San Carlos said that the new Constitution would be such as would

do justice to the liberal ideas of the king, and would not fail to meet the wishes of the people. That none of the institutions which were oppressive or odious to the people would be restored, and that another Legislative Body would be established to be elected from the nobility and the higher orders of the Clergy.”

El embajador se mostraba muy pesimista porque ya no escondían sus intenciones

de un acto de fuerza que cambiase la situación. Las promesas que había recibido eran vagas y no le podían contentar. El rey llegó a buscar el apoyo tanto del embajador como de Wellington, pero el embajador recordó su posición de neutralidad en los asuntos internos y que su hermano se encontraba en Francia tras el final de la guerra. 242

El momento decisivo se produjo con el golpe de estado del 4 de mayo que

suponía tanto el principio del fin de la experiencia liberal como la restauración del absolutismo y del Antiguo Régimen. En la ciudad de Valencia el General Elío, capitán general de esa provincia y comandante del segundo Ejército, protagonizaba un golpe, mientras que en Madrid el general Eguía iniciaba la detención de muchos liberales en la noche del 10 al 11 de mayo. El primer acto fue publicar un decreto en que se declaraban nulas todas las medidas de las Cortes. Suponía el final legal de la Revolución y del régimen liberal que no había conseguido desarrollarse.

241 PRO FO 72/160: From Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Valencia, April 19th, 1814. 242 PRO FO 72/160: From Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Valencia, April 24th, 1814. Es el ultimo despacho que el envía el embajador antes del golpe de Estado.

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Los británicos tuvieron un papel ambiguo en todos estos hechos. El General Whittingham participó activamente en este golpe de estado. Esa actitud iba en contra del posicionamiento que había defendido durante esos días el embajador. Tras el pronunciamiento, y fracasadas las primeras negociaciones con el nuevo ministro de Estado, el duque de San Carlos, sólo lamentó la participación de Whittingham en esos hechos.

El editor del volumen de las memorias de Whittingham, su hijo Ferdinand, se

preguntó si su padre erró en su apoyo decidido al soberano. Sólo recuerda tanto la popularidad del monarca, la poca movilización popular que suscitó su detención, y el apoyo de Wellington a estos hechos. Su padre nunca dudó del apoyo prestado.

En sus impresiones autobiográficas Whittingham intentó limitar su participación

en el golpe y justificar su apoyo por los motivos ya señalados. Intentó alejarse de los hechos que se produjeron después. Comentaba que la Constitución tenía elementos positivos, y otros que se tenían que reformar. Pensaba que el rey tenía primero agradecer a las Cortes los servicios prestados, y después hacer pública su intención de convocar las Cortes a la antigua usanza, y de disolver las Cortes de aquel momento.243

La figura de Whittingham ha sido ampliamente descuidada por la historiografía

española, como señaló Leopoldo Stampa Piñeiro, por este apoyo a Fernando VII. Este militar mantuvo la relación con España hasta 1819, tras ocupar durante tres años el cargo de agregado militar de la embajada británica. En ese periodo pudo ver las consecuencias de la restauración del absolutismo. Whittingham fue consecuente con la lealtad al rey que había declarado, pero aunque no podía esperar los acontecimientos posteriores, sí era responsable de los actos en los que participó. Si Stampa piensa que su ingenuidad fue su principal error, podemos añadir otro: su conocimiento de la realidad española durante esos años, a pesar de estar en el país desde 1808, era deficiente, porque había unas diferencias marcadas entre las posiciones de los serviles y los liberales. 244

Whittingham, y los protagonistas del golpe de estado podían creer que contaban

con el apoyo de Wellington, pero el comandante británico procuró no expresar nada que contradijese la posición planteada por su hermano embajador. Wellington no apoyaba el absolutismo, porque no encajaba con sus ideas políticas plenamente tories, pero tampoco comulgaba con lo aprobado en Cádiz. Como comandante en jefe de las tropas españolas, siguió con atención los acontecimientos, la participación militar en los hechos, y la reacción de aquellos oficiales que habían servido bajo su mando y que se

243 S. F. Whittingham, op. cit., pp. 243-248. En este volumen estas impresiones aparecen bajo el título de Recollections. 244 Leopoldo Stampa Piñeiro: “El General Whittingham: La Lucha Olvidada (1808-1814)”, en Revista de Historia Militar, Nº83, 1997. pp. 145-147.

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encontraban en España. Había conseguido apartar a los oficiales españoles que le habían acompañado a Francia de las preocupaciones de los asuntos domésticos.

El último paso que acabó de imponer el cambio era el regreso del rey a Madrid,

que se produjo a mediados del mes de mayo en medio del entusiasmo popular. El 11 de mayo se encontraba el soberano con su cortejo en Aranjuez, donde permaneció un día y desde donde se dirigió hacia Madrid en medio de caminos llenos de los habitantes de las poblaciones cercanas que mostraban abiertamente su alegría por su vuelta. La entrada en Madrid aún era más extraordinaria, con toda la población en la calle expresando sus sentimientos por el regreso del legítimo soberano:

“The manner which the King was received surpassed the expectations of those

who were best acquainted with the loyalty of the Inhabitants of this city and who had witnessed the joy which had been excited by the intelligence of his arrival upon the Frontier. In the course of his progress to the Capital, as well as in his receptions yesterday, the most gratifying proofs have been afforded to the Majesty that his long captivity and the miseries to which the Country has been exposed during the period of its usurpation by the French have abated nothing of the affectionate attachment of the admirable People tot heir lawful Sovereign.”245

Y en esos días se produjeron todos los cambios políticos e institucionales que

ese regreso implicaba. En Madrid se habían cerrado las Cortes, acusándolas de haberse reunido de forma ilegal y se había derogado toda la legislación que habían aprobado. Los líderes habían sido detenidos y encarcelados, y sólo unos pocos habían conseguido escapar iniciado el camino del exilio. Otras autoridades políticas madrileñas también habían sido detenidas, mientras que a los miembros del último de Consejo de Regencia se les había obligado a marchar a su último destino, es decir, el Cardenal Borbón pudo volver a Toledo, Agar a El Ferrol y Ciscar a Cartagena. Estos dos regentes fueron juzgados finalmente en diciembre de 1815, cuando fueron declarados culpables y el rey les impuso la pena del destierro.

Esas actuaciones también se habían iniciado en las provincias con la detención o

sustitución de todas las autoridades nombradas por las Cortes o la Regencia. Sir John Hunter, uno de los agentes británicos que estuvieron en España durante en la guerra y que se dirigía a la capital para ocupar el cargo de cónsul general para el que había sido recientemente nombrado, estaba en La Coruña cuando llegaron las noticias de esos cambios y observó las celebraciones de la ciudad por el regreso del rey.246 H. Wellesley confirmaba las pocas resistencias que hallaron en las provincias. Los cambios afectaban al gobierno con el nombramiento de nuevos ministros.

245 PRO FO 72/160: From Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, May 15th, 1814. 246 PRO FO 72/162: From Sir John Hunter to William Hamilton, Corunna 17th May 1814.

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Todos esos cambios suponían una vuelta inicial a antes de 1808. H. Wellesley siempre pensó que el rey actuó imprudentemente y mal aconsejado, y por eso permaneció expectante a la espera de sus pasos. Las promesas de libertad del soberano a sus súbditos las consideró vagas y poco creíbles, al igual que las de un gobierno moderado. No encajaban con el propósito que había tenido el golpe de Estado, que no olvidaba que había derrocado unas instituciones legalmente reunidas, por mucho que el rey declarase ilegal su reunión.

Otra de las promesas iniciales del rey era la reunión de unas nuevas Cortes, pero

bajo los antiguos usos de las Cortes castellanas. No se planteaba la adaptación a las nuevas circunstancias ni que ello implicase reformas profundas de la estructura del país. Esa promesa nunca la realizaría, y el propio embajador tuvo que reconocer ya en 1815 que esa nueva reunión nunca se iba a producir.

Hubo otra visión de las primeras semanas en España tras la restauración

fernandina, la de Wellington. Cuando se produjo el golpe de Estado se encontraba en Francia, y conociendo las primeras noticias y las primeras decisiones de las nuevas autoridades españolas, tomó las decisiones oportunas para mantener inactivas las tropas españolas bajo su mando. Por último, decidió ir a España, estando en Madrid entre el 25 de mayo y el 2 de junio.

Sus recomendaciones las expresó en un memorándum que presentó al rey. En el

terreno militar aconsejaba la retirada de las tropas españolas bajo su mando que ocupaban territorio francés y la no exigencia de compensaciones territoriales. Políticamente optaba por un gobierno moderado y la redacción de una nueva Constitución. En política exterior recomendaba el mantenimiento de la alianza con Gran Bretaña y la no renovación de los Pactos de Familia con Francia. Señalaba además que España se tenía que centrar en resolver el tema colonial, recuperar su comercio y su sistema financiero y recuperar la confianza internacional en el gobierno español. Estos consejos, bastante prudentes, no fueron atendidos por el rey. Finalmente, el 13 de junio de 1814 dimitió del cargo, sin grandes estridencias, una vez que había vuelto ya a territorio francés. 247

La restauración tuvo otra cara que los británicos no dejaron de señalar al saber

rápidamente de la detención de los liberales por toda España. La represión contra los liberales empezaba de forma muy dura con detenciones arbitrarias, encarcelamientos o el exilio de aquellos que habían conseguido escapar. Esos actos fueron vistos por los

247 “From Wellington to the Duque of San Carlos, Mondragon, 21st May, 1814, pp. 25-26”; Memorandum to the king,” WD, Vol. 12th, pp. 40-45; “From Wellington to H. C. M, the King of Spain, à Bordeaux, ce 13 Juin, 1814”, op. cit. pp. 57-58; “From Wellington to His Excellency the Minister of the War, Madrid, à Bordeaux, ce 13 Juin, 1814”, op. cit. p. 58;

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británicos como unos actos crueles y llenos de resentimiento por parte de un rey, que así recompensaba a aquellos que lo habían defendido fervorosamente en el bando patriota.

Esta situación causó una honda preocupación en Inglaterra, no olvidándose

fácilmente.248 Condujo que dos hombres tan distintos en su ideología como Wellington y Holland tuviesen la misma reacción e intentasen interferir para pedir la liberación de diferentes personajes.

Wellington era el único de los dos que había tenido un contacto directo con la

realidad española de esas semanas. En Madrid pudo comprobar tanto la popularidad de la detención de los liberales, hecho que no le sorprendía, como intuir futuras intenciones del soberano:

“You will have heard of the extraordinary occurrences here, though not

probable with surprise. Nothing can be more popular than the King and his measures, as far as they have gone to the overthrow to the Constitution. The imprisonment of the Liberales is thought by some, I believe with justice, unnecessary, and it is certainly highly impolitic, but it is liked by the people at large.

Since the great act of vigour which has placed Ferdinand on the throne,

unshackled by constitution, nothing of any kind has been done, either for the formation of a new system, or for other purpose, and, as far as I can judge, it is not intended to do any thing.”249

Tras el golpe de estado, su principal preocupación había sido la reacción de los

generales que había habido a su mando, su posicionamiento político. Una de sus últimas actuaciones antes de dimitir fue pedir el ascenso para el general Miguel R. Álava como recompensa a sus servicios. Así describía su lucha junto a él en los cuarteles generales británicos:

“This officer has for the last four years been employed at the British head

quarters, as an agent on the part of the Spanish Government; and I am happy to have to report that he has not only performed his duty by his own Government in a manner highly meritorious and deserving their approbation; but that, by this conduct, he has conciliated the regard of myself, and of all the principal officers of the army, and the good will of all.

248 En una moción presentada en el parlamento en febrero de 1816 por el parlamentario Henry Brougham se llegó a pedir que el rey intercediera ante Fernando VII para la liberación de estos presos. La moción fue finalmente rechazada. En PD, Vol. XXXII, pp. 578 – 618. 249 “From Wellington, to Sir Charles Stuart, Madrid, 25th May, 1814,” WD, Vol. XII, p. 27

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He has been present nearly in every action of the war, and has been twice wounded; and in every situation has been a credit to the Government which employed him, and to the country to which he belonged.” 250

Las circunstancias políticas habían cambiado radicalmente, pero el general

Álava no era un general que pudiese ser acusado de simpatías liberales. Su detención preocupó a Wellington, pero la tenemos que relacionar con los conflictos en las instituciones alavesas tras la restauración del Antiguo Régimen. Absuelto, Álava participó en la batalla de Waterloo al formar parte de los cuarteles generales de Wellington. 251

Sir H. Wellesley protagonizó un caso parecido. Como embajador no sólo

informó de las detenciones, sino que discutió el tema oficialmente con el duque de San Carlos, quien le aseguró que esos detenidos iban a ser juzgados legalmente. El embajador lamentó la detención de José Luyando, el último ministro de Estado previo al cambio de gobierno. Ese ministro había sido siempre receptivo a las opiniones del embajador, que había tenido en cuenta esto.

Su interés por Luyando se lo expresó a San Carlos, que le respondió que no

podían atender peticiones personales y que esa detención había sido necesaria para evitar que fuera víctima de la furia del pueblo. El embajador defendió a Luyando, exponiendo que se trataba de un simple capitán de fragata puesto en un lugar que no le era adecuado, pero había sido conducido detenido desde Valencia a Cartagena. Esperaba que el rey fuese clemente y volviese a recuperar la confianza en él. 252

Pero fue Holland quien mostró mayor preocupación por las detenciones

ocurridas en España tras el golpe de estado, y se convirtió en el principal valedor de los liberales españoles. A lo largo de toda la guerra se había interesado por los asuntos españoles y no fue menos en 1814. Le entristeció la detención de liberales como Manuel Quintana, que le preocupó especialmente, y de otros personajes, a quienes había conocido en sus viajes por España. Esa preocupación se reflejó en su correspondencia, pues en las cartas que trataban los asuntos españoles durante esos meses predominaba el pesimismo y el tono grave.

250 “From Wellington to his Excellency the Minister at War, Madrid, Bordeaux, 13th June, 1814”, WD, pp. 58-59. 251 Esta preocupación en 1814 quedó reflejada en una carta que envió a Fernando VII personalmente, y que hemos encontrado una copia en los Holland House Papers: BL. Holland House Papers, Add. Mss. “Wellington à sa majesté, Paris, 22 Octobre, 1814”. Sobre Álava, Holland también le dedica unas páginas en Foreign Reminiscences, pp. 156-159. 252 PRO FO 72/160: From Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, May 15th, 1814. Envió adjunto un documento titulado “List of Persons arrested at Madrid on the 10th and the 11th May 1814,” en que figuraban nombres como Muñoz Torrero, Argüelles, Canga Argüelles, Villanueva, o Martínez de la Rosa.

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Holland intentó interferir ante las autoridades españoles para liberar a sus amigos españoles o presionar para que mejorasen sus condiciones de encarcelamiento. No dudó en acudir a sus amistades que habían apoyado a los serviles como el duque del Infantado. Lo consideraba su amigo, y en el tiempo que fue embajador fue recibido muy cordialmente en la Holland House. Lord Holland esperaba que pudiese obtener algún resultado a través de esa influencia. Pidió específicamente que se le permitiese abandonar a Quintana el país, aunque era una medida arriesgada:

“Mais aujourd’hui, mon cher Duc, je vous conjure au nom de notre longue

amitié de vous interférer pour mes amis intimes pour des hommes dignes d’une autre sort pour des particuliers… mais qui n’ont commis aucun crime que celui d’avoir voulu servir leur patrie.”253

Holland recordaba su compromiso desde el primer momento con la causa

patriota, y calificaba la actitud del rey de desagradecida y vengativa. Infantado respondió que no podía hacer nada al respecto. La amistad y la correspondencia entre ambos quedaron truncadas tras esa carta.

El tema del encarcelamiento de esos políticos liberales y de las duras

condiciones en que vivieron reaparecieron años más tarde en sus memorias, en las que describía sus impresiones sobre esas detenciones y las visiones que le habían llegado. Todo configuraba un panorama muy sombrío y desolador:

“He [en este caso, Argüelles] was afterwards exposed to the severer trials of

adversity; and, notwithstanding his delicate health, he bore the sufferings which the inhuman and ungrateful Ferdinand inflicted on his benefactors and supporters, with equanimity and fortitude. For eighteen months was he immured in the unwholesome atmosphere of a prison, within the guard-house of Madrid, deprived of books, pen and ink, and nearly of light, and debarred from all intercourse but with his gaolers; unconscious of all that was passing about him except the riot and drunkenness of the soldiery, the occasional remonstrances of his fellow-sufferers, Martinez de la Rosa and Manuel Quintana, who were the tenants of similar adjoining rooms, and one occasions the festivities of the King himself, who had the brutality to give a banquet over the dungeons, or at least within the hearing of the victims of his cruelty. Arguelles was afterwards removed to a fortress on the coast of Africa, Melilla. The comparative mildness of his treatment there was to be attributed to the sympathy of the garrison, the humanity of the governor, and the intercession of his friends, not to any remorse in Ferdinand.”254

253 BL, Holland House Papers, Add. Mss.51622. Holland à Infantado, Holland House, 24 Juin, 1814. 254 Lord Holland, Foreign Reminiscences, pp. 149 – 150.

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El tema de los detenidos españoles llegó al Parlamento británico en diferentes ocasiones. La primera discusión se produjo en la sesión de 1815. El cónsul británico en Cádiz, sir James Duff, había informado a las autoridades gibraltareñas de la llegada de cuatro liberales españoles destacados, pero el gobernador de la plaza tendría que decidir sobre su residencia. Estos cuatro personajes eran, en concreto, el capitán Correa, Antonio Puigblanch, autor del texto La Inquisición sin máscara, Miguel Cabrera, autor de artículos en Duende de los Cafés, y otro personaje, del que solamente nos daban el apellido, López, pero que también escribía artículos en ese diario gaditano y en similares. 255 El gobernador de Gibraltar había decidido entregar a las autoridades españolas esas cuatro personas, que se habían refugiado en aquella plaza, con la excusa de haber entrado ilegalmente, bajo la aplicación de la Aliens Act.

Ese asunto provocó que el diputado whig Samuel Whitbread, presentase una

moción contra el gobierno, responsabilizándolo de la actuación de sus funcionarios. Whitbread acusó a Duff, y al general Smith, gobernador de la plaza de Gibraltar, de incumplir la ley, lo que precipitó la devolución de esos cuatro personajes a territorio español. Esa moción parlamentaria y el debate generado en torno a ese tema, reflejó el interés que suscitó en Gran Bretaña, vehiculado por un destacable rechazo a los comportamientos arbitrarios que hubo tras la restauración absolutista, aunque la moción fue finalmente rechazada. 256

Esta moción fue seguida de otras, en que se pedía la intercesión real por esos

encarcelados. H. Brougham, un joven diputado whig, próximo al círculo de los Holland, presentaba en febrero de 1816 otra moción al respecto en la House of Commons. En ella ese diputado recordaba la actuación del rey, la participación de generales británicos, la posibilidad que se hubiesen utilizado los subsidios británicos en el golpe de Estado, o el duro confinamiento de los detenidos. Castlereagh fue el miembro del gobierno que a ese diputado, quien en ningún momento quiso excusar la actuación de Fernando VII, de quien afirmó que el derrocamiento de las Cortes era uno de sus objetivos nada más entrar en territorio español, pero sí intentó limitar las responsabilidades británicas. Acusó a las Cortes de haber desarrollado una legislación jacobina que habría legitimado al rey a actuar, y justificó los subsidios españoles, negando el uso expuesto por H. Brougham. Por último, añadió que las Cortes estaban dispuestas a quitar el mando de las tropas a Wellington. Brougham y los diputados que le apoyaron, replicaron señalando que ese comandante era un ejemplo de intervención ante las autoridades españolas para liberar a uno de los detenidos, y que las autoridades británicas podían

255 PRO FO 72/162. From Sir James Duff to John Stedman, Esquire, Secretary at Gibraltar, Cadiz, 16th May 1814. En esta caja encontramos toda la correspondencia de Duff y las autoridades españolas. 256 “Mr. Whitbread’s Motion for an Address respecting certain Spanish Subjects sent from Gibraltar to Cadiz, March 1st 1815”, PD, vol. XXIX, pp. 1126-1166.

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haber presionado en ese tema en posteriores negociaciones. La moción fue finalmente rechazada. 257

El proceso legal contra los detenidos fue largo, ya que no había formalmente

leyes que cubriesen sus supuestos delitos. A su vez, Henry Wellesley informó de lo siguiente:

“…because I have learnt from a confidential source that an official report had

been made directly to the King without the knowledge of the Ministers by Mr Arias Prado, President of the Criminal Chamber of the Council of Castille, declaring that after due examination, no crime could be alleged against the persons arrested upon which they could be legally arraigned, and recommending therefore that His Majesty should order them to be set at liberty.” 258

Fernando VII resolvió el tema personalmente con el decreto del 15 de diciembre

de 1815.259 Por aquellas fechas, ya se habían producido todos los cambios que restauraban su poder absoluto y el organigrama institucional de la Monarquía incluyendo el Consejo de Castilla presidido por el duque del Infantado, y el Tribunal de la Inquisición, que se restauró por real decreto el 22 de julio. Esta última decisión sirvió al embajador para señalar la debilidad personal del monarca, que se dejó convencer por los partidarios de la restauración de esa institución, a pesar de estar inicialmente en contra y del revuelo popular que había tras conocerse el rumor de esa noticia. 260

El rey había resuelto definitivamente el conflicto político que atravesó la España

de la Guerra de Independencia. Su opción había sido restaurar la monarquía absoluta, una vuelta a la situación anterior a 1808. Fernando VII, con todos sus apoyos y complicidades, acabó con la primera experiencia liberal española. Sin embargo, había abierto una nueva etapa con su acción. Había proporcionado a los liberales su nueva arma: el pronunciamiento. Iban a utilizar la experiencia militar y política conseguida durante los años de la guerra para recuperar el poder mediante esa acción. Los primeros pronunciamientos ya se produjeron en 1814. En 1820 ocurrió el pronunciamiento victorioso, que dio paso al Trienio Liberal, acabando con la primera restauración fernandina.

Esta nueva etapa también significó un cambio en la relaciones entre españoles y

británicos. Diplomáticamente, pasaron de ser aliados a una posición más distante y reservada. Sir H. Wellesley tuvo que adaptarse a las nuevas autoridades españolas y los problemas no tardaron en llegar, ya que el embajador encontró unas autoridades poco 257 “Mr Brougham’s Motion relating to Spain,” PD, Vol. XXXII, pp. 578 – 618. 258 PRO FO 72/160, From Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, August 25th, 1814. 259 Artola, Miguel, Los Orígenes de la España Contemporánea, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1959, p. 638. 260 PRO FO 72/160: From Sir Henry Wellesley to Viscount Castlereagh, Madrid, July 6th, 1814

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receptivas. Su correspondencia diplomática se convierte en la principal fuente documental para estudiar la relación de ambas Monarquías durante esos seis años. Fue un periodo más oscuro, con contactos muy limitados, ya fuese por la falta de viajeros británicos en esos años por España, o por la poca presencia de españoles refugiados en Gran Bretaña, si lo comparamos con el número de exiliados que hubo durante la segunda restauración absolutista tras el fracaso del Trienio. Suponía un nuevo acercamiento entre ambos países, un acercamiento británico a la causa española. Pero muchas cosas habían cambiado.

Este nuevo orden de cosas produjo otro cambio respecto a España, la vuelta a la

popularidad de la causa española. Ahora ya no se luchaba contra un invasor extranjero sino que la lucha por sus libertades se libraba contra un monarca absoluto y sus apoyos que habían dado ese golpe para eliminarlas. Era el nuevo tirano. Eso introducía un elemento diferenciador con la guerra, que convertía la causa española en respetable, romántica, heroica, revolucionaria o rechazable según la óptica que se mirase. Muchos de los que ya habían apoyado a los españoles durante la guerra mantuvieron ese apoyo, y otros lo recuperaron por esa diferencia, que había renovado el interés.

Una carta con la que finalizaremos este capítulo sirve de ejemplo para unir estas

dos posturas. La enviaba desde Lisboa Lord John Russell, ya diputado por Tavistock y que regresaba de un viaje por tierras italianas, llegando a visitar la isla de Elba donde se entrevistó con Napoleón Bonaparte, a Francis Horner. Russell le contaba las noticias que le llegaban de España y de forma un poco ingenua reflejaba sus esperanzas por el pronto éxito de esa causa que tanto había amado y que corría momentos difíciles:

“I can give you but little news from this place of the state of Spain … All letters

are opened, but persons here have got accounts by the hands of peasants that the party of the Cortes is formidable and may be expected to succeed.”261

261 “Russell to Francis Horner, Lisbon, October 28, 1814”, Rollo Russell (ed.), Early Correspondence of Lord John Russell, 1805-1840. Vol.1, T Fisher Unwin, 1913, p. 180.

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7. CONCLUSIONES

A lo largo de toda esta investigación, hemos pretendido acercar la visión que se desprende de las fuentes británicas de todo el proceso de trasformación política, legal e institucional que se desarrolló en España, coincidiendo con la guerra de Independencia. Nunca hemos de perder de vista esta doble situación y que esta investigación es una construcción parcial del pasado ya que los británicos no siempre fueron conscientes que esos cambios que observaban, iban a conformar todo un proceso revolucionario.

Los británicos se sintieron poderosamente atraídos por la causa española nada

más conocer el estallido de la insurrección española, tanto por motivos personales como por las ventajas militares que podía suponer para su país. Para algunos, la guerra contra el invasor era el objetivo de esa causa, aunque otros pensaban de una forma menos tangible, pensando que el objetivo era la defensa de las libertades en España y que eso podía dar paso a trasformaciones políticas. Otras opiniones no olvidaron la situación de vacío de poder que había habido en España, así como la temporalidad de sus autoridades políticas, y expusieron el temor a cualquier radicalización jacobina en España. No obstante, se asentó un compromiso que perduró a lo largo de los seis años a pesar de las difíciles relaciones entre ambos aliados.

Esos momentos iniciales son fundamentales porque fueron momentos confusos

que permiten diferentes lecturas historiográficas. En aquellos momentos podían dudar si vivían una situación revolucionaria, ya que el poder pasa de estar en manos de un monarca a ser recogido por las Juntas a pesar que sus miembros fuesen la mayoría de las clases dirigentes tradicionales. Sin embargo, su planteamiento era novedoso, pues incluía prerrogativas que nunca habían tenido instituciones similares.

La marcha de la guerra y la sensación de que los españoles estaban más preocupados por los cambios políticos que por derrotar al enemigo napoleónico causó intranquilidad entre los británicos. El apoyo a la causa española estuvo lleno de altibajos, con momentos de gran entusiasmo en 1808, de decepción como tras el regreso a casa en 1809 de las tropas o de sentimientos más indiferentes en los últimos años de campaña.

Los militares no se mantuvieron al margen de esos sentimientos, ya que vivieron

en primera persona el fracaso o el éxito de esa causa, siempre atribuido a su relación con los españoles. W. Surtees fue un militar que participó en las campañas de Moore y en cuyas memorias reflejó el engaño que sentían por no encontrarse con un pueblo dispuesto a colaborar y el alivio por marcharse de ese país, todo mezclado con la añoranza de volver a su patria:

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“… to transport us to our native land, a place we sorely longed for, as we had often contrasted the happiness and security and comfort of our friends at home, with the poverty and misery we had lately witnessed in the country we were leaving; and this no doubt increased our anxiety for the change.” 262

Desde esos momentos, y hasta el final de la guerra, las opiniones británicas más

entendidas no dudaron en afirmar que los españoles se habían equivocado en su orden de prioridades y que sus sugerencias para esos momentos tan delicados no fueron atendidas, ni las medidas que urgían fueron puestas en práctica de forma inmediata.

Aunque lord Holland y los otros observadores británicos no negaban a los

españoles la posibilidad de realizar cambios políticos o institucionales, que asegurasen la instalación de un régimen de libertades en el país, creían que en un primer momento se tenían que limitar a los abusos generados por la monarquía borbónica o a impulsar una administración más eficiente. Dudaban que el momento que vivían fuese el más adecuado para impulsar y desarrollar un amplio programa reformista o revolucionario, porque su prioridad tenía que ser la guerra.

Esta equivocación de prioridades enlaza con su visión de las decisiones políticas

y de las medidas que tomaron los españoles durante esos años, porque ese orden de prioridades suponía tomar una dirección con muchas implicaciones. Desde una óptica británica sus decisiones fueron desacertadas o tardíamente tomadas, lo que redundaba en el debilitamiento de la posición de los españoles frente al invasor.

Los comentaristas británicos pensaron que sus decisiones se tenían que centrar

en el terreno militar, en una mejor gestión del esfuerzo bélico. Una reorganización más racional de las tropas o la creación de toda una red de depósitos para almacenar los recursos incidirían en el desarrollo de la guerra, facilitando las relaciones con los británicos y eliminando los problemas habidos en las diferentes campañas.

Justamente las decisiones más urgentes en el terreno militar fueron las que se

tomaron más tardíamente, como un reflejo de las suspicacias que siempre hubo entre ambos aliados. Eran decisiones militares, pero poseían una carga política innegable. Ocurrió con simples decisiones de gran calado como que una guarnición británica se instalase en Cádiz y pasó con el nombramiento de un comandante en jefe de las tropas españolas. Los observadores británicos insistieron en la necesidad de ese nombramiento, pero muchos comprendieron que las autoridades políticas no querían dar

262 William Surtees, Twenty-Five Years in the Rifle Brigade, Mechanicsburg, Pennsylvania, Napoleonic Library, Greenhill Books, 1996, p. 95. El original es de 1833. Surtees formó parte en esta campaña de los regimientos al mando del General Robert Craufurd, que embarcaron hacia Inglaterra por el puerto de Vigo el 1 de febrero del 1809, no por el de La Coruña, donde lo hicieron las tropas de Moore.

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ese paso porque temían que un militar con demasiado peso podía comprometer las reformas y acabar con su poder.

Esa tardanza también era una crítica a sus decisiones políticas, en especial las

dirigidas al modo de formar una autoridad central. Los británicos siempre pensaron que se tenía que haber nombrado un Consejo de Regencia. Aceptaron el esquema de la Junta Central porque conseguían el interlocutor esperado que aglutinase las voces de las Juntas provinciales.

Otro factor a añadir es el incumplimiento las expectativas depositadas en una

determinada medida. El caso de las Cortes y el Consejo de Regencia y sus relaciones vistas por los comentaristas británicos se convierte en el mejor ejemplo. Estos comentaristas sabían que la demanda de reunión de Cortes se había planteado ya en 1808 y siguieron todo el proceso preparatorio impulsado por la Junta Central. Al mismo tiempo, apareció la demanda de la creación de un consejo de regencia, pero muchos observadores considerador que la Junta Central Muchos sólo dio ese paso en un momento desesperado de avance de las tropas napoleónicas sobre Andalucía y tras asegurarse el compromiso de los nuevos regentes de respetar su convocatoria.

El problema llegó cuando regencia y Cortes tuvieron que coexistir. Los

británicos no tardaron en darse cuenta que la reunión de las Cortes provocó que el Consejo de Regencia no acabase de consolidarse como poder ejecutivo, y que su posición comenzó a quedar subordinada.

Los británicos entendieron entonces que el poder ejecutivo recaía en las Cortes,

aunque formalmente había una institución que lo detentaba. Habían intentado influir en conseguir consejos de regencia más próximos a sus intereses, cuando percibieron, en especial, sir H. Wellesley, que su verdadero interlocutor eran las Cortes. Entonces se comenzó a sondear a los diputados anglófilos para que la política de la Cámara no fuera tan hostil, llegando a conseguir el nombramiento de Wellington como comandante en jefe de las tropas españolas. No se esperaban, sin embargo, todos los problemas que hubo derivados de la ostentación de ese cargo en la campaña de 1813.

Ellos mismos habían visto la reunión de las Cortes como una decisión acertada,

porque esperaban que se tomasen las decisiones exigidas para la guerra, y se encontraron con que su mayor preocupación estaba centrada en una amplia reforma política. Esto hizo que se acercasen con mucha cautela a toda la legislación allí aprobada, y más cuando la aprobación del decreto de soberanía nacional confirmaba sus peores temores de radicalización.

Otra prueba se la prestó la Constitución del 1812, que generó muchas opiniones

contrarias por los observadores británicos, para quienes presentaba una serie de

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elementos radicales tales como la unicameralidad, no asegurar un espacio político para la aristocracia y para la Iglesia, o un poder ejecutivo muy controlado. No tardaron en buscarse los parecidos con las distintas constituciones revolucionarias francesas.

Incluso la medida que más apoyos podía generar entre los británicos, la

disolución del Tribunal de Inquisición, se consideró inadecuada en 1813, porque suponía plantear un conflicto en el seno de los patriotas en un momento decisivo de la guerra, cuando las rencillas de los bandos podían comprometer el desarrollo del conflicto bélico.

Hemos hecho referencia a las instituciones y a las medidas que tomaron, pero

nos queda un tercer puntal para poder afirmar o no si los británicos asistieron a un proceso revolucionario. Me estoy refiriendo a las clases dirigentes, a esas clases que ocuparon puestos de máxima responsabilidad. La gran pregunta es si hubo cambio o no, pero como en todo proceso de cambio la respuesta se debe quedar a medias.

En esos seis años no hubo ni un cambio generacional ni importantes cambios en

la composición social de las clases dirigentes. Es el elemento que podría poner más en cuestión la existencia de una revolución, porque la situación de vacío de poder, de caída de las estructuras de la Monarquía y el retorno de la soberanía al pueblo implican todo un cambio potencialmente revolucionario y de esa situación se derivan todos los cambios posteriores, en una sucesión de hechos que se acaba en 1814.

Podemos afirmar que si bien no se produjo una renovación total de la clase

política, sí se pusieron las bases para ello, ya que repasando el personal político de las Juntas, de las Cortes, y de las nuevas autoridades provinciales hallamos algunas diferencias. Los británicos señalaron que en las Juntas y en la Junta Central destacaban algunos nombres por su experiencia política anterior, aunque la mayoría contaba solamente con experiencia administrativa. Era lógico que buscasen representantes con algún tipo de experiencia anterior.

En las Cortes hubo una destacable presencia de personas procedentes del campo

legal, mientras la de los representantes de los estamentos privilegiados era mucho menor. Pero su composición resulta algo engañosa. Más allá de la división en bandos (serviles, liberales, y americanos), tanto la figura del diputado suplente como la presión que ejercía la población gaditana, con un conjunto social excepcional en España, eran elementos que influían directamente en las decisiones que se tomaban en la cámara.

Y otro elemento que nos permite comprobar o no si hubo cambio en las élites

dirigentes es acercarse a los nombres que ejercieron el poder tras la restauración absoluta de Fernando VII. Se recuperaban nombres que no habían ocupado el poder desde 1808 al haber estado junto al rey cautivo, y algunos políticos serviles veían

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recompensados sus servicios con esos nombramientos. Pero todos quedaban a la voluntad del rey.

El tema de las élites dirigentes lo tenemos que ver en perspectiva, porque esos

seis años fueron unos años clave en su aprendizaje político como clases dirigentes en un nuevo régimen. Justamente el contacto con el exterior, en especial con la realidad británica, cambió sus puntos de vista en un momento en que deseaban recuperar el poder y habían optado por la vía insurreccional. Por eso prefiero dejar el tema abierto, señalando que los británicos sí detectaron una esperada ampliación de la clase política y que en su seno empezaba a haber signos de renovación, con una mayor capacidad de decisión y de capacidad de actuación. 263

Pero más allá de los interrogantes que puedo dejar abiertos que den pie a futuras

investigaciones y de reconocer que cualquier proceso histórico es una construcción historiográfica del pasado hecha por el investigador, no puedo dejar de señalar que los británicos sí estuvieron presentes ante una revolución. Asistieron a los primeros años de la revolución liberal, aunque que esos hechos políticos quedasen entremezclados con la guerra pudiesen ocultar su trascendencia. Ellos mismos nos dan más pruebas con lo que ocurrió con la causa española más allá de 1814.

Los británicos, por lo tanto, habían asistido a los intentos de asentar el régimen

liberal y por terminar la revolución, y lamentaron que no fuese posible el acuerdo entre los españoles y que el final viniese con la restauración absolutista y la persecución de los liberales. Esos años siguientes a 1814, sin embargo, no supusieron el final de la atracción española, porque en la sociedad británica había una gran multitud de combatientes dispuestos a mantener vivo el recuerdo de la lucha con la publicación de las primeras memorias militares. Otros defensores de la causa española se encargaron de recuperar su carácter respetable y justo tras saber las primeras consecuencias de la restauración absolutista, algunos de los cuales la envolvieron en el aura romántica que la acompañaría en las siguientes décadas. Estos defensores acallaban las voces de los que habían visto confirmada la radicalización revolucionaria, que no pudieron más que sentirse incómodos al conocer las condiciones en que se produjo la restauración y al estallar la controversia por la participación de oficiales británicos en el golpe de estado.

“I shall return to Spain before I see England, for I am enamoured of the

country.” Eran las palabras que Lord Byron decía a su amigo Francis Hodgson en 1809 tras visitar fugazmente España poco antes de embarcar hacia Oriente. 264 Las palabras

263 El tema de la visión de las élites políticas y de sus decisiones en las fuentes británicas está ampliado en “Decisiones equivocadas, decisiones tardíamente tomadas. La visión de los británicos de las clases dirigentes españolas y de sus decisiones políticas,” comunicación presentada al Congreso, Ocupación y Resistencia en la Guerra de la Independencia, (1808 – 1814), Barcelona, 5, 6, y 7 de octubre de 2005 264“From Lord Byron to Francis Hodgson, Gibraltar, August 6, 1809,” en Leslie A. Marchand (ed.); Byron’s Letters and Journals, Volume 1: 1798 – 1810, John Murray, London, 1974, pp. 216-217.

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no fueron proféticas, porque este poeta romántico jamás regresó a España, aunque reflejó el impacto que suscitó su visita y el encuentro de ese ansiado país exótico más cerca de casa. Otros británicos, románticos o no, sí participaron de ese renovado interés por España, alejado de la crítica vertida por los pocos viajeros del siglo XVIII y buscando en ese país nuevos paisajes y nuevos sentimientos. Las experiencias de la guerra sirvieron de catalizador para ese cambio, aunque hasta el Trienio los británicos no volvieron a viajar por las tierras españolas de forma masiva.

John Cam Hobhouse había sido el acompañante en el largo viaje de lord Byron y

la publicación de su libro de viajes le había abierto las puertas de diferentes círculos sociales, uno de ellos la Holland House. En junio de 1814 asistió a una de sus famosas reuniones en la que conversó durante la cena con Lady Holland sobre España. Así le explicaba las razones del fracaso de la política de las Cortes:

“At dinner I sat next to Lady Holland. She talked to me about Spain, and said

that the Cortes had acted so foolishly that their present fate was not to be wondered at. They had given no superior eligibility to the nobles or the clergy for their body, but only an equal share with the rest. They had copied the Brissotine constitution, without knowing the vast difference between the French and Spanish nations.” 265

En los mismos momentos de la guerra y de la revolución muchos de los

valedores de la causa española hicieron explícitas sus críticas sobre los acontecimientos españoles a sus diversos contactos españoles. Pero la crítica no ahogó el interés posterior por España. El intento de Fernando VII de volver a antes de 1808, como si nada hubiese sucedido, tuvo un efecto contraproducente e inesperado. En el exterior, muy especialmente en Gran Bretaña, los contactos con los pocos refugiados y sus propias experiencias provocaban un renovado interés por la causa española, por una causa que se presentaba justa y romántica, aunque algunos trataban de esconder que también revolucionaria. Suponía una nueva etapa, pero la experiencia anterior fue imprescindible para conformar la nueva vertiente de esa causa.

265 Lady Dorchester (ed.); Lord Broughton (John Cam Hobhouse), Recollections of a long life, Vol. 1(1786-1816). With additional extracts from his private diaries. London, J. Murray, 1909, pp. 143-144.

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8. FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

FUENTES PRIMARIAS

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- FO 185: Spain, Embassy:

FO 185/15: General 1808.

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FO 185/16: General 1809. - FO 519: Lord Cowley Papers:

FO 519/34: Semi-official and private correspondence of Sir Henry Wellesley to Lord Wellington.

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- Doyle Papers

Vol. 49605-7, Mss North c.13-15: Correspondence of Charles W. Doyle, 1808 – 1815, while aiding insurgents in Spain. Vol. 49608, Mss North d. 64: Copies of the letters to Lord Castlereagh and Edward Cooke, August 1808 – March 1809.

Vol. 49609, Mss North d. 65: Letter-book of General Doyle, containing copies of his letters and memoranda to the Spanish juntas, 1809-1810. Vol. 49612, Mss North c. 17: Papers relating to General Doyle’s mission to Spain, 1808- 1815. • British Library, Additional Manuscripts, Londres, Reino Unido. - Holland House Papers:

Add. Mss. 51622. General M. R. de Alava, 1814-1820; Duke and Duchess of Infantado, 1803-1815; A. de Argüelles, 1807-1834; F. Bauzá, 1807-1827. Add. Mss. 51624. Papers relative to Spanish affairs, 1806-1808. Add. Mss. 51625: Papers relative to Spanish affairs. January 1809- July 1810. Add. Mss.51626. Papers relatives to Spanish affairs, August 1810 – November 1819. Add. Mss. 51645: José Maria Blanco White, 1807-1840. Add. Mss. 51677: Lord J. Russell (Earl Russell) with Lord Holland, 1809-1840.

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