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C apítulo iii LA IMÁGEN DE LOS VEINTE

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C a p ít u l o iii

LA IMÁGEN DE LOS VEINTE

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Un p e r í o d o c l a v e

Los cambios y los descubrimientos técnicos de una época se tornan en imagen cotidiana para sus sucesores; sin embargo, lo que nos parece hoy común y silvestre en todos los órdenes de la vida tuvo un comienzo y esa primera vez, o primeras veces, ese comienzo asombraba a la gente, la impactaba. ¿A quién podría deslumbrar hoy ver un bombillo colgado de un posteé Ciertamente a nadie pero en los años 20, cuando se empezaron a instalar faroles en las esquinas de Bogotá, la gente se arremolinaba por la noche para ver el espectáculo, aunque la luz eléctrica en otros lugares del mundo estuviera iluminando hacía más de 30 ó 40 años. ?Y qué decir de una emisión de radio como la que se estrenó en 1925¿ ? 0 de esa especie de vagón movido con electricidad llamado tranvía^ Y así fue con el avión, el primero de los cuales llegó en 1921, el automóvil, que se “popularizó" dejando atrás los románticos coches de caballo o las primeras pavimenta­ciones, que reemplazaban las calles empedradas.

La conocida imagen de la modernización de aquellos años incluía; además, la maquinaria nueva para la producción fabril que aceleró la indus­tria; las trilladoras de café, los telares. Fue el tiempo en que se incrementó la transformación de las materias primas con el uso de las máquinas y herramientas como palas y azadones de hierro en la agricultura. El salto se dio también en el trabajo manual de los artesanos, que pasaron a utilizar la técnica mecánica: máquinas de coser con pedal para los sastres, guarnecedo- ras para los zapateros, modernos molinos para los panaderos, herramientas diversas para los talleres de fundición, carpintería y por supuesto los de electricidad y mecánica automotriz que empezaban a abrirse. De entre muchos ejemplos he elegido estos pero ya es fácil deducir las novedades en otros medios, y la transformación que esa tecnología de entonces obró en la vida de las gentes; quizás fue similar a la transformación que estamos viendo hoy con la electrónica, la robótica, los nuevos sistemas de comuni­cación y la informática.

Desde luego, la modernización no se dio pareja en campos y ciudades. Colombia era, por decir... como un país con cierto carácter de selva virgen, con haciendas tradicionales en el campo de costumbres casi feudales como lo describiera Jorge Isaacs en “María”; era también país de minas de oro, sal, carbón y allí los mineros vivían en iguales condiciones al siglo pasado, así nos lo mostró Osorio Lizarazo en su novela “Hombres bajo la tierra”. Existían también formas de esclavitud, como la explotación cauchera del

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M a r ía T ila U r ib e

Amazonas y el Orinoco impuesta a los indígenas, que hemos conocido a través del inolvidable relato de José Eustasio Rivera en “La Vorágine”. Fuera de lo anterior, en los campos colombianos ya se habían introducido formas más modernas -capitalistas- como las plantaciones de cacao, tabaco y la misma Zona Bananera donde se contrataba a los trabajadores. Al lado de esa evidente estructura agraria el país empezó a conocer la industria y con ella la modernización que respiraba el mundo occidental.

En la vida colombiana este decenio ha sido señalado como un período clave y sobresaliente. Quienes vivieron ese tiempo asistieron a importantes acontecimientos nacionales e internacionales que marcaron una etapa de profundos cambios. Hecho trascendental, el que Europa dejara de ser la primera potencia del mundo y los Estados Unidos asumieran ese rol. Esto sucedió principalmente porque la Primera Guerra Mundial (1914-1917) había dejado devastado al Viejo Continente mientras que Estados Unidos permaneció al margen, convirtiéndose en gigantesco abastecedor de arma­mento, carros, embarcaciones, aviones, municiones y equipos diversos; es decir, su industria se disparó cambiando las relaciones del mercado en todo el orbe.

Otro acontecimiento de singular importancia fue la revolución rusa de 1917, que irradiaba su imagen al mundo con su ideario socialista y su intenso sabor de heroica lucha popular contra el despotismo y los grandes poderes mundiales. Casi todos los grupos socialistas y liberales de América recibieron con entusiasmo y simpatía aquellos lejanos acontecimientos que nutrían sus periódicos, comunicados y conversaciones diarias y la revolución mexicana en pleno desarrollo (subestimada por el curso que los acontecimientos tomaron después en ese país), cuya constitución de 1917 cambió la correlación de fuerzas sociales al proclamar las libertades políticas fundamentales, el principio de la propiedad soberana de la nación sobre la tierra y el subsuelo, las normas sobre el código de legislación obrera y el procedimiento para aplicar la reforma agraria, así como la restricción de los colosales poderes terrenales de la Iglesia. Todos aquellos avances en el desarrollo de ese país fueron resultado del auge revolucionario. Los tra­bajadores consiguieron legalmente, además, la jornada laboral de 8 horas en 1924 y los derechos de huelga en 1925. Las ideas socialistas en América recibieron estímulo e impulso, alimentadas por las luchas campesinas y obreras en el hermano país mexicano.

En cuanto a las grandes transformaciones económicas en Colombia, uno de los hechos más significativos fue el de la Deuda Externa contraída

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Los a ñ o s e s c o n d id o s ] [ La imagen de los Veinte

por los dos gobiernos de ese decenio (Pedro Nel Ospina 1922-1926 y Miguel Abadía Méndez 1926-1930). Aquí se hace imperioso entreverar algunas cifras mientras llegamos a una que otra historia menos solemne y aburrida. Para empezar, la suma de la deuda dio origen a los nombres con los cuales se bautizó el decenio, pues literalmente fue así: “la danza de los millones” o la época de “la prosperidad al debe”. Por concepto de empréstitos extranjeros entraron al país 203 millones de dólares; por el rapto del Canal de Panamá 25 millones que el gobierno norteamericano pagó a plazos; otros cuantos millones de dólares nunca conocidos con precisión, por concepto de inver­siones en la Zona Bananera y en petróleos, estos últimos entregados con unos beneficios de oro a las compañías extranjeras mediante las concesiones de “Mares” y “Barco”. El círculo de los millones se completó con el notable aumento del precio del café en el exterior, que permitió buen incremento de divisas. Al decir de los entendidos, la suma era descomunal para ese tiempo, hubiera facilitado salir de la crisis anterior, agilizar el mercado e impulsar las exportaciones. Estas, en su totalidad, alcanzaban sólo 60 millones de dólares, cifra que contrasta con los empréstitos alcanzados.

Para controlar, distribuir o recomendar qué debía hacerse con tanto dinero, el gobierno trajo misiones extranjeras que iniciaron la reforma monetaria y financiera. En 1923 se dieron a la circulación los billetes y se retiraron las monedas de oro y plata; en ese mismo año se creó el Banco de la República, con la primera cuota de 5 millones que los norteamericanos pagaron por Panamá; se reglamentaron los bancos comerciales, agrícolas, prendarios. Se estrenaron los instrumentos negociables: cheques, pagarés, letras. Se cambiaron o racionalizaron las funciones en los ministerios y se creó también el Ministerio de Hacienda, el de Industria y la Contraloría; se organizaron las instituciones fiscales. Todo bajo la asesoría de comisiones de expertos norteamericanos, misión “Kemmerer”, recomendaciones que fueron entonces incorporadas de inmediato a la legislación colombiana. Aquella misión tuvo a su cargo todo el ordenamiento fiscal y la adminis­tración pública.

Eran tiempos de la aceleración de la industria, por tanto los recursos debían ser destinados para iniciar la infraestructura económica y física necesaria para el desarrollo del capital. Fue en estos años cuando se em­pezaron a planificar las ciudades y en las Obras Públicas se emprendieron canales, cables aéreos, construcción de carreteras, adecuación de puertos y aumento de vías ferroviarias. Entre 1925 y 1930 se construyó la mitad de !a red ferroviaria total del país.

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M a r ía T ila U r ib e

Para el año 22 se habían tendido 1.481 kilómetros, y para el 29,2.434, es decir, un aumento de 2/3 partes. Pero piénsese en lo que serían 1.481 kilómetros, o aún 2.434, en un territorio tan extenso como el colombiano. Eran trozos, tramos de ferrocarril que buscaban acercar los centros productores de café a los puertos de salida, de tal manera que el fenómeno de la incomunicación subsistía. Por esta razón la arteria clave del país, y que seguiría jugando un papel principal en los años siguientes fue el río Magdalena.

Pero si algo caracterizó este período de la danza de los millones fueron las abismales diferencias sociales, los extremos de riqueza y pobreza. Todo el dinero favoreció a los fuertes que eran los mismos que controlaban el Estado; y al lado de la pompa del progreso existió una inconmensurable miseria. A su vez, pero ligado con lo anterior, la incompetencia administra­tiva y la corrupción signaron al país. Los análisis posteriores sobre la época muestran que se malgastaron los empréstitos para complacer a gamonales y parlamentarios mientras cada región exigía justeza en la distribución: muchos eran los negociados que hacían los funcionarios del Estado para enriquecerse con la administración de esas sumas.

En la segunda mitad del decenio quienes más se favorecieron fueron los allegados al presidente de la República; algunos dirigentes nacionales hicieron público el abuso del crédito externo, saqueo que ya había desatado el descontento en todos los ámbitos de la sociedad.

Las contradicciones sociales no eran desconocidas hasta entonces pero en ese decenio se agudizaron violentamente. Esta es la parte de la historia de los Veinte que ha quedado semioculta y sólo ha empezado a conocerse de manera parcial recientemente. Los conflictos se desataron como huracanes causando conmoción entre las inamovibles oligarquías de entonces. Fueron años de intensa represión, atraso, problemas sociales, en que la rebeldía tomó una dirección diferente con el encuentro de las nuevas ideas, métodos y concepciones de lucha. El descubrimiento del poder de la huelga tomó impulso a partir del año Veinte, se multiplicaron las formas de organización popular, aparecieron nuevas visiones y objetivos políticos.

En el espíritu de esa época no pueden ignorarse ciertas características del pueblo colombiano entrecruzadas con el ambiente de entonces. Algo que sólo podemos comprender ahora al mirar retrospectivamente, pues los rasgos de recursividad y originalidad, ese temperamento propio que distin­gue al hombre común de nuestras tierras, renacieron en las agrupaciones de trabajadores, imprimieron a sus acciones un sello original y auténtico. En

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Los a ñ o s e s c o n d i d o s ] [ La imagen de los Veinte

cuanto a cómo se vivió en la época, imaginemos un mundo sin empaques de plástico, comidas rápidas ni café instantáneo; sin cambios veloces que hicieran sentir la angustia del afán y del estrés... donde quedaba tiempo para pensar. Un mundo que no conocía la manipulación de la publicidad, no asomaba la producción en masa ni la automatización, esos fenómenos que han llevado a los seres humanos a un comportamiento pasivo y a un conformismo generalizado. Un tiempo que no vivió la catástrofe de la droga, en el que el hombre común no concebía el enriquecimiento fácil; cuando inclusive un buen sector de la burguesía no había alcanzado extre­mos tan descarados de corrupción ni impregnaba tan sencillamente con su egoísmo desgarrador. Donde los valores del trabajo tenían fuerza en el país. En fin, eran otras circunstancias y ello explica un claro espíritu de la época que permitió a esa generación de trabajadores afianzar un sentido de responsabilidad e ingresar en un proceso de descubrimiento, no solamente en métodos de lucha, sino en otros aspectos; la exigencia de un espíritu renovador se propagó por todas partes y se desarrolló en 1a vida cotidiana. Eran tiempos en que se consideraba más sabio aprender en la vida misma que en diez años de escuela.

Consciente o inconscientemente los revolucionarios de los Veinte fue­ron seres creativos. El camino que recorrieron para enfrentar los problemas estuvo lleno de recursividad y de inventiva, así no dieran respuestas finales contundentes a los grandes problemas. ¿Qué podríamos admirar de estas gentes que sacudieron su entorno en esos años de rebeldía^ Nada, como no sea el maravilloso y visible proceso mental y el esfuerzo de la síntesis. Nada, aparte de sembrar las semillas para proyectar al futuro su obra.

N a c e l a c l a s e o b r e r a

La economía colombiana se desarrolló fundamentalmente en el río Magdalena -canal de exportación- y en las regiones cafeteras, que se expandían, con mujeres y hombres que iban transformando la estructura social colombiana. En actividades como las Obras Públicas, los ferrocarriles y la industria fueron surgiendo los primeros núcleos obreros, lentamente, mediante la transformación del campesinado. Porque hasta entonces las grandes masas campesinas habían estado atadas a las haciendas por medio de variadas formas de sujeción: obligación de cumplir los contratos de enganche, retención forzosa por deudas a través de anticipos en pesos o

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en especie, o como aparceros o arrendatarios. Para facilitar la movilización de esas grandes masas y garantizar la libertad de tránsito del trabajador, el gobierno expidió la Ley de “Libre Circulación”. Así crecieron las concentra­ciones obreras, por ejemplo: en 1923, en 13 frentes de trabajo de los FF.CC. había 20.000 trabajadores, número que aumentó año tras año4; en las OO.PP., en 1926, trabajaban miles de obreros5; se estimó el número de trabajadores cafeteros entre 500 mil y un millón y a lo largo del río Magdalena (según el estimativo de uno de los líderes socialistas revolucionarios)6 vivían 270 mil personas entre trabajadores directos y sus familias. Por lo anterior irían a tener tanta importancia puertos como Barranquilla, Barranca, Honda, La Dorada, Girardot; o zonas cafeteras como El Líbano, o la región del Te- quendama. De igual importancia era Medellín por la concentración fabril, o Bogotá por ser el centro político-administrativo del país. No obstante, Colombia tenía una población escarralada: en 1920 no llegaba a 7 millones de habitantes7; Bogotá y Medellín, ciudades coloquiales, contaban con 150 mil habitantes la primera y la segunda no llegaba a 100 mil.

El proceso del nacimiento de la clase obrera se acentuó aún más con la presencia de los enclaves norteamericanos. Se les llamó enclaves por el poder con que contaban dentro -y fuera- del país donde se.establecían: la United Fruit Co. -fusión de varias empresas Norteamericanas para explo­tar el banano en América Latina- era dueña del transporte marítimo en que llevaba la fruta; propietaria de más del 50% de las tierras de la Zona Bananera; de la mitad del FF.CC. de Santa Marta; de las aguas con que irrigaba las plantaciones, de los comisariatos donde los trabajadores debían comprar todos sus productos; era una especie de Estado dentro del Estado. Otros enclaves, además de la United Fruit Company en la Zona Bananera, fueron: la Tropical Oil Company en Barrancabermeja; la Frontino Gold Mines, en Antioquia y la Chocó Pacífico. Explotaban banano, petróleo, oro y platino.

4 Bejarano, Jesús Antonio. La economía colombiana entre 1922 y 1929, en Nueva Historia de Colombia, tomo V, Planeta Colombiana Editorial, Bogotá, 1989, pág. 65.

5 Datos de Alejandro López citados por Bejarano, op. cit., pág. 65.6 Intervención de Raúl Eduardo Mahecha en la Conferencia de la IC, Buenos Aires, Ar­

gentina, 1929.7 En 1925, con una población total aproximada de 6’729 mil, la Población Económicamente

Activa (PEA) era de 2 ’505 mil trabajadores. De éstos, el 31.4% (o sea, más o menos 788 mil) estaban ubicados en ramas no agropecuarias (minería, industria manufacturera, construc­ción, transporte, comercio y otros). Archila Neira, Mauricio. La otra opinión, Universidad Nacional, pág. 210.

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Esa violenta irrupción de los capitales extranjeros proporcionó poder a los gobiernos de entonces, pero a cambio de subordinación, dependencia e hipoteca del futuro. Por otra parte, para explotar las riquezas que se iban hacia el Norte, se necesitó de millares de asalariados: los campesinos y también los ciudadanos pobres llegaron de lejanos y cercanos lugares for­mando concentraciones para ese tiempo colosales y la primera consecuencia obvia fue el surgimiento de grandes núcleos de obreros. Pensemos ahora en la alteración de la economía por la demanda que implicaba esa masa de trabajadores: el desarrollo del mercado interno, los problemas de vivienda, el costo de vida, el valor de la tierra, de los arrendamientos en las ciudades y la escasez de mano de obra en las haciendas tradicionales.

Los trabajadores quedaron repartidos en importantes sectores que a su vez fueron las grandes zonas de conflicto en el país, así: trabajadores de las minas: petróleo, oro, etc; obras públicas: carreteras, construcción de puentes, edificios, etc; transportes fluviales y terrestres; un segundo sector lo conformó el campesinado cafetero; un tercero, la incipiente industria fabril: las fábricas textileras de Medellín eran grandes talleres sin organización “científica”. Otro polo de conflicto fue el indígena.

Vale la pena anotar en este punto, que la clase obrera que se formaba en Colombia (como en toda América Latina) tenía particularidades propias, estaba lejos de ser la clase obrera fabril que previo Carlos Marx para Europa; y aunque siempre ha sido difícil precisar los límites del término, en el Viejo Continente se identificaba al obrero con la persona que trabajaba frente a una máquina, o que fuera indispensable para la producción y distribución de la mercancía. Por lo tanto, decir obrero en Europa era bien distinto a decir campesino y completamente diferente a decir artesano: cada sector tenía connotaciones propias. Aquí, en cambio, las fronteras entre los diferentes sectores no podían trazarse de la misma manera, los veteranos socialistas de los años Veinte afirmaban que obrero, campesino o artesano eran sinónimos de pobreza y marginación social crecientes y esas condi­ciones, sus tradiciones y costumbres y su grado de conciencia eran los elementos de identificación.

Adelantándome un poco debo decir que el PSR no fue un partido eminentemente obrero, entendido en el término clásico. En los albores de su fundación, en 1925, el proletariado estaba empezando a conformarse; los sistemas de pago se hacían a través de contratistas o de otros mecanis­mos que no configuraban todavía típicamente un salario. Había muchos

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M a r Ia T ila U r ib e

mineros pero la inmensa mayoría de ellos trabajaba por contrato y por cuenta propia. En resumen, Colombia, con un desarrollo capitalista in­cipiente, estaba más cerca de un país pastoril, en esas circunstancias era difícil que existiera un partido obrero y menos aún marxista, porque esto contravenía la realidad de la época. Aquí estoy expresando algo distinto al enfoque de algunas valoraciones -ortodoxas- que han atribuido un papel básico determinante a la clase obrera, y han señalado como error del PSR el no haber sido marxista. Hoy se acepta casi en forma generalizada que hasta los años 24, 26, el marxismo aún no había llegado a Colombia. Si para el año de 1936, incluso hasta 1943-4, aún había una enorme escasez de literatura marxista, ¿puede pensarse qué escasez habría en los años 23 y 24¿ Sencillamente había cierta simpatía hacia la Unión Soviética por el impacto causado por la revolución de 1917, y un sentimiento socialista anticapitalista. Pero realmente no se puede hablar de una formación mar­xista ni en las juventudes, ni en los intelectuales, ni en ningún otro sector porque de esa forma se estaría forzando la realidad.

P r e s e n c i a y l i d e r a z g o d e l a r t e s a n a d o

...Aquí no se fabrica, aqu í se repara"

(letrero colocado en la puerta de una zapatería en el año 15).

"Como no es posible encontrar trabajo, se compra y se vende, se chapucea, trampea, etc."

(aviso colocado en una trastienda en el año 26).

La presencia del artesanado fue muy im portante en Colombia particularmente en los inicios, durante el desarrollo del capitalismo, pero también en los años siguientes. En los años Veinte fue una de las expresio­nes sociales más importantes, contaba con su propia tradición de lucha, cultura y condiciones de vida. Había marcado la historia en tres destacados momentos: las movilizaciones de las Sociedades Democráticas en el siglo XIX; las jornadas de 1908-1909 contra la dictadura de Rafael Reyes y la famosa protesta en 1919. A partir de esta última fecha y durante toda la década, cientos de artesanos reactivaron su acción con su solidaridad y presencia. Paulatinamente muchos de ellos fueron incorporándose a talleres y fábricas, por eso -com o ya lo he anotado- con razón y también por fuerza se terminó llamándoles obreros. Su liderazgo fue famoso en las calles y plazas de Bogotá, especialmente en el barrio de “Las Cruces”,

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al impulsar la protesta urbana orientándola contra el régimen de la Hege­monía conservadora.

Amplios sectores del artesanado se caracterizaban porque vivían bien informados, elaboraban sus obras con finura y se enorgullecían de su oficio; eran trabajadores de todas las horas del día, buenos lectores y con­versadores. Muchos de ellos formaban grupos de tiple, bandola y guitarra, o estudiantinas, eran cultores de la música, espontáneos de la poesía y la narrativa oral; los artesanos se consideraban obreros y sentimentalmente se sentían socialistas. En nuestro país y en América Latina su presencia y liderazgo fue decisivo en el movimiento popular de entonces.

“Las Cruces” era el barrio popular por excelencia en donde se incu­baban y originaban la inconformidad y la protesta, con tradición desde las épocas de la independencia. Era también el barrio de los zapateros, de los tranviarios, de los aurigas o conductores de coches, de los que arriaban las muías cargadas de arena o miel y de muchísimos artesanos que empezaban a colocarse en talleres y fábricas. Típica fue su Calle Segunda, por ella bajaban los “cafuches” o contrabandistas del aguardiente cuyo jefe llamado “Papá Fidel” era prácticamente el dueño de las faldas de Monserrate y Guadalupe (entre los matorrales fabricaban de noche el tal menjurje que al decir de los más sabios bohemios de Bogotá era mejor que la “basura” oficial). Bello su parque con pila de agua adornada con angelitos donde jugaban los niños y pintoresca su plaza con fama nacional por sus “fritangas”. Era, además, un barrio de perros callejeros de todos los tamaños y figuras que fornicaban en las esquinas.

En una de sus casas funcionó la “Liga de Inquilinos" desde 1920, dirigida y asesorada por un reducido círculo de personas entre quienes es­taban Juan C. Dávila, Leopoldo Vela Solórzano, Enriqueta Jiménez, Pablo E. Rangel, Julio D ’Achiardi y Fideligno Cuéllar, todos ellos más tarde líde­res del PSR. En otra se planearon las huelgas de los tranviarios y en la de Patrocinio Rey, líder del gremio, se aprobó el “boicot” propuesto por Uribe Márquez a los 100 tranvías que había en la ciudad en 1927. En sus calles se fraguaron movimientos que hicieron historia, como el de 1929, contra la “rosca” y el jefe de las Empresas Públicas, un manzanillo que prometía mucho y no cumplía por razones obvias, ladrón destapado y protegido del presidente Abadía Méndez, a quien la “chusma” apodó “Chichimoco”. Definitivamente “Las Cruces” fue el barrio “estrella” del sector popular y, al igual que en los núcleos obreros y demás sectores urbanos, entre sus gentes nació el sentido colectivo, hallaban cada día una palabra nueva en

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el hablar cotidiano; simultáneamente comenzaba a desarrollarse el barrio obrero de La Perseverancia con características similares.

Otras imágenes de los Veinte fueron la música y el baile. Se usaban los fonógrafos de cometa movidos por cuerda para oír la música del “char­leston”, del “fox”; las canciones románticas y los tangos. Estos últimos eran los preferidos popularmente porque se identificaban con la vida de sus habitantes. En las huelgas se cantaba “El jornalero”, “Ladrillo está en la cárcel”, “Dios te salve mi hijo” y otros como aquel de la primera época de Carlos Gardel: "declaran la huelga/ hay hambre en las casas/ es mucho el trabajo/ es poco el jornal/ y en ese entrevero/ de lucha sangrienta/ se venga de un hombre/ la ley patronal".6

El baile se hizo público principalmente en un salón central de nombre “La Bomboniere”; donde iban jóvenes (algunas fueron militantes del PSR) acompañadas por las madres. Había una modalidad en un salón ubicado en el lejano sector de “Luna Park”, consistente en un premio en dineroa la pareja que ganara una maratón de baile; las boletas para presenciar el espectáculo eran costosas y se hacían apuestas. Allí se inscribían con anterioridad las muchachas con sus novios o hermanos.

En torno de aquellos salones de baile unos judíos-polacos* establecie­ron por primera vez el negocio de venderle a las jóvenes vestidos de fiesta, en su mayoría largos. Instituyeron el sistema a plazos-, cada vestido valía 3 pesos y cada domingo debían pagarse 50 centavos (suma alta para aque­llas muchachas). Luego ampliaron el negocio instalando talleres de tejidos de suéteres y otras prendas que reemplazaron las mantillas y los gabanes (abrigos). En esos talleres el control de los comerciantes judíos sobre la vida y actos de las trabajadoras y el trato cruel no tuvieron parangón en Bogotá. Esto se originó en los albores del año 27.

L a a r i s t o c r a c i a b o g o t a n a

“Ascanio Dunanis” (seudónimo de Tomás Uribe Márquez) en sus crónicas del periódico Gil-BIas (1918-19) se había referido a la república

8 Al i’ic de la Santa Cruz, tango de Delfino y Mario Batistella.* Debemos anotar como hecho curioso que se generalizó denominar polacos o turcos a

los inmensos grupos de comerciantes judíos, sirios y de otras nacionalidades que se establecieron en todo el país.

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conservadora como una sociedad rígidamente jerarquizada donde reinaba una sensación de monotonía, lentitud y ambiente estacionario; esa continui­dad subsistía a pesar de la modernización. Pertenecer a la "jai” o aristocracia criolla era tener fortuna, vivir de las herencias, apoyarse en abolengos y apellidos; árboles genealógicos enmarcados en las paredes de la sala y algunos escudos de familia adornaban las portadas de las fincas de “Chapinero”, aunque con frecuencia eran adornos más ficticios que ciertos.

Estas gentes, por lo general ligadas al ejercicio del poder, mantenían un estilo de vida europeizante aunque ya empezaban a mandar a sus hijos varones a estudiar a Estados Unidos. Las niñas bien tenían damas de com­pañía con las que iban a la retreta los domingos y recibían las visitas de los novios los jueves por la tarde. Las Doñas se ajustaban a los manuales de conducta y urbanidad, se enjoyaban y usaban sus chalinas de encaje y terciopelo para ir a las temporadas del Teatro Colón, bordaban primorosa­mente y en el juego de “criquet” de los viernes arreglaban los matrimonios de las hijas. Los señores aristocráticos discutían en el “Jockey” sus negocios y entre partidas de poker y “tresillo” se jugaban fortunas, terminaban de arreglar el orden jerárquico, armaban sus equipos políticos, decidían la con­veniencia o no de leyes nuevas y discutían sobre la modernidad polarizados en tendencias. Estaban los que rendían pleitesía al poder norteamericano ligados a él por intereses millonarios, afinidad política y diplomacia; y los más conservadores, protegidos y socios del moribundo imperio inglés y “las Europas”, admiradores de sus monarquías, su cultura y su colonialismo. Se les atribuía posturas nacionalistas por ciertos pataleos relacionados con el cambio de socios. A estos abuelos de dinastías no les faltó una que otra hacienda en la Sabana, caballos de polo, tías solteronas en trance de here­darlos, entusiasmo e imitación por todo lo extranjero y la mayoría de ellos exacerbado elitismo hasta para admitir nuevos socios del club.

Un inteligente joven “botones” del afrancesado Jockey Club contaba que la votación para las admisiones las hacían introduciendo en una caja de terciopelo pequeñas bolas, las blancas eran afirmativas y las negras ne­gativas. Con ese sistema le negaron a Jorge Eliécer Gaitán años más tarde su ingreso al Jockey Club.

Toda aquella aristocrática mentalidad relacionada con modas, cos­tumbres, rigores y emoción por la pompa era transmitida a las capas medias sobre todo en los centros urbanos. Era “gente decente” la que usaba ropa

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gruesa y por lo general oscura, llevaba sus niños a colegios privados, sus jóvenes niñas se casaban de punta en blanco y observaban todas las reglas que les venían de arriba. Sin embargo, muchos hijos de estas familias, evi­dentemente no tan “felices” como las oligárquicas, aparecieron asociados a las nuevas ideas, al periodismo crítico, a la intelectualidad, al sindicalismo y al obrerismo; valoraban ese espíritu y esa formación sólida que no pasaba por la escuela. Algunos grupos o personas de esa generación de clase media bogotana, que se meció entre tendencias, contrastes y rupturas, simpatizó con el socialismo-revolucionario, se adhirió o ingresó a él. Pero dentro de ella las mujeres estaban ausentes, porque su realidad era muy diferente a la del hombre: vivían separadas de la producción material e intelectual, sólo unas pocas excepciones arrojaron a un lado las toneladas de convencionalismos para incorporarse a un cambio radical que en últimas fue subversivo, al lado de cientos de mujeres de extracción popular.

Cuando las mujeres comenzaron a desplazarse en busca de trabajo -lo que iría a suceder en forma creciente- esos sectores y la maquinaria eclesiástica en algunas ciudades pusieron el grito en el cielo: ¿Mujeres trabajando^ ... ¡La quiebra del hogar!... ¡La corrupción de nuestras santas costumbres! Esas expresiones, comunes en los sermones de las misas, ha­cían parte de una labor de desprestigio para quienes se decidían a trabajar; hacia ellas se dirigían comentarios o se clavaban miradas de condena. La campaña se daba también en niveles sociales y familiares: padres, hermanos o compañeros se oponían de muchas maneras a que sus mujeres salieran del hogar. La reacción no fue entonces el silencio sino la defensa, o el desafío incluso, abierto o disimulado, actitudes que empezaron a generalizarse aunque encerraban una dualidad: de un lado “atreverse” era pecaminoso, un reto; de otro, ya les estaba pesando la moderna idea de que su resignación y otras “virtudes” no les servían de nada.

I n t e l e c t u a l e s y t r a b a j a d o r e s d e l a c u l t u r a

Dentro de la corriente intelectual cultura y política se entrelazaban. Es algo que suele suceder y sucedía, tanto en los grupos intelectuales de la sociedad aristocrática que reforzaban el “establecimiento”, como en los que cumplieron un papel diferente, viendo su sociedad críticamente, algo que podría ser de otra manera. En los dos sectores existieron rasgos comunes: definirse, hablar claro y actuar en consecuencia. De tal manera que uno

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Los a n o s e s c o n d id o s ] [ La imagen de los Veinte

sabía frente a quién estaba porque no eran muchos los que jugaran a dos o más aguas. Los hubo, claro está, que querían quedar a paz con Dios y con el Diablo, bien por dinero o falta de conciencia (pero de la inconciencia no me ocupo en este libro). Entre las razones que llevaron a esos grupos a la inconformidad quiero destacar algunas.

La doctrina del senador Monroe de “América para los americanos” (léase Latinoamérica para los norteamericanos) estaba en su apogeo, la sintieron al rojo vivo las mayorías populares en cada país latino y, desde luego, los intelectuales. Los gringos estaban de cuerpo presente en cada territorio, a la vista y no escondidos, su explotación no era a distancia ni a sus imposiciones se les llamaba diplomacia. Basta recordar en nuestro país la orden del Departamento de Estado al gobierno colombiano, para que éste asegurara la vida, honra y bienes de la United Fruit Co. Estaba fresca la intervención de la “independencia” de Panamá o mejor, el “rapto”, como le llamaron muchos colombianos, y a la orden el resto de invasiones militares en América Latina en los primeros 30 años de este siglo: tres en Panamá cuando era departamento colombiano, es decir, tres a Colombia; tres a Nicaragua, quince en México, cinco en el Estado Libre de Panamá, siete en Honduras, cuatro en Cuba, otras cuatro en la República Dominicana, una en Haití, una en Guatemala; a Cuba la ocuparon por seis años la primera vez y en la segunda por trece, dejaron la base de “Guantánamo”. A Nicaragua la invadieron por siete años y nombraron presidente al pirata William Walker. Es fácil comprender entonces que para los intelectuales conceptos como saqueo de las riquezas naturales, imposiciones políticas, dependencia y otras, por fuerza las definieran en relación con los Estados Unidos. Además, porque en América Latina explotaban volcanes sociales y antiimperialistas y porque se generó un sentimiento de rechazo del cual formaron parte inte­lectuales de todos los países y los colombianos no estuvieron ausentes. De ahí el sentido nacional (así decían)... eso que corre por la corteza terrestre, eso que brota por las venas y no se puede cambiar por dinero.

El nacionalismo y el antiimperialismo iban paralelos con otro sen­timiento: el rechazo a la cultura de la imitación de los usos (y abusos) europeos, viejos males oligárquicos pobres y raquíticamente creativos, a tiempo que los grupos racistas de ese continente sostenían la inferiori­dad de los hombres y mujeres del trópico. El racismo -base del naciente fascismo- tenía eco en nuestro país; por ejemplo, en el año 22 se prohibió la entrada de turcos, chinos e hindúes como parte de una campaña para mejorar la raza.

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Al lado de esas expresiones brotaban otras eminentemente elitistas como la fundación de los “grupos raciales selectos”, signo de distinción que impulsaba el profesor López de Mesa. O los debates sobre la raza que impulsó Laureano Gómez en sus conferencias del Teatro Municipal del año 27 cuando demostró que "nuestro país por su base étnica nunca podrá ser una nación civilizada". Aunque esto fue más bien efímero marcó una separación entre quienes hoy definiríamos como progresistas y reaccionarios.

Seguidos de estudiantes de clases medias provincianas, profesiones liberales y periodistas, los intelectuales avanzados se incrustaron de lleno en otra labor con una postura radical: defender algunas reivindicaciones, como la huelga, que era lo novedoso. En el vocabulario de los trabajadores afloraban las necesidades con términos precisos: legislación laboral... seguros de trabajo... derecho de huelga. Las mujeres soltaban otros atrevimientos: pensiones de jubilación... derechos maternales... derechos de los niños trabajadores... puntos fuertes de afinidad entre obreros e intelectuales. Las reivindicaciones influían intensamente en su sensibilidad y lucidez, reconocían su justeza hasta el punto de llegar a pensar en una sociedad sin el odio de la explotación.

Así que al incorporarse a estas luchas el compromiso fue grande. Al­gunos priorizaron el trabajo con la gente, otros reprodujeron sus demandas sociales, defendieron sus objetivos e incomodaron a los de arriba. Otros más, sin llamarse socialistas, abrieron una grieta en el monopolio cultural ejercido por la oligarquía, como el poeta León de Greiff o el gran maestro Rendón, que pulverizó con sus caricaturas a los dueños del país y se solidarizó con Tomás Uribe Márquez y María Cano en sus horas difíciles.

Gala de socialismo hizo otro grupo de intelectuales bien conocido: Roberto García Peña, Gabriel Turbay, Alberto Lleras Camargo. porque si algo había seguro en esos tiempos es que la moda no era lo de menos. Pero a esas personalidades el socialismo apenas los tiñó o les dio dividendos según el retrato escrito que en su momento hizo Tomás, en el que empieza:

...La fraseología docta y roja de esos académicos de la revolución es pura cháchara oportunista para atrapar el voto popular. Al oírlos se piensa: con apóstoles vanguardistas como Alberto Lleras Camargo el pueblo trabajador tendrá al fin voceros genuinos... (ver anexo 2).

No podría subestimarse en forma alguna el papel que tuvieron algu­nos trabajadores de la cultura, gentes que sin desvincularse de sus respecti­vos oficios aportaron en el terreno del arte y se decían obreros; eran grupos

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Los AÑOS ESCONDIDOS ] [ La imagen de los Veinte

de teatro, danza, música, cuentistas-obreros, comediantes, humoristas y músicos. A estos grupos se les encomendaba la tarea de elegir “las flores del trabajo” en Bogotá y otras regiones, pero quedaron en la penumbra, lo que contribuyó a desdibujar una imagen ligada al PSR y a los comienzos del movimiento obrero.

L O S GRUPOS DE SAVINSKI

Interesante y pintoresco, este personaje es de referencia obligada y continua en el socialismo de los Veinte. El era un ciudadano ruso que hacía bastante tiempo había salido de su país -desde el año 16- poco antes de que los bolcheviques tomaran el poder. Viajó por algunos países asiáticos y nadie sabe por qué vino a radicarse en Bogotá hacia 1922. Según nos contara su esposa en la ciudad de México muchos años después, Silvestre Savinski no tenía formación marxista; en lo que no había nada fatalmente malo. Lo que pasaba era que Savinski, hombre de muchas cualidades, recibía periódicos en ruso y el único que podía traducirlos era él. Por tanto el local de su tintorería se convirtió en sitio de tertulia, eje de grupos de estudiantes e intelectuales que se fueron formando en torno a la lectura de los periódicos que él tradu­cía, más que en torno a él mismo como teórico. En estos periódicos venían artículos de Lenin y sobre Lenin que se comentaban animosamente allí. Uno de esos grupos estaba conformado por estudiosos como “José Mar" y Luis Tejada; no se trataba de ninguna escuela marxista como tal (no la hubo sino hasta el año 32, su primera instructora fue la venezolana “Carmen Fortul” -Inés Martel), sino de vivos admiradores de Lenin y la Revolución Rusa que para ese tiempo lo eran millares y millones de personas en el mundo entero. Precisamente Luis Tejada, quien lideraba el grupo de intelectuales difundió esos planteamientos y se proclamó comunista al igual que al­gunos de sus compañeros. Por esta razón se le sitúa como predecesor del comunismo en nuestro país; evidentemente, así fue. Hay quienes citan a Luis Tejada como fundador del comunismo en Colombia, lo que da lugar a pensar que lo fuera del PCC, creado en 1930, si se ignora que él murió en septiembre de 1924, a la temprana edad de 26 años.

De manera que la influencia y formación de Luis Tejada correspondían a la situación general que vivía el país y a su propia edad. Su pensamiento tuvo una evolución increíblemente acelerada: Poco antes, en 1922, había mostrado gran entusiasmo por la candidatura liberal de Benjamín Herrera

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(arrebatada por monstruoso fraude) en su periódico El Sol de Barranquilla; pero en 1923 su radicalización fue total.

Luis Tejada (pariente cercano de María Cano) fue uno de los hom­bres brillantes de su época, sus amenos y profundos escritos orientaron y ejercieron influencia favorable a las nuevas perspectivas y definiciones políticas; su relación con los socialistas fue de respeto recíproco, de diálogo, de entendimiento.

M a p a p o l í t i c o d e l o s a ñ o s v e i n t e

El partido conservador se sostenía en el poder hacía 43 años, se caracterizaba por su apego a las tradiciones coloniales y la comunidad de intereses con el clero. Era expresión de corrientes o sectores de terratenien­tes que asentaban su fuerza, en gran parte, sobre el poder del cacicazgo, el clientelismo, los compadrazgos, la repartición de puestos y beneficios. En este partido también había contradicciones y tendencias, la corriente disidente fue encabezada por el general Vásquez Cobo, quien se oponía al manejo de ciertas políticas sobre todo económicas.

En la oposición el liberalismo. Según los acertados conceptos de Mauricio Archila, en el sector tradicional sus políticos querían evitar la revolución social con tácticas diferentes a las de la Hegemonía, darle a los conflictos económicos atención evitando que se convirtieran en conflictos políticos. Sus dirigentes estaban conscientes de la guerra social desatada irremediablemente en esa década. Su política fue la de atraer a los sectores populares, expresándoles que en el liberalismo cabían todas las aspira­ciones de los trabajadores. En ambos partidos las decisiones se tomaban en las cúpulas, que movían a las masas por pasiones antes que por ideas -liberales vs. conservadores- a veces disimuladas, por lo general agresivas, sobre todo aprovechando a esas gentes que el fanatismo vuelve taciturnas y feroces.

En los dos partidos tradicionales cabían desde poderosos hasta menes­terosos, pero en el partido liberal había más variantes, corrientes y matices: sectores católicos, sectores ateos, liberales socialistas o radicales. Entre estos últimos se formó una tendencia o grupo de ex-generales retirados, algunos de ellos con cierto poder económico y político, relacionados con altos militares venezolanos de tipo nacionalista. Pero me estoy desviando hacia un tema que iremos a ver ampliamente en la segunda parte de este libro.

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Los a ñ o s e s c o n d i d o s ] [ La imagen de los Veinte

Lo nuevo de los años Veinte en la escena política nacional fue la corriente socialista que tuvo dos etapas: Partido Socialista, a secas, y el Partido Socialista Revolucionario. El primero se inició con la “Plataforma” de 1919, y tuvo vida por tres años largos hasta 1922-23; alcanzó a convo­car una Convención Nacional, dos Asambleas Departamentales y varias locales. Su dirección estuvo compartida por intelectuales y artesanos, varios de ellos fueron: Juan C. Dávila, que fundó el periódico El Socialista en 1920, Jorge Uribe Márquez, Patrocinio Rey, Julio D ’ Achiardi. Urbano Trujillo, Angel María Cano, César Guerrero, Fideligno Cuéllar. Francisco De Heredia, llegado a Colombia en 1922 fue su secretario general. También estuvieron en ese partido Carlos Melguizo, Juan de Dios Romero y otros. Con excepción de los dos últimos todos los demás irían a jugar un papel de importancia en el PSR.

El partido socialista de 1919 dejó un documento central que en alguno de sus puntos dice: "Llegada la hora de elegir miembros que han de formar la Confederación Obrera, debemos poner nuestros ojos en aquellos obreros verdaderamente socialistas... trataremos de salvar a l obrerismo de los políticos de profesión". Se lanzaron a las elecciones con listas propias, superaron la votación liberal en Medellín, Girardot y nueve ciudades más; su extinción se debió en gran parte a su segunda salida electoral, cuando votaron por el general Benjamín Herrera para presidente, presionados por sectores liberales cercanos y por el mismo candidato quien formalmente les pidió su apoyo. Después del fraude que le dio el triunfo al conservador Pedro Nel Ospina en 1922, el desconcierto de los socialistas fue grande, a más de la derrota, por el desencanto de sus bases que querían un partido propio. Estudiaron entonces la conducta a seguir y produjeron otro documento: "...es inútil el ejercicio del sufragio... mientras no se reforme la Ley electoral vigente...".

Entre los intentos de este primer socialismo se cuentan proyectos como "... La defensa de los derechos económicos y políticos de la mujer". Si esto parece muy banal, no lo fue, antes de los socialistas nadie había pensado en ello. El punto primero de su plataforma decía: "¡a organización obrera declara que debe ser libre, independiente y sin compromisos con los partidos tradicionales ni sectas religiosas, que su política es económica y social y que dentro de sus filas caben todos los ciudadanos de buena voluntad dispuestos a luchar en causa común por las reivindicaciones del proletariado". En el punto dos proclamaban los principios de "Libertad, Igualdad, Fraternidad". El punto cuatro era contradictorio, decía: "Busca la reforma del estado y de la sociedad, la equidad entre el valor del trabajo y el interés del capital"; y el

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M a r ía T ila U r ib e

cinco recomendaba como bases principales de la emancipación obrera la instrucción y el ahorro.

Al mirar en su totalidad aquellos postulados se encuentra un vacío respecto de los problemas agrarios porque plantearon "la colonización para los campesinos”. Pero hay que tener en cuenta que se trataba de los primeros pinitos socialistas.

El PS como tal no dirigió huelgas pero asumió compromisos con los trabajadores, porque quizá lo más interesante fueron sus gentes o gran parte de ellas en Girardot, La Dorada, Honda y otras poblaciones, que si bien en­cendieron y apagaron el nombre de un partido, continuaron cualificándose en los años siguientes, no dentro de una radicalización liberal sino dentro de una vocación revolucionaria; para ellos el solo hecho de haber sacado tantas experiencias de sus errores fue ganancia.

A partir de 1923, ya desaparecido el PS, el panorama político de los dos partidos tradicionales se fue ensombreciendo. La crisis del liberalismo fue un tema tratado y aceptado por sus mismos políticos y se debía en parte a que no tenían o no hacían presencia en ningún problema nacional: en cuestiones de soberanía o de vinculaciones financieras con el exterior, no opinaban o no les convenía hacerlo, era total su desvinculación con el pueblo a pesar de sus intentos en dos Convenciones Nacionales para llenar este vacío. Nada en ese partido o por lo menos en sus políticos se sentía auténtico: solo literatura, promesas, bla, bla, bla. "El liberalismo se atrofia y se deslíe en una inactividad corruptora", decía el editorial de “El Espectador” el 27 de octubre de 1923.

Por su parte el partido conservador oscilaba entre la incompetencia y la corrupción, se desintegraba en medio de roscas, inmoralidades admi­nistrativas y la más cruda política de represión. En el último gobierno, el de Abadía Méndez, todo en las voces de sus políticos se volvió fiereza, vio­lencia de Estado, tratamiento de subversión y de ilegalidad para cualquier reclamo.

La crisis en las cúpulas de los dos partidos era política y además ideológica; no era una crisis con base en ideas encontradas, es que no te­nían nada qué decir ni qué ofrecer. Y mientras esa crisis se acentuaba en lo más alto de la pirámide social las ideas socialistas y las luchas populares se convertían en un proceso diario que iba creando nuevas necesidades. El mapa político cambió entonces en mitad de la década: hablar de socialis­mo implicaba organización, solidaridad y por esto su curso fue tomando

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Los a n o s e s c o n d id o s ] [ Ui imagen de los Veinte

proporciones nacionales; con sucesivos Congresos Obreros en los años 24,25 y 26 culminaba un proceso que por diferentes cauces y en distintos lugares condujo a la conformación del Partido Socialista Revolucionario.

En buena parte del país se veía a los socialistas-revolucionarios alzan­do tribunas, fundando periódicos, liderando las primeras grandes huelgas en ferrocarriles y puertos, plantaciones agrícolas y campos petroleros. Su principal lucha, la consecución de la jornada de 8 horas de trabajo. El PSR libró muchas batallas en favor del campesinado, los barrios populares, los desempleados, los indígenas y logró vincular a la clase popular en su con­junto en apoyo de los obreros de las compañías norteamericanas.

Sus movilizaciones alarmaron por su beligerancia y tamaño al go­bierno de Abadía Méndez, hasta el pánico. De ellas El Tiempo editorializó en mayo de 1926: "...Se nota que las manifestaciones del PSR ya ocupan muchas calles y plazas y que son más grandes que las procesiones del Sa­grado Corazón". Su lucha contra la Hegemonía que se creía infalible fue factor decisivo para el colapso o caída de ese gobierno. Las anteriores son pinceladas generales de la etapa del socialismo-revolucionario en cuanto a su ubicación en el mapa político nacional, pues este es el tema central del presente libro.

La década llegó a su planicie final, bajo el influjo de la crisis del capi­talismo mundial del año 29, el cambio de gobierno en 1930, y la extinción de la época revolucionaria que antecedió a los dogmas.

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