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Suplemento Cultural de La Jornada Domingo 4 de marzo de 2012 Núm. 887 Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver Antoni Tàpies las huellas de la memoria Una entrevista con T ÀPIES y un poema de P ERE GIMFERRER Textos sobre KAREL SVENK y EGON SCHIELE

La Jornada Semanal

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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 4 de marzo de 2012 ■ Núm. 887 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

Ant

oni T

àpie

s

las huellas de la memoria

Una entrevista con Tàpies y un poema de pere Gimferrer

Textos sobre Karel svenK y eGon schiele

Page 2: La Jornada Semanal

Hugo Gutiérrez Vega

Directora General: C a r m e n L i r a S a a d e , Director : H u g o g u t i é r r e z V e g a , Je fe de Redacción: L u i S t o Va r , Edic ión : FranCiSCo torreS CórdoVa, Corrección: aLeyda aguirre, Coordinador de arte y diseño: FranCiSCo garCía noriega, Diseño Original: marga Peña, Diseño: Juan gabrieL Puga, Iconografía: arturo Fuerte, Relaciones públicas: VeróniCa SiLVa; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: aLeJandro PaVón, Publicidad: eVa VargaS y rubén HinoJoSa, 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: [email protected], Página web: www.jornada.unam.mx

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui­tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor nada Semanal núm. 04­2003­081318015900­107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores.

La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

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Portada: Gana, por momentos, la vidaFoto: tonitapies.com

bazar de asombros 4 de marzo de 2012 • Número 887 • Jornada Semanal

DiCkeNS y mi abUeLa

Charles Dickens formó parte de los mejores momen­tos de mi infancia, adolescencia y juventud y, de al­guna manera, sigue estando presente en mi idea de la creación literaria y de la construcción de tramas no­velísticas y de personajes que pertenecen a una vida real que está por encima de los avatares temporales y refleja los aspectos esenciales de la condición hu­mana y de la convivencia social. Dickens es, sin lugar a dudas, un escritor comprometido con los problemas de su tiempo histórico, que mezcló la compasión con la búsqueda de la justicia social. Al mismo tiempo es lo que los académicos del siglo xix llamaban “un crí­tico de las costumbres” y, a mi entender, y desde la bisoña perspectiva de mi paso de la infancia a la ado­lescencia, un novelador puro, un forjador de mun­dos que tenían su base en lo real, pero que, por obra y gracia del artificio, gozaban del privilegio de la in­temporalidad y pertenecían al mundo hecho de luces y de sombras de la pura fantasía.

Mi abuela, rezandera como pocas, alteña de Lagos de Moreno que vivió la Revolución y las cristiadas, les tenía cierta desconfianza a los libros. Este prejui­cio venía de lejos. Cervantes, en uno de sus entreme­ses, forja un personaje que reúne todos los prejuicios de las épocas oscuras. Este energúmeno se opone a la lectura, pues considera que esos embelecos “llevan a los hombres a la hoguera y a las mujeres a la casa llana”. Tal vez por esto, la buena mujer veía con preocupación que su nieto pasara gran parte del día leyendo “quién sabe qué clase de cosas”. Un día le pedí que compartiera conmigo la lectura de Great ex-pectations. Era tan bondadosa que no se atrevió a rechazar mi solicitud. Nos pusimos a leer la formida­ble novela de don Carlos (así lo llamamos desde que conocimos a Pip, a Estela y a la Señorita Havisham) y muy pronto, la inteligente y apenas letrada anciana, cayó en el hechizo dickensiano. Lloró, se emocionó, se disgustó con las injusticias sufridas por los perso­najes y entendió con toda el alma a la Señorita Havis­ham, pues, según me dijo, le recordaba a una prima de Unión de San Antonio que se había quedado ves­tida y alborotada a la puerta del templo, mientras el irresponsable novio iba ya rumbo a Irapuato en el entrañable, a pesar de sus impuntualidades, ferroca­rril central. La prima no se encerró como la Señorita Havisham, ni pensó en retorcidas formas de vengan­

za. Como buena alteña se convirtió en beata de tiem­po completo, presidió a las Hijas de María y portó en su frustrado y virginal pecho el consuelo de la meda­lla milagrosa. Mi abuela se encantó con el misterio­so benefactor de Pip y, cuando se enteró que no era la Havisham sino el prófugo al que ayudó el generoso muchacho, opinó que el novelista tenía toda la razón y que, como lo dice el Evangelio, todos podemos re­dimir nuestros pecados a través de la bondad y de la generosidad. Estela le gustaba, pero, cuando se dio cuenta de que era una compleja creación hecha por la novia plantada con el único objeto de vengarse de los hombre, se asustó y sintió una especie de desconfian­za mezclada con la compasión y la perplejidad. Esos abismos de la conducta humana producían mareos a la buena señora que mucho había sabido de cruelda­des, venganzas y dolores, pero que no acabó de ex­plicarse del todo los oscuros motivos de la mujer re­chazada. El ejemplo de la prima no coincidía con el implacable rencor de la plantada inglesa. A raíz de esta lectura, mi abuela me pidió otros libros y se en­tusiasmó con Oliver Twist. La querida anciana re­genteaba, con grandes apuros financieros y morales, una casa de asistencia para alumnos del Colegio de los Jesuitas y, en sus escasos momentos de ocio, prac­ticaba la caridad cristiana. Todas las tardes se paraban en el cancel de la enorme casa llena de pájaros y ma­cetas, los mendigos y algunos borrachitos del barrio tapatío de Jesús María, para recibir el taco de arroz de la limosna diaria. Uno de los borrachitos, el comensal más asiduo, hizo un día una declaración que ahora me entrega la imagen amable de la abuela: “Doña Jose­fina, cuando usted se vaya al Cielo va a ser recibida en la puerta por dos filas de borrachitos aplaudido­res y entrará caminando sobre una alfombra de tacos de arroz.” Todo esto se dio mientras yo estaba ence­rrado en el mundo de Dickens. Al saberlo me di cuen­ta de que la ficción y la realidad se juntaban misterio­samente. Ese día me encontré con Pip en la escalera y al fondo de la casona estaba la mesa del banquete de bodas con pasteles petrificados, cucarachas y ratones. Martita Hunt, en la película de David Lean, me per­mitió precisar la apariencia y el talante moral de la Señorita Havisham, inglesa vestida y alborotada.

El pasado 6 de febrero falleció, a

los 89 años, el pintor, escultor y

teórico de arte Antoni Tàpies,

considerado uno de los artistas

plásticos más destacados de la

actualidad no sólo en su natal

España sino a nivel internacio-

nal. Reconocido con práctica-

mente todos los premios y

galardones asequibles –como el

León de Oro de la Bienal de

Venecia, el Premio Príncipe

de Asturias y la medalla Picasso,

por mencionar una mínima

parte–, Tàpies es una de las

máximas figuras de la vanguar-

dia en el arte del siglo XX, que ha

influido en todas las generacio-

nes posteriores, hasta la actuali-

dad. En su memoria publicamos

una entrevista inédita realizada

por Miguel Ángel Muñoz, así

como un poema de Pere Gimfe-

rrer. El número se completa con

un magnífico ensayo de Irena

Chytrá sobre el dramaturgo,

compositor, pianista, escenógra-

fo, actor y cantante checo Karel

Svenk, autor de El último ciclis-

ta, célebre y cruda obra teatral

en la que se habla del ghetto de

Terezín, “situado a escasos

60 kilómetros de Praga”.

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3 Jornada Semanal • Número 887 • 4 de marzo de 2012 creaciónbitácora bifronte

Jair Corté[email protected]

¿Con qué cara miraremos a aquellosque extendieron la mano en el fuego,serenos y sin embargo apasionadosen su decisión, nosotros que nos bastaron las palabrasequilibrando el peso con el peligro,los sentimientos cotidianos con las ideas?¿Con qué cara, con qué ojos los veremos de nuevo?De corazón y sonriendo tomaron el largo caminoentre las piedras y la niebla,con un mechón de sol en la frente rasgada,y un nudo de veneno en la comisura de los labios.

Con qué caraYorgos Yeralis

Véase La Jornada Semanal, núm. 740, 10/v/2009.

Versión de Francisco Torres córdoVa

Ni siquiera accedieron a mirar hondo en nosotros cuánto contaba el movimiento del alma,qué promesa se ocultaba en nuestro adiós.En la noche pensamos, sólo eso,la justicia amamos, sólo eso,y dijimos la palabra es fuego, diremos la palabra,pero ellosel fuego mismo abrazaron sin decir palabra.¿Con qué cara, con qué ojos los miraremos?

eN DeFeNSa DeL abURRimieNTO

En su libro La conquista de la felicidad , Ber-

trand Russell ennumera diversas causas y mo-

tivos que provocan la infelicidad del hombre,

entre las que destaca la pareja aburrimiento-

excitación: “Ahora sabemos, o más bien cree-

mos, que el aburrimiento no forma parte del

destino natural del hombre, sino que se puede

evitar si ponemos suficiente empeño en bus-

car excitación.” Aunque Russell publicó su li-

bro en 1930, la situación, en sustancia, no ha

cambiado mucho en la vida del hombre mo-

derno, cuya agitación diaria le lleva al agota-

miento físico, mental y espiritual. El hombre

de ahora no camina, corre por las

calles luchando contra el tiempo

y el tráfico. El hombre de nues-

tros días no se informa, “navega”

(¿naufraga?) en un mar de imá-

genes, noticias, sonidos y un sin

fin de estímulos provenientes ya

sea de una pantalla o de un fre-

nético viaje por una ciudad satu-

rada de anuncios. Nadie se ima-

gina descansar “aburriéndose”,

sentado cerca de una ventana de

la casa mirando cómo se extin-

gue la luz del día, en un posible

silencio, sin televisores ni radios

ni teléfonos celulares encendi-

dos, sintiendo cómo el tiempo pasa lento,

mientras nuestras fuerzas se reponen y nues-

tra memoria divaga o, simplemente, hace una

pausa. ¿Alguna vez se han quedado sin ener-

gía eléctrica todo un día? Otro tipo de sonidos

nos habitan: el ladrido de un perro a lo lejos, un

silbido, las mareas de nuestra respiración. En

esos momentos, que se parecen a la paz, pue-

den nacer ideas y emociones que en la turbu-

lencia diaria no aparecerían.

La internet (mal empleada, claro está) cada

vez se asemeja más a la televisión, “ese moni-

tor por el cual nos asomamos es una ventana

de luz”, dice Ernesto Sabato en su libro La resis-

tencia, “la televisión nos tantaliza, quedamos

como prendados de ella. Este efecto entre

mágico y maléfico es obra, creo, del exceso de

la luz que con su intensidad nos toma. No pue-

do menos que recordar ese mismo efecto

que produce en los insectos, y aun en los gran-

des animales”.

No me considero un hombre viejo ni joven;

sin embargo, creo que esa necesidad de excita-

ción, de fervor, de “no perder ni un minuto”, que

en la adolescencia experimentamos en toda su

plenitud, pero que a toda costa queremos pro-

longar hasta el límite de no saber

estar a solas con uno mismo, pue-

de constituir la razón de nuestra

ansiedad moderna, expresada

en “Hurricane Jane”, canción de

los Black Kids que revela la pro-

funda angustia al quedar expues-

tos al “no hacer nada” un fin de

semana, un terror ante el aburri-

miento: “Es viernes por la noche

y no tengo a nadie,/ Oh, ¿para qué

tender la cama entonces?/ Me to-

mé algo y se siente como golpe de

karate./ Me patea abajo y me deja

muerto./ Es viernes por la noche

y no tengo a nadie…” •Foto: barraventopensiero

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44 de marzo de 2012 • Número 887 • Jornada Semanal

ue persiguiera muchachas en bicicleta, co­mo quien enhebra en un parque el ocio de su perversión, implica una imagen enojosa de la que se pueden jactar los ediles de la li­

teratura, no sus lectores, que no debemos ser muchos pero sí devotos; que escribiera poco lo convierte en un Macedonio de otra latitud, un Monterroso por adelantado, compañía que no constituye, en modo alguno, una deshonra; que perteneciera al Ateneo de la Juventud, ese Olimpo de la sabiduría literaria, no lo hace necesariamente farragoso o eruditamente

enrique Héctor González

Julio Torri: la sutil elegancia de la brevedad

indispuesto al ludibrio; que eludiera, en fin, los asun­tos revolucionarios, y aun los meramente nacionales, en su obra, es un pecado (¿lo es?) que comparte con otros ateneístas, pero sin mostrar el político desdén de Reyes por la gleba o el naufragio en la sobreabun­dancia de Vasconcelos; que no se lo lea o se lo lea poco en nuestros días habla peor de nosotros que de él.

“El humor es un delirio de la forma”, apuntó al­guna vez Cabrera Infante, y la eficacia formal de la escritura de Julio Torri corre a parejas con la de esos es­tilistas literarios que hicieron de la ironía una forma

de la sorna y de la sorna una sonrisa dibujada a la perfección en la página. Tal trabajo de orfebre se di­solvería en la orfandad de su exquisitez si no lo ha­bitara el ingrediente, la sazón que a la buena prosa añade siempre el desenfado, el ánimo de nombrar sin pontificar, de mirar al sesgo la solemnidad, por ejem­plo, de ese hombre “que escribía acerca de todas las cosas”, de ese escritor que quiso ser recordado como Goethe, sin conseguir mayor celebridad que las “dos faltas de ortografía” que sellan su epitafio.

Fue Torri un escritor menos tórrido de lo que pa­rece, sin embargo, uno cuyos rasgos obsesivos se dieron a cuentagotas, pero en plenitud, en una obra delicada a la que, por contraste, endilgó ese título que sólo aparentemente contradice la astucia letal de los breves textos que la constituyen: De fusilamientos, aparecido en 1940, veinticuatro años antes y otros tantos después de las únicas obras de creación que publicó en vida: Tres libros (que recoge los otros dos y espiga Prosas dispersas en su material inédito) y En-sayos y poemas. A esto se añade una publicación pós­tuma (El ladrón de ataúdes) y sus apuntes sobre La li-teratura española. Apenas eso.

Una de sus más exquisitas ocurrencias, de natu­raleza borgeana, fue la de redactar el prólogo de una novela que nunca escribió; otra, que las feministas habrán de deplorar, es su misógina clasificación de las mujeres en “elefantas, reptiles, tarántulas y as­nas”, sin menoscabo de una a la que “las acompa­sadas dichas del matrimonio han metamorfoseado en lucia vaca que rumia deberes y faenas”, ameno homenaje a Apuleyo, el más fino escritor de la Roma decadente.

Frente a la copiosa bibliorrea de sus congéneres ateneístas, leer a Torri significa atenerse a la tenue lección de exigüidad de un humorista que lamenta­ba lo mismo “el inquietante rumbo de la oratoria fú­nebre”, cuya hechiza emotividad provoca que en los entierros tengamos “tan pocas probabilidades de divertirnos como en el teatro”, que la devoción ma­gisterial de un profesor “pequeño de cuerpo, rubi­cundo, tartamudo”, como el propio autor, que, dada su carencia de ideas propias “era muy estimado en sociedad y tenía ante sí un brillante porvenir en la crítica literaria”. Prosista frugal, si los hay, Julio Torri es, al mismo tiempo, uno de los narradores más legi­bles e ilimitados, pues supo insuflar a su elaborado estilo una gracia natural •Q “ “Una de sus más exquisitas

ocurrencias, de naturaleza borgiana, fue la de redactar el prólogo de una novela que nunca escribió.

Julio Torri por Salvador Pruneda, tinta sobre papel

Archivo gráfico de El Nacional, circa 1950

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ver, a ver, ésas que ladran como perros váyanse hasta atrás, a la última banca!” Las dos niñas no entendían lo que les decía la docente porque ignoraban el castellano.

Tampoco la maestra sabía lo que ellas hablaban por­que desconocía el otomí, sólo interpretaban gritos y señas. Con la barrera del idioma de por medio, en el mismo salón de clases estaban la maestra y los alum­nos en su mundo, mientras las niñas se refugiaban en el propio.

María Luisa Trejo González nació en Sabino de San Ambrosio, Tolimán. Estudió en una escuela de mon­jas hasta tercero de primaria, donde las profesoras se comportaban con ella como persona de verdad. Esa escuela desapareció, por lo que tuvo que ir a una pri­maria federal en la que la regresaron a primer año. Ahí fue donde una profesora le gritaba cuando ha­blaba otomí, al igual que a una de sus compañeritas.

Por supuesto que la niña María Luisa no se dejó vencer por la adversidad, jamás bajó los brazos y, justamente, para no ser como su maestra, se convir­tió en profesora bilingüe español­otomí, para luchar en contra de la exclusión y el etnocidio de su cultura. Fue así que cursó la licenciatura en Español en la Es­cuela Normal del Estado de Querétaro y, en 1977, se incorporó al Departamento de Educación Indíge­na, desempeñándose como profesora desde enton­ces. También es autora de varios libros de texto para primaria bilingüe: Mi libro de otomí de Tolimán (Ma he’mi dega ñhohño) (degei-SeP, México 1984); Lecto-es-critura en lengua otomí. Mi libro de otomí de Tolimán. Ñhó dega ñhóñhó de Maxei. Lengua Hñah ñu de Tolimán ( SeP­Conaliteg, México, 1995).

“Si estudiábamos o no, a la maestra no le preo cu­paba. Desde entonces me propuse ser maestra y, des­pués de clases, estudiaba dos o tres horas diarias más para entender el idioma español; había palabras y oraciones que no comprendía y las marcaba con una equis para cuando la maestra las explicara, corregir­las. También tuve otra maestra que se llamaba María Guadalupe Madera Tax, ella era yucateca y recuer­do que le daba por fumar dentro del salón; nosotras de todos modos siempre estábamos en nuestro mundo otomí, hasta la última banca, porque ella tampoco nos quería porque hablábamos un idioma diferente.”

Ahora la profesora María Luisa Trejo González está al frente de un grupo de niños en la escuela pri­maria bicultural de Los González, Casa Blanca, To­limán, Querétaro, una comunidad de tierra dura y árida, sembrada de piedras, cactáceas, pobreza y alcoholismo. Los inquietos niños de piel morena y ojos de obsidiana, de tercer grado de primaria, es­criben indistintamente en español y en ñhäñho, tam­bién hablan y cantan en ambos idiomas, o bien, pri­mero cantan en su lengua materna y después, por cortesía, ante la ignorancia del visitante monolin­güe, también en español.

Los pequeños niños de ojos rasgados como sus prendas de vestir, llegan por las mañanas al aula con

agustín escobar Ledesma

Torre de babel*Ladridos en la

el estómago vacío; por eso, cuando suena la chicharra a las once de la mañana, la hora del recreo, salen dis­parados a la cocina­comedor de la escuelita, en don­de les preparan un menú consistente en atole de sa­bores, tortillas, y como platillo fuerte puede haber arroz, frijoles o garbanzos. Los infantes comen con fruición sus raciones, único alimento en todo el día y, como también tienen hambre de juego, dedican cinco minutos a corretear por los patios de la tierra tepetatosa de la que el aire, en ocasiones, levanta una buena polvareda a manera de obsequio.

La profesora bilingüe hñäñho­español María Lui­sa Trejo González nunca se ha callado las injusticias en cualquier lugar en el que se encuentre, lo que le ha valido ser marginada constantemente, o por lo me­nos ser enviada a las escuelas más alejadas de la co­munidad a la que pertenece.

Cuando María Luisa solicitó trabajo en Educación Indígena, en 1977, el entonces director regional, Ru­fino Maqueda Rangel, le dijo: núnge gi ‘ralki ri poho, que literalmente significa: “Sólo que me des tu cola.” La maestra, angustiada y conteniendo el llanto, dice: “Yo ni lo conocía, nunca lo había visto. Me sentí humi­llada. La necesidad me hizo fingir ser su amiga, me hice la loca, sólo así me contrataron y enseguida me mandaron a un propedéutico a Ixmiquilpan, Hi­dalgo.” A lo largo del tiempo el profesor Rufino, un hombre alto, gordo y de ojos borrados, continuó aco­sando sexualmente a María Luisa y a otras profeso­ras. María Luisa lleva un registro pormenorizado.

Después de tres décadas en el subsistema de Edu­cación Indígena, María Luisa Trejo se ha caracteriza­

do por investigar las manifestaciones de su cultura y, principalmente, de su idioma; también es una fé­rrea defensora de las variantes dialectales de la re­gión del semidesierto queretano que se contraponen o complementan, según el caso, con las variantes de Amealco y las de los estados de Hidalgo y México.

TeSTiGOS PROTeGiDOS

Según la profesora María Luisa, la mayoría de maes­tros bilingües han sido cooptados por el Instituto Lingüístico de Verano (iLV) para que profesen la reli­gión de los Testigos de Jehová; el iLV, además de in­vestigar la lengua, influye en el comportamiento de los profesores que, a su vez, inciden entre los niños de las comunidades. A los profesores que se pasan a ese grupo les publican trabajos, les dan apoyo, los llevan a Estados Unidos a traducir.

Hay niños de las escuelas que por un dulce se aprenden citas de la religión de los Testigos de Jeho­vá. Esto ha provocado la división de las comuni­dades, puesto que a los niños católicos les dicen “los santos” y a los Testigos de Jehová, “los diablos”. La situación ha llegado a extremos de violencia, cuan­do un hombre mató a su mujer por asistir a una reu­nión promovida por los maestros para acudir con los Testigos de Jehová •

* Texto del proyecto de investigación “Extranjeros en su tierra. Escritores en lenguas indígenas”, apoyado por el Programa de Estímulos a la Creación y Desarro­

llo Artístico de Querétaro 2011, del IQCA.

“¡A

Fotos: Agustín Escobar Ledesma

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Entrada al ghetto de Terezín6

irena Chytrá

l 24 de noviembre de 1941 arriba al ghetto de Terezín, situado a escasos 60 kilómetros al no­roeste de Praga, Karel Svenk, un joven risueño y desenfadado, de ojos perspicaces, cejas po­

bladas y cabellera exuberante. Compositor, pianista, escenógrafo, dramaturgo, actor y cantante. Sim pa­tizante de la izquierda. Judío praguense, cuyo ape lli­do, aunque de origen germano, se escribe en checo, haciendo gala de la diacrítica que distingue a esta lengua eslava, con la cual Svenk cobija su escritura en todas las temporalidades de su vida, incluso du­rante la ocupación nazi, cuando además descubre que el checo es impenetrable y hermético para el in­vasor y, a su vez, idóneo para desplegar sus audaces malabarismos de ironías, sarcasmos y alegorías que constituyen la esencia de su inconfundible estilo de escritura, y de los cuales se serviría para edificar su obra concluyente. Svenk, sin lugar a dudas, surgió de la tradición de la literatura antibélica y humanis­ta de los hermanos Karel y Josef Capek, de los caba­rets avant-gard del Teatro Liberado de Praga. En el personaje de Svenk tiene lugar una peculiar sim bio­sis del don literario con el histriónico, la lucidez con el sentido de humor, siempre oscuro, corrosivo y excéntrico, que no pudo haberse originado sino en el contexto centroeuropeo, a partir de la amalgamación centenaria de tres culturas –la checa, la alemana y la cultura yiddish– dejando un legado de mesti zajes y configuraciones existenciales singulares.

Así, este experimentado autor de obras de caba­ret se integra con un gran entusiasmo al entorno cultural del ghetto de Terezín y se apropia creati­vamente de este lúgubre escenario para sembrar la esperanza entre quienes lo habitan. En los cabarets de Svenk, un guiño furtivo se desborda en la risa rabelesiana y se niega a ser tabú; por el contrario, es ella la que humaniza y dignifica la experiencia lími­te de quienes se empeñaron en (sobre)vivir creando por y para la vida; no situarse en medio de una tra­gedia, en el tono griego, ni privarse de lo dionisiaco, actuando contra el cansancio de los trabajos for­zados, contra el cansancio de la muerte que deam­bulaba sin cesar por el ghetto. Desde la inagotable v italidad de Karel Svenk brotó el cabaret Viva la vida (1943), del cual se conservó en la memoria de los sobrevivientes un fragmento, conocido como el “Himno de Terezín”, cuyos versos: “Mañana co­menzará la vida y se acercará la hora de hacer ma­letas y regresar a casa. Todo marcha si se quiere, nos tomaremos de las manos y en las ruinas del ghetto nos reiremos”, coreaban a diario por el ghetto, ahu­yentando el letargo y la pesadumbre, con el mismo entusiasmo que La novia vendida, de Smetana, Las bodas de Fígaro y La flauta mágica, de Mozart, y el Ré-quiem, de Verdi.

Desde la primavera de 1943 –en vista de la inspec­ción del Comité Internacional de la Cruz Roja que se realizaría el día 23 de junio de 1944– inició el “embe­llecimiento” del ghetto de Terezín. Se suspendieron los transportes, se abrieron una “cafetería”, un ban­co, una sinagoga, una escuela, un jardín de niños y tiendas y salas de concierto; se suministraron ins­trumentos musicales y se ejecutaron obras de com­po sitores judíos –Mendelssohn­Bartholdy, Mahler y Schönberg–, vedadas en el Tercer Reich como “arte degenerado” (Entartete Kunst). Kurt Gerron –cineas­ta y actor con trayectoria sólida en Alemania– filmó in situ la película propagandística El Führer regaló la ciudad a los judíos. Al término de la inspección de la Cruz Roja, sus integrantes elogiaron las vir tudes de la “comuna utópica” del ghetto. En el otoño de 1944 se reanudaron los transportes a Auschwitz, esta vez en forma masiva, y con ellos se produjo un declive irreversible en la vida cultural de Terezín, absorbien­do casi la totalidad de los creadores de Terezín (mú­sicos, cantantes, coreógrafos, artistas plásticos, lite­ratos, etcétera).

En el seno de la adversidad surgieron dos indisi­muladas alegorías del nazismo y del mismo Hitler, ambas predestinadas a ser censuradas y prohibi­das: El emperador de la Atlántida o La muerte abdica (1943), una ópera del compositor Viktor Ullmann sobre el libreto del poeta y pintor Peter Kien; y el cabaret de Karel Svenk titulado El último ciclista o Borivoj y Mánicka: una poderosa metáfora del gran theatrum mundi del Tercer Reich. Epopeya costum­brista del surgimiento, auge y eclipse del dictador y su imperio.

Pese a los arduos ensayos, el Consejo de ancianos –también encargado de la elaboración de listas para los transportes al este– desaprueba presentaciones públicas, y El último ciclista se queda con finado a sub­sistir en espacios clandestinos. Poco después, en septiembre de 1944, Svenk abandona Terezín en uno de los transportes rumbo a Auschwitz y con él des­aparece el manuscrito de El último ciclista en la vo­rágine del ghetto. Sólo se resguardaron los extraor­dinarios bocetos elaborados para El último ciclista por el arquitecto Frantisek Zelenka, esce nógrafo que acogió numerosas producciones en Terezín. Si El úl-timo ciclista no ha caído en el olvido se debe a la ge­nerosa intervención de Jana Sedová, actriz predilec­ta de Svenk y sobreviviente del Holocausto, que reconstruye el guión en su tono original en checo; éste es exportado al inglés por Naomi Patz y vertido al español en la espléndida traducción y adaptación de Isaac Slomianski.

Así, a la luz de dichos filtros interpretativos, El último ciclista atraviesa por una herme-neusis, agluti­

nándose en un corpus discursivo que consta de veintidós escenas. Fragmentado, intermitente y rei­terativo a modo del sustrato fundamental, es la irrea­lidad de Terezín. Glosas, circunloquios e imágenes suspendidas sobre el yermo vacío, se ciñen a las con­venciones emergentes y figuras retóricas del ghetto, aunque formalmente nacen de la estructura episó­dica que caracteriza la tradición del teatro alemán, atribuida a Georg Büchner y profesada por Ger­hart Hauptmann, Bertolt Brecht, Max Frisch, An­tonin Artaud; Orson Welles. Bajo el tamiz de hipér­boles y alegorías, se invierte el orden moral y semántico y desaparece el discernimiento entre lo verosímil y lo inverosímil. La verdad es suplantada por una no­verdad.

La figura del ciclista, a partir de su existencia a priori decorosa e inofensiva, constituye una metáfo­ra audaz y edificante de la alteridad, una hipérbole por excelencia que desde su sobrecogedora trans­parencia, sencillez y hasta inocencia, enfatiza la vi­

sión del ascenso del Mal, concebida por Svenk con suma precisión, elocuencia y agudeza. Svenk logra sintetizar con escrutinio magis­tral la ambición de los dictadores: “Hay que deshacernos de toda la estirpe ciclista”; es decir, sofocarla, silenciarla, borrarla (en el sentido de Levinas) de la faz de la tierra; aniquilar la memoria de ese “grupúsculo de traidores que han traído la peste a esta tie­rra”, que no son sino “malvados, corrom­pidos e inmundos”. En primera instancia, se requiere arremeter contra el fundamen­to de su “existencia ciclista”: las llantas

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Ciclista en Terezín. Foto: therippleproject.com

algunos niños del ghetto de Terezín

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4 de marzo de 2012 • Número 887 • Jornada Semanal 7

de sus endiabladas bicicletas deben ser de­sinfladas y sucesivamente todas las bi­cicletas destruidas. Los ciclistas deben portar en su ropa la letra “c” de ciclista. Se les prohíbe comer, beber, escribir, dormir, aparecer en lugares públicos: se les prohíbe existir. El obstinado escu­driñamiento en las genealogías preté­ritas –bajo el inequívoco tenor de los postulados de Núremberg, 1935 –evi­dencia la insólita arrogancia del impe­rio: “Tal vez tus abuelos (bisabuelos, tatarabuelos) anduvieron impúdica­mente en bicicletas.”

Es sabido que los dictadores se obsesionan con consignas: “¡Exijo mi eslogan! ¡Muerte a los ciclistas! ¡Hay que cazarlos!”, demanda el Gran Dictador. ¿Acaso todos somos ciclistas, propen­sos a ser desterrados de nuestro bienestar por un Mal triunfante? ¿A quién culpar si los ciclistas ya están arrestados? ¡A los que portan paraguas, lentes, som­breros! ¡A la Luna! El absurdo transgrede su propio clímax, brota de un desfigurado mito del eterno re­torno. El Mal, desde su vulnerable fragilidad, nunca se lamenta o arrepiente. Absoluto, grotesco, pero galopante, se vuelve semánticamente inaprehensi­ble, banal (Arendt), y el mundo inhabitable: un ma­nicomio, el señorío tenebroso del sublime dictador, siniestro matriarca de la estirpe de tiranos y advene­dizos, un kitsch fantasmagórico elucubrado por el totalitarismo nazi. Transmutación alquímica en un Golem hereje, errante, profanador de la palabra sa­

esteticismo yesperanza

Dentro de los cánones del “teatro de la crueldad” (Artaud), el escenario está siendo usurpado por los lunáticos: seres subterráneos, camaleónicos que transitan febrilmente entre identidades eclécti­cas generadas por el imperio y sus ghettos. Criaturas abortadas por la inmediatez y precariedad, seres des­poseídos del razonamiento (sumashedshyi), ame­nazantes y demoníacos: los biessi de Dostoievsky. Más antropomorfos que humanos, espectrales y obs­curos. Encorvados, apenas se arrastran por la tierra apisonada y pedregosa. Sumidos en un delirio car­navalesco de cacerías, saturan ad nauseam con sus parlamentos atrofiados. Se mimetizan entre sí y se propagan como la peste (Karel Capek, La guerra de las salamandras, 1936; La enfermedad blanca, 1937). Omni­presentes e imprevisibles, husmean con estridencia por doquier. Habitan en desvanes y sótanos lúgu­bres, sombríos, irrespirables, los mismos que perci­bió Walter Benjamin en la obra de Kafka para con­ceptuarlos en una fenomenología peculiar de techos opresivos suspendidos sobre las existencias dismi­nuidas e inconclusas.

Svenk retrata una pléyade de personajes inhe­rentes al “inventario” del Protectorado. Nos sumer­ge en un manifiesto personal y epitafio, cuyo autor se va transformando en el último ciclista para diri­girse hacia su propio fin, la autoinmolación. En la ficción visionaria de Svenk se anticipa la caída del Mal, que en el curso del tiempo real se tomó varios

meses para consumarse cabalmente. Svenk ya no fue testigo de esos sucesos jubilosos.

A lo largo de su luminosa pre­sencia en Terezín, Svenk no teme descender al Reino de las Tinie­blas, desafía el perpetuo castigo que padece, cual Sísifo, héroe del absur­do definitivo. Goza de la libertad durante un breve instante, cuando ha empujado la roca hasta la cima, se de­tiene ahí y desde su ceguera palpa el verdor embriagante de los paisajes circundantes, cuando aún no tiene que comenzar de nuevo desde abajo. La alegría que Svenk infundía en los habi­tantes del ghetto se disipó abruptamen­te al separarse él de la “montaña” llama­da Terezín, una Torre de Babel habitada por seres babélicos, hacinados, dismi­nuidos en su humanidad, pero enalteci­dos por el arte.

Esta turbadora historia escapa a los cánones de una clásica contienda entre el

Bien y el Mal: los ciclistas versus el Gran Dictador con los lunáticos. No existe un desenlace feliz para la gran mayoría de los prisioneros de Terezín, ni para Svenk. Habiendo entregado todo de sí, se nu­bló su ser y Karel Svenk sucumbió desnutrido y exhausto a los trabajos forzados en Meuselwitz, cerca de Leipzig. Ahí se extinguió prematuramente su vida, un día de la primera semana de abril de 1945, a sus escasos treinta y ocho años.

El carnaval de los lunáticos desdichadamen­te co n t i n ú a s o b re e l g r a n t h e a t r u m m u n d i ; se eterniza… •

grada, que arrasa con todo al perseguir el elixir de la Muerte. La incertidumbre imperante en el ghetto encierra una comedia humana que se despliega entre el infierno dantesco y los pa­raísos inasibles, una concatenación de mistificacio­nes, idilios y utopías: Ciclistina, tierra prometida de los ciclistas, que los exime de la Isla de Horror. Pero los caminos “encantadores” a Ciclistina y a la Isla de Horror confluyen en el mismo lugar, en los campos de extermino en el este; ahí “nos van a desaparecer, vivos nos meterán a hornos, nos conver tirán en humo”. Terezín, ciudad judía ejemplar, ciudad­“balneario“, con sus matices y nichos cola terales, no es sino una antesala en esta travesía.

Elenco de Brundibar, ópera infantil en Terezín

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entrevista con antoni tàpiesmiguel Ángel muñoz

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–Siempre has dicho que has hecho el mismo cua-dro en los últimos años. ¿Lo sigues creyendo cuando estás por cumplir noventa años?

–Hace un tiempo Umberto Eco recordaba que el intelectual, el artista, por más cosas variadas que haga, en el fondo siempre está escribiendo el mismo libro y desarrollando unos ideales casi únicos. Pero, quizá, tanto como unos ideales, se trata también de una posición, de una manera de ser. Y se podría pre­cisar que esa manera de ser tampoco es muy variable. Además, tiene mucho de producto obligado de los tiempos históricos que nos ha tocado vivir.

–Hablas de hacer un mismo cuadro, pero quien co-nozca tu obra en retrospectiva verá una “contradic-ción”, pues si hay alguien en el arte contemporáneo que ha cambiado y evolucionado eres tú, ¿no lo crees?

–Voy haciendo combinaciones de materiales, mez­clo colores, enfrento formas, pruebo a ver qué ocurre. Como el boticario que realiza pruebas con los especí­ficos hasta obtener la fórmula del remedio. Sí, yo hago algo parecido; hasta que me doy cuenta de lo que apa­rece, ¿para qué negarlo? Me sorprende de pronto, ¡caray! Me produce una especie de sobresalto, una emoción que me detiene, que me sugiere una pausa.

–¿Sigues estando seguro de tus ideas sobre el arte, de tu forma de entender el mundo, o hay cambios importantes en tu vida?

–Siempre he dicho que soy un poco como esos au­tores que se dice que sólo han escrito un libro en su vida. Yo he pintado un cuadro con muy pequeños cambios; en mi camino, con todas las matizaciones necesarias, pero siempre con una constante muy par­ticular en mi carrera, que es guiarme siempre por la filosofía de Oriente. Si sigo trabajando es por mejorar lo que hago, aunque el cuadro ideal, perfecto, toda­vía no ha llegado.

–Has hablado de una “realidad auténtica”, o simple-mente, de la realidad que está más allá de nosotros mismos. ¿Crees que este concepto tiene un límite?

–Después de mucho vivir, leer y estudiar te en­cuentras que la realidad sigue siendo un misterio. El concep to “misterio” persiste, por lo menos en los tem­peramentos que no tenemos creencias definidas. Hay ciertas religiones que han dado respuestas, no defi­nidas, pero las dan. No es que no creas que debemos mantener una ilusión, pero sí hay que entender que hay un misterio más allá de la vida: la muerte. Aunque soy bastante optimista. En momentos gana la vida.

–En casi toda tu obra se percibe esa búsqueda místi-ca del mundo. ¿Consideras que esos instantes pictó-ricos tienen algo de religioso?

–Busco más bien algo divino (lo pongo entre co­millas), pero lo busco en las cosas materiales o en mi vida cotidiana. Soy un “espiritualista materia­lista”. Y en este sentido me siento próximo a ciertas ideas de la ciencia y me intereso por libros de divul­gación científica. Me acompañan lecturas –que en realidad son relecturas– de este tipo. La ciencia tie­ne algo de espiritual y algunos científicos coinciden con una visión del mundo que también me interesó y me sigue interesando: Oriente y su filosofía. Ber­trand Russel ya decía que la ciencia es más espiri­tual y la materia menos material de lo que común­mente se piensa. En mí existe una especie de gusto o sentimiento por lo trascendente, pero en el sentido de buscar la trascendencia en lo inmanente. La rea­lidad material es extremadamente profunda y re­finada, tan bella que uno experimenta un gozo reli­

Entrar en el estudio de Antoni Tàpies (Barcelona, España, 1923-2012) era aden-trarse en un universo inédito, deslumbran-te, para entender la vida y obra de uno de los artistas más importantes de la segunda mitad del siglo xx. El espacio siempre estuvo lleno de obras recientes, de cuadros aún no terminados, pero que ya tenían la marca indiscutible del artista catalán. Tàpies fue un maestro del orden, un alqui-mista del diálogo poético-pictórico. Fue también, ante todo, un pensador que se manifestó a través de obras de arte. No es un narrador ni un poeta, aunque, como decía el crítico español Juan Eduardo Cirlot, tenía una pequeña parte de lo primero y una mayor de lo segundo. Reco-nocido con el Gran Premio de la Bienal de Sao Paulo en 1955, el Premio Unesco de la xxix Bienal de Venecia en 1963 y el León de Oro de dicha bienal en su xlv edición, en 1993; Premio Rembrandt en 1983, Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1990, Miembro de Honor de la Royal Academy of Arts de Londres en 1992, obtuvo la medalla Picasso de la Unesco en 1994. Ha expuesto de forma individual en el Museo Solomon r. Guggenheim de Nueva York en 1962 y 1995, así como en el Museo de Arte Moderno de dicha ciudad en 1992; en el Museo de Arte Contemporáneo de Montreal en 1977; en el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago en 1977; en el Museo de Arte Moderno de París en 1987; en la Fundación Serralves, Oporto, 1991; en la Galería Nacional del Juego de Pelota de París en 1994 y en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid en 1990, 2000 y 2005. Destacan sus contribuciones a la teoría estética a través de los libros La práctica del arte, El arte contra la estética, En blanco y negro y Memoria personal.

ntoni Tàpieslas huellas de la memoria

La gran A, Antoni Tàpies

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París d’Antoni TàpiesPere Gimferrer

Trae el invierno el color de este polvo de mármol.Arde una fragua de claridades verdesbajo la luz visible de las ramas, tan claraspor tan desnudas, el cercado de los incendios de abril.Nos pertenece un país palpitante de agua y de hierba,un gotear de nieblas en el desfiladero del cielo.El polvo de mármol, la piedra, el cartón y la chatarrahan recibido el legado de las estaciones,la herencia del tiempo que rodea al hombre,el oro ceremonial y el verde trémulo,el azul nocturno y el azul que ven unos ojos cerradosen el anillo de oscuridad que enciende las apariencias.Nos pertenece un país, un legado, el alto ejemplode la claridad de los álamos y la ventana desnudaque ve la transparencia del vacío total.Un país para volver a él, más adentroque lo que pedimos, y más adentro aúnque lo que nos podremos atrever a soñar:un país donde la oscuridad fuese conciliacióndel espacio y el hombre, como la raíz del espacioaferrada al subsuelo, como la raíz del subsueloaferrada a las minas negras del firmamento.Volver a él es como volver al país donde no nacenni mueren los instantes: presentes, irreductibles,rehusados al recuerdo, son sólo conocimiento.Como la mano, como el cuerpo, como la mente febril,todo el ser ha dejado de arañar el entorno.Ahora ha llegado el tiempo de esperar y conocer,tiempo de herramientas sumergidas en el agua de los desvanes,la navegación de escombros, monasteriode sábanas y moho, país de esta sangre.Tiempo de hombres que han hallado súbitamente un ámbito:la pura nitidez de saberse vivientes.

gioso cada vez que se atiende a lo más pequeño: una piedra, una hojita…

–La materia es otro tema clave para entender tu obra. ¿Cómo la sigues entendiendo en tu proceso de creación?

–La materia es un soporte que permite dibujar y ha­cer grafismos de forma diferente al papel o la tela. Des­de finales de los años cuarenta, la materia fue una reac­ción a la pintura académica, una agresión al soporte, y al mismo tiempo forma parte del mensaje de la obra. Mi gran preocupación era buscar explicaciones de ti po material a la vida y las explicaciones que daban los científicos me parecen discutibles, pero me inte­resaron las referencias que hacían a la cultura hindú y budista. Me dediqué a este divinismo que sigue sien­do una sabiduría muy moderna, sin dogmas ni Papas •

ntoni Tàpieslas huellas de la memoria

Foto: José María Alguersuare

Tàpies observa a Tàpies

Foto: la brujulazularte

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10leer 4 de marzo de 2012 • Número 887 • Jornada Semanal

Cuentos infieles,

Lorenzo León Diez,

Lectorum,

México, 2011.

EL INFIEL DESCONSUELO

EDGAR AGUILAR

Los 1001 años de la lengua española. Tercera edición, algo

corregida y muy añadida,

Antonio Alatorre,

fce,

México, 2011.

LA EVOLUCIÓN DE LA LENGUA ESPAÑOLA

RAÚL OLVERA MIJARES

Más de dos décadas han pasado desde la primera edición de Los 1001 años de la lengua española (1979), cuyo título hace alusión a varias cosas: en primer término, trae a la memoria de una colec-ción de cuentos árabes; en segundo lugar, pone de relieve un hecho fundamental, hace más de un milenio ya se hablaba el iberorromance. La intención del autor no podía ser más clara: no pretendió aderezar obra para eruditos filólogos, sino para todos aquellos curiosos lectores que se interesaran en adquirir una visión panorámica acerca del desarrollo de la lengua española a partir de sus momentos o paradigmas literarios más destacados. A ratos el lector no sabe si tiene entre manos una historia del idioma o de la lite-ratura propiamente dicha escrita en castellano. Lejos de exclusivis mos y provincialismos mal entendidos, el español actual es una de las lenguas europeas con mayor número de hablantes, sobre todo, si se suma el total de las heterogéneas pobla-ciones de los países de la América hispánica.

Antonio Alatorre Chávez (1922-2010), autor de esta obra, es sin duda alguna uno de los nombres más destacados en el terreno de la filología hispá-nica, un estudio iniciado como tal a principios del siglo xix con Bartolomé José Gallardo y su Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos, a quien le siguieron Marcelino Menéndez y Pelayo, Ramón Menéndez P ida l , Amado Alonso y Raimundo Lida. Esta es, poco más o menos, la cadena académica que conduce hasta nuestro autor, quien se propuso no precisamente pergeñar una obra para entendidos, sino un libro incluso ameno destinado a todos aquellos que, por profe-sión o simple devoción, se hallen deseosos de conocer algo más sobre la historia de nuestra lengua. Alatorre es sumamente modesto, realista o precavido y refiere a otras obras, la Historia de la lengua española (1941), de Rafael Lapesa, o bien la inmortal Orígenes del español (1956), de Ramón Menéndez Pidal, a aquellos que deseen profun-dizar más en la materia.

Varios autores de los Siglos de Oro vivieron o incluso nacieron en México, como Juan Ruiz de Alarcón, sor Juana Inés de la Cruz (entre los siglos xvii y xviii), Gutierre de Cetina y otros más en Perú, Cuba o Santo Domingo. Los vínculos entre la metrópoli y las provincias remotas del imperio jamás se vieron disminuidos. El español es una y la misma lengua de este o del otro lado del Atlán-tico. La novedad que representó el modernismo,

con la poesía del nicaragüense Rubén Darío, fue aceptada por los miembros de la generación del ’98 y la del ’27, con las cuales arranca en España el siglo x x . La fuerza expresiva y la corrección lingüística de escritores hispanoamericanos, como Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier o más recientemente Gabriel García Márquez, es imprescindible para entender la evolución de la lengua hasta nuestros días •

El título del libro sugiere tal vez una selección de cuentos a partir del amor y el deseo en su varian-te extraconyugal. Esto, sin embargo, es mera cuestión apreciativa. Lorenzo León Diez acierta y logra en los primeros relatos introducirnos en ese campo minado que es la infidelidad, en sus goces y atributos (submundos que yacen en la otra realidad del cuerpo) y en sus pesares, como la sospecha siempre latente de que a uno le toque ser el cornudo, mirando con el rabillo del ojo a quien se tenga al lado en la cama.

No así el conjunto del libro. Si bien es cierto que algunos cuentos responden a la idea más o menos consabida de lo que comúnmente enten-demos como tener una aventura, poseer una aman-te, o participar, si no en una orgía, por lo menos de una saludable triada con nuestra pareja senti-mental, las historias se distancian de este terreno para mudarse a una especie de exaltación amato-ria, rebuscada y confusa, donde el vacío, la sole-dad, los celos y la añoranza, ciertamente, con su buena carga de erotismo a veces pletóricamente elaborado, muestran su cara más descarnada y, al mismo tiempo, desconsoladora.

La fórmula empleada por Lorenzo León para ello es similar en la mayoría de los casos: confe-siones de amigos de cantina (o de interlocutores involuntarios, como el pasajero que escucha la relación de hechos de un taxista acerca de una señora pasajera que le solicita “el favor”) sobre sus ora truculentos –aunado a su carácter social y moral que reprueba la adicción a lo placentero– ora afortunados pero siempre gozosos encuentros pasionales. El azar y la suerte, parece guiñar-nos Lorenzo León, deben intervenir para que el acto amoroso culmine felizmente, de otro modo hay riesgo de no salir muy airosos.

No se comprende el porqué de tanta glotonería en algunos personajes. Y no me refiero a glotone-ría sexual, que sería quizá lo más indicado, sino a la desmesurada atención que por momentos se le brinda a la comida. En “Berenice y el mar”, por ejemplo, el pretendiente, a la par de las constantes visitas que hace al café del puerto, seducido por Berenice, no se harta de contarnos lo mucho que come y bebe: “Entonces arribábamos a los cafés expresos, los pasteles de zarzamora y queso, fresa, maracuyá, chocolate, mango, manzana y siempre unas empanadas de piña que imagina-ba tenían el sabor de los labios de Berenice.” Por lo visto, a este enamorado le puede faltar todo menos el apetito.

El lenguaje es un arma de doble filo. O hace la historia más digerible o la vuelve más engorro-sa. Los límites entre lo poético y lo narrativo no deben, en efecto, por qué estar peleados, ni tienen por qué ser un obstáculo para el desarrollo de la misma. Da la impresión, no obstante, de que el lenguaje en León Diez sobrepasa significativa-mente la trama, quedando ésta relegada a un segundo término. “Mapa secreto”, el último rela-to, es un extenso y tedioso canto de desconsuelo que poco tiene que ver con el humor y la picar-día que acompañan a muchos de los infieles •

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en nuestro próximo número

Jornada Semanal • Número 887 • 4 de marzo de 201211

próximo número

Obra completa,

Julio Torri (edición de Serge i. Zaitzeff ),

Fondo de Cultura Económica,

México, 2011.

JULIO TORRI DEFINITIVO

MIGUEL BARBERENA

[email protected]

MEDIO SIGLO CON MAFALDATextos de Ricardo Bada y Antonio Soria El Atelier Bramsen

Pistorius y el spring vital

Sorprende de entrada un grueso volumen de 713 páginas de Julio Torri (1889-1970). ¿Se trata del mismo Julio Torri cuya obra –cuatro libritos– cabría en un solo tomo de menos de 200 páginas? ¿Ese mismo escritor coahuilense perteneciente a la estirpe de escritores que no escriben, como el francés Arthur Rimbaud, el italiano de Trieste, Roberto Bazlen, nuestro Juan Rulfo? ¿El exquisi-to autor de poemas breves, epigramas, apuntes, aforismos, microrrelatos y fábulas que optó por el silencio?

Así es, y hay que felicitar al investigador cana-diense Serge i. Zaïtzeff por ello. Con esta Obra completa, Zaïtzeff culmina treinta años de trabajo, gracias a lo cual tenemos en un volumen prácti-camente todo lo que escribió Torri: además de los libros que conforman su obra, separados entre sí por períodos de más de veinte años –Ensayos y poemas (1917), De fusilamientos (1940) y Tres libros (1964–, tenemos sus dos libros póstumos (Diálo-go de los libros, 1980 y El ladrón de ataúdes, 1987), el “Epistolario Julio Torri-Alfonso Reyes” y una sección de textos dispersos y no coleccionados como reseñas, ensayos cortos, traducciones, prólo-gos y borradores.

De esta manera llegamos al Torri de 713 pági-nas. A esto hay que restar las 92 del prólogo de Zaïtzeff; las 17 del estudio preliminar del mismo Zaïtzeff que ya había servido de introduc-ción a su libro El arte de Julio Torri (1983), y que la valió ese año el premio Xavier Villaurrutia en Ensayo; las 38 de la bibliografía e índice y, si se quiere, una cincuentena de páginas más corres-pondientes al epistolario con Alfonso Reyes.

Queda así una Obra completa de unas quinien-tas páginas, que pueden parecer muchas para el minimalista Torri, pero que siguen a nivel de lite-ratura portátil en comparación con la obra torren-cial de contemporáneos suyos, como el propio Reyes, José Vasconcelos o Martín Luis Guzmán..

El texto más antiguo que rescata Zaïtzeff data de febrero de 1905, se publicó en La Revista de Saltillo y lleva como título “Werther”. Todo Torri, entonces un muchacho de quince años, ya está ahí: la brevedad –22 líneas–, el género inclasifica-ble (¿poema en prosa, relato corto?), la erudición, el estilo depurado y límpido.

Estamos obviamente ante un joven escritor con un alto concepto de su arte. Su arribo a Ciudad de

México, el contacto con la generación del Ateneo de la Juventud, especialmente Reyes y Henrí-quez Ureña, estimularon el talento, la seriedad y la disciplina del aspirante a abogado, carrera que va haciendo de lado para apasionarse por el mundo de la literatura.

Para 1911, fecha de publicación de “El embus-te”, otro de los textos dispersos recabados por Zaïtzeff, Torri es un maestro de la prosa. Para el crítico canadiense, este diálogo entre “el hombre fuerte” y “el hombre débil” es capital en el desa-rrollo de la literatura de Torri: además de contener los gérmenes de la conocida prosa “De funerales” (de Ensayos y poemas), el autor logra el estilo depurado y esencial que caracterizará su obra, alejándose del lenguaje opulento modernista entonces en boga.

Con la Revolución, los autores más valiosos de esa generación perdida –Reyes, Vasconcelos, Ureña– se instalaron en el extranjero.

Torri se quedó y, como bien lo muestra la rela-ción epistolar con su querido Alfonso Reyes, tuvo que sobrevivir de todo y de nada, mientras creaba una ideología de la brevedad como géne-ro literario.

En sus brillantes estudios críticos, Zaïtzeff desmenuza con claridad la obra de Torri, lo colo-ca en el arranque de la obra breve que luego escri-birían Arreola, Monterroso o Borges. Da además otro tipo de luces, al mostrar un ideario sobre la literatura, la amistad, el honor e incluso la miso-ginia de Torri en sus textos, este Torri devoto de la literatura inglesa, profesor soporífero en el aula, que andaba en bicicleta, jugaba bien al tenis, tenía picosas relaciones amorosas y, sobre todo, que se encerraba en su biblioteca echando de menos la charla con amigos como Alfonso Reyes, mientras se convertía en otro de esos escritores que no escriben •

Los trenes que partían de mí, Javier Peñalosa M., Ediciones Sin nombre/Dirección Municipal de Cultura de Torreón/Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2011.

Chilango y treintañero, el autor de este poemario escribe tam-bién relatos, guiones para televisión e historias para niños. En 2009 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa, y una parte del trabajo escritural que le mereció dicho recono-cimiento se incluye en este libro, su segundo en el género poético.

Lágrimas sonoras, Rebeca Mata, Ficticia, México, 2011.

Esta otra chilanga, que por su parte cuenta ya con unas diez décadas de experiencia vital, además de la escritura dedica sus afanes a la ejecución del piano y el violonchelo y, como suena obvio, esos conocimientos melómanos la autorizan plenamente para tener a su cargo la sección Música y Cuento en la revista El Puro Cuento. Decantada, como autora, en este género supremo, publicó antes de ésta otra colección cuentística, en 2007, titu-lada Limbo y otros cuentos.

Lo que te cae de los ojos, Gabriele Picco, Seix Barral, México, 2011.

Traducida del italiano por Lucía Alba Martínez, esta novela del bresciano Picco, quien además de escribir también es artista visual –la ilustración de la portada es de su autoría y hay obras suyas incluso en la colección del moma neoyorquino–, fue gana-dora del más reciente Premio Alinovi. La historia aquí contada aprovecha los dos principales talentos de su autor: el gusto por contar las cosas tan sencillo como sea posible, así como la capacidad de resolver, bajo las formas del dibujo, algunas claves narrativas.

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arte y pensamiento ........

Verónica Murguía

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Freud y las tradiciones adivinatorias

No encuentro una imagen más bella para definir al ser humano y al mundo que ésta –que Lanza del Vasto utiliza para el Evangelio–: “Una hermosa flor de loto que hunde sus raíces en un lago insonda-ble.” La imagen, como toda imagen, tiene muchas capas de sentido. El que tomo es el de lo oculto.

Hay en el ser humano zonas oscuras, invisibles, que la cultura humana ha tratado de visibilizar para comprendernos mejor. Para ello ha usado el universo poético y mítico proyectado sobre el cosmos (la astrología), los signos de las palmas de la mano (quiro-mancia), la lectura de las vísceras de animales (aruspicina), etcétera. Cada una de esas sabidurías milenarias, enclavadas en culturas pa-ra las que el mundo es un sistema de signos que hay que interpretar para descubrir algo de la profundidad que somos, fueron destroza-das, primero, por la Iglesia, que las acusó de supersticiones; después, por el racionalismo, para el que las verdades de la Iglesia pasaron también a formar parte de ese purgatorio. Su pérdida –gracias a Dios no absoluta; hay aún gente que por encima de los usos frívolos que las revistas y los charlatanes hacen de ellas, las han preserva-do– ha tenido que ser compensada. Quien mejor lo hizo, para un mundo hiperracionalizado, fue Freud.

En el fondo Freud, ese gran lector de los universos míticos y lite-rarios, no hizo otra cosa que construir un sistema de interpretación de las zonas oscuras de nuestra existencia, semejante al que las sabidurías ancestrales habían elaborado. Sólo que lo arropó con el abrigo del lenguaje científico. Inconsciente, Ello, Super yo, pulsio-nes, psicoanálisis, psique, libido, etcétera, no son más que nombres que, amparados por el lenguaje científico, resguardan revelacio-nes que de otra manera, es decir, dichas con el lenguaje de la astro-logía, de la quiromancia o de las aruspicinas, serían sospechosas de

superstición, de premodernidad, y no tendrían un sitio en las universidades, como le sucede hoy, por desgracia, a la astrología. Nadie puede dar prueba fe-haciente de la existencia de todo el en-tramado de nombres con el que Freud llenó las zonas oscuras del hombre, pero para oídos racionalistas decir “psique” y no “alma”, Super yo y no “culpa”, “pulsio-nes” y no “espíritus”, “signos zodiacales” o “determinismo cósmico”, da seguridad y certeza de que se trata de cosas serias, de cosas científicas y racionales.

Sin embargo, para Freud, al igual que para las otras tradiciones, es la palabra, la que al traducir, es decir, al nombrar y darle sentido a los signos y los símbolos con los que lo oscuro del hombre se ex-presa, nos descubre. “Sólo se psicoana-liza –dice en alguna parte– quien quiere descubrir su verdad”, es decir, sólo el que interpreta los signos de su conducta pue-de conocerse. “Sólo quien sabe interpre-tar lo que dicen los astros sobre tu naci-miento –dice la astrología–te revela”: te hace visible algo de lo que eres en las profundidades del lago insondable y que expresas en la visibilidad de tus ac-tos. Algo semejante dice Lacan cuando, dando una vuelta de tuercas al lenguaje de Freud, afirma que a través de la len-gua habla la Lengua y revela algo que no sabemos y que sólo la palabra que la in-terpreta puede aclarar.

La diferencia entre los mal llamados “métodos adivinatorios” y los méto-dos psicoanalíticos radica no sólo en el uso de los lenguajes, sino también en que el primero mira el universo como un sistema de signos que habla de la pro-fundidad del hombre, mientras que el segundo reduce ese sistema al propio decir simbólico del hombre. Freud, una especie de astrólogo, de quiromante extraviado en el mundo del positivismo

que dejó de mirar el universo como un sistema de signos que había que inter-pretar, para mirarlo como un problema a resolver, se refugió en el único espacio donde lo simbólico seguía hablando con alguna nitidez: el ser humano, y decirnos que allí, más allá del saber científico, “al-guien” –para decirlo con ese otro saber, la poesía– en la oscuridad “nos deletrea” y nos revela más allá de lo que creemos saber con nuestra ciencia.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva, escla-recer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a todos los presos de la appo, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón •

El 333

Yo no sé por qué, las opiniones políticas de quienes me rodean me importan tanto. Me sacuden, me alegran o me enfurecen. Pero no soy la única. Para animar casi cualquier escenario, basta con men-cionar las elecciones que se aproximan y todo el mundo se calza los guantes, enseña los dientes y se dispone a derrochar chorros de sabiduría sazonada con insultos.

El otro día en el gimnasio, venero inagotable de conversaciones con seres con quienes no me toparía jamás si el ejercicio no fuera una actividad que reúne grupos heterogéneos, escuché cómo una mujer se deshacía en alabanzas por la candidata del pan. Sentí que me caía en la cabeza un balde lleno, no del agua helada proverbial: un balde rebosante de agua negra, agua del drenaje.

La señora, adornada con uñas de gel, pulseras como cencerros, pants y camiseta Nike, rayos amarillos en el pelo, visera para el sol, tenis fantásticos (al César lo que es del César y ella no los diseñó) me miró con recelo cuando no hice eco de sus elogios y lemas de cam-paña, todos previsibles y tan hipócritas como la candidata: “Es mu-jer; Peña Nieto es un corrupto; no podemos dejar que el candidato de los nacos gobierne el país.”

Me miró, esperando un acuerdo de ésos que con suerte hasta se transforman en amistad, pero yo, bañada de agua negra metafórica, puse cara de perro:

–Vázquez Mota dice “dio cuenta” por “nos mostró”. Dijo que Peña Nieto había “dado cuenta de sus debilidades”. Dar cuenta de algo es destruirlo. Además quiere que se acabe la educación laica –amonesté.

La señora me miró de arriba abajo, dándose cuenta de que esta-ba hablando con una naca escrupulosa en cuestiones de lenguaje. Desde ese día nos miramos con antipatía: yo –en mi cabeza, no soy

tan imprudente– critico burlonamente su técnica para hacer abdominales y ella demuestra que mis pants le parecen feí-simos. Nos evitamos con ostentación, evidenciando que antes nos saludába-mos y ahora no.

Es exagerado. Pero peores cosas he hecho en nombre de mis antipatías po-líticas: gritos, sombrerazos (que a falta de sombrero fueron manazos en la me-sa) y separaciones. ¿Qué nos mueve? Tengo para mí que los motores princi-pales son 1) la esperanza de tener un hueso, y 2) el miedo.

Los que discuten por la razón prime-ra son menos que los que andan peleán-dose por la razón segunda y de ellos no sé nada. Son políticos o aspirantes a po-líticos, su cerebro es muy misterioso. Yo pertenezco al grupo 2.

A mí este país me da miedo. Pavor. Tengo pesadillas dignas de Tarantino o cualquier director de cine gore; me en-sombrece la cifra siempre en aumento de muertos; la crueldad que exhiben los asesinos; la complicidad de muchos en la policía, el ejército, la administración pública; me irrita la sintaxis de los anun-cios del gobierno; el derroche descara-do mientras muchos se mueren de ham-bre o engrosan el montón de pobres; la gazmoñería que se puso de moda desde Fox, en fin.

Si un documental sobre la educa-ción confirma que las finanzas del snte favorecen a la lideresa eterna, al otro día nos asestan un millón de anuncios que muestran una escuela paupérrima y proclaman que, aun así, remontando esas miserias, hay quien termina la es-cuela y la carrera. ¿Cómo? Gracias al or-gullo de ser maestro.

Es decir, si hubiera en dichas escue-las pupitre, sillas, pizarrón y excusados, los niños tratarían de desplazar a Elba

Esther Gordillo de la hamaca donde se mece abanicándose con bil letes de a mil. Pero si a los niños se les priva de todo, ¡hasta terminan la carrera! Todavía no me he tropezado con simpatizantes del Pa-nal, pero si los veo les pediré que me ex-pliquen esta propaganda, y cómo un par de impresentables como la maestra y el indescriptible Jorge Kahwagi sean diri-gentes de dicha institución electorera.

Por supuesto se me ha informado acer-ca de los errores de la izquierda, con veraci-dad, por cierto. Corruptelas, compadraz-gos, ratería y media. Pero la izquierda propone un México más justo y laico y eso quiero yo.

Si alguien desea un México más mo-cho, me da rabia, porque no han pensado en la experiencia horrible de los países musulmanes. Y si les vale la pobreza, me da rabia, porque pienso en aquellos que no tienen nada y los que tienen demasia-do –y presumen con tanta enjundia. Pero los hay que me impacientan todavía más: a los que me dan ganas de desterrar para siempre con un artículo de mi invención, el artículo constitucional 333. Son ésos a los que todo les vale gorro.

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Luis TovarAlonso [email protected]@yahoo.com

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Jornada Semanal • Número 887 • 4 de marzo de 2012

Ry Cooder en el París de Shakespeare

Esta tienda de libros es, sin lugar a dudas, una de nuestras favoritas. Se halla frente a Notre Dame, justo en la Cité de Paris, en la esquina de Rue de la Bucherie y Sauton. Se llama Shakespeare and Company. Fundada por el recientemente fallecido George Whitman (nada que ver con el poeta), en ella se venden exclusivamente obras en el idio-ma de don William. Entrar de nuevo en su boca es uno de los place-res por los que se aguarda ansioso durante muchos meses. Golpea-da por el ir y venir de los turistas que se agolpan en sus diminutos pasillos, nada disminuye el encanto y carácter que su otrora dueño le diera tras viajar por el mundo entero y llenar su vida con aventu-ras asombrosas.

Pues bien, bajando las crujientes escaleras mientras un joven toca con prestancia el piano en la zona dedicada a libros usados, algo llama nuestra vista. Un tomo compacto con una foto impresa a dos tonos: negro y café. Se trata de una palmera cuyo tronco atra-viesa el techo de un cobertizo de madera con techo de dos aguas. El nombre de su autor es tan particular que no puede tratarse de un homónimo. Hace tiempo que no lo recordábamos. He aquí la res-puesta sobre lo que estaba haciendo mientras duraba su silencio.

Se le conoce, sobre todo, por ser el “descubridor” e impulsor del Buena Vista Social Club de Cuba. Igualmente, por componer la ban-da sonora de la cinta Paris, Texas, entre muchas otras. Respetado como productor y conocedor de distintas ramas folk del mundo, su presencia obliga a quitarse el sombrero si se anda por los barrios latinos de California, Miami o Nueva York. Es Ry Cooder y acaba de editar un libro de relatos musicales, Los Angeles Stories, en don-de presenta lo que su muy particular oreja ha captado de las calles y personajes con que convive cotidianamente.

“All in a Day Work”, “Who do You Know that I Don’t”, “La vida es un sueño”, “Kill me, por favor”, “End of the Line”, “My Tele-phone Keeps Ringing’”, “Gun Shop Boo-gie” y “Smile” son los títulos de los cuen-tos. Ocho historias que valen no tanto por su hechura, pero sí por la honesta y realista manifestación que ofrecen y sobre todo porque se abren a la me-moria. Es el pasado el que las impulsa. Todas tienen, tras su nombre, una fecha de los cuarenta o cincuenta (no antes, no después), que establece el contexto de su desarrollo como en blanco y ne-gro, como si se tratara de un filme de nuestra época de oro.

Tal comparación no es forzada ni gra-tuita. En “La vida es sueño” Cooder inicia explicando qué es un trío, cita a Los Pan-chos, a Ninón Sevilla, a María Félix y a Sara García; cambia de voz y nos deja frente a frente con un narrador en pri-mera persona, un músico de la noche angelina que se ve envuelto en el asesi-nato de un odiado crítico de cine: “On this particular Saturday afternoon, I was in a state of intense excitement. The la-test film from Mexico City featuring the Diva of Sorrow, La Reina of Shame, Mar-ga López, was opening at the Million Dollar on Broadway.”

Disculpe el lector nuestra cita ante-rior. Dejarla sin traducir nos permite saborear el spanglish de un personaje que, al igual que Cooder, crea su propia escala de juicios y valores lejos de la pa-tria verdadera. Parafraseando boleros y letras como “Sin ti”, nos perdemos en sus renglones hasta que una bella joven nos pide permiso para bajar la escalera: par-don monsieur. La seguimos por inercia y entonces otro libro recomendable en esta sección: How Music Works, de John Powell. Editado hace veinte meses, se

acerca a otros que hemos mencionado aquí: This is Your Brain in Music (Daniel j . Levitin) y Musicofilia (Oliver Sacks). La diferencia, empero, es que su tono es mucho menos especializado y, además, cuenta con un disco lleno de ejemplos sonoros que ilustran sus conceptos.

Definiciones básicas, distinción de timbres y tesituras, reflexiones sobre el ruido, el ritmo, el temperamento de las escalas menores y mayores; sobre la creación de melodías, formas de escu-char la música… eso y muchas cosas se nos regalan en una obra que se describe como “la ciencia y psicología de los so-nidos bellos, de Beethoven a los Beatles”. Uno de esos libros que no se quedan en la llana divulgación de conceptos para una mejor apreciación, sino que apelan a la nueva información neurocientífica y tecnológica, equilibrando el mundo de las sensaciones con el de la fisiología y la acústica.

Al dejar la tienda el viento pega fuer-te. El cielo sin nubes no va con los 10 grados bajo cero que endurecen la cara, pero bueno, llevamos el corazón abri-gado: a la muerte de George Whitman su hija se hace cargo de este bellísimo espacio en medio del consumo irracio-nal de souvenirs y bufandas bordadas. Ry Cooder y John Powell, dos mastuer-zos que pueden dar sentido a una tarde solitaria •

Algunos (de)pendientes (i de ii)

Cuando el espacio es poco y los temas muchos, inevitablemente los tinteros van acumulando una serie de asuntos y comentarios que Uno, como es natural, habría querido ventilar en un mejor momen-to pero, habida cuenta de cuán inevitable luce la antedicha coha-bitación de la escasez con la abundancia, no quedan muchas op-ciones fuera de las dos siguientes: primera, la muy innoble que consistiría en dejar que los pendientes terminen vueltos yerba seca que atice la hoguera del olvido; segunda, la preferible de echar aunque sea una mirada de pasada, asaz fugaz, a los tales pendientes, dependientes a su vez de circunstancias y contextos que habrán de mencionarse, aquí, con ingrata pero inescapable brevedad:

La dependencia deL espacio

Han pasado incontables lunas desde que, en esta columneja, algo se dijo respecto de la conveniencia obvia de que la Cineteca fuese nacional no únicamente de manera nominal; es decir, que sus alcan-ces alcanzaran al país entero –si tal cosa pudiese consistir en algo más que un mero sueño–, y no quedasen solamente, como siempre ha sido, circunscritos al ámbito defeño, y para más medro de la lo-calía, al sur del mismo, cancelándole de hecho –trate usted de llegar a tiempo de, digamos, Lindavista a Coyoacán un viernes por la no-che– cualquier asistencia que se quiera asidua a Todosaquellos que, como millones y millones de chilangos, no habita en las in-mediaciones de la esquina que forman avenida Cuauhtémoc y Río Churubusco.

Es verdad que no poco se ha logrado con la itinerancia de la Mues-tra Internacional de Cine, como tampoco es mentira que cada ciu-dad “del interior” –¿acaso Ciudad de México está “en el exterior?”– de la república espera la Muestra como si del tiempo de lluvias se

tratara y, semejante a éste, la tanda de películas llega, se queda nomás un rato y se va para volver hasta el siguiente año. Pero ahora que las instalaciones de la Cineteca se encuentran cerradas a causa de una remodelación/ampliación por otro lado más que necesaria, y que debido a ello no hay recinto como tal, para no ser sólo virtual la Cineteca se ha dividido, provisionalmente y mientras los albañiles acaben de hacer su cham-ba, en cuatro espacios cuatro, a saber: uno, la vieja y muy querida sala Molière del Instituto Francés de América Latina, otrora sede auspiciosa de la Muestra en sus épocas primeras, sito en la colonia Cuauhtémoc, hacia el centro del df; dos, la nuevamente llamada Lido, es decir la antigua Bella Época, que es decir la ori-ginal Lido, en la colonia Condesa –la Fondesa desde hace un rato, por la can-tidad grosera de fogones y comederos pretenciosos que hoy la invaden, o la Condechi pa los fresas y los yuppies que, valga la no redundancia, la han coloniza-do–; tres, la Lumière Reforma, formerly el entrañable Cine Elektra también en la Cuauhtémoc, acaso el único cine que nació y pervive en el cuarto piso de un edificio que, visto por fuera, nadie diría que contiene un cine –y menos uno par-tido, según la moda usual, en varias mi-nisalas–; y cuatro, un lugar novedoso llamado The Movie Company que antes fue un Cinemex, en avenida San Jeróni-mo, en San Ángel, al sur de la ciudad.

Más allá de que –como ya se dieron cuenta los muy avezados cuatro lecto-res de los presentes despropósitos– es-tos cuatro espacios neocinetecos tam-poco ejercen ánimos de conquista geográfica que incluya al norte urbano, de tal modo aparentemente condenado éste a seguir siendo un páramo cultural

casi perfecto; más allá, entonces, de esa sureña querencia por las tablas, Uno se pregunta, no sin la dosis de candidez que sea menester: ¿y no se podrá que cuando la Cineteca de nuevo tenga se-de, corregida y aumentada, los otros espacios, ya ganados, no se pierdan? Item más: ¿no se podrá que, a la manera de un cáncer benigno por así decirlo, se multipliquen y le permitan a la Cineteca ser, quizá no del todo nacional de todos modos, pero sí al menos metropolitana en toda la extensión de la palabra? ¿Será de a tiro guajiro el deseo de que los es-pacios culturales paren ya de remachar esa división, mucho más que virtual, norte-sur que parte a Ciudad de Mé-xico? ¿Igual de peregrina será la idea de que, ya encarrerado el ratón de esta diáspora, nos olvidemos de su condi-ción provisional y se aproveche su ca-rrera para darle forma –es decir forma física, real, no de papel– a esa necesidad hasta la saciedad demostrada de contar con espacios de exhibición que puedan enseñarle la lengua a los que hoy deter-minan, sin cortapisa ni brida cual ningu-na, qué se ve, dónde se ve, cuándo se ve y, no por último menos grave, hasta qué fecha puede verse tal o cual película? •

(Continuará.)

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Felipe Garrido

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[email protected]

4 de marzo de 2012 • Número 887 • Jornada Semanal

Rodolfo Alonso

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Piñas

Hay acá en esta isla una fruta que llaman piñas, pero que no son

como las de la isla Juana, ni las de La Española, ni las del Darién,

sino muy más mejores. Nacen como las otras, en unas plantas

como cardos, de muchas pencas, espinosas y, como en las otras,

de en medio de la mata nace un tallo y del tallo encima una piña

algo menos gruesa que la cabeza de un niño, llena de escamas,

y a un año que se sembraron, como las otras, están maduras y

buenas de comer y huelen, como las otras, mejor que manzanas

o duraznos, sino que no son amarillas, ni hacen de ellas los indios

el vino que le dicen tepache. Estas que digo más bien son ber-

mejas y son las mejores frutas del mundo, y son jugosas y pare-

cen en el gusto como piñones, y son tan sanas que se dan a do-

lientes y les abren mucho el apetito a los que tienen perdida la

gana de comer, como las otras, pero éstas abren a más de eso el

apetito de mujer. (De Nuevas navegaciones. . . , de Antón Gil,

el Xamurado) •

Contra el efecto perverso

No es la primera vez que me toca confirmar la persistente vigencia de un concepto clásico de las ciencias sociales: el “efecto perverso”. Es decir, para simplificar groseramente, que una acción o medida determinada, prevista para con-seguir un objetivo favorable, termine provocando el re-sultado opuesto. Y también, a la inversa, que una intención malvada se convierta en benigna.

Se decía, por ejemplo, que una de las primigenias leyes obreras del legislador socialista argentino Alfredo Palacios, conseguida después de denodada puja con el objeto de aliviar la situación de las trabajadoras, tuvo como impensa-da consecuencia la reducción del empleo femenino. Y no es difícil imaginar que, en tiempos de la Guerra fría, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética competían para ver cuál de ellos conseguía poseer el más catastrófico y apoca-líptico arsenal nuclear, la tercera guerra mundial no llegó a producirse (felizmente) porque el resultado no hubiera sido la victoria de nadie sino la destrucción de todos.

Pues bien, hoy tenemos frente a nuestros ojos, en los titulares informativos del mundo entero, llamativas y hasta resonantes evidencias del “efecto perverso”. Comencemos por ese inimaginable malentendido que hace que uno de los más dignos jueces españoles, Baltasar Garzón, capaz de defender tenazmente los derechos humanos dentro y fuera de su país, termine ahora suspendido y encausado él mismo por haber pretendido dar justicia a las víctimas de los crímenes del franquismo. Aunque también por haberse animado a investigar el caso Gürtel, paradigma de la co-rrupción en el derechista Partido Popular.

Pero no sólo eso. ¿Cómo admitir que la sociedad espa-ñola, por ejemplo que, como la de todos los países europeos está sufriendo en carne propia las consecuencias de las

desoladoras medidas económicas neoliberales, adoptadas incluso por sus mal llamados gobiernos “socialistas”, y que llegó a producir de su seno el honroso movimiento de los “indignados”, haya decidido votar por inmensa mayoría a la misma derecha que le hará pagar duramente las conse-cuencias?

¿Cómo imaginar que otro gobernante de derecha, el premier francés Nicolás Sarkozy, después de haberse opuesto férreamente a ella desde 1997, se iba a mostrar hoy dispuesto a imponer finalmente la resistida Tasa Tobin a las transacciones financieras? ¿Y no sólo eso sino que cuenta, para ello, con el inimaginable apoyo de otra figura central de la derecha europea: la canciller alemana Angela Mer-kel? ¿Y que en su reciente viaje a Madrid haya conseguido el visto bueno del flamante presidente electo del gobier-no español, Mariano Rajoy, un halcón de las derechas si los hay?

Lanzada significativamente en 1971, cuando el presi-dente Richard Nixon (liquidando al hacerlo los acuerdos de Bretton Woods) puso punto final al patrón oro para el dólar estadunidense, la idea de imponer una tasa a las transac-ciones financieras se debió al economista James Tobin, de cuyo apellido tomó su nombre. El mismo que, diez años después, recibiría el Premio Nobel de Economía. Y asi-mismo el que supo declarar que, con respecto a su tasa, “había sido mal interpretado.”

Su idea fue minuciosamente silenciada. Hasta que en 1997, y en París, el entonces director de Le Monde Diploma-tique, Ignacio Ramonet, no sólo volvió a retomarla como una bandera destinada a combatir el hambre, la miseria, el analfabetismo y el subdesarrollo del planeta entero, sino que dio origen al movimiento que intentaría infructuosa-mente llevarla al triunfo: attac, sigla de la Asociación por la

Tasación de las Transacciones y la Ayuda a los Ciudadanos. Desde entonces, impulsada inicialmente por “el Dipló” pero luego por los movimientos y foros sociales de todo el mun-do, la Tasa Tobin se convirtió en símbolo y modelo de la re-distribución universal de la riqueza en un mundo injusto y desigual. Lo que trajo al mismo tiempo, como ineludible consecuencia, la tenaz oposición de las mafias financieras y de los poderes económicos concentrados que dominan efectivamente el planeta.

Sarkozy, Merkel, Rajoy ahora, es decir la crema de la de-recha neoliberal europea, se muestran decididos a ponerla en práctica. Pero el gato escaldado huye hasta del agua fría. Y no pocos de sus tenaces defensores de antaño se pregun-tan, hoy, qué ha motivado este insólito cambio, este autén-tico “efecto perverso”. No se ha llegado todavía a una clara conclusión al respecto. Hay quien piensa que este inespe-rado giro neoliberal a favor de la Tasa Tobin concluirá por transformar los objetivos de attac: el impuesto no se desti-nará finalmente a los pobres del mundo. Y hay quien dice que el impuesto terminará siendo pagado por los clientes (es decir por los pobres), no por los bancos e institucio-nes financieras.

Sólo nos queda entonces esperar que, también ahora, a los gurúes de la derecha neoliberal les toque experimentar su propio “efecto perverso”. Y que este tiro les salga por la culata. Será justicia •

La escritura sin sexo

Casi nunca me arrodillo para pedirte nada, normalmente dejo que los

acontecimientos de la vida me entren y me salgan por el cuerpo, y sopor-

to las adversidades sin protestar, y las alegrías sin aturdirte con mis

alegrías, que siempre escasean, pero esta vez me arrodillo en medio del

campo para decirte que no quiero hacer otra cosa en la vida sino escribir

fragmentos sobre esto y aquello, fragmentos sin género o país en los que

todas las formas se confundan y nada se parezca a nada, y que cuando

alguien vaya apenas a decir esto es un poema, al siguiente paso se dé

cuenta del error, y lo mismo le suceda cuando quiera decir esto es un

ensayo o una novela o un cuento o una viñeta o un aforismo. Líbrame del

yugo de las formas y de los editores que no hacen sino ver mis fragmentos

como se ve un insecto de patas peludas ensartado por un alfiler. Que no

me pregunten nada. Yo no nací para otra cosa sino para ir contándome en

fragmentos como éste que ahora escribo, y que tú entiendes muy bien,

porque si yo, siendo un fragmento de ti, entiendo el todo que tú eres, es

claro que tú, siendo el todo, entiendas este fragmento que soy •

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Jorge [email protected]

....... arte y pensamientoJornada Semanal • Número 887 • 4 de marzo de 2012

LA OTRA [email protected]

Miguel ÁngelQuemain

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El viaje interior de Tina Arteaga

El viaje de Tina, de Berta Hiriart, en versión y dirección de Alicia Martínez Álvarez, es la historia de una familia que so-brevive a la metamorfosis de su identidad a lo largo de un viaje iniciático, de un país que nada les ofrece, que parecie-ra que les ha arrebatado todo, a otro donde lo suyo ha sido transfigurado por la fusión de dos culturas que se comu-nican a través de una lengua que está permanentemente amenazada por el olvido.

Hay un pueblo que se deja atrás y un camino que se ela-bora momento a momento, al modo de una gran crónica de viaje, como si se tratara de un dramaroad o, mejor dicho, de un flowerroad, porque es un camino que se traza con flores de zempazúchitl para que los muertos no pierdan el camino rumbo a ese sueño que la dramaturga no le reprocha a esa familia que decidió abandonar su suelo. Tina es el eje de una identidad primordial, fundadora, pero tampoco niega la cultura a la que sus parientes se suman y que los estructura.

Berta Hiriart propone una dramaturgia de enorme riqueza y complejidad, desconoce los maniqueísmos y traza un conjunto de dilemas que muestran la entereza, la moralidad y la constitución cultural de unos persona-jes que no lo han perdido todo: que cuentan con el ins-trumental para perseverar en la memoria y defender lo suyo, lo que está con ellos (sus atadillos, su modesto equi-paje) y lo que está más allá (sus muertos pero también sus parientes ya avecindados e instalados al otro lado) hacia una identidad nueva, expresión compleja que no admite la comodidad de las etiquetas.

La riqueza dramatúrgica también se levanta como una poderosa reflexión sobre las diferencias y las semejan-zas culturales, sociales y políticas. Hiriart no condena sino acompaña los tránsitos vitales de los personajes y distingue dos mundos estructurantes sin negar su validez.

Es imprescindible pasar revista al extraordinario traba-jo de conjunto: conmueve la música que compuso el des-aparecido Eugenio Toussaint expresamente para esta pues-

ta que le fue revelada en términos sonoros. Si uno se decidiera por “escuchar” este fino montaje, la coherencia sería una de sus principales virtudes. Se escucharía una especie de musical, la construcción de un camino musical lleno de colores verbales con esa nasalidad fascinante detrás de la máscara.

Griselda Ashari Martínez encarna a Don Zeferino el de la marimba; ¿cuál otro Zeferino puede ser? Se trata de una musicalidad eje que se acentúa tanto en el ambiente como en el personaje. Pero también se erige para contener los múltiples momentos planos de matices y minucias que ve-mos en arco iris sobre las telas, el piso y el ciclorama donde el color es otro elemento fundamental, sobredeterminado con los sentimientos y avatares de la familia Arteaga rumbo a los yunaites.

Todo esto es resultado del trabajo de iluminador (¿no es la luz una forma de pintar sobre el cuerpo, el gesto y el es-

pacio?) que realizó Jorge Kuri y que está bellamente tren-zado con la pintura escénica que le debemos a Paola Ren-dón; con el vestuario que diseñaron Adriana Olivea y Marte Synnevaag; con la creación de máscaras de Alicia Martínez Álvarez y Felipe Horta.

Esta concepción no sería posible sin el trabajo conti-nuado a lo largo de dos décadas del Laboratorio de la Máscaras, que requiere un gran entrenamiento y disciplina actoral. Los actores que se han decidido por esta forma de la modestia que construye la máscara, que exige del cuer-po un enorme temple y expresividad, fue una labor a la que contribuyeron con su entrenamiento Robert Liethoff, Mar-tín Pérez y Pilar Villanueva. Es importante acreditarlos por-que el cuerpo es una matriz gestual que modela y es mo-delada por la palabra.

La máscara define una gestualidad matricial que esbo-za un personaje, pero que fundamentalmente crea un con-junto, un grupo, una sociedad, un paisaje emocional y hu-mano bajo la batuta de Alicia Martínez, quien cuenta con un instrumental muy bien afinado en las voces y los cuer-pos de su compañía.

Es un teatro que se llama infantil porque lo pueden ver los niños, es decir, un conjunto de sujetos que todavía no poseen la densidad de la cultura pero que son capaces ya de pensar el mundo como el lugar de las metáforas, de aquellos que empiezan a aprender que la palabra designa una cosa y al mismo tiempo otra, que la palabra es algo que tiene lugar donde los objetos que nombra son huidizos, o inmensamente pesados y hay que aligerarlos con un adjetivo, una analogía, una comparación. Un viaje que vale la pena acompañar los sábados y domingos en el teatro El Galeón •

De tristezas compartidas y rabia colectiva

Para Minerva Noguera

Es inevitable, son plaga, surgen por todos lados. Abro el pe-riódico y allí están a pie de página en forma de cintillo di-ciendo lo bien que los tartufos hacen su trabajo. Prendo la computadora y aparecen en forma de banner a pie de pan-talla, cintilando las bondades del régimen. Enciendo la radio y brota el sonsonete, el monólogo (toda propaganda gubernamental es un monólogo) con estratégicos ornatos y voz amable que asegura que vivimos en democrática paz. Me despatarro frente a la televisión y allí están una vez y otra y otra y otra los mismos anuncios mentirosos del gobier-no con actores que asemejan gente común: el niño alegre, la muchacha sonriente, el médico comprensivo y amable, el uniformado de rostro fiero pero maneras amistosas, el campesino satisfecho. Las voces melifluas de locutores y conductores de noticias, los discursos y las declaraciones de los políticos que hacen como si no fueran culpables de nada. Los falsos héroes de corbata. El fastidio.

Suena el timbre de la casa, y voy a ver quién interrumpe mi día, porque no suelo recibir visitas (además de que vivo en casa ajena y raramente las visitas me conciernen); se tra-ta de una señora. En un país signado por clasismo y racismo ancestrales, su piel morena inmediatamente indica que no se trata de una visita social. Viene a pie. Sus zapatos, su ropa, su cara son la imagen de lo precario. Habla con voz mono-corde, como si yo no estuviera allí, tal que está repitiendo un parlamento que trata de no sonar a lamento, pero que en el fondo no es más que precisamente eso. Antes de que em-piece a hablar adivino qué quiere: trabajo. De sirvienta, lavacoches, recadera, lavandera, cualquier cosa que, a su edad indefinible que pueden ser lo mismo treinta que cincuenta, ayude a mitigar el hambre. Me odio a mí mismo cuando digo que no, que no tengo un trabajo que darle. Se me ocurre ofrecerle unas monedas. Carajo, es año bisiesto, algo sucedió en el cubil de los contadores que deciden si a mi vez sigo recibiendo un estipendio por escribir y dibujar monitos, no me han pagado, llegué a fin de quincena con una mano atrás y otra adelante, ni para una torta le puedo dar, pero entonces ella, acostumbrada a la frialdad del re-chazo, da media vuelta y se va dejándome atorada en el esternón su triste estampa de hombros caídos. Cierro la ventana y le miento la madre a la vida. Vuelvo al televisor. Gordo huevón, me digo, deberías correr a pedirle perdón a esa mujer, darle de comer a ella y a sus hijos. No, surge el ñoño malparido que todos llevamos dentro: “quién te dice que no anda halconeando para una banda de secuestrado-res”, susurra su veneno. Me odio por timorato. En la televi-sión otro anuncio del gobierno cierra con su estribillo per-verso: “Vivir mejor.” Chinguen a su madre.

El timbre de la puerta suena de nuevo precisamente cuando por puro morboso me propongo aguantar un mi-nuto uno de esos programas amarillistas de “entrevistas” a gente común que odia a su suegra o se roba a la hija de su novia, una mierda. De alguna manera agradezco la inte-rrupción. Esta vez soy más cauteloso y egoísta: contesto por el interfono. “Diga”, digo con mi mejor voz de malacara. “¿Le arreglamos el jardín?”, pregunta una voz de muchacho. Digo: “No, gracias.” Otra vez la costumbre al rechazo que dice: “Bueno, gracias.” Corro a la ventana y los miro alejarse. Son un muchacho y una muchacha. No les veo los rostros pero los adivino jovencísimos. Él lleva al hombro una máquina desbrozadora. Ella carga una mochila. Van de la mano. Los veo tocar en la casa del diputado, el de los perri-tos ladradores. Ni siquiera les contestan. Dan la vuelta a la esquina. Corro a otra ventana y los veo alejarse, pasar cerca de la caseta de policía que la señora rica de atrás mandó poner en la otra esquina. El policía auxiliar está allí, tan jo-ven como ellos. Allí está su mujer, también, y su bebé de meses. Viven con él las guardias, allí, en la caseta diminuta. Pienso que en cuanto me paguen, ahora sí, le voy a regalar unos pañales, o leche, o una cobijita. Allá en la tele el con-ductor anuncia que escucharemos un poco de lo que dijo el presidente en la reunión de mandamases que hay en un lujoso hotel de Los Cabos. Pienso que me importa un cara-jo lo que tenga que decir pero oigo con rabia que, según él, su gobierno ha creado 600 mil empleos, vaya labia. Me pre-gunto qué comieron hoy los asistentes a su reunión, qué bebieron, qué afeites se untaron en el baño, cuántos lam-biscones van en sus comitivas. Cabrones.

Lo dicho: chinguen a su madre •

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TKauernde

ensayo

Anitzel Díaz

Egon Schiele y las expresiones

del cuerpo

odo cuerpo refleja sexo y muerte y esto lo comprendió Egon Schiele a la perfección. Sus cuadros siguen inquietando casi un siglo después de

haber sido pintados. Cuerpos mostrando el sexo en poses sumamente eróticas. Cuerpos tortu-rados por la enfermedad y en esas imágenes el alma desbordada de sus modelos. Como escri-bió algún día Nietzsche: “¿Es que ha venido a ti un nuevo conocimiento, un conocimiento ácido, pesado? Como masa acedada yacías tú ahí, tu alma se hinchaba y rebosaba por todos sus bordes.” Dijo Schiele: “Pinto la luz que emana de todos los cuerpos.” Sus pinturas traspasan las fronteras de las apariencias, nos regalan la capacidad de estremecernos y de sentir en lo más hondo de nuestro ser.

Egon Schiele nació en Tulln, Austria, el 12 de junio de 1890. Sólo vivió veintiocho años de los cuales diez trabajó incansablemente en 334 óleos y 2 mil 503 dibujos. Clasificado como expre-sionista, su obra refleja sus obsesiones: el sexo y la muerte. Su fascinante carácter alude a que tuvo una infancia traumática: cuando Egon tiene catorce años su padre muere tras una larga enfermedad física y mental. La relación con su madre fue distante y con su tío y tutor nunca congenió. Con quien tiene una relación más cercana es con su hermana Gerti, que también fue su primera modelo. A los dieciséis años ingresa a la Academia de Bellas Artes de Viena, la cual deja después de un par de años para formar lo que llamó Neukunstgruppe (Grupo del Arte Nuevo) junto con otros artistas. En 1907 conoce a Gustav Klimt, que se convierte en su mentor y mecenas; incluso en su modelo. Ambos artis-tas son reconocidos ahora como los más impor-tantes de su época.

Schiele se vuelve un joven elegante cuyo aspecto contrasta totalmente con su estilo pictó-

rico. En sus autorretratos (aproximadamente cien con varios desnudos) se dibuja con rostro cada-vérico y cuerpo en los huesos: confiesa: “todo está muerto en vida”; mantiene un soliloquio con la muerte. Schiele se ve como un hombre atormen-tado. Aun hoy sentimos algo de pudor frente a algunos de sus desnudos y retratos. ¿Nos impac-ta la desnudez o será la fragilidad del alma descu-bierta por un gesto llevado al extremo? Schiele nos descubrió lo íntimo como camino al alma humana. Individuos captados en la soledad de su intimidad, frágiles, enfrentados a un espejo que regresa una imagen que por auténtica asusta.

Tanto cuando se ocupó de la naturaleza como cuando retrataba a un modelo, o a sí mismo, Schie-le no trató de copiar la realidad, sino de mostrar el sentimiento que el objeto pintado despertaba en él. Como él mismo dijo: “Primero pienso sobre los cuadros que quiero pintar; también hago bocetos,

pero creo que copiar la naturaleza no tiene ningún sentido para mí, pues pinto mejor de memoria que frente a un paisaje. Mayormente observo los movimientos físicos de las montañas, el agua, los árboles y las flores: a uno siempre le recuerdan movimientos similares en el cuerpo humano, sensaciones de alegría y tristeza en las plantas. Tan sólo pintar no me resulta sufi-ciente: sé que los colores pueden reflejar cuali-dades –percibo un árbol teñido de otoño en verano con mis sentidos más profundos y mi corazón, y quiero pintar esa melancolía.” Su trazo es caligráfico, un muslo se reduce a dos líneas; le fascina la estructura ósea, la pincela-da se convierte en dinamismo.

Las mujeres forman parte esencial de la vida de este artista. Le gustaba mirarlas, estudiarlas, representarlas. Su primera fuente de inspiración fue Gertie, su hermana; buscaría después la piel pecosa, la melena pelirroja y los ojos verdes de su hermana en todas sus modelos. Wally, su amiga, amante, modelo, musa. Por último Edith Harms, mujer de familia burguesa, pelo rojo y rizado, mirada tímida y triste, con la que en 1915 se casó, y que moriría de gripe en 1918, tres días antes que su esposo. Schiele encuentra sus modelos en las calles: prostitutas o jóvenes pobres. Prefiere a las “Lolitas” (muchos años antes de la publica-ción de la conocida obra de Nabokov), los tipos andróginos mezcla de niña y mujer; mientras que las damas burguesas (las modelos preferidas de Klimt) reflejan su abundancia en su corpulen-cia bien alimentada. A pesar de su corta edad, las modelos de Schiele están conscientes de su propio erotismo y saben cómo explotarlo.

Egon Schiele quería destruir los tabúes de su época por medio de su obra violenta y radical. Y aunque ésta ha perdido ese poder con el paso del tiempo –esos tabúes ya no son los nuestros– no deja de sorprender y de impactar •