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Suplemento Cultural de La Jornada Domingo 6 de mayo de 2012 Núm. 896 Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver Gilberto Bosques DIPLOMACIA Y HUMANISMO J OSÉ MARÍA MURIÀ La ley del deseo en la sociedad de consumo: F abrizio andreella P uebla, Haciendo Historia

La jornada Semanal

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La jornada Semanal

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Page 1: La jornada Semanal

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 6 de mayo de 2012 ■ Núm. 896 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

Gilberto Bosquesdiplomacia y humanismo

José María Murià

La ley del deseo en la sociedad de consumo: Fabrizio andreella • Puebla, Haciendo Historia

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Hugo Gutiérrez Vega

Directora General: C a r m e n L i r a S a a d e , Director : H u g o g u t i é r r e z V e g a , Je fe de Redacción: L u i S t o Va r , Edic ión : FranCiSCo torreS CórdoVa, Corrección: aLeyda aguirre, Coordinador de arte y diseño: FranCiSCo garCía noriega, Diseño Original: marga Peña, Diseño: Juan gabrieL Puga, Iconografía: arturo Fuerte, Relaciones públicas: VeróniCa SiLVa; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: aLeJandro PaVón, Publicidad: eVa VargaS y rubén HinoJoSa, 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: [email protected], Página web: www.jornada.unam.mx

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui­tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor nada Semanal núm. 04­2003­081318015900­107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores.

La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

[email protected] y opiniones:

[email protected]

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Portada: Humanismo sin fronterasCollage de Marga Peña

bazar de asombros 6 de mayo de 2012 • Número 896 • Jornada Semanal

FLaVio CoCHo GiL y eL HumaNiSmo CieNtíFiCo

El doctor Flavio Cocho Gil pertenece al notable grupo de exiliados españoles que vinieron a en­riquecer la vida científica y cultural de nuestro país. Elena Aub desde hace muchos años trabaja arduamente en la clasificación de los datos de todos y cada uno de los “refugiados” (este nom­bre era utilizado en varios sentidos) y Lolita Du­set, secretaria de la Casa del Lago, llevaba con cuidado los informes sobre la conducta profesio­nal de sus compañeros de exilio. Presidía su pe­queño escritorio un retrato de nuestro estadista mayor del siglo xx, el general Lázaro Cárdenas, y recordaba su generosidad, su espíritu de justi­cia y la manera fraternal con la cual defendió la legalidad española y atendió y apoyó, sin restric­ción alguna, a los derrotados por el nazismo, el fascismo, el espadón gallego, la jerarquía ecle­siástica y todo el repugnante hervidero de los grupos de la extrema derecha.

Flavio es, sobre todas las cosas, un humanista inmerso en la poesía de las matemáticas y capaz de incursionar con solvencia en los mundos de la literatura y de uno de sus géneros, el periodismo de opinión. Fue mi compañero en las hermosas aventuras fundacionales del sPAunAm. Re­cuerdo la desbordada elocuencia con la que de­fendía sus puntos de vista siempre relacionados con la justicia y con la búsqueda de la superación del personal académico.

Creo que el aspecto principal del trabajo aca­démico de Flavio en la Facultad de Ciencias es el de la fundación de un excelente seminario de análisis sobre las relaciones que se dan entre la ciencia y la sociedad. En las múltiples reuniones que tuvo el seminario se cumplieron con creces las tareas de estudio y de crítica de la supuesta neutralidad de la ciencia, y se establecieron los rasgos principales de una tarea esencial para el desarrollo humano basado en la justicia y en la

libertad. Frente a la ciencia deshumanizada y puesta al servicio del capitalismo salvaje, frente a la ciencia hecha para destruir y para explotar al género humano, se levanta la ciencia preocu­pada por la justicia social y por el pleno desarro­llo de la persona humana.

Ahora Flavio Cocho nos entrega dos libros de creación literaria y de reflexiones sobre los con­flictos de nuestro tiempo. son dos libros útiles, pues Flavio sabe que, como decía marx, el arte es una dimensión esencial de lo humano. Es, en suma, un acto civilizatorio, la defensa ideal del pensamiento humanístico.

El primero contiene tres obras de teatro muy ingeniosas y llenas de nostalgia por la herencia griega, por la Commedia dell´arte (Arlequín co­rre y salta en varias escenas) y por el humanismo que encontró sus mejores momentos en el re­nacimiento y en la Ilustración. Publica, además, una serie de artículos en los que aparecen perso­najes de la mitología, como Astarte y Belial, los títeres de cachiporra que García Lorca recoge de la cultura popular andaluza, Chaplin, Freud, nietzsche, Pushkin (y la consolidación de la len­gua rusa) y Vélez de Guevara y su diablo cojuelo.

El segundo tomo parte de la idea de que debe­mos proponer utopías. Este libro es una especie de caleidoscopio: lo agitamos, se mueven los vi­drios y, con la sonrisa de un niño, nos deslumbra­mos ante la obra de arte formada por el azar. La admiración de Flavio por la Revolución francesa y su disgusto ante los fanatismos religiosos están presentes en los cuentos y en los ensayos de este libro que trata temas esenciales para el porvenir humano, pero, para nuestra fortuna, lo hace con gracia artística y con agradecible antiso lemnidad.

En 1909 era antirreeleccionista y

colaboró en el levantamiento de

Aquiles Serdán; cuatro años más

tarde organizó la resistencia civil

contra Victoriano Huerta; en 1914

se enfrentó en Veracruz a la

in vasión estadunidense y, para

entonces, Gilberto Bosques

contaba apenas veintidós años de

edad. Sus ya más que probados

valor y talento habrían de conver-

tir a este poblano en una de las

figuras nacionales más injusta-

mente soslayadas: constituyente,

pedagogo y diplomático, sin

alardes ni aplauso público, duran-

te la segunda guerra mundial

Bosques fue el artífice de la

salvación de más de cuarenta mil

personas –españoles, judíos,

libaneses–, que gracias a sus

buenos oficios lograron escapar

de la barbarie fascista. A 120 años

de su nacimiento, La Jornada

Semanal rinde homenaje a este

enorme humanista, de quien

queda todavía mucho por apren-

der y emular. Publicamos además un

estupendo ensayo de Fabrizio

Andreella sobre el deseo en la

sociedad de con sumo, así como un

texto sobre el proyecto editorial

Puebla, Haciendo Historia.

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3 Jornada Semanal • Número 896 • 6 de mayo de 2012 cuento

Leticia martínez Gallegos

estudio fotográfico…s lo único que anuncia la placa de afuera. La fachada simula un castillo. Tonos grisáceos y matices fuliginosos. Adentro, una barandilla

de muro a muro. Pegada en la pared derecha, la lis­ta de precios. Del otro lado, la puerta que da acceso al lugar del flash.

Verónica toca con discreción sobre la barandilla. Ahora deja la mesura de lado y toca escanda­

losamente. La puerta se abre y una pareja sale sonriente.

Verónica se asoma hacia afuera unos instantes pa­ra ver a esa pareja perderse sobre la avenida. Em­pieza a llover.

Un joven de estatura baja y complexión delgada sale a la barandilla.

Es el ayudante.Es de tez blanca, de cabello negro.Puede pasar, dice.El fotógrafo alista la cámara e ignora la voz de

Verónica que le habla a alguien.Ponte el sombrero, mi amor, dice ella dirigién­

dose hacia su costado.El ayudante voltea buscando a ése mi amor. Nada.El fotógrafo se quita la boina de lana y su calvicie

queda al descubierto. Es alto, de aspecto níveo. Es­cuálido.

Me gustaría un fondo como éste, dice Veróni­ca señalando una pared del estudio. Es un mural de un bosque. Grande. Da la sensación de pro­fundidad.

Verónica se dirige hacia un mueble de orillas ga­rigoleadas que tiene espejo y repisa con accesorios de belleza. Observa su cabello bruno, escaso. Su piel, blanca.

El ayudante señala el sillón estilo Luis xV que ha colocado cerca del mural boscoso. Verónica se sienta.

Párate aquí, junto al sillón, yo sentada y tú de pie, dice ella insistiendo hacia su costado.

El fotógrafo y el ayudante se miran entre sí. Son­ríen tratando de disimular.

Verónica se acomoda el escote. Cruza los pies. Sus piernas quedan inclinadas. Verónica es alta.

Cuando esté lista, dice el fotógrafo.Oh, perdón, cuando estén listos, corrige mien­

tras busca la mirada del ayudante para reírse con él.

Verónica sonríe ampliamente, inclina su cabeza recargándose hacia un lado, sobre alguien.

Varias tomas. Los dos hombres actúan sin con­tradecir a Verónica.

Listo, comenta el fotógrafo. Suficiente.

Déjate el sombrero, afuera llueve, dice Verónica.Por favor, déjatelo, insiste mientras camina ha­

cia afuera.El fotógrafo y el ayudante la siguen despacio. Todos están en la barandilla. ¿En cuánto tiempo están?Cuarenta minutos, señora. Servicio exprés. Aquí

la esperamos.Los esperamos, murmura entre risas el ayu­

dante.Ella sale y disfruta de la lluvia que empapa su

vestido negro. Adentro, los hombres se miran. Ríen. Mue­

ven la cabeza lamentando la situación. Sienten pena por esa mujer que habla con nadie. Pena y risa.

¿Cuántas mujeres van por la vida así?, comentan.Cuarenta y tantos minutos. Las fotos están listas. Verónica no llega.El fotógrafo tiene un gesto de horror. Le mues­

tra las fotos al ayudante.En todas hay una pared de fondo con un gran

bosque, un sillón estilo Luis xV y un hombre parado junto al sillón.

El sillón está vacío.El hombre tiene sombrero •

...e

Foto: Matt Weber

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6 de mayo de 2012 • Número 896 • Jornada Semanal 4

entrevista con Jeremías MarquinesRicardo Venegas

aciste en un año crucial de la vida política, económica y social de México, 1968, ¿qué sig-nifica esto para ti?

‒Derrumbe y expectativa, son dos pala­bras que me llegan a la mente cuando se men­

ciona el ʼ68. Pero más que nacer en una fecha tan simbólica, soy producto de sus consecuencias, de sus crisis y ésas son las que me marcaron. Los años pos­teriores son de corrupción, abusos y una profunda desconfianza social. La infancia la viví entre los go­biernos sinvergüenzas de Echeverría y López Por­tillo, así que aprendí desde pequeño a ser descon­fiado y pesimista, y por supuesto son conceptos que están presentes en mi obra.

–Acabas de ganar el premio más prestigiado de poe-sía de este país, el Aguascalientes, ¿cómo recibiste la noticia?

‒La noticia no la recibí yo, sino mi esposa Citlali y mis hijas Zoe y Zyanya; yo lo supe después porque no practico el uso del teléfono celular; ellas me dije­ron primero y estaban más contentas que yo. Sin em­bargo, sí mantenía la expectativa y la duda; confiaba en que el libro que había enviado tenía la fuerza su­ficiente como para defenderse solo, y pensaba en que si había un buen jurado imparcial, como así sucedió, el libro tenía amplias posibilidades de ganar. En rea­lidad, estoy más feliz porque, de algún modo, el pre­mio recupera parte de la credibilidad que había per­dido y que tantas polémicas generó en el pasado.

–Perteneces a una generación de poetas mexicanos valiosos y destacados: María Baranda, Mario Bojór-quez, Jorge Fernández Granados y Raquel Huer ta-Nava, entre otros, ¿cómo te sientes con tu gene-ración?

‒Pienso que la idea de generación literaria donde se mete a todos por igual no me gusta mucho; me agrada más la idea de coincidencias y aproximacio­nes poéticas, en ese sentido me siento más cómodo, quizá más colindante con las poéticas de Jorge Fer­nández, Armando Alanís, Ernesto Lumbreras, Fran­cisco Magaña, Mario Bojórquez, Juan Carlos Bau­tista y, aunque no son de “mi generación”, pero me llegan por su aproximación, las obras de Coral Bra­cho y Tedi López Mills. Considero que hay en las

obras de estos poetas que menciono, “el sentimiento de ser todo y, a la vez, la evidencia de ser nada”. Hay incertidumbre y expectativa, pesimismo y descon­fianza, y esas ambivalencias son las que me atraen.

–Vivimos una era de violencia e impunidad agudiza-das, ¿el mundo necesita al poeta o viceversa?

‒El mundo no necesita a los poetas, sólo necesita a mejores seres humanos. Incluso el mundo no nos necesita como especie, con los animales le basta para estar bien. El poeta es sólo otro individuo más, de­masiado herido, demasiado enfermo, demasiado bárbaro como para que encima el mundo necesite de nosotros. Lo indicado sería entonces que el poeta necesite del mundo y a veces eso nos disgusta, por­que, al igual que los peces, lo que nos hastía es que todo ocurre en la misma pecera. La violencia es hija de la impunidad agudizada; todos somos respon­sables de esa violencia que hoy nos sitia. La compla­cencia, las complicidades y la indolencia de una so­ciedad cínica le dio forma al terror criminal y como siempre, tratamos de culpar a otros de lo que hemos hecho. Hay que aprender a vivir también con lo de­testable.

–Dices en un poema: “Como la catástrofe/ La ilusión siempre necesita dos: el abismo y la intuición.” ¿Le falta arriesgar más a la poesía mexicana?

‒Lo que entiendo es que la poesía mexicana nunca ha arriesgado nada. Es una poesía comodina que se conforma con glosar su propia tradición, o a veces haciendo buenas glosas de otras tradiciones, como decía Cuesta. En México casi nunca se premia la ex­perimentación, el riesgo, la diferencia; por el contra­rio, se premia y se celebra la tradición y la cursilería; por eso lo que tenemos es una poesía endogámica, con múltiples achaques que la hacen cada vez más aletargada, sin sorpresas y alejada de los lectores. Y sí, la poesía necesita de dos: la catástrofe y la ilusión.

–¿Cuál es tu diagnóstico de la poesía mexicana actual?

‒Pienso que la poesía mexicana actual está muy alejada de las necesidades de sus lectores; no ha lo­grado encontrar su lugar en la realidad actual y una consecuencia de este errar es la proliferación de tex­tos vacíos que tratan de llenar recurriendo a las ex­ploraciones temáticas de hospital. Es una poesía de temas más que de esplendores •

el poeta es sólo otro

Jeremías Marquines Castillo nació el 15 de

agosto de 1968 en Villahermosa, Tabasco.

Hizo estudios de filosofía y letras hispanoa­

mericanas. Radica en Acapulco, Guerrero,

donde ejerce el periodismo. Tiene publica­

dos, entre otros, los siguientes libros: El ojo

es una alcándara de luz en los espejos (poe sía,

1996); Los frutos de la voz, ensayos sobre la obra

de Carlos Pellicer, en el cual es coautor (1997)

y La palabra infinita, ensayos sobre la obra de

José Gorostiza, coautor, (2001). Obtuvo el

Premio Clemencia Isaura 2003 de Mazatlán,

Sinaloa, y el Premio José Carlos Becerra

2000, de Villahermosa, Tabasco. Este año

Marquines fue el ganador del Premio

Aguascalientes de Poesía.

-N “ “

En México casi nunca se premia la experi-mentación, el riesgo, la diferencia; por el contrario, se premia y se celebra la tradi-ción y la cursilería.

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5 Jornada Semanal • Número 896 • 6 de mayo de 2012 ensayo

Traven fue un escritor de novelas, algunas magníficas. Si sus novelas pueden llegar a ser opresivas hasta el delirio ‒con frecuen­tes dosis de humor‒; en algunos de sus

cuentos se vuelca a la parodia tanto de sus modelos más cercanos (los indígenas de México) como de sí mismo. Entonces ya no es el Traven que reniega por su indecible crueldad de las injusticias sociales, si­no un Traven despreocupado que no sabe o no quie­re saber de afrentosos sistemas económicos ni de incentivas de rebeliones de indios mexicanos: lo que desea es, digámoslo así, desentrañar en las curiosas manías de estos, lo que lo induce a hacer mofa de sus propias manías como un gentil americano en tierras mexicanas.

Canasta de cuentos mexicanos es quizá la colec­ción de relatos de Traven más popular entre el lec­tor mexicano. Los relatos de esta colección en par­ticular dan un saludable respiro a la mayor parte de su obra. Son relatos con sobrada malicia, originales en su aparente sencillez, y algunos verdaderamen­te divertidos. Nos referiremos a tres de ellos por considerar que cumplen cabalmente con los aspec­tos mencionados.

En “El suplicio de San Antonio” se narra la histo­ria de Cecilio Ortiz, minero indígena que adquiere un reloj con el fruto de años de penoso esfuerzo. Este reloj le da a Cecilio cierto estatus entre sus compañe­ros de trabajo y aun entre los capataces, quienes le solicitan repetidas veces la hora a lo largo de la jor­nada. Cecilio, en un descuido e inexplicablemente, extravía su reloj. En su desesperada búsqueda y sin poder hallarlo, visita la iglesia del pueblo y recurre a San Antonio… y de aquí el suplicio del santo: al no concederle al indio la aparición de su prenda a pesar de sus ruegos y de unas cuantas veladoras prendidas, a éste no le queda de otra que hacerlo su prisionero (lo roba de la iglesia) y darle una serie de reprimen­das entre cómicas y absurdas de lo que considera su deber: encontrar su reloj y devolvérselo. San Antonio es llevado al monte y dispuesto sobre el brocal de un pozo abandonado, donde Cecilio amenaza con zam­bullirlo. Cecilio, entonces, de pie ante el santo impá­vido, y al reprocharle su ineptitud, le otorga a éste atributos que otrora le han conferido a él sus patrones ‒lo suponemos‒ por alguna falta cometida: “Después de sufrir una semana, estoy seguro de que dejarás tu terquedad y tu pereza y tratarás de hacer algo en mi favor.” El relato se resuelve una vez que un compa­ñero de trabajo encuentra el reloj entre unos montes de piedras, y ante el júbilo de Cecilio, San Antonio es devuelto a su altar en multitudinaria procesión.

“Aritmética indígena” es una sabrosa relación de hechos en cuanto a la “compra” de un cachorrito, propiedad de una especie de arruinado granjero gringo. En este relato lo que destaca es la habili­dad de Crescencio para envolver al apacible estadu­nidense y así adueñarse del tan ansiado perrito. La astucia del indígena es tal que consigue convencer al gringo de recibir a su hija para cocinarle, por lo cual recibirá como pago de adelanto un peso plata, el mismo valor que posee el cachorro. De esta mane­ra, al efectuarse el pago acordado es como Crescencio logra hacerse “honestamente” del cachorrito, pagan­do por él exactamente un peso plata. Eulalia, la su­

puesta hija de Crescencio, nunca se presenta en casa del gringo. Éste, aún crédulo de que Eulalia ha su­frido un lamentable percance, baja hasta el jacal de Crescencio, donde encuentra al indio jugando diver­tidamente con el perrito. El gringo reclama a Eulalia. Crescencio se defiende aludiendo que cumplió su palabra: le pidió a su hija que fuera a casa de aquél, pero ésta se negó argumentando que jamás iría a ser­vir a la casa de un gringo mugroso. Y como ya está la muchacha en edad de valerse por sí misma, sigue contando Crescencio, no hay forma de obligarla… El estadunidense exige entonces el cachorro, a lo que Crescencio le responde recordándole que ya hubo un trato de por medio entre los dos: “‘Está bien, Cres­cencio’. Eso fue lo que usted dijo, exactamente. Y agregó que el perrito era mío, ya que lo había yo com­prado honradamente pagando por él un peso plata”. Al gringo no lo queda más remedio que admitir que ha sido burlado.

En “Dos burros” vemos al mismo estadunidense de vida pacífica y honrada. En el pueblo hay un burro

suelto que causa destrozos y arremete contra los de­más burros. Es un burro aparentemente sin dueño, feo, con un gran tumor en su anca izquierda, al que todos los lugareños desdeñan y aporrean. El gringo, al darse cuenta de que para ser “alguien” en el pueblo se requiere de un burro, decide tomarlo y aligerar en al­go sus quehaceres del campo, previa consulta con un indígena del lugar y saber si en realidad el asno no pertenece a ningún vecino. Y al constatar que no per­tenece a nadie, se hace cargo de él. El burro resulta ser un excelente animal, resistente y sano. Y aquí ini­cia el calvario del gringo: debe pagar cierta cantidad al primero que se le ocurra pasar a su choza recla­mando a su bestia… El colmo del asunto llega cuan­do hasta el alcalde del pueblo reclama al gringo lo que es “propiedad de la comunidad”, por lo que de­be pagar, una vez más, cierta cantidad por el burro. Al término aparece la legítima dueña del animal, do­ña Amalia, quien con estas finas palabras encara al estadunidense: “¡Salga, desgraciado ladrón, venga, que tengo que hablar con usted y no me gusta espe­rar, perro tal por cual, gringo piojoso!” El gringo pierde finalmente a su burro y, haciendo alusión al título del cuento, cierra con humor: “El lector se pre­guntará ¿y el otro burro? Pues bien, nuevamente an­da en busca de algún sitio tranquilo donde vivir (…)”

La gracia con que Traven hilvana estas breves his­torias, y su aguda capacidad para penetrar en el ha­bla, en las manías y costumbres de los indígenas de México y provocar situaciones chuscas, tanto por las circunstancias mismas en que se ven inmersos sus personajes como por la destreza narrativa que ori­gina que éstos se expresen y actúen deliberadamen­te para lograr sus propósitos, hacen del enigmático autor que escribió la mayor parte de su obra en nues­tro país un cuentista delicioso que supo explorar el lado menos trágico de la miseria humana •

edgar aguilar

Bruno traven, cuentística y humor

B.

“ “Cuentista delicioso que supo explorar el lado menos trágico de la miseria humana.

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Dócil al deseo, la realidad se transfigura para que brille suprema la verdad creída

Edmundo O’Gorman

uN oBSCuRo aLumBRamieNto

l ser occidental (que hoy se ha afirmado como ser planetario) nace de manera trágica. Su his­toria se estrena con la ruptura de tabúes esta­blecidos por dioses que no quieren compartir

con él los cono cimientos prácticooperacional (el fue­go) y especu lativo (el bien y el mal).

Son Prometeo y Eva los progenitores responsables de esta civilización. Debido a sus actos de insubor­dinación, la historia de la humanidad –que brota como réplica al castigo– es un camino de conquistas y desconsuelos, éxitos y sufrimientos.

Devorándole el hígado con el pico feroz de un águila, Zeus inflige a Prometeo y a todos los hombres el perpetuo dolor físico de la penitencia. Expulsando a Adán y Eva del Edén, Yahveh condena a la pareja primordial y la humanidad venidera al dolor del par­to y al agotamiento por el trabajo.

Precios muy altos, es cierto, pero el fuego y la man­zana siguen siendo el barco y la brújula del ser hu­mano para cruzar el charco de la vida, porque sin la técnica y la especulación la historia no habría podido marchar.

Ahora bien, ¿cuál es la infracción que los dioses sancionan de manera tan drástica? La culpa imper­donable es haber sobrepasado los límites de la con­dición humana, arrogándose unas prerrogativas de la divinidad.

DeStiNo y DeSmeSuRa

El “ser primitivo” lo sabe muy bien, porque percibe el peligro connatural a cualquier forma de exceso y abuso. Observando su entorno ve que todo tiene su limitación natural y para él cualquier perturbación del ciclo regular de la vida es una consecuencia de una mala conducta humana. Sin embargo, en tiem­pos normales y de buena conducta, el sol calienta sin quemar, la lluvia riega sin inundar, las plantas y los animales permiten a los hombres alimentarse.

En la sociedad primitiva, el crecimiento es contro­lado por la moderación y el respeto a la naturaleza como organismo vivo y divino. Para liberarse de la amenaza que se oculta en todo lo que sobra, que ex­cede los límites de lo necesario –Bataille la llamó “la parte maldita”– rituales como el potlach, o sea, un radical intercambio de dones, reducen la acumula­ción familiar y las diferencias sociales.

El “ser bíblico” avista el mismo riesgo y lo inter­preta a nivel moral. Por eso frecuenta un acto y una actitud como el sacrificio para aniquilar la sober­bia, que encabezará el listado de los siete pecados ca pitales.

También el “ser griego” conoce el peligro del or­gullo incontinente. Le llama hybris. Es la arrogancia y la desmesura, cualidades que inducen a desafiar a los dioses y sus leyes.

Hoy, las cosas son diferentes. El “ser planetario” de la sociedad occidentalizada ha arrinconado a los dioses en el cielo más lejano, y los dioses, resentidos, han abandonado el hombre a su destino.

Entonces, si ya no hay competición entre lo huma­no y lo divino ¿qué ha pasado con ese rechazo a los límites? Si ya no existe una trascendencia que anhe­lar, ¿hacia dónde se canaliza la hybris, la desmesura del hombre?

eL CamiNo De La téCNiCa

El camino del hombre occidental es una maravillosa y aterradora historia de dominación. Del fuego de Prometeo y de la manzana de Eva nació el camino de la técnica. Un camino sin límites o, más bien, que rechaza el concepto mismo de límite, porque si el hombre es el único creador de su destino, no exis­te nada ni nadie que pueda obligarlo a moderar sus apetitos en pos de un bien mayor.

Cuando el hombre ha tomado este camino, el mo­vimiento –raíz del crecimiento– se ha transformado en un derecho natural y un deber ético que no tiene limitaciones legítimas. El resultado es que en Occi­dente conceptos como producir, ampliar, renovar, aprovechar, transformar, cobrar, lucrar son valoriza­dos como virtudes a priori, independientemente de los costos sociales, ambientales y humanos que pue­dan causar.

Si una mercancía logra el estatus de “nueva nece­sidad” a través de su éxito y difusión capilar, su even­tual insalubridad no es un impedimento. Se razona solamente sobre cómo reducir los efectos secunda­rios nefastos.

Es paradigmático el silencio cómplice que, des­conociendo los costos en vidas y gastos sociales, ha protegido la difusión del tabaquismo (daños pulmo­nares) y hoy favorece la telefonía móvil (daños cere­brales).

De legitimar las oportunistas omisiones de em­presarios, políticos, periodistas, publicistas, inves­tigadores y médicos –que tutelan el crecimiento eco­nómico ignorando intencionalmente los daños sociales– se encarga una forma moderna de trascen­dencia, una maquinación espontanea del ser huma­no: el deseo de los productos a la venta.

He aquí el sendero de la nueva desmesura. La hy­bris que ya no mira al cielo de lo divino ha saltado a la arena de lo económico, donde el culto a lo ilimita­do tiene como su oficiante el ser anhelante.

La eCoNomía DeL DeSeo

El deseo nace de un vacío y vive de insatisfacción. Cada intento de saciar un anhelo revela un malestar por la ausencia del objeto añorado, y entonces un deseo satisfecho es antes que nada una carencia eli­minada.

Por eso el placer de la compra, de la adquisición de una mercancía, no es más que un temporal alivio. Poco después, el estatus de ser anhelante reafirma su jurisdicción en el consumidor.

De hecho, el bien de consumo tiene una función psíquica doble y contraria: estimulante para inducir la compra, y anestésica para ofrecer una experiencia, aunque fugaz, de placer negativo, o sea, de ausencia de deseo.

En este movimiento cíclico entre tensión excitada y relajamiento satisfactorio, el deseo siempre resu­cita después del placer alcanzado, y así persiste bus­cando otro bien de consumo. Como nos revela el donjuanismo del seductor insatisfecho, la esencia misma del deseo es la insaciabilidad, una caracterís­tica muy apreciada por el mercado.

En efecto, en la economía de mercado avanzada, los deseos tienen que coincidir con las exigencias del sistema y se amoldan a los bienes de consumo con un espíritu de “supervivencia del más apto”. Son enton­ces deseos ubicuos y disponibles, pero efímeros e inestables, porque la velocidad con la que se rempla­zan uno a otro los transforma en caprichos volátiles.

La PRoDuCCióN DeL DeSeo

Una de las precondiciones más ventajosas para el surgimiento del deseo consumista es el individuo serializado. Ya Marx, en los Grundrisse, aclaraba que “la producción produce no sólo un objeto para el su­jeto, sino también un sujeto para el objeto”, y seguía constatando que “la producción produce, por lo tan­to, el objeto del consumo, la forma del consumo, el impulso al consumo”. El hirsuto pensador alemán no intentó extender su análisis a la esfera psicológica, pero esas aseveraciones implican que el sistema eco­nómico es uno de los creadores del sistema psíquico moderno. La proposición marxiana podría entonces desarrollarse así: “El deseo produce, por lo tanto, al sujeto del consumo, la costumbre al consumo, el re­cuerdo del consumo.”

Por lo tanto, la producción de deseos es el ver­dadero mecanismo propulsor, el manantial primario del sistema consumista. Esta fabricación psíquica de un ser anhelante es lo que produce “el sujeto para el objeto” y “el impulso al consumo”.

Aquí la economía se entrelaza con la psicología profunda y con los mitos que nadan en las aguas pa­lustres del inconsciente colectivo.

Que el afán sea de un par de zapatos Jimmy Choo, del alma gemela, del último iPad o de revolucionar el planeta, el deseo insatisfecho e insaciable no es de ninguna manera un exceso patógeno, un efecto se­cundario de un sistema que persigue con cordura el bienestar. Es, al contrario, condición esencial para que el sistema funcione.

La economía de consumo requiere entonces de un ambiente psíquico donde deseos insatisfechos y pro­mesas de satisfacción se agarren mutuamente en un baile que nunca se acaba. Cuando el deseo ve en el consumo su aplacamiento, el deseo se vuelve capri­cho y el consumo, acto de satisfacción fugaz.

CReCimieNto y DeSeo

Claro está que el hombre satisfecho, contento y sa­ciado es perjudicial para un sistema que se sustenta en un crecimiento constante y necesario del consu­mo. El deseo es la gasolina a nivel psíquico del mo­vimiento ascendente a nivel económico. No hay con­sumidor si no existe un ser anhelante.

Sin embargo, la crisis económica planetaria ha de­mostrado que el sistema económico ya no puede sos­tenerse ni siquiera con un ritmo acelerado de consumo.

El estilo productivo actual, acompañado por una neofilia que la publicidad se encarga de esti­

Fabrizio [email protected]

La ley del deseo en la

E

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76 de mayo de 2012 • Número 896 • Jornada Semanal

mular, ha tratado de reducir a lo mínimo la dura­ción de los bienes de consumo. Que un reloj dure una vida, un coche veinticinco años y un par de zapatos diez años, ya no es admisible económica y psicológicamente. Entonces, para desvincular por completo el sistema productivo del concepto de necesidad, hay que ignorar la noción de consumo y fomentar una compra independientemente de su utilización.

La razón es evidente: la cantidad de mercancías que cada ciudadano posee tiene que crecer cons­tantemente para sostener la producción. Sin embar­go, ese crecimiento no puede ser infinito, porque el tiempo y el espacio necesarios para “experimen­tar” objetos están biológicamente definidos. Pres­cindir de esa “experiencia” o virtualizarla se vuel­ve así el paso obligado de este camino sin límites –cargado de hybris, dirían los griegos – de la eco­nomía de mercado.

Por lo tanto ya no importa si consumimos, lo importante es que compramos. El estatus de com­prador suplanta al de consumidor porque confina la experiencia adquisitiva a la emoción fugaz del capricho satisfecho, prescindiendo del tiempo pa­ra disfrutarla y del espacio para consumirla o al­macenarla. De esta manera, la máquina productiva

puede seguir alimentándose de nuevos deseos sin las pausas necesarias al consumo.

En este círculo vicioso no se persigue el bienes­tar, es forzoso estar mejor; no se disfruta el nivel de vida conseguido, es obligatorio elevarlo a pe­sar de su altura.

El bienestar ya no es un estado, sino un trayecto. Filosóficamente se puede decir que esta es la de­mostración psicológica y económica de que en Oc­cidente el Devenir ha triunfado sobre el Ser.

SeNSaCioNaLiSmo y NeoFiLia

Con la incesante promoción de transacciones para que el sistema pueda vivir a través de su crecimien­to, la condición psicológica actual es cautivada por un sensacionalismo compulsivo que ya no es só­lo una imposición de los medios, sino una necesi­dad individual de agitación.

La sobreexposición a seducciones audiovisuales ha aumentado paulatinamente el “umbral de la per­cepción”. Vivimos en una constante e inconsciente agitación sensorial y emocional, tanto que el horror, la tragedia, la muerte son hoy los espectáculos más exitosos en el mercado de las “noticias”. La sobreex­citación es nuestra condición normal. El mercado

inmaterial de miedos y ardores, insatisfacciones y exaltaciones, emulaciones y neurosis, corajes y vo­luptuosidades, tiene un producto material para todas estas emociones.

La economía del consumo resulta ser una econo­mía emocional que nos ha transformado a todos en pequeños donjuanes que pasan de un producto al otro sin parar. No es accidental que el postmoder­nismo sea la época de una neofilia obsesiva. La fascinación colectiva por el último modelo tecnoló­gico, que repudia como “antiguo” un producto de uno o dos años, transforma el nuevísimo objeto de consumo en una especie de elixir maravilloso.

La hybris emocional colectiva resulta rentable para ocasionar las transacciones necesarias a la sobrevivencia de la máquina del consumo.

La PRomeSa aPóCRiFa De SatiSFaCCióN

Resulta claro que, analizando la naturaleza del de­seo postmoderno, se descobija una contradicción del capitalismo avanzado. El fin declarado, con el cual el sistema quiere legitimarse y justificar sus imperfecciones, es la satisfacción de las necesida­des sociales e individuales. Sin embargo, este ob­jetivo es un obstáculo a la existencia misma del sistema que lo promete. Un sistema que se susten­ta sobre la perpetuación del ser anhelante. En este ser, al fin y al cabo, los deseos son las mil caras de esa deidad policéfala que es el deseo en sí, el deseo

por el deseo, el deseo decepcionado que persigue una satisfacción ilusoria y momentánea en los ob­jetos adquiribles.

PaLaBRaS DeL DeSeo

Deseo es palabra que esconde en su etimología la odisea que promete a los hombres: deriva del latín de sidera, o sea de las estrellas. Desear significa su frir la distancia que existe entre la realidad y el sue ño, entre la tierra y las estrellas (por divinas e impalpables o profanas y materiales que sean). Asignar al mercado la tarea de aplacar nuestros apetitos significa someterse a una fuerza ajena que nos domina de manera obscura.

Los tiempos de crisis feroz que estamos vivien­do tal vez nos pueden ayudar a descubrir caminos hacia una felicidad emancipada de la cadena de los deseos compulsivos.

Uno de esos aforismos para cursilerías new age dice: “Felicidad es desear lo que ya se tiene.” Creo que se pueda tomar sin vergüenza co mo una indicación filosófica para enfrentar la crisis más profunda que el sistema económico y psicológi­co capitalista enfrenta desde la Gran Depresión del 1929 •

sociedad de consumoMarcus, Nuevo modelo de hombre. Cartel tomado de: www.consumehastamorir.com

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na de las últimas apariciones en público de Gilberto Bosques Saldívar fue el 4 de agos­to de 1988, cuando le entregó a la Secretaría de Relaciones Exteriores lo que podríamos denominar su archivo diplomático, para

que se sumara, con todas las de la ley, al repositorio tlatelolca que, con el nombre de“Genaro Estrada”, constituye la principal memoria de la política inter­nacional mexicana.

Desde un tiempo atrás, personal bien capacitado del propio ministerio había trabajado en el ordena­miento de tan preciado material, mientras una acucio­sa historiadora, Graciela de Garay, grabadora en ris­tre, le hacía una serie de entrevistas con el mayor rigor que reclama la llamada Historia Oral. En consecuen­cia, después de procesar adecuadamente el material, ese mismo día se presentó un precioso libro con el tí­tulo Gilberto Bosques, que era el segundo de la serie llamada Historia Oral de la Diplomacia Mexicana.

Fue un mediodía espléndido. Don Gilberto tenía ochenta y seis años recién cumplidos y, aunque lle­vaba un cuarto de siglo de vida muy privada y reque­ría de una silla de ruedas ‒por lo cual fue necesario improvisar una rampa que le facilitara el acceso al presidio del auditorio aquel‒, su lucidez,serenidad y atingencia impresionaron a toda la concurrencia.

Mucho después de ese día, algunas agrupaciones de personas cuyos ancestros antaño se habían bene­ficiado sobremanera de las gestiones de Bosques en Europa, durante los años en que campeaba el totali­tarismo por allá, procedieron a recordarlo pública­mente y hasta hacerle algunos homenajes, pero todo ocurrió mucho después de su fallecimiento, en 1995.

En el ínter se exhibió con éxito aquella película en la que un empresario llamado Oskar Schindler salva la vida de un poco más de un millar de judíos, lo que dio lugar, no hace mucho, a que Bosques fuese llamado “el Schindler mexicano”. ¡Siempre la refe­rencia foránea para justificar lo bueno que tenemos! Si, por lo bajo, la lista de Bosques es cuarenta veces mayor, entre judíos, libaneses, brigadistas inter­nacionales y, sobre todo, republicanos españoles, tal vez resultaría más adecuado que Schindler pasara a ser llamado el “Bosques alemán”.

Pero, además, como embajador en Cuba desde 1953, realizó una gran faena rescatando de las garras del criminal Servicio de Inteligencia Militar (Sim) a disidentes de la dictadura de Fulgencio Batista, quie­nes simple y sencillamente eran asesinados donde se los hallara. Le ayudó, sí, el rencor que Ruiz Corti­nes le tenía a Batista, primero, y después la simpatía de López Mateos por Fidel Castro –quien fue de los

José m. murià protegidos de Bosques‒, pero incluso asiló con dili­gencia a cubanos que pidieron ayuda al triunfo de la Revolución en 1959, sólo que, a diferencia de su su­cesor, sin medrar con ello.

Bosques se retiró en 1964 siendo aún embajador en la Isla, debido a que el nuevo presidente sería Díaz Ordaz, poblano igual que él y, al parecer, bien cono­cido también. Por eso le pidió a López Mateos que lo relevara de su cargo para “no verse obligado a cola­borar con ese señor”.

Con anterioridad a Cuba, Bosques había pasado “dos años de vacaciones en Suecia”, como él los de­finió, también con el mismo cargo y promoviendo las relaciones económicas y culturales, hasta que “can­sado de descansar” pidió su cambio y lo trasladaron, según su decir, del sol de medianoche al sol de todo el día y de todos los días.

Lo cierto es que se había ganado sobradamente el descanso: llegó a Estocolmo en 1950 proceden­te de Lisboa, donde había estado un lustro traba­jando casi siempre a favor de mandar a México a los españoles que lograban fugarse de su país y entrar a Portugal.

Sin embargo, también aprovechó una buena co­yuntura que le ofreció el embajador brasileño en Es­paña para rescatar casi todo el archivo de la embaja­da mexicana que se había quedado en Madrid, parte del mobiliario, la biblioteca y algunas obras de arte. El deseo del gobierno de Franco de ganar entonces la buena voluntad del gobierno mexicano, en aras de conseguir su reconocimiento o de que mermara su explícita animadversión en los foros internacionales, hizo que las autoridades se hicieran de la vista gorda desde que los camiones salieron de Madrid hasta que cruzaron la frontera lusitana.

Justamente en Lisboa toda la legación mexicana ‒incluyendo a Bosques‒, que había permanecido prisionera en Francia durante un año, a partir de que nuestro gobierno le declaró la guerra al Eje, el 22 de mayo de 1942, había sido permutada por prisione­ros alemanes a la proporción de doce de ellos por cada uno de los nuestros. Pero antes de substituir al embajador Juan Manuel Álvarez del Castillo, en 1944, Bosques pasó a México donde tuvo una recep­ción apoteósica. Él mismo lo cuenta así: “Estuvieron esperándonos muchos españoles y de otras na­cio na lidades que habían participado en la guerra. Aguardaron durante ocho horas, pues el tren venía retrasado... Fue una recepción muy emotiva. Lleva­ron las banderas de México y España… Fue algo un tanto inusitado. Realmente todos los andenes y los patios estaban llenos.”

Bosques había sido desde 1938 cónsul general de México en Francia y, al final del proceso, incluso en­cargado también de la embajada y, durante ese tiem­po aciago en Europa para la democracia y los dere­

chos humanos, desarrolló una de las más notables tareas de solidaridad humana de que tiene noti­cias la historia de las relaciones internacionales de todos los tiempos.

¿Quién era eSte Hombre, alto, corpulento y de perfil recio? Pues un mexicano como muchos que desde joven se había lanzado a la “bola” revolucionaria, dejando para ello a medias sus estudios de profesor, aunque los concluyó algunos años después.

Nació en Chiautla, en 1892, en una familia rural acomodada, y su primera instrucción se la pro­porcionó su mamá en casa, pero luego la validó en la ciudad de Puebla y así pudo ingresar al Institu­to Normalista de esa ciudad. Fue entonces cuando estuvo a punto de morir en los hechos del 20 de

Gilberto Bosques

u

noviembre en aquella ciudad, pero logró sumar­se a los rebeldes que se remontaron a la Sierra de Puebla. Luego lucharía contra el gobierno de Vic­toriano Huerta y combatió la intervención yanqui en Veracruz.

Dado que le faltaron pocos meses de edad, no fue diputado federal constituyente en 1916, pero sí pudo participar un tiempo después en la redacción de la Carta particular del estado de Puebla.

Procedió a organizar el primer Congreso Nacio­nal Pedagógico, que comenzó la adecuación de la enseñanza nacional al emergente ideario revolucio­

Imagen tomada del documental Visa al paraíso

El 4 de junio de 2003 el gobierno austríaco impuso a una de sus calles, en el Distrito 22 de Viena, el nombre Paseo Gilberto Bosques

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nario. En 1921 fue secretario general del gobierno de Puebla y, al año siguiente, ya con edad su ficiente, pasó a ocupar una curul en la Cámara de Diputados federal. Ocho años después volvería a hacerlo. En 1938 fue director del periódico El Nacional, con el que ya había venido colaborando, lo mismo que pa­ra la revista Economía Nacional, de la que llegó a ser Jefe de Redacción. Además incursionó en la radio.

También trabajó en la Secretaría de Educación y, poco antes de partir rumbo a Francia, había sido nombrado presidente del Centro de Estudios His­panoamericanos.

Amigo de muchos dirigentes nacionales, en es­pecial de Lázaro Cárdenas y de quienes manejaban la política exterior de México, se vio natural que, en 1938, el presidente lo nombrase cónsul general en

consulado mexicano tuvo que ser cambiado a Bayo­na; pero luego se pasó a Marsella, por ser éste el único puerto de la Francia “libre” y que, además, está en el Mediterráneo. Cabe recordar que la juris­

Gilberto Bosquesdiplomacia y humanismo

Claro que se enteraron de la ayuda que proporcio­nó a judíos residentes en toda Europa occidental y aun en lugares más lejanos. Claro que supieron de los cientos de libaneses documentados y enviados a Mé­xico. Por supuesto que estuvieron al tanto de los edi­ficios que consiguió para albergar refugiados espa­ñoles, de las casas de recuperación que estableció para niños huérfanos o con mala salud. Si no lo su­pieron con precisión, al menos tuvieron una idea de los dos refugios bien resguardados para repu blicanos que requerían de protección especial, pues eran per­seguidos descaradamente por la policía franquista. Todo ello implicó una actividad febril y riesgosa que Bosques y su gente desarrollaron inspirados por aquellos principios de la política ex terior mexicana que luego tuvieron a bien asesinar Fox y Calderón.

dicción consular de Bosques era casi toda la costa del mare nostrum.

En Marsella estuvo hasta 1942, cuando los fran­ceses llevaron a las cuatro decenas de funcionarios mexicanos a un balneario en los Pirineos y luego fue­ron entregados a los alemanes, quienes los recluye­ron en lo que Bosques definió como el “hotel­prisión de Bad Godesberg”, donde permanecieron más de un año, hasta su permuta en Lisboa.

La Gestapo estuvo siempre bien enterada de lo que hacía el consulado mexicano. Entre otras co­sas porque, sin el menor recato, establecieron sus oficinas en Marsella justo en el piso de arriba… en tanto que los japoneses se quedaron con el si­guiente.

“ “¿Quién era este hombre, alto, corpulento y de perfil recio? Pues un mexicano como muchos que desde joven se había lanzado a la “bola” revolucionaria, dejando para ello a medias sus estudios de profesor, aunque los concluyó algunos años después.

Francia y luego le diese todo su respaldo, máxime que siguió bien sus instrucciones.

Era Bosques una de sus mejores cartas y el presi­dente Cárdenas decidió jugarla cuando ya se percibía el derrumbe de la República Española. Lo que suce­dió después demostró cuán atingente fue la decisión.

Como él mismo dice: solamente algunos diplo­máticos de carrera y de viejo cuño hicieron cuanto les fue posible para evitar el traslado y la instalación en París. De esta manera, su primera gesta consis­tió en sortear las dificultades que le pusieron para instalarse, pero pronto empezaron a llegar prófugos de España, y los problemas mayores a surgir. Como es de suponer, las cosas se complicaron mucho más cuando los alemanes barrieron a los franceses y el

También hubo de afrontar y equilibrar las dis­putas entre distintos líderes españoles por la for­mación de aquellas largas, pero insuficientes, listas de gente que documentó y embarcó hacia México y, luego, cuando Cárdenas dejó la Presi­dencia, sortear las limitaciones a su selección que quiso imponer el nuevo secretario de Goberna­ción, Miguel Alemán.

De todo salió bien librado y constituye su gran monumento la nómina de cerca de cuarenta mil refugiados de diferente condición, pero amantes todos de los derechos humanos y de la democra­cia, quienes salvaron su vida o, al menos su liber­tad, gracias a este gran mexicano parido por la Revolución •

Imágenes tomadas del documental titulado

Visa al paraíso, realizado por la cineasta

mexicana Lillian Liberman

El embajador Gilberto Bosques

(de sombrero) con exiliados

Arriba: El castillo de Reynarde que restauró el consulado de Bosques, alojando de 800 a 850 personas

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10leer 6 de mayo de 2012 • Número 896 • Jornada Semanal

Cuentos de lo extraño,

Robert Aickman,

Atalanta,

México, 2011.

EL DESCONCERTANTE MUNDO DE ROBERT AICKMAN

RAÚL OLVERA MIJARES

Respondo por lo que digo,

Marco Antonio Campos,

Universidad Autónoma Metropolitana,

México, 2011.

EL ARTE DE LA EXACTITUD

ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

No sólo los grandes nombres en la historia de la literatura merecen la atención del público en ge-neral, sino también esos autores oscuros, escasa-mente conocidos, como Robert Fordyce Aickman (1914-1981), cuya obra en su propia lengua, la inglesa, conoció un período de eclipse. Aickman, con ese particular apellido escocés escrito con la adición de una c (la forma habitual es Aikman), fue hijo de William Arthur Aickman, arquitecto sin mucha fortuna, de familia acomodada pero venida a menos, compañero de Richard Marsh, con cuya hija, Mabel Violet, contraería nupcias el padre de Robert, recordado por él en su autobio-grafía, The Attempted Rescue (1966), como un hombre severo y las más de las veces ausente; su educación e iniciación en la lectura correría a car-go de su madre.

Novelista, crítico de teatro, cuentista, amén de su destacable labor en la edición de cuentos de mis-terio, donde pudo exponer con detenimiento su ars poetica acerca del género o más bien subgé-nero del horror. El abuelo materno, Richard Marsh, cuyo verdadero nombre era Richard Ber-nard Heldmann, escribió The Beetle (1897), una novela que rivalizaría en ventas con el Drácula, de Bram Stoker, aparecida por cierto el mismo año. Ecos de William Bedford y Horace Walpole, entre otros muchos autores, son perceptibles en su na-rrativa. Por un tiempo Robert Aickman, ya casado, vivió en Bloomsbury poco después de la segunda guerra mundial. Si hay un escritor cuya afinidad –más que influencia– pueda destacarse, ése se-ría Forster, y más por sus novelas largas que por sus short stories también anticlimáticas, de fina-les abiertos, que procuran siempre evitar lo ob-vio.

Robert Aickman imparte una lección para el narrador en cierne que resulta difícil precisar en unas cuantas frases. Ese mundo suyo enclavado entre lo alegórico y lo onírico es, sin lugar a dudas, su principal legado. Sus historias son sutiles, di-fíciles de captar, aunque fáciles de disfrutar, pues admiten múltiples sentidos, los que la erudición en lo oculto, la cultura literaria o la fantasía de cada lector tenga a bien adjudicarles. Toda una revelación, la de este autor; uno de esos escritores anómalos, emparentados hasta cierto punto con Franz Kafka, Bruno Schulz o Gustav Meyrinck, en una versión acaso más convencional. Lo extra-ño, una categoría con la que el mismo Aickman recalcaba el carácter peculiar de sus textos, Stran-ge Stories y Strange Tales, fueron expresiones de las que se sirvió en más de una ocasión en los subtí-

tulos de sus colecciones de relatos. Lo extraño, en suma, considerado como una dimensión que es-tuviera acechando ahí, en algún lugar, en ningún lugar, dispuesta a atacar, a echarse encima, salir al encuentro a la menor provocación. El mundo cotidiano, tras la lectura de estos textos, adquiere otras tonalidades, nuevos visos, otros sesgos. Mu-chos desarrollos se vuelven posibles. La con-clusión se vuelve inevitable y arrolladora: Es más lo que desconocemos que lo que creemos conocer •

La cultura de la entrevista, si así le podemos apo-dar dado que hoy todo es cultura –se dice–, facul-ta una caterva de catástrofes del ego que nadie ignora porque todos admiramos a alguien, en el fondo. Se trata de una cultura reverencial en la que uno pregunta azorado y el otro responde categórico, en la que se da cuenta de una admi-ración visible y pertinaz o se cumple con un tra-bajo en el que se debe parecer devoto de la per-sona en cuestión. Sería más propio llamarlas diálogos o conversaciones, pero el término en-trevista se ha impuesto de manera tan natural en nuestro imaginario cultural y mediático como un curso escolar o el infame informe de actividades: resulta tan “natural” entrevistar al individuo a modo, que poco nos importa que no diga nada (como los futbolistas en el entretiempo) o que aproveche la ocasión para prodigarnos los esta-tutos vigentes del buen comportamiento o de la conciencia moral o de su genialidad atroz.

El sujeto de la entrevista, sin embargo, no es siempre el que contesta las preguntas. Sabemos de entrevistadores que se imponen a su interlocu-tor con precavida o imprudente alevosía. Basta to-parse con un noticiero televisivo o sintonizar la radio en mala hora para advertir cómo el que ha-bla sólo dice lo que el otro le obliga a confesar, ventrílocuo avezado en el arte de no dejar hablar

o de hacer decir lo que se esperaba: formas de una misma farsa.

No es éste el caso del libro de Marco Antonio Campos, poeta en modo alguno ajeno al género coloquial (De viva voz, Literatura en voz alta y El poeta en un poema son libros previos donde se dio a conversar con escritores) pero en absoluto ab-sorto consorte del oficio de adular al entablar una entrevista, que es siempre un trasunto de la inti-midad. El poeta conversa con diecisiete poetas y otros tantos demiurgos del arte de narrar o pintar o hacer historia o interpretar música. Que la exac-ta mitad de su atención recaiga en orfebres de su oficio es hasta cierto punto natural. Que la mirada con que los arrope sea poética es un lujo que no le ocurre a cualquier entrevistado. Porque lo que hace Campos en este libro (y, según recuerdo, en los otros que dedicó al género –el tiempo del verbo indica que ya no lo hará más, de acuerdo con lo que apunta en la nota inicial) es supeditar la trama de la vida al esguince de lo imprevisto, la revelación de lo previsible al atisbo de la verdad interior, ésa que sólo descubre el poeta que se apersona frente al entrevistado (y no lo aprisio-na), ésa que sólo cede a la sed de ser cómplice del interlocutor (y no su confesor moral).

Y entonces lo que cuenta (esto es, lo que narra, pero también lo que vale) en Respondo por lo que digo es la manera como el autor lleva a su huésped intelectual a descubrir, durante la entrevista, lo que acaso nunca había columbrado de esa manera. Sobran los ejemplos de este hallazgo de minería mental, pero destaco cómo Juan Bañuelos recono-ce, conversando con Campos, que “el ritmo que sale de mis versos proviene de los golpes que da-ban mi padre y sus ayudantes sobre el yunque” (eran forjadores de hierro en la selva lacandona), y la manera en que hace decir a Bonifaz Nuño, re-conocido grecolatinista, que su “cultura no está en la Venus de Milo sino en la mal llamada Coatli-cue, la que siempre que veo me habla en mi idio-ma y me dice lo que soy”. Ambas son apenas imá-genes entrevistas en las conversaciones reunidas en el libro, pero al mismo tiempo constituyen la tónica del quehacer coloquial de Marco Antonio Campos, para quien la poesía, su tarea natural, es una herramienta de acercamiento a la naturaleza esencial, al núcleo del trabajo de treinta y cuatro artistas que, a la lupa de sus precisas preguntas (si algo es un poeta es un artista de la exactitud), nos dejan ver, si no la clave del enigma de su obra, por lo menos las esclusas que abrieron paso al to-rrente de su creatividad •

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próximo número

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11 leerJornada Semanal • Número 896 • 6 de mayo de 201211

El tiempo envejece de prisa,

Antonio Tabucchi,

traducción de Carlos Gumpert,

Anagrama,

España, 2010.

EL ÚLTIMO TABUCCHI

MIGUEL BARBERENA

EDUARDO LIZALDE, tigre mayorTextos de Mario Bojórquez, Marco Antonio Campos, Evodio Escalante, Rosario Sanmiguel y Rafael Vargas

El italiano Antonio Tabucchi, nacido en 1943, muerto el pasado 25 de marzo en Lisboa, fue un escritor de primera magnitud. Empezó su carre-ra con dos novelas hoy relegadas –Piazza d’ Italia (1975) e Il Piccolo naviglio (1980)–, pero pronto descubrió la verdad y se orientó hacia el cuen-to -il racconto-, género donde alcanzó su mejor escritura. Su primer libro de cuentos, El juego del revés (1981), fue una revelación; para el segundo, Pequeños equívocos sin importancia (1985) se le com-paraba con Borges.

Podía acercarse a la novela, pero siempre de puntillas y como no queriendo: Nocturno hindú (1984), su clásico de esta época, es más un cuento largo, una nouvelle; Dama de Porto Pim (1983), el diario de un viaje imaginario y real a las islas Azores –un “artefacto literario”, como dicen los editores.

En los años noventa, el cuentista perfecto se desvió del camino hacia la novela de muchas páginas. Y no sólo eso: al subgénero de la novela política de denuncia, en este caso contra el fas-cismo y la censura. Todo un bestseller… La nove-la, Sostiene Pereira (1994), ambientada en la Lis-boa de los años 30, se adaptó al cine, con Marcello Mastroianni en el estelar. ¡Tabucchi superstar!

El éxito lo hizo reincidir: La cabeza perdida de Damasceno Monteiro (2004), es otra novela de fondo político, una secuela de la anterior (ahora ambientada en Oporto). Con Tristano muere (2004) – su novela sobre la historia moderna de Italia, del fascismo de Mussolini a la telebasuro-cracia de Berlusconi– cerró su trilogía engagée.

El Tabucchi tardío regresó al racconto. Su últi-mo libro publicado –ya vendrá la obra póstuma- recoge nueve relatos bajo un título que es todo un manifesto del arte tabuccheano: El tiempo envejece de prisa (Ed. Anagrama, 2010.)

La expresión viene del presocrático Critias (“Persiguiendo la sombra, el tiempo envejece de prisa”), y el primer cuento empieza con un poema de la polaca Wislawa Szymborska, que da el to-no de las cosas: “Le pregunté sobre aquellos tiem-pos en que éramos aún tan jóvenes, ingenuos, entusiastas, tontos, inexpertos. Algo de eso ha quedado, excepto la juventud.”

El tiempo –y en especial el tiempo pasado– fue siempre el elemento de Tabucchi. Lo es de sobre-manera en esta última obra. El “pretérito perfec-to”, como él lo dice. Desde las primeras páginas de este libro, tenemos a un escritor “enfermo de literatura” que se abisma en “las arenas de la me-moria” y “el pozo de los recuerdos.”

La otra Europa, la oculta detrás la “cortina de hierro”, es la que ahora interesa a Tabucchi. Sus cuentos tienen como escenario Bucarest, Kosovo, Berlín, Varsovia…

El escritor mediterráneo se tornaba aquí paneu-ropeo e internacionalista. Como se debía en un autor que había logrado renombre mundial, al grado que se le mencionaba para el premio Nobel. Era el representante italiano en el dream team del “estilo internacional” que define al mercado de la narrativa de hoy día, los Murakami, Pamuk, Vila-Matas, McEwan…

A Tabucchi lo introdujo en México en los años ochenta Sergio Pitol, maestro en el manejo del “re-lato dentro del relato”, una técnica que perfeccio-nó el escritor mexicano de origen italiano y que llevó al extremo el italiano de alma portuguesa (fue enterrado junto a la tumba de su querido Fer-nando Pessoa).

Como Pitol, Tabucchi narraba desde los malen-tendidos, las zonas de sombra, las realidades so-ñadas, el falso recuerdo, o como lo dice la narra-dora del primer relato del último libro, titulado “El círculo”: “Un recuerdo, que no era un recuer-do, sino el recuerdo de un relato”.

La prematura muerte de Antonio Tabucchi, a los sesenta y ocho años de edad, de un cáncer, de-ja un vacío en la buena literatura del mundo. Será extrañado •

Xolo, Mardonio Carballo, Pablo Villa y Olivier Dautais, Plu-ralia, México, 2012.

A Carballo se le deben los textos, a Villa la música y a Dautais las ilustraciones de este volumen, pequeño solamente por lo que hace a sus dimensiones físicas. Libro y disco, disco y libro en náhuatl y en español, para que el deleite sea doble y entre por los ojos pero también por los oídos. Mardonio, conocido promotor y defensor de nuestras culturas aborígenes, disfruta y nos hace disfrutar con estas nuevas plumas de la serpiente que, desde hace ya varios años, gracias a su labor incansable nos regalan su brillo y su vuelo.

El futuro no será de nadie, Óscar de la Borbolla, Plaza & Janés, México, 2011.

Imposible no estar de acuerdo con lo que, se dice, postula el autor de esta novela tanto aquí como en sus libros anteriores: “que los asuntos más profundos y oscuros del pensamiento y de la vida no tienen por qué ser ajenos al gozo, a la claridad ni a la ironía”. Académico y narrador, De la Borbolla ha sabido moverse con soltura de uno a otro en ese par de mundos que, para otros, resultan irreconciliables, como queda manifiesto en esta “radiografía de la crisis de los amantes posmodernos”.

No duerme nadie por el cielo, Felipe Varela, Editorial Praxis, México, 2011.

Celebración de insomnios y Mundanzas de mediosueño –así, con una ene de “mundo”– son los dos grandes apartados de este poemario que, rilkeanamente, pero también acorde con lo que Cocteau aconsejaba, busca en la noche ojos adentro, en la vigilia, las palabras para decir el mundo y entenderlo. La Celebración... se divide en treinta poemas, entre los cuales hablan el agua, la certeza, lo efímero, gatos, cuervos, ventanas rotas y otros insomnios; por su parte, las Mundanzas... hablan, en treinta partes, del día de los rostros.

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arte y pensamiento ........ 12

Orlando Ortiz

6 de mayo de 2012 • Número 896 • Jornada Semanal

Don Chipote y Sufrelambre

Mucho se ha dicho que los mexicanos estamos enfermos de grave-dad, no porque estemos desahuciados (aunque sí), sino porque somos muy solemnes, serios, melodramáticos y cosas por el estilo. La irreverencia, el humor, la transgresión, son cuestiones que sen-timos reñidas con la literatura y el arte en general. Algo que sea humorístico no es digno de tomarse en cuenta, a menos que se trate de los clásicos, porque a ellos sí se les perdona todo: el que hayan sido satíricos, burlones, escatológicos o similares.

Según parece, el criterio prevaleciente es que los temas serios, o dramáticos, son sagrados, por lo tanto, el tratamiento serio, por sacro, es lo indicado. Un escritor serio tiene prohibido coquetear siquiera con la sátira o el humor, porque al ser paradigmas del buen decir y la decencia, no hacerlo equivaldría a desafiar el canon, la moral y la estética y ética al uso. En otras palabras, estaría transgre-diendo tales parámetros y cayendo en el cuestionamiento y la con-frontación. La transgresión no es para las buenas conciencias.

Sin embargo, la literatura picaresca aparece en los programas de literatura, y la picaresca es transgresora por excelencia. Llama la atención, por otra parte, que en España encontremos numerosas muestras del género, a partir de El Lazarillo de Tormes, pasando por la inefable y magistral Vida del Buscón Don Pablos, de Quevedo, y en nuestro país han sido pocos lo seguidores de esta vía literaria. Sobre todo los encontramos en el xix, desde Fernández de Lizardi hasta Guillermo Prieto y Ángel del Campo, pasando por Riva Palacio. Y aquí podría añadirse, aunque parezca mentira, a Ignacio m. Altamirano, de quien siempre se nos ha dado una imagen casi apostólica.

Esto de la picaresca lo menciono porque a raíz de la candidatu-ra de Demián Bichir al Oscar, recordé Las aventuras de don Chipote, o Cuando los pericos mamen, de Daniel Venegas, esta obra que po-

dría considerarse la primera “novela chi-cana”, aunque Bruce Novoa escribe: “Es posible estudiar sus antecedentes (de la literatura chicana) y tradiciones re-montándose hasta 1848, y quizá más allá, puesto que ha habido una constan-te actividad literaria realizada por mexi-canos residentes en Estados Unidos a lo largo de estos años...” Creo que hay algo de exageración en esta asevera-ción, porque “más allá” de 1848 mucho del territorio “chicano” era mexicano. Y si se localizaran autores en esa área, strictu sensu no eran “chicanos”, sino mexicanos.

Pero volvamos a lo nuestro. La nove-la de Venegas data de 1928 y fue publi-cada en Los Ángeles. Al decir de Nicolás Kanellos, fue un “inesperado hallazgo” para los investigadores que en ese mo-mento (calculo que finales de 1970, inicios de la década siguiente) se de-dicaban a rastrear los orígenes de esa literatura, husmeando en periódicos y libros editados del otro lado entre 1850 y 1940. Cuando los pericos mamen me llamó la atención por el tratamiento, que yo ubicaría en el ámbito de la pica-resca. Los problemas de indocumen-tados y chicanos han sido tratado con frecuencia, sobre todo a partir de los años sesenta, pero escasean los tex-tos humorísticos o picarescos. El de Ve-negas lo es. La narración presenta nu-merosas s i tuaciones humoríst icas, personajes que saben hacer de tripas corazón y encontrar la salida ingeniosa en momentos críticos. Mas no sólo eso, porque el lenguaje es otro de los rasgos sobresalientes, ya que aun cuando su autor era una persona preparada, según nos dice en la introducción Nicolás Ka-nellos, y de clase media, adopta el lado de los jodidos, de los trabajadores indo-

cumentados sobreexplotados por el capital estadunidense.

Escrita en español por alguien de ancestros mexicanos, lo destacable es su conocimiento de los giros idiomáti-cos mexicanos, y sobre todo de los cam-pesinos mexicanos. Refranes y dichos brotan oportunamente a lo largo del relato y referencias escatológicas tam-poco faltan. No obstante, lo más extraor-dinario es que en la picaresca el pícaro es un sobreviviente, alguien que se las ingenia, siempre, para seguir existiendo, para comer, para tener lo indispensable aunque para ello deba pasar sobre otros. Don Chipote de Jesús María Domínguez es un alma de Dios (dirían en mi rancho), nada tiene de pícaro, pero sí Sufrelam-bre, su perro, que lo sigue desde que sale de su rancho rumbo al otro lado, en busca de mejor fortuna, o sea, para ha-cerse rico y tener con qué darle de co-mer y buenas cosas a doña Chipota y sus chipotitos. Pero termina convencién-dose de que un migrante mexicano se hará rico trabajando en Estados Unidos, cuando los pericos mamen: nunca •

Unos muy puntuales cuentos a deshora

Los cuentos de Arturo Souto Alabarce (Madrid, 1930), recién edita-dos por Bonilla Artigas Editores, sorprenden ahora como seguro sorprendieron cuando fueron publicados por primera vez en 1960 por la unam. Académico y ensayista de muy larga trayectoria, la face-ta como narrador de Souto ha sido admirada por sus contemporá-neos y discípulos, si bien no es muy conocida entre los lectores. Por eso es de agradecerle que, junto con la editorial Bonilla, los haya puesto ahora a nuestro alcance y disfrute.

Lo primero que nos golpea en los cuentos de Arturo Souto son los ambientes fantásticos, novelescos, algunos esperpénticos, en los que se desenvuelven las historias. De estos ambientes que parecen como grandes óleos pintados con maestría surgen unos personajes al límite de la vida, la muerte o la locura: del desierto árido y silencioso se recortan el vaquero Juan y su némesis, el coyo-te 13, en una especie de duelo metafísico, en el célebre “Coyote 13”, el cuento más antologado de Souto. De alguna selva criolla vi-rreinal surge el monstruoso niño Lisandro de la cabeza enorme, sólo atento a la cercanía de los cocodrilos que van sitiando una man-sión y sus habitantes, en “Los lagartos”. En medio del calor sofocan-te de alguna hacienda bananera o azucarera se fragua el negrito Nicodemo, quien fantasea y teme a los fantasmas nocturnos, en “El candil”. Una ciudad inacabable, infinitamente gris, moldea al cami-nante del kafkiano “Nunca cruces el parque” (cuento que hace pen-sar mucho en los de Pedro Miret, contemporáneo de Souto y refu-giado español, como él). En la vieja casa del capitán Reed, poblada de aire salado, antigüedades y misteriosas reliquias marítimas se materializa el ser fantástico, cercano a una sirena de James Ensor, que poseerá a una visitante desprevenida durante la noche (“El be-so en la isla del fuego”).

La voz del narrador en estos cuen-tos es una especie de cántico evocador, que a mí me hace pensar en Melville, pero también en Conrad y en Kipling, y en Horacio Quiroga. En ellos, los huma-nos viven con los animales y los mons-truos, sin distinción, y las ropas suntuo-sas o simbólicas son tragadas por los ambientes y la fatalidad: los encajes y los terciopelos son devorados por el cauce pútrido del agua, la mitra de un obispo se empolva entre el hambre y el miedo de quienes se refugian de los franquistas durante la Guerra civil es-pañola. Las ropas delicadas de la faná-tica señorita Carter y el lujurioso pro-fesor Lippi se arrugan con el sudor mientras esperan el fin del mundo en “Tenebrario”. Hay un sutil contraste en-tre el ambiente enfebrecido y los ges-tos y enseres delicados, que otorgan a estos cuentos un tono goyesco, esper-péntico como dije, o de plano surrealis-ta. La prosa de Arturo Souto, su arrastre envolvente, murmura y maravilla: “Cuan-do los amantes, enlazados por la cintura, bajan de la azotea, ya se llena el mundo de arrebol. Han pasado la noche en vela. Noche diáfana y ardiente de estío, pre-ñada de constelaciones que se encen-dieron en el vidrio traslúcido de los tra-galuces. Ahora viene el día, pero es un sol raro éste que amanece. Disco acha-tado y titánico, transparente y encen-dido como un rubí ecuménico. Habien-do asomado lento en un horizonte erizado de rascacielos cuyas cúpulas metálicas relumbran, asciende al cenit, más imponente que otras veces su tra-yectoria, casi definitiva. Y en millares de ventanas estrechas, en sus marcos de aluminio y de cromo, se reflejan dispersos otros tantos millares de círcu-los sangrientos”.

José de la Colina me preguntaba cuál sería, de estos cuentos, mi preferi-do. Desde luego comparto su gusto por “Coyote 13”, un cuento excepcional, de la raigambre, como él señala, de Moby Dick y El desierto de los tártaros, de Dino Buz-zati, y que ha sido reproducido en mu-chas antologías. El que más me gustó, aparte del anterior, fue el mencionado “Los lagartos”, cuento alucinante y esper-péntico donde todo es verde, seguido quizá de “El gran cazador”, donde aquel que caza al tigre más grande de la selva ter-mina desmoronado por los insectos.

Para mayor placer sibarita, habrá que leer los cuentos de Souto en los días de tormenta, cuando el agua se estampa contra el cristal y difumina los contor-nos de la realidad. Entonces, sintién-donos frágiles y a merced del cielo, po-dremos absorber las acuarelas de estos cuentos prodigiosos, de esos que ya no se escr iben, de se lvas y des ier tos y pueblos tropicales, de tigres y coyotes a deshora •

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........ arte y pensamientoJornada Semanal • Número 896 • 6 de mayo de 201213

Macario

San Marcos: cacofonía en Cuculandia

Un conjunto aquí. Otro allá. Todos irradiando tarolas, tubas, bajo-sextos a menos de cuatro metros de distancia. Todos sonriendo de cara al cielo. Cervezas por doquier. Sombreros que flotan pegaditos, dando pequeños brincos, porque así lo exige la técnica o porque no hay de otra. Porque no hay espacio en las calles que circundan la plaza de toros de Aguascalientes, como cada año, en su mítica Feria de San Marcos. “¡Perdone usted!” Caminando a empujones, también nosotros sonreímos. Nos causan gracia las hileras de amigos que serpean en fila india, la mano de uno en el hombro del otro, enca-denados para no perderse en el torbellino de carne. Pisotones. Nos divierte sentirnos tan fuera y tan dentro de un ambiente que apues-ta por sofocar el aire a base de cacofonías imposibles.

Testigos del río que somos, fluyendo en múltiples sentidos, los clientes de los bares y restaurantes que franquean las avenidas tam-bién sonríen. No se bajan de sus barcos para nadar entre nosotros. Ellos pagan otro tipo de tragos y platillos. Para su diversión suenan bandas de covers, grupos cubanos o mariachis. Al pie de sus mesas, apostadas en terrazas o cerca de las claraboyas, parejas que se agol-pan para danzar con los ritmos que les roban. No importa de dónde venga la música. No importa que no se entienda la música. No im-porta que sea o no música por su infección de otras músicas. No afec-ta que el todo cancele todo. La cosa es moverse y sonreír. Al carajo la luz del día, la batalla por el pago de una renta o la promesa de políticos incumplidos. Esta masa de agua sabe que la felicidad de la feria no se la quita nadie. Mucho menos el silencio.

Rotos, heridos, los saxofones de algunos viejos piden a gritos que los atendamos. Caminamos hacia ellos. Nos recuerdan al músi-co solitario del df que, acompañado por algún niño que recolecta monedas en su gorra, rasga la luz de los domingos (no importa si es

lunes o miércoles) con un corrido inteli-gible en sus metales. Ellos no sonríen nunca, es cierto, pero el timbre de la lengüeta gastada y la falta de ensayo se instalan también en la poesía. Lasti-man sembrando unísonos, cosechan-do microtonos, impulsando el giro de esa pareja que sostiene a mandoble una botella de tequila. “Permiso, per-miso, muévanse, muévanse.”

Tinglados tricolores se aparecen en distintos puntos. Peña Nieto ha venido hoy a sonreír también, colapsando una ciudad ya colapsada. Claro, sus labios son de pasta rígida en donde gubias y pinceles hacen lo posible por invertir las falsedades. La policía, diluida en el gran caldo, intenta contener los meandros humanos con su presencia. Apresan a un borracho, luego lo avientan a un la-do: “Ándele cabrón, ya lléguele a la chin-gada.” Claro, se ríen como todos ahora que pueden burlar la norma y aflojarse tres orificios el cinturón. De pronto, al-guien nos toca el hombro: “Ayúdenme”, dice el beodo con la testa en elipsis. “Quiero contactar a mi hermano que se fue a España.” Guardamos silencio, ven-cidos por el surrealismo. “Enséñenme a usar el Facebook. No entiendo… ¿Qué carajos es eso?”

Oscilando por el roce permanente de los miles que nos rebasan, pensamos: “Facebook, Youtube, Twitter… son lo contrario a esto.” Aquí el flujo es real. Aquí l o s “ t o q u e s” t r a e n c o n s e c u e n c i a s . Aquí los brindis suenan y saben. Aquí el caos es siempre una oportunidad para encontrar el orden propio, para alimentar el placer, para embarrarse, untarse en el ser ajeno lejos de la co-modidad computarizada. Aquí… el ruido, el sonido. Aquí unos tacos. Un mojito por allá. Una chela. Un tequila.

En la plazuela donde el matador metali-zado cumple faena, impávido, más y más músicos lucen sus camisas bordadas, uniformes-anzuelo para los ojos de quie-nes traen ganas de corrido, de polca, de bolero… No importa que deban acercar su oído hasta la boca de quien canta. No se oye nada porque se oye todo. La cosa es estar. Pasar lista. Renunciar.

Bien entrado el inicio del nuevo día, nos hallamos en una carpa aislada, er-guida al final del parque San Marcos. Allí, varios músicos tocan fuera de tiempo y tono mientras un joven sin oreja le pega al güiro. Todos sonríen. Al frente, una mu-jer de cabello oxigenado canta tan mal como Yoko Ono en el Fillmore palo-meando con John Lennon y Frank Zappa. Todos sonríen. El bajo suena más que el resto de los instrumentos. La plumilla de su intérprete denuncia una técnica pau-pérrima. Todos sonríen. La música cum-ple su cometido milenario. Todo funcio-na sin rigores estéticos que, a esta hora del diablo, nada pueden importar. Sue-na tan mal que suena bien. No es esno-bismo. Es lo que es: mano que tañe, so-nido que vuela y cuerpo que siente. Jóvenes tatuados que bailan tamba-leantes, intercambiando prostitutas tras la valla que les impide el paso a ese congal improvisado que de pronto ex-clama contra la catedral: “¡Bienvenidos a Cuculandia! No te metas con mi Cucu.” Sonreímos, ya sin nombre ni apellido•

Cine para leer (ii de iii)

Las siguientes palabras provienen de la presentación del volumen: “Ciudad de cine es el resultado de un esfuerzo de años de investiga-ción –tanto iconográfica como histórica– sobre el cine mexicano que durante las últimas cuatro décadas ha situado a la Ciudad de México como parte fundamental de sus historias. [Presenta] a la Ciudad de México como escenario y a la vez como un personaje más que complementa las acciones de cientos de películas aquí filma-das.” Así abre boca la brevísima introducción a cargo de Paula As-torga, en su calidad de directora de la Cineteca Nacional, entidad que con Conaculta coedita este libro de gran formato, mismo que vio la luz en septiembre del año pasado.

El nombre de Hugo Lara no aparece en portada, pero ha sido él quien se echó a cuestas la prolongada, tremenda y ciertamente gozosa labor de reunir, en un solo sitio, una colección iconográfica que sólo cabe calificar de impresionante. El subtítulo del libro –df 1970/2010. Una investigación a través de imágenes del cine mexicano contemporáneo– expresa con claridad los alcances y la intención de este colega cinéfilo, que así corona un esfuerzo cuyo primer fruto fue, hace cinco años, una magnífica exposición de buena parte de las imágenes ahora reunidas en forma de libro.

Nueve secciones eminentemente gráficas, complementadas y al mismo tiempo cohesionadas y explicadas por un intenso y lúcido ensayo del propio Hugo, dan estructura a la obra. Las secciones grá-ficas son Ext. Ciudad de México, Emplazamientos, De barrios y ofi-cios, Luz roja, Nocturna, Vía rápida, Hippies, bandas y yuppies, In-tersecciones y En tránsito y, una vez más, la nomenclatura es elocuente. Son cerca de doscientos los filmes incluidos cuya ficha completa, así como un copioso índice onomástico, bibliografía y hemerografía, aparecen al final. Asimismo, cada fotografía o foto-

grama es acompañado de una ficha co-mo la siguiente: “Los vuelcos del cora-zón (1993). A cuadro: María Rojo y Arturo Beristáin. Dirección: Mitl Valdez. Direc-ción de fotografía: Marco Antonio Ruiz. Producción: Imcine, ffcc, Producciones Carlos Salgado, unam. Locación: Centro Histórico.” Como puede ver el lector, se trata mucho más que de una simple su-cesión de imágenes, mismas que, en ausencia de la información citada, ha-brían acabado convertidas en pasto para enojosas adivinanzas. El resultado de conjunto es espléndido: sin sujetarse a un rigor cronológico que morigerara el interés, Lara dispuso, por ejemplo, que en el capítulo Luz roja a una imagen de Malos hábitos y otra de Un mundo maravilloso, ambas de 2005, siguiera otra de Cayó de la gloria el diablo , de 1971, así dispuestas en función del tema capitular –que se desdobla en el crimen y la pobreza urbanos, la inseguridad, el amarillismo, la sangre–, en feliz combi-nación con un trabajo de diseño gráfico simultáneamente generoso y discreto y, para mayor riqueza, todo complemen-tado ya con fragmentos de diálogos extraídos del filme que se ilustra, ya con algún testimonio del director o con un comentario del propio autor del libro.

Para no ver a ciegas

También editado por Conaculta y la Ci-neteca Nacional –a los que se sumó el Imcine–, se publicó La nostalgia de lo inexistente. El cine rural de Roberto Gaval-dón, de Fernando Mino Gracia. Si bien el trabajo gráfico apoya conveniente-mente los asertos de Mino Gracia, mu-chos de los cuales no serían claros sin la inclusión de ciertas imágenes en par-ticular, la verdadera miga del volumen está en el ojo envidiablemente ana-

lítico del autor, que ha sabido identificar, pormenorizar, dar contexto y razón cau-sal a las constantes, los aciertos y las con-tribuciones de Gavaldón en materia ci-nematográfica, concretamente en lo que se refiere, precisamente, a lo que alude el título: el cine rural mexicano, que en el realizador de La barraca, Ro-sauro Castro, El rebozo de Soledad, He-raclio Bernal, Macario y El gallo de oro , encontró las saludables antípodas al preciosismo folclorizante del que ado-lecía, y en grado superlativo, un cine que por otros conceptos ha gozado desde s iempre tanto de la memoria como de la aceptación colectivas. Como bien ha entendido y mejor explica Mino Gra-cia, el de Gavaldón, en su faceta rural, es un cine hecho a partir de la nula compla-cencia y la convicción de que, invaria-blemente, a la hora de narrar lo que más importa es la trama, a cuyo servicio está la imagen, y no al revés, como pare-cieran creer buen número de realiza-dores contemporáneos. Ellos y otros, así como el público en general, recono-cerán en este libro un trabajo magnífi-co, de ésos que, en lo bibliográfico, se requieren para no andar fi lmando y viendo cine medio a ciegas •

(Continuará.)

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Naief Yehya

Enrique López Aguilar

LA JORNADA VIRTUAL

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arte y pensamiento ....... 6 de mayo de 2012 • Número 896 • Jornada Semanal

LA JORNADA VIRTUAL

Memorias y exilio: Gerardo Deniz

En el caso de Gerardo Deniz, pseudónimo de Juan Almela, no podía ser de otro modo. Su libro Paños menores (2002) es huidizo a la hora de pretender clasificarlo dentro de los libros de memorias, pues además de lo que comúnmente se asocia con el género, incluye relatos, ensayos breves y algún texto con los palabros que le son marca de la casa; esto, más lo personal del libro y ese talante donde abundan los recuerdos de incontables anécdotas e historias perso-nales (muchas de ellas ubicadas en los años cincuenta del siglo pasado; otras, lateralizadas, como la mención al tem-blor de 1985 en “Eysenck”), produce en el lector la conside-ración de que Paños menores es un libro donde predomina el tono memorístico, pero de manera peculiar, al margen de reconocer –sin juegos de palabras– la excepcional buena memoria del autor a la hora de recrear detalladamente mu-chas circunstancias de su pasado.

En Gerardo Deniz, el ejercicio de recorrer verbalmente su historia no se circunscribe al relato de hechos más o me-nos reconocibles dentro de una cronología personal orga-nizada por capítulos, sino que se entremezclan la melo-manía, el gusto por las ciencias bioquímicas y las lenguas extranjeras, las aficiones literarias, la evocación de remotas escenas familiares, la presencia de diversas figuras femeni-nas, el trazo de personajes relacionados con el exilio repu-blicano (como Juan Espinasa, Miguel García –tío de Jomi García Ascot– o Emilio Prados), el recuerdo de antiguos condiscípulos del bachillerato como César Rodríguez Chi-charro y Francisca Perujo (mencionados discretamente como César y Paquita), las menciones a José de la Colina y Pedro f. Miret, el inicio de la escritura poética, las filias y fo-

bias literarias, la presencia de Ciudad de México, la afición por el cine… y algunas alusiones entre distantes e irónicas al tema del exilio español en México.

Siendo deliberadamente personal, Paños menores no elude la crueldad de algunos comentarios (“Volviendo a Neruda: en el periódico que ahora recuerdo aparecían poe-mas suyos –los cuales, por supuesto, me abstuve de leer– y, desde la primera plana, dos o más fotografías desternillan-tes del Poeta sin rasurar, vestido de harapos, descalzo y ¡con un grillete al tobillo, lo juro!”), la cual se puede volver impía-mente contra el propio autor (“Ya he contado también, y repito con gusto, cómo a los quince años, excluido de todos los equipos por mi indiferencia jurídica, jugué un largo rato con un condiscípulo tan desagradable como yo.”); la arbi-trariedad de algunos juicios (“Los coros me impresionan a veces, si bien están a punto de alcanzar tanta grandeza es-piritual, que me parece estar en la asamblea de cualquier partido comunista. Las voces masculinas solistas me son muy difíciles de tolerar, y las femeninas… pues… en fin… a veces”), o la crítica certeramente cáustica (como la si-guiente, dirigida contra Jano, de Usigli: “Estas fantasmago-rías moralínicas seudocientíficas, incrustadas en el riñón del siglo xx, esos absurdos ‘llamados del lupanar’ […] –eso y sólo eso torna deleznable y perniciosa esta obra de Usigli. El resto de ella es simple literatura mala, que cualquiera es libre de escribir”), lo cual puede ser criticable para quie-nes desean libros “ políticamente correctos”, aunque sean plausibles para quienes prefieren la honradez del escritor, así ésta resulte “cuestionable” ante los ojos de otros lectores.

La expresión “paños menores” no sugiere la desnudez, sino la mostración parcial de ciertas partes del cuerpo, de manera que, desde el título, Deniz no ha engañado a su lec-

tor. En textos como “Oftálmica” y “Amanecerá”, así como en notas dispersas aquí y allá, pareciera que Deniz está dis-puesto a compartir algunas claves de su original estilo poé-tico (la mención a Rúnika, por ejemplo, en “Oftálmica”), pero me parece que el autor tiende a entremezclar algunos procesos de su trabajo poético con circunstancias biográ-ficas –como esa cirugía oftálmica que da título al texto ho-mónimo–, sin precisar la manera como se produce el salto de alguna anécdota hacia el procedimiento estilístico.

Un lector del poeta admitirá que las siguientes líneas no son sino extensión en prosa de lo que Deniz hace en verso: “Anoche, repetía Charles, chupando mariguana, que hay sensaciones cuya indefinición no excluye la intensidad. Sé, con mi gata, un dato clave: el nocturno Nuages pasa de no-che por pleonástico, solecístico, sidético y aun decorativo que parezca. (Que esto no se pierda del todo, amiga mía: localiza cuando menos Soles y Side en el mapa.)” •

Guerras, intervenciones y lecciones no aprendidas

La otan encuentra errores cruciaLes en Las acciones en Libia

El pasado domingo 15 de abril, en la primera plana del The New York Times, Eric Schmitt publicó un texto supuestamen-te sobrio y crítico donde cita un reporte confidencial de la Organización en el que se reconocían los problemas que tuvieron durante la campaña de siete meses conducida con el pretexto de proteger a la población civil, pero que en realidad tenía por objetivo eliminar al régimen de Kada-fi. Entre los puntos señalados destacan las deficiencias de comunicación entre los aliados (las diferentes naciones no compartían la información que tenían), la carencia de pla-neación, logística y análisis, y sobre todo la inmensa depen-dencia que tiene la Organización de los recursos de Estados Unidos. El resto de los miembros de la otan contaba única-mente con el cuarenta por ciento de los aviones necesarios para interceptar telecomunicaciones, “espiar, vigilar y reco-nocer”. Estados Unidos era el principal proveedor de muni-ciones de precisión guiadas por láser o satélite (la casi totalidad de 7 mil 700 bombas y misiles usados sobre Libia).

Esta obvia conclusión viene a poner en evidencia que la ilusión de lanzar un “ataque rápido y barato” para eliminar al régimen sirio o al iraní dependería en gran medida de eu. No es un secreto que Obama ha pedido al Pentágono que elabore opciones militares para Siria. La posibilidad de una guerra más durante el gobierno de Obama es muy alta y, de suceder, será una aventura costosa y descomunal que ter-minará por quebrar la endeble economía estadunidense.

Lecciones Por aPrender

Schmitt no omite celebrar que varias naciones europeas han aprendido la lección principal de este conflicto: que deben invertir más en armamento, particularmente en aviones a control remoto, drones Global Hawk y Predator, así como aviones para recargar combustible en pleno vue-lo, lo cual representa beneficios inmensos para los contra-tistas militares. Pero si bien la otan reconoce sus errores en materia de organización, recursos y tecnología, el reporte no menciona las numerosas controversias provocadas por esta campaña: las masacres de civiles por el fuego “amisto-so” de los aliados (ampliamente documentadas por el Con-sejo de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas entre otras dependencias), la negligencia criminal de quienes dejaron perecer a cientos de libios que buscaban escapar por mar pero naufragaron, y los crímenes de guerra come-tidos por las fuerzas antikadafi y las acciones de venganza y abuso de poder del gobierno interino, que van desde des-pedir y hostigar hasta torturar y matar a presuntos colabo-radores del antiguo régimen. Basta considerar que la ciu-dad de Tawergha, de 30 mil habitantes, fue literalmente borrada del mapa por la Brigada antikadafista Misrata (como reportó en el The New York Times Neil MacFarquhar el 2 de marzo de 2012).

Y habLando de Lecciones

Mientras algunos políticos y el lobby israelí presionan al gobierno de Obama para lanzar una guerra en contra de Irán, la cia ha querido aprender las lecciones de sus recien-tes fracasos, como afirma James Risen en la primera plana del The New York Times del 1º de abril. De acuerdo con varios agentes y exagentes de esa organización, existe un gran temor de volver a cometer errores semejantes a los que sirvieron como pretexto al régimen de George Bush, el chi-co, para lanzar la guerra de Irak y justificar otras acciones bélicas recientes. Entonces el propio vicepresidente Che-ney visitaba las instalaciones de Langley de la cia regular-mente para ejercer presión directa y obtener el apoyo para la guerra. En esta ocasión el primer ministro israelí, Benja-mín Netanyahu, visitó Washington con la finalidad expresa de convencer acerca de la urgencia de lanzar una guerra. Afortunadamente, hasta ahora estos esfuerzos no han teni-do éxito. Esto pone en evidencia que, a pesar de que el go-bierno de Obama ha continuado algunas de las peores políticas de los años de Bush y ha expandido programas criminales como el de los asesinatos dirigidos por medio de drones, sí hay una diferencia esencial de filosofía que se manifiesta en la ecuanimidad que se ha mantenido hasta ahora. Es claro que, de perder la reelección Obama, los hal-cones tendrán luz verde para sus ambiciones bélicas.

Los confLictos deL The New York Times

Por su parte, los medios no parecen tener las lecciones del pasado muy claras; el propio MacFarquhar se ha convertido en el portavoz incondicional de la insurgencia siria, con lo que repite los pasos de la peligrosa mitificación de grupos armados llevada a cabo en otras insurrecciones convenien-tes para los intereses estadunidenses. No hay duda de que decenas de civiles sirios mueren asesinados de forma ate-rradora y brutal semana con semana, pero ese no es el ver-dadero motivo del intervencionismo occidental, sino el in-terés de eliminar a otro “régimen hostil” •

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Jorge Moch CABEZALCUBO

ARTES VISUALES

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....... arte y pensamientoJornada Semanal • Número 896 • 6 de mayo de 2012

Twitter: @JorgeMoch

Germaine Gómez Haro

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El arte está de moda: zona maco 2012

Las ferias de arte que se multiplican cada vez más en todo el mundo se han convertido en el escaparate mediático que supuestamente muestra las tendencias más frescas e inno-vadoras de la creación contemporánea. La misión de una feria de arte no es educar la mirada del público –para eso están los museos–, sino propiciar el coleccionismo a través de la presentación de “galerías selectas” que ofrecen a un público heterogéneo la posibilidad de adquirir toda suerte de objetos artísticos. La vasta oferta que se puede apreciar en las diferentes ferias es casi inabarcable, en tanto que la calidad de las mismas resulta proporcionalmente cuestio-nable. En los reducidos espacios de los estands feriales en-contramos el mélange de los antiguos bazares, pero sin la gracia de éstos. Los espacios de exhibición de estos eventos tampoco tienen que ver con una propuesta museística, ni

es su finalidad: al pan, pan, y al vino, vino; el formato de una feria de arte se antoja lo más parecido a un shopping mall, donde la presentación, calidad y variedad de los productos va de acuerdo con la oferta y la demanda.

Esa fue mi sensación al recorrer los laberintos de zona maco. arte contemporáneo, la feria de arte más importante de Latinoamérica, inaugurada el 18 de abril en el Centro Bana-mex; misma sensación de aburrimiento y hartazgo que me despiertan los shopping malls: recorrer un estand tras otro para ver más de lo mismo, en su mayoría “artefactos artísti-cos” que no deberían considerarse “obras de arte”, aunque este término, gastado y ambiguo, tenga hoy en día tan poca credibilidad y llegue a ser incluso comparable, en términos de la mercadotecnia de la moda, a las piezas de haute cou-ture y los diseños de pret-à-porter. Y no es que la capacidad de asombro se me haya agotado, ni que el día de mi visita a maco haya despertado con la mirada negativa, pero, franca-mente, en el mundo del arte –como en la política– la caba-llada anda muy flaca, resultado natural de la aterradora banalización de nuestra cultura. Hoy en día el arte es con-sumo e industria cultural, y como tal está de moda. Así como los gurús del fashion propician los cíclicos giros del pan-talón “acampanado” al “de tubo”, tengo la corazonada de que la inmensa mayoría de las obras contemporáneas que se están “consumiendo” pasarán de moda más pronto de lo calculado, pero el reciclaje del arte no es tan sencillo como regalar los atuendos viejos para reemplazarlos por los que están en los escaparates de las boutiques. En este sentido, concuerdo con el polémico pensador y ensayista francés Marc Fumaroli, ácido crítico de nuestros tiempos: “No hay derecho a utilizar la palabra arte para lo que se llama el arte contemporáneo. No lo llamemos así; habrá que inventar otra palabra, tal vez entertainment para millonarios.” En

nuestra sociedad del espectáculo, las ferias de arte tienden a convertirse en eso: un evento social y mediático de gran resonancia en el que, da la impresión, se pone más empeño en la organización de las fiestas que en la calidad y conte-nido de la muestra.

Tampoco hay que descartar la presencia de artistas des-tacados y propositivos que siempre salvan nuestra mirada del hastío general: entre los extranjeros, por mencionar algunos, disfruté las obras sencillas y bellas de Anish Ka-poor, Richard Serra o Tápies. Entre los mexicanos, llamaron mi atención las experimentaciones técnicas de Jan Hendrix y Xawery Wolski, así como las fabulosas pinturas negras de la poco reconocida Beatriz Zamora que presentó Enrique Guerrero. Y como toque irónico y subversivo dentro del bostezante contexto de tibieza y homogeneidad: la irreve-rente artista inglesa Sarah Lucas, miembro destacado del los famosos ybas (Young British Artists) que en los años no-venta revolucionaron el escenario del arte británico con sus polémicos trabajos. La galería Sadie Coles de Londres presentó la pieza quizás más comentada de la feria: un po-llo crudo sin cabeza, patas y piel, colgado de un gancho de ropa y coronado por dos huevos fritos cocinados el día an-terior, según la explicación de la galerista. Al menos esta pieza no pasa desapercibida como la mayoría. Y a quien le llame la atención esta transgresión, recomiendo amplia-mente la muestra de esta misma artista que se presenta como actividad paralela en el Museo Anahuacalli de Diego Rivera, organizada por la Galería Kurimanzutto. No hay ani-males crudos, sino un diálogo audaz y evocador del es-trafalario trabajo de la inglesa con la colección de arte prehispánico del museo, muestra de que sí hay arte con-temporáneo que sacude, divierte y despierta la reflexión. Aunque sean unas cuantas agujas en el pajar •

Arriba: obra de Sarah Lucas

Regina

Conocí a Regina Martínez hace doce años, durante los pri-meros meses de gobierno de Miguel Alemán en Veracruz, cuando fui fugaz subcoordinador de información. Coincidí con ella varias veces en Casa Veracruz, durante las “confe-rencias de los lunes” que daba Alemán para acercarse a los medios. Alguna vez me dijo que, a pesar de lo que yo opina-ba desde la perspectiva del burócrata resentido porque me obligaba a estar presente en aquellos casi siempre aburri-dísimos remedos de informe de trabajo, que toda esa para-fernalia tenía un lado positivo: Alemán se hacía acompañar de todos los miembros de su gabinete, a quienes hacía sentar en un estrado a su derecha por si había que contestar preguntas incómodas. Aquella vez, quizá la única en que fuimos más allá de un simple saludo a la hora del café con galletitas, Regina dijo esto que se me quedó en la memoria: “los obliga a comparecer”. No estoy seguro si estaba traba-jando solamente para Diario de Xalapa o todavía se hacía cargo de la corresponsalía de este diario en Veracruz, pero recuerdo también, aunque de manera más vaga, que sus preguntas eran a veces temibles, a veces simplemente in-cómodas, engorrosas, decían algunos. Pero siempre pre-guntaba, siempre ponía en palestra temas que consideraba importantes. Invariablemente hacía que se levantara de su lugar alguno de los vaquetones del gabinete de Miguel Ale-mán para ampliar la respuesta a una de sus preguntas. Al-guna otra vez la vi en el centro de Xalapa, en un café donde se reúne la fauna política local para ver y ser vista. Después no la volví a ver, pero ocasionalmente encontré notas suyas sobre la política regional. Era delgada, angulosa, con gesto adusto y de las que miran fijo. Desde hacía ya algún tiempo era la corresponsal de Proceso en Veracruz.

Hace dos semanas dediqué esta columna a un poeta y traductor, el jalisciense Guillermo Fernández ( Vicente

Quirarte lo considera el mejor traductor del italiano al es-pañol), asesinado unos días antes en su casa de Toluca. Hasta el momento en que redacto estas líneas su asesino sigue impune. Apenas una semana después, en el puerto de Veracruz asesinaron a golpes y presumiblemente por estrangulamiento a un activista social, líder del Frente de Acción Social (fas), Rogelio Martínez Cruz. Regina, ver-sada en la fina red de complicidades que trama la políti-ca regional con el crimen organizado, investigaba preci-samente el asesinato de Rogelio. Tres días después ella misma fue encontrada golpeada salvajemente, en el baño de su casa en Xalapa. También la estrangularon. También simularon, como parece ser el caso de Rogelio Martínez Cruz, un robo a su domicilio. O quizá buscaban algo sus asesinos, no lo sé.

Mientras Javier Duarte de Ochoa ese mismo sábado presumía la suscripción de un acuerdo en que el gobierno

que dice presidir promete “coadyuvar en la construcción de una agenda de género” a favor de la igualdad entre hombres y mujeres, Regina Martínez era molida a golpes y ahorcada por uno o varios cobardes que seguramente obedecían al servilismo, al nepotismo, a la corrupción, a la porquería que suele engolar la voz para soltar atropella-dos discursos que le llenan el hocico de palabras como “justicia”, o “paz”. Precisamente cuando se asesina brutal-mente a un poeta, a un activista, a una periodista, a cuatro niños inocentes, como también sucedió por esos mismos días en Tabasco. Y así, por miles, por decenas de miles nues-tros muertos, mientras el discurso de los tartufos nos aho-ga con su miel venenosa.

En este país vivió y murió Regina Martínez, conocedora de los entresijos del poder, de su vesania, de sus tragicómi-cas ridiculeces de las que, no me cabe duda, se burló mu-chas veces, amando su oficio, como dice Pedro Miguel, de tundeteclas, de cazadora de notas, de periodista cabrona. Y eso, ser mujer y periodista y cabrona le costó la vida. Por-que aunque el gobierno de Javier Duarte y su procurador de cartón se desgañiten tratando de deslindar a cualquier instancia de gobierno o a cualquiera de sus puercos alecui-jes de su asesinato, a mí, como a muchos, no nos convencen de otra cosa. Siguen impunes la mayoría de los crímenes y asesinatos perpetrados contra periodistas en Veracruz y México. El oficio se convirtió en riesgo letal.

Es exigencia elemental que Duarte y sus pelagatos ofrezcan resultados creíbles que esclarezcan hasta la úl-tima mota de duda lo que le pasó a Regina. Que por una vez en su vida justifiquen las riadas de dinero que se me-ten en las entretelas.

O que se larguen •

Page 16: La jornada Semanal

166 de mayo de 2012 • Número 896 • Jornada Semanal

Litografía de Constantino Escalante, color por Juan G. Puga

U

Puebla, Haciendo Historia

Lourdes Galaz

na antigua y descafeinada broma, que se ha transmitido de generación en generación, dice que los mexica-nos conmemoramos la victoria del 5

de Mayo pero olvidamos la revancha que los fran-ceses lograron el 6. Nada más falso. El durísimo revés que sufrieron los invasores en Puebla detu-vo durante un año el avance de las fuerzas de Na-poleón iii hacia Ciudad de México. ¡Un año que le permitió al presidente Benito Juárez organizar la resistencia en todo el país y, a la postre, ga-nar la guerra!

Tal vez nuestra nación no existiría, tal como la conocemos, ni hablaríamos en español sino en francés, si las tropas del general Ignacio Zarago-za no hubiesen sido capaces de rechazar la ofen-siva de los zuavos, que venían de las Cumbres de Acultzingo y se apostaron a las afueras de Puebla, para tratar de apoderarse del cerro de Guadalu-pe, el fuerte de Loreto y la vieja garita de Amozoc –puntos desde los cuales fueron rechazados–, mientras las líneas defensivas desplegadas en el llano se replegaban sin disparar, porque en reali-dad eran un señuelo para que los europeos se metieran en un callejón sin salida donde serían devastados.

El gobierno de Puebla, a través de la Secretaría de Educación y Cultura –a cargo de Luis Maldo-nado Venegas–, así como el Colegio de Puebla ac, institución que preside el doctor Miguel Ángel Pérez Maldonado, impulsaron un interesante proyecto editorial para conmemorar los 150 años de la Batalla del 5 de Mayo. Son tres materiales por demás atractivos que se reunieron bajo el tí-tulo Puebla, Haciendo Historia.

El proyecto editorial incluye una edición espe-cial con crónicas, testimonios, opiniones e imá-genes sobre las batallas del ejército mexicano durante la intervención francesa del siglo xix, especialmente acerca de la gesta del 5 de mayo de 1862; una novela, Los libres no reconocen rivales, escrita por Paco Ignacio Taibo ii, que ofrece a los lectores una versión casi íntima de los hombres y de las circunstancias que se trabaron en torno del presidente Benito Juárez para frenar las pre-tensiones imperiales de Napoleón iii en el conti-nente americano.

Lectura fascinante y vertiginosa, Los libres no reconocen rivales nos brinda la oportunidad de

celebrar en forma gozosa la hazaña que le permi-tió a México nacer por segunda vez en menos de un siglo como país soberano, dueño de su destino y su futuro.

Además, el proyecto poblano incluye una car-peta con veintitrés reproducciones de caricatu-ras del siglo xix, publicadas en revistas francesas como Le Charivari, que apoyaron, a su manera, la aventura mexicana de Napoleón iii. La presen-tación de esta obra corrió a cargo de Rafael Ba-rajas, el Fisgón, estudioso de la caricatura de los siglos xix y xx. Advierte el Fisgón que se reprodu-cen “ilustraciones en las que se asoman los pre-juicios, los sueños y las pulsiones latentes de los colonizadores”.

Crónicas, testimonios, opinionesNo existen elementos que permitan confirmar la presencia del “cronista” en el teatro de operacio-nes militares, pero su vívido relato fue más que convincente y alentador para el público de enton-ces. Periodistas e intelectuales de la época escri-bieron sobre las batallas del ejército mexicano en Las Glorias Nacionales, una publicación que el periódico La Orquesta comenzó a imprimir en 1862, para narrar la Intervención francesa.

La Orquesta había sido fundado en Ciudad de México, en 1861, por el escritor y dibujante satí-rico Constantino Escalante y el redactor Carlos r. Casarín. Aparecía dos veces por semana –los miércoles y los sábados–, pero su mayor atractivo residía en el desenfado, la agudeza y el sentido del humor de sus artículos e ilustraciones. Huel-ga decir que sus creadores se identificaban con las ideas de los intelectuales cercanos a Benito Juá-rez. Por ello, en sus páginas colaboraron prosistas de la talla de Vicente Riva Palacio, Francisco Pi-mentel y Juan a. Mateos.

El sábado 17 de mayo de 1962, el periódico re-vista proclama que su codirector, Constantino

Escalante, “se ha largado a Puebla. Va con h. Iriar-te, el litógrafo más popular de Méjico. Fueron a tomar las vistas de los cerros de Loreto y Guada-lupe para hacer una litografía representando la gloriosa batalla del 5 de Mayo”, y agrega que ambos “mañana estarán de vuelta” (La Orquesta. Periódico omniscio, de buen humor y con estampas. Primera época. Tomo iii).

Con una rapidez vertiginosa, tomando en cuenta el ritmo de la vida cotidiana en aquel en-tonces y las limitaciones de los medios de trans-porte, el primer reportaje de ese par de enviados especiales es anunciado por La Orquesta el miér-coles 26 de julio y aparece en Las Glorias Naciona-les el martes primero de agosto.

Descubrir la evolución ulterior, tanto de La Orquesta como de Las Glorias Nacionales , será deleitosa tarea de los lectores de la edición con-memorativa Puebla, Haciendo Historia, que se complementa con un ensayo historiográfico del maestro Víctor Orozco acerca de la Carta a Juárez y sus Amigos , que en 1865 dirigió al presiden-te mexicano el periodista, escritor y revolu-cionario francés Félix Pyat, quien de entrada le dice a don Benito, a propósito de Maximiliano de Habsburgo:

Como quiera que sea, vos podéis apostar con segu-ridad vuestro sombrero de Presidente contra su coro-na de Emperador, a que no obstante todo lo que tiene ahora de imperio y de regente [a Maximiliano] dentro de un año le será más fácil mejor que su maleta, arreglar su ataúd.

Pyat, cuenta el investigador Víctor Orozco en esta edición especial, publicó su carta en 1865, “en Londres y en francés”, y se la envió a Matías Romero, a la sazón embajador mexicano en Washington. Desde esa ciudad, el representante diplomático del gobierno juarista la remitió a Pa-so del Norte (hoy Ciudad Juárez), donde el Bene-mérito se encontraba en compañía de su gabine-te dirigiendo las operaciones militares.

En el más amplio de los sentidos, Víctor Oroz-co explora las coincidencias entre las ideas de Benito Juárez y los liberales europeos de la se-gunda mitad del siglo xix –Victor Hugo, Garibal-di, Pyat y muchos más–, ideas que a 150 años de la batalla de Puebla, en estos días aciagos en que el Estado laico afronta el riesgo de ser abolido, cobran intensa y renovada vigencia •