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Suplemento Cultural de La Jornada Domingo 11 de noviembre de 2012 Núm. 923 Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver CLARICE LISPECTOR EL CORAZÓN SALVAJE DE ESTHER ANDRADI y XABIER F. CORONADO El fin del futuro y la crítica marxista GONZÁLEZ MORFÍN, un idealista ejemplar

La Jornada Semanal

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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 11 de noviembre de 2012 ■ Núm. 923 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

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El fin del futuro y la crítica marxistaGonzálEz MorFín, un idealista ejemplar

Hugo Gutiérrez Vega

Directora General: C a r m e n L i r a S a a d e , Director : H u g o g u t i é r r e z V e g a , Je fe de Redacción: L u i S t o Va r , Edic ión : FranCiSCo torreS CórdoVa, Corrección: aLeyda aguirre, Coordinador de arte y diseño: FranCiSCo garCía noriega, Diseño Original: marga Peña, Diseño: Juan gabrieL Puga, Iconografía: arturo Fuerte, Relaciones públicas: VeróniCa SiLVa; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: aLeJandro PaVón, Publicidad: eVa VargaS y rubén HinoJoSa, 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: [email protected], Página web: www.jornada.unam.mx

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui­tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor nada Semanal núm. 04­2003­081318015900­107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores.

La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

[email protected] y opiniones:

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Portada: Escribir para salvarseCollage de Marga Peña

bazar de asombros 11 de noviembre de 2012 • Número 923 • Jornada Semanal

La publicidad fue afinando sus tácticas y enri­queciéndolas con las aportaciones de psicólo­gos dedicados a buscar la total adecuación del hombre a la atmósfera vital propia de la socie­dad de consumo. A pesar de que la publicidad moderna ha sido claramente definida como un medio del que se vale la sociedad capitalista para enajenar al hombre, todavía algunos re­presentantes de la “racionalidad tecnocrática” y del “conductismo” estadunidense, insisten en calificarla como una actividad de servicios y de orientación social.

Las grandes compañías industriales y mer­cantiles son, sin duda, fuerzas de presión que actúan para imponer a la prensa determinadas líneas generales y reglas de conducta. Desde que se efectuó el paso del capitalismo com­petitivo al monopolista, la publicidad se con­virtió en una de las fuerzas principales de ese paso. Desde entonces ha sido el soporte mate­rial de la prensa que destina a la publicidad, generalmente, más del cincuenta por ciento de sus páginas. El fenómeno tiene un doble pro­ceso: por una parte, la publicidad utiliza los medios informativos como formas de presión sobre la sociedad consumidora y, por la otra, debido a su decisiva aportación económica, es un factor que presiona sobre la información.

c.Wright Mills sostiene que los publicita­rios definen sus tácticas de la siguiente manera: “Debemos estudiar muy de cerca el con tenido y las vidas de las personas a quienes es preciso manejar, y nunca debemos manifestarnos abiertamente. Más que aconsejar o mandar, debemos manipular.”

Los medios de comunicación de masas, y de manera muy especial la televisión, se infiltran no sólo en nuestra experiencia de las realida­des exteriores, sino también en la experiencia de

nosotros mismos. Los medios y la dirección de las campañas publicitarias nos proporcionan nue­vas identidades y el repertorio de aspiraciones para alcanzar determinado status social. Asi­mismo, también afirma Mills que “nos dicen lo que desearíamos ser y lo que desearíamos parecer. Nos proporcionan modelos de con­ducta y nos señalan quiénes somos, prestándo­nos una identidad; quiénes queremos ser, or­denando nuestras aspiraciones, cómo lograr esos propósitos, dándonos las técnicas, y cómo podemos sentir que somos los que no somos pro­porcionándonos un, cada vez más rico, reper­torio de escapes y evasiones.”

Les pido disculpas por haberles asestado tantas y tan espesas reflexiones sobre la era de la información y los poderes fácticos. Espero que sirvan de base a la expresión de una espe­ranza difusa y problemática.

A punto de terminar el sexenio sangriento, en medio de agudas contradicciones sociopo­líticas y económicas, en plena crisis de credi­bilidad y afectados por las maniobras sinies­tras del duopolio televisivo que ya, junto con los otros dueños del país, entronizó al nuevo monarca, nos aferramos a la esperanza que re­presentan los movimientos sociales y a la pren­sa –en sus dos versiones– escrita por periodis­tas dispuestos a servir a la verdad y a defender los valores de la libertad y de la justicia. Perio­distas como Carlos Septién García, el inolvi­dable Tío Carlos. Su vida y su obra nos alientan para afirmar nuestro compromiso con la pala­bra y nuestro deber insoslayable con la ver­dad. No olvidemos que, ahora como siempre, la verdad nos hará libres.

UN DISCURSO PARA LA ESCUELA DE PERIODISMO CARLOS SEPTIÉN GARCÍA (iii y última)

El próximo 10 de diciembre será la

segunda ocasión que Brasil habrá

de celebrar, oficialmente y como si

del bloomsday joyceano se tratara,

el Día de Clarice Lispector: la

precoz, deslumbrante e inagota-

ble narradora nacida en Ucrania

pero llevada a Brasil a los dos años

de edad, nació precisamente el 10

de diciembre de 1920, y murió casi

exactamente cincuenta y siete

años después, el 9 de diciembre

de 1977. “Todo lo que tengo

que decir está en mis libros”, decía

la autora de La hora de la estrella,

La pasión según G.H., Lazos de

familia y otros relatos magistrales.

La de Lispector es una de las voces

más poderosas y, al mismo tiempo,

más entrañables de la narrativa

contemporánea, y sobre tal

naturaleza versan los ensayos de

Esther Andradi y Xabier Coronado

que ofrecemos a nuestros lectores.

Publicamos además un ensayo de

Carlos Oliva Mendoza sobre la

crítica marxista, así como un texto

a la memoria de Efraín González

Morfín, fundador de un Acción

Nacional muy diferente del actual

y quien falleciera el pasado 22 de

octubre.

creaciónJornada Semanal • Número 923 • 11 de noviembre de 20123 BITÁCORA BIFRONTE

Jair Corté[email protected]

twitter: @jaircortes

Para mis hermanos, Omar y Janeth,

por compartir el raro tesoro

Hace más de quince años leí

R a ro , la pr imera novela del

escritor y poeta español Benja­

mín Prado (nacido en Madrid,

1961). En aquel entonces el libro

se convirtió en una obra nece­

saria, una especie de ma nifiesto

generacional, un gesto de cama­

radería que alguien, desde el otro

lado del Atlántico, nos enviaba sin

conocernos, sin saber de nosotros,

hipotéticos lectores sin rostro, si­

tiados entre el centro del país y el

Golfo de México. El libro pasó de ma­

no en mano y de país en país, hasta

terminar (como un objeto preciado)

en la casa de mi hermana. Recuerdo

la potencia de ese libro, el desasosie­

go de sus personajes frente al abis­

mo de la adolescencia, su pulido lenguaje, como en

aquella frase: “oro que respira” refiriéndose a un tigre

dormitando.

Hace unas semanas (gracias al azar y sus gratas

sorpresas) conocí a Benjamín Prado: presenté la an­

tología de su poesía Yo sólo puedo estar contigo o

contra mí, publicada en Puebla, México; un volumen

que reúne muchas de las virtudes que ya se manifes­

taban en Raro: un tono confesional y una fuerza de­

moledora en sus palabras. En esta antología en­

cuentro un poeta que sublima los sentimientos y los

eleva a un nivel artístico, poemas que, en palabras

de Joaquín Sabina, son “combativos, conmovedo­

res, compartibles; tocan una cuerda que nos toca a

todos y son solidariamente confesionales porque

son a la vez su autobiografía y la nuestra”. Benjamín

Prado rebasa el contexto literario y lleva la palabra

a terrenos vitales: ahí encontramos a Raymond Car­

ver, Ana Ajmátova, Shakespeare, Neruda, Vallejo,

evocados, desde una íntima soledad que el poeta ha

urdido pacientemente a lo largo de tantos años de

escritura: “El camino que lleva del mar a las campa­

nas,/ desde casi hasta nunca,/ del horóscopo/ al co­

che que ha volcado en la nieve./ Todos esos caminos

por los que yo te busco./ Todos esos caminos por los que

tú me sigues.”

La poesía de Benjamín Prado es combustible y

reden ción al mismo tiempo, no busca entretener sino

derrumbar edificios internos, sacudir el polvo que la

palabrería débil acumula en los estantes de las libre­

rías. Este libro, y lo agradezco como lector, es una forma

de reencuentro, de replanteamiento del ser, es una

bandera izándose a mitad de una plaza llena de dolor,

como en su poema titulado “Bandera Blanca”: “Lle­

garon días oscuros,/ noches sumadas al hielo./ Cada

mitad de tú y yo/ puso su alambre de espino,/ lloró

cristales y astillas,/ fue un soldado en las trincheras.”

Autor prolífico, Benjamín Prado ha sabido cultivar

y cosechar con grandes méritos diversos géneros

que van de la novela al ensayo, pasando por la poesía

y los textos biográficos. Su retrato tiene un lugar en

nuestra memoria: una escritura que conserva la esen­

cia de lo humano en las palabras que “querían ser

gaviotas” •

A los que hacen el malapunta a la frentesu satánica fuerzapondera con celo.

¡Con cuánta fuerza la conciencialo consigue!

Nacidos aquí desde hace siglosestamosy no partiremos si el destinono lo ordenay si a los que vienenno consiente mostrarnos.

Coral iiiKriton Athanasoúlis

Sin esperanza al malapunta a la frenteporque puede el proyectilencontrarte a ti que también tú seas merecedorde suerte semejante.

A los que hacen el malempieza a contar primero por ti y dispuestoa recibir el insultoporque también a ti a la frentealguien te apunta.

Véase La Jornada Semanal, núm. 760, 27/ IX/ 2009

Versión de Francisco Torres córdoVa

RETRATO ESCRITO DE BENJAMÍN PRADO

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n aspecto que siempre ha distinguido a la tra­dición marxista es lo que Walter Benjamin llamó su capacidad de prognosis: su saga­cidad para hacer pronósticos. Sobre el tema,

el pensamiento de Marx sigue mostrando su fuerza descomunal. Este elemento es tan importante para el marxismo que, junto a las diversas formas de la crí­tica dentro del discurso social, se puede decir que existe una crítica prognóstica, esto es, una crítica que tiene su objetivo central en develar una intuición sobre el futuro.

Este complejo procedimiento ha aturdido a algu­nos críticos de derecha que han descalificado una y otra vez al marxismo, al compararlo con una nueva teleología y teología dentro de la modernidad. A su parecer, el marxismo es un pensamiento que siempre tendría una finalidad histórica y sacra y, por lo tanto, presupondría la existencia, si no de divinidades –pa­ra eso están las heroínas y los héroes revolucionarios, dirían los derechistas‒, sí de una serie de máximas morales e ideológicas que funcionan de manera cua­si religiosa dentro de los discursos de izquierda. Al­go hubo y hay de esto, claro está, en el terrible siglo xx y lo que va del xxi, sobre todo en aquellos países donde grupos usurparon, por cinismo o incom­petencia, los desarrollos más cla­ros del marxismo de los siglos en el período referido.

Si pensamos un poco en lo que escribió Benjamin al respecto, so­bre todo en su famoso libro La obra de arte en la época de la reproductibili­dad técnica, podremos entender al­gunas de las caracte rísticas de esa llamada crítica como prognosis.

A diferencia de la crítica llamada trascendental, que implica es tu­diar y hacer claras las posibilida­des en que nuestro conocimiento acontece y permanecer anclados en este conocimiento, de tal forma que esto nos impida rebasar esas condiciones, a menos que la mis­ma crítica nos muestre su amplia­ción o incluso reducción, la críti­ca entendida como prognosis no fija su interés en develar las con­diciones en que se produce nues­tro conocimiento y remarcar los límites del mismo.

A diferencia de la crítica espe­culativa, que intenta crear objetos de conocimiento a través de un muy complejo proceso de auto re­flexividad de la tradición, la crítica como prognosis ha descartado de antemano la posibilidad de que ta­les objetos puedan ser postulados.

Detengámonos un poco más en estas comparaciones. La mayoría

Carlos Oliva Mendoza

crítica marxistaEl fin del futuro y la

de nuestro conocimiento se forma, genera y regene­ra, a través de formas especulativas; sin embargo, cuando vamos produciendo en nuestro ámbito per­sonal y comunitario espacios de ilustración socia­les e individuales, el procedimiento especulativo se vuelve más dudoso y tendemos a eso que se llama crítica trascendental o, podríamos llamarla, crítica formal de nuestras formas de vida.

Esta crítica formal realmente crea formas de com­portamiento cotidiano, tiende a reconocer cada vez con mayor certeza una serie de elementos particula­res –y a veces novedosos‒ que, precisamente por su imposibilidad de revelar formas morales perennes o virtudes máximas, muestran que las condiciones de mi conocimiento son precarias y delimitadas. En con­secuencia, y de forma constante, voy alcanzando estados prudenciales o irónicos (formas de la triste­za, quizá diría Spinoza), que implican tacto, civili­dad, reflexión o choteo, relajo, comicidad sobre cada caso particular.

Se trata de una crítica, la trascendental o formal, que siempre es negativa, pues me muestra los límites de mi propio conocimiento y, paradójicamente, me lleva a un estado permanente de duda, reflexión o ironía sobre todos mis asertos. Terminaríamos, pues,

como un personaje de Kafka si realmente sólo esta forma de conocimiento y crítica rigiera nuestras vidas. Por esta razón es que tal crítica siempre se acompaña de u opera junto a una crítica de carácter especulativo.

La especulación, como su nombre lo hace presen­tir, es un procedimiento que tiene que ver con el es­pejo, lo especular, e incluso sus derivas más lejanas como lo espectral. Parte de un principio cósmico y bello: todo es mi reflejo y yo soy reflejo de todo. Como todo principio bello en el fondo es un principio de terror; si lo traducimos, podemos decir lo siguiente: nada existe, todas las cosas son un reflejo de algo, no hay un solo elemento fijo en el mundo. Como diría Borges, en realidad nadie conoce su rostro.

El principio es de tal negatividad que implica y fomenta la especulación. No podemos, sencillamen­te, dar por cierto el principio porque nos conduce a la inmovilidad total, por eso se critica el principio con su anverso positivo, todo existe y, en el tiempo, hay algunos reflejos más poderosos que otros. Así, las religiones son formas metacríticas de la espe­culación; también la invención de las naciones y los imperios, los sistemas políticos, incluso esa siempre potencial caricatura: la personalidad.

En realidad, gran parte de nuestro comporta­miento es de carácter especular. Por ejemplo, cuando ejercemos nuestra autoridad, ya sea en ám­bitos limitados o inmensos, siem­pre está operando una crítica es­pecular –afirmativa o negativa‒ a nuestras formas de transmisión tradicionales del conocimiento: a nuestras parejas, familias, gobier­nos, formas de educación, crea­ción, alucinación y un largo et­céte ra. Esta forma de crítica, sin embargo, no termina siendo dog­mática. Esencialmente por una razón, siempre hay una especula­ción tan poderosa como aquella que creemos tener y eso hace que podamos cambiar en el tiempo nuestros fundamentos especula­tivos, aunque esto también puede implicar, como lo sabemos, for­mas de violencia muy radical con­tra los otros, las otras y nosotros mismos.

La otra salida frente al dogma­tismo, no del todo cierta porque realmente es inconmensurable con esta crítica, es una vez más la crítica formal o trascendental, la que cree en un ejercicio cotidiano de la ra­zón, el autoexamen, la reflexivi­dad, la ironía y el escarnio propio. Aquella crítica que cree que final­mente tenemos una voluntad libre que se afirma en el proceso de ra­zonamiento.

Podríamos seguir pensando y platicando mucho tiempo sobre

U

Cartel tomado de: marxismocritico.com

5esta forma de la crítica y dar ejemplos a favor o en contra, pero el asunto aquí es otro; se trata de hablar de una práctica, el marxismo, que parte de la creen­cia, en efecto especulativa y en efecto trascendental, de que ambas críticas son incompatibles con el mun­do del capitalismo romántico del xix y ya imposibles en el capitalismo hecho barbarie en el siglo xx.

La crítica como prognosis parte de la idea de que no hay una sola verdad de larga duración en el tiem­po que pueda regir sobre las especulaciones ni, por otro lado, un proceso de ilustración y humanismo que nos permita llegar a ese estado nirvánico de la razón negativa: la crítica como autoconocimiento de sus limitaciones.

Frente a esas dos debacles se alza la posibilidad de hacer pronósticos. No designios, sino simples ideas que adelantan las posibilidades del futuro. Además, las adelantan no para esperar por ellas, co­mo lo haría la especulación; tampoco como certezas temporales, para fundamentar nuestro conocimien­to, como lo haría el formalismo crítico, sino que hace sus pronósticos para que no se cumplan, para evitar que el sistema se desarrolle en sus crisis y barbarie, tal como lo hace el capitalismo ahora.

Benjamin es muy preciso, se trata de una crítica que hace un montaje de los elementos que reconoce –sobre todo de forma trivial y distraída‒ y, desde ese montaje, pronostica cómo continuará la obra. ¿Por qué el montaje? Porque la realidad, como en el cine, ya no existe sustancialmente, sino que es creada ar­tificialmente por las necesidades del capitalismo.

En este contexto, el marxismo crítico se movió siempre hacia la crítica formal de las dogmáticas de especulación capitalista y de las que desarrollara el socialismo en el siglo xx; sin embargo, en sus mo­mentos más lúcidos siempre regresó al ejemplo de Marx: desconstrucciones y montajes radicales que pronosticaban la barbarie ya presente en la sociedad.

La clave, realmente, se encuentra en un descubri­miento del propio Marx: en el capitalismo todo es simultáneo, la invención de una escasez artificial en un mundo hiperdesarrollado, la acumulación de la ganancia, la explotación de hombres y mujeres, la eliminación del mundo natural, el crimen orga­nizado e institucionalizado. Al ser todo simultáneo, al estar atrapados en esta esfera demencial del ca­pital, no podemos presuponer un mundo moral­mente superior, ajeno a esa simultaneidad, porque no existe una fuga densa y clara en el tiempo pasado o en el tiempo de lo porvenir que sostenga una idea contraria. Tampoco podemos pensar en un ideal futuro que emane de la crítica negativa del conoci­miento mismo, esto se vuelve elitista o autoritario o perverso si se encarna, por ejemplo, en el seudo­conocimiento que transmiten los grandes medios de comunicación.

Todo está aquí, ya no hay nada antes, más que tra­bajo muerto y acumulado como capital; ni nada en el futuro, más que las ruinas que hoy la sociedad civil oculta, tan sola y capaz ella, en sus alegres y afirma­tivas formas de comunicación.

En ese contexto, lo que podemos hacer es tomar piezas de este mundo, en el que el futuro ya es simul­táneo al presente, y montarlas para mostrar cómo es y será lo que acontece hoy, y así resistir desde ahora a ese futuro que nos aparece cotidianamente como lo inverosímil, lo criminal, lo absurdo. Como lo sin­tetizaban algunos de los y las zapatistas ilustrados hace más de diez años, en esa frase que terminó vol­viéndose una tragedia nacional: “nosotros ya somos ustedes”. Una frase que, sin embargo, encarnó en un montaje más violento de carácter prognóstico, una frase donde se finca nuestra resistencia: “nosotros ya somos los muertos” •

on Efraín González Luna escribía ya en 1939, de manera profética: “El idea­lista es el hombre que tiene los pies firmemente asentados en la tierra, el hombre que tiene los ojos y las ventanas del alma abiertos para todo linaje de conocimientos, para todo género de experiencias, para toda comproba­

ción, para toda posibilidad de ser, para enfrentarse a todos los problemas posibles; pero que, al mismo tiempo, tiene una tabla superior de valorizaciones, un sistema de soluciones que subordina lo secundario y relativo, a lo fundamental y absoluto”. Creo que, como pocas, esta definición se aplica perfectamente a lo que fue la vida, los ideales y las labores de Efraín González Morfín, hombre que supo tener los pies sólidamente en la tierra cuando fue presidente nacional del Partido Acción Nacio­nal y cuando fue Candidato a la presidencia de la República en 1970, frente a Luis Echeverría Álvarez y cuando su partido lo rechazó al intentar reformarlo de forma substancial, renovarlo y adecuarlo a las circunstancias que posteriormente enfren­taría. Su salida del partido trajo como consecuencia la pérdida del último ideólogo de centro­derecha y la decadencia de ese instituto político.

Como pocos, Efraín tuvo los ojos y las ventanas del alma abiertos para todo co­nocimiento trascendental, para las más sublimes posibilidades de ser, de enfren­tarse a los problemas de una vida íntegra y congruente con su tabla superior de valorizaciones y supo permanentemente subordinar lo secundario y relativo, a lo fundamental y absoluto. Lo anterior puede ser perfectamente comprobable por todos aquellos que tuvimos la fortuna de tratarlo como amigo, como compañero de lucha cívica más que política, como maestro y como profesionista comprometi­do con la verdad y los valores superiores del ser humano.

Efraín vivió confiado y seguro de que la muerte no sería un escollo, sino el puer­to que jamás debemos ni podremos evadir y que morir más tarde o más pronto no sería lo importante, sino que lo importante es morir bien y en paz, y con esa convic­ción del destino y la esperanza en la vida eterna, navegó a lo largo de la vida de la misma manera que en el mar, como dice sabiamente Séneca, viendo alejarse las diferentes etapas de la vida hasta llegar a los mejores años de la senectud. Como hombre sabio supo siempre que viviría tanto como debía vivir y cumplir con su destino personal y que lo importante era morir bien habiéndose sustraído al pe­ligro de vivir mal, viviendo una vida bienaventurada que se centró en la virtud, en la felicidad de la docencia y del ejemplo hacia los demás. Consciente de que el bien de la vida no radica en su extensión, sino en el uso adecuado que a la misma se le dé y que puede suceder con frecuencia que quien haya vivido largamente, vivió poco. Efraín por el contrario, centró su vida en la riqueza espiritual del conocimiento y en la alegría de la enseñanza y en la certeza de la esperanza para después de la vida, la cual se nos ha dado con la condición de la muerte, por lo que no debemos temerla, pues las cosas ciertas se esperan con entereza.

En síntesis, Efraín asumió su responsabilidad y destino con serenidad y satisfac­ción al igual que con alegría y entusiasmo, consciente de su capacidad substancial de tomar en sus manos su propio destino y su vida fue precisamente una lucha alegre y jubilosa para lograrlo en el ámbito de sus capacidades y de su misma vo­luntad para aceptar su responsabilidad de cumplir con su deber a ultranza •

Sergio A. López Rivera

un idealista ejemplarGonzález Morfín,

D

Escribir es una maldición, pero una maldición que salvaClarice Lispector

ay diferentes maneras de hacerse escritor, muchos llegan a la literatura por estrategia, toman esa decisión como quien elige ser mé­dico o político, motivados casi siempre por

un espíritu de provecho. Algunos llegan a la litera­tura impulsados por las circunstancias, no deciden ser escritores, la vida los lleva a escribir como a otros lleva a ser obreros o funcionarios; no encuentran otra cosa para ganarse el sustento y se entregan a ello con la dedicación del que va a una oficina. También hay escritores que llegan a la literatura por necesidad, no por una necesidad material o de prestigio, sino por necesidad vital. Escribir es para ellos como respirar. Este tipo de autores deja en sus obras una marca, un estigma que se descubre al explorar líneas y párra­fos, porque sus textos tienen algo más que palabras unidas y enlazadas de forma coherente. Al leerlos se siente un trasfondo que inquieta y atrae como un abismo, una puerta abierta al misterio que se crea cuando la literatura se practica como razón de ser. Son escritores por naturaleza y viven la literatura como una condena que, casi siempre, cumplen con satisfacción porque son conscientes de que sólo a través de la palabra escrita pueden encontrar el sen­tido de su existencia.

Entre esta clase escritores se encuentra Clarice Lispector. La narradora brasileña confiesa que, para ella, escribir “es una maldición porque obliga y arras­tra como un vicio penoso del cual es casi imposible librarse, pues nada lo sustituye. Y es una salvación. Salva el alma presa, salva a la persona que se siente inútil, salva el día que se vive y que nunca se entien­de a menos que se escriba.”

LITERATURA DE INTROSPECCIÓN

Escribo para mí, para sentir mi alma hablando y cantando, a veces llorando…

Clarice Lispector

Clarice Lispector (1920­1977) es una escritora por naturaleza que muy pronto siente la necesidad de escribir. Desde niña enviaba sus cuentos a la página infantil del Diario de Pernambuco pero no se los publi­caban porque “ninguno contaba realmente un cuen­to con los hechos necesarios para un cuento. Yo leía los que publicaban ellos, y todos relataban un acon­tecimiento”. Las historias de Clarice, aunque todas empezaban con el acostumbrado “Había una vez…”, no poseían un hilo narrativo, sólo describían sensa­ciones. Esta tendencia a la introspección es el eje fun­

damental de una obra literaria que busca transcribir el lenguaje interno, “me adiestré desde los siete años para tener un día la lengua en mi poder”.

La narrativa de Clarice Lispector se enfoca en exa­minar la esencia íntima y profundizar la vivencia interna. Esta decisión conlleva la difícil tarea de en­contrar las palabras que materialicen en el plano li­terario el intangible mundo interior: “Hay muchas cosas por decir que no sé cómo decir. Faltan las pa­labras. Pero me niego a inventar otras nuevas: las que existen deben decir lo que se consigue decir y lo que está prohibido”.

Una literatura de introspección que trasciende lo psicológico para transformarse en metafísica; sor­prende que la autora apueste por la sencillez, por la palabra sobria: “Escribo muy simple y muy des­nudo. Por eso hiere”; que exige, sobre todo, claridad y práctica: “No se equivoquen: la sencillez sólo se lo­gra a través del trabajo duro”. El resultado, un produc­

to extraño difícil de encasillar en un estilo determi­nado, posee una fuerza literaria que nos atrae desde el primer momento. Además, a través de ese no­esti­lo siempre inquisitivo, sus libros se convierten en ver­daderos tratados poéticos de educación existencial.

UNA OBRA DIFERENTE

Lo que te estoy escribiendo no es para leer, es para serClarice Lispector

Cuando aparece su primera novela, Cerca del corazón salvaje, Clarice Lispector ya había publicado algunos cuentos y artículos en revistas y periódicos. El libro, galardonado con el premio Graça Aranha a la mejor novela publicada en 1943, llama la atención de escri­tores como Lauro Escorel, que ve en la joven autora,

“una novelista excepcional”, y Antonio Candido, que destaca, “su valentía para experimentar en terrenos poco explorados”. Se trata de una novela diferen­te porque rompe con la tradición literaria brasileña, dominada hasta entonces por dos tipos de narrati­va, una de ámbito regional, realista y de costumbres, y otra de carácter social.

Clarice termina sus estudios de Derecho en la Universidad de Río de Janeiro en 1943 y contrae ma­trimonio con un diplomático; comienza entonces una etapa que la lleva a vivir en Europa, primero en Italia y luego en Suiza e Inglaterra. Durante este pe­ríodo publica dos novelas, La araña (1946) y La ciudad sitiada (1949), escrita durante su estancia en Berna, y una primera recopilación de relatos, Alguns con­tos (1952).

En 1959, después de tener dos hijos y vivir duran­te ocho años en Washington, se separa de su marido, regresa a Río y escribir se convierte en su ocupación

fundamental. Colabora en distintos periódicos y pu­blica un excelente libro de relatos, Lazos de familia (1960), que recibe el premio de la Cámara Brasile­ña del Libro; después una novela muy elaborada, La manzana en la oscuridad (1961), premiada como me­jor libro del año; y un nuevo volumen de cuentos, La legión extranjera (1964). Inmediatamente aparece su novela más conocida, La pasión según g.h. (1964), un relato inquietante y experimental que desata su trama cuando la protagonista se come una cuca­racha: “¿Existo? ¿Es ésta la intensidad que me lo pue­de comprobar? Si al menos encontrase a otra, ya que no me encuentro a mí misma…”

A partir de entonces Clarice Lispector entra en la madurez literaria y desarrolla su maestría en una serie de obras, a veces de difícil clasificación, don­de nos encontramos libros infantiles: O mistério do

Xabier F. Coronado

Clarice Lispector

H

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Foto: carlosianni.com.ar

711 de noviembre de 2012 • Número 923 • Jornada Semanal

coelho pensante (1967), A mulher que matou os peixes (1968), y La vida íntima de Laura (1974); novelas: Aprendizaje o El libro de los placeres (1969) –definida como un canto al amor– y Agua viva (1973) –un tex­to extraño e interesante, intimista y lleno de confe­siones–; colecciones de relatos: Felicidad clandestina (1971), La imitación de la rosa (1973), Onde estivestes de noite (1974); y un libro de narraciones eróticas: Vía Crucis del cuerpo (1974).

Antes de su muerte publica una de sus mejores novelas, La hora de la estrella (1977), donde narra por vez primera una historia lineal. De manera póstuma, aparecen media docena más de libros que recopilan relatos y escritos inéditos entre ellos otra novela Un soplo de vida (1978), y dos relevantes volúmenes epis­tolares, Cartas perto do coração (2001) y Correspon­dências (2002).

Clarice Lispector también practicó el periodis­mo; desde su ingreso en la Agência Nacional, en

1940, escribió multitud de artículos y entrevistas para diferentes medios. Entre agosto de 1967 y di­ciembre de 1973, publicó un artículo semanal en el Jornal do Brasil, la mayoría fueron recopilados en A descoberta do mundo (1984), que en español se edi­tó en dos volúmenes: Revelación de un mundo, 2004 y Descubrimientos, 2010 (Ed. aH, Buenos Aires); en ellos nos encontramos una autora que aborda temas de actualidad, sucesos cotidianos y preocupaciones personales. Son crónicas que tienen su inconfundi­ble sello y muestran la parte más desconocida de su producción literaria.

En esta amplia obra, en la que también hay poesía, destaca la perspectiva original y sutil que plantea en sus textos. En ellos, la magia de lo cotidiano se hace presente y hechos aparentemente banales producen situaciones catárticas para sus personajes.

CONFLUENCIAS

Nosotros los que escribimos, apresamos en la palabra humana un gran misterio

Clarice Lispector

Ante una manera de escribir tan personal, resulta difícil especular sobre las influencias que haya podi­do tener la obra de Clarice Lispector. Sabemos de su libro preferido en la infancia, Reinações de Narizinho, de Monteiro Lobato, y de los autores leídos en la ado­lescencia: Rachel de Queiroz, Machado de Assis, Eça de Queiroz, Jack London, Dostoievski… Al indagar más a fondo, encontramos que la propia autora ma­nifiesta que entró en contacto con la “gran literatura” al leer El lobo estepario, y comenta: “De los trece a los catorce años fui germinada por Hermann Hesse.”

Posteriormente se sintió identificada con Kathe­rine Mansfield que, sin duda, fue su maestra en el

relato breve, género en el que Lispector consigue sus mejores páginas. La crítica apunta otros nom­bres como James Joyce, Virginia Wolf y Julien Green. De Joyce, además de compartir la fascinación por el monólogo interno, la autora toma el título de su pri­mera novela del Retrato del artista adolescente; con la escritora inglesa, confluye en el enfoque introspec­tivo y la visión de que los sucesos ordinarios pueden ser determinantes; y con el autor francés, converge en la profunda preocupación por la vida interior. También ha sido comparada con Chéjov, Sartre o Graciliano Ramos y enmarcada dentro de la litera­tura existencialista.

La obra de Lispector es muy particular y de difícil clasificación. La crítica la ubica en la tercera fase del modernismo, en la generación brasileña del 45. Si bien es una escritora cada vez más estudiada y va­

lorada, falta enmarcarla dentro de un contexto inter­nacional. Clarice Lispector no fue, en vida, una au­tora muy leída fuera de Brasil y aunque ella siempre manifestó estar enamorada de su idioma, “esta es una confesión de amor: amo la lengua portuguesa”, hay quien dice que escribir en portugués supuso una barrera para conseguir la proyección internacional que su obra merecía.

El problema no fue tanto la lengua como ser una escritora brasileña. Los autores brasileños fueron olvidados por el denominado “Boom de la literatu­ra latinoamericana”, que más bien fue hispanoa­mericano. Un suceso cultural auspiciado por edi­toriales españolas, mexicanas y argentinas, que dejó de lado a la literatura brasileña y a muchos autores fundamentales del continente que queda­ron ocultos bajo la sombra que produjo ese fenó­meno literario. Entre los olvidados brasileños es­tán João Guimarães Rosa y Clarice Lispector –que podría haber sido el componente femenino de ca­lidad que tanto se echaba de menos–. Sus novelas representativas, Gran Sertón: Veredas (1956) y La pasión según g.h. (1964), reunían las características narrativas y generacionales para formar parte del suceso. El problema real es que siempre ha existido una falta de comunicación entre las literaturas ibe­roamericanas, que parece ir solventándose con el creciente interés editorial, sobre todo en Argentina y España, por la literatura brasileña.

Actualmente, gracias a las excelentes traduccio­nes de sus libros y a ese esfuerzo editorial, Clarice Lispector es una autora reconocida entre los lecto­res de habla hispana y su obra ha influido en muchos escritores latinoamericanos.

MANIFIESTO LITERARIO

Escribo como si fuese a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida

Clarice Lispector

Clarice Lispector nos dejó muchos textos y algunas entrevistas que revelan su visión literaria. En sus libros descubrimos un verdadero manifiesto sobre su relación con la palabra escrita, un vínculo que cambia a medida que su obra cobra madurez. De la admiración: “Al escribir me doy las más inespera­das sorpresas. Es en la hora de escribir que muchas veces me vuelvo consciente de cosas que no sabía que sabía”; y el entusiasmo: “Escribo porque me resulta un placer que no puedo traducir”; pasa al desánimo: “En cuanto al hecho de escribir digo, si le interesa a alguien, que estoy desilusionada. Escribir no me ha traído lo que yo quería, es decir, paz”; y la confusión: “¿Dónde está lo que quiero decir, dónde está lo que debo decir?”. Un proce­so que evidencia su relación ambivalente con la literatura.

En la novela La hora de la estrella, publicada meses antes de su muerte, Clarice Lispector dejó lo que po­dríamos clasificar como su testamento literario. Va­liéndose de un alter ego masculino, también escritor, nos habla del cansancio que siente después de toda una vida buscando las palabras para trasmitir algo que muchas veces era imposible comunicar. A pesar de todo, mantuvo hasta el final su lucha por encon­trar la palabra precisa porque la escritura fue siem­pre su razón de ser: “Estoy absolutamente cansada de la literatura; sólo la mudez me hace compañía. Si todavía escribo, es porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras espero la muerte. La búsqueda de la palabra en la oscuridad” •

y la escritura como razón de ser

“ ““¿Existo? ¿Es ésta la intensidad que me lo puede comprobar? Si al menos encontrase a otra, ya que no me encuentro a mí misma…”

Foto: panikonuclear.com

ay autores que nos adoptan y nos crían. Nos acompañan, nos consuelan, nos ofrendan en bandeja las palabras que ne­cesitamos. Nos fecundan. Me confieso hija de Clarice Lispector, mi hermana, mi amiga. Desde que la “descubrí” no pude ya dejarla. Me prendí a ella como una

lapa, y casi no hago nada sin consultarla. Sus libros, sus palabras sobrevuelan mi mesa de noche, mi es­critorio, mis conversaciones. Soy miembro de la co­fradía Lispector, la gran escritora brasileña que tuvo el coraje de escribir a contrapelo de su época e impu­so, allá por los años sesenta, la mirada sesgada, trans­versal, oblicua. Mirada de ojos verdes, que por ser tan oscuramente verdes aparecen negros en las fo­tos; “mi secreto es tener los ojos verdes y que na­die lo sepa”, escribió ella. Hablando de soslayo y sin miedo (o sí, pero sin importarle) de estar loca y escri­bir en consecuencia. Y como siempre pasa con es­tos autores de los que se es devota, ocurre que algu­na vez se mueren y entonces la lectora en plena crisis de abstinencia deambula por el mundo anhelando más palabras, más cuentos. Porque Clarice se fue “a otra cosa” hace treinta y cinco años, el 9 de diciembre de 1977, justamente en vísperas de cumplir los cin­cuenta y siete años. Y no es casualidad esa expre­sión “a otra cosa” para expresar su partida definitiva. Diez años antes ella ya había escrito:

Vi una cosa. Una cosa en realidad. Era las diez de la noche en la plaza Tiradentes y el taxi corría. Entonces vi una calle que nunca más voy a olvidar. No voy a des­cribirla: es mía. Sólo puedo decir que estaba vacía y eran las diez de la noche. Nada más. Pero fui fecundada.

“¿DÓNDE ESTUVISTE DE NOCHE?”

Más no voy a contarte, te advertía. Y así se queda una, con el corazón en la boca. La “cosa” que menciona Clarice atraviesa toda su obra. Es su infinito apego a la vida y a la muerte. Es la creación. Es la (in)capa­cidad de decir. Y al mismo tiempo la de ser fecun­dada. Por esa palabra seca y constante. Sin literatu­ra. “La relación de ‘la cosaʼ” titula Clarice uno de sus cuentos más desopilantes. La “cosa orgiástica”. Ésa que le hace confesar que todo lo que escribió “es ver­dad y existe. Existe una mente universal que me guió. ¿Donde estuviste de noche? Nadie lo sabe”.

No tiene límites para sorprender a sus lectores. Es capaz de comenzar una novela con una frase que pe­netra desde alguna ventana abierta, y por eso llega sólo desde la mitad, es decir, desde una coma. Así lo hace en Un aprendizaje o el libro de los placeres, historia que además lleva la siguiente nota como adverten­cia preliminar: “Este libro se pidió una libertad ma­yor que tuve miedo de dar. Está muy por encima de mí. Humildemente intenté escribirlo. Yo soy más fuerte que yo. C.L.” Novela que concluye: “Yo pienso lo siguiente:”, dos puntos. ¿Quién quiere más?

En su relato “Un caso complicado”, la narración es intervenida tantas veces por la dificultad de contar la historia, que el lector ya no sabe lo que está leyen­do. Y vaya si es complicado. Escribir así cuando en los sesenta el milagro de la literatura latinoamerica­na que fascinaba a Europa era el reino de lo maravi­lloso, con héroes transpirados, sus paisajes atra­vesados por la guerrilla, el hambre de justicia, la revolución social y política. Una literatura ejercida

por escritores contestatarios, mayormente varones, exiliados de feroces dictaduras. Y de pronto irrum­pió la literatura de Lispector escribiendo desde la vida y los amores, y el sujeto y las emociones y las pulsiones del cuerpo.

No había aparecido hasta entonces tanta mujer en la escritura latinoamericana. Alguien tan despreo­cupada por la estructura de sus novelas, “la única estructura que admito es la ósea”.

La crítica la comparó con Joyce, pero ella confesó que no lo había leído cuando escribió sus primeros libros. Ni se sentía para nada emparentada con la obra de Virginia Woolf. Y sí en cambio leyó a Her­mann Hesse a sus trece años, y fue deslumbrada por los cuentos de Katherine Mansfield. Uno de sus tra­ductores dijo alguna vez que si Kafka fuera brasileño y si Marlene Dietrich hubiera escrito, lo habría hecho como Clarice. Pero Clarice huía de la crítica. “No soy una intelectual” se defendía, y es conocida la anéc­dota de cuando abandonó la sala en la mitad de un simposio realizado en París para analizar su obra. “No entiendo esta jerga”, dijo y escapó.

“SOY UN YO QUE ANUNCIA”

Reacia a hablar de sí misma y menos de su obra, supo escabullirse hasta de las pre­guntas de la uruguaya María Ester Gilio, la mejor entrevistadora que dio el Cono Sur en los sesenta. “Todo lo que tengo que decir está en mis libros”, le respondió. Y le mostró un trabajo que Renato Carneiro Gó­mez denominaba texto­montaje, donde Clarice respondía preguntas al correr de la máquina. Ahí la escritora decía: “No me gus­ta dar entrevistas. Las preguntas me constriñen, me cuesta responder, y además sé que el entrevistador va a deformar totalmente mis palabras.” Arisca, no se dejaba. Y además: “Soy una persona muy ocupada: cuido del mundo. Y soy responsable de todo lo que existe [...] Incluso soy responsable por el dios que está en constante cósmica evolución para mejor.”

Pero hasta a ese dios llegó a alzarle la voz en Agua viva, esa extraña nouvelle donde escribe un paisaje interno atravesado por flores diversas: “un tulipán solo no es... necesita del campo abierto para ser”, donde descubre que necesita “escribir como quien aprende...” al final termina gritando: “No voy a mo­rir, ¿escuchaste, Dios? No tengo coraje, ¿oíste? No me mates, ¿oíste? Porque es una infamia nacer pa­ra morir no se sabe cuándo ni dónde. Voy a poner­me muy alegre, ¿escuchaste?” como respuesta, como insulto.

Aunque había nacido en Ucrania, y a los dos me­ses de vida sus padres de origen judeo­ruso la traje­ron a Recife, escapando de los soviets, Clarice Lis­pector era más brasileña que el carnaval. En 1937, cuando tenía doce años, la familia se trasladó a Río de Janeiro, donde estudió Derecho en la Universi­dad de Brasil y comenzó a trabajar como periodista en la Agencia Nacional y en el periódico A Noite. En 1943 publicó Cerca del corazón salvaje, su primera no­vela, que desplazó de un plumazo el centro de grave­dad alrededor del cual se venía moviendo la narra­tiva brasileña desde hacía años. En la misma época se casó con un diplomático y pasó quince años de su vida viajando por Italia, Suiza, Inglaterra y Estados

Unidos, con la máquina de escribir en el regazo y sus dos niños pequeños jugando alrededor. Retornó a Río en 1959 donde retomó su actividad periodística y su trabajo literario.

“ESCRIBIR ES UNA MALDICIÓN”

Afortunadamente para mí, y para quienes somos Clarice­adictos, poco después de la separación de su esposo y por razones económicas, Clarice se vio obli­gada a escribir todos los sábados una crónica para el Jornal do Brasil. Esta producción, que va desde el 19

Esther Andradi ClariCeel Corazón salvaje de

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Clarice jovenClarice periodistaClarice niña

Fotos: janicza.com

11 de noviembre de 2012 • Número 923 • Jornada Semanal

de agosto de 1967 hasta el 29 de diciembre de 1973, ha sido reunida en dos tomos en español: Revelación de un mundo y Descubrimientos. Ambos volúmenes constituyen un verdadero banquete de lectura. Por­que además de crónicas (como si esto fuera poco), estos textos son a menudo reflexiones sobre la propia obra, retazos de novelas, bosquejos de un diario per­sonal jamás iniciado, observaciones del día a día, entrevistas...

Revelación de un mundo es una caja de sorpresas. Oímos su discado llamando por teléfono a Chico Buarque a altas horas de la madrugada para pedirle una entrevista. Nos habla de su poca tolerancia al al­cohol, de sus conversaciones con los taxistas que la llevan y la traen por Río, de sus incursiones en la pla­ya a primera hora de la mañana, de las conversacio­nes con sus hijos. Del escribir. Por aquellos años los textos para imprimir eran armados con letras de plo­mo por el linotipista. (¿Será por eso que la literatura era más densa? ¿Qué rol cumple el medio en aquello que se escribe?) Clarice le escribe al linotipista:

Disculpe que me equivoque tanto con la máquina. Pri­mero porque mi mano derecha resultó quemada. Se­gundo, no sé por qué.

Ahora un pedido: no me corrija. La puntuación es la respiración de la frase, y mi frase respira así. Y si a usted le parezco rara, respéteme también. Incluso yo me vi obligada a respetarme.

Escribir es una maldición.

Algo más tarde, menos crítica, rescata como tentati­vas toda aquella escritura que no puede llegar a buen puerto. “Después lo que toco a veces florece y los otros pueden tomarlo con las dos manos.” Para aca­riciar el corazón como consuelo, agrego.

“ME SIENTO TAN CERCA DE QUIEN ME LEE”

Cada vez que la leo me la imagino en su departamen­to en el barrio de Leme, en Río de Janeiro, despierta hasta la madrugada, inquieta y sin poder pegar un ojo por las noches. Los ansiolíticos eran sus acompa­ñantes. Empastillada, se durmió con un cigarrillo encendido, se quemó su habitación y ella misma fue una antorcha, pero a diferencia de la escritora aus­tríaca Ingeborg Bachman, que falleció a raíz de un accidente similar en Roma en 1973, Clarice no murió. Sólo que el fuego le marcó el cuerpo y su rostro her­moso con cicatrices. Su brazo derecho también sufrió

graves quemaduras y ya no pudo escribir como an­tes. Pero aun chamuscada su belleza física, detrás de las cenizas estaba exultante. Ardiendo. Su escritura quemaba. “Esto no es un libro. Es un amante”, escri­bió en Felicidad clandestina.

Aunque sólo pasó su infancia en Recife, el nordes­te marcó su lenguaje. Seco, prescindente:

Sería más atrayente si yo lo hiciera más atrayente. Usando, por ejemplo, algunas de las cosas que enmar­can una vida o una cosa o una novela o un personaje. Es perfectamente lícito volver atrayente, sólo que exis­te el peligro de que un cuadro se vuelva cuadro porque el marco lo hizo cuadro. Para leer, claro, prefiero lo atrayente, me ahorra más, me arrastra más, me delimi­ta y me bordea. Para escribir, sin embargo, tengo que prescindir.

Ninguna concesión al paisaje al que sucumbieron sus antecesores. Por el contrario, Clarice se jugó por la sensualidad de lo subjetivo, las tempestades in­ternas, los tatuajes de las emociones, convencida acaso de la inutilidad del héroe. Si hasta Camus no resiste “ese amor por el heroísmo... Entonces no hay otro modo? […] ¿Entonces un hombre no puede sim­plemente abrir una puerta y mirar?”, se preguntaba, inocente, desde la niña que fue, escribiendo cuen­tos infantiles plagados de sentimientos, que los dia­rios rechazaban. Ellos querían historias donde pasaran cosas, los justificaba Clarice. Pero su estilo es ése, “digo lo que tengo que decir sin literatura”. Seco de todo. “Qué pena que sólo sé escribir cuando espon­táneamente viene la ‘cosa.ʼ”

“ES ALLÍ A DONDE VOY”

Clarice Lispector murió en 1977, en su departamento en Río, poco después de la publicación de La hora de la estrella, su última novela.

En el extremo de mí estoy yo.Yo, implorante, yo, la que necesita, la que pide, la

que llora, la que se lamenta. Pero la que canta. La que dice palabras. ¿Palabras al viento? Qué importa, los vientos las

traen de nuevo y yo las poseo.

Antes de partir hacia “otra cosa”, dejó numerosas crónicas, novelas, relatos para niños, y varias com­pilaciones de cuentos atemporales, urbanos, de un carácter único, alucinados y excéntricos, extraños y a la vez simples. Las palabras son lo que son, y la escritora es el silencio y la puntuación, refugiada en su mundo que ronda una zona de misterio, más allá del enigma y la razón, desprovista de cualquier inte­lectualidad. De cualquier explicación sobre su obra. Los libros están ahí. Y ella en este rincón. Con su mi­rada oblicua. “No sé sobre qué estoy hablando. Estoy hablando de nada. Yo soy nada.”

A partir de este año, Brasil dedicará el día 10 de diciembre a la memoria de Clarice Lispector a fin de conmemorar la fecha de su nacimiento. A seme­janza del Bloomsday irlandés en honor de James Joy­ce, el 10 de diciembre será A hora de Clarice. “Des­pués de muerta me agrandaré y me esparciré, y alguien dirá con amor mi nombre.” Y tal vez enton­ces sabremos más de “la cosa”: ¿dónde te fuiste de noche, Clarice? •

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E n el vuelo entre Madrid y Panamá, ensayo a hacer uso de mi tableta para leer la novela La piscina,

que su autor, el antillano de corazón y profesión, Edgardo Rodríguez Juliá, me ha enviado como primi-cia. Fue, en primer lugar, una lectura bajo el encanto de reconocer al escritor curtido que enseña sin alardes la maestría de su oficio, y a la vez llena de desazón, porque su universo está poblado siempre de fantas-mas incómodos, esqueletos que no terminan de acomodarse en el clóset.

Hay un arquitecto que se llama Edgard, casi como el autor, apenas la diferencia de una letra final, en cuyas entrañas obscuras no entraremos sino a finales de la novela. Pero es él quien en la primera página nos lleva de la mano a visitar a su padre moribundo, ese mulatón que siempre vivió escondido de sí mismo, en tierra de nadie, buscando complacer a los demás con su conducta obsequiosa que raya a veces en el servilismo, y hasta en la abyección. Es entonces, en el umbral de ese cuarto de hospital, cuando se abre ante los ojos del lector una cortina turbia que, sin embargo, deja todo en penumbras melancólicas.

La piscina es una novela de infancia que un adulto escribe con mano calculada para evadir el riesgo de las emociones, y el San Juan de esa infancia, en los años cincuenta del siglo pasado, que son los del estre-no del estatus de Estado libre asociado para Puerto Rico; es una ciudad tan desolada como sus persona-jes, que mantiene sus colores mortecinos mientras cambia el paisaje en el recuerdo, del paisaje rural al provinciano, al urbano incipiente, porque es en el medio siglo cuando las ciudades caribeñas se hacen, abriéndose a la modernidad dudosa.

El niño Edgard, entre incertidumbres y ansieda-des, anda por ese paisaje, alzando esos telones, cami-nando entre esas bambalinas, dividido entre los afectos y los desafectos, el padre con su estigma de mulato despreciado por la familia de la madre, here-deros de ese pequeño orgullo de casta de la provin-cia, los blanquitos, los blanqueados, y en medio el abismo imposible de flanquear. Edgard vivirá con un pie en el borde de ese abismo.

La novela está escrita en una prosa siem-pre acerada, como quien labra la piedra con el buri l , que, al golpear, saca chispas de mordacidad de manera impecable , para esculpir a esos personajes de insomnio, empezando por la madre, qué retrato más despiadado, y qué apiadado el del padre, aunque el hijo que un día será arquitecto, y querrá medir al mundo entre el espacio y la luz, para fracasar también, parezca no perdo-narlo en su mediocridad.

Memoria e invención van tan juntas en la novela, que no pueden verse las costuras de escritura, y cuánto me seduce esa crónica de la noche del campeonato de la serie de beisbol del Caribe en ese viejo estadio de San Juan, que de tan coqueto parece siniestro, porque en eso soy parcial. Yo mismo soy el niño que entra en las graderías de la mano de su padre, deslumbrado por los fanales de las torres en la noche tropical.

Las puertas van cerrándose unas tras otras a medi-da que volteamos las páginas de la novela. No hay

salvación para nadie. De pronto, Edgard, el arquitec-to, que no es más que un amanuense del relato, se nos vuelve un personaje estrafalario, y trágico como lo es el personaje de su padre. Quiere construir una piscina en su modesta casa de campo preparando el retiro de su edad madura, una piscina entre las verduras de los montes, a ras del horizonte. Su amante lo observa haciendo las medidas y los cálculos. Pero en verdad, lo que prepara es su tumba. La amante, que pasará a ser la voz cantante de este estreno fúnebre final. Lo que Edgard quiere es una piscina profunda, una fosa.

Y el lector queda agradecido por la sorpresa. Que el arquitecto que sucumbe ante la pesadumbre y la soledad en que ha vivido envuelto desde niño, no flote muerto en la piscina desde la primera página, como William Holden en la primera escena de Sunset Boulevard •

Un planto, una elegía, una voz como la de aquel Lino que cae exiliado del Olimpo, boca desde

donde se oye por primera vez el lamento que es canto, parece ser la obra En el centro del año del doctor Jaime Labastida, que abre sus páginas con cuatro soles y un centro que es móvil, como los caballos de Faetón, quienes van marcando el ritmo y la música de su fluyente poesía.

Dos solsticios, dos equinoccios, cuyo narrador es el sol, pues es la lucidez a fuerza de cuestionamientos del poeta la que canta en clave de lírica, las voces de nuestro tiempo y las del que en las palabras nos da la cuna, el griego.

Cinco son los cantos de En el centro del año, que palpitan en su brío de corceles en busca de las respues-tas a sus manantiales preguntas, que van haciendo, a paso de poema río, el saludo a quienes le dieron patria en el pensamiento y en la voz, pero sobre todo, al Orden de la Vida, frente al que nada, irremediable-mente, se puede hacer: tempus fugit.

En este nuevo libro, Jaime Labastida, quien ha sido galardonado con la Medalla de Oro de Bellas Artes y es también autor de, entre otros títulos de, Animal de silencios, Elogios de la luz y de la sombra y La sal me

sabía a polvo, parece llevar la directriz de esa tradición poética que crea sus ante-cedentes en t. s. Eliot (1888 -1965), en r. m. Rilke (1875- 1926), en José Gorostiza (1901-1973) y en Jorge Cuesta (1903-1942), poetas de la permanencia y de lo fugaz, del tiempo y del espacio, de la conciencia y de la inmanencia. “Todo principio es un fin”, dice Eliot; “¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes angélicas?”, pregunta Rilke; “Lleno de mí, si t iado en mi epider-m i s / p o r u n d i o s i n a s i b l e q u e m e ahoga”, exclama Gorost iza; “Nada perdura, ¡oh, nubes! , ni descansa.”, gime Jorge Cuesta… todos de largo

aliento, los bardos que lidian con la metafísica, la filosofía, el espíritu y la entraña de la creatividad. Y confiesa Labastida: “Los estigmas de todas las especies resplandecen,/ de pronto, en mi gargan-ta, están, de súbito,/ erguidos, en la punta de mi lengua…”, como si estuviera llamado al imperativo de denunciar esas marcas dolorosas que imprime el

CUADRIGA DE SOLESALEJANDRA ATALA

En el centro del año,Jaime Labastida,Siglo xxi Editores,México, 2012.

UNA PISCINA MUY HONDA SERGIO RAMÍREZ

La piscina,Edgardo Rodríguez Juliá,Corregidor,Argentina, 2012.

11 de noviembre de 2012 • Número 923 • Jornada Semanal

Distopía, Leonardo da Jandra, Almadía, México, 2011.

De biotecnólogos, trilógicas, teólogos y filósofos –uno

de ellos, protagonista y voz cantante aquí– está compuesta

la galería de personajes de esta novela cienciaficcional del narrador,

filósofo y tallerista cultural Da Jandra, quien de sí mismo dice ser “esencialmente

antiautoritario”, al mismo tiempo que se declara “discípulo tropical de Ortega y

Gasset y Unamuno”. De este chiapaneco afirman quienes le han editado esta

Distopía, que la veintena de obras por él escritas “quizá se pierdan en el marasmo

de nuestro tiempo”. Queda por verse si dicha veintena, incluyendo al presente

volumen, corre tal suerte o ésta es eludida en virtud de la lectura.

La escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada, varios autores, Fondo Edito-

rial Tierra Adentro, México, 2012.

Luis Jorge Boone, Nicolás Cabral, Héctor Iván

González, Alfredo Leal, Antonio Nájera, Alfonso Nava, Luis Felipe

Pérez Sánchez, Antonio Ramos y Ana Sabau son los autores de los nueve

ensayos que componen este volumen, compilación a cargo de h. i. González,

quien también ha escrito el prólogo. El subtítulo, más que elocuente, indica algo

que es un claro acto de justicia literaria: pocos autores como el hace casi un año

fallecido y querido Daniel ejercen tanta –y a veces malamente secreta o silenciosa o

silenciada– y tan provechosa influencia en las generaciones de noveles escritores a

él posteriores. En dos grandes bloques ha concebido el compilador este conjunto:

el primero lo intitula el paisaje interior y al segundo le llamó La amplitud del

lenguaje. Se incluyen dos apéndices de utilidad indudable: uno que da cuenta

de la obra localizada de Daniel Sada, y otro correspondiente a bibliografía y hemero-

grafía alusivas.

El libro de las ideas, Ana Franco Ortuño, Ediciones Sin

nombre/Secretaría de Cultura del Distrito Federal, México,

2012.

Con al menos cuatro títulos previos en su haber, amén de compilaciones de poesía

argentina y de poetas mexicanos jóvenes, entre otras, Franco Ortuño es también académica y difusora cultural. El presente volumen puede ser tomado como “un guiño al lector que asiste a esa escritura en proceso de darse como escritura”, con el que la autora “habita la página no con la naturaleza sino con lo natural de la dicción lírica contemporánea”.

leer

en nuestro próximo número

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tiempo que cada ser, de cada género, experimenta y calla; como si Labastida oyera el sonido germinal de la planta y su doloroso crecer entre la hierba, y denunciara, no sólo la marca, también el dolor, como único resquicio en el que todo ser se habita en única soberanía, con los instrumentos primarios de la justicia y también de la poesía que son Verdad y Belleza: “Hay leyes injustas, lo sabe-mos./ ¿Hemos de aborrecer, por esto, el orden? ¿Acaso/ no sabemos que en el orden se encuentra la belleza/ y en la belleza la verdad y en ella, al mismo tiem-po,/ la razón? Lo di jo así , bajo el Sol asesino de la blanca/ y pura Atenas, un hombre enamorado del triste/ fango del derecho.”

Labastida, amparado por la instruc-c i ó n y l a f e g r i e g a s , d e s p u é s d e l a s batallas dadas sobre la cuadriga de su lenguaje, en la dulzura y en la amar-gura que expresa, canta conciliado al “hermoso y terrible, anhelo de vivir” •

El cuento es un género emparentado con la poesíaen tanto que persigue conmover al lector

de manera vertical, profunda. Comparte, en general,la brevedad del poema. El aspecto clave del cuento

es que a través de movilizar un elementoemotivo o reflexivo del lector, le abre un campo

más amplio de la historia de su vida.Guillermo Samperio

Uno de los más importantes narra-dores contemporáneos, Francis

Scott Fitzgerald, afirmaba que los escri-tores: “tenemos tres o cuatro grandes experiencias conmovedoras en la vida, que nos parece que nadie hasta ahora se ha sentido invo-lucrado y maltratado y aturdido y sorprendido y golpeado y destruido y rescatado e iluminado y recompensado y humillado de tal manera. Apren-demos luego nuestro oficio, bien o mal, y conta-mos nuestras dos o tres historias –cada vez bajo otro disfraz– quizá diez veces, o cien, o tantas como la gente nos escuche”.

Esta confesión la suscribiría también Mónica Lavín, quien en ciento cuarenta páginas, logra llevarnos a mundos en los que la realidad se distor-siona proporcionándonos la sorpresa al descubrir las distintas realidades que se asoman en los instan-tes fortuitos, los encuentros, desencuentros, las obsesiones y las tragedias cotidianas.

Los doce cuentos provocan en el lector el asom-bro, la complicidad, o la risa que Lavín maneja con calculada sencillez al construir con credibilidad

sus personajes. Es admirable por otra parte, cómo logra hacernos sentir cercanas tramas y anécdotas d e s d e l o n a r r a d o p o r u n a v o z mascul ina o una voz femenina indistintamente, técnica con la que ya nos habían asombrado escrito-r e s c o m o J u a n G a r c í a P o n c e , C a r l o s F u e n t e s o J o s é E m i l i o P a c h e c o .

El erotismo, la sensualidad y una latente capacidad de seducción recorren las páginas de la mayoría de los cuentos y forman su hilo conductor. Como por ejemplo en: “Frotar”, “Ladies bar”, “El hombre de las gafas oscuras”, “El desayu-no” y sobre todo en el cuento que le

da el título al libro: “Manual para enamorarse”, cuyo desenlace desconcierta al lector al darle un giro inesperado a la trama en la que la coprotagonista: Luisa, termina fagocitando literalmente a Adolfo, no sólo adueñándose de los derechos de autor, sino apareciendo como coautora de las futuras ediciones del Manual para enamorarse.

La inusual e intensa experiencia de la escritura deja su impronta conmovedora en “La página faltan-te” (homenaje a grandes cuentistas frecuentados por Lavín, como Chéjov, Carver, Dostoievski, Pérez Gay, entre otros). Las últimas palabras de este rela-

to son conmovedoras:“Estas últimas palabras sin

escribirse son para Kathleen y para Peter; palabras de hielo. Las veo flotar en el aire, suspen-derse frente a mis ojos, ojos que se endurecen; sólo el corazón se ha vuelto más líquido, más niño, más falto de… tibias palabras.

Es una pena, pero no creo que pueda escribir más.”

Mónica conf i rma con es te l ibro de cuentos, editado por Grijalbo, su maestría en el género que la emparenta con narradoras mexicanas e hispanoamerica-nas como: Margo Glantz, María

Luisa Puga, Rosa Beltrán, Ana Lydia Vega, Rosario Ferré, María Luisa Bombal , L a u r a R e s t r e p o , B á r b a r a Jacobs, Ana García Bergua, Ana Clavel, Almudena Grandes, Carmen Garc ía Gayte , por señalar sólo a algunas de ellas.

En estos tiempos de violen-cia incontrolable, intolerancia e incapacidad para dialogar con los otros, esta nueva obra de Mónica Lavín nos ayudará a seguir enriqueciendo nues-tra sensibilidad y a redescu-brir otros mundos posibles •

La compilación de nueve ensayos dedicados a interpretar el sentido de traducir, llevar de un

idioma a otro un texto, acarrea al lector a plantearse la pregunta básica, cuando de traducciones se trata, ¿el texto de quién estoy leyendo?

Con ejemplos aplicados a otras latitudes lati-noamericanas, el planteamiento de esa traducción resulta mucho más complejo del simple cambiar las palabras de un idioma por otro. Cuando en los seten-ta en México se leían las traducciones de los escri-tores de ciencia ficción, como Bradbury o Asimov, los “joder”, “bestia”, “hostia” y muchas similares distraían al lector de la trama que, queríamos creer, correspondía con la intención del autor. El proble-ma no era la lectura directa, sino conseguir los libros. Como si todos los lectores de autores extran-jeros leyéramos todos los idiomas originarios.

De entre los ensayos destaca el de la traducción de Altazor, de Huidobro. Si traducir prosa o instruc-ciones técnicas puede ser complicado para buscar que el nuevo texto haga el mismo sentido (supo-niendo que el lector de lo traducido tenga las mismas necesidades intelectuales y físicas que los coterrá-neos y contemporáneos del autor), se antoja un reto casi irresoluble intentar lo mismo con un poeta que, además de una escritura fonética, usaba la hoja para graficar la poesía, extenderla y hacer hasta dibujos con sus letras, de modo que la visión de la hoja diera ya una sensación al observador desde antes de leer los versos.

La traducción puede obedecer al significado de lo traducido o al significante, con abstracción del espacio-tiempo de comunicación que orienta la selección, la interpretación y la reexpresión de la obra original. También se establece la traducción “social”, donde las normas interiorizadas por el traductor son permeadas. Con este modelo descrip-tivo la traducción toma lo que una sociedad designa en un momento específico para ese uso; para lograr

ese cambio y adaptarlo al entendimiento contemporáneo del lector, se evitan los juicios de valor: la traducción tiene una función de trasladar, no de direccionar. Después se buscaría el “giro cultural”, en la búsqueda de traducir “el sentido de los otros”. Como la traductología cambia, derivaría después en la necesidad de lograr una ruptura con los enfoques hermenéuticos y textuales; influidos por Bourdieu. La traducción se toma como un bien cultural más y entonces cobra signi-ficado especial dentro de cada sociedad.

No sólo es importante qué leer, sino ver cómo se traduce. En una oferta edito-rial como la mexicana, donde se pueden conseguir traducciones de varios países sobre algunos autores, otros tendremos que leerlos con lo que se encuentre, resig-nificar la importancia de las traducciones locales terminará por llevarnos a consu-mir lo local, cuando la editorial mexicana hace la traducción pensando en el público mexicano como lector •

EL ARTE DE NARRARGASPAR AGUILERA DÍAZ

Manual para enamorarse,Mónica Lavín,Grijalbo,México, 2012.

Jornada Semanal • Número 923 • 11 de noviembre de 2012

próximo número

Traductores y traducciones en la historia cultural de América Latina,Andrea Pagni et al.,unam,México, 2011.

TRADUCIR Y REVIVIR

RICARDO GUZMÁN WOLFFER

[email protected]

BULGAKOV y el teatro soviéticoHugo Gutiérrez Vega y Ricardo Guzmán De Rotterdam

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Verónica Murguía

11 de noviembre de 2012 • Número 923 • Jornada Semanal

Chimamanda Adichie

El corazón de Saint Antoine

La fundación de ciertos sitios guarda, junto con sus nombres, una vocación. El Arca de Saint Antoine, a donde me he retirado un par de meses, es una de sus más bellas expresiones. El Arca, fundada por Lanza del Vasto, un discípulo católico de Gandhi, es lo opuesto a la desmesura atroz de México: un sitio donde el trabajo con las manos camina al lado de la vida espiritual; un mundo que, para decirlo con una frase de Lanza, guarda un profundo equilibrio “entre lo que la boca pide y la mano puede dar”, entre la vida común, pobre, austera y solidaria, y la construcción de la vida interior de las personas.

El Arca de Saint Antoine se encuentra en lo que fue la abadía de Saint Antoine de Viennois –la ventana de mi celda se abre a un her-moso jardín que colinda con la espalda de su iglesia–, en el Depar-tamento de l’Isiere, entre el río del mismo nombre y el Rhône, fren-te a las montañas del Vercors, donde los maquis fundaron y vivieron la Resistencia.

La abadía y la pequeña población que la rodea se fundaron en el siglo xi cuando, dice la leyenda, el señor feudal Geilin trajo de Egipto el cuerpo momificado de San Antonio Abad.

Durante muchos siglos, la abadía, custodiada por los bene-dictinos y servida por los antoninos –una cofradía de laicos dedi-cados a los enfermos que más tarde se volvería orden religiosa–, se convirtió en un punto fundamental de las peregrinaciones me-dievales. No sólo porque allí se encontraban las reliquias de San Antonio, sino porque ellas curaban milagrosamente a los en-fermos de “el fuego de San Antonio” o “el fuego del infierno”, esa enfermedad conocida ahora como ergotismo y que, producida por hongos parásitos en las gramíneas, provoca un frío intenso seguido de una quemazón aguda en todas las articulaciones y deriva en gangrena.

Hoy la abadía está ocupada por la comunidad de El Arca que, como dije, retoma, de alguna forma, la vocación de San Antonio Abad. Antonio era cierta-mente un sanador, pero no de enferme-dades físicas, sino del alma y del cuerpo, de la carne, en el sentido del ser humano como espíritu encarnado. Fundador, junto con otros, de la vida espiritual del desierto, antecedente del monaquismo, San Antonio –sobre el que Flaubert es-cribió una hermosa novela, Las tenta-ciones de San Antonio , y Luis Buñuel hizo una sarcástica película, Simón del desierto– era un Padre del Desierto que, a pesar de vivir como un eremita, fue un profundo modelo cristiano que a mu-chos hombres que huían de la decaden-cia del imperio romano y buscaban una salida a las desmesuras del mundo, los ayudó a encaminar y sanar su vida espi-ritual y a vivir en comunidad.

Si los antoninos, que se dedicaron a sanar enfermedades asociadas con el infierno y el desprecio de los hombres –también se dedicaron a curar lepro-sos–, eran una metáfora de la salud traí-da por el Evangelio a través de las reli-quias de Antonio, El Arca retoma, para estos tiempos, lo que San Antonio Abad y los Padres del Desierto fueron para la crisis civi l izatoria de su época: una alternativa a la decadencia y las desmesu-ras del mundo que en Mé-xico tienen el rostro de la corrupción del Estado, del crimen y de la impunidad.

El Arca es, en este sen-tido, lo que fue para los tiempos bíblicos el Arca de Noé, y para los tiem-pos de San Antonio, el de-sierto: una nave, un sitio,

para salvar la creación de un terrible di-luvio, pero no de agua sino, como lo dijo el propio Lanza pensando en las catás-trofes de una civilización basada en la desmesura de la técnica y de su recurso al poder y al dinero, “de fuego perpetra-do por la mano del hombre”.

Su vida austera, pobre, comunitaria, le devuelve su sentido más profundo a la palabra economía: el cuidado de la casa, y a la vida espiritual, su profundi-dad más plena: el amor, el servicio a los otros. Quizá, como sucedió con los Pa-dres del Desierto, el Arca sea una memo-ria del sentido humilde de la vida que, en los momentos más catastróficos de la crisis civilizatoria, pueda, junto con otras formas del común –pienso en el zapatismo–, salvar la vida y preservar la dignidad de lo creado.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva, escla-recer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la appo, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón •

Cada quien su prejuicioPara Maya López

Un prejuicio, nos dice María Moliner en su diccionario, es “un juicio que se tiene formado sobre una cosa antes de conocerla”. Me te-mo que, por una vez, este sabio diccionario se queda corto. Según yo, el prejuicio no sólo es una idea preconcebida sobre las cosas, también tiene el defecto de ser fragmentario, de estar incompleto, o de ser de a tiro una bobada. Yo tengo miles.

Me gusta recordar una frase que leí en un texto de Jorge Ibar-güengoitia. Alguien decía de un desconocido: “Me cae mal por su claxon.” Hablaban de uno de esos cláxones que tocan los primeros compases del tema de El Padrino. Otro le rebatía: “Pero si no lo co-noces.” “No lo conozco, pero de todas formas me cae mal”, contes-taba el interpelado. Con el claxon le bastaba.

Yo me hice de mis prejuicios como reacción ante quienes me rodeaban. Durante años traté a una persona muy racista, la señora f, quien hubiera podido dirigir la sucursal chilanga del Ku Klux Klan. Para ella, ni negros, ni judíos valían la pena. Me daba tanta rabia que decidí –y lo creí durante un tiempo– que ningún güero de clase media o peor, alta, protestante o católico, era digno de mi simpatía. Pero ay, no conocía a una sola persona negra a quien manifestarle mi admiración gratuita, y apenas un puñado de judíos, ninguno de ellos practicante y todos más cosmopolitas que yo (y que mi ator-mentadora, la señora f). No me tomaron en serio.

Así, me quedé pasmada con mis recién consolidados prejuicios. Me enrolé en una clase de hebreo que mis padres pagaron con caras de estupor y, en general, me metí en el tipo de lío mental que con-forma las mentes de los adolescentes pugnaces. Luego me di cuen-ta de que andaba tan prejuiciosa como la señora y me reformé. Me volví científica e igualitaria.

Me quedó la curiosidad insaciable por la cultura judía y una muy poco ori-ginal fascinación por los atletas negros. Primero fui fanática de Edwin Moses, el corredor estadunidense. Luego de Ruud Gullit, el futbolista holandés. Coleccioné fotos de Michael Jordan; luego de Ber-nard Lama, el portero francés; de Usain Bolt, el corredor; de Mario Balotelli, el futbolista; del basketbolista francés Mickael Gelabale. Y luego, en la vida real, me senté en un avión desde Brasil hasta Panamá al lado del futbolista Felipe Ba-loy. Durante algunas horas opiné que la raza superior es la negra, impresión for-talecida por el reflejo de mi larga cara de cuija en el espejo del baño del avión.

Tal vez por eso, por esa fascinación que comparto con millones y que se tra-duce en una simpatía imprecisa, me sor-prendió la confesión, vista en una pláti-ca accesible por internet, de una guapa escritora nigeriana llamada Chimaman-da Adichie, que admite haber estado prejuiciada contra, ejem, los mexicanos. La conferencia comienza de forma pre-decible, Chimamanda habla de cómo tuvo prejuicios de clase en su infancia y luego, en Estados Unidos, se enfrentó a ideas racistas sobre África. Sigue pa-ra hablar de México.

Todos los tercermundistas tene-mos anécdotas para ilustrar los prejui-cios europeos y estadunidenses. En Ca-nadá una mujer, sorprendida porque yo era capaz de comunicarme con ella en inglés, me preguntó si había coches en México, y si era arduo moverse en burro. “Coches hay más que burros, y bu-rros hay allá menos que aquí”, contesté.

En otra ocasión, un funcionario de Oxford se disculpó porque no sabía ha-blar “una palabra de mexicano”. Y así. Pero que una mujer africana confesara

haber creído todas las cosas que se dicen de los mexicanos en Estados Unidos, “el inmigrante abyecto”, dice en la conferen-cia; el “que esquilma al sistema de salud”, eso me caló más.

Mis prejuicios reaccionaron por mí: “¿Qué en Nigeria no hay guerras bárbaras todo el tiempo?” “¿Qué estoy diciendo?” me pregunté, avergonzada. “Aquí mismo se libra hoy una guerra tan cruenta y san-guinaria, corrupta y absurda, como cual-quier guerra africana.” Defender a los mi-grantes es una obligación uncida a la verdad. Hay tantos africanos que se la jue-gan en el mar como mexicanos y cen-troamericanos en el río, supongo.

Adichie viajó luego a Guadalajara, y la visión de la animada mañana tapatía la abochornó. No hay sólo una historia, ter-mina diciendo. Pues no, tiene razón.

Eso sí: me quedan ciertos prejuicios que creo justificados. A saber: los políti-cos no son como nosotros. Son mentiro-sos, manipuladores, codiciosos y cínicos. Y a ver quién me saca esa idea de la cabeza •

Saint Antoine de Viennois

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Luis TovarAlonso [email protected]@yahoo.com

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Jornada Semanal • Número 923 • 11 de noviembre de 2012

Conjuro para vender Pexi Cola

Sueño conjuros desde el vientre de mi madrePasakwala Komes

Estremece. Hace girar la cabeza y fruncir el ceño. Inquieta. Manda los ojos al cielo en busca de alguna pista que ayude a la razón. Afec-ta. Despierta un solidario deseo de ayuda o acercamiento, pues sus voces mantienen la vieja plegaria, la lección, la petición a dioses, enfermos, niños y muertos. Duele, a ratos. Regala algunas gotas de arpas, violines, marimbas, guitarra, maracas, tambor, trompeta y otros instrumentos, pero lejos de la fiesta, pues nunca aparecen todos juntos ni pretenden entretener a quienes buscan rarezas eti-quetadas como world music. Reflexivo, intenso, Sueño conjuros desde el vientre de mi madre es un objeto que abre puertas hacia un rincón íntimo del mundo tsotsil chiapaneco, acercando su tradición sin pasar por manos que corrompan en pos de un mal consumo.

Hablamos del nuevo trabajo del prolífico Taller de Leñateros de San Cristóbal de las Casas, un colectivo fundado hace casi cuatro décadas, lenta y naturalmente, gracias a la poeta estadunidense Ámbar Past –avecindada desde entonces en aquellas tierras–, y de un grupo de mujeres tsotsiles que poco a poco aprendió a trabajar el papel artesanal y a reciclar todo tipo de materiales de desecho para publicar tras cuatro siglos los primeros libros mayas. Un disco-libro de factura impresionante que inaugura otro tipo de reflejos, pues lo artístico se halla en su diseño editorial, en el trabajo de forros con alto relieve, en la impresión de múltiples fotografías a lo largo de 200 páginas (algunas plegables), en la belleza de los versos que, traducidos al español, surcan el aire sin pretenderse poemas (y que por ello son mucho más poemas); un trabajo cuyo arte se halla en eso y, de manera irremediable, en los rezos, susurros, curas,

celebraciones, peticiones, risas, llantos e historias que hipnóticamente suenan al poner en acción el disco compacto que se incluye.

Y aquí vale una aclaración: no es un producto de vitrina. No hablamos co-mo quienes aspiran a la horrenda pu-reza que mantiene marginados a los marginados. Celebramos este alumbra-miento como un fenómeno que supo crecer e integrarse con originalidad en el mapa sonoro y editorial del sureste mexicano, que ya se presentó en vivo en el ciclo Poesía en Voz Alta de la Casa del Lago del df y que, incluso, cuenta con ex-periencias en Francia, adonde fueron dos de sus mujeres para compartir los laberintos de una lengua antigua, ésa que no necesitamos comprender lite-ralmente si su poder se manifiesta en la tímbrica, en los años de la boca que la expele, en la convicción del espíritu que la anima.

Por otro lado, intentar un juicio orto-doxo a propósito de la ejecución instru-mental sería no sólo injusto sino estúpi-do. Desafinaciones y dislocaciones de ritmo son aquí parte del discurso que intenta expresarse sin atender a los tra-dicionales sistemas temperados. Dicho de otra forma, los esporádicos instru-mentos que aparecen –tímidamente– cobijando al discurso de las mujeres son, asimismo, otras voces que compar-ten pensamiento y afectaciones causa-das por el tiempo, el clima, el autodidac-tismo y las sencil las condiciones de grabación, honestas desde su amoroso afán fotográfico.

Llama la atención que la melodía del “Bolom Chon” (una de sus más conoci-das piezas tradicionales), penetre cons-tantemente otras de las composiciones. Incluso hay un bellísimo track en donde

una madre lo enseña a su pequeño hijo. Es como si lo que escuchamos, también, se volviera papel prensado y entrevera-ra sus fibras bajo el sol que paciente-mente las suelda. Y es que en este precio-so objeto no hay prisa. Qué bueno que así lo entendieron sus patrocinadores (Conaculta y Fundación Bancomer), pues pese a lo llamativo de su hechura no se trata del típico producto para pre-sumir sobre las mesas de café. Protegi-do por una caja de cartón, está dispo-nible en algunas librerías y, claro, en edición limitada. Créanos el lector: se siente bien tenerlo en la mano, en los ojos, en los oídos.

Valga de prueba este llamado a los muertos: “Abuelo, abuela: abran sus tumbas, abran sus ojos. Padre muerto, madre muerta: vengan a descansar sus corazones. Vengan a descansar su san-gre. Ya llegamos a su fiesta.” O este para curar a los enfermos: “Saca la enferme-dad, el dolor, los piquetazos, el ardor pun-zante, el hachazo que regresa y regresa, huella del pie Padre, huella del pie Ma-dre.” Finalmente, valga este “Conjuro para vender Pexi Cola”: “Que no se vaya a agriar tu rocío, las gotas que caen de tu alero. Que no se vaya a podrir el Fanta, la Pexi. Que me mantenga el refresco co-mo un hijo que trabaja para dar de co-mer a su madre” •

Morelia x (i de iii)

En 2006 hubo críticos de cine que se comieron crudo a Pablo La-rraín, luego de haber decidido que el debut de éste como director de largometrajes de ficción, titulado Fuga, contenía todos los de-fectos existentes más otros aún por inventar. Este juntapalabras no conoce la cinta en cuestión y, por lo tanto, se halla en clara desven-taja lo mismo para suscribir, si fuera el caso, que para refutar, como bien podría suceder, el rosario de impiedades con las que el reali-zador chileno fue apedreado hace un sexenio.

Aun así, cabe la conjetura de que dicha lapidación sea más el resultado de esa práctica tan común para muchos colegas, consis-tente en comportarse como quien gusta de matar moscas a caño-nazos, pues difícilmente alguien pasa de ser un albañil chambón que no sabe ni pegar un ladrillo con otro, a un ingeniero que cons-truye rascacielos, valga la metáfora, porque de algo así se trataría en el caso de Larraín si se aceptara el dictum de la crítica argentina según el cual Fuga es un filme deleznable, y acto seguido se com-para con el desempeño que su director tuvo apenas dos años des-pués, en 2008, y más aún si se coteja con lo realizado en 2010 y en este 2012. Es decir, con Tony Manero, Post mortem y No, las tres cintas dirigidas, escritas o coescritas, producidas o coproducidas por este chileno a quien, evidentemente, no debe haberle espantado el sue-ño el sonido de los hachazos críticos que le tocó escuchar hace seis años. Entre otras cosas, porque resultó más atendible el “ruido” que produjeron por todas partes los elogios y los reconocimientos, sobre todo para Tony Manero y, muy recientemente, para No, cinta ganadora del premio a la mejor película de la Quincena de Realiza-dores en Cannes.

Lo menos que puede afirmarse a favor de Larraín es que fue capaz de lograr que Gael García, aquí de protagonista, actuara,

esta vez y para variar, sin interpretarse a sí mismo. Pero eso, ya se dijo, es lo de menos.

Lo de más es que con este No, Larraín corona una trilogía fílmica en la que pone de manifiesto indiscutibles habi-lidades de su oficio, pero, además y es-pecialmente, que son de largo alcance y vienen con un extra fundamental: que esos talentos no han sido puestos en juego para que cualquier tablajero me-tido a crítico se convenza de guardar el machete, sino para estructurar, con la fuerza y la profundidad inherentes al tema, un fresco de ficción en el que cual-quiera pueda ver y entender tan desde adentro como sea posible, un lapso dolorosísimo de la historia. “Chilena”, podría haberse adjetivado, pero mejor no se adjetiva, porque la historia que se cuenta aquí, en clave de realidad real realmente ficcionada –con y sin juego de palabras–, esta historia, difícil y dolo-rosa, sucedió en Chile pero atañe tam-bién a cualquiera que no tenga por ven-tura ser chileno.

Se quiere hablar aquí de No en parti-cular, pero resulta muy difícil, si no im-posible, pues con Tony Manero y Post mortem las tres son una sola cosa, un solo tiempo: el del pinochetazo y la in-mediata dictadura del gorila condeco-rado y hasta bendecido en su momento por el muy pío Juan Pablo ii; desde que la cia le dio su apoyo al espadón en el asalto a La Moneda y hasta que la misma cia le levantara la canasta a ese mismo genocida legitimado, quince años más tarde, permitiendo algo que en México raramente sucede: que las elecciones las gane quien de veras las ha ganado.

Para quien no lo sepa o lo haya olvi-dado: en 1988, en Chile se votó sí o no a la permanencia en el poder de la bestia

uniformada aquella, y los chilenos, ade-más de votar, miraron de frente el ros-tro contradictorio de sus muy profun-das divisiones, y lo hicieron sin ambages ni florituras, como lo muestra Larraín abiertamente: el sí a la derecha y el no a la izquierda. Nada de “más allá de ideo-logías”, como les encanta decir a quienes ni siquiera son capaces de identificar o confesar la ideología propia. Nada de tibiezas o medias tintas: en la trama, dos publicistas abocados a “vender su pro-ducto” uno compitiendo con el otro, en su terreno y con sus armas, ésas tan pre-monitorias en aquellos tiempos, tan ac-tuales en éstos, tanto en Chile como en el resto del mundo: propaganda disfra-zada de publicidad, estrategia “dulcifi-cada” en promoción, jingles, gimmicks, imágenes y sonidos “aspiracionales” de bucolismo optimista, campañas del miedo con sus amenazas ni siquiera ve-ladas, todo en la misma cazuela con for-ma de pantalla de televisión.

Para quien lo haya olvidado o no lo sepa: en 1988 ganó el no, por causas que los chilenos siempre estarán en insupe-rable posición de entender y explicar, como bien lo consigue Pablo Larraín con el que apenas es su cuarto y excelente largometraje •

(Continuará.)

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Felipe Garrido

GALERÍA

Rogelio Guedea

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arte y pensamiento .......

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11 de noviembre de 2012 • Número 923 • Jornada Semanal

Ana Luisa Valdés

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Fotos: Malula, Damasco

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En Damasco

Llamo a mi amiga Warda por teléfono. Warda quiere decir flor en árabe y mi amiga, una abogada siria de unos sesenta años, con el pelo teñido de negro, se parece a una orquídea, vulnerable y rara en un mundo de hombres.

Se especializa en permisos de residencia y de trabajo y ha ayudado mucho a mis amigos palestinos que viven en el campo de refugiados de Yarmouk, en donde hay registra-dos más de 115 mil refugiados palestinos. A diferencia de lo que ocurre en Líbano, en Damasco los palestinos pueden trabajar y estudiar en la universidad y Yarmouk no se dife-rencia en gran cosa de un barrio de Damasco.

Warda es cristiana y me lleva a una de las iglesias más antiguas del mundo: aquella donde, según la leyenda, Pa-blo dio su primer prédica como cristiano, renunciando a su nombre Saulo. Estuve en Damasco por última vez unos meses antes de que empezara la Guerra civil que asuela el país y que está llenando de refugiados toda la región. War-da fue mi guía y con ella recorrí el pueblo cristiano de Ma-lula, en donde todavía se habla arameo, la lengua que ha-blaba Jesucristo. Pasamos por monasterios llenos de iconos

crítico del régimen de Assad y eso ha hecho que el régi-men le niegue la visa de salida de Siria en incontables oca-siones. Lo han invitado al festival de poesía de Medellín, a congresos en Europa y en Asia, pero él no ha podido jamás asistir.

Su voz es temida por Hamas también; es de los llamados incorruptibles, y cuando lo encontré en Damasco me dijo: ”Ana, los poetas vivimos siempre en un exilio interior. Hay que acordarse de Ovidio, exilado por Augusto a un puebli-to perdido de la actual Rumania y siempre escribiendo de su amada Roma. Yo jamás veré de nuevo a mi madre, que vive en Gaza, ni a la tierra en donde nací. Me he resignado, y con mis hijos nacidos y crecidos acá en Siria muestro que yo le apuesto a la vida, a la alegría. Pero mis hijos compar-ten conmigo este destino de exilio y Ghiat se tuvo que ir a Suecia. El régimen de Assad nos ha dado asilo, es cierto, pero con la condición de que le seamos leales y manten-gamos la boca cerrada. No es eso para lo que Alá me ha hecho poeta” •

Vera

Mi abuela Vera murió cuando yo tenía doce o trece años. Mis papás se

habían ido a Morelia y me quedé con mamá Rosa, mi otra abuela, que

vivía con nosotros. Mi abuela Vera se ha de haber muerto un viernes o

un sábado, porque me acuerdo que el domingo me arreglé, me puse

aquella falda roja que me gustaba. Había amanecido de buenas. Nun-

ca la quise, ni ella creo que me haya querido. Nunca un beso, un arru-

maco, un nada. A mí me valió, la verdad. No sentí, la verdad, no sentí

nada. Si se había muerto o no se había muerto, para mí era lo mismo.

Mamá Rosa se me quedó viendo. “Voy a la iglesia –le dije– y a comprar

nieve y a dar la vuelta con mis amigas.” Tenía doce, trece años. Y ella me

dijo, asustada: “Pero si estamos de luto.” “¿De luto?”, repliqué. “ ¿No ves

que se murió tu abuela? Mira cómo andas mientras ella está ahí, ten-

dida.” Y ya no pude; me solté a reír; me la imaginé así como era, gor-

dinflona, pintada, con sus mascadas, puesta en un tendedero •

Hipnotismo

A este pueblo olvidado en el que vivo vino Giovanni El Hipnotiza-

dor. Instaló su carpa a espaldas del panteón. Nos pareció que sería

un buen pasatiempo y fuimos. Había una cola grande esperando

entrar. Algunos, incluso, con tal de no perderse la función, maqui-

naron escurrirse por un agujero al menor descuido de la boletera.

Estaba llena la carpa de miradas expectantes. Entre ellas relucía la

del primo Lorenzín el Paralítico, en su silla de ruedas. A la tercera

llamada salió Giovanni El Hipnotizador, vestido todo de negro, sal-

vo la corbata, que era un enorme arco iris. Hacía un calor que mor-

día los huesos. Giovanni El Hipnotizador levantó una mano y pidió

tres voluntarios. De una esquina saltó un hombre de camisa abier-

ta por el medio y sombrero. Del otro extremo uno que parecía ha-

ber salido de ultratumba. Faltaba uno. El primo Ico, que estaba en

la fila de adelante, le dijo a Lorenzín el Paralítico: súbete, vale, pa’

que te cure. Y el primo Lorenzín el Paralítico le contestó: no, primo,

porque si salgo de aquí caminando mi apá seguro me manda a

trabajar al potrero. Mejor así •

y de estatuas a la Virgen María, quien, según dicen, ordenó al apóstol Lucas que erigiera un monasterio en su honor.

El régimen sirio siempre ha sido uno de los más seculares del Medio Oriente y los cristia-nos, casi el diez por ciento de la población de Siria, han sido protegidos por Assad y antes por su padre. Monasterios e iglesias conviven con mezquitas, y en la gran mezquita Omeya, la más importante de Damasco, dice la leyenda (siem-pre estas leyendas en esta zona mágica de en-cuentros y de desencuentros) que está enterra-do San Juan Bautista. Antes de ser mezquita era una iglesia cristiana y antes un templo romano y antes un lugar de culto pagano.

Warda dice que los cristianos son los que se van de Siria ahora, temiendo ser perseguidos y asesinados, como ha pasado en Bagdad. Los rebeldes que pelean contra Assad en Alep-po y en Homs se declaran partidarios de un islam severo y rígido, y es a ese islam que los cristianos le tienen miedo. Es por eso, me cuenta Warda en una línea de teléfono que suena cortada y lejana, que los hombres de nuestras parro-quias apoyan a Assad con armas en la mano y defienden nuestros barrios cristianos casa por casa.

Dice Warda: ”Cuando leas por ahí que tal barrio o tal pue-blito han sido liberados de los rebeldes y están bajo control del gobierno sirio de nuevo, no creas que son los heroicos soldados de Assad que triunfan; son nuestros hermanos, con armas que compramos entre todos. Hay un mercado negro para armas y nosotros, que creemos en una reli-gión pacífica y que predica amor, vamos a las casas de los prestamistas para vender nuestras joyas y juntar dinero para armas.”

Le pregunto por un poeta palestino nacido en Gaza pe-ro que vive en Siria desde hace muchos años, Mohammed al-Madhoun. Su hijo Ghiat se acaba de exilar en Suecia y desde allí cubre lo que sucede en su país. Mohammed es

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Jorge [email protected]

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LA OTRA ESCENA

Twitter: @JorgeMoch

[email protected]

Miguel Ángel Quemain

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Carretera 45, en el corazón de la Obrera

Antonio Zúñiga está preparando una gran celebración pa-ra el 24 de noviembre e inaugurar el Espacio Cultural Carre-tera 45 donde ocurrirá el teatro bajo un conjunto de moda-lidades que propiciarán una vida capaz de convocar e integrar a una comunidad que en los últimos treinta años sólo sabe de estigmas sociales, desprecio y desconfianza.

Este espacio, que abrirá sus puertas en dos semanas, estará en Lucas Lassaga 122, en el corazón de la colonia Obrera, a una cuadra y media del Metro San Antonio Abad. Sobre una declaración de fe gravita la voluntad de instalar-se en un espacio arisco, donde hay una antena de televisión por cada metro cuadrado de azotea y las propuestas escé-nicas más socorridas son las batallas que se gestan en la acera donde dos grupos de colosos tratan de ir hacia delan-te acompañando un balón que patean como si les fuera el nombre en esa tarea.

El desafío de Zúñiga es encontrar una actividad que le arrebate el interés al tedio que chelea en las calles donde un joven se “profesionaliza” como franelero al llamado de

“viene-viene”. La única manera que entiende para lograrlo es construir una programación regulada, enfocada en el teatro para niños, adolescentes y adultos, con propuestas alternativas y contemporáneas de pequeño formato.

Se trata de un trabajo de divulgación, pero también es el mecanismo para sobrevivir como compañía indepen-diente de teatro y “entrar al corazón de esa colonia popular” y contactar con nuevos públicos que no son los tradiciona-les. Todo el conjunto concuerda con la idea de que la sobre-vivencia de las artes no depende de un espacio, no está en la insistencia de comunicación con los públicos cautivos solamente. “Depende, sobre todo, de la siembra de nue-vos horizontes, en el acercamiento con nuevos públicos que están ahí para ser contactados. Abrir uno y varios es-pacios nuevos al público siempre dará nuevos y renovados aires a este arte tan apreciado por todos.”

Se trata de una propuesta artística para crear, en el epi-centro de un barrio bravo, una forma de réplica, la de la ima-ginación y la actuación. La imaginación propuesta incluye, en todos los casos, la programación de teatro para niños y adolescentes, por un lado, y el mejor teatro de actualidad, por el otro. Teatro contemporáneo de pequeño formato. Sin faltar el repertorio de la compañía donde se incluyen dos estrenos por año. Uno para niños o adolescentes y otro pa-ra adultos. Dirigidos por Rodolfo Guerrero y otro director invitado. Un texto de Zúñiga y otro invitado, en principio. Esa es la columna vertebral del proyecto, pero hay otros ejes coincidentes.

Director de un conjunto invencible de artistas varios, Zúñiga comandará las acciones de un grupo de actores y directores invitados que convivirán con una compañía que posee un repertorio y es capaz de organizar formas de crea-

ción a través de talleres que no sólo aspiran a la compo-sición dramática; veremos en escena la forma de un taller que deriva en montaje, como lo logró Estela Leñero apoya-da por El Círculo Teatral para montar las obras que tallerea cada lunes.

Están tan prendidos que los primeros resultados los veremos en diciembre, a unas cuantas semanas de inaugu-rado el espacio y con personas de la colonia convencidas de que deben asistir al taller de José Alberto Gallardo, An-tonio Salinas y Shanday Larios. Estos trabajos deberán in-tegrarse a la cartelera regular y pensar en temporadas de por lo menos veinte funciones por cada grupo.

El segundo eje será el que conformen los directores in-vitados con estrenos y reposiciones. Una parte de estos montajes será de Ciudad de México y, la otra, de grupos o compañías destacadas de los estados, donde habrá que buscar desde apoyos hasta coproducciones para que pue-dan pasar una temporada en Ciudad de México.

La programación busca impactar en los jóvenes y niños para la creación de nuevos públicos en la misma colonia y colonias aledañas, con la selección de trabajos ya realiza-dos y de calidad probada. Confirmados de la capital: Ro-dolfo Guerrero, Richard Viqueira, Juan Carrillo, Antonio Salinas, José Alberto Gallardo, Marianela Villa. Y del interior del país: Marco Petriz, de Oaxaca; Martín Zapata, de Vera-cruz; Fausto Ramírez, de Jalisco; Matty Aide López, de Ta-maulipas; Luis Bizarro, de Chihuahua; Conchi León, de Yu-catán; Perla de la Rosa, de Ciudad Juárez.

“Con la mayoría –dice Zúñiga– ya hemos confirmado temporadas y obras para los siguientes dos años”, es de-cir, empiezan con un largo trecho recorrido, dos pasos adelante •

El sexenio que viene y la televisión

El ruinoso, lamentable y sanguinario sexenio que agoniza –nunca fue más sabio el refrán que sentencia que no hay mal que dure cien años, ni pendejo que los aguante– fue uno de los peores de los que muchos mexicanos tengamos memoria; un sexenio improvisado –protagonizado– con soberbia y cortedad de metafóricas estaturas por uno de los peores presidentes que ha tenido México, uno de los más ineptos, medrosos y también uno de los que más em-plearon de manera fehaciente la desaseada y contumaz complicidad entre poder político y medios de comunica-ción para ocultar a la población la realidad nacional; para-dójica necedad que consiste en repetir mentiras conve-nientes al régimen para que la gente prefiera que esas mentiras sean su día a día en lugar del viacrucis cotidiano de desempleo, pobreza, inseguridad y una demasiado larga cauda de taras tercermundistas que arramblan este país. El mexicano seguirá pecando de crédulo y eso seguirá sien-do aprovechado por politicastros raqueros, por ricos je-rarcas clericales (que están, por cierto, metidísimos en los medios) y potentados corruptos cuyas fortunas se origi-nan en la explotación de sus connacionales.

Quizá ni siquiera como en el sexenio maldito de Carlos Salinas –que se hizo vía un pariente con la televisora estatal Imevisión al privatizarla de manera turbia como tv Azteca con dinero de procedencia cuestionable, involucrando mis-teriosos préstamos de decenas de millones de dólares del hermano del entonces presidente para el pariente que aparece como presunto propietario– se destinaron tantos miles de millones de pesos, ya en contratos para campañas de propaganda, ya en oscuros negocios para manipular

información, para tasar necesarias omisiones o andanadas de guerra sucia para enlodar adversarios políticos, ya en cabildeos para elaborar leyes que beneficiaran la desregu-lación de las televisoras o en adecuaciones tecnológicas que pavimentaran la consecución del monopolio en detri-mento de cualquier potencial competidor… O para poner-lo en términos simples: quizá ningún presidente mexicano se había puesto tan de modo y de acuerdo con los consor-cios de la comunicación masiva repartiendo discrecional-mente el erario público en pos de limpiar su imagen prime-ro de espurio, de tramposo, de fraudulento, y luego de caprichoso, indirecto genocida al instigar una presunta guerra contra el narcotráfico que solamente bañó al país de sangre, con el pretexto de capturar algunas decenas de de-lincuentes de renombre (menos a uno). Solamente por eso, por las cantidades brutales de dinero que malamente tiró Felipe Calderón a la barriga sin fondo de las televisoras y sus alecuijes, debería ser llevado a juicio.

Pero desgraciadamente hay indicios claros e inobje-tables de que el desgobierno de Calderón palidecerá en términos del sucio maridaje con las televisoras si lo com-paramos con el inminente desmargayate que habrá de significar para decenas de millones de personas en Méxi-co la insaculación de Enrique Peña Nieto, el regreso al po-der presidencial de un Partido Revolucionario Institucional barnizado con un recalcitrante conservadurismo neolibe-ral, la fiebre reprivatizadora y un entreguismo irracional, pero muy “míster amigo” de la soberanía y de los recursos estratégicos de la nación; un pri gracias al cual, recorde-mos la historia, existe precisamente Televisa, su principal vo-cera en los medios y donde, se dice, fue prefabricada y pla-neada toda la candidatura del exgobernador mexiquense.

No solamente es de preocupar el vínculo estrecho e ino-cultable de Peña con un clan tan corrupto como el de los Salinas, o las funciones que desempeñó en gobiernos es-tatales que se destacaron por sus corruptelas, como el de Arturo Montiel, o el suyo propio: siendo gobernador gastó muchos millones en contratos con las televisoras del duo-polio. Queda todavía en tela de juicio si tantas menciones de su gestión en los noticieros de Televisa, si los “infomer-ciales” que no eran más que promoción de su imagen per-sonal (y claro, pagados a las televisoras y sus productores con dinero público) fueron favores que el consorcio habrá de cobrar ahora que, se dice, tienen a su propio presidente en Los Pinos.

Ningún organismo ciudadano será suficiente para vigi-lar los entresijos del dinero entre el gobierno que llega y las televisoras. Ningún candado será lo suficientemente fuerte para impedir más trácalas y saqueos. Poco será el escrutinio y la denuncia de la oposición al respecto.

Pero no hay mal que dure, otra vez, más de seis años… •

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Quién, a l despertar, no ha intentado relatar un sueño,

antes de verlo desvanecerse en ese aleja-miento donde se exilian de nosotros los desaparecidos? Contarlo a un amigo, a un analista, a quien duerme y despierta a nuestro lado. Al otro. En silencio, a sí mismo. En voz alta o en secreto. Trocarlo en palabras para tratar de retenerlo. La memoria, ésa que evocamos y convo-camos a nuestro antojo, ¿no está hecha de palabras? Recuerdos mentales que otorgan las apariencias y la engañosa seguridad de lo real. Vecinos, pobladores de una ciudad fantasma, ajenos a la voluntad, otros recuer-dos, los de la memoria subterránea del cuerpo, aparecen, epifánicos, sin anunciarse. Vívidos como fueron vividos, nos devuelven instantes que escapan a la voracidad del tiempo. O, acaso, somos nosotros quienes, fugitivos de las horas, volve-mos a un momento pasado que no acaba y donde los muertos siguen vivos. El territorio de los sueños, bosque umbrío sacudido por el viento que invita a la luz a iluminar sus oscuros caminos, es silencioso. Las palabras, escasas, son ecos. Las imágenes, abundan-tes, son un juego de cajas chinas; en la primera imagen están contenidas las demás. Superpuestas, se despliegan. Borges describe a un soñador que ve ondular una cortina. Sabe que alguien se oculta tras ella y que una garra va a aparecer. Ve salir la garra antes de ser atacado. ¿Se desper-tará antes de morir? Borges no lo aclara. Tampoco explica, ni interpreta. Marcel Proust alude a la memoria involuntaria del cuerpo, sin nostal-gias, cuando el narrador, entre el sueño y la vigilia, extiende los brazos y siente contra su cuerpo el de Albertina, fallecida años antes. Recupe-ración y regalo de momentos enterrados por el olvido, que el tiempo transforma en diamantes.

¿”El sueño es una segunda vida”, como creía Gérard de Nerval? Lejos están los tiempos en que los griegos no hacían distinciones entre lo vivido en sueños y lo vivido en vela –repetía fray Alberto de Ezurdia, con una voz cavernosa digna de los albores del tiempo, al comenzar su curso de Historia de la filosofía.

Las palabras, las imágenes, el tiempo, la memoria de los sueños perte-necen a un universo paralelo (aunque ¿no nos enseña Einstein que las paralelas no existen pues se encuentran en el infinito?) , distinto al de la vigilia. Querer relatar lo soñado con el lenguaje que usamos para expre-sar eso que llamamos la realidad es un deseo luciferino e inútil. Igual sería tratar de imponer la vida en vela a los sueños. Las interpretaciones son vanas, o al menos truncas. Lo propio del sueño es la imposibilidad de traducirlo a la palabra.

“El psicoanálisis nunca ha logrado hacer hablar las imágenes”, seña-la Michel Foucault, en su lúcida y atrevida introducción al ensayo de Ludwig Binswanger, Traum und existenz (Sueño y existencia). Impugna las interpretaciones freudiana, lacaniana y otras, las cuales podrían apli-carse a casos particulares pero no a todos los sueños. A partir de Herá-clito: “El hombre despierto vive en un mundo de conocimiento; pero el que duerme se vuelve hacia el mundo que le es propio”, Foucault indica la negligencia del psiconálisis “a propósito de la riqueza sensorial en la

imaginería del sueño, toda esa pleni-tud que hacía decir a Landermann:

“cuando nos abandonamos a los sentidos es cuando somos atrapados en un sueño”.

De la mano de Novalis, para quien es en el sueño donde “reside la Eternidad con sus

mundos, el pasado y el recuerdo”. . . guiado por textos poéticos, a la manera de los raros verda-

deros pensadores (evito decir filósofos por el abuso de esta palabra en Europa), como Hegel, Heide-

gger o Jean Beaufret, Foucault rescata del silencio los implícitos del texto de Binswanger, revelación de la otra

cara del sueño: la de la muerte. “En lo más profundo de su sueño, el hombre encuentra su muerte –muerte que en

la forma más inauténtica no es sino la interrupción brutal y sangrienta de la vida, pero en su forma auténtica es el cumpli-

miento de su existencia.”“No es un azar sin duda –señala Foucault–, si Freud fue dete-

nido, en su interpretación del sueño, por la repetición de los sueños de muerte: marcaban, en efecto, un límite absoluto al principio bioló-

gico de la satisfacción del deseo.” Presagios desde la Antigüedad, los sueños pierden sus dones proféticos para convertirse en icebergs del inconsciente. El psicoanálisis les presta una palabra que les es tan ajena como lo es a la muerte. En los sueños, la muerte aparece a veces como una amenaza, a veces con otro rostro, “ya no el de la contradicción entre la libertad y el mundo, sino ése donde se alcanza su unidad originaria”. Al anunciar la muerte, el sueño manifiesta la plenitud que es la meta de la existencia. El sueño de la muerte aparece como un destino, paso de la vida hacia la existencia: “¡Banquo, Donalbain, Malcolm, despierten! Sacudan ese calmo sueño que no es sino una mueca de la muerte, y vengan a ver la muerte misma”, invita Macbeth, aceptando su muerte.

Me veo en sueños, angustiante pesadilla, al borde de un abismo. No hay camino hacia adelante ni hacia atrás. El vértigo vuelve inminente la caída al vacío. Despierto, con gotas de sudor en la frente, temblorosa, dichosa de volver a la vigilia que me da la ilusión de escapar a la muer-te. Otras noches, me veo en sueños en la cima de un lugar desde donde contemplo los abismos, donde el salto al vacío es vuelo. Me veo ense-guida en lo más alto de un camino. Alguien me propone bajar del vehí-culo que nos conduce a la muerte. Me niego, la muerte se presenta como una culminación heroica, umbral de la inmortalidad, gloriosa. Me despierto en un estado de exaltación que sólo he conocido después de este segundo sueño. ¿Cómo no recordar a López Velarde cuando se habla de sueños?

Soñé que la ciudad estaba dentrodel más bien muerto de los mares muertos...Para volar a ti, le dio su vueloEl Espíritu Santo a mi esqueleto...¿Conservabas tu carne en cada hueso?El enigma de amor se veló enteroEn la prudencia de tus guantes negros •

Gotas de silencio

Vilma Fuentes