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Suplemento Cultural de La Jornada Domingo 22 de enero de 2012 Núm. 881 Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver El inconveniente de ser Cioran AUGUSTO I SLA ARMANDO MORALES, pintor Para descolonizar la literatura colonial Dos demiurgos y un país trágico

La Jornada Semanal

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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 22 de enero de 2012 ■ Núm. 881 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

El inconveniente

de ser Cioran

AUGUSTO ISLA

ARMANDO MORALES, pintor • Para descolonizar la literatura colonial • Dos demiurgos y un país trágico

Page 2: La Jornada Semanal

Hugo Gutiérrez Vega

Directora General: C A R M E N L I R A S A A D E , Director : H U G O G U T I É R R E Z V E G A , Jefe de Redacción: L U I S T O VA R , Edic ión : FRANCISCO TORRES CÓRDOVA, Corrección: ALEYDA AGUIRRE, Coordinador de arte y diseño: FRANCISCO GARCÍA NORIEGA, Diseño Original: MARGA PEÑA, Diseño: JUAN GABRIEL PUGA, Iconografía: ARTURO FUERTE, Relaciones públicas: VERÓNICA SILVA; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: ALEJANDRO PAVÓN, Publicidad: EVA VARGAS y RUBÉN HINOJOSA, 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: [email protected], Página web: www.jornada.unam.mx

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui-tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor nada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores.

La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

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Portada: Especialista en muerte

Fotos de emilmcioran.blogspot

bazar de asombros 22 de enero de 2012 • Número 881 • Jornada Semanal

PALABRAS PARA UN DOCTORADO (II Y ÚLTIMA)

La violencia es un sangriento hecho cotidiano que se traduce en el miedo que lesiona la convivencia pacífica e impide el funcionamiento de la vida civilizada. Sufri-mos un grave proceso de deshumanización y es terrible que para superar ese miedo intentemos borrar la imagen de cuerpos decapitados o desmembrados colgados en los puentes que antes tenían la virtud de comunicar. Cerca de 60 mil muertos, 250 mil desplazados, incontables desa-parecidos, 5 mil niños asesinados, las mujeres de Ciudad Juárez y del estado de México muertas, desaparecidas o secuestradas para su venta en calidad de ganado prostibu-lario son, entre otras calamidades, el sangriento fruto de una guerra que, desde sus inicios, fue una equivocación trágica, un error de cálculo, una siniestra orden de Estado Unidos, cumplida con mentalidad de tablajero, y un em-pecinamiento en el error que nos faculta para definir a esta etapa de nuestra desventurada vida pública como “el sexe-nio sangriento”. La historia nos enseña que militarizar la convivencia social es invariablemente un error muy pe-ligroso. Los militares honestos y patriotas saben que las tareas policíacas no son parte de sus funciones y los po-licías locales, y la misma policía federal, no tienen la fuerza suficiente para enfrentar el problema. Esto ha co-locado al régimen en un callejón sin salida y, en lugar de buscar alternativas, se ha empecinado en sus errores de cálculo sin reconocer que, de momento, su batalla está perdida y le está costando a la población inocente (a eso lo llaman “daños colaterales”) sangre y lágrimas. Men-cionemos una contradicción típica de esta masacre coti-diana: Estados Unidos “cuchilea” (la palabra coloquial resulta inmejorable) al gobierno para que persiga al nar-cotráfico y, al mismo tiempo, rápida y furiosamente ven-de armas state of the art a los criminales. Esta es la culmi-nación de las gracias y aciertos del libre mercado, de las fanfarronerías siniestras de la Rifle Association.

Necesitaremos muchos años para revertir esta situa-ción trágica. En primer lugar, debemos cambiar el mode-lo neoliberal y tender a la reconstrucción del Estado de bienestar. En esta ingente tarea juega un papel preponde-rante la sociedad civil. Pienso que se trata de un esfuerzo pluriclasista que incluye a los desposeídos, a los obreros despedidos o explotados, a los empresarios medios y pe-queños, a los escasos grandes empresarios nacionalistas, a los estudiantes, las amas de casa, los intelectuales, los científicos y a los pocos políticos que profesan una ge-nuina vocación de servicio a la comunidad. En segundo lugar, debemos dedicar nuestros mejores esfuerzos al fomento de la educación (se me ocurre que, en lugar de gastar gruesas sumas de dólares en la compra de armas para enfrentar a la enloquecida violencia en Ciudad Juá-rez, la ciudad mártir, deberían haberse fundado veinte escuelas secundarias y preparatorias, así como una uni-

versidad que diera cabida a los estudiantes rechazados), de las artes y de la cultura en general, entendida como el entorno histórico genético que incluye el deporte, las re-laciones humanas, la moral que nace de la mente filosó-fica capaz de cumplir el dictado socrático de “conócete a ti mismo”, pues al conocernos aprendemos a respetar a nuestros semejantes, a reconciliarnos con la otredad. Y pensar que, mientras nos ocupamos en estas urgencias filosóficas, la Secretaría de Educación elimina, o pierde entre los ininteligibles proyectos de paquetes pedagó-gicos, a la filosofía, y coloca a la literatura en el confuso programa de la llamada comunicación. Muchos años se necesitan para regenerar a este país por medio de las reformas socioeconómicas, de la democracia política y social, de la educación y de la cultura artística y académi-ca. Por eso el gobierno debe incrementar substancialmen-te su apoyo a las universidades públicas y establecer, con carácter de urgencia, un programa de total restructura-ción del sistema educativo. Así lo están pidiendo por me-dio de un ominoso silencio, que en otros países ha sido roto por la exigencia, los 7 millones de muchachos que no estudian y no tienen trabajo, y son potenciales sicarios del crimen organizado o indocumentados sujetos a todos los vejámenes de nuestros racistas vecinos.

Quisiera terminar estas palabras con una reflexión so-bre la utilidad de la poesía, que para Tomás Segovia es al mismo tiempo una revelación y un sencillo pedazo de vida. Es claro que la poesía, como todas las artes, tiene una sus-tantividad independiente, pero está instalada en la sociedad que, en un proceso dialéctico, influye sobre ella, pero, a la vez, puede recibir su influencia y mejorar muchos aspectos de la convivencia social. Dos poetas: el padre soltero de la poesía moderna de México, Ramón López Velarde, y Jaime Sabines, nos entregan un completo programa de polí-tica social. El primero espera que todos los días, “en calles como espejos se vacía el Santo olor de la panadería”, y el segundo desea que todos los menesterosos que reciben su aurora restringida puedan beber un vaso de leche caliente. Si los políticos (hay pocas y notables excepciones) leyeran de vez en cuando un librito o una revista o un suplemento, posiblemente (y deletreando con dificultad) podrían acer-carse a esas ideas humanizadoras.

No todo está perdido. La sociedad civil se ha organi-zado en varias ocasiones y tenemos un pueblo en general bondadoso y trabajador. Diría el clásico: “qué buen pue-blo si hubiese buen señor”. Tengamos confianza en el poder y en la solidaridad que viven en el seno de la socie-dad civil que, si Dios así lo quiere, será capaz de regenerar al desgarrado tejido social y de levantar una nueva casa para todos, una casa más libre, más justa, más humana.

Pocos pensadores hay que gene-

ren la controversia y el apasio-

namiento –a favor o en contra–

despertados por Émile Michel

Cioran, que el año pasado

habría cumplido cien años.

Descarnadamente lúcido,

poseedor de una agudeza

difícilmente superable, el autor

de El inconveniente de haber

nacido ha sido acusado lo

mismo de misantropía que de

poseer “una sensibilidad católi-

ca de derechas”, cuando lo

cierto, como argumenta Augus-

to Isla en su agudo ensayo, es

que el escepticismo fundamen-

tal de Cioran lo puso siempre

más allá de ese tipo de disquisi-

ciones. Dieciséis años después

de su muerte, la obra de este

pensador rumano sigue siendo

una fuente inagotable de

sabiduría para todo aquel

interesado en ahondar en las

profundidades del alma huma-

na. Publicamos además un

poema de Félix Grande, un

ar tículo sobre los narradores

colombianos Rosero y Silva

Romero, así como una semblan-

za del artista plástico nicara-

güense Armando Morales.

Page 3: La Jornada Semanal

creaciónJornada Semanal • Número 881 • 22 de enero de 20123

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BITÁCORA BIFRONTE

Francisco Torres Córdova

MONÓLOGOS COMPARTIDOS

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BUSCANDO EL ROSTRO DE LA POESÍA

En los años preparatorianos fundé con algunos ami-

gos un círculo literario. Pegábamos poemas en un

muro los lunes (como los “San Lunes” de Guillermo

Prieto); nos interesaba la reacción de los que se de-

tenían para leer. ¿Qué encontrarían en un poema o

en la reseña de un libro? Nos agradaba la idea de Oc-

tavio Paz: “la poesía y el toreo son artes de exponer”.

DE NÚMEROS Y BOCAS

Una multitud que oscila en un oleaje de aguas os-

curas y pesadas en la cuenca de ciudades sordas y

ciegas. Un estrépito de bocas sin labios, un amasijo

de lenguas blancas y secas. Una muchedumbre de

ojos desmedidos en que apenas cabe la luz de su ira

y de su azoro. Un tumulto de pies crispados, rodillas

exhaustas, manos nudosas, hombros erizados, pó-

mulos hundidos, incoloras marañas de cabellos. Y un

olor a sudor cerrado, caliente, viejo. En el fondo de

la entraña así se tarda el pensamiento, se coagula la

sangre en su desierto, se enreda el paladar en las pa-

labras y las palabras se espesan de silencio. El cuerpo

tallado hasta los huesos con la gubia milimétrica de

la muerte viva, esa obesa a la orilla y en el centro del

país y su violencia de armas y discursos, ubicua como

una diosa, única y precisa en cada boca, la boca del

hambre y su fuego lento que en el horno de los días hace

la nada nuestra de cada día. Una multitud: 52 millo-

nes en pobreza. Y en ella, otra: 28 millones en “caren-

cia de acceso a la al imentación”. (Coneval , Infor-

Por esos años alguien me prestó libros de poemas

de Efraín Huerta (Estampida de poemínimos) y de

Marco A. Montes de Oca (Pedir el fuego) . Más ade-

lante conocí a los Contemporáneos; me sedujo el

lenguaje, la prestidigitación que rebasaba lo ele-

mental, el objeto no era real, su sustento estaba –es-

tá– en el lenguaje. Luego vinieron las definiciones:

“El don de apoderarse de las cosas mediante inespe-

rados bautismos”, “el alma inaugurando una forma”,

“un caracol nocturno en un rectángulo de agua”,

“el sonido de la pluma cuando cae hasta el fondo del

cañón del Colorado”, “una fiesta del intelecto”, “pan

de los elegidos, alimento maldito”, también era el

“golpe de dados” al que Vicente Quirarte se refiere

cuando afirma que “la poesía es una apuesta en fa-

vor de la vida. Quien se atreve a servirla acepta exis-

tir al filo del tiempo, a verse expuesto a caídas y ele-

vaciones, a tempestades y sequías”.

La gran poeta y maestra Elsa Cross nos preguntó

un día en un taller literario si los ahí presentes sa-

bíamos una definición, propia, de la poesía, o si

sabíamos qué era. Algunos, dando tumbos, lo-

graron entretejer sus palabras. Yo aún no lo

sé, pero, modestamente, creo que es más

efectivo preguntar “¿cómo la intuyes?”, y

creo que no saberlo es un primer paso

hacia la naturaleza de la escritura poética. Algunos

maceran el poema, lo rumian, lo mastican largamente

hasta que un día tropiezan con la pluma o el teclado y

lo concretan. Otros escuchan el “dictado imprevisto”

y son poseídos por una fuerza de sentido…

Hasta hoy no hay noción permanente sobre lo que

es la poesía, sólo recipientes de fondo y forma llama-

dos poemas. He visto a la poesía, la he escuchado en

la música, en el cine, incluso la he tocado… La escu-

chará, la engullirá, la tocará, la olfateará o la verá

quien pueda descifrarla, o más sencillamente, quien

la entienda sin que necesariamente la entienda: des-

de que nacemos todos somos lectores de poesía.

En India se sabe que la poesía, para escribirla, “só-

lo se entrega a quien ella quiere”, y es creíble desde

el ángulo de las preferencias. Algunos serán apolí-

neos, otros dionisiacos; las enormes distancias que

hay entre un poeta como Paz y otro como Neruda, lo

ejemplifican ( Víctor Toledo dixit). Ambos poetas re-

corren caminos distintos pero llegan al mismo pun-

to: consuman el poema (el Nobel es coincidencia).

Poesía no eres tú, indica el título del Poemario de

Rosario Castellanos. Paco Ignacio Taibo I le contestó

a Castellanos con Pit, “el gato culto” que aparecía en

la sección cultural de El Universal, cuando dijo: “Poe-

sía no eres tú, es la otra.” •

m e de evaluación de la política social, 2011 . ) Así le

llaman a la bestia y su mordida, los dientes de sus

cifras, los porcentajes y ritmos de los corazones que

deshila y las mentes que colapsa, los hígados aja-

dos y las almas supuradas, sobre todo de niños y ni-

ñas que son su mayoría. Pero el hambre, tan abun-

dante, es una, minuciosa, personal, siempre de una

en una otra vez en cada boca. En México crece 4. 2

millones entre 2008 y 2010; prospera su hongo bajo

el clima propicio de guerras, entre políticos de polí-

ticas económicas a modo para unos pocos y a gusto

con sus edificios públicos suntuosos y sus dudosas

estelas de luz. La bestia engorda al amparo de esa

sombra. “Qué decir del hambre crónica… Se puede

afirmar que existe un hambre que te hace enfermar

de hambre. Que añade más hambre a la que ya pade-

ces. El hambre siempre renovada que crece insacia-

ble y salta al interior del hambre eternamente vieja,

reprimida con esfuerzo. Cómo vas a correr mundo

cuando lo único que sabes decir de ti mismo es que

tienes hambre. Cuando no puedes pensar en nada

más. El paladar es más grande que la cabeza, una cú-

pula alta y permeable al ruido que llega hasta el crá-

neo. […] Una transparencia en el cráneo, como si te

hubieras empachado de una luz deslumbrante. Una

luz que se contempla ella misma en la boca y se des-

liza dulzona hasta la campanilla, hasta que se hincha

e invade tu cerebro. Hasta que en la cabeza ya no

tienes cerebro, sino únicamente el eco del hambre.

No existen palabras adecuadas para describir el

hambre.” (Herta Müller, Todo lo que tengo lo llevo con-

migo.) Pero “el ángel del hambre”, como lo llama Mü-

ller, es elocuente; los exilios que engendra son elo-

cuentes. Su lengua atrapa en el aire las poli l las,

moscas y aves de la muerte. Y a cebolla sabe: “En la

cuna del hambre/ mi niño estaba./ Con sangre de ce-

bolla/ se amamantaba./ Pero tu sangre,/ escarchada

de azúcar,/ cebolla y hambre.” (Miguel Hernández).

Y al Estado y su clase pol ít ica, ¿a qué les sabe

la boca? •

Ilustración de Huidobro

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22 de enero de 2012 • Número 881 • Jornada Semanal 4

uando un libro decididamente académico, en el mejor sentido, da lugar en poco tiempo y en nuestras circunstancias nada menos que para una reedi-ción, no sólo está demostrando su evidente validez en los medios específicos, sino también, es de suponer, su llamativo interés en círculos acaso más vas-

tos. Porque el coloquio La producción cultural en las colonias del Nuevo Mundo, organizado en 1994 por el Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamerica-nos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán (Argentina), merced a un exigente trabajo de coordinación y compilación de la destacada especialista Carmen Perilli, dio lugar, el año siguiente, bajo el título de Las colonias del Nuevo Mundo, a una primera edición de la misma casa de estu-dios, y luego nos ofreció una segunda con la única pero significativa modificación del subtítulo: donde antes decía Sociedad y cultura puede leerse ahora Discursos imperiales. Y es que, como suele ocurrir, la necesidad (después de todo científica) de alcanzar precisión en los conceptos no puede dejar de exigir asimis-mo claridad y hasta sutileza en los términos.

Durante demasiado tiempo Hispanoamérica man-tuvo una visión de la literatura colonial que, o la dejaba de lado como historia de España, o la consideraba apenas mero antecedente para legitimar la independencia de los Estados nacionales. Pero ha llegado la hora “de comenzar a descolonizar los estudios li-terarios coloniales”, como bien dice Silvia Tieffem-berg. Y es desde las nuevas perspectivas intelectuales y me-todológicas que la compiladora rela-ciona acertada-mente las conme-moraciones ‒y conmociones‒ o c u r r i d a s e n 1992 alrededor del Quinto Cen-tenario, que co-mienzan a ser percibidas, en el entramado más profundo de esos textos nacidos en la aparentemente in-conmovible modo-rra colonial, tensiones y hasta crispaciones que tienen que ver sin duda con nuestra más viva identidad.

Sobre un espacio que sin in-genuidad alguna se quiso imagi-nar como desierto, pero que en rea-lidad estaba poblado por culturas de índole predominantemente oral (¿cómo ol-vidar aquella imperdonable pira en que ar-dieron miles de venerables códices mayas, perpetrada por dos frailes de triste memoria?), igual que muchos otros imperios, la España entonces monárquica y absolutista ‒que también padecía por supuesto la propia España‒ vino a complementar el saqueo a sangre y fuego de las riquezas y la supresión de los diferentes con el imperio de la palabra escrita (esa “violencia de la letra” a que alude María Jesús Benites), vehículo de un rígido sistema de pautas culturales que no pretendían sino justi-ficar consciente o inconscientemente lo anterior (“Se fundaba sobre la nada. Sobre una naturaleza que se desconocía, sobre una sociedad que se aniquilaba, sobre una cultura que se daba por inexistente”, razona lúcidamente José Luis Romero). Que esa imposición cultural, en gran medida desdichadamente exitosa,

ya que en muchos de nuestros países casi ha desaparecido la riqueza cultural del universo aborigen, no haya sido posible sin tensiones, es lo que recién viene a vislumbrarse en textos producidos durante ese período.

Todo mestizaje no consentido es fruto ineludible de una violación, así sea obtenida incluso con seducción o dulzura. Si el aborigen queda mudo, cuando no muerto, ante la irrupción de la dominante cultura escrita, también al que es criollo ‒y por lo tanto mestizo‒ de sangre y lleva en sus propias venas el conflic-to, le resulta lógicamente difícil atravesar con serena mansedumbre su ardua situación. Pero, si no tan dramática, no menos compleja es la situación en los estadios supuestamente superiores, donde americanos de estirpe nítidamen-te española, y hasta los mismos españoles colocados en un contexto geográfico diferente y tan lejano no sólo en el espacio de la metrópoli a la cual se sienten ligados (“esa sociedad los rechaza por distantes y distintos”, afirmó Jaime Con-

cha), dejan traslucirse en lo que escriben de su desamparo, su extraña-miento y hasta su desconcierto. Y llegó a manifestarse desde

aquí incluso contra “el desdén español”, es decir, el desconocimiento, la falta de interés y aun la

desidia de la metrópoli (hasta Lope de Ve-ga en 1599, “las hazañas de la Conquis-

ta no tuvieron cabida en los textos españoles de imaginación”, dicen

Martínez-Rotker). Que tal bagaje de tensio-

nes y conflictos, manifies-tos o latentes, resulte sin

duda e l yacimiento sobre el cual tantea

nuestra trabajosa identidad ‒y con secuelas no resuel-tas que mucho me temo es tán v i -gentes‒, explica e l apas ionado interés con que nos conmueven estas páginas. Sería justo resal-tar a todos los autores que, en

mayor o menor medida, contribu-

yen al logro del con-junto. Pero no menos

injusto sería obviar que el trabajo de Susana

Rotker (luego trágica-mente fallecida) y su es-

poso Tomás Eloy Martínez, sobre la Historia de la conquista

y población de la provincia de Vene-zuela, de Oviedo y Baños, ocupa un lugar central no sólo por su tama-ño sino por lo amplio y profundo de sus alcances, así como que la

presencia de dos reconocidas figu-ras, como Susana Zanetti y Emilio Cari-

lla, realza el nivel general de los otros investigadores, entre los cuales cabe se ñalar a la eficaz compiladora, Carmen Perilli, cuya atinada indagación sobre conciencia criolla y ciudad letrada en relación con la apasionante personalidad del mestizo peruano Espinosa Medrano, el Lunarejo, brinda acabado testimo-nio de esa “pertenencia conflictiva” a que no podía dejar de dar lugar no sólo la evidencia de que “la Lengua, la Cultura y la Religión son los tres instrumentos más sutiles y eficaces de la colonización”, sino también la todavía aún hoy dolo-rosa convicción de que “la Corona ha impuesto una máscara de paz sobre la más violenta explotación” •

Rodolfo Alonso

Para descolonizar la

literatura colonial

C

Quema de códices por misioneros

Page 5: La Jornada Semanal

22 de enero de 2012 • Número 881 • Jornada Semanal 5

era así: en casa del brasilero las guacamayas reían todo el tiempo; yo las oía, desde el muro del huerto de mi casa, subido en la escalera, recogiendo mis naranjas, arrojándolas

al gran cesto de palma; de vez en cuando sentía a las espaldas que los tres gatos me observaban, trepados cada uno en los almendros, ¿qué me decían? Nada sin entenderlos.”

El párrafo inicial de Los ejércitoses un compendio de la poética singular que espera al lector. Un extraño jardín de motivos que podríamos llamar góticos, y un tropel de recursos de extrañamiento, iro-nía, absurdo y broma: toda una maraña en cu-yas puntas se deja poco a poco la literalidad del rol de lector. Muchos sólo en la segunda pasada por el texto se dan cuenta de que en este párrafo el narra-dor informa que tres gatos han hablado y algo le han dicho que él no ha podido entender. Y así, en forma precoz, Evelio Rosero nos pone en el trabajo de cons-truir una teoría del narrador del relato y nos sugiere que lo que sigue hay que leerlo con todas las pre-cauciones necesarias en la escucha de una voz que encuentra obvio que sus gatos le digan cosas. No es el texto fabuloso que suscita la fogosidad lectora del colombiano, sujeto a quien sus “clásicos” tienen acostumbrado al modelo de la crónica estaduniden-se: detalles estratégicos que a la vez que son una no-ta que ancla la lectura en los presupuestos cultura-les compartidos de autor y lector, imponen un juego fácil de correspondencias y oposiciones.

Muchos encontrarán extraña y parca la guerra civil que envuelve al anciano maestro de escuela, que no puede ser más que distante para un narrador car-gado de años, tantos que ya oye a los gatos hablarle; que poco se parece a la estruendosa contienda de los grupos informativos y del Departamento de Estado. La enrarecida y visionaria fábula no augura la recep-ción unánime y enfática a corto plazo.

Este libro será una leyenda dentro de unos años. Irá reuniendo sus lectores pausadamente hasta con-vertirse en un clásico, en algo que, por lo pronto, parece totalmente lejano de su poética tenazmente desconstructora. Rosero adopta esta fábula “pobre” (como corresponde a un país cuyos pobres son el se-tenta por ciento de la suma de sus habitantes) y, como autor, renuncia en una desgarradora auto-descons-trucción a los atributos enfáticos del autor periféri-co internacional. La fórmula es contar todo desde la conciencia frágil y resbaladiza de un anciano que de su mocedad remota conserva el instinto de las mu-jeres, la voracidad de espiarlas, el voyeurismo. Un patriarca que en sus últimos días confunde el arma-gedón y el desmoronamiento de sus últimos motivos

Ernesto Gómez-Mendoza

un país

trágico

Dos demiurgos y

vitales. De contera, el fabulador sugiere lo aberrante de una guerra en cuyo intervalo dilatadísimo los co-lombianos desembocan en la senilidad sin haber vi-vido ni un día de cese de hostilidades. Desconstruir al autor con plenos poderes mágicos para transmutar los trópicos tristes en Macondos donde las miserias engendran divertidas parodias y carnavales cotidia-nos y evasiones rabelaisianas, es la inesperada op-ción de Rosero, un fabulador tan diestro que podría sin apremios fabricar clones de Macondo o Comala. ¿No será ese su más expreso pronunciamiento? Ma-condo como San José, el pueblo de Los ejércitos, im-plosiona porque se queda sin gente y el patriarca, el decrépito narrador que oscila entre la vigilia y el sueño, agoniza en medio de los fragmentos del sueño de su existencia, en una frontera que la nación colom-biana no supo adoptar, integrar al relato de la moder-nidad, sino por el contrario condenar al destino de territorio proveedor de materias primas, de selva abierta a machete como preludio de la entrada de las empresas globales, extractoras de sus riquezas mal-ditas. Los ejércitos que rodean a este desconstruido Macondo se disputan dichos recursos, y en sus calles sólo queda un viejo que pronto será un fantasma y un vuelo de palabras arrastradas por la hojarasca.

La nueva novela colombiana ha surgido sigilosa-mente en los últimos veinte años, con autores que ya no flotan por fuera del geist de la novela.

Autores como Ricardo Silva Romero, ante quien valdría la expresión de Stendhal colombiano, puesto que sus libros son espejos colocados en un camino, en la ruta por donde pasa el tropel del mundo. Acabo de leer su Autogol. La he terminado con la sensación de que queda definido un hito en mi carrera de lector. Tan importante como No me esperen en abril, de Bryce Echenique, o Sin remedio, de Antonio Caballero.

Cediendo a las sugestiones de la analogía con Stendhal, Autogol ‒como Rojo y negro‒ es un completo relato sobre los motivos de un homicida, dentro de la fascinación del canon occidental con el homicida com-plejo, que mata en completa deliberación interior y conciencia de sus actos. El acto en este caso vierte po-derosa luz sobre el laberinto del país colombiano.

Un antihéroe de la misma estirpe de Julian Sorel, que el autor cincela con el celo del novelista de casta por sus creaturas, verdaderos microcosmos pasmosos. Pepe Calderón Tovar, en una narración en espiral, cobra entidad y credibilidad, porque Silva, su demiurgo, con-sigue animarlo, describiendo su mundo y su imagi-nario en alarde fl aubertiano, comprendiendo sus obse-siones y heroicidades, registrando el carisma singular que nos hace amar a los personajes novelescos.

De paso, Silva Romero ha desentrañado el sentido del mundo del futbol, la perfecta metáfora para una sociedad cuya descomposición parece empezar la ma-ñana siguiente a la declaración de independencia, y escribe, desde entonces, una tragicómica fábula de fusión inextinguible. Apenas natural que el escenario de esta novela sea la máquina truculenta de los nego-cios de los grandes clubes de futbol y de los especula-dores piráticos, para quienes es una especie de Wall Street de la dignidad y la traición humanas. Emilio Zola, que se regodeaba en explorar los inframundos en donde se mercantiliza y envilece toda inocencia, se quitaría el sombrero ante la minuciosa recreación no-velística del grotesco mundo del deporte del balón •

“YEvelio Rosero. Fo

to: ve.globedia

Ricardo Silva

Romero. Foto: Ju

an Felipe Rubio

Page 6: La Jornada Semanal

22 de enero de 2012 • Número 881 • Jornada Semanal 6poesía

Grupo escolarFélix Grande

Fila dos, desde abajo.

El sexto, de derecha a izquierda.

En tus ojos dos clavos de silencio,

garrapatas de sino. ¡Cuánto miedo,

cuánto dos ojos, hijo mío, pariente

absoluto y menesteroso!

Yérguete. Desapénate:

disfruta ya del desagravio:

esta cazuela de sosiego

que ambos nos hemos merecido:

yo aquí en tu infancia y tú allá en mi posguerra...

Atiende, hijopaterno de mí:

no van a fusilar a papá:

el maestro don Ramón es buena gente y no va a denunciarlo.

Merienda en paz: mamá no va a tirarse al pozo,

ni se va a ahorcar en el árbol del patio,

oh llanto seco en su jaula de susto,

pobre mamá, pobre mujer tu madre mía,

perdónala en mis canas, hijo.

Perdónate en su sofocación.

Traigo buenas noticias para ti:

tu hermana Luisi, la gran caries

en tu dentadura de amor,

la que tanto se fue en su féretro blanco

vendrá mucho desde la muerte

riendo alborotando a iluminar los corredores

y a besar en nuestras mejillas

lágrimas de resurrección: respira, pues,

hasta el acuífero de tus dos pulmoncillos,

y mírame, ¡victoria!, tan viejo y tan alegre:

Desapénate, hijo. Levántate y merienda

leche espumosa, pan de trigo, rebanada

de mundo; sáciate: desayuna

la vitamina hercúlea de la vida estupenda:

tu duración y mi serenidad.

...Y, por favor, desclávate de allí, sonríe

siquiera un poco para mí: yo, tu padre, tu hijo.

No creas todo lo que deambula

por tu cabeza hereditaria. Te lo digo

en secreto: hoy es siempre todavía. Ssss...

¿No ves cómo se abren

ventanas, puertas, manos ...cómo

el día y la noche se besan en la boca universal?

Desde el eslabón tuyo de la fotografía

haz un esfuerzo: otea

esa liberación en el pañuelo incógnito

que agita para ti el destino:

ahí verás el amor con la A majestuosa

de medio siglo de hondonada junta.

Verás a Guadalupe encaramada al mundo:

conócela: ¡es tu hija, chaval!

¡Pon a sus pies tu pleitesía!

Verás a tus hermanos con su mujer, sus hijos y sus nietos:

todos cenados y almorzados, todos

hambrones de salud y con zapatos, todos risueños

en la ventisca de vivir.

Traigo buenas noticias para ti:

verás España, Europa, América inclusive:

¡viajero tú, como las almas y los pudientes!

...Y verás mi cabeza blanca,

como la de papá, semilla y duración y resistencia

de lo que un día será tu partita de canas.

¿No te das cuenta, desapénate?

Cálmate. Cálmame. Danos por fin la paz que necesitas

para envejecer despacito y morir sonriendo,

hijo mío, mi infancia, fila dos desde abajo

allá en el fondo, acá en el fondo.

De Libro de familia, Visor, 2011.

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7 Eça de Queirós

Ingleses en 1882

iempre un inglés! Completamente inglés, tal y como salió de Inglaterra, impermeable a las ci-vilizaciones ajenas, atravesando religiones, costumbres, diferentes artes culinarias, sin que

se modifique en un solo punto, en un solo pliegue, en una sola norma su prototipo británico. Tiesos, escar-pados, cortados a plomo como sus costas, van por ahí queriendo encontrar en todas partes lo que dejaron en Regent Street, y esperando Pale ale y roast beaf en el desierto de Petra, vistiendo en lo alto de las mon-tañas levita negra los domingos, en señal de respeto a la Iglesia Protestante, y escandalizados de que los indígenas no hagan lo mismo; recibiendo el Times y el Standard en los confines del mundo, y conforman-do sus opiniones, no por lo que ven u oyen a su alre-dedor, sino por el artículo escrito en Londres; mar-chando siempre hacia delante, pero con el alma vuelta siempre hacia atrás hacia el home; abominando de todo lo que no es inglés y pensando que los demás pueblos sólo pueden ser felices si adquieren las ins-tituciones, las costumbres, las maneras que a ellos los hacen felices en su isla del norte.

¡Extraña gente, para la que está fuera de toda du-da que nadie puede ser moral sin leer la Biblia, fuer-te sin jugar al cricket, ni gentleman sin ser inglés!

Esto es lo que provoca que les odie. Nunca se fun-den, nunca se “desbritanizan”. Hay razas fluidas, como la francesa o la alemana, que, sin perder sus caracteres intrínsecos, toman al menos exteriormen-te la forma de la civilización que en ese momento las contiene. En el interior de África, el francés adora al ídolo sin repugnancia, y en la China usa coleta. El inglés cae sobre las ideas y las maneras de los otros como una masa de granito en el agua; y allí perma-nece, berroqueño, con su Biblia, sus clubs, sus sports, sus prejuicios, su etiqueta y su egoísmo; convirtién-dose en un incómodo obstáculo para la circulación de la vida ajena.

Por eso, en los países donde vive desde hace si-glos, sigue siendo el “extranjero”.

Y ello los vuelve tan funestos como domadores; porque todo su esfuerzo consiste en reducir las ci-vilizaciones ajenas al modelo de su civilización an-glosajona. El mal no es grande cuando actúan sobre Zululandia o sobre Cafrería, en aquellas inmensida-des de la Tierra Negra, donde el salvaje y su choza apenas se distinguen de las plantas y de las rocas, y son meros accesorios del paisaje; allí se encuentran sólo materia bruta, en la que ninguna forma anterior de original belleza se estropea cuando ellos la re-funden para hacerla a su imagen. Vestir al desventu-

rado rey negro Cetewayo de coronel de infantería, como acaban de hacer, obligar a los jefes de los basu-tos a saberse de memoria los nombres de la familia real inglesa, quizás sean actos de feroz despotismo, pero no alteran ninguna primitiva originalidad de normas o de ideas. Para Catewayo, que andaba des-nudo, un uniforme, aunque sea de infantería, lo que hace es vestirlo; y resulta indiferente que dentro del cerebro de los basotho sólo haya fórmulas de invo-cación al ídolo y, por añadidura, nombres de prínci-pes de la casa de Hannover.

Pero cuando actúan sobre antiguas civilizaciones como la de India, donde existen costumbres, litera-turas e instituciones, donde una gran raza ha depo-sitado toda la originalidad de su genio, entonces la política anglosajona repite poco más o menos el aten-tado sacrílego del que desmantelase un templo bu-dista, bello como un sueño de Buda, para darle en su reconstrucción las repulsivas líneas del Stock Ex-change de Londres; o del que se acercara al divino mármol de la Venus de Milo, e intentase, a fuerza bruta de martillo y cincel, darle la apariencia, las pa-tillas y la levita de Lord Palmerston. La expansión inglesa por Oriente, su objetivo imperial, sería tole-

rable incluso para los nervios de un artista, si se con-tentara con llevar allá sus tejidos, sus máquinas, sus telégrafos, sus railways, dejando luego que esas razas usasen ese ingente material de civilización para desarrollarlo en el sentido de su genio y de su temperamento. Bien está que doten a la ciudad santa de Hyderabad de gasómetros y de iluminación, pero, por Dios, que no metan a la fuerza lámparas de gas en sus templos, si ello ofende sus ritos y repugna a su gusto. Que India, por ejemplo, se cubra de fe rro-carriles, suministrados por los industriales de Nor-thumberland y pagados por los indio ¡es excelente! Pero al menos que las aldeas por donde pasan, esas aldeas que los mismos ingleses describen como pequeños paraísos de paz, de humilde laboriosi-dad, de costumbres suaves, de frugalidad, de lo-zanía, de belleza moral, no se vuelvan tan tristes como las tristes parroquias de Yorkshire, al meter allí al policeman, el depósito de cerveza, la capilla pro-testante de ladrillo, el librero de Biblias, al vendedor de gin, la humareda de una fábrica, la prostitución y la workhouse… •

¡S

La guerra inglesa en India, 1897

La reina condecora a oficiales indios en el castillo de Windsor,

1882, página del Illustrated London News

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22 de enero de 2012 • Número 881 • Jornada Semanal 8

ajo la luz del Renacimiento, el genial Pico della Mirándola (1463-1494) publicó, a sus escasos veintitrés años, su Oratio de Ho-minis Dignitatae que le sirvió de prólogo a las novecientas tesis que tituló Conclu-siones philosophicae cabalisticae et teo-logicae . Su célebre discurso fue y sigue siendo un paradigma del humanismo,

entendido como exaltación del hombre cuyo libre albedrío lo puede conducir ya a las alturas de un án-gel, ya a los abismos de la bestialidad. Como todo humanista, creyó que su pensamiento ayudaría al bienestar del hombre, centro del universo; como todo cristiano optimista y tolerante, si los hay, abrió su corazón a los vientos del sincretismo y de la diversi-dad. Lleno de amor al género humano, consideró que éste era capaz de vincularse con Dios sin mediacio-nes, sin rituales, sin dogmas. Pero aquel joven que tempranamente dominó el griego, el árabe, el he-breo... pagó caro su atrevimiento: fue juzgado, con-denado por herejía y padeció la cárcel. Sometido y humillado, el brillante discípulo de Marsilio Ficino, ofendió a musulmanes y judíos. Sin embargo, esta flaqueza no logra eclipsar los destellos de su gran

Oratio, ejemplo vivo de un humanismo que supo apreciar la grandeza humana.

CADA SOCIEDAD GENERA sus humanismos: es-tudios, ideales, para mejorar la condición humana. La Antigüedad clásica, el Renacimiento, la Ilustra-ción, el romanticismo... Unos miran hacia adelante, otros hacia el pasado. Todos son emanaciones de una inconformidad con lo vivido; unos permanecen co-mo testimonios individuales; otros se convierten en ideologías orgánicas y trascienden como conciencia colectiva. Innovar o revivir; crear o imitar modelos, no importa. El Renacimiento imita a los antiguos, pero quiere superarlos. Todo vale si de lo que se tra-ta es que la humanidad, tan elástica como perfectible, prosiga por un camino ascendente.

En contraste con el humanismo de Pico, en el cre-púsculo de una civilización ensoberbecida por su progreso, cabe la sensación de vejez, el agotamiento, el tedio, el vacío. Émile Michel Cioran (1911-1995) expresa con suma inteligencia esa atmósfera deca-dente. Aunque nace y crece lejos de los grandes cen-tros urbanos, en una Rumania rural, a los veintiún años parece haber leído todo, por así decirlo. El esce-nario ya no es Rasinari, donde vio la luz primera, ya no es ese universo pastoril, donde ha sido feliz como un “animal salvaje”, ni Sibiu donde, sustraído del

Augusto Isla

paraíso bucólico, el adolescente alimenta su timidez, sino Bucarest donde, insomne, pasea por sus calles, disfruta sus burdeles; ahí donde dice “adiós a la fi-losofía” y sus sistemas, señales todos de “una vida personal pobre e insulsa”, ahí donde, harto de cultu-ra e historia, escribe En las cimas de la desesperación. En las primeras páginas de este libro, en el capítulo “yo y el mundo”, apunta, entre paréntesis, “escri-to el 8 de abril de 1933, el día en que cumplo veintidós años, experimento una extraña sensación al pensar que soy, a mi edad, un especialista de la muerte”.

Todo Cioran está aquí: el sin sentido de la vida, la tanática avidez de sí mismo, la persistente autode-nigración: “Soy una fiera de sonrisa grotesca que se contrae y se dilata infinitamente, que muere y crece al mismo tiempo, exaltada entre la esperanza de la nada y la desesperación del todo”; y más adelante: “Soy un fósil de los comienzos del mundo […] soy la contradicción absoluta, el paroxismo de las antino-mias y el límite de las tensiones; en mí todo es posi-ble, pues soy el hombre que se reirá en el momento supremo, en la agonía final, en la hora de la última tristeza.” Nunca deja de ver hacia adentro. Ya en Pa-rís, adonde viaja como becario del Instituo Francés

de Bucarest, escribe en una “Carta a un amigo lejano” (1957): “Me veo, en medio de los civilizados, como un intruso, un troglodita enamorado de caducidad, sumergido en plegarias subversivas, presa de un pá-nico que no emana de una visión del mundo, sino de las crispaciones de la carne y de las tinieblas de la sangre [...] Sí, en mis crisis de fatuidad, me inclino a creerme el epígono de una horda ilustre por sus de-predaciones, un turanio de corazón, heredero legíti-mo de las estepas, el último mongol.”

Si aquel joven no se suicida, es porque le repugna “lo mismo la vida que la muerte”. Cioran vivirá ochenta y cuatro años. En el transcurso de su larga vida, continuará observándose, y desde esa expe-riencia interior centrará su atención en el hombre. No cambiará su actitud hacia el mundo. Se odiará a sí mismo y odiará al género humano. He aquí un hu-manismo al revés, una misantropía. Y escribirá y es-cribirá. No por gusto ni por capricho, sino como una catarsis.

Desde la perspectiva individual ‒soledad, deses-peración, sufrimiento‒ la misantropía de Cioran di-buja un conflicto con el mundo; pero vista desde la dimensión cultural, ¿el narciso negro que lo recorre no es reflejo de su tiempo? ¿No están ya el aburri-miento, el tedio y el vacío, en Baudelaire, en Mallar-mé? Pero Cioran es algo más que un simple crítico de

la modernidad; es un desencantado de la civiliza-ción, innecesaria para él; su desaliento se remonta a los orígenes: el nacimiento del hombre está marcado por la insignificancia; es poca cosa. El hecho de que se considere el centro del universo es una cosa; que lo sea, otra. En el fondo, es una criatura megalómana; “un mamífero que debería haber tenido un destino mediocre, está comprometido con un destino que le queda demasiado grande”. El hombre está maldito desde sus comienzos. Por eso, lo que inventa se vuel-ve contra él, y cuanto más se agita, más se acerca a su final. La historia es la negación de todos los valores, la prueba de su fracaso: “Todos sus sueños se estre-llan contra lo grotesco del desarrollo histórico.” El devenir humano es también un antídoto contra las utopías, esos “monstruosos cuentos de hadas”. Y sin embargo, las necesita; son su fuerza, pues las ilusio-nes contenidas en ellas, como la libertad, por ejem-plo, son imprescindibles para soportar la vida, para evadir la atroz condición humana. El progreso mis-mo, salvo en su aspecto tecnológico, es una ilusión, la “utopía por excelencia”, mas, por grande que sea, no lo salvará. Pienso en todos esos bobos que idola-tran a Steve Jobs.

El discurso misantrópico de Cioran es un grito, un estallido, una bofetada; “una sucesión de exclama-ciones”; sus deslumbrantes verdades no emergen de una lógica serena, sino de una inspiración furiosa. En vano discutir con él. De ahí que en sus “Reflexio-nes sobre Cioran” Susan Sontag desatine debatiendo con las “argumentaciones” del rumano: Cioran no argumenta; clava su ponzoña con rencorosa preci-sión. Por eso el aforismo es su arma más afilada; en él encuentra la palabra más justa, la más hiriente injuria contra sí mismo, contra la vida, contra Dios. A Cioran se le toma o se le deja en sus claridades y en sus sombras. Hay quienes devoran todo lo que es-cribe, por coincidir con su cansancio, con su rabia o por mero esnobismo; pero también hay quienes pronto lo abandonan, como un amigo a quien le di a leer Breviario de podredumbre, por considerarlo monó-tono, hiperbólico y acaso insincero.

Cioran escribe sus primeros cinco libros en ruma-no. Pero en 1947 decide redactar en francés; era, para él, un idioma odioso “con todas sus palabras pensa-das y repensadas, afinadas y sutiles hasta la inexis-tencia, volcadas hacia la exacción del matiz, inexpre-sivas a fuerza de haber expresado tanto, de terrible precisión, cargadas de fatiga y de pudor, discretas hasta en la vulgaridad [...] Una sintaxis de una rigi-dez, de una dignidad cadavérica las estruja y les asig-

El inconveniente de ser

B

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na un lugar de donde ni el mismo Dios podría des-plazarlas”; detesta sus rigores, empero asume el reto y lo conquista. Él, tan indiferente a toda gloria ‒as-piración ridícula‒ anhela secretamente ser leído. Breviario de podredumbre fue un martirio: lo rehace cuatro veces para no ser considerado un “meteco”. Este libro, extraído según él, de sus “bajos fondos” para injuriarse e injuriar la vida, le abre el camino de la consagración como uno de los grandes escritores en lengua francesa. Escritos en rumano o en francés, los títulos mismos de sus libros llevan la impronta de su morbidez: Silogismos de amargura, La tentación de existir, Desgarradura, El inconveniente de haber na-cido. . . Todos parecen ser variaciones del primero, a cada vez más concisos, más fragmentarios, en ascen-so sonoro como el Bolero, de Ravel.

ENTRE EL CREER Y EL NO CREER, en la impo-sibilidad de la fe ‒invención cristiana‒, así vive su alma atormentada, llena de amor a los místicos, deseosa de eterna calma, de un éxtasis que por mo-mentos experimentó en su estancia alemana allá por los años treinta. Como todo blasfemo es un pen-sador profundamente religioso. ¿Cristiano a su pesar? Como Nietzsche, aborrecía el cristianismo ¿Pero acaso no lo llevaba en la sangre, como una tara? Su padre era sacerdote ortodoxo; mas a dife-rencia del germano que creía en el hombre y en su capacidad de superarse a sí mismo, Cioran pensa-ba que creer en el hombre es una necedad, una lo-cura. En La tentación de existir, la retórica anticris-tiana se concentra en el odio a san Pablo, “un judío no judío, un judío pervertido, un traidor [...] Cuan-

do ya no sé a quién detestar, abro las Epístolas y en seguida me tranquilizo. Tengo a mi hombre [...] Una civilización podrida pacta con su mal, ama el virus que la roe, no se respeta a sí misma, deja a un san Pablo ir y venir. . . Por esto mismo, se confiesa vencida, carcomida, acabada. El olor de la carroña atrae y excita a los apóstoles, sepultureros ávidos y locuaces [...] El paganismo les trató con ironía, arma inofensiva, demasiado noble para doblegar a una horda insensible a los matices.” Y sin embar-go, ¿no se asemeja Cioran al de Tarso, no desprecia, como éste, el mundo, la carne; no mira con malos ojos toda sensualidad, no incluso percibe en el co-mer “un acto de envilecimiento cotidiano”, aunque a diferencia del apóstol, Cioran nada espera de su renuncia?

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Fotos: emilmcioran.blogspot

Page 10: La Jornada Semanal

1022 de enero de 2012 • Número 881 • Jornada SemanalensayoFERNANDO SAVATER, EN UN HERMOSO LIBRO, Ensayo sobre Cioran, por el que luchó durante mu-chos meses para que fuese aceptado como tesis doc-toral en la Universidad Complutense de Madrid, dio en el clavo en su apreciación: “La única tarea [de Cioran], si se la puede llamar así, es el desengaño.” Es comprensible que las demoliciones del pensa-dor rumano fueran rechazadas como habitantes de la academia filosófica, que alguien proveniente de la periferia del mundo y aspirase a “sensibilizarse a la oscuridad que la policromía ilusoria pretende en-mascarar” fuese indigno de ser considerado como filósofo a despecho de que sus reflexiones sobre la existencia, el tiempo, la vida, Dios, la historia, la li-bertad... se abordaran de otra manera, evitando toda pedagogía, gozando la negación de la felicidad, de

la vanidad de todo esfuerzo, del orden mismo del mundo. Difícil resulta la aceptación de alguien al que se le revela la inanidad del ser, ese despertar de la conciencia que riñe con “las personas decentes y de provecho”, esa violencia que admite la eterni-dad de la miseria, ya la interior, ya la de la vida social. Pues que el hombre ensucia y degrada todo lo que lo rodea. En lo personal mucho agradezco a Savater que haya despertado mi curiosidad y que de su mano muchos lectores de habla hispana nos hayamos aden-trado en el atrayente infierno cioraniano.

EN POLÍTICA, ¿QUÉ ES CIORAN, de izquierda o de derecha? Ninguna calificación podría atraparlo. Para él, todas las sociedades son malas, pero hay peo-res. Así, rechaza lo mismo la sociedad burguesa, ilu-sión libertaria y “quintaesencia de la injusticia “, que la tiranía comunista. Rechazar o aceptar el orden establecido, da igual; nada cambiará. En su ensayo “El pensamiento reaccionario” ‒a propósito de Joseph de Maistre‒, leemos: “Lo trágico del universo polí-tico reside en esa fuerza oculta que conduce a todo movimiento a negarse a sí mismo, a traicionar su inspiración original y corromperse a medida que se

afirma y avanza. Porque en política, como en todo, nadie se realiza sino a través de su propia ruina.” Cioran no pertenece a nadie; el juvenil pasaje de su adhesión a La Guardia de Hierro ‒movimiento fas-cista, ultranacionalista, antisemita‒ le produce a la postre, “vergüenza intelectual”. Y aquí, de nuevo, Sontag se equivoca atribuyéndole “una sensibilidad católica de derechas”. Cioran es un proclamador de la pasividad, de la negación, incluso de ese no hacer nada en la vida. Un escéptico desesperado.

Escéptico, el rumano duda incluso del valor del intelecto. Cioran prefiere la compañía de la gente humilde ‒pescadores, campesinos‒, de aquellos que nada saben o cuya sabiduría es no convencional: “un barrendero sabe más de la vida que un filósofo”; y por eso mismo logran el acceso a la felicidad. Un es-

CIORAN, EL PENSADOR, camina por una senda, la del asco a la gente y a sí mismo; Cioran, el hombre inmerso en su cotidianeidad, ¿por otra? Responde a las cartas de personas desconocidas, acepta entrevis-tas, se muestra compasivo; ofrece refugio a víctimas de la persecución durante la guerra; se ocupa de la suerte de sus sobrinos; derrocha gentileza, simpatía y humor cuando recibe visitas en su departamento de París, “ese cementerio bullicioso” que será su cárcel a partir de 1937; disfruta ya las caminatas en el parque de Luxemburgo, ya las veladas con sus amigos. Pién-sese lo que se quiera; él es así: si por un lado, nos dice que “los sentimientos entre amigos son falsos”; y por otro, confiesa su cariño hacia los suyos, como Samuel Beckett. Es contradictorio, pero nunca pierde la lu-cidez, ni siquiera en el enunciado de sus paradojas: “Que la vida no tenga sentido es una razón para vivir, la única, su realidad.” Si como pensador arroja sus flechas envenenadas, después, en su diario vivir, las recoge y las guarda. Así, no obstante que nos diga que “inclinarse hacia el bien es una aberración, una vio-lencia con el ser”, si alguien lo consuma es por una especie de distracción del orden; pues bien, él acaba siendo un distraído, un hombre pleno de bondad, un hombre de luz, como suele decirse.

YA VIEJO, CIORAN SE DEJA RETRATAR. Sus pro-fundas arrugas deletrean un inmenso sentimiento de duelo. Viéndose tal vez en el espejo de Diógenes, en El ocaso del pensamiento (1940) se pregunta: “¿Qué ha-brá impulsado a Diógenes hacia la catastrófica ruptu-ra del hechizo ingenuo, delicado y envolvente de la existencia? [...] ¿Qué consuelo le habrá faltado, qué caricias le truncaron, para separarle de la felicidad a la que debió ser sensible incluso si nació con vocación de réprobo?” Algo perdió también Cioran en el cami-no, como el entrañable cínico, como ¿las fresas salva-jes del personaje de Bergman, el sombrero que guarda el patriarca de La gata sobre el tejado caliente? ¿El trineo de El ciudadano Kane, de Orson Wells? Sí, algo que na-da compensa. Ni los amores, ni la gloria, ni las cosas acumuladas en el desván de la memoria; algo que lo obliga a mirar hacia la nada, hacia las cenizas que son “el desenlace de todo”, y en lo que sustenta su humanismo al revés, su misantropía.

Tal vez la clave esté en las últimas páginas de Ejercicios de admiración cuando nos dice: “Yo nací cerca de los Cárpatos y adoré el pueblo donde pasé mi infancia. A los diez años tuve que abandonarlo para ir al liceo de la ciudad. Fue una experiencia terrible que nunca olvidaré: el espectáculo de un animal llevado al matadero. Los condenados a muerte deben conocer sensaciones semejantes antes del suplicio final. Yo sabía que lo perdía todo, que era expulsado de mi propio edén y que no merecía ese castigo. Cuando pienso en ello tras una vida en-tera, me doy cuenta de que tenía razón de haber reaccionado así, que en el fondo la civilización es un error y que el hombre debería haber vivido en la intimidad con los animales, apenas diferente a ellos. En ningún caso debería haber ido más allá del esta-tuto del pastor. La conclusión de una vida se reduce a la constatación de un fracaso.” Pero ese fracasado, ese hombre que se consideraba un holgazán, alguien que no servía para nada ni quería servir para nada, nos ha dejado un testimonio tan cruel como gran-dioso, que perdurará con su lucidez mientras se prolongue la aventura del hombre •

céptico que, sin embargo, no cesa de admirar. Ejer-cicios de admiración lo ponen contra la pared de sus dubitaciones; admira a Jorge Luis Borges, a Mircea Eliade... a María Zambrano, a quien dedica palabras conmovedoras como éstas: “Quisiéramos consultar-la en los momentos cruciales de una vida, en el um-bral de una conversión, de una ruptura, de una trai-ción, en la hora de las últimas confidencias, graves y comprometedoras, para que nos revele y explique a nosotros mismos, para que nos dispense, por así de-cirlo, una absolución especulativa, y nos reconcilie tanto con nuestras impurezas como con nuestros ca-llejones sin salida y nuestros estupores.”

“ “Él, tan indiferente a toda gloria ‒aspiración ridícula‒ anhela secretamente ser leído. Breviario de podredum-bre fue un martirio: lo rehace cuatro veces para no ser considerado un “meteco”.

Foto: emilmcioran.blogspot

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11 leeer

en nuestro próximo número

Jornada Semanal • Número 881 • 22 de enero de 201211

BORGES O EL DARWIN DE LA FANTASÍA

RAÚL OLVERA MIJARES

Manual de zoología fantástica,

Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero,

FCE,

México, 2010.

próximo número

EROS, AFRODITA Y EL SENTIMIENTO AMOROSO Xabier F. CoronadoEntrevista con Marie-Eve Therenty J.D. Argüelles sobre Efraín Bartolomé

[email protected]

Escribir en el aire (colección),

Varios autores,

Feria Nacional del Libro y la Lectura Michoacán/Secretaría

de Cultura de Michoacán/Gobierno de la Ciudad de México/

UNAM/Ediciones Eón,

México, 2011.

NUEVE TÍTULOS NUEVE

ANTONIO SORIA

Nueve son los títulos de esta colección que, gracias a los buenos oficios y el tesón de Gustavo Ogarrio, entre otros entusiastas, ve ahora la luz y quiere ser –ojalá pase de ser sólo un deseo‒ la primera tanda de una larga vida. De vocación poética, está compuesta por dos antologías y siete poemarios de autor; como se ve líneas abajo, algunos de estos últimos son conocidos en el ámbito literario nacio-nal, mientras al menos uno de ellos debuta en las lides de la publicación masivo-libresca.

El brillo de la yerba húmeda. Antología de mujeres poetas en Michoacán, compilado por Margarita Vázquez y Gaspar Aguilera, ofrece textos de veinti-cuatro autoras, entre nacidas y avecindadas en Michoacán, y abarca un arco generacional tan amplio como medio siglo, pues va desde Graciela Salinas, nacida en 1934, hasta Leonarda Rivera, de 1984.

La memoria de los atunes. Antología poética de talle-res literarios en Michoacán. “Quizá no son todos los que actualmente tienen vida, pero todos los que aparecen aquí son ampliamente reconocidos y en muchos casos llevan a cuestas un trabajo de años y décadas.” Lo anterior se refiere a los nueve talleres literarios aquí antologados, de cuyos integrantes, quizá también, habrá de escucharse y leerse más adelante, ya por cuenta y por voz propias.

Historia de todas las cosas, Gaspar Aguilera Díaz. De brevedad y precisión se componen las aguas en las que abreva esta vez uno de los poetas michoa-canos contemporáneos más conocidos.

Juntaversos, Saúl Ibargoyen. Uruguayo-mexica-no, el prolífico Ibargoyen es otro de los arriba mencionados autores bien conocidos, que aquí alude, por vía del título, a uno de los más célebres libros escritos por su paisano Juan Carlos Onetti.

Poemas encendidos, Sergio Mondragón. Otro viejo conocido poético, el autor de El aprendiz de brujo y Hojarasca, entre muchos otros, prosigue aquí su luengo y vigoroso periplo literario.

Vacas y navajas, José Luis Castillo González. Moreliano de nacimiento; textos suyos han apare-cido en las antologías Olvidados y excéntricos, y Los nombres y las letras. Salvo aclaración en contra, este debe ser su primer libro en solitario.

El mosto de la serpiente, Mario Cruz. “Poeta y cronista, director de la revista Crasis, que publica poesía y cuento e integrante del comité editorial de La ruta infame –informa la cuarta de forros‒, el autor es un genuino sobreviviente de sí mismo, hazaña en donde la poesía ha jugado un papel fundamental.”

Instantáneas del distante, Sergio J. Monreal. Autor de cuatro libros antes del incluido en esta colección, Monreal es también narrador y drama-turgo. Aquí se propone darle perfil preciso a “los instantes que pueblan las distancias”.

Épicas menores, Gustavo Ogarrio. Más conocido como narrador y, sobre todo, como cronista, Ogarrio está igualmente en posesión de una voz y un aliento poético propios, de lo cual dan testi-monio, entre otros, unos cantos desalmados, una crítica de la razón pura y algunas parábolas •

Este curioso manual que dilucida una fauna pura-mente fruto de la imaginación es posible abordar-lo de diversas formas e incluso en etapas contras-tantes de la vida. Cuando se llega a él de joven, inexperto en achaques de letras y sediento de infor-mación, se convierte en un calidoscopio truculen-to, de fácil y engañosa lectura, reacio a la mnemo-t e c n i a m á s p a l m a r i a . M u y d i s t i n t a e s l a experiencia cuando se accede a él al final –no al principio– de la vida, que para algunos es esa extraña suerte de carrera que consiste en descifrar y paladear libros raros. Arribar a esta diminuta isla, casi un cayo que se pierde en las estribaciones e inmensidades de los bancos de arena hacia mar adentro, en contraste con el macizo continental

que representa la obra de creación propiamente dicha o pura de Borges, ese corpus poético, narra-tivo y ensayístico del hacedor y el estudioso.

En esta última faceta, precisamente las obras escritas al alimón con Adolfo Bioy Casares bajo el sonoro seudónimo de Honorio Bustos Domecq, las ágiles y solventes tentativas de novela policial, o bien las antologías, prólogos y recopilaciones diversas hechos en colaboración con mujeres, María Kodama la última, la cónyuge in extremis del escritor y heredera universal de sus bienes, comprendidos los derechos de autor, aunque también obras precedentes realizadas con Betina Edelberg, Alicia Jurado, María Esther Vásquez y, de manera muy particular, Margarita Guerrero, con quien realizaría el estudio preliminar a la edición del Martín Fierro, de José Hernández, y una obra señera en su género, un bestiario que lleva el sugerente título de Manual de zoología fantástica.

El jardín zoológico borgiano es una recopilación extensa, variopinta, si bien ágil, de criaturas mito-lógicas y literarias que van desde centauros, arpías, ictiocentauros o centauros-tritones, unicornios o nagas, por mencionar a los más ampliamente difundidos que se presentan como auténticas espe-cies fantásticas compuestas de numerosos indivi-duos o bien seres únicos e irrepetibles, como Pega-so, Escila, Garuda, el Fénix, el Ave Rock, el Behemoth, el Cancerbero, el Kraken, al lado de entidades tan escurridizas y sutiles como los seres térmicos, crocotas y leucocrocotas, animales de los espejos, animales metafísicos o animales esféricos. Varias de las criaturas soñadas por Kafka asoman sus confusas y tímidas cabezas en estas páginas, así como las cantadas por otros grandes literatos como C. S. Lewis, Plinio, Dante, Ariosto, fray Luis de León y algunos poetas y sabios indios, chinos y musulmanes. Un verdadero deleite deparan al lector estas descripciones, amenizadas con el inimitable estilo de Borges, cazador de aporías, laberintos e hipálages, ilustrados con citas de gran-des autores que, cuando no se ofrecen en el original castellano, que es en contados casos, se proponen en traducciones escogidas, selectas, salidas no pocas veces de la pluma del mismísimo Jorge Luis Borges (1899-1986), el hombre de letras más brillan-te que produjo el siglo XX hispanoamericano y quizá hispánico en su conjunto •

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AVerónica Murguía

22 de enero de 2012 • Número 881 • Jornada Semanalrte y pensamiento

Prohibido pensar

En este país, en el que nadie lee y la educación está al nivel del sue-lo, tenemos una actitud ambivalente ante la cultura. Por un lado nos lamentamos: no hay lectores y poquísimas librerías; en otros países donde se habla castellano, como España, Cuba, Argentina, Colombia, Chile y Uruguay, se lee más que en México. Nadie va al teatro, a la danza, a la ópera, a las exposiciones. ¿Leer divulgación científica? Menos. Somos ignorantes. Un desastre.

Con la cabeza gacha acabamos afirmando, convencidos, que la educación es la única salida para el atolladero nacional. Todos esta-mos conscientes. Hay propaganda en las calles instándonos a leer: en las fotos aparecen actores y cantantes pop con libros en las ma-nos. Pobres. Salen en la foto con la misma cara de estupor que ten-drían la mayoría de los escritores que conozco si los pusieran sobre un elefante. “Lee veinte minutos al día”, imploran los spots radiofó-nicos. Veinte minutos. El tiempo mínimo de ejercicio que se debe hacer diariamente, según la Secretaría de Salud. La verdad es que veinte minutos es muy poco, ya sea de lectura o de ejercicio. Vamos a terminar obesos y sin saber cómo escribir diabetes.

Por otro lado, la cultura se nos antoja al mismo tiempo rígida y vagamente irrisoria; aburrida y aristocratizante. Nadie admite que repudia los libros, pero muchos se jactan alegremente de no leer, sin ambages, como si retaran al establishment, cuando no hay esta-blishment menos lector que el nuestro. Si escuchamos radio o vemos televisión, nos daremos cuenta de que la mayoría de los locutores, publicistas y redactores de anuncios no sabe para qué sirven las preposiciones y que los políticos suelen conjugar verbos en tiempos desconocidos para el resto del universo. Las revistas de sociales es-tán redactadas con los pies, las de espectáculos ni se diga.

Quienes sí leen acostumbran elogiar lo que leen por entreteni-do, enfatizando que no es pesado o difícil de comprender. Yo no sé cuándo la lectura adquirió la obli-gación de ser divertida y ligera, pero ese es un deber de los progra-mas cómicos, no de los libros. El arte no es un florero, ni tiene el compromiso de ser inocuo o deco-rativo. Pero el público, esa abstrac-ción tirana, exige que las artes escénicas tengan propuestas sim-ples; que las novelas no propon-gan problemas arduos y que la poesía sea transparente. Si a uno le gusta la ciencia, las matemáti-cas, la música clásica o la poesía del Siglo de Oro, corre el riesgo de que le digan pedante, fatuo, afectado. Creo que muchos prefieren ser tildados de burros que de culteranos. Es como la vergüenza infantil de ser el matadito de la clase.

La excepción a esto fue el escándalo suscitado alrededor de la admirable metida de pata de Enrique Peña Nieto en la FIL. Sus detractores y adversarios políticos se apresuraron a demostrar que ellos sí leen –las declaraciones de Josefina Vázquez Mota, autora del libro Dios mío, hazme viuda por favor, fueron, quizás, las más pretenciosas–, pero po-cos asociaron el nivel cultural del candi-dato del PRI con el problema de la edu-cación en México. Enrique Peña Nieto no es una anomalía: es un producto tí-pico, cien por ciento vernáculo. Si anali-záramos cualquier encuesta relaciona-da con la educación, veríamos que el candidato es uno más entre millones que no leen. En México no leen el candi-dato ni los votantes; los ricos ni los po-bres; ni hombres ni mujeres.

Por supuesto, el caso del candidato priísta es distinto, pues aspira a gober-nar un país del que ignora todo. Hay muchos asuntos de los que sólo se pue-de enterar leyendo. Si no, ¿cómo puede un hombre con sus recursos económi-cos enterarse, caray, de cuánto cuesta un kilo de carne?

Enrique Peña Nieto no tiene discul-pa. Educarse o no, en su caso, fue una elección determinada por la ambición y el talante; no lee porque quizás le pare-ce una pérdida de tiempo. No lee porque no le importa enterarse de nada y finge que lee porque en este país la mentira es moneda corriente. O, ¿debemos creer que de verdad es el autor del libro Méxi-co, la gran esperanza, como asegura?

Yo, al menos, no creo que un hombre que no ha leído un libro en su vida sea capaz de escribir otro. Tampoco le creí a Vicente Fox cuando presentó el suyo, ni a Niurka, quien se describe a sí misma como filósofa y poeta. En fin. Ya lo decía Thomas Mann: a nadie le cuesta trabajo escribir, el único para quien resulta difí-cil es para el escritor •

Migraciones, de Tomás Segovia

A María Luisa Capella

En las ediciones de la Secretaría de Cultura del gobierno de Mi-choacán, se publicó en octubre de 2011 Migraciones, una bella an-tología de Tomás Segovia que preparó José María Espinasa como parte del homenaje del Encuentro de Poetas del Mundo Latino al poeta hispanomexicano.

Ya sea seleccionada por mano del autor o por mano ajena, una antología, quién no lo sabe, es una manera de proponer otro libro. Sin embargo, para llegar a buen puerto, el antólogo debe tener al menos dos virtudes: gusto para elegir y habilidad para que la com-binación de poemas tenga una viva unidad. En este libro José María Espinasa se inclinó por hacer una selección diferente, y salió airoso: escogió poemas extensos y otros que lo son menos e incluyó aun partes de poemas-libros que a Segovia le parecían imposibles de fragmentar como Anagnórisis y Cantata a solas. Si se ve bien, ambos títulos definen en buena medida la tarea como poeta de Segovia, o quizá la tarea de todo verdadero poeta: la poesía que al escribirla le hace reconocer al autor cosas que ignoraba de sí mismo y la poesía como una pieza musical cantada a solas.

La lírica de Tomás Segovia está hecha del verano de tardes so-leadas, de los pájaros migratorios que viajan como si con ellos can-tara el propio poeta, de los detallados recorridos por el cuerpo de la mujer y del asombro iluminado ante los hechos diarios. “Nada terrestre me es ajeno”, escribió. De los poemas extensos, quizá “Anagnórisis” es en buena medida y por varios pasajes su gran pie-za de amor y “Migraciones” lo es de su condición de pájaro migrato-rio con la mirada abierta a paisajes y a ciudades de Occidente. En la

respiración honda del aire y en el apego a la tierra, en la sed de realidad y en el vivir en el “pasmo de los cinco sentidos”, me lleva a asociarlo con dos contempo-ráneos suyos, quienes tienen con él un aire de familia: Claudio Rodríguez, quizá el gran poeta español de la segunda mitad del siglo XX, y Gatien Lapointe, sobre todo en su Oda al San Lorenzo, li-bro que ayudó a darle identidad a los quebequenses.

¿Hispanomexicano, como dijimos al principio? Es un decir. Como escribió muy bien José Emilio Pacheco en un ensayo reciente, el lugar de Segovia fue el no-lugar. Y Pacheco resumió: ”’Hijo del siglo’, producto de la guerra, el exilio, el nuevo país, el regreso a la tierra natal, la errancia eterna y el nomadismo como estilo de vida, la obra de Segovia encon-tró su arraigo en el desarraigo, su perte-nencia en la no-pertenencia”. En su vida retirada Segovia no tuvo el anhelo de la

vana riqueza ni del poder que degra-da. Él sabía, como Albert Camus, que “una vida dirigida a hacer dinero es una muerte”.

Exaltadamente líricos, los poemas extensos tienen numerosos instantes admirables, de eso que Víctor Manuel Mendiola llama “una multitud de astillas de poesía en segundos”, pero no siem-pre es dable –no es la intención del au-tor– seguir la secuencia. Segovia puede partir al principio de algo muy concreto, como un verano, un domingo gris, los pájaros migratorios o la lluvia menuda, y utilizarlos como elementos que van repitiéndose en el poema, y entre enu-meraciones y digresiones, crear aquí y allá apuntes paisajísticos, pequeñas his-torias autobiográficas y reflexiones so-bre el qué hacemos aquí y quiénes somos, qué es la poesía y qué es ser poe-ta, hasta llegar al punto final que se oye como una despedida o el principio de un nuevo camino. Por alguna vía, José Ma-ría Espinasa logró, al armar el libro, que fuera una suerte de itinerario del autor que va desde el esplendor de la juven-tud hasta la vejez y lo que el poeta mis-mo llama su sobrevivencia. Al final del libro, nos quedamos con la impresión de que Segovia vivió en un deslumbra-miento continuo, y que, como él quería, dejó para siempre su “sitio marcado” aquí en la tierra.

Tomás Segovia murió hace poco más de dos meses, el 7 de noviembre del 2011, entre el aplauso general por su obra y el cariño de la gente. Imagino, me doy por imaginar que tal vez en el momento exacto del tránsito, pudo ha-ber repetido esta línea suya que nos deja en suspenso y nos adentra a la no-che del misterio: “Y aquí cruzo con pa-sos que sé que no son éstos” •

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[email protected] Arreola Luis Tovar

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........ arte y pensamienttJornada Semanal • Número 881 • 22 de enero de 201213

Hariprasad Chaurasia y su fl auta de bambú

Si nos hubieran dicho hace unos años que Hariprasad Chaurasia vendría a tocar a Ciudad de México (¡a un foro de la colonia Conde-sa!), nos hubiéramos echado a reír. Pero bueno, los tiempos cambian y, a veces, para bien. Considerado por muchos el más grande flau-tista que ha dado India, Chaurasia hará sonar su alma el 4 de febre-ro a las 20 horas en el Plaza Condesa del DF.

Primero luchador como su padre y luego cantante, el nacido en Varanasi cuenta hoy con setenta y tres años de edad, la gran mayoría dedicados al bansuri, flauta de bambú cuya técnica perfeccionara gracias a Pandit Bholanath. Sin embargo, y aquí lo relevante, el len-guaje de Chaurasia trascendió los límites que suponen la música tradicional y clásica; abrevó en las aguas de Europa y, más aún, entró en contacto con el jazz estadunidense. De ahí sus colaboraciones con el guitarrista John McLaughlin (Mahavishnu Orchestra y Shakti) y Jan Garbarek, magnífico saxofonista conocido por su atrevimiento expe-rimentando en dotaciones atípicas. Igualmente, Chaurasia ha graba-do con otros genios como Ravi Shankar y Zakir Hussain, e incluso cuenta con un crédito en The Inner Light del beatle George Harrison.

Ahora bien, ¿qué tiene de especial tocar la flauta de bambú? Para empezar, debemos decir que por la sencillez de su material y por depender del aliento, se trata de un instrumento que puede reflejar de manera eficaz e inmediata la sensibilidad de quien inter-preta una pieza en él. El mismo Hariprasad ha dicho en entrevistas que su elección tuvo que ver inicialmente con la simpleza del obje-to, aunque también el dios Krishna jugó un rol importante en su decisión de vida. Si recuerda el lector, Krishna es una de las repre-sentaciones de Visnú (dependiendo el grupo religioso se puede considerar al revés), comúnmente representado tocando una flau-

ta traversa con la que atrae a las pastoras púberes. Igualmente, el dios griego Pan aparece con una flauta de tubos parale-los que en Sudamérica se conoce como zampoña. Así, con el mayor récord de pruebas históricas, el sonido de este práctico y portátil caño parece uno de los más antiguos que haya producido el hombre en un instrumento musical, pues se encuentra en todas las culturas.

Regresando al concierto del 4 de febre-ro, diremos que el señor Chaurasia vendrá acompañado del cuarteto India integrado por Bhawani Kathak en la pakhawaj (per-cusión), Vijay Ghate en la tabla (percu-sión), Pushpanjali Chaurasia en el tanpu-ra ( instrumento de cuerda) y Suni l Avachat en la otra flauta bansuri. Sobre éste último, Sunil, también hay cosas que decir. No sólo es el discípulo más cercano a Hariprasad, sino un reconocido cons-tructor de flautas y líder notable de pro-yectos que mezclan la música india con la de España y Corea del Sur.

Finalmente, un dato para el melómano curioso: ¿quién en México desarrolla el lenguaje que ha hecho grande a Haripra-

sad Chaurasia? Destaca Fausto Palma, compositor multiins-trumentista que ha paseado el esqueleto por Nueva Delhi, Siria, Egipto, Jordania y Líba-no, no sólo en plan de viajero sino de estudioso musical. Fundador del sexteto Petra, ha sacado tres discos: Farah, Zinat y Down, este último un álbum doble editado por el sello Into-lerancia. Otro que ha profundi-zado en los sonidos de India es Francisco Bringas, percusionis-ta especializado en la tabla. Uno más es Hollving Argáez, sitarista que ha pasado cerca de una década estudiando en

India, rodeado por grandes maestros de la vertiente hindustani.

Para aclarar, digamos que la rama hin-dustani es la música clásica del norte, mientras que la carnática corresponde al sur. Hariprasad Chaurasia es uno de los máximos representantes de la prime-ra, más conocida fuera del continente. A ella se debe el desarrollo de las talas (fun-damento rítmico) y las ragas (fundamen-to melódico). En ambos territorios, eso sí, la importancia de cada nota es trascen-dental y guarda complejos significados.

Así, pues, ver a Chaurasia en vivo sig-nifica acercarnos a una parte primitiva del aliento humano, pero también a su ser divino, no por esoterismos chabaca-nos, sino por su capacidad para crear mundos a partir del juego espontáneo, sólo con un tubo agujerado de bambú. Claro, habrá que lidiar con los amantes del incienso y el pachuli, con los yoguis y las vendedoras de cuarzos, pero bue-no, lector apreciado, si alguna vez qui-siste enfrentar lo mejor de India, este es el momento •

Viejísimo gringuísimo año nuevo

Al concluir la tercera semana del presente año, a juzgar por lo que la cartelera ofrece, nada en el ámbito cinematográfico merece el cali-ficativo de “nuevo”, entre otras, por las siguientes (sin)razones, enun-ciadas aquí sin un orden particular. Pueden ser leídas como si a todas las antecediera el enunciado una vez más…:

…como todos los eneros de todos los años, en Estados Unidos han sido entregados unos premios cinematográficos conocidos como Globos de Oro, y bien pocos o ninguno de los habituales loros mediá-ticos se han salvado del naufragio intelectual consistente en repetir las formulitas resobadas y chocantes del caso, como ésa de referirse a Hollywood como “la Meca del Cine” (sin hacerse cargo, más allá de su pereza verbal, de que con su parangón manido aluden, así sea por metáfora, al islamismo, es decir a una cosmovisión bastante poco bien recibida allende el Bravo); o ese otro cartón según el cual “los Golden Globes son la ‘antesala’ del Oscar”; o esa otra burrada de que los tales Globos “son entregados por la prensa extranjera”, dicho es-to último como si el hablante/escribiente fuese ciudadano estadu-nidense, dando por bueno el absurdo de que si se dice “prensa ex-tranjera”, se está diciendo “prensa no estadunidense”.

…como suele suceder, los susodichos regurgitaclichés ya empe-zaron a plagar los espacios de que disponen con algo que sólo para ellos es una obviedad: para referirse al Oscar dicen simple y llanamen-te “la Academia”, sin aclarar que se trata de la de Ciencias y Artes Cine-matográficas de Estados Unidos, y como si no existiesen centenares de academias no sólo de cine, sino de muchísimas materias más.

…como de costumbre, y en este caso no privativa de comien-zos de año sino, por desventura, aplicable a los once meses res-tantes, las miles y miles de salas cinematográficas comerciales

distribuidas a lo largo de todo el país demuestran la inutilidad de su prolife-ración, toda vez que en ellas hay dispo-nibles menos de treinta –con exactitud, veintisiete– filmes.

…y, para no variar, un porcentaje ar-teramente elevado de tan magro total corresponde a producciones estaduni-denses, tanto como diecinueve de las mencionadas veintisiete o, dicho en otras cifras, arriba del setenta por ciento.

…queda demostrada, y hasta en ex-ceso, la pavorosa falta de creatividad de la supuesta “Meca” en las múltiples so-pas-del-día-de-ayer, vendidas como si de grandes novedades se tratara, como lo sabe cualquiera que se haya indiges-tado, por ejemplo, con la tercera ocasión en que aparecen, sin abstenerse siquie-ra de un ápice de su memez, Alvin y las ardillas en sus agringadísimas vacacio-nes (quisieron, azar y realidad al juntar-se, que mientras aún se exhibe este monumento a la estulticia, un crucero de lujo de verdad naufragó, muriendo en el percance un número todavía hoy

no definitivo de pasajeros); lo mismo que con la enésima demostración de que hay trapos fílmicos siempre listos a ser exprimidos nuevamente, ya sea que se titulen Misión imposible con el subtítulo que sea, Crepúsculo sin que importe el número en el que va la “saga”, o Inmortales, nombre del más reciente saqueo a mitologías e imaginerías, co-mo la de la Grecia clásica, de las que en Los Ángeles poco se comprende pero mucho se saca.

…y como no podía dejar de suceder, hay excepciones que se agradecen, in-cluso dentro de la sobreoferta de cine gringo –no por cierto la doble aparición en cartelera de ese cineasta sobreesti-mado que tanto gusta de citarse a sí mis-mo en cada nueva (de algún modo hay que decirlo) película que filma, llamado Steven Spielberg–; las excepciones, pues, son por ahora al menos dos: prime-ro, la propuesta más reciente emanada de la seriedad, el profesionalismo y el rigor de Clint Eastwood, titulada J. Edgar, y segundo, The Rum Diary, pésimamente retitulada como Diario de un seductor, de Bruce Robinson. Ambas pertenecientes al género llamado biopic, ambas equili-bradas en cuanto a la ambivalencia la-tente en dicho género –de acabar sien-do ya un panegírico, ya un vituperio, ambos gratuitos y rotundos–, ambas protagonizadas por actores más que vistos pero, en cada caso, aplicados a desaparecer para que en su sitio luzcan los personajes reales a los que encarnan –Di Caprio en el primer caso, Depp en el segundo–; ambas, en fin, demostracio-nes de que, en ausencia de pereza men-tal y desmedidas ganas de llenarse la billetera a golpe de refritos, ese país tan cinematográfico al norte del nuestro tiene mucho que ofrecer •

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Felipe Garrido

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22 de enero de 2012 • Número 881 • Jornada Semanal

Una vida sin fi losofía

Tengo tiempo leyendo libros de divulgación científica y he aprendido

cosas básicas, y tal vez profundas. Por ejemplo, la llamada transición

gradual, que indica que no puede haber saltos evolutivos drásticos (co-

mo pasar de primate a hombre consciente en un parpadeo), sino que

los cambios son de a poco. Esto me hizo pensar que no se puede acabar con

la delincuencia organizada saliendo a la calle con una metralleta, como

lo hace el gobierno de Calderón. Sino más bien poco a poco, como en la

ley de la transición gradual. Sin duda la educación es la única alternativa,

sobre todo aquella que alimenta los valores civiles, la ética, etcétera.

Leyendo a los filósofos uno no hace sino alimentar esa parte del alma

que nos hace tener conciencia de lo bueno y lo malo, que es, como decía

Sócrates, el ser todo de la filosofía. ¿Y no es hoy más que nunca que

México necesita saber distinguir entre estas dos fronteras? Sin embargo,

el gobierno ha decidido quitar la filosofía a quienes más la necesitan:

los jóvenes. Esto es como quitarle la iluminación a ese túnel que todos

atravesamos cuando nos animamos a convertirnos, por así decirlo, en

hombres de verdad •

Ventisca

La pieza terminó con un redoble y los de la mesa grande se rieron

por algo que dijeron sobre la pareja. El viejo descansó el saxofón

en el vientre; el niño pasó el sombrero. Una mujer de jeans ajus-

tados y chamarra corta se puso de pie y alzó el brazo contra un

cielo sin tacha. Calzaba botas de tacón alto, y el billete quedó a

una altura que doblaba la del niño.

–Si lo alcanzas te lo llevas –le dijo con la boca como de sangre.

El niño no comprendía, pero el gesto lo invitaba y saltó dos

o tres veces, hasta que cayó en el polvo y en las carcajadas del

grupo.

El viejo volvió a alzar el instrumento.

Resopló de tal manera que en la tarde sin nubes se alzaron

rachas. El techo del mercado comenzó a crujir. Un vendaval echó

a rodar frutas, chicharrones, manteles, vasos... Cegados por el

polvo, los de la mesa grande se encogieron para protegerse. Los

músicos se marcharon. El abuelo tocaba; el niño llevaba el ritmo

de sus pasos, con el billete en la mano •

Alejandro Michelena

La sonrisa desamparada de Machado de Assis

Nadie pudo haber traducido con mayor afinidad las Me-morias póstumas de Blas Cubas (1880), del autor que con ese libro fundaría la novela moderna brasileña, Joaquim Maria Machado de Assis, que Antonio Alatorre, maestro, escritor y filólogo en cuya infinita erudición aleteaba siempre una apacible muestra de humor ameno y desen-fadado que contaminó, por así decirlo, sus numerosos y aleccionadores estudios literarios. Con idéntica, sabia modestia, el narrador carioca advirtió, por ejemplo, que la poesía no era lo suyo, que su apenas teatro era mediocre, que había nacido para escribir algunos cuentos y ciertas no-velas (Quincas Borba, Don Casmurro), entre las que Blas Cubas ocupa un lugar esencial.

Como en el Tristram Shandy, de Sterne, al que rinde constante homenaje a lo largo del libro, el narrador inte-rroga al lector, juega a que intenta seducirlo aunque pa-rezca lo contrario; lo interpela, lo acosa, lo dignifica. Armo-nizada en 160 breves capítulos, la historia que cuenta su propio protagonista desde la tumba y dedica “al primer gusano que royó mis huesos” es un fértil flujo de reflexio-nes sobre lo que significa quitarse unas botas o la impor-tancia de mirarse la punta de la nariz. Sin ninguna prisa, como el personaje de Sterne que sólo nace ya muy avan-zado el libro, Blas Cubas repara en la infinita futilidad de los instantes que constituyeron su vida con la “pachorra” propia de un muerto, para quien la prisa es una angustia sin sentido.

La novela deviene un delicioso vaivén de perplejida-des, un pasmo de dudas que encanta porque es capaz, como el mismo Alatorre lo era en sus doctísimos ensa-yos, de volver interesante lo aparentemente nimio y divertido lo enjuto: consigue, en una palabra, hacer del tedio un episodio parodiable, de la inutilidad de una vida baladí una balada atractiva. Minucioso examinador

de esa “errata pensante” que es el ser humano, Machado de Assis, indudable alter ego de Blas Cubas, escribe sus me-morias de ultratumba desde las antípodas de Chateau-briand, en cuyo l ibro prevalece el buen juicio de un hombre que recupera su vida como quien recoge, nada menos, un trozo de la historia humana determinan-te y crucial: lo que ocurrió en Francia durante y luego de la Revolución y Bonaparte. Guiado por una noción menos rotunda de la especie humana, pero también desde el más allá, Blas Cubas reúne el archipiélago de lo que fue como quien espiga inútiles moronas de un pastel insípido en una mesa desmantelada. Pero ese gesto delicado, delicioso, es el que le devuelve a su vida algún sentido, acaso el único degustable: el sentido del humor.

Cuando Monterroso denunciaba el ingrediente de tristeza que alimenta siempre la naturaleza am-bivalente del humorismo, quizá se refería sin decirlo a Machado de Assis, paradigma del escritor subterráneo –como lo llama con razón Antonio Candido– que sa-be contar, con “ la sarna del pesimis-mo” que a sí mismo se endilga, la historia de un sino fracasado que elude el melodra-ma gracias a que, al fon-do de cada frase, la llama del juego nos llama a no tomar muy en serio al persona-je, ni a nosotros mismos como lectores, ni a nada en un mundo cuyo único, ejemplar encanto, es que se deja deshojar mediante la escritura, que se desdobla y enaltece al conjuro de una prosa que sabe, como Shaw, que para hacer una broma el único requisi-

to es decir la verdad. Machado es verdadero porque es sutil, su novela es memorable porque los medrosos re-cuerdos que la habitan son los de un muerto que hojea su vida con una incierta sonrisa desamparada •

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Jorge [email protected]

....... arte y pensamienttoJornada Semanal • Número 881 • 22 de enero de 2012

Miguel Ángel Quemain

[email protected] OTRA ESCENA

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Michelle y la propaganda

Que la esposa del presidente de Estados Unidos decida apa-recer en un programa de televisión no es raya en el agua. Lo hicieron Betty Ford en 1976, en El Show de Mary Tyler Moore, y posteriormente Nancy Reagan; la hoy secretaria de Estado Hillary Clinton y Barbara Bush en Sesame Sreet (Plaza Sésamo). Pero lo hicieron en programas infantiles –excepción hecha en el caso de la señora Ford– para llevar a la teleaudiencia elementales mensajes de bienestar social, por ejemplo, con-tra el consumo de drogas o en pos de la lectura. En cambio, la reciente aparición de Michelle Obama en la comedia para adolescentes I Carly (protagonizada por una Miranda Crossgrove a la que cada día queda más chico el rol de teena-ger), lleva otros tintes, porque el mensaje que Michelle lanzó a cuadro al interpretarse a sí misma –el episodio ha sido ex-tensamente elogiado en los medios estadunidenses– fue para pedir apoyo (support, en inglés) para las familias de los soldados estadunidenses que, dijo, tanto han sacrificado por su país (en las guerras que han enderezado a lejanos países del Tercer Mundo, como Irak o Afganistán, se entiende). La palabra support en un contexto de lo civil a lo militar en Esta-dos Unidos puede significar hoy muchas cosas, desde apoyo moral, hacer donaciones en efectivo, o hasta tomar las armas para defender honores mancillados. Pronunciarla en medio de un programa de comedia estudiantil para adolescentes en Estados Unidos es lisa y llanamente hacer apología de esos escenarios bélicos exportados por los estadunidenses a don-de sea que en el mundo se necesita un villano con el cual sostener una industria armamentista demencial.

Que el régimen belicista gringo haga propaganda en medios masivos audiovisuales no es tampoco cosa en ab-

soluto nueva, porque el medio es el mensaje y todo eso. Se cuentan por miles los títulos de series televisivas y películas en que invariablemente destacan las presuntas habilidades de su soldadesca, los Navy Seals, los boinas verdes, los Black Ops… fuera de las exageradas cualidades de James Bond y su flemática licencia británica para matar, hay en el mun-do pocas muestras de tan aderezado fervor por la figura del superhéroe armamentista y asesino como las que ha estado suministrándole Hollywood al resto del orbe, des-de la masacre ambulante que fue el monosilábico Rambo del monosilábico Stallone, hasta los matakamikazes de Pappy Boyington interpretado por Robert Conrad, el de las Ovejas Negras en los mares del Pacífico Sur de la seten-tera Baa Baa Black Sheep, pasando por el quijarudo exgo-bernador de California y sus variopintas sagas, donde el gringo bueno –austríaco en su caso pero naturalizado, él sí, en cien por ciento ciudadano republicano masticador de tabaco y bebedor de Coca Cola, porque es blanquito y ojiazul, y en Estados Unidos detestan el inglés machucado por el acento mexicano, pe-ro no los balbuceos de don I’ll be back mata al chino malo, al ruso malo, al árabe malo, al narco mexicano malo, al narco co-lombiano malo, al vietna-mita malo, a l afr icano malo, al nazi asesino y así hasta un infinito, nau-seabundo y multirracial etcétera. Siempre en la televisión y el cine esta-dunidenses hay un Chuck

Norris pateándole la cabeza a un kingpin mexicano o un Steven Segal clavándole la rodilla al odioso villano en sus ucranianos destos. No pocas de estas lamentables decla-raciones fílmicas de xenofobia han sido, desde luego, in-conmensurables éxitos de taquilla y la siembra de un si-lente aborrecimiento a otras etnias así fáci lmente vinculadas con “el terrorismo global”.

Es profundamente hipócrita, perverso y carente de la más elemental ética un mensaje de apoyo a los soldados estadunidenses que han hecho algunas de las más injus-tas, arbitrarias, deshumanizadas –literalmente, con el em-pleo de aviones, misiles y bombas no tripulados, de drones y robots teledirigidos contra blancos inermes, muchas veces civiles y desiguales guerras de los últimos tiempos. Es un acto de propaganda vil, sin más fundamento ni re-curso que tratar de convencer a la juventud estaduniden-se, esos futuros, impresionables votantes, de que esa gue-rra tuvo algún fin noble más allá de robarse el petróleo y

el gas ajenos.Aunque desde luego, doña Michelle

haya olvidado pedir apoyo para las familias de los cientos de miles,

o millones quizá, de civiles iraquíes y afganos mutila-

dos, asesinados, despo-jados, desplazados, violados y humillados por los heroicos sol-dados estaduniden-ses durante el cumpli-miento de tanto deber

y tanto sacrificio •

os detestan el inglés mexicano, pe-on I’ll be l rusorco

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el gas ajenos.Aunque desd

haya olvidadfamilias

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y

Teatro nacional y universitario para 2012

Lo que hace algunos años se llamaban “temporadas”, solían durar por lo menos cincuenta funciones; hoy se puede asis-tir a montajes bajo la consiga indiscutible de una única fun-ción, bajo la promesa en octubre de 2011 de que la podrás ver nuevamente en una “larga temporada” de cuatro fun-ciones unos tres días antes de que empiece la Semana San-ta de 2012.

La Compañía Nacional de Teatro, que se mueve en esta esfera, con un repertorio nacional y extranjero y una casi cincuentena de actores, juega en esa dinámica de “véala hoy o espere la siguiente vuelta”. Eso pasa con varias obras de la CNT que circularán en instalaciones del INBA y la UNAM. Lo que vendrá es lo que se fue y que pasó 2011 sin alcanzar la reco-mendación de boca en boca que, en el caso del teatro, es garantía de que el público irá animado, convencido de ver algo que le interesa, y los foros no se llenarán con familiares y amigos de actores.

Noches islámicas, de Héctor Mendoza, con dirección José Caballero, es un pastiche fascinante donde Mendoza recurre a las posibilidades técnicas y retóricas del Siglo de Oro espa-ñol para colocar la acción en el Bagdad del 787 DC, en el que juega con todos los recursos de la comedia en un carnavales-co montaje que estará en una larga temporada de dos se-manas que concluye el 29 de enero como parte de esos ho-menajes necrófilos a los que es tan afecta nuestra cultura.

Relativamente larga temporada tendrá Civilización, de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio/Legom, bajo la di-rección de Alberto Lomnitz. Cobra un poderoso sentido la anécdota, cuyo parecido con alguna situación real en cual-quier ciudad capital del país está totalmente fuera de la casualidad: “un empresario quiere edificar una torre de cristal y requiere el apoyo del alcalde no sólo para ‘arreglar’ permisos de construcción sino para usar dinero público.” Concluye el 26 de febrero y hasta entonces tendrá posibili-dad de inclinar el voto del teatroespectador.

En este inicio de año tendremos oportunidad de valorar en conjunto el resultado del XIX Festival Nacional e Interna-cional de Teatro Universitario, del 26 de enero al 4 de marzo, pues se presentarán las obras ganadoras en el certamen. Por una cuestión de espacio y practicidad, no voy a referir aquí días y horario, que pueden ser consultados en la pági-na web de la dirección de teatro de la UNAM (www.teatro.unam.mx).

Lo que vale la pena es hacer un breve recuento de lo que se podrá ver en distintos escenarios. Hay que decir que la idea de presentar los montajes en teatros tan lejanos entre sí es un punto muy desafortunado, que no le permitirá tener al espectador aficionado una visión de conjunto de la par-ticipación en un festival que este año cumplirá dos décadas de fundado. Da la impresión de que se buscó cumplir con el

compromiso y cada montaje tendrá que arreglárselas con la pobre difusión de conjunto y la pobrísima que se hace en cada foro.

El atentado, de Jorge Ibargüengoitia, adaptación y di-rección de Fernando Morales, con el Teatro Universitario de Acatlán, pura cepa universitaria reinterpretando farsa do-cumental que nos sitúa en el México postrevolucionario de finales de los años veinte, sobre el asesinato de Obregón. Reseñada en este espacio, se presentará Curva peligrosa, de Edeberto Galindo Noriega, pero ahora bajo la dirección de Terezina Vital, en el Centro Estatal de las Artes Mexicali.

En el conjunto de las indagaciones recientes sobre la violencia que invade nuestra vida cotidiana se presenta Caín, de Francisco Javier Márquez, con la dirección de Sixto Felipe Castro Santillán, en el Colegio de Literatura Dramá-tica y Teatro, FFYL-UNAM, con el grupo Sabrá Dios. El fratricidio es el tema central como metáfora de las ligaduras cada día más corroídas entre nosotros. Laura Uribe es autora y di-rectora de Fragmentos de un discurso express, basada en la película Chungking Express, de Wong Kar Wai. Vienen de la Escuela Nacional de Actuación y son el grupo Teatro en Código. Es un juego de parejas, una historia de amor, la incertidumbre cargada de metáforas sobre la espera y la caducidad.

De creación colectiva y bajo la dirección de Edson Mar-tínez, se presenta Palomita pop con el grupo del mismo nombre, alumnos del Centro de Educación Artística de te-levisa (CEA), un montaje sobre la amistad al modo de un diálogo en la plaza donde el deseo, el recuerdo y la expe-riencia se dan cita para discutir sobre la inmediatez y fuga-cidad de la vida.

Vale la pena tomar el pulso del nuevo teatro y asomarse a estas experiencias •

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1622 de enero de 2012 • Número 881 • Jornada Semanal

a añoranza era física. Extrañaba la comida mexicana y el aire melancó-lico de algunos boleros, la música de un radio vecino, el ritmo lánguido de un danzón. Era capaz de cocinar un

mole en París sin esperar a nadie a comer. Sobre todo en invierno: el fondo frío del aire, la desapari-ción de los olores, los días tan cortos, la luz tiritante que se congela borrosa como una vieja fotografía.

Para vencer la tentación de la nostalgia cedía a ella, siguiendo el consejo de Wilde, con un disco de canciones mexicanas y un mole, decidida a pasar un atardecer tranquilo, durante ese viaje que haría a mi antojo, sin las ansiedades de la travesía en avión. De la olla de frijoles se elevaba su aroma envolvente cuando sonaron unos quedos toquidos.

Abrí la puerta y vi a un quincuagenario con un ramo de rosas rojo oscuro. Si era un asesino, salía de una novela de Agatha Christie con su aspecto inocuo de hombre de la calle. Farfulló un “buenas tardes”, se deshizo de las rosas colocándolas en el mueble en que se convirtió mi mano extendida para saludarlo. Lo seguí por el pasillo: inspeccio-nó de una ojeada la recámara. En la estancia se detuvo a observar paredes, cuadros, sobre todo los cuadros, los techos que eran el paisaje desde un piso veintisiete. Me pregunté, ante su actitud felina, cuándo iba a orinar aquí y allá para marcar su territorio. Luego, se quitó abrigo y sombrero, se sentó en el sofá con el gesto satisfecho del hombre que ha encontrado su lugar en la Tierra.

ensayo

L

Vilma Fuentes

Armando Morales, pintorDejé de ser un mueble para transformarme en buzón cuando, después de hurgar en sus bolsi-llos, extrajo un sobre que dejó caer en mis pier-nas. “José Luis te manda eso”, marmoteó, sonri-sa socarrón. Mientras leía la carta donde Cuevas me hablaba del pintor que tenía frente a mí, diciéndome que iba a reírme con él, vi transfor-marse al gato en perro, aletear sus narices, husmear los olores, chasquear la lengua. Creí que iba a ladrar cuando abrió la boca y me dijo: “Soy Armando Morales, de Nicaragua”, y me entregó una tarjeta con su nombre y su puesto de emba-jador de Nicaragua ante la unesco.

El empleado de banco, de súbito diplomático, se quedó mirándome como si calculara mis posi-bilidades financieras para otorgarme un présta-mo. Para calmar mi irritación, me ocupé de disponer las rosas en un florero. Lo único que me consolaba de esa visita, una broma de José Luis, era la seguridad de que el tipo no venía a pedir alojamiento. No faltaba el primo de la tía del cuñado de una amiga que llegaba a mi casa, como a un hotel, convencido de haber hecho su reser-vación. Suspiré diciéndome que mi travesía esta-ba terminada: el buque había llegado a puerto antes de levar anclas.

‒Son las hermanitas Aguila, me dijo, aludien-do a las voces que cantaban “Flores negras.”

Armando me daba, a las primeras notas, los nombres de intérprete y de compositor, fecha de creación y, para agregar un picante sabroso, me relataba cuándo oyó por vez primera esa pieza.

Conocí, así, canción tras canción, su infancia, su juventud. Los clavos, el bote de pintura, una brocha, un pincel, los carretes de hilo que vendía, chiquillo, luego chamaco, instalado tras el mostrador de la tienda de su padre, mientras canturreaba las canciones que oía en el radio.

Si Cuevas era capaz de imitar voces y gestos de actores y actrices de películas del cine mexi-cano, Arturo de Córdova, Marga López o Tin Tán, así como de amigos y conocidos, Armando Mora-les podía reproducir, entonando con exactitud inflexiones y modulaciones, la voz de los cantan-tes, tenores o contraltos escuchados durante su infancia y juventud.

José Luis me había hecho reír con sus imitacio-nes de Morales. Armando, quien no las ignoraba, me hizo reír contándome los avatares de Cuevas. Reí aún más cuando, imitándose a sí mismo, representaba anécdotas de su vida. Conocí muchas, una centena, pues Armando se convirtió en visita mensual, los lunes durante cerca de tres años: venía a saborear platillos mexicanos, “como en Nicaragua”, que su deseo contagioso me hacía prepararle y a escuchar las casetes donde mi hermano me reunía verdaderas antologías de boleros, danzones, rumbas y mambos.

Mientras hablábamos, sacaba un bloc donde dibujaba unos cuantos trazos. A veces de mi hombro, mi rodilla, el empeine de mi pie curvea-do al exceso por el tacón altísimo. Fue raro que me pidiera inmovilizarme en una posición. Lo hizo cuando levanté los brazos para bajar un jarrón. O cuando me agaché para sacar del horno un plato. En alguna de sus telas, exhibidas por la galería Claude Bernard, descubrí en sus opulen-tas mujeres la línea de mi cadera o de mi hombro, el movimiento de mi cuerpo sin opulencias. Cuando no quise venderle una pintura de Alfon-so Domínguez, por una vez sacó su chequera dispuesto a hacer una locura, la copió en su bloc.

“No soy avaro, Vilma, soy codo. Conmigo, no con la familia”, chasqueó la lengua imitándose cuando contaba dólares. “Cuando me vi en el refl e-jo de la vitrina como un pordiosero, con el saco raído, vi también un abrigo tres cuartos que exhi-bían. Mil 200 francos. Venía la temporada de baratas. Decidí esperar, visitando cada día mi saco. Ya me veía arropado por él. Bajó a 900. Si esperaba otros quince días, podría tenerlo por 700. Cuando vi este precio, volví a mi casa y conté los dólares. Los cambié a francos. Llegué a la tien-da; Mi saco había desaparecido. Entré y pregun-té por él. Lo habían vendido: ¡mi saco! No me lo vas a creer: suspiré. De alivio. Pensándolo bien, mi viejo saco parecía nuevo.”

La generosidad de Armando se manifestaba en la exuberancia de la jungla, las mujeres, los lagos profundos y oscuros, la penumbra de Nicaragua que nunca dejó de pintar, de donde jamás salió.

“Mi ideal es vivir cada año cuatro meses en París, cuatro en Managua, cuatro en Londres y cuatro en México. Las cuentas no me salen ni en dólares.”

La hondura de sus lagos, donde se abisma la luz como si, tras largo tiempo de buscarlo, hubie-se encontrado su destino, es la de las imágenes que conservo de Armando Morales •

Ilustación: Mauricio Rizo