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Suplemento Cultural de La Jornada Domingo 19 de mayo de 2013 Núm. 950 Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver El arte de no leer H ERMANN B ELLINGHAUSEN Pesimismo sonriente y periodismo cultural, F ABRIZIO ANDREELLA De la lectura como naturalidad, RICARDO GUZMÁN Un poema de S ILVIA L EMUS

La Jornada Semanal

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Page 1: La Jornada Semanal

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 19 de mayo de 2013 ■ Núm. 950 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

El arte de no leerHermann BellingHausen

Pesimismo sonriente y periodismo cultural, FaBrizio andreella

De la lectura como naturalidad, ricardo guzmán

Un poema de silvia lemus

Page 2: La Jornada Semanal

Hugo Gutiérrez Vega

Directora General: C a r m e n L i r a S a a d e , Director : H u g o g u t i é r r e z V e g a , Je fe de Redacción: L u i S t o Va r , Edic ión : FranCiSCo torreS CórdoVa, Corrección: aLeyda aguirre, Coordinador de arte y diseño: FranCiSCo garCía noriega, Diseño Original: marga Peña, Diseño: Juan gabrieL Puga, Iconografía: arturo Fuerte, Relaciones públicas: VeróniCa SiLVa; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: aLeJandro PaVón, Publicidad: eVa VargaS y rubén HinoJoSa, 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: [email protected], Página web: www.jornada.unam.mx

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui­tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor nada Semanal núm. 04­2003­081318015900­107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores.

La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

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219 de mayo de 2013 • Número 950 • Jornada Semanal

Portada: Distracción lectoraIlustración de Huidobro

bazar de asombros

CLAUDIO FAVIER Y LA UTOPÍA

Claudio Favier Orendáin nació en Guadalaja­ra a fines de los veinte. Estudió en el Colegio Unión y en el Instituto de Ciencias. Ambos co­legios eran dirigidos por la Compañía de Jesús. Terminó la carrera de Arquitectura en una de las mejores escuelas del país, la de la Univer­sidad de Guadalajara. Nacho Díaz Morales , Mathias Goeritz, la Chacha Rodríguez Pram­polini, Castellanos y Urzúa fueron algunos de sus maestros.

Después de hacer unos ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, Claudio decidió que su verdadera vocación era el sacerdocio. Ingre­só a la Compañía de Jesús y se convirtió en el más brillante seminarista de Puente Grande.

De tarde en tarde veía a sus padres: monsieur Favier, comerciante próspero originario de Bar­celonette, la ciudad alpina que mandó a México un buen número de sus jóvenes en busca de for­tuna. La madre de Claudio pertenecía a la aris­tocracia tequilera de Jalisco y era una mujer muy fina y elegante. Tenía esa voz cantarina y amis­tosa de las tapatías.

Claudio cubrió religiosamente todas las eta­pas de la carrera sacerdotal. Dominaba sus lati­nes y navegaba con soltura por los mares de la filosofía neotomista, aunque, de reojo, se aso­maba a los mundos de Hegel y del materialismo dialéctico. Fue maestrillo y se interesó por los problemas sociopolíticos del país y del mundo. Estudió teología en Roma, viajó por Europa y dedicó una buena parte de su tiempo al cultivo de su vocación principal: las artes plásticas. La pintura, la escultura, el grabado, los vitrales y la arquitectura ocuparon gran parte de su pen­samiento y se integraron a la vida sacerdotal del artista. Su escultura tenía mucho que ver con los juegos para armar, lo cual entusiasmaba a los jó­venes que iban a sus exposiciones. Recuerdo especialmente la pequeña escultura de un líder con brazos intercambiables. Era un homenaje a El gesticulador , de Usigli, y un vejamen para todos los demagogos y farsantes que pululan en el hormiguero de la grilla.

Regresó a México después de haber pasado una temporada en España. En Madrid hizo una amistad perdurable con Paloma y Javier Cabre­ra, con Carmen González Pruneda (que se con­virtió en su agente), Enrique Álvarez Cabal y su compañero jesuita Guillermo Hirata. Clau­dio, Javier, Paloma y Guillermo se establecie­ron en Tlayacapan y realizaron una noble y va­liosa labor social y pedagógica. Fundaron una escuela preparatoria, realizaron obras públicas e influyeron con fuerza en el espíritu comuni­tario. Eran los años morelenses de don Sergio Méndez Arceo, Iván Ilich, Gregorio Lemercier, años de búsqueda de una conciliación entre lo mejor de la tradición y lo verdadero de la mo­dernidad. La utopía de Tlayacapan fue destrui­da por los caciques locales y estatales. Quedó test imonio de la concepción arquitectónica agustiniana y del remoto pensamiento azteca y xochimilca en el libro de Claudio que se titula Ruinas de utopía.

Regresaron a España. Claudio construyó una hermosa casa en los terrenos de una dehesa he­redada por Paloma e hicieron vida comunitaria. El Pico de Almanzor, la Sierra de Gredos, el Valle del Jerte y el olivar extremeño rodeaban la casa y la vida de los utopistas. Claudio siguió pintando, esculpiendo y grabando. Paloma hizo política en el psoe y Javier se hizo cargo de la armonía y de la sensatez.

Guillermo, Paloma y Claudio murieron y Ja­vier se quedó solo en la dehesa.

Claudio se fue hace tres años. No sé lo que pasó con su obra artística. En cambio sé muy bien lo que dejó en todos nosotros: su pensa­miento, su espíritu solidario y, sobre todo, la actitud libertaria que guió sus pasos y dio senti­do y fuerza a sus acciones y a su defensa cons­tante de los valores humanos.

Junto a los libros jamás escritos

que reseñaba Stanislaw Lem y

los autores que Borges citaba

aunque nunca nacieron, además

de los llamados clásicos –de los

que se habla pero sin leerlos–,

está lo que verdaderamente se ha

leído, que de acuerdo con el

académico francés Pierre Bayard

es una de las pocas zonas de la

vida privada, “además de las

finanzas y el sexo, sobre

las cuales es difícil obtener

información confiable”. Bayard

publicó un polémico libro titula-

do Cómo hablar de los libros que

usted no ha leído, a partir de lo

cual Hermann Bellinghausen

habla de las muy diversas formas

de no leer, tanto las tradicionales

como las de cuño reciente,

apoyadas en la digitalización a

mansalva. Completan el número

tres textos sobre el arte de leer

y no leer: uno de Fabrizio

Andreella sobre periodismo

cultural, otro de Xabier Corona-

do acerca del bibliófilo español

avecindado en México Francisco

Gamoneda, uno más de Ricardo

Guzmán sobre la lectura como

placer y virtud, así como un

poema de Silvia Lemus.

Page 3: La Jornada Semanal

3 poesía

Para tiSilvia Lemus

me llega tu memoriapuedo olfatear tus letras

mirarlas nuevas redondas rodando hablando diciendo riendoni tristes ni grisesson del color de tu menteintensa brillantepirotecnia incalculablevelocidad del destellopensamientos ciertosirreales verdaderos

caligráficos de orilla a orilla

geográficos de oeste a oeste

históricos invocanverdades de lo incierto

derecha tu palabra como tu espalda

garabatos de la edadsi no entiendo intuyoa veces soy tan tuyaque con tu tinta pienso

me lo has prestado todo ¿o me lo has dado?

Page 4: La Jornada Semanal

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Fabrizio [email protected]

Pesimismo sonriente

U

A h.g.v.

EL SUPLEMENTO

na lectora me ha escrito un correo electróni­co en el que me acusa cordialmente de sazo­nar con abundante pesimismo los textos que comparto con los lectores de La Jornada Sema­

nal. Agradeciéndole la atención que dedica a mis reflexiones, quiero aprovechar su amable reproche para reflexionar sobre el periodismo cultural y sus objetivos en esta época.

El periodismo cultural, obviamente, puede ser el alma fraternal que frecuenta nuestras pasiones o el es pectro mercantil que conoce nuestros vicios. De­jaremos esa disyuntiva como resuelta para nosotros ya que, afortunadamente, cada domingo frecuen­tamos estas páginas compartiendo encantos e in­quietudes, informaciones y reflexiones, memorias y suposiciones.

El periodismo cultural libre de ocultos intereses extraculturales es un suplemento dietético. Ayuda en aquellas situaciones de avitaminosis intelectual pro­vocadas por la indiferencia tanto a la hermosura y la creatividad como a la iniquidad y al horror. Sus prin­cipios activos tratan de limitar aquella ignorancia que genera sufrimiento y son primariamente dos: la difu­sión de la hermosura y la invectiva contra el engaño.

LA BELLEZA

El primer principio activo ilumina la belleza de las creaciones humanas que llamamos arte, cultura, pensamiento, para divulgarlas y ayudar al individuo a contemplar los encantos de la vida y a crecer con ellos. Se trata, sobre todo, de la belleza que no es lla­mativa, que no se nota a primera vista, la belleza ex­céntrica que por su singularidad y originalidad am­plifica la posibilidad de gozar de quien la contempla, y lo mismo hace con su capacidad de disfrutar el mun­do. Se trata también de la belleza escondida por el polvo del tiempo, la belleza inactual que aumenta su encanto con el exotismo temporal; esa belleza clási­ca que nos permite esquivar la flecha del tiempo y salir del despótico torbellino de la actualidad.

EL ENGAÑO

El segundo principio activo del periodismo cultural indaga, descubre y denuncia aquellas creaciones hu­manas que dejan en la realidad ambiental, social o psíquica unas cáscaras de plátano donde uno se pue­de resbalar, perder la visión del horizonte y acostum­brarse a vivir boca abajo o sin conciencia de la dis­minución sufrida.

El Premio Nobel t.S. Eliot pinceló su inquietud frente a esta amenaza en unos versos de “La piedra” (1934): “¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido

en conocimiento? ¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en información?”

Trasladando la pregunta poética a la vida diaria, es suficiente pensar en el cielo sin estrellas que nos toca en las metrópolis para darnos cuenta de que la contaminación no corrompe solamente los pulmo­nes, sino también la mirada del alma hacia arriba. Buscando en la infinitud misteriosa de la noche un alivio para el insomnio o la validación de un amor, el habitante de la ciudad ya no encuentra el apapacho del cosmos estrellado al cual participar de su ansie­dad. El techo de plomo sobre su cabeza es mudo o, más bien, está lleno de tóxica información química.

Como todo mundo sabe, el único resultado de ha­ber llegado a la Luna es que ya no es una imagen ro­mántica que abre el corazón de los enamorados, sino un inútil dato científico amontonado en el almacén de la memoria técnica. ¿Son detalles irrelevantes? ¿Son resultados que no importan o que no tienen que ser parte de una reflexión colectiva? Tal vez para al­guien es así, pero para otros pueden ser temas que ayudan a formarse una conciencia de sí y de la comu­nidad donde viven.

LA ALFOMBRA

Claro está que ser agente de este segundo principio activo contra el engaño –es decir, denunciar los efec­tos colaterales de las cosas que se presentan como perfectas soluciones a problemas que ignorábamos tener– obliga a una mirada crítica que puede parecer ennegrecida por el pesimismo del agorero.

Reflexionar sobre una realidad exitosa, horneada de novedades útiles, agradables y aceptadas con entusiasmo acrítico o tranquila indiferencia, es una operación que atrae no solamente la acusación de pesimismo.

Revelar lo que se ha barrido bajo la alfombra supo­ne exponerse al riesgo de ser tachado también de con­servadurismo mojigato, ciego tradicionalismo, fana­tismo derrotista y cobarde hipocresía. Como si el mero hecho de ser socialmente crítico fuera la señal de una amargura personal, de una infelicidad íntima que no permite celebrar la civilización como ésta merece.

Sin embargo, denunciar las trampas que se hallan en lo cotidiano es uno de los instrumentos que tenemos para dar su nombre a los espectá­culos de ilusionismo que a veces tratan de pasar por realidad. Nos permite elegir o rechazar la realidad diariamente en lugar de sufrirla pasi­vamente.

LA ADICCIÓN

A veces, aun conociéndola, tenemos que plegar­nos a ella, pero ese conocimiento nos permite al menos no caer en una pasividad inconsciente o simplemente indolente.

No siempre es cierto. Por ejemplo, a veces aparece la noticia comprobada de que en un pro­grama de telebasura todo es arreglado y los prota­

gonistas son actores pagados para realizar un poqui­to de pornografía emocional actuando como pobres desgraciados bañados en lágrimas. Sin embargo, la reputación de esos programas no es manchada y el éxito sigue igual. Se trata del poder que tiene la adicción mental a la ficción cuando la existencia es un espanto o, como dijo el Roto, “la realidad es una alucinación producida por la ausencia de propagan­da”. La realidad en estos casos es un obstáculo a la narración mitológica sostenida por un aparato de imaginaciones, evocaciones y sueños que arrinco­nan la reflexión racional y la conciencia perso­nal de los hechos que hacen la historia co­lectiva e individual. Es triste notar que políticos y publicistas consideran la sandez general como la precondición esencial y necesaria para la efectivi­dad de sus tareas.

EL OPTIMISMO

Frente a este panorama mediá­tico y antropológico, es cómodo ampararse en el optimismo de rigor que impone la postmoder­nidad, pródiga en gadgets, mo­das y “sueños” que guían siem­pre la mirada hacia un paraíso por venir. Un optimismo que, si lo analizamos bien, no es una forma de esperanza sino de cinismo, por­que concierne a la máquina de la técnica y sus adelantos, mientras la vida social abandona la solidaridad por el voluntarismo y se desmoro­na, y la vida individual es azotada por la ansiedad, que a veces se torna en depresión y neuro­sis disimuladas por ver­güenza o incapacidad de reconocerlas.

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519 de mayo de 2013 • Número 950 • Jornada SemanalPesimismo sonrientey periodismo cultural

Este optimismo de la máquina postmoderna sirve para ocultar un inconveniente de la relación entre el hombre y la técnica: estamos obligados a participar en una carrera innatural, sobre todo psicológicamen­te, pero también económica y físicamente, en pos de alcanzar la flecha del progreso. Es la filosofía del úl­timo modelo como forma de sentirse aliviados/ali­vianados.

Sin embargo, esta velocidad, orgullo de la produc­ción bajo la dirección de la técnica, no nos permite ni siquiera preguntarnos la cosa más simple: ¿A qué blanco apunta esa flecha del progreso? ¿Ese blanco

es de evolución humanista o es un simple punto geométrico imaginario puesto en

el infinito, que sirve solamente para darle un sentido a la producción sin

finalidad de la técnica? En este sis­tema, el ser humano es un simple funcionario, catequizado con efi­caces promesas seductoras para ofrecerse al progreso como usua­

rio entusiasta de las nuevas crea­ciones de la técnica.

EL CONFORMISMO

Tomemos como ejemplo el e­book. En los medios masivos su celebración como avance espectacular es incesante, y desde el punto de vista de la técnica seguramente lo es. La única verdadera ventaja que tiene es la de poder llevar muchos textos sin cargar peso. (No menciono el tema ecológico porque me parece ridículo e hipócrita hablar de árboles salva­dos por no imprimir libros, cuando se destruyen sel­vas enteras sin la menor dificultad para cualquier otra producción industrial.)

Pero la admisión de los límites y defectos del e­book es considerada un acto vergonzoso de retrógra­dos atolondrados. No es chic, no está a la moda ni en línea con el conformismo tecnológico. Entonces so­lamente se puede pensar en soledad o confiar en voz baja a un amigo que el e­book no es para nada cómo­do. Porque cansa los ojos, es frío, no permite con­sultar páginas diferentes con facilidad, no se puede ojear bien el texto, no involucra el tacto, el olfato y el oído, como hace el papel, hay que recargarlo, las fuentes tipográficas son modificadas, etcétera.

Frente a estas objeciones, los fervorosos creyen­tes en el progreso tecnológico suelen salir con un desdeñoso “a mí no me molesta nada, es un encanto”. En cambio, los más inclinados hacia el determinismo tecnológico rebaten con un terminante “mejorará”.

Optimismo: una obligación que se torna en acti­tud espontánea. Mientras, claro, nos acostumbramos a todo, como nos hemos acostumbrados al sabor de la tortilla industrial, al tráfico de la ciudad, a pagar para beber un vaso de agua. La amnesia colectiva necesaria para que lo bueno del pasado no se tome como referencia para ajustar el rumbo de la máquina técnica postmoderna, es organizada por un presente que nunca para de “informarnos”, es decir de bom­bardearnos con novedades de dudosa importancia que sepultan la realidad con narraciones nuevas an­tes de poder reflexionar sobre las viejas.

LA CULTURA

Entonces, en el presente eternizado por los medios masivos, ¿qué tanto puede decir la cultura, que pide y provoca una reflexión extendida en el tiempo? ¿Cuál es el papel del periodismo cultural? Amigo del cafecito dominguero, del tramo largo en el Metro, del sofá indolente y de todas las esperas, el perio­dismo cultural es un tambaleante puente de cuerdas entre la vida diaria y la reflexión, entre la cultura y

la gente, que a veces no se frecuentan mucho. Si la cultura perdiera cualquier contacto con el

mundo cotidiano, con la educación y el civismo, con las aspiraciones y los gustos de la gente, y se aceptara a sí misma solamente como un espacio elitista para una minoría enrocada en la acade­mia, entonces el poder que no ama el crecimiento cultural y económico de las clases subalternas ‒porque tienen que quedarse allá en el fondo del paisaje como un dato de color‒ sería muy feliz.

Claro, antes que nada el periodismo cultural de­be informar sobre las novedades culturales, ideal­mente sin que esto lo convierta en un voceador de “los más vendidos” o un camarero de las estrellas mediáticas que se creen escritores porque ya tienen un público. Además, reporta los debates públicos que la sociedad vive como decisivos y prueba y ana­liza los ingredientes que están empezando a cam­biarle el gusto a la vida social e individual.

LA IDENTIDAD

Pero el periodismo cultural puede ser también co­mo un sherpa que acompaña al lector­explorador en regiones del pensamiento y del arte olvidadas o ines­peradas. No posee, o más bien se deshace, del presti­gioso y sólido equipo profesional de las investiga­ciones académicas, porque su excursiones no son planeadas con la misma formalidad y son mucho más breves y rápidas. Pasa por terrenos esteparios, des­poblados, y de vez en cuando se adentra tímidamente en laboratorios clandestinos de conjeturas raras y arriesgadas porque sabe que a veces la imperfección es la tierra más fértil para nuevas florescencias.

El periodismo cultural puede ser un espacio don­de la escritura hace de los límites –el espacio reduci­do, la necesidad de dirigirse a un público amplio, la presión del tiempo– la fuente de su fuerza para soltar los conceptos de las jaulas disciplinarias que los em­plean en estudios más formales.

El periodismo cultural puede ser una arena donde inflamar las ideas, molestar a los prejuicios afianza­dos, desquiciar a las lógicas asentadas, buscar nuevas reacciones químicas entre opiniones heterogéneas.

El periodismo cultural puede ser el lente sobre un presente que tiene la fuerza de abarcar el pasado –por­que sin memoria no hay dirección ni evolución– y el futuro –porque sin ver las implicaciones venideras de los actos de hoy, el mañana será solamente el tiem­po en que los hijos serán castigados por las iniquida­des de los padres (Éxodo, 34:7).

El periodismo cultural puede ser el que lucha con­tra el despotismo de la novedad, el que critica todo aquello que se autolegitima por el hecho simple de ser actual; el que analiza los costos sociales de ideas, modelos y tendencias culturales que se difunden.

LA SONRISA

Ahora bien, si estas son posibles identidades del pe­riodismo cultural, su mirada debe ser necesariamen­te afilada, despiadada y policíaca. ¿Quiere decir tam­bién pesimista? No, quiere decir realista, porque una mirada maravillada que junta “el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad”, como di­jo Antonio Gramsci, disfruta y ocasiona el bienestar con realismo. “Gran desorden bajo el cielo, la situa­ción es excelente”, decía Mao Tse Tung. Funciona aun sin ser revolucionarios. Con tal de no cerrar los ojos y seguir sonriendo y festejando a esa especie misteriosa, absurda y maravillosa que es el género humano •

Ilustraciones de Huidobro

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Xabier F. Coronado

Francisco Gamonedael libro como semilla

.. el que para crear recuerda y se opone al veneno lento del olvido.J.M. Pérez Gay

ay veces que la memoria histórica es capri­chosa y tiene lagunas. Hechos trascenden­tales o personas relevantes se borran del re­cuerdo de los pueblos mediante un proceso

que los destierra al olvido. En cambio, hay eventos y personajes que nunca se pierden, parecen estar pre­sentes de modo perpetuo en el consciente colectivo, incluso con independencia del alcance del suceso o la importancia del individuo. En ocasiones, la me­moria del olvido se recupera gracias a que alguien, normalmente un historiador, rescata el hecho o el personaje mediante un trabajo de investigación que posteriormente se da a conocer.

Vamos a ocuparnos de uno de estos casos, el de una persona que tuvo reconocimiento en su época pero que, con el paso del tiempo, se quedó en la me­moria del olvido. Se trata de Francisco Gamoneda (1873­1953), un bibliógrafo en el amplio sentido de la palabra, que fue librero, autor y editor, organiza­dor de archivos y bibliotecas, promotor cultural y maestro de un saber adquirido durante toda una vi­da consagrada a su principal vocación: los libros. Gamoneda se dedicó a sembrar libros porque sabía que son semillas que generan conocimiento.

VALEDOR DE EXILIADOS

Querido y viejo amigo Gamoneda: Yo no sé si estos versos son buenos para honrarle a usted. Acéptelos así y déjeme firmarlos cariñosamen­

te para que no falte mi nombre en la lista de los que le quieren.León Felipe

Al comenzar la década de 1940, cuando en México se vivía una efervescencia sociocultural heredera del proceso revolucionario, la llegada de los exiliados republicanos españoles, miles de “transterrados” que buscaban un lugar donde rehacer sus vidas, iba a representar un nuevo impulso para la vida cultural y universitaria del país. Pero la adaptación, tanto a nivel anímico como profesional, no resultó fácil. Uno de aquellos exiliados, José Ignacio Mantecón, recor­daba años después que los refugiados españoles re­lacionados con libros y bibliotecas, tuvieron la for­tuna de encontrar en México un valedor que les introdujo en los círculos bibliográficos del país. Este benefactor, que ellos llamaban cariñosamente “el don Quijote de los archivos y bibliotecas”, era Francisco Gamoneda, un asturiano que había llega­do a México a principios de siglo.

En efecto, muchos exiliados encontraron en Fran­cisco Gamoneda a ese protector tan necesario en mo­mentos cruciales de la vida: Mantecón y Millares Carlo trabajaron en la Exposición Retrospectiva del Libro Mexicano, dentro de las ferias del libro organi­zadas por Gamoneda en los años cuarenta; Juan Vi­céns, Manuel del Castillo y otros bibliotecarios repu­blicanos, participaron con Gamoneda en la creación de una red de bibliotecas populares para las delega­

ciones del Distrito Federal; y en 1945, un nutrido grupo de bibliotecólogos exiliados, entre los que se encontraban Mantecón, Vicéns, Concepción Muedra y Adela Ramón, tomaron parte, junto a Gamoneda, en el proyecto de formación de la Escuela Nacional de Bibliotecarios y Archivistas (enba), e impartieron clases en sus dependencias.

EL PERSONAJE Y SU OBRA

Su gran vocación de impulsor del estudio, de fundador, le dará el puesto y nombre que su abnegado trabajo le ha ganado en la historia de la cultura de México.

J. I. manteCón

¿Quién era este personaje y qué trascendencia tuvo en la cultura mexicana?

Francisco Gamoneda nació en Asturias en 1873 y se puede afirmar que durante la primera mitad de su

vida tuvo una existencia viajera pues cambió tres veces de continente. En 1896, después de bachillerar­se en Madrid y comenzar estudios de Arquitectura en la Universidad Central, nuestro personaje apa­rece en Filipinas donde trabaja en la administración española del archipiélago y colabora en los periódi­cos El Comercio y Diario de Manila; en ese período pu­blica numerosos artículos y dos mapas del archipié­lago. En 1898 le sorprende la guerra independentista y la contienda contra eu, Gamoneda se incorpora a la guerrilla y escribe un libro sobre su participación en la lucha.

Regresa a Madrid donde estudia Derecho y traba­ja como editor, pero el ambiente de la capital, en aquellos años de comienzos de siglo, era de frustra­ción colectiva por la pérdida de las colonias. Este escenario, depresivo y abúlico, hizo que el inquieto Gamoneda buscara de nuevo otros horizontes y el continente americano apareció como una posibilidad donde satisfacer su carácter emprendedor. En 1909

decide embarcarse para México, contaba con treinta y seis años de edad.

Durante sus primeros años en Ciudad de México, trabajó en la Librería General y después fundó la Li­brería Biblos, ambas en el Centro Histórico. Como librero, Gamoneda cambió el concepto de librería que se tenía en México: quitó el mostrador, puso mesas de lectura y convirtió el espacio en una especie de bi­blioteca donde se vendían libros. Las librerías de Gamoneda funcionaron como centros culturales: se organizaban ciclos de conferencias donde diserta­ron oradores de la talla de Federico Gamboa, Henrí­quez Ureña o Manuel m. Ponce; se hacían exposicio­nes de pintura, en una de ellas José Clemente Orozco exhibió sus dibujos por primera vez en Ciudad de México; se formaban tertulias semanales, frecuen­tadas por personajes, como Antonio Caso, Alfonso Reyes, López Velarde, Castro Leal, Luis g. Urbina, Ramírez Cabañas, o Saturnino Herrán, donde los es­

critores leían sus textos y se comentaban las noveda­des culturales o los sucesos revolucionarios; y se editaban libros de poesía, novelas y un boletín biblio­gráfico. En definitiva, en las librerías regentadas por Gamoneda se reflejó toda una época y en ellas se ex­presaron pensadores, escritores y artistas de una generación trascendental para la cultura mexicana.

La década de los años veinte despertó en Gamone­da una de sus facultades más fecundas: la organiza­ción de archivos y bibliotecas. En 1921, dejó ordenado el Archivo Histórico de la Ciudad, publicó un catálo­go del mismo y varios libros históricos. Durante ese intenso año, Gamoneda también formó la Biblioteca Municipal y dejó instalado el primitivo Museo de la Ciudad de México. Para realizar toda esa labor, coor­dinó un equipo de veinticinco personas, entre los que estaban Gómez de Orozco y Ermilo Abreu.

En 1922, Gamoneda fue contratado para organi­zar el archivo de la Secretaría de Hacienda, hizo un dictamen sobre la situación en que se encontraba y,

H

Dos vistas del Centro de Documentación Francisco Gamoneda

Page 7: La Jornada Semanal

719 de mayo de 2013 • Número 950 • Jornada Semanal

Francisco Gamoneda

con un nuevo equipo, se dispuso a ordenar millo­nes de legajos. En los siguientes años publicó un libro sobre la organización del archivo y un catálogo. Ade­más, se encargó de proyectar la primera Biblioteca de Hacienda dentro del Palacio Nacional, en la lla­mada Capilla de la Emperatriz, que Gamoneda trans­formó en una impresionante biblioteca que fue inau­gurada en 1928. Este recinto se convirtió en punto de encuentro de maestros del pensamiento económi­co y social, como Daniel Cosío Villegas, Eduardo Butrón y Agustín Yáñez, entre otros.

En 1934 fue contratado para organizar la Biblio­teca del Congreso de la Unión y, con su eficiencia habitual, reunió el acervo en el extemplo de Santa Clara de la calle Tacuba. La biblioteca se abrió al pú­blico en septiembre de 1936 y Francisco Gamoneda la dirigió durante dos años.

A partir de 1939, dirige la Oficina de Bibliotecas del dF con el objetivo de crear una red de bibliote­cas populares. Gamoneda diseña, con sus colabora­dores, un modelo de edificio y selecciona los acervos según las características de la población donde las bibliotecas prestan servicio. Hasta 1941 se inauguran catorce centros en las diferentes delegaciones. Otras bibliotecas proyectadas por Francisco Gamoneda

fueron: la Biblioteca de la Cámara Española de Comercio en México (1929), la Biblioteca de Turismo (1941) y la Biblioteca de la Secre­taría de la Defensa (1943).

Hay dos facetas importantes en la vida de Francisco Gamoneda: su labor como promo­tor cultural y su trabajo como docente. Entre 1942 y 1944 organizó tres ferias del libro con­secutivas que tuvieron una amplia repercusión en la ciudad y fueron un éxito de asistencia y ventas. Durante la feria de 1943 se publicó la Bi­blioteca de la ii Feria del Libro, que editó un total de sesenta y tres obras. La muestra de 1944 in­cluyó una Feria del Cine, la Radio y las Artes Plás­ticas. Gamoneda también fue fundador del Gru­po Ariel, una asociación cultural interesada en la recuperación del legado prehispánico y colo­nial; el objetivo primordial era difundir la cultura y todas sus actividades eran de entrada gratuita.

En su labor como pedagogo, Gamoneda fue pio­nero en la enseñanza de la organización de archivos y bibliotecas. Durante su vida profesional, él mismo formó a su equipo de trabajo y, en 1928, escribió No­

tas sobre archivonomía y biblioteconomía. En 1937, or­ganizó un Curso de Biblioteconomía y Archivología por correspondencia y elaboró un plan de estudios para aplicarlo en la Escuela de Archiveros. A partir de 1941 da clases en la Escuela de Formación de Per­sonal del Archivo Militar y, en 1944, crea la Escuela de Bibliotecarios del Congreso de la Unión.

Gamoneda fue uno de los promotores del Con­greso Nacional de Bibliotecarios y Archivistas que se celebró del 21 al 28 de octubre de 1944 en el Palacio de Bellas Artes. Entre los organizadores de este con­greso destacan los nombres de José Vasconcelos, An­drés Henestrosa, Mª Teresa Chávez y Joaquín Díaz Mercado; uno de los resultados del encuentro fue la creación de la Escuela Nacional de Bibliotecarios y Archivistas, donde Gamoneda impartió clases has­ta el final de su vida, a los ochenta años de edad.

DEL RECONOCIMIENTO AL OLVIDO

¿Cuánto deben a Francisco Gamoneda el espíritu y la cultura de México? Nadie podrá saberlo. Se ha perdido la cuenta por compleja.

Agustín Yáñez

En su época, Francisco Gamoneda fue un persona­je reconocido dentro del mundo cultural mexicano; todos veían en él a un maestro y admiraban la mag­nitud e importancia de su trabajo. Por este motivo, cuando contaba setenta y tres años de edad, un grupo de promotores decidió impulsar la edición de un li­bro dedicado a homenajear al veterano bibliógra­fo. Los organizadores estaban encabezados por Alfonso Reyes, Enrique González Martínez, Enrique Díez­Canedo, Agustín Millares Carlo, Federico Gó­mez de Orozco y Pablo Neruda. El alma de la organi­zación fue José Ignacio Mantecón que tenía en Ga­moneda al maestro, el benefactor y el amigo.

La edición del libro homenaje fue apoyada por diversos organismos oficiales: la Cámara de Diputa­dos, la Secretaría de Hacienda, el Gobierno del Dis­trito Federal, la Universidad Nacional Autónoma de México y la Cámara Mexicana del Libro, todos ellos beneficiarios del trabajo profesional de Gamoneda. También contribuyeron particulares, como Santiago Galas Arce, Daniel Cosío Villegas, Francisco Rubio Liarte y la familia de libreros y editores Porrúa.

El libro, que salió en 1946 de los talleres de la Im­prenta Universitaria con el título Homenaje a Francisco Gamoneda. Miscelánea de estudios de erudición, histo­ria, literatura y arte, contiene sesenta y ocho trabajos firmados por igual número de personalidades de la cultura. Todos ellos se habían reunido con la inten­ción de honrar al maestro y al amigo con un libro, la forma de reconocimiento más acertada para home­najear a un bibliógrafo. Entre los participantes va­mos a señalar sólo algunos, pues la lista completa sería interminable: Max Aub, José Bergamín, Carre­ra Stampa, Giner de los Ríos, Manuel Toussaint, Agustín Yáñez y José Clemente Orozco.

A raíz de su fallecimiento, un paulatino olvido se fue extendiendo sobre la vida y la obra realizada por Gamoneda. Esto sucede, sobre todo, con personas que no buscaron el protagonismo ni el reconoci­miento oficial y se dedicaron en exclusividad a rea­lizar su trabajo. Ahora, a los sesenta años de su muer­te, la figura de Francisco Gamoneda resurge; es un renacimiento provocado por una señal que, emitida desde la memoria del olvido, nos guía hasta una la­bor que permanece viva después de tantos años. Las obras siempre se resisten al olvido, porque quedan fuera del campo restringido de la memoria humana, y lo que Gamoneda nos legó son los resultados de su trabajo, el producto de semillas sembradas a base de voluntad y esfuerzo que continúan dando frutos en beneficio de muchas personas •

“ “Las librerías de Gamoneda funcionaron como centros culturales. Se hacían exposiciones de pintura, en una de ellas José Clemente Orozco exhibió sus dibujos por primera vez en Ciudad de México.

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Este comentario trata de los libros que uno no lee. De uno en particular, que usted pro­bablemente no leerá, titulado Cómo hablar de los libros que usted no ha leído (Bloombs­bury, Nueva York, 2007; edición castellana en Anagrama, Madrid, 2008), del profesor de literatura en alguna Sorbona de París,

Pierre Bayard. Usted supondrá que al menos este reseñista sí lo leyó y con altruismo le está ahorran­do hacerlo. Quizá se engaña. Según el propio Bayard, hay muchas maneras de hablar, incluso doctamen­te, de libros que no se han leído pero tanto se dice de ellos y tanto se les cita que la gente se siente cómoda y hasta apasionada discutiendo un libro ignoto, lo compara, desdeña o defiende.

Este comentarista bien pudo sólo hojearlo, una de las técnicas que comenta el catedrático francés y usa a Paul Valéry para demostrarlo, siendo que el poeta homenajeó a Proust, Bergson y Anatole Fran­ce sin haberlos leído ni planear hacerlo en el futuro; pero qué encendido obituario el suyo para expresar admiración por La recherche. Bastaba echar un vis­tazo al índice, por lo demás bastante expositivo, pues se trata de sumarios del contenido de cada ca­pítulo. Además, el autor no es un pedante que aplas­te al lector con su bagaje literario. Tal vez porque no tiene mucho de qué presumir. Sincero, candoroso, democrático, empieza por confesar que nunca ha leído Ulises, de James Joyce, pero tiene una idea aceptablemente completa de la trama, el modo pe­culiar de la narración, el flujo de la conciencia, el monólogo de Molly Bloom y su lugar en la literatu­ra universal, aunque sólo conozca poco más que la portada, dando la razón a Flaubert en su Diccionario de lugares comunes: “Libro: Cualquiera que sea, siem­pre demasiado largo.”

Lo que sigue son entretenidas revelaciones, re­flexiones, interpretaciones, pasajes y comentarios sobre las más diversas e imaginativas formas de mendacidad y autoengaño para hablar, escribir o dictar conferencias ante auditorios que podrían co­nocer mejor que uno el libro del cual uno está pon­tificando. Cuando no hilarante, es demoledor. Pone en duda buena parte de lo que los que “saben” dicen saber de los libros.

Es comprensible que para algunos reseñistas resulte ofensivo y lo divertido se le acabe pronto, y ponen a Bayard seriamente en su lugar: “Hay pocos libros más deplorables que este ensayo. Debajo de su astucia e ironía no se oculta otra cosa que un fácil antiintelectualismo”, escribió en Letras Libres el in­telectual Rafael Lemus (noviembre de 2008). “Dis­frazada de irreverencia predomina la estupidez, un tosco elogio de la estupidez. Ninguna de las frases de este libro promueve la inteligencia; ninguna pre­tende crear un lector más inteligente. Por el contra­rio: se celebra la mera astucia, se enaltece al pícaro.” Le reprocha no acusar deleite. En un comentario más entusiasta, la admirable escritora estadunidense Francine Prose encontraba ahí “un himno a los pla­ceres de leer”.

Admitamos que la pieza participa de la tradición francesa en la que algún savant alza la voz para elo­giar en vituperio una materia que no es su fuerte (ya ven, Sartre furioso contra Baudelaire, sólo demos­trando lo poco que el filósofo entendía la poesía). Acaso Bayard no es un lector apasionado ni hedo­nista. Algo hay de calvinista en su regodeo. Con una breve nomenclatura en siglas, marca cada libro que cita indoctamente como “desconocido para mí”, “ho­jeado”, “he oído hablar” (“bien o mal, mucho o po­co”). Guiado por pasajes de novelas digamos que populares (El nombre de la rosa, de Umberto Eco; El tercer hombre, de Graham Greene), o la película Grou­dhog Day, de Harold Ramis (1993), va comentando textos que desconoce de Virgilio, Aristóteles u otros

indispensables para cualquiera que lee, y se permite ilustrar la importancia que

pueden alcanzar libros de los que sólo se ha oído ha­blar y quién sabe si existan.

No es un alegato de denuncia. Al contrario. Con respeto, incluso admiración, describe algunas for­

mas de no leer. Así, un bibliotecario de El hombre sin atributos, de Robert Musil, cuida un acervo incalcu­lable en valor e inmenso en número. De esos libros que ama y cuida, que son su vida, no ha leído ningu­no. Como padre justo, los quiere por igual. Elabora y comparte catálogos, los únicos volúmenes que sí lee. Organiza, clasifica, numera tomos. Gracias a él, cada uno posee su lugar.

PARA LEER SIN LEER

Hay formas de no leer que Bayard no trata, espero que deliberadamente. Con los buscadores de internet, Fa­cebook y demás, estas formas se han multiplicado (algo que cualquier educador conoce bien como la herramienta de trampa favorita de los estudiantes para reseñar en base al plagio, las generalidades y Wi­kipedia). O las películas “del libro”. Nunca planeé leer El padrino, de Mario Puzo, sin dudar que sea intere­santísimo. Pero vi la película, con el consuelo adicio­nal de que es una Obra Maestra del cine de gángsters, con aires shakesperianos y estupendas actuaciones. Los ejemplos son miles. El gran John Houston basó su larga y desigual carrera en adaptar cuentos y novelas. Uno puede comparar las versiones cinematográfi­cas de Los miserables, Ana Karenina, Cumbres borras­cosas, Pedro Páramo, Macbeth o la Ilíada. Cuántas cintas vemos, comerciales o serias, de libros que nunca lee­remos y qué bueno. O qué lástima, según.

Los audiolibros son, supongo, una forma legítima de no leer mientras manejas, cocinas o reparas una silla: un disco de fondo nos evita gastar la vista en las páginas de Paulo Coelho o cosas peores, pero tam­bién nos achica los clásicos. Por fortuna, los inviden­tes pueden constituirse en espléndidos lectores. Aho­ra, prejuicios aparte, ¿cuánta gente que “no lee” de hecho devora volúmenes y sagas que quienes decimos leer jamás acometeríamos? La industria trasnacio­nal está poblada de tomos de quinientas o novecientas páginas que vuelan a la playa y habitan comedores y

Hermann Bellinghausen

El arte de no leer

“ “De manera que el no libro suplanta al libro, y más que alterar su forma (cualquier lectura es válida), diluye el contacto con su contenido.

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Jornada Semanal • Número 950 • 19 de mayo de 2013 ensayo9

retretes, van de mano en mano, agotan ediciones, merecen secuelas y “precuelas” que para los­que­sí­leemos son basura. El folletón no ha muerto.

La tecnología ha facilitado enormemente las po­sibilidades de no lectura. Si uno necesita o desea un determinado libro, de un clic lo baja y ya, con todo y sumario. Nada de trasladarse a la librería o la biblio­teca, o sustraerlo de casa de un conocido, ni siquiera ordenarlo en Amazon. Luego que para eso están las enciclopedias en línea y sus millones de espejos que nos permiten en segundos acceder a sinopsis, reseñas y promocionales, de manera que el no libro suplanta al libro, y más que alterar su forma (cualquier lectu­ra es válida), diluye el contacto con su contenido.

Las consideraciones del polémico Bayard pasan por admitir que se dirige a un sector reducido para el

cual leer libros, haberlo hecho, impacta en la imagen que los demás se hacen de uno y la idea que uno tiene de sí mismo: gente a la que le importan a lectura, la escritura, la traducción y la edición de este “formato” para comunicarse mediante palabras encuaderna­das. Hoy los prestigios y referentes culturales presen­tan otras coordenadas, distintas formas de presenta­ción, asimilación, reproducción y uso. La pantalla móvil y la infinita progresión de datos, registros, imá­genes y códigos neo o postverbales llevan la no lectu­ra a esferas que esta nota no pretende discutir.

Bayard recurre a Balzac ‒a quién más‒ para ilus­trar la realidad del mundo editorial, los comenta­ristas y demás magma del prestigio cultural (no sólo literario). Reseña Las ilusiones perdidas resaltando que los editores no necesariamente leen lo que pu­blican o rechazan, sino que se guían de opiniones ajenas que pueden hundir o enaltecer obras median­te recensiones por encargo cuyos autores las elabo­rarán sin perder el tiempo en la lectura. Casos hay que hasta premios ganan y los entregan reyes, presi­dentes o funcionarios que pronuncian informados discursos escritos por alguien más.

Con Montaigne, el profesor de Sorbona se pregun­ta si los libros que leímos y olvidamos (la mayoría, ciertamente) podemos darlos por buenos. En algún compartimento de nosotros alguna huella habrán dejado, grande o no, formativa o desesperanzadora, bella o ingeniosa. Pero no los recordamos. Bayard es también psicoanalista; infiero que da por sentados el inconsciente, la memoria profunda, el olvido selec­tivo, la materia de los sueños y el sentimiento de cul­pa por no hacer la tarea.

Están los autores que se los inventan (no mencio­na a Borges, pero sí a Soseki, el inquietante narrador japonés). Con desparpajo final, el ensayo de Bayard nos conduce al refranero de Oscar Wilde y la certi­dumbre de que leer nos distrae de escribir nuestra autobiografía: la “antinomia” entre leer y crear. En otro extremo estarían las deliciosas reseñas de libros

El arte de no leer

inexistentes realizadas por Stanislaw Lem en Provo­cación (Editorial Funambulista, Madrid, 2005) y Vacío perfecto (Impedimenta, Madrid, 2008) que en su vir­tualidad prodigan intensas maneras de leer y cono­cer: algo demasiado complicado para Bayard, si bien habla del libro “interno” y el “virtual” como la nuez de esa idea que nos hacemos de determinado libro, la que realmente importa.

Intelectualmente plebeyo pese a todo, Bayard expone los riesgos que implica esta actividad secre­ta y osada, y la común hipocresía respecto a lo que verdaderamente se ha leído. Estamos en una de las pocas zonas de la vida pri­vada “además de las f i n a n z a s y e l sexo ‒dice‒

sobre las cuales es difícil obtener información confiable”.

Los creyentes que leen exclusivamente biblias, coranes o devocionarios tienen sus propias ideas al respecto; memorizan colectivamente, por ós­mosis, contenidos por los cuales, l legado el ca­so, morirán, matarán o quemarán los libros infie­les. Los censores hitlerianos y estalinistas, como el Santo Oficio, serían entonces sacrificados lectores que salvaron al vulgo de contaminarse con las obras equivocadas.

Dejando de lado esa estupidez que considera la lectura una “adicción”, cabe concluir que los no

lectores más flagrantes (plagiarios, demago­gos, falsi ficadores) los encontramos en­

tre quienes leen, es criben y dan im­portancia mayúscula a dichas

actividades. Una paradoja in­teresante •

Con Montaigne, el profesor de Sorbona se pregunta si los libros que leímos y olvida-mos (la mayoría, ciertamente) podemos darlos por buenos. En algún compartimento de nosotros alguna huella ha-brán dejado, grande o no, formativa o desesperanzadora, bella o ingeniosa.

Ilustraciones de Huidobro

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EL PESO DE LA MEMORIA

JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ

Antigua luz,John Banville,Alfaguara,México, 2012.

Berenice, Francisco Torres Córdova, La Cabra/uam/La Jornada, México, 2013

NOMBRAR EL HAMBRE

RICARDO YÁÑEZ

Dice con muy buena prosa el poeta en la contrapor-tada que su texto, dividido en 31 secciones (luego

de la introducción, lo demás en verso), se propone como vehículo de comunicación entre no tanto un personaje como una persona, la muy real Berenice (niña de doce años al momento de la escritura), y los lectores. Trasvasada la persona a la literatura, tran-substanciada si se quiere, lo que sin duda Torres Córdova consigue es que a través de la suya hable otra voz, asunto de mérito, y que hable con poesía.

La auténtica creación de un personaje exige que éste tenga vida propia, y Berenice, que significa –aler-ta el pórtico del pequeño volumen– “la que lleva o trae la victoria”, tiene una voz con vida propia. Una vida nos habla en su voz como fue –es– oída por otra voz, la de Torres Córdova; su voz, repitámonos algo, tran-substanciada, oída no desde la estenografía, sino desde su esencial habitar un cuerpo concreto que aunque único, por esencial el habitar, es múltiple.

Otra dificultad afronta, salva, el autor. Le oí decir, y no parece que no tenga razón, que titular un libro de poesía con nombre de persona es, palabras mías, cosa de pensarse. Novelas, cuentos…, por así decirlo, sobran. Optó por la llaneza, cuando tenía elementos (una constelación, por ejemplo, la elegía de Calímaco, aparte de las raíces griegas del mismo nombre) para retorizar. Puntual nombró: Berenice, no más.

Un murmurio que suena “como a un rizo en el aire”, un rizo “de agua y luz”, se acerca, destella, se va. “Pero luego vuelve, insiste […]: ‘Ese rizo es tu nombre –dice–, y es el mío, y es uno y es innumerable. Viene de lejos. Aprende a llevarlo y apren-de a decirlo.’”

Y luego: “No de vivir, sino de no morirme te hablo. Llevo esa pequeña victoria en un cúmulo de obscenas derrotas. […] Soy el agua c o r a z ó n q u e a m p a r a l a piedra.”

Con una que pareciera extraña voluntad de esti-lo, pero que acaso marca (presenta ) los vacíos del hambre, Torres Córdova hace de pronto estrofas de un solo verso. No: estrofas de versos espacia-dos , a tentos ( inc luso dent ro de s í mismos) a l vacío: “Ávida el hambre// tiende sus raíces en el alma// socava los sosiegos de la noche// y adultera el tacto de la luz/// día a día siglo por siglo/// […]” Y en otra tesitura tipográfica, pero no de sentido: “En este cielo de la boca/ la noche no trazó ninguna vía.”

La memoria está habitada tanto por recuerdos como por fantasmas. Ambos, en muchas ocasiones, se

esgrimen como certezas para quien busca rescatar su pasado del olvido. Es común toparse entonces con las primeras desavenencias. A fuerza de reflexionar, es imposible no descubrir que los fantasmas no pueden

ser confiables, que las certe-zas absolutas se diluyen ante la primera prueba. Esto se debe a múltiples factores. Al margen de e l los , lo c ier to es que la memoria es un lugar vivo que se modifica cada que se acude a ella o, en algunos de los casos, aun sin tocar a su puerta.

Ese es el planteamiento del que parte John Banville (Irlan-d a , 1 9 4 5 ) e n A n t i g u a l u z . A l e x a n d e r C l a v e u t i l i z a el recurso de la escritura p a r a disipar el tedio que se ha insta-lado en su vida. Y no porque

haya pasado los sesenta años ni por una jubilación anticipada. Sucede que ha sufrido demasiado. En sus mejores tiempos fue un famoso actor de teatro, pero hace una década su hija Cass se suicidó. Estaba embarazada. No hubo carta de despedida ni justifi-cación alguna. Sin embargo, un remanente en la conciencia del protagonista lo hace volver una y otra vez a esa extraña certeza que le indica que sabía que eso sucedería.

Al tiempo en que da cuenta de ese trágico aconte-cimiento, Clave también narra su primer amor: la señora Gray, la madre de su mejor amigo. A diferen-cia de muchos enamoramientos adolescentes, éste no sólo llega a consumarse sino que viven como amantes varios meses, hasta que un suceso inespe-rado termina por separarlos. Por si fuera poco, en el presente de la narración Clave recibe una llama-da para sacarlo del retiro: quieren que protagonice una película. Él, que nunca ha actuado en el cine, deci-de aceptar. Allí terminará relacionándose con Dawn Devonport, la estrella que protagoniza el filme.

Una vez que todos los elementos están sobre la mesa, inicia el arduo proceso de reconstrucción de las múltiples tramas. Si bien el presente tiene la consistencia de lo certero, el pasado le va jugando malas pasadas al personaje. Cada tanto debe retroce-der, desdecirse, para que las imágenes quepan en el cuadro que está construyendo. Pero todos estos proble-mas poco importan. A fuerza de dar vueltas al mismo asunto, consigue contagiar al lector de una terrible sensación de desasosiego. Porque las bromas de la memoria pueden cambiar el paisaje o la estación del año, incluso pueden sumar testigos donde apenas había una persona. Sólo eso. Es posible, también, que oculten el temblor de las manos, la emoción desbor-dada de quien se encuentra por primera vez con una mujer desnuda o el llanto de aquél que descubre a su hija muerta. Pero es una idealización que no altera el

pasado sino que lo conforma como el antecedente necesario del presente.

La prosa de Banville no es sencilla. Lleva al lengua-je a lugares insondables y deshabitados. Aceptar el reto es correr riesgos. Sin embargo, lo que hay tras esas letras bien vale la pena la lectura •

Nueva correspondencia Pizarnik, Ivonne Bordelois y Cristina Piña (compiladoras), Posdata Editores, México, 2012.

La primera edición de este volumen data del

medianamente lejano, en el sentido editorial, año de 1998; tres lustros

después, esta segunda edición ofrece un buen número de ventajas y atractivos para

los muchos interesados en la obra y malo-grada vida de la mítica Alejandra Pizarnik, comenzando por supuesto con la puesta

en re-circulación del volumen mismo pero, sobre todo, si se considera que de aquellos

veintitrés corresponsales pizarnikia-nos originalmente incluidos, ahora se ha

pasado a cuarenta, lo cual significa un incremento –vale más decir un enriqueci-

miento– de casi el doble. Ello se debe, y hay que agradecérselo, a las compiladoras, ambas

poetas, ambas investigadoras y, huelga mencionarlo, ambas apasionadas y

especialistas en la obra de Pizarnik, sobre quien han escrito cuando menos un ensayo

cada una de ellas por su cuenta. Como siempre con la poeta argentina –cuya muerte

trágica a propias manos a veces, y para mal, opaca su obra—, lo que ha escrito revela y emociona, explica y descubre, aquí con el plus de leerla/escucharla comunicándose con sus pares, que eso y no otra cosa son,

literariamente hablando, la casi totalidad de sus corresponsales.

Con-versatorias. Entrevistas a poetas mexicanos nacidos en los 50, Ricardo Venegas (coordinador), Ediciones Eternos Malabares, México, 2013.

Con prólogo de Hugo Gutiérrez Vega,

este nutrido volumen contiene el resultado de una larga serie de

conversaciones que, como lo indica el título, fueron sostenidas con buen número de los poetas mexicanos nacidos en la década de los años cincuenta del siglo pasado. Están aquí, entre otros, los nombres de Vicente Quirarte, Juan Domingo Argüelles, Javier

Sicilia, Alberto Blanco, Eduardo Langagne, Efraín Bartolomé, Jorge Esquinca, Francisco Segovia, Francisco Torres Córdova, Enrique

López Aguilar y José Ángel Leyva, todos ellos por cierto cola-

boradores ya permanentes, ya ocasionales de estas páginas. Venegas dio tono y balance

al libro al hacer que las entrevistas fuesen realizadas a su vez por otros poetas –ahí están Marquines, De Aguinaga, Verduchi, Luna, Cortés y Alanís Pulido, entre otros,

para demostrarlo–, estrategia eficaz para que, lejos de tratarse de meras entrevistas

en el sentido secamente periodístico, fuese posible esta delicia de ars conversatoria.

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próximo número

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Jornada Semanal • Número 950 • 19 de mayo de 2013

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EL JOVEN DICKENSGraham Greene

LA ESCUELA COMO EXTENSIÓN DE LA VIOLENCIA

RICARDO GUZMÁN WOLFFER

NARRADORA NOTABLE

RAÚL OLVERA MIJARES

Reflexiones sobre la violencia en las escuelas,Alfredo Furlan (coordinador),Siglo xxi Editores,México, 2012.

Cuentos completos,Inés Arredondo,fce,México, 2012.

Aun cuando en verso libre no pueda estrictamen-te hablarse de estrofas , aquí nos refer imos a ellas como agrupamientos de versos separados por un espacio. En el poema 5, luego de cinco estrofas de las antedichas vienen cuatro de un solo verso:

“se llaga la conciencia// se troza el pensamiento// se quiebra la primera dignidad// de haber nacido”. 6: “ahí descalza sola/ la carne/ en su recóndita inocencia/ se devora a sí misma”. 8: “en la boca el tufo que la muerte/ escarcha en los labios de la vida/// llevo su nombre”.

14: “Mis dos hermanos// se los llevó mi padre// en cruz sobre sus hombros/// Esa tarde encajada en la tierra// de sus pies sedientos y perdidos// los ojos del agua se cerraron// se abrieron las bocas del silencio// y el desierto dijo su nombre.”

Para el 29 el “Alba descalza” “de tacto suave/ sobre el árbol del aire” “disuelve la escarcha/ que la muerte condensa/ en mis labios de niña”. Y en el 30, ya sin número, a manera de despedida, de epílo-go, este final lírico, casi de madrigal; por ello mismo más nostálgico (cursivas del original): “Donde el agua fecunda// la tibia entraña de la piedra// y resuena y se alarga// y llama canta// la vocal abierta de la vida/// Ahí// donde el día bendi-ce// los trabajos del pan// y de la leche.” •

Tres títulos, escritos casi a un decenio de distancia cada uno: La señal (Era, 1965), Río subterráneo

(Joaquín Mortiz, 1976) y Los espejos (Joaquín Mortiz, 1988), conforman el corpus cuentístico de Inés Arre-dondo, una mujer que en una entrevista confesó que le hubiera gustado ser recordada como escritor. Un matiz relevante es que si algo caracteriza la produc-ción narrativa de Inés Arredondo es su libertad,

seguir a discrimen la historia de su vida, ir recibiendo diver-sas influencias tanto de auto-res muertos como de colegas vivos, sin traicionar jamás sus propias raíces cuasi obsesio-nes (los ambientes rurales, las diferencias entre ricos y pobres, la mirada silenciosa que todo lo capta de sus perso-najes femeninos, la repre-sión sexual y, f ina lmente , la tentativa de liberarse de toda atadura).

Más que cuentos, muchas de las piezas son relatos y

estampas, estructuras abiertas y de carácter poético, que pueden cobrar un aliento singular y extenderse por decenas de páginas e incluso revivir corrientes literarias en apariencia superadas como “Apunte

gótico”. “Los espejos”, retrato de dos generaciones, es la historia de un hombre casado sucesivamen-te con dos hermanas de belleza excepcional, una demasiado temeraria y muerta durante su segun-do embarazo, y la otra, idiota, incapacitada mental-mente, con la que el también desequilibrado prota-gonista pretende suplir a su predecesora. Con ambas engendra sendas hijas. La mayor siente un odio cerval por la menor, aun sin saber que es su hermana de sangre, pues enfrenta un trauma mayúsculo a causa de los pecados de sus progeni-tores que ella proyecta en el otro de los productos.

“Sombra entre sombra”, el último relato de Los espejos , muy en la vena de Georges Bataille, esce-nifica en una hacienda del norte el caso de un viejo rijoso, con claras tendencias sadomasoquistas, que compra a una joven y apetecible doncella a quien termina no sólo martirizando para obtener placer, sino hasta compartiendo y dejándosela en herencia a un amante suyo.

La obra narrativa de Inés Arredondo destaca por varias notas: su absoluta fidelidad consigo misma como ser humano, venida al mundo en el noroeste de México, llegada a la gran urbe, estudiosa y críti-ca de la l i teratura; la exploración de diversas posibilidades en la manera de narrar una historia sin prejuicios estéticos o éticos de ninguna laya; hay algo profundamente sincero y humano en la visión de esta escritora; la economía de medios que no excluye los desarrollos sugerentes (es raro que jamás haya concluido aunque sí comen-zado una novela); la capacidad de ir incorporan-do nuevos hallazgos, fuera por lecturas de auto-re s c o n s a g r a d o s a q u i e n e s a d m i r a b a , c o m o Pavese, Anne Catherine Porter, Katherine Mans-field , o bien cofrades escritores a quienes trató en persona (siendo García Ponce el principal de ellos, aunque también Huberto Batis y José de la Colina, sin olvidar la impronta dejada en el léxi-co por su primer marido, Tomás Segovia) •

El fenómeno de la violencia escolar no es nuevo y tiene algunos años que ha sido atendido por

estudiosos y autoridades, pero dista mucho de ser comprendido a cabalidad. En este libro se presentan diversos enfoques que pueden dar luz a algunas causas de la violencia escolar.

Dividido en secciones, cada una contiene artí-culos de distintos autores con una perspectiva en común: la primera, a partir de la sociología; la segunda, a partir de la psicología institucional y la psicología educativa; la tercera, a partir de la pedagogía, y la cuarta, a partir de lo político-filosó-

fico. En muchos se hace referencia a grandes pensa-dores de cada campo. Los análisis sobre la obra de Bourdieu y Foucault podrían incluso ser prefacio de estudios relacionados con otro tema.

La cantidad de información teórica es apabullan-te. Sin embargo, se dan conclusiones y propuestas a desarrollar. Como refiere la cuarta de forros del texto, será necesario aplicar las investigaciones de campo para reforzar las conclusiones teóricas y aportar a la práctica soluciones eficaces. No por el lo se trata de un texto desdeñable, pues da enfo-ques novedosos.

P o c o s e p u b l i c i t a y menos se contempla en la ley que, al menos en un porcentaje , la violencia escolar puede tener raíces en la forma de cortejar entre los adolescentes, especial-mente en zonas con altos índices de violencia social; amén de la publicidad exis-tente en noticieros y diarios de nota roja. Se afirma reite-radamente que la violencia escolar tiene relación direc-ta con: a) el nivel de vida de los estudiantes: el niño frustrado busca la destruc-ción, a veces propia (adicciones, etcétera), a veces de los demás, y claro que eso no incide en tener muchas o nulas oportunidades socio-económicas; b) la conciencia social del papel preventivo de la escuela; y, c) la calidad de la educación en general. Y sin duda es así, pero también se menciona cómo, incluso en escenarios extremos, el individuo tiene la posibilidad de optar, no sólo por agredir o ser agredido, sino por dejar abierto el camino para agre-siones colectivas o a terceros.

Varios autores aceptan la falta de otras miradas. Una muy evidente es que esa violencia responde a una percepción nacional sobre la impunidad. Si queda sin castigo entre el noventa y cuatro y noven-ta y ocho por ciento de los delitos, según la fuente, cómo no esperar que los escolares comprendan que muchas de sus agresiones quedarán perfectamente sin castigo. El uso de la aplicación de la justicia en forma diferencial también educa a los jóvenes en el hecho sustentado por las estadísticas de que no importa mucho que lesionen o maten: t ienen muchas posibilidades de salir incólumes y refor-zados en su propia concepción de agresores.

Un texto que no sólo llama a buscar nuevos caminos para abordar esta violencia, sino que muestra i rrefutablemente cómo el fenómeno apenas se comienza a conocer •

Textos sobre Caparrós, Larbaud, Gilbert, Sullivan y Grossmith

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Enrique López [email protected]

Naief Yehya

19 de mayo de 2013 • Número 950 • Jornada Semanalarte y pensamiento ........

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El dilema de la guerra de los drones (iii y última)

Compasión seleCtiva

En su conferencia de prensa del pasado 30 de abril, Obama declaró respecto de los prisioneros en huelga de hambre en Guantánamo: “No quiero ver a estos in-dividuos morir”, por lo que envió de inmediato refuerzos para continuar con la estrategia de alimentación forzada. Paradójicamente, el presidente que no quie-re ver morir a los presuntos terroristas que viven un encierro sin posibilidad de justicia, tiene una lista de presuntos terroristas a los que sí quiere ver morir en ataques a control remoto.

paCto de sangre

El pasado domingo 7 de abril, The New York Times publicó en primera plana un reportaje de Mark Mazzetti, que coincidía con el lanzamiento de su li-bro The Way of The Knife, acerca de la manera en que la cia se ha ido trans-formando, de ser una agencia de es-pionaje, en una organización parami-l i tar. M azzett i descr ib e e l pr imer asesinato selectivo con drone llevado a cabo en la región tribal paquistaní de Waziristán, el 18 de junio de 2004. El blanco fue Nek Muhammad, un líder tribal pashtun aliado al talibán que había confrontado y derrotado de manera humillante al ejército paquis-taní. El régimen de Islamabad hizo un pacto con la cia: la agencia asesinaría a Mohammed, los paquistaníes se ad-judicarían el golpe y a cambio la cia podría operar en esa región con liber-tad para cazar a sus sospechosos. Mu-hammad había ayudado a miembros de Al Qaeda que escapaban de Afga-nistán, pero no era en realidad ene-migo de e u ; no obstante murió con cinco personas más, incluyendo un niño de diez años y otro de dieciséis, por el impacto de un misil que dejó un cráter de 2 metros de diámetro.

en vez de torturarlos… Mazzetti señala que Paquistán no fue el primer país donde fueron usados los drones para asesinar “terroristas” (de-butaron en Yemen en 2002), pero sí se convir t ió en el laborator io donde se experimentó con esta nueva forma de matar que vino a “borrar la línea en-tre soldados y espías e hizo corto cir-cuito en el mecanismo con el cual Es-tados Unidos como nación va a la guerra”. La cia ha estado en el negocio del asesinato político desde su funda-ción; sin embargo, la agencia cambió dramáticamente al enfocarse en ma-tar sospechosos con drones. En parte la decisión de asesinar a líderes y mili-tantes de Al Qaeda fue una reacción a la catástrofe de relaciones públicas que provocó la revelación en 2004 de los programas de tortura llevados a cabo en “prisiones negras” de la cia o que eran encargados a los torturado-res de otros países. Si bien la tortura de

sospechosos no cesó, la cia comenzó a buscar alternativas, pues parecía in-minente que las revelaciones de atro-ces violaciones de derechos humanos eventualmente llevarían a los respon-sables a la cárcel. Además, el gobierno estadunidense no tenía (ni tiene) idea de qué hacer con estos cautivos una vez torturados. Nada parecía mejor al-ternativa, entonces, que simplemente eliminarlos con misiles disparados desde bases militares remotas. intervenCionismo CondiCionado

Para Paquistán aceptar que los estadu-nidenses bombardearan su territorio fue una vergonzosa renuncia a su so-beranía. Sin embargo, supusieron que los misiles a control remoto podrían resolver su problema doméstico con las tribus más desafiantes del gobier-no central. Así, el régimen aceptó con la condición de ser informado de cualquier acción (lo cual no se cum-plió), que los drones fueran operados de manera secreta por la cia para que eu no tuviera que reconocer su exis-tencia (lo cual cambiaría pronto), y que además deberían mantenerse ale-jados de “las instalaciones nucleares y de los campos de entrenamiento de los militantes kashmires que prepa-ran ataques contra India”. patétiCa efiCienCia

La justificación para el uso de drones es la eliminación “quirúrgica” de líde-res enemigos, de “blancos de alto valor” o bav. La realidad es que desde que se echó a andar este programa se ha ase-sinado a alrededor de 4 mil 700 perso-nas, y se afirma que trece de ellas eran bav (un estudio de la Universidad de Nueva York afirma que la eficiencia es del dos por ciento). La ineficiencia de semejante programa, que también ha costado la vida de cuatro estaduniden-ses considerados combatientes enemi-gos, es pasmosa, y más si se considera que cada ataque cuesta alrededor de un millón de dólares. De acuerdo con la New America Foundation, entre el die-ciocho y el veintitrés por ciento de las víctimas de los ataques en Paquistán no eran militantes, y los que sí lo eran no aparecían en la lista de los terroristas que Obama quiere asesinar •

Literatura y redacción (iv y última)

EN MÉXICO, DESPUÉS DE 1970, como consecuencia de la reforma educativa em-prendida bajo el gobierno de Luis Echeverría, de la explosión demográfica que se

disparó en los siguientes treinta años, de la creciente invasión de los medios electró-nicos, de la progresiva instauración de una cultura más visual que verbal y de un prag-matismo sustentado en la carrera del dinero, ha ocurrido una caída notable en la ex-presión escrita del común de las personas y su bagaje cultural ha tendido a reducirse notoriamente. Casi todo mundo procede de escuelas donde la masificación de los grupos ha vuelto casi imposible un seguimiento cercano del docente para corregir sus problemas de lengua escrita; casi todos son parte de una generación formada por la

televisión, los juegos electrónicos y las computadoras; casi todos creen que una imagen vale más que mil palabras y, a la manera de Tomás, el apóstol, que sólo se percibe lo que se ve y sólo se conoce lo que se mira.

En los casos más graves, las incompe-tencias en el nivel de la lecto-escritura producen personas con menor capaci-dad de abstracción conceptual, aunque sean hábiles para descifrar los videoclips y emplear internet para “bajar” del ciberes-pacio una información que no se molestan en leer para presentarla como resulta-do de una “investigación”. Frente a tales novedades y diagnósticos, ¿puede hacer algo la literatura para ofrecer modelos interesantes a los alumnos de un curso redaccional que están pensando en ga-nar dinero? Muchos creen que podrán pagar una secretaria o un escribano que les corrija sus errores, o que los progra-mas cibernéticos los ayudarán a revisar sus textos… En el caso de una espiral más amplia, nada garantiza que una secretaria tenga la formación necesaria para corre-gir eficientemente, ni que los dicciona-rios de los procesadores de palabras pue-dan detectar los problemas que pudieran aparecer en un texto escrito.

¿Será la literatura un buen ejemplo para redactar bien? Ante el quebranto de las habilidades de lectura y redacción, sembraría más incertidumbres que cla-ridades dada su complejidad inherente, incluso si se trabajara con un texto con-siderado “sencillo”. El texto literario debe ponerse junto con otros para reforzar el aprendizaje con modelos que orienten al alumno hacia su propia textualidad. El objetivo de los cursos redaccionales no es lograr que el usuario tenga un estilo be-llo, elevado o elegante: el objetivo de-bería ser que todos encontraran un estilo propio, eficiente y comunicador. Para eso, los modelos deben rastrearse en otros lados y su empleo debe estar más del lado de la elección que de la obligación.

Se puede alegar que la literatura ofre-ce modelos adecuados en cuanto a la

construcción del texto, pero la prolifera-ción temporal del primer párrafo de Cien años de soledad, de Gabriel García Már-quez; o los anfibológicos “duelos y que-brantos” del primer capítulo del Quijote, de Cervantes; o el tono poético de la car-ta de la Maga a Rocamadour, en Rayuela, de Julio Cortázar; o los ordenados laberin-tos verbales que propone Bustrófedon, en Paradiso, de José Lezama Lima; o el vertiginoso corte lingüístico retratado en

“Cuál es la onda”, de José Agustín; o las vio-lentas y sesgadas descripciones de los personajes en Los errores, de José Revuel-tas… ¿le servirán a quien va a necesitar recursos más elementales cuando escri-ba (si fuera a escribir)?

Ofrecer las peras del olmo al que cursa redacción es como ofrecer la Ilíada a un recién alfabetizado, volver a incurrir en el magnífico error de Vasconcelos cuando, después de más o menos alfabetizar al país, ordena la distribución de la serie Clásicos Universales entre los flamantes lectores, con el consecuente problema de que Fausto, Edipo rey y La vida es sueño no tuvieran nada que decir a un analfabe-ta funcional: la literatura es insustituible en la vida y crucial en cursos de estilística y preceptiva, pero, ¿por qué empeñarse en ofrecer el modelo de la excepción cuando los proyectos redaccionales tienden a fundarse en una suspirada re-gla general?

Los profesionistas no pretenden es-cribir literariamente. Un buen proyecto de trabajo sería buscar ejemplos tex-tuales en los ámbitos que serán su ver-dadero entorno: fragmentos de tesis, repor tes de investigación, car tas co-merciales, prosas funcionales. El buen estilo se obtendrá de la literatura sólo cuando el interesado quiera pasar de una prosa elemental a una muy elabo-rada. La literatura es la pera del olmo. A quien busque per feccionar el nivel escr ito de su lengua debe ofrecerse, primero, el reconocimiento y análisis del olmo antes de pasar a la degusta-ción de la pera •

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Germaine Gómez Haro Alonso Arreola@LabAlonso

........ arte y pensamientoJornada Semanal • Número 950 • 19 de mayo de 2013

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Instrucciones para darle la vuelta al guante

NOS HABÍAN DICHO QUE la primera parada de nuestra gira morelense, en Xoxocotla, sería complicada. Anunciaban algo de rudeza en la audiencia

pues se trata, dijeron, “de un bastión de resistencia de los pocos que hablan náhuatl”. Bajo un sol de 40 grados la experiencia no pudo ser más distinta. Fuimos recibidos con amabilidad, se nos escuchó con respeto y pudimos conocer algo de sus costumbres en un ambiente sereno, transparente.

Se trata de un pueblo ubicado a 40 minutos de Cuernavaca, con cerca de 20 mil habitantes. Efectivamente han sabido enfrentar a distintas autoridades, pero hoy se hallan más o menos divididos por distintos grupos políticos y religiosos, ade-

más de que el porcentaje de hablantes de lenguas ajenas al castellano es míni-mo. Marco Antonio Tafolla y Alma, su esposa, emprendedores de aquellas tierras, nos invitaron allí a conocer su centro cultural y a comer un exquisito mole verde con tamales nejos. En su compañía aprendimos sobre la histo-ria del lugar, incluidas injusticias y abandonos, sobre los esfuerzos que hacen para enseñar danza, teatro, com-putación, radio comunitaria y música.

Horas después, en un tinglado frágil del zócalo, iniciamos nuestra presenta-ción. Parejas mayores se fueron juntan-do en las jardineras sin atreverse a acer-carse. Nos gustó el letrero que rodeaba el proscenio: “Cultura, derecho de la gente.” Aunque, quiénes somos noso-tros para abanderar semejante causa. Aquí la prueba: a mitad de la segunda pieza sonaron cohetes acercándose. Era una banda de alientos con Chine-los que llegó a la plaza bailando en blancos atavíos. Se detuvieron a un la-do de “nuestro” escenario. Pararon su música. Nos observaron a través de sus coloridas máscaras. Saludamos descon-certados. Uno devolvió el gesto. Al poco tiempo arrancaron de nuevo pa-ra alejarse, comprensivos y generosos ante nuestro esfuerzo. Ni ellos ni noso-tros fuimos avisados de un encuentro que pudo arrojar frutos. Nada nuevo.

Dos días después, hablando sobre ese momento en un bar de Tepoztlán, doña Guadalupe Hernández se hizo presente con una voz que, al principio, creímos salida de la radio. Pero no. Allí estaba, parada a dos mesas de distan-cia, cantando a capela temas de su au-toría con arreglos de mariachi. Vesti-da con sencillez, sus lentos vibratos le otorgaban carácter, autoridad, credi-bilidad. Combinaban la fuerza de sus setenta y tres años con la dulzura de sus setenta y tres años. Es morena. Tie-ne arrugas profundas, aunque no mu-chas. Frente a su persona todos en el sitio guardaron silencio, fascinados y sonrientes. Nos prometimos entonces esperar para hablarle, pues nació una pregunta entre los convidados: ¿cómo habrá sido su vida?

“Empecé a cantar a los tres años de edad, en los palenques donde mi pa-

pá trabajaba, pues era gallero –com-parte doña Lupe de pie junto a la ba-rra–. Desde que me presenté por vez primera supe que ya no podría dejar-lo nunca.” La mayor de tres hermanas, nos dijo que su historia fue difícil. Se casó y Dios le regaló un hijo que hoy, con cuarenta y siete años, trata de con-vencerla de su retiro. “Yo le digo que me moriré cantando; vivo de esto desde que tengo cuarenta y cinco años de edad y así me mantengo, tra-bajando donde me lo permitan, sean jaripeos o restaurantes.”

Le preguntamos sobre los momen-tos que más atesora. “Son muchos, pe-ro uno fue en el más reciente homena-je a Chavela Vargas, pues me llevé la noche –señala emocionada–. Iba a can-tar una canción pero no me dejaban bajar, tuve que seguir.” Algo que enten-demos tras comprobar su talento. Tie-ne una sabiduría antigua. Postra la mirada en lugares salvajes, moviendo las manos como quien sabe el peso de las palabras. Nos despedimos de ella para ir rumbo al parque central, donde tocaríamos a su salud. Sonrió y auguró: “Que tengan éxito.” Salimos abrumados por su transparencia.

De camino al concierto, nos encon-tramos con el dúo Los Compadres. A medio arroyo, uno tocaba la guitarra y cantaba leyendo desteñidas letras de un cuaderno deshecho. El otro usaba el cántaro de barro, cuya boca golpea-ba con una pala de tela alternada por la otra mano para cambiar y cortar el tono. “Es el sustituto del bajo, nos lo en-señó uno de los viejos del pueblo –dijo cuando le preguntamos–. La idea es que lleve el acompañamiento”, aclaró sin sospechar antigüedades africanas. Sorprendidos por la poca gente alre-dedor, nos afectó su contundencia.

¿Qué hicimos en ese último y tercer show por Morelos? Sólo intentamos el eco de aquellos que están dentro del guante (sean Chinelos, doña Lupe o Los Compadres); personajes menospre-ciados que no salen a la luz en pos de una cultura que se gesta, se importa y sucede fuera de la propia cultura. Buen domingo para ustedes y para quienes nos invitaron a ese territorio donde tantas cosas están sucediendo •

Miguel Ángel Ríos: el fantasma de la modernidad

EL ARTISTA DE ORIGEN argentino Miguel Ángel Ríos (Catamarca, 1943) ha destacado desde hace un par de décadas en la creación de videos e instalaciones multimedia en

las que aparecen de manera recurrente –pero siempre con una voz distinta– sus preocu-paciones sociopolíticas: la identidad, el territorio, los conflictos fronterizos, las tradiciones ancestrales de los grupos étnicos latinoamericanos y su incidencia en el mundo actual, en fin, el concepto complejo e inasible de la América profunda. Actualmente se presen-ta en la Sala de Arte Pública Siqueiros (Tres Picos 29, col. Polanco) la muestra A través de la frontera, que incluye una serie de dibujos en papel y un extraordinario filme de 5 minutos titulado El fantasma de la modernidad. Lixiviados.

A diferencia de otras producciones an-teriores en las que Ríos recurrió a un len-guaje cargado de violencia –aunque siem-p r e e n u n t o n o m e t a f ó r i c o – p a r a puntualizar temas muy variados, como las guerras o las revueltas de masas, en este filme nos transporta a un territorio onírico en el que las referencias sutil -mente veladas, más que mostrar, ocultan. Y si menciono que ocultan es porque el espectador no consigue tener plena cer-teza de lo que el artista ha querido expre-sar en la secuencia de imágenes extraña-mente ambiguas y poderosas, pletóricas de contenido simbólico. La unión de los contrarios es el hilo conductor de estas misteriosas y muy sugerentes imágenes que, de alguna manera, evocan lo liviano y lo pesado, lo opaco y lo traslúcido, lo te-rrenal y lo celestial, lo inmediato y lo po-sible… Imágenes que, a un tiempo, propi-cian un ámbito metafísico de “carácter alucinatorio, mágico, onírico”, según las palabras del propio realizador.

Da inicio la proyección con la caída de numerosos cubos construidos con placas de lámina que remiten a los refugios im-provisados que se encuentran en los asen-tamientos más marginados en los paí-s e s t e r c e r m u n d i s t a s . S e e s c u c h a e l estrepitoso desplome de estos artefac-tos sobre la tierra, en un espacio que, se intuye, es un amplio basurero. Siguiendo el mencionado juego de los contrarios, entra a cuadro un cubo de cristal transpa-rente de 2.5 × 2.5 × 2.5 que vuela rítmica-mente entre las cajas de lámina, recorrien-do a su paso grácil y etéreo el inhóspito espacio del basurero.

A través de la trasparencia del cubo se vislumbra un paisaje hostil en el que, de pronto, aparecen unos tendederos de ropa que alternan con unas fajas de carne c ru d a q u e t a m b i é n p e n d e n d e u n a s cuerdas, creando así una inquietante at-mósfera críptica que se contrapone a la belleza y fragilidad del cubo que es, en úl-tima instancia, el protagonista del filme.

No hay diálogo alguno y la presencia humana se reduce a la visión de unas cuantas piernas y pies de unas mujeres

indígenas que barren con furor el terreno farragoso. Sin embargo, el sonido forma parte de la armonía de las imágenes: se escucha el murmurio de un viento que no parece correr, en tensión con el aleteo de decenas de zopilotes que elevan su vuelo hacia el azul profundo del cielo oa-xaqueño y cuya presencia pareciera pre-sagiar algún mal agüero. El hecho de ha-ber filmado en los basureros de Zaachila no es una casual idad. M iguel Ríos se interesó en esta zona de litigio entre las diferentes comunidades zapotecas que pelean por el poder dentro del territorio de los basureros, para ahondar, una vez más, en problemáticas actuales que han sido en gran medida su fuente de inspi-ración. Ríos eleva el significado social y político de este conflicto a un nivel de re-flexión crítica y, tomando como metáfora la figura del cubo, lo entrevera con otro cuestionamiento de índole estética que tiene que ver con el lenguaje de la moder-nidad en el siglo xx. Así lo plantea el artista:

“Es un filme que se vale de la geometría para explorar el espacio antropológico implicado en las percepciones sensoriales, usando dos de los paradigmas fundamen-tales de la modernidad: la transparencia y el cubo.” El cubo, en el sentido cartesiano, tiene que ver con los conceptos fundacio-nales de la modernidad, en tanto que Ríos subvierte estos conceptos en su espacio cinematográfico y convierte el cubo en un abanico de posibilidades que dan pie a la reflexión existencial. “¿Es nuestra posición la de ser protagonistas o espectadores, estamos fuera o dentro del cubo?”, se pre-gunta –y nos pregunta– el artista. Este contundente, hermoso, complejo y alta-mente poético filme puede ser abordado desde distintos ejes de interpretación/sensación que buscan –y consiguen– romper con la lógica cartesiana al abrir brecha al placer estético y al cuestio-namiento fi losófico. Cada espectador sacará su propia conclusión •

Nota: En la columna anterior se omitió decir que la exposición Cúmulo,

de Maribel Portela, se presenta en el Museo de San Carlos.

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14arte y pensamiento ........ 19 de mayo de 2013 • Número 950 • Jornada Semanal

Jorge MochAna García [email protected]:@JorgeMoch

El rumbo dislocado

E STE PAÍS LANGUIDECE, INERME ante sí mismo. Parece que agoniza y de pronto se restablece un poco, como si previese la siguiente crisis. Padece

violentas atetosis en inusitados rincones del cuerpo vasto y seco y sucio. Algu-nas de estas agitaciones tienen la validez del descontento popular; otras son meras manifestaciones violentas y criminales de un mismo encono. El virus que lo carcome, que muta pero siempre al fondo es el bacilo de la corrupción aun-que vista Armani y corbata de seda, habita diminutos núcleos de aire diáfano y bonitos ventanales desde los que se pueden admirar pulcros edificios con he-

lipuerto, gigantescas ampollas comer-ciales, robustas al menos en apariencia, y uno que otro jardín. Uno de los más primitivos síntomas de las muchas, terminales afecciones que socavan la armonía del organismo es esa sucesi-va alopecia de árboles que se tiran a diario al suelo y no son reforestados nunca. El resto del país es extrarradio, huizachal, tiradero.

Es un país sobrepoblado, porque hace cuarenta o cincuenta años, cuan-do debió prever que los habitantes nos íbamos a seguir reproduciendo felizmente tal que bacterias a ritmo de partenogenética cumbia, al pseu-docerebro gobernante le tembló la mano ante el clero y su recua retarda-taria y se negó a impulsar de manera sostenida y sólida una eficiente polí-tica de anticoncepción. Ahora somos demasiados y alimentamos enormes, incurables taras sociales vinculadas a la sobrepoblación, que empiezan por el consecuente estrechamiento del abanico de las oportunidades de éxi-to en la vida para retroalimentar la pobreza, y la pobreza la miseria, la mi-seria el fanatismo, el fanatismo la ig-norancia y la ignorancia, en resumen, la estupidez. Solamente en un país con numerosas castas sin herencia se pone precio irrisorio al voto o se man-da al carajo una vida entera con tal de conseguir dinero fácil en el entrama-do de la delincuencia. Solamente en un país de miserables una niña de quince años, en lugar de seguir estu-diando para trascenderse a sí misma, termina empuñando un cuerno de chivo por pinchurrientos 5 mil, o 15 mil tristes pesos, para atacar soldados desplegados en una guerra cruenta e inútil. Solamente en un país verdade-ramente de jodidos, según la artera taxonomía antropológica de Emilio Azcárraga Milmo, la gente catafixia l ibros y futuro por programas imbé-ciles de televisión. Solamente una nación de analfabetas funcionales, de apáticos sociales, de indolentes históricos, permite que hombreci-llos mediocres, analfabetas funcio-nales, apáticos sociales e indolentes históricos logren arrebatarle a la de-

mocracia la más alta investidura del país, para convertirla en herramien-ta discrecional de poder, en árbitro de cuotas, en policía que primero golpea y luego averigua.

A veces nos gusta suponer que esta nación, esta Historia de México, fue alguna vez un trazo rectilíneo sin borrones ni tachaduras, que había al-guna asepsia en la idea de un territo-rio que aglutina culturas y lenguas y creencias distintas. Hoy es de mucho dudarse que tal cosa, tal ruta crítica haya existido nunca. Y si así fuera, sin duda y lamentablemente hemos dis-locado el rumbo. Los cauces de la justicia, que de suyo nunca fueron expe-ditos, hoy, a pesar de la modernidad presunta, siguen acusando esclero-sis. Las viejas deudas históricas se ensanchan, la brecha entre ricos y pobres es abismo, y a pesar de la efer-vescencia, y a pesar de las pírricas conquistas sociales conseguidas con baños de sangre por cierto, casi todos todavía irresueltos e impunes, parece-ría que el descerebrado mandato supremo apunta, no a la emancipa-ción del mexicano, sino a su absoluta catatonia.

Y se sigue valiendo, como desde finales de 1949, de la hipnótica fascina-ción que la caja idiota de la televisión ejerce en el imaginario colectivo, para que por un lado sea más importante conocer el nombre de una actricilla de silicona que el del diputado que co-rresponde al propio distr ito; para que sea más importante el partido de fut que la asamblea de la colonia o el sindicato; para que revista mayor rele-vancia el argumento deliberadamen-te idiota de la telenovela que el con-sumado hecho h istór ico. As í , s in planeación genuina, triunfa el caos, territorio ideal de la improvisación de reformas estructurales que no importa que nos sean caras después si ahora nos consiguen, en la miopía del tecnócrata, una mejor calif ica-ción de Moody’s.

En el rumbo dislocado de una na-ción el gobierno se disocia fácilmente de sus gobernados. Y allí, precisamen-te, es donde anida la sierpe del tirano •

La ronda de los ejercitados

CUANDO MARCHO A LA alberca en la mañana, la mochila morada a la espalda y las aletas en la mano, me voy encontrando con la ronda de los ejercitados, los que

corren, bicicletean, taichifican y yoguifican a esa misma hora, y se doblan, se estiran, aspiran y expiran, concentrados en lo suyo, indiferentes a los gritos de los niños que llegan tarde a la escuela y a los cláxones de los oficinistas atascados en el tráfico humeante. Hay una cosa fraternal que se transmite de pants a shorts, de tenis a go-rrito, entre los ejercitados de toda hora, una sociedad sudorosa y esforzada, catado-ra de endorfinas, que padece sus agujetas sin queja alguna, con orgullo y entereza.

Nos saludamos contentos, quizá, del pequeño privilegio de marchar sobre tenis y no sobre llantas a esas horas; de ponernos a estirar los brazos hacia luga-res imprácticos, por el gusto de mover-nos, correr o nadar sin más destino que los pasos, las brazadas, las pulsaciones, el aire que se siente distinto, aunque sea la misma niebla humosa que tanto sueño da y a veces anuncian incluso como irres-pirable. Es una ronda anticitadina y vigo-rosa, ronda de madrugadores y noctám-bulos, de jubilados, de acelerados, muy lejana de la perfección que se exige a los deportistas profesionales, nuestras ac-tuales estatuas grecolatinas; ronda de perros que obligan a sus dueños a correr con ellos en pos de nada, ronda de veci-nos que se han visto ya en toda clase de atuendos y situaciones, y ahora saltan y caminan, ocupados en los músculos siempre exigentes y prometedores. Al-gún día, pensamos, seremos inmortales, jóvenes de nuevo o perfectos, pero mien-tras tanto respiremos en aquel primer metro de aire pegado a la superficie de la alberca, ése que, se dice, es más puro y te provoca un subidón.

Durante mi infancia, que yo sepa, no había ejercitados en las calles como aho-ra, nadie corría por correr –sólo los niños y los enamorados de las películas–, ni sudaba tan alegremente al aire libre pro-curándose la salud. No recuerdo haber visto a los vecinos en shorts, más que a los menores de quince años, y cuando apareció en el cine una mujer que corría en pants por Nueva York en la película An Unmarried Woman –era la década de los setenta–, mi madre no sabía de qué ex-trañarse más: si de la mujer que corría a los brazos de un pintor nada más la deja-ba el marido por otra más joven, o de su agotador afán por el jogging. Mis padres, que habían fracasado con una rueda pa-ra hacer abdominales –a la que llamaban con una mezcla de cariño y agobio “la ruedita”– no eran afectos al movimiento

esforzado, tan lejano del café donde pa-sar a gusto la tarde, sentado y fumando las ideas propias y las ajenas. Y la verdad yo tampoco: hace unas semanas, una compañera de la secundaria me recordó el tiempo que tardaba en amarrarme las agujetas de los tenis: era el mismo, me dijo, que el grupo ocupaba en dar las cua-tro vueltas de carrera por el patio exigi-das por el profesor de gimnasia. Quizá por eso mismo tanta fascinación, y eso que llevo unos años de haber entrado a la agitada ronda; sigo sintiendo un júbilo injustificado, culpa –supongo– de las famosas endorfinas. Veo a los ejercitados como no los veía antes –dice mi marido que cuando uno tiene niños descubre a los niños por la calle, o cuando una está embarazada descubre a las embarazadas, cuando uno tiene gato ve a los gatos y a los perros– y hasta nos saludamos con cierta complicidad; me siento parte de un circuito que flota en otra dimensión, como ese señor que realiza su calistenia en el parque y va saludando sonriente, brazos arriba, piernas dobladas hacia el vientre, a todos los condenados que pa-san de camino a sus obligaciones quietas, como si a él el smog lo respetara.

En la noche, la ronda de ejercitados tiene muchos más perros y las respira-ciones de los que corren se escuchan en las calles oscuras. Como los amorosos de Sabines, los ejercitados andan como locos, porque están solos, solos, solos. Regresan los ejercitados en la noche de sus aerobics, sus pilates, su stretching, sus aparatos de gimnasio, con sus bicicletas tintineantes a guardar para el día si-guiente al músculo que entrevió, al ca-bo de muchos movimientos y sudores repetidos, alguna revelación, alguna luz en los misterios de la máquina corporal. Quizá es algo ilusorio, pues nunca recu-peraremos al animal que fuimos; quizá somos como el prisionero que en la cel-da o el patio diminuto se ejercita y sien-te, en aquel movimiento, la libertad •

Page 15: La Jornada Semanal

Luis Tovar [email protected]

Juan Domingo Argüelles JORNADA DE POESÍA

15 Jornada Semanal • Número 950 • 19 de mayo de 2013 ........ arte y pensamiento

Anécdotas de antología

HACE MÁS DE UNA década, en una librería de la ciudad de Querétaro, al final de la presentación de mi anto-

logía Dos siglos de poesía mexicana: Del xix al fin del milenio (Océano, 2001), durante la ronda de intercambio de opi-niones con el público, levantó la mano un señor de unos sesenta y cinco años y, con voz grave, dijo: “Yo sólo quiero preguntarle al antologador [o sea a mí] por qué en esta antología no están ni Gumersindo Cantarrecio ni Pan-chito Picaflor”. (Estoy satirizando obviamente los nom-bres de los personajes que él mencionó, pero por ahí iba la cosa.)

Le dije, francamente, que yo no conocía las obras de estos próceres de la lírica queretana, y él me respondió que eran “dos grandes ausencias en el libro” porque, a su juicio, Gumersindo Cantarrecio y Panchito Picaflor eran vates indispensables en la historia poética no sólo de Que-rétaro y alrededores, sino también de toda la nación.

Le pregunté entonces por qué, si eran tan importantes, no habían sido incluidos en algunas otras antologías: por ejemplo, la de Pacheco o la de Monsiváis, o en Poesía en movimiento, o en el Ómnibus de poesía mexicana, de Zaid, y él respondió que “¡es obvio: porque siempre ha habido

toda una estrategia conspiradora para bo-rrar del espectro poético a estos dos gran-des vates!”

Delante de él, abrí la Antología y le dije:–¿Qué autores le hubiera gustado a usted

que yo quitara para, en sus lugares, poner a don Gumersindo y a don Panchito: a Carlos Pellicer, Renato Leduc, Manuel Maples Arce, Elías Nandino, José Gorostiza, Xavier Villau-rrutia, Salvador Novo, Gilberto Owen, Con-

cha Urquiza, Manuel Ponce, Efraín Huerta, Octavio Paz?Un sector del público rio con ganas, aunque yo no pre-

tendía mofarme del señor, sino solamente hacerlo entrar en razón.

–¡No! –protestó mi interlocutor–. ¡De quitar, no quitar a nadie, pero sí incluirlos!

–Una antología –le dije, entonces– es, por definición, una selección o, mejor aún, una reunión o colección de piezas escogidas, es decir selectas. Nada tiene que ver con un directorio. El antólogo, según sus criterios, al elegir a unos poetas, deja de elegir a otros. Tal es el sentido de toda antología. Yo estoy seguro de que, cuando usted em-prenda una antología, don Gumersindo Cantarrecio y don Panchito Picaflor estarán en primerísimos lugares en ella y, probablemente, no así Pellicer ni Paz ni Gorostiza. Su antología será una propuesta de lectura diferente a la mía.

Y ahí terminó nuestro intercambio frente al público, aunque después el señor, ya en los vinos, se me acercó nuevamente para insistirme en que leyera a sus próceres locales, ya que eran muy buenos y estaba seguro de que me impresionarían muchísimo.

Días después, me di a la búsqueda de Cantarrecio y Picaflor. No eran Othón ni Urbina, y ni siquiera Rafael Ló-pez o María Enriqueta. Eran vates que bateaban ripios en serio, por todo el jardín derecho del diamante, y roletea-

ban imparables de una cursilería devastadora. Pero lo destacado de la anécdota está en el hecho de pensar que, en efecto, hay –¡tiene que haber, pues no se explica de otro modo– todo un complot, todo un aparato orques-tado, para perjudicar la fama pública de los Cantarrecio y los Picaflor que en el mundo ha habido y que les impide llegar a la gran cantidad de lectores que están ansiosos de gozarlos.

Hace poco, en una universidad, al término de la presen-tación de mi Antología general de la poesía mexicana: De la época prehispánica a nuestros días (Océano, 2012), se me acercó el profesor Equis, investigador, ensayista, estudio-so de la literatura que, entre otras cosas, a lo largo de su provecta existencia, ha publicado dos o tres poemarios. Me dijo:

–Voy a revisar con mucho interés su Antología, pero antes, dígame, para saberlo, ¿estoy incluido yo en ella?

–No, maestro –le respondí con cortesía incómoda–. No está incluido usted.

–¡Ah, no, bueno, por eso lo decía! Sí me interesa ver a quiénes puso usted, pero si no estoy yo, pues mejor luego la busco.

Es obvio que el profesor Equis tiene una gran autoes-tima, dado que piensa no sólo (como una hipótesis) que él podía estar al lado de Sor Juana, Othón, Díaz Mirón, Ló-pez Velarde, Villaurrutia, Gorostiza, Rosario Castellanos, Paz, Huerta, Sabines..., sino que (como una disparatada certeza) debía estar junto a ellos. Extrañísimo razona-miento, extrañísima deducción (i)lógica, pues salvo él nadie más preguntaría por él en una antología, y salvo él ningún lector lo echaría de menos junto a Juana de Asbaje, Othón, Díaz Mirón, López Velarde, Villaurrutia y los demás.

Creo que la vanidad sigue siendo la mayor causa de nuestros desatinos •

Grima cinematográfica

“Grima” es la palabra que, de acuerdo con el Diccionario de la rae, define la peculiar combinación de dos sen-

timientos: desazón e irritación, y grima es lo que suscita esa perpetración fílmica cuyos cometedores tuvieron el pésimo tino –amén del mal gusto– de ponerle por título Tlatelolco, verano del ’68 (Carlos Bolado, 2012).

Desazón porque, visto el asunto desde una perspecti-va obligadamente histórica, es imposible ignorar que la cinematografía nacional arrastra una deuda enorme con la sociedad de la que forma parte, dado que muy insufi-cientemente, muy mal, o ambas cosas al mismo tiempo, ha encarado la matanza que tuvo lugar en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. Refiérese lo anterior al cine de ficción pues, como es conocido, existen al menos dos estupendos documentales sobre el tema: El grito (Leobardo López Arretche, 1968) y Tlate-lolco: las claves de la masacre (Carlos Mendoza, 2003).

Desazón porque, también históricamente visto, duran-te los largos años del monolitismo ideológico priísta –hoy de regreso y, por cierto, no corregido y sí aumentado–, fue casi imposible recrear, desde la ficción, cualquier aspecto de esa tragedia todavía impune. El casi, como se sabe, con-siste básicamente en la existencia de Rojo amanecer (Jor-ge Fons, 1989). Esta vez que, al menos en teoría, no hubo variante alguna de censura para recrear cinematográfica-mente aquellos hechos, la oportunidad –con todo y los ingentes dineros que le fueron proporcionados– ha sido desperdiciada y el tema se ha desgastado, lo cual consti-tuye una lamentable paradoja puesto que, como se ha apuntado, nuestro cine no ha hecho las suficientes apro-ximaciones, ni lo suficientemente exhaustivas, a ese pun-

to de la historia que pronto ha de sumar su primer medio siglo de impunidad.

Irritación, que puede ser también llamada indignación o encabronamiento, porque ninguna otra cosa provoca ver que a alguien –aquí llamados productor, guionista y director– le parece plausible, o siquiera permisible, darse el lujo artero de utilizar a un movimiento social del tama-ño y la importancia que tiene el vivido en México hace cuarenta y cinco años; utilizar –mal, insuficientemente, torciendo, omitiendo, soslayando, dándose montones de

“licencias poéticas” inadmisibles– los momentos señeros, tanto conceptuales como fácticos, del más reciente par-teaguas político, social y cultural de toda una nación… utilizarlo como mero telón de fondo, prescindible a fin de cuentas por intercambiable, pero también por mal dibu-jado y por chabacano; como mero telón de fondo, remár-quese, para contar la más convencional, esquemática, tediosa por predecible y hasta el hartazgo contada histo-ria de “amor imposible” entre la niña rica y el chavo pobre.

Irritación porque, negro sobre negro, acompañando al cúmulo de barrabasadas en lo histórico-político en las que abunda el filme –sólo un ejemplo de muchos: hay una escena donde la pareja de tórtolos puede pasar, con todo y coche, horas enteras frente a una entrada del Campo Militar sin que nadie se les acerque ni los moleste. ¿En Mé-xico, en 1968, en esos días, siendo joven y estudiante?–; acompañando a los escamoteos de nombres reales de los personajes históricos, así como de algunos hechos con-cretos insoslayables, la cinta está plagada de ese tipo de recursos guionísticos francamente absurdos, para no lla-marles estúpidos, que con tanta frecuencia son utilizados, según eso, para darle “dramatismo” a una historia. Verbi-gracia, que en plena matanza en la plaza, en medio de esa

barbarie de sangre y fuego contra jóvenes desarmados, encajonados y puestos como tiro al blanco, a la nena de la historia le dé tiempo –y a la balacera no le alcancen las municiones para atinarle a ella ni un disparo– de ver cómo cae herido su galán, y aún más, le da tiempo de tenerlo entre los brazos y llorarle a gusto un buen rato que, inclu-so si durase dos segundos, sería demasiado largo en cir-cunstancias parecidas.

Se filma lo que se puede y, en ocasiones menos fre-cuentes, lo que se quiere. En este caso se pudo y se quiso filmar una película irritante y desazonadora, desperdi-ciándose así la oportunidad de abonar algo al menos a esa enorme deuda histórica y, tristeza sobre tristeza, com-probando –por la vía más negativa– que si una cultura se manifiesta incapaz de recrear a plenitud un aspecto nodal de su historia en el mundo de ficción, significa que es demasiado poco lo avanzado desde el punto en el que dicho acontecimiento sucedió.

A ver si no tenemos que esperar hasta que Peña Nieto diga algo así como “mi mano está tendida…” •

Page 16: La Jornada Semanal

19 de mayo de 2013 • Número 950 • Jornada Semanal 16ensayo

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De la lectura como

naturalidadRicardo Guzmán Wolffer

icen que la lectura es una virtud adqui-rida y no nata. Dicen que la ignorancia sirve

para no sufrir. Qué no se dice de la lectura, a pesar de lo poco que se practica. Quizá, la aproximación más útil sea aquella exenta de prejuicios. Decía Saramago: “He leído con placer muchas cosas que no he entendido.”

Y ahí reside la sabiduría: en leer con gusto, sea poco o mucho. Ni siquiera es necesario leer sólo “buenos” libros; cual-quier lector recordará que en sus inicios leía todo tipo de textos. Son las necesidades del alma las que lo van llevando a los caminos más lúdicos o más imperiosos para adentrar-se al propio conocimiento o, venturosamente, para comprender su entorno y su momento histórico. Incluso las citas en cómics o películas de baja estofa pueden llevar al curioso especta-dor a búsquedas insospechadas para pasar a leer a Lovecraft, a Kierkegaard y a muchos otros autores importantes que se van mezclando con el grafismo masivo y sus influencias literarias. Aunque muchos supongan que todos los huma-nos somos merecedores de la sabiduría más esen-cial y profunda, lo cierto es que no todos tenemos la destreza perceptiva a partir de lecturas, senci-llas o complejas, de textos sagrados, místicos o sus adaptaciones. Así como hay niños pésimos para las matemáticas y excelsos para el tiro al blanco con tachuela, hay lectores que sentirán llegar al cielo con la literatura rosa y que apenas querrán leer más allá de la cuarta de forros de los libros de los Premios Nobel. Claro, si esos abste-mios libristas supieran que muchos literatos de Nobel, como Selma Lagerlof y su carretero de la muerte, son más lacrimógenos que las teleno-velas, leerían otras cosas.

Son muchos los mitos alrededor de la lectura que bien valdría la pena hacer a un lado, precisa-mente, para que los reacios dejen de serlo. Las lecturas filosóficas se eluden porque desde la prueba Enlace los profesores, entre marcha y marcha, quieren cerciorarse de que los pequeños lectores entienden todo al cien por ciento. Hay varios tipos de conocimiento, aparte del cognos-citivo. Incluso las lecturas de problemas mate-máticos llaman a la imaginación y entre razona-mientos númericos la mente puede despertar a posibilidades insospechadas. ¿Qué importa no comprender la poesía de Milton si con ello acce-do a otras áreas de mi mente? Emparejado a este mito de la comprensión como presupuesto para la mejoría mental y espiritual, baste señalar que los cultos no son mejores personas que los iletra-

dos, y que los intelectuales tampoco son necesa-riamente más útiles a la sociedad que los exper-tos en saberes técnicos. La mayoría de los dirigentes nazis eran personas muy lectoras, que comprendían cabalmente a los grandes pensa-dores europeos y que se nutrían del arte más refinado (de Wagner para arriba: saqueaban museos por motivos no económicos) y nadie podría justificar las atrocidades cometidas.

Lo difícil resulta el primer acercamiento a la lectura. Como los educadores oficiales suponen que los niños y jóvenes no volverán a leer en la vida, pretenden darles cápsulas que germinen permanentemente y sólo logran el efecto contra-rio. ¿Quiere lectores? No le deje leer el Quijote a un niño de primaria. A menos, vaya optimismo, que el profesor esté capacitado para explicarlo a nivel infantil y divertir a los alumnos para llevar-los a la propia decisión de buscar algo que los entretenga y que los enganche a esa y a otras obras. El reto escolar es mostrar el infinito catá-logo de lecturas propicias para cada edad y para

cada preferenc ia l i terar ia . La instrucción académica debe partir del supuesto de una niñez que

merece ser tratada como lectora capacitada, no un mera depositaria

de la v is ión of ic ia l o profesora l , s u p o n i e n d o q u e e l i n s t ru c t o r l a

tenga. Muchos textos del s iglo x i x serían la diversión de niños. Los olvi-

dados textos del Tarzán, de Burroughs (iniciados hace un siglo, en 1912), que

pudieran clasificarse como infantiles, llegan a tener violencia y sadismo como

para complacer a cualquier adolescente seguidor de la nota roja. Claro, la oferta de

lectura no es exclusiva de las escuelas. Sin duda, el ejemplo paterno influye al menor para que éste suponga que es normal estar ante un libro y no ante una televisión; que puede ser más útil acceder a los libros, incluso con el riesgo de que puedan ser decepcionantes, que navegar por Youtube en busca de animales divertidos.

Poco puede hacerse por la lectura cuando se asume como intemporal y con valores propios que no exigen hacerla compaginable con el momento que viven los niños que se busca hacer lectores. Para la oficialidad, lo mismo deben leer los infantes de un Estado con decenas de narcos muertos a diario, que otro donde son tan aisla-dos esos asesinatos que apenas se publicitan. Los valores de los forjadores de la patria son los mismos por generaciones, a pesar de que las refe-rencias históricas y legales van cambiando. ¿Cómo insertar el discurso de los derechos humanos constitucionales en las lecturas histó-ricas donde se enarbola el sufrimiento causado por independentistas y conquistadores? ¿Cómo llevar a la lectura de Poe o de Quiroga, cuan-do internet ofrece datos y textos que sí hacen eco del miedo y la inseguridad infantil, mientras que los programas públicos ni siquiera mencionan la violencia generalizada? El problema de la lectu-ra es no comprender que su oferta debe actua-lizarse para públicos que en su computadora pueden acceder a bibliotecas enteras en busca de respuestas para lidiar con el miedo a lo inmedia-to y el sufrimiento apabullante de saberse a merced de fuerzas sin contraparte. Se denuestan los libros de autoayuda y cómo pueden ser contrarios a los fines de la ética y el desarrollo personal, pero sirven a la lectura y al lector.

Será la subjetividad el punto de partida para decidir qué lectura nos hará felices. Si en el inter-medio logramos ser mejores personas, ya será un logro. Al final, lo que importa es leer. Nos queda confiar en que cada quien encuentre sus mejores caminos •