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Suplemento Cultural de La Jornada Domingo 15 de abril de 2012 Núm. 893 Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver Poema del pensamiento, Andréi Platónov Jorge Bustamante El alma rusa en Latinoamérica

La Jornada Semanal

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Page 1: La Jornada Semanal

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 15 de abril de 2012 ■ Núm. 893 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

Poema del pensamiento, Andréi Platónov

Jorge Bustamante

El alma rusa en Latinoamérica

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Dentro de unos días me mandará Carmen Dolores Her-nández, la gran crítica literaria puertorriqueña, un ensa-yo sobre las mujeres escritoras de la preciosa (Rafael Hernández dixit) Borinquen. Dedicaremos un número del suplemento a este tema tan importante para las letras españolas. Como adelanto a las sabias palabras de la maestra del periodismo cultural en la isla y en la región de los neoricans, quiero hacer memoria de algunas es-critoras (cultivadoras de distintos géneros) fundamen-tales del Puerto Rico de ayer y de hoy.

Pienso en dos poetas de aliento diferente y de bien lograda originalidad: Clara Lair y Julia de Burgos (las antecede en la poesía insular doña Lola Rodríguez de Tió, la autora de una frase de amor antillano: “Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas.”) Clara Lair (su nombre era Mercedes Negrón Muñoz) vivió en “Loi-siada” (el Lower East Side de Manhattan), escribió pocos pero muy buenos poemas, hizo periodismo y, un buen día, se encerró en su casa del viejo San Juan y no volvió a salir a la calle. Fumaba sin dar descanso a su aparato respiratorio, se dejó crecer las uñas y recibía muy escasas visitas. En su encierro la sorprendió una muerte sigilosa y largo tiempo anhelada. Releo su “Lullaby mayor” y, de

nuevo, me sobrecoge ese candoroso despliegue de sexualidad y de dominio de la forma. Así dice la canción de cuna que canta a su fatigado amante: “Duerme mi niño grande,/ duerme mi niño fuerte/ que el juego del amor/ cansa más que la muerte.” La poesía de Julia de Bur-gos tiene muchos registros. Su posición política de izquier-da y su militancia en el movimiento independentista (en esas empresas tuvo como compañero al poeta Corretjer), la llevan a escribir su homenaje a don Pedro Albizu Campos y su vejamen a Trujillo y a Franco. Celebra a su río natal en un excelente poema, “Río grande de Loiza”, y escribe una valiente y encendida poesía amorosa. Ju-lia murió de frío, de bebida y de dolor, en un parque de Nueva York una noche de invierno. En la actualidad, las casas que atienden a las mujeres con problemas de salud, adicciones o prostitución, llevan el nombre de la poeta del compromiso político, de la pasión amorosa y la de-solación. Neruda escribió un poema de homenaje a Ju-lia, a su poesía y a su valiente compromiso político.

Nilita Vientós fue la principal animadora de la vida cultural de Puerto Rico. Su casa y su biblioteca estaban abiertas a los escritores locales y a los que pasaban por la isla. Sus registros sobre el desarrollo intelectual de

su atribulada patria son fundamentales para entender la problemática de un país que habla español mientras que su metrópoli habla y escribe en inglés (Hjalmar Flax, poeta y ensayista con nombre vikingo, alma borinqueña y aliento universal, ha escrito un excelen-te ensayo sobre esta fatal contradicción).

Concha Meléndez, la primera doctora en letras de la unam, legó a los jóvenes de Puerto Rico su casa y su biblioteca situadas en la zona clasemediera de El Condado. Doña Concha, ferviente evangélica, orien-tó a varias generaciones de escritores y de estudiosos de la literatura. Alguna vez di un recital en su casa y sentí la sutil presencia de su alma buena palpable en su herencia y en sus textos.

Termino haciendo un homenaje a Luce y a Mer-cedes López-Baralt. Ambas, para nuestra fortuna, siguen en plena actividad: Luce con su San Juan de la Cruz, con el sufismo y con el mundo islámico; Merce con el Inca Garcilaso, Pérez Galdós, Argue-das y, sobre todo, la literatura de nuestra amada isla y la figura de Luis Palés Matos, poeta mayor de nues-tra lengua •

Hugo Gutiérrez Vega

Directora General: C a r m e n L i r a S a a d e , Director : H u g o g u t i é r r e z V e g a , Je fe de Redacción: L u i S t o Va r , Edic ión : FranCiSCo torreS CórdoVa, Corrección: aLeyda aguirre, Coordinador de arte y diseño: FranCiSCo garCía noriega, Diseño Original: marga Peña, Diseño: Juan gabrieL Puga, Iconografía: arturo Fuerte, Relaciones públicas: VeróniCa SiLVa; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: aLeJandro PaVón, Publicidad: eVa VargaS y rubén HinoJoSa, 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: [email protected], Página web: www.jornada.unam.mx

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui­tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor nada Semanal núm. 04­2003­081318015900­107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores.

La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

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Portada: Disfrutando un té samovar: Chejov, Turgéniev, Gorki, Platónov, Dostoievsky y Tolstoi

Ilustración de Juan Puga

bazar de asombros 15 de abril de 2012 • Número 893 • Jornada Semanal

Si la lista de literatos rusos de

primerísimo nivel es enorme –Gó-

gol, Pushkin, Pasternak, Dostoievs-

ky, Esenin, Maiakovsky, Bulgákov,

Pilniak, Ajmátova y muchos más–,

no lo es menos la lista de autores

latinoamericanos que, fascinados

con el espíritu ruso plasmado en

poemas, novelas, cuentos y

ensayos, han alimentado la obra

propia en las fuentes literarias

inagotables que manan del país

de Tolstoi: desde el peruano César

Vallejo hasta el mexicano Sergio

Pitol, e incluyendo a la chilena

Gabriela Mistral, el también

peruano José Carlos Mariátegui,

el cubano Nicanor Parra, el chile-

no Jorge Teillier, más un etcétera

enorme, la impronta de las letras

rusas, con toda su vitalidad,

siempre ha estado presente en

Latinoamérica. Junto al artículo

en el que Jorge Bustamante

aborda estas influencias, ofrece-

mos a nuestros lectores una

traducción directa del ruso del

espléndido “Poema del pensa-

miento” de Andréi Platónov, otro

autor que se suma a la impresio-

nante lista. Publicamos además un

artículo sobre Guillermo Cabrera

Infante en su faceta de crítico

cinematográfico, un cuento de

Agustín Ramos y un texto de m. a.

Campos sobre el narrador chiapa-

neco Eraclio Zepeda

ESCRITORAS DE PUERTO RICO

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3 Jornada Semanal • Número 893 • 15 de abril de 2012 creación

Hotel Al Rasheed

Francisco Torres Córdova

MONÓLOGOS COMPARTIDOS

[email protected]

TRES DÍAS EN BAGDAD

Pasé tres días terribles en medio de la zona verde de Bagdad, el lugar supuestamente más seguro de la ciu-dad, apenas a unos cientos de metros del búnker de la embajada de Estados Unidos, una ciudad en la ciudad, en donde hay McDonalds y Pizza Hut, cines, bancos, es-cuelas e iglesias que hacen pensar a los empleados de la embajada que están en su casa.

Éramos un grupo de periodistas de todo el mundo y fuimos invitados por la Asociación de Periodistas Iraquíes, que quiere empezar a funcionar con norma-lidad después de la guerra en donde varios cientos de periodistas y fotógrafos iraquíes perdieron la vida.

Vivíamos en un hotel gigantesco que había resistido todos los bombardeos, nos custodiaban 2 mil mercena-rios que pertenecían a la legendaria Blackwater y a to-dos sus subsidiaries. Muchos de los mercenarios eran peruanos y bolivianos, reclutados en La Paz y en Lima por agentes que les prometían un salario de 2 mil dóla-res al mes. Se habían convertido en carne de cañón, no hablaban una palabra de inglés y recibían órdenes a través de traductores chicanos. Vivían en barracas pol-vorientas y en su único día libre jugaban al futbol en la embajada estadunidense. Jamás habían pisado el cen-tro de Bagdad y no habían hablado con ningún habi-tante del país. Su misión era controlar los accesos a la zona verde y los grandes hoteles y edificios del gobier-no iraquí, además de las embajadas.

Los iraquíes que participaban en la conferencia nos hablaban de una ciudad fantasma en donde los privi-legiados que tenían algún empleo iban de la casa al trabajo sin mirar a los costados, con miedo de caer en emboscadas.

Los familiares de los 295 periodistas y fotógrafos asesinados a lo largo de seis años de guerra nos decían que casi extrañaban a Saddam. “Sí, era un dictador, pero él sabía manejar las contradicciones étnicas y culturales de este país y durante su administración podíamos sobrevivir; había espacios controlados pe-ro no te mataban en la calle, como ahora. Los estadunidenses son unos ignorantes y abrieron una caja de Pandora en la que no queda nada, ni la esperanza.”

Una de las actividades previstas en la conferencia era una cena formal en un res-taurante especializado en pescado a las ori-llas del río Tigris. Su especialidad eran las carpas pescadas en el mismo río, pero los traductores nos disuadieron de ir: “Si ustedes supieran la cantidad de cuerpos que hemos visto flotando en el río... No me puedo imagi-nar comer un pescado que ha engordado co-miendo cadáveres.”

Dejamos el monstruoso hotel Al Rasheed, catorce pisos de cemento armado patrullado

por soldados. El peruano Alan, que trabaja para Blac-kwater, me pidió mi teléfono y me dijo: “Te voy a empe-zar a llamar, tengo historias que contarte. Nosotros sí que sabemos lo que pasa en la zona verde y es desde aquí que este país se gobierna. No creas lo que lees ni lo que muestra la televisión, nosotros los soldados sí que sabemos lo que pasa.”

El aeropuerto de Bagdad estaba casi vacío en esta ciudad adonde los turistas ya no viajan •

LA VIDA SOLA

A un lado apenas o sólo un poco antes de los toscos re-

covecos de la antigua y poderosa vanidad; arriba o por

debajo de las voces y gestos engolados del poder y sus

muecas brillantes de sudor, la falsa blancura de sus dien-

tes, su afilada y metálica sonrisa, la vida sola. Detrás de

la violencia incesante y ubicua que nos mete el hocico

en las axilas y nos zumba en los oídos una muerte con-

trahecha, ajena a sí misma y atrapada en un tiempo per-

vertido estos años de guerra, de barbarie pulida en su

sordera y su retórica; o invisible entre las fibras de una

continua madeja de emergencias y peligros, de insacia-

bles ambiciones terrenales o vagas esperanzas en sun-

tuosos infinitos; por ahí, en un doblez de las horas, en el

puente pequeñito, casi imperceptible, entre el espacio

y al tiempo que nos yergue, la vida sola. Suele ser sólo

un instante que se abre, se desdobla y multiplica hacia

adentro y hacia afuera, y entonces parece que se expan-

de, que se alarga, a veces una llamarada azul con jirones

amarillos, lejos, una cima de tiempo en que se atrapan

los sentidos; otras, se balancea cerca de las manos, casi

tangible pero no, envuelta en una tibia luz que parpa-

dea, que así articula sus señales en un código de som-

bras y destellos: una trenza de cabello oscuro, densa, en

el fondo de un cajón, sin nombre ni fecha y sin embargo

dentro y más allá de la memoria; la ropa de un cuerpo

amado que cuelga olorosa en el armario, el temblor de

su presencia en los surcos de viento que dejó su impul-

so; las sedas y colores que ese cuerpo alumbra cuando

ama, juega o duerme, y la alianza de sentido que ocurre

entre las letras de su nombre sin decirlo, de nuevo y de

pronto su persona; un patio al amparo dactilar de un

árbol, el viento que anuncia la lluvia, los ecos de una

casa de infancia o de vejez, esa misma casa sola, desnuda

y palpitante; una gota de sangre, una gota de leche, una

gota de agua en la palma de la mano. Sólo un instante,

un hilo de luz que nos teje y desteje sin cesar en los bor-

des del vacío y la materia. La vida sola, inexorable, a la vez

primitiva y refinada; no el calor de su nostalgia futura,

como si no hubiera sido, y sí la certeza firme y suave de

su fuerza, de su armonía salvaje y rigurosa. La vida inme-

diata, que es decir siempre y continuamente la esencial,

insondable y evidente en los múltiples rincones que

ignoramos, esas honduras que no hacen horizonte en

nuestros ojos y sin embargo son el soplo del planeta, su

inocencia azul a la distancia. La vida así, abiertas todas

sus bocas, tramadas todas las formas de sus claros e in-

cansables corazones, antes de la vanidad que nos defor-

ma, antes del poder que nos cansa y debilita•

Ana Luisa Valdés

Page 4: La Jornada Semanal

un año de distancia, ¿cuál es el balance?–Las respuestas, hablando del Gobierno

Federal, más que reales, son mediáticas, de relumbrón. Es lamentable que un año des­

pués de hacer visibles los testimonios y el dolor de las víctimas, se haya creado un “elefante blanco” como Províctimas, que no tiene como razón de ser la repara­ción del daño a las víctimas del delito. Hemos hecho hincapié en que se deben resarcir los daños a las vícti­mas de la violencia y del abuso del poder. Esta instancia no cuenta con los elementos legales, económicos y de personal para cumplir su función. Además de los miedos de las víctimas, se añade que muchas de ellas son doblemente vejadas, se les vincula con el crimen organizado sin realizar averiguaciones. Hace unos me­

ses el iFai le pedía al Gobierno Federal que diera fe sobre la situación jurídica de los muertos. Dijeron que eran 35 mil. Nosotros contabilizamos, para ese entonces, 40 mil. Conocemos a muchas de las personas y sabemos que son ajenas a cualquier hecho delictivo. Esto se ha dificultado más debido a que la autoridad tiene otra expectativa frente a las víctimas. Un ejemplo es el caso de Nepomuceno Moreno: es evidente que en el momen­to de su asesinato no estaba vinculado al crimen orga­nizado, pero las autoridades lo ligaron a la delincuen­cia. En Villas de Salvárcar lo primero que hizo Calderón fue acusarlos, sin ser juez, de ser jóvenes delincuentes, y trató de enmendar su error casi un año después di­ciendo que eran jóvenes inocentes que habían sido masacrados. Esto no quita que cada que es masacrado un miembro de la sociedad civil sea juzgado a priori. Tenemos el caso de Jethro Ramsses, detenido por la policía municipal y entregado a la Policía Federal y al Ejército, cuando se sabía que era estudiante de maestría y trabajador de una empresa automotriz; después de ser víctima fue criminalizado. En los últimos meses hemos visto la muerte de luchadores sociales y de pe­riodistas; no han disminuido. El gobierno federal y muchos gobiernos estatales hablan de la disminución del delito, así lo ponderan cuando en algún estado o país disminuye el asesinato, pero aumenta gravemen­te la extorsión, el secuestro exprés y el cobro de piso. De diciembre a la fecha hemos sabido del secuestro exprés de cuatro personas, por las que han pedido di­nero, vehículos y pertenencias de valor a los familiares. Hace unas semanas un comando asaltó la Casa de las Flores, cerca de la zona arqueológica de Xochicalco, y arrasaron con el dinero y pertenencias de comensales y huéspedes, sin que esto haya sido divulgado por las propias autoridades. El conocimiento del hecho fue gracias a un columnista de un diario nacional.

–Hay más delitos que en la cifra oficial…–Los mismos empresarios dicen que el gobierno

habla de “cuentas alegres”, cuando en la realidad su­cede otra cosa. Hay muchos operativos en Cuernavaca. Niños y jóvenes descuartizados y jovencitas desapa­recidas. En lo que va del año han muerto cuarenta y cinco jóvenes, lo que habla de una realidad que no se refleja en los discursos oficiales ni en la clase política. Es una falacia. Antes de que ocurra el delito, los gobier­nos federal, estatal y municipal deben brindar la segu­

ridad. La inseguridad se debe a que las policías no tienen la capacidad ni el interés de detener el delito y menos aún de acabar con él. Las mismas autoridades han reconocido, en algunos momentos, que las policías están infiltradas por el crimen organizado. No es gra­tuito que la impunidad en el país sea superior al noven­ta y siete por ciento, lo que claramente manifiesta que no hay visos de justicia, y menos aún capacidad de re­sarcir el daño a las víctimas, tanto del crimen organiza­do como el derivado de la estrategia de guerra federal.

–¿Hubiera sido de otra manera si estuviera gober-nando otro partido?

–Seguramente sí. El gobernador de Morelos, Mar­co Antonio Adame Castillo, sigue a pie juntillas todo lo que viene del gobierno federal. Desde hace más de dos años la violencia ha aumentado de forma su­perlativa y no es cuestión de una visión trasnochada, como lo han querido ver las autoridades. Un indica­tivo es la gran cantidad de personas que uno conoce que se han ido de Morelos, de personas asesinadas y de incontables víctimas de delitos. Casi todos los días hay alguna persona que nos comunica alguno de estos delitos, o de lo que ha tenido que hacer una familia para ponerse a salvo. Hay miedo y falta de credibilidad en las autoridades.

–¿Alguno de los candidatos se ha pronunciado sobre el tema de forma seria?

–Javier Sicilia ha mencionado que ningún candi­dato ha tomado en cuenta los más de 60 mil muertos, 15 mil desaparecidos y más de 200 mil desplazados. Hay 5 millones de casas deshabitadas en el país. El único que se ha manifestado más claramente ha sido Andrés Manuel López Obrador, y la que parece ir por la perpetuidad de la guerra es Josefina Vázquez Mota. En tanto, los candidatos estatales no han teni­do ningún acercamiento ni han tocado el tema de las víctimas; aunque el estado es muy pequeño, porcen­tualmente ocupa uno de los primeros lugares en fe­minicidios. Pareciera que las campañas y los discur­sos oficiales tienen un dejo de estar situados en lugares en donde no pasa nada; como los antiguos veladores, dicen que “todo sereno” •

-APara Javier

Todos loshijos son poesía

El 28 de marzo se conmemoró el primer aniversario luctuoso de Juan Francisco

Sicilia Ortega, hijo del poeta Javier Sicilia, y seis personas más. El Movimiento por la

Paz con Justicia y Dignidad, encabezado por Sicilia en Cuernavaca –y en otras

ciudades del país y del mundo–, realizó una caminata con veladoras y lecturas de poesía

para conmemorar esta fecha. Una ofrenda a los caídos ha sido una forma de exigir el

cese al fuego y un alto a la delincuencia en las calles –pese a la simulación del goberna-

dor y del gobierno federal. El escritor y editor Rocato Bablot, vocero del Movimien-

to, reunió en el volumen La caravana del consuelo, entre el dolor y el amor (Ediciones

Clandestino, 2011), una serie de entrevistas, poemas, testimonios y fotografías que

reflejan el desgaste –físico y emocional– de los deudos de las víctimas; muchos casos –el

caso Alan, por ejemplo– siguen sin resol-verse. De ahí se originó esta conversación.

entrevista con Rocato BablotRicardo Venegas

Rocato Bablot. Foto: archivo La Jornada

415 de abril de 2012 • Número 893 • Jornada Semanalvoz interrogada

“ “Desde hace más de dos años la violencia ha aumentado de forma superlativa y no es cuestión de una visión trasnochada, como lo han querido ver las autoridades

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n los años setenta pero sobre todo ochenta del siglo anterior, gracias a Eraclio Zepeda ‒que lo tomó de su inolvidable maestro cubano Onelio Jorge Cardoso‒, empezó a volverse moneda

común el término cuentero, y quien mejor lo represen­taba entre nosotros era el propio Zepeda. Fabulador irresistible, contaba oralmente –ha contado‒ miles y miles de historias de prodigio que creíamos que se las llevaría el viento, pero por fortuna un buen número quedó en sus cuentos y novelas. Alguna vez en la ca­pilla del Palacio de Minería, en el cumpleaños cin­cuenta de Eraclio, se organizó una mesa con numero­sos narradores que, como homenaje a él, contarían una historia oral; todos resultaron –resultamos‒ pálidas sombras, o mejor, pálidas voces frente a él.

Algunos años antes de terminar el siglo, Zepeda ya tenía en mente la escritura de una saga chiapane­ca y sabía que abarcaría buena parte del siglo xix y del xx, y serían cuatro libros y cada uno representaría uno de los cuatro elementos. Para fortuna de la lite­ratura, se dedicó con afán y desvelo a la escritura de la tetralogía; sólo falta una que tiene como elemento el viento.

Ubicada en el cambio de siglo, entre fines de la década de los ochenta del xix y fines de los años diez del xx, desde la segunda reelección de Porfirio Díaz al período presidencial carrancista, Sobre esta tierra, publicada hace unas semanas por el FCe, tiene como centro del mundo Los Altos de Chiapas, o más espe­cíficamente, Pichucalco y La Zacualpa, finca situada en las montañas cerca de la ciudad. En La Zacualpa pasa de hecho toda la novela, hasta la meticulosa destrucción que hacen de ella los carrancistas.

Las tres novelas publicadas hasta ahora nos pa­recen como una parte de una historia de México no contada, o de otro modo, como una historia que pa­sara aparte casi de nuestra historia. Como si de al­guna manera Chiapas hubiera sido un país dentro del país.

Muerta la matriarca Juana Urbina el 3 de octubre de 1887, quien presenció el crecimiento de la familia

E

Marco Antonio Campos

por más de media centuria, los personajes que sobre­salen en la novela son los masculinos; las mujeres, como las hermanas (la reservada Luz, la romántica Margarita), y las esposas e hijas de los hermanos Eze­quiel o Gabriel, parecen un tanto lejanas o apenas dibujadas en un pequeño orbe donde el mando y el control pertenecen a los hombres.

Juana Urbina tuvo con el excura Mariano Mejía tres hijos varones: Ezequiel, Enrique y Gabriel. Eze­quiel Urbina, coronel liberal, un joven héroe en la ba­talla de Puebla del 5 de mayo de 1862, dos veces diputado por Chiapas, que gustaba de la poesía, es de hecho el personaje fuerte y el centro del centro de la familia; Enrique, solidario y solitario, vive encerrado “en la soledad del estudio y las exploraciones de la selva” y organiza un bello mundo imaginario en su vida retirada; Gabriel, que ejercía con mucha volun­tad la profesión de médico, al parecer el destino lo ayudó a nunca salvar a nadie. También quedan de alguna manera en nuestra memoria el personaje tris­tísimo de Francisco Ramos Ráffali, quien desde que murió su esposa parecía no poder vivir en ninguna tierra hasta que encontró para su felicidad de fuego una mulata de esplendor; se encuentra a su hijo, José María, de voraz virilidad, quien estaba todo el tiem­po disponible a tirarse a todo lo que fuera mujer, no importando ni edad ni parentesco, y también el fran­cés Charles Caseaux, personaje querible y pintoresco, que en un acto de magnífico despropósito, influido por Gauguin, abandonó la civilizada Francia del siglo xix para hundirse en el aislamiento y el primitivismo en un rincón del sureste mexicano. No faltan, como en toda familia respetable, una cuerda de locos de remate o alguna mujer (Margarita) que prefiere la muerte por amor a la pérdida del ser amado.

En una novela cabe todo si se sabe armonizarlo en el conjunto; aquí, en Sobre la tierra, hay episodios que no resultan esenciales dentro de lo contado, pe­ro son de las páginas más intensas, como cuando Marcos Paloma, el indígena tzotzil, con habilidad insólita da muerte a un águila reina que estaba a

punto de tomarlo como presa, o la puntual cacería del tigre viejo llevada a cabo por Ezequiel, o cuando el viejo Beto, un personaje incidental, enloquece y la emprende a machetazos contra su mujer, la coci­nera de la casa (Julia).

Como en el Macondo garcíamarquesiano, en La Zacualpa ocurren hechos que parecen vividos con asombro iluminado por primera vez, como el des­cubrimiento de una bebida llamada cerveza y de una bebida llamada café, o también, por ejemplo, la llegada de los primeros fotógrafos que para siempre retratan a la familia. En el transcurso de la narración hallamos también descritas las labores de la siem­bra, la explotación de la mina de oro y la producción de cerveza.

En Chiapas, posteriormente a la Reforma, los li­berales vencedores no sólo se apropiaron de los bie­nes de la Iglesia, sino se legalizó el arrebato de tierras de las comunidades indígenas; los Urbina no fueron la excepción. Ezequiel Urbina agrandó La Zacualpa con las tierras de los zoques y los tzotziles, contra la oposición de su hermano Enrique, pero con la llega­da de la Revolución la moneda pasa del anverso al reverso: sus tierras son invadidas por una partida carrancista y la hacienda destruida. En los últimos ca­pítulos, es decir, los que van de los años crepusculares del porfiriato a la noche de los años diez del siglo xx, las historias van subiendo de voltaje y se leen con expectativa angustiosa. El final de la narración abre la puerta para la próxima novela que tendrá de ele­mento el viento.

Este 24 de marzo Eraclio Zepeda cumplió apenas setenta y cinco años. El mejor regalo que pudo darse a sí mismo y pudo regalarnos a sus fieles lectores es Sobre esta tierra. En el decurso de su vida no se ha cansado nunca de dar instantes de felicidad a quienes lo leen o a quienes lo oyen contando historias que parece que las leemos u oímos con el asombro de la primera vez. Lo he dicho otras veces, pero no está de más repetirlo: el mundo hubiera sido menos mágico ‒sería menos mágico‒ sin Eraclio Zepeda •

Eraclio Zepeda

5 Jornada Semanal • Número 893 • 15 de abril de 2012

De la saga chiapaneca de Eraclio Zepeda

Page 6: La Jornada Semanal

R uperto Luqueño creía haber encontrado el sitio perfecto para su camioneta Golf. Y es que justo cuando el vigilante –kepí con vi­sera de charol y casaca de galones– subía la

barrera de aduana y devolvía a Luqueño su creden­cial, un Caterham Roadsport 125 Mónaco importado directamente de Inglaterra desocupaba un cajón de la hilera colindante con la zona reservada a docentes y directivos académicos, la 23.

La caseta, en donde apenas cabían el vigilante y los monitores con diferentes tomas de áreas del Tec, acababa de desvanecerse en el espejo retrovisor de la Golf, y a uno y otro lado de las ventanillas iban quedando atrás las hileras 20, 21, 22. Entonces justo ahí, qué buena leche, justo antes de que Luqueño vi­rara a su izquierda para volver a recorrer el circuito, apareció el oasis.

Porque el mayor espacio del campus lo ocupaban las dunas donde él y los demás semi héroes andaban siem­pre hechos unos pendejos en busca de lugar para estacionarse. Luego seguían las áreas verdes –sin

contar las canchas, terceras en tamaño–, la capilla con una sola torre terminada en linterna y pararrayos, el auditorio con accesorias comerciales, la fachada del Olimpo administrativo y, dos hectáreas más al fondo, como ramales cargados de muslos y pantorrillas, parpadeaban en la celosía de monitores las aulas, los pasillos y la escalinata del edificio destinado a la enseñanza propiamente dicha.

Años atrás, volviendo del itacate, el vigilante ap­agaba el aire acondicionado, encendía los monitores y miraba la hilera de cipreses y los muros de tabique, la doble raya que el campus pintaba frente al territorio llamado extramuros. Y desde entonces era de verse cómo aquel cortinaje gris azuloso se iba cundiendo de casas de interés social –una de ésas era casi propia de él, de su vieja y sus críos vía Fovissste–, desde entonces había cada vez más luces ahogándose en el oleaje an­tiguamente quieto del horizonte, y desde entonces no le gustaba pensar en eso ni en el mal nombre de Haber­mas que le habían endilgado los semidioses del Tec al descubrir que agazapaba su bizquera sesgándose el kepí. Así que procuraba olvidar esos tiempos en que tenía chance de dobletear turnos y se concentraba en su jornada de siete a tres, sin hora para el lonch y a veces sin minutos para ir a hacer del baño.

Apuraba el tranco de su rondín visual de antes de mediodía, Habermas hizo un corte a la pantalla del estacionamiento. En mitad del circuito, “el de la Golf” ya no andaba hecho un pendejo porque creía haber encontrado el sitio perfecto para su camioneta.

Si cruzaba la explanada y rodeaba la colina de la capilla estilo anglicano, Luqueño llegaría a tiempo de pasar lista y tal vez hasta de alcanzar uno de los últimos asientos del aula donde presentarían, en di­recto, desde Boston, una disertación de Noam Chom­

sky sobre semiótica con traducción simultánea o bien, desde Madrid, una conferencia de Savater titu­lada Ética para alumnos del Tec de Monterrey (campus Hidalgo). Pero como ya habían reparado el poste de la alambrada divisoria del hemiciclo de franquicias que complementaban el auditorio principal, Luque­ño debió dar toda la vuelta por la cafetería, el expen­dio de libros de texto, las ventanillas de pago, los cajeros automáticos y la tienda de accesorios elec­trónicos y artículos escolares para llegar al aula isóp­tica, la más apartada.

En realidad todas las aulas eran iguales. La dife­rencia era la lejanía y el tamaño de la que comenzaría a recibir, en cualquier momento, la transmisión vía satélite. El estrado en la parte baja, desde donde el catedrático impartía su clase con apoyo de pantalla retráctil o, para desprecio de los educandos, de un pinche rotafolio. Luego, los pupitres con audífonos y paleta plegable dispuestos en curvas ascendentes. Y arriba, los pupitres ordenados uno tras otro en diez líneas rectas. Luqueño, para evitar complicaciones, procuraba anidar en estos últimos, de preferencia en el décimo, que estaba pegado al plafón del proyector. Hasta que El Rubio y La Típica Crítica lo hicieron su cuate. La Típica Crítica le soplaba. El Rubio no, porque era gangoso.

Desde los accesos resonaba un zumbar de panal. En el estrado, el coordinador de eventos culturales lucía como si el disertante estuviera junto a él. El alumnado llenaba los semicírculos de butacas siem­pre atrás de los ocupados por las autoridades del plantel, las académicas y las administrativas y los convidados de éstas últimas.

Habermas y–Acá, Luque –siseó La Típica hija de familia cu­

ando él ascendía los escalones para buscar un asien­to entre las diez últimas filas.

–Acá, endehjo –reforzó el mejor amigo de ella, un rubio con cara de buena gente y voz de bajo profundo. –Ahcá.

El encargado de actividades culturales pretendía desfigurar la evidencia de que la voz de un alumno, y no de cualquiera, sino de El Rubio, hijo de la Ministra de Cultura y Salud Pública, lo estaba rebasando en sus funciones, impostó aún más el tono doctoral para repe­tir que, de un momento a otro, el ilustre filósofo Fer­nando Savater… El coordinador impartía Comuni­cación i, ii y iii y aspiraba a dirigir la cultura en alguna entidad pobre y de preferencia vecina a la metrópoli.

Luqueño, Luque para los conspicuos del Tec, se abrió paso como pudo para ganar el pasillo y bajar a la séptima fila, la única que aplaudió unánime al oír el nombre del español ilustre y también la única sin asientos reservados con suéter o bolsos o cintas. Chin, dijo. No problem, repuso El Rubio resorteando para desocupar la butaca contigua a la de La Típica. Chin, repitió Luque. So sorry, ah caón, etgás pobge pohque quiehes dijo El Rubio pisando callos y tributando a Lugue un agasaje por detrás cuando cruzó con él.

–...epara podere emepezare requerimose que ter­eminen de ocupare esus lugarese… –La vista del lic. Herenández, coordinador de eventos culturales, ac­ribillaba la sección central de la séptima fila, y su voz parecía salir de unos dientes blanqueados con espu­ma de rabia y cepillo inalámbrico.

–Hala. –La Típica había querido decir hola, pero las comisuras hasta casi escurrir baba. Quería con Luque. Quería todo con Luque.

la crítica de clases

6Agustín Ramos

Page 7: La Jornada Semanal

Jornada Semanal • Número 893 • 15 de abril de 2012 poesía7

Una mujer de la tierraDimas Lidio Pitty

Durante milenios de silencio, sumisión y sombra,

ella es la que muele y amasa el maíz

y trae el agua

y da ternura

y da la vida.

Sin embargo, nadie la toma en cuenta;

es apenas una piedra en el sendero,

una hoja en el follaje,

una estrella sin nombre en la ancha noche.

Pero todo ha cambiado:

ahora mira el alba, las cumbres, el verano

y su palabra nace y crece

como planta con la lluvia,

y señala el camino

y orienta los pasos de su pueblo.

Hasta ayer era casi nada

—una especie de cosa

o de objeto mantenido en la oscuridad—,

mas hoy su silencio es voz

clara, firme y honda,

como las tardes

y las rocas

y los ríos de su comarca.

Ella es la Jefa Grande, la Cacica,

que los une a todos y los guía, en la paz y en la lucha.

Por eso, en su persona

—en su palabra—

se unen dos virtudes:

la magia de la mujer y la fuerza de la tierra.

A la panameña Silvia Carrera, cacica general de la Comarca de Ngäbe Buglé, alto ejemplo de dignidad humana

Y Luque le vivía muy agradecido, pero nada más. Una vez, incluso, estuvo a punto de fajársela, no hasta las últimas consecuencias, porque era época de exámenes y se les hacía tarde para el oral de Comunicaciones ii y porque el carro de Luque, para no variar, se descompuso, y La Típica, también para no variar, pasó por él a su casa –era la única en el Tec que conocía su domicilio, porque ni siquiera El Ru­bio. Luque se sentía tan agradecido que iba a be­sarla ahí, en el estacionamiento del Tec, sin embar­go al tenerla cerca, tan rendida, tan olfateable, sintió repulsión y lo pensó dos veces, había tiempo de sobra para llegar al aula si tomaban el atajo, pero lo venció la repugnancia y, también para no variar, con ayuda de ella salió del apuro. La Típica, en el fondo, también sentía asco.

Al terminar la conferencia de Savater, La Típica Crítica le presentó a Peregrina, de ojos claros y di­vinos, una poblana de Chipilo demasiado rica en heredad y en autoestima como para siquiera pre­sentir sus urgencias matrimoniales, de modo que, quién iba a creerlo, terminó casándose con él.

Hasta su noviazgo con Peregrina, Luque empezó a saborear la buena suerte. Antes siempre fue de los

que más ilusionaba a las condiscípulas, a La Típica Lerdo de Tejada en primer lugar; su desenvoltura y su físico se les antojaba, a todas, o a casi todas, para un acostón, porque ni locas se casarían con él. Ni siquiera la Lerdo de Tejada, ella menos que ningu­na, porque conocía la procedencia de Luque, com­partía los prejuicios de todas y jamás se atrevió a desmentir que Ruperto trabajaba por las noches para contribuir con el gasto familiar –papás, tíos y pa­dres de papá, hermanos y perico–, que vestía ropa usada por sus hermanos mayores, si es que los tenía, o comprada en los tiraderos del tianguis de su co­lonia, una colonia rascuache, pantalones, camisas y hasta, guácala, zapatos y calzones que parecían de marca pero eran Morgan o Drake.

Y si bien al terminar la conferencia y las clases normales la Golf arrancó a la primera, alguien la había rayado con una corcholata desde el faro de adelante hasta la salpicadera de atrás. Además una nota como anuncio de table dance en el para­brisas estrellado advertía al presunto dueño (“aquí nadie es inocente hasta que le demostremos lo contrario”) que las naves de los nacos, ya fueran de camotes, tamales o paletas, por no mencionar vochos y demás tartanas que no pagan tenencia como los miseratis, roñoles, perraris y hambroyi­nis, deben estacionarse de la franja media para atrás, ¿ok, indio?

Luque, aún encandilado por el sol que le presen­tara La Típica Crítica, apenas movió la cabeza en señal de haber aprendido la lección (al menos tal fue el informe extraoficial que Habermas, el guar­dia del turno matutino, rindió a su superior) •

la crítica de clases

Page 8: La Jornada Semanal

ensayo

Es tanto el silencio sobre la tierra, que las estrellas se apagan poco a poco.

En nuestro corazón llevamos nuestra nostalgia y una gran sed por lo imposible. El corazón es una raíz de la que crece y crece el hombre, una morada de la esperanza infinita y el enamoramiento.

El más grande milagro es que todos estemos vivos, vivos todavía en un abismo frío, en un hoyo negro desierto, en medio de las estrellas y la luz. En el caos, donde retumban los planetas unos contra otros, como tambores, donde esta­llan soles, donde la vorágine ardiente gira como torbellino, vivimos aún muy alegremente. Pero todo cambia, todo se entrega a un trabajo poderoso. Aquí estamos y pensamos.

Si ustedes fueran felices, no habrían llegado hasta acá. El viento frío del desierto abraza la tierra, y los hombres se api­ñan uno contra otro; cada uno susurra al otro su desespera­ción y su esperanza, sus dudas, y el otro lo escucha como escucha un muerto. Cada uno reconoce en otro su propio corazón, y escucha y escucha.

Si el mundo es tal como es, eso es algo bueno. Y vivimos y nos alegramos, porque el alma humana siempre es como el novio que busca a la novia. Nuestra vida es siempre un ena­moramiento, un intenso color ardiente, al que no le basta la humedad de todo el universo.

Pero hay un pensamiento secreto y recóndito, existe en nosotros un pozo profundo. En él podemos ver que esta vida, este mundo, podrían ser otros, mejores y más maravillosos de lo que son. Hay una infinitud de caminos, y vamos sola­mente por uno. Otros caminos son desérticos y espaciosos, pero no hay nadie en ellos. Vamos con una muchedumbre a

la que le gusta reír, por un camino casual. Y hay otros cami­nos, rectos y largos. Y podríamos ir por ellos. El mundo po­dría ser otro, y el hombre podría hacerlo girar en una órbita mejor.

Pero esto es algo que no existe y que, tal vez, no existirá. Ante esta idea se cierra bruscamente el corazón y se congela la vida.

Todo podría ser diferente, mejor y superior, pero no será nunca.

¿Por qué no puede salvarse el mundo, es decir pasar a otro camino? ¿Por qué se agita así, cambia, no se detiene? Porque no puede venir el Salvador y, cuando venga, si es que viene, no podrá vivir en este mundo para salvarlo.

¿Pero acaso quiere el mundo su salvación? Puede que no necesite nada, excepto a sí mismo, y está contento, contento, como si yaciera en el ata úd.

Pero fíjense. Somos seres humanos, somos parte de esta luz blanca y fíjense cómo nos consumimos. Comemos y te­nemos hambre de nuevo. Amamos, olvidamos y de nuevo nos enamoramos con ardiente pasión. Crece y se consume el tallo de la hierba, se enciende y se apaga la estrella, nace, ríe y muere el hombre. Pero todo esto es una apariencia, una humareda engañosa de la vida.

Mas cuando la vida forcejea hasta lo máximo, cuando se llena hasta los bordes, cuando llega hasta su límite, entonces no se quiere a sí misma. Por las tardes el silencio es mortal. La canción de la muchacha y el peregrino es inexpresable, el alma humana no se soporta a sí misma. El cielo en el día es gris, pero en la noche luce como el fondo de un pozo y es imposi­ble mirarlo.

Una gran vida no puede ser más larga que un instante. La vida es una ráfaga de arrebatamiento, y de nuevo una vorá­gine, donde los caminos enmarañados y abiertos en todas partes son infinitos.

El universo es inquietante, agotador e iracundo, porque explotó y no se apagó después de un instante, después de la luz, que iluminó todas las profundidades, y crepita y crepita, arde y no arde y se enfriará por toda la eternidad.

En ello radica su crimen y su pecado. Después de la altu­ra mortal de la vida, del amor y de la clarividencia del pen­samiento, la vida se colma y su vaso debe ser volcado. El hombre así todo lo ha amado y conocido hasta el último arre­batamiento, y su cuerpo se rompe por la fuerza ardiente de la embriaguez. No tiene nada más que hacer.

El mundo no vive, se descompone. En ello consiste su crimen y su pecado irredimible. Pues la vida no debe ser más larga que un instante, entre más larga sea, más peno­sa. Ahora el universo se encamina sin desvío hacia el in­fierno. Por la hierba y en el hombre cada vez se expande más espesa la locura. Se multiplican los misterios y ya no los abre el ariete del pensamiento. El tormento es más pu­ro y hermoso por el rostro del universo, más sigiloso el silencio en las tardes; no basta en el corazón el amor por esas tardes.

Para qué enrojeció el sol, si arde y arde. Debería hacerse azul por las llamas y no sobrevivir al instante.

El universo es un instante ardiente que el caos ha roto y reconstruido. Pero la fuerza del universo es poder, cuando se concentra en un golpe. 1920 •

Traducción del ruso de Jorge Bustamante García.

Para Álvaro Mutis, con gratitud

Muchos escritores nuestros se han sentido fuertemente atraídos por la obra de los escri­tores rusos. En América Latina ha habido casos emblemáticos. Muy joven, Pablo Neru­da ingresó al Liceo de Hombres de Temuco. Allí, una de sus maestras, una señora muy alta “con traje muy largo y zapatos de tacón bajo como los que usan las monjas”, lo introdujo en la lectura de las grandes obras maestras rusas. Esa señora se llamaba Gabriela Mistral y solía comentarle que los escritores rusos eran definitivamente los mejores del mundo. Por esos mismos años, en 1923, cuando José Carlos Mariátegui regresa a Perú desde Europa, se convierte en uno de los principales difusores de los novísimos escritores y artistas rusos, muchos de ellos sus estrictos contemporáneos, que después serían reconocidos como los que conformaron el siglo de plata ruso, esa suerte de espíritu renacentista en plenos años convulsos, no sólo en la poesía, el relato, la novela, sino también en la música, la pintura, el pensamiento sobre el arte, la dra­maturgia, la danza, el cine y demás expresiones artísticas.

Poema del pensamientoAndréi Platónov

Latinoamérica: El alma rusa en

Jorge Bustamante García

Retrato de Anna Ajmátova por Nathan Altman

Page 9: La Jornada Semanal

Mariátegui se empeñó en su difusión, en dar a conocer, así fuera fragmentariamente en revistas y otras publicaciones, a algunos de ellos, y se dedicó a tender puentes, a fo­mentar su traducción ya fuera del francés, del inglés, del mismo idioma original cuando era posible y de esta manera muchos lectores de estas latitudes, en la década inverosímil de los veinte, leyeron por primera vez en nuestra lengua a Anna Ajmátova, a Boris Pilniak, a Fedor Sologub, a Isaac Bábel, a Maiakovsky, Balmont y Serguéi Esenin. En 1927, al co­mentar una novela de Lidia Seifulina en el periódico Variedades de Lima, Mariátegui se lamenta de que permanezcan prácticamente inéditos en español los autores más repre­sentativos de la nueva literatura rusa, menciona a Blok, Biély, Briúsov y Remízov, este último hostil a la revolución, pero que ha extraído “de la nueva vida rusa, los temas de sus últimos trabajos”.

“Rusia es triste. La tristeza de la fuerza”, escribió el paisano de Mariátegui, el poeta César Vallejo, tras su tercer viaje a Rusia, en 1931. Vallejo fue a Rusia obsesionado por escribir artí­culos sobre la gente y la revolución, por establecer “verdades” acerca de la nueva forma de vida, y regresó decepcionado. Fue a Rusia y se extravió. Necesitaba permanentemen­te de traductores y los tuvo de la más diversa condición, desde un miembro del Partido, hasta alguna sobreviviente cercana a la nobleza zarista, que le transmitían cada uno a su manera sus propios puntos de vista. Por eso, tal vez, no logró comprender el lenguaje de esa realidad que intentaba transmitir, porque le resultaba impenetrable. Para Vallejo fue una noche larga y sus dos libros sobre Rusia son, hoy, casi ilegibles. Enfocado en los aparentes aspectos políticos, económicos y hasta ideológicos del complejo devenir de ese momento, pareció olvidarse de lo principal: de lo que latía profundamente en el alma de ese pueblo, algo que los rusos siempre han sabido expresar a través de las posibilidades inverosímiles del arte y la literatura. Para entender a Rusia hay que leer a sus escritores. Y Vallejo parece que no los leyó. Al menos no a aquellos que por esos mismos años hubiera podido escuchar en lectu­ras, tertulias y veladas literarias, como Bábel, Bulgákov o Pilniak, sus contemporáneos.

“ ““Rusia es triste. La tristeza de la fuerza” escribió el paisano de Mariátegui, el poeta César Vallejo, tras su tercer viaje a Rusia, en 1931

Fsigue en la página 10

Latinoamérica:

breve historia de una seducción

9Jornada Semanal • Número 893 • 15 de abril de 2012

Andrei Voznesensky

Sergei Esenin por Michael Solovyev

Marina Tsveitáieva

Aleksey Remizov

Page 10: La Jornada Semanal

Jornada Semanal • Número 893 • 15 de abril de 2012

Fviene de la página 9

Nicanor Parra fue a Rusia por otras razones dis­tintas a las de Vallejo. Fue a una misión imposible: a traducir poesía rusa sin conocer el idioma. El poeta de la antipoesía, y hoy premio Cervantes, vivió al menos seis meses en Rusia, entre 1963 y 1964; cono­ció todos los bares moscovitas, caminó por sus ca­lles, degustó el pan caliente en pleno invierno, se enamoró de su traductora Margarita Aliguer, realizó recitales en Moscú y Leningrado, y escribió poemas de raro y contenido lirismo (algo verdaderamente extraño en él) sobre esa experiencia, que después conformarían el volumen Canciones rusas. De esos seis meses febriles dedicados a traducir de una len­gua que ignoraba, Parra obtuvo después un volu­men de 305 páginas con una amplia muestra de au­tores del siglo xx, sus invenciones de treinta poetas, desde Ajmátova y Tsvietáieva, hasta Vosnessenski y Bela Ajmadulina. Trabajó duro en la adaptación poética a partir de una primera versión literal de José Vento, con el apoyo de dos asesores lingüísticos españoles radicados en Moscú y el entusiasmo in­condicional de la Aliguer. El libro, en el que el poeta chileno aparece como compilador, se publicó prime­ro en Moscú, en la Editorial Progreso, y luego en la Editorial Universitaria de Chile. El caso de Parra es un vivo ejemplo de cómo, para un poeta, para un escritor viajero, todo contacto con otra cultura es una posibilidad inmensa para ensanchar su propia obra y su propia vida.

Una pasión por la literatura rusa que perduró to­da la vida fue la del poeta nicaragüense Carlos Mar­tínez Rivas. Al contrario de Parra, el autor de La in-surrección solitaria, nunca estuvo en Rusia, pero se sentía desde siempre, aunque suene extraño, un poeta de esas tierras. En un poema recuerda a Anna Ajmátova y su amistad con Modigliani en París. Un fragmento de la biografía de la poetisa le servía de

10

“ “

materia para su propia poesía. Martínez Rivas leía a Anna en francés y lo que más admiraba de ella era su singular manera de develar las sensaciones y senti­mientos sin mencionarlos.

En otros poemas el nicaragüense menciona direc­tamente, además de Ajmátova, a Pushkin, a Gógol y a Goncharov. Del autor de Eugenio Onieguin leía todo lo que encontraba, tanto en inglés como en español, y se convirtió con el tiempo en un experto en su obra y en su vida. En el poema “A quienes no perdieron nada porque nunca tuvieron”, trae a cuento las lá­grimas en las mejillas de Pushkin cuando su amigo Gógol le lee el manuscrito de El inspector y el poeta sólo acierta a decir “¡Qué triste es nuestra Rusia!” Hay personas que aún no olvidan la onda emoción que embargaba a Martínez Rivas en una conferencia sobre Pushkin que dio en 1991: “Narraba la vida de Pushkin con un conocimiento minucioso que no po­día ser resultado sino de un profundo estudio y, aún más, de un profundo cariño”, ha recordado una de las asistentes, su amiga Helena Ramos. Un día antes de que Martínez Rivas fuera internado en un hospi­

tal de Managua, en donde moriría unos días des­pués, el 16 de junio de 1998, Helena lo visitó y lo encontró todavía con fuerzas para hablar de litera­tura. Cuando, de pronto, en algún momento de la conversación se nombró a Pushkin, el poeta nicara­güense con voz cálida y exaltada exclamó: “¡Push­kin! ¡Un genio adorable!” Su admiración por la lite­ratura rusa era tal que alguna vez mencionó que le habría gustado haber sido un poeta ruso, algo que debió sonar desquiciado a los oídos de quienes lo escuchaban. ¿Y por qué precisamente ruso?, se pre­guntaba tiempo después Helena Ramos, y ella mis­ma se respondía que tal vez por una causa sombría “formulada con hiriente precisión por Anna Ajmá­tova: ‘La poesía se toma tan en serio en Rusia que se podía hasta asesinar a un poeta por haberla escrito’. Para Carlos Martínez Rivas, probablemente, ésta era una buena razón por la que le hubiera gustado ser un poeta ruso.”

Otro escritor chileno, Jorge Teillier, experimentó un extraño y poderoso influjo del Sergei Esenin del Moscú de taberna y La confesión de un granuja. El poeta Teillier es considerado por la crítica académica uno de los poetas más importantes e influyentes en las últimas décadas en su país. Teillier descubrió a Ese­nin en los sesenta y ya no pudo ni quiso desprender­se del hondo lirismo del último poeta del campo, el que se liaba a puñetazos con cualquiera, el bello mu­chacho irreverente amante de Isadora Duncan, que no quiso reservarse para una vida tranquila y come­tió muchas faltas; el que bebió vino y fue feliz porque besó a las mujeres; el que prefirió arder al viento que pudrirse después en las ramas; el que inven­taba de nuevo en sus versos el tintinear de las hojas de arce sobre la nieve y el aroma de los abedules de su entrañable aldea de Konstantínovo, cerca de Riazan, en fin, el escandaloso poeta imaginista que, extraña­mente, sostenía que lo importante no era la imagen,

Anna Ajmátova por Esther Rodríguez Cabrales

Boris Pilniak Fedor Sologub

Muchos escritores latinoamericanos y españoles leyeron intensamente en sus años juveniles a los escritores rusos del xix y principios del siglo xx. Valdría la pena que alguien recreara esa historia

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15 de abril de 2012 • Número 893 • Jornada Semanal

uando Andréi Platónov escribió “Poema del pensamiento” en 1920, apenas contaba con

veintiún años de edad. Era un trabajador electri­cista que desde los catorce años empezó a intere­sarse por la literatura y a los dieciocho publicaba

artículos y crónicas en dos periódicos loca­les de Voronezh, su ciudad natal. En un formulario para participar en un congre­so de escritores proletarios en 1920, dijo haber cursado sólo la educación secun­daria por falta de tiempo, pero haberse vuelto lector desde muy joven y no haber publicado hasta ese momento ningún li­bro. Curiosamente, al final del cuestiona­

rio, ante la pregunta concreta de qué es­

Platónov, fundamental y desconocido

critores influyeron más en su formación, indica que ninguno. La última pregunta es muy significativa: “¿A qué tendencia literaria pertenece o por cuál siente empatía?” “Por ninguna, tengo la mía pro­pia”, respondió.

Su primer libro, Profundidad azul, apareció en 1922. Su novela Chevengur, considerada por muchos como su obra más importante, fue escrita entre 1927 y 1929, pero sólo fue publicada en su totalidad ses­enta años después. No gozó en vida de recono­cimiento, casi no vio publicadas sus obras, sus últi­m o s a ñ o s l o s v i v i ó a l b o rd e d e l a m i s e r i a . Evtushenko y Brodsky lo consideraron como uno de los escritores más importantes del siglo xx en su país. Murió a los cincuenta y dos años •

JB

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sino el sentimiento poético del mundo. Si Esenin hubiera nacido en Colombia o en México, habría sido un bolerista excepcional, habría compuesto poemas que luego retomaría José Alfredo Jiménez; si hubiera nacido en Buenos Aires habría sido un compositor de tango y de arrabal.

Traductor de Jacques Prévert y de René Guy Ca­dou, Teillier se lanzó con su amigo Gabriel Barra a la aventura de verter directamente del ruso los poemas de Esenin y así fue como aparecieron por primera vez en castellano, en el convulsionado Chile de 1970, sus versiones de La confesión de un granuja, cuarenta y cinco años después del suicidio del poeta. En el pró­logo a ese libro, el chileno afirma que se puede decir de la poesía de Esenin lo que se dijo en su tiempo de la poesía de Francis Jammes: “que aparece como una muchacha desnuda en el rocío”, y agrega que la poe­sía de Esenin se singulariza por ser un intento de revivir la tierra natal y los días de infancia ‒esas her­manas gemelas‒ que constituyen el “paraíso perdi­do” del poeta. Años después, en el libro Para un pue-blo fantasma (1978), del escritor chileno, aparece el poema “Pequeña confesión” dedicado a Esenin y en donde la sombra del poeta ruso surge en cada línea con fuerza y naturalidad: “En medio del camino de la vida/ Vago por las afueras del pueblo/ Y ni siquie­ra aquí se oyen las carretas/ Cuya música he amado desde niño.” La música de esas “carretas” simboliza el tiempo de la infancia, que en Teillier y su sombra rusa se concretiza en el poema.

Es una larga historia la de los escritores latinoa­mericanos y su relación con la literatura rusa. Tuve la fortuna en 1973, en Moscú, de escuchar al cubano Eliseo Diego hablar de poesía rusa y de las versiones que había acometido con el método patentado años antes por su colega Nicanor Parra, y mucho antes que él por Pasternak con sus invenciones de Alberti. La velada fue memorable. Eliseo Diego obtenía versio­nes de Esenin que conmovían a través del puente

inverosímil tendido con versiones literales realiza­das con anterioridad por hispanistas rusos como Nina Bulgákova y Pável Grushko.

Esta breve historia de una seducción podría en­sancharse casi sin término. Muchos escritores lati­noamericanos y españoles leyeron intensamente en sus años juveniles a los escritores rusos del xix y prin­cipios del siglo xx. Valdría la pena que alguien recrea­ra esa historia. No solamente eran proclives a leer a los ingleses y franceses, sino también a los rusos, a estos últimos con frecuencia en traducciones des­afortunadas, como las de Rafael Cansinos Assens, a quien Borges adoraba. Tal vez por esta razón, cuando al escritor argentino le preguntaban por la literatura rusa, no iba más allá de Dostoievsky y Tolstoi y sólo una vez se refirió a otro autor: Isaac Bábel. Octavio Paz leyó con rigor a los rusos en su juventud y mostró la versatilidad de su conocimiento en una singular entrevista que le concedió al hispanista y traductor Pável Grushko, en 1988. García Márquez se refirió con regocijo a su lectura de El maestro y Margarita, de Bulgákov, antes de Cien años de soledad. Seguramente ya existen tesis académicas que aborden la profunda influencia de Dostoievsky, Andréiev y otros rusos sobre José Revueltas, a quien Juan José Arreola –tan dado a la fina hipérbole‒ sugirió alguna vez leerlo como autor ruso, antes que como mexicano. Álvaro Mutis es un diestro, lúdico y audaz navegante por ese océano inabarcable. Alguna vez me dijo que le habría gustado visitar Rusia, pero sólo llegó a una costa de Finlandia, en el mar Báltico, desde donde le pareció divisar el remoto reflejo de las luces de Le­ningrado. Hugo Gutiérrez Vega es un amante, docto, puntual e ingenioso conocedor de las literaturas es­lavas y centroeuropeas. Y Sergio Pitol ha construido toda un arca rusa dentro de su obra, en la que se per­cibe el aroma y el espíritu de esa cultura, con todos sus múltiples matices y sus convulsiones secretas. Pero esto ya es tema para otra invención•

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Andréi Bely

Page 12: La Jornada Semanal

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RÍARodolfo Alonso

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AVerónica Murguía

15 de abril de 2012 • Número 893 • Jornada Semanalarte y pensamiento ........

La paz sea contigo, Boris Vian

Esa indeleble balada del paradigmático Boris Vian (1920-1959): “El desertor”, sólo aparentemente ingenua, escrita en 1954 mientras Francia se desangraba en Indochina pretendiendo defender los restos de su imperio colonial, que se encaminaba al merecido de-sastre de Diem-Bien-Fu, y al mismo tiempo que se incubaba la más que sucia guerra de Argelia, se convirtió en todo un sobresalto pa-ra las buenas conciencias de su época, no sin el imaginable y com-placido regocijo del autor. El auténtico y fecundo inconformista que fue el autor de La espuma de los días y El arrancacorazones, se ade-lantaba como siempre, en este caso a las futuras canciones de pro-testa e, inclusive, a tantas letras del rock en tiempos difíciles.

Pocas personas han logrado, en una existencia harto breve, con-cretar semejante cantidad de intereses. Poeta, hombre de jazz, in-geniero a los veintidós años, traductor, novelista, chansonnier, dra-maturgo, guionista, editor, su vida se entregó con pasión desmedida a todo lo que hizo. Y su destino quiso convertirla también en obra de arte, un auténtico mito de aquella inolvidable París de media-dos del siglo xx. Colaboró en la célebre Les Temps Modernes, la revista de Jean-Paul Sartre, descollando con brillo propio en el bullicioso ambiente existencialista, cuya fama recorrería el mundo. Pero escribió también en el legendario Combat, el heroico periódico fun-dado por Albert Camus durante la Resistencia.

Escribió diez novelas, de despareja suerte individual con la crí-tica y el público, alternando éxito y fracaso. Y otras cuatro del logra-do género policial negro, con el seudónimo de Vernon Sullivan (un supuesto estadunidense de color), figurando su propio nombre, celosamente oculto, apenas como traductor. Son ellas las que consiguieron llevarlo ante la censura y la justicia, viéndose obli-gado finalmente a descubrir su identidad.

Eso contribuyó a la venganza de la crítica, primero complaciente, con su en-tera producción. Y aunque una de aque-llas incisivas novelas de acción, la sin-tomática, J'irai cracher sus vos tombes (1948), fue llevada al cine, le acarreó igualmente no pocos disgustos. Recién el día de su estreno descubrió que no sólo la habían distorsionado, sino tam-bién lo excluyeron como guionista, y ese preciso día un ataque cardíaco se lo lle-vó, prácticamente al mismo tiempo.

Moría el hombre y se afirmaba el mito. Boris Vian será siempre el eterno joven rebelde y disconforme, agudo y proteico, con el aura legítima que logró imponer tanto en las caves existencia-listas de París como en el insólito y co-rrosivo Colegio de Patafísica, aquella contrainstitución fundada por el genio de Alfred Jarry, donde alcanzó el impac-tante grado de “sátrapa”.

Piensa mal y acertarás

Como todos los mexicanos, soy paranoica. Desconfiada, recelosa, incrédula, maliciosa, suspicaz, descreída. Escéptica. Haber nacido en este país significa que para cierta edad uno ya fue engañado, bolseado, chamaqueado, estafado y burlado. Le han pedido mordi-da, cobrado la luz del vecino, vendido kilos de ochocientos gramos, perfumes falsificados, alcohol malo disfrazado de brandy, ropa con etiquetas falsas y se ha dado de narices con el mendigo lastimero que fingía ser mudo, cuando éste pedía a gritos otro taco de maciza.

A mi edad uno ya no regala latas de atún para los damnificados si el camión que las lleva no tiene el logo de la unam, ni cree que los excedentes que ha acumulado pemex en estos diez años panis-tas, más de 521 mil millones de pesos que nadie sabe para qué se han usado o dónde están, vayan a servir para mejorar el país. Si los políticos ponen cara de circunstancia ante cualquier asunto, me los imagino riéndose en el baño o detrás de la puerta de sus oficinas. Si Gabriel Quadri de la Torre, el candidato del panal, jura que su campaña no ha usado dinero del issste, no le creo. Al con-trario, logra sembrar la certeza de que ahí viene el escándalo.

Este es el país en el que el inefable exlíder del Partido Verde, el junior González Torres, intentó vender reservas ecológicas para construir hoteles. Es más, el Partido Verde de México no es conside-rado como un partido con una agenda ecologista por el resto de los partidos verdes del mundo, por lo que el Partido Verde Europeo solicitó su expulsión de la carta de los Green Parties.

Cuando en los titulares de los periódicos aparecen encabezados que nos advierten de, por ejemplo, el fenómeno casi universal del espionaje telefónico, generalmente murmuro un furibundo lo sabía. La imagen de un pobre empleado del cisen, con auriculares y oyendo mis conversaciones, aburrido hasta el llanto, es una de las

que acuden a mi mente cuando escu-cho cualquier ruido raro en el teléfono.

Me lo imagino en mangas de camisa, en un cubículo pintado de verde, amue-blado con un sillón forrado de vinipiel y una mesa con cubierta de formica. Por lo general me lo represento con un vaso de unicel en la mano. El café que llena el vaso es inmundo, pero no es lo peor. Es el tedio. El pobre ya conoce las opinio-nes de mi familia acerca del gobierno, la guerra de Calderón, las campañas polí-ticas o la visita del Papa. Pero escuchar conversaciones ajenas es su trabajo, así que se tiene que soplar largos intercam-bios entre señoras que discuten los mé-ritos del retinol; señores que alaban la uefa (eso sí le gusta, pero considera que quien habla es villamelón); libros –en-tonces se frota los párpados con un gesto de hartazgo–, y chismes babosos.

Y cada vez que menciono esta ima-gen, mi interlocutor asiente y procede a describir su propia fantasía. En lugar de preguntar “¿Por qué estarían interesa-dos en nosotros?”, respuesta quizás ló-gica, el mexicano medio menciona múltiples casos de espionaje. Conversa-ciones, correos, el atroz Góber precioso y sus cómplices horribles; el patibulario Julio César Godoy y la Tuta. En lugar de pensar que uno es inocente, a diferencia de los mencionados, uno piensa que ellos son poderosos y uno no.

En estos días me llené de desconfian-za ante los espectaculares amarillos que, por toda la ciudad, agradecen al Pa-pa el reconocimiento de los beatos cris-teros. También he visto anuncios de una película titulada Cristiada. Ya ni la amue-lan. No se nos vaya a olvidar que somos un país dividido respecto del papel de la Iglesia en política. Si de verdad el Papa vino a contribuir al proceso de reconci-

liación, ¿por qué hizo hincapié en recor-dar una guerra ya pasada? ¿No basta con la presente?

Las extrañas declaraciones del señor Luis Fernando Guevara, miembro de los Caballeros de Colón, sobre la gira de las reliquias cristeras por todo México, pro-vocan una sensación incomodísima. Que si son reliquias de primera mano, pues cada relicario trae un huesito (sic) del mártir; que recorrerán la República, que si es hora de recordar esa guerra, reconocer a las víctimas. Pero la Iglesia no da buenos ejemplos: el papa Juan Pablo ii pidió perdón por las Cruzadas (siglos xi, xii y xiii), en el año 2000. Nueve siglos después.

Por eso no creo nada. Me los imagi-no, a jerarcas políticos y católicos, mi-rando la Constitución y encogiéndose de hombros con una sonrisita. “Qué tan-to es tantito”, han de haber dicho •

Al Señor PresidenteUna carta le envíoQue usted leerá tal vezSi llega a tener tiempo

Papeles militaresAcaban de llegarmePara irme a la guerraEl miércoles de tarde

Mi Señor PresidenteYo no quiero hacerlaYo no vine a esta tierraA matar pobre gente

No es por enfadarloYo tengo que decirleMi decisión toméMe hago desertor

Desde que he nacidoVi morir a mi padrePartir a mis hermanosLlorar a nuestros niños

Mi madre sufrió tantoEstá allá en su tumbaY se ríe de las bombasY se ríe de los versos

Amigo nada menos que de Duke Ellington, Charlie Parker y Miles Davis, son muchas realmente las razones más que válidas para recordarlo. Una de ellas, y no de las menores, es haber dado a luz “El desertor”, ese imperecedero y sutil, tocante y corrosivo alegato antimilita-rista que, con música de Harold Berg, recorrió y aún recorre todo el mundo. Sus dos últimas líneas decían original-mente: “Que je tiendrai un arme / Et que je sais tirer”, es decir: “Que yo tendré un arma / Y que sé disparar”. Pero Vian aten-dió las razones de su gran amigo Mou-loudji y, como puede comprobarse en la versión que sigue, aceptó cambiarlas por las definitivas. Que ratif ican, en tiempos de guerras feroces y crueles, el alegato hondamente pacifista del mensaje.

Que la paz sea contigo, entonces, querido Boris Vian •

Cuando fui prisioneroMi mujer me robaronSe robaron mi almaY todo mi pasado

Mañana muy tempranoVoy a cerrar mi puertaFrente a los años muertosMe iré por los caminos

Mendigaré mi vidaPor las rutas de FranciaDe Bretaña a ProvenzaY diré a la gente

Rehúsen obedecerRehúsense a hacerlaNo vayan a la guerraRehúsense a partir

Si hay que brindar su sangreVaya a brindar la suyaUsted es buen apóstolMi Señor Presidente

Si usted va a perseguirmePrevenga a sus gendarmesYo estaré desarmadoY ellos podrán tirar

Versión de Rodolfo Alonso

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[email protected] Arreola Luis Tovar

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........ arte y pensamientoJornada Semanal • Número 893 • 15 de abril de 2012

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[email protected] Arreola Luis Tovar

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El 30-30 de ¡Qué Payasos!

Suena normal en nuestros días: una banda de rock “para niños y no tan niños” –como reza su eslogan– liderada por dos simpáticos per-sonajes de cara pintada: Beto Batuca y Nacho Mostacho. Los ¡Qué Payasos! Y suena normal, aunque sigue sin ser común, porque hoy es posible ver de todo en internet y porque México rebosa de con-ciertos infantiles este mes (algunas ciudades, es cierto, pues otras viven tristemente sitiadas), pero sobre todo porque la música de hoy se intercambia, fluye y diversifica en poligámicos laberintos otrora impensables. Sin embargo, no siempre fue así.

Pensando en los años ochenta, cuesta trabajo imaginar el mo-mento en que estos músicos dijeron: “hagamos algo distinto para los niños”. En aquel tiempo aún se hallaban cerca las prohibiciones al rock y no teníamos conciertos internacionales. Apenas nacía mtv (el que ofrecía música, no estupideces) y el país seguía sumido en la dictadura perfecta. El poder de los medios de comunicación vivía un clímax de control e influencia. Dicho de otra manera: ape-nas gateaban quienes actualmente activan al país con Metallica en su Ipod. Ellos le deben mucho, sabiéndolo o no, al arte de bandas como ¡Qué Payasos!; arte heroico, primero, por durar tantos años y, luego, por participar activamente en un cambio cultural que dio frutos brindando una sólida alternativa frente a lo que muchos se han empeñado en instaurar, promover y etiquetar como “música para niños”, ergo: para tontos.

Dejando aparte a personas como el mastuerzo Chabelo, quien en algún momento de su vida hizo cosas notables, como Mario Iván Martinez y Luis Pescetti; a proyectos como Plaza Sésamo o la barra infantil de Canal 11, más algunos programas de radio e instituciones como la ofunam con sus conciertos El niño y la música; aparte de estos y otros casos contados –casi todos más jóvenes que los ¡Qué

Payasos–, lo que Televisa y t vAzteca han inyectado en la mente niña de tan-tas generaciones y que hoy insiste con renovados bríos (Pequeños gigantes), es una aberración. Claro, no soslaya-mos que en algunos momentos inten-taron cosas distintas y que los propios ¡Qué Payasos! par t ic iparon de el lo, pero fue algo pasajero que no ha vuel-to a repetirse.

En fin. Es por esto que la noticia del próximo concierto de ¡Qué Payasos! celebrando su trigésimo aniversario, a llevarse a cabo en el Plaza Condesa el día 30 de abril, resulta pretexto ideal no sólo para esbozar otra sonrisa cómpli-ce, sino para re-al-men-te-ir-los-a-ver, pues muchos los halagamos sin hacer eco en vivo a causa de no tener un con-dimento que parece esencial: hijos. Em-pero, de verdad es una experiencia que vale para todo melómano que pueda acompañar a su ser interno y, así, no quedarse solo, pues de todas formas y como dicen Batuca y Mostacho: “Si el niño que lleva dentro se le echó a correr, no lo regañe, seguramente está en una función de ¡Qué Payasos!” Además, la oportunidad será doble, pues abriendo el show sonará Bandula, otra excelente banda dedicada a la infancia, pero con sabor latino.

En resumen, y para situar a los lecto-res que no saben o recuerdan la tra-yectoria de ¡Qué Payasos!, diremos que han tocado en muchísimos foros de Mé-xico, destacando la Sala Ollin Yo-liztli, la Miguel Covarrubias,

el Palacio de Bellas Artes, el Palacio de los Deportes, la Plaza México, el Veló-dromo y el Centro Nacional de las Ar-tes. ¡Quién puede sumar semejantes escenarios en su haber! Lo mejor es que antes, mucho antes, también sonaron en Rockotitlán, Hard Rock Live, l. u. c. c. y demás espacios míticos del rock mexi-cano, tendiendo extraños y prolíficos puentes entre géneros y generaciones. De ahí que su influencia haya sido de-cisiva en grupos posteriores, como Patita de Perro y Yucatán a Go Go.

Los discos editados que se recono-cen en su página son: dos homónimos (¡Qué Payasos!), uno de 1987 y otro de 1989 (el segundo una suerte de relan-zamiento por bmg Ariola); otro de 1994: Po r t a d a p a ra c o l o r e a r ; u n o m á s d e 2001: Quién dijo que los payasos son sólo para niños ; otro de 2006, De todo corazón, y el último de 2008: Se pintan solos , que trae temas como “¡Stop al fin!”, “Un gato” y “Los guaruras”. Final-mente, para sus presentaciones en vivo Beto y Nacho suelen acompañarse por Daniel Loyo en el bajo, Ewell Borrero en la guitarra, Miguel Sabath en la bate-ría, Alejandro Villanueva en las percu-siones y María Emilia Martínez en los coros. Seguramente tendrán invitados especiales, pues tres décadas no cual-quiera las cumple y, además, no imagi-namos quien les diga “no”. Felicidades pues a ¡Qué Payasos! por ser tan humil-des y efectivos en eso que llaman “tra-bajar la risa”. Compleja, importante la-

bor de vida •

Domicilio conyugal (tan lejos de Truffaut y tan cerca de Sariñana)

La pareja yace ahí, en lo que los clásicos denominarían lecho con-yugal e incluso tálamo. Ninguno de los dos es joven ya: él está bas-tante calvo y barrigón –exactamente como muchos creen que es inevitable pasados los cuarenta y tantos–; y a ella bien podrían can-tarle como Serrat a una suegra en ciernes: “recuerde, antes de mal-decirme, que tuvo usted la carne firme y un sueño en la piel, señora”... La rúbrica, el símbolo de estas y otras decadencias es el sonoro –y todo parece indicar que también pestilentísimo– pedo que él, sin poder ni querer evitarlo, suelta casi en las narices de ella, que con-secuentemente se indigna, protesta y maldice.

Así, con una flatulencia, comienza la historia que cuenta el filme Aquí entre nos (México, 2011), ópera prima en largometraje de fic-ción de Patricia Martínez de Velasco, también guionista, producida por Roberto Sneider y Laura Imperiale, y protagonizada por Jesús Ochoa –el flatulento citado arriba–, Carmen Beato –la esposa de aquél–, Giovanna Zacarías y otros. Noventa y cinco minutos más tarde será con una nueva flatulencia como termine la película, sólo que esta vez la pedorrera le corresponderá a ella y no será motivo de incordio para ninguno de los dos.

Un arranque y un final escatológicos como los descritos bien podrían haber enmarcado un filme congruente, en términos tanto argumentales como conceptuales, con esa forma de la irreverencia –de todos modos no demasiado audaz– que, en una sociedad mul-tifacéticamente hipócrita como la nuestra, consiste en hacer ex-plícitas deyecciones, secreciones y expulsiones corporales varias. Pero no, pues lo que viene a continuación es una historia la mar de complaciente acerca de los muchos tonos y niveles de desencuen-tro verificables entre los miembros de una pareja heterosexual

clasemediera añosa y, se diría, inconsciente portaestandarte de un supuesto beneficio colec-tivo social radicado en el hecho de sostener, contra viento y ma-rea, al menos dos roles cultu-ralmente asignados: uno, el de padre de fami l ia-proveedor económico; dos, el de ama de c a s a - c u i d a d o r a / e d u c a d o r a d e los hijos.

Dado que el final es un regre-so-al-redil en toda regla, en el que el matrimonio Guerra –que así se apellida él–, como ya se narró, termina de nuevo en la cama tirándose pedos, el desarrollo de la trama entera sólo puede leerse como una especie de lección moral de cuán engañoso y, a final de cuentas, cuán inane termina siendo todo intento por quebrantar las leyes del stablishment socioemocio-nal: podrás tener una pareja erótica extra, con toda la carga de emoción por transgresión, pero también de hipo-cresía, que eso conlleva –aquí ambos se ponen el cuerno–; podrás querer mandar un día todo al carajo, romper tu propia rutina y dedicarte a deambular en calzones en tu casa siquiera una jor-nada; podrás decirle a tu cónyuge que ya no lo/la aguantas y mudarte a la casa de tu amante, resolver que firmarás los papeles del divorcio porque sólo así se acabará la maldita rutina y su carga in-soportable de hartazgos... Pero al final, por incongruente que parezca, termi-narás por volver a todo aquello que tan harto/harta te tenía, un poco como si de la canción arriba citada de Serrat hubieras descendido a la de Juan Ga-briel que dice: “no cabe duda que es verdad que la costumbre es más fuerte que el amor”...

Incongruencias aparte, e incluso concediendo que bien puede dibujarse un arco dramático semejante (que va del hartazgo a la ruptura –mutuamen-te deseada y con motivos– y de ahí a la re-unión –mutuamente deseada tam-bién, pero sin motivos al menos diegé-ticos– de los que ya no se aguantaban pero deciden volver a soportarse, sólo que ahora contentísimos), queda la trai-ción formal: el tono fársico que alcan-za a presentar en algunas escenas, el tinte de histerismo con que son traza-das otras, es abandonado en favor de abundantes ejercicios de estereotipa-ción caracterológica, tanto del matrimo-nio protagonista como de las tres hijas que aún viven en el domicilio conyugal, de ningún modo a la Truffaut, sino muy a la manera de las comedias de situación románticas más convencionales que, a carretadas, nos llegan desde el otro lado del río Bravo o, para no irse tan lejos, muy a la manera del aborigen Fernan-do Sariñana, realizador hace ya algunos años de un Segundo aire, de aire bastan-te familiar a este Aquí entre nos, incluido el protagonismo de un Jesús Ochoa que pareciera no hallar ya el modo de no in-terpretarse a sí mismo •

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Felipe Garrido

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Rogelio Guedea

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arte y pensamiento .......

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15 de abril de 2012 • Número 893 • Jornada Semanal

Miguel ÁngelMuñoz

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Roberto Matta: cien años de creatividad

En la obra plástica de Roberto Matta (Santiago de Chile, 1911- Civitavechia, Italia, 2002) es necesario distinguir no diversas épocas creativas, sino interpretaciones distintas, tanto las que en cierta forma son apoyadas por él mismo como –y sobre todo– las interpretaciones hechas desde dentro de la pintura. Quizá la concepción más conocida, y que tuvo más influencia en sus primeros años, es el surrea-lismo, donde se consagró como un pintor que ocupaba un lugar importante, no sólo un lugar dentro de la gran co-rriente artística surrealista: en rigor, esto es sumamente discutible y el propio Matta manifestó en múltiples ocasio-nes su inconformidad.

En 1933 rompe con su familia y viaja a París, donde es invitado a trabajar con Le Corbusier durante dos años. En 1937, gracias a una carta de recomendación de Federico García Lorca, consiguió que Salvador Dalí le presentara a André Breton, con lo que Matta se incorporó al movimiento surrealista y, más tarde, con Yves Tanguy y Gordon Onslow-Ford, se convierte en uno de los principales precur-sores del automatismo. En esos años, Matta no sólo publicó artículos en la revista Minotaure, como “Matemática sensible-arquitectura del tiempo”, sino que fue uno de los principales ilustradores del libro fetiche de los surrealis-tas, Los cantos de Maldoror. Instalado ya en Nueva York, hizo amistad y se relacionó con pintores y artistas neoyorquinos como Este-ban Vicente, Franz Kline, Willem de Kooning, Philip Guston, Mark Rothko, y especialmente con Robert Motherwell, William Baziotes, Jack-son Pollock…

Con la perspectiva de los años, por la indu-dable relevancia que llegó a tener el movi-miento surrealista y por la forma como in-

fluyó en el destino creativo de quienes en él participaron, las palabras expresadas entonces por su líder, André Bre-ton, han resultado verdaderas –como afirma Lourdes An-drade–, pese a las encendidas polémicas levantadas por su causa. Estuvo presente en todas las publicaciones y las ex-pos iciones del grupo, a pesar de que en 1948 fue expul-sado, algo que le afectó profundamente aunque nunca dejó de ser un crítico intenso de la política y de la socie-dad de su tiempo.

El subconsciente es una de esas revelaciones que apa-recen en la obra de Matta y que nos pone en contacto con profundos registros psicológicos a los que sólo él tiene acceso, con los que sólo él se encuentra familiarizado, y a través de los cuales debe, en ocasiones, guiar al espectador, revelarle las verdades que ahí se encuentran. Aparte de la originalidad del concepto y de la justificación teórica y ex-plicaciones dadas, está el valor de la ejecución técnica. Na-die que analice el proceso de las obras de Matta, o que sim-

plemente las descubra, dejará de percibir la seguridad con que el artista logra lo que se propone. Las cualidades gene-rales que definen la pintura de Matta son: el intenso valor expresivo de los espacios que, en cada obra, se fraccionan en campos de intensidad diferente; el frecuente o casi cons-tante empleo de imaginación surrealista y la incisión como medios para obtener elementos lineales y estructurales; la riqueza de texturas, nunca obtenidas por técnicas proce-distas, sino íntimamente ligadas al clima espiritual de las imágenes a las que corresponden.

En los años ochenta y noventa la evolución de Matta es constante, lo conduce a una agrupación de los factores de expresión emotiva. Algunas de sus obras, como Sexecursions, L’homme descend du signe, Les plaisirs de la présence, La plaisance du plaisir, Aux âmes, citoyens, Soit la soie en soi… contraponen amplios espacios libres, con frecuencia lúgubres, como zo-nas muertas, a otras áreas de excitada textura, de fuerte violencia rítmica contraída hasta la furia. La intensidad es

corregida muchas veces por un anhelo de sim-plicidad y ello no va en menoscabo de su efecto, sino que le otorga un mayor refinamiento. En los últimos años, Matta prosigue la contención y explosividad del color, intercalando esa dua-lidad en un matiz intenso y vibrante que se so-brepone a lo textual, pero que al mismo tiem-po somete a su imperio estético.

Esta es la historia de su universo: proyectos que son un solo proyecto en continua transfor-mación. Como señala Octavio Paz, habría que interpretar y reinterpretar esta obra una y otra vez. En su obra se materializa esa “conciliación entre surrealismo y abstracción”, que consti-tuyó para Roberto Matta uno de los mayores atractivos de la pintura. La pintura de Matta es y será una exploración por la geología, la geografía y astronomía anímicas que son el espacio imantado de su pintura, un territorio mágico lleno de su fantasía •

Nieve

En esta tierra vimos muy altísimas sierras. E dijo el capitán que en

ésa en la que nos había llevado estaba la cueva que decían aque-

llos papeles que traía de Santiago, e que según otros no los había

comprado, sino los había arrebatado a un su sobrino, e que por

eso lo había muerto. Según el capitán dizque en esa cavidad es-

taba el oro que buscaba. E muchos le creyeron, porque en la tal

sierra se veían muchas bocas. Pero los indios que traíamos no qui-

sieron subir. Decían que ahí había indios bravos guerreros

que se defienden y atacan cruelmente. E cuando vieron que no

los temíamos nos dijeron que eso que veíamos en lo alto y

que decíamos que era nieve no era sino los huesos de hom-

bres y bestias que habían sido devorados por fieras espan-

tosas. Y que las bocas eran de guaridas que hacen para se

defender, y que en oyendo el ruido de su vuelo, ca es muy

vehemente, allí se esconden de los grifos. (De Nuevas nave-

gaciones... , de Antón Gil, el Xamurado) •

Las partes no eran el todo

Mi computadora hacía un ruido extraño y la llevé a que me la repararan.

El técnico la vio y dijo: debe ser el disco duro. Cogió la computadora y

empezó a revisarla. Al lado suyo, otro técnico maniobraba con una compu-

tadora que tenía todas las partes desperdigadas. Estaban ahí las partes

de la computadora, pero no la computadora. Pensé: hasta que todas esas

partes no estén “integradas” entonces será una computadora y ésta, a su

vez, sólo así podrá cumplir su función. Lo mismo sucede con el hombre.

Si nos quitaran las partes (memoria, brazo, corazón, esperanza) estarían

ahí las partes pero no el hombre. Sin embargo, el asunto se vuelve más

complejo cuando hablamos de un país. Si le quitamos al país los sectores

más vulnerables, o separamos el diálogo entre los partidos políticos, o

enemistamos a las empresas privadas, etcétera, ¿tendremos un país o

sólo sus partes?, ¿podrá acaso cumplir su función así? Pienso en mi pro-

pio país, que parece estar sobre la mesa del técnico en computadoras

con todas las partes desperdigadas y sin encontrar la forma de poder

ensamblarlas •

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Jorge [email protected]

....... arte y pensamientoJornada Semanal • Número 893 • 15 de abril de 2012

Miguel Ángel Quemain

[email protected] OTRA ESCENA

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Las revistas de teatro, institución e independencia (ii y última)

Paso de Gato decidió celebrar sus diez años con un número dedicado a Shakespeare, que se convertirá en referencia. Esta edición indispensable permite ver hacia atrás y hacia delante en las búsquedas editoriales y teatrales nacionales sobre el poeta inglés y sus diversas soluciones escénicas.

“Shakespeare reloaded” es el dossier de este número, pero hay otros trabajos de gran importancia documental e histórica. Alegría Martínez, crítica, periodista cultural, cada vez más experta en otorgarle historicidad documental a nuestro teatro, aborda la trayectoria de Martha Verduzco y con ello explica y completa otro conjunto de vidas dedica-das a la dirección, la dramaturgia y la administración cultu-ral. Es un texto señero de su trayectoria que se acompaña de los testimonios valiosos y lúcidos de Tomás Segovia y Germán Castillo.

Paso de gato ha sido beneficiada en más de una ocasión con el apoyo a revistas independientes que otorga el Fonca desde hace justo una década. Afortunadamente, la revista ha sido ampliamente apoyada por las varias instituciones del país, entre las que destaca Conaculta como un anun-ciante capaz de sostener la publicación.

El apoyo institucional orienta parcialmente sus conte-nidos pero se anima también con la colaboración episó-dica de algunos académicos y creadores que no cuentan con un foro semejante. Estos apoyos permiten que se pro-fesionalicen las publicaciones y que se esfuercen en su desarrollo comercial para no enfrentar una existencia de rodillas y con la mano extendida a las instituciones que no han logrado deshacerse de la “idea” de que “no pagan pa-ra que les peguen”.

Intermedio, la nueva revista de la Coordinación Nacional de Teatro del INBA, que realiza Angélica Moyfa, muestra la lección que durante décadas ha legado el ejercicio de un periodismo cultural especializado al que, paradójicamente,

se han incorporado periodistas que ya no son autodidactas sino jóvenes egresados de las escuelas superiores con téc-nicas de las que carecía la “vieja guardia”, pero que deben ponerse al día con la tradición cultural que heredamos.

Gran parte de la tradición cultural que se convirtió en periodismo fue, en el siglo xx, impulsada por intelectuales y escritores. De Alfonso Reyes a Novo, hasta llegar a Monsi-váis, a quien se intentó devaluar en múltiples ocasiones con el epíteto de “periodista”, al que tampoco renuncian ni José Emilio Pacheco ni Elena Poniatowska.

Hay que reconocer que ese impulso se emprendió en el siglo xix por extraordinarios cronistas, cuyo trabajo no po-dríamos separar como literatura o periodismo: Prieto y Ra-basa hasta Azuela y Torri, que cruzaron al siglo pasado con su equipaje de imaginaciones y registros.

Intermedio es una revista modesta de divulgación pero facturada con técnicas periodísticas modernas en cuanto a su edición, la capacidad de pensar monográficamente un número y proponer guías de investigación. Es institucional y su desafío será ejercer un periodismo de opinión crítico. No es fácil, porque los funcionarios suelen pensar que esa clase de trabajo es una manera de “atacarnos a nosotros mismos”. Tal vez habrá que invitar a críticos y académi-cos que desde fuera “orientan” la opinión para que el pe-riodista asalariado no sea “juez y parte”. Vale la pena seña-lar que la prescindible penúltima página de Intermedio recuerda las abominables secciones de sociales.

Guardando las distancias, las semejanzas entre Interme-dio y Paso de Gato muestran la evolución de un periodismo que, en la mayoría de las páginas culturales, es centralista y monótono. Pero en las revistas se despliega proposi-tivo, documental≠.

La unam ha creado un espacio crítico de participación pero sólo tiene la Revista de la Universidad para expresar visiones que vienen de la misma Universidad. Apareció una tercera edición del Concurso de Crítica Teatral, pero care-cen de una revista propia para publicarlo; lo hace Paso de Gato, impulsora de la iniciativa.

Lo que sucede en el teatro es, en mayor o menor medida, lo que prevalece en el conjunto de las artes: a un robusto aparato crítico y periodístico, formado en las universida-des, no corresponde el minúsculo esfuerzo privado e insti-tucional que permita pensar la creación artística crítica-mente. Las publicaciones especializadas van en picada desde hace por lo menos tres años, en que los recortes y escasos apoyos han asfixiado propuestas que todavía no logran sobrevivir con anunciantes y lectores •

De los candidatos y sus anuncios (i de ii)

Los candidatos a la Presidencia de la República saben que buena parte de la elección se define según su paso por los medios masivos, y que la televisión, con todo y sesgos, es elemento definitorio si no de las preferencias bien perfila-das de muchos electores, sí de la divulgación de la existen-cia de los candidatos, de sus plataformas electorales o, por vicios de connivencia entre el poder político y las cúpulas empresariales (y clericales), escaparate idóneo para lanzar campañas de descrédito; esa fue la fórmula empleada por Acción Nacional hace seis años y bien puede ser parte de la estrategia que pretenda seducir a los votantes en 2012.

Las campañas de los cuatro candidatos postulados por los partidos políticos a la Presidencia de México se han di-bujado ya a partir de su lanzamiento en los medios. Como televidente percibo dos campañas bien lanzadas, una que da bandazos y otra que francamente sobra. La saturación de mensajes en la parrilla de canales de televisión abierta es excesiva, lo que era previsible, pero en algunos casos es asombrosa la incapacidad de los diseñadores de las cam-pañas para situar convenientemente a sus candidatos mientras que otros dejan ver un bien planeado y pulcro manejo del lenguaje visual: la producción en los anuncios de Andrés Manuel López Obrador, candidato de una coali-ción de izquierda que aglutina al prd, al pt y al Movimiento Ciudadano (antes Convergencia) , y en los de Enrique Peña, candidato del pri, denota buena calidad y un cuidadoso ma-nejo de la imagen de ambos. Los de Peña son más copiosos y variados, con mayor cantidad de locaciones y apuntan en su contenido a una cobertura más o menos homogénea de diversos rincones de la geografía de nuestro país. Aparece

en Mérida, en Veracruz, en Guadalajara, Ciudad de México o en Monterrey. Sus parlamentos están bien estructurados, y el manejo del personaje está depurado. Los spots de Ló-pez Obrador lo presentan tranquilo, detrás de un escritorio, contemplando el panorama nacional. Parecen enfatizar la serenidad del candidato, la seguridad en la solidez de su proyecto. Son menos las escenas de un López Obrador po-pulista y más las del Andrés Manuel estadista. Uno de los anuncios es narrado impecablemente por un actor de re-conocida trayectoria mientras hace un brevísimo recuento visual, con fotografías antiguas combinadas con otras re-cientes en blanco y negro, de las luchas por la democracia de la izquierda en México. La fusión final de color y simpa-tizantes con el candidato es un efecto cuidadosamente calculado. Los anuncios de López Obrador son menos va-riados, básicamente con tres versiones hasta ahora mante-niendo coherencia con su discurso público respecto de los

gastos de campaña. En este mismo tenor, la izquierda ha insistido en revisar las erogaciones de presupuesto electo-ral del pri y detrás de la producción de los anuncios de Peña Nieto se podría adivinar la poderosa mano de las televi-soras del duopolio, quizá más en el caso de Televisa.

La campaña mediática masiva de Josefina Vázquez Mo-ta en cambio hace agua. Ya ha sido necesaria la remoción de algunos de sus diseñadores y personeros, y la inclusión, al menos en el discurso, de algunos de los más criticados e impopulares actores de la derecha en México, como Diego Fernández de Cevallos o Juan Molinar. Parecería que el go-bierno calderonista empieza a reconocer que su candidata sucesional está entrampada: la campaña mediática del pan, aunque realizada con vastos recursos, no convence. La pro-ducción de sus anuncios es deficiente desde el principio, acudiendo a recursos de claroscuro en sus escenografías que han resultado contraproducentes: los ambientes os-curos de la primera hornada de anuncios hacían aparecer a la candidata como una mujer más bien triste, apocada, con un amenazador mensaje de orden social por la fuerza. Las tímidas alusiones que hace en sus parlamentos a su desempeño en dos secretarías de Estado dejan una estam-pa de asunto inacabado, de trabajo mediocre. Una segunda generación de anuncios intenta ahora posicionarla como alguien que sonríe más, usa ropa clara, pero quizá la foto-genia no forma parte de la personalidad de doña Josefina: no genera la empatía –o el encono– que con facilidad crean López Obrador o Peña Nieto. El saldo hasta ahora para la derecha es un efecto bifronte: de indiferencia en el electo-rado y de orfandad hacia su candidata. La campaña del pan demuestra que mucho dinero y aparato político no nece-sariamente traducen en una buena campaña televisiva •

(Continuará.)

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15 de abril de 2012 • Número 893 • Jornada Semanal 16

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Raúl Olvera Mijares

Cabrera Infante y el cine

ensayo

n ese océano que es la historia del cine ‒un siglo escaso con tanto material que una vida humana no bastaría para abarcarlo‒ la variedad, la hondura y el

carácter original de las propuestas han alcanzado un grado superlativo. ¿Cuál es, pues, el papel que le corresponde a la crítica de cine? Por una parte, la crónica pretende dejar registro de aquello que ocurrió en el ámbito cinematográfico; por otra parte, la crítica se propone discriminar clasificar, elucidar la calidad del material. Crítica es posible hacerla desde enfoques especializados, propios de los técnicos (análisis pormenorizados del tiempo, la luz, el manejo actoral), o bien desde una perspectiva más amplia, puramente informativa que ‒en el caso de Hollywood‒ ha dege-nerado en las columnas de chismes y ese seudoacademicismo teñido de historia política, sociología y delirio estructuralista que ha engendrado esa rara y novísima fauna: los cronis-tas de cine.

Ya en 1964 Guillermo Cabrera Infante publicó sus reseñas cine-matográficas en la revista Carteles, aparecidas entre 1953 y 1960, bajo el revelador título de Un oficio del siglo xx, obra firmada por g. Caín, seudó-nimo que el escritor cubano debía emplear como medida impuesta por la censura. El título del libro destaca que la crónica de cine es una espe-cialidad periodística cuya aparición es relativamente reciente. Cabrera Infante hermosea su libro, o más bien le confiere dignidad literaria ‒no conformándose con recopilar sus reseñas‒ inventando la biografía, los gustos y raras aficiones de su alter ego por medio de tres intervenciones sobre este estrafalario personaje, encajándolas al principio, a la mitad y al final del libro.

Resulta ilustrativo considerar la forma como un escritor y periodista aborda el extraño ejercicio de decir qué impresiones le merece un filme, con el fin de suscitar el interés por parte de un futuro espectador, o bien la adhesión o rechazo de otro que ya ha visto la película. Los métodos empleados por Cabrera Infante son tan poco ortodoxos y variados como comentar la cinta revelando ‒¡oh pecado nefasto!‒ el final, caer en la chismografía de Hollywood y su mito de las stars, o bien adentrarse en una exploración cuasi freudiana de la biografía y las motivaciones profundas del realizador, siempre a la sombra de Cannes y otros festivales en el Viejo Mundo. ¡Si ahí quedaran las aportaciones del gran escritor y humorista poco se distinguirían de las cápsulas informativas que todavía hoy llenan los diarios otorgándoles estrellitas a las cintas, como otrora en la escuela de párvulos a los niños! Cabrera Infante ‒menos pueril de lo que presagia su apela-tivo‒ va más allá, adentrándose en terreno áspe-

ro y montañoso, el de desentrañar el sentido último o la esencia del filme, echando mano de valoraciones estéticas generales, o bien ponien-do la obra en relación con otros hitos relevantes en la historia de la cultura. Así su agudeza de ingenio, su hondura humana y su buen sentido de hombre común, solidario con sus iguales, se vuelven manifiestos.

Es verdad, si la actividad de Cabrera Infante se extendió hasta 1960, viéndose restringida a los filmes que podía tener acceso en su nativa y remo-ta isla, la vastedad y completitud de sus comen-tarios está hasta cierto punto circunscrita. Sus

apreciaciones un tanto obtusas del cine mudo, haciéndolo un remedo del verdadero cine, o arte incompleto, parecen desdeñar las aportaciones del expresionismo alemán con obras tan señeras como Metrópolis, de Fritz Lang; Nosferatu, una sinfonía del horror, de Friedrich Wilhelm Murnau, o El infierno blanco de Piz Palü, de Georg Wilhelm Pabst y Arnold Fank, que no se hacen acreedoras por cierto a comentario alguno. El cine inglés es despachado de manera sumaria con las empol-vadas versiones del teatro shakespeariano de Laurence Olivier. Wajda y Bergman ‒basten dos nombres‒ aparecen apenas en comentarios inci-

dentales, ni qué decir de Tarkovsky, Godard, el último Fellini, el último Visconti y, por supuesto, Greenaway, realizadores cuyas obras magistra-les en esa temprana fecha ni siquiera existían.

Parcialidades y criterios severos se suceden: como con Buñuel, de quien defendió Nazarín ante Los 400 golpes, de Truffaut, que acabó con todo por derrotarla en Cannes en 1959, pero del cual se empeña en alabar Robinson Crusoe, una realiza-ción francamente dudosa como otras con las que en ocasiones el director español, avecindado en México, se p ro c u r ó s u d i a r i o s u s t e n t o . En contraste, de un rigor rayano en el perfeccionismo más acendrado se muestra con Federico Fellini , de quien Las noches de Cabiria le pare-ce una obra mediocre , centrada sobre su mujer, la Masina, ridícu-la payasita metida a piruja, Harpo Marx haciendo la calle, en sus propias palabras. Ante La strada, sin embar-go, su actitud es muy otra: una de las reseñas más emotivas y hondas de las que aparecen en el volumen se la dedicó a este filme, especie de ejem-plificación, naturalista y moderna, nada menos y nada más que de los Evangelios.

Pocos escritores ‒y mucho menos cronistas en periódicos‒ han mostra-do el amor, la dedicación y a la vez la hondura perceptiva de Guillermo Cabrera Infante. Su manera particu-lar de abordar la reseña haciendo uso

de todo el arsenal de recursos, bondades y trucos de un narrador, es un ejemplo de la liber-tad y la variedad que puede adoptar un artículo hecho sobre obra ajena, ecos de otros ecos cuyas reverberaciones son aún perceptibles después de tanto tiempo. Un oficio del siglo xx es una historia del cine en breves y expresivos retazos, prosa que, por sus distintos valores musicales y humorís-ticos, se yergue como un extraño monumento que aspira a ser más perenne que el bronce o, al menos, tan resistente al tiempo como él. Todo escritor o periodista que se precie de conocer de cine debería tener entre sus libros de cabecera esta obra, casi misal romano para un cura de la pantalla •