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La Última Batalla Por Emilio Salgari

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LaÚltimaBatalla

Por

EmilioSalgari

I.Dospiratasenunaestufa

Cualquierotrohombrequenohubierasidomalayosindudasehabríarotolaspiernasenaquelsalto,peronoocurrióasíconSandokán,que,ademásdeserdurocomoelacero,poseíaunaagilidaddecuadrumano.

Apenashabíatocadotierra,hundiéndoseenmediodeunparterre,cuandoyasehabíapuestoenpieconelkrissenlamano,dispuestoadefenderse.

Afortunadamente el portugués estaba allí. Saltó a su lado y, agarrándoloporloshombros,loempujóbruscamentehaciaungrupodeárbolesdiciéndole:

—¡Perohuye,desgraciado!¿Esquequieresdejartefusilar?

— ¡Déjame, Yáñez!—dijo el pirata, poseído de una viva exaltación—.¡Asaltemoslaquinta!

Tresocuatro soldadosaparecieronenunaventana, apuntándolescon losfusiles.

—¡Sálvate,Sandokán!—seoyógritaraMarianna.

Elpiratadiounsaltodediezpasos,saludadoporunadescargadefusiles,yuna bala le atravesó el turbante. Se volvió, rugiendo como una fiera, ydescargósucarabinacontralaventana,rompiendoloscristalesehiriendoenlafrenteaunsoldado.

— ¡Ven!—gritóYáñez, arrastrándolo fuera de la casa—.Ven, testarudoimprudente.

La puerta de la casa se abrió, y diez soldados, seguidos de otros tantosindígenasempuñandoantorchas,selanzaronacampoabierto.

Elportuguéshizo fuegoa travésdel follaje.El sargentoquemandaba lapequeñacuadrillacayó.

—Muevelaspiernas,hermanomío—dijoYáñez,mientraslossoldadossedeteníanentornoasujefe.

—No me decido a dejarla sola —dijo Sandokán, a quien la pasión leperturbabaelcerebro.

—Tehedichoquehuyas.Venotellevoyo.

Dos soldados aparecieron a solo treinta pasos; detrás de ellos venía ungruponumeroso.

Losdospiratasnodudaronmás.Selanzaronenmediodelosmatorralesyde losparterresy sepusierona correrhacia la cerca, saludadospor algunos

tirosdefusildisparadosalazar.

—Corredeprisa,hermanitomío—dijoelportuguéscargandolacarabina,aunquesindejardecorrer—.Mañanadevolveremosaesosmiserableslostirosquenoshandisparadopordetrás.

—Temohaberloechadotodoarodar,Yáñez—dijoelpirataconvoztriste.

—¿Porqué,amigomío?

—Ahoraquesabenqueyoestoyaquí,yanosedejaránsorprender.

—No digo que no, pero, si los praos han llegado, tendremos cien tigresparalanzarlosalasalto.¿Quiénresistirásemejantecarga?

—Tengomiedodellord.

—¿Quépuedehacer?

—Esunhombrecapazdematarasusobrina,antesquedejarlacaerenmismanos.

— ¡Diablo!—exclamó Yáñez, rascándose furiosamente la frente—. Nohabíapensadoeneso.

Estabaapuntodepararseparatomaralientoyencontrarunasoluciónaeseproblema,cuandoenmediodelaprofundaoscuridadviocorrerunosreflejosrojizos.

—¡Losingleses!—exclamó—.Hanencontradonuestrapistaynossiguenatravésdeljardín.¡Corredeprisa,Sandokán!

Losdospartieroncorriendo,adentrándosecadavezmáseneljardín,paraalcanzarlacerca.

Sinembargo,amedidaquesealejaban, lamarchasehacíacadavezmásdifícil.Árbolesgrandísimos,lisosyderechosunos,nudososyretorcidosotros,seerguíanportodaspartessindejarningúnpasadizo.

Peroeranhombresquesabíanorientarseporinstinto,yestabansegurosdellegarenpocotiempoalacerca.

Enefecto,trashaberatravesadolaparteboscosadeljardín,seencontraronen terrenos cultivados. Pasaron sin detenerse por delante del quiosco chino,retrocedieronparanoperderseentreaquellasgigantescasplantas,semetierondenuevoenmediodelosparterresy,corriendoatravésdelasflores,llegaronfinalmentejuntoalacerca,sinserdescubiertosporlossoldados,queestabanyaexplorandotodoeljardín.

—Despacio, Sandokán —dijo Yáñez, sujetando a su compañero, queestaba ya a punto de lanzarse hacia la empalizada—. Los disparos pueden

haberatraídoalossoldadosquevimossalirdespuésdelapuestadelsol.

—¿Creesquehabránvueltoaljardín?

—¡Eh!…¡Calla!…Agáchateaquícercayescucha.

Sandokánaguzólosoídos,peronooyómásqueelsusurrodelashojas.

—¿Hasvistoaalguien?—preguntó.

—Heoídoromperseunaramadetrásdelaempalizada.

—Puedehabersidocualquieranimal.

—Ypuedenhabersidolossoldados.¿Quieresquetedigamás?Meparecehaberoídocuchichearaalgunaspersonas.Apostaríaeldiamantedemikrisscontra una piastra a que detrás de esta empalizada hay casacas rojasemboscados.¿Noteacuerdasdelgrupoqueabandonóeljardín?

—Sí,Yáñez.Perononosquedaremosencerradosaquídentro.

—¿Yquéquiereshacer?

—Cerciorarmedesiestáelcaminolibre.

Sandokán, que ahora se había vuelto mucho más prudente, se alzó sinhacerruido,y,despuésdehaberechadounarápidamiradabajolosárbolesdeljardín,trepóconlaligerezadeungatoporlaempalizada.

Apenashabíaalcanzado lacima,cuandode laotraparteoyópalabrasenvozbaja.

—Yáñeznosehabíaequivocado—murmuró.

Seinclinóhaciaadelanteymiróbajolosárbolesquecrecíanalotroladode la cerca.Apesar deque la oscuridad era profunda, descubrióvagamenteunassombrashumanasreunidasjuntoaltroncodeunacolosalcasuarina.

SeapresuróabajarysereunióconYáñez,elcualnosehabíamovido.

—Tenías razón —le dijo—. Al otro lado de la cerca hay hombres alacecho.

—¿Sonmuchos?

—Mehanparecidounamediadocena.

—¡PorJúpiter!…

—¿Quéhacemos,Yáñez?

—Tenemos que alejarnos deprisa y buscar por otro sitio una vía desalvación.

—Temoqueyaseademasiadotarde.¡PobreMarianna!…Quizánoscreerá

yapresosoacasomuertos.

—No pensemos en la muchacha por ahora. Somos nosotros los quecorremosungravepeligro.

—Vámonosdeaquí.

—Calla,Sandokán.Oigohablaralotroladodelacerca.

Enefecto,seoíandosvoces,unaroncaylaotraimperiosa,quehablabanjunto a la empalizada. El viento, que soplaba de la selva, las traíadistintamentealosoídosdelosdospiratas.

—Tedigo—afirmó lavoz imperiosa—que lospiratashanentradoeneljardínparaintentarungolpedemanosobrelaquinta.

—Nolocreo,sargentoBell—respondiósuacompañante.

— ¿Te parece que nuestros camaradas disparan cartuchos por diversión,estúpido?Tieneselcerebrovacío,Willis.

—Entoncesnopodránescapársenos.

—Esoespero.Somostreintayseisypodemosvigilarlacercayreunirnosala primera señal. Vamos, rápido, separaos y abrid bien los ojos. QuizátengamosquevérnoslasconelTigredeMalasia.

Después de aquellas palabras se oyó romperse unas ramas y crujir unashojas.Luegonadamás.

—Esosbribonessonbastantenumerosos—murmuróYáñez,inclinándosehacia Sandokán—. Estamos a punto de ser rodeados, y si no actuamos consumaprudenciacaeremosenlaredquenoshantendido.

—¡Calla!…—dijoelTigredeMalasia—.Vuelvoaoírhablar.

Lavozimperiosaproseguíaentonces:

—Tú,Bob, quédate aquímientras yovoy a emboscarmedetrás de aquelalcanforero.Manténelfusilmontadoylosojosfijosenlacerca.

—No temáis, sargento —respondió el que había sido llamado Bob—.¿CreéisquetendremosquevérnoslasprecisamenteconelTigredeMalasia?

—Ese audaz pirata se ha enamorado locamente de la sobrina de lordGuillonk, un bomboncito destinado al baronet Rosenthal, y ya puedesimaginarte lo tranquiloqueestaráesehombre.Estoysegurísimodequeestanochehaintentadoraptarla,apesardelavigilanciadenuestrossoldados.

—¿Ycómoselashaapañadoparadesembarcarsinservistopornuestroscruceros?

—Habráaprovechadoelhuracán.Sedice tambiénque sehanvistounospraosnavegandoporelmardenuestraisla.

—¡Quéaudacia!

—¡Oh!…¡Veremosalgunamás!ElTigredeMalasianosdaráquehacer,telodigoyo,Bob.Eselhombremásaudazqueheconocido.

—Peroestaveznosenosescapará.Siseencuentraeneljardín,nopodrásalirtanfácilmente.

—Basta; a tu puesto, Bob. Tres carabinas cada cien metros pueden sersuficientesparadeteneralTigredeMalasiayasuscompañeros.Noolvidéisquenosganaremosmillibrasesterlinassiconseguimosmataralpirata.

—Unahermosacifra,a femía—dijoYáñezsonriendo—.LordJames tevaloramucho,hermanitomío.

—Queesperenganarlas—respondióSandokán.Selevantóymiróhaciaeljardín.

En la lejanía vio aparecer y desaparecer puntos luminosos entre losparterres.Lossoldadosdelaquintahabíanperdidoelrastrodelosfugitivosybuscaban al azar, esperando probablemente el alba para emprender unaverdaderabatida.

—Por ahora no tenemos nada que temer de parte de esos hombres —comentó.

—¿Quieresque intentemosescaparpor algunaotraparte?—dijoYáñez—.Eljardínesespaciosoyquizásnoestévigiladatodalacerca.

—No, amigo. Si nos descubren, tendremos a las espaldas cuarentasoldados y no podremos escapar tan fácilmente de sus tiros. Por ahora nosconvieneescondernoseneljardín.

—¿Ydónde?

—Venconmigo,Yáñez,yverásmaravillas.Mehasdichoquenocometalocurasyquierodemostrartequeseréprudente.Simemataran, lamuchachano sobrevivirla a mi muerte, y por eso no hay que intentar un pasodesesperado.

—¿Ynonosdescubriránlossoldados?

—Nocreo.Porotraparte,nonosquedaremosaquímuchotiempo.Mañanapor la noche, pase lo que pase, levantaremos el vuelo. Ven, Yáñez. Voy aconducirteaunlugarseguro.

Losdospiratasselevantaron,colocándoselascarabinasbajoelbrazo,ysealejarondelacerca,manteniéndoseescondidosenmediodelosparterres.

Sandokánhizoatravesarasucompañerounapartedeljardínylocondujoaunapequeñaconstruccióndeunsolopiso,queservíadeinvernaderoparalasfloresyqueselevantabaaunosquinientospasosdelacasadelordGuillonk.

Abriólapuertasinhacerruidoyavanzóatientas.

—¿Adóndevamos?

—Enciendeunpedazodeyesca—respondióSandokán.

—¿Nodescubriránlaluzdesdefuera?

—Nohaypeligro.Estaconstrucciónestá rodeadadeplantasespesísimas.Yáñezobedeció.

Laestancia enque se encontrabanestaba llenadegrandes tiestos, dondecrecíanplantasque exhalabanpenetrantesperfumes, pues estaban casi todasenflor,ysehallabarepletadesillasymesasdebambú.

En el extremo opuesto el portugués vio una estufa de dimensionesgigantescas,capazdecontenermediadocenadepersonas.

—¿Nosesconderemosaquí?—PreguntóaSandokán—.¡Humm!Nomeparece un lugar tan seguro.Los soldados no dejarán devenir a explorarlo, ymásconesemillardelibrasquelordJameshaprometidoportucaptura.

—Notedigoquenovengan.

—Entoncesnosprenderán.

—Despacio,amigoYáñez.

—¿Quéquieresdecir?

—Quenoselesocurrirálaideadeirabuscarnosdentrodeunaestufa.

Yáñeznopudoreprimirunestallidoderisa.

—¡Enesaestufa!—exclamó.

—Sí,nosesconderemosahídentro.

—Nospondremosmásnegrosquelosafricanos,hermanitomío.Elhollínnodebedeescasearenesemonumentalcalorífero.

—Noslavaremosmástarde,Yáñez.

—¡Pero…,Sandokán!

—Sinoquieresvenir,arréglatelasconlosingleses.Nohaydondeescoger,Yáñez:oenlaestufaodejarseprender.

—No se puede vacilar ante la elección —respondió Yáñez, riendo—.Vamosentretantoavisitarnuestrodomicilio,paraversialmenosescómodo.

Abrió la portezuela de hierro, encendió otro pedazode yesca y semetióresueltamente en la inmensaestufa, estornudando sonoramente.Sandokán losiguiósinvacilar.

Había sitio suficiente, pero había también gran abundancia de cenizas yhollín. El horno era tan alto que los dos piratas podían mantenersecómodamentederechos.

Elportugués, cuyoalegrehumorno le faltabanunca, se abandonóaunahilaridadclamorosa,noobstantelapeligrosasituación.

—¿Quiénpodrá imaginarse jamásque el terribleTigredeMalasia hayavenido a refugiarse aquí? —dijo—. ¡Por Júpiter, estoy seguro de que ladejaremoslimpia!

—Nohablestanfuerte,amigo—recomendóSandokán—.Podríanoírnos.

—¡Bah!Debendeestartodavíalejos.

—No tanto como crees. Antes de entrar en el invernadero he visto doshombresqueexplorabanlosparterresapocoscentenaresdepasosdenosotros.

—¿Vendránavisitartambiénestelugar?

—Estoysegurodeello.

—¡Diablo!…¿Ysimirantambiénenlaestufa?

—No nos dejaremos prender tan fácilmente, Yáñez. Tenemos nuestrasarmas,asíquepodemossostenerunasedio.

—Perono tenemosni siquieraunbizcocho,Sandokán.Esperoqueno teconformarásconcomerhollín.Yademás,lasparedesdenuestrafortalezanome parecen muy sólidas. Con un buen empujón de hombros se puedenderribar.

—Antesquetirenlasparedesnoslanzaremosalataque—dijoSandokán,quetenía,comosiempre,unainmensaconfianzaensupropiaaudaciayensupropiovalor.

—Sinembargo,necesitaríamosprocurarnosvíveres.

—Los encontraremos, Yáñez. He visto plátanos y pombos, que crecenalrededordeesteinvernadero;saldremosasaquearlos.

—¿Cuándo?

—¡Calla!…¡Oigovoces!…

—Medasescalofríos.

—Preparalacarabinaynotemas.¡Escucha!

Seoíahablaraalgunaspersonasfuerayacercarse.Lashojascrujíanylaspiedrecillasdelasendaqueconducíaalinvernaderochirriabanbajolospiesdelossoldados.

Sandokánapagólayesca,dijoaYáñezquenosemovierayacontinuaciónabrióconprecauciónlaportezueladehierroymirófuera.

El invernadero estaba aun completamente oscuro, pero a través de loscristalesseviobrillaralgunaantorchaenmediodelosplátanosquecrecíanalolargodelasenda.

Mirandoconmayoratención,descubriócincooseissoldados,precedidosdedosnegros.

—¿Sedispondránainspeccionarelinvernadero?—sepreguntóconciertaansiedad.VolvióacerrarconprecauciónlaportezuelaysereunióconYáñezen el momento en que un rayo de luz iluminaba el interior del pequeñoedificio.

—Vienen —dijo al compañero, que ya casi no se atrevía a respirar—.Hemosdeestardispuestosatodo,inclusoalanzarnoscontraesosinoportunos.¿Hasmontadolacarabina?

—Tengoyaeldedoenelgatillo.

—Muybien;desenvainatambiénelkriss.

Elgrupoentrabaentoncesenelinvernadero,iluminándolocompletamente.Sandokán,quesemanteníajuntoalaportezuela,vioalossoldadosmoverlostiestosylassillas,inspeccionandotodoslosrinconesdelaestancia.Apesardesuinmensocoraje,nopudoreprimirunestremecimiento.

Si los ingleses seguían buscando de aquel modo, era de esperar, de unmomentoaotro,supocoagradablevisita.

SandokánseapresuróareunirseconYáñez,elcualsehabíaacurrucadoenelfondo,semizambullidoenlascenizasyelhollín.

—Notemuevas—lesusurró—.Quizánonosdescubran.

—¡Calla!—DijoYáñez—.¡Escucha!

—Unavozdecía:

—¿Habrápodidoalzarelvueloesecondenadopirata?

—¿Osehabráhundidobajolatierra?—sugirióotrosoldado.

—¡Oh!Esehombreescapazde todo,amigosmíos—dijoun tercero—.¡Osdigoqueesesacripantenoesunhombrecomonosotros,sinounhijodelcompadreBelcebú!

—Yo también soy de ese parecer—prosiguió la primera voz con ciertoestremecimiento, que indicaba que su propietario tenía encima una buenadosisdemiedo—.Nohevistomásqueunavezaesehombretremendoymehabastado.Noeraunhombre,sinounverdaderotigre,yosdigoquetuvoelcorazón de arrojarse contra cincuenta hombres sin que una bala pudiesealcanzarlo.

—Medasmiedo,Bob—dijootrosoldado.

—¿Yquiénnotendríamiedo?—Prosiguióelquese llamabaBob—.YocreoquenisiquieralordGuillonksesentiríaconánimoparaenfrentarseconesehijodelinfierno.

—Decualquiermodo,nosotros intentaremosprenderlo; es imposiblequeahorasenosescape.El jardínestá todorodeadoy,siquiereescalar lacerca,dejaráallíloshuesos.Apostaríadosmesesdemipagacontradospennyaquelocapturaremos.

—Losespíritusnoseprenden.

—Túestás loco,Bob, para creerloun ser infernal. ¿Acaso losmarinerosdelcruceroquederrotaronalosdospraosenladesembocaduradelríonolemetieronunabalaenelpecho?LordGuillonk,quetuvoladesventuradecurarsuherida,haaseguradoqueelTigreesunhombrecomonosotrosyquedesucuerpo sale sangre igual que del nuestro. ¿Y tú admites que los espíritustengansangre?

—No.

—Pues entonces ese pirata no es más que un bribón, muy audaz, muyvaliente,perosiempreunbellacodignodelahorca.

—Canalla—murmuróSandokán—. ¡Si nomeencontrara aquí dentro, teenseñaríaquiénsoyyo!

—Vamos —prosiguió la voz de antes—. Sigamos buscándolo operderemoslasmillibrasquelordJamesGuillonknoshaprometido.

—Aquínoestá.Vamosabuscarloaotraparte.

—Despacio, Bob. Allí veo una estufa monumental, capaz de servir derefugioavariaspersonas.Preparalacarabinayvamosaver.

—¿Quieresburlartedenosotros,camarada?—dijounsoldado—.¿Quiéncreesquevaaesconderseahídentro?AhínocabríannilospigmeosdelreydeAbisinia.

—Vamosainspeccionarla,osdigo.

SandokányYáñezse retiraroncuantopudieronalextremoopuestode la

estufa y se tendieron entre las cenizas y el hollín, para escaparmejor a lasmiradasdeaquelloscuriosos.

Uninstantedespuésseabríalaportezuelayunrayodeluzseproyectabaenelinterior,insuficientesinembargoparailuminartodalaestufa.

Un soldado introdujo la cabeza, pero enseguida la retiró estornudandosonoramente.Unpuñadodehollín,quelehabíalanzadoSandokánalacara,lehabíapuestomásnegroqueundeshollinadorycasilehabíacegado.

—¡Aldiabloelque tuvo la ideadehacermemeter lasnaricesdentrodeestedepósitodetizne!—exclamóelinglés.

—Era una idea ridícula —exclamó otro soldado—. Aquí estamosperdiendo un tiempo precioso sin resultado. El Tigre de Malasia debe deencontrarseeneljardínyquizáaestashorasapuntodesaltarlacerca.

—Salgamos deprisa—dijeron todos—.No será aquí donde ganemos lasmillibrasesterlinasprometidasporellord.

Los soldados se batieron precipitadamente en retirada, cerrando conestrépito la puerta del invernadero.Durante algunos instantes se oyeron suspasosysusvoces,ydespuésnadamás.

Elportuguésrespirólargamente.

—¡Cuerpodecienmilespingardas!—exclamó—.Meparecehabervividocien años en pocos segundos. Ya no daba una piastra por nuestra piel. Porpocoqueelsoldadosehubieraalargado,noshubieradescubiertoalosdos.SepodríaencenderuncirioalaVirgendelPilar.

—Noniegoqueelmomentohayasido terrible—respondióSandokán—.Cuandoheentrevistoapocospalmosdemíaquellacabeza, lohevisto todorojodelantedemisojosynoséquiénmehabráimpedidohacerfuego.

—¡Hubierasidounafeasituación!

—Peroahorayanotenemosnadaquetemer.Continuaránsubúsquedaeneljardín,yluegoacabaránporpersuadirsedequeyanoestamosaquí.

—¿Ycuándonos iremos?…Desde luegono tendrás la ideadequedarteaquí una semana. Piensa que los praos pueden haber llegado ya a ladesembocaduradelrío.

—No tengo ninguna intención de quedarme aquí encerrado, tanto máscuanto que no abundan los víveres. Esperemos a que ceda un poco lavigilanciade los inglesesyyaverás cómo levantamosel vuelo.Yo tambiéntengoungrandeseodesabersinuestroshombreshanllegado,porquesinsuayudanosseráimposibleraptaramiMarianna.

—Sandokánmío,vamosaversihayalgoqueponerbajolosdientesoconqueremojarelgaznate.—Salgamos,Yáñez.

El portugués, que se sentía ahogar dentro de aquella estufa hollinienta,echó lacarabinapordelantey luegosearrastróhasta laportezuela, saltandoágilmentesobreuntiestoqueestabacerca,paranodejarenelsuelolashuellasdelhollín.

Sandokán imitóaquellaprudentemaniobray,saltandode tiestoen tiesto,llegaronalapuertadelinvernadero.

—¿Noseveanadie?—preguntó.

—Todoestáoscuroenelexterior.

—Entoncesvamosasaquearlosplátanos.Sedirigieronhastalosboscajesque crecían a lo largo del sendero y, después de haber encontrado algunosplátanosypombos,hicieronunabuenaprovisiónconquecalmarlosestironesdel estómago y los ardores de la sed. Iban a volver al invernadero, cuandoSandokánsedetuvo,diciendo:

—Espérameaquí,Yáñez.Quieroiraverdóndeestánlossoldados.

—Vasacometerunaimprudencia—respondióelportugués—.Déjalosquebusquendondequieran.¿Quénosimportaahoraeso?

—Tengounplanenlacabeza.

—Aldiablotuplan.Porestanochenosepuedehacernada.

— ¿Quién sabe?—Respondió Sandokán—. Quizá podamos marcharnossinesperaramañana.Además,miausenciaserábreve.

EntregóaYáñez lacarabina,empuñóelkrissysealejósilenciosamente,manteniéndosebajolaoscurasombradelosboscajes.

Cuando llegó al último grupo de plátanos, descubrió a gran distanciaalgunasantorchasquesedirigíanalacerca.

—Parecequesealejan—murmuró—.Vamosaverquésucedeenlacasade lord James. ¡Ah!… Si pudiese ver, siquiera por unos instantes, a mimuchacha…Meiríadeaquímástranquilo.

Ahogóunsuspiroysedirigióhaciaelsendero,procurandomantenersealabrigodelostroncosdelosárbolesydelosarbustos.

Cuandollegóalalcancedelacasa,sedetuvobajounosmangosymiró.SucorazónsesobresaltóalverlaventanadeMariannailuminada.

— ¡Ah! ¡Si pudiese raptarla!—murmuró,mirando la luz que brillaba atravésdelasrejas.

Dioaún tresocuatropasos,manteniéndose inclinadohaciael sueloparaque no lo descubriera ningún soldado que pudiera hallarse emboscado poraquellosalrededores,ydespuéssedetuvonuevamente.

Habíadescubiertounasombraquepasabadelantedelaluzyleparecióqueeraladelamujeramada.

Estabaapuntodelanzarsehaciaadelante,cuandoalbajarlosojosviounaforma humana quieta delante de la puerta de la casa. Era un centinela, queestabaapoyadoensucarabina.

«¿Mehabrádescubierto?»,sepreguntó.

Su vacilación duró un solo instante.Había vuelto a ver la sombra de lamuchacha,quepasabadenuevopordetrásdelasrejas.

Sincuidarsedelpeligro se lanzóhaciaadelante.Apenashabíadadodiezpasos,cuandovioqueelcentinelaempuñabarápidamentelacarabina.

—¿Quiénvive?—gritó.

Sandokánsedetuvo.

II.Elfantasmadeloscasacasrojas

Ahora la partida estaba perdida y amenazaba con volverse seriamentepeligrosaparaelpiratayparasucompañero.

No era de suponer que el centinela, dada la oscuridad y la distancia,hubiera podido descubrir con claridad al pirata, que se había escondidorápidamente detrás de un arbusto; pero podía abandonar su puesto e ir abuscarloollamaraotroscompañeros.

Sandokáncomprendióenseguidaqueibaaexponerseaungranpeligro,yasí,envezdeavanzar,permanecióinmóvildetrásdeaquelabrigo.

Elcentinelarepitiólaintimación;alnorecibirrespuestaalguna,diounospasosadelante,doblandoaderechaeizquierdaparaintentardescubrirloquese escondía detrás del arbusto; luego, pensando quizá que se habíaequivocado, regresó hacia la casa, y volvió a su puesto de centinela en laentrada.

Sandokán,apesardequesentíasobresíelfortísimodeseoderealizarsutemeraria empresa, comenzó a retroceder lentamente con mil precauciones,pasandodeuntroncoaotroyarrastrándosedetrásdelosarbustos,sinapartarlos ojos del soldado, el cual tenía siempre el fusil en la mano, dispuesto a

disparar.Cuando llegóenmediode losparterres, apretóelpasoycorriendollegóalinvernadero,dondeloesperabaelportugués,presademilansiedades.

—¿Quéhasvisto?—LepreguntóYáñez—.Yaestabatemiendoporti.

—Nadabuenoparanosotros—respondióSandokánconsordacólera—.Lacasaestácustodiadaporcentinelasynumerosossoldadosrecorreneljardínentodaslasdirecciones.Estanochenopodremosintentarabsolutamentenada.

—Aprovecharemosparadescabezarunsueñecillo.Seguramenteaquíyanovolveránamolestarnos.

—¿Quiénpuedeasegurarlo?

—¿Quiereshacerquemeentrefiebre,Sandokán?

—Cualquier otra patrulla puede pasar por estas cercanías y hacer unanuevaexploración.

—Me parece que esto marchamal para nosotros, hermanito mío. ¡Si tumuchachapudierasacarnosdeestafeasituación!…

—¡PobreMarianna!¡Quiénsabecómolavigilarán!¡Yquiénsabecuántosufrirá sin tener noticias nuestras!Daría cien gotas demi sangre por poderdecirlequeestamosvivostodavía.

—Se encuentra en condiciones mucho mejores que nosotros, hermanitomío. No pienses más en ella por ahora. ¿Quieres que aprovechemos estosmomentosdetreguaparadormirunashoras?Unpocodedescansonosvendrábien.

—Sí,peroconunojoabierto.

—Megustaríadormirconlosdosojosabiertos.Vamosatumbarnosdetrásdeesostiestoseintentaremosdormir.

Elportuguésysucompañero,apesardequenosesentíancompletamentetranquilos, se acomodaron lomejorposible enmediode las rosasdeChina,intentandosaborearunpocodedescanso.

Peroapesardetodasubuenavoluntad,nofueroncapacesdepegarojo.Eltemor de ver aparecer otra vez a los soldados de lord James los teníaconstantemente despiertos. Incluso varias veces, para calmar su crecienteansiedad,selevantaronysalierondelinvernaderoparaversisusenemigosseacercaban.

Cuando despuntó el alba, los ingleses volvieron a revisar el jardín conmayor encarnizamiento, rebuscando entre los boscajes de bambú y deplátanos,losarbustosylosparterres.Parecíaqueestabansegurosdedescubrir,antesodespués,alosdosaudacespiratasquehabíancometidolaimprudencia

desaltarlacercadeljardín.YáñezySandokán,viéndoloslejos,aprovecharonparasaquearunaespeciedenaranjo,queproducíafrutastangrandescomolacabezadeunniñoymuyjugosas,conocidasporlosmalayosconelnombredebuákadangsa, y luegovolvieron a esconderse en la estufa, después de habertenidolaprecaucióndeborrarcuidadosamentelashuellasdehollínquehabíandejadoenelsuelo.

A pesar de que el invernadero ya había sido inspeccionado, los inglesespodíanvolverparaasegurarsemejor,alaluzdeldía,dequenoseescondíanallílosdosaudacespiratas.

Sandokán y Yáñez, después de haber devorado su escaso refrigerio,encendieron los cigarrillos y se acomodaron entre las cenizas y el hollín,esperandoquevolvieraacaerlanocheparaintentarlafuga.

Llevabanallíyavariashoras,cuandoaYáñez leparecióoírpasos fuera.Ambosselevantaronempuñandoelkriss.

—¿Vuelven?—preguntóelportugués.

—¿Notehabrásequivocado?—dijoSandokán.

—No,alguienhapasadoporelsendero.

—Si fuera cierto que se tratase de un solo hombre, saldría para hacerloprisionero.

—Estásloco,Sandokán.

—Porélpodríamossaberdóndeseencuentranlossoldadosyporquépartesepuedepasar.

—¡Humm!…Estoysegurodequenosengañaría.

—Noseatreveríaconnosotros,Yáñez.

—¿Quieresquevayamosaver?

—Notefíes,Sandokán.

—Sinembargo,hayqueintentaralgo,amigomío.

—Déjamequesalgayo.

—¿Ymevoyaquedaryoaquísinhacernada?

—Simehacefaltaayuda,tellamaré.

—¿Yanooyesnada?

—No.

—Detodosmodos,ve,Yáñez.Yoestarépreparadoparalanzarmefuera.

Yáñez se quedó escuchando primero unos instantes, luego atravesó elinvernaderoysaliófuera,mirandoatentamentebajolosplátanos.

Se escondió enmediodeun arbustoyvio algunos soldadosque todavíaestabanbatiendo,aunqueadisgusto,losparterresdeljardín.

Losotrosdebíandehaberseadelantadofueradelacerca,habiendoperdidolaesperanzadeencontraralosdospiratasenlosalrededoresdelacasa.

—Esperemos —dijo Yáñez—. Si no nos encuentran en todo el día sepersuadiránquizádequehemosconseguidolargarnosapesardesuvigilancia.Sitodovabien,estanochepodremosabandonarnuestroesconditeylanzarnosalaselva.

Ibaavolver, cuandoalgirar sumiradahacia la casavioun soldadoqueavanzabaporelsenderoqueconducíaalinvernadero.

—¿Mehabrádescubierto?—sepreguntóansiosamente.

Se lanzóenmediode losplátanosy,manteniéndoseescondidodetrásdeaquellasgigantescashojas,sereuniórápidamenteconSandokán.Este,alverloconelrostroalterado,comprendióenseguidaquealgogravedebíadehaberlesucedido.

—¿Tehanseguidoacaso?—lepreguntó.

—Temoquemehayanvisto—respondióYáñez—.Un soldado sedirigehacianuestrorefugio.

—¿Unosolo?

—Puesclaro.

—Eseeselhombrequemehacefalta.

—¿Quéquieresdecir?

—¿Estánlejoslosotros?

—Estáncercadelaempalizada.

—Entoncesloprenderemos.

—¿Aquién?—preguntóYáñezconespanto.

—Alsoldadoquesedirigehaciaaquí.

—Perotúquieresquenosperdamos,Sandokán.

—Esehombremeesnecesario.Vamos,sígueme.

Yáñezqueríaprotestar,peroSandokányasehallabafueradelinvernadero.Así que de buena omala ganase vio obligado a seguirlo, para impedirle almenoscometeralgunagranimprudencia.

El soldado que Yáñez había descubierto no se encontraba a más dedoscientos pasos. Era un jovencito delgado, pálido, con los cabellos rojos eimberbe todavía, probablemente un soldado novato. Avanzabadescuidadamente, silbando entre dientes y llevando el fusil en bandolera.DesdeluegonisiquierasehabíapercatadodelapresenciadeYáñez,porqueencasocontrariohabríaempuñadoel armaynoavanzaría sin tomaralgunaprecauciónollamarensuayudaaalgúncamarada.

—Seráfácilcapturarlo—dijoSandokán,inclinándosehaciaYáñez,quesehabía reunido con él—. Mantengámonos escondidos en medio de estosplátanosyapenashayapasadoesejovencitocaeremossobreélporlaespalda.Preparaunpañueloparaamordazarlo.

—Estoypreparado—respondióYáñez—,pero tedigoquevasacometerunaimprudencia.

—Esehombrenopodráoponermucharesistencia.

—¿Ysigrita?

—Noledarátiempo.¡Ahíestá!

El soldado había sobrepasado ya elmatorral sin haberse dado cuenta denada.YáñezySandokán,decomúnacuerdo,cayeronsobreélporlaespalda.MientraselTigreloaferrabaporelcuello,elportuguésleponíalamordazaenlaboca.Apesardequeelataquefuefulminante,eljovencitotuvotiempodedarungritoagudo.

—Rápido,Yáñez—dijoSandokán.

Elportuguéstomóensusbrazosalinglésylotransportórápidamentealaestufa.Sandokán loalcanzóa lospocosmomentos.Estababastante inquietoporquenohabíatenidotiempoderecogerlacarabinadelprisionero,alverdossoldadosqueselanzabanhaciaelsendero.

—Estamosenpeligro,Yáñez—dijo,entrandorápidamenteenlaestufa.

— ¿Se han dado cuenta de que hemos raptado al soldado?—preguntóYáñezpalideciendo.

—Debendehaberoídoelgrito.

—Entoncesestamosperdidos.

—Todavíano.Pero,sivenenelsuelolacarabinadesucamarada,seguroquevendránaquíabuscar.

—No perdamos tiempo, hermanito mío. Salgamos de aquí y corramoshacialacerca.

—Nosfusilaránantesdehaberandadocincuentapasos.Quedémonosenla

estufa y esperemos con calma los acontecimientos. Por otra parte, estamosarmadosydispuestosatodo.

—Meparecequevienen.—Noteasustes,Yáñez.

Elportuguésnosehabíaequivocado.Algunossoldadoshabíanllegadoyacerca del invernadero y comentaban la misteriosa desaparición de sucamarada.

—Sihadejadoaquíelarma,quieredecirquealguienlohasorprendidoyselohallevado—decíaunsoldado.

—Meparece imposible que los piratas se encuentren todavía aquí y quehayantenidotantaaudaciacomoparaintentarungolpesemejante—decíaotro—.¿HabráqueridoBarryburlarsedenosotros?

—Nomeparecequeseaestemomentopropicioparabromas.

—Sin embargo, yo no estoy convencido de que le haya ocurrido unadesgracia.

—Puesyoencambioosdigoqueha sidoatacadopor losdospiratas—replicó una voz nasal con acento escocés—. ¿Quién ha visto a esos doshombressaltarlaempalizada?

—Pues,sino,¿dóndecreesqueestánescondidos?Hemosrecorridotodoeljardín sin encontrar ni rastro. ¿Serán realmente esos bribones dos espíritusinfernales,capacesdeescondersebajolatierraoeneltroncodelosárboles?

— ¡Eh!… ¡Barry!… —gritó una voz de trueno—. Déjate de bromas,bribón,oteharéazotarcomounmarinero.

Naturalmente nadie respondió. El jovencito tenía buenas ganas de ello,pero,amordazadocomoseencontraba,yademásamenazadoporloskrissdeSandokán y de Yáñez, no podía hacerlo. Aquel silencio confirmó a lossoldadosenlasospechadequeasucamaradalehabíaocurridounadesgracia.

—Bueno,¿quéhacemos?—preguntóelescocés.

—Busquémoslo,amigos—dijootro.

—Yahemosregistradotodaestaespesura.

—Entremos en el invernadero—dijo un tercero. Los dos piratas, al oíraquellaspalabras,sesintieroninvadidosporunaprofundainquietud.

—¿Quéhacemos?—preguntóYáñez.

—Antesdenadamataremosalprisionero—resolvióSandokán.

—Lasangrenostraicionaría.Además,creoqueestejovencitoestámediomuertodelsustoynopodráhacernosdaño.

—Deacuerdo,perdonémoslelavida.Pontejuntoalaportezuelayrompeelcráneoalprimersoldadoqueintenteentrar.

—¿Ytú?

—Preparounahermosasorpresaaloscasacasrojas.

Yáñeztomólacarabina,lamontóysetendióentrelascenizas.Sandokánseinclinósobreelprisionero,diciéndole:

—Tencuidado,porque,comointentesdarunsologrito,teclavoelpuñalen la garganta, y te advierto que la punta ha sido envenenada con el jugomortaldelupas.Siquieresvivir,nohagasunsolomovimiento.

Dicho esto, se levantó y empujó las paredes de la estufa en distintoslugares.

—Seráunaespléndidasorpresa—dijo—.Esperemoselmomentooportunoparamostrarnos.

Entretanto,lossoldadoshabíanentradoenelinvernaderoyremovíanconrabia los tiestos, soltando imprecaciones contra el Tigre de Malasia y sucamarada.

Comonoencontrabannada,fijaronsusmiradasenlagranestufa.

— ¡Por mil cañones! —Exclamó el escocés—. ¿Habrán asesinado anuestrocamaradaylohabránescondidodespuésahídentro?

—Vamosaver—dijootro.

—Despacio, compañero —dijo un tercero—. La estufa es losuficientementeampliacomoparaocultarmásdeunhombre.

Sandokánsehabíaapoyadoentoncescontralasparedes,dispuestoadarunempujóntremendo.

—Yáñez—dijo—,prepárateaseguirme.

Al oír abrirse la portezuela, Sandokán se retiró unos pasos y luego selanzó.Seoyóunsordofragor,yacontinuaciónlasparedes,desfondadasporaquellapoderosasacudida,cedieron.

—¡ElTigre!—gritaronlossoldados,arrojándoseaderechaeizquierda.

En medio del derrumbamiento de los ladrillos había aparecido deimprovisoSandokán,conlacarabinaenlamanoyelkrissentrelosdientes.

Disparó contra el primer soldado que vio delante y luego se lanzó conímpetuirresistiblesobrelosdemás,derribandoaotrosdos,ydespuésatravesóelinvernadero,seguidodeYáñez.

III.Atravésdelaselva

El espanto experimentado por los soldados al ver aparecer ante sí alformidablepiratahabíasidotal,queenesemomentoningunohabíapensadoen hacer uso de sus armas. Cuando, repuestos de la sorpresa, quisieronemprenderlaofensiva,yaerademasiadotarde.

Los dos piratas, sin cuidarse de los toques de trompeta que salían de laquintayde los tirosde fusilde los soldadosdesplegadosporel jardín, tirosdisparadosalazar,puesaquelloshombresaúnnosabíanquéhabíasucedido,seencontrabanyaenmediodelosparterresyarbustos.

Endosminutos,corriendofuriosamente,llegaronenmediodelosgrandesárboles.Resoplaronymiraronasualrededor.

Los soldados que habían intentado bloquearlos en la estufa se habíanlanzado fuera del invernadero, desgañitándose a voz en cuello y haciendofuegoentrelosárboles.

Losdelaquinta,comprendiendofinalmentequesetratabadealgograveysospechandoquizáquesuscompañeroshabíandescubiertoalformidableTigredeMalasia,corríanatravésdeljardínparaalcanzarlasempalizadas.

—Demasiado tarde, queridosmíos—dijoYáñez—.Llegaremosnosotrosantes.

—Vamosaescape—dijoSandokán—.Nonosdejaremoscortarelcamino.

—Mispiernasestánlistas.

Volvieronacorrerconelmismovigor,manteniéndoseocultosenmediodelos árboles y, una vez llegados a la cerca, la atravesaron de dos saltos,dejándosecaerdelotrolado.

—¿Nohaynadie?—preguntóSandokán.

—Noseveunalma.

—Lancémonosalbosque.Lesharemosperdernuestrapista.

Laselvanoestabamásqueadospasos.Ambossemetieronenelinterior,corriendo hasta perder el resuello. Pero, a medida que iban alejándose, lamarchasehacíadificilísima.

Por todas partes surgían espesos matorrales, apretados, encajados entreárboles enormes que proyectaban sus gruesos y nudosos troncos a alturasextraordinarias, y por todas partes se entretejían, enroscándose como boasmonstruosas,miríadasderaíces.

Descendíandesdeloalto,paradespuésvolverasubir,enredándoseenlostroncosyen las ramasde losgrandesvegetales, loscalamus, los rotang, losgambir formando verdaderas redes que se resistían tenazmente a todos losesfuerzos, desafiando incluso a las hojas de los cuchillos,mientras quemásabajo el Pipernigrumz de valiosa semilla formaba talesmontones que hacíainútilcualquierintentoparapasar.

A derecha, a izquierda, delante y detrás, se proyectaban hacia arriba losdurion de troncos derechos, lustrosos, cargados de fruta ya casi madura,proyectiles excesivamente peligrosos, pues estaban revestidos de púasdurísimascomosi fuerandehierro,ogrupos inmensosdeplátanosdehojasdesmesuradas, o de betel, o de arengas saccharíferas con sus elegantespenachos,odenaranjoscuyafrutaeratangrandecomolacabezadeunniño.

Los dos piratas, perdidos en medio de aquella frondosa selva, queverdaderamente podía llamarse virgen, se encontraron bien pronto en laimposibilidad de avanzar. Hubiera sido necesario el cañón para desfondaraquellamuralladetroncosdeárbol,deraícesydecalamus.

—¿Dóndevamos,Sandokán?—PreguntóYáñez—.Yoyanoséporquézonapasar.

—Imitaremosalosmonos—dijoelTigredeMalasia—.Esunamaniobraqueanosotrosyanosresultafamiliar.

—Ytambiénmuyapreciableenestosmomentos.

—Sí, porque haremos que los ingleses que nos siguen pierdan nuestrorastro.

—¿Sabremosdespuésorientarnos?

—Tú sabes que nosotros, los borneses, no perdemos la buena dirección,aunque nos falte la brújula. Nuestro instinto de hombres de los bosques esinfalible.

—¿Habránentradoyaenlaselvalosingleses?

— ¡Humm! Lo dudo,Yáñez—respondió Sandokán—. Si nos cansamosnosotros,queyaestamoshabituadosavivirenmediodelosbosques,ellosnohabrán podido dar diez pasos. A pesar de todo, intentemos alejarnosrápidamente.Séqueellordtienegrandesperrosyesoscondenadosanimalespodríanechársenosencima.

—Tenemospuñalesparadestriparlos,Sandokán.

—Sonmáspeligrososqueloshombres.Vamos,Yáñez,amoverlosbrazos.

Agarrándosea los rotang,a loscalamusya los sarmientosdelpiper, losdos piratas se pusieron a escalar lamuralla de plantas con una agilidad que

hubieradadoenvidiaalosmismosmonos.

Subían, bajaban y después tornaban a subir pasando entre lasmallas deaquellainmensaredvegetalydeslizándoseentrelasgigantescashojasdelosespesísimosplátanosoalolargodeloscolosalestroncosdelosárboles.

Ante su inesperada aparición, huían alborotadamente las espléndidaspalomascoronadasoaquellasotrasllamadasmorobo;lostucanes,deenormepico y de cuerpo centelleante con sus plumas rojas y azules; escapabanemitiendonotasestridentes,semejantesalchirriardeuncarromalengrasado;se levantaban, como relámpagos, los argos de largas colas manchadas, ydesaparecían las bellas alude de plumas color turquesa, dejando oír susprolongados silbidos. También los monos de larga nariz, sorprendidos poraquella aparición, se lanzaban precipitadamente hacia los árboles cercanos,dandogritosdeespanto,ycorríanaesconderseenloshuecosdelostroncos.

Yáñez y Sandokán, sin inquietarse por nada, proseguían sus intrépidasmaniobras, pasando de planta en planta sin poner jamás el pie en falso. Selanzaban entre los calamus con seguridad extraordinaria, quedandosuspendidos, y luego de un nuevo salto pasaban a los rotang, para volverdespuésaagarrarsealasramasdeesteoaquelárbol.

Recorrieron quinientos o seiscientos metros, no sin haber estado variasveces en peligro de caer de cabeza desde una altura que daba vértigo, y sedetuvieron entre las ramas de un buá mamplam, planta que produce unasfrutas bastante desagradables para los paladares europeos, pues estánimpregnadasdeunfuerteoloraresina,peroquesonmuynutritivaseinclusomuyapreciadasporlosindígenas.

—Podemosdescansarunashoras—dijoSandokán—.Esseguroquenadievendráamolestarnosenmediodeestaselva.Escomosinosencontrásemosenunaciudadelabienfortificada.

—¿Sabes,hermanitomío,quehemos tenidomuchasuertedepoderhuirde esos bribones? Encontrarse en una estufa con ocho o diez soldadosalrededorysalvaraúnlapiel,esunacosaverdaderamentemilagrosa.Debendetenerungranmiedodeti.

—Parecequeasíes—repusoSandokán,sonriendo.

—¿Habrásabidotumuchachaquehasconseguidoescapar?

—Supongoquesí—respondióSandokánconunsuspiro.

—De todosmodos,me temoque esta empresanuestra decidirá al lord abuscarunasiloseguroenVictoria.

—¿Túcrees?—preguntóSandokán,ensombreciéndoseleelsemblante.

—Ya no se encontrará seguro, ahora que sabe que nosotros estamos tancercadelaquinta.

—Esverdad,Yáñez.Tenemosqueponernosabuscaranuestroshombres.

—¿Habrándesembarcado?

—Losencontraremosenladesembocaduradelrío.

—Sinoleshaocurridoalgunadesgracia.

—Nomemetaselmiedoenelcuerpo;además,prontolosabremos.

—¿Ycaeremosenseguidasobrelaquinta?

—Veremosloquenosconvienehacer.

—¿Quieresunconsejo,Sandokán?

—Habla,Yáñez.

—Envezde intentarexpugnar laquinta,esperemosquesalgael lord.Yaveráscómonosequedamuchotiempoenestoslugares.

—¿Yquieresatacaralgrupoenelcamino?

—Enmedio de los bosques.Un asalto a la quinta puede ir para largo ycostarenormessacrificios.

—Esunbuenconsejo.

—Unavezdestruidalaescoltaopuestaenfuga,raptaremosalamuchachayvolveremosenseguidaaMompracem.

—¿Yellord?

—Lo dejaremos donde quiera. ¿Qué nos importa él? Que se vaya aSarawakoaInglaterra,pococuenta.

—Noirániaunsitioniaotro,Yáñez.

—¿Quéquieresdecir?

—Quenonosdaráunmomentode treguayque lanzará contranosotrostodaslasfuerzasdeLabuán.

—¿Yteasustasdeeso?

—¿Yo?…¿Acaso elTigre deMalasia tienemiedo de ellos?…Vendránmuchos y poderosamente armados, decididos a expugnar mi isla, peroencontrarán pan para sus dientes. En Borneo hay legiones de salvajesdispuestosaacudirconprestezabajomisbanderas.BastaríaqueyomandaseemisariosalasRomadesyalascostasdelagranislaparaverllegardecenasdepraos.

—Losé,Sandokán.

—Comoves,Yáñez,podría,siquisiera,desencadenarlaguerrainclusoenlasorillasdeBorneoylanzarhordasdeferocessalvajessobreestaaborrecidaisla.

—Sinembargo,noloharás,Sandokán.

—¿Porqué?

—Cuandohayas raptadoaMariannaGuillonk,no tepreocuparásmásdeMompracemnidetuscachorros.¿Noesverdad,hermanito?

Sandokán no respondió. Sin embargo, de sus labios salió un suspiro tanfuertequeparecíaunlejanorugido.

—Lamuchacha está llena de energía, es una de esasmujeres que no seharíaderogarparacombatir intrépidamenteal ladodelhombreamado,peromissMarynollegarájamásaserlareinadeMompracem.

—¿Esasí,Sandokán?

Tambiénestavezelpiratapermaneciósilencioso.Secogiólacabezaentrelas manos, y sus ojos, animados por una sombría llama, miraban al vacío,quizámuylejos,intentandoleerelfuturo.

—TristesdíassepreparanparaMompracem—continuóYáñez—.Dentrode pocosmeses, o quizámenos aún, dentro de unas semanas, la formidableislahabráperdidotodosuprestigioeinclusoasusterriblestigres.Enfin,teníaque suceder así. Tenemos tesoros inmensos y nos iremos a disfrutar de unavidatranquilaenalgunaopulentaciudaddeExtremoOriente.

—Calla—dijo Sandokán con voz sorda—. Calla, Yáñez. Tú no puedessabercuálseráeldestinodelostigresdeMompracem.

—Sepuedeadivinar.

—Quizáteequivoques.

—¿Entoncesquéideastienes?

—Notelopuedodecirtodavía.Esperemoslosacontecimientos.¿Quieresquesigamos?

—Estodavíaunpocopronto.

—Estoyimpacienteporvolveraverlospraos.

—Losinglesespuedenestaresperándonosalaorilladelaselva.

—Yanolostemo.

—Tencuidado,Sandokán.Estásapuntodemeterteenunfeoberenjenal.

Unabaladecarabinabiendirigidapuedemandartealotromundo.

—Seréprudente.Mira,meparecequeallíempiezaaaclararseunpocolaselva.Vamos,Yáñez.Lafiebremedevora.

—Comoquieras.

Elportugués,apesardequetemíaunasorpresaporpartedelosingleses,que podían haber avanzado por el bosque arrastrándose como serpientes,estabaalmismotiempoimpacienteporsabersilospraoshabíanescapadoalatremendaborrascaquehabíabatidolascostasdelaisla.

Apagaronlasedconeljugodealgunosbuámamplam,seagarraronalosrotangyaloscalamusqueaprisionabanelárbolysedejaroncaeralsuelo.Sinembargonoerafácilsalirdelaselva.Alotroladodeunpequeñoespaciopococubierto,losárbolesvolvíanasermásfrondososqueantes.

Incluso Sandokán se encontraba un poco desorientado y no sabía quédireccióntomarparallegar,aproximadamente,alascercaníasdelrío.

—Estamosenunbonitoenredo,Sandokán—dijoYáñez,quenoconseguíanisiquieraverelsolparaorientarse—.¿Haciaquédireccióntiramos?

—Te confieso que no sé si torcer a derecha o izquierda —respondióSandokán—.De todosmodos, me parece ver allí un pequeño sendero. Lashierbashanvueltoacubrirlootravez,peroesperoquenosconduzcafueradeestelaberintoy…

—Unladrido,¿verdad?

—Sí—respondióelpirata,cuyafrentesehabíaoscurecido.

—Losperroshandescubiertonuestrashuellas.

—Estánbuscandoalazar.Escucha.

En la lejanía, en medio de la espesa selva, se oyó un segundo ladrido.Algúnperrohabíaentradoen la inmensa selvavirgene intentabaalcanzaralosfugitivos.

—¿Vendrásolooseguidodehombres?—sepreguntóYáñez.

—Quizádealgúnnegro.Unsoldadonohabríapodidoarriesgarseenesteinmensocaosdevegetación.

—¿Quévasahacer?

—Esperarapiefirmealanimalymatarlo.

—¿Deuntiro?

—El disparo nos traicionaría, Yáñez. Empuña tu kriss y esperemos. En

casodepeligro,treparemosaestepombo.

Se escondieron los dos detrás del grueso tronco del árbol, que estabarodeado de raíces y de rotang formando una verdadera red, y esperaron laaparicióndeladversariodecuatropatas.

El animal ganaba terreno rápidamente. Se oían a nomucha distancia elcrujidodelasramasydelashojasyelresonardesordosladridos.

Debíadehaberdescubierto lashuellasde losdospiratasyseapresurabaparaimpedirlesquesealejaran.Quizádetrásdeél,adistancia,habíaalgunosindígenas.

—Ahíestá—dijodeprontoYáñez.

Unperrazonegro,depelohirsuto,lasmandíbulaspoderosamentearmadasdeagudosdientes,aparecióenmediodeunosarbustos.Debíadeperteneceraesa raza feroz utilizada por los plantadores de las Antillas y de Américameridionalparacazaralosesclavos.

Al ver a los dos piratas se detuvo un momento y los miro con ojosardientes; luego, abalanzándose por encima de las raíces con un salto deleopardo,searrojóconferocidadsobreellos,lanzandoungruñidopavoroso.

Sandokán se había arrodillado rápidamente, manteniendo el krisshorizontal, mientras Yáñez aferraba la carabina por el cañón, queriendoutilizarlacomounamaza.

Elperrazo,deunúltimosalto,cayóencimadeSandokán,queeraelmáscercano, intentando clavarle los colmillos en la garganta. Pero, si aquellabestiaeraferoz,noloeramenoselTigredeMalasia.

Suderecha,rápidacomoelrelámpago,seinterpusoylahojadesapareciócasienteraentrelasfaucesdelanimal.Almismotiempo,Yáñezleasestabaenelcráneounculatazotanfuerte,quelodestrozódegolpe.

—Me parece que ya tiene bastante —dijo Sandokán, levantándose yempujandoconelpiealperrazoyaagonizante—.Silosinglesesnotienenmásaliadosqueecharnosalostalones,perderáninútilmenteeltiempo.

—Tencuidado,novayanavenirloshombresdetrásdelperro.

—A estas horas ya habrían hecho fuego sobre nosotros. Vamos, Yáñez.Corramosalsendero.

Los dos piratas, sin preocuparse de nada más, se ocultaron entre losárboles,intentandoseguirelviejosendero.

Las plantas, las raíces y sobre todo los rotang y los calamus lo habíaninvadido; no obstante, había quedado una señal bastante visible y se podía

seguirsingranesfuerzo.

Sinembargo,acadainstantelosdoshombresdabanconlacabezacontraciertas telas de araña, tan desmesuradas y tenaces que podían aprisionar sinrompersevolátilespequeños,obientropezabancontralasraícesserpenteantesentrelashierbas,dandodevezencuandotumbosdesagradables.

Numerosos lagartos voladores, espantados por la aparición de los dospiratas, huían desordenadamente en todas las direcciones, y algún reptil,perturbadoensu sueño, sealejabaprecipitadamente,haciendooírunsilbidoamenazador.

Perobienprontotambiénelsenderodesapareció,yYáñezySandokánsevieron obligados a recomenzar sus maniobras aéreas entre los rotang, losgambir y los calamus, poniendo en fuga o irritando a los bigit, monos denegrísima pelambre que abundaban en Borneo y en las islas vecinas y queestándotadosdeunaagilidadincreíble.

Oloresnauseabundosselevantabandeaquellasaguasnegras,emanacionesproducidasporlacorrupcióndelashojasydelafrutaacumuladasenellechodelriachuelo.Habíapeligrodeincubarunafuertefiebre.

Losdospiratashabíanrecorridouncuartodekilómetro,cuandoYáñezsedetuvo bruscamente, agarrándose a una gruesa rama que se extendía de unladoalotrodeltorrente.

— ¿Qué pasa, Yáñez? —preguntó Sandokán, quitándose el fusil de laespalda.

—¡Escucha!

Elpirataseinclinóhaciaadelanteescuchando,ytrasunosmomentosdijo:

—Alguienseacerca.

En el mismo instante, un poderoso mugido, que se hubiera dicho habíasido lanzado por un toro espantado o irritado, resonó bajo las arcadas devegetación, haciendo callar de golpe los gorjeos de los pájaros y la risaestridentedelospequeñosmonos.

—Enguardia,Yáñez—dijoSandokán—.Tenemosunmaiasantenosotros.

—Haytambiénotroenemigo,quizámástemiblequeelprimero.

—¿Quéquieresdecir?

—Miraallí,sobreaquellagruesaramaqueatraviesaelriachuelo.

Sandokánsealzósobrelapuntadelospiesylanzóunarápidamiradaantesí.

—¡Ah!—murmuró,sinmanifestarlamásmínimaaprensión—.¡Unmaiaspor una parte y un harimanbintang por otra! Veremos si son capaces decerrarnoselpaso.Preparatufusilydispongámonosatodo.

IV.Elataquedelapantera

Dos formidables enemigos estaban frente a los dos piratas, a cuál máspeligroso, pero parecía que por elmomento no tenían ninguna intención deocuparse de los dos hombres, porque en vez de descender a lo largo deltorrente,semovíanrápidamenteelunocontraelotro,comosiquisieranmedirsusfuerzas.

ElanimalqueSandokánhabíallamadoharimanbintangeraunaespléndidapanteradeSonda;elotro,encambio,eraunodeesosgrandessimios,llamadosmaias u orang utang (en malayo, «hombre salvaje»), que son aún tannumerosos en Borneo y en las islas vecinas, y muy temidos por su fuerzaprodigiosayporsuferocidad.

Lapantera,quizáhambrienta,alveralhombredelosbosquespasarporlaribera opuesta, se había lanzado prontamente sobre una gruesa rama que securvaba casi horizontalmente sobre la corriente, formando una especie depuente.Comoyasedijo,eraunafieratanbellísimacomopeligrosa.

Tenía la talla y en ciertomodo también el aspecto de un tigre pequeño,peroconlacabezamásredondaypocodesarrollada,patascortasyrobustasyelpelajeamarillooscuroamanchasyconrosetasmásoscuras.Debíademedirporlomenosmetroymediodelongitud,asíquedebíadeserunadelasmásgrandesdelafamilia.

Suadversarioeraunfeoyenormesimio,decercadeunmetrocuarentadeestatura, pero con los brazos tan largos, que alcanzaban en conjunto lalongituddedosmetrosymedio.

Su cara, bastante larga y arrugada, tenía un aspecto ferocísimo,especialmente con aquellos ojillos hundidosy en continuomovimiento, y elpelajerojizoquelaencuadraba.

Elpechodeaquelcuadrumanoteníaundesarrolloverdaderamenteenormey los músculos de los brazos y de las piernas formaban verdaderasnudosidades,indiciodeunafuerzaprodigiosa.

Estos simios, que los indígenas llaman metas, mías y también mafias,habitan en lomás espeso de los bosques, y prefieren las regionesmás bienbajasyhúmedas.

Construyen sus moradas muy espaciosas en las cimas de los árboles,empleandoramasmuygruesasquedisponenhábilmenteenformadecruz.

Sondehumormásbientristeynolesgustalacompañía.Ordinariamenteevitanalhombreeinclusoalosotrosanimales;ahorabien,siselosamenazaoirrita,sevuelventerriblesycasisiempresufuerzaextraordinariatriunfasobresusadversarios.

Elmaias,aloírelroncogruñidodelapantera,sehabíadetenidodegolpe.Se encontraba en la ribera opuesta del pequeño riachuelo, delante de ungigantesco durion, que proyectaba su espléndido quitasol de hojas a sesentametrosdelsuelo.

Probablementehabíasidosorprendidoenelmomentoenqueibaaescalarelárbolparasaquearsunumerosafruta.

Alveraaquellapeligrosavecina,alprincipiosecontentóconmirarlamásconestuporqueconira,yluegoemitiódeprontodosotressilbidosguturales,indiciodeunpróximoaccesodecólera.

—Creo que vamos a presenciar una terrible lucha entre esos dosanimalazos—dijoYáñez,quesehabíacuidadomuchodemoverse.

—No semeterán con nosotros por ahora—observó Sandokán—. Temíaquequisieranatacarnos.

—Tambiényo,hermanitomío.¿Quieresquecambiemosderuta?

Sandokánmirólasdosorillasyvioqueenaquellugareraimposiblesalirymeterseenlaselva.

Dos auténticasmurallas de troncos, de hojas, de espinas, de raíces y delianas,encerrabanelcursodelagua.Paraabrirsepaso,habíaqueecharmanodelkrissytrabajardelolindo.

—No podemos subir —dijo—. Al primer golpe dado con el cuchillo,mafiasypanteraselanzaríansobrenosotrosdecomúnacuerdo.Quedémonosaquíeintentemosquenonosdescubran.Laluchanoserálarga.

—Despuéstendremosqueenfrentarnosconelvencedor.

—Probablementeseencontraráentoncesentanmalascondiciones,quenonosimpediráelpaso.

—¡Preparémonos!…Lapanteraseimpacienta.

—Yelmaiasyanopuedecontenersusdeseosderomperlascostillasasuvecina.

—Montaelfusil,Sandokán.Nuncasesabeloquepuedesuceder.

—Estoypreparadoparafusilaralunoyalaotray…

Unaullidoespantoso,algoparecidoalmugidodeuntorofurioso,lecortólapalabra.

Elorangutánhabíallegadoalcolmodelarabia.

Viendoquelapanteranosedecidíaaabandonarlaramaydescenderhacialaorilla, elorangutánseadelantóamenazadoramente, emitiendounsegundoaullido y golpeándose fuertemente el pecho, que resonaba lomismo que untambor.

Aquelenormesimiodabamiedo.Supelambrerarojizasehabíaerizado,surostro había adquirido una expresión de ferocidad inaudita y sus largosdientes,tanfuertesquepuedenromperelcañóndeunfusilcomosifueraunsimplepalito,crujían.

Lapantera,alverloacercarse,sehabíaencogidosobresímismacomosisepreparasealanzarse,peronoparecíatenerprisaporabandonarlarama.

Elorangutánseagarróconunpieaunagruesaraízqueserpenteabaporelsuelo,yluego,inclinándosesobreelrío,tomóconambasmanoslaramasobrelaqueestabasuadversariaylasacudióconfuerzahercúlea,haciéndolacrujir.

Lasacudidafuetanpoderosaquelapantera,apesardehaberclavadoenlamaderasuspoderosasgarras,nopudosostenerseycayóalrío.

Fue sin embargoun relámpago.Apenas había tocado el agua, cuando selanzónuevamentealarama.

Descansó un momento, y después se arrojó a la desesperada sobre elgigantescosimio,clavándolelasuñasenloshombrosyenlosmuslos.

El cuadrumano emitió un aullido de dolor.La sangre, que había brotadosúbitamente,lecorríaentrelospelosgoteandoenelrío.

Satisfecha del feliz resultado de aquel fulminante ataque, la fiera intentósoltarseparavolveraalcanzar laramaantesdequeeladversariovolvieraalcontraataque.

Con una cabriola magistral saltó sobre sí misma, sirviéndose del largopechodelsimiocomopuntodeapoyo,yselanzóhaciaatrás.Condosgarrasseagarróa la ramahundiendo lasuñasen lacorteza,peronopudo lanzarseotravezhaciaadelantecomohubierasidosuintención.

El orangután, a pesar de las espantosas heridas, había alargadorápidamente los brazos y aferrado la cola de la adversaria.Aquellasmanos,dotadas de una fuerza terrible, ya no iban a soltar aquel apéndice. Seestrecharoncomounaprensa,arrancandoalafieraunaullidodedolor.

—Pobre pantera—dijo Yáñez, que seguía con vivo interés las diversasfasesdeaquellaluchasalvaje.

—Está perdida—repuso Sandokán—. Si no se le arranca la cola, cosaimposible,yanoescaparáalapretóndelmajas.

Elpiratanoseengañaba.Elorangután,sintiendoentresusmanoslacola,seabalanzóhaciaadelante,subiendoalarama.

Reuniendo sus fuerzas, levantó en el aire a la fiera, empezó a voltearlacomo si fuera un ratón, y después la arrojó con ímpetu irresistible contra elenormetroncodeldurion.

Se oyó un golpe seco, como de una caja ósea que se quiebra; la pobrebestia,abandonadaporsuenemigo,rodóinanimadaporelsuelo,deslizándoseentrelasnegrasaguasdelriachuelo.

El cráneo, abierto del golpe, había dejado sobre el tronco del árbol unagranmanchasanguinolentamezcladaconpedazosdemateriacerebral.

—¡PorJúpiter!¡Quégolpemaestro!…—murmuróYáñez—.Nocreíqueesesimiopudieradesembarazarsetanprontodelapantera.

—Vencea todos losanimalesde la selva, inclusoa la serpientepitón—respondióSandokán.

—¿Haypeligrodequelaemprendatambiénconnosotros?

—Estátanirritado,quenoseandanaconmiramientos,sinosve.

—Pero me parece que se encuentra en muy malas condiciones. Estámanandosangreportodaspartes.

—Sin embargo, los maias son unos animalazos capaces de sobrevivirinclusodespuésdehaberrecibidovariasbalasenelcuerpo.

—¿Quieresqueesperemosaquesemarche?

—Metemoquelacosavayaparalargo.

—Yanotienenadaquehaceraquí.

—En cambio yo pienso que tenía su nido en aquel durion. Me parecedescubrir entre el follaje una masa oscura y maderos colocadostransversalmenteentrelasramas.

—Entoncestendremosquevolveratrás.

—Nipensarlo.Tendríamosquedarunavueltainmensa,Yáñez.

—Puesmatemosalsimioysigamosadelanteporelriachuelo.

—Era lo que quería proponerte —dijo Sandokán—. Somos expertos

tiradoresysabemosmanejarelkrissmejorquelosmalayos.Acerquémonosunpoco para no errar el tiro. Hay tantas ramas por aquí, que podrían desviarfácilmentenuestrasbalas.

Mientras se preparaban para atacar al orangután, este se había agachadosobrelariberadelriachueloyseechabaaguaconlasmanosenlasheridas.

La pantera le había herido terriblemente. Sus poderosas uñas habíanlacerado la piel del pobre simio tan profundamente que habían dejado aldesnudo sus clavículas. También los muslos habían sido atrozmentedesgarradosylasangremanabaenabundancia,formandounverdaderocharcoenelsuelo.Gemidosqueteníanalgodehumanosalíandecuandoencuandodeloslabiosdelherido,seguidosdeferocesaullidos.Laenormebestianosehabía calmado todavía e incluso en medio de sus espasmos traicionaba susalvajefuror.

Sandokán y Yáñez se habían arrimado a la orilla opuesta, para poderocultarse rápidamente en la selva en caso de que fallasen los tiros y elorangutánnocayerabajoladobledescarga.

Yasehabíandetenidodetrásdeunagruesaramayhabíanapoyadoenellasus fusiles para apuntar mejor, cuando vieron al orangután ponerse deimprovisodepie,golpeándosefuriosamenteelpechoyrechinandolosdientes.

—¿Quépasa?—PreguntóYáñez—.¿Noshabrádescubierto?

—No—dijoSandokán—.Nosehairritadopornosotros.

—¿Esqueintentasorprenderaalgúnotroanimal?

—Silencio:veoramasyhojasmoverse.

—¡PorJúpiter!…¿Seránlosingleses?

—Calla,Yáñez.

Sandokánseirguiósilenciosamentesobrelaramay,escondiéndosedetrásdeunafrondaderotangquecaíadeloalto,miróhacialariberaopuesta,allídondeseencontrabaelorangután.

Alguien se aproximaba, moviendo con precaución las hojas. Quizáignorantedelgravepeligroqueleesperaba,parecíadirigirseprecisamenteallídondeseencontrabaelcolosaldurion.

Elgigantescocuadrumanolohabíaoídoyaysehabíacolocadodetrásdeltroncodelárbol,dispuestoacaersobreelnuevoadversarioyhacerlopedazos.Yanogemíaniaullaba:solosuroncarespiraciónpodíatraicionartodavíasupresencia.

—Entonces,¿quésucede?—preguntóaSandokán.

—Alguienseacercaincautamentealmaias.

—¿Unhombreounanimal?

—Todavíanoalcanzoadivisaralimprudente.

—¿Ysifueraalgúnpobreindígena?

—Estamosaquínosotrosynodaríamostiempoalcuadrumanoparaquelodestrozara.

¡Eh!…Meloimaginaba.Acabodedescubrirunamano.

—¿Blancaonegra?

—Negra,Yáñez.Apuntaalorangután.

—Estoyapunto.

En aquel instante se vio al gigantesco simio precipitarse enmedio de laespesavegetación,dandounaullidoespantoso.

Lasramasylashojas,arrancadasdegolpeporlaspoderosasmanosdelaenormebestia,cayerondejandoveraunhombre.

Se oyó un grito de espanto, seguido rápidamente de dos tiros de fusil.SandokányYáñezhabíanhechofuego.

El cuadrumano, acertadoenplenaespalda, sevolvióaullandoy, alver alosdospiratas,sinpreocuparsemásdelincautoquesehabíaaproximado,deungransaltoseabalanzóalrío.

Sandokánabandonóelfusilyempuñóelkriss,resueltoaenzarzarseenunaluchacuerpoacuerpo.Yáñez,asuvez,encaramándoseenlarama,intentabavolveracargarprecipitadamenteelarma.

El orangután, a pesar de haber sido herido nuevamente, se lanzó sobreSandokán.Ibayaaalargarsusvelludaszarpas,cuandoseoyóungritoenlariberaopuesta.

—¡Elcapitán!

Despuéstronóundisparo.

Elorangutánsedetuvo,llevándoselasmanosalacabeza.Permanecióuninstante erguido, asaeteó a Sandokán con una última mirada llena de rabiaferoz,yluegocayóalagua,levantandounagigantescasalpicadura.

En ese mismo instante el hombre que por poco no había caído en lasmanosdelsimioselanzabaalrío,gritando:

—¡Elcapitán!…¡ElseñorYáñez!…Estoycontentodehabermetidounabalaenelcráneodeesemaias.

YáñezySandokánhabíansaltadorápidamentedesdelarama.

—¡Paranoa!—exclamaronalegremente.

—Enpersona,capitán—respondióelmalayo.

—¿Quéhacesenestaselva?

—Osbuscaba,capitán.

—¿Ycómosabíastúquenosencontrábamosaquí?

—Dandovueltasporlasorillasdeestaselva,hedescubiertoalosinglesesacompañadosdevariosperros,yheimaginadoqueestaríanbuscándoos.

—¿Ytehasatrevidoametertesoloaquídentro?—preguntóYáñez.

—Delasfierasnotengomiedo.

—Puesporpoconotehahechopedazoselorangután.

—Aún no me había cogido, señor Yáñez, y, como habéis visto, le hemetidounabalaensucabezota.

—¿Yhanllegadotodoslospraos?

—Cuandosalíparaveniravuestroencuentro,nohabíallegadoningúnotrobarcomásqueelmío.

—¿Ningúnotro?—exclamóSandokánconansiedad.

—No,capitán.

—¿Cuándodejasteladesembocaduradelrío?

—Ayerporlamañana.

—¿Leshabráocurridoalosotrosbarcosalgunadesgracia?—sepreguntóYáñez,mirandoaSandokánconangustia.

—Quizá la tempestad los haya transportadomuy al norte—respondió elTigre.

—Puedehaber sucedidoeso, capitán—dijoParanoa—.Elvientodel sursoplabatremendamenteyeraimposibleresistirlodeningúnmodo.Yotuvelasuerte de meterme en una bahía pequeña, aunque bien abrigada, situada asesentamillasdeaquí,yporesohepodidovolveratrásprontoyllegarantesquelosdemásalacita.Porotraparte,comoyaosdije,desembarquéayerporlamañana,yenesteintervalopuedenhaberllegadotambiénlosotrosbarcos.

—Sinembargoestoymuy inquieto,Paranoa—dijoSandokán—.Querríaestar ya en la desembocadura del río para quitarme de encima estasinquietudes.¿Hasperdidoalgúnhombredurantelaborrasca?

—Niunosolo,capitán.

—¿Yhasufridoalgúndesperfectoelbarco?

—Hatenidomuypocosdaños,yyahansidoreparados.

—¿Seencuentraescondidoenlabahía?

—Lohedejadoenelmar,portemoracualquiersorpresa.

—¿Hasdesembarcadosolo?

—Solo,capitán.

—¿Hasvistorondaralgúninglésporlascercaníasdelabahía?

—No,pero,comooshedicho,hevistoalgunos,queestabanbatiendolasorillasdeestaselva.

—¿Cuándo?

—Estamañana.

—¿Enquédirección?

—Haciaeleste.

—VeníandelaquintadelordJames—dijoSandokán,mirandoaYáñez.

Luego,volviéndoseaParanoa,lepreguntó:

—¿Estamosmuylejosdelabahía?

—Nollegaremosantesdelapuestadelsol.

—¡Tantonoshemosalejado!—ExclamóYáñez—.¡Ynosonmásquelasdosdelatarde!…Nosquedaunbuentrechoquerecorrer.

—Esta selva es muy grande, señor Yáñez, y además muy difícil deatravesar.Nos faltanpor lomenoscuatrohorasantesde llegar a lasúltimasmanchasdevegetación.

—Vamos—dijoSandokán,queparecíapresadeunavivaagitación.

—Tienesprisaporllegaralabahía,¿verdad,hermanito?

—Sí,Yáñez.Temounadesventurayacasonomeequivoque.

—¿Temesquesehayanperdidolosdospraos?

—Desgraciadamente, Yáñez. Si no los encontramos en la bahía, no losvolveremosaver.

—¡PorJúpiter!¡Quédesastreparanosotros!

—Unaverdaderaruina,Yáñez—dijoSandokánconunsuspiro—.Nosé,

pero se diría que la fatalidad comienza a pesar sobre nosotros, como siestuvieraansiosadedarungolpemortalaloscachorrosdeMompracem.

— ¿Y si hubiera ocurrido esa desgracia? ¿Qué haremos nosotros,Sandokán?

—¿Quéharemos?¿Y túme lopreguntas,Yáñez?¿AcasoeselTigredeMalasiahombreparaespantarseodoblegarseanteeldestino?Continuaremoslalucha,yopondremoshierroalhierrodelenemigo,yfuegoalfuego.

—Piensaqueabordodenuestropraonohaymásquecuarentahombres.

—Son cuarenta tigres, Yáñez. Guiados por nosotros, harán milagros ynadiepodrádetenerlos.

—¿Quiereslanzarloscontralaquinta?

—Ya se verá. Pero te juro que no abandonaré esta isla sin llevarmeconmigo aMariannaGuillonk, aunque estuviera seguro de tener que lucharcontra toda la guarnición de Victoria. Quién sabe, quizá de la muchachadependelasalvaciónolacaídadeMompracem.Nuestraestrellaestáapuntodeapagarse,porquelaveopalidecercadavezmás,peronodesesperotodavíay quizá volveré a verla resplandecer más viva que nunca. ¡Ah!… ¡Si lamuchachaloquisiera!…EldestinodeMompracemestáensusmanos,Yáñez.

—Y en las tuyas—respondió el portugués con un suspiro—.Vamos, esinútilhablardeelloporahora.Intentemosllegaralríoparacerciorarnosdesihanvueltolosotrosdospraos.

Sí, vamos —dijo Sandokán—. Con un refuerzo semejante me sentiríacapazdeintentarinclusolaconquistadetodaLabuán.

Guiados por Paranoa, volvieron a remontar la orilla del riachuelo y semetieron por un viejo sendero que el malayo había descubierto unas horasantes.

Lasplantas,yespecialmente las raíces, lohabían invadido,peroquedabatodavía un espacio suficiente para permitir a los piratas adentrarse sindemasiadoesfuerzo.

Durantecincohorasseguidasavanzaronatravésdelagranselva,haciendodevezencuandounbrevealtoparadescansar,ya la caídadel sol llegaronjuntoalasriberasdelriachueloquedesembocabaenlabahía.

Noviendoaningúnenemigo,descendieronhaciaeloeste,atravesandounapequeñaciénagaqueterminabahaciaelmar.

Cuando llegaron a las riberas de la pequeña bahía, las tinieblas habíancaído ya hacía algunas horas. Paranoa y Sandokán se lanzaron hacia losúltimosarrecifesyescudriñaronatentamenteeloscurohorizonte.

—Mirad, capitán—dijo Paranoa, indicando al Tigre un punto luminoso,queapenassedistinguía,yqueinclusopodíaconfundirseconunaestrella.

—¿EselfaroldenuestroArao?—preguntóSandokán.

—Sí,capitán.¿Noloveisdeslizarsehaciaelsur?

—¿Quéseñaltienesquehacerparaqueelbarcoseaproxime?

—Encenderdosfuegosenlaplaya—respondióParanoa.

—Vamoshasta lapuntaextremadeestapequeñapenínsula—dijoYáñez—.Señalaremosalpraolarutaexacta.

Se metieron por medio de un verdadero caos de escollos salpicados deconchasdecaracol,restosdecrustáceosymontonesdealgas,yllegaronhastalapuntaextremadeunisloteboscoso.

—Si encendemos aquí los fuegos, el prao podrá entrar en la bahía sincorrerpeligrodeencallar—dijoYáñez.

—Pero le haremos remontar el río—replicó Sandokán—.Me convieneesconderlodelasmiradasdelosingleses.

—Yomeencargode eso—propusoYáñez—.Nosotros lo esconderemosenlaciénagaentrelascañas,cubriéndoloenteramenteconramasyconhojas,despuésdehaberlequitadolospalosytodaslasjarcias.¡Eh,Paranoa,hazlaseñal!

Elmalayo no perdió tiempo.En la orilla de un bosquecillo recogió leñaseca, formó dos haces y, colocándolos a cierta distancia uno de otro, losencendió.

Unmomentodespuéslostrespiratasvierondesaparecerelfarolblancodelprao,ybrillarensulugarunpuntorojo.

—Noshanvisto—dijoParanoa—.Podemosapagarlosfuegos.

—No —replicó Sandokán—. Servirán para indicar a tus hombres ladirección.Ningunoconocelabahía,¿verdad?

—No,capitán.

—Entoncesguiémoslos.

Losdospiratassesentaronenlaplaya,conlosojosfijosenelfarolrojo,quehabíacambiadodedirección.

Diezminutosdespuéselpraoestabaalavista.Susinmensasvelasestabandesplegadas y se oía borbollar el agua delante de la proa. En la oscuridadparecíaunpájarogigantescoquevolasesobreelmar.Dedosbordadasllegódelantedelabahíayatravesóelcanal,adentrándosehacialadesembocadura

delrío.

Yáñez, Sandokán y Paranoa abandonaron el islote y retrocedieronrápidamentehastalasorillasdelapequeñaciénaga.

Apenas vieron que el prao echaba el ancla junto a los cañaveralesespesísimosdelasorillas,subieronabordo.

Sandokánconungestoordenósilencioalatripulación,queibaasaludaralosdosjefesdelapirateríaconunaintempestivaexplosióndealegría.

—Losenemigosquizánoesténlejos—dijo—.Asípues,osordenoelmásabsolutosilencio,paranodejarnos sorprenderantesde la realizacióndemisplanes.

Luego,volviéndosehaciaelsubjefe,lepreguntóconunaemocióntanvivaqueteníalavozcasitrémula:

—¿Nohanllegadolosotrosdospraos?

—No, Tigre deMalasia—respondió el pirata—.Durante la ausencia deParanoahevisitadotodaslascostaspróximas,acercándomeinclusohacialasdeBorneo,peronohemosvistoanuestrasnavesenningunadirección.

—¿Ytúquécrees?

Elpiratanorespondió:vacilaba.

—Habla—dijoSandokán.

—Yo creo, Tigre deMalasia, que nuestros dos barcos se han estrelladocontralascostasseptentrionalesdeBorneo.

Sandokán se clavó lasuñas en el pecho,mientrasun suspiro sibilante seescapabadesuslabios.

—¡Fatalidad!…¡Fatalidad!…—murmuróconvozsorda—.LamuchachadeloscabellosdeorotraeráladesventuraalostigresdeMompracem.

—Valor, hermanito mío —le dijo Yáñez, poniéndole una mano en elhombro—. No desesperemos todavía. Quizá nuestros praos han sidoempujadosmuylejos,y tangravementedañados,quenohanpodidohacerseenseguidaalamar.Hastaquenoencontremoslospecios,notenemosporquécreerquesehayanhundido.

—Peronosotrosnopodemosesperar,Yáñez.¿Quiénmedicequeellordsequedarátodavíamuchotiempoensuquinta?

—Tampocotienesporquédesearlo,amigo.

—¿Quéquieresdecir,Yáñez?

—Quetenemoshombressuficientesparaatacarlosituvieraqueabandonarsuquinta,yparaarrebatarleasupreciosasobrina.

—¿Querríasintentarungolpesemejante?

—¿Yporquéno?Nuestroscachorrossontodosvalientesy,aunqueellordllevaseconsigoeldobledesoldados,seguroquenodudaríanenemprenderlalucha. Estoy madurando un bonito plan y espero que tendrá un espléndidoresultado.Déjamedescansarestanoche;mañanacomenzaremosaactuar.

—Confíoenti,Yáñez.

—Notedesanimes,Sandokán.

—Peroelpraonopodemosdejarloaquí.Puedeserdescubiertoporalgúnbarcoqueseacerquealabahíaoporalgúncazadorquebajealríoadispararcontralospájarosacuáticos.

—Hepensadoen todo,Sandokán.Paranoaharecibidoya instruccionesaesterespecto.Ven,Sandokán.Vamosacomerunbocadoydespuésechémonosadormir.Teconfiesoqueyonopuedomás.

Mientras lospiratas,bajo ladireccióndeParanoa,desmontabantodas lasjarcias del barco,Yáñez ySandokán subieron al pequeño cuadro de popa ydieronunasaltoalasprovisiones.

Calmada el hambre, que hacía ya tantas horas que los atormentaba, seecharon,vestidoscomoestaban,sobresuscamastros.

El portugués, que ya no se tenía en pie, se durmió enseguidaprofundamente;Sandokán,encambio,tardómuchoencerrarlosojos.

Tétricos pensamientos y siniestras inquietudes lo retrocedieronrápidamentehastalasorillasdelapequeñaciénaga.

Apenas vieron que el prao echaba el ancla junto a los cañaveralesespesísimosdelasorillas,subieronabordo.

Sandokánconungestoordenósilencioalatripulación,queibaasaludaralosdosjefesdelapirateríaconunaintempestivaexplosióndealegría.

—Losenemigosquizánoesténlejos—dijo—.Asípues,osordenoelmásabsolutosilencio,paranodejarnos sorprenderantesde la realizacióndemisplanes.

Luego,volviéndosehaciaelsubjefe,lepreguntóconunaemocióntanvivaqueteníalavozcasitrémula:

—¿Nohanllegadolosotrosdospraos?

—No, Tigre deMalasia—respondió el pirata—.Durante la ausencia de

Paranoahevisitadotodaslascostaspróximas,acercándomeinclusohacialasdeBorneo,peronohemosvistoanuestrasnavesenningunadirección.

—¿Ytúquécrees?

Elpiratanorespondió:vacilaba.

—Habla—dijoSandokán.

—Yo creo, Tigre deMalasia, que nuestros dos barcos se han estrelladocontralascostasseptentrionalesdeBorneo.

Sandokán se clavó lasuñas en el pecho,mientrasun suspiro sibilante seescapabadesuslabios.

—¡Fatalidad!…¡Fatalidad!…—murmuróconvozsorda—.LamuchachadeloscabellosdeorotraeráladesventuraalostigresdeMompracem.

—Valor, hermanito mío —le dijo Yáñez, poniéndole una mano en elhombro—. No desesperemos todavía. Quizá nuestros praos han sidoempujadosmuy lejosy tangravementedañados,quenohanpodidohacerseenseguidaalamar.Hastaquenoencontremoslospecios,notenemosporquécreerquesehayanhundido.

—Peronosotrosnopodemosesperar,Yáñez.¿Quiénmedicequeellordsequedarátodavíamuchotiempoensuquinta?

—Tampocotienesporquédesearlo,amigo.

—¿Quéquieresdecir,Yáñez?

—Quetenemoshombressuficientesparaatacarlosituvieraqueabandonarsuquinta,yparaarrebatarleasupreciosasobrina.

—¿Querríasintentarungolpesemejante?

—¿Yporquéno?Nuestroscachorrossontodosvalientesy,aunqueellordllevaseconsigoeldobledesoldados,seguroquenodudaríanenemprenderlalucha. Estoy madurando un bonito plan y espero que tendrá un espléndidoresultado.Déjamedescansarestanoche;mañanacomenzaremosaactuar.

—Confíoenti,Yáñez.

—Notedesanimes,Sandokán.

—Peroelpraonopodemosdejarloaquí.Puedeserdescubiertoporalgúnbarcoqueseacerquealabahíaoporalgúncazadorquebajealríoadispararcontralospájarosacuáticos.

—Hepensadoen todo,Sandokán.Paranoaharecibidoya instruccionesaesterespecto.Ven,Sandokán.Vamosacomerunbocadoydespuésechémonosadormir.Teconfiesoqueyonopuedomás.

Mientras lospiratas,bajo ladireccióndeParanoa,desmontabantodas lasjarcias del barco,Yáñez ySandokán subieron al pequeño cuadro de popa ydieronunasaltoalasprovisiones.

Calmada el hambre, que hacía ya tantas horas que los atormentaba, seecharon,vestidoscomoestaban,sobresuscamastros.

El portugués, que ya no se tenía en pie, se durmió enseguidaprofundamente;Sandokán,encambio,tardómuchoencerrarlosojos.

Tétricos pensamientos y siniestras inquietudes lo tuvieron despiertodurante varias horas. Solamente hacia el alba pudo descansar un poco, peroaunestofuemuybreve.

Cuandovolvióasubiracubierta,lospiratashabíanultimadosustrabajosparaocultarelpraoaloscrucerosquepudieranpasardelantedelabahíaoaloshombresquepudieranbajarporelrío.Elbarcohabíasidoempujadohacialaorillade la ciénaga, enmediodeunespesísimocañaveral.Habíanbajadolospalosconlasjarciasmuertasylasordinarias,yporencimadelalcázardeproahabíanechadomontonesdecañas,de ramasydehojas,dispuestoscontantahabilidadquetodoelbarcoquedabacubierto.

Un hombre que hubiera pasado por aquellos contornos habría podidoconfundirlo con unmanchón de plantas secas o con un enormemontón dehierbasyramasquesehabíanquedadoallívaradas.

— ¿Qué me dices de esto, Sandokán? —preguntó Yáñez, que seencontrabayasobreelpuente,bajounpequeñocobertizodecañaslevantadoapopa.

—Laideaesbuena—respondióSandokán.

—Ahoravenconmigo.

¿Adónde?

—Atierra.Yahayallíveintehombresesperándonos.

—¿Quévasahacer,Yáñez?

—Luegolosabrás.¡Eh!…Alagualachalupayvigiladbien.Lasqueestánfijasymantienenlaarboladura.

V.Elprisionero

Despuésdehaberatravesadoelrío,YáñezcondujoaSandokánenmediodeunafrondosaarboleda,dondeseencontrabanemboscadosveintehombres,

completamentearmadosypertrechadoscadaunoconunsaquitodevíveresyunamantadelana.

ParanoaysusubjefeIkautestabanconellos.

—¿Estáisaquítodos?—preguntóYáñez.

—Todos—respondieronlosveintidóshombres.

—Entonces, escúchame atentamente, Ikaut—replico el portugués—. Túvolverásabordoy,sisucedealgo,enviarásaquíunhombre,elcualencontraráun camarada siempre en espera de órdenes. Nosotros te transmitiremosnuestras órdenes, que deberás cumplir inmediatamente sin el más mínimoretraso.Procuraserprudenteynodejartesorprenderporloscasacasrojasynoolvidesquenosotros, aunqueestemos lejos, encualquiermomentopodemosserinformadosoinformartedeloquepuedasuceder.

—Contadconmigo,señorYáñez.

—Ahoravuelveabordoyvigila.

Mientraselsubjefemontabaenelbote,Yáñez,colocándosealacabezadelgrupo,seponíaencamino,remontandolacorrientedelrío.

—¿Adóndemellevas?—preguntóSandokán,quenoentendíanada.

—Espera un poco, hermanito mío. Dime antes de nada: ¿qué distanciapuedehaberdesdeelmaralaquintadelordGuillonk?

—Cercadedosmillasenlínearecta.

—Entoncestenemoshombresmásquesuficientes.

—¿Paraqué?

—Unpocodepaciencia,Sandokán.

Seorientóconunabrújulaquehabíacogidoabordodelpraoysemetióbajolosgrandesárboles,marchandorápidamente.

Despuésdehaber recorridounos cuatrocientosmetros, sedetuvo junto auncolosalalcanforero,queseerguíaenmediodeunespesogrupodearbustos,y,volviéndoseaunodelosmarineros,ledijo:

—Túsituarásaquí tupuestodeguardiayno loabandonarás,porningúnmotivo,sinordennuestra.Elríonodistamásquecuatrocientosmetros,yportanto puedes comunicarte fácilmente con el prao; a igual distancia, hacia eleste,estaráunodetuscamaradas.Cualquierordenquetetransmitandelpraolacomunicarásatucompañeromáspróximo.¿Mehascomprendido?

—Sí,señorYáñez.

—Adelante,pues.

Mientraselmalayosepreparabaunpequeñocobertizoenlabasedelgranárbol,elgrupovolvíaaponerseenmarcha,dejandootrohombrealadistanciaindicada.

—¿Comprendesahora?—preguntóYáñezaSandokán.

—Sí —respondió este—, y admiro tu astucia. Con estos centinelasescalonados en la selva, podremos comunicarnos en pocos minutos con elprao,inclusodesdelosalrededoresdelaquintadelordJames.

—Sí, Sandokán, y advertir a Ikaut que arme rápidamente el prao parahacerseenseguidaalamar,oenviarnossocorro.

—¿Ynosotrosdóndevamosaacampar?

—EnelsenderoqueconduceaVictoria.Desdeallípodremosverquiénseacercaalaquintaoquiénsaledeella,yenpocosmomentospodremostomarnuestrasmedidasparaimpedirallordquehuyasinsaberlonosotros.Siquieremarcharse de allí, tendrá que contar primero con nuestros cachorros, y yaveráscómolapeorpartedesdeluegonolallevamosnosotros.

—¿Ysiellordnosedecidieseamarcharse?

— ¡Por Júpiter!…Entonces asaltamos la quinta o buscaremos cualquierotromediopararaptaralamuchacha.

—De todosmodos, no llevemos las cosas a esos extremos,Yáñez.LordJamesescapazdematarasusobrinaantesqueverlacaerenmismanos.

—¡Pormilespingardas!

—Esunhombredecididoatodo,Yáñez.

—Entoncesjugaremosconastucia.

—¿Tienesalgúnplan?

—Lo encontraremos, Sandokán. No me consolaría jamás si ese bribóntuvieraqueromperlacabezaaesaadorablejoven.

— ¿Y yo? Sería la muerte del Tigre de Malasia, porque no podríasobrevivirsinlamuchachadeloscabellosdeoro.

—Desgraciadamentelosé—dijoYáñezconunsuspiro—.Esamujertehaembrujado.

—O,mejor,mehacondenado,Yáñez.¿Quiénhabríadichoqueundíayo,que no había sentido jamás latirmi corazón, que no sabía amarmás que elmar, lasbatallas terribles, losestragos, seríadomadoporunamuchacha,poruna hija de esa raza a la que yo había jurado una guerra de exterminio?

¡Cuandopiensoenestascosas,sientohervirmisangre,sientoquemisfuerzasse rebelan y que mi corazón tiembla de furor! Y, sin embargo, no podréromper jamás la cadena que me ata, Yáñez; no podré jamás borrar de mimenteaquellosojosazulesquemehanembrujado.Enfin,nohablemosmásdeesto,ydejemosquesecumplamidestino.

—UndestinoqueseráfatalparalaestrelladeMompracem,¿noescierto,Sandokán?—preguntóYáñez.

—Quizá—respondióelTigredeMalasiaconvozsorda.

Habíanllegadoentoncesalaorilladeunaselva.Alotroladoseextendíaunapequeñapraderacubiertadearbustosodegruposdearecasodegambir,cortada en su mitad por un ancho sendero, que parecía no obstante pocobatido,pueslahierbahabíacrecidonuevamente.

— ¿Será este el camino que conduce a Victoria? —preguntó Yáñez aSandokán.

—Sí—respondióeste.

—LaquintadelordJamesnodebedeestarlejos.

—Allá,detrásdeaquellosárboles,descubrolasempalizadasdeljardín.

—Perfecto—dijoYáñez.

SevolvióhaciaParanoa,quelehabíaseguidoconsushombres,yledijo:

—Veamontarlastiendasalaorilladelbosque,enunlugarprotegidoporalgunafrondosaespesura.

Elpiratanosehizorepetirlaorden.Despuésdehaberencontradounlugara propósito, hizo desplegar la tienda, protegiéndola a su alrededor con unaespeciedecercaformadaporramasyhojasdeplátano.

Allídebajopuso losvíveresquehabían transportadoyqueconsistíanenconservas, carne ahumada, bizcochos y algunas botellas de vino deEspaña.Despuéslanzóasusseishombresaderechaeizquierdaparabatirelbosque,conelfindeasegurarsedequenoseescondíaporallíningúnespía.

Sandokán yYáñez, después de haber llegado a doscientosmetros de lasempalizadasdeljardín,volvieronhaciaatrásysetendieronbajolatienda.

—¿Estássatisfechodelplan,Sandokán?—preguntóelportugués.

—Sí,hermano—respondióelTigredeMalasia.

—Noestamosmásque a doskilómetros del jardín, sobre el caminoqueconduceaVictoria.Siel lordquiereabandonar laquinta,severáobligadoapasarauntirodefusildenosotros.Enmenosdemediahorapodemosreunir

veintehombres,resueltos,decididosatodo,yenunahorapodemostenerconnosotrosatodalatripulacióndelprao.Sisemueve,lecaeremostodosencima.

—Sí, todos —dijo Sandokán—. Yo estoy dispuesto a todo, incluso aarrojaramishombrescontraunregimientoentero.

—Entonces comamos algo, hermanitomío—dijoYáñez, riendo—. Esteviajecitomatinalmehaabiertoelapetitodeunmodoextraordinario.

Habían devorado ya la comida y estaban fumando unos cigarrillos ychupeteandounabotelladewhisky,cuandovieronentrarprecipitadamenteaParanoa.

El bravo malayo tenía el rostro alterado y parecía presa de una vivaagitación.

— ¿Qué pasa? —preguntó Sandokán, levantándose rápidamente yalargandounamanohaciaelfusil.

—Alguien se acerca, capitán—dijoParanoa—.Heoído el galopede uncaballo.

—¿SeráalgúninglésquesedirigeaVictoria?

—No,TigredeMalasia;debedevenirdeVictoria.

—¿Estálejostodavía?—preguntóYáñez.

—Creoquesí.

—Ven,Sandokán.

Tomaron las carabinas y se lanzaron fuera de la tienda, mientras loshombres de la escolta se emboscaban en medio de los arbustos, montandoprecipitadamentelosfusiles.

Sandokán se dirigió hacia el sendero y se arrodilló, apoyando una orejacontra el suelo. La superficie de la tierra transmitía claramente el galopeapresuradodeuncaballo.

—Sí,unjineteseacerca—dijo,levantándoseágilmente.

—Teaconsejoquelodejespasarsinmolestarlo—dijoYáñez.

—¿Esopiensas?Loharemosprisionero,amigomío.

—¿Conquéobjeto?

—Puedellevaralaquintaalgúnmensajeimportante.

—Si lo atacamos se defenderá, disparará el mosquete, quizá también lapistola,ylasdetonacionespuedenseroídasporlossoldadosdelaquinta.

—Leharemoscaerennuestrasmanossindarletiempoaqueechemanoa

lasarmas.

—Esunacosaunpocodifícil,Sandokán.

—Alcontrario,esmuchomásfácildeloquecrees.

—Explícate.

—Elcaballovieneagalope,ypor tantonopodráevitarunobstáculo.Eljinete se verá arrojado de golpe y nosotros caeremos encima de él,impidiéndolereaccionar.

—¿Yquéobstáculovasapreparar?

—Paranoa,veacogerunasogaytráemelarápido.

—Comprendo —dijo Yáñez—. ¡Ah!… ¡Qué espléndida idea! ¡Sí,capturémoslo, Sandokán! ¡Por Júpiter, cómo lo utilizaremos!… ¡No habíacaídoenello!…

—¿Quénuevaideasetehaocurrido,Yáñez?

—Losabrásmástarde.¡Ah,ah!…¡Quéjuegomásbonito!

—¿Teríes?

—Tengomotivosparareírme.¡Yaverás,Sandokán,cómojugaremosconellord!¡Paranoa,dateprisa!

Elmalayo,ayudadoporlosdoshombres,habíatendidounasólidasogaatravésdelsendero,peromanteniéndolalosuficientementebajacomoparaquequedaraocultaentrelasaltashierbasquecrecíanenaquellugar.

Hecho esto, fue a esconderse con el kriss en la mano, mientras suscompañeros se colocaban más adelante para impedir al jinete continuar lacarrera,encasodequeescapasealaemboscada.

El galope se aproximaba rápidamente. Unos pocos segundos más y eljineteapareceríaalavueltadelsendero.

— ¡Ahí está! —murmuró Sandokán, que se había emboscado junto aYáñez.

Pocos instantes después un caballo, tras haber rebasado un boscaje, selanzabaalsendero.Lomontabaunapuestojovendeveintidósoveinticuatroaños,elcualvestíaeluniformede loscipayos indios.Parecíamuy inquieto,porque espoleaba furiosamente al caballo, lanzando a su alrededor miradassuspicaces.

—Atento,Yáñez—murmuróSandokán.

Elcaballo,fuertementeespoleado,selanzóhaciaadelante,galopandoala

carrerahacialasoga.Deprontoseleviocaerpesadamentealsuelo,agitandoenloquecidolaspatas.

Lospiratasestabanallí.Aunantesdequeelcipayopudierasalirdedebajodelcaballo,Sandokánseleechóencima,quitándoleelsable,mientrasJuiokoloderribabaalsuelo,colocándolesobreelpecholapuntadelkriss.

—Noopongasresistenciasiestimasenalgolavida—ledijoSandokán.

—¡Miserable!—exclamóelsoldado,intentandodefenderse.

Juioko, ayudado por otros piratas, lo ató bien y lo arrastró junto a unespeso boscaje, mientras Yáñez inspeccionaba el caballo, temiendo que sehubierarotounapataenlacaída.

—¡PorBaco!—exclamóelbuenportugués,queparecíacontentísimo—.Haréunbonitopapelen laquinta. ¡Yáñez, sargentode loscipayos!Heaquíunagraduaciónquedesdeluegonomeesperaba.

Atóel animalaunárboly seacercóaSandokán,queestaba registrandodetenidamentealsargento.

—¿Nada?—preguntó.

—Ningunacarta—respondióSandokán.

—Almenoshablará—dijoYáñez,clavandolosojosenelsargento.

—No—respondióeste.

— ¡Cuidado! —le dijo Sandokán con un tono que hacía temblar—.¿Adóndetedirigías?

—Estabapaseando.

—¡Habla!

—Hehablado—respondióelsargento,ostentandounatranquilidadquenopodíatener.

—¡Entoncesespera!

ElTigredeMalasiasesacódelacinturaelkrissylodirigióalagargantadelsoldado,diciéndoleconuntonoquenoponíaendudalaamenaza:

—¡Hablaotemato!

—No—respondióelsoldado.

El inglésemitióungritodedolor:elkriss lehabíaentradoen lacarneybebíasangre.

—Hablaré—agonizó el prisionero, que se había puesto pálido como uncadáver.

—¿Adóndeibas?—preguntóSandokán.

—AcasadelordJamesGuillonk.

—¿Paraqué?

El soldado vaciló, pero viendo al pirata aproximar de nuevo el kriss,prosiguió:

—ParallevarleunacartadelbaronetWilliamRosenthal.

UnrelámpagodefurorbrillóenlosojosdeSandokánaloíraquelnombre.

—¡Dameesacarta!—exclamóconvozronca.

—Estáenmicasco,escondidabajoelforro.Yáñezrecogióelsombrerodelcipayo,arrancóelforroehizosaltarfueralacarta,queabrióenseguida.

—¡Bah!…Cosasviejas—dijo,despuésdehaberlaleído.

—¿Quéescribeeseperrodelbaronet?—preguntóSandokán.

—AdvierteallorddenuestroinminentedesembarcoenLabuán.Dicequeun crucero ha visto a uno de nuestros barcos correr hacia estas costas y leaconsejaquevigileatentamente.

—¿Nadamás?

— ¡Oh, sí!Envíamil respetuosos saludos a tu queridaMarianna con unjuramentodeamoreterno.

— ¡Que Dios condene a ese maldito! ¡Ay de él el día en que me loencuentreenmicamino!

—Juioko—dijoelportugués,queparecíaobservarconprofundaatenciónlacaligrafíadelacarta—.Mandaunhombrealpraoyquemetraigapapeldecarta,plumaytintero.

— ¿Para qué quieres todos esos objetos? —preguntó Sandokán conestupor.

—Sonnecesariosparamiproyecto.

—¿Perodequéproyectoestáshablando?

—Delquevengomeditandodesdehacemediahora.

—Explícatedeunavez.

—¡Sinoquierohacerotracosa!VoyairalaquintadelordJames.

—¡Tú!…

—Yo,justamenteyo—respondióYáñezconperfectacalma.

—¿Perodequémodo?

—Enlapieldeesecipayo.¡PorJúpiter!¡Yaverásquébuensoldadohago!

—Empiezoacomprender.Teponeseluniformedel cipayo, finges llegardeVictoriay…

—Aconsejo al lord que se marche a su vez, para hacerlo caer en laemboscadaquetúleprepararás.

—¡Ah,Yáñez!—exclamóSandokán,dándoleunabrazo.

—Despacio,hermanitomío,nomerompasunbrazo.—Siloconsigues,telodeberétodo.

—Esperoconseguirlo.

—Peroteexponesaungranpeligro.

—¡Bah!Saldrédeesteenredoconhonorysindaño.

—Pero¿paraquéquiereseltintero?

—Paraescribirunacartaallord.

—Noteloaconsejo,Yáñez.Esunhombresuspicazysivequelosrasgosdelaletranosonexactos,puedehacertefusilar.

—Tienesrazón,Sandokán.Esmejorqueledigadepalabraloquequeríaescribirle.Vamos,hazdesnudaralcipayo.

AunaseñaldeSandokán,dospiratasdesataronalsoldadoylodespojarondeluniforme.Elpobresoldadosecreyóperdido.

—¿Vaisamatarme?—preguntóaSandokán.

—No—respondióeste—.Tumuertenomeseríadeningunautilidadyteperdono la vida; pero quedarás prisionero en mi prao mientras nosotrospermanezcamosaquí.

—Gracias,señor.

Yáñez, entretanto, se estaba vistiendo. El uniforme le venía un pocoestrecho,perotantohizo,queenpocotiempoestuvocompletamenteequipado.

—Mira,hermanitomío,quéhermososoldado—dijosujetándoseelsable—.Jamáscreíquetendríatanespléndidafigura.

—Sí, verdaderamente eres un hermoso cipayo —respondió Sandokánriendo—.Ahoradametusúltimasinstrucciones.

—Ahí van —dijo el portugués—. Tú quédate aquí emboscado en estesenderocontodosloshombresdisponiblesynotemuevas.Yoiréacasadellord,lediréquehabéissidoatacadosydispersados,peroquesehanvistootros

praos, y le aconsejaré que aproveche este buenmomento para refugiarse enVictoria.

—¡Magnífico!

—Ycuandopasemosporaquí,atacaréislaescolta,yotomaréaMariannaylallevaréalprao.¿Estamosdeacuerdo?

—¡Sí,ve,mivalerosoamigo!DileamiMariannaquelaamosiempreyquetengaconfianzaenmí.VeteyqueDiosteguarde.

—Adiós,hermanitomío—respondióYáñez,abrazándolo.

Saltóconagilidadalcaballodelcipayo,recogiólasbridas,desenvainóelsableypartió,silbandoalegrementeunaviejabarcarola.

VI.Yáñezenlaquinta

Lamisión del portugués era sin duda una de lasmás arriesgadas, de lasmás audaces que aquel valiente hombre había afrontado en su vida, porquehabríabastadounapalabra,unasolasospechaparacolgarloenlapicotadeunaantenaconunabuenacuerdaalcuello.

Noobstante,elpiratasepreparabaajugarlapeligrosacartacongranvalory conmucha calma, confiando en su propia sangre fría y sobre todo en subuenaestrella,quejamáshastaahorahabíadejadodeprotegerlo.

Seirguiófieramenteenlasilla,serizólosbigotesparahacermejorfigura,se acomodó el cabello inclinándolo con coquetería sobre la oreja y lanzó elcaballoalgalope,noahorrandoespoladasnilatigazos.

Trasuncuartodehoradeaquellafuriosacarreraseencontródeimprovisoanteunaverja,detrásdelacualseelevabalahermosaquintadelordJames.

— ¿Quién vive? —preguntó un soldado que estaba emboscado ante labarrera,escondidodetrásdeltroncodeunárbol.

—Eh,jovencito,bajaelfusil,quenosoyuntigreniunababirusa—dijoelportugués,deteniendoelcaballo—. ¡Por Júpiter!¿Novesquesoyuncolegatuyo,ymásaún,unsuperior?

—Excusad,perotengoordendenodejarpasaranadiesinsaberdepartedequiénvieneyquéesloquedesea.

—¡Animal!VengoaquíporordendelbaronetWilliamRosenthalyvoyacasadellord.

—¡Pasad!

Abrió labarrera, llamóaalgunoscompañerosquepaseabanporel jardínparaadvertirlesdéloqueocurríayseapartóaunlado.

—¡Humm!—dijoelportugués,encogiéndosedehombrosy lanzandoelcaballohaciaadelante—.Cuántasprecaucionesycuántomiedoreinaaquí.

Se detuvo delante de la casa y saltó a tierra, entre seis soldados que lohabíanrodeadoconlosfusilesenlamano.

—¿Dóndeestáellord?—preguntó.

—Ensugabinete—respondióelsargentoquemandabalapatrulla.

—Llevadmedeinmediatohastaél;tengoquehablarconélenseguida.

—¿VenísdeVictoria?

—Exactamente.

—¿YnooshabéisencontradoconlospiratasdeMompracem?

—Ni uno solo, camarada. Esos pillos tienenmuchas cosas que hacer enestosmomentosparaestarrondandoporaquí.Vamos,llevadmehastaellord.

—Venid.

El portugués hizo acopio de toda su audacia para afrontar al peligrosohombre y siguió al suboficial afectando la calma y la rigidez de la razaanglosajona.

—Esperadaquí—dijoelsargentodespuésdehaberlohechoentrarenunsalón.

Yáñez,alquedarsesolo,sepusoaobservarlotodoatentamente,paraversieraposibleungolpedemano,perotuvoqueconvencersedequetodatentativahabría resultado inútil, porque las ventanas eran altísimas y losmuros y laspuertasmuygruesos.

—Noimporta—murmuró—.Daremoselgolpeenelbosque.

Enaquelmomentovolvíaaentrarelsargento.

—Ellordosespera—dijo,indicándolelapuertaquehabíadejadoabierta.

Elportuguéssintióqueunescalofríocorríaporsushuesosypalidecióunpoco.

«Yáñezmío,séprudenteyfirme»,sedijo.

Entró con lamanoderecha enel sombreroy se encontró enunhermosogabinete, amueblado con mucha elegancia. En un rincón, sentado ante unamesadetrabajo,estabaellord,vestidosencillamentedeblanco,conelrostro

sombríoylamiradairacunda.

Miró en silencio a Yáñez, clavándole los ojos encima como si quisieraadivinarlospensamientosdelreciénllegado,yluegodijoenuntonocortante:

—¿VenísdeVictoria?

—Sí,milord—respondióYáñezconvozfirme.

—¿Departedelbaronet?

—Sí.

—¿Oshadadoalgunacartaparamí?

—Ninguna.

—¿Tenéisquedecirmealgunacosa?

—Sí,milord.

—Hablad.

—MehamandadoadecirosqueelTigredeMalasiahasidocercadoporlastropasenunabahíadelsur.

Ellordsepusoenpieconlosojosresplandecientesyelrostroradiante.

—¡ElTigrecercadopornuestrossoldados!—exclamó.

—Sí,yparecequetodohaterminadoparasiempreparaesepillo,porqueyanotienesalvación.

—Pero¿estáissegurodeloquedecís?—Segurísimo,milord.

—¿Quiénsoisvos?

—UnparientedelbaronetWilliam—respondióYáñezaudazmente.

—Pero¿cuántotiempohacequeosencontráisenLabuán?

—Quincedías.

—Entoncessabréistambiénquemisobrina…

—EslaprometidademiprimoWilliam—dijoYáñezsonriendo.

—Hetenidomuchogustoenconoceros,señor—dijoellord,estrechándolelamano—.Perodecidme,¿cuándofueatacadoSandokán?

—Estamañanaalalba,mientrasatravesabaunbosquealacabezadeunagranbandadepiratas.

— ¡Pero entonces ese hombre es el demonio! ¡Ayer por la tarde estabaaquí!¿Esposiblequeentanpocashorashayarecorridotantocamino?

—Sedicequellevabacaballosconsigo.

—Ahoraentiendo.¿YdóndeestámibuenamigoWilliam?

—Estáalacabezadelastropas.

—¿Estabaisvosconél?

—Sí,milord.

—¿Estánmuylejosdeaquílospiratas?

—Aunadecenademillas.

—¿Nooshadadoningúnotroencargo?

—MeharogadoqueosdigaqueabandonéisenseguidalaquintayqueosllevesintardanzaaVictoria.

—¿Porqué?

—Vossabéis,milord,quéclasedehombreeselTigredeMalasia.Tieneconélochentahombres,ochentacachorros,ypodríavenceranuestrastropas,atravesar enun relámpago losbosquesy lanzarse sobre laquinta.El lord lomiró en silencio, como si hubiera sido golpeado por aquel razonamiento, yluegodijocomohablandoconsigomismo:

—Enefecto, esopodría suceder.Bajo los fuertesy lasnavesdeVictoriamesentiríamásseguroqueaquí.EsequeridoWilliamtienerazón,tantomáscuantoqueelcaminoestálibreporelmomento.¡Ah,miseñorasobrina,yoosarrancaréesapasiónque tenéisporesehéroedehorca!¡Aunque tuvieraquedespedazaroscomounacaña,meobedeceréisyoscasaréisconelhombrequeoshedestinado!

Yáñezllevóinvoluntariamentelamanoalaempuñaduradelsable,perosecontuvo,comprendiendoquelamuertedelferozviejonohabríaconducidoanada,contantossoldadoscomoseencontrabanenlaquinta.

—Milord—dijoencambio—,¿mepermitísvisitaramifuturaprima?

—¿TenéisalgoquedecirledepartedeWilliam?

—Sí,milord.

—Vaarecibirosmal.

—No me importa, milord —respondió Yáñez, sonriendo—. Yo lecomunicaréloquemedijoWilliam,yluegovolverérápidamenteaquí.

Elviejocapitánapretóunbotón.Uncriadoentróenseguida.

—Llevadaesteseñorhastamilady—dijoellord.

—Gracias—respondióYáñez.

—Trataddeconvencerlaydespuésvolvedaquí,quevamosacenarjuntos.

Yáñez se inclinó y siguió al criado, que lo introdujo en un saloncitotapizadodeazulyadornadoconungrannúmerodeplantasqueesparcíanasualrededordeliciososperfumes.

Elportuguésdejóquesalieseelcriado, luegoseadentró lentamente,y,através de las plantas que transformaban aquel saloncito en un invernadero,descubrióunaformahumana,cubiertaporunavestidurablanca.

Apesardequeestabapreparadoparacualquiersorpresa,nopudoreprimirungritodeadmiraciónanteaquellaespléndidajovencita.

Estaba echada, en una delicada postura, con un abandono lleno demelancolía,sobreunaotomanaoriental,decuyasedosatelabrotabandestellosdeoro.Conunamanososteníasucabecita,delaquecaíancomounalluviadeoro aquellos espléndidos cabellos que eran la admiraciónde todos, y con laotra estrujaba nerviosamente las flores que tenía a su lado. Estaba sombría,pálida,ysusojosazules,ordinariamentetantranquilos,despedíanrelámpagos,quetraicionabansumalreprimidacólera.

AlveraYáñezacercarse,sesobresaltóysepasóvariasveceslamanoporla frente, como si se despertase de un sueño, y clavó en él una penetrantemirada.

—¿Quiénsoisvos?—preguntóconvoztemblorosa—.¿Quiénoshadadopermisoparaentraraquí?

—El lord,milady—respondióYáñez, devorando con los ojos a aquellacriaturaqueencontraba inmensamentebella,muchomásdecuanto lahabíadescritoSandokán.

—¿Yquéqueréisdemí?

—Una pregunta ante todo —dijo Yáñez, mirando a su alrededor paracerciorarsedequeestabansolos.

—Hablad.

—¿Creéisquealguienpuedeoírnos?

Ella frunció la frente y lo miró fijamente, como si quisiera leer en sucorazónyadivinarelmotivodeaquellapregunta.

—Estamossolos—respondióluego.

—Puesbien,milady,yovengodemuylejos…

—¿Dedónde?

—¡DeMompracem!

Marianna se puso en pie como empujada por un muelle y su palidezdesapareciócomoporensalmo.

— ¡DeMompracem!—exclamó, ruborizándose—. ¡Vos…, un blanco…,uninglés!…

—Osequivocáis,ladyMarianna;yonosoyinglés:¡yosoyYáñez!

—¡Yáñez,elamigo,elhermanodeSandokán!¡Ah,señor,quétemeridadentrar en esta quinta! Decidme, ¿dónde está Sandokán? ¿Qué hace? ¿Se hasalvadooestáherido?Habladmedeélomeharéismorir.

—Bajadlavozmilady,lasparedespuedenteneroídos.

—Habladmedeél,valerosoamigo,habladmedemiSandokán.

—Estávivotodavía,másvivoqueantes,milady.Conseguimosescaparalapersecución de los soldados sin demasiado esfuerzo y sin recibir ningunaherida. Sandokán se encuentra ahora emboscado en el sendero que lleva aVictoria,dispuestoaraptaros.

—¡Ah,Diosmío,cuántoosagradezcoquelohayáisprotegido!—exclamólajovencitaconlágrimasenlosojos.

—Escuchadmeahora,milady.

—Hablad,mivalienteamigo.

—Hevenidoaquíparaconvenceral lorddequeabandone laquintayseretireaVictoria.

—¡AVictoria!Pero,cuandohayamosllegadoallí,¿cómomeraptaréis?

—Sandokán no esperará tanto, milady —dijo Yáñez sonriendo—. Estáemboscadoconsushombres,atacarálaescoltayosraptaráapenassalgáisdelaquinta.

—¿Ymitío?

—Lotrataremosbien,osloaseguro.

—¿Ymeraptaréis?

—Sí,milady.

—¿YdóndemellevaráSandokán?

—Asuisla.

Mariannainclinólacabezasobreelpechoycalló.

—Milady—dijoYáñezconvozgrave—.Notemáis:Sandokánesunodeesos hombres que saben hacer feliz a la mujer que aman. Fue un hombreterrible, incluso cruel, pero el amor loha cambiado,yos juro, señorita, que

jamásosarrepentiréisdehaberosconvertidoenlaesposadelTigredeMalasia.

—Os creo—respondió Marianna—. ¿Qué importa que su pasado fueraterrible, que haya inmolado víctimas a centenares, que haya cometidovenganzasatroces?Élmeadora,élharápormítodoloqueyolediga,yoharédeélotrohombre.Yoabandonarémiisla,élabandonarásuMompracem,nosiremoslejosdeestosmaresfunestos,tanlejosquenovolvamosaoírhablardeellos. En un rincón del mundo, olvidados de todos, pero felices, viviremosjuntosynadiesabrájamásqueelmaridodelaPerladeLabuáneselantiguoTigredeMalasia,elhombredelaslegendariasempresas,elhombrequehizotemblara los reinosyquederramótantasangre. ¡Sí,yoserésuesposa,hoy,mañana,siempre,ysiempreloamaré!

—¡Ah,divinalady!—ExclamóYáñez,cayendoderodillasasuspies—.Decidmequépuedohacerporvos,porliberarosyconducirosaSandokán,mibuenamigo,mibuenhermano.

—Yahabéishechodemasiadoviniendoaquíyosestaréagradecidahastalamuerte.

—Esonobasta;hayqueconvencerallorddequeseretireaVictoria,paradaraSandokánocasióndeactuar.

—Pero si hablo yo, mi tío, que se ha vuelto extremadamente suspicaz,temerácualquiertraiciónynoabandonarálaquinta.

—Tenéis razón, adorable milady. Pero creo que ya ha decidido dejar laquintayretirarseaVictoria.Sitienealgunaduda,yotratarédedisipársela.

—Estadenguardia,señorYáñez,porqueesbastantedesconfiadoypodríasospechar algo. Sois blanco, es cierto, pero ese hombre quizá sepa queSandokántieneunamigodepielpálida.

—Seréprudente.

—¿Osesperaellord?

—Sí,milady,mehainvitadoacenar.

—Andad,noseaquesospeche.

—¿Yvendréisvos?

—Sí,mástardevolveremosavernos.

—Adiós,milady—dijoYáñez,besándolecaballerosamentelamano.

—Andad,noblecorazón;noosolvidaréjamás.

Elportuguéssaliócomoembriagado,deslumbradoporaquellaespléndidacriatura.

— ¡Por Júpiter! —Exclamó, dirigiéndose hacia el gabinete del lord—.Jamás he visto una mujer tan bella, y realmente empiezo a envidiar a esegranujadeSandokán.

Ellordleesperabapaseandodeunladoaotro,conlafrentefruncidaylosbrazosestrechamentecruzados.

—Ybien, joven,¿qué taloshaacogidomisobrina?—preguntóconvozduraeirónica.

—Parece que no le gusta oír hablar de mi primo William—respondióYáñez—.Pocofaltóparaecharmefuera.

Ellordsacudiólacabezaysusarrugassehicieronmásprofundas.

—¡Siempreigual!¡Siempreigual!—murmuróconlosdientesapretados.

Se puso a pasear de nuevo, encerrado en un silencio feroz, agitandonerviosamente los dedos, y luego, deteniéndose delante de Yáñez, que lomirabasinhacerungesto,lepreguntó:

—¿Quémeaconsejáishacer?

—Yaoshedicho,milord,quelomejorquepuedehacerseesiraVictoria.

—Esverdad.¿CreéisvosquemisobrinapodráamarundíaaWilliam?—lepreguntó.

—Esoespero,milord,peroantesesprecisoquemueraelTigredeMalasia—respondióYáñez.

—¿Conseguiránmatarlo?

—LabandaestácercadapornuestrastropasylasmandaWilliam.

—Siesverdad,lomataráosedejarámatarporSandokán.Conozcoaesejoven:esdiestroyvaleroso.Callóotravezyseasomóalbalcón,mirandoelsolquecaíalentamente.Volvióalospocosminutos,diciendo:

—¿Entoncesvosmeaconsejáispartir?

—Sí,milord—respondióYáñez—.Aprovechad esta buena ocasión paraabandonarlaquintayrefugiarosenVictoria.

— ¿Y si Sandokán hubiera dejado emboscados algunos hombres en losalrededoresdeljardín?Mehandichoqueestabaconélesehombreblancoquese llama Yáñez, un hombre tan audaz que quizá no cede ni al Tigre deMalasia.

«Gracias por el cumplido»,murmuróYáñez en su corazón, haciendo unesfuerzosupremoparacontenerlarisa.

Luego,mirandoallord,dijo:

—Milord,tenéisunaescoltasuficientepararechazarunataque.

—Antes era numerosa, pero ahora no lo es. He tenido que devolver algobernador deVictoriamuchos hombres, porque tenía urgente necesidad deellos.Vossabéisquelaguarnicióndelaislaesmuyescasa.

—Esoesverdad,milord.

El viejo capitán se había puesto a pasear con cierta agitación. Parecíaatormentadoporungravepensamientooporunaprofundaperplejidad.

Depronto,seacercóbruscamenteaYáñez,preguntándole:

—Nooshabéisencontradoconnadiealveniraquí,¿verdad?

—Connadie,milord.

—¿Nohabéisnotadonadasospechoso?

—No,milord.

—Entonces,¿sepodríaintentarlaretirada?

—Yocreoquesí.

—Puesyolodudo.

—¿Quédudáis,milord?

—Quetodoslospiratassehayanido.

—Milord,yonotengomiedodeesosgranujas.¿Queréisquedéunavueltaporestosalrededores?

—Osloagradecería.¿Queréisunaescolta?

—No,milord.Prefieroiryosolo.Unhombrepuedepasarpormediodelosbosques sin llamar la atención de los enemigos,mientras quemás hombresdifícilmentepodríanescaparalavigilanciadeuncentinela.

—Tenéisrazón,joven.¿Cuándosaldréis?

—Enseguida.Enunpardehorassepuedehacermuchocamino.

—Elsolestáapuntodeponerse.

—Mejorasí,milord.

—¿Notenéismiedo?

—Cuandovoyarmadonotemoanadie.

—Buenasangre lade losRosenthal—murmuróel lord—.Andad, joven;osesperoacenar.

—¡Ah,milord!¡Unsoldado!…

—¿No sois acaso un caballero?Y dentro de poco podemos llegar a serparientes.

—Gracias,milord—dijoYáñez—.Dentro de un par de horas estaré devuelta. Saludó militarmente, se puso el sable bajo el brazo y bajóflemáticamentelaescalera,adentrándoseeneljardín.

«Vamos a buscar a Sandokán» —murmuró, cuando se hubo alejado—.¡Diantre! ¡Hay que tener contento al lord! ¡Ya verás, amigo mío, quéexploración voy a hacer! Puedes estar seguro desde ahora de que no voy aencontrar ni rastro de piratas. ¡Por Júpiter! ¡Quémagnífica trampa!No creíqueibaatenertansoberbiosresultados.Lacosanoserátaninocente,peroesetunantedemihermanosecasaráconlamuchachadeloscabellosdeoro.¡PorBaco!

«¡No tiene ni una pizca de mal gusto el amigo! Jamás he visto unamuchacha tan bonita y tan delicada. Pero, después, ¿qué sucederá? PobreMompracem,teveoenpeligro.Enfin,nopensemoseneso.Sitodotienequeacabar mal, iré a terminar mi vida a alguna ciudad de Extremo Oriente, aCantónoaMacao,ymedespedirédeestoslugares».

Hablando así consigo mismo, el bravo portugués había atravesado unapartedelextensojardín,deteniéndosedelantedeunadelasbarreras.

—Abridme,amigo—dijoYáñez.

—¿Osmarcháis,sargento?

—No,voyaexplorarlosalrededores.

—¿Ylospiratas?

—Yanohayningunoporestoslugares.

—¿Queréisqueosacompañe,sargento?

—Esinútil.Estarédevueltadentrodeunpardehoras.

Salió de la verja y se encaminó por el sendero que conducía aVictoria.Mientras estuvo bajo las miradas del centinela procedía lentamente, peroapenas se vio protegido por la vegetación apresuró el paso,metiéndose pormediodelosárboles.

Había recorrido doscientos o trescientos metros, cuando vio un hombrelanzarsefueradeunarbustoycerrarleelpaso.Enseguidaleapuntóunfusil,mientrasunavozamenazantelegritaba:

—¡Rendíososoismuerto!

—¿Asíqueyanosemereconoce?—DijoYáñez,quitándoseelsombrero—.Notienesbuenavista,queridoParanoa.

—¡ElseñorYáñez!—exclamóelmalayo.

—Encarneyhueso,amigomío.¿QuéhacesaquítancercadelaquintadelordGuillonk?

—Espiabalacerca.

—¿DóndeestáSandokán?

—Aunamilladeaquí.¿Tenemosbuenasnoticias,señorYáñez?

—Nopodríansermejores.

—¿Quédebohacer,señor?

—CorrerdondeSandokánydecirlequeleesperoaquí.Almismotiempo,transmiteaJuiokolaordendequeprepareelprao.

—¿Nosvamos?

—Quizáestamismanoche.

—Voyenseguida.

—Unmomento:¿hanllegadolosdospraos?

—No,señorYáñez,yyaempezamosatemerquesehayanperdido.

— ¡Por Júpiter tonante! Tenemos poca suerte en nuestras expediciones.¡Bah! Tendremos hombres suficientes para abatir la escolta del lord. Vete,Paranoa,ydateprisa.

—Desafíoauncaballo.

El pirata partió con la velocidad de una flecha. Yáñez encendió uncigarrilloyluegosetendióbajounasoberbiaareca,fumandotranquilamente.Nohabíantranscurridoveinteminutos,cuandovioavanzaraSandokán.VeníaacompañadodeParanoaydeotroscuatropiratasarmadoshastalosdientes.

— ¡Yáñez, amigo mío! —Exclamó Sandokán, precipitándose a suencuentro—. ¡Cuánto he temido por ti!… ¿La has visto? ¡Háblame de ella,hermanomío!…¡Cuéntame!…¡Ardodecuriosidad!

—Corres como un crucero—dijo el portugués, riendo—.Como ves, hecumplidomimisióndeverdadero inglés,e inclusodeunverdaderoparientedel bribón del baronet. ¡Qué acogimiento, amigomío!Nadie ha dudado unsoloinstantedemí.

—¿Nisiquieraellord?

—¡Oh!…¡Élmenosquenadie!Bástatesaberquemeaguardaparacenar.

—¿YMarianna?

—Lahevisto,ylaheencontradotanhermosaquehetenidoquevolverlacabeza.Cuandodespuéslahevistollorar…

—¡Lahasvistollorar!…—gritóSandokánconuntonoqueteníaalgodedesgarrador—. ¡Dime quién ha sido el que la ha hecho derramar lágrimas!¡Dímelo, e iré a arrancar el corazón al maldito que ha hecho llorar a esosbellosojos!

—¿Tehasvueltohidrófobo,Sandokán?…Llorabaporti.

—¡Ah,sublimecriatura!—Exclamóelpirata—.Cuéntamelotodo,Yáñez,teloruego.

Elportuguésnoselohizorepetirylecontóprimeroloquehabíasucedidoentreélyellordyacontinuaciónsuconversaciónconlamuchacha.

—El viejo parece decidido a partir—concluyó—, así que ahora puedesestar seguro de que no volverás solo a Mompracem. Pero sé prudente,hermano,porquehaybastantessoldadosenel jardíny tendremosque lucharbienpara reducir laescolta.Yademás,nome fíomuchodeeseviejo.Seríacapazdematarasusobrinaantesquedejárselaarrebatarporti.

—¿Volverásaverlaestanoche?

—Desdeluego.

—¡Ah!…¡Sipudieraentraryotambiénenlaquinta!…

—¡Quélocura!

—¿Cuándosepondráenmarchaellord?

—Nolosétodavía,perocreoqueestanochetomaráunadecisión.

—¿Vaasalirestamismanoche?

—Losupongo.

—¿Cómopodersaberloconcerteza?

—Nohaymásqueunmedio.

—¿Cuál?

—Mandaaunodenuestroshombresalquioscochinooal invernaderoyqueaguardeallímisórdenes.

—¿Haycentinelasdiseminadosporeljardín?

—Noloshevistomásqueenlasverjas—respondióYáñez.

—¿Ysifueseyoalinvernadero?

—No, Sandokán. Tú no debes abandonar este sendero. El lord podríaprecipitar lamarcha, y tu presencia es necesaria aquí para guiar a nuestroshombres.Biensabesquevalespordiez.

—Mandaré a Paranoa.Es hábil, es prudente y llegará al invernadero sinquelodescubran.Apenassehayapuestoelsol,saltarálacercaeiráaesperartusórdenes.

Sequedóunmomentosilenciosoyluegodijo:

—¿Ysiellordcambiasedeopiniónysequedaseenlaquinta?

—¡Diablo!¡Seríaunfeoasunto!

—¿Nopodríasabrirnostúlapuertaamedianocheydejarnosentrarenlaquinta?¿Yporquéno?…Mepareceunproyectofactible.

—Yamímeparecedifícil,Sandokán.Laguarniciónesnumerosa,podríanatrincherarseen lashabitacionesyoponeruna largaresistencia.Yademásellord, si se viera perdido, podría dejarse llevar de la ira y disparar supistolacontralamuchacha.Notefíesdeesehombre,Sandokán.

—Esverdad—dijoelTigreconunsuspiro—.¡LordJamesseríacapazdeasesinaralamuchacha,antesquedejárselaarrebatarpormí!

—¿Esperarás?

—Sí, Yáñez. Pero si no se decide a marchar pronto, intentaré un golpedesesperado.Nopodemosquedarnosmuchotiempoaquí.Esprecisoqueraptea la muchacha antes que en Victoria se sepa que estamos aquí y que enMompracemhaypocoshombres.Temopormi isla.Si la perdiéramos, ¿quéseríadenosotros?…Estánallínuestrostesoros.

—Intentaré convencer al lord de que apresure la marcha. Entretanto,manda armar el prao y reunir aquí a toda la tripulación.Hayque romper laescoltadeimproviso,paraimpedirqueellordsedejearrastraracualquieractodesesperado.

—¿Haymuchossoldadosenlaquinta?

—Unadocenayotrostantosindígenas.

—Entonceslavictoriaestáasegurada.Yáñezselevantó.

—¿Vuelves?—lepreguntóSandokán.

—Nosedebehaceresperarauncapitánqueinvitaacenaraunsargento—respondióelportugués,sonriendo.

—¡Cuántoteenvidio,Yáñez!

—Ynoporlacena,¿eh,Sandokán?Mañanaverásalajoven.

—Esoespero—respondióelTigreconunsuspiro—.Adiós,amigo,veteyconvéncelo.

—DentrodedosotreshorasveréaParanoa.

—Teesperaráhastamedianoche.

Seestrecharonlamanoysesepararon.

Mientras Sandokán y sus hombres se lanzaban enmedio de la espesura,Yáñez encendió un cigarrillo y se encaminó hacia el jardín, avanzando conpasotranquilo,comosienvezdeunaexploraciónvolviesedeunpaseo.

Pasódelantedelcentinelaysepusoapasearporeljardín,puestodavíaerademasiadoprontoparapresentarseallord.

AlavueltadeunsenderoseencontróconladyMarianna,queparecíaestarbuscándolo.

—¡Ah,milady,quésuerte!—exclamóelportugués,inclinándose.

—Osbuscaba—respondiólajoven,ofreciéndolelamano.

—¿Tenéisquedecirmealgunacosaimportante?

—Sí,quedentrodecincohorassalimosparaVictoria.

—¿Oslohadichoellord?

—Sí.

—Sandokán está preparado, milady: los piratas han sido advertidos yaguardanalaescolta.

—¡Diosmío!—murmuróella,cubriéndoseelrostroconlasmanos.

—Milady,enestosmomentoshayqueserfuertesyresueltos.

—Ymitío…meaborreceráymemaldecirá.

—PeroSandokánosharáfeliz,lamásfelizdelasmujeres.

Dos lágrimas descendían lentamente por las rosadas mejillas de lajovencita.

—¿Lloráis?—dijoYáñez—.¡Ah,nolloréis,ladyMarianna!

—Tengomiedo,Yáñez.

—¿DeSandokán?

—No,delfuturo.

—Seráalegre,porqueSandokánharáloquevosqueráis.Élestádispuestoaincendiarsuspraos,adispersarsusbandas,aolvidarsusvenganzas,adarun

adiósparasiempreasuislayaderribarsupoderío.Bastaráunasolapalabravuestraparadecidirlo.

—Entonces,¿meamataninmensamente?

—Conlocura,milady.

—¿Peroquiénesesehombre?¿Porquétantasangreytantasvenganzas?¿Dedóndehavenido?

—Escuchadme,milady—dijoYáñez, ofreciéndole el brazo y llevándolapor un sendero en sombra—.Lamayor parte cree queSandokánno esmásque un vulgar pirata, venido de las selvas deBorneo, ávido de sangre y depresas, pero se equivocan: él es de estirpe real y no es un pirata, sino unvengador. Tenía veinte años cuando subió al trono de Muluder, un reinosituado junto a las costas septentrionales de Borneo. Fuerte como un león,fierocomounhéroedelaantigüedad,audazcomountigre,valientehastalalocura, poco tiempo después había vencido a todos los pueblos vecinos,extendiendo las propias fronteras hasta el reino de Varauni y el río Koti.Aquellas hazañas fueron fatales para él. Ingleses y holandeses, celosos deaquellanuevapotenciaqueparecíaquerersubyugaralaislaentera,sealiaronconelsultándeBorneoparaaplastaralaudazguerrero.Primeroeloro,ylasarmas más tarde, acabaron por destrozar el nuevo reino. Unos traidoressublevaronavariospueblos;sicariosmercenariosasesinaronalamadreyaloshermanos de Sandokán; bandas poderosas invadieron el reino en varioslugares, corrompiendo a los jefes, corrompiendo a las tropas, saqueando,descuartizandoycometiendoatrocidades inauditas.EnvanoSandokán luchóconelfurordeladesesperación,abatiendoalosunosyaplastandoalosotros.Lastraicionesllegaronasumismopalacio,susfamiliarescayerontodosbajoelhierrodelosasesinospagadosporlosblancos,yél,enunanochedefuegoyde estragos, pudo a duras penas salvarse con una pequeña cuadrilla devalientes.AnduvoerrantedurantevariosañosporlascostasseptentrionalesdeBorneo,unasvecesperseguidocomounafieraferoz,otrassinvíveres,presademiserias inenarrables,esperandoreconquistarsu tronoperdidoyvengarasufamiliaasesinada,hastaqueunanoche,desesperadoyadetodoydetodos,seembarcóenunprao,jurandoguerraatrozatodalarazablancayalsultándeVarauni.DesembarcóenMompracem,consolidóasushombresysededicóapiratear por el mar. Era fuerte, valiente, intrépido y sediento de venganza.Devastó las costas del sultán, atacó barcos holandeses e ingleses, no dandotregua ni cuartel. Se convirtió en el terror de los mares, se convirtió en elterribleTigredeMalasia.Vosyasabéiselresto.

—¡Entoncesesunvengadordesufamilia!—exclamóMarianna,dejandodellorar.

—Sí,milady,unvengadorquelloraamenudoasumadreyasushermanos

y hermanas caídos bajo el hierro de los asesinos; un vengador que jamáscometióaccionesinfames,querespetóentodotiempoalosdébiles,quetratóbien a lasmujeres y a los niños, que saquea a sus enemigos no por sed deriqueza, sino para levantar un día un ejército de valientes y reconquistar elreinoperdido.

—¡Ah,cuántobienmehanhechoestaspalabras,Yáñez!—dijolajoven.

—¿EstáisdecididaahoraaseguiralTigredeMalasia?

—Sí, soy suya porque lo amo, hasta el punto de que sin él la vida seríaparamíunmartirio.

—Volvamosentoncesacasa,milady.Diosvelarápornosotros.

Dos lágrimas descendían lentamente por las rosadas mejillas de lajovencita.

Yáñezcondujoalajovenacasaysubieronalcomedor.Ellordyaestabaallíysepaseabadeunladoaotroconlarigidezdeunverdaderoinglésnacidoen las orillas del Támesis. Estaba sombrío como antes y tenía la cabezainclinadasobreelpecho.

AlveraYáñezsedetuvo,diciendo:

—¿Estáisaquí?Temíaqueoshubieraocurridoalgunadesgraciafueradeljardín.

—He querido asegurarme con mis propios ojos de que no hay ningúnpeligro,milord—respondióYáñeztranquilamente.

—¿NohabéisvistoaningunodeesosperrosdeMompracem?

—Ninguno,milord;podemosiraVictoriacontodaseguridad.

El lordsequedócalladoduranteunos instantes; luego,volviéndosehaciaMarianna,quesehabíaquedadojuntoaunaventana:

—¿HabéisoídoquenosvamosaVictoria?—ledijo.

—Sí—respondióellasecamente.

—¿Vendréis?

—Sabéisperfectamentequetodaresistenciapormiparteseríainútil.

—Creíquetendríaquearrastrarosalafuerza.

—¡Señor!

Elportuguésviobrillarunallamaamenazanteenlosojosdelajoven,perosiguióensilencio,aunquesentíaundeseoirresistiblededarunsablazoaaquelviejo.

—¡Bah!—Exclamóellordconmayorironía—.¿Acasoyanoamáisaesehéroedecuchillo,puesconsentísenveniraVictoria?¡Recibidmisparabienes,señora!

—¡Nosigáis!—exclamólajovenconuntonoquehizotemblaralmismolord.Estuvieronalgunosinstantesensilencio,mirándoseelunoalotrocomodosfierasqueseprovocanantesdedestrozarsemutuamente.

—Ocedesotedespedazaré—dijoellordconvozfuribunda—.AntesqueteconviertasenlamujerdeeseperroquesellamaSandokán,temataré.

—Hacedlo—dijoella,acercándoseconaireamenazador.

— ¿Quieres hacerme una escena? Sería inútil. Sabes perfectamente quesoyinflexible.Veteahacertuspreparativosparalamarcha.

La joven se había detenido. Intercambió conYáñezuna rápidamiradayluegosaliódelahabitación,cerrandoviolentamentelapuerta.

—Yalahabéisvisto—dijoellord,volviéndosehaciaYáñez—.Creepoderdesafiarme,peroseequivoca.¡ViveDiosqueladespedazaré!

Yáñez, en vez de responder, se secó unas gotas de sudor frío que leperlaban la frente y cruzó los brazos para no ceder a la tentación de echarmano al sable. Habría dado la mitad de su sangre por deshacerse de aquelterribleviejo,alqueahorasabíacapazdetodo.

El lordpaseópor lahabitaciónduranteunosminutos,ydespués indicóaYáñezquesesentaraalamesa.

Lacenatranscurrióensilencio.Ellordapenastocólacomida;encambioel portugués hizomucho honor a los diversos platos, como hombre que nosabecuándopodrávolveracomer.

Apenashabíanterminado,cuandoentróuncabo.

—¿Mehamandadollamarvuestraexcelencia?—preguntó.

—Dialossoldadosqueesténpreparadosparalamarcha.

—¿Aquéhora?

—Saldremosdelaquintaamedianoche.

—¿Acaballo?

—Sí,yasegúratedequetodoscambianlacargaalosfusiles.

—Suexcelenciaseráservido.

—¿Iremostodos,milord?—preguntóYáñez.

—Nodejaréaquímásquecuatrohombres.

—¿Esnumerosalaescolta?

—Secompondrádedocesoldadosdeplenaconfianzaydediezindígenas.

—Contalesfuerzasnotenemosnadaquetemer.

—Vos no conocéis a los piratas de Mompracem, joven. Sí nosencontrásemosconellos,nosédequiénseríalavictoria.

—¿Mepermitís,milord,bajaraljardín?

—¿Quévaisahacer?

—Vigilarlospreparativosdelossoldados.

—Andad,joven.

El portugués salió y bajó rápidamente la escalera,murmurando: «Esperollegar a tiempo para avisar a Paranoa. Sandokán va a preparar una bonitaemboscada».

Pasó delante de los soldados sin detenerse y, orientándose lomejor quepudo, tomó una senda que debía conducirlo a las inmediaciones delinvernadero.Cincominutosdespués se encontrabaenmediodelbosquecillodeplátanos,allídondehabíahechoprisioneroalsoldadoinglés.

Miróasualrededorparaasegurarsedequenohabíasidoseguido,luegoseacercóalinvernaderoyempujólapuerta.

Deprontoviounasombranegraenderezarseanteél,mientrasunamanoleapuntabaalpechoconunapistola.

—Soyyo,Paranoa—dijo.

—¡Ah!Vos,patrónYáñez.

—Veteenseguida,sinparar,yavisaaSandokánquedentrodeunashorasabandonaremoslaquinta.

—¿Dóndetenemosqueesperaros?

—EnelsenderoqueconduceaVictoria.

—¿Seréismuchos?

—Unosveinte.

—Voyenseguida.Hastalavista,señorYáñez.

El malayo se lanzó al sendero, desapareciendo en medio de la oscurasombradelasplantas.

CuandoYáñezregresóalacasa,ellordbajabalaescalera.Sehabíaceñidoelsableyllevabaunacarabinaenbandolera.

Laescoltaestabalistaparapartir.Secomponíadeveintidóshombres,doceblancosydiezindígenas,todosarmadoshastalosdientes.

Ungrupodecaballospiafabajuntoalaverjadeljardín.

—¿Dóndeestámisobrina?—preguntóellord.

—Ahíestá—respondióelsargentoquemandabalaescolta.

Enefecto,ladyMariannabajabaenaquelmomentolaescalinata.

Ibavestidadeamazona,conunachaquetilladeterciopeloazulyunlargovestido del mismo tejido, traje y color que hacían resaltar doblemente supalidez y la belleza de su rostro. En la cabeza llevaba un elegante gorroadornadodeplumas,inclinadosobresusdoradoscabellos.

Elportugués,quelaobservabaatentamente,viotemblardoslágrimasbajosuspárpadosyunavivaansiedadprofundamentepintadaensurostro.

Yano era la enérgicamuchacha, deunashoras antes, quehabía habladocontantofuegoytantaferocidad.Laideadeunraptoenaquellascondiciones,laideadetenerqueabandonarparasiempreasutío,elúnicofamiliarquelequedaba, que no la quería, era cierto, pero que había tenido con ella tantasatenciones en su juventud, la idea de tener que abandonar para siempreaquelloslugaresparaarrojarseaunporveniroscuro,incierto,enlosbrazosdeunhombrequesellamabaelTigredeMalasia,parecíaaterrarla.

Cuando subió al caballo, no pudo reprimir las lágrimas, que le cayeronabundantemente,yalgunossollozoslelevantaronelseno.

Yáñezdirigiósucaballohaciaeldeellayledijo:

—Ánimo,milady;elporvenirserárisueñoparalaPerladeLabuán.

A una orden del lord el grupo se puso enmarcha, saliendo del jardín ytomandoelsenderoqueconducíaalaemboscada.

Seissoldadosabríanlamarchaconlascarabinasenlamanoylosojosfijosen los lados del sendero, para no ser sorprendidos; seguían el lord, despuésYáñezylajovenlady,flanqueadosporotroscuatrosoldados,ytraslosotros,engrupocerrado,conlasarmasapoyadasdelantedelasilla.

A pesar de las noticias traídas por Yáñez, todos desconfiaban yescudriñabanconprofundaatenciónlasselvascircundantes.Ellordparecíanopreocuparsedeello,perodecuandoencuandosevolvíalanzandoaMariannaunamirada en la que se leía una grave amenaza. Se comprendía que aquelhombreestabadispuestoamatarasusobrinaalaprimeratentativaporpartedelospiratasdelTigre.

AfortunadamenteYáñez,quenoloperdíadevista,sehabíadadocuentade

sus siniestras intenciones y estaba preparado para proteger a la adorablemuchacha.

Habían recorrido, en elmás profundo silencio, cerca de dos kilómetros,cuandoaladerechadelsenderoseoyódeimprovisounligerosilbido.

Yáñez, que ya estaba esperando el ataque de un momento a otro,desenvainóelsableysecolocóentreellordyladyMarianna.

—¿Quéhacéis?—preguntóellord,quesehabíavueltobruscamente.

—¿Nohabéisoído?—preguntóYáñez.

—¿Unsilbido?

—Sí.

—¿Yqué?

—Esoquieredecir,milord, que estamoscercadospormis amigos—dijoYáñezfríamente.

— ¡Ah, traidor!—aulló el lord, sacando su sabley lanzándose contra elportugués.

—¡Demasiadotarde,señor!—gritóeste,arrojándosedelantedeMarianna.

Enefecto,enaquelmismomomentodosdescargasmortíferassalierondelosdosladosdelsendero,arrojandoatierraacuatrohombresysietecaballos;luegotreintahombres,treintacachorrosdeMompracem,seprecipitaronfueradel bosque, dando gritos indescriptibles y cargando furiosamente contra elgrupo.Sandokán,quelosguiaba,sedirigióenmediodeloscaballos;detrásdeloscualessehabíanreunidorápidamenteloshombresdelaescolta,yabatiódeungrancimitarrazoalprimerhombrequeselepusopordelante.

El lord lanzóun verdadero rugido.Conuna pisto la en la izquierda y elsable en la derecha se dirigió haciaMarianna, que se había agarrado a lascrines de su cabalgadura. Pero Yáñez había saltado ya a tierra. Cogió a lajoven,lalevantódelasillay,estrechándolacontrasupechoconsusrobustosbrazos,intentópasarentrelossoldadosylosindígenas,quesedefendíanconelfurorqueinfundeladesesperación,atrincheradosdetrásdesuscaballos.

—¡Paso!¡Paso!—gritó,intentandodominarconsuvozelestruendodelamosqueteríayelchocarfuriosodelasarmas.

Peroningunosepreocupabadeél,aexcepcióndellord,quesepreparabapara atacarlo. Para mayor desgracia, o quizá por suerte, la joven se habíadesvanecidoentresusbrazos.

Ladepositódetrásdeuncaballomuerto,mientrasellord,pálidodefuror,hacíafuegocontraél.

DeunsaltoYáñezevitólabala,ydespués,esgrimiendoelsable,gritó:

—Aguardaunpoco,viejolobodemar,quetevoyahacerprobarlapuntademiacero.

—¡Temataré,traidor!—respondióellord.

Selanzaronelunocontraelotro,Yáñezresueltoasacrificarseparasalvara la joven, y lord Guillonk decidido a todo para arrancársela al Tigre deMalasia.Mientrasintercambiabantremendascuchilladasconencarnizamientosin igual, inglesesypiratascombatíancon igual furor, intentando rechazarsemutuamente.

Los primeros, reducidos a un puñado de hombres, pero fuertementeatrincherados detrás de los caballos que habían caído, se defendíananimosamente, ayudados por los indígenas, que meneaban ciegamente lasmanos, confundiendo sus gritos salvajes con los gritos tremendos de loscachorros.Daban tajosy cuchilladas, hacíanvoltear los fusiles utilizándoloscomomazas,retrocedíanoavanzaban,perosemanteníanfirmes.

Sandokán,conlacimitarraenlamano,intentabaenvanoderribaraquellamuralla humana para ayudar al portugués, que se afanaba por rechazar losvertiginososataquesdellobodemar.Rugíacomounafiera,hendíacabezasydestrozabapechos, semetíacomoun locoentre laspuntasde lasbayonetas,arrastrandoconsigoasuterriblebanda,queagitabalashachasensangrentadasylospesadossablesdeabordaje.

La resistenciade los ingleses, sinembargo,yanopodíadurarmucho.ElTigre,arrastrandootravezasushombresalataque,logrófinalmenterechazaralosdefensores,quesereplegaronconfusamenteunossobreotros.

— ¡Resiste, Yáñez! —tronó Sandokán, descargando una tempestad decimitarrazoscontraelenemigo,queintentabacerrarleelpaso—.Aguanta,quevoyareunirmecontigo.

Peroprecisamenteenaquelmomentoelsabledelportuguéssepartióporlamitad.Seencontródesarmado,conlamuchachadesvanecidatodavíayellorddelantedeél.

—¡Auxilio,Sandokán!—gritó.

Lord Guillonk se precipitó encima lanzando un grito de triunfo, peroYáñeznoseasustó.Seechórápidamenteaunladoevitandoelsableyluegogolpeóallordconlacabeza,arrojándoloalsuelo.

No obstante, cayeron ambos y empezaron a luchar, intentandoestrangularse,rodandoentrelosmuertosylosheridos.

—John—dijoellord,viendocaeraunsoldadopocospasosconelrostro

partidodeunacuchillada¡MataaladyMarianna!¡Teloordeno!

Elsoldado,haciendounesfuerzodesesperado,seirguiósobrelasrodillasconladagaenlamano,dispuestoaobedecer,peronotuvotiempo.

Losingleses,oprimidosporelnúmero,caíanunoaunobajolashachasdelospiratasyelTigreestabaallí,adospasos.

Deunempujónirresistiblederribóaloshombresqueaúnquedabanenpie,saltósobreelsoldadoqueyahabíaalzadoelarmaylomatódeuncimitarrazo.

— ¡Mía, mía, mía! —exclamó el pirata, tomando a la joven yestrechándolacontrasupecho.

Saltó fueradeaquellamezcolanzayhuyóa laselvavecina,mientrassushombresacababanconlosúltimosingleses.

LordGuillonk,arrojadoporYáñezcontraeltroncodeunárbol,sequedósoloysemidescalabradoenmediodeloscadáveresquecubríanelsendero.

VII.LamujerdelTigre

Lanocheeramagnífica.LaLuna,eseastrodelasnochesserenas,lucíaenuncielosinnubes,proyectandosupálidaluzdeunazultransparente,deunainfinitadulzura,sobrelasoscurasymisteriosasselvas,sobrelasmurmurantesaguasdelriachuelo,yreflejándoseconvagotemblorsobrelasolasdelampliomardeMalasia.

Un suave vientecillo, cargado de las exhalaciones perfumadas de lasgrandesplantas,agitabaconlevesusurrolasfrondasy,recorriendolaplácidamarina,moríaenloslejanoshorizontesdeloeste.

Todoerasilencio,todoeramisterioypaz.

Sólo de cuando en cuando, más allá de la resaca que se rompía conmonótonomurmulloenlasdesiertasarenasdelaplaya,másalládelgemidode labrisa,queparecíaun triste lamento, seoía resonarun sollozo sobre elpuentedelpraocorsario.

El veloz velero había dejado ya la desembocadura del río y huía raudohacia occidente, dejando atrásLabuán, quepoco a poco iba confundiéndoseconlastinieblas.

Sólo tres personas velaban sobre el puente: Yáñez, taciturno, triste,sombrío,sentadoapopaconunamanosobrelacañadeltimón;Sandokánylamuchachadeloscabellosdeoro,sentadosaproaalasombradelasgrandes

velas,acariciadosporlabrisanocturna.

El pirata apretaba contra su pecho a la bella fugitiva y le limpiaba laslágrimasquebrillabanensuspestañas.

—Escucha,amormío—decía—.Nollores,yoteharéfeliz,inmensamentefeliz,yserétuyo,todotuyo.Nosiremoslejosdeestasislas,sepultaremosmicruel pasado y no volveremos a oír hablar de piratas, ni de mi salvajeMompracem. Mi gloria, mi poderío, mis sangrientas venganzas, mi temidonombre, todo lo olvidaré por ti, porque quiero convertirme en otro hombre.Óyeme, adorada muchacha: hasta hoy fui el temido pirata deMompracem,hasta hoy fui asesino, fui cruel, fui feroz, fui terrible, fui Tigre… pero novolveréaserlo.Frenarélos impulsosdeminaturalezasalvaje,sacrificarémipoderío,abandonaréestemarqueundíaestabaorgullosodellamarmíoylaterriblebandaquehizomitristecelebridad.Nollores,Marianna,elfuturoquenosesperanoseráoscuro,sinorisueño,todofelicidad.Nosiremoslejos,tantoque no volveremos jamás a oír hablar de nuestras islas, que nos han vistocrecer,vivir,amarysufrir;perderemospatria,amigos,parientes…pero¿quéimporta?Tedaréunanuevaisla,másalegre,másrisueña,dondenooiréyaelrugidodeloscañones,dondenovolveréaverlasnochesquemeenloquecenentornoaesecortejodevíctimasinmoladaspormíyquesiempremegritan:¡asesino! No, no volveré a ver nada de todo esto y podré repetirte de lamañanaa lanocheesasdivinaspalabrasqueparamí loson todo: ¡teamoysoytumarido!¡OH!Repítemetambiéntúestasdulcespalabras,quenuncaoíresonarenmisoídosdurantemiborrascosavida.

La jovencita se abandonó en los brazos del pirata, repitiendo entresollozos:

— ¡Te amo,Sandokán, te amo como jamás ningunamujer amó sobre latierra!Sandokánlaestrechócontrasupecho,ysuslabiosbesaronlosdoradoscabellosdeellaysuníveafrente.

—Ahoraqueeresmía,¡aydequientetoque!—Prosiguióelpirata—.Hoyestamosenestemar,peromañanaestaremossegurosenmiinaccesiblenido,donde nadie tendrá la osadía de venir a atacarnos; luego, cuando hayadesaparecidotodopeligro,iremosdondetúquieras,miadoradamuchacha.

—Sí—murmuróMarianna—,nos iremos lejos, tantoquenovolvamosaoírhablardenuestrasislas.

Emitióunprofundosuspiro,queparecíaungemido,ysedesvanecióentrelosbrazosdeSandokán.Casienelmismoinstanteunavozdijo:

—Hermano,¡elenemigonossigue!

El pirata se volvió, estrechando a su prometida contra su pecho, y se

encontrófrenteaYáñez,queleseñalabaunpuntoluminosoquecorríaporelmar.

—¿Elenemigo?—preguntóSandokánconlasfaccionesalteradas.

—Acabodeveresaluz:vienedeoriente.Quizáseaunanavequenossiguelapista,ansiosadereconquistarlapresaquelehemosarrebatadoallord.

—¡Peronosotros ladefenderemos,Yáñez!—ExclamóSandokán—. ¡Aydequien intente impedirnoselpaso, aydeellos!Ante losojosdeMariannaserécapazdelucharcontraelmundoentero.

Miróatentamenteelfarolseñaladoysesacódelcostadolacimitarra.

Mariannavolvíaentoncesensí.Alveralpirataconelarmaen lamano,lanzóunligerogritodeterror.

— ¿Por qué has desenvainado el arma, Sandokán? —preguntópalideciendo.

El pirata la miró con suprema ternura y vaciló, pero luego, llevándoladulcementeapopa,lemostróelfarol.

—No, amor mío, es una nave que nos sigue, es un ojo que escudriñaávidamenteelmar,buscándonos.

—¡Diosmío!¿Entoncesnossiguen?

—Esprobable,peroencontraránbalasymetrallaparadiezdeellos.

—¿Ysitemataran?

— ¡Matarme! —Exclamó él enderezándose, mientras un relámpagosoberbiolebrillabaenlosojos—.¡Todavíamesientoinvulnerable!

El crucero, porque debía de serlo, ya no era una simple sombra. Susmástiles se destacaban ahora netamente sobre el fondo claro del cielo, y seveía alzarse una gruesa columna de humo, en medio de la cual volabanmiríadasdechispas.

Suproacortabarápidamentelasaguas,quecentelleabanalaluzdelastronocturno,yelvientollevabahastaelpraoelfragordelasruedasquemordíanlasolas.

—¡Ven,ven,malditodeDios!—ExclamóSandokán,desafiándoloconlacimitarra,mientras con el otro brazo ceñía a lamuchacha—.Ven amedirteconelTigre,diatuscañonesquerujan,lanzaatushombresalabordaje:¡tedesafío!

Después, volviéndose hacia Marianna, la cual miraba ansiosamente elbarcoenemigoqueganabaterreno:

—Ven, amor mío—le dijo—. Te conduciré a tu nido, donde estarás alabrigodelosgolpesdeesoshombresquehastaayererantuscompatriotasyquehoysontusenemigos.

Sedetuvouninstante,fijandounamiradatorvaenelpiróscafoqueforzabalasmáquinas,yluegocondujoaMariannaalcamarote.

Era una habitacioncita amueblada con elegancia, un verdadero nido. Lasparedes desaparecían bajo un espeso tejido oriental y el pavimento estabacubiertodeblandasalfombrasindias.Losmuebles,ricos,bellísimos,decaobay de ébano incrustados demadreperlas, ocupaban los ángulos,mientras deltechopendíaunagranlámparadorada.

—Aquí no te alcanzarán los tiros, Marianna —dijo Sandokán—. Lasplanchasdehierroquecubrenlaproademibarcobastaránparadetenerlos.

—¿Ytú,Sandokán?

—Yovuelvoasubiralpuenteparadarórdenes.Mipresenciaesnecesariaparadirigirlabatalla,sielcruceronosataca.

—¿Ysitehiereunabala?

—No tengas miedo, Marianna. A la primera descarga, lanzaré entre lasruedasdelbarcoenemigotalgranada,quesedetendráparasiempre.

—Temoporti.

—Lamuerte tienemiedodelTigredeMalasia—respondióelpirata consupremaferocidad.

—¿Ysiesoshombresllegasenalabordaje?…

—Nolostemo,niñamía.Mishombressontodosvalientes,sonauténticostigres, dispuestos a morir por su jefe y por ti. ¡Que vengan, pues, tuscompatriotasalabordaje!…Losexterminaremosylosarrojaremosalmar.

—Te creo, mi valiente campeón; y sin embargo tengo miedo. Ellos teodian,Sandokán,yporprenderteseríancapacesdeintentarcualquierlocura.Guárdatedeellos,mivalienteamigo,porquehanjuradomatarte.

—¡Matarme!…—exclamóSandokán,casicondesprecio—.¡Matarellosal Tigre de Malasia!… Que lo intenten si se atreven. Me parece habermevueltoahora tan fuerte,quepararíaconmismanos lasbalasde suartillería.No, no temas por mí, niña mía. Voy a castigar al insolente que viene adesafiarme,yluegovolverécontigo.

—Entretantorezaréporti,mivalerosoSandokán.

El pirata la miró durante algunos instantes con profunda admiración, letomólacabezaentrelasmanosylerozóloscabellosconloslabios.

—Y ahora —dijo después, levantándose fieramente—, ¡a nosotros dos,malditobuque,quevienesaturbarmifelicidad!…

—Protégelo,Diosmío—murmurólajovencita,cayendoderodillas.

Latripulacióndelprao,despertadaalgritodealarmadeYáñezyalprimercañonazo,habíasubidoprecipitadamenteacubierta,dispuestaaluchar.

Al divisar el barco a tan breve distancia, los piratas se lanzaron conbravurasobre loscañonesy lasespingardaspara respondera laprovocacióndelcrucero.

Los artilleros habían encendido ya las mechas y estaban a punto deaproximarlasalaspiezas,cuandoaparecióSandokán.Alverloaparecersobreelpuente,ungritounánimeseelevóentreloscachorros:

—¡VivaelTigre!

—¡Fueradeaquí!—GritóSandokán, rechazandoa losartilleros—. ¡Mebasto yo solo para castigar a ese insolente! ¡El maldito no irá a Labuán acontarquehacañoneadolabanderadeMompracem!

Dichoesto,fueacolocarseapopa,apoyandounpiesobrelaculatadeunodelosdoscañones.

AquelhombreparecíahaberseconvertidodenuevoenelterribleTigredeMalasiadeotrostiempos.Susojosbrillabancomocarbonesencendidosysusfaccionesteníanunaexpresióndetremendaferocidad.Secomprendíaqueunarabiaterribleardíaensupecho.

—Medesafías—dijo—.¡Veny teenseñaréamimujer!…Ellaestábajomiprotección,defendidapormicimitarraymiscañones.Venaquitármela,sierescapazdeello.¡LostigresdeMompracemteesperan!

Se volvió hacia Paranoa, que estaba cerca de él, sujetando la caña deltimón,yledijo:

—Mandadiezhombresalabodegayquesubanacubiertaelmorteroquehiceembarcar.

Uninstantedespués,diezpiratasizabanfatigosamentesobreelpuenteungranmortero,sujetándoloconalgunoscabosjuntoalpalomaestro.

Unartillerolocargóconunabombadeochopulgadasydeveintiúnkilosdepeso,que,alestallar,lanzaríasusbuenosveintiochocascotesdehierro.

—Ahora esperemos al alba—dijo Sandokán—.Quiero enseñarte, barcomaldito,mibanderaymimujer.

Subió a la amura de popa y se sentó, con los brazos cruzados sobre elpechoylamiradafijaenelcrucero.

— ¿Pero qué intentas? —le preguntó Yáñez—. Dentro de poco elpiróscafoestaráatiroyabriráfuegocontranosotros.

—Tantopeorparaél.

—Esperemosentonces,yaqueasíloquieres.

Elportuguésnosehabíaequivocado.Diezminutosdespués,apesardequeelpraodevorabaelcamino,elcruceroseencontrabaasolodosmilmetros.Depronto,unrelámpagobrillóaproadelbarcoyunafuertedetonaciónsacudiólosestratosdelaire,peronoseoyóelsilbidoagudodelabala.

— ¡Ah!—exclamó Sandokán, sonriendo burlonamente—. ¿Me invitas adetenermeypreguntaspormibandera?Yáñez,izaelestandartedelapiratería.Lalunaesespléndidayconloscatalejoslaverán.

Elportuguésobedeció.

El piróscafo, que parecía estar solo esperando una señal, redobló sucarrera,yalllegaramilmetrosdisparóuncañonazo,peroestenodepólvora,porqueelproyectilpasósilbandoporencimadelprao.

Sandokánnosemovió,nipestañeósiquiera.Sushombressecolocaronensuspuestosdecombate,peronorespondieronalaamenaza.

Elbuquecontinuóavanzando,peromáslentamente,conprudencia.Aquelsilencio debía de preocuparlo, y no poco, pues bien sabía que los barcoscorsariosvansiemprearmadosytripuladosporhombresresueltos.

A ochocientosmetros lanzó un segundo proyectil, el cual, mal dirigido,rebotó en el mar después de haber pasado rasando la coraza de popa delpequeñobarco.

Unatercerabalapasabapocodespuéspor lacubiertadelpraohoradandolasdosvelasmaestrasyeltrinquetemientrasunacuartasehacíaañicoscontraunodelosdoscañonesdepopa,lanzandounfragmentohastalaamurasobrelaqueestabasentadoSandokán.

Esteseirguióconungestosoberbioy,extendiendolamanoderechahaciaelbarcoenemigo,gritóconvozamenazadora:

— ¡Tira, tira, nave maldita! ¡No te temo! Cuando puedas verme, tedestrozarélasruedasydetendrétuvuelo.

Otrosdosrelámpagosbrillaronsobrelaproadelpiróscafo,seguidosdedosagudasdetonaciones.UnabalafueaestrellarsecontralapartedelaamuradepopaasolodospasosdeSandokán,mientraslaotraacertabalimpiamentealacabezadeunhombrequeestabaatandounaescotaenelpequeñoalcázardeproa.

Unalaridodefurorsealzóentrelatripulación.

—¡TigredeMalasia!¡Venganza!

Sandokán se volvió hacia sus hombres, lanzando sobre ellos unamiradairritada.

—¡Silencio!—tronó—.Aquímandoyo.

—Elbarconoeconomizasusbalas,Sandokán—dijoYáñez.

—Déjalequetire.

—¿Aquévasaesperar?

—Alalba.

—Esunalocura,Sandokán.¿Ysitedaunabala?

— ¡Soy invulnerable! —Gritó el Tigre de Malasia—. Mira: ¡desafío elfuegodeesebarco!Deunsaltoselanzósobrelaamuradepopa,agarrándosealastadelabandera.Yáñezexperimentóunescalofríodeespanto.

Lalunaestabaaltasobreelhorizontey,desdeelpuentedelbarcoenemigo,conunbuencatalejosepodíadistinguiraaqueltemerario,queasíseexponíaaloscañonazos.

—¡Baja,Sandokán!—GritóYáñez—.Vasaconseguirquetematen.

Unasonrisadespectivafuelarespuestadeaquelhombreformidable.

—¡PiensaenMarianna!—insistióYáñez.

—Ellasabequenotengomiedo.Silencio.¡Avuestrospuestos!

Habría sidomás fácildetener alpiróscafoen sucarreraqueconvencer aSandokándequeabandonaseaquelpuesto.

Yáñez,queconocíalatenacidaddesucompañero,renuncióaunasegundatentativayseretiródetrásdeunodelosdoscañones.

Elcrucero,despuésdeaquelcañoneocasiinfructuoso,habíasuspendidoelfuego. Su capitán quería sin duda ganar más terreno para no desperdiciarinútilmentelasmuniciones.

Duranteuncuartodehoralosdosbarcoscontinuaronsucarrera;luego,aquinientosmetros,sereemprendióelcañoneoconmayorfuria.

Lasbalascaíanengrannúmeroalrededordelpequeñoveleroynosiempreibanperdidas.Algúnproyectilpasabasilbandoatravésdelvelamen,cortandoalguna cuerda o desmochando las extremidades de los palos, y algún otrorebotabaoseestrellabacontralasplanchasmetálicas.

Unabalainclusoatravesóelpuente,derefilón,rozandoelpalomaestro.Si

hubiera pasado a unos centímetros más a la derecha, el velero habría sidodetenidoensucarrera.

Sandokán, a pesar de aquella peligrosa granizada, no se movía. Mirabafríamente la nave enemiga, que forzaba susmáquinas para ganar terreno, ysonreíairónicamentecadavezqueunabalapasabasilbándolelosoídos.

Pero hubo un momento en que Yáñez lo vio levantarse de golpe einclinarse como si fuera a lanzarse hacia elmortero;mas luego volvió a supuestomurmurando:

—¡Aúnno!¡Quieroqueveasamimujer!

Duranteotrosdiezminutoselvaporbombardeóalpequeñovelero,quenohacíaningunamaniobraparahurtarseaaquellagranizadadefuego;luegolasdetonacionesfueronespaciándosepocoapoco,hastaquecesarondeltodo.

Mirando atentamente a la arboladura del barco enemigo, Sandokán vioondearunagranbanderablanca.

— ¡Ah!—exclamóaquel hombre formidable—. ¡Me invitas a rendirme!¡Yáñez!

—¿Quéquieres,hermanito?

—Izamibandera.

— ¿Estás loco? Esos bribones reemprenderán el cañoneo. Ya que hanparado,déjalos tranquilos.—QuieroqueelcrucerosepaquequienguíaestepraoeselTigredeMalasia.

—Ytesaludaráconunagranizadadegranadas.

—Elvientocomienzaahacersemásfresco,Yáñez.Dentrodediezminutosestaremosfueradelalcancedesustiros.

—Sea,pues.

Aunaseñaldelpirata,ató labanderaa ladrizadepopay la izóhasta lapuntadelpalomaestro.

Ungolpedeviento laagitóya la límpida luzde la lunamostrósucolorsanguinolento.

—¡Tiraahora!¡Tira!—GritóSandokán,tendiendoelpuñohaciaelbarcoenemigo—.¡Haztronartuscañones,armaatushombres,llenatuscalderasdecarbón,teespero!

¡Quieroenseñartemiconquistaalosrelámpagosdemiartillería!

Dos cañonazos fueron la respuesta. La tripulación del crucero habíadescubierto ya la bandera de los tigres de Mompracem y reemprendía con

mayorvigorelcañoneo.

El crucero precipitaba la marcha, para alcanzar el velero y, si fueranecesario,llegaralabordaje.

Su chimenea humeaba como un volcán y las ruedas mordíanfragorosamentelasaguas.Cuandocesabanlasdetonaciones,seoíanhastalossordosrugidosdelamáquina.

Sin embargo su tripulación iba a convencerse bien pronto de que no erafácilcompetirconunveleropreparadocomoprao.Alaumentarelviento,elpequeñobarco,quehastaentoncesnohabíapodidoalcanzar losdieznudos,adquirióuna andaduramás rápida.Sus inmensasvelas, hinchadas comodosglobos,ejercíansobreelbarcounafuerzaextraordinaria.

Yanocorría:volabasobrelastranquilasaguasdelmar,rozándolasapenas.En algunos momentos incluso parecía que se levantaba y que su casco nisiquieratocabaelagua.

Elcrucerodisparabafuriosamente,peroahora todassusbalascaíanen laesteladelprao.

Sandokán no se habíamovido. Sentado junto a su roja bandera, espiabaatentamente el cielo. Parecía que no se preocupaba siquiera del buque queintentabadarlecazacontantoencarnizamiento.

Elportugués,quenocaptabalaideaqueteníaSandokán,seleacercóyledijo:

—Entonces, ¿qué quieres hacer, hermanito mío? Dentro de una horaestaremosmuylejosdeesebarco,sielvientonocesa.

—Espera un poco todavía,Yáñez—respondió Sandokán—.Mira allá, aoriente: las estrellas comienzan a palidecer, y por el cielo empiezan adifundirseyalasprimerasclaridadesdelalba.

— ¿Quieres arrastrar ese crucero hasta Mompracem para abordarlodespués?

—Notengoesaintención.

—Notecomprendo.

—Apenas el alba permita a la tripulación de ese barco verme bien,castigaréaeseinsolente.

—Eresun artilleroharto hábil para tener que esperar a la luzdel sol.Elmorteroestálisto.

—Quieroqueveanquiéndispararálapieza.

—Quizálosabenya.

—Es cierto, quizá lo sospechan, pero no me basta. Quiero enseñarlestambiénalamujerdelTigredeMalasia.

—¿Marianna?…

—Sí,Yáñez.

—¡Quélocura!

—AsísabránenLabuánqueelTigredeMalasiahaosadoviolarlascostasdelaislayenfrentarseconlossoldadosquevelabanporlordGuillonk.

—EnVictorianoignorarányalaarriesgadaexpediciónquehasllevadoabuentérmino.

—Noimporta.¿Estálistoelmortero?—Yaestácargado,Sandokán.

—Dentrodeunosminutoscastigaremosaesecurioso.Destrozaréunadesusruedas,yaloverás.

Mientras así hablaban, una pálida luz, que iba tiñéndose rápidamente dereflejosrosáceos,continuabadifundiéndoseporelcielo.Lalunaibacayendosobre el mar, mientras los astros empalidecían. Unos pocos minutos más yhabríasalidoelsol.

El barco de guerra estaba ahora cerca de mil quinientos metros dedistancia.Seguíaforzandolasmáquinas,peroperdíaterrenoacadaminuto.Elveloz prao ganaba rápidamente, al aumentar el viento con el despuntar delalba.

—Hermanitomío—dijo al poco ratoYáñez—.Da ya un buen golpe alcrucero.

—Haz recoger las tercerolasde la velamaestraydel trinquete—ordenóSandokán—.Cuandoestéaquinientosmetros,daréfuegoalmortero.

Yáñez dio enseguida la orden. Diez piratas treparon por los flechastes,arriaron las dos velas y realizaron rápidamente la maniobra. Reducido elvelamen,elpraocomenzóadisminuirlamarcha.

Elcrucero,aldarsecuentadeello,reemprendióelcañoneo,aunqueestabaaúnlejosparaobtenerbuenresultado.

Hizo falta todavía una buenamedia hora para que llegase a la distanciadeseadaporSandokán.

Yacomenzabanacaerlasbalassobreelpuentedelprao,cuandoelTigre,lanzándosebruscamenteabajodesde la amura, secolocódetrásdelmortero.Unrayodesolsehabíalevantadosobreelmar,iluminandolasvelasdelprao.

—¡Yahorame tocaamí!—GritóSandokánconunaextrañasonrisa—.¡Ponelbarcodetravésalviento!

Un instante después el pequeño velero se ponía de través al viento,quedándosecasialpairo.

SandokánpidióaParanoaunamechaqueyateníaencendidayseinclinósobrelapieza,calculandoladistanciaconlamirada.

El barco de guerra, al ver que el velero se detenía, aprovechaba paraintentar alcanzarlo. Avanzaba con creciente rapidez, echando humo yresoplando, alternando los tiros de granada con proyectiles cargados. Loscascotesdemetrallasaltabanpor lacubierta,horadando lasvelasycortandolascuerdas,resbalandosobrelasplanchasdehierro,chirriandoydeteriorandolosmaderos.¡Aysiaquellalluviahubieseduradosolodiezminutosmás!

Sandokán,siempreimpasible,continuabamirando.

—¡Fuego!—gritódepronto,dandounsaltohaciaatrás.

Se inclinó sobre la humeante pieza, conteniendo la respiración, con loslabios apretados y los ojos fijos ante sí, como si quisiera seguir la invisibletrayectoriadelproyectil.

Pocosinstantesdespuésunasegundadetonaciónretumbabaenelmar.

La granada había estallado entre los radios de los tambores de babor,haciendo saltar con inusitada violencia toda la ferretería de la rueda y laspalas.

Elpiróscafo,gravementealcanzado,seinclinósobreelflancodeteriorado,yluegosepusoagirarsobresímismobajoel impulsodelaotrarueda,quetodavíaseguíamordiendolasaguas.

—¡VivaelTigre!—gritaronlospiratas,lanzándosehacialoscañones.

— ¡Marianna! ¡Marianna! —exclamó Sandokán, mientras el piróscafo,volcadosobreelflancodestrozado,embarcabaaguaatoneladas.

La jovenaparecióenelpuenteasu llamada.Sandokán la tomóentre losbrazos, la levantó hasta la amura y, mostrándosela a la tripulación delpiróscafo,tronó:

—¡Aquítenéisamimujer!

Después,mientras los piratas descargaban sobre el buque un huracán demetralla,elpraoviródebordo,alejándoserápidamentehaciaeloeste.

VIII.HaciaMompracem

Castigadoelbarcoenemigo,quehabíatenidoquepararsepararepararlosgravísimos daños causados por la granada tan diestramente lanzada porSandokán,elprao,cubiertoporsusinmensasvelas,sealejóenseguida,conlavelocidad característica de este género de barcos, que desafían a los másrápidosclípersdelamarinadelosdosmundos.

Marianna, abatidapor tantas emociones, sehabía retiradonuevamente alelegantecamarote,einclusobuenapartedelatripulaciónhabíaabandonadolacubierta,puesyanoestabaelbarcoamenazadoporningúnpeligro,almenosporelmomento.

YáñezySandokán,empero,nohabíanabandonadoelpuente.Sentadosenelcoronamientodepopa,conversabanentresí,mirandodecuandoencuandohaciaeleste,dondesedescubríatodavíaunsutilpenachodehumo.

—EsepiróscafotendrámuchoquehacerparaarrastrarsehastaVictoria—decíaYáñez—.Labombalohadeterioradotangravementequeleimposibilitapara cualquier intento de persecución. ¿Crees tú que nos lo habrámandadodetráslordGuillonk?

—No,Yáñez—respondió Sandokán—.Al lord le habría faltado tiempoparallegaraVictoriayadvertiralgobernadordelosucedido.Detodosmodosesebarconosbuscabadesdehacevariosdías.Aestashorasdebíadesaberseyaenlaislaquenosotroshabíamosdesembarcado.

—¿Creesqueellordnosdejarátranquilos?

—Lodudomucho,Yáñez.Conozcoaesehombreysélotenazyvengativoquees.Tenemosqueesperar,ynotardandomucho,unformidableataque.

—¿Vendráaatacarnosanuestraisla?

—Estoy seguro de ello,Yáñez. Lord James goza demucha influencia yademás séqueesmuy rico.Asíque le será fácil fletar todos losbarcosquehayadisponibles,enrolarmarinerosyconseguirayudadelgobernador.DentrodepocoveremosapareceranteMompracemunaflotilla,yaloverás.

—¿Yquéharemos?

—Daremosnuestraúltimabatalla.

—¿Laúltima?…¿Porquéhablasasí,Sandokán?

—Porque Mompracem perderá después a sus jefes —dijo el Tigre deMalasia conun suspiro—.Mi carrera está a punto de terminar,Yáñez.Estemar,escenariodemishazañas,novolveráaverlospraosdelTigresurcandosusolas.

—¡Ah,Sandokán!

—Quéquieres,Yáñez:asíestabaescrito.Elamorde lamuchachade loscabellos de oro tenía que apagar al pirata de Mompracem. Es triste,inmensamente triste,mibuenYáñez, tenerquedecir adiósypara siempreaestoslugaresytenerqueperderlafamayelpoder,ysinembargotendréqueresignarme. ¡No más batallas, no más tronar de artillerías, no más cascoshumeantes hundiéndose en los báratros de este mar, no más temiblesabordajes! ¡Ah!… Siento que mi corazón sangra, Yáñez, pensando que elTigremorirápara siempreyqueestemarymi islamismavendrána serdeotros.

—¿Ynuestroshombres?

—Ellosseguiránelejemplodesujefe,siquieren,ydarántambiénsuadiósaMompracem—declaróSandokánconvoztriste.

—Ynuestraisla,despuésdetantoesplendor,¿tendráquequedardesierta,comoestabaantesdesuaparición?

—Asíserá.

— ¡PobreMompracem!…—exclamóYáñez con profundo dolor—. ¡Yoquelaamabayacomosifueramipatria,mitierranatal!

—¿Creesqueyono laamo?¿Creesqueno semeencogeel corazónalpensarquequizánovolveréaverlajamás,quequizánovolveréasurcarjamáscon mis praos este mar que llamaba mío? Si pudiera llorar, verías cuántaslágrimas bañarían mis mejillas. En fin, así lo ha querido el destino.Resignémonos,Yáñez,ynopensemosmásenelpasado.

—Ysinembargo,nopuedoresignarme,Sandokán.¡Verdesaparecerdeunsolo golpe nuestro poder que nos había costado inmensos sacrificios,tremendasbatallasyríosdesangre!

—Lafatalidadasíloquiere—dijoSandokánconvozsorda.

—O, mejor, el amor de la muchacha de los cabellos de oro —replicóYáñez—.Sinesamujer,elrugidodelTigredeMalasiallegaríaaúnpoderosohasta Labuán y haría temblar, durante largos años todavía, a los ingleses einclusoalsultándeVarauni.

—Esverdad,amigomío—dijoSandokán—.Hasido lamuchachaquienha dado el golpemortal aMompracem. Si no la hubiera visto nunca, quiénsabe durante cuántos años todavía nuestras banderas habrían recorridotriunfantesestemar.Peroahoraesdemasiadotardepararomperestascadenasquehaechadosobremí.Sihubierasidootramujer,alpensaren la ruinadenuestro poderío, habría huido de ella o habría vuelto a llevarla aLabuán…,perosientoquedespedazaríaparasiempremiexistencia,sinopudieravolveraverla.Lapasiónqueardeenmipechoesdemasiadogigantescaparapoder

ser sofocada. ¡Ah!… ¡Si ella lo quisiera!… ¡Si ella no sintiese horror pornuestrooficioynotuviesemiedodelasangreydelestruendodelaartillería!…¡Cómoharíabrillarasu, ladoelastrodeMompracem!…Podríadarleuntrono,aquíoenlascostasdeBorneo,peroencambio…Enfin,quesecumplanuestro destino. Iremos a Mompracem a dar la última batalla, y despuésabandonaremoslaislaynosharemosalamar.

—¿Haciadónde,Sandokán?

—Loignoro,Yáñez.Iremosdondeellaquiera,muylejosdeestosmaresydeestastierras,tantoquenopodamosvolveraoírhablardeellas.Situvieraque quedarme aquí cerca, no sé si a la larga sabría resistir la tentación devolveraMompracem.

—Bien,asísea:vamosaemprenderlaúltimabatalla,ydespuésnosiremostambién lejos —dijo Yáñez con acento resignado—. Pero la lucha serátremenda,Sandokán.LordGuillonknosatacaráaladesesperada.

—EncontraráinexpugnablelamadrigueradelTigre.Hastaahoranadiehasido tan osado como para violar las costas de mi isla, y ni siquiera él lastocará.Esperaquehayamosllegadoyverás los trabajosqueemprenderemosparanodejarnossaquearporlaflotillaquemandarácontranosotros.Haremosdel poblado una fortaleza tan firme que podrá resistir al más terriblebombardeo. El Tigre aún no ha sido domado aún muy fuerte y provocaráespantoentrelasfilasrugiráaún.

— ¿Y si fuéramos oprimidos por la superioridad numérica? Ya sabes,Sandokán,quelosholandesessehanaliadoconlosinglesesenlarepresióndela piratería. Podrían unirse las dos flotas para dar el golpe mortal aMompracem.

—Si me viera vencido, prendería fuego a nuestros polvorines ysaltaríamos,juntoconnuestropuebloynuestrospraos.Nopodríaresignarmealapérdidadelamuchacha.Antesquevérmelaarrebatar,prefieromimuerteylasuya.

—Esperemosqueesonosuceda,Sandokán.

ElTigredeMalasiainclinólacabezasobreelpechoysuspiró;luego,trasunosinstantesdesilencio,dijo:

—Y,sinembargo,tengountristepresentimiento.

—¿Cuál?—preguntóYáñezconansiedad.

Sandokánnorespondió.Abandonóalportuguésyseapoyósobrelaamurade proa, ofreciendo su rostro ardiente a la brisa. Estaba inquieto: profundasarrugassurcabansufrenteydecuandoencuandoseleescapabansuspirosdeloslabios.

—¡Fatalidad!…Ytodoporesacriaturacelestial—murmuró—.¡Porellatendré que perderlo todo, todo, hasta este mar que llamaba mío y queconsiderabacomosangredemisvenas!¡Pasaráaserdeellos,deesoshombrescontra losquehe combatidodurantedoce años, sin tregua, sindescanso, deesoshombresquemeprecipitaronalfangodesdelasgradasdeuntrono,quemataronamimadre,amishermanos,amishermanas!…¡Ah!Telamentas—continuómirandoalmar,queborbollabadelantedelaproadelvelozbarco—.Gimes, no quieres llegar a ser de esos hombres, no quieres volver a estartranquilo como antes de que yo llegara aquí. ¿Pero crees que yo no sufrotambién?Si fueracapazde llorar,brotaríandeestosojosnopocas lágrimas.Enfin,¿dequésirvelamentarseahora?Esadivinamuchachamecompensarádetantaspérdidas.

Se llevó lasmanosa la frente,comosiquisieraatrapar lospensamientosquelebullíanenelardientecerebro,yluegoseenderezóybajóapasolentoalcamarote.

Sedetuvo,aloírhablaraMarianna.

—No, no —decía la joven con voz acongojada—. Dejadme, ya no ospertenezcoavos…SoydelTigredeMalasia…¿Porquéqueréissepararmedeél?…¡FueraeseWilliam,loodio,fuera,fuera!

—Sueña —murmuró Sandokán—. Duerme segura, muchacha; aquí nocorresningúnpeligro.Yovigilo,yparaarrancartedemismanostendríanquepasarsobremicadáver.

Abrió la puerta del camarote y miró. Marianna dormía, respirandofatigosamente, y agitaba los brazos como si intentase alejar una visión. Elpiratalacontemplóunosinstantesconindefinibledulzura,luegoseretirósinhacerruidoyentróensupropiocamarote.

A lamañanasiguiente,elprao,quehabíanavegado todoeldíay toda lanoche a una velocidad considerable, se encontraba a solo sesentamillas deMompracem.

Yatodosseconsiderabanacubierto,cuandoelportugués,quevigilabacongran atención, descubrió una sutil columna de humo que parecía dirigirsehaciaeleste.

— ¡Oh! —exclamó—. ¿Otro crucero a la vista? Que yo sepa, no hayvolcanesenesteespaciodemar.

Searmódeuncatalejoytrepóhastalacimadelpalomaestro,mirandoconprofunda atención aquel humo que ahora se había aproximadoconsiderablemente.Cuandovolvióabajar,susemblanteestabaensombrecido.

— ¿Qué pasa, Yáñez? —preguntó Sandokán, que había regresado a

cubierta.

—Acabodedescubrirunacañonera,hermanomío.

—Noesgranproblema.

—Yaséquenosearriesgaráaatacarnos,puesesosbarcoshabitualmentevanarmadosconunsolocañón,peroestoyinquietoporotromotivo.

—¿Quéquieresdecir?

—EsebarcovienedelesteyquizádeMompracem.

—¡Oh!…

—No quisiera que durante nuestra ausencia una flota enemiga hubierabombardeadonuestronido.

— ¿Mompracem bombardeada?—preguntó una voz argentina detrás deellos.SandokánsevolvióyseencontródelantedeMarianna.

— ¡Ah, eres tú, amiga mía!—exclamó—. Creí que estabas durmiendotodavía.

—Acabode levantarmeahoramismo. ¿Perodequéhabláis? ¿Acasonosamenazaunnuevopeligro?

—No,Marianna—respondióSandokán—.Peronoshemos inquietadoalverunacañoneraquevienedeoccidente,osea,delapartedeMompracem.

—¿Temesquehayacañoneadotupueblo?

—Sí,peronosoloeso;unadescargadenuestroscañonesseríasuficienteparahundirla.

—¡Ah!—exclamóYáñez,dandodospasosadelante.

—¿Quéves?

—Lacañoneranoshadescubiertoyestádandounabordada,dirigiéndosehacianosotros.

—Vendráaespiarnos—dijoSandokán.

Enefecto,elpiratanosehabíaequivocado.Lacañonera,unade lasmáspequeñas,deunacapacidaddeunascientoneladas,armadaconunsolocañónsituadoenlaplataformadepopa,seacercóhastaunosmilmetros,despuésdiounabordada,peronosealejódeltodoporqueseguíaviéndosesupenachodehumoaunadecenademillashaciaeleste.

Lospiratasnosepreocupabanporeso,sabiendoperfectamentequeaquelpequeño barco no se atrevería a lanzarse contra el prao, cuyas piezas deartilleríaerantannumerosasquehubierantenidoarayaacuatrocomoél.

Hacia elmediodía un pirata, que había subido al palo del trinquete paracolocar un cable, distinguió Mompracem, el temido refugio del Tigre deMalasia.

Yáñez y Sandokán respiraron, creyéndose ya seguros, y se precipitaronhaciaproa,seguidosdeMarianna.

Allá,dondeelcieloseconfundíaconelmar,sedescubríaunalargafranjatodavíadecolorindeciso,peroquepocoapocoibavolviéndoseverdeante.

—¡Deprisa,deprisa!—exclamóSandokán,queestabaposeídodeunavivaansiedad.

—¿Quétemes?—preguntóMarianna.

—No sé, pero el corazónme dice que allí ha ocurrido algo. ¿Nos siguetodavíalacañonera?

—Sí,veoelpenachodehumohaciaeleste—respondióYáñez.

—Malaseñal.

—Esotemotambiényo,Sandokán.

—¿Novesnada?

Yáñez apuntó el catalejo y miró con profunda atención durante unosminutos.

—Veounospraosancladosenlabahía.

—Esperemos—murmuró.

Elprao,empujadoporunbuenviento,alcabodeunahora llegóapocasmillasdelaislaysedirigióhacialabahíaqueseabríadelantedelpueblecito.Muy pronto llegó tan cerca que permitía distinguir perfectamente lasfortificaciones,losmercadosylascabañas.

Sobre el gran acantilado, en el vértice del extenso edificio que servía demoradaalTigre,seveíaondearlagranbanderadelapiratería,peroelpuebloyanoeratanflorecientecomocuandolohabíandejadoylospraosnoerantannumerosos.

Losbastionesaparecíangravementedeteriorados,seveíanmuchascabañasmedioabrasadasyfaltabanvariosbarcos.

— ¡Ah! —Exclamó Sandokán, oprimiéndose el pecho—. Lo quesospechabahasucedido:elenemigohaatacadomirefugio.

—Esverdad—murmuróYáñez,conelrostrosombrío.

—Pobre amigo mío —dijo Marianna, conmovida por el dolor que se

reflejabaenelrostrodeSandokán—.Miscompatriotassehanaprovechadodetuausencia.

—Sí—respondióelTigresacudiendotristementelacabeza—.¡Miisla,undía temida e inaccesible, ha sido violada, ymi fama se ha oscurecido parasiempre!

IX.LareinadeMompracem

Desgraciadamente Mompracem, la isla considerada tan formidable queespantabaalosmásvalientesconsoloverla,nosolohabíasidoviolada,sinoquehabíaestadoapuntodecaerenmanosdelosenemigos.

Los ingleses, probablemente informados de la partida de Sandokán,seguros de encontrar una guarnición débil, se habían lanzado de improvisocontra la isla, bombardeando sus fortificaciones, echando a pique variosbarcos e incendiando parte del poblado.Habían llevado su audacia hasta elextremodedesembarcar tropaspara intentaradueñarsedeella,peroelvalordeGiro-Batolydesuscachorroshabíatriunfadofinalmente,ylosenemigossehabíanvistoobligadosaretirarse, tambiénporquetemíanversesorprendidosporlaespaldaporlospraosdeSandokán,quecreíannomuylejos.

Habíasidounavictoria,escierto,perolaislahabíaestadoapuntodecaerenmanosdelosenemigos.

Cuando Sandokán y sus hombres desembarcaron, los piratas deMompracem,reducidosalamitad,seprecipitaronasuencuentrocongrandesvivas,pidiendovenganzacontralosinvasores.

— ¡Vamos a Labuán, Tigre de Malasia! —gritaban—. ¡Vamos adevolverleslasbalasquehanlanzadocontranosotros!

—Capitán—dijo Giro-Batol, adelantándose—. Hemos hecho lo posiblepor abordar a la escuadra que nos asaltó, pero no lo conseguimos.Conducidnos aLabuán y destruiremos la isla hasta el último árbol, hasta elúltimomatojo.

Sandokán, en vez de responder, tomó aMarianna y la condujo ante sushordas.

—¡Eslapatriadeella—dijo—,lapatriademimujer!

Lospiratas,alveralajoven,quehastaentonceshabíapermanecidodetrásdeYáñez,dieronungritodesorpresayadmiración.

— ¡La Perla de Labuán! ¡Viva la Perla!… —exclamaron, cayendo de

rodillasanteella.

—Supatria es sagrada paramí—dijoSandokán—, pero dentro de pocotendréisocasióndedevolveranuestrosenemigoslasbalasquelanzaronsobreestascostas.

—¿Vamosaseratacados?—preguntarontodos.

—Elenemigonoestálejos,misvalientes;podéisdescubrirsuvanguardiaen aquella cañonera que está dando vueltas osadamente junto a nuestrascostas.Losinglesestienenfuertesmotivosparaatacarme:quierenvengaraloshombresquematamosbajo las selvasdeLabuányarrancarmeaesta joven.Estadpreparados,queelmomentoquizánoestélejano.

—TigredeMalasia—dijounjefeadelantándose—.Nadie,mientrasquedeuno de nosotros vivo, vendrá a robar a la Perla de Labuán, ahora que laprotege la bandera de la piratería. Ordenad: ¡estamos dispuestos a dar todanuestrasangreporella!

Sandokán, profundamente conmovido, miró a aquellos valientes queaclamaban las palabras del jefe y que, después de haber perdido a tantoscompañeros,todavíaofrecíansuvidaparasalvaralaquehabíasidolacausaprincipaldesusdesventuras.

—Gracias,amigos—dijoconvozahogada.

Sepasóvariasvecesunamanoporlafrente,diounprofundosuspiro,echósu brazo sobre la joven, que estaba nomenos conmovida, y se alejó con lacabezainclinadasobreelpecho.

—Estáacabado—murmuróYáñezconvoztriste.

Sandokánysucompañerasubieronlaestrechaescalinataqueconducíaalacima del acantilado, seguidos por las miradas de todos los piratas, que losobservaban con una mezcla de admiración y pesadumbre, y se detuvierondelantedelagrancabaña.

—Estaestucasa—dijoélentrando—.Eralamía;esunfeonidodondesedesarrollaronavecessombríosdramas…EsindignodehospedaralaPerladeLabuán, pero es seguro, inaccesible al enemigo, que nunca podrá penetraraquí.Sihubieras llegadoaserreinadeMompracem,lohabríasembellecido,hubieras hecho de él un palacio… En fin, ¿para qué hablar de cosasimposibles?Aquítodohamuertooestáapuntodemorir.

Sandokán se llevó las manos al corazón y su rostro se alteródolorosamente.Mariannaleechólosbrazosalcuello.

—Sandokán,túsufres,meestásescondiendotuspenas.

—No, alma mía, estoy conmovido, pero nada más. ¿Qué quieres? Al

encontrarmi isla violada,mis bandas diezmadas, y al pensar que dentro depocotendréqueperder…

—Sandokán,entonces lloraspor tupasadopoderysufresante la ideadetenerqueperdertuisla.Óyeme,héroemío,¿quieresquemequedeenestaislaentre tuscachorros,queempuñe tambiényo lacimitarrayquecombataa tulado?¿Loquieres?

—¡Tú,tú!—exclamóél—.No,noquieroqueteconviertasenunamujersemejante.Seríaunamonstruosidadobligarteapermaneceraquí,ensordecerteconelretumbardelaartilleríayconloscombatientesyexponerteaunpeligrocontinuo.Dosfelicidadesseríandemasiadoyyonoquiero.

—¿Entoncesmeamasmásqueatuisla,atushombres,atufama?

—Sí, alma celestial. Esta noche reuniré a mis tropas y les diré quenosotros, después de haber combatido la última batalla, arriaremos parasiemprenuestrabanderayabandonaremosMompracem.

—¿Yquédirán tuscachorrosante talproposición?Meodiarán,al saberquesoyyolacausadelaruinadeMompracem.

—Nadie se atreverá a alzar la voz contra ti. Todavía soy el Tigre deMalasia, el Tigre que los ha hecho temblar siempre con un solo gesto. Yademás,mequierendemasiadoparanoobedecerme.En fin,dejemosquesecumplanuestrodestino.

Ahogóunsuspiro,yluegodijoconunamargolamento:

—TuamormeharáolvidarmipasadoyquizátambiénMompracem.

Depositó un beso sobre los rubios cabellos de la muchacha y llamódespuésadosmalayosqueestabanalladodelacasa.

—Esta es vuestra ama —les dijo, indicando a la joven—. Obedecedlacomo amímismo. Dicho esto, tras haber intercambiado conMarianna unalargamirada,salióconrápidospasosysedirigióalaplaya.

Lacañoneraseguíahumeandoalavistadelaisla,dirigiéndoseunasveceshaciaelnorteyotrashaciaelsur.Parecíaqueintentabadescubriralgunacosa,probablementealgunaotracañoneraocruceroprocedentedeLabuán.

Entretanto los piratas, previendo un ya no lejano ataque, trabajabanfebrilmente bajo la dirección de Yáñez, reforzando los bastiones, cavandofososylevantandoterraplenesyestacadas.

Sandokán se acercó al portugués, que estaba desarmando las piezas deartilleríadelospraosparaguarnecerunpotentereducto,construidojustamenteenelcentrodelpoblado.

—¿Nohaaparecidoningunanave?—lepreguntó.

—No—respondióYáñez—,perolacañoneranoabandonanuestrasaguasyesoesunamalaseñal.Sielvientofueralosuficientementefuertecomoparaaventajarasumáquina,laatacaríaconmuchoplacer.

—Hay que tomarmedidas para poner a cubierto nuestras riquezas y, encasodeunaderrota,prepararnoslaretirada.

—¿Temesnopoderhacerfrentealosatacantes?

—Tengo siniestros presentimientos, Yáñez; siento que estoy a punto deperderestaisla.

—¡Bah!Hoyodentrodeunmestantoda,desdeelmomentoenquehasdecididoabandonarla.¿Losabenyanuestrospiratas?

—No,peroestanocheconduciréatodaslasbandasamicabañayallíseenterarándemidecisión.

—Seráundurogolpeparaellos,hermano.

—Losé,pero,siquierencontinuarporsucuentaconlapiratería,yonoseloimpediré.

—Nipensarlo,Sandokán.NingunoabandonaráalTigredeMalasiaytodosteseguiránadondequieras.

—Lo sé, me quieren demasiado estos valientes. Trabajemos, Yáñez,hagamosnuestrafortaleza,sinoinconquistable,almenosformidable.

Llegaron hasta donde estaban sus hombres, que trabajaban conencarnizamientosinigual,levantandonuevosterraplenesynuevastrincheras,plantandoenormesempalizadasquepertrechabandeespingardas,acumulandoinmensas pirámides de balas y de granadas, protegiendo la artillería conbarricadasdetroncosdeárbol,depeñascosydeplanchasdehierroquehabíanarrancadoalosnavíossaqueadosensusnumerosascorrerías.

Por la tarde lafortalezapresentabaunaspecto imponenteypodíadecirseinexpugnable.

Aquelloscientocincuentahombres—puessehabíanquedadoreducidosatan pocos después del ataque de la escuadra y de la pérdida de las dostripulacionesquehabíanseguidoaSandokánhaciaLabuán,delasquenosehabíatenidoningunanoticia—habíantrabajadocomoquinientos.

Caídalanoche,Sandokánhizoembarcarsusriquezasenungranpraoyloenvió,juntoconotrosdos,alascostasoccidentales,parahacersealamarsilafugallegaraahacersenecesaria.

AmedianocheYáñez,conlos jefesy todas lascuadrillas,subíaa lagran

cabañadondeloesperabaSandokán.

Una sala, lo suficientemente amplia como para contener doscientaspersonasomás,había sidoarregladaconun lujo insólito.Grandes lámparasdoradasderramaban torrentesde luz,haciendocentelleareloroy laplatadelostapicesydelasalfombrasylamadreperlaqueadornabalosricosmueblesdeestiloindio.

Sandokánsehabíavestidosutrajedegala,derasorojo,yelturbanteverdeadornado conun penacho cuandode brillantes.Llevaba a la cintura los doskriss, insignia del jefe supremo, y una espléndida cimitarra con la vaina deplataylaempuñaduradeoro.

Marianna,encambio,llevabaunvestidodeterciopelonegropespunteadoenplata,frutodequiénsabequésaqueo,quedejabaaldescubiertosusbrazosy sus hombros, sobre los que caían como una lluvia de oro susmagníficoscabellosrubios.Ricosbrazaletes,adornosdeperlasdeinestimablevalor,yunadiadema de brillantes que despedían rayos de luz, la hacíanmás bella,másfascinantetodavía.

Los piratas, al verla, no pudieron contener un grito de admiración anteaquellasoberbiacriatura,alaquemirabancomounadivinidad.

—Amigos míos, mis fieles cachorros —dijo Sandokán, llamando a sualrededoralaformidablebanda—.OshereunidoaquíparadecidirlasuertedemiMompracem. Vosotros me habéis visto luchar durante muchos años sindescansoysinpiedadcontraesaexecrablerazaqueasesinóamifamilia,queme arrebató una patria, que desde las gradas de un trono me precipitó atraiciónenelpolvoyqueahoraestápensandoendestruir a la razamalaya;vosotros me habéis visto luchar como un tigre, rechazando siempre a losinvasores que amenazaban nuestra salvaje isla; pero ya se acabó.El destinoquiere que me detenga, y así será. Siento que mi misión vengadora haterminado ya; siento que ya no sé rugir ni combatir como en otro tiempo,siento que tengo necesidad de descanso. Combatiré aún una última batallacontra el enemigo, que quizá vengamañana a atacarnos; luego diré adiós aMompracemymeiréavivirlejosconestamujerqueamoyqueseconvertiráenmiesposa.¿QueréiscontinuarvosotroslashazañasdelTigre?Osdejomisbarcos y mis cañones y, si preferís seguirme a mi nueva patria, seguiréconsiderándooscomomishijos.

Lospiratas,queparecíanaterradosanteaquellarevelacióninesperada,norespondieron,perosevioqueaquellosrostros,ennegrecidosporlapólvoradeloscañonesyporlosvientosdelmar,sebañabanenlágrimas.

—¡Lloráis!—ExclamóSandokánconvozalteradaporlaemoción—.¡Ah,sí,oscomprendo,misvalientes!¿Perocreéisqueyonosufrotambiénantela

ideadenovolveraverquizánuncamiisla,mimar,deperdermipoderío,deentrar en la oscuridad después de haber brillado tanto, después de haberadquirido tanta fama, aunque fuera terrible, siniestra? La fatalidad lo haqueridoasí,doblegóaljefe,yyasolopertenezcoalaPerladeLabuán.

—¡Capitán,micapitán!—ExclamóGiro-Batol,quellorabacomounniño—. Quedaos aún entre nosotros, no abandonéis nuestra isla. Nosotros ladefenderemos contra todos, levantaremos a los hombres; nosotros, si así loqueréis,destruiremosLabuán,VarauniySarawakparaquenadiepuedavolveraamenazarlafelicidaddelaPerladeLabuán.

— ¡Milady! —Exclamó Paranoa—. Quedaos también vos; nosotros osdefenderemos contra todos, haremos con nuestros cuerpos un escudo contralosgolpesdel enemigoy, si queréis, conquistaremosun reinoparadarosuntrono.

Hubounaexplosiónde auténticodelirio entre todos lospiratas.Losmásjóvenessuplicaban,losmásviejoslloraban.

— ¡Quedaos, milady! ¡Quedaos en Mompracem! —gritaban todos,agolpándosedelantedelajoven.

Deprontoestaseadelantóhacialabanda,pidiendosilencioconungesto.

—Sandokán—dijoconvozquenotemblaba—.Siyotedijese:renunciaatusvenganzasyalapiratería,ysirompieseparasiempreeldébilvínculoquemeligaamiscompatriotasyadoptaseporpatriaestaisla,¿aceptaríastú?

—Tú,Marianna,¿quieresquedarteenmiisla?

—¿Loquierestú?

—Sí,yyotejuroquenovolveréatomarlasarmasmásqueendefensademitierra.

—Puesentonces,queseamipatriaMompracem:¡mequedoaquí!

Cienarmassealzaronysecruzaronsobreelpechodelajoven,quehabíacaídoenlosbrazosdeSandokán,mientraslospiratasgritabanaunavoz:

—¡VivalareinadeMompracem!¡Aydequienseatrevaatocarla!…

X.ElbombardeodeMompracem

A la mañana siguiente parecía que el delirio se había adueñado de lospiratas de Mompracem. No eran hombres, sino titanes que trabajaban conenergía sobrehumana para fortificar aún más su isla, que ya no querían

abandonar,puestoquelaPerladeLabuánhabíajuradoquedarseallí.

Seafanabanentornoalasbaterías,cavabannuevastrincheras,golpeabanfuriosamentelosacantiladosparadesprenderbloquesquedebíanreforzarlosreductos,rellenabanlosgavionesquehabíandispuestodelantedeloscañones,abatíanárbolesparalevantarnuevasempalizadas,construíannuevosbastionesque fortificaban con las piezas de artillería traídas de los praos, cavabantrampas, preparaban minas, llenaban los fosos de montones de espinas yplantaban en el fondo puntas de hierro envenenadas con el jugo del upas;fundíanbalas,reforzabanlospolvorines,afilabanlasarmas.

LareinadeMompracem,hermosa,fascinante,centelleantedeoroyperlas,estabaallíparaanimarlosconsuvozyconsussonrisas.

Sandokánestabaalacabezadetodosytrabajabaconunaactividadfebrilqueparecíaunaauténticalocura.Corríadondesuintervencióneranecesaria,ayudabaa sushombresadisponer lasobrasdedefensaen todos lospuntos,valiosamente ayudado por Yáñez, que parecía haber perdido su calmahabitual.

La cañonera, que seguía navegando a la vista de la isla, espiando sustrabajos, bastaba para estimular a los piratas, convencidos ahora de queaguardabaunapoderosaescuadraparabombardearlafortalezadelTigre.

Haciaelmediodíallegaronalpobladovariospiratasquehabíanmarchadola tarde anterior con los tres praos, y las noticias que trajeron no eraninquietantes. Una cañonera que parecía española había aparecido por lamañanaendirecciónaleste,peronosehabíapresentadoningúnenemigoenlascostasoccidentales.

—Temoun gran ataque—dijoSandokán aYáñez—.Ya verás cómo losinglesesnovienensolosaatacarnos.

—¿Sehabránaliadoconlosespañolesoconlosholandeses?

—Sí,Yáñez,yelcorazónmedicequenomeequivoco.

—Encontrarán pan para sus dientes. Nuestro poblado se ha hechoinexpugnable.

—Esposible,Yáñez,peronodesesperemos.Detodosmodos,encasodederrotalospraosestánlistosparahacersealamar.

Volvieronaponersealtrabajo,mientrasalgunospiratasinspeccionabanlospueblecitosindígenasdiseminadosporelinteriordelaisla,parareclutaraloshombresmáscapaces.

Por la tarde el poblado estaba preparado para sostener la lucha ypresentabaunacercadefortificacionesrealmenteimponente.

Tres líneas de bastiones, a cuál más robusto, cubrían enteramente elpoblado,extendiéndoseenformadesemicírculo.

Empalizadas y amplios fosos hacían la escalada de aquel fortín pocomenosqueimposible.

Cuarentay seiscañonesdecalibre12,de18yalgunosde24,colocadossobre el gran reducto central, una 1 media docena de morteros y sesentaespingardasdefendían laplaza,prontosavomitarbalas,granadasymetrallasobrelasnavesenemigas.

Durante la noche, Sandokán mandó desarbolar los praos y vaciarlos detodoloquecontenían,ydespuésloshundióenlabahíaparaqueelenemigonopudieraadueñarsedeellosolosdestruyese,ymandóvariascanoasalmarparavigilarlacañonera,peroestanosemovió.

Al alba, Sandokán, Marianna y Yáñez, que llevaban algunas horasdurmiendo en la gran cabaña, fueron bruscamente despertados por agudosclamores.

—¡Elenemigo!¡Elenemigo!—gritabanenelpoblado.

Se precipitaron fuera de la cabaña y se colocaron en el borde delgigantescoacantilado.

El enemigo estaba allí, a seis o siete millas de la isla, y avanzabalentamenteenordendebatalla.Alverlo,unaprofundaarrugasurcólafrentedeSandokán,mientraselrostrodeYáñezseensombrecía.

—Esto es una verdadera flota —murmuró este—. ¿Dónde han podidoreunirtantasfuerzasesosperrosdeingleses?

—EsunaligaquemandanlosdeLabuáncontranosotros—dijoSandokán—. Mira, hay naves inglesas, holandesas, españolas y hasta praos de esecanalla del sultándeVarauni, pirata cuandoquiere, yque está celosodemipoderío.

Era justamente la verdad. La escuadra atacante se componía de trescruceros de gran tonelaje, que ostentaban la bandera inglesa, dos corbetasholandesaspoderosamentearmadas,cuatrocañonerasyunbalandroespañolyocho praos del sultán de Varauni. Podrían disponer entre todos de cientocincuentaocientosesentacañonesydemilquinientoshombres.

— ¡Sonmuchos, por Júpiter!—ExclamóYáñez—.Pero nosotros somosvalientesynuestrafortalezaesresistente.

—¿Vencerás,Sandokán?—preguntóMariannaconvozestremecida.

—Esperemos, amor mío —respondió el pirata—. Mis hombres sonaudaces.

—Tengomiedo,Sandokán.

—¿Dequé?

—Dequepuedamatarteunabala.

—Mi buen genio, que durante tantos años me ha protegido, no va aabandonarme hoy que combato por ti. Ven, Marianna, los minutos sonpreciosos.

Bajaronlaescalinataysedirigieronalpoblado,dondelospiratasyahabíantomado posiciones detrás de los cañones, dispuestos a emprender con grancoraje la titánica lucha. Doscientos indígenas, hombres que sabían, si noresistir un ataque, al menos disparar arcabuzazos e incluso cañonazos —maniobra que habían aprendido con facilidad bajo sus maestros—, habíanllegadoyaysehabíancolocadoenlospuntosqueleshabíanasignadolosjefesdelapiratería.

—Bueno—dijoYáñez—.Seremos trescientos cincuentapara sostener elchoque.Sandokán llamóaseisdesusmásvalerososhombresy lesconfióaMarianna para que la condujeran a lo más espeso de los bosques para noexponerlaalpeligro.

—Vete,amadamía—ledijo,estrechándolacontrasucorazón—.Sivenzo,seguirás siendo la reina deMompracem, y, si la fatalidadme hacer perder,levantaremoselvueloeiremosabuscarlafelicidadaotrastierras.

—¡Ah,Sandokán!¡Tengomiedo!—exclamólajovenllorando.

—No temas, volveré a ti, amada mía. Las balas respetarán al Tigre deMalasia,inclusoenestabatalla.Labesóenlafrenteydespuéshuyóhacialosbastiones,tronando.

— ¡Ánimo, mis cachorros: el Tigre está con vosotros! El enemigo esfuerte,peronosotrossomostodavíalostigresdelasalvajeMompracem.

Unsologritolerespondió.

—¡VivaSandokán!¡Vivanuestrareina!

La flota enemiga se había detenido a seis millas de la isla y variasembarcaciones se separaban de las naves, conduciendo aquí y allá anumerososoficiales.Enelcruceroquehabíaenarboladolainsigniademandoestabacelebrándosesindudaconsejo.

Alasdiez,lasnavesylospraos,siempredispuestosenordendebatalla,semovieronhacialabahía.

— ¡Tigres deMompracem!—gritó Sandokán, que se mantenía erguidosobreelgranreductocentral,detrásdeuncañóndelveinticuatro—.¡Recordad

queestáisdefendiendoalaPerladeLabuányqueesoshombresquevienenaatacarnos son los que asesinaron a nuestros compañeros en las costas deLabuán!

—¡Venganza!¡Sangre!—gritaronlospiratas.

Uncañonazopartióenaquelmomentodelacañoneraquellevabadosdíasespiandola isla,yporunaextrañacasualidad labalaabatió labanderade lapiratería,queondeabasobreelbastióncentral.

Sandokánsesobresaltóyensurostrosedibujóunvivodolor.

—¡Vencerás,flotaenemiga!—exclamóconvoztriste—.¡Elcorazónmelodice!

La flota se iba aproximando,manteniéndose sobreuna línea cuyocentroestabaocupadoporloscruceros,ylasalasporlospraosdelsultándeVarauni.

Sandokándejóqueseaproximaranhastaunadistanciademilpasos;luego,levantandolacimitarra,tronó:

—¡Anuestraspiezas,miscachorros!¡Noosentretengomás:barredmeelmar,losbastiones,losterraplenes!¡Fuego!…

AlaordendelTigre,losreductos,losbastiones,losterraplenesardieronentoda la línea, formando una sola detonación capaz de ser oída hasta en lasRomades.Parecióqueelpobladoenterohabíasaltadoporlosaires,ylatierratembló hasta el mar. Nubes densísimas de humo envolvieron las baterías,agigantándose bajo nuevos disparos que se sucedían furiosamente yextendiéndoseaderechaeizquierda,dondedisparabanlasespingardas.

La escuadra, a pesar de haber sido bastante maltratada por aquellaformidabledescarga,notardómuchoenresponder.

Loscruceros,lascorbetas,lascañonerasylospraossecubrierondehumo,inundandolasobrasdedefensadebalasygranadas,mientrasungrannúmerode hábiles tiradores abría un vivo fuego de mosquetería, que, si resultabaineficaz contra los bastiones, molestaba, y no poco, a los artilleros deMompracem.

No se desperdiciaba un tiro ni de una parte ni de otra, se competía enceleridadyprecisión,estando todos resueltosaexterminarsemutuamente, sidesdelejosalprincipio,luegodecerca.

Laflotateníalasupremacíadelasbocasdefuegoydeloshombresyteníalaventajademoverseydispersarse,dividiendolosfuegosdelenemigo,peroapesardeellonoganabaterreno.

Era hermoso ver a aquel pequeño poblado, defendido por un puñado devalientes, que se encendía por todas partes, devolviendo golpe por golpe,

vomitando torrentes de balas y de granadas y huracanes demetralla que seestrellaban contra los flancos de las naves, destrozando las jarcias ydespanzurrandolastripulaciones.

Teníahierroparatodos,rugíamásfuertequetodosloscañonesdelaflota,castigaba a los fanfarrones que venían a desafiarlos a pocos centenares demetrosdeaquellasformidablescostas,hacíaretrocederalosmásosadosqueintentaban desembarcar a los soldados, y en tres millas a la redonda hacíasaltarlasaguasdelmar.

Sandokán, en medio de sus valerosas bandas, con los ojos en llamas,erguidodetrásdeungruesocañóndel24quesoltabadesuhumeantegargantaenormesproyectiles,seguíatronandosindesfallecer:

— ¡Fuego,mis valientes! ¡Barredmeelmar, destripadmeesas navesquevienenaarrebatarnosanuestrareina!

Su voz no caía en vano. Los piratas, conservando una admirable sangrefría,entreaquellaespesalluviadebalasquedesgarrabalasempalizadas,quehoradaba los terraplenes, que derribaba los bastiones, apuntabanintrépidamentelaartillería,animándosecontremendosgriteríos.

Un prao del sultán fue incendiado y saltó en pedazos, cuando intentaba,con una insolente bravuconería, desembarcar a los pies del gran acantilado.Suspeciosllegaronhastalasprimerasempalizadasdelpoblado,ylossieteuochohombresquehabíanescapadoa laexplosión fueron fulminadosporunchaparróndemetralla.

Unacañoneraespañola,queintentabaaproximarseparadesembarcarasussoldados,quedócompletamentedesarboladay fueaembarrancardelantedelpobladoalexplotarsumáquina.Nosesalvóniunodesushombres.

— ¡Venid adesembarcar!—TronóSandokán—.Venid a enfrentaros conlostigresdeMompracemsiosatrevéis.¡Soismuchachosynosotrosgigantes!

Estabaclaroque,mientraslosbastionessemantuvieranfirmesylapólvoranofaltase,ningunanaveconseguiríaacercarsealascostasdelaterribleisla.

Desgraciadamente para los piratas, hacia las tres de la tarde, cuando laflota,horriblementemalparada,estabayaapuntoderetirarse,llegóalasaguasde la islauna inesperadaayuda,que fueacogidaconestrepitososburrasporpartedelastripulaciones.

Eranotrosdoscrucerosinglesesyunagrancorbetaholandesa,seguidosacorta distancia por un bergantín de vela, provistos de numerosas piezas deartillería.

Sandokán y Yáñez, al ver aquellos nuevos enemigos, palidecieron.Comprendieron que la caída de la fortaleza era ya cuestión de horas, y sin

embargo no perdieron el ánimo y dirigieron parte de sus cañones contraaquellosnuevosnavíos.

La escuadra así reforzada recobró nuevos ánimos, aproximándose a laplaza y batiendo furiosamente las obras de defensa, ya gravementedeterioradas.

Las granadas caían a centenares delante de los terraplenes, de losbastiones, de los reductos y sobre el poblado, provocando violentasexplosiones que destruían las obras, destrozando las empalizadas, eintroduciéndoseatravésdelashendiduras.

Alcabodeunahoralaprimeralíneadelosbastionesnoerayamásqueunmontónderuinas.

Dieciséiscañoneshabíanquedadoinserviblesyunadocenadeespingardasyacíaentrelosescombrosyentreunmontóndecadáveres.

Sandokánintentóunúltimogolpe.Dirigióelfuegodesuscañonescontrala nave capitana, encomendando a las espingardas la tarea de responder alfuegodelosotrosnavíos.

Duranteveinteminutoselcruceroresistióaquellalluviadeproyectilesquelo atravesaban de parte a parte, le destrozaban las jarcias y lemataban a latripulación, pero una granada de 21 kilos, lanzada por Giro-Batol con unmortero,leabrióaproaunaenormehendidura.

Elbarcoseinclinósobreunflanco,hundiéndoserápidamente.Laatenciónde las otras naves se dirigió a salvar a los náufragos, y numerosasembarcacionessurSurcaronlasolas,perobienpocosescaparonalametralladelospiratas.

En tresminutos se hundió el crucero, arrastrando consigo a los hombresquetodavíaquedabanencubierta.

Durante algunos minutos la escuadra suspendió el fuego, pero luego loreemprendió con mayor fuerza y avanzó hasta una distancia de solocuatrocientosmetrosdelaisla.

Lasbateríasdeladerechaydelaizquierda,oprimidasporelfuego,fueronreducidasalsilencioalcabodeunahora,y lospiratassevieronobligadosaretirarsedetrásdelasegundalíneadebastionesydespuésalatercera,queyaestabamedioenruinas.Sóloseguíaenpieytodavíaenbuenestado,elgranreductocentral,elmejorarmadoyelmásrobusto.

Sandokán no cesaba de animar a sus hombres, pero el momento de laretiradanoestabalejano.

Mediahoradespuésunpolvorín saltó con terribleviolencia, destrozando

las precarias trincheras y sepultando entre sus escombros a doce piratas yveinteindígenas.

Intentaron un nuevo esfuerzo para detener la marcha del enemigo,concentrando el fuego sobre otro crucero, pero los cañones eran demasiadopocos,puesmuchosyahabíansidodestrozadosodesmontados.

Alassieteydiezcaíatambiénelgranreducto,sepultandovarioshombresylaspiezasmásgrandesdeartillería.

— ¡Sandokán!—gritó Yáñez, precipitándose hacia el pirata, que estabaapuntandosucañón—.Hemosperdidolapartida.

—Esverdad—respondióelTigreconvozahogada.

—Ordenalaretiradaoserádemasiadotarde.

Sandokánlanzóunamiradadesesperadasobrelasruinas,enmediodelascuales solo dieciséis cañones y veinte espingardas tronaban todavía, y otrasobrelaescuadra,queestababotandoalmarlaschalupasparaeldesembarco.Unpraohabíaechadoyaelanclaalospiesdelgranacantiladoysushombressedisponíanatomarposiciones.

Lapartidaestabairremediablementeperdida.Dentrodepocosminutos,losatacantes,treintaocuarentavecesmásnumerosos,habríandesembarcadoparaatacar a bayonetazos las precarias trincheras y destruir a sus últimosdefensores.

Un retraso de pocos minutos podía ser funesto y comprometer la fugahacialascostasoccidentales.

Sandokán tuvo que reunir todas sus fuerzas para pronunciar aquellapalabraquejamáshabíasalidodesuslabios,yordenólaretirada.

EnelmomentoenquelostigresdelaperdidaMompracem,conlágrimasen los ojos y el corazón destrozado, se internaban en los bosques y losindígenashuíanentodasdirecciones,elenemigodesembarcaba,irrumpiendofuriosamente con las bayonetas caladas contra las trincheras, detrás de lascualescreíaencontrartodavíadefensores.

¡LaestrelladeMompracemsehabíaextinguidoparasiempre!

XI.Enelmar

Los piratas, reducidos a setenta solamente, heridos la mayor parte perotodavía sedientos de sangre, todavía dispuestos a reemprender la lucha, se

retiraban guiados por sus valerosos jefes, el Tigre deMalasia yYáñez, quehabíanescapadomilagrosamentealhierroyalplomoenemigo.

Sandokán,apesardehaberperdidoyaparasiempresupoderío,suisla,sumar,conservabaenaquellaretiradaunacalmaverdaderamenteadmirable.Sindudaél,quehabíaprevistoelfininminentedelapirateríayqueyasehabíahecho a la idea de retirarse lejos de aquellosmares, se consolaba pensandoque,entretantodesastre,lequedabatodavíasuadoradaPerladeLabuán.

No obstante, en su rostro se descubrían las huellas de una fuerteconmoción,queenvanoseesforzabaporocultar.

Apresurando el paso, los piratas llegaron enseguida a las orillas de untorrente seco, donde encontraron a Marianna y a los seis hombres que lacustodiaban.

La joven se precipitó a los brazos de Sandokán, que la estrechótiernamentecontrasupecho.

—¡GraciasaDios!—dijoella—.Vuelvesaúnvivo.

—Vivosí,peroderrotado—respondióélconvoztriste.

—Asílohaqueridoeldestino,valientemío.

—Vámonos, Marianna, que el enemigo no está lejos. Ánimo, miscachorros,nonosdejemosalcanzarpor losvencedores.Quizá tengamosquecombatirtodavíaterriblemente.

Enlalejaníaseoíanlosgritosdelosvencedoresyaparecíaunaluzintensa,señalevidentedequeelpobladohabíasidoincendiado.

SandokánhizomontaraMariannaenuncaballo,quehabíasidoconducidoallídesdeeldíaanterior,y lapequeña tropasepuso rápidamenteencaminopara ganar las costas occidentales antes que el enemigo llegase a tiempodecortarleslaretirada.

Alasoncedelanochellegabanaunpequeñopobladodelacosta,anteelcualestabanancladostodavíalostresAraos.

—Deprisa, embarquémonos —dijo Sandokán—. Los minutos sonpreciosos.

—¿Nosatacarán?—preguntóMarianna.

—Esposible,peromicimitarratecubriráymipechoteservirádeescudocontralostirosdelosmalditosquemeoprimieronconsunúmero.

Sedirigióalaplayayescudriñóelmar,queparecíanegrocomosifueradetinta.

—Noveoningúnfarol—dijoaMarianna—.Quizápodamosabandonarmipobreislasinquenosmolesten.

Diounprofundosuspiroyseenjugólafrentebañadadesudor.

—Subamosabordo—ordenófinalmente.

Lospiratasembarcaronconlágrimasenlosojos;treintaseaposentaronenel prao más pequeño, y los otros, parte en el de Sandokán y parte en elmandadoporYáñez,quellevabalosinmensostesorosdeljefe.

Enelmomentode soltaramarras, sevioaSandokán llevarse lamanoalcorazóncomosialgoselehubieradespedazadoenelpecho.

—Amigomío—dijoMarianna,abrazándolo.

—¡Ah!—Exclamóélconamargodolor—.Meparecequesemeparteelcorazón.

—Lloraslapérdidadetupoder,Sandokán,ylapérdidadetuisla.

—Esverdad,amormío.

—Quizáundíavolverásaconquistarlayregresaremos.

—No,todohaterminadoparaelTigredeMalasia.Además,sientoqueyanosoyelhombredeotrostiempos.

Inclinó la cabeza sobre el pecho y emitió una especie de sollozo; peroluego,levantándolaconenergía,tronó:

—¡Almar!

Los tresbarcos soltaron lasgúmenasy se, alejaronde la isla, llevándoseconsigo los últimos supervivientes de aquella formidable banda que durantedoceañoshabíaesparcidotantoterrorporlosmaresdeMalasia.

Habíanrecorridoyaseismillascuandoungritodefurorestallóabordodelos barcos. En medio de las tinieblas habían aparecido de improviso dospuntosluminosos,quecorríandetrásdelaflotillaconprofundofragor.

—¡Loscruceros!—Gritóunavoz—.¡Atentos,amigos!

Sandokán,que sehabía sentadoapopa,con losojos fijosen la isla,quedesaparecía lentamente entre las tinieblas, se levantó lanzandounverdaderorugido.

— ¡Otra vez el enemigo! —Exclamó con un intraducible acento,estrechandocontrasupechoalamuchacha,queestabaasulado—.¿Inclusoenelmarvenísaperseguirme,malditos?¡Cachorros,ahí tenéisalosleones,quesenosechanencima!¡Arribatodos,conlasarmasenlamano!

No hacía falta más para animar a los piratas, que ardían en deseos devenganza y que ya se ilusionaban con reconquistar, en un combatedesesperado,laperdidaisla.Todosblandieronlasarmas,dispuestosasubiralabordajeaunaordendesusjefes.

—Marianna—dijoSandokán,volviéndosehacialajoven,quemirabaconterroraquellosdospuntosluminososquecentelleabanenlastinieblas—.¡Veteatucamarote,almamía!

—¡GranDios,estamosperdidos!—murmuróella.

—Todavíano;lostigresdeMompracemtienenseddesangre.

—¿Ysisondospoderososcruceros,Sandokán?

—Aunqueestuviesentripuladospormilhombres,losabordaremos.

—No intentes un nuevo combate, mi valiente amigo. Quizá esos dosbarcosnonoshandescubiertotodavía,ypodríamosengañarlos.

—Esverdad,ladyMarianna—dijounodelosjefesmalayos—.Nosestánbuscando, de eso estoy seguro, pero dudo mucho que nos hayan visto. Lanocheesoscuraynollevamosningúnfarolencendidoabordo,porloqueesimposiblequesehayandadocuentadenuestrapresencia.Séprudente,TigredeMalasia.Sipodemosevitarunanuevalucha,habremosganadotodo.

—De acuerdo —respondió Sandokán, después de reflexionar unosinstantes—.Dominaré por elmomento la rabia queme abrasa el corazón eintentaréescaparasuabordaje.¡Peroaydeellossiseempeñanenseguirmeenminuevaruta!…Estoydispuestoatodo,inclusoaatacarlos.

—No comprometamos inútilmente los últimos restos de los tigres deMompracem—dijoeljefemalayo—.Seamosprudentesporahora.

Laoscuridadfavorecíalaretirada.

A una orden de Sandokán el prao dio una bordada, doblando hacia lascostasmeridionalesdelaisla,dondeexistíaunabahíabastanteprofundapararefugiarunapequeñaflotilla.Losotrosdosbarcosseapresuraronaseguir lamisma maniobra, habiendo comprendido ya cuál era el plan del Tigre deMalasia.

Elviento,másbienfresco,erafavorable,puessoplabadelnordeste,yenconsecuencialospraosteníanlaposibilidaddellegaralabahíaantesdequedespuntaraelsol.

— ¿Han cambiado de ruta las dos naves? —preguntó Marianna, queescudriñabaelmarconvivaansiedad.

—Esimposiblesaberloporahora—respondióSandokán,quehabíasubido

sobrelaamuradepopaparaobservarmejorlosdospuntosluminosos.

—Mepareceque siguen siemprehacia altamar, ¿verdad,Sandokán? ¿Omeequivoco?

—Teequivocas,Marianna—respondióelpiratadespuésdeunosinstantes—.Tambiénesosdospuntosluminososhandadounabordada.

—¿Ysemuevenhacianosotros?

—Esomeparece.

—¿Ynolograremosescapardeellos?—preguntólajovenconangustia.

— ¿Cómo competir con sus máquinas? El viento es débil todavía y noimprime a nuestros barcos una velocidad que pueda rivalizar con el vapor.Peroquiénsabe;elalbanoestálejana,y,alaproximarseelsolaestosparajes,elvientoaumentasiempre.

—¡Sandokán!

—¡Marianna!

—Tengotristespresentimientos.

—Notemas,niñamía.LostigresdeMompracemestándispuestosamorirporti.

—Losé,Sandokán,ysinembargotemoporti.

—¡Pormí!—Exclamóelpirataconferocidad—.Notengomiedodeesosdosleopardosquenosbuscanparadarnosotravezbatalla.AunqueelTigrehasidovencido,todavíanohasidodomado.

— ¿Y si te alcanzase una bala? ¡Gran Dios! ¡Qué pensamiento másterrible,mivalerosoSandokán!

—Lanocheesoscura,ninguna luzbrillaabordodenuestrosbarcosy…Unavoz,quesalíadelsegundoprao,lecortólafrase:

—¡Eh,hermano!

—¿Quéquieres,Yáñez?—preguntóSandokán, que había reconocido lavozdelportugués.

—Me parece que esos buques se disponen a cortarnos el camino. Losfaroles,queantesproyectabanunaluzroja,ahorasehanvueltoverdes,loqueindicaquelosbarcoshancambiadolaruta.

—Entonceslosinglesessehandadocuentadenuestrapresencia.

—Esometemo,Sandokán.

—¿Quémeaconsejashacer?

—Avanzar audazmente hacia altamar e intentar pasar pormedio de losenemigos.Mira:sealejanelunodelotroparacogernosenmedio.

Elportuguésnosehabíaequivocado.

Losdosbarcosenemigos,quedesdehacíaalgúntiempoparecíanejecutarunamaniobramisteriosa,sehabíanseparadobruscamente.

MientraselunosedirigíahacialascostasseptentrionalesdeMompracem,elotroavanzabarápidamentehacialasmeridionales.

Yanohabíadudaacercadesusintenciones.Queríaninterponerseentrelosveleros y la costa, para impedir les buscar refugio en alguna ensenada yobligarlosahacersealamar,yluegopoderatacarlosenmarabierto.

Sandokán,aldarsecuentadeello,diounalaridoderabia.

—¡Ah!—exclamó—.¿Queréisbatalla?¡Puesbien,latendréis!

—Todavíano,hermanito—gritóYáñez,quehabíasubidoalaproadesubarco—. Avancemos hacia alta mar e intentemos pasar entre esos dosadversarios.

—Nosalcanzarán,Yáñez.Elvientoestodavíaflojo.

—Intentémoslo,Sandokán.¡Eh,vosotrosalasescotas,yviremoshaciaeloeste!¡Loscañonerosasuspuestos!

Los tres veleros cambiaban de ruta, un instante después, dirigiéndoseresueltamentehaciaeloeste.

Los dos buques, como si se hubieran dado cuenta de aquella audazmaniobra,cambiaron tambiéndedireccióncasi instantáneamente,avanzandohaciaaltamar.

Era indudable que querían pillar enmedio a los tres praos antes de quepudieranguarecerseenotraisla.

Sin embargo, creyendo que se movían en aquella dirección por puracasualidad,SandokányYáñeznocambiaronderuta,sinoqueordenaronasustripulacionesdesplegaralgunasvelasdeestayparaintentarganarmásterreno.

Durante veinte minutos los tres veleros siguieron avanzando, deseandoescaparalatenazadelosdosbuquesdeguerra,queintentabanreunirse.

Ninguno de los piratas apartaba sus miradas de los faroles, procurandoadivinar lamaniobrade losenemigos.Sinembargo,estabanpreparadosparahacer tronar los cañones y los fusiles a la orden de sus jefes.Ya se habíanadentrado mucho en el mar con algunas bordadas, cuando vieron que losfarolesdabannuevamenteunabordada.

UnmomentodespuésseoyóaYáñezgritar:

—¡Eh!¿Noveiscómovienenacazarnos?

—¡Ah,canallas!—GritóSandokán,conintraducibleacento—.¡Inclusoalmarvenísaatacarme!¡Tendremoshierroyplomoparatodos!

—Estamosperdidos,¿verdad,Sandokán?—dijoMarianna,estrechándosecontraelpirata.

—Todavía no, niña mía—respondió el Tigre—. Vuelve enseguida a tucamarote. Dentro de pocosminutos granizarán balas sobre el puente demiprao.

—Quieroquedarmeatulado,valientemío.Sitúmueres,caeréyotambiénjuntoati.

—No,Marianna.Si teviesecercademí,mefaltaría laaudaciay tendríamuchomiedo.TengoqueestarlibreparavolveraserelTigredeMalasia.

—Espera almenos que esas naves estén aquí.Quizá no nos hayan vistotodavía.

—Sedirigenhacianosotrosatodovapor.Yolasveoya.

—¿Sonbarcospotentes?

—Unacorbetayunacañonera.

—¿Nopodrásvencerlos?

—Somostodosvalienteseiremosaatacaralamásgrande.Vamos,vuelveatucamarote.

—¡Tengomuchomiedo,Sandokán!—exclamólamuchacha,sollozando.

—Notemas.LostigresdeMompracemlucharánconvalordesesperado.

Enaquellosinstantesseoyóuncañonazoenelmar.Unabalapasóalotroladodelprao,conunroncozumbido,atravesandodosvelas.

— ¿Oyes?—Preguntó Sandokán—. Nos han descubierto y se preparanparadarnoslabatalla.¡Míralos!¡Semuevenalmismotiempohacianosotrosparaclavarnoselespolón!

En efecto, los dos barcos enemigos avanzaban a todo vapor, como situvieranlaintencióndeecharseencimadelostrespequeñosveleros.

Lacorbetaforzabasusmáquinas,vomitandonubarronesdehumorojizoyde escorias, y se dirigía hacia el prao de Sandokán, mientras la cañoneraintentabalanzarsecontraelmandadoporYáñez.

— ¡A tu camarote!—Gritó Sandokán, mientras la corbeta disparaba un

segundocañonazo—.Aquíestálamuerte.

Cogióalajovenentresusvigorososbrazosylatransportóalcamarote.Enaquel intervalo un chaparrón de metralla barría la cubierta del barco,granizandosobreelcascoycontralaarboladura.

MariannaseagarródesesperadamenteaSandokán.

—Nomedejes,valientemío—dijoconvozahogadapor lossollozos—.¡Notealejesdemilado!Tengomiedo,Sandokán.

Elpirataseseparócondulceviolencia.

—Notemaspormí—ledijo—.Dejaquevayaacombatirlaúltimabatallayqueoigaunavezmáselestruendodelaartillería.DejaqueguíeunavezmásalostigresdeMompracemalavictoria.

—Tengosiniestrospresentimientos,Sandokán.Quieroquedarmejuntoati.¡Tedefenderécontralasarmasdemiscompatriotas!

—Mebastoyoparaarrojaralaguaamisenemigos.

Elcañóntronabaentoncesfuriosamentesobreelmar.Enelpuenteseoíanlos salvajes aullidos de los tigres de Mompracem y los gemidos de losprimerosheridos.

Sandokánsesoltódelosbrazosdelajovenyseprecipitóporlaescalera,gritando:

—¡Adelante,misvalientes!¡ElTigredeMalasiaestáconvosotros!

La batalla se recrudecía por ambas partes. La cañonera había atacado alpraodelportugués, intentandoabordarlo,peroestavezhabía llevadolapeorparte.

La artillería de Yáñez la había maltratado considerablemente,destrozándole las ruedas, rompiéndole las amuras y tronchándole hasta elmástil.Lavictoriapor aquel ladonoofrecía lugar a dudas, peroquedaba lacorbeta, una nave potente, armada de muchos cañones y provista de unanumerosísimatripulación.

Estasehabía lanzadocontra losdospraosdeSandokán,cubriéndolosdehierroyhaciendoestragosentrelospiratas.

La aparición del Tigre de Malasia reanimó a los combatientes, quecomenzabanasentirseimpotentesantetantasfulminaciones.

Aquelhombreformidableselanzóhaciaunodelosdoscañonesaullandosiempreferozmente:

— ¡Adelante, mis valientes! ¡El Tigre de Malasia tiene sed de sangre!

¡Barramoselmaryarrojemosalaguaaesosperrosquevienenadesafiarnos!…

Sin embargo su presencia no sirvió para cambiar la suerte de la durabatalla.Apesardequenofallaseun tiroybarriese lasamurasde lacorbetacon chaparrones de metralla, las balas y las granadas caían incesantementesobresubarco,devastándoloydespanzurrandoasushombres.Eraimposibleresistir tanta furia.Unospocosminutosmás,y losdospobrespraoshabríansidoreducidosadospontonesdestrozados.

Sólo el portugués disputaba, y con ventaja, la victoria a la cañonera,disparándoleandanadasdesastrosas.

Sandokán,deunasolamirada,sediocuentadelagravedaddelasituación.Al ver al otro prao ya devastado y casi hundiéndose, se acercó a él,embarcandoensupropiobarcoalossupervivientes,yluego,desenvainandolacimitarra,aulló:

—¡Ánimo,miscachorros!¡Alabordaje!

Ladesesperacióncentuplicabalasfuerzasdelospiratas.

Descargarondeunsologolpelosdoscañonesylasespingardasparabarrerlas amuras de los fusileros que las ocupaban, y luego treinta de aquellosvalienteslanzaronlosgarfiosdeabordaje.

—¡No tengasmiedo,Marianna!—gritóporúltimavezSandokán,aloírquelajovenlollamaba.

Luego,alacabezadesusvalientes,subióalabordaje,precipitándosesobreelpuenteenemigocomountoroheridomientrasYáñez,másafortunadoquetodos los demás, hacía saltar la cañonera, lanzándole una granada en lasantabárbara.

—¡Paso!—Tronó,ondeandosuterriblecimitarra—.¡SoyelTigre!…

Seguidoporsushombres,fueachocarcontralosmarinosquecorríanconlashachaslevantadasylosrechazóhastapopa,perodesdeproairrumpíaotroaluvión de hombres, guiados por un oficial que Sandokán reconocióenseguida.

—¡Ah,erestú,baronet!—exclamóelTigre,precipitándosecontraél.

—¿Dónde estáMarianna?—preguntó el oficial convoz ahogadapor elfuror.

—Aquíestá—respondióSandokán—.¡Tómala!

De un cimitarrazo lo derribó, y luego, lanzándose sobre él, le hundió elkrissenelcorazón;perocasialmismotiempocaíaredondosobreelpuente,

golpeadoenelcráneoconelreversodeunhacha.

XII.Losprisioneros

Cuandovolvióensí,semiaturdidotodavíaporelfierogolperecibidoenelcráneo,yanoseencontrólibresobreelpuenteenemigo,sinoencadenadoenlabodegadelacorbeta.

Al principio se creyó presa de un terrible sueño, pero el dolor que lemartilleaba todavía lacabeza, lascarnesdesgarradasenotros lugarespor laspuntas de las bayonetas y sobre todo las cadenas que le apretaban en lasmuñecaslovolvieronenbrevealarealidad.

Se alzó sacudiendo furiosamente los hierros y lanzó a su alrededor unamiradaextraviada,comosiaúnnoestuvierabiensegurodenoencontrarseensubarco;luego,unalaridoirrumpiódesuslabios,unalaridodefieraherida.

— ¡Prisionero!…—exclamó, rechinando los dientes e intentando doblarlascadenas—.¿Entoncesquéhasucedido?…¿Hemossidovencidosdenuevopor los ingleses? ¡Muerte y condenación!… ¡Qué terrible despertar! ¿YMarianna?… ¿Qué le habrá sucedido a esa pobre muchacha? ¡Quizá hamuerto!…

Unespasmotremendoleatenazóelcorazónanteaquelpensamiento.

— ¡Marianna!—Aulló, mientras seguía retorciendo los hierros—. Niñamía, ¿dóndeestás?…¡Yáñez!…¡Juioko!…¡Cachorros!…¡Nadie responde!… ¿Entonces habéis muerto todos?… ¡Pero no puede ser verdad, estoysoñandooestoyloco!…

Aquelhombre,quejamáshabíasabidoloqueeraelmiedo,loexperimentóenaquelmomento.Sintióquelarazónseleextraviabaymiróconespantoasualrededor.

—¡Muertos!…¡Todosmuertos!…—exclamóconangustia—.¡Sóloyohesobrevivido al estrago, para ser arrastrado a Labuán quizá!… ¡Marianna!…¡Yáñez,mibuenamigo!…¡Juioko!…¡Tambiéntú,mivaliente,hascaídobajoel hierro y el plomo de los asesinos!…Mejor hubiera sido que yo tambiénhubieramuertoomehubierahundidoconmibarcoen losbáratrosdelmar.¡OhDios,quécatástrofe!…

Luego,presadeunimpulsodedesesperaciónodelocura,selanzóatravésdelentrepuente,sacudiendofuriosamentelascadenasygritando:

— ¡Matadme!… ¡Matadme!… ¡El Tigre de Malasia no puede seguir

viviendo!…

Deprontosedetuvo,aloírunavozquegritaba:

—¡ElTigredeMalasia!…¿Estávivotodavíaelcapitán?

Sandokánmiróasualrededor.

Una linterna sujeta a un gancho iluminaba escasamente el entrepuente,peroaquellaluzerasuficienteparapoderdistinguiraunapersona.

Al principio Sandokán no viomás que unas botas, pero luego,mirandomejor, descubrió una forma humana acurrucada junto a la carlinga del palomayor.

—¿Quiénsoisvos?—gritó.

—¿QuiénhabladelTigredeMalasia?—preguntóasuvezlavozdeantes.

Sandokán se sobresaltó, y luego un relámpago de alegría le brilló en lamirada.

Aquelacentonoleeradesconocido.

—¿Estáaquíalgunodemishombres?—preguntó—.¿Juioko,quizá?

—¡Juioko!¿Entoncesmeconocen?¡Asíquenoestoymuerto!…

Elhombreselevantó,sacudiendolúgubrementelascadenas,yseadelantó.

—¡Juioko!—exclamóSandokán.

—¡Elcapitán!—exclamóelotro.

Luego, lanzándose hacia adelante, cayó a los pies del Tigre deMalasia,repitiendo:

—¡Elcapitán!…¡Micapitán!…¡Yyoque lohabía lloradodándolepormuerto!… Aquel nuevo prisionero era el comandante del tercer prao, unvaleroso dayako que gozaba de grandísima fama entre las bandas deMompracemporsuvaloryporsuhabilidadmarinera.

Era un hombre de elevada estatura, bien proporcionado, como lo son engeneral losbornesesdel interior,conlosojosgrandese inteligentesy lapielamarillodorada.

Comosuscompatriotas,llevabaloscabelloslargosyteníalosbrazosylaspiernasadornadosconungrannúmerodeanillosdecobreydelatón.

Aquelbravohombre,alversedelantedelTigredeMalasia,llorabayreíaalmismotiempo.

— ¡Vivo!… ¡Aún vivo!… —exclamaba—. ¡Oh, qué felicidad!… Almenosvoshabéisescapadoaldesastre.

—¡Al desastre!…—gritó Sandokán—. ¿Entonces hanmuerto todos losvalientesqueyoarrastréalabordajedeestanave?…

—¡Aydemí!…Sí,todos—respondióeldayakoconvozrota.

— ¿YMarianna? ¿Ha desaparecido junto con el prao? Dímelo, Juioko,dímelo.

—No,estátodavíaviva.

—¡Viva!…¡Mimuchachaestáviva!…—aullóSandokán,fueradesíporlaalegría—.¿Estássegurodeloquedices?

—Sí, capitán. Vos habíais caído ya, pero yo y otros cuatro compañerosresistíamostodavía,cuandolamuchachadeloscabellosdeorofuellevadaalpuentedelanave.

—¿Yquiénlallevó?

—Los ingleses, capitán. Lamuchacha, espantada del agua que debía dehaber invadido su camarote, subió al alcázar llamándoos a gritos. Algunosmarineros,alverla,sedispusieronenseguidaalanzarunachalupaalmarpararecogerla. Si hubieran tardado unos minutos más, la muchacha habríadesaparecidoenelremolinoabiertoenelprao.

—¿Yestabavivatodavía?

—Sí,capitán.Ellaseguíallamándooscuandolallevabanalpuente.

—¡Maldición!…¡Ynohaberpodidocorrerensuayuda!

—Lointentamos,capitán.Noéramosmásquecuatroyteníamosanuestroalrededormásdecincuentahombresquenosintimabanarendirnos,yapesarde ello nos lanzamos contra los marineros que llevaban a la reina deMompracem. Éramos demasiado pocos para sostener la lucha. Yo fuiderribado,pisoteadoydespuésatadoyarrastradoaquí.

—¿Ylosotros?

—Se hicieron matar, después de haber hecho estragos entre los que loscercaban.

—¿SeencuentraMariannaabordodeestanave?

—Sí,TigredeMalasia.

—¿Nohasidotransbordadaalacañonera?

—Creoquelacañonerayasolonavegabajoelagua.

—¿Quéquieresdecir?

—Quefueechadaapique.

—¿PorYáñez?

—Sí,capitán.

—EntoncesYáñezestávivotodavía.

—Pocoantesdequemearrastraranaquí,viaunagrandistanciasuprao,que huía a velas desplegadas.Durante nuestra batalla había dejado fuera decombatea lacañonera,destrozándole las ruedase incendiándoladespués.Vilasllamasquesealzabansobreelmaryoípocodespuésunalejanaexplosión.Debíadeserlasantabárbaraqueestallaba.

—¿Ydelosnuestrosnohaescapadoninguno?

—Ninguno,capitán—dijoJuiokoconunsuspiro.

—¡Todosmuertos!—MurmuróSandokánconprofundodolor,cogiéndoselacabezaentrelasmanos—.YtúhasvistocaeraSingal,elmásvalienteyelmásviejocampeóndelapiratería.

—Fueabatidoporunabaladeespingardaquelealcanzóenelpecho.

—¿YSangau,elleóndelasRomades?

—Lovicaeralmarconlacabezadestrozadaporunadescargademetralla.

— ¡Qué matanza! ¡Pobres compañeros! ¡Ah!… ¡Una triste fatalidadpesabasobrelosúltimostigresdeMompracem!

Sandokán calló, sumiéndose en dolorosos pensamientos. Por más fuerteque secreyera, se sentíaprofundamentedebilitadoporaqueldesastreque lehabíacostadolapérdidadesuisla,lamuertedecasitodoslosvalientesquelehabían seguido hasta entonces en centenares de batallas, y por último lapérdidadelamujeramada.

Peroenunhombrecomoélnopodíadurarmuchoeldesánimo.Nohabíantranscurridodiezminutos,cuandoJuiokolovioponerseenpieconlamiradachispeante.

—Oye—le dijo, volviéndose hacia el dayako—. ¿Crees queYáñez nossigue?

—Estoyconvencidodeello,capitán.ElseñorYáñeznonosabandonaráanuestradesventura.

—Así lo espero yo también —dijo Sandokán—. Otro hombre, en supuesto, se hubiera aprovechado demi desgracia para huir con las inmensasriquezasque tieneensuprao,peroélno lohará.Mequieredemasiadoparatraicionarme.

—¿Adóndequeréisiraparar,capitán?

—Vamosafugarnos.

Eldayakolomiróconestupor,preguntándoseensucorazónsielTigredeMalasianohabríaperdidolarazón.

—¡Fugarnos!…—exclamó—.¿Ycómo?Nisiquieratenemosunarmayademásestamosencadenados.

—Tengounmedioparahacerquenosarrojenalmar.

—Nooscomprendo,capitán.¿Quiénnostiraráalagua?

—Cuandounhombremuereabordodeunanave,¿quésehaceconél?

—Seleponeenunahamacaconunabaladecañónyseloenvíaahacercompañíaalospeces.

—Yconnosotrosharánotrotanto—dijoSandokán.

—¿Queréissuicidaros?

—Sí,perodeunmodoquepuedavolveralavida.

—¡Humm!…Tengomisdudas,TigredeMalasia.

—Tedigoquenosdespertaremosvivosysobreellibremar.

—Sivoslodecís,debocreeros.

—TododependedeYáñez.

—Debedeestarlejos.

—Pero,sisiguealacorbeta,antesodespuésnosrecogerá.

—¿Yluego?

—LuegovolveremosaMompracemoaLabuánparaliberaraMarianna.

—Mepreguntosiestoysoñando.

—¿Dudasdecuantotehedicho?

—Un poco, capitán, lo confieso. Pienso que no tenemos ni siquiera unkriss.

—Nonosharáfalta.

—Yqueestamosencadenados.

— ¡Encadenados! —Exclamó Sandokán—. El Tigre de Malasia puededespedazarloshierrosquelotienenprisionero.¡Amí,misfuerzas!…¡Mira!…

Dobló con furor las anillas, y luego, de un tirón irresistible, las abrió ylanzólacadenalejosdesí.

—¡AquítienesalTigrelibre!—gritó.

Casienelmismoinstanteseabriólaescotilladepopaycrujiólaescalerabajolospasosdealgunoshombres.

—¡Ahíestán!—exclamóeldayako.

—¡Ahoralosmatoatodos!…—aullóSandokán,poseídoporuntremendoaccesodefuror.

Viendoenelsuelounamanivelarota, la tomóe intentó lanzarsehacia laescalera.Eldayakoseapresuróadetenerlo.

—¿Queréisqueosmaten,capitán?—ledijo—.Pensadqueenelpuentehayotrosdoscientoshombres,yarmados.

—Es verdad—respondió Sandokán, lanzando lejos de sí lamanivela—.¡ElTigrehasidodomado!…

Tres hombres avanzaron hacia ellos. Uno era un teniente de navío,probablementeelcomandantedelacorbeta;losotrosdoseranmarineros.

Aunaseñaldesujefe,losdoshombrescalaronlasbayonetasyapuntaronsuscarabinashacialosdospiratas.

UnasonrisadesdeñosaaparecióenloslabiosdelTigredeMalasia.

— ¿Tenéis miedo quizá?—preguntó—. ¿Habéis basado, señor teniente,parapresentarmeesosdoshombresarmados?…Osadviertoquesusfusilesnomedanmiedo;asíquepodéisahorrarostangrotescoespectáculo.

—YaséqueelTigredeMalasianotienemiedo—respondióelteniente—.Simplementehetomadoprecauciones.

—Ysinembargoestoydesarmado,señor.

—Peroyanoencadenado,meparece.

—Nosoyhombreparatenerlascadenasenlasmanoslargotiempo.

—Unabonitafuerza,afemía,señor.

—Dejaosdecháchara,señor,ydecidmequéqueréis.

—Hesidoenviadoaquíparaversitenéisnecesidaddealgúncuidado.

—Noestoyherido,señor.

—Ysinembargohabéisrecibidounmazazoenelcráneo.

—Quemiturbantehasidosuficienteparaamortiguar.

—¡Quéhombre!—exclamóeltenienteconsinceraadmiración.

—¿Habéisterminado?

—Todavíano,TigredeMalasia.

—Vamos,¿quéqueréis?

—Mehaenviadoaquíunamujer.

—¿Marianna?—gritóSandokán.

—Sí,ladyGuillonk—respondióelteniente.

—Está viva, ¿verdad? —preguntó Sandokán, mientras una oleada desangrelesubíaalrostro.

—Sí, Tigre deMalasia.Yo la salvé en elmomento en que vuestro praoestabaapuntodehundirseenlosabismos.

—¡Oh!…¡Habladmedeella,osloruego!

—¿Conquéobjeto?Yoosaconsejaríaquelaolvidarais,señor.

—¡Olvidarla!…—exclamóSandokán—.¡Oh!…¡Jamás!

—Lady Guillonk está perdida para vos. ¿Qué esperanzas podéis tenertodavía?

—Es cierto —murmuró Sandokán con un suspiro—. Soy hombrecondenadoamuerte,¿verdad?

Eltenientenorespondió,peroaquelsilencioequivalíaaunaafirmación.

—Así estaba escrito —respondió Sandokán tras unos segundos—. Misvictoriasdebíanproducirmeunamuerteignominiosa.¿Adóndemeconducís?

—ALabuán.

—¿Ymeahorcaréis?

Tambiénestavezeltenientepermaneciósilencioso.

—Podéis decírmelo francamente —insistió Sandokán—. El Tigre deMalasiajamáshatembladoantelamuerte.

—Losé.Voslahabéisdesafiadoenmásdecienabordajesy todossabenquesoiselhombremásvalientequeviveenBorneo.

—Entoncesdecídmelotodo.

—Nooshabéisequivocado:seréisahorcado.

—Hubierapreferidolamuertedelossoldados.

—Elfusilamiento,¿verdad?

—Sí—respondióSandokán.

—Yo, en cambio, os hubiera perdonado la vida y os hubiera dado un

mando en el ejército de la India —dijo el teniente—. Hombres audaces yvalientescomovossonraroshoyendía.

—Graciasporvuestrabuenaintención,peronomesalvarádelamuerte.

—Desgraciadamenteno,señor.¡Quéqueréis!Miscompatriotas,apesardequeadmiranvuestroextraordinariovalor,siguenteniendomiedodevosynovivirántranquilosaunqueosvieranlejosdeaquí.

—Ysinembargo,teniente,cuandomeatacasteisyoestabaapuntodedeciradiós ami vida de pirata y aMompracem.Queríamarcharmemuy lejos deestosmares,noporquetemieseavuestroscompatriotas,yaque,silohubieraquerido,habríapodidoreunirenmiislamillaresdepiratasyarmarcentenaresdepraos,sinoporqueyo,encadenadoporMarianna,despuésdetantosañosdesangrientasbatallas,deseabaunavidatranquilaalladodelamujerqueamaba.Eldestinonohaqueridoqueyopueda realizarmiqueridosueño.Matadme,pues:sabrémorirconánimo.

—¿EntoncesnoamáisyaaladyMarianna?

— ¡Que si la amo!—exclamóSandokán con acento casi desgarrador—.Nopodéishacerosunaideadelapasiónqueesamuchachahadespertadoenmi corazón. Escuchadme: poned aquí Mompracem y ahí a Marianna:abandonarélaprimeraporlasegunda.Dadmelalibertadconlacondicióndeno volver a ver jamás a esa muchacha y me veréis rechazarla. ¿Qué másqueréis?¡Miradme!¡Estoydesarmado,solo,ysinembargo,situvieralamásmínimaesperanzadepodersalvaraMarianna,mesentinacapazdecualquieresfuerzo,inclusodeabrirlosflancosdeestebuque,paramandarosatodosalfondodelmar!

—Somos más numerosos de lo que creéis —dijo el teniente con unasonrisadeincredulidad—.Sabemosloquevaléisydeloqueseríaiscapaz,yhemostomadonuestrasprecaucionesparareducirosalaimpotencia.Asíquenointentéisnada: todosería inútil.Unabaladefusilpuedemataralhombremásvalerosodelmundo.

—LapreferiríaalamuertequemeesperaenLabuán—dijoSandokánconprofundadesesperación.

—Oscreo,TigredeMalasia.

—Pero todavía no estamos en Labuán y podría suceder cualquier cosaantesdequellegásemos.

— ¿Qué queréis decir? —Preguntó el teniente, mirándolo con ciertaaprensión—.¿Pensáissuicidaros?

— ¿Qué puede importaros eso? Que yo muera de un modo u otro, elresultadoseríaidéntico.

—Quizá no os lo impediría —dijo el teniente—. Os confieso que medesagradaríamuchoverosahorcar.

Sandokán estuvo un momento silencioso, mirándolo fijamente como sidudasedelaveracidaddesuspalabras,yluegopreguntó:

—¿Noosopondríaisamisuicidio?

—No—respondióelteniente—.Aunvalientecomovosyonolenegaríaesefavor.

—Entoncesconsideradmehombremuerto.

—Peroyonoosofrezcolosmediosparaacabarconvuestravida.

—Tengoconmigolonecesario.

—¿Algúnvenenoquizá?

—Fulminante.Sinembargo,antesdeirmealotromundo,quisierapedirosunfavor.

—Aunhombrequeestáapuntodemorirnoselepuedenegarnada.

—QuisieraveraMariannaporúltimavez.Eltenientesequedómudo.

—Osloruego—insistióSandokán.

—Herecibidolaordendemantenerosseparados,enelcasodequefueratanafortunadocomoparacapturados.YcreoqueseríamejorparavosyparaladyMariannaimpedirosqueosvolvieraisaver.¿Porquéhacerlallorar?

— ¿Me lo negáis por un refinamiento de crueldad? No creía que unvalientemarineropodríaconvertirseenuncómitre.

Eltenientepalideció.

—Osjuroquetengoesaorden—declaró—.Medesagradaquedudéisdemipalabra.

—Perdonadme—dijoSandokán.

—No os guardo rencor y, para demostraros que jamás he tenido ningúnodio contra un valiente como vos, os prometo traeros aquí a ladyGuillonk.Peroleocasionaréisungrandolor.

—Noledirépalabradelsuicidio.—Entonces,¿quéqueréisdecirle?

—Hedejadoinmensostesorosenunlugarescondidoytodosloignoran.

—¿Yqueréisdárselosaella?

—Sí,paraquedispongadeelloscomomejorleparezca.Teniente,¿cuándopodréverla?

—Antesdeestanoche.

—Gracias,señor.

—Peroprometedmenohablarledevuestrosuicidio.

—Tenéismi palabra.Y sin embargo, creedme, es atroz tener quemorir,ahoraquecreíagozardelafelicidadalladodelamujerquetantoamo.

—Oscreo.

—Habríaishechomejorhundiendomipraoenaltamar.Almenoshabríabajadoalosabismosmarinosabrazadoamiprometida.

—¿Yadóndeibaiscuandonuestrosbarcososatacaron?

—Lejos,muylejos,quizáalaIndiaoacualquierisladelgranocéano.Enfin,todohaterminado.Cúmplasemidestino.

—Adiós,TigredeMalasia—dijoelteniente.

—Tengovuestrapromesa.

—DentrodeunashorasvolveréisaveraladyMarianna.

El teniente llamó a los soldados, que habían liberado de las cadenas aJuioko, y volvió a subir lentamente a cubierta. Sandokán se quedó allímirándolo,conlosbrazoscruzadosyunaextrañasonrisaenloslabios.

—¿Oshatraídobuenasnoticias?—preguntóJuiokoacercándose.

—Estanocheseremoslibres—respondióSandokán.

—¿Ysilafugaresultasefallida?

—Entonces abriremos los flancos de este buque y moriremos todos:nosotros,perotambiénellos.Sinembargo,esperemos;Mariannanosayudará.

XIII.Lafuga

Después quehubomarchado el teniente, Sandokán se sentó en la últimagrada de la escalera, con la cabeza apretada entre las manos, sumido enprofundos pensamientos. Un dolor inmenso se transparentaba en susfacciones.Sihubierasidocapazdellorar,nopocaslágrimashubieranbañadosusmejillas.

Juioko se había acuclillado a corta distancia,mirando con ansiedad a sujefe.Viéndolo absorto en sus pensamientos, no se atrevió a preguntarle otravezsobresusfuturosproyectos.

Habíantranscurridoquinceoveinteminutos,cuandolaescotillavolvióaabrirse.Sandokán,alverentrarunrayode luz,se levantóconprecipitación,mirandohacialaescalera.

Unamujerbajabarápidamente.Eralajovendeloscabellosdeoro,lívida,másquepálida,yllorosa.

Laacompañabaelteniente,quesinembargoteníalamanoderechasobrelaculatadeunapistolaquellevabaalacintura.

Sandokánsepusoenpiedeunsalto,dandoungrito,yse lanzóhaciasunovia,estrechándolaconfuerzacontrasupecho.

—¡Amormío!—exclamóllevándolaalextremomásalejadodelabodega,mientraseltenientesesentabaenmitaddelaescaleraconlosbrazoscruzadosylafrenteoscurecida—.¡Porfintevuelvoaver!

—Sandokán —murmuró ella, estallando en sollozos—. ¡Creí que novolveríaavertejamás!

—Valor,Marianna;nollores,cruel;secaesaslágrimasquemedestrozan.

—Tengorotoelcorazón,mivalienteamigo.¡Ah,noquieroquemueras,noquieroqueteseparendemí!Yotedefenderécontratodos,teliberaré,quieroquesigassiendomío.

—¡Tuyo!—ExclamóSandokán,conunprofundosuspiro—.Sí,volveréasertuyo,pero¿cuándo?

—¿Porquécuándo?

— ¿Pero no sabes, desventurada criatura, que me llevan a Labuán paramatarme?

—Peroyotesalvaré.

—Quizásí;simeayudaras.

—¡Entoncestienesunplan!—exclamóMariannadelirantedealegría.

—Sí,siDiosmeprotege.Escúchame,amormío.

Lanzóunamiradasuspicazsobreelteniente,quenosehabíamovidodesusitio,yluego,llevandoalajovenlomáslejosposible,ledijo:

—Estoyplaneandounafugay tengolaesperanzadeconseguirlo,pero túnopodrásvenirconmigo.

— ¿Por qué, Sandokán? ¿Dudas de que sea capaz de seguirte? ¿Temesacasoquemefaltevalorparaafrontarlospeligros?Soyenérgicayyanotemoanadie;siquieres,apuñalaréatucentinelaoharésaltarestebuquecontodosloshombresquelotripulan,siesnecesario.

—Es imposible, Marianna. Daría la mitad de mi sangre por llevarteconmigo, pero no puedo. Me es necesaria tu ayuda para huir, o todo seríainútil;perotejuroquenopermanecerásmuchotiempoentretuscompatriotas,aunque tenga que reclutar con mis riquezas un ejército y guiarlo contraLabuán.

Mariannaescondiólacabezaentrelasmanosycálidaslágrimasinundaronsubellorostro.

—Mequedaréaquísola,sinti—murmuróconuntonodesgarrador.

—Esnecesario,mipobreniña.Escúchameahora.

Extrajodesupechounaminúsculacajitay,abriéndola,mostróaMariannaunaspíldorasdeuncolorrosáceo,quedespedíanunolormuypenetrante.

—¿Vesestasbolitas?—lepreguntó—.Contienenunvenenopotenteperonomortal,quetienelapropiedaddesuspenderlavida,enunhombrerobusto,duranteseishoras.Esunsueñoquesepareceperfectamentealamuerteyqueengañaalmédicomásexperto.

—¿Yquéquiereshacer?

—Juioko y yo ingeriremos una cada uno; nos creerán muertos, nosarrojaránalmar,peroluegoresucitaremoslibressobreellibremar.

—¿Peronoosahogaréis?

—No,porqueparaesocuentocontigo.

— ¿Qué tengo que hacer? Habla, ordena, Sandokán; estoy dispuesta atodo,contaldevolveravertelibre.

—Son las seis—dijo el pirata, sacando su cronómetro—.Dentrodeunahora,micompañeroyyoingeriremoslaspíldorasydaremosunagudogrito.Túseñalarásexactamenteenturelojelminutosiguienteaaquelenqueseoigaelgrito,ycontarásseishorasydossegundosantesdehacerquenosarrojenalmar.Procurarásquenosdejensinhamacaysinbalaalospieseintentarásquearrojen algo flotante que pueda ayudarnos después, y, si es posible, procuraesconderalgúnarmabajonuestrasvestiduras.¿Mehascomprendidobien?

—Todo lo he grabado en mi memoria, Sandokán. Pero luego, ¿adóndeirás?

—Tengo la seguridad de que Yáñez nos sigue y nos recogerá. Luegoreuniréarmasypiratasyvendréaliberarte,aunquetengaquepasaraLabuánahierroyfuegoyexterminaratodossushabitantes.Sedetuvo,clavándoselasuñasenlascarnes.

—¡MalditoseaeldíaenquemellaméelTigredeMalasia,malditoseael

díaenquemehicevengadorypirata,desencadenandocontramíelodiodelospueblos,eseodioqueseinterpone,comounhorribleespectro,entremíyestadivinamuchacha!¡Sinohubierasidonuncacruelysanguinario,almenosnoestaríahoyencadenadoabordodeestebarco,niarrastradohaciaelpatíbulo,niseparadojamásdeestamujeraquienamotanintensamente!

—¡Sandokán!Nohablesasí.

—Sí,tienesrazón,PerladeLabuán.Dejaquetecontempleporúltimavez—dijo,alverqueeltenienteselevantabayseaproximaba.

Levantó el rubio cabello de Marianna y la besó en el rostro como undemente.

—¡Cuántoteamo,sublimecriatura!…—exclamó,fueradesí—.¡Ytenerquesepararnos!…

Ahogóungemidoysesecórápidamenteunalágrimaquelerodabaporsusmorenasmejillas.

—Vete,Marianna,vete—dijobruscamente—.¡Sisiguesaquí,voyallorarcomounniño!

—¡Sandokán!…¡Sandokán!…

Elpirataescondióelrostroentrelasmanosydiodospasoshaciaatrás.

—¡Ah!¡Sandokán!—exclamóMarianna,conuntonodesgarrador.

Quisolanzarsehaciaél,perolefaltaronlasfuerzas,ycayóenlosbrazosdelteniente,quesehabíaaproximado.

—¡Marchaos!—gritóelTigredeMalasia,volviéndosehaciaotraparteyocultandoelrostro.

Cuandosevolviódenuevo,laescotillahabíasidoyacerrada.

—¡Todohaterminado!—exclamóSandokánconvoztriste—.Yanomequedamásquedormirmesobrelasaguasdelmarmalayo.¡Siundíapudieravolveraverfelizalamujerquetantoamo!…

Se dejó caer al pie de la escalera, con el rostro entre las manos, ypermanecióasíunahora.Juiokolesacódeaquellamudadesesperación.

—Capitán—dijo—.Valor,nodesesperemostodavía.Sandokánselevantóconungestoenérgico.

—Huyamos.

—Nopidonadamejor.

Sacólacajitayextrajodospíldoras,alargándoleunaaldayako.

—Tienesqueingerirlaamiseñal—dijo.

—Estoypreparado.

Sandokánsacóelrelojymiró.

—Son las siete menos dosminutos—prosiguió Sandokán—. Dentro deseishorasvolveremosalavidasobreellibremar.

Cerrólosojoseingiriólapíldora,mientrasJuiokoleimitaba.Prontosevioalosdoshombresretorcersecomobajounviolentoeimprevistoespasmo,demodoquecayeronalsuelodandodospenetrantesalaridos.

Aquellosgritos,apesardelbufidodelasmáquinasydelfragordelasolaslevantadas por las potentes ruedas, fueron oídos en cubierta por todos ytambiénporMarianna,queyalosesperabapresademilansiedades.

Eltenientebajóprecipitadamentealabodega,seguidodealgunosoficialesy delmédico de a bordo. Al pie de la escalera chocó contra dos presuntoscadáveres.

—Estánmuertos—dijo—.Hasucedidoloquetemía.

El médico los examinó, pero no pudo hacer otra cosa que constatar lamuertedelosprisioneros.

Mientraslosmarinerosloslevantaban,eltenientevolvióasubiracubiertayseacercóaMarianna,queseguíaapoyadaen laamuradebabor,haciendoesfuerzossobrehumanosparasofocareldolorquelaoprimía.

—Milady —le dijo—. Al Tigre de Malasia y a su compañero les hasucedidounadesgracia.

—Laadivino…Estánmuertos.

—Asíes,milady.

—Señor—dijoella,convozrota,peroenérgica—.Vivos,ospertenecíanavos;muertos,mepertenecenamí.

—Os doy libertad para que hagáis con ellos lo que más os guste, peroquierodarosunconsejo.

—¿Cuál?

—HacedlosarrojaralmarantesdequeelcrucerollegueaLabuán.VuestrotíopodríaahorcaraSandokáninclusomuerto.

—Acepto vuestro consejo. Mandad llevar los dos cadáveres a popa ydejadmesolaconellos.

El teniente se inclinóydio lasórdenesnecesarias,paraque sehiciera la

voluntaddelajovenlady.

Un momento después los dos piratas eran colocados sobre dos tablas ytransportadosapopa,dispuestosaserarrojadosalmar.

Marianna se arrodilló junto a Sandokán, que se había puesto rígido, ycontempló muda aquel rostro descompuesto por la poderosa acción delnarcótico, pero que conservaba todavía su varonil ferocidad que infundíatemoryrespeto.

Esperóaquenadiesefijaseenellayaquefuesencayendolastinieblas,yluegoseextrajodelcorsédospuñalesylosescondióbajolasvestidurasdelosdospiratas.

—Almenos podréis defenderos,mis valientes—murmuró con profundaemoción.Luegosesentóasuspies,contandoenelrelojhoraporhora,minutoporminuto,segundoporsegundo,conpacienciainaudita.

Alaunamenosdiezminutosselevantó,pálidaperoresuelta.Seaproximóa la amurade babor y, sin ser vista, descolgódos salvavidas y los arrojó almar; luego se dirigió hacia proa y se detuvo ante el teniente, que parecíaesperarla.

—Señor—dijo—.CúmplaselaúltimavoluntaddelTigredeMalasia.

Aunaordendel teniente,cuatromarinerossedirigieronapopayalzaronlasdostablas,sobrelasqueyacíanloscadáveres,hastaloaltodelcostadodelbuque.

—Todavíano—dijoMarianna,rompiendoallorar.

SeaproximóaSandokányposósuslabiossobrelosdeél.Sintióaaquelcontactounalevetibiezayunaespeciedegemido.Unmomentodevacilaciónytodoestaríaperdido.

Retrocediórápidamenteyconvozsofocadadijo:

—¡Dejadloscaer!

Losmarinerosalzaronlasdostablasylosdospiratassedeslizaronhastaelmar,hundiéndoseenlasnegrasolas,mientraselbuquesealejabarápidamente,llevándosealadesventuradajovenhacialascostasdelaislamaldita.

XIV.Lacornudilla.HacialasTresIslas

La suspensión de la vida, como había dicho Sandokán, debía durar seishoras,niunsegundomásniunsegundomenos,yenefectoasísucedió,pues,

apenasfueronlanzadosalabismo,losdospiratasvolvieronrápidamenteensísinexperimentarlamásmínimaalteracióndesusfuerzas.

Subieron a la superficie de unvigoroso impulsoy enseguida echaronunvistazoasualrededor.Amenosdeunagúmenadescubrieronelcrucero,quesealejabaapocovaporhaciaoriente.

El primer movimiento de Sandokán fue seguirlo, mientras Juioko,completamente aturdido todavía por aquella extraña y para él inexplicableresurrección,nadabaprudentementehaciaaltamar.

ElTigre,sinembargo,sedetuvocasisúbitamente,dejándosemecerentrelas ondas pero con los ojos fijos en aquel barco que le arrebataba a ladesgraciada muchacha. Un grito ahogado de angustia le irrumpió desde elpechoysedisipóentresuscrispadoslabios.

—¡Perdida!—exclamóconvozsemiapagadaporeldolor.

Unarranquedelocuraseapoderódeélyduranteunbuentrechosepusoaseguir al vapor, debatiéndose furiosamente entre las aguas; luego se detuvo,mirandosiemprealbuque,quepocoapocoibaperdiéndoseentrelastinieblas.

—¡Temeescapas,horriblenave,llevándotelamitaddemicorazón;peropormás extenso que sea el océano, te alcanzaré un día y descuartizaré tusflancos!

SedeslizórápidamentesobrelasolasyalcanzóaJuioko,queloesperabamuyinquieto.

—Vamos—dijoconvozestrangulada—.Ahoratodohaterminado.

—Valor,capitán;lasalvaremosyquizámásprontodeloquecreéis.

—¡Calla!…Novuelvasaabrirlaheridaqueaúnsangra.

—BusquemosalseñorYáñez,capitán.

—Sí,busquémoslo,porquesoloélpuedesalvarnos.

ElvastomardeMalasiaseextendíaasualrededor,sepultadoenespesastinieblas, sin un islote donde arribar, sin una vela o una luz que señalase lapresenciadeunanaveamigaoenemiga.

Portodaspartesnoseveíanmásqueolasespumantes,quechocabanentresíconfragor,levantadasporelairecillonocturno.

Losdosnadadores,paranogastar sus fuerzas tanpreciosas enmediodeaquel terrible oleaje, avanzaban lentamente, a corta distancia uno de otro,buscandoconavidezunavelasobrelaoscurasuperficie.

De cuando en cuando Sandokán se detenía para volverse hacia oriente,

como si intentase descubrir todavía el farol del piróscafo, y luego volvía anadardandoprofundossuspiros.

Habrían recorrido ya una milla y comenzaban a desembarazarse de susropasparatenermayorlibertaddemovimientos,cuandoJuiokochocóconunobjetoflexible.

—¡Untiburón!—exclamó,estremeciéndoseylevantandoelpuñal.

—¿Dónde?—preguntóSandokán.

—Pero…no, no esun escualo—respondió el dayako—.Mepareceunaboya.

— ¡Es un salvavidas arrojado por Marianna! —Exclamó Sandokán—.¡Ah!¡Divinamuchacha!

—Esperemosquenovengasolo.

—Busquemos,amigomío.

Sepusierona_nadarenredondobuscandopor todaspartesy,alcabodeunosminutos, lograronencontrarelotro,quenosehabíaalejadodemasiadodelprimero.

—Esta sí que es una suerte que no me esperaba—dijo Juioko en tonoalegre—.¿Adóndenosdirigimosahora?

—La corbeta venía del noroeste; así pues, creo que en esa direcciónpodremosencontraraYáñez.

—¿Loencontraremos?

—Esoespero—respondióSandokán.

—Tendremos que esperar varias horas. El viento es débil y el prao delseñorYáñeznodebedeavanzarmucho.

—¿Quéimporta?—dijoSandokán.

—¿Ynopensáisenlostiburones,capitán?Vossabéisqueenestosmaresabundanesosferocísimosescualos.Sandokánseestremecióinvoluntariamenteyechóasualrededorunamiradainquieta.

—Hastaahoranohevistoemergerningunacolaniningunaaleta—dijoalfin—.Esperemosque los escualosnosdejen tranquilos.Vamos, lancémonoshaciaelnoroeste.SinoencontrásemosaYáñez,continuandoenesadirecciónarribaríamosaMompracemoaalgunodelosarrecifesqueseextiendenhaciaelsur.

Se aproximaron el uno al otro con el fin de estarmejor preparados paraprotegerse en caso de peligro y se pusieron a nadar en la dirección elegida,

intentando sin embargoeconomizar sus fuerzas, porqueno ignorabanque latierraestabamuylejos.

A pesar de que ambos estaban decididos a todo, el miedo de sersorprendidosdeunmomentoaotroporalgún tiburónhabía logradohacersecaminoensuscorazones.

Especialmente el dayako se sentía asaltado por un verdadero terror. Decuandoencuandosedeteníaparamirarasuespalda,creyendooírdetrásdesícoletazosy roncos suspiros, e instintivamenteencogía laspiernaspormiedodesentirlastronchadasporlosdientesformidablesdeesostigresdelmar.

—Yonohabíaexperimentadojamáselmiedo—decía—.Hetomadoparteenmásde cincuenta abordajes, hematado conmis propiasmanosnopocosenemigosyhastamehemedidocon losgrandessimiosdeBorneoe inclusocon los tigres de la jungla, y sin embargo ahora estoy temblando como situviera fiebre.La idea de encontrarmede improviso delante de unode esosferocísimosescualoshacequelasangresemehiele.Capitán,¿noveisnada?

—No—respondíainvariablementeSandokánconvoztranquila.

—Esquemehaparecidooírotravezdetrásdemíunroncosuspiro.

—Esefectodelmiedo.Yonoheoídonada.

—¿Yesechapoteo?

—Hasidoproducidopormispies.

—Misdientesestánentrechocando.

—Tranquilo,Juioko.Estamosarmadosdefuertespuñales.

—¿Ysilosescualoslleganbajoelagua?

—Nos sumergiremos también nosotros y nos enfrentaremos con ellosresueltamente.

—¡YsielseñorYáñeznonosve!…

—Debedeestartodavíamuylejos.

—¿Loencontraremos,capitán?

—Tengo esa esperanza… Yáñez me quiere demasiado para habermeabandonadoamitristedestino.Elcorazónmedicequeseguíaalacorbeta.

—Peronoseleveaparecer.

—Paciencia,Juioko.Elvientoaumentapocoapocoyharácorreralprao.

—Yconelvientotendremostambiénolas.

—Esasnonosdanmiedoanosotros.

Continuaron nadando, el uno al lado del otro, durante otra hora,escudriñando siempre atentamente el horizonte y echando ojeadas a sualrededor por miedo de ver aparecer los temidos escualos; luego ambos sedetuvieronysemiraronunoaotro.

—¿Hasoído?—preguntóSandokán.

—Sí—respondióeldayako.

—Elsilbidodeunanavedevapor,¿verdad?

—Sí,capitán.

—¡Mantentefirme!

Seapoyóenloshombrosdeldayakoydeunimpulsosacómásdemediocuerpofueradelagua.Mirandohaciaelnorte,viodospuntosluminososquesurcabanelmaraunadistanciadedosotresmillas.

—Unanaveavanzahacianosotros—dijoconvozunpococonmovida.

—Entoncespodemoshacerquenosrecoja—dijoJuioko.

—Nosabemosaquénaciónpertenece,nisiesmercantilodeguerra.

—¿Dedóndeviene?

—Delnorte.

—Peligrosaruta,capitán.

—Esopiensotambiényo.PuedeserunadelasnavesquehatomadoparteenelbombardeodeMompracemyquevaenbuscadelpraodeYáñez.

—¿Yladejaremosmarcharsinquenosrecoja?

—Lalibertadcuestademasiadocaraparaperderlanuevamente,Juioko.Sillegaran a apresarnos por segunda vez, ya sí que no nos salvaría nadie, ytendríaquerenunciarparasiemprealaesperanzadevolveraveraMarianna.Peropuedeserunanavemercantil.

VolvióaapoyarseenloshombrosdeJuioko,mirandoatentamenteantesí.Comolanochenoeramuyoscura,pudodistinguirclaramentelanavequesedirigíaasuencuentro.

—¡Niungrito,Juioko!—Exclamó,volviendoacaerenelagua—.Esunbarcodeguerra,estoyseguro.

—¿Grande?

—Mepareceuncrucero.

—¿Seráinglés?

—Nocabedudaacercadesunacionalidad.

—¿Lodejaremospasar?

—No podemos hacer absolutamente nada. Prepárate para sumergirte,porque esa nave pasará a poca distancia de nosotros. Ánimo, amigo,abandonemoslossalvavidasyestemospreparados.

Elcrucero—almenostallocreíaSandokányquizáconrazón—avanzabarápidamente,levantandoasusladosverdaderasoleadasacausadelasruedas.Su dirección se mantenía hacia el sur, así que debía pasar a poquísimadistanciadelosdospiratas.

Sandokán y Juioko, apenas lo vieron a ciento cincuenta metros, sehundieronponiéndoseanadarbajoelagua.

Enelmomentoenquevolvíanasaliralasuperficiepararespirar,oyeronunavozquegritaba:

—Juraríahabervistodoscabezasababor.Sinoestuviera segurodequetenemosapopaunacornudilla,mandaríaecharalaguaunachalupa.

Al oír aquellas palabras, Sandokán y Juioko volvieron a zambullirseenseguida,perosuinmersiónduropoco.

Por fortuna para ellos, cuando reaparecieron, vieron al buque alejarserápidamentehaciaelsur.

Seencontrabanentoncesenmediodelaestelablanquecinadeespuma.Lasolas levantadas por las ruedas los bamboleaban a derecha e izquierdalanzándolosunasveceshaciaarribayotrasprecipitándolosenlostorbellinos.

—Capitán, en guardia —gritó el dayako—. Tenemos una cornudilla ennuestrasaguas.

—¿Habéisoídoaesemarinero?

—Sí—respondióSandokán—.Preparaelpuñal.

—¿Seremosatacados?

—Esometemo,mipobreJuioko.Esosmonstruosvenmal,perotienenunolfatoincreíble.Elmalditonohabráseguidoalanave,teloaseguro.

—Tengo miedo, capitán—dijo el dayako, que se agitaba entre las olascomoeldiabloenlapiladelaguabendita.

—Estatetranquilo.Hastaahoranolaveo.—Puedeatacarnosbajoelagua.

—Entonceslasentiremosllegar.

—¿Ylossalvavidas?

—Estándelantedenosotros.Dosbrazadasmásylosalcanzaremos.

—Nomeatrevoniamoverme,capitán.

El pobre hombre estaba poseído de un espanto tal, que susmiembros senegabancasiamoverse.

Juioko, no pierdas la cabeza—le aconsejó Sandokán—. Si te preocupasalvar las piernas, no puedes quedarte ahí, medio atontado. Agárrate a tusalvavidasysacaelpuñal.

Eldayako, reponiéndoseunpoco,obedecióyalcanzósuanillodegoma,quesebalanceabajustamenteenmediodelaespumadelaestela.

—Ahora vamos a ver dónde está ese pez martillo —dijo Sandokán—.Quizápodamosescapardeél.

PorterceravezseapoyóenJuiokoyselanzófueradelagua,echandoasualrededorunarápidamirada.

Allá,enmediodelacándidaespuma,descubrióunaespeciedegigantescomartilloquesurgiódeimprovisoentrelasaguas.

—En guardia—dijo a Juioko—. No está a más de cincuenta o sesentametrosdenosotros.

—¿Noha seguidoa lanave?—preguntó eldayako, castañeteándole losdientes.

—Hapercibidoelolordelacarnehumana—respondióSandokán.

¿Vendráabuscarnos?

—Dentrodepocolosabremos.Notemuevasynoabandoneselpuñal.

Se aproximaron el uno al otro y se quedaron inmóviles, esperando conansiedadelfinaldeaquellapeligrosaaventura.

Lascornudillas,llamadastambiénpecesmartilloytambiénbalancefish,esdecir,pezbalanza,sonpeligrosísimosadversarios.Pertenecenalaespeciedelostiburones,perosuaspectoesmuydistinto,puestienenlacabezaenformademartillo. No obstante, su boca no cede a la de sus congéneres ni por laamplitud,niporlafortalezadesusdientes.Sonmuyaudaces,sientenunagranpasión por la carne humana y, cuando se dan cuenta de la presencia de unnadador, no dudan en atacarlo y cortarlo en dos. Sin embargo, también lesresultamásdifícilaferrarlapresa,porquetienenlabocacasialprincipiodelvientre,demodoquesevenobligadosadeslizarsesobreeldorsoparapodermorder.

Sandokán y el dayako, permanecieron inmóviles algunos minutos,escuchando atentamente, y luego, al no oír nada, comenzaron a realizar una

prudenteretirada.

Habían recorrido ya cincuenta o sesenta metros, cuando de improvisovieronapareceracortadistancialarepugnantecabezadelacornudilla.

El monstruo lanzó sobre los dos nadadores una fea mirada con reflejosamarillentos, y luego dio un ronco suspiro que parecía como un lejanísimotrueno.

Se mantuvo inmóvil unos instantes, dejándose mecer por las olas, ydespuésseprecipitóhaciaadelante,azotandofuriosamentelasaguas.

—¡Capitán!—exclamóJuioko.

ElTigredeMalasia,queempezabaaperderlapaciencia,envezdeseguirretirándose,abandonóbruscamenteelsalvavidasy,colocándoseelpuñalentrelosdientes,semovióresueltamentecontraelescualo.

—¡También túvienescontramí!—gritó—.¡Veremossiel tigredelmarserámásfuertequeelTigredeMalasia!

—Dejadlamarchar,capitán—suplicóJuioko.

—Quiero acabar con ella—respondió Sandokán con ira—. ¡A nosotros,condenadoescualo!

Elpezmartillo,espantadoporelfuertegritoyporlaactituddeSandokán,envezdecontinuarsucarrerasedetuvo,deslizándoseaderechaeizquierdadelasolas,yluegosesumergió.

—Vienepordebajo,capitán—gritóeldayako.

Se equivocaba. El escualo volvió un instante después a la superficie y,contrariamenteasusinstintosferoces,envezdevolveraintentarelataqueselanzóhaciaaltamar,jugueteandoenlaesteladelanave.

SandokányJuiokosequedaronquietosduranteunos instantes,siguiendoconlavistaalescualo,yluego,alverquenopensabamásenellos,almenosporelmomento,reemprendieronlaretiradadirigiéndosehaciaelnoroeste.

El peligro no había cesado todavía, pues la cornudilla, a pesar de quecontinuaba jugueteando, no los perdía de vista. De un coletazo echaba confrecuencia más de medio cuerpo fuera del agua para asegurarse de sudirección, y luego en pocos saltos recuperaba el camino perdido,manteniéndose siempre a una distancia de sesenta metros. Probablementequeríaesperarelmomentopropicioparavolveraintentarlo.

Enefecto:pocodespuésJuioko,queseencontrabaunpocomásatrás,vioal escualo avanzar rumorosamente, sacudiendo la cabeza y lanzandopoderososcoletazos.

Describióentornoalosdosnadadoresuncírculo,yluegocomenzóadarvueltas unas por encima del agua y otras por debajo, tendiendo siempre aestrecharmássusgiros.

—¡Cuidado,capitán!—gritóJuioko.

—Estoypreparadopararecibirlo—dijoSandokán.

—Yyoparaayudaros.

—¿Setehapasadoelmiedo?

—Empiezoaesperarqueasísea.

—No abandones el salvavidas ante de que yo de la señal. Intentemosentretantoforzarelcerco.

Conlamanoizquierdasujetaen tornoal flotador,con laderechaarmadadelpuñal,losdospiratassepusieronabatirseenretirada,volviendosiemprelacarahaciaelescualo.

Este no los abandonaba, sino que continuaba ciñéndolos más de cerca,levantando con auténticas olas y enseñando sus agudos dientes queblanqueabansiniestramenteenlaoscuridad.

Deprontodiounsaltogigantescosaliendocompletamentedelagua,yseprecipitósobreSandokánqueestabamáscercadeél.

ElTigredeMalasia, abandonandoel salvavidas sedispusoa sumergirse,mientrasJuiokoquehabíarecobradosuaudaciaantelainminenciadelpeligroselanzabahaciaadelanteconelpuñallevantado.

Lacornudilla,alveraSandokándesaparecerbajoelagua,deuncoletazosehurtóalataquedeJuiokoysesumergióasuvez.

Sandokán la esperaba.Apenas la vio tan cerca, se lanzó encima de ella,aferrándolaporunaaletadeldorso,ydeunaterriblepuñaladaledesgarróelvientre.

Elenormepez,heridoquizádemuerte,conunabruscacontorsiónseliberódel adversario, que estaba apuntode intentardenuevoel golpe, yvolvió asubira lasuperficie.Alveradospasosaldayako,sedeslizósobreeldorsoparacortarloendos.PeroSandokánestabatambiénsumergido.

Elpuñalqueyahabíaheridoa lacornudilla lagolpeóestavezenmediodelcráneoycontalfuerzaquelahojaselequedóallíclavada.

—Tornatambiénestas—gritóeldayako,acribillándoladepuñaladas.

La cornudilla se sumergió finalmente y para siempre, dejando en lasuperficieunagranmanchadesangre,queseensanchabarápidamente.

—Creoquenovolverámása la superficie—dijoSandokán—.¿Quémedicesahora,Juioko?

El dayako no respondió. Apoyándose en el salvavidas, intentaba alzarseparalanzarlejossusmiradas.

—¿Québuscas?—lepreguntóSandokán.

— ¡Allá…, mirad…, hacia el noroeste! —Gritó Juioko—. ¡Por Alá!…¡Veounagransombra…,unvelero!

—¿Yáñez,quizá?—preguntóSandokánconvivaemoción.

—Laoscuridadesdemasiadoprofundaparadistinguirlabien,perosientoqueelcorazónmelatedeprisa,capitán.

—Déjamequesubasobretushombros.

Eldayakoseaproximó,ySandokán,apoyándoseenél,sacómásdemediocuerpofueradelasolas.

—¿Quéveis,capitán?

—¡Esunprao!¡Sifueraél!…¡Maldición!

—¿Porquéjuráis?

—Sontreslosbarcosqueavanzan.

—¿Estáisseguro?

—Segurísimo.

—¿HabráencontradoYáñezayuda?

—¡Esimposible!

—¿Quéhacemosentonces?Llevamosnadandoyamásdetreshorasyosconfiesoquecomienzoaestarcansado.

—Te comprendo; amigos o enemigos, haremos que nos recojan. Pideayuda.Juiokoreuniósuspropiasfuerzasyconvoztronantegritó:

—¡Ahdelanave!…¡Auxilio!…

Un momento después se oyó en el mar un tiro de fusil y una voz quegritaba:

—¿Quiénllama?

—Náufragos.

—Esperad.

Enseguida se vio a los tres barcos dar una bordada y aproximarse

rápidamente,pueselvientoyaerauntantofuerte.

—¿Dóndeestáis?—preguntólavozdeantes.

—Aquícerca—respondióSandokán.

Siguióunbrevesilencioyluegoexclamóotravoz:

—¡PorJúpiter!…¡Omuchomeequivocooesél!…

—¿Quiénvive?

Sandokán, de un impulso, salió de las olas hasta la mitad del cuerpo,gritando:

—¡Yáñez!…¡Yáñez!…¡Soyyo,elTigredeMalasia!Abordodelostresbarcosseelevóunsologrito:

—¡Vivaelcapitán!…¡VivaelTigre!

El primer prao estaba ya cerca. Los dos nadadores se agarraron a unagúmenaque leshabían lanzadoysubieronhastaelpuentecon la rapidezdedosauténticoscuadrumanos.

UnhombresearrojóhaciaSandokán,estrechándolocontra supechoconfuerza.

—¡Ah,mipobrehermano!—exclamó—.¡Creíqueyanovolvíaavertejamás!…

Sandokán abrazó al bravo portugués, mientras la tripulación seguíagritando:

—¡VivaelTigre!

—Venamicamarote—dijoYáñez—.Tienesquecontarmemuchascosasquedeseoardientementeconocer.

Sandokán lo siguió sinhablarybajaronal camarote,mientras losbarcosproseguíanelviajecontodaslasvelasdesplegadas.

ElportuguésdestapóunabotelladeginebrayselapasóaSandokán,quevacióunotrasotrovariosvasos.

—Vamos, cuenta: ¿cómo es que ahora te recojo en el mar, cuando yosospechaba que estabas prisionero o muerto a bordo del piróscafo que voysiguiendoencarnizadamentedesdehaceveintehoras?

—¡Ah!¿Seguíasalcrucero?Losospechaba.

—¡PorJúpiter!Dispongodetresbarcosydecientoveintehombres,¿ynoquieresquelosiga?

—Pero¿dóndehaspodidoreunirtantasfuerzas?

—¿Sabesquiénessonloscomandantesdelosdosbarcosquemesiguen?

—Desdeluegoqueno.

—ParanoayMaratúa.

—¿EntoncesnosehundierondurantelaborrascaquenossorprendiójuntoaLabuán?

—Como ves, no. Maratúa fue arrojado hacia la isla de Pulo Gaya yParanoaserefugióenlabahíadeAmbong.Sedetuvieronallívariosdíasparareparar lasgravesaveríassufridas,ydespuésmarcharonaLabuán,dondeseencontraron. Al no hallarnos en la bahía, volvieron a Mompracem; losencontré ayer tarde cuando estaban ya decididos a dirigirse a la India,sospechandoquenosotrosnoshabríamosdirigidoallí.

—¿YdesembarcaronenMompracem?¿Quiénocupaahoramiisla?

—Nadie, pues los ingleses la abandonaron después de haber incendiadonuestropobladoydehaberhechosaltarlosúltimosbastiones.

—Esmejorasí—murmuróSandokán,suspirando.

—Yahora, ¿qué tehaocurrido a ti?Tevi abordar el buquemientrasyodespanzurraba la cañonera a cañonazos,despuésoí loshurrasdevictoriadelos ingleses y luego nada más. Hui al menos para salvar los tesoros quellevaba,perodespuésmeechétraslashuellasdelcrucero,conlaesperanzadealcanzarloyabordarlo.

—Caísobreelpuentedelbarcoenemigo,mediomachacadodeunmazazo,y fui hecho prisionero junto con Juioko. Las píldoras que, como tú sabes,llevabasiempreconmigo,mehansalvado.

—Comprendo—dijoYáñezestallandoenunacarcajada—.Oslanzaronalmarcreyéndoosmuertos.¿PeroquéhasidodeMarianna?

—Estáprisioneraenelcrucero—respondióSandokánconvozsombría.

—¿Quiénconducíaelbuque?

—Elbaronet,perolomatéenlareyerta.

—Me lo había imaginado. ¡Por Baco! Quémal fin ha tenido ese pobrerival.

—¿Quépiensashacerahora?

—¿Quéharíastú?

—Seguiríaalpiróscafoyloabordaría.

—Esloqueibaaproponerte.¿Sabeshaciadóndesedirigeelbuque?

—Loignoro,peromeparecequenavegabahacialasTresIslascuandolodejé.

— ¿Qué irá a hacer allí? Aquí hay gato encerrado, hermanito mío.¿Navegabamuydeprisa?

—Aunosochonudosporhora.

—¿Quéventajapuedellevarnos?

—Quizátreintamillas.

—Entoncespodemosalcanzarlosielvientosemantienebueno,pero…

Yáñez se interrumpió al oír en el puente un movimiento insólito y unagudovocerío.

—¿Quépasa?—preguntó.

—¿Habrándescubiertoalcrucero?

—Subamos,hermanitomío.

Abandonaronprecipitadamenteelcamaroteysubieronacubierta.Justoenaquelmomentoalgunoshombresestabansacandodelaguaunacajitademetal,queunpirata,alasprimeraslucesdelalba,habíadescubiertoaunasdocenasdemetrosaestribor.

— ¡Oh!… ¡Oh!…—exclamóYáñez—. ¿Qué significa esto? ¿Contendráalgúndocumentoprecioso?Nomepareceunacajacorriente.

—Seguimos yendo tras las huellas del piróscafo, ¿verdad? —preguntóSandokán,que,sinsaberporqué,sesentíaagitado.

—Siempre—respondióelportugués.

—¡Ah!Sifuera…

—¿Qué?

Sandokán,envezderesponder,sacóelkrissydeungolperápidorajólacajita.Enseguidasedescubrióenelinteriorunpapelalgohúmedo,peroenelque podían leerse claramente unas líneas escritas con una caligrafía fina yelegante…

—¡Yáñez!…¡Yáñez!…—balbuceóSandokánconvoztemblorosa.

—Lee,hermanitomío,lee.

—Meparecequemehequedadociego…

Elportuguéslequitóelpapeldelamanoyleyó:

«¡Auxilio! Me llevan a las Tres Islas, donde me alcanzará mi tío para

conducirmeaSarawak».

Sandokán, al oír aquellas palabras, lanzó un aullido de fiera herida. Seechó lasmanos a los cabellos, arrancándoselos con furor, y vaciló como sihubierasidoalcanzadoporunabala.

—¡Perdida!…¡Perdida!…¡Ellord!…—exclamó.

Yáñezylospirataslohabíanrodeadoylomirabanconansiedad,conunaprofundaemoción.Parecíaque sufrían lasmismaspenasquedesgarrabanelcorazóndeaqueldesventurado.

— ¡Sandokán!—Exclamó el portugués—.La salvaremos, te lo juro, asítengamosque abordar el barcodel lordy atacarSarawaky a JamesBrookequelogobierna.

ElTigre, poco antes abatidopor aquel fierodolor, sepuso enpie con elrostrocontraídoylosojosenllamas.

— ¡Tigres de Mompracem! —tronó—. ¡Tenemos que exterminar a losenemigosysalvaranuestrareina!¡TodosalasTresIslas!

— ¡Venganza! —Aullaron los piratas—. ¡Muerte a los ingleses y vivanuestrareina!…

Uninstantedespuéslostrespraosdabanunabordada,velejandohacialasTresIslas.

XV.LaúltimabatalladelTigre

Cambiadoelrumbo,lospirataspusieronfebrilmentemanosalaobra,paraprepararse a la batalla, que sería sin duda tremenda y quizá la última quesostendríancontraelaborrecidoenemigo.

Cargaban los cañones, montaban las espingardas, abrían los barriles depólvora, amontonaban a proa y a popa enorme cantidad de balas y degranadas, cortaban las jarcias inútiles y reforzaban las más necesarias,improvisaban barricadas y preparaban los garfios de abordaje. Llevaron acubiertahastalosrecipientesdebebidasalcohólicasparaderramarlossobreelpuentedelbarcoenemigoeincendiarlo.Sandokánlosanimabaatodosconelgesto y con la voz, prometiéndoles echar a pique aquel buque que lo habíatenido encadenado, le había destruido a los más valientes campeones de lapirateríaylehabíaarrebatadoasuprometida.

—¡Sí,destruiréaesemaldito,loincendiaré!—exclamaba—.QuieraDiosquellegueatiempoparaimpedirquelordGuillonkmelaarrebate.

—Atacaremos incluso al lord, si es necesario —dijo Yáñez—. ¿QuiénpodráresistirelataquedecientoveintetigresdeMompracem?

— ¿Y si llegásemos demasiado tarde y el lord hubiera partido ya paraSarawakabordodeunbarcorápido?

—Lo alcanzaremos en la ciudad de JamesBrooke.Másme preocupa elmododeapoderarnosdelcrucero,queaestashorasyadebedeestarancladoen las Tres Islas.Habría que sorprenderlo, pero… ¡Ah, qué desmemoriadossomos!…

—¿Quéquieresdecir?

—Sandokán, ¿recuerdas lo que intentó hacer lord James, cuando loatacamosenelsenderodeVictoria?

—Sí—murmuróSandokán,quesintióqueseleerizabanloscabellosenlacabeza—.¡GranDios!…¿Ytúcreesqueelcomandante…?

—Puede haber recibido la orden dematar aMarianna antes que dejarlacaerdenuevoennuestrasmanos.

—¡Noesposible!…¡Noesposible!…

—Yyotedigoquetemoportuprometida.

—¿Yentonces?—preguntóSandokánconunhilodevoz.

Yáñez no respondió; parecía absorto en profundos pensamientos. Depronto,sedioungolpeenlafrenteconviolencia,exclamando:

—¡Yaestá!…

—Habla,hermano,explícate.Sitienesunplan,échalofuera.

—Paraimpedirquepuedasucederunacatástrofe,seríanecesarioqueunode nosotros, en el momento del ataque, estuviera cerca de Marianna paradefenderla.

—Escierto,pero¿dequémodo?

—He aquí el plan. Tú sabes que en la escuadra que nos atacó enMompracemhabíapraosdelsultándeBorneo.

—Noloheolvidado.

—Yomedisfrazarédeoficialdelsultán,enarbolarélabanderadeVarauniyabordaréelcrucero,fingiéndomemandadoporlordJames.

—Magnífico.

—DiréalcomandantequetengoqueentregarunacartaaladyMariannay,apenasme encuentre con ella en su camarote, me atrincheraré con ella. Al

primersilbidomío,oslanzáiscontraelbarcoycomenzáislalucha.

— ¡Ah,Yáñez!—Exclamó Sandokán, estrechándolo contra su pecho—.¡Cuántotedeberé,silologras!

—Lo conseguiré, Sandokán, siempre que lleguemos antes que lordGuillonk.

Enaquelinstanteseoyógritardesdeelpuente:

—¡LasTresIslas!

Sandokán yYáñez se apresuraron a subir a cubierta.Las islas señaladasaparecíanasieteuochomillas.Todoslosojosdelospiratasexaminaronaquelmontóndeacantilados,buscandoávidamenteelcrucero.

—Ahíestá—exclamóundayako—.Alláveoelhumo.

—Sí—confirmóSandokán,cuyosojosparecieron incendiarse—.Allá seveunpenachonegroquesealzadetrásdeaquelarrecife.¡Elcruceroestáallí!

—Procedamosconordenypreparémonosparaelataque—dijoYáñez—.Paranoa,queembarquenotroscuarentahombresennuestroprao.

El trasbordo se realizó con presteza y la tripulación, de unos setentahombresaproximadamente,sereunióentornoaSandokán,quehizoseñasdequererhablar.

—CachorrosdeMompracem—dijoconaqueltonodevozquefascinabaeinfundíaaaquelloshombresunvalorsobrehumano—:Lapartidaquevamosajugarnosseráterrible,porquetendremosquelucharcontraunatripulaciónmásnumerosa y aguerrida que la nuestra; pero recordad que esta será la últimabatallaquecombatiréisbajoelTigredeMalasiayserá laúltimavezqueosencontraréis frente a los que destruyeron nuestro poderío y violaron nuestraisla,nuestrapatriaadoptiva.Cuandoyodé la señal, irrumpidconel antiguovalordelostigresdeMompracemsobreelpuentedelbarco:¡yoloquieroasí!

—Los exterminaremos a todos —exclamaron los piratas, agitandofrenéticamentelasarmas—.Ordenad,Tigre.

—Ahí, en ese maldito barco que vamos a atacar, está la reina deMompracem.

¡Quieroquevuelvaasermía,quevuelvaaserlibre!

—Lasalvaremosomoriremostodos.

—Gracias, amigos; ahora avuestrospuestosde combate, ydesplegadenlospaloslasbanderasdelsultán.

Izaronlosestandartes,ylostrespraossedirigieronhacialaprimeraislay

más exactamente hacia una pequeña bahía, en cuyo fondo se veíaconfusamenteunamasanegrarematadaporunpenachodehumo.

—Yáñez—dijoSandokán—,prepárate;dentrodeunahoraestaremosenlabahía.

—Esto se hace en unmomento—respondió el portugués, y desaparecióbajoelpuente.Lospraoscontinuabanavanzandoconlasvelastercerolasylagran bandera del sultán deVarauni en la cimadel palomayor.Los cañonesestaban preparados, las espingardas también y los piratas tenían las armas amano,dispuestosalanzarsealabordaje.

Sandokán espiaba atentamente desde proa al crucero, que se hacía másvisibleacadaminutoyqueparecíaestaranclado,apesardequeaúntuvieraencendidalamáquina.Sediríaqueelformidablepirata,conlapotenciadesumirada,intentabadescubrirasuadoradaMarianna.

Profundossuspirosse ledesbordabandecuandoencuandodesuampliopecho, su frente se oscurecía y susmanos atormentaban impacientemente laempuñaduradesucimitarra.

Luego su mirada, que brillaba como vivo fuego, recorría el mar quecircundaba lasTres Islas, como si intentase descubrir alguna cosa.Sin dudatemíasersorprendidoporlordGuillonkenelfurordelabatallaycogidoporlaespalda.

El cronómetro de a bordo señalaba el mediodía, cuando los tres praosllegaronaladesembocaduradelabahía.

El crucero estaba anclado justamente en el centro. En la punta de lacangreja ondeaba la bandera inglesa y en la cima del palo mayor el granestandartede losbarcosdeguerra.Sobre el puente seveíanvarioshombrespaseando. Los piratas, al ver aquella nave a tiro de cañón, se precipitaroncomounsolohombresobrelaspiezasdeartillería,peroSandokánlosdetuvoconungesto.

—Todavíano—dijo—.¡Yáñez!

El portugués subía entonces, disfrazado de oficial del sultán deVarauni,con una gran casaca verde, largos calzones y un voluminoso turbante en lacabeza.Enlamanollevabaunacarta.

—¿Quépapelesese?—preguntóSandokán.

—LacartaqueentregaréaladyMarianna.

—¿Quéhasescrito?

—Queestamospreparadosyquenosetraicione.

—Tendrás que entregársela tú, si quieres atrincherarte junto a ella en elcamarote.

—Noselaencomendaréanadie,puedesestartranquilo,hermanitomío.

—¿Ysielcomandanteteacompañasehastaella?

—Siveoqueelasuntoseembrolla,lomato—respondióYáñezfríamente.

—Tejuegasunafeacarta,Yáñez.

— ¡La piel, querrás decir! Pero espero seguir conservándola intacta. Enfin, escóndete y déjame el mando de los barcos durante unos minutos. Yvosotros, cachorros, componed un pocomás cristianamente esos hocicos, yrecordad que somos fidelísimos súbditos de ese gran canalla que se hacellamarsultándeBorneo.

EstrechólamanoaSandokán,seacomodóbienelturbanteygritó:

—¡Alabahía!

Elbarcoentróenlapequeñaensenadayseaproximóalcrucero,seguidoabrevedistanciaporlosotrosdos.

—¿Quiénvive?—preguntóuncentinela.

—Borneo y Varauni —respondió Yáñez—. Noticias importantes deVictoria.¡Eh,Paranoa,dejacaerelanclaysueltalacadena,yvosotros,abajolosguardabordos!¡Atentosalostambores!…

Antesqueloscentinelasabrieranlabocaparaimpedirqueelpraollegarabordo contra bordo, ya estaba realizada lamaniobra. El barco fue a chocarcontraelcrucerobajoelancladeestriborysequedóallíencolado.

—¿Dóndeestáelcomandante?—preguntóYáñezaloscentinelas.

—Separadelbarco—dijounsoldado.

— ¡Al diablo los reglamentos! —Respondió Yáñez—. ¡Por Júpiter!¿Tenéis miedo de que mis barcos hundan el vuestro? Vamos, espabilaos yllamadalcomandante,quetengoórdenesquecomunicarle.

El teniente subía entonces al puente con sus oficiales. Se aproximó a laamuradepopay, al ver aYáñezque lemostrabauna carta,mandóbajar lapasarela.

«Ánimo», murmuró Yáñez, volviéndose hacia los piratas, que mirabanfijamentealpiróscafoconojoscrueles.

Dirigió luego una mirada a popa y sus ojos se encontraron con losllameantes de Sandokán, el cual se mantenía oculto bajo una tela echadaencimadelaescotilla.

Enmenosdeloquetardaendecirse,elbravoportuguésseencontróenelpuente del vapor. Se sintió invadido por un vivo temor, pero su rostro notraicionólaturbacióndesualma.

—Capitán —dijo, inclinándose con desenvoltura—. Tengo que entregarunacartaaladyMariannaGuillonk.

—¿Dedóndevenís?

—DeLabuán.

—¿QuéhacelordGuillonk?

—Estáaparejandounbuqueparavenirareunirseconvos.

—¿Nooshadadoningunacartaparamí?

—Ninguna,comandante.

— ¡Qué raro! Dadme la carta y se la entregaré ahora mismo a ladyMarianna.

—Lo siento, comandante, pero tengo que entregársela yo —respondióYáñezaudazmente.

—Seguidme,entonces.

Yáñezsintióquelasangreselehelabaenlasvenas.SiMariannahaceungesto,estoyperdido,pensó.

Echóunamiradaapopayvioencaramadosalospalosdelpraodiezodocepiratasyotrostantosapiñadossobrelapasarela.

Parecían estar a punto de abalanzarse sobre losmarineros ingleses, pueslosobservabanconcuriosidad.

Siguió al capitán y bajaron juntos la escalera que conducía a popa. Elpobreportuguéssintióquese leerizaban loscabelloscuandooyóalcapitánllamaraunapuertayaladyMariannaresponder:

—Adelante.

—Un mensaje de vuestro tío lord James Guillonk —dijo el capitán alentrar.

Mariannaestabadepieenmediodelcamarote,pálida,peroaltiva.AlveraYáñeznopudoreprimirunsobresalto,peronodejóescaparungrito.Lohabíacomprendidotodo.

Recibida la carta, la abrió maquinalmente y la leyó con una calmaadmirable.

DeprontoYáñez,quesehabíapuestopálidocomounmuerto,seacercóa

laventanadebabor,exclamando:

—Capitán,veounpiróscafoquesedirigehaciaaquí.

El comandante se precipitó hacia la ventana para cerciorarse con suspropiosojos.Rápidocomounrelámpago,Yáñezseleechóencimaylegolpeófuriosamenteelcráneoconlaempuñaduradelkriss.

El infelizcayóalsuelomediodescalabrado,sindejarescaparunsuspiro.LadyMariannanopudoreprimirungritodehorror.

—Silencio,hermanitamía—dijoYáñez,mientrasamordazabayatabaaldesgraciadocomandante—.Silohematado,queDiosmeperdone.

—¿DóndeestáSandokán?

—Está dispuesto a comenzar la batalla. Ayudadme a atrincherarnos,hermanita.

Tomóunpesadoarmarioyloempujóhacialapuerta,amontonandoluegodetrásdeélcajas,anaquelesymesas.

—¿Peroquévaapasar?—preguntóMarianna.

—Enseguida lo sabréis, hermanita —respondió Yáñez, sacando lacimitarraylaspistolas.

Seasomóalaventanaydiounagudosilbido.

—Atención,hermanita—dijoluego,poniéndosedetrásdelapuertaconlaspistolasenlamano.

Enaquelinstanteunosalaridosterriblesestallaronenelpuente.

—¡Sangre!…¡Sangre!…¡VivaelTigredeMalasia!…

Siguieron tiros de fusil y de pistola, luego gritos indescriptibles,blasfemias, invocaciones, gemidos, lamentos, un furioso chocar de hierros,ruidodepasos,corridasyelsordorumordeloscuerposquecaían.

—¡Yáñez!—gritóMarianna,quesehabíapuestopálidacomounamuerta.

—¡Ánimo,truenosdeDios!—Vociferóelportugués—.¡VivaelTigredeMalasia!…

Seoyeronpasosprecipitadosquebajabanlaescalerayalgunasvocesquellamaban:

—¡Capitán!…¡Capitán!…

Yáñezseapoyócontralabarricada,mientrasMariannahacíalomismo.

—¡Pormilescotillas!…¡Abrid,capitán!—gritóunavoz.

—¡VivaelTigredeMalasia!—tronóYáñez.

Fueraseoyeronimprecacionesygritosdefuror,yluegoungolpeviolentosacudiólapuerta.

—¡Yáñez!—exclamólajoven.

—Notemáis—respondióelportugués.

Otrostresgolpesdesquiciaronlapuertaydeunhachazoabrieronunagranhendidura. Introdujeron el cañón de un fusil, pero Yáñez, rápido como unrelámpago,lolevantóydisparólapistolaatravésdelaabertura.

Seoyócaeruncuerpoa tierrapesadamente,mientras losotrosvolvíanasubiratodaprisalaescalera,gritando:

—¡Traición!…¡Traición!…

Laluchacontinuabaenelpuentedelbuqueylosgritosseoíanahoramásfuertes que nunca,mezclados con tiros de fusil y de pistola. De cuando encuando,enmediodetodaaquellabatahola,seoíalavozdelTigredeMalasia,quelanzabasusbandasalasalto.

MariannahabíacaídoderodillasyYáñez,furiosoporsabercómoibanlascosasfuera,seafanabaporremoverlosmueblesapilados.

Deimprovisoseoyeronalgunasvocesquegritaban:

—¡Fuego!…¡Sálvesequienpueda!

Elportuguéspalideció.

—¡TruenosdeDios!—exclamó.

Conunesfuerzodesesperadoderribólabarricada,cortódeuncimitarrazolasligadurasquesujetabanalpobrecomandante,aferróaMariannaentrelosbrazosysaliócorriendo.

Densas nubes de humo habían invadido ya el pasadizo y en el fondo seveíanlasllamasirrumpiendoenloscamarotesdelosoficiales.

Yáñezsubióacubiertaconlacimitarraentrelosdientes.

Labatallaestabaapuntodeterminar.ElTigredeMalasiaatacabaentoncesfuriosamente el castillo de proa, en el que se habían atrincherado treinta ocuarentaingleses.

—¡Fuego!—gritóYáñez.

Aloíraquelgrito, losingleses,queyaseveíanperdidos,searrojaronsinpensárselodosvecesalmar.SandokánsevolvióhaciaYáñez,derribandoconímpetuirresistiblealoshombresquelorodeaban.

—¡Marianna!—Exclamó,tomandoentresusbrazosalajoven—.¡Mía!…¡Alfin…mía!…

—¡Sí,tuya,yestavezparasiempre!

Enelmismo instante seoyó retumbar enelmaruncañonazo.Sandokánlanzóunverdaderorugido:

—¡LordGuillonk!…¡Todosabordodelospraos!

Sandokán, Marianna, Yáñez y los piratas que se habían salvado delcombateabandonaronelbuque,queyaardíacomounhazdeleñaseca,yseembarcaronenlostresbarcos,llevándosealosheridos.

Enunabrirycerrardeojossedesplegaron lasvelas, lospiratasecharonmano a los remos y los tres praos salieron rápidamente de la bahía,adentrándosehaciaaltamar.

FIN

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